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RESUMEN: Este artículo se propone analizar, desde la teoría de los imaginarios sociales, uno de
los mecanismos más utilizados, la prensa escrita, como medio de producción de identidades que son
esencializadas y como forma de construcción de una realidad social que construye alteridad en base a la
elaboración de estigmas. Lo anterior, en relación a uno de los pueblos originarios más numerosos del
continente americano, el Pueblo Mapuche, en un contexto donde se evidencia el posicionamiento de
estos medios de comunicación respecto de los conflictos que oponen al pueblo mapuche a las empresas
forestales. Junto a la explicitación de los imaginarios como entramado de significaciones constitutivo de
realidad social, se busca explicitar la manera en que la imposición de imaginarios sociales dominantes,
respecto de un tipo de identidad social, como es la identidad étnica, se realiza mediante el recurso de la
violencia simbólica. Lo anterior, como forma sofisticada del lenguaje que permite expresar y reproducir
múltiples ideaciones para luego validarlas y legitimarlas intersubjetivamente a nivel social. La construcción
de la alteridad es así materia de este análisis, en particular, tratándose de un Otro situado en el centro de
la problemática etno-nacional.
PROBLEMA.- La construcción de la alteridad a través de los medios de comunicación, “quinto poder”, que
legitiman imaginarios sociales dominantes, centrándose en identidad étnica, como forma de construir
estigmas frente a un otro. Producción de identidades esencializadas, como forma de construcción de
realidad social excluyente, en base a la elaboración de estigmas.
Comprender la realidad social a través de una decodificación profunda de imágenes y
significados de sentidos discursivos que son homologados, legitimados y naturalizados en un
entorno social.
Comprender cómo las asimetrías sociales se consolidan a través del recurso a la violencia
simbólica, en tanto lenguaje de imposición de imaginarios sociales dominantes
MATERIAL Y MÉTODOS USADOS.- teoría de los imaginarios sociales, teoría socio-fenomenológica de
imaginarios sociales.
Con el objetivo de analizar los imaginarios sociales dominantes en la prensa escrita, sobre la cuestión
etno-nacional en Chile, se buscó determinar significados discursivos en dicha prensa, en tanto pautas
orientadoras de un tipo de imaginario social.
Se accedió a los imaginarios sociales como meta-códigos que trabajan en un engranaje intersistémico,
es decir como sistemas de información que operan en un medio específico donde la comunicación se
establece en función de las afirmaciones o relevancias, dejando fuera las opacidades que podrían
afectarlo (Pintos, 1995).
Examinar en ellas sus diferentes cuerpos o secciones. Se buscó información bajo el criterio de las
palabras o frases: mapuche, pueblo mapuche, mapuches y pueblo(s) indígena(s). El estudio fue
longitudinal y abarcó las noticias desde el retorno a la democracia en Chile, año 1990, hasta el año
2012.
Con los titulares, bajadas y corpus de textos, en tanto enunciadores de significación relevante, se creó
una base de datos con un total de 301 noticias, 167 noticias referentes al pueblo mapuche en el
diario El Mercurio y 134 pertenecientes al diario El Sur.
En una primera etapa, mediante el programa Atlas.ti 7, se buscaron las categorías que más se
repetían en ambos diarios y como resultado se encontraron los siguientes códigos: ataques (sub-
códigos: ataque incendiario, ataque a predios, ataque a empresa forestal, ataque
armado); atentados (sub-códigos: atentado explosivo, atentado incendiario, atentado violentista,
atentado armado, atentado a fundo); tomas u “ocupaciones de” (sub-códigos: toma de fundos, toma
de tierras, tomas ilegales, tomas de terrenos, tomas en ruta, toma de iglesia); Ley indígena (sub-
códigos: modificación Ley; resolución de problemas; desarrollo); Ley antiterrorista (Aplicación de la
Ley de Seguridad Interior del Estado); huelga de hambre de mapuches presos; e impunidad.
A los códigos y sub-códigos encontrados se asociaron los corpus de textos, que fueron posteriormente
analizados a través del análisis de discurso y análisis hermenéutico, con el fin de unir en el análisis
textos y contextos respectivos (contextura). Para efectos de analizar la información, ésta se
sistematizó en unidades hermenéuticas generadas con la ayuda del programa Atlas.ti 7, mismas que
se agruparon en una malla temática compuesta por los códigos generados en la primera etapa del
análisis, a los que fueron agregados códigos en vivo, que surgieron con posterioridad.
La memoria humana siempre sugiere un rol muy específico en la actividad subjetiva de significación del mundo,
entendiendo por “mundo” todo cuanto configura nuestro entorno (básicamente naturaleza y sociedad) y
entendiendo por “significación” la única forma de insertarse en el “mundo” y habitarlo, hacer uso de él. humana
siempre sugiere un rol muy específico en la actividad subjetiva de significación del mundo, entendiendo por
“mundo” todo cuanto configura nuestro entorno (básicamente naturaleza y sociedad) y entendiendo por
“significación” la única forma de insertarse en el “mundo” y habitarlo, hacer uso de él.
FICHA 2.- LA MEMORIA COMO CONSTRUCCIÓN COLECTIVA Y SOCIAL
Según el sociólogo francés Maurice Halbwachs (2004), un gran pionero en los estudios sociológicos sobre la
memoria, no podemos “mirar” el pasado sino con ojos de hoy, vale decir sólo desde el momento en el cual se le
interroga. Esto quiere decir que la significación dada por un individuo o por un grupo en el momento mismo de la
ocurrencia de un hecho o fenómeno no puede ser en ningún caso restablecida en su totalidad al efectuar una
evocación del mismo hecho o fenómeno tiempo después, aunque creamos ser capaces de visitar y “revivir” el
pasado con una gran intensidad de pensamiento. Sin embargo, a mayor distancia temporal con el hecho en cuestión
y menor es la posibilidad de “reconstitución” de significación original de aquél. Todo esfuerzo de reconexión sería,
en este plano idealista de la similitud, inútil.
FICHA 3.-
M. Halbwachs efectúa una distinción que no carece de importancia: habla de memoria social para referirse a figuras
de la memoria abstractas que circulan en la sociedad bajo la forma de “corrientes de pensamiento”, de “flujos de
memoria”, y luego de memoria colectiva para referirse a formas más afectivas, familiares, grupales, representando
“el tiempo que pasa como un presente que dura”
para M. Halbwachs, la memoria individual es finalmente también una construcción colectiva y/o social, vale decir
una memoria que no puede prescindir de otras memorias que contribuyen decisivamente en la configuración
actualizada del recuerdo
Lo instituido tiene, de facto, una pretensión universalista, independientemente del hecho de que tal pretensión
alcance o no su objetivo. Es que, al fin y al cabo, como bien lo dicen P. Berger y T. Luckmann (2001), “toda actividad
humana está sujeta al acostumbramiento”. Y ellos añaden que la institucionalización de la actividad humana es la
condición primera para tal acostumbramiento. Ésta “se manifiesta cada vez que clases de actores efectúan una
tipificación recíproca de acciones habituales. En otros términos, cada una de esas tipificaciones es una institución”. Y
yo podría agregar entonces el fenómeno aquél de que cada institución –para que podamos llamarla como tal- ha
sido validada, homologada socialmente.
nos hemos referido analíticamente al concepto de mentalidad, en tanto que estructura profunda de contenidos
significados de la psiquis humana; en lo esencial, se trata de estructuras imaginario-sociales solidificadas a través de
un tiempo largo, resistentes al cambio económico y social, al cambio histórico.
En efecto, en esa actividad mental el factor imaginación, unido en un sujeto a los demás componentes de su
ecuación personal, contribuye poderosamente a la configuración de significaciones del mundo.
La determinación de lo que C. Castoriadis (2007) denomina un imaginario radical, su presencia adquiere un
rol de gran importancia y muy dinámico en lo que este mismo autor llama un imaginario periférico o
secundario, que amplía de manera grandilocuente el horizonte de contenidos en ese primer núcleo central.
“la imaginación siempre es revocable y puede ser revisada una y otra vez”
“Quiérase o no –escribe R. Ledrut (1987)- lo imaginario tiene que ver con la creencia y la fe”
La fuerza del impacto producido en una sociedad por un acontecimiento o por un fenómeno considerado de
gran importancia, favorece y estimula incluso la imaginación a través del tiempo. El relato o la narrativa se
visten así con los ropajes que muestran diversos elementos extraordinarios (fuera de lo común),
adquiriendo así un aspecto muy especial, el de constituir una totalidad maravillosa. La fantasmagoría parece
tener rienda suelta y un proceso de mitologización está a punto de comenzar en muchos casos; los actores
directamente implicados en esos acontecimientos o fenómenos pasan a poseer facultades sobrenaturales,
las escenas allí producidas se transforman en escenas improbables de constatar en forma empírica; por
último, las consecuencias y significaciones que se podrían extraer de tales acontecimientos y fenómenos
pasan a la categoría de lo trascendente, superando con creces las características propias del momento de su
ocurrencia, así como las significaciones atribuidas en ese instante.
a memoria social, en primer lugar legitimante de significaciones de un mito, luego se ajusta y actúa en
conformidad a los contenidos significados de este último, influyendo aquello decisivamente en el pensar y
en el actuar de todos quienes son, de hecho, copartícipes de la vigencia del mito.
Instituir es empezar a legitimar socialmente: “La mejor manera de describir la legitimación como proceso –
escriben P. Berger y T. Luckmann (2001, 120-121) es decir que constituye una objetivación de significado de
‘segundo orden’. La legitimación produce nuevos significados que sirven para integrar los ya atribuidos a
procesos institucionales dispares. La función de la legitimación consiste en lograr que las objetivaciones de
‘primer orden’ ya institucionalizadas lleguen a ser objetivamente disponibles y subjetivamente plausibles”.
Siempre por medios intersubjetivos, la imaginación ayuda en definitiva, con fines absolutamente prácticos,
a consolidar una necesaria plausibilidad socialmente compartida del mundo, o sea, en otras palabras, las
claves de significación necesarias para cohabitar, comunicar e interactuar, en otras palabras permitir que la
sociedad misma pueda existir como tal. Claves de significación que emergen de lo que C. Castoriadis
denomina un magma de significaciones localizado, aunque no en calidad de “cosa”, por cierto, en lo más
profundo de la psiquis humana.
La idea fundamental contenida en este punto preciso consiste en sostener que la organización del universo,
la vida individual y colectiva en este mundo, la inserción en la sociedad, la estructuración del tiempo y del
espacio, deben estar dotadas para nosotros los seres humanos de una “explicación” plausible, o sea de un
modelo básico, de una suerte de argumentación en la cual podemos confiar. Eso es lo que podemos
entender como una indispensable adhesión subjetiva a lo que nos corresponde vivir y experimentar. Lo
plausible quiere decir, en síntesis, la atribución estable de requisitos, de condiciones, de cualidades y
características, etc., que hacen “creíble” una historia, un relato primordial, que nos proporciona el eje más
elemental de abscisas y coordenadas que nos hace posible la inserción en este mundo. A esta tarea
contribuye muy eficazmente, desde luego, la imaginación.
En la tentativa de “reconstitución” totalizadora del sentido del pasado, finalmente, los miembros de una
comunidad o de una sociedad, se reflejan en línea gruesa a través de esas múltiples concatenaciones de
significación porque, al fin y al cabo, se sienten sin duda copartícipes de una memoria social, o sea
objetivamente copartícipes de su “reproducción”, aún cuando –como se decía más arriba- no lo logren
hacer sino desde un segmento de tiempo muy acotado y del cual hombres y mujeres no se pueden de
ninguna manera desprender: el presente.
1
En filosofía de la ciencia y epistemología se denomina constructivismo o constructivismo epistemológico a
una corriente de pensamiento surgida hacia mediados del siglo XX, de la mano de investigadores de disciplinas muy
diversas (psiquiatras, antropólogos, físicos, matemáticos, biólogos, psicólogos, sociólogos, lingüistas etc.).
Para el pensamiento constructivista, la realidad es una construcción en cierto grado «inventada» por quien la observa.
Nunca se podrá llegar a conocer la realidad tal como es pues siempre, al conocer algo, ordenamos los datos obtenidos
de la realidad (aunque sean percepciones básicas) en un marco teórico o mental. De tal modo, ese objeto o realidad que
entendemos «literal» no es tal, no tenemos un «reflejo especular» de lo que está «ahí fuera de nosotros», sino algo que
hemos construido con base en nuestras percepciones y datos empíricos. Así, la ciencia y el conocimiento en general
ofrecen solamente una aproximación a la verdad, que queda fuera de nuestro alcance.1
Gerald M. Edelman ilustra esta idea diciendo que «Cada acto de percepción es en cierto grado un acto de creación y
cada acto de memoria es a cierto modo un acto de imaginación».
permitirá llegar hasta los imaginarios sociales.
FICHA 6.-
FICHA 7.-
FICHA 8.-
FICHA 9.-
FICHA 10.-
FICHA.-
URL.- HTTPS://INDEPENDENT.ACADEMIA.EDU/SILVIAP%C3%A9REZFREIRE
Juan-Luis Pintos
HTTP://IDD00QMM.ERESMAS.NET/ARTICULOS/IMAGINARIOS.HTM
TEMA GENERAL
1988 La moral como recurso político
Alojado en:
1994a La nouvelle légitimation de la domination
1994b La nueva plausibilidad: USC
la observación de segundo orden en Niklas
Luhmann Eresmas
1994c Más allá de la ideología: La construcción de la
plausibilidad a través de los Imaginarios Sociales
1994d Sociocibernética: marco sistémico y esquema
conceptual
1995a Orden social e Imaginarios Sociales
(Una propuesta de investigación)
1995b Los Imaginarios Sociales
(la nueva construcción de la realidad social)
1996a Una perspectiva sociocibernética sobre la religión:
los imaginarios sociales de lo mundanamente
irrepresentable
1996b Identidades colectivas y procesos de diferenciación
1996c El pensamiento finisecular en perspectiva Webmaster
sociocibernética
1998a Sentido y posibilidad
1998b Realidad e Imaginario en Galicia
1998c Política y complejidad en la teoría sistémica de
Niklas Luhmann:
la libertad como selección
1999a Algunas consideraciones sobre los Derechos
Humanos
en sociedades policontexturales
1999b Apuntes para una teoría:
Los "medios", la "realidad" y la alternativa local
2000a Los Imaginarios Sociales del delito
La construcción social del delito a través de las
películas (1930-1999)
2000b Construyendo realidad(es): Los Imaginarios
Sociales
2001a El metacódigo «relevancia/opacidad»
en la construcción sistémica de las realidades
En esta misma línea, para Beriain (2005) LAS PRINCIPALES SIGNIFICACIONES SOCIALES IMAGINARIAS –en
plural– serían los dioses, el progreso, el desarrollo, la autopreservación, etc. y estarían a la base de nuestras
actuaciones.
EN CADA SOCIEDAD Y EN CADA CULTURA HABRÍA UN IMAGINARIO RADICAL, YA FUESE UN DIOS O UNA
BANDERA.
Castoradis de hecho divide el imaginario social en dos planos de significación distintos y dependientes.
A. Los primarios o centrales, que son creaciones Ex nihilo/ "de la nada" o "desde la
nada"/, instituciones imaginadas que no dependen sino de su misma idea para
referenciarse, como Dios, la familia o el Estado.
B. Los secundarios, que surgen y dependen de los primarios, por ejemplo la idea de
ciudadano no puede concebirse sin la idea de Estado.
POR ESO ESTAS REPRESENTACIONES SON CONSIDERADAS INSTRUMENTALES,
JUGANDO UN SIMPLE PAPEL REPRODUCTOR DE LOS PRIMARIOS.
Para Castoriadis la sociedad es un magma de magmas, desde la cual se puede extraer un sinfín de
elementos sin poder nunca reconstituirla totalmente, ni siquiera de forma ideal al determinar sus
“encarnaciones” en la forma de instituciones/significaciones, como los partidos políticos o la mercancía.
FICHA 6.- REALIDAD SOCIAL E IMAGINARIOS SOCIALES
Algunos conceptos más que ayudar a entender la realidad, cierran su acceso a ella. Tristemente en las
ciencias sociales predomina la utilización de forma rutinaria de una serie de conceptualizaciones y
categorías débiles. En este sentido, los estudios sobre imaginarios sociales vienen a ser una forma de
generación de nuevo conocimiento -y por lo tanto de poder hacer-, especialmente en un momento en
que se percibe en las ciencias sociales un vacío de carácter ontológico (Coca et alt., 2011). Valencia
(2003) considera que el desencantamiento político y el nuevo encuadre epistemológico llevan a
Castoriadis a un distanciamiento crítico y a considerar una alteración de la relación entre las cosas y sus
representaciones. Pintos (2005a) refiere en este sentido al decaimiento de la razón como argumento
de la validez máxima, al desarme conceptual de las ciencias sociales, también apuntado por Boron
(2000) quien habla de la actual crisis en las ciencias sociales, proveniente del paradigma newtoniano-
cartesiano, que nos hereda el dualismo humanidad-naturaleza, cuerpo-espíritu, así como la simetría
entre pasado y futuro. El modelo de la ciencia en general, que se traslada a las ciencias sociales en la
forma del positivismo, en lugar de garantizar una anhelada objetividad y neutralidad muchas veces no
hace más que consolidar el orden público y la resignación, llegando a legitimar teóricamente la
sociedad capitalista, en la que la vida económica rige la totalidad de la vida social.
Fiel al proyecto de transformar radicalmente la sociedad, Castoriadis (1975) EXIGE QUE SE COMPRENDA
LO QUE SE DESEA TRANSFORMAR Y QUE SE IDENTIFIQUE LO QUE EN LA SOCIEDAD ES CONTESTARIO Y
SE ENCUENTRA EN LUCHA CONTRA SU FORMA PRESENTE, PARA MOSTRAR QUE LA TEORÍA NO ESTÁ
PARA PRODUCIR IDEAS GENERALES SINO PARA HACER COINCIDIR SU PROPIA DIALÉCTICA CON LA
DIALÉCTICA DE LO REAL HISTÓRICO, Y DE SACAR DEL MOVIMIENTO DE LO REAL TANTO LOS
FUNDAMENTOS DE LA ACCIÓN REVOLUCIONARIA COMO SU ORIENTACIÓN.
Porque se dice revolucionario, para Castoriadis (1975) su punto de partida es una revisión del
marxismo, lo cual exige que se comprenda lo que se desea transformar. Insiste en recordar a Marx en
las tesis sobre Feuerbach: ya no se trata de interpretar el mundo, sino de transformarlo.
FICHA 7.- REALIDAD SOCIAL Y CONOCIMIENTO
La realidad, el conocimiento y los imaginarios se encuentran estrechamente vinculados . Existe una
relación de interdependencia entre lo que es considerado en una sociedad como real y su imaginario.
Althusser (1965) considera que la expresión de la relación de los seres humanos con su “mundo” es la
unidad conformada por su relación real y su relación imaginaria con sus condiciones de existencia.
La forma en que estudiamos la realidad, la cuestiona, legítima o incluso crea.
Las ciencias sociales, son también parte de una especie de diario en el que se refleja la humanidad y ese
reflejo contribuye a su constitución misma.
Lakoff (2007) enfatiza la importancia de entender las dimensiones cognitivas de la política y considera que
cada acto analítico es un acto político.
Searle (2007), habla de la intencionalidad, que señala hacia la dotación de contenido (aboutness), es decir,
aquella facultad que se relaciona con asociar un determinado significado.
En Collective intentions and actions, Searle postula que el comportamiento intencional colectivo no es la
suma de los comportamientos intencionales individuales; y que la intencionalidad de grupo o individual es
independiente de la falsedad o veracidad de las creencias del individuo.
Para Searle hay una forma en que ciertos aspectos de nuestro mundo se materializan como resultado de la
intencionalidad combinada de aquellos que los usan.
Por ejemplo, un billete de cinco euros es un billete de cinco euros tan sólo en virtud de la intencionalidad
colectiva.
Ciertos aspectos de nuestro mundo se materializan como resultado de la intencionalidad combinada de
aquellos que los usan.
El lenguaje que utilizamos, el concepto de propiedad y las relaciones con los otros dependen
fundamentalmente de tales intencionalidades implícitas: “La intencionalidad colectiva es todo lo que se
necesita para la creación de formas simples de realidad social y de hechos sociales.” (Searle, 2007:85).
La interpretación tiene un rol fundamental en la creación de la realidad social, añadiendo el sentido que
conformará lo que socialmente se considera como real. Es decir que el mundo se vuelve real en el proceso
mismo de su construcción (Heelan, 1991).
Los problemas reales de una época o sociedad son aquellos acordes según su imaginario social.
Los seres humanos no llegarán a resolver esos problemas reales sino en la medida en que sean capaces de
imaginarlos (Beriain, 2005).
En su artículo El imaginario como lugar de encuentro: diálogo con Juan Luis Pintos, Celso Sánchez Capdequí,
señala las condiciones de posibilidad de la representación colectiva. Se trata de un principio trascendental
histórico que principia, posibilita y faculta a los hechos fragmentados para, a través de los dibujos e imágenes
que proyecta, convertirlos en experiencia social con-sensuada y con-sentida.
Constituye la raíz viva y vivificadora que alienta formas organizadoras de la experiencia social, pero sin
estas formas exteriores su capacidad de formalización deviene imposible. (Carretero y Coca, 2009:305)
Castoriadis (1975) nos habla de la posibilidad de la que goza una sociedad para descubrir el carácter
autoinstituyente de sus significaciones imaginarias.
Se trata de alcanzar un cuestionamiento de la certidumbre (la “evidencia”) así como de abrir la
posibilidad de una interpretación alternativa de “lo real”.
Se trata de desentrañar la determinación social de lo que se asume como natural y evidente.
A pesar de que se señala tradicionalmente que los grupos desfavorecidos están sometidos a las
definiciones de realidad de los que detentan el poder, en el orden social existente la dotación de
significado social depende de configuraciones mucho más complejas. Las personas disponemos de una
capacidad de cuestionar permanentemente las instituciones establecidas, de debatir la legitimidad de
cualquier significación impuesta.
¿Cómo vivir sin representaciones? Pero también ¿Cómo vivir sin la crítica de las representaciones?
a. Así se esboza un movimiento dialéctico.
b. Algunas representaciones tapan la vista y el horizonte, forman anillo y círculo (vicioso).
c. Otras se abren hacia la superación. (Lefebvre, 1980:96)
https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/4781735.pdf
TEMA GENERAL
RESUMEN: A grandes rasgos, el contenido de este trabajo pretende poner de relieve las claves explicativas de la significación concedida a
la felicidad en el contexto de las sociedades de la modernidad avanzada. Para ello adopta como presupuesto las directrices epistemológicas
instauradas a raíz de la consideración de la realidad como algo socialmente construido, y, más específicamente, de las implicaciones en esta
dirección alentadas por la noción de “imaginario social”.
Primeramente, explora los obstáculos para una implantación social de las caracterizaciones discursivas en torno a la felicidad durante la
antigüedad y el medievo.
Luego revela cómo, a raíz de la modernidad, la felicidad pasará a ser concebida como la finalidad última que, en su ansiada realización
histórica, impulsará un elenco programático de discursos impulsados, en su conjunto, por la categoría de Progreso.
Finalmente, muestra el giro acontecido en la consideración de la felicidad en la modernidad avanzada, subrayando su íntima relación con la
construcción de unas subjetividades sociales enmarcadas en la lógica producción/consumo.
Palabras clave: Imaginario social, Felicidad, Poder, Progreso, Subjetividad.
PROBLEMA.- la felicidad en el contexto de las sociedades de la modernidad avanzada.
MATERIAL Y MÉTODOS USADOS.-
LUGAR DE LA INVESTIGACIÓN.-
CONCLUSIONES.-
RECOMENDACIONES.-
FICHA 1.-
Castoriadis: “Cada sociedad define y elabora una imagen del mundo natural, del universo en el que vive, intentando
cada vez hacer de ella un conjunto significante, en el cual deben ciertamente encontrar su lugar los objetos y los
seres naturales que importan para la vida de la colectividad, pero también esta misma colectividad, finalmente
cierto “orden del mundo” (Castoriadis, 1983: 258).
El “imaginario social”, a través de estas “significaciones imaginarias”, determina aquello socialmente
connaturalizado o evidenciado como “lo real”, estableciendo un umbral de visibilidad acerca de lo que las cosas
son y pudieran ser. Si bien no lo hace de un modo, por completo, homogéneo. Vale decir que en todo modelo social
han existido y existen batallas, larvadas o explícitas, por adueñarse del poder para “definir la realidad” (Pintos, 1995)
FICHA 2.-
FICHA.-
URL.-
Aliaga, F.; Carretero, A. E. Aliaga, F.; Apolo, D.; Carretero, A. E.; Cusot, G. (2016) “La articulación entre
comunicación política, imaginarios y emociones: un acercamiento a la revolución Ciudadana en
Ecuador”. En Comunicología: Revista de Comunicaçao de la Universidade Católica de Brasília, vol. 9,
nº2, https://portalrevistas.ucb.br/index.php/RCEUCB/article/view/6693/4688
TEMA GENERAL
RESUMEN: Este artículo desarrolla una base conceptual en torno a la articulación de estrategias de
comunicación política, imaginarios sociales y las emociones; tomando como referencia el caso de la
denominada Revolución Ciudadana del gobierno de Rafael Correa en Ecuador, ya que permite ir acoplando
la reflexión con una serie de aspectos significativos relacionados con este proceso sociopolítico, tales
como: reconstruir y fortalecer la unidad nacional por medio de una retórica populista; discursos emotivos
que apelan a la dimensión socio-afectiva o no-lógica de la vida social; capacidad de afectar las creencias
colectivas; control mediático y redes sociales; finalmente, el rol del Presidente en el aumento de la
confianza en el sistema político.
Palabras clave: Comunicación. Imaginarios. Emociones. Correa. Ecuador.
PROBLEMA.-
MATERIAL Y MÉTODOS USADOS.-
LUGAR DE LA INVESTIGACIÓN.-
CONCLUSIONES.-
RECOMENDACIONES.-
FICHA 1.- LA CONSTRUCCIÓN DE UNA IDENTIDAD NACIONAL IMAGINARIA
EN PRIMER LUGAR,
1. toda nación tiene algo de artificialidad,
2. de ficción imaginaria,
3. de invención mítica engendrada en una contingencia histórica muy concreta y bajo ciertas
condiciones sociales.
4. La nación es, en este sentido, una entidad imaginaria que pretende designar la singularidad de un
grupo, creando una identidad imaginada en torno a éste.
5. Como significación imaginaria, al decir de Castoriadis (1983) la nación es “sustancia definida y
duradera más allá de sus moléculas perecederas, que responde a la pregunta por su ser y por su
identidad refiriéndolas a símbolos que la unen a otra realidad”
6. Esa otra realidad que, presenta Castoriadis, únicamente puede ser traducida a través de símbolos
que corresponden al imaginario social de una nación, mediante el cual toda colectividad se
autoreconoce conjuntamente en un Nosotros colectivo.
7. toda sociedad tiene de autorepresentarse a sí misma (Durkheim, 1982), de autodefinirse en
términos representacionales y mediante una estructura simbólica como un particular Nosotros,
revelándose en ello, en última instancia, no otra cosa que un residuo antropológico de carácter
esencialmente totémico e inviable de erradicar en una sociedad. En virtud de lo anterior, todo
discurso populista, y el de Correa como una variante más de éste, pretende apelar y ensalzar lo
que une y no lo que disgrega a una comunidad.
8. La eficacia política del imaginario social se nos hace así latente, en la medida en que el recurrir a un
Nosotros imaginario, al que todos debieran adherirse sentimentalmente, contribuye a poner
transitoriamente entre paréntesis, cuando no a silenciar, todas las diferencias y las formas de
conflicto entre individuos y grupos que son inherentes a toda sociedad.
FICHA 2.-
FICHA.-
URL.- HTTPS://PORTALREVISTAS.UCB.BR/INDEX.PHP/RCEUCB/ARTICLE/VIEW/6693/5010
Mujica María Constanza Entrevista a Armando Silva "Ser santiaguino o porteño es, primero, un deseo"
http://www.bifurcaciones.cl/004/Silva.htm
TEMA GENERAL Imaginarios urbanos
Enunciar los mapas afectivos que constituyen la diversidad de modos de ser urbanos de trece ciudades de Hispanoamérica ha sido
el objetivo del proyecto Imaginarios urbanos, convocado y financiado por el Convenio Andrés Bello. Esta búsqueda se ha
cristalizado en una serie de libros y obras de arte en los que se conjugan las percepciones académicas, las estadísticas, los
edificios, la historia de las ciudades con los sueños y las aspiraciones de sus habitantes, de sus artistas. Lo que se dibuja, a fin de
cuentas, no es una identidad urbana latinoamericana, sino las mil y una formas de ser en nuestras ciudades , ya no son sólo
entendidas como un pedazo de tierra, sino como un corazón palpitante, un espacio simbólico de encuentros y desencuentros, un
caleidoscopio de percepciones y deseos en constante transformación. Así son las Ciudades Imaginadas, así, porosas, llenas de
fantasmas y sensaciones en cada esquina, así las vislumbra el filósofo e investigador social Armando Silva, coordinador del
proyecto.
RESUMEN:
PROBLEMA.-
MATERIAL Y MÉTODOS USADOS.-
LUGAR DE LA INVESTIGACIÓN.-
CONCLUSIONES.-
RECOMENDACIONES.-
FICHA 1.- IDENTIDAD URBANA
María Constanza Mujica: Si, como usted postula en algunos de sus textos, la ciudad es una red simbólica en permanente construcción y expansión, ¿es posible
hablar de identidad urbana?
Armando Silva: Hoy el concepto de identidad lo entendemos más como
un proceso que como un estado. O sea, vamos siendo; no somos algo definitivo y estático.
