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LA IGLESIA SEGÚ N LA TRADICIÓ N

CALVINISTA REFORMADA
Por José Luis Velazco Medina

Tomado del Libro: Calvino Vivo


Editorial El Faro
México, D.F. 1987

La Reforma de la Iglesia ha sido la preocupació n constante de muchos cristianos


sinceros a través de los siglos. Esta preocupació n constante surge a raíz de las formas
diferentes en que la Iglesia se ha desviado de las verdades bá sicas del Evangelio y no
menos por la prá ctica corrupta de tiempo en tiempo de sus dirigentes.

Desde antes de la Reforma del siglo XVI, ya había algunos cristianos trabajando por la
reforma de la Iglesia. Algunos nombres sobresalientes son bien conocidos: Juan Wiclef
de Inglaterra, Juan Rus de Praga y Jeró nimo Savonarola de Florencia. Estos cristianos
de los siglos XIV y XV lucharon sin temor por reformar la Iglesia y se les conoce como
prerreformadores. Rus y Savonarola pagaron con sus propias vidas sus ideales de
reforma.

En el siglo XVI, surge Martín Lutero como instrumento escogido de Dios para iniciar lo
que se llama la Reforma Protestante. Como el anhelo de todos los reformadores, el
propó sito de Lutero era hacer volver a la Iglesia a la sencillez del Evangelio y corregir
muchas de sus prá cticas injustas del alto clero y no la creació n de otra Iglesia.

Posteriormente surgen otros reformadores en diferentes lugares de Europa. Juan


Calvino fue uno de ellos. Su obra teoló gica y su prá ctica eclesiá stica y su propia vida
cristiana, como hombre pobre y fiel seguidor de Jesucristo -al igual que la de Lutero-
estaba llamada a ejercer gran influencia en la continuació n de la reforma de la Iglesia
no solamente en Europa y en su tiempo sino, má s tarde, en todo el mundo en los siglos
por venir.

Calvino, joven estudiante distinguido de leyes, después de la muerte de su padre, vive


y trabaja en Francia. Era la Francia del Rey Francisco I quien había reestablecido las
relaciones con el Papado dando margen al movimiento de contra-reforma en Francia,
el establecimiento de la Inquisició n y la persecució n de los protestantes especialmente
de los llamados hugonotes (calvinistas franceses).

Calvino, al identificarse decididamente con los protestantes tuvo que huir en varias
ocasiones, alguna vez o dos fue encarcelado y en otras ocasiones predicó a grupos
protestantes escondidos en las cavernas de las cercanías de Poiter. Vemos así a un
reformador identificado con el sufrimiento de los cristianos perseguidos y oprimidos.
Calvino no es un simple teó logo especulativo. Vive su fe con el pueblo.

Se menciona lo anterior para señ alar que -al igual que los otros reformadores- su
concepció n de la Iglesia y del Evangelio no son meramente ejercicios académicos. Su
compromiso con el Evangelio le llevó a comprometerse con el pueblo cristiano francés
perseguido por la intolerancia de los representantes de una Iglesia que rehusaba
reformarse. Su obra escrita llamada Institució n de la Religió n Cristiana, de la cual
surge la
LA IGLESIA SEGÚ N LA TRADICIÓ N
CALVINISTA REFORMADA
Por José Luis Velazco Medina

Tomado del Libro: Calvino Vivo


Editorial El Faro
México, D.F. 1987

La Reforma de la Iglesia ha sido la preocupació n constante de muchos cristianos


sinceros a través de los siglos. Esta preocupació n constante surge a raíz de las formas
diferentes en que la Iglesia se ha desviado de las verdades bá sicas del Evangelio y no
menos por la prá ctica corrupta de tiempo en tiempo de sus dirigentes.

Desde antes de la Reforma del siglo XVI, ya había algunos cristianos trabajando por la
reforma de la Iglesia. Algunos nombres sobresalientes son bien conocidos: Juan Wiclef
de Inglaterra, Juan Rus de Praga y Jerónimo Savonarola de Florencia. Estos cristianos
de los siglos XIV y XV lucharon sin temor por reformar la Iglesia y se les conoce como
prerreformadores. Rus y Savonarola pagaron con sus propias vidas sus ideales de
reforma.

