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Síntesis 1

En la sesión anterior propuse que hiciéramos un esfuerzo por comprender las


dificultades inherentes a la forma de gobierno democrático o republicano. Sugerí que
tomáramos como hilo conductor el texto Democracia y secreto del politólogo italiano
Norberto Bobbio, donde elabora lo que me parece una de las mayores paradojas de la
democracia, aquella que la hace ser tan frágil. Para comprender mejor esa fragilidad y el
origen de la paradoja señalada, investigamos muy rápidamente de qué modo pensamos, por
herencia de la tradición, el ejercicio del poder y la acción política. Para eso era necesario
explicar en qué consiste actuar en general y no solo políticamente.
Con este último fin, destacamos varios elementos que me parece importante tomar
en consideración, sobre lo que llamé, con fines por ahora solo hipotéticos y hasta cierto
punto, pedagógicos, más que interpretativos, el ‘modelo estándar’ en la teoría filosófica de
la acción. Comenzamos distinguiendo los ingredientes básicos de toda acción en general: el
agente, la ejecución y el propósito. Lo que interesa entonces es descubrir cómo son
caracterizados y conectados estos tres elementos en este hipotético ‘modelo estándar’.
Los dos primeros rasgos que señalé se pueden encontrar en el célebre fragmento del
Libro I de Ética a Nicómaco de Aristóteles: por un lado, el carácter teleológico de la acción
(“toda acción y elección tiende a algún bien”) y por el otro, la primacía de la obra por sobre
la actividad, es decir, su carácter centralmente artístico-técnico. Este último rasgo lo
encontramos en el mismo pasaje al que acabo de referirme y lo cito a continuación:

Pero parece que hay alguna diferencia entre los fines, pues unos son actividades, y los otros,
aparte de éstas, ciertas obras; en los casos en que hay algunos fines aparte de las acciones,
son naturalmente preferibles las obras a las actividades (Et. Nic. 1094a).

Un tercer rasgo relevante se encuentra en el hecho de que Aristóteles piensa que los
fines de cada actividad humana pueden ordenarse unos a otros por relaciones de
subordinación hasta llegar a la idea de un fin final o último de la vida humana, que se
plantea precisamente como la gran incógnita que se propone investigar en su famosa Ética.
Finalmente, el cuarto rasgo, relacionado con el anterior, radica en la asignación del estudio
del fin final a la ciencia política, por ser esta la más directiva y la que tiene a su cargo a
todas las demás ciencias prácticas. De ahí entonces que el estudio del bien último o fin final

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de la vida humana esté asignado a la ciencia de la política. Este último rasgo lo relacioné
con la idea de John Rawls en la filosofía política contemporánea respecto de que la justicia
es ante todo una cualidad y una virtud de las instituciones, más que de las personas y de sus
acciones (si bien no son excluyentes), pues las posibilidades de la acción individual están
predeterminadas por el marco institucional bajo el cual despliegan sus vidas.
Todo lo anterior tiene importantes consecuencias para pensar en qué consiste actuar
políticamente. Pero antes de pasar a esto, quiero referirme brevemente a una segunda teoría
de la acción que ha sido sumamente influyente a partir de la modernidad. Me refiero a la
teoría de la acción de Immanuel Kant. Él define la acción como la capacidad de una
sustancia para producir un cambio en el mundo, de acuerdo con una causa que es capaz de
activar la fuerza de esa sustancia, para efectuar dicho cambio. Esta descripción de la acción
es en buena medida mecanicista y fisicalista, es decir, la acción es descrita bajo conceptos
propios de la ciencia física o mecánica clásica de Isaac Newton, como son por ejemplo los
conceptos de ‘fuerza’, ‘acción-reacción’ (causa y efecto). Es cierto que Kant se asegura de
que su teoría de la acción no sea completamente mecanicista, pues debe asegurarse de que
haya un espacio para la libertad, pues de otro modo esta descripción de la acción no le
serviría para describir la acción moral, que solo tiene sentido en un ser libre, que no actúa
mecánicamente. Eso lo logra incorporando el concepto de máxima o principio subjetivo
como la causa capaz de activar la fuerza de la sustancia. Y como para Kant las máximas las
puede configurar la razón del agente, y precisamente la razón pura, que según Kant es
capaz de proveer por sí sola la idea del bien absoluto (universal y necesario), sin recurrir a
ninguna otra fuente, entonces la acción puede ser libre. De esta forma, la formación de los
propósitos del agente escaparía al mecanicismo, aunque aún quedan evidentes ragos
mecanicistas en cómo describe el resto de la acción. Por ejemplo, cuando señala que la
máxima opera como una causa que tiene la “capacidad de activar la fuerza”, podemos
preguntarnos: ¿y cómo la activa? Y sobre todo en la relación entre la sustancia (agente) y el
efecto (el cambio que produce en el mundo).
Veamos ahora cómo los elementos de estas dos teorías de la acción van, por así
decir, coagulando, pese a sus importantes diferencias (las que se agudizan según cómo cada
autor piensa luego la ‘moralidad’ de la acción, más allá de la estructura de toda acción en
general), un trasfondo conceptual, de los términos bajo los cuales comprendemos todo