El espejo como lógica refleja y mecanicista ya no devuelve nuestra figura única y nítida.
La identidad pasa a entenderse como construcción desde el otro y entonces lo poroso y difuso entra en escena.
Frente al espejo uno es otro, una imagen de uno mismo pero sin cuerpo real de carne y hueso, y así el espejo gana otra metáfora: lugar donde no me
veo si no representado.
Las identidades urbanas pasan por el mismo proceso desmaterializador, desterritorializador, y los ciudadanos se identifican no sólo con sus vecinos de lugar (de
tierra), sino con quienes están conectados (más en el aire). Así, nacen las telepresencias, que forman redes de identidad grupal.
Hoy, por primera vez en la historia de las organizaciones urbanas, no se identifica la ciudad con lo urbano, como lo expliqué en el libro Urban imaginaries (Silva,
2003).
Se puede ser urbano sin vivir en un casco citadino.
El mundo se urbaniza sin pasar por los cascos físicos debido a los efectos de los medios, de las tecnologías, en fin... el concepto de “red simbólica en expansión
permanente” adquiere pleno acople cuando hablamos de ciudadanos conectados en red, pero no sólo al computador, también en las redes de comunicación y
en redes sociales.
De hecho, LA TEORÍA DE LOS IMAGINARIOS URBANOS busca captar y aislar para su estudio lo que llamamos “CROQUIS URBANOS”,
que no son otros que los mapas afectivos donde uno se encuentra con otros, ya sea porque se comparte un interés, un oficio o
hasta un tema. Y estos mapas ya no son físicos, sino psicosociales: los croquis no se ven, se sienten.
Si el mapa marcaba unas fronteras determinadas de propiedades políticas y geográficas, los croquis desmarcan los mapas y los
hacen vivir su revés: no lo que se me impone –como frontera-, sino lo que me impongo –como deseo. Los mapas son de las
ciudades, los croquis pertenecen a los ciudadanos; entonces, un estudio de imaginarios fundados en las percepciones ciudadanas
lo es de los croquis colectivos, donde en nuestra perspectiva se ubican los procesos de urbanización.
Digamos que los imaginarios urbanos no están en un pedazo de tierra, sino en lo que anima a una representación grupal.
La ciudad es una red simbólica porque en todo momento es urbanizada y la urbanización se da en redes. La red puede ser un nuevo
concepto contemporáneo sobre identidades. Déjeme darle unos ejemplos:
Un estudio sobre emigrantes afro descendientes del Pacífico colombiano a Bogotá, quienes llegan para trabajar en oficios
domésticos, como internas en casas, demostró que tal población seguía viviendo su “territorio extendido” usando otra
red de distancias: la telefónica. A través de la conexión telefónica permanente se comunican y preparan sus encuentros
sociales los fines de semana, pero también siguen unidos por la palabra y la comunicación permanente. Se usa una
tecnología para seguir unidos en otros sitios distintos al de su origen.
En las tele-iglesias (como lo muestra Fausto Neto, de Brasil) las ceremonias se hacen por televisión y los efectos –como
curar un enfermo- se producen por esta red de apoyo comunitaria y mediática dando lugar a un fenómeno urbano popular
con mucha fuerza, y en el cual la tecnología interviene (ocupando el nuevo puesto de Cristo, quizá) para “hacer milagros”
ficha 2.- ¿Cómo dan cuenta los ciudadanos de su experiencia urbana?, ¿Cómo relatan su ciudad?
AS. La gente no se da cuenta de su experiencia urbana pues vive en ella como en el aire que respira. Sin embargo, hay situaciones
donde su ser urbano se exterioriza y visibiliza, como en algunas experiencias que llamo “meta operaciones”, estéticas, por medio de
los estudios urbanos o como consecuencia de los mismos medios. Son todas situaciones donde se ha de producir algo parecido a lo
que Brecht llamó “efecto de extrañamiento”, de distanciamiento, donde tomo conciencia de mi ser in situ, en un lugar concreto. Sin
embargo, todas esas circunstancias pueden trabajar para lo contrario: pueden hacernos sentir que estamos en otra ciudad y que
somos ciudadanos de otras urbes (o del mundo). Las urbes se relatan del mismo modo que las personas: la escritura, los medios, la
historia, las ficciones, en fin.
Un modo que he utilizado para su conocimiento es la historia de sus personajes. En Bogotá imaginada muestro cómo en la
historia de la ficción televisiva dominan tres personajes urbanos según su momento: en los años ‘50 los choferes de taxi,
en los ‘80 los maestros de albañilería y a finales del siglo XX los celadores de edificios. Sus guionistas, sin proponérselo
claramente, dibujaron una sociología del carácter popular bogotano. Los porteros de edificios al servicio de grandes capas
de inquilinos sólo pueden pertenecer a esta época cuando la ciudad creció y se llenó de miedos. Este personaje, el
celador, nos relata una ciudad miedosa, un imaginario poderoso que comparten las grandes urbes actuales.
Nelly Richard y Carlos Ossa inician su Santiago imaginado (2004) con epígrafes de unas tarjetas postales que representan
los exteriores felices de la nueva ciudad neoliberal en contraste con el Paseo Ahumada, donde se encuentran los residuos
de la economía global en mercancías callejeras que se mezclan dentro de extremas movilidades ciudadanas. Si este
pabellón iba a ser la pista para el despegue económico, dicen sus autores, hoy es más bien lo contrario y allí circulan todos
los oficios de supervivencia. Así que en esta parte Santiago es narrado desde una calle a partir de la cual se sacan hipótesis
de conductas ciudadanas. En Quito imaginado (Aguirre, Garzón y Kingman, 2004), por el contrario, sus autores narran los
miedos de la ciudad desde el volcán Pichincha, que los amenaza a diario. Así que los imaginarios no son sólo
elaboraciones mentales, son también objetos donde aquellas se encarnan o desde donde provienen y forman
representaciones.
FICHA 3.- MCM. ¿Es posible hablar de una sola ciudad imaginada? ¿Es posible relatarla?
AS. La ciudad no es una experiencia divina sino humana. Bachelard decía que percibir e imaginar son movimientos tan antitéticos como los conceptos de
presencia y ausencia.
Imaginar es ausentarse, lanzarse a una vida nueva.
Imaginar es futuro, adelantarse, y por esto su “topografía” es opuesta a la del sueño que es arqueológico, va hacia atrás, hacia nuestra infancia.
Los imaginarios que se nutren de la imaginación son también visionarios y no necesariamente realistas.
Entonces no habrá “una sola ciudad imaginada”, sino muchas maneras de imaginar las ciudades.
Quiero agregar algo sobre el modo en que los imaginarios urbanos se relatan.
Hay imaginarios dominantes en cada ciudad. Por ejemplo, de Pinochet en su simbología santiaguina se pueden construir metáforas
como antes y después, como economía de mercado local y neoliberal o dictadura y posdictadura.
Incluso, la población suele dividirse entre pro y contra pinochetistas. Algo similar pasa con la actual Caracas y el efecto Chávez. La Plaza Altamira se
vuelve el lugar de combate entre unos y otros y pareciese que quien la poseyese tiene el poder de las masas agitadas. El chavismo ha puesto en
circulación una nueva división entre ricos y pobres, pero también entre clases políticas viejas e incapaces y soluciones populares o populistas, según
se mire.
Pero no sólo hablamos de imaginarios políticos.
Gardel es un mito urbano pretendido por montevideanos y porteños. Mónica Lacarreu y Verónica Pallini, y Luciano Álvarez y Christa Huber (Álvarez, L. y C.
Huber, 2004) narran sus ciudades desde este “cantante estrella”
En Buenos Aires, Gardel es todavía el personaje típico porque representa a la ciudad en diferentes lugares emblemáticos de su centro histórico, como el
Obelisco o la Avenida Corrientes: el cantante andaba por esas calles donde se le recuerda con la imagen del típico porteño pícaro o piola, ese tipo bien pintón,
“bien vestido y siempre ganador”.
También Gardel es evocado en nuestros estudios como parte de la Buenos Aires de los “barrios tangueros” –La Boca, San Telmo, Barracas, donde según ellos
nació el tango, el más urbanos de los ritmos latinos-, describiendo a toda la ciudad con la canción más representativa del género: “Mi Buenos Aires querido”.
Pero esta figura mítica de comienzos de la vida urbana en la primera parte del siglo XX es también reclamada como originalmente suya por Montevideo,
exhibiendo acta de nacimiento en esa ciudad. Y todavía más; en Medellín, Colombia, celebran cada año en las cantinas del sector de Guayaquil, en pleno centro
urbano, no el nacimiento de Gardel, sino su muerte, pues a su parecer uno es del lugar donde muere, lo que allí ocurrió en un desdichado accidente aéreo en
1935.
Así que hay muchas maneras de narrar desde los imaginarios sin importar el medio, ni tampoco su naturaleza cultural. TODO LO QUE SEA EMBLEMÁTICO EN
UNA CIUDAD ES ATRACTIVO PARA DECONSTRUIR SU FORMACIÓN COMO SÍMBOLO COLECTIVO.
FICHA 4.- MCM. ¿Qué puntos de contacto existen entre las trece ciudades hispanoamericanas imaginadas en estos libros? ¿Hay un modo o
modos de ser urbano específicamente latinoamericanos?
AS. En el proyecto “Culturas urbanas de América Latina”, donde estudiamos 14 ciudades, observamos que no hay una sola, sino muchas
maneras de ser urbanos y americanos. Eso es lo que estudiamos: de qué maneras específicas se concreta lo urbano en el continente definido
geográficamente.
La urbanización de La Paz, entre quechuas, aimaras e hispanos, no es la misma que la de São Paulo, industrializada y con mezclas de
orígenes japoneses, italianos y nordestinos.
Tampoco se puede decir que las ciudades de mayor presencia indígena sean más atrasadas o sean vestigios de lo rural. No. Son
otras maneras de ser urbanos. Esa es la diferencia de nuestro enfoque con otro más urbanístico y sociológico en su corte tradicional,
que admite la división entre lo rural y lo urbano y asume en consecuencia que lo provinciano es un vestigio de lo rural.
Creo que esto no se sostiene. Los nordestinos llegaron a Sao Paulo y aportan su cultura, su cocina, su descendencia africana, y
reciben otras tantas influencias. Toda esa mezcla es urbana. Lo urbano es mezcla, no pureza. América Latina como unidad es sólo
una ilusión o un acto de fe. Somos muchas maneras de ser.
FICHA 5.-
FICHA 6.-
FICHA 7.-
FICHA 8.-
FICHA 9.-
FICHA 10.-
FICHA.-
URL.-
Enrique Carretero Pasin (noviembre 2018) UNA APROXIMACIÓN A LA “LÓGICA” DE LOS MOVIMIENTOS SOCIALES A
PARTIR DE LOS “IMAGINARIOS SOCIALES”. Athenea Digital - 18(3): e2122 (noviembre 2018)
TEMA GENERAL
RESUMEN: El propósito central de este trabajo es mostrar la relevancia de los “imaginarios sociales” para un análisis de la
aparición, consolidación y pervivencia de los movimientos sociales.
Para ello, comienza desglosando los postulados sobre los que se han fundamentado las principales formulaciones teóricas que
han intentado dar cuenta de la acción colectiva. A continuación, revelando sus insuficiencias, se introduce en la naturaleza de la
dialéctica operativa entre “lo instituyente” y “lo instituido” albergada en todo movimiento social.
Luego, pone al descubierto la trascendencia socio-antropológica del nexo íntimo existente entre socialidad e “imaginario
social” en la conformación y mantenimiento de dichos movimientos. Finalmente, apuntala la necesidad de comprender el
cumplimiento de los fines de ellos en virtud de su capacidad para entrar en conexión con el ligamen que anuda la socialidad, el
“imaginario social” y una dinámica relacional generada.
PROBLEMA.- ¿Qué pueden aportar los “imaginarios sociales” —en adelante IS— a una Sociología de la acción
colectiva?,
¿Cómo podrían acercarnos a una comprensión de aquello idéntico y comúnmente operativo en los movimientos
sociales (en adelante MS)?
MATERIAL Y MÉTODOS USADOS.-
LUGAR DE LA INVESTIGACIÓN.-
CONCLUSIONES.-
RECOMENDACIONES.-
FICHA 1.-
el afán por desentrañar los invisibles códigos del comportamiento colectivo ha enfrentado a dos visiones
decididamente divergentes.
Por una parte, una de calado racionalista, según la cual sí existiría una lógica de fondo, aunque más
o menos explícita, en el objeto sociológico denominado como acción colectiva. Paralelamente, la
tarea asignada al desvelamiento de dicha lógica sería patrimonio de la idiosincrasia del saber
científico. Un saber éste certeramente autentificado sobre la base de las credenciales de una
racionalidad interna en virtud de la cual se nos confesaría la esencia de su objeto.
Por otra parte, otra de calado, llamémosle así, “no-racional”, según la cual la acción colectiva sería
algo en sí mismo reacio a una constricción bajo corsés categoriales lógico-racionales. Vana, pues,
sería la pretensión de destapar una coherencia en lo social y, más aún, de embargarse por el
espejismo de que pueda haber un tipo de saber, bendecido por un patrón epistemológico cercenado
a un canon explicativo-causal, responsable de tal empresa.
FICHA 2.- LOS MS COMO OBJETO DE ESTUDIO SOCIOLÓGICO: UNA SEMBLANZA DE SUS DISTINTAS
CARACTERIZACIONES
a qué obedece que se desate y cómo se articula socialmente un dinamismo según el cual de la interacción
de un heterogéneo elenco de individuos logre conformarse una agregada entidad colectiva del cariz que
fuese y en unas determinadas coordenadas situacionales.
FICHA.- Carretero Pasin, Enrique (2018). Una aproximación a la “lógica” de los movimientos sociales a partir de los
“imaginarios sociales”. Athenea Digital, 18(3), e2122.
URL.- https://doi.org/10.5565/rev/athenea.2122
Carretero Pasín, Á. (2003). La noción de imaginario social en Michel Maffesoli. Reis. Revista Española de
Investigaciones Sociológicas, (104), 199-209.
TEMA GENERAL Michel Maffesoli en el estudio de la eficacia social de lo imaginario en el ámbito de la
cotidianidad
RESUMEN: Michel Maffesoli es uno de los sociólogos actuales que más se ha interesado en el estudio de la
eficacia social de lo imaginario en el ámbito de la cotidianidad. En este trabajo se intenta profundizar en la
dimensión teórica del imaginario social en este autor. El terreno en el que nos movemos es, pues, el de la
teoría sociológica, incidiendo en cuatro aspectos determinantes en su consideración del imaginario social:
1. el significado de la utopía,
2. la problemática en torno a la modernidad,
3. la integración simbólica en el neotribalismo y
4. la legitimidad del orden social.
Palabras clave: Imagen Social, Modernidad, Utopías, Tribus.
PROBLEMA.-
MATERIAL Y MÉTODOS USADOS.-
LUGAR DE LA INVESTIGACIÓN.-
CONCLUSIONES.-
RECOMENDACIONES.-
FICHA 1.- IMAGINARIO Y UTOPÍA
En Lógica de la dominación, obra en la que comienza a ser objeto de análisis lo imaginario, Maffesoli señala
la trascendencia de la ensoñación colectiva en cuanto movilizadora de la realidad social instituida.
A partir de una revisión del papel asignado a lo imaginario en el pensamiento de Freud, Maffesoli reivindica
la creatividad de lo imaginario como la de un ensueño que ha sido doblegado por una coercitiva
racionalidad productiva.
De ahí que, apoyándose en Marcuse, la esencia de lo imaginario radique en una reacción contra la
renuncia que impone una civilización represiva.
Por eso, la vitalidad de lo imaginario se apoya sobre el despliegue de una fantasía que fractura la
monotonía cotidiana y estimula la vida social.
«Las consecuencias que derivan de lo imaginario colectivo-individual podrán ser la volatilización gratuita y
festiva de las fuerzas del cuerpo, el juego con la muerte, el intercambio transitivo; cosas todas que escapan
a la esfera de la economía, cosas todas que, aunque aquí se las haya indicado de una manera sucinta, se
anuncian como importantes en el devenir histórico como superadoras del valor y del productivismo
occidental»
Según Maffesoli, la utopía, contemplada desde la perspectiva de la forma y no del contenido, se revela
como una manifestación propia de lo imaginario.
A través de ella, el hombre se recrea en el pasado o edifica un añorado futuro, renegando, así, de su
realidad cotidiana.
La utopía debiera ser concebida a la luz de una movilización de expectativas de la realidad generadas por
el poder de la ensoñación, como un ansia por trascender lo real a través de la instauración de posibilidades
de realidad no actualizadas, o, en palabras de Maffesoli, como «...el reconocimiento de un desequilibrio
estructural que deriva del dinamismo de la aspiración, y procede de la tensión continuada entre lo posible y
lo imposible».
De alguna forma, la noción de sueño diurno de Ernst Bloch apuntaría en esta dirección. «Así esbozada, la
utopía concreta puede ser un medio eficaz para organizar el mundo futuro, permite también dar cuenta,
de una manera menos mecanicista que en el marxismo vulgar, de las relaciones que existen entre lo
imaginario y lo real. En este sentido, el análisis que hace Bloch de los sueños diurnos (tagstraume) pone de
manifiesto el carácter dominable y proyectivo que éstos poseen»
De hecho, para Maffesoli, tras todo proyecto revolucionario late siempre el germen de la utopía como
medio de trascendencia de lo real y apertura a lo posible.
«La apertura del campo de lo posible contra la fatalidad del presente o las imposiciones del pasado,
procede de esta extraña pasión “por decir nuestra vida, así, directa totalmente”, es la ebriedad primaveral
y romántica que impulsa la lucha contra la trivialidad de lo establecido y que, al aliarse con la lucidez (y al
desarmar así el aspecto escéptico de la lucidez), constituye el más firme motor de la revolución».
Algunos años más tarde, Maffesoli reincidirá en la tesis de que LO IMAGINARIO ES AQUELLO QUE DOTA DE
VIGOR A LA UTOPÍA AL MOVILIZAR LA POTENCIA SOCIAL Y CUESTIONAR, DE ESTE MODO, EL ORDEN
ESTABLECIDO.
Esto se produce porque, en realidad, el ensueño, lo imaginario, el mito, canalizan las aspiraciones sociales a
través de la dimensión simbólica. «Los mitos, otra manera de decir los sueños, en los cuales se ha
expresado, en su sentido más fuerte, el “simbolismo” de un conjunto social; o para decirlo de una manera
trivial, su cosa mental. Este simbolismo existe antes y después de la política, la irriga en profundidad, él es,
de algún modo, el estrato subterráneo».
En efecto, la fecundidad de los mitos para dinamizar la acción colectiva descansa siempre en su apelación a
un ámbito más vivencial que propiamente racional. «Apoyándose en la terminología de Durkheim, la
interpenetración de las conciencias, de otra manera conocida como ideología, produce “una existencia
psíquica de un nuevo tipo”, que piensa y actúa de manera autónoma. Esta metáfora referida a la sociedad
no carece de audacia. De algún modo, recalca bien la solidez y originalidad del vínculo simbólico. La
asociación que resulta de ello es también un factor activo que produce efectos especiales. Esto es lo que es
importante en las representaciones»
El dinamismo de un movimiento social, como anteriormente apuntábamos, remite siempre a su
vinculación con los aspectos imaginarios y mitológicos. Así, en La violencia totalitaria, Maffesoli nos sugería
adentrarnos en el análisis de la utilidad política del mito revolucionario, mostrándonos un nexo básico entre
mito y revolución.
La seducción de los movimientos revolucionarios descansaría, a su juicio, en un mito que los animaría y que
los impregnaría de un carácter propiamente mesiánico.
«Hay que señalar un último interés del paradigma mítico. El de subrayar una puntuación que puede
encontrarse en los fenómenos revolucionarios y en las manifestaciones mesiánicas».
Por tanto, la fuerza de los mitos, de las religiones, de las utopías..., radicaría más en su forma que en su
contenido, en su capacidad para interpenetrar la conciencia colectiva y garantizar una socialidad.
FICHA 2.- CRÍTICA DE LA MODERNIDAD E IMAGINARIO
Influenciado por el pensamiento de Adorno y Horkheimer en Dialéctica de la Ilustración, Maffesoli entiende
que la modernidad ha impuesto un totalitarismo de la razón que reduce la realidad a criterios de utilidad
y cálculo, sustituyendo, a través de un proceso de aparente desmitologización, al mito por el número.
Así, de esta forma, la racionalidad moderna sería el asidero sobre el que descansaría la consolidación del
ideal productivo y el mito del progreso. A través de ella, la heterogeneidad y singularidad de la realidad se
someten a un perverso principio de equivalencia generalizada que concibe lo real como aquello reductible a
un preestablecido esquema racional y que, en consecuencia, reprime la diferencia.
En suma, Maffesoli trata de mostrar cómo la racionalidad científica es un elemento constitutivo de la
dominación social. Por otra parte, esta racionalidad abstracta, cuantitativa y formal, característica de la
modernidad, resultaría estéril al tratar de descifrar aquellos aspectos de la vida social irreductibles a este
excluyente modelo de racionalidad.
De ahí, el llamamiento, por parte de Maffesoli, a una razón sensible, a una razón erótica, a un raciovitalismo
que redescubra la analogía y la metáfora como vías de conocimiento capaces de desentrañar toda la riqueza
de lo social.
Si la modernidad estableciera una lógica caracterizada por una monovalencia de lo racional en la que el mito
y lo imaginario quedaran proscritos de la experiencia social, la cultura postmoderna, piensa Maffesoli,
testimonia el valor y la eficacia social de éstos, realza aquello que precisamente fuera excluido por la
programática moderna; insinúa, en suma, un paradigma estético de cultura.
Maffesoli utiliza la noción de formismo, inspirada en el pensamiento social de Georg Simmel, como
elemento clarificador de esta efervescente sensibilidad postmoderna.
Así, una perspectiva sociológica formista sería aquella que permitiese mostrar la relevancia de distintas
formas de coparticipación comunitaria movidas por una actitud sentimental. En efecto, el
autorreconocimiento es el móvil básico que preside la lógica de lo social, es lo que permite comprender la
cultura postmoderna a partir de una religiosidad profana en la que se realza aquello que tiene que ver con
un sacramento común, del cual la forma es su fundamento.
La forma carecería de toda dimensión de proyecto, de finalidad histórica, en la línea de la filosofía del
progreso ilustrada; por el contrario, fijaría su atención en la experiencia presente, sería un receptáculo de
acogida más que un programa a realizar.
Es un vínculo inmaterial que da sentido a las fragmentarias y heterogéneas manifestaciones de la cultura
postmoderna. Además, ligado a lo anterior, destaca la participación mística como la dinamizadora de la
experiencia colectiva, cuestionando el individualismo impuesto por la modernidad. De este modo, muestra
un novedoso reencantamiento del mundo en el que aflora el mito pretendidamente disuelto por el espíritu
racionalista. Lo postmoderno, cultura caracterizada por una lógica de la forma, rescata así, para Maffesoli, lo
premoderno, es decir, lo que el programa moderno intentara soterrar.
FICHA 3.- LO IMAGINARIO COMO CONFIGURADOR DE LA SOCIALITÉ
Maffesoli, realzando la importancia de la emoción vivida en común y del sentimiento compartido, propone
el paradigma tribal como diagnóstico nuclear de las sociedades postmodernas.
Por medio de éste, se designarían unos modos de relación social de tipo empático que testimoniarían la
crisis de un proyecto social en tensión de futuro y la vitalidad de un sentimiento de comunidad ligado a lo
presente.
La crisis del metarrelato moderno provocaría la efervescencia de aquello reprimido bajo éste, propiciaría
la emergencia de un componente pulsional que se canalizaría y plasmaría en unas nuevas micromitologías
de las cuales cristalizaría un sentimiento de comunidad compartido, un ethos común que adopta una
expresión propiamente pasional y emocional, a lo que Maffesoli denomina como paradigma estético de
cultura.
Al mismo tiempo, según Maffesoli, la modernidad había significado la consolidación de la noción de
identidad del sujeto. No obstante, en la actualidad, esta categoría entra en crisis con el surgimiento de
formas de socialidad que persiguen la disolución de la identidad en un sentimiento vivencial de
comunidad, de estar juntos, que caracterizaría inequívocamente a las sociedades postmodernas.
No se trataría, por tanto, de concebir la postmodernidad como un repliegue hacia el individualismo, sino,
por el contrario, como la exaltación de un narcisismo colectivo enraizado en una socialidad
desindividualizante que se ampara en un sentimiento de pasión compartido.
Es lo que Maffesoli expresa como «el deslizamiento desde la lógica de la identidad hasta la lógica de la
identificación». En este punto es donde el imaginario social entra en juego, puesto que las novedosas
manifestaciones de socialidad obedecen, en última instancia, a expresiones de religación que adquieren
consistencia en un imaginario común. Desde una perspectiva similar, debiera ser comprendida, según
Maffesoli, la efervescencia de la imagen en la sociedad actual.
La imagen realza su importancia en una cultura proxémica, en la que se otorga prioridad a lo comunitario
sobre lo individual y a las pequeñas historias vividas frente a la gran historia.
A través de ella, se alcanzaría un reconocimiento y una identificación comunitaria.
En Au creux des apparences. Pour une éthique de l’esthétique, Maffesoli afirma que la omnipresencia de la
imagen en la vida social nos remitiría a un imaginario, a una suerte de inmaterialidad, en donde la imagen
adquiere una particular significación.
Este mundo imaginario es el soporte sobre el que se solidifica un sentimiento de comunidad compartido. De
ahí que la imagen se configure, pues, como un sacramento generalizado que favorece la interacción social y
propicia la vivencia comunitaria: «...la imagen es ante todo ecológica, se inscribe en un contexto, se
vincula a un grupo dado».
A juicio de Maffesoli, podría hablarse incluso de una corporalidad espiritual albergada en el seno de la
propia imagen, puesto que ésta dispone de la facultad de movilizar y fusionar las diferentes sensibilidades
individuales. Por medio de ella, la materialidad expresa un sentido de congregación simbólica y, al mismo
tiempo, el espíritu de la sociedad adquiere una forma material y concreta. Maffesoli lo expresa
sintéticamente como: «...saber epifanizar la materia y corporalizar el espíritu. Física mística de la
sociabilidad».
FICHA 4.- LA LEGITIMACIÓN DEL ORDEN SOCIAL
El poder, piensa Maffesoli, necesita revestirse de una aureola simbólica desde la cual germine aquello que
La Boétie llamaba una servidumbre voluntaria, es decir, una aceptación interiorizada del orden social por
parte de los dominados que surja de su propia voluntad sin necesidad de recurrir al uso de una violencia
externa sobre ellos.
De este modo, el poder invoca siempre a lo imaginario, al ámbito del deseo, del sentimiento,
consiguiendo controlar la pasión común y compartida que caracteriza a toda forma de sociedad.
De hecho, el grado de eficacia en la conservación del poder radicaría precisamente en su capacidad para
administrar el imaginario colectivo de una sociedad.
Maffesoli denomina origen ecológico del poder a la apelación del poder al orden de lo mitológico. El orden
social se funda, de este modo, en una cosmogonía de la que cristaliza una tradición y que consolida la vida
de una sociedad.
Así, se puede hablar de un fundamento religioso de todo poder político, o, lo que es lo mismo, se puede
afirmar que todo ejercicio de la política se sostiene en última instancia sobre la religión.
Esta religiosidad de la que se nutre el poder es lo que permite explicar la servidumbre voluntaria de los
individuos, en la que se les hace creer a éstos que la dominación en lugar de tal es un servicio prestado a la
entidad gobernante, la cual, como contrapartida, procuraría la protección al cuerpo social.
«La sumisión no es más que el correlato de la protección. La característica esencial del jefe es asegurar un
recurso, de ser garantía de un equilibrio». En suma, el ejercicio de lo político reclama siempre una
mitología fundadora y legitimadora que remite a lo religioso. Es lo que pretende señalar Maffesoli al
decirnos que, en última instancia, «...todos los políticos destacados son grandes conquistadores de
almas». Porque, en definitiva, piensa Maffesoli, el carácter de religiosidad de lo político radica en su eficacia
para generar un sentimiento de comunidad compartido a través de la incitación a lo imaginario. «Para
decirlo en otros términos, más clásicos: no hay política sin religión. Religión siendo tomada en su sentido
estricto: lo que enlaza a gente portando un conjunto de presupuestos comunes». Desde esta perspectiva, se
podría llegar a explicar la disolución de la individualidad en un nosotros colectivo, alimentada tanto por los
regímenes fascistas como por los emergentes movimientos populistas de las sociedades actuales.
FICHA 5.- VI. LA NOCIÓN DE IMAGINARIO SOCIAL DE MICHEL MAFFESOLI EN EL MARCO DE LA SOCIOLOGÍA
CONTEMPORÁNEA
En este contexto, la originalidad de la aportación sociológica de Maffesoli en torno a lo imaginario puede
estructurarse bajo un triple aspecto:
a) La fundamentación epistemológica de una sociología de la vida cotidiana que focaliza su atención
sobre lo banal, lo efímero, lo frívolo, en la que lo imaginario, incluido en el registro de lo simbólico,
juega un papel nuclear.
b) La utilización del orden de lo imaginario en la propuesta del tribalismo como novedoso marco
teórico encargado de elucidar la lógica específica de una variada gama de fenómenos sociales
emergentes en las sociedades contemporáneas. En esta perspectiva, lo imaginario es contemplado
como un continente de acogida que proporciona una identidad social, como un espacio que
conforma una congregación comunitaria en torno a emblemas simbólicos.
c) La inscripción de la noción de imaginario en el debate teórico contemporáneo centrado en torno
a la modernidad. Lo imaginario, en este contexto, facilitaría un reencantamiento de una existencia
social previamente reificada por una unidimensional racionalidad moderna, edificando potenciales
posibilidades de realidad, utopías intersticiales en palabras de Maffesoli, que transfigurarían la
desencantada realidad cotidiana.