En el siglo XVI, surge Martín Lutero como instrumento escogido de Dios para iniciar lo
que se llama la Reforma Protestante. Como el anhelo de todos los reformadores, el
propó sito de Lutero era hacer volver a la Iglesia a la sencillez del Evangelio y corregir
muchas de sus prá cticas injustas del alto clero y no la creación de otra Iglesia.

Posteriormente surgen otros reformadores en diferentes lugares de Europa. Juan


Calvino fue uno de ellos. Su obra teoló gica y su prá ctica eclesiá stica y su propia vida
cristiana, como hombre pobre y fiel seguidor de Jesucristo -al igual que la de Lutero-
estaba llamada a ejercer gran influencia en la continuació n de la reforma de la Iglesia
no solamente en Europa y en su tiempo sino, má s tarde, en todo el mundo en los siglos
por venir.

Calvino, joven estudiante distinguido de leyes, después de la muerte de su padre, vive


y trabaja en Francia. Era la Francia del Rey Francisco I quien había reestablecido las
relaciones con el Papado dando margen al movimiento de contra-reforma en Francia,
el establecimiento de la Inquisició n y la persecució n de los protestantes especialmente
de los llamados hugonotes (calvinistas franceses).
tradició n calvinista de la Iglesia, fue escrita en defensa de quienes se decía toda suerte
de calumnias y de los cuales ya habían sido quemados muchos. La escribe también
para aclarar al Rey y a toda Francia en qué consistía la fe y la creencia de los
perseguidos. En su dedicatoria a Francisco I le dice: "viendo yo que el furor i rabia de
ziertos hombres impios ha crezido en tanta manera en vuestro reino que no ha dejado
lugar ninguno a la verdadera doctrina, pareziome que yo haría mui bien, si hiziese un
libro, el cual juntamente sirviese de instruczion para aquellos que está n deseosos de
relijion y de confesion de fe delante de vuestra Majestad, por el cual entendiesedes
cual sea la doctrina, contra quien aquellos furiosos se enfurecen con tanta rabia
metiendo vuestro reino el dia de hoi a fuego y sangre. Por que no dudaré de confesar
que en este libro yo no haya casi recopilado la suma de aquella misma doctrina que
ellos a vozes dicen deve ser castigada con carzeles, destierros, confiscazion y fuego
que debe ser hechada del mundo. Yo mui bien se con cuan horribles rumores y
chismes hayan henchido vuestras orejas y entendimiento a fin de haceros nuestra
causa odiosisima. . ." (Inst. R. C., FLR, pá g. 25).

Juan Calvino tenía apenas 27 añ os cuando el 1° de agosto de 1536 publicaba su


primera edició n de la Institució n de la Religió n Cristiana. Revisada y aumentada
posteriormente, su edició n final es de 1559. Llega a nosotros en castellano gracias a la
traducció n de Cipriano de Valera quien la publicó en 1597. Esta obra expresa el
pensamiento vigoroso de uno de los Reformadores Latinos del siglo XVI. El
redescubrimiento de la tradició n calvinista, puede ser sin duda alguna un elemento
esencial en la formació n y la reformació n de la Iglesia en América Latina, comenzando
con la Iglesia Protestante y en especial las llamadas iglesias presbiterianas.

IMÁ GENES CALVINISTAS DE LA IGLESIA

"Má s como nuestra ignorancia y pereza y hasta la vanidad de nuestra alma tiene
necesidad de ayudas exteriores por las que la fe se engendre en nosotros, crezca y
llegue a ser perfecta, Dios nos proveyó de ellas para sostener nuestra flaqueza. Y a fin
de que la predicació n del Evangelio siguiese su curso, puso como en depó sito este
tesoro en su Iglesia; instituyó pastores y doctores mediante los cuales enseñ a a los
suyos y les confió su autoridad (Ef. 4:11-12)" (lnst. R. C., FLR, pá g. 803).