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actuar humano en el mundo, y que recibimos como una herencia de presupuestos o
implícitos.

Carácter mecanicista (fisicalista) de la teoría de la acción en Kant (no en la formación de


los propósitos del agente, sino en cómo entiende la ejecución). Cómo se forma el propósito
(idea del bien): en Aristóteles (revisión crítica de la doxástica), en Kant (la razón pura es
por sí misma práctica: puede proponer ella misma, a través de un procedimientos
puramental racional (formal), una idea del bien. Diferencias y similitudes.

Este “modelo estándar” (llamo así a los elementos de ambas teorías que, pese a sus
diferencias, se transfieren como herencia a la posteridad (como fragmentos aislados de las
reflexiones en donde tenían pleno sentido) nos conduce a concebir la acción política como:

Caracteres: la nitidez previa del objetivo (idea aclarada),

Revisemos el concepto de aporía

Algunos ejemplos en donde podemos ver las aporías que el “modelo estándar” parece
generar.

Vamos ahora la aporía que nos interesa a nosotros y cómo su planteamiento presupone la
caracterización que hicimos previamente sobre el “modelo estándar”.

Si la democracia es aquella forma de gobierno en la que todos participan activamente para


deliberar y decidir juntos cuáles serán las prácticas sociales (acciones) que consideraremos
justas (y cuáles no), de modo tal que nadie pueda imponer una concepción del bien (o de lo
justo), sin exponerla radicalmente al escrutinio y juicio de todos los demás, entonces el
ejercicio democrático del poder exige transparencia total de todos los aspectos
públicamente relevantes (aquellos que inciden en la vida de todos) de la acción y el
discurso de cada individuo (identidad del agente, intenciones, actividades, ideas, planes,
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argumentos, creencias, conocimientos, experiencias, etc.). Pero (y aquí viene la paradoja),
el ejercicio del poder político efectivo, pareciera exigir el ocultamiento de algunos (o todos
los) aspectos de la acción del individuo recién señalados, pues la posibilidad de influir
efectivamente en otros (modificar su comportamiento) requeriría de este carácter secreto.

Paradoja: Democracia (transparencia y publicidad) / Poder (ocultamiento y secreto)

Cita de Bobbio a La paz perpetua de Kant: una máxima que yo no pueda hacer pública sin
que con ello dé al traste con su propósito, que debe ser mantenido en secreto para que se
logre, que yo no pueda confesar públicamente sin provocar la resistencia inmediata de
todos contra mi propósito, una máxima tal no puede explicar esta reacción necesaria y
universal de todos contra mí (…) como no sea por la injusticia con que amenaza a cada cual
(Kant en Bobbio, 2013: 53-54).

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