FICHA 6.-
FICHA 7.-
FICHA 8.-
FICHA 9.-
FICHA 10.-
FICHA.-
URL.-
Carretero Pasín Angel Enrique 2001 IMAGINARIOS SOCIALES Y CRÍTICA IDEOLÓGICA Una perspectiva para
la comprensión de la legitimación del orden social. Facultad Ciencias Políticas/Universidad de Santiago de
Compostela
http://www.cervantesvirtual.com/descargaPdf/imaginarios-sociales-y-critica-ideologica--0/
TEMA GENERAL EL IMAGINARIO SOCIAL. UNA NUEVA PERSPECTIVA PARA ABORDAR LA REALIDAD SOCIAL
RESUMEN:
PROBLEMA.-
MATERIAL Y MÉTODOS USADOS.-
LUGAR DE LA INVESTIGACIÓN.-
CONCLUSIONES.-
RECOMENDACIONES.-
FICHA 1.- El lugar del imaginario en el pensamiento occidental. Breve introducción histórica
Como señala Hélène Védrine lo imaginario es un dominio fundamental de la vida social que remite al
orden del mito como ordenador de la realidad. Su génesis descansa en la imaginación, facultad humana
que lejos de ocupar un lugar accidental en la dinámica consciente del ser humano, se encuentra presente en
el interior de todos los ámbitos del saber.
En algún contexto, el tratamiento de lo imaginario es peyorativo, al ser concebido desde una actitud
racionalista o intelectualista como un orden sui géneris de irrealidad que escapa al dominio de lo racional.
En otras localizaciones, sin embargo, se contempla lo imaginario como una fuente de riqueza vital que a
través del ensueño impregna la vida de los individuos y las sociedades.
la esencia de lo imaginario adquiere un carácter propio, no se concibe como una consecuencia derivada de
una causa siempre real o un antídoto quimérico de ésta, tal como es analizado en otros discursos teóricos
contemporáneos, sino como un orden experiencial diferente y con una lógica propia.
A. Pensamiento griego
La imagen es desvalorizada cognoscitivamente al considerarse como una mera copia deficiente o simulacro
de la verdadera realidad, que es el mundo de las ideas.
La perspectiva platónica en torno a la imagen descansa sobre la noción de mímesis, esto es, la imagen es
una reproducción o imitación de la idea que la funda.
Platón se mueve entre dos planos: una historia fundadora y una hipótesis verosímil. Por una parte, el mito,
al no encontrarse localizado en un espacio y en un tiempo determinado, puede convertirse en instrumento
de manipulación del pueblo en manos de fabuladores.
Aristóteles descubre que la imaginación posee un dominio propio respecto de las facultades anteriores, de
modo que pese a que la imaginación no se da sin la sensación, también es cierto que mientras la sensación
es siempre verdadera, la imagen proyectada por la imaginación es a menudo difusa o falsa.
Por otra parte, la imaginación se distingue del pensamiento, por cuanto éste acompaña siempre a la verdad,
a diferencia de la imaginación que no consigue liberarse de la falsedad.
B. Pensamiento renacentista
C. Pensamiento moderno
En la Crítica de la razón pura, Kant expone en el apartado dedicado a la Analítica Trascendental cómo la
imaginación es una facultad productiva que sirve como esquema a priori de todo conocimiento.
En concreto, la imaginación actúa como una facultad activa de síntesis o unificación en el tiempo, haciendo
posible la aplicación de categorías a objetos de la experiencia, para, de este modo, construir el
conocimiento.
Kant distingue entre dos tipos de imaginación:
1. La imaginación empírica tiene por función asociar imágenes dadas a través de la sensibilidad en una
síntesis empírica, su aplicación se restringe al campo propio de la psicología puesto que opera
asociando distintas imágenes.
2. Pero la imaginación fundamental de la que depende la anterior es la imaginación pura, ésta se
circunscribiría al terreno propio de la filosofía trascendental. Su función esencial radicaría en ser
una síntesis apriori de los distintos fenómenos, y por tanto condición indispensable de toda
posibilidad de conocimiento.
De ahí que el papel fundamental que juega la imaginación pura en la Crítica de la razón pura sea el de un
esquematismo consistente en aplicar las categorías a los fenómenos por medio de una determinación
trascendental del tiempo.
Su radical importancia estriba en que esta de la imaginación. De lo que se trata en este texto, es de resaltar
también el poder de la imaginación para esquematizar, pero liberada ahora de todo concepto.
En este sentido, la idea estética escapa a nuestro conocimiento, puesto que no puede representarse
conceptualmente. Este carácter que acompaña a la idea estética es la condición necesaria para un estímulo
de la libertad y la transformación de la experiencia. Da cuerpo a las ideas de la razón, de las que no se puede
tener conocimiento objetivo puesto que traspasan los límites propios de éste. Para decirlo de otro modo,
en el ámbito de la estética la imaginación aparece liberada de la constricción limitadora del
entendimiento, con lo que, de este modo, alarga el juego de la creatividad. Además, en el juicio estético,
piensa Kant, se da un especial entre juego de imaginación y entendimiento.
Si bien el entendimiento se caracteriza por su ajustamiento a la conformidad de la ley, mientras lo
característico de la imaginación es el poder esquematizador sin conceptos, el juicio estético expresa la
paradoja de una libertad ligada a un orden o dicho con otras palabras, el arte esta dominado por la
inherente contradicción de una libertad necesariamente ajustada a orden. Lo bello, como manifestación de
lo estético, es algo que por definición no puede ser expresado conceptualmente, pero, sin embargo, puede
ser captado desde el recurso a la analogía y el simbolismo, ya que el símbolo no es una expresión directa de
algo sino más bien una relación de segundo grado que expresa siempre una realidad más allá de sí mismo.
El símbolo, de este modo indirecto, puede representar aquello que, como lo bello, por su propia naturaleza
se resiste a la representación. A diferencia de lo bello, lo sublime, para Kant, transgrede toda regla, traspasa
por exceso toda sensibilidad ordinaria convirtiéndose en límite absoluto de lo pensable. En suma, interesa
destacar que la relevancia que Kant otorga al poder de la imaginación como un esquematismo sin
concepto en la Crítica del juicio deja abierta la posibilidad de concebir una autonomía propia para la
imaginación respecto del mundo objetivo.
Se convierte, de esta manera, en la condición de posibilidad de acercamiento a lo incondicionado respecto
de toda experiencia y a la fecundidad propia del arte.
D. Pensamiento contemporáneo
La filosofía contemporánea recupera un espacio autónomo para la imaginación que había sido sepultado
por el positivismo con el pensamiento de Gaston Bachelard y Jean Paul Sartre. Interesa destacar estos dos
autores, porque EN AMBOS EXISTE UNA ANÁLOGA CONSIDERACIÓN DE LO IMAGINARIO COMO FUENTE
DE ENSOÑACIÓN Y CREATIVIDAD A TRAVÉS DEL CUAL SE PROYECTA UN NUEVO REGISTRO DE LO REAL
OPUESTO ASÍ A LA REALIDAD ORDINARIA. También, un denominador común a ambos pensadores, es su
perspectiva crítica respecto del positivismo, de modo que la existencia de lo imaginario permitiría
cuestionar la existencia de datos o hechos puros dados en la realidad, y por consiguiente contemplados al
margen de la capacidad de creación y ensoñación vivencial del sujeto que los experimenta.
En el psicoanálisis lacaniano, a diferencia de Bachelard y Sartre, se contempla lo imaginario como lo
sustitutivo de una carencia más que como una fuente de creación y libertad del individuo. Es concebido
como una consecuencia de una falta primigenia, lo que anula, finalmente, la originalidad propia de lo
imaginario.
Este poder de la imaginación radica, para Bachelard, en que la conciencia humana es donadora de sentido
y por tanto el objeto real es portador de esta donación. Sin recaer en un idealismo fenomenológico al
modo husserliano, Bachelard lleva a cabo una fenomenología de las imágenes con el objetivo es desvelar la
singularidad poética que las acoge.
Bachelard sitúa el poder de la imaginación en el dinamismo del ensueño que está impregnando todo lo
real, y que llega a alcanzar en este autor una dimensión metafísica en cuanto desvelamiento y apertura a
otras posibilidades oníricas enraizadas en las cosas.
No obstante, para ello es preciso mostrar una clara disociación existente entre los órdenes de lo conceptual
y lo imaginativo como formas diferenciadas de acercamiento a lo real.
Desde una actitud semejante a la de Bachelard, Sartre en Lo imaginario intenta destacar la función de la
imaginación como productora de lo irreal desde la conciencia, a diferencia de la percepción que siempre
depende inevitablemente de lo real.
El poder de la imaginación, para Sartre, consiste en crear posibles realidades que no se encuentran
actualizadas en la realidad. Pero su actividad no es arbitraria, puesto que trabaja siempre sobre un fondo de
mundo, aunque al mismo tiempo se separe de él a través de la creación de irrealidad.
Existe, además, en Sartre, una estrecha relación entre lo imaginario y la libertad, ya que es la imaginación
la que posibilita el ejercicio de la libertad de un sujeto que crea su mundo.
Así, la conciencia que nace sujeta a un ser en el mundo, puede despegarse de él a través de la facultad
potencial que posee la imaginación de crear irrealidad. Es necesario, entonces, como condición
indispensable de la actividad de la imaginación, la propia existencia previa de un ser en el mundo y, al
mismo tiempo, la propia liberación a posteriori respecto de éste.
La conciencia realiza su libertad por medio de esta capacidad de la imaginación para crear unas
posibilidades que se rebelan al orden de la mera facticidad del mundo.
FICHA 2.- Corrientes de pensamiento fundamentales en la configuración de la concepción del imaginario social
La obra de Durkheim constituye el pilar fundamental para el estudio de la función que poseen las
representaciones elaboradas por los grupos sociales en el dinamismo de su vida colectiva. A través del
referente religioso, Durkheim trata de rescatar el carácter esencial de la representación social en la
dinámica de las sociedades, el cual, en algunas corrientes de pensamiento contemporáneo resultaba
manifiestamente eclipsado o minusvalorado.
La lectura canónica que Parsons hace de la obra tardía de Durkheim pone el acento en su faceta
conservadora, en aquella que ve en la sociología durkheimniana una apología de la sociología del orden
frente a la del conflicto, como supuesto precursor del paradigma estructural-funcionalista.
Pero más allá de esta limitada interpretación, la virtud de la obra tardía de Durkheim radica en poner el
descubierto cómo las representaciones colectivas constituyen unas formas de pensamiento sui generis
determinantes para el funcionamiento del entramado social.
Conviene comenzar destacando que en el mismo contexto en el que Durkheim elabora los fundamentos
metodológicos de la ciencia social, se encuentra ya un esbozo del relevante papel que desempeñan las
representaciones colectivas en el cuerpo social.
En el Prólogo de la segunda edición a la obra citada, cuando Durkheim pretende explicar el funcionamiento
de la coacción que la sociedad ejerce sobre el individuo, aclara que ésta descansa sobre la inevitable
exigencia de una representación social.
Entonces, la imposición de lo social sobre lo individual (temática reiterativa que recorre todo el
pensamiento durkheimniano) debe tener en cuenta la condición de una necesaria representación por
parte de los individuos, sin ella, la sociedad no llegaría a mostrarse plenamente investida con el aura de
una realidad externa y coactiva sobre la conciencia individual.
“La presión ejercida por uno o varios cuerpos sobre otros cuerpos o incluso sobre voluntades no puede ser
confundida con la que ejerce la conciencia de un grupo sobre la conciencia de sus miembros. Lo que tiene
de especial la coacción social consiste en que no es debida a la rigidez de ciertas ordenaciones
moleculares, sino al prestigio de que se hallan investidas ciertas representaciones”(Durkheim,1895:28).
Pero será posteriormente, en 1898, cuando esta intuición durkheimniana acabe tomando forma.
Fruto de ello es el intento de delimitar nítidamente las representaciones colectivas de las individuales,
poniendo de relieve cómo la intrínseca naturaleza de las representaciones sociales es irreductible a una
suma de conciencias individuales, mostrando cómo desde su estatuto propio de naturaleza social
pertenecen a un plano diferente al de la psicología. El dinamismo de las representaciones colectivas está
poseído de una especial complejidad, de unas leyes propias, que haría inviable una estrecha explicación
desde sus partes individuales, puesto que aquellas adquieren una autonomía, una vida propia, que se
desliga de la psicología individual.
Existiría, pues, una independencia de lo social respecto de lo individual, que convierte a las
representaciones sociales en unas representaciones sui generis, con una actuación peculiar y diferencial.
Lo social siempre es algo más que lo psicológico, puesto que el todo siempre es algo más que una asociación
de sus partes. A modo de síntesis,
“Luego, nada hay más extraño que el erro a consecuencia del cual se nos ha reprochado a menudo
una especie de materialismo. Muy por el contrario, desde el punto de vista en que nos colocamos, si
llamamos espiritualidad a la propiedad distintiva de la vida representativa en el individuo,
deberemos decir de la vida social que ella se define por una hiper-espiritualidad; entendemos por
esto que los atributos constitutivos de la vida psíquica se encuentran en ella, pero elevados a una
potencia mucho más alta y de manera que constituyen algo enteramente nuevo. A pesar del
aspecto metafísico, la palabra no designa, pues, nada más que un conjunto de hechos naturales que
deben explicarse por causas naturales, pero nos advierte que el mundo nuevo que así queda abierto
a la ciencia, sobrepasa a todos los otros en complejidad; que no es simplemente una forma
agrandada de los reinos inferiores, sino que en él actúan fuerzas que todavía son enteramente
insospechadas, y cutas leyes no pueden ser descubiertas por los solos procedimientos del análisis
anterior” (Durkheim,1898:58)
No obstante, el estudio fundamental en el cual aparece ya consolidada la trascendental importancia de las
representaciones colectivas en la vida de las sociedades es, sin lugar a dudas, Las formas elementales de la
vida religiosa, que se corresponde con el periodo más tardío de su itinerario intelectual.
En esta obra, sirviéndose de una explicación genética del fenómeno religioso que se remonta a las primeras
manifestaciones totémicas en religiones primitivas, Durkheim trata de desvelar la esencial y universal
función que cumple la representación religiosa en toda forma de sociedad. No habría, a juicio de
Durkheim, sociedad sin religión, como tampoco, en sentido inverso, religión sin sociedad. Existiría una
ligazón fundamental que une históricamente a la religión y a lo social que es preciso explicar, recurriendo
para ello al estudio del origen y funcionalidad de las primeras manifestaciones religiosas. El postulado sobre
el cual descansa la concepción durkheimniana acerca de la religión consiste en que lo sagrado es un
espacio de comunión social que garantiza la integración simbólica de la sociedad.
Para Durkheim, es una exigencia inexcusable para la conservación de la identidad y cohesión social que
los miembros de una sociedad se reconozcan socialmente en unas creencias y prácticas comunes.
Desde esta perspectiva, según Durkheim, el problema acuciante que afectará a las sociedades modernas
radicaría en el desmoronamiento del universo simbólico religioso que había sostenido la cohesión de las
sociedades tradicionales y, como consecuencia de ésto, la búsqueda de un equivalente funcional que supla
el vacío simbólico generado por la pérdida de credibilidad religiosa.
Dicho de otro modo, la problemática de la secularización del mundo genera una crisis anómica de los
procesos de integración en las sociedades modernas, en buena parte ligados a la división del trabajo
social, la cual exige renovadas formas de representación social que posibiliten la adhesión unánime de los
individuos en torno a unos ideales sociales comunes que respalden una identidad social.
De antemano, nos interesa resaltar que la perspectiva desde la cual Durkheim analiza el fenómeno religioso
se desvincula explícitamente de las categorías de verdad o falsedad propias del racionalismo.
De hecho, para Durkheim, no existe religión falsa, ya que toda religión tiene siempre un origen social y es
una expresión vivencial con una lógica que responde a unas determinadas necesidades de existencia de la
sociedad.
La pregunta entonces, acerca de la verdad de las creencias religiosas queda desplazada por la adopción de
una nueva actitud ante la religión, aquella que nos remite a la génesis de su intrínseca naturaleza social.
“Así pues, cuando abordemos el estudio de las religiones primitivas, ha de ser con la seguridad de
que éstas se sustentan en la realidad y la expresan; se ha de ver que estos principios aparecen
incesantemente a lo largo de los análisis y discusiones que han de seguir, y que lo que hemos de
reprochar a las escuelas de las que nos separamos es precisamente no haber tenido esto en cuenta.
Consideradas exclusivamente desde el punto de vista de sus formulaciones literales, está fuera de
duda que estas creencias y prácticas religiosas parecen a veces desconcertantes y quizá se sienta la
tentación de atribuirlas a algún tipo de aberración profunda. Más por debajo del símbolo hay que
saber encontrar la realidad simbolizada, aquella que le da su significación verdadera. Los ritos más
bárbaros o los más extravagantes, los mitos más extraños traducen alguna necesidad humana,
algún aspecto de la vida, ya sea individual o social. Las razones que el fiel se da a sí mismo para
justificarlos pueden ser, y de hecho lo son las más de las veces, erróneas, no por ello deja de haber
razones verdaderas; es quehacer de la ciencia el descubrirlas”(Durkheim,1912:2)
La génesis social de las representaciones religiosas se extiende y generaliza hacia todas las formas de
conocimiento y categorías puestas en juego en ellas.
Frente a la reduccionista oposición entre racionalismo y empirismo que marca los debates de la teoría del
conocimiento en la época moderna, Durkheim plantea una innovadora teoría del conocimiento, la cual
remite las categorías gnoseológicas a su origen social.
De este modo, en el sociologismo durkheimniano, espacio, tiempo, género, sustancia etc., lejos de ser
contempladas de modo ahistórico y apriórico, se deben comprender siempre desde la especificidad
histórica que constituye cada sociedad.
Así, aludiendo críticamente al racionalismo y empirismo dice:
“Por el contrario si, tal como nosotros creemos las categorías son representaciones esencialmente
colectivas, traducen por ello, antes que nada, estados de la colectividad. Dependen del modo en que
ésta está constituida y organizada, de su morfología, de sus instituciones religiosas, morales,
económicas, etc.” (Durkheim,1912:14)
Ya algunos años antes, en su obra conjunta con Marcel Mauss De algunas formas primitivas de clasificación.
Contribución al estudio de las representaciones colectivas, DURKHEIM HABÍA RESALTADO EL ORIGEN
SOCIAL DE TODO CONOCIMIENTO, pero desde el punto de vista de las variadas formas desde las cuales
cada cultura estructura la realidad de modo diverso.
En función de esto, las distintas formas de organización y clasificación de los elementos que constituyen la
realidad obedecerían a determinados marcos sociales desde los cuales se configuraría de modo peculiar el
mundo.
“Toda clasificación implica un orden jerárquico, del que ni el mundo sensible ni nuestra consciencia
nos ofrecen modelo alguno. Así pues, hay motivo para preguntarse donde hemos de ir a buscarlo.
Las mismas expresiones de las que nos servimos para caracterizarle autorizan la presunción de que
todas estas nociones lógicas tienen un origen extralógico. Nosotros afirmamos que las especies de
un mismo género sostienen relaciones de parentesco, calificamos ciertas clases de familias, el
propio término género ¿No designaba primitivamente un grupo familiar? Estos hechos inclinan a
conjeturar que el esquema de la clasificación no es un producto espontaneo del entendimiento
abstracto, sino que resulta de una elaboración en la cual han entrado todo tipo de elementos
extraños”(Durkheim -Mauss, 1903: 17)
En Las formas elementales de la vida religiosa insiste reiteradamente en que el reconocimiento del origen
social del conocimiento afecta al propio pensamiento conceptual, el cual traduciría una manera
particular, y por ello inexorablemente relativa, de ordenación de la experiencia social.
Cada cultura construye y estructura el mundo de forma distinta a través de unas herramientas conceptuales
y gnoseológicas diferentes; la conclusión de lo anterior es obvia: LA IMPOSIBILIDAD DE CONCEBIR UN
MARCO LÓGICO-CONCEPTUAL, UNIVERSAL Y TRANSHISTÓRICO, que nos sirva para organizar la realidad,
pero que esté desvinculado de unos fundamentos siempre sociales.
“Pues bien, no resulta dudoso que el lenguaje y, por consiguiente, el sistema de conceptos que
traduce sea el resultado de una elaboración colectiva. Lo que expresa es la manera en que la
sociedad en su conjunto concibe los objetos de la experiencia”(Durkheim, 1912:403-404)
La revisión crítica del racionalismo
Durkheim plantea una actitud diferente ante al fenómeno religioso respecto de ciertas corrientes de
pensamiento contemporáneo. Estas, desde una lectura cientifista y positivista del hecho religioso, evalúan
la religión desde un criterio unilateral: establecer la verdad o falsedad de la experiencia religiosa en
función de la existencia empírica de lo que ésta representa.
Desde la actitud durkheimniana, en este tipo de posicionamientos subyace un espíritu racionalista que se
revela impotente para comprender la riqueza de las representaciones religiosas.
Para descifrar el significado social de la religión, debemos desplazar a un segundo plano el problema de la
validez cognitiva de las ideas religiosas para fijar nuestra atención en la perspectiva esencial y definitoria
de la religión: la eficacia y funcionalidad práctica de las creencias, más que de las ideas, en la vida social.
El modelo teórico emblemático, a este respecto, sería la concepción de los tres estadios de Augusto Comte,
quien desde un marco teórico evolucionista heredado de la filosofía del progreso ilustrada entiende la
religión como una representación del mundo precientífica, es decir, sin un grado de desarrollo
cognoscitivo suficiente para alcanzar el estatuto de verdad propio de la ciencia. Cuando Durkheim rescata
el significado funcional de las creencias sepultado por el racionalismo, pretende otorgar a la dimensión
religiosa toda su relevancia.
“Para los creyentes, los hombres que, al vivir la vida religiosa, tienen la experiencia directa de lo que
la constituye, objetan que esta manera de concebirla no responde a su experiencia cotidiana
cotidiana. Sienten, en efecto, que la verdadera función de la religión no es hacernos pensar,
enriquecer nuestro conocimiento, agregar a las representaciones que obtenemos de la ciencia
representaciones que tienen otro origen y otras características, sino hacernos actuar, ayudarnos a
vivir. El fiel que ha comulgado con su dios no es tan sólo un hombre que ve nuevas verdades que
ignora el que no cree; es un hombre que puede más. Siente en sí una fuerza mayor para soportar
las dificultades de la existencia o para vencerlas” (Durkheim,1912:388)
Por tanto, Durkheim pretende reformular el clásico debate moderno entre ciencia y religión desde un nuevo
esquema intelectual. La religión no puede continuar fijando su tarea en la afirmación de dogmas teóricos
acerca del mundo, debe aceptar que la ciencia es un medio de expresión intelectual que explica con más
rigor el funcionamiento de la naturaleza, no obstante, al mismo tiempo, debe reconocérsele a la religión
un espacio social propio vinculado a la vivencia y experiencia cotidianas que el distanciamiento de la vida
que caracteriza a la ciencia no puede colonizar. La ciencia puede explicarnos la vida, pero a diferencia de la
religión, y esta cuestión es fundamental, no nos puede ayudar a vivirla.
“Es esto en lo que consiste el conflicto de la ciencia y la religión. Con frecuencia se tiene una idea
inexacta sobre él. Se dice que la ciencia niega por principio la religión. Pero la religión existe; es un
sistema de datos, en una palabra es una realidad. ¿Como podría la ciencia negar una realidad?
Además, en tanto que, la religión es acción, en tanto que es un medio para hacer que los hombres
vivan, la ciencia no puede sustituirla, pues si bien expresa la vida, no la crea; puede, sin duda,
intentar dar una explicación de la fe, pero, por esa misma razón la da por supuesta. No hay, pues
conflicto más que en un punto determinado. De las dos funciones que cumplía en un principio la
religión hay una, pero sólo una, que cada vez tiende más a emanciparse de ella: se trata de la
función especulativa. Lo que la ciencia critica a la religión no es su derecho a existir, sino el
derecho a dogmatizar sobre la naturaleza de las cosas, la especie de competencia especial que se
atribuía en relación al conocimiento del hombre y del mundo” (Durkheim, 1912:400)
La investigación antropológica en torno a las primeras manifestaciones religiosas realizada por Durkheim a
lo largo de Las formas elementales de la vida religiosa concluye con la afirmación de la universalidad del
hecho religioso como mecanismo de integración y cohesión social.
Tras desvelar el origen social de las representaciones religiosas, circunscribe su funcionalidad a la
generación de una conciencia colectiva sobre la que se asienta la identidad de una sociedad.
Durkheim está convencido de que la garantía de existencia de las sociedades viene dada por un ideal social
que las dota de vitalidad, de manera que la religión traduciría esta necesidad. Así, lo sagrado, con una esfera
delimitada de lo profano, estaría investido de un aura de respeto, obligatoriedad y prestigio, reveladores del
imperativo por mantener el lazo social a través de una identidad colectiva.
Decía Durkheim, algunos años antes en Representaciones individuales y representaciones colectivas, “ no
veo en la divinidad sino la sociedad transfigurada y pensada simbólicamente”(1898:76). Se hace necesario,
por tanto, que esta conciencia colectiva se reafirme periódicamente a través de ritos de culto con carácter
colectivo frente a las conciencias individuales, como un mecanismo por el cual se hace patente,
encarnándose, toda la fuerza de lo social.
Este modo mediante el cual la sociedad se hace presente al individuo contribuye a generar un sentimiento
de comunidad por vía de una peculiar efervescencia social, y por tanto a fortalecer los lazos de unidad y
cohesión de la sociedad.
Y es que a Durkheim no le interesa la religión como fenómeno sustantivo, sino más bien como fenómeno
funcional.
“No puede haber sociedad que no sienta la necesidad de conservar y reafirmar, a intervalos
regulares, los sentimientos e ideas colectivos que le proporcionan su unidad y personalidad. Pues
bien, no se puede conseguir esta reconstrucción moral más que por medio de reuniones ,
asambleas, congregaciones en las que los individuos, estrechamente unidos, reafirmen en común
sus comunes sentimientos; de ahí, la existencia de ceremonias que, por su objeto, por los resultados
a que llegan, por los procedimientos que emplean, no difieren en naturaleza de las ceremonias
propiamente religiosas. ¿Que diferencia esencial existe entre una reunión de cristianos celebrando
las principales efemérides de la vida de Cristo, o de judíos festejando la huida de Egipto o la
promulgación del decálogo, y una reunión de ciudadanos conmemorando el establecimiento de una
nueva constitución moral o algún gran acontecimiento de la vida nacional?(Durkheim,1912:397)
La religión se constituiría a través de prácticas comunitarias, en las cuales la sociedad se nos muestra
periódicamente, por eso, las representaciones religiosas son la expresión de la vida social, o expresado por
Durkheim a través de una formulación sintética:
“Si la religión ha engendrado todo lo que lo que es esencial en la sociedad es porque la idea de
sociedad constituye el alma de la religión”(Durkheim,1912:390)
Como la religión es fundamento constitutivo de la sociedad, para Durkheim se hace necesario replantear el
estatuto y dimensión de lo religioso, puesto que al estar enraizado en lo social ya no es posible concebirlo
como una esfera ideal localizada en términos dicotómicos más allá de lo real.
A su juicio, lo que debiera ser cuestionado es el mismo dualismo que le atribuye a la religión un ámbito ideal
independiente de lo real y con una entidad propia. Es la propia escisión entre real e ideal, mantenida tanto
por el idealismo como por el materialismo, la que impide hacer justicia a la religión.
Eliminado este dualismo, la religión es una trascendencia inmanente a la sociedad, ya que la
representación colectiva que caracteriza al fenómeno religioso es algo consustancial a la misma vida
social, del mismo modo que pueden serlo sus condiciones materiales de existencia, o con otras palabras, el
hecho de que no sea posible una sociedad sin religión elimina la posibilidad de reducir y circunscribir a ésta
a un orden transcendente e independiente de lo real.
Toda sociedad necesita de una representación de sí misma necesaria para su propio funcionamiento, ahí
descansa la lógica de la representación religiosa. Esta concepción acerca de la religión, entendida ahora
como trascendencia inmanente o representación de sí mismo por lo social que supera la falsa dicotomía
filosófica establecida entre lo real y lo material, es una idea clave, como analizaremos posteriormente, para
comprender la importancia que el pensamiento francés actual atribuye a lo imaginario en la vida social.
“Del mismo modo, cuando se opone la sociedad ideal a la sociedad real como dos cosas
antagónicas que nos arrastrarían en direcciones contrarias, se están realizando y oponiendo
abstracciones. La sociedad ideal no está por fuera de la sociedad real, sino que forma parte de ésta.
Lejos de que estemos repartidos entre ellas como se está entre dos polos que se rechazan, no se
puede pertenecer a la una sin pertenecer a la otra, pues una sociedad no está constituida tan sólo
por la masa de individuos que la componen, por el territorio que ocupan, por las cosas que
utilizan, por los actos que realizan, sino, ante todo, por la idea que tiene sobre sí misma Y es
indudable que llega a dudar sobre como debe concebirse: la sociedad se siente arrastrada en
direcciones divergentes. Pero cuando estos conflictos estallan, no se desarrollan entre el ideal y la
realidad, sino entre ideales diferentes, entre el de ayer y el de hoy, entre aquel que se asienta en la
autoridad de la tradición y aquel otro que tan sólo está en vías de constituirse”(Durkheim,1912:394)
Las representaciones sociales son algo más que un mero efecto epifenoménico derivado de lo material, se
les puede atribuir una causalidad propia en el dinamismo de la vida social. También, este punto, como
posteriormente veremos, va a resultar fundamental a la hora de valorar la naturaleza del imaginario social.