Dios ha depositado su Evangelio en el seno de su Iglesia. El Dueñ o y Señ or del


Evangelio es Dios mismo. La Iglesia por tanto, no puede decir que éste es su posesió n.
La Iglesia es simple depositaria de la Verdad. Su deber es exponerlo a toda la
humanidad. Este Evangelio no es para venerarse como reliquia religiosa sino que debe
compartirse en forma audible con todos los seres humanos (lnst. R. C. L IV, 1.5). Hay
que aclarar que para Calvino el Evangelio es el testimonio de la Ley, de los Salmos, de
los Profetas, de los Apó stoles (lnst. R. C. IV, 1.5). Es importante llamar la atenció n a
este aspecto del pensamiento de Calvino debido a que muchos, en diferentes
ocasiones de la historia de la Iglesia, tienden a olvidar en su proclamació n el
contenido total de la Biblia.
Enseguida delineamos cinco declaraciones principales de Calvino en cuanto a la
naturaleza de la Iglesia que es importante recordar como esencial al pensamiento o
tradició n calvinista.

1. La Iglesia visible es la madre de todos los creyentes

De acuerdo con Calvino, la Iglesia fue establecida por Jesucristo para ser el medio por
el cual É l realiza su obra redentora entre los seres humanos. La Iglesia es la esfera de
la revelació n propia de Dios y el lugar de encuentro con Jesucristo. En ella los
creyentes son llamados a creer, a permanecer, a crecer y a ser fieles hasta el fin. La
Iglesia, como una madre, da a luz, nutre y fortalece a los creyentes durante todo el
curso de su vida. Fuera de la Iglesia verdadera no hay posibilidad de vida eterna. Así lo
asevera Calvino cuando dice:

"Mi intenció n es tratar aquí de la Iglesia visible y por eso aprendemos ya de só lo su


título de madre qué provechoso y necesario nos es conocerla, ya que no hay otro
camino para llegar a la vida sino que seamos concebidos en el seno de esta madre, que
nos dé a luz, que nos alimente con sus pechos y que nos ampare y defienda hasta que,
despojados de esta carne mortal, seamos semejantes a los á ngeles (Mt. 22:30).
Anotemos también que fuera del gremio de la Iglesia no hay remisió n de pecados ni
salvació n como lo atestiguan Isaías y Joel (ls. 37:32; Joel 2:32). Con estas palabras se
restringe el favor paternal de Dios y el testimonio de la vida espiritual de las ovejas del
aprisco de Dios, para que advirtamos que el apartarse de la Iglesia de Dios es
pernicioso y mortal". Institució n de religió n cristiana, Libro IV, 1.4).

En lo anterior resaltan dos cosas: a) la dependencia de Calvino de la interpretació n


patrística de la Iglesia ("fuera de la Iglesia no hay salvació n" de San Cipriano y
desarrollada má s tarde por San Agustín); b) esta declaració n, sin embargo, para
Calvino, no está fundamentada en la Iglesia por sí sola, sino que es una expresió n de la
voluntad del Señ or de la Iglesia. Decir que fuera de la Iglesia no hay salvació n es lo
mismo que decir que fuera de Cristo no hay salvació n. La imagen de la Iglesia como
Cuerpo de Cristo nos ayuda a comprender mejor esa realidad.