“Ahora bien, esta síntesis da lugar a que surja todo un mundo de sentimientos, de ideas, de
imágenes que una vez en vida, obedecen a leyes propias. Se llaman entre sí, se rechazan, se
fusionan, se segmentan, se reproducen sin que el conjunto de estas combinaciones esté controlado
y determinado directamente por la situación de la realidad subyacente. La vida que así surge goza
incluso de una independencia suficiente como para que a veces se desarrolle en manifestaciones sin
meta alguna, sin utilidad de ningún tipo, que aparecen por el sólo placer de
hacerlo(Durkheim,1912:395)
Simbolismo e imaginación
Teofanía: Existe una jerarquía en la estructuración de los símbolos que remite necesariamente a un
absoluto que les da sentido y los trasciende
“Tanto el régimen diurno como el nocturno de la imaginación organizan los símbolos en series que
siempre conducen hacia una trascendencia infinita, que se erige como valor supremo”
(Durand,1964:136)
“Contra la nada del tiempo es contra lo que se alza la representación entera, y especialmente la
representación en toda su pureza de antidestino: la función fantástica de la cual la memoria no es
más que un incidente. La vocación del espíritu es insubordinación a la existencia y a la muerte, y la
función fantástica se manifiesta como el patrón de esta rebelión” (Durand, 1960: 384)
También, la imaginación guarda una estrecha relación con el espacio, ya que en ella el espacio aparece
como una instancia sin tiempo o donde el tiempo se presenta comprimido. El espacio se convierte
entonces, a diferencia del tiempo que consume la existencia, en dimensión de esperanza.
“Finalmente, todo proceso imaginario, aunque se tiña como el mito con las veleidades del discurso,
se resume en última instancia en una topología fantástica cuyos puntos cardinales están formados
por los grandes esquemas y arquetipos constitutivos de las estructuras. Toda mitología, como todo
estudio de la imaginación viene a apoyarse antes o después en una “geografía” legendaria,
escatológica o infernal” (Durand,1960:394)
Durand apunta las nuevas directrices sobre las cuales debe consolidarse un humanismo auténtico.
Debe superarse la crítica del mito en términos de objetividad científica llevado a cabo por el
racionalismo y positivismo, reconociendo la importancia de la ilusión en la vida individual y
colectiva.
“Aquí más que en ninguna otra parte, no podemos tomar nuestro deseo particularista de
objetividad civilizada por la realidad del fenómeno humano. En este terreno las “mentiras
vitales” nos parecen más verdaderas y válidas que las verdades mortales” (Durand, 1960:
404).
El proyecto de desmitificación de lo imaginario, en términos científicos y bajo una noción de verdad
estrecha y limitada, conduce, paradójicamente, al mayor tipo de mitificación.
Ahora, ésta viene dada por la suplantación por parte del positivismo del espacio natural del mito, o
en clarividentes palabras de Durand críticas del positivismo: “A su vez, podemos preguntarnos bajo
qué régimen mítico se manifiesta a su voluntad esa desmitificación” (Durand, 1960: 404).
El positivismo es, pues, la nueva versión contemporánea de la mitología, pretendiendo superar el mito en
favor de la ciencia acaba convirtiendo a ésta en un nuevo mito. En este sentido, las similitudes con Dialéctica
de la Ilustración de Adorno y Horkheimer son más que notables.
Por tanto, el verdadero humanismo debe recobrar la radical importancia del mito, rechazando la falsa
ilusión de una desmitificación absoluta de la realidad. De esta forma, quedaría salvaguardada la libertad
propia de la subjetividad a su posible conversión cosificadora. ABOLIENDO LA DIMENSIÓN IMAGINARIA,
ELIMINARÍAMOS EL ELEMENTO DE ESPERANZA EXISTENCIAL NECESARIO PARA ENFRENTARNOS A LA
NADA.
“Lejos de irritarnos, este “lujo” poético, esta imposibilidad de “desmitificar” la conciencia, se
presenta como la posibilidad del espíritu, y constituye ese “hermoso riesgo a correr” que Sócrates,
en un instante decisivo, opone a la nada objetiva de la muerte, afirmando a la vez los derechos del
mito y la vocación de la subjetividad en el Ser y en la libertad que lo manifiesta. Para el hombre no
hay honor tan verdadero como el de los poetas” (Durand, 1960:406)
Desde esta apelación a la necesidad de recuperación del sentido, a partir de la fuerza existencial de lo
imaginario como ensoñación poética capaz de albergar la ilusión que nutre la experiencia vital de los sujetos
y su ansia de modificar el mundo, Durand culmina Las estructuras antropológicas de lo imaginario con unas
líneas finales cargadas de una gran densidad de significado, que condensan buena parte de su pensamiento
y que no podemos resistirnos a reproducir.
“Porque con frecuencia se ha dicho, de diferentes formas, que se vive y se canjea la vida, dando un
sentido a la muerte no por las certidumbres objetivas, no por las cosas, las mansiones y las riquezas,
sino por las opiniones, por ese lazo imaginario y secreto que une y enlaza el mundo y las cosas en el
corazón de la conciencia: no solamente se vive y se muere por ideas, sino que la muerte de los
hombres es liberada por imágenes. Por eso lo imaginario, lejos de ser vana pasión, es acción
eufémica y transforma el mundo según el Hombre de deseo:
La poesía es un piloto Orfeo acompaña a Jasón.
Por eso, no nos ha parecido estéril que el filósofo, según el antiguo oráculo, se incline de nuevo con
atención fraternal sobre la inspiración fantástica y ”se ocupe un poco del trabajo de las musas”.
¿Qué sería de los Argonautas sin la lira de Orfeo?
“Las instituciones no se reducen a lo simbólico, pero no pueden existir más que en lo simbólico, son
imposibles fuera de un simbólico en segundo grado y constituyen cada una su red
simbólica”(Castoriadis,1975,I:201)
“Esta sustancia sería la “infraestructura” que, como la palabra lo indica, está ya estructurada. Pero
¿Cómo puede estarlo, si no está instituida? Si la “economía, por ejemplo determina el “derecho”, si
las relaciones de producción determinan las formas de propiedad, significa que las relaciones de
producción pueden ser captadas como articuladas y lo están efectivamente “antes” ya (lógica y
realmente) de su expresión jurídica. Pero unas relaciones de producción articuladas a escalas social
(no la relación de Robinson con Viernes ) significan ipso facto una red a la vez real y simbólica que
se sanciona ella misma - o sea una institución”(Castoriadis, 1975,I: 215)
Castoriadis trata de refutar la ontología social materialista que a su juicio preside la teoría marxiana de la
sociedad, según la cual las deficiencias y contradicciones sociales son pensadas en términos
unilateralmente económicos, y a las representaciones imaginarias se le atribuye un carácter meramente
fantasmal en la resolución de éstas. Es necesario, para Castoriadis, destacar la fecundidad de lo imaginario
superando esta reduccionista concepción marxiana, comprendiendo el papel consustancial y necesario que
el imaginario juega en la vida de una sociedad como pilar sobre el que se apoyan tanto la identidad que la
constituye como los fines que la orientan, los cuales extralimitan el terreno propiamente económico.
“La humanidad no buscaría, como lo creía Marx - y por momentos también Freud- , en una
existencia real insatisfactoria compensaciones imaginarias durante un tiempo ( puede uno
preguntarse si la existencia de las vacas es enteramente satisfactoria y en el caso de una respuesta
negativa puede uno preguntarse cual es su religión). Lo cierto es que esa existencia real es
imposible e inconcebible como existencia de una sociedad sin la fijación de fines de la vida
individual y social, sin la fijación de normas y valores que regulen y orienten esa vida, sin la
fijación de la identidad de la sociedad considerada, del por qué y del para qué, sin la fijación de un
lugar en el mundo, de la naturaleza de ese mundo.. (Castoriadis, 1986:187).
Sigue concibiendo la génesis de lo imaginario como una compensación ilusoria de una carencia real, en este
caso psicológica.
en el psicoanálisis freudiano existe una perspectiva de lo imaginario que da prioridad a lo individual sobre lo
social, de manera que las creaciones imaginarias son siempre explicadas desde la mente del sujeto
individual.
Castoriadis pretende ir más lejos que Freud. A su juicio, debe concebirse la fantasía como la expresión
originaria de creatividad inherente a la imaginación radical y vinculada al principio del placer, por lo tanto no
es una ilusión que cubre un déficit o carencia sino la propia condición de posibilidad del deseo.
Y es que este último establece una dicotomía ficticia entre lo sincrónico y lo diacrónico que otorga prioridad
a lo primero sobre lo segundo, impidiendo de este modo pensar la historicidad de lo social. El
estructuralismo pensaría las estructuras de modo atemporal, sin percatarse de que están inmersas en un
fluir temporal del que no pueden ser sustraídas. De esta manera, suprime el tiempo, y sin embargo, es
incapaz de explicar el cambio histórico de las propias estructuras.
El núcleo de la lógica ontología heredada es la lógica identitaria o de conjuntos, que se manifiesta a través
de dos instituciones fundamentales y necesarias para la posibilidad de existencia de la sociedad: legein y
teukhein.
POR UNA PARTE, EL LEGEIN es el instrumento de expresión de la lógica identitaria o de conjuntos y está
asociada al elegir-poner-reunir-contar-decir, condición indispensable para concebir un conjunto. Pese a ser
imposible de eliminar en toda vida social, pues cuando pensamos y hablamos no podemos substraernos a
esta lógica de conjuntos, no llega a agotar toda la esencia de la vida social.
La función del legein consiste en una organización y ordenación del mundo a través de la utilización del
lenguaje como código, y ésto a partir de una organización preexistente en el estrato natural que puede ser
manipulada en forma de conjuntos, aunque bien es verdad que la organización de este estrato no presta
más que un punto de apoyo para una determinada estructuración del legein.
POR OTRA PARTE, EL TEUKHEIN encarna la dimensión identitario conjuntista del hacer social y está
asociado al reunir-adaptar-fabricar-construir. Introduce así la relación de finalidad o instrumentalidad que
refiere lo que es a lo que no es pero podría ser. Por eso, el teukhein instaura la dicotomía entre lo posible y
lo imposible, lo factible y lo no factible.
PARA PENSAR LA COEXISTENCIA SOCIAL ES NECESARIA UNA ONTOLOGÍA QUE LA CONCIBA DESDE LA
INNOVADORA CATEGORÍA DE MAGMA.
La sociedad no puede aprehenderse como una unidad de elementos diferenciados que reproduce la lógica
identitaria, debe pensarse como una organización de una diversidad que no se agota en una lógica de
identidad.
La noción de magma en Castoriadis supone un intento de comprender la lógica de lo social traspasando las
fronteras establecidas por el esquema de la teoría de conjuntos. Castoriadis lo define sintéticamente del
modo siguiente: “el modo de organización de una diversidad no susceptible de ser reunida en un
conjunto”(Castoriadis,1975,II:34) o ahondando en una definición más precisa “Un magma es aquello de lo
cual se puede extraer (o en el cual se puede construir) organizaciones conjuntistas en cantidad indefinida,
pero que jamás puede ser reconstituido (idealmente) por composición conjuntista (finita ni infinita) de
esas organizaciones” (Castoriadis,1975,II:288)
Uno de los móviles fundamentales que orientan la crítica de Castoriadis a la ontología tradicional es su
incapacidad para pensar el tiempo social. La sucesión temporal no es reducible al esquema de la lógica
identitaria y sus manifestaciones: causalidad, finalidad y consecuencia lógica.
Las categorías de la lógica ontología heredadas, al pensar el ser como determinado y por consiguiente
como atemporal, desvalorizan la temporalidad equiparándola a un modo secundario del ser.
De este modo, son incapaces de comprender el tiempo en que lo social esta inmerso, negando la propia
historicidad y creación continua que caracteriza a la sociedad.
La intención de Castoriadis en recuperar la dimensión de temporalidad del ser y cuestionar así su
categorización en forma de ser como determinado, universal y ahistórico, persigue resaltar que sólo una
ontología y una teoría del conocimiento cargadas de historicidad son capaces de comprender el devenir
inherente a lo social.
La ontología tradicional, al igual que la lógica, la matemática y también la ciencia clásica, en su objetivo por
suprimir lo temporal, conciben el tiempo como tiempo identitario, es decir como tiempo homogéneo y
neutro de una sucesión. El tiempo identitario se basa en el presente identitario y el devenir se concibe
como una repetición de presentes identitarios siempre equiparables.
El tiempo, así concebido, es el que sostiene la posibilidad de una lógica-ontología fundada sobre la
determinación identitaria. “Este tiempo identitario es indispensable para que haya determinación
identitaria. El presente identitario es el que suministra su instrumento a toda determinidad”
(Castoriadis,1975,II:65)
La forma en que una sociedad se representa a sí misma está sujeta a una peculiar institucionalización de
una temporalidad implícita, a una manera determinada de concebir el pasado y el futuro.
“No es que cada sociedad tenga su manera propia de vivir el tiempo, sino que cada sociedad es también una
manera de hacer el tiempo y de darle existencia, lo que equivale a decir, una manera de darse existencia
como sociedad “(Castoriadis,1975,II:73)
“Pues la institución explícita del tiempo en el capitalismo, en tanto que tiempo identitario o tiempo
de referencia, es la de un flujo mensurable, homogéneo, uniforme, totalmente aritmético; y, en
tanto tiempo imaginario o tiempo de significación, el tiempo capitalista típico es un tiempo “infinito”
representado como tiempo de progreso indefinido, de crecimiento ilimitado, de acumulación, de
racionalización, de conquista de la naturaleza, de aproximación cada vez mayor a un saber exacto
total, de realización de un fantasma de omnipotencia”(Castoriadis,1975,II:74)
A este respecto, Castoriadis aclara la distinción, que no separación, entre tiempo identitario, tiempo
imaginario y cualidad del tiempo.
1. Tiempo identitario sería el tiempo que tomamos bajo referencias. “es el tiempo relativo a la
medida del tiempo o a la imposición de una medida del tiempo” (Castoriadis,1975,II:78),
2. Tiempo imaginario sería la significación del tiempo identitario para una determinada
sociedad. “Lo que en él ocurre no es mero acontecimiento repetido, sino manifestación
esencial del orden del mundo, tal como es instituido por la sociedad en cuestión, de las
fuerzas que lo animan, de los momentos privilegiados de la actividad social ya sea en
relación con el trabajo, los ritos, las fiestas o la política”(Castoriadis,1975,II:79), y
3. Centralidad del tiempo expresaría una temporalidad orientada teleológicamente “lo que
el tiempo “incuba” o “prepara”, aquello de lo que está “preñado“(Castoriadis,1975,II:80)
la importancia de la institucionalización del tiempo radica en que esta institucionalización niega su génesis
histórica y temporal, oculta a la propia sociedad el hecho de que su temporalidad responde a una arbitraria
institucionalización, impidiendo que los individuos reconozcan el carácter autoinstituido de su
temporalidad. Esta ocultación del tiempo es condición para que la sociedad instituida se presente como
inmutable e independiente del tiempo, revestida así de la solidez de estos atributos, la sociedad no
reconoce su propia historicidad, con lo que crea su propia condición de heterónoma/que está sometido a un
poder externo.
Castoriadis parte de una ontología constructivista desde la cual la realidad social no puede ser
conceptualizada de forma objetiva, como un dato natural con una existencia preexistente, por el contrario,
lo real es siempre el resultado de una determinada construcción social desde la cual esta realidad
adquiere una peculiar significación para los sujetos.
Lo que se considere como real, y que como tal aparezca como algo evidente y connatural para una
determinada sociedad, depende de un imaginario social que a través de la institucionalización de un
magma de particulares significaciones dota de un sentido a las cosas.
Las significaciones imaginarias delimitan un umbral de visibilidad, es decir, establecen un marco
definitorio de lo real que implícitamente niega posibilidades diferentes.
Enraizadas y consolidadas en la mentalidad colectiva de una sociedad con el rango de evidencia, estas
significaciones imaginarias consiguen que una determinada percepción de lo real se convierta en una
certidumbre ontológica incuestionable.
Este es el modo mediante el cual el imaginario social se encarga de establecer lo que una sociedad
considera como real y de trazar las fronteras delimitadoras tanto de lo existente como de lo posible.
“Toda sociedad es un sistema de interpretación del mundo, y aun aquí el término “interpretación” resulta
superficial e impropio. Toda sociedad es una construcción, una constitución, creación de un mundo, de su
propio mundo. Su propia identidad no es otra cosa que ese “sistema de interpretación”, ese mundo que ella
crea. Y esa es la razón por la cual (como ocurre en cada individuo) la sociedad percibe como un peligro mortal
todo ataque contra ese sistema de interpretación, lo percibe como un ataque contra su identidad, contra sí
misma”(Castoriadis,1986:69)
DESDE ESTA PERSPECTIVA, EL PROBLEMA DE LA JUSTIFICACIÓN DEL ORDEN Y LA COHESIÓN SOCIAL DEBE SER
TRATADO A LA LUZ DE LA PRODUCCIÓN DE REALIDAD LLEVADA A CABO POR LA INSTITUCIONALIZACIÓN DE UN
MAGMA DE SIGNIFICACIONES IMAGINARIAS.
La integridad de lo social quedaría salvaguardada por la coparticipación de los individuos que componen una
sociedad en un conjunto de significaciones centrales compartidas, en última instancia en un mito como garantía
de sentido, desde el cual todos los aspectos de la vida social adquieren una peculiar significación e inteligibilidad
para los participantes en esas significaciones últimas. Así, en Lo imaginario: la creación en el dominio
históricosocial, Castoriadis nos dice:
“El mito es esencialmente un modo por el que la sociedad catectiza con significaciones el mundo y su
propia vida en el mundo, un mundo y una vida que estarían de otra manera evidentemente privados
de sentido” (Castoriadis,1986:71)
“Hemos de pensarlo como posición primera, inaugurable, irreductible, de lo histórico-social y de lo imaginario social
tal como se manifiesta en cada oportunidad en una sociedad dada; posición que se presentifica y se figura en y por
la institución, como institución del mundo y de la sociedad misma. Es esta institución de las significaciones
-siempre instrumentada a través de las instituciones del legein y del teukhein- la que, para cada sociedad, plantea
lo que es y lo que no es, lo que vale y lo que no vale, y como es o no es, vale o no vale lo que puede ser y valer. Es
ella la que instaura las condiciones y las orientaciones comunes de lo factible y de lo representable, gracias a lo cual
se mantiene unida, por anticipado y -por así decirlo- por construcción, la multitud indefinida y esencialmente abierta
de individuos, actos, objetos, funciones, instituciones en el sentido segundo y corriente del término que es, en cada
momento y concretamente, una sociedad” (Castoriadis,1975,II:326-327)
Conviene señalar que estas significaciones imaginarias que crean realidad, lejos de una interpretación equívoca de
ellas en términos mentalistas o intelectualistas, funcionan en la vida de las sociedades entrelazándose en un
entramado afectivo que impregna todo el marco de la vida social.
De este modo, adquieren una mayor consistencia y por lo tanto incuestionabilidad, solidificando un sentido de
realidad que impida la interrogación reflexiva acerca de éste por parte de los coparticipantes en esas
significaciones.
Fijando un umbral de visibilidad social, estas significaciones, como afirma Castoriadis en Imaginación,
imaginaire, reflexión, deben poseer dos rasgos fundamentales para poseer una eficacia social.
POR UNA PARTE, LA COHERENCIA, ya que deben garantizar una interdependencia entre los
distintos elementos del todo social que conserve una unidad de sentido, que no necesariamente
está reñida con la existencia de oposiciones y contradicciones entre sus partes.
“Aquí aparece también la implicación imaginaria recíproca de las partes de la institución y de las significaciones
imaginarias sociales. Se trata no solamente de sus dependencias recíprocas pseudofuncionales, sino más bien de la unidad
y del parentesco sustantivo y enigmático entre los artefactos, los regímenes políticos, las obras de arte y, por supuesto, los
tipos humanos que aparecen en la misma sociedad y en el mismo periodo histórico. Inutil señalar que toda noción
explicativa causal o lógica de esta unidad carece de sentido” (Castoriadis,1997:271)
Y por otra parte, la completud, es decir cualquier proyecto problematizador de estas significaciones es
reconducido a la inmanencia2 de ellas, toda respuesta es dada desde el marco por ellas establecido. Así queda
salvaguardada la legitimidad de un orden social ante las fisuras que en él puedan generarse. Este es el modo de
constituirse una sociedad heterónoma, ya que este tipo de sociedades cierra la pregunta por el sentido de sus
instituciones impidiendo comprender su carácter autoinstituyente.
El imaginario social como constructor de realidad a través de significaciones encarnadas en todas las cosas
que componen la sociedad permite comprender, a juicio de Castoriadis, que la racionalización dominante en
las sociedades modernas, que surge como oposición a las cosmovisiones míticas, está acompañada de la
misma mitología que pretende eliminar, puesto que descansa sobre un nuevo imaginario: el de una
pseudoracionalidad.
2
aquella actividad como que pertenece a un ser , cuando la acción perdura en su interior, cuando tiene su fin dentro del
mismo ser
palabras del propio Castoriadis, “como autonomización de las instituciones con respecto a la sociedad”
(Castoriadis, 1975, I: 198).
Siendo la realidad social una constitución elaborada por la sociedad a través de significaciones
institucionalizadas, la alienación o heteronomía social vendrían dadas por la ocultación y desconocimiento
por parte de la sociedad del origen autoinstituyente de su realidad, o en otras palabras, de la imposibilidad
por parte de la sociedad de reconocer lo real como resultado de una génesis histórico-temporal.
El reconocimiento de la realidad social como creación de una institución imaginaria cuestiona cualquier tipo
de fundamentación que la presente de modo atemporal, inmutable o extrasocial.
Puede decirse, que la alienación o heteronomía de la sociedad es un estado prototípico caracterizado por
una petrificación significativa de lo real a partir del encubrimiento de su dimensión temporal, lo que
impide a la sociedad la posibilidad de un autocuestionamiento. La inercia y la perpetuación de lo social
radicarían en esta incapacidad de los individuos para reconocer su realidad como algo socialmente
instituido; mientras que, por el contrario, la autonomía social y la capacidad de transformación política de
cara a alcanzar una nueva forma de relación de los individuos con la institución, surgiría del
desvelamiento del origen social, arbitrario y contingente, de SU IMAGINARIO INSTITUIDO
“La sociedad, por tanto, es siempre autoinstitución de lo histórico-social. Pero esta
autoinstitución en general no se sabe como tal (lo que ha hecho creer que no puede saberse
como tal). La alienación o heteronomía de la sociedad es autoalienación; ocultación del ser
de la sociedad como autoinstitución a sus propios ojos, recubrimiento de su temporalidad
esencial”(Castoriadis,1975,II:332)
Esta es la esencia crítica del pensamiento: llevar a cabo un cuestionamiento deslegitimador y radical de las
significaciones imaginarias institucionalizadas que cristalizan una percepción natural del mundo cancelando
cualquier interrogación acerca de su sentido, o lo que es lo mismo, establecer una fisura en el orden natural
de las cosas.
Heteronomía social y religión están estrechamente relacionadas, puesto que el papel histórico de la religión
consistió en clausurar la pregunta por el sentido en una sociedad. La religión, a través de un conjunto de
creencias ligadas a lo sagrado, ofrece una oferta de cierre de sentido bajo una presentación homogeneizada
de lo social, la cual, a partir de la representación de un origen extrasocial de la institución oculta la
dimensión autoinstituyente y autoinstituida de la sociedad. La heteronomía que caracteriza a la religión
radica en este hecho: su presentación como origen propio de la institución, que impide reconocer la faceta
autoconstitutiva de lo social.
La religión dotaría de una significación al mundo, que cubriendo el caos, el abismo sin fondo en que radica la
existencia individual y social, sirve como protección ante la presencia de este caos. A través de la religión,
todas las sociedades a la vez ocultan y reconocen este caos abismal, por medio de una imagen instituida de
lo sagrado que le fija una localización determinada, bloqueando así la pregunta por el sentido.
Sin embargo, la religión es un falso reconocimiento/ ocultación del abismo, ya que impide descubrir el
carácter específicamente autoinstituyente de la sociedad a través de un determinado imaginario social,
delegando así en una instancia extrasocial el origen de las significaciones que impregnan la sociedad y que le
marcan unos fines y unas orientaciones. Bloquea, de este modo, la posibilidad de reconocimiento del origen
siempre social de estas significaciones y la necesidad por parte de la sociedad de responsabilizarse ante la
creación social de un sentido contingente, generándose así las condiciones caracterizadoras de la
heteronomía. LA RESONANCIA QUE EN LA PRÁCTICA POLÍTICA POSEE LO ANTERIOR RADICARÍA EN QUE,
EN ESTAS CONDICIONES, LA SOCIEDAD DESCONOCE QUE LA POSIBILIDAD DE TRANSFORMACIÓN DE LO
REAL RESIDE SOLAMENTE EN Y POR SÍ MISMA, LO QUE IMPIDE, EN DEFINITIVA, LA REALIZACIÓN
PRÁCTICA DE UN VERDADERO PROYECTO DEMOCRÁTICO.
Comprender críticamente la religión, en este caso, implicaba descifrar desde un punto de vista materialista
e histórico el fundamento sobre el que descansaban las representaciones religiosas. Sin embargo, no
solamente lo real está ya estructurado y configurado por significaciones, y por tanto carece de una entidad
preexistente a éstas, sino que, lo que es más importante aún, la religión no es una mera representación
imaginaria que emerge y está determinada por las condiciones materiales de existencia, por el contrario,
expresaría la inevitable necesidad de responder a las preguntas relativas al sentido y a la finalidad instaladas
en toda sociedad. Desde esta perspectiva, el carácter negativo de la religión radicaría ahora en su capacidad
para erigirse en origen exterior a lo social de las significaciones sociales encarnadas en la sociedad,
encubriendo la génesis histórico-social de éstas.
presidida por un declarado intento de otorgar una entidad a lo imaginario que había sido denegada por
cierta tradición de pensamiento marxista15, la cual relegaba lo imaginario al terreno de lo ideológico o de la
falsa conciencia, como un mero reflejo ilusorio y distorsionador de las condiciones materiales de existencia.
Desde esta ontología materialista, se ocultaba la facultad fundamental de lo imaginario como creador de lo
real, de ahí la exigencia de clarificar una nueva ontología que reformule la reduccionista contraposición
establecida entre lo real y lo imaginario.
“Así las Formas Sociales no poseen existencia ni en la sola conciencia de los hombres
-suponiendo que pudiese aislarse de su objeto- ni en una realidad exterior a esta conciencia .
Ellas son indisociablemente “objetivas” y “subjetivas”, con toda la dialéctica individuo-
sociedad que comporta esto subjetivo. Como tales, las formas sociales juegan luego un
papel esencial en nuestra comprensión del mundo social. Ellas permiten a la Sociología y
Antropología escapar a la alternativa del cientifismo y del idealismo subjetivo”
(Ledrut,1984:179)
Desde el paradigma cientifista, el mito se concebiría como lo irracional, pero sólo porque no se ajusta al
modelo de racionalidad dominante en la razón empírica. Sin percatarse de que la localización del mito,
como ya fuera apuntado por Durkheim y Castoriadis, no es el orden del conocimiento objetivo sino el del
sentido vital, el cual exige una lógica, y en sintonía con ella, una hermenéutica diferenciada.
El reconocimiento de la dimensión específicamente autónoma de la cultura, en la que se enraíza el mito y lo
imaginario, está directamente vinculado, para Ledrut, con la función esencial de las representaciones
sociales. Puesto que éstas, con una lógica alternativa a la dominante en la ciencia, son los medios a través
de los cuales los individuos y las colectividades se autoconstituyen y se reconocen en su mundo al modo
apuntado por Durkheim, es decir, conforman una identidad simbólica. De ahí, la necesidad de las
representaciones imaginarias como elemento fundamental de la existencia social, y su irreductibilidad a una
simplificadora identificación en términos de mero reflejo ideológico distorsionador o alienante que oculta y
legitima las condiciones reales de dominación social existentes, tal como se presenta en el discurso
marxiano.
Es preciso, en definitiva, subrayar, al igual que en Castoriadis, que la representación social no está
determinada por las condiciones materiales de existencia, porque la cultura no puede ser explicada de
modo reduccionista desde lo material ya que pertenece a un orden propio y diferenciado en lo social.
“Lo “cultural” cualquiera que sea su carácter (lenguaje, mito o arte) no es una simple
expresión de la interioridad humana, ni la reproducción de una realidad exterior. Es para el
espíritu (para los hombres) un medio de constituir su identidad y la del mundo. Las “Formas
simbólicas” - en el sentido de Cassirer - son las condiciones necesarias de la constitución de
la conciencia. No son de ningún modo reflejos de lo exterior o lo interior, sino
“representaciones” por las cuales la conciencia - sujeto y objeto inseparables - se edifica.
Traducida en términos menos “idealistas” esta concepción es aquella de la autoconstitución
del hombre a través y por las mediaciones culturales. El hombre se produce gracias a la
exteriorización que se opera en el lenguaje, los Mitos... Puede alienarse en ellos, pero
puede también reconocerse en la exteriorización cultural cuando es reconocida como su
exteriorización y no como el reflejo de una realidad extraña” (Ledrut,1984:186)
Ledrut piensa la sociedad, siguiendo a Durkheim, como una retroalimentación constante y recíproca entre
realidad y la representación, como una unidad operativa indisociable de ambos órdenes.
En suma, la realidad social no es algo objetivo, aparece inexorablemente prefigurada por lo cultural, son las
distintas manifestaciones de la cultura como creación humana las que conforman y dan vida a una
determinada realidad social.
“Lo social es inseparable del dinamismo humano (individual y colectivo) y de su
exteriorización incesantemente recuperada. Esto es por lo que lo social es totalmente
cultural. El lenguaje, los Mitos, el conocimiento, el arte no son de ningún modo lujos
superfluos y vanos. Lo social está tejido por estos movimientos culturales, estas puestas en
escena y estas objetivaciones”(Ledrut,1984:189)
Existe, por tanto, una dialéctica constante y nunca acabada entre lo imaginario y lo real, según la cual lo
imaginario coacciona a lo real y en sentido inverso lo real a lo imaginario. Por eso, la sociedad imaginaria no
se localiza en una esfera independiente respecto de la sociedad real.
“La sociedad imaginaria no puede situarse fuera de la sociedad real: participa por el
contrario en su autoconstitución. Le es consustancial. Así lo real engendra lo
imaginario y lo imaginario engendra lo real. La sociedad real ya que ella se realiza
tiene necesidad de desrealizarse: los dos movimientos de realización y
desrealización están íntimamente asociados”(Ledrut,1987:51)
El dominio de lo imaginario es el dominio de lo posible, pero de una posibilidad proyectada a realizarse, lo
que es indicativo de que tanto pertenece a lo irreal como a lo real.
“Lo imaginario está colocado entre lo real y lo irreal o más bien los ajusta y los
une”(Ledrut,1987:52).
Como posibilidad, el imaginario se manifiesta en la invención social de fines y valores que pretendan ser
soluciones a contradicciones de la vida real. Precisamente por este carácter de irrealidad, de invención, el
imaginario corre el riesgo de devenir objeto de culto y adoración por parte de los individuos. Sucede esta
circunstancia cuando el imaginario se desvincula de la realidad social de la que emerge, convirtiendose así
en ilusión religiosa.
CUESTIONAR, SIN EMBARGO, LA PERVERSIÓN DE LO IMAGINARIO CUANDO ESTA IRREALIDAD,
DESVINCULADA DE LA REALIDAD SOCIAL QUE LA FUNDAMENTA Y SIN CAPACIDAD PARA MOVILIZAR
ACCIONES SOCIALES, SE CONVIERTE EN UNA SIMPLE INCITACIÓN PARA LA ADULACIÓN Y LA IDOLATRÍA, O
SEA, PEYORATIVA, AHORA SÍ, IRREALIDAD O IDEOLOGÍA.
“Si, en una sociedad, las imágenes y los imaginarios son tomados por lo que son, es
decir incitaciones a la invención de una sociedad “real”, no pueden “engañar” a
nadie. Pero cuando lo imaginario por el contrario no está desarrollado o realizado en
la acción y en la vida (o en la obra que se llame artística o de otro modo) no es más
que fantasma o fantasías, irrealidad. Lo imaginario a veces pierde poco a poco el
componente de realidad que funda su existencia y su duplicidad al menos tanto
como lo hace su irrealidad. Deviene religioso”(Ledrut,1987:53 )
Deberíamos, pues, para Ledrut, valorar lo imaginario a partir de un nuevo criterio: su funcionalidad en el
seno de una sociedad. De este modo, el carácter peyorativo de lo imaginario residiría entonces, en su
facultad para legitimar, y por tanto contribuir a sostener, un orden social establecido, ocultando las formas
de dominación social.
“La sociedad imaginaria no es siempre aquella que hace cambiar la sociedad, ella
puede por el contrario conservarla y hacerla durar. Olvidarlo sería desconocer que
existe también una voluntad y un voluntarismo de la conservación. Se tiene ya
bastante visto por lo demás el papel funcional (o funcionalizado) de lo imaginario. La
imagen de la sociedad de los derechos del hombre, de la “Sociedad libre” que
existiría ya puede ocultar paradójicamente todas las formas de sometimiento que
esta sociedad posee. La sociedad imaginaria aquí en connivencia con la sociedad real
y que esta extrae su sentido de aquella, es de hecho una justificación o legitimación
azarosa. De la misma forma otra imagen, aquella de la “sociedad de los
trabajadores”, oculta la realidad del paro y de la explotación en una sociedad
haciendonos creer esa imagen”(Ledrut,1987:54)
Este es el aspecto negativo de lo que Ledrut, reformulando las tesis de Durand, denomina como función
equilibradora del imaginario, cuyo móvil es la conservación de la realidad social establecida. Pero al mismo
tiempo, para Ledrut, existiría una función desequilibradora de lo imaginario, que no había sido apuntada
por Durand, y a partir de la cual se generaría inestabilidad y cambio en un orden social.
En el seno de una determinada sociedad, el imaginario acoge esta doble funcionalidad: estática y dinámica,
es decir, en una misma sociedad existiría una lucha constante entre imaginarios que procuran mantener el
orden social e imaginarios que pretenden modificarlo.
La sociedad es, por ello, al mismo tiempo estática y dinámica. Sin embargo, Ledrut recalca que existe una
diferencia esencial entre la función equilibradora y desequilibradora de lo imaginario que remite a la propia
esencia de lo imaginario, y que resulta particularmente interesante para valorar desde una nueva
perspectiva crítica el papel que juegan las representaciones en la vida de las sociedades.
Mientras que lo que caracteriza la función desequilibradora o dinámica de lo imaginario es la invención de
posibilidades y expectativas que promueven el movimiento social a través de la realización de lo imaginario,
por el contrario, la función equilibradora de lo imaginario, por medio de su papel legitimador, desrealiza,
otorgando un carácter de fantasía a lo real.
“La función de desequilibraje de lo imaginario es paradójicamente (y a través de su
misma negatividad) una función de realización. Lo imaginario equilibrador por el
contrario desrealiza en las imágenes, justificadoras; fantasmagoriza y
embellece“(Ledrut,1987:55)
En suma, en la misma linea que Durand y Castoriadis pero también recogiendo el influjo de Durkheim, lo imaginario
para Ledrut no puede ser comprendido como una simplificadora ficción o fantasía que tiene como referencia una
realidad pensada siempre en términos materiales y objetivos. Por el contrario, lo real y lo imaginario, a través de la
noción de forma social, establecen una constante simbiosis desde la cual puede entenderse el funcionamiento de la
realidad social. Lo imaginario no es sinónimo de irrealidad, sino por el contrario fuente de invención y realización de
posibilidades destinadas a la modificación de la realidad establecida.
Esta desaparición del espacio coloniza la cotidianidad y condiciona el establecimiento de nuevos modelos
de relación interpersonal sin el obstáculo de la distancia, lo que, como consecuencia, modifica
sustancialmente las concepciones tradicionales de lo público y lo privado. El espacio privado se entreteje
de relaciones públicas de tipo instrumental pero desligadas del espacio exterior, lo que genera un modo de
vida conjunta pero al mismo tiempo, y paradójicamente, separada a través de la distancia.
De ahí, la urgencia política de reencontrarse con el espacio de lo local, como depósito de esta memoria
desorientada bajo el dominio de una racionalización y uniformización del espacio. Contribuyendo así éste, a
través del reconocimiento de una continuidad con el pasado, a la recuperación y consolidación de una
identidad de lo social dañada por ESE el movimiento vertiginoso
Para Balandier, la sobremodernidad se relacionaría con el espacio a través de un triple aspecto:
a. Descualificación. Consistente en la reducción del espacio a su faceta funcional. Lo que genera una consiguiente
neutralización tanto de sus aspectos diferenciales como de su importante carga de relación interpersonal y fuerza
socializadora, concluyendo así en una maquinización final del espacio.
b. Desrealización: La sobremodernidad, a través del desarrollo tecnológico y comunicacional, genera un espacio que
acoge el movimiento de hombres, cosas, servicios, como receptáculo de actividades técnicamente programadas.
Como ya indicara en Images.., las perversas consecuencias que de ello se derivarían vendrían dadas por la
desaparición de las fronteras entre lo público y lo privado por una parte, y la aprehensión peculiar del espacio a
partir de la imagen por otra, lo que contribuiría a generalizar y consolidar una realidad espacial meramente
figurada.
c. Virtualización: Lo real, a través de las nuevas tecnologías de la imagen, se disuelve en virtualidad y acaba siendo
suplantado por la propia imagen, con lo cual, los individuos finalmente estarían inmersos en una vida imaginaria
independiente de la vida real.
“La sobremodernidad se somete al exceso. No cesa de multiplicar, de diversificar las formas de la experiencia
humana, de lanzarla en lo inédito en el dominio y apropiación, sin parada. La conduce sobre unos caminos
embrollados donde el espacio y el tiempo no están ya definidos por sus localizaciones familiares, se convierten en
conjunto en generadores de desorientación. El momento y su lugar, el ahora y aquí, conjugan una suerte de alianza
en la discontinuidad, al precio de una fragmentación de la vida, de una incertidumbre en la definición de sí mismo.
La identidad propia requiere una memoria y la constante posibilidad de situarse, de mantener unas relaciones
vivas hechas de presencia y de palabras directas, no establecidas por medios artificiales o descualificadas por los
efectos de masas” (Balandier,1994:66-67)
“El activismo moderno prosigue la lucha con el tiempo bajo otras formas. Más contradictorio aún, el hombre
moderno puede descubrirse en una situación extraña al tiempo, en estado de a-temporalidad, tal como los
navegantes del espacio están en estado de ingravidez. El movimiento, el cambio, la precariedad se le hacen
familiares, y entran a formar parte de la naturaleza de las cosas. El acontecimiento queda banalizado por los media
y la aceleración de la información; al ser recibido en todo momento, hace añicos el tiempo y debilita la conciencia
de continuidad. La novedad, lo efímero, la moda, la versatilidad de los gustos, tanto con la necesidad de efectuar
frecuentes adaptaciones, dan la impresión de vivir solamente el presente. La dificultad para concebir claramente el
porvenir personal, así como las incertidumbres asociadas a esto, refuerzan esta ilusión de estar en un mundo en
el que la duración ha desaparecido”(Balandier,1985:260)
A este respecto, la imaginación, piensa Balandier, a través de su capacidad para generar una temporalidad
retrospectiva que se refugia en el pasado o una temporalidad anticipativa proyectada hacia el futuro, contribuye, en
ambos casos, a la eliminación de la dominación del tiempo presente, desplazándolo en los dos sentidos. LA FUERZA
DE LA IMAGINACIÓN RADICARÍA EN SER LA DEPOSITARIA DE LA RESISTENCIA ANTE UNA TEMPORALIDAD
PLEGADA SOBRE SÍ MISMA, ALBERGANDO LA FACULTAD PROYECTIVA DE UN TIEMPO QUE SE EVADE DE LO
INSTANTÁNEO PARA RECREAR, MEDIANTE LA ENSOÑACIÓN, PASADO Y FUTURO.
Para Balandier, la temporalidad propia de la sobremodernidad se caracterizaría por tres aspectos definitorios que
son explicitados con claridad en El desorden..:
a. Cotidianidad: Como ya fuera apuntado anteriormente, implicaría la fijación a una temporalidad inmediata,
incesantemente novedosa, y que confiere a los individuos una constante, pero nunca acabada, necesidad de
readaptarse al presente.
“De manera más global, el hombre de la modernidad puede sentirse en la situación
de extranjero ante lo que no es la temporalidad inmediata. En cambio, lo inestable,
la precariedad se vuelven más familiares; la novedad, lo efímero, la sucesión rápida
de las informaciones, los productos, los modelos de comportamiento, la necesidad
de efectuar frecuentes adaptaciones le dan la impresión de vivir solamente en el
presente, aunque la gestión de una existencia tiende a ser la de sus momentos
sucesivos”(Balandier,1988:159)
b. Las máquinas complejas: Generan una percepción y vivencia artificial del tiempo, alternativa al propio tiempo
cronológico.
“Es globalmente, la relación con la historia la que se difumina. No se contempla más como una doble imputación de
sentido: manifestación de una dirección y de una significación que surge y se descubre a lo largo del devenir de las
sociedades y las civilizaciones. No se ve más como un movimiento de progreso continuo, de unificación de avance
hacia la realización de mundos sociales más propicios a la eliminación de las coacciones y al desarrollo de la
persona. La historia parece reducida al silencio, ella no dice nada, no muestra más lo que está por venir. Este
silencio abandona a los individuos a ellos mismos, a la obligación de producir continuamente sus relaciones
sociales y sus significaciones, de remediar de forma constante y sin tregua lo inacabado de todas sus obras”
(Balandier, 1994:49)
“La búsqueda de los lugares de la memoria, de lo que contribuye a una ligazón histórica, muestra que esta última es
considerada como necesaria en la formación de la identidad y de las localizaciones de pertenencia menos frágiles. La
reivindicación de un tiempo más liberado se interpreta como la búsqueda de condiciones propicias a unas
actividades más autónomas, y también como el deseo de un tiempo “a hacer” y a cambiar de significaciones, abierto
a la creatividad personal y a la innovación, capaz de dotar al individuo de una parte de iniciativa en la construcción
del devenir común. En este sentido, el tiempo adquiere un valor político, se convierte en una perspectiva que
puede contribuir a liberar las coacciones de lo inmediato, y que intente abrir los espacios privados que incitan al
repliegue y a la clausura”(Balandier,1994:58)
FICHA 20.- La imagen como constructora de realidad y sus efectos sobre el imaginario social
El pensamiento de Balandier está presidido por la preocupación acerca del poder de la imagen, y en general
de la cultura mediática, en las sociedades actuales.
La importancia de la imagen radicaría en su capacidad para construir la realidad, de este poder, emerge una
nueva cultura y una nueva representación del mundo.
Balandier destaca cómo la sociedad mediática aprehende el mundo desde una nueva categorización: la
visualidad fragmentada propia de la imagen, de la que se deriva un nuevo régimen de definición de la
verdad y la creencia, el cual se sostendría básicamente sobre la vista
la sociedad de la comunicación, a través de la imagen, produce una pseudorealidad que acaba solapando y
finalmente suplantando a la propia realidad, convirtiéndose en una forma homogeneizante y totalizadora de
percibir el mundo
“Las redes que vehiculan las imágenes y los mensajes ligados, doblan la realidad
material, imponen una sobre-realidad siempre más densa, más englobante,
transmiten a lo real una “vida en doble” y vuelven más confusas sus fronteras hasta
ahora reconocidas. Todas las culturas tienen desde siempre definidas las formas de
un más allá de lo real inmediato, pero es la primera vez en la historia de los hombres
que la realidad cercana se encuentra inmersa en el flujo cotidiano de imágenes y
mensajes”(Balandier,1987:17)
o “La relación con la materialidad del mundo es transformada o enmascarada
o cortada por la interferencia de las imágenes, las inmaterialidades
sustituyen progresivamente a las cosas” (Balandier,1987:18-19)
En este sentido, es importante señalar cómo en las sociedades tradicionales la imagen aparece custodiada y
circunscrita a los específicos ámbitos de lo político y lo religioso. En la sobremodernidad, sin embargo, y
como resultado de la expansión de las técnicas de reproducción mecánica, se produce una explosión de la
imagen de masas sometida a los dictados del mercado y creadora de un universo dominado por lo visual.
Aquí enraíza su poder la imagen, puesto que la sobremodernidad, con la expansión mediática que ésta
despliega, coloniza el imaginario, terreno propio como hemos apuntado de la ensoñación y el deseo,
generándose así, como consecuencia, un especial tecnoimaginario.
“La imaginería específica de la sobremodernidad resulta de esta conjunción de medios que alían ciencia y
técnica, que construyen un real expresable y manipulable por medio de pantallas. Lo imaginario no puede
trazar su propio camino más que adaptándose a estas condiciones, más que practicando una suerte de
alianza desigual que hace un tecno-imaginario. Incluye sus propias imágenes, degradadas porque él no es
su único dueño, en un universo de imágenes abundantes integrando poblaciones constantemente
diversificadas: imágenes banalizadas de la vida cotidiana y del trabajo, imágenes de interrogación científica
y de la creación, imágenes inquisidoras de los dispositivos de vigilancia. Un universo donde la realidad se
evalúa según su capacidad de mostrar o de mostrarse, y donde - escribe Michel de Certeau - las
comunicaciones se transforman en "viaje de mirada(voyage de lDoeil)”( Balandier,1994:127)
De hecho, piensa Balandier, la sobremodernidad explota la faceta imaginaria presente en la vida social, pero
creando una simulada e ilusoria realidad que acaba por colonizar toda la vida social. La sociedad actual,
desmoronados los grandes mitos e ideologías que nutrían de sentido a la sociedad, se caracterizaría por un
nuevo género de dominación invisible, en el cual, unas fragmentarias micromitologías al servicio del
mercado conquistan la faceta de ensoñación presente en la cotidianidad, buscando la seducción de los
individuos a través de la apelación y sometimiento de su imaginario social.
Habría, pues, un nuevo reencantamiento del mundo a través de la imagen mediática convertida en forma de
mercancía y espectáculo banal, que requiere la apropiación de lo imaginario y su conformación bajo las
directrices de lo fugaz, inmediato o del deseo siempre insatisfecho.
“Lo imaginario social e individual mantienen su demanda, que debe ser provista Lo es
efectivamente con exceso, confusión y contradicción. Los mitos nuevos, portadores de
creencia y generadores de acción, no existen más que en estado difuso y precario, son mitos
de ambiente, de impregnación y con una función inmediata, más que mitos fundadores de
lazos sociales fuertes. La cultura de la mercancía, de cosas, de la publicidad omnipresente y
de los espectáculos comerciales transfigura de una cierta manera el consumidor, pero con
el fin de provocar en el cliente un deseo siempre reavivado”(Balandier,1994:26)
“Al tiempo que las religiones se debilitan, que las ideologías y las “cosmovisiones” se difuminan y dejan al hombre
contemporáneo desprovisto de grandes relatos de referencia, que lo político pierde parte de su contenido en favor
de la competencia por la competencia, la comunicación ocupa el lugar que todo ello abandona. LA COMUNICACIÓN
ACAPARA LO IMAGINARIO, PRODUCE LO REAL Y SUS SIMULACIONES, ENGENDRA SOCIOLOGÍAS CAMBIANTES,
FORMA E IMPONE LAS FIGURAS DETENTADORAS DEL PODER O LAS OBLIGA A DEPENDER DE
ELLA”(Balandier,1992:151-152)
La proliferación de la imagen en la sociedad mediática crea, para Balandier, una contradicción con la
consolidación de unas estructuras democráticas sólidas, puesto que la imagen también coloniza el ámbito
de lo político como una esfera más de la vida cotidiana.
Se puede hablar, según Balandier, de un secuestro de lo político por lo mediático, o expresado con más
precisión, de un doblegamiento de aquel a los dictados de éste.
De esta manera, al quedar convertida la política en imagen y por ello en representación espectacular, ya no
puede ser considerada al modo tradicional como un debate de ideas a través de un discurso argumentativo
y con capacidad de generar convicciones sólidas.
El dominio de la imagen sobre la política crea las condiciones para la emergencia de una nueva
consideración de lo político. Este se presenta ahora de modo escenificado, y por tanto, la fuerza de las ideas
queda suplantada por los efectos retóricos de la imagen.
Como consecuencia, la mediatización de la cultura exige de un proyecto político que éste pretenda ir más
allá del terreno de la verdad o la coherencia, además debe ir acompañado del mostrarse como creíble, bajo
los efectos de la imagen, para la opinión pública. En definitiva, la verdad política sin revestirse de fuerza
retórico-mediática se convierte en ineficaz. Pero, además, el riesgo que entraña la absorción del
pensamiento crítico por la cultura mediática consiste en que finalmente pueda acabar convirtiéndose en
una expresión desnaturalizada de sí mismo, en una manifestación más del espectáculo.
A juicio de Balandier, con la colonización de la vida social por la imagen se pone en tela de juicio la esencia
de la democracia. La imagen crea una realidad apegada a lo instantáneo y emocional que anularía la actitud
de crítica y reflexión ciudadana, posibilitadoras de la conquista de la autonomía y capacidad de decisión de
los individuos. Se podría hablar, incluso, de una crisis de soberanía y representación política, o de un genero
de totalitarismo de la imagen en la sociedad mediática que convierte lo social en escenificación espectacular
y la opinión pública en una opinión fabricada y cautiva de los medios.
El poder ya no necesita remitirse a ninguna instancia trascendente que legitime la realidad social al modo
tradicional, radica en la capacidad de la imagen para hacer creíble una realidad o crear una realidad
percibida como evidente, y ésto por medios retóricos y simulatorios que buscan la seducción de los
individuos.
El objetivo de ello es hacer frente a una lectura de la obra de Marx y un paradigma de crítica ideológica
derivada de ella marcados por un acento racionalista, en la que se otorgaría prioridad a la ciencia como
único modelo de conocimiento verdadero y liberador de las difusas e ilusorias representaciones ideológicas.
En este sentido, el reconocimiento de la fecundidad de lo imaginario, en cuanto representación social con la
facultad para alumbrar posibilidades alternativas a la realidad social dominante, pretende poner en tela de
juicio una crítica ideológica apoyada sobre el referente de la verdad científica como única posible
superación de la ideología.
Al mismo tiempo, intenta dotar de una vitalidad a la representación social, que el pensamiento de Marx
dicotomizaba, sin un desarrollo sistemático y de modo un tanto simplificado, respecto de la infraestructura
económica.
Maffesoli reivindica la creatividad de lo imaginario como el terreno propio del ensueño doblegado por una
racionalidad productiva. De ahí que apoyándose en Marcuse, la esencia de lo imaginario, radique para
Maffesoli, en la lucha simbólica contra el grado de renuncia que impone una civilización represiva. Por eso,
la vitalidad de lo imaginario es siempre, del mismo modo que en la poesía, la fuerza de la fantasía que
fractura la monotonía de la vida cotidiana e imprime un dinamismo colectivo a la realidad social.
Maffesoli piensa la utopía no en un sentido etimológico, como AQUELLO QUE NO TIENE LUGAR, SINO, BAJO
LA INFLUENCIA DE MARCUSE, COMO AQUELLO POSIBLE QUE EL PODER MANTIENE COMO INALCANZABLE
A LOS INDIVIDUOS. Por eso, la utopía, como realidad de la posibilidad o eficacia del sueño, vendría a suplir
el déficit existente en buena parte de la teoría marxista en torno a las representaciones sociales,
consideradas éstas como mero reflejo de las condiciones materiales de existencia o productos intelectuales
resultantes de una dominación de clase.
e hecho, piensa Maffesoli, tras cualquier tipo de proyecto revolucionario late siempre el germen de la
utopía como medio de trascendencia de lo real y apertura a lo posible, lo que ofrece una resistencia a todo
intento de imposición de la evidencia presente bajo el pretexto de única posible realidad.
Desde lo imaginario, se consigue movilizar la potencia social, cuestionando el orden social establecido.
Ocurre así en todos los movimientos de transformación social, los cuales se enraízan en un imaginario que
dinamiza la capacidad de movilización de la sociedad. Y ello se produce porque, en general, el ensueño, lo
imaginario, en definitiva, el mito, dan forma a la vida social a través de la dimensión simbólica.
Es importante destacar que para Maffesoli, guardando fidelidad a Durkheim, las representaciones poseen
una reconocida eficacia social, movilizan las conciencias con una fuerza de la que el esquematismo y la
abstracción racionalista está desposeído.
Las representaciones colectivas tienen una eficacia social a través de su capacidad de movilización de las
conciencias individuales.
Para Maffesoli, en la modernidad se impone una racionalidad ordenadora de la vida social, proyectada a
través del progreso y en manos de un sujeto colectivo hacia la construcción de un futuro.
La crisis de los metarrelatos provocaría la efervescencia de lo pulsional reprimido bajo este proyecto, que se
plasma en nuevas formas de mitología en las que se cristaliza un sentimiento de comunidad compartido, un
ethos común que adopta una expresión pasional y emocional, que Maffesoli denomina como paradigma
estético. De este modo, se sustituye el proyecto político de futuro por el sentimiento de vida en común
cercana y presente, evacuada de la vida colectiva por la modernidad.
En este contexto, el imaginario social es contemplado, ya no como aquel aspecto dinamizador de las
conciencias cuyo móvil es la superación de la realidad establecida, sino como el terreno desde el cual se
legitima el mantenimiento de un orden social.
La clarificación de estas interrogantes, como ya fue bien apuntado por distintos pensadores preocupados
por este problema, no puede remitir a una mera coerción directa y coactiva del poder sobre los dominados,
necesita revestirse de una aureola simbólica desde la cual germine aquello que La Boétie llamaba una
servidumbre voluntaria, es decir, la aceptación interiorizada de los sometidos que surja de su propia
voluntad sin necesitar disponer del uso de una violencia externa sobre ellos.
Como ya señalara Weber, el sometimiento de los individuos al poder se ampara necesariamente en una
legitimación que recurre a unos particulares aspectos inmateriales o representativos de lo social, en un
monde imaginale diría Maffesoli, que realmente posibilita el sometimiento de los dominados.
Para Maffesoli, el imaginario social, como ámbito propio del mito, es el orden al cual apela la legitimación, y
por tanto desde el cual se mantiene el orden social.
La mitología, como expresión de aquello que otorga sentido a la sociedad, es orientada y utilizada de cara a
la consolidación y mantenimiento de la dominación de unos individuos o grupos sociales sobre otros.
Maffesoli parte de una concepción de lo político como violencia fundadora, es decir, la convivencia social
lleva inscrita el conflicto entre individuos. Además, en oposición a la modernidad que destacara los aspectos
racionales de la vida social, este conflicto se inscribe en el plano del afecto, de la pasión, en definitiva apela
al componente simbólico más que al racional. Este énfasis en lo pasional, es el modo de actuación del
poder, pues éste invoca siempre a lo imaginario, al ámbito del deseo, del sentimiento, consiguiendo
insertarse en la pasión común y compartida que caracteriza a toda forma de sociedad.
Maffesoli cifra el grado de eficacia en la constitución y conservación del poder precisamente en su
capacidad para enraizarse y controlar el imaginario colectivo de una sociedad “A este respecto la gestión de
las pasiones es ciertamente el arte supremo de todo buen político”(Maffesoli,1992:33)
Maffesoli llama origen ecológico del poder a la apelación del poder a lo mitológico, que le sirve así como
instrumento de legitimación. El orden social se funda, de este modo, en una cosmogonía que cristaliza una
tradición, y que consolida la vida de un grupo social.
Se puede hablar, para Maffesoli, y esta es la tesis que nos interesa recalcar, de un fundamento religioso de
todo poder político, o lo que es lo mismo, de que todo ejercicio de la política se sostiene en última instancia
sobre la religión. Esta religiosidad de la que se nutre el poder es lo que permite explicar la servidumbre
voluntaria de los individuos, en la que se les hace creer a éstos que la dominación en lugar de tal es un
servicio que como contrapartida procura protección al cuerpo social.
FICHA 26.- CAPÍTULO III: LA CRÍTICA IDEOLÓGICA DESDE EL MARCO TEÓRICO DEL IMAGINARIO SOCIAL
en la teoría de la ideología marxiana se presupone la existencia de una realidad material que es la que
resulta distorsionada y ocultada tras la deformación ideológica.
Lo real, como luego examinaremos, está configurado inexorablemente de imaginario, ya que éste lo
conforma para que adquiera una determinada significación para los que coparticipan y se integran en unas
significaciones comunes. Por tanto, no se puede pensar la realidad al margen de un específico imaginario
social
Recogiendo el influjo de Durkheim, deberíamos comprender las relaciones entre lo imaginario, como ámbito
de la representación, y lo real, desde la perspectiva de una trascendencia inmanente. Es decir, no como dos
órdenes diferenciados y contrapuestos, como en general es contemplado desde la teoría marxiana de la
ideología, sino más bien desde un prisma diferente: el que concibe lo imaginario como constituyente de lo
real, puesto que la representación que una sociedad hace de sí misma en cuanto expresión de los valores y
fines que la orientan, que sería en suma su imaginario social, no es algo independiente de su realidad social,
sino, por el contrario, un elemento fundamental de su propia naturaleza como sociedad. En definitiva, el
imaginario social es inmanente a la sociedad real, y desde esa inmanencia contribuye a establecer lo que
una sociedad es y cual es la finalidad que la orienta.
Desde esta posición epistemológica, lo imaginario siempre se encontrará identificado a una pseudorealidad,
a un modo quimérico carente de valor cognitivo, el cual deberá ser superado por una actitud racionalista a
la hora de intentar explicar la realidad social. Olvida esta posición, la imposibilidad de substraerse a lo
imaginario, porque el proyecto ilustrado del que Marx participa, aquel que pretende la disolución de lo
imaginario en favor del saber científico, se apoya sobre un previo imaginario, en este caso racionalista, que
determina el modo previo a través del cual configuramos nuestro acercamiento a la comprensión de lo real.
Es revelador, de este modo, del prejuicio teórico que Maffesoli caracterizaba acertadamente como
monovalencia de lo racional, seña de identidad inequívoca de la modernidad.
No es posible, pues, un modelo de conocimiento teoricista, racionalista o cientifista, contemplado desde el
esquema superficie /profundidad o apariencia/realidad, aplicable a la naturaleza de lo imaginario, ya que en
este modelo se evalúa lo imaginario desde el criterio de verdad y racionalidad dominante en la ciencia, sin
percatarse de que la verdad y racionalidad de lo imaginario están circunscritas al ámbito propio de la
experiencia vital y no tanto a la del conocimiento rigurosamente objetivo de lo real. En suma, se lleva a
cabo, bajo este esquema mencionado, una ilegitima aplicación de los criterios de validez cognitiva a un
orden de la realidad social y de la experiencia de los individuos que no puede ser valorado en función de
dichos parámetros.