Esta doctrina de la Iglesia se expresa en confesiones de iglesias reformadas


posteriores como en la Confesió n de la Iglesia de Escocia: "Así como creemos en un
Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, así mismo firmemente creemos que desde el
principio ha habido, hay y habrá hasta el fin del mundo una sola Iglesia, es decir una
compañ ía y multitud de hombres escogidos por Dios, quienes le abrazan y le adoran
por medio de fe verdadera en Cristo Jesú s, quien es la Cabeza de la Iglesia, siendo el
Cuerpo y la Esposa de Cristo Jesú s. Fuera de esta Iglesia no hay posibilidad de felicidad
ni vida eterna. Por tanto, aborrecemos absolutamente la blasfemia de aquellos que
aseveran que los hombres que viven equitativa y justamente será n salvos sin importar
que religió n profesen. Porque así como no hay salvació n sin Cristo Jesú s, de la misma
manera ninguno tendrá parte de la vida, salvo aquellos quienes el Padre les ha dado a
Cristo Jesú s . . ." (Confesió n de Escocia, Cap. XVI).
Existen otras Confesiones Reformadas que lo expresan má s enfá ticamente como la
Confesió n Helvética. También lo expresa, aunque no tan claramente, la Confesió n de
Fe de Westminster cuando dice: ". . . la casa y familia de Dios por medio de la cual los
hombres son ordinariamente salvos, unió n a la cual es esencial para su mejor
crecimiento y servicio". (C.F.W. XXV. 2).

Esta tradició n calvinista de la Iglesia es bá sica y esencial en el entendimiento


profundo de la naturaleza y misió n de la Iglesia a fin de que los creyentes no tomen a
la ligera la importancia de ser parte de ella.

2. La iglesia visible y la iglesia invisible es una sola Iglesia cató lica; sus marcas son la
predicació n fiel del Evangelio y la administració n de los Sacramentos.

1. En donde es correcto, Calvino toma en serio a los Padres de la Iglesia y expresa sus
ideas en la definició n de la Iglesia. Aquí vuelve a retomar ideas de San Agustín al
hablar de la Iglesia visible y la Iglesia invisible; estas, sin embargo, son ú nicamente
descripciones de una sola realidad: la Iglesia una y santa que también es cató lica. En
este caso la Confesió n de Fe de Westminster expresa con toda claridad las ideas de
Calvino que nos ocupan:

1. La iglesia cató lica o universal, la cual es invisible, consiste de todo el nú mero de los
elegidos que han sido, son y será n reunidos en uno bajo Cristo de la cual es la Cabeza;
y es la esposa, el cuerpo y la plenitud del que es todo en todo.

2. La Iglesia visible, la cual es también cató lica o universal bajo el Evangelio (y no


confinada a una nació n como lo era bajo la ley) consiste de todos aquellos quienes a
través del mundo confiesan la verdadera religió n, juntamente con sus hijos y es el
reino del Señ or Jesucristo, la casa y la familia de Dios, por medio de la cual los
hombres son ordinariamente salvos y cuya unió n a ella es esencial para su
crecimiento y servicios. (CFW, XVII, 1, 2).

Estas declaraciones acerca de la Iglesia está n de acuerdo a la mejor tradició n


calvinista de la Iglesia. Para Calvino la Iglesia visible es la que podemos conocer y
palpar y está compuesta por personas. En esta Iglesia está n mezclados los buenos y
los hipó critas. La Iglesia invisible es só lo conocida por Dios y no se refiere ú nicamente
a los santos que viven en este mundo, sino también a cuantos han sido elegidos desde
el principio del mundo. (Inst. R. C., pá g. 810, 7).

2. Esta Iglesia ú nica, cató lica o universal, por imperfecta que sea, no ha de dividirse ni
abandonarse sino bajo el peligro de ofender al Señ or, oscurecer su Evangelio y
finalmente perderse.

Calvino es muy explícito al respecto cuando describe el fundamento de la Iglesia


Universal: ". . . no basta concebir que Dios tenga sus elegidos si no comprendemos al
mismo tiempo la gran unidad de la Iglesia, de tal forma que nos persuadamos de que
estamos como injertados en ella. Porque si no estamos unidos con todos los demá s
miembros bajo la ú nica Cabeza, Cristo, no esperemos conseguir la herencia que
esperamos. Esta es la razó n por la que la Iglesia se llama cató lica o universal, porque
no es posible dividirla en dos o tres partes sin despedazar a Jesucristo, lo cual es
imposible . . ." (Inst. R. C., IV, 2).