“¿Mentirosas? No. No siempre y no por esencia. ¿ Como prescindir de representaciones? Esta pregunta ya
formulada se dirige a la filosofía que pretende ser trascendente y pura de representaciones, así como a la
crítica absoluta que quiere destruirlas. No cabe duda que ciertos actos atraviesan y quizá trascienden las
representaciones, elevándose por encima de la superficie o bien hundiéndose en las profundidades. ¿Cuales
actos?. La creación, la poesía, el amor, el concepto teórico. Pero para atravesar las representaciones hay
que partir de ellas y encontrar cierto apoyo más o menos vacilante en tal o cual representación de la muerte
, de la vida, del poder, del sexo, etcétera. Si ¿Cómo vivir sin representaciones?. Pero también ¿Cómo vivir sin
la crítica de las representaciones?. Así se esboza un movimiento dialéctico. Algunas representaciones tapan
la vista y el horizonte, forman anillo y círculo (vicioso). Otras se abren hacia la superación “ ( Lefebvre,
1980:96)
“¿Pero cómo concebir a la vez que la conciencia y el saber reflejan lo real y que las ideologías desfiguran ese
real, esa máscara, pudiendo incluso actuar prácticamente? ¿De donde les llega ese poder, que cobra un
aspecto mágico?”(Lefebvre,1980:30). Lefebvre reconoce, pues, desde el propio seno del marxismo, la
inevitabilidad de las representaciones sociales, enfréntandose así a una particular y unilateral lectura
racionalista o cientifista de éstas. Su actitud teórica posee la virtud de realzar la importancia de los aspectos
simbólicos y representacionales en la vida social, así como la de incidir en la fundamental necesidad de
aceptación de éstos por la teoría crítica marxista.
Para Gramsci, la ideología“..tiene una validez psicológica, organizan las masas humanas, forma el terreno en
el cual los hombres se mueven, adquieren consciencia de su posición, lucha, etc.”(Gramsci,en
Sacristán,1974:364).
Lo imaginario no debe ser evaluado desde un modelo de verdad de tipo empirista y realista, según el cual es
real aquello que posee una existencia objetiva y observable, e ilusorio o irreal aquello que carece de ella. Lo
real debe ser comprendido como “proceso y no como estado” (Ledrut,1987:50)
“Pero sin dejar de reconocerle al socialismo marxista su aspecto científico, es posible, no obstante, distinguir
en él elementos míticos -pero no en el sentido polémico de la palabra- cabalmente extraños a la ciencia. Si
suscita la entusiasta adhesión de las masas oprimidas por la violencia inaudita del neocapitalismo y del
neocolonialismo, ello se debe, esencialmente, al hecho de suministrar un instrumento de pelea
absolutamente inigualable y proyectar sobre el mundo un deliberado optimismo, cual es el que traza la
evolución de una sociedad radicalmente distinta. Este dinamismo militante, que conduce al combate a
poblaciones enteras y que provoca la alergia horripilativa de todos los acomodados debe poco y nada a su
fundamento científico (el criterio científico nunca es capaz de suscitar por sí sólo el entusiasmo, y menos
aún el odio). Y si actúa como un fermento de subversión social de las masas en lucha, no es por el rigor de
su método, por los análisis teóricos de Gramsci o Althusser, por ejemplo, es porque se dirige a la pasión y
porque tiene que ver con la jurisdicción de los motivos rectores y las razones de creer y esperar, lo cual lo
emparienta mucho más con la inspiración del profetismo” ( Laplantine, 1974;75)
A juicio de Adorno y Horkheimer, la teoría marxiana de la historia y de la sociedad es heredera del programa
ilustrado, y más en concreto, de la categoría de progreso como forma de mitología social, con lo que
reproduciría la misma perversión ya instalada en el pensamiento burgués.
”Como se sabe,- en alusión a Marx- preveía una sociedad cuya superestructura espiritual (ideología)
concordaría totalmente con la realidad objetiva, donde existiría la verdad absoluta porque se habría
superado el factor de distorsión (el único en su opinión), es decir, se superarían las relaciones de producción
actuales. Los hombres pensarían con corrección, verán la realidad completa, cuando su cerebro ya no esté
trastornado por su posición en uno u otro polo de las relaciones de producción. Hasta aquí, pues, también
para Marx la concordancia con la realidad del conocimiento constituye el patrón de medida para la
corrección - absoluta - del pensamiento“(Geiger,1953:40)
La obra de Pierre Bourdieu es emblemática a este respecto. En El sentido práctico formula la noción de
capital simbólico como un intento de recuperación del papel de lo simbólico en la vida social, rechazando el
reduccionismo materialista que lo contempla como mero reflejo subordinado a la infraestructura
económica. De hecho, en realidad, para Bourdieu, la dominación económica actúa a través de este capital
simbólico “El capital “económico” sólo actúa bajo la forma eufemizada del capital simbólico”
(Bourdieu,1980:216), y la legitimación de un orden social establecido estaría ligada al papel ideológico
vinculado a “la producción de bienes culturales” (Bourdieu,1980:223). La estrecha ligazón existente entre lo
ideológico y lo simbólico es reconocida claramente por autores como Clifford Geertz, quien localiza la
función de lo simbólico en la capacidad de organizar, comprender y dominar la realidad social, al mismo
tiempo que generar una identidad cultural “mapas de una realidad social problemática y matrices para crear
una conciencia colectiva”(Geertz,1973:192). Paul Ricoeur en Ideología y Utopía, en la misma linea, y
reconociendo el influjo de Geertz, señala que la ideología debe ser comprendida desde el poder de lo
simbólico como constitutivo de lo social, y de hecho “el proceso de deformación está injertado en una
función simbólica. Sólo porque la estructura de la vida social humana es ya simbólica puede deformarse. Si
no fuera simbólica desde el comienzo, no podría ser deformada. La posibilidad de la deformación es una
posibilidad abierta únicamente por esta función” (Ricoeur,1986:53).Para ilustrar esta tesis, unas lineas antes
en el mismo párrafo, en alusión al marxismo y a los conflictos de clase, se pregunta “¿Cómo pueden los
hombres vivir estos conflictos sobre el trabajo, sobre la propiedad, sobre el dinero, etc. - si no poseen ya
sistemas simbólicos que los ayuden a interpretar los conflictos ?¿No es el proceso de interpretación tan
primitivo que en realidad es constitutivo de la dimensión de la praxis?(Ricoeur,1986:52-53 ).
En definitiva, para comprender los procesos de legitimación social es preciso destacar el papel de los
símbolos, puesto que el acatamiento de las condiciones socialmente establecidas por parte de los individuos
remite a la fecundidad política de éstos en el entramado social. El ejercicio del poder, y su capacidad para
generar un sometimiento por parte de los individuos ante él, opera en el terreno propiamente simbólico,
dada la fecundidad del símbolo para modelar la presentación de lo real y por tanto la acción colectiva. Por
eso, las disputas sociales vinculadas a las condiciones materiales de existencia se dirimen en el privilegiado
espacio de lo simbólico, en el cual las distintas fuerzas sociales intentan imponer sus intereses prácticos. El
poder radica siempre en una apropiación y utilización de un entramado simbólico con el objetivo de
mantener unas relaciones de dominación establecidas.
“Y estas proponen sin más el mundo mejor, como el mundo más hermoso, como una imagen perfecta, tal
como la tierra no ha conocido aún. En medio de la miseria, de la crueldad, de la dureza, de la trivialidad,
proyectando o conformando, se abren amplias ventanas hacia el futuro llenas de luz”(Bloch,1959:81-82)
”Se le llama utopía, se le llama imaginario, pero no deja de animar las acciones del hombre: todos soñamos,
imaginamos o pensamos bien en el amor absoluto, o en la comunicación absoluta, o en el conocimiento
absoluto, y en tantos otros imposibles, esos imposibles están en el corazón de las posibilidades que
realizamos”(Lefebvre,1975:205)
Cuando Ledrut hace énfasis en una función desequilibradora de lo imaginario, que paradójicamente implica
una realización y movilización de lo real(Ledrut,1987:55), está pensando en esta facultad creadora y
ensoñadora, en definitiva utópica de lo imaginario, consistente en elaborar posibilidades confrontadas a la
realidad establecida.
“Cuando cuerpo e imagen se interpenetran tan hondamente, que toda tensión revolucionaria se hace
excitación corporal colectiva y todas las excitaciones corporales de lo colectivo se hacen descarga
revolucionaria, entonces, y sólo entonces, se habrá superado la realidad tanto como el manifiesto
comunista exige” (Benjamin,1969:61-62)
Así, lo imaginario, al poseer la capacidad de contribuir a la transformación social y por tanto de superar un
orden de dominación socialmente establecido, no debiera identificarse de manera simplista con una
peyorativa ideología. Ideología e imaginario, pueden llegar a ser actitudes incluso antitéticas, o dicho de
otra manera, el carácter peyorativo de la ideología, asociado a la connaturalización y eternización de lo real,
no sería más que una expresión pervertida y desnaturalizada de lo simbólico. Mientras el terreno de lo
imaginario es el de una fuente originaria de creatividad social, la ideología es siempre el desposeimiento de
ésta y una percepción del mundo en la que el individuo concibe éste bajo dictados externos.
“..mientras que el mito (ya sea político o poético) es el lenguaje colectivo del hombre creador, del hombre
que busca, con su trabajo dotar de significaciones al mundo y a las relaciones sociales, y la ideología es,
como dice Roland Barthes, “un lenguaje robado” y petrificado, o sea, despolitizado y, a la vez,
despoetizado”(Laplantine,1974:63).
FICHA 28.- Una formulación teórica del imaginario social: ontología y epistemología pluralista
En la teoría de la ideología marxiana, existe, por tanto, una confianza depositada en la realidad material
como referente básico desde el cual evaluar el orden de las representaciones. Realidad material, por otra
parte, siempre concebida en términos de objetividad, es decir, con una existencia independiente del sujeto
que la percibe y la experimenta significativamente.
Marx incide en la consideración propia de lo real en términos de materialidad y objetividad. No llega a
descubrir por ello, que lo real viene siempre constituido por una significación que de él se hacen los
individuos, por una representación que como subjetividad acaba resultando finalmente objetiva.
La concepción en torno al imaginario social, en los autores abordados, presenta un denominador común con
una trascendental dimensión ontológica: la consideración de lo real como una construcción del imaginario
social.
Desde la perspectiva del imaginario social, lo relevante es mostrar que el ser de las cosas radica en una
preconfiguración desde lo imaginario, la cual dota a lo real de una consistente inteligibilidad, pero que es
elaborada a partir de significaciones específicas.
Esto implica, subrayar una ontología en la cual la realidad no existe como algo independiente de nuestro
modo de construirla desde un imaginario social.
Y advertimos de antemano, ante una posible equívoca lectura de la ontología suscitada por el imaginario
social, que no es que estemos negando la entidad de una realidad extramental y empírica. Más bien, lo que
afirmamos, desligándonos de una ontología idealista, es que esa realidad pueda aparecer como significativa
desligada de un imaginario social.
La noción de imaginario social entrañaría una propuesta ontológica constructivista -lo real es una
construcción social a través de significaciones imaginarias institucionalizadasalternativa tanto al idealismo,
que privilegia bajo sus distintas variantes ontológicas el espíritu como esencia de lo real, como al
materialismo que reduce la consideración de la realidad en términos de materialidad.
La interesante aportación de Schütz, consistió en introducir la idiosincrasia del método fenomenológico
husserliano en el ámbito de las ciencias sociales, para cuestionar así las tendencias positivistas sustentadas
sobre modelos explicativo-causales que pretendían dominar el campo de la epistemología de la ciencia
social. Lo que nos interesa recoger específicamente del pensamiento de Schütz es su tratamiento de lo
real como algo impregnado de un sentido subjetivo, y como este sentido, que constituye la experiencia
que el sujeto posee de lo real, se conforma a través de unos marcos de referencia interpretativos y
orientativos del presente a partir de esquemas del pasado.
La obra de Berger y Luckmann permite debilitar el pilar firme de una realidad social concebida en términos
objetivos, puesto que son los ocultos intereses de poder que acoge la sociedad los que configuran
significativamente la realidad social.
Si lo real es el resultado de una interpretación que de él se haga desde un universo simbólico, deberíamos
acceder al tradicional problema de la ideología desde las claves de una intencionada creación de realidad
derivada del establecimiento de una determinada interpretación de ella al servicio de unos intereses de
poder.
“..una definición particular de realidad que llega a estar anexada a un interés de poder concreto” (Berger y
Luckmann,1966:157)
Debemos, pues, y esta es la interesante aportación teórica del imaginario social, abandonar la
consideración de la realidad (y en especial la realidad social) como objetividad, para concebirla desde el
modo en cómo esa realidad se torna inteligible para un sujeto que la experimenta significativamente, lo
que apela a las significaciones imaginarias institucionalizadas por determinados intereses de poder.
El programa crítico marxiano, conviene recordarlo, concibe lo ideológico como una inversión ilusoria de una
supuesta realidad contemplada en términos de materialidad y objetividad.
En definitiva, como sucedía en las sociedades tradicionales con la religión en cuanto significación última que
daba sentido a todo lo real y al mismo tiempo desaparecía del terreno de lo percibido, LO IMAGINARIO QUE
DOTA DE SENTIDO A TODO LO VISIBLE QUEDA FUERA DEL CAMPO DE VISIBILIDAD.
Pero además, por otra parte, lo imaginario, al configurar un modo específico de realidad con una
plausibilidad suficiente para generar su aceptación como evidencia social revistiéndose para ello de
naturalidad, impide visualizar y concebir nuevas formas de realidad ajenas a ese marco de visibilidad.
Contribuyendo, de esta forma, a eternizar el orden establecido como el único orden posible, bloqueando
así la transformación de la realidad social institucionalizada, que al percibirse bajo el rango de evidencia
acaba por dotarse de una suerte de certidumbre ontológica.
De este modo, fijando la relevancia en aquello que interesadamente se presenta como lo esencial, pero
que no es más que una determinada focalización de lo real resultado de una particular distinción
cognitiva, en detrimento de otras facetas y aspectos de la realidad social marginados en el espectro de
visibilidad de lo social, ayuda a consolidar una percepción sesgada, pero sin embargo hegemónica de
realidad.
En este contexto, el proyecto de autonomía social apuntado por Castoriadis en La institución imaginaria de
la sociedad, en el cual la sociedad tome conciencia del carácter autoinstituyente de toda significación
institucionalizada, pasa necesariamente por el reconocimiento de que la definición de lo real es algo
construido, y que por tanto no debe aparecer como impuesta bajo el atributo de connaturalidad ante la
conciencia de los individuos. Solamente desde este reconocimiento, sería posible definir nuevas formas de
realidad alternativas al orden establecido, pudiendo consolidarse entonces, políticamente, el concepto de
autonomía alumbrado por Castoriadis.
el descubrimiento del carácter de creación histórica propio de lo real nos evidencia la idiosincrasia de una
sociedad pensada como algo siempre revisable y autorreflexivo.
La perspectiva teórica del imaginario social nos abre una novedosa vía para replantear las relaciones entre
ciencia e ideología, y ello desde un doble plano:
Lo que nos muestra Durkheim es la imposibilidad de pensar el problema del conocimiento desde criterios
universales y ahistóricos, puesto que la sociedad es el origen de todas nuestras categorías gnoseológicas.
Durkheim nos proporciona así una innovadora vía de acceso al tradicional problema del conocimiento que
lo reconduce a una posición relativizada, según la cual la propia ciencia, no siendo inmune a un
determinado origen social, aparece cuestionada como único modelo hegemónico de conocimiento.
la sociología del conocimiento científico va a insistir en que los criterios de validez de una teoría científica
son siempre relativos a un entorno cultural en el que siempre están inscritos
La propia definición del objeto científico carece de objetividad, ya que se construye desde una previa
representación del mundo, de ahí que no se pueda concebir una preexistente realidad al margen del marco
social que la configura o en su caso la oculta, en suma,“la representación da lugar al objeto”
Así, la perspectiva teórica del imaginario social nos incita a cuestionar toda pretensión de verdad absoluta
desligada de un marco previo siempre contingente, cualquier proyecto de objetividad transhistórico y
transcultural.
Al mismo tiempo, nos induce a relativizar todo proceso cognoscitivo, puesto que éste se enmarca siempre
en un apriórico imaginario, el cual otorga un determinado significado tanto a la realidad como al modo
mediante el cual nos acercamos a su compresión desde unos intereses específicos. Por eso, no le falta razón
a Maffesoli cuando expresa
El imaginario es la expresión que utiliza una comunidad para autorrepresentarse a sí misma, eso quiere
decir que es la dimensión mediante la cual esa comunidad permite reconocer un sentido a su práctica vital y
por tanto es el medio a través del cual los individuos acaban comprendiéndose en el mundo.
El autorreconocimiento social, fundamento de lo imaginario, es el modo a través del cual una sociedad se ve
a sí misma, condición indispensable para su propia existencia como sociedad.
Decir que la ciencia o la teoría es el único modo de expresión de la verdad relegando a lo imaginario al
terreno de lo precientífico, es decir caracterizándolo como una deficiencia cognoscitiva, esconde una
concepción con marcados prejuicios ilustrados y etnocéntricos del conocimiento (en la que subyace, por
supuesto, un imaginario particular), en la que se impide descubrir la importancia fundamental de lo
imaginario. Oculta, en última instancia, una monovalencia de lo racional sobre la que tanto insiste Maffesoli.
El reconocimiento del valor de lo imaginario al igual que el del mito, como modo alternativo de
conocimiento, es algo que pasa totalmente desapercibido a una definición de lo ideológico en
contraposición a lo científico, ya que ésta lleva implícita una concepción de la verdad de tipo teorético y
racionalista que se acentúa y culmina con el positivismo.
342
FICHA 10.-
FICHA 10.-
FICHA.- Carretero Pasín Angel Enrique 2001 IMAGINARIOS SOCIALES Y CRÍTICA IDEOLÓGICA Una
perspectiva para la comprensión de la legitimación del orden social. Facultad Ciencias
Políticas/Universidad de Santiago de Compostela
http://www.cervantesvirtual.com/descargaPdf/imaginarios-sociales-y-critica-ideologica--0/
URL.-
Hiernaux Daniel ¿Los centros históricos espacios posmodernos? (de choques de imaginarios y otros conflictos)
TEMA GENERAL
RESUMEN:
PROBLEMA.-
MATERIAL Y MÉTODOS USADOS.-
LUGAR DE LA INVESTIGACIÓN.-
CONCLUSIONES.-
RECOMENDACIONES.-
FICHA 1.-
La construcción de los imaginarios, es decir de un conjunto de figuras, formas e imágenes por media de las
cuales nos representamos la ciudad pero también la construimos, deviene entonces en un material esencial
para Ia empresa de comprender la dimensión subjetiva de la ciudad, aunque no sea la única.
Los imaginarios urbanos no son estables, como ya se afirmaba anteriormente. Son una creación constante, a
la imagen de todo el trabajo de la mente urbana, que teje y desteje constantemente, a diferencia de
aquellos animales que construyen rutinariamente de forma irreversible y con patrones muy precisos sus
redes para atrapar a las presas. Afortunadamente, los imaginarios urbanos no operan de la misma forma, ya
que la subjetividad social actúa permanentemente para recomponer las figuras, cambiar las formas,
repensar las imágenes, de tal manera que los imaginarios suelen ser precarios.
Por otra parte, es necesario reconocer que existen dos niveles sociales de construcción imaginal: el
individual, basado en las interpretaciones -siempre sociales- de una persona, y el colectivo, que se construye
cuando las interpretaciones individuales logran encontrarse para confluir hacia un imaginario colectivo que
integra -sin por ello desvanecerlas- las diversas construcciones individuales. Los modelos de imaginarios
sociales pueden entonces ser entendidos como fuerzas transversales en.._e-1-pensamiento social, que
imprimen una direccionalidad solida hacia ciertos comportamientos colectivos.
Pero también se debe tener en mente que los imaginarios se deconstruyen con cierta frecuencia: tanto en la
confrontación con otros imaginarios como por la permanente interacción cotidiana entre lo que se ha
asimilado subjetivamente por el pasado con las nuevas figuras-formas-imágenes que emergen o
literalmente brotan de la realidad. Por ende, la construccion-deconstruccion-reconstruccion de los
imaginarios urbanos es un proceso permanente que muestra una gran capacidad de adaptación a la
innovación social vehiculada en las prácticas de la vida cotidiana.
Podríamos concebir los imaginarios como construcciones subjetivas cuyas componentes son esenciales
ideas, por ende, cuerpos mentales sin realidad concreta y también sin espacio y sin tiempo.
Nos parece, por el contrario, que los imaginarios urbanos sean perfectamente identificables en su
dimensión espacio-temporal. Esto no quiere decir que la espacialidad de los imaginarios sea susceptible de
ser relacionada con un espacio absoluto, medible en términos de la geometría euclidiana. De manera
similar, tampoco referimos a un tiempo lineal, igualmente medible y especializado, propio de la contraparte
temporal del mismo mundo espacial convencional.
Mas bien, nos referimos a otra espacio-temporalidad: el imaginario se engarza en un espacio subjetivo, no
medible, (de)formado por consideraciones no racionales, susceptible de mutaciones que tienen poco que
ver con su materialidad. De la misma forma, el tiempo de los imaginarios urbanos es algo diferente al
tiempo medido. Puede trastocar cl orden tradicional, es decir, el del pasado-presente-futuro,
reorganizándose desde criterios y apreciaciones no lineales, sino curvadas por las presiones ejercidas por la
subjetividad y las sensaciones, a partir de las cuales se aprecia buena parte de la realidad cotidiana. Los
imaginarios operan entonces desde lo mental, pero toman cuerpo y se pueden entender solo si se intuye su
espacio-temporalidad que forma parte del mismo imaginario, pero, al mismo tiempo, derivan en su
materialidad inmediata o mediata.
La espacio-temporalidad de los imaginarios implica que no pueden ser analizados solamente desde su
dimensión mental, sino también a través de los tiempos que los generan, de los espacios que los inspiran,
de las nuevas temporalidades que hacen emerger y de los espacios que contribuyen a crear.
Detrás de las manifestaciones materiales de los imaginarios, a veces escondidos en el discurso sobre la
ciudad del individuo anónimo, emergen los motores profundos de las transformaciones materiales de
nuestras ciudades.
Mas que analizar los "hechos", la realidad "concreta" (que también merece una lectura desde lo subjetivo y
los imaginarios), el gran desafío del analista es interrogarse acerca de, por ejemplo, una expresión verbal
aparentemente secundaria, una expresión pictórica que parecería no trascender (la pinta, como un tatuaje
no permanente), un performance individual o social, no solo en su sentido artístico actual sino si admitimos
que todos representamos un papel en el gran escenario que son nuestras ciudades actuales. -
La mirada al pasado es entonces una forma de entender cuáles son los imaginarios sociales que han
conducido el mundo actual al estado en el que se encuentra.
Hoy en día nos encontramos en una verdadera boga de regreso al pasado que afecta a todas las esferas de
la vida social del planeta. La mirada sobre el pasado puede ser asimilada como una forma de angustia
profunda que se deriva de la contemplación de un multitud que pretende negar su pasado (el fin de la
historia) y que transforma radicalmente la faz de la tierra, los paisajes tradicionales del mundo de la
modernidad. En este sentido, el pensamiento de David Lowenthal (1998), quien consideró al pasado como
un país extraño, está lleno de enseñanzas. Para entender la sociedad de hoy, y su forma de enfrentar el
presente, debemos asumir que nuestra mirada hacia el pasado puede ser una suerte de viaje a tierras
desconocidas pero con gran capacidad para explicarnos, por analogía, el presente. No es tema de este
trabajo profundizar sobre la necesidad de este viaje al pasado que deben realizar las sociedades actuales.
Solo abordaremos una faceta de él: la mirada al pasado del imaginario patrimonialista que anunciábamos en
el título de este acápite.
El imaginario patrimonialista sería entonces el conjunto de figuras/formas/ imágenes a partir de las cuales la
sociedad actual, o por lo menos una parte de ella, concibe la presencia de elementos materiales o culturales
del pasado en nuestro tiempo y nuestro espacio de hoy. También el imaginario patrimonialista es la guía de
ciertos programas sobre los centros históricos en particular, pero también sobre otras manifestaciones de
las espacialidades del pasado todavía presentes en la actualidad.
Podemos calificar al imaginario patrimonialista como el sustrato que guía el intento individual y colectivo
de algunos para imponer al resto de la sociedad la preservación de las marcas físicas y de las
manifestaciones culturales que estuvieron en boga en épocas anteriores.
Por ende, el imaginario patrimonialista se ha vuelto una fuerza potente que no solo marca el pensamiento
actual sobre las ciudades y particularmente sobre sus centros históricos; ha devenido en un verdadero
referente al cual se remiten constantemente aquellas personas o grupos que tienen alguna capacidad y
poder para transformar de raíz las formas materiales de las ciudades; entre ellos contamos a los políticos,
los promotores inmobiliarios, ciertos empresarios modernos, pero también aquellos sectores profesionales
cuyas actividades están fuertemente enlazados con la historia materializada en huellas espaciales:
arqueólogos, arquitectos, historiadores urbanos, entre otros. El imaginario patrimonialista tiende a plantear
que las manifestaciones materiales de las culturas urbanas del pasado deben ser rescatadas, preservadas y
enarboladas por las sociedades actuales. Esto proviene de la perspectiva que busca revalidar un pasado de
fuerte presencia para la producción actual de identidades y formas de cohesión social.
Sc defiende la idea de que el pasado es parte de nuestro presente y que, a la manera de lo expresado por el
geógrafo brasileño Milton Santos, el pasado se encuentra, en cierta manera, cristalizado en las formas
materiales del presente, bajo la forma de las llamadas " rugosidades" (Santos, 1990: 20). Así, para entender
nuestro presente, es ineludible comprender nuestro pasado y, en particular, reconocer y valorizar sus
formas materiales cristalizadas en el espacio actual, nuestro espacio de vida.
Los defensores de un imaginario patrimonialista, aquellas personas o grupos que se han encargado de
circular socialmente (difundir) este constructo, no dejan de utilizarlo como sustento de su actuar cotidiano
sobre los centros históricos. Ya sean empresarios o asociaciones civiles que se construyen en torno a la
defensa del patrimonio material urbana, todos, sin excepción "operativizan" su imaginario en la concreción
de sus acciones. Por ende, este imaginario tiene un papel significativo en las transformaciones actuales y en
el futuro de los espacios urbanos fuertemente marcados por el pasado.
El límite entre la "ciudad espectáculo" y la "ciudad farsa " es muy estrecho": las necesidades de la rentabilidad y el
deseo de producir actividades "comodificables" a corto plazo conllevan a emprender maniobras tales como disfrazar
las actividades "mal vistas" con el color y estilo del barrio (el McDonalds del Barrio Latino en Paris, disfrazado de
cultura con falsos libros y un busto de Voltaire, presumiblemente de plástico). También, en la ciudad de México, un
falso tranvía turístico (un bus disfrazado) recorre el Centro Histórico. Los centros históricos se vuelven así,
concretamente, lugares aprovechables para imponer nuevos imaginarios de vida urbana, susceptibles a su turno de
engendrar prósperas actividades.
FICHA 3.- EL CONFLICTO INEVITABLE
Suele considerarse a los centros históricos como espacios del conflicto entre un sector tradicional de la población
que vive en -y del- mismo y un sector "moderno " que desea recobrar ese espacio. Vendedores ambulantes,
población residente (con frecuencia envejecida) e intereses meramente locales, formarían entonces un primer
grupo, mientras que jóvenes en busca de nuevos espacios de calidad para vivir, empresarios ilustrados, funcionarios
y políticos bien intencionados que desean mantener el patrimonio, formarían el segundo grupo en conflicto.
Esta forma de enfocar la situación social de los centros históricos plantea, en forma simplista, que el problema
central de los centros es la presencia de los sectores débiles, aquellos que forman parte del" circuito inferior de la
economía urbana" (Santos, 1975). Son vistos como invasores en el caso de los ambulantes, o como un residuo de un
pasado inaceptable, como personas incapaces de preservar el valor patrimonial de los centros históricos; por ende,
se les presenta como elementos negativos. Este discurso es elaborado no solo por las cámaras del comercio o
agrupaciones empresariales, sino también por los políticos que comparten esta interpretación. Para consolidar aún
más este enfoque, se opera una asimilación entre la informalidad y la baja integración social y económica con la
peligrosidad; el referente renovado de las "clases peligrosas”, discurso propio de fines del siglo XIX, se ha reactivado
últimamente.
Tal enfoque no solo es limitado, sobre todo descarta o esconde de tajo que los Intereses sobre el centro hist6rico
son antagónicos. Este antagonismo se refleja entonces, en primera instancia, entre quienes suele n ocupar el centro
histórico de una ciudad y quienes desean reapropiarse de él. Podemos afirmar que estamos frente a una visión
end6gena de quienes viven o trabajan en el centro (es decir que tienen ya una presencia fuerte, aun si no es una
residencia permanente) confrontada con la visión y los intereses de aquellos grupos que manifiestan una visión
transformadora del Centro, lo que incluye tanto los enfoques patrimonialistas más convencionales como los
"posmodernos”
Se detectan serias contradicciones entre los dos imaginarios recién citados, pero también en el seno mismo de cada
uno. Los intereses son suficientemente complejos como para justificar su desmenuzamiento. Esto es justamente lo
que permite dilucidar un abordaje desde los imaginarios. En este caso solo hemos confrontado dos imaginarios, los
que consideramos más significativos o de fuerte emergencia. Son aquellos que remiten a las visiones exógenas
sobre el centro histórico, es decir aquellos que sustentan una postura de conservación y los que demandan una
reforma radical del sentido mismo del patrimonio en un contexto netamente más emprendedor.
Debemos ubicar el sentido mismo del conflicto, es decir, cuales son llaves para entenderlo. Por una parte, parece
que detrás de estas posturas está el sentido mismo de la historia: historia-recurso para los emprendedores versus
historia-patrimonial para los otros. La apuesta no es menor ya que es el sentido mismo de la historia de las
naciones, de los pueblos, la que está en juego. ¿Podemos permitir que la historia se vuelva un elemento más de la
búsqueda exacerbada de ganancias, con el riesgo de destruir los fundamentos de la identidad? ¿Es más importante,
en esta fase en la cual nos encontramos, pensar en patrimonio histórico o en historia "comodificada"?
Por otra parte, el sentido de lo público y lo privado se ubica en el meollo de la discusión. No solamente lo público
como propiedad, lo que de por si es relevante, sino la idea misma según la cual los centros históricos son un
patrimonio vivo que pertenece a todos y no debe ser sujeto de una nueva producción para fines privados. Este es el
sentido mismo de la preservación patrimonial y su transformación en un capital cultural colectivo. La otra postura
recupera los elementos relevantes de los centros históricos para transformarlos en nuevos soportes privatizados de
la vida económica.
Esa visión posmoderna transforma los centros históricos en espacios privilegiados para el turismo y la recreación,
por ende, interviene en el impulso fuerte de visiones mucho más integrales de la vida social que el imaginario
patrimonialista. De tal suerte que el tiempo libre queda cada vez más sometido a la presión del consumo, ya no en
el contexto de sus espacios tradicionales (tiendas departamentales, centros comerciales) sino en un entorno
renovado susceptible de ser más atractivo para la población (Judd, 2003). La posibilidad de ejercer una cierta
transgresión (Giannini, 1987) o pequeña subversión, como la llamamos en otro contexto (Hiernaux, 2000), frente a
las presiones sistémicas, se ve reducida a nada.
En este sentido, parecería que el centro histórico como paisaje no es lo esencial en la lucha de ambos imaginarios
por el espacio central. Como lo hemos notado, es posible para el imaginario emprendedor recuperar las formas
materiales del pasado para reconvertirlas. Es además uno de los elementos clave de su aceptación en el interior de
la clase política. Entre no poder preservar a secas un elemento patrimonial y aceptar un uso comercial que sirva a la
preservación u otorgar recursos para la misma, la elección parecería evidente.
El conflicto se centra entonces en el modelo de vida que se quiere integrar en el centro. Este modelo implicaría
eliminar las formas tradicionales (residentes pauperizados, comercios de mala calidad con dominante de
ambulantaje). Se exacerba la lucha abierta entre las dos propuestas.
Por ello, los centros históricos recuperados tienden a ser lugares de alta vigilancia, con pautas de consumo y de
comportamiento muy definidas y de represión a la transgresión. La vigilancia y la represión son entonces dos
condiciones fundamentales para la reconquista -calificada como " revanchista", según Smith (1996)- del entorno
físico, y para la transformación de su uso. La asociaci6n entre la esfera política y la económica se vuelve esencial; así,
da lugar a la aparición de regímenes urbanos particulares para los centros históricos.
FICHA 4.-
FICHA 5.-
FICHA 6.-
FICHA 7.-
FICHA 8.-
FICHA 9.-
FICHA 10.-
FICHA.-
URL.- https://www.academia.edu/24854440/Los_centros_hist
%C3%B3ricos_espacios_posmodernos_de_choques_de_imaginarios_y_otros_conflictos_
file:///C:/Users/PROFE/Downloads/Hiernaux-2010enCoulomb.pdf
FICHA.-
URL.- https://portalrevistas.ucb.br/index.php/RCEUCB/article/view/6693/5010
Aravena Andrea y Manuel Antonio Baeza (2017). Imaginarios sociales y construcción intersubjetiva de
alteridad. La prensa escrita y la cuestión mapuche en Chile. Cultura y representaciones sociales Vol. 12, No
23.
TEMA GENERAL
RESUMEN: Este artículo se propone analizar, desde la teoría de los imaginarios sociales, uno de los mecanismos
más utilizados, la prensa escrita, como medio de producción de identidades que son esencializadas y como forma
de construcción de una realidad social que construye alteridad en base a la elaboración de estigmas. Lo anterior,
en relación a uno de los pueblos originarios más numerosos del continente americano, el Pueblo Mapuche, en un
contexto donde se evidencia el posicionamiento de estos medios de comunicación respecto de los conflictos que
oponen al pueblo mapuche a las empresas forestales. Junto a la explicitación de los imaginarios como entramado de
significaciones constitutivo de realidad social, se busca explicitar la manera en que la imposición de imaginarios
sociales dominantes, respecto de un tipo de identidad social, como es la identidad étnica, se realiza mediante el
recurso de la violencia simbólica. Lo anterior, como forma sofisticada del lenguaje que permite expresar y
reproducir múltiples ideaciones para luego validarlas y legitimarlas intersubjetivamente a nivel social. La
construcción de la alteridad es así materia de este análisis, en particular, tratándose de un Otro situado en el centro
de la problemática etno-nacional.
Palabras clave: imaginarios sociales, violencia simbólica, identidad mapuche, prensa escrita.
PROBLEMA.-
MATERIAL Y MÉTODOS USADOS.-
LUGAR DE LA INVESTIGACIÓN.-
CONCLUSIONES.-
RECOMENDACIONES.-
FICHA 1.-
Este artículo se propone, en primer lugar, analizar, mediante la teoría de los imaginarios sociales, una forma
de construcción de identidad social —muchas veces denominada identidad étnica— a través de ciertos
medios de comunicación, entendidos éstos como productores y gestores de un tipo de visión de mundo.
Nos interesa desmontar uno de los mecanismos más utilizados como medio de producción de identidades,
presuntamente esencializadas, y como forma de construcción de realidad social excluyente, en base a la
elaboración de estigmas.
Para abordar directamente el objeto de este trabajo no será materia de nuestro análisis la supuesta
sinonimia entre los conceptos de imaginarios y representaciones sociales, provenientes de tradiciones
epistemológicas distintas, tanto en antropología como en psicología social y sociología (Baeza 2008, Durand
2004, Arruda y De Alba 2007, Castoriadis 2007, Girola 2012, Jodelet 2007, Moscovici 1986, Wunenburger,
2008), ya que la teoría socio-fenomenológica de imaginarios sociales, nos permite comprender la realidad
social a través de una decodificación profunda de imágenes y significados de sentidos discursivos que son
homologados, legitimados y naturalizados en un entorno social, de tal manera que resulta difícil —cuando
no imposible— el cuestionamiento de su veracidad.
En segundo lugar, interesa aquí comprender cómo las asimetrías sociales se consolidan a través del
recurso a la violencia simbólica, en tanto lenguaje de imposición de imaginarios sociales dominantes
(Aravena y Baeza 2013, Aravena y Silva 2009).
A través de una revisión crítica de la producción de la prensa escrita chilena, se busca integrar la visión
fecunda de la teoría socio-antropológica de los imaginarios sociales, para comprender los supuestos que
intervienen en la presentación periodística de la realidad.
La construcción mediatizada de la alteridad es así materia de este análisis, en particular, tratándose de un
Otro situado en el centro de una problemática etno-nacional (Foerster 1999).
Los imaginarios sociales tienen una doble faceta; por un lado trabajan en el mantenimiento del orden
social y por otro en el cuestionamiento del mismo.
En efecto, los imaginarios sociales no están exentos de oposiciones provenientes de la heterogeneidad
propia de una sociedad.
En la pluralidad de configuraciones socio-imaginarias, el monopolio de ciertas homologaciones puede
resultar en la hegemonía de un imaginario sobre otro/otros.
En este sentido, se reconoce que algunos imaginarios sociales son dominantes respecto de otros (Baeza
2003).
Considerar, entonces, que existen imaginarios sociales dominantes implica comprender que una
determinada visión de mundo se ha impuesto sobre el conjunto de la sociedad. Por ejemplo, un
imaginario social dominante asociado a la evangelización de América en el siglo XVI logró imponer la mirada
del poder colonial por sobre otras modalidades de significación de mundo, como las propias de
civilizaciones precolombinas (Dussel 1992).
Determinados atributos, cualidades, características, etc., han logrado ser aplicados en una lógica de
naturalización por ciertos sectores sociales que mediante el recurso a la violencia simbólica —como
veremos más adelante— han hecho prevalecer finalmente una serie de supuestos ontológicos y prácticos
sobre la vida social, relegando a la opacidad y a la periferia del mundo significado otras visiones que sin
duda también existen en la sociedad.
Estos últimos, sin embargo, no desaparecen pero sí pasan a formar parte de un espectro amplio de
imaginarios sociales dominados.
Sin embargo, se reconoce que como principio de ensoñación el imaginario puede subvertir la realidad
institucionalizada, siendo una importante fuente de posibilidades alternativas a la realidad socialmente
dominante (Carretero 2001).
Por contraposición a la cultura dominante, hegemónica o heteronómica, los imaginarios dominados se
encuentran relegados a un orden subordinado, pero no por ello inexistentes.
La condición de subalternidad de los imaginarios sociales dominados no constituye jamás una condición
definitiva, puesto que la sociedad es un escenario de pugna entre diferentes propuestas de significación de
la vida social que derivan en una praxis de la misma.
En razón de este fenómeno, los imaginarios sociales están dotados de una historicidad y una dinámica que
admite siempre la posibilidad de cambios incluso de gran profundidad de y en la sociedad.
Desde el punto de vista de una socio-antropología de los imaginarios sociales, que es el nuestro, hemos buscado
aplicar estas nociones, conceptos y categorías de comprensión del mundo social contemporáneo, a la
producción de discursos e imágenes en soportes considerados productores de imaginarios dominantes por
excelencia, a saber, los medios de comunicación y en particular, la prensa escrita.
Sobre el particular, el análisis de contenido del discurso de más de veinte años de prensa escrita y de circulación
tanto nacional como regional en Chile (periódicos El Mercurio y El Sur, entre los años 1990 y 2012), nos permite
ejemplificar la supremacía de ciertos imaginarios sociales por sobre otros.
Cuando la prensa afirma mayoritariamente que los indígenas son violentos —aduciendo actos tipificados como
tales—, ello significa la afirmación de un imaginario dominante, aquél del indígena violento, por sobre
cualquier otra posibilidad de caracterización del mismo.
En una sociedad determinada y en ciertas condiciones históricosociales, los imaginarios que hemos
caracterizado como dominantes no han hecho otra cosa que imponer su propia visión sobre la vida social.
Esto implica imposición multimodal de formas relacionales, de estilos del pensar y del actuar, de categorías
de percepción y de esquemas valóricos, entre otros, que parecen adquirir el rango de verdades absolutas, a
través de un discurso políticamente eficaz, es decir, capaz de provocar cambios durables en una sociedad.
Como se ha sostenido, el método preponderante de tal imposición es la que se conoce con el concepto de
violencia simbólica, consciente o inconsciente en victimarios y víctimas, es decir, con o sin la complicidad
de quien la infringe y quien la sufre. En palabras de Bourdieu, “la eficacia de una acción de violencia
simbólica es proporcional al desconocimiento de las condiciones y de los instrumentos de su ejercicio”
(Bourdieu 1984: 67).
En el contexto moderno, cobran relevancia ciertos bienes simbólicos que esquematizan diversas formas de
pensar de la opinión pública.
Tales bienes simbólicos parecen simplificar fenómenos complejos, brindando así el mecanismo de
comprensión social de aquéllos, con lo cual determinadas significaciones de dichos fenómenos son
validadas y, por ende, compartidas socialmente.
LA TEORÍA DE LOS IMAGINARIOS SOCIALES, SIGUIENDO A PINTOS (1995), ES CLAVE PARA PODER
COMPRENDER LO QUE UN GRUPO CONSTRUYE Y LEGITIMA COMO “REALIDAD”, ES DECIR, LAS IMÁGENES
Y DISCURSOS QUE SON LA BASE SOBRE LA CUAL UNA SOCIEDAD ORIENTA SUS PRÁCTICAS EN UN
MOMENTO DETERMINADO.
Los imaginarios sociales son fuente de significación de la realidad social (Castoriadis 2007: 56), de manera
que preceden la representación de la misma. En este sentido, en la misma medida en que se produce el
discurso de lo dominante, los medios de comunicación y, en el caso particular de este trabajo, en la prensa
escrita, al representar un tipo de discurso social acerca de los pueblos originarios y del pueblo mapuche, lo
significan como el único imaginario posible inhibiendo un amplio espectro de significaciones posibles. De
esta manera, contribuyen a instaurarlo de manera legitimada y al mismo tiempo a naturalizar y a
sustantivizar los contenidos del imaginario dominante.
…se considera que toda identidad tiene un requisito consistente en disponer de un escenario para su
realización: la sociedad, en sentido amplio; sin la cual lo identitario simplemente no tiene razón de ser.
De modo que siempre hay un trasfondo relacional social e histórico en la identidad que le es consustancial,
lo que equivale a advertir que su génesis en el mundo social es inevitable. Ahora bien, en ese escenario,
además, debe haber necesariamente una mise-en scène, es decir un guion que traduce tangencialmente
todo un proceso de diferenciación y de apropiación simbólica del espacio-tiempo mediante el cual —y tal
como lo sugiere la fenomenología— individuos y grupos definen, al fin y al cabo, ni más ni menos que su
lugar de inserción en el mundo y en la vida social.
En otras palabras, nos referimos a una inserción a partir de la cual se organiza lo que podríamos
directamente llamar un pensar y un actuar situados, con respecto a otredades individuales y colectivas
que, como bien lo señalara en su momento Husserl (1995), se mueven tras idénticos propósitos.
En este análisis del concepto comenzaremos diciendo que A LA IDENTIDAD GENERALMENTE SE LA DEFINE
SOBRE TODO A PARTIR DE LA IDEA DE SENTIMIENTO DE PERTENENCIA, EN PARTICULAR TRABAJADA
DESDE LA PSICOLOGÍA.
Pero este fenómeno no se agota de ningún modo en este solo aspecto, dado que de inmediato y mediante
el lenguaje se une a tal sentimiento una construcción subjetiva de la realidad y del discurso que busca
legitimar finalmente todos y cada uno de los componentes imaginarios e ideacionales que se relacionan y se
articulan en los términos de una línea gruesa argumentativa, dando lugar a un constructo simbólico
totalizador que recibe el nombre de identidad.
Por el hecho de ser un proceso intersubjetivo, nada de cuanto allí ocurre corresponde al reino de la
naturaleza, ni mucho menos.
La identidad no podría jamás ser objetivada por la vía de la simple percepción de sus componentes, en la
medida en que la identidad remite a lo que Durand llama una conciencia indirecta.
Lo que somos no es otra cosa que lo que creemos ser, razón por la cual no tenemos otra alternativa que la
de proteger y defender lo que pretendemos establecer como nuestra especificidad.
De modo entonces que hablamos de escenificación porque estamos frente a la necesidad misma de poner
en juego aquello que consideramos específico, propio, y que ordenamos en los términos de una
totalización presunta del Yo o del Nosotros.
La identidad, en tanto artefacto psíquico, nos sitúa en un primer nivel de significaciones instrumentales
para el desenvolvimiento de nuestra existencia individual y grupal.
Con la identidad, en una construcción que es en definitiva imaginario social, reconocemos un tiempo y
también un espacio que son nuestros en un sentido simbólico, vale decir, cuando son investidos de
determinadas significaciones que permiten algo así como una domesticación.
Tenemos entonces una apropiación simbólica que se realiza mediante la instalación de marcas o hitos
reconocibles en un espacio y en un tiempo que, a priori, dicho a la manera de Eliade (1998), son
homogéneos, o en otras palabras, simples variables vacías de contenido.
Estamos aquí en plena coincidencia con el planteamiento de Castoriadis acerca de la construcción social
de un tiempo identitario, en el que una comunidad humana se refleja, se reconoce en acontecimientos y
en secuencias subjetivamente ordenadas de su propia historia, de su pasado, así como también, en
muchos casos, en su proyección hacia momentos futuros a través de procesos imaginario-sociales
bastante sofisticados.
Lo mismo ocurre con un espacio que, al ser apropiado simbólicamente integra al imaginario
correspondiente toda una serie de elementos materiales e inmateriales que están presentes en él y que
pasan a ser vivenciados como propios: estaremos así en presencia de nuestras montañas, ríos, ciudades, así
como también de tipos de vestuario, de gastronomía, también de idiomas, de estilos y formas de
pensamiento, etc.
El ejercicio de diferenciación identitaria es completo. Todo aquél, todo aquello, que no está dentro, es
decir, reconocido al interior de un lugar identitario, está forzosamente fuera de éste.
La designación de un Ser-Otro, de lo Otro, parte de la negación de la mismidad (en el sentido de una
presunta unicidad de un ser individual o colectivo), motivo por el cual ha de ser objeto de un tratamiento,
de una relación especial.
La figura de Alter es para Ego materia de experiencia relacional en el mundo de la vida social; por
consiguiente, se abre todo un arco de posibilidades, desde la confianza hasta la desconfianza, desde el
ánimo de conocimiento de ese ser hasta, por el contrario, la atribución de un estigma distante, desde el
establecimiento de relaciones pacíficas hasta aquél de relaciones belicosas, etc.
Un ejemplo de lo señalado se puede leer en los siguientes titulares y bajadas de título:
Se Presume Fueron Mapuches: Desconocidos Incendiaron Casa de Forestal Mininco. Grupos étnicos
responsabilizan del atentado, en el fundo Santa Rosa de Colpi, a la empresa forestal. Habitantes de
la cabaña habían abandonado el lugar ante el clima de tensión y recientes enfrentamientos (El
Mercurio, 26/09/1999. Cuerpo A, página 17).
Una red de protección oculta a 17 mapuches. CORMA solicita aplicar la ley antiterrorista.
Corporación de la Madera estima que así se podrá poner término a las acciones contra empresas
forestales y agricultores (El Sur, 16/12/2001 Cuerpo 3, página 21).
El Otro, lo Otro, están en el lado opuesto de la frontera simbólica, existiendo siempre la posibilidad de
abrir o cerrar la puerta de acceso de un lado a otro de aquélla.
Si dicha puerta se abre, como dice Simmel (1986) cuando habla del forastero a su llegada a una comunidad
que le acoge sin agresividad, la relación Alter-Ego es predominantemente pacífica. En el caso que nos
preocupa, esta relación se podría conseguir, conforme al discurso de la prensa y aunque de manera parcial,
con la Nueva Ley Indígena: Ley indígena permitirá desarrollo de mapuches (El Mercurio, 09/09/1993. Cuerpo
C, página 8). Nueva ley indígena resolverá parcialmente problemas de etnias (El Mercurio, 24/09/1993.
Cuerpo C, página 3).
En el sentido de lo argumentado, si la puerta, entendida como lugar de tránsito hacia la aceptación o el
rechazo del Otro, se cierra, la relación puede ser teñida de violencia simbólica o abiertamente física:
SIMMEL ESCRIBE QUE CUANDO EL FORASTERO PIDE SER ADMITIDO EN LA COMUNIDAD CON DERECHOS
POLÍTICOS, ESTA ÚLTIMA SE LOS NIEGA Y ALTER ES EXPULSADO O CASTIGADO.
Araucanía: Libres Tres Requeridos Por Ley de Seguridad. Otros cuatro —tres mapuches y un
comerciante— permanecen detenidos (El Mercurio, 22/08/1999. Cuerpo C: 1). Piden Aplicar
a Mapuches Ley de Seguridad Interior (El Mercurio, 28/01/2001. Portada: 1).
La construcción socio-imaginaria del Otro es, en síntesis, indisociable de la construcción de identidad. Habrá
que añadir, sin embargo, un elemento más a la albañilería de tal construcción.
Una identidad se termina de formular con la participación —en términos de una semiosis— tanto de Ego
como de Alter.
En efecto, se tendrá que distinguir entre
1. identidad vivida (aquello que yo o nosotros queremos ser),
2. identidad proyectada (aquello que logramos transmitir de lo queremos ser) e
3. identidad percibida (aquello que Alter construye subjetivamente de lo que Ego transmite).
Esto hace que, finalmente, el carácter social de la identidad se ponga de manifiesto una vez más para, de
manera dialéctica, llevar a cabo una singular co-construcción intersubjetiva que exacerba, disimula,
transforma, lo que identitariamente quisiéramos poner en evidencia:
Collipulli: EMBOSCADA MAPUCHE DEJA TRES HERIDOS. Guardias de Forestal Mininco fueron
trasladados graves a Temuco tras ser atacados la madrugada de ayer con bombas Molotov
por indígenas presuntamente vinculados a la Coordinadora Arauco-Malleco. Intendente (s)
de la IX Región condenó el atentado y anunció que el Gobierno se hará parte en las acciones
legales que emprenderá la empresa afectada (El Mercurio, 20/02/2000. Cuerpo A, página 1).
En el caso analizado, la mayoría de las referencias encontradas en la prensa revisada apuntan a esta última
dimensión mencionada, donde lo que Ego dominante transmite acerca de Alter se traduce en la
descripción estigmatizada de la identidad percibida, sin comunicar en ningún momento otro punto de
vista. Lo anterior se ejemplifica en las citas siguientes que expresan un nulo esfuerzo por representar las
dimensiones de identidad vivida e identidad proyectada, primando sólo la identidad hegemónicamente
percibida:
ARAUCANÍA: LA IMPUNIDAD Y SUS CAUSAS. En la IX Región el diagnóstico compartido es
que el terrorismo recubierto de causa indigenista avanza como el aceite y se mezcla con el
robo sistemático porque no hay voluntad de atajarlo (El Mercurio, 24/08/2008. Cuerpo C: 6).
Sin embargo, diremos aquí que la identidad étnica y la etnicidad refieren a un tipo de identidad social que
en el último siglo se ha constituido, por una parte, como una de las principales categorías de diferenciación
y clasificación social y política vigentes; y de desigualdad estructural, por otra, en la mayoría de las
sociedades contemporáneas (Aravena 1999:123).
Como forma de diferenciación social, la etnicidad se vincula a la clasificación social de individuos que
pertenecen a grupos diferentes, y a las relaciones establecidas entre estos grupos, principalmente, a
partir de características culturales, como formas de ver el mundo, religiosas, idiosincrasias, ideológicas o
políticas, por ejemplo (Aravena 2006: 345).
Al igual que otras identidades sociales, como el género, las clases o las castas, la etnicidad se construye
social, cultural e intersubjetivamente, de manera que en una sociedad determinada es posible y deseable
indagar sobre los significados que le son atribuidos, tanto por quienes se adscriben a dicha identidad
como por quienes la atribuyen. Dichos significados se asocian a imaginarios sociales instituidos sobre dicha
identidad y socialmente legitimados, en la medida en que las identidades a las que hacen referencia
resultan, no de una esencia, sino de una particular construcción de la realidad, donde “unos” clasifican a
“otros” en un conjunto de relaciones desiguales (Aravena 2006: 340).
Existen imaginarios de esa identidad, que pueden ser propios o atribuidos, positivos o negativos, impuestos,
naturalizados, hegemónicos.
En estas citas, se pone en evidencia que la identidad étnica que se busca transmitir corresponde a aquella de un
sujeto que, como hemos visto con anterioridad, se representa en un imaginario violentista y vinculado a grupos
terroristas. Además se lee que se trataría de una característica de suyo contraria a las posibilidades de desarrollo y
de mejoramiento de la calidad de vida.
URL.- http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S2007-
81102017000200007&lng=es&nrm=iso&tlng=es
http://www.scielo.org.mx/pdf/crs/v12n23/2007-8110-crs-12-23-00007.pdf
Baeza R., Manuel Antonio; Silva G., Grace Imaginarios sociales del Otro: el personaje del forastero en Chile (de 1845
a nuestros días) Sociedad Hoy, núm. 17, 2009, pp. 29-38 Universidad de Concepción Concepción, Chile
https://www.redalyc.org/pdf/902/90219257003.pdf
TEMA GENERAL
RESUMEN:
PROBLEMA.-
MATERIAL Y MÉTODOS USADOS.-
LUGAR DE LA INVESTIGACIÓN.-
CONCLUSIONES.-
RECOMENDACIONES.-
FICHA 1.- MARCO TEÓRICO
Para reducir la complejidad de este fenómeno referido a las subjetividades sociales, nuestro marco teórico está
constituido por los conceptos e ideas sociológicas propios de la teoría fenomenológica de imaginarios sociales
(Baeza, 2000, 2003, 2008).
Según ésta, basada en la crítica sociológica a ciertos preceptos filosóficos de E. Husserl (1997) efectuada por
el ya citado A. Schütz (1973, 1974) –y luego también abordada por P. Berger y T. Luckmann (2001)–, la
experiencia de la vida (Lebenswelt) es necesariamente la experiencia del mundo social, lo cual implica
que la famosa experiencia del Yo y su actitud natural frente al mundo es indisociable del encuentro con
otros Yoes, porque sencillamente el mundo de la vida es un mundo social, es decir el espacio mismo de la
sociedad.
Entonces, en esa experiencia que conduce primero hacia la conciencia de… y luego hacia el posibilitamiento
de una relación empática en donde se comparte significaciones múltiples, las cosas del mundo surgen
inicialmente como un enigma que debe ser descifrado, dado que la vida social es aquí vista como una
aventura cognitiva colectiva llevada a cabo en un reino de incógnitas; el resolver dichos enigmas constituye,
en definitiva, una necesidad práctica que de no ser satisfecha impide el emprendimiento y luego la
prosecución de dicha aventura, orientada siempre hacia lo desconocido, hacia lo que “todavía no es”.
Aquí, el personaje del forastero (Alter) se presenta como uno de esos enigmas susceptibles de una
experiencia cognitiva que el sujeto (Ego) ha de resolver en los términos de un “algo plausible”, que se
instituye, que se legitima en términos sociales.
La teoría en cuestión agrega que la sociedad, siendo un escenario de pugnas socio-imaginarias, da
finalmente lugar a imaginarios sociales dominantes e imaginarios sociales dominados; tratándose del
forastero en la formulación de una mirada hegemónica la intervención del Estado es capital , en la medida
en que fue éste la instancia que en Chile –y en América Latina– promovió un ideal de Nación,
estableciendo así un criterio de inclusión y de exclusión que permitía al mismo tiempo estatuir acerca del
sujeto no nacional desde una perspectiva en primer lugar jurídica.
Desde un punto de vista teórico, entonces, podemos de entrada decir que la configuración de un
imaginario social dominante tiene lugar como resultado de una pugna de significaciones intervenida en el
seno de las elites de nuestra sociedad y al interior del campo simbólico.
En efecto, una sociedad puede ser vista como un escenario en el cual compiten productores de distintos
imaginarios sociales o esquemas de realidad social plausible, en donde se termina validando
provisoriamente a uno de ellos como un resultado que implica mayor o menor grado de uso de violencia
simbólica.
En este último sentido, un imaginario social puede ser considerado como imaginario dominante sólo en la
medida en que sus contenidos han sido naturalizados, por lo tanto adoptados por el conjunto de la
sociedad y transformados EN HABITUS, en el sentido dado a este concepto por P. Bourdieu, Y EN
MENTALIDAD cuando dichos contenidos perduran por muy largo tiempo y devienen estructuras mentales
muy estáticas (Baeza, 2000).
Ahora bien, un segmento social determinado, ocupando una posición privilegiada en la sociedad, para
imponer su propia visión (su propio imaginario social) puede echar mano –en el sentido atribuido por L.
Althusser– a los aparatos ideológicos del Estado, lo cual no hace sino aumentar la eficacia política (léase
capacidad transformadora) de dichos imaginarios sociales.
Tal sería el caso de las visiones de mundo (Weltanschaaung) que a través de la historia han logrado
inspirar ciertas leyes, tal como ocurre por ejemplo en el tema de la inmigración en Chile y que ahora nos
ocupa. En tales condiciones, nuestra opción metodológica ha sido justamente la de buscar dichas visiones
en algunos corpus legales que hemos descubierto en su carácter emblemático.
Lo anterior se traduce entonces en la conformación de una secuencia conformada por tres grandes
imaginarios sociales oficiales a lo largo de la historia republicana de Chile y ratificados en tres importantes
disposiciones legales:
a) desde 1845 con la ley conocida como Ley Pérez Rosales y la emergencia de la
figura del colono hasta la primera mitad del siglo XX;
b) desde 1953 y la ley de Carlos Ibáñez del Campo que da lugar a la figura del
inmigrante hasta mediados de la década de los ’70;
c) desde 1975 y el decreto-ley de A. Pinochet que da lugar al surgimiento de la
figura polimórfica del extranjero.
Lo que se verá a continuación es el desglose de estos tres momentos de la historia de Chile en materia de trato al
forastero.
FICHA 2.- El tiempo de nuevos territorios anexados y de colono
Chile planeó la colonización de los territorios geográficamente ubicados al sur del río Bío-Bío. Por un lado, la
consigna del argentino J. F. Sarmiento de hacer avanzar la civilización frente a la barbarie y, por otro, aquella
de J. B. Alberdi en orden a “poblar es gobernar”, tenían eco en un Chile que comprometió así una política
de corte positivista de poblamiento planificado.
De esa manera, la colonización concentró principalmente la venida de alemanes y, en menor medida, de
otros europeos no hispánicos.
Mientras en las elites gobernantes una tendencia xenofílica se manifestó incluso durante la polémica
acerca de si quienes debían inmigrar debían ser alemanes o franceses (Blancpain, 1985, 1987), en el resto
de la sociedad la mirada fue primero expectante, incluso desconfiada, para luego sumarse progresivamente
a la xenofilia ambiente tras verificar los beneficios potenciales que implicaba la presencia de forasteros que
trabajaban duramente y que implicaban, de por su presencia y trabajo, un aporte material al desarrollo del
país, al menos en esas zonas consideradas vacías por las elites en el poder.