3. Frente a tales declaraciones surge la pregunta: ¿có mo se justifica entonces la


separació n de la Iglesia de Roma durante la Reforma? Calvino explica que hay que
conocer la Iglesia verdadera. Esa Iglesia verdadera se reconoce por medio de dos
elementos esenciales o dos marcas "infalibles": la predicació n sincera de la Palabra de
Dios y la administració n de los sacramentos (Bautismo y Santa Cena) conforme a la
institució n de Jesucristo. Es así como conoceremos la Iglesia, pues la promesa de Dios
no puede fallar: Donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio
de ellos (Mt. 18:20). Cuando estas marcas o señ ales no se encuentran claramente
expresadas en alguna llamada iglesia aunque tenga la apariencia de serIo y aun si
fuera un grupo de personas muy religiosas o pías, ésta ha dejado de ser Iglesia de Dios.
Ante los ojos de los reformadores, como Calvino, la Iglesia de Roma había dejado
ambas cosas.

Segú n Calvino, la Iglesia particular que expresa las marcas de la verdadera Iglesia no
está permitido romper la unidad ni separarse de la comunió n: "Hemos puesto la
predicació n de la Palabra y la administració n de los sacramentos como marcas y
señ ales para conocer la Iglesia, porque estas dos cosas no pueden existir sin que por la
bendició n de Dios fructifiquen y prosperen . . . es cierto que dondequiera que se
escucha con reverencia la predicació n del Evangelio y no se menosprecien los
sacramentos, allí hay una forma de Iglesia, de la que no se puede dudar y a nadie es
lícito menospreciar, mucho menos será lícito apartarse de ella y romper su unió n . . ."
(lnst. R. C., IV, 10).

4. Para Calvino, donde no hay predicació n del Evangelio, no hay Iglesia. Allí donde la
mentira ha destruido las bases fundamentales de la doctrina cristiana no hay Iglesia.
Por otra parte declara que si en alguna congregació n existen estos dos elementos o
marcas aun cuando hubiese vicios y problemas polémicos o casos de inmoralidad
(como en el caso de la Iglesia de los Corintios), estos dos ú ltimos no son razones
fundamentales para separarse de la Iglesia o para dividirla. Estas declaraciones en el
capítulo sobre la Iglesia son importantísimas a fin de controlar o abolir la tendencia
enferma de dividir la Iglesia o separarse de ella cuando se ejerce disciplina a alguna
persona, o no está de acuerdo con ciertas ideas no fundamentales o por espíritu
diotrefeano que es lo mismo que caciquismo en la Iglesia.

5. Es importante señ alar que Calvino, aunque consideraba la Iglesia papista como
expresió n viva de Anticristo, reconocía que habría posibilidad de que en el papado
persistiera algú n vestigio de Iglesia: "A pesar de todo, así como en aquellos tiempos
existían ciertas prerrogativas que pertenecían a la Iglesia de los judíos, así también
ahora no negamos que haya entre los papistas ciertos vestigios de Iglesia que ha
dejado el Señ or después de tanta disipació n -todo basado en la fidelidad de Dios y no
de los hombres- aunque casi todo haya sido destruido por la tiranía del anticristo, con
todo quiso, para que así permaneciera inviolable su pacto, que quedara el bautismo
como testimonio de la misma, el cual retiene su virtud, a pesar de la impiedad de los
hombres porque fue consagrado y ordenado por su boca . . ." (Inst. R. C., IV, 11). En
otros países, no se rebautiza a las personas de origen cató lico y que desean hacerse
miembros de una iglesia reformada.

Es importante señ alar todo lo anterior por dos razones: 1) la unidad de la Iglesia debe
ser tomada muy en serio a fin de manifestar la gloria de Dios en ella; y 2) es esencial
laborar por mantener la unidad de la Iglesia y trabajar para que ésta se manifieste a
todos los niveles de la vida de la Iglesia, es decir, congregacionalmente, regionalmente
e interconfesionalmente con todos los que confiesan a Jesucristo como Señ or y
Salvador. En América Latina existe, desgraciadamente, en algunas denominaciones
protestantes una actitud triunfalista basada en su relativo éxito en términos de
crecimiento numérico tanto de miembros como de iglesias locales. Esta actitud
triunfalista ha llevado a muchos a no sentir la necesidad de manifestar la unidad de la
Iglesia de Jesucristo en actos concretos de unió n eclesiá stica. Esto es así por la falta de
una clara comprensió n bíblica y teoló gica y muchas veces, no tanto por ser leales a la
verdad, 'una vez entregada a los santos', sino por egoísmos sectarios y de
conveniencia personal en cuestiones de autoridad y dominio.