Es que, en los hechos, la colonización tenía un triple objetivo:
a) geopolítico: extender e integrar el territorio hacia el sur;
b) económico: hacer productivos los territorios que se integraban;
c) cultural: poner en contacto dos tipos muy diferentes de poblaciones con el fin de
transformar relaciones sociales y también prácticas cotidianas en el sentido del
disciplinamiento de los individuos y grupos autóctonos.
Este triple objetivo tenía que ver, a su vez, con una clara finalidad estratégica: la de consolidar rápidamente
el modo de producción capitalista.
La figura del colono, por lo demás proyectada según modelo evolucionista y anglosajón, emergió así en
conformidad a cuatro criterios que son los siguientes:
i. Un atributo de género, que establecía que el colono debía ser necesariamente un varón,
considerando para ello principalmente la idea de aporte de una fuerza de trabajo, planteada
entonces como esencialmente masculina;
ii. Un atributo de rol, que consistía en el hecho de tener que ser padre de familia5 y poder
contar así, a la vez, con las condiciones óptimas para el arraigo en nuevos territorios y,
también, con un modelo de disciplinamiento para los indígenas y así favorecer el tránsito
de la condición de peón a proletario (Salazar & Pinto, 1999);
iii. Un atributo de origen, que se expresaba en forma literal en el corpus de la ley, al precisar
que el colono que había de insertarse en territorio indígena debía ser –como ya lo decíamos
anteriormente– europeo o norteamericano, no admitiendo extranjeros de otras
procedencias (véase ley sobre colonización extranjera y adquisición de terrenos indígenas
de 1874);
iv. Un atributo de saberes y aptitudes, mediante el cual se estipulaba que el colono llegaba
fundamentalmente a trabajar la tierra y a desarrollar la agricultura.
FICHA 3.- El tiempo de la sustitución de las importaciones y de la selección de inmigrantes
El modelo anteriormente descrito dejó de tener solvencia simbólica y práctica desde un punto de vista social
y político, es decir dejó de tener la eficacia requerida en tanto que estructura de ajuste (Baeza, 2000) una
vez que los territorios antes considerados como desocupados ahora simplemente ya dejaron de estarlo.
Se entiende por estructura de ajuste un tramado de instituciones socio-imaginarias que, en su conjunto,
tienden a dar estabilidad a un colectivo social. Este concepto ha sido propuesto en M. A. Baeza (2000).
La colonización se extendió principalmente con motivo de la “licitación” de tierras consideradas como
disponibles: éste ya no era el caso a mitad del siglo XX, sin perjuicio de que otras modalidades de
inmigración alemana fructificaran igualmente en ciudades tales como por ejemplo Valparaíso y Valdivia, en
donde las actividades fueron esencialmente industriales o fabriles, desvinculándose de alguna manera de
los propósitos iniciales referidos a la agricultura.
Ya en 1895, con el reglamento de inmigración que promulgó el gobierno de turno (J. Montt) se estableció
una figura dual del inmigrante, dibujando por un lado aquélla del inmigrante industrial y también, por otro,
aquélla del inmigrante agrícola.
Cabe hacer notar el hecho de la disputa, al seno de las fracciones de la elite en el poder, en el plano
imaginario-social y simbólico, que significaba favorecer una u otra figura del inmigrante, quien debía ir –
según los casos– hacia el campo o hacia la ciudad.
Pero la figura del inmigrante se afinaría mucho más una vez dirimida la contienda por la institución social
de realidad (Castoriadis, 2007) en el tema de la inmigración. En efecto, en las décadas de los años ’40-’50,
los problemas del Estado chileno radicaban en la sustitución indispensable de las importaciones, debilitadas
fuertemente estas últimas como consecuencia de la II Guerra Mundial y esto tendría un gran impacto en las
nuevas concepciones de la inmigración.
En efecto, a diferencia del siglo XIX, Chile necesitaba ahora saberes más específicos en distintas áreas, ya no
cantidades importantes para poblar territorios nuevos; el factor demográfico que antes hablaba de
crecimiento indispensable de la población, se vinculaba de aquí en adelante a algo muy diferente: la
configuración de un mercado nacional. La consigna era pues la industrialización y los imaginarios sociales
dominantes se adaptaron precisamente a la nueva situación; el decreto con fuerza de ley Nº 69
promulgado el 27 de abril de 1953, que al fin y al cabo reglamentaba la nueva figura del inmigrante –en
reemplazo del colono– decía en uno de sus párrafos introductorios textualmente:
“(…) necesitamos elemento humano de las características ya señaladas, porque el país se
encuentra en un proceso de industrialización intensivo en todos los órdenes de la
producción”.
Eran los nuevos desafíos de la economía entonces los que modificaban la mirada oficial, más exactamente
los imaginarios dominantes, acerca del forastero en Chile.
Probablemente en esta misma modificación socio-imaginaria se observaba ya una primera demostración
flagrante de la extrema vulnerabilidad en la que este particular Ser-Otro se veía envuelto: los estatus, los
roles, las condiciones, los tratos, etc., podían cambiar sin que el forastero, en su condición de tal, pudiera
ejercer la menor resistencia.
Con la sola excepción de los colonos del período anterior, que fueron objeto de un tratamiento especial al
mismo tiempo que recayó sobre ellos un sentimiento xenofílico que les diferenciaba claramente de otros no
nacionales, y como bien lo señalaba en su momento G. Simmel (1977), se demostraba ahora cada vez más
que los forasteros no correspondientes a las categorías seleccionadas se encontraban simplemente fuera
de la comunidad política correspondiente al país de acogida y como tal pasaban a encontrarse en
condiciones más bien precarias.
En síntesis, en esta fase de la historia de Chile, los atributos exigidos al colono en el siglo anterior dejaban
de ser útiles para los nuevos desafíos del Estado.
La estructura de ajuste anterior mostraba aquí toda su obsolescencia, porque las masas populares ya
estaban disciplinadas, se había impuesto ya un modelo de familia, se había consolidado definitivamente el
modo de producción capitalista.
Es este último que requería, por cuestiones de orden coyuntural mundial, nuevas adecuaciones imaginario-
sociales no menos xenofílicas y eurocéntricas, en donde además ciertos aspectos geopolíticos y también
culturales referidos a la pertenencia al continente latinoamericano pasaban a ser, lisa y llanamente,
relativizados o desconocidos.
Al fin y al cabo, las alteridades –cualquiera sea su naturaleza– siempre parecieron estar definidas por los
imperativos dictados por un modo de producción particular, así como también por un histórico
sentimiento de admiración por Europa y luego por Norteamérica.
FICHA 4.- El tiempo paradójico de las aperturas controladas y el personaje del extranjero
En la década de los ’70, la cuestión de la reinserción de Chile en el concierto de las naciones pareció estar
presente en una nueva y no menos audaz adaptación del imaginario social dominante en materia de
inmigración, todo lo cual se expresó en la dictación del decreto-ley Nº 1094 del 14 de junio de 1975, vale
decir en pleno auge de la dictadura militar.
Con una caracterización totalmente diferente del momento histórico, el sujeto venido de extramuros pasó,
en efecto, a tener también en esta oportunidad un rostro muy distinto, siendo esta vez un sujeto
multifacético, hasta polimórfico, y los motivos para que todo esto ocurriera de esta manera era n que, una
vez más, los componentes de la estructura de ajuste correspondiente al período de industrialización eran
prácticamente inservibles: Chile preparaba su modelo neoliberal radical y, junto con la des-
industrialización galopante de mediados de los ’70, se abrían las puertas y las fronteras para la libre
circulación de capitales y mercancías.
Pero respecto de las personas, la situación era diferente, muchísimo más restrictiva: por la primera vez se
diversificaba el perfil caracterizante del extranjero que podía ingresar a Chile, al mismo tiempo que –algo
paradójicamente– se precisaba el perfil de los extranjeros que no podían ingresar al país.
Las cláusulas especiales tenían que ver en esta ocasión con ideologías y con activismo político, con grados
de peligrosidad respecto de la seguridad interior y exterior del Estado chileno, también con el hecho de que
el Estado no debía asumir costos suplementarios por concepto de inmigración, etc., y eso tenía estrecha
relación con el cambio del rol de aquél, es decir abandono de la condición de ente regulador o subsidiario.
Los imaginarios sociales anteriores tenían que ver con claras necesidades económicas identificadas y
planteadas en determinados momentos históricos correspondientes a fases diversas del capitalismo y del
desarrollo nacional;
los imaginarios sociales de mediados de los ’70 se configuraron, por su parte, en una suerte de
contradicción fundamental: por un lado, invocando la presunta solidez de la nueva economía, pero por otro,
invocando la necesidad de mantener la seguridad interior del Estado.
Siendo Chile un país próspero, de fronteras abiertas en muchos sentidos, no se podía esperar sino la
eventualidad de un serio incremento de visitantes de distintos puntos cardinales, además de una gran
diversificación de motivos para su llegada: desde los trabajadores con clara intención de radicarse por
períodos variables hasta los turistas, pasando por los estudiantes y otros tipos de visitantes esporádicos; no
obstante, el prejuicio ideológico que invadía a los militares y a los ideólogos de la doctrina de la seguridad
nacional iba en el sentido de incrementar la selectividad ideológica, a la vez que las restricciones y
controles de fronteras.
En su conjunto, lo anterior no quería decir que la economía prescindiera totalmente en esta nueva fase de
mano de obra extranjera: en zonas geográficas vinculadas a sectores agro-exportadores se empezaron a
escuchar algunas voces que pedían incluso “temporeros internacionales”, con permiso de trabajo limitado
a la sola estación de cosechas.
A partir de mediados de los ’70 entonces, y esto parecerá sin duda paradójico a primera vista, dado el tipo
de régimen político vigente, Chile generaba la impresión de abrirse a múltiples posibilidades de llegadas de
extranjeros con motivo de una nueva etapa de la globalización, pero en la práctica, la residencia era
entregada solamente a extranjeros si éstos contaban con un contrato de trabajo. En los hechos, la
diversificación no quería decir multiplicación y masificación de los flujos migratorios, lo cual justificaba –
desde el punto de vista del régimen dictatorial– el hecho de jamás promover una política específica en
materia de inmigración.
FICHA 5.- El tiempo de las regularizaciones y de las medidas excepcionales
En la década de los ’90, con motivo del retorno de la democracia, se presentó un proyecto de ley en 1993
que pretendía dotar al país de una política migratoria, modificando al mismo tiempo los decretos vigentes
en esta materia. El país, ya reintegrado a la comunidad internacional tras diecisiete años de dictadura, podía
asumir de manera más serena los nuevos desafíos y dilemas planteados por la nueva fase de la
globalización, la cual suponía una circulación mayor de las personas a nivel mundial; Chile había dejado de
ser un país denunciado en organismos internacionales por violación de los derechos humanos y, por esa sola
razón, podía perfectamente esperar que tal circulación le alcanzara.
Pero dicho proyecto fue archivado, al no producirse acuerdo ni siquiera acerca de la celeridad con la cual
debía ser debatido. Lo que ha prevalecido en todo este tiempo es finalmente la figura de la “resolución
exenta” que emana de los presidentes de la República y que son firmados por los respectivos ministerios,
como fue el caso especial del “perdonazo” de la Presidenta M. Bachelet a los inmigrantes irregulares el 21
de octubre de 2007, igualmente por resolución exenta (Nº 36.339). La política chilena en materia de
inmigración ha quedado pues relegada a este tipo de disposiciones excepcionales aun tras el cambio de
régimen político, no definiendo muy bien las condiciones o características de una nueva estructura de
ajuste en esta materia sensible, a saber, la institución social que legitime más claramente las condiciones
en las cuales un extranjero o inmigrante ha de permanecer en el país. Es muy probable que no emerja aún
un nuevo imaginario social dominante del inmigrante simplemente en razón de que no se avista ninguna
urgencia y que, por el contrario, la permanencia de un stock de trabajadores indocumentados proveniente
de países vecinos más pobres siga siendo la condición sine qua non para garantizar la buena marcha del
modelo neoliberal y las condiciones de competitividad internacional.
Cabe mencionar en este aspecto, no obstante, que para la generalidad de los gobiernos, la cuestión de la
inmigración surge como un serio problema de gobernabilidad, como bien se puede observar en el caso de la
Unión Europea, dadas las nuevas características de los flujos migratorios en un contexto nuevo de
globalización avanzada y de creación de nuevos espacios transnacionales de residencia. En este último
sentido, cabe destacar muy especialmente el contenido de la Ley Nº 19.581 del 19 de agosto de 1998, en
donde se establece la categoría de “habitantes de zonas fronterizas” que estipula la posibilidad de
residencia en áreas cercanas a las fronteras de países vecinos por un período de siete días, sin por ello
poder ejercer trabajo alguno durante dicha estadía. Desde 2005, una medida bilateral y recíproca entre Perú
y Chile faculta a nacionales de ambos países a viajar al país vecino sin el uso de un pasaporte, aunque esta
medida restringe los ingresos a una cantidad limitada de kilómetros al interior del país que se visita. En
ambas situaciones, se ha alimentado la polémica acerca del buen uso de tales disposiciones, a propósito de
eventuales inmigrantes peruanos clandestinos en Chile.
FICHA 6.- Algunas consideraciones finales
Sin proponer una conclusión acabada en esta materia, podemos sin embargo decir -de entrada y en
términos teóricos- que un imaginario social dominante comprende siempre aquello que un sector social
triunfante, una elite, considera adecuado para responder a los desafíos tanto coyunturales como durables
de la historia.
Cada momento histórico pone a prueba aquello que se ha instituido imaginario-socialmente, como bien lo
señalara C. Castoriadis (2007); aquello produce incluso mutaciones internas en el imaginario propio del
bloque dominante, como hemos intentado demostrarlo, porque de no ser así esas posiciones hasta ahora
ventajosas en la sociedad se encontrarían simplemente amenazadas y entonces potenciales actores
nuevos, y con ellos nuevas propuestas de institución social, podrían intervenir en los escenarios sociales
para intentar imponer una visión distinta de la sociedad.
Por consiguiente, en materia de inmigración, reiteramos que han existido al menos tres grandes momentos
históricos (el de la colonización, con un Estado oligárquico liberal; el de la modernización con un Estado
desarrollista; el del modelo económico neoliberal con un Estado autoritario) que, de por sus respectivas
características, han necesitado sendas estructuras de ajuste, es decir, visiones de mundo o imaginarios
sociales que se han impuesto sobre otros, plasmando todo un tramado de significaciones sociales que
otorgan verosimilitud a determinados contenidos.
Podemos, sin embargo, constatar al menos cuatro elementos de continuidad que cruzan por encima de los
momentos históricos que hemos visualizado:
a) un factor económico y el rol que el forastero juega en el campo de la economía;
b) un rol preponderante del Estado en la construcción de los imaginarios sociales
dominantes respectivos y que, por su difusión en la sociedad, logran influenciar
fuertemente las percepciones y prácticas de los nacionales en materia de acogida o
rechazo de flujos migratorios;
c) un primer factor cultural, marcado por una fuerte inclinación de tipo xenofílico
eurocéntrico;
d) un segundo factor cultural, marcado en abierta contraposición con el anterior,
por una suerte de divorcio con el espacio geográfico latinoamericano; en el caso
específico de Argentina existe una salvedad, debida muy probablemente a una
asimilación del argentino a la construcción xenofílica chilena de la imagen del
europeo (y del norteamericano por añadidura) y de la cual no nos sentimos muy
distantes.
Es preciso señalar, en síntesis, que es con este marco ideacional que se produce, en definitiva, el contacto con el
Ser-Otro inmigrante.
La investigación aquí presentada ha dejado de manifiesto que dichos imaginarios sociales dominantes no son
siempre seguidos en forma mecánica, sin ciertos cuestionamientos parciales o totales por al menos parte de la
población. En efecto, hemos constatado que, a veces, se trata de sectores socioeconómicos y en otras ocasiones de
determinados segmentos etarios que irrumpen a través de inflexiones imaginario-sociales que, en el caso de los
inmigrantes, atenúan positivamente el tratamiento social de éstos, aún cuando se conserve a menudo una distancia
y una jerarquización social. Es de este mismo modo como, en general, se empieza a registrar también lo que podrían
ser importantes cambios de mentalidad (estructuras mentales profundas) en la sociedad chilena, entendiendo en
todo caso a aquéllas como imaginarios sociales petrificados que cambian mucho más lentamente. Dicho de otra
manera, la sociedad chilena ha quizás empezado a cambiar también lentamente.
URL.- https://www.redalyc.org/pdf/902/90219257003.pdf
Aravena, Andrea y Silva, Fernando (2009). ”Imaginarios sociales dominantes de la alteridad en la configuración de
los límites etno-nacionales de la identidad chilena”. Revista Sociedad Hoy. 17:39-50.
https://www.redalyc.org/pdf/902/90219257004.pdf
Este trabajo trata de los imaginarios nacionales acerca del Otro, cuando ese otro –Alter– es distinguido
social y culturalmente de Ego, ya sea en base a su origen distinto o a su distinta posición en esas estructuras
que le permiten o no incluirse a la sociedad receptora.
En Los caminos invisibles de la realidad social (2000), Baeza define lo que es un Imaginario, “entendido aquí
en términos sobre todo sociales, es una manera compartida por grupos de personas de representarse en
el espacio y el tiempo” (Baeza, 2000: 9).
Sánchez Capdequi (1997) entiende por imaginario cultural como “el reducto trascendental y transhistórico
en el que se va depositando el conjunto de vivencias y experiencias del quehacer humano a lo largo de su
historia” (Sánchez Capdequi, 1997: 151).
Esta cualidad que trasciende las construcciones individuales de la realidad forma parte de lo que Jung
llamara inconsciente colectivo, que refiere no a una comunión de sentido sino que va mas allá afirmando
que “la base creadora es la misma psique humana y el mismo cerebro humano que con variaciones
relativamente mínimas funciona de idéntico modo en todas partes” (Jung, citado por Sánchez Capdequi,
1997: 152).
Por lo tanto, se asume que cada persona tiene una capacidad de representarse a sí misma y a otros en el
mundo, suponiendo lo social y archivando en su memoria las experiencias de vivir juntos.
De acuerdo a Pintos, “los imaginarios sociales serían precisamente aquellas representaciones colectivas
que rigen los sistemas de identificación y de integración social y que hacen visible la invisibilidad social
(Pintos, 1995: 8).
En otras palabras son: “esquemas construidos socialmente que nos permiten percibir como real lo que en
cada sistema social se considere realidad” (Pintos, 1997).
Así entendidos, los imaginarios sociales en el campo de la cultura se hacen sociales en base a las reglas de
legitimación de cada sociedad, existiendo condiciones sociales e históricas de posibilitamiento (Baeza,
2000).
Éstas se instituyen en un acto de aceptación y legitimación social (Castoriadis, 1988).
Así, los imaginarios sociales planteados como sentimiento colectivo se plantean como expresión de las
poblaciones humanas, a través de la identidad y de la memoria colectiva (Hawlbachs, 1925).
FICHA 3.- Los vaivenes de la identidad chilena: el egoísmo del anfitrión y la negación del componente indígena
La identidad nacional desde el punto de vista de los imaginarios sociales ha sido particularmente definida
por Anderson como una comunidad imaginada (Anderson, 1993).
Esto significa que la identidad nacional, al igual que la etnia, no son una realidad dada, fija y estanca, sino
una comunidad de intereses políticos que se orienta y se organiza en función de su proyecto de
autonomía.
Para el caso de la identidad chilena, Larraín (2001) ha recopilado las versiones más relevantes en que la
sociedad chilena se autodescribe –en términos de Luhmann (2007)–.
El autor pone énfasis en señalar que cada versión se encuentra inclinada o hacia lo
tradicional o a lo moderno, dependiendo de la situación en que se encuentre el país, ya sea
en guerra, en auge o crisis económica (Larraín, 2001).
1. En tiempos de guerra –por ejemplo con el Reino de España– se tornaría hacia lo
tradicional –lo propiamente criollo–, forjando la cohesión etno-nacional,
enfatizando su origen distinto para legitimar una nueva alianza hacia la fundación
política de la nación.
2. En tiempos de auge o desarrollo económico, lo plausible se volcaría hacia lo
moderno, reorientando el campo social hacia el linaje europeo de identidad chilena,
y en consecuencia negando el componente indígena (Robles, 2006; Waldman,
2004).
A partir de esta tesis, puede sostenerse que la identidad nacional chilena que se forja desde la
independencia nacional tiene las siguientes características útiles a nuestra investigación.
1. Por un lado, la construcción del imaginario social nacional es en primer lugar
circunstancial, dinámica y estratégica.
2. En segundo lugar, estaría atravesada por la tensión permanente que genera en esta
identidad la tradición –principalmente basada en la moral religiosa– enfrentada a “la
modernidad”.
3. También, la lealtad con el componente europeo de la identidad chilena entraría en
permanente tensión con el origen mestizo e indígena del pueblo (Waldman, 2004).
4. Igualmente, los peruanos (y bolivianos) mirados con sospecha desde la conformación
del Estado nacional chileno (Robles, 2006), han sido bienvenidos como mano de obra
barata a la economía en las últimas décadas.
FICHA 4.- La distinción etnia/nación como límite político
En el actual mundo globalizado la diversificación de las comunicaciones y descripciones culturales nos
permiten tener acceso a una variedad de relatos acerca de los otros y nosotros mismos.
Las narrativas y relatos acerca del otro en nuestra configuración identitaria nacional datan desde el
período colonial.
Así, mientras los imaginarios dominantes de la colonia describieron al otro como inferior en virtud de su
naturaleza –aborigen, natural, india–, el imaginario dominante de la conformación republicana invisibilizó
al otro indígena en virtud de la necesidad de construir una ciudadanía criolla, donde el otro indígena ha
sido siempre inferiorizado.
Respecto del otro inmigrante, las figuras más importantes en Chile son aquellas de los europeos que
viajaron a colonizar las tierras del sur del país en el siglo XIX, y de quienes inmigraron como trabajadores
extranjeros (árabes, chinos, coreanos y finalmente peruanos).
Los primeros sobrevalorados por su aporte al desarrollo económico de las regiones donde se insertaron y
los últimos subvalorados como mano de obra.
Desde el campo de estudios sobre la etnicidad conducidos por Barth (1976), los límites étnicos implican
“procesos sociales de exclusión e incorporación por los cuales son conservadas categorías discretas a
pesar de los cambios de participación y afiliación en el curso de las historias individuales” (Barth, 1976:
10).
Por su parte, el español Manuel Río Ruiz se refiere a una “comunidad étnica cohesionada bajo principios de
identificación y acción social excluyente” (Río, 2002: 99).
Si los límites “se forman mediante dispositivos de exclusión” (Giddens, 2002: 330),
¿cuál es su función? Estos límites buscan conservar al grupo étnico como adscriptivo y exclusivo, canalizan la
vida social, así como “mantienen y generan la diversidad étnica dentro de los sistemas sociales
circundantes más amplios” (Barth, 1976: 22).
Por otra parte, la etnicidad alberga la idea de origen del grupo, cuya memoria colectiva se vuelca al
pasado (Aravena, 2003).
En este sentido de gran importancia es la lengua para conservar lo propio del grupo étnico, la cultura se
supedita al aprendizaje de éste y de la formas de estructuración social que se desprenden de su uso
(Goodenough, 1975).
Como distinción de lo propiamente nacional, la denominación etno-nacional sugiere un conflicto, una
tensión de identidades en el seno de un Estado Nación.
Según Díaz-Polanco (1987), este conflicto refleja la desigualdad heredada de procesos de conquista y
dominación.
A pesar de proclamar la igualdad en su interior, “la Nación se organiza en términos de principios
exclusivistas, los cuales trazan un mapa social caracterizado por la discriminación y la desigualdad
sociocultural” (Díaz-Polanco, 1987: 14).
La alteridad etno-nacional, entonces, supone finalmente un “juego de fronteras”. Éstas servirían para
destacar los límites de la identidad y para construir al otro como lo abominable (Augé, 1996).
El imaginario que se desprende del discurso chileno sobre alter mapuche considera en forma ambivalente
dicha figura.
La nación se presenta como oferta plausible y promete la integración de la etnia a la modernidad.
Las demandas etnonacionales son representadas como innecesarias, de esta forma se invisibiliza la
sujeción política resaltando el concepto unitario de identidad chilena.
La operación de inclusión forzada en el sistema político no conlleva otras inclusiones y por ende “se asume
que con el establecimiento de un conjunto de normas comunes a todos los miembros de una sociedad se
consigue la paridad en el seno de la Nación” (DíazPolanco, 1987: 24), ignorando así las desigualdades
heredadas.
Por otro lado, de la tabla también se puede inferir la configuración del imaginario social del límite externo y
la exclusión del inmigrante peruano.
El ser la figura más frecuente de la inmigración reciente (Navarrete, 2007), el cargar con el peso de una
guerra (Riquelme & Alarcón, 2008) y la asociación de esta figura con lo indígena, hacen del peruano un
alter relevante en la construcción del limite etnonacional externo de la identidad chilena. “Ya por último
no importa que los chilenos sean sucios, porque somos chilenos, estamos en nuestro país, el problema es de
nosotros, pero un peruano que viene a ensuciar” (…) “uno tiene esa licencia, porque es chileno, así se lo
toma la gente” (Mujer, joven, estrato medio).
Se verifica aquí lo señalado por Gellner: “El maremoto de la modernización barre el planeta, y esto hace
que casi todo el mundo, en un momento dado, tenga motivos para sentirse injustamente tratado y pueda
identificar a los culpables como seres de otra nación” (Gellner, 1983: 145).
El discurso también tiende a destacar la competencia laboral como argumento de su exclusión. “Digamos
que los de la clase baja como que los ven como amenazas así como: ¡vienen a quitarnos la pega!”. (Mujer,
joven, estrato medio).
Desde un punto de vista socio-cultural es posible observar un fuerte componente histórico desde el cual se
clasifica esta figura como inferior: “Como el mito que a Chile lo hace grande, que ganó la guerra del Pacífico,
cachay, por eso al peruano se le mira así como por el suelo” (Hombre, joven, estrato medio).
Lo anterior también se relaciona a descripciones racistas: “Sí, en cuanto a los peruanos y a los bolivianos, en
cuanto a nivel intelectual, yo creo que son inferiores a nosotros” (Mujer, adulto, estrato bajo).
Finalmente, cabe destacar que la asociación de alter peruano a la ilegalidad conlleva una serie de
representaciones mediáticas delincuenciales asociadas al inmigrante peruano: “leo los diarios y todas las
cosas, y cuando se descubren cargamentos de drogas, son peruanos o son bolivianos, burreros, poh”.
(Mujer, adulto mayor, estrato bajo).
TEMA GENERAL
RESUMEN:
PROBLEMA.-
MATERIAL Y MÉTODOS USADOS.-
LUGAR DE LA INVESTIGACIÓN.-
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RECOMENDACIONES.-
FICHA 1.- INTRODUCCIÓN
LA IRREMEDIABLE INTROMISIÓN DE LO IMAGINARIO
Francesca Randazzo Universidad de Santiago de Compostela
FICHA 3.-
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FICHA 6.-
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FICHA 8.-
FICHA 9.-
FICHA 10.-
FICHA.-
URL.-
ELEMENTOS BÁSICOS DE UNA TEORÍA FENOMENOLÓGICA DE LOS IMAGINARIOS SOCIALES
Dr. Manuel Antonio Baeza R. Universidad de Concepción, Chile
http://libros.metabiblioteca.org/bitstream/001/449/1/Nuevas%20posibilidades%20de%20los%20imaginarios
%20sociales.pdf
TEMA GENERAL
RESUMEN:
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MATERIAL Y MÉTODOS USADOS.-
LUGAR DE LA INVESTIGACIÓN.-
CONCLUSIONES.-
RECOMENDACIONES.-
FICHA 1.-
los imaginarios sociales son precisamente aquello: formas de significación institucionalizadas que adopta la
sociedad en el pensar, en el decir, en el hacer, en el juzgar. Por lo tanto, y en síntesis, no obstante
representaciones e imaginarios sean conceptos vecinos, ellos divergen en la aproximación que tienen
respecto del tema de ―lo real‖. Comprender entonces el concepto de imaginarios sociales no es otra cosa
que indagar en la dinámica generativa de la vida social en sus aspectos fundantes, o sea en todo cuanto es
creado y conservado desde la subjetividad social.
FICHA 2.- EL IMAGINARIO SOCIAL DEL OTRO INFERIORIZADO. TAXONOMÍA DE LA ALTERIDAD COMO ESPEJO DEL YO
CONTEMPORÁNEO55 Rubén Dittus56 Universidad Católica de la Santísima Concepción
http://libros.metabiblioteca.org/bitstream/001/449/1/Nuevas%20posibilidades%20de%20los%20imaginarios
%20sociales.pdf
67
FICHA 3.-
FICHA 4.-
FICHA 5.-
FICHA 6.-
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Cabrera Varela, Julio; Filgueira López, Ester; Aliaga Sáez, Felipe Andrés; Carretero Pasín, Enrique Pobre
Latinoamérica rica. Reconstrucción del imaginario "Latinoamérica" Sociedad Hoy, núm. 17, 2009, pp. 11-27
Universidad de Concepción Concepción, Chile
https://www.redalyc.org/pdf/902/90219257002.pdf
Gómez Santana, Laura Guillermina Ser indígena en la reforma agraria. Jalisco, México. 1915-1924 Sociedad Hoy,
núm. 17, 2009, pp. 103-113 Universidad de Concepción Concepción, Chile
https://www.redalyc.org/pdf/902/90219257009.pdf
Selister Gomes, Mariana La construcción del Brasil como un paraíso de mulatas: del imaginario colonial al marketing
turístico Sociedad Hoy, núm. 17, 2009, pp. 75-87 Universidad de Concepción Concepción, Chile
https://www.redalyc.org/pdf/902/90219257007.pdf
TEMA GENERAL
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