En otras partes del mundo, afortunadamente, se han dado casos de expresió n concreta
de la unidad de la Iglesia visible. Un caso fue la creació n de la Iglesia Unida de la India
en la que episcopales, metodistas y presbiterianos vieron la necesidad urgente de
formar una sola iglesia para un testimonio má s fiel al Evangelio de Jesucristo frente a
situaciones como en el caso de las declaraciones de los 60 millones de descastados
que querían dejar el hinduismo pero objetaron diciendo que en el cristianismo
estarían divididos mientras que en el hinduismo, a pesar de sufrir el sistema de castas,
permanecerían unidos. Otro caso reciente es de dos Iglesias Presbiterianas de Estados
Unidos. Después de estar separadas por cuestiones ideoló gicas desde la Guerra Civil
de 1862, las Iglesias Presbiteriana del Norte y la Presbiteriana del Sur, como les
llamamos en México, y después de largos añ os de diá logo se unieron en una sola. En
1983 como una expresió n de obediencia a mantener la unidad de la Iglesia y de
fidelidad al deseo de Jesucristo que todos sean uno para que el mundo crea.

Mantener la Unidad de la Iglesia no es simplemente mantener la unidad


denominacional sino buscar formas positivas y concretas de la unidad de todos los
cristianos que confiesan a Jesucristo. El hacerlo así no solamente se está en línea con
la tradició n calvinista sino con la voluntad del Señ or de la Iglesia.

6. La unidad de la Iglesia no es una finalidad en sí misma. La meta de la unidad


cristiana es la evangelizació n del mundo. Un pastor brasileñ o reformado reflexiona al
respecto de la siguiente manera:

Los reformadores, al definir la naturaleza de la Iglesia afirmaron: ecclesia reformata et


semper reformando, esto es, la Iglesia reformada, siempre en proceso de reforma. Esta
es la marca característica de la Iglesia revelada en el Nuevo Testamento. En la medida
en que es fiel a sí misma, o, en la medida en que procura ser expresió n del cuerpo de
Cristo, la Iglesia debe estar procurando siempre nuevas maneras de ser en el mundo,
para poder hablar con actualidad en el lenguaje de todos los hombres. Cabe entonces
la pregunta: ¿Cuá l es la forma de la iglesia hoy? (Discusió n sobre la Iglesia, Zwinglio
Díaz, 1984, CUPSA, pá g. 119).

Agregaríamos una pregunta má s: al perpetuar nuestros denominacionalismos


¿estaremos siendo fieles al llamado de Dios en este tiempo? En un congreso
internacional sobre evangelizació n uno de los conferenciantes dijo que había que
manifestar en formas concretas la unidad de la Iglesia de Cristo: "la Iglesia de Cristo
tiene que estar unida. Decir que ya tenemos unidad es una forma de escapismo para
cubrir el pecado de nuestra desunió n. Basta de fachadas, complejos de santidad,
complejos de ortodoxia para cubrir nuestras divisiones" . . . agregó diciendo que
muchos cristianos mueren en cruces modernas y muchos son perseguidos. La Iglesia
por tanto, no puede má s darse el lujo de vivir dividida bajo la excusa de protecció n de
la Verdad. Esta verdad será má s eficaz en el mundo no tanto por nuestras formas
há biles de definiciones teoló gicas sino en la medida que compartamos esa verdad
evangélica como cuerpo de Cristo con el pueblo, en nuestro caso, con el pueblo
latinoamericano en la hora má s difícil de nuestro continente.

3. El sacerdocio de todos los creyentes: aspecto esencial para un entendimiento


protestante de la Iglesia.

1. La doctrina sobre el sacerdocio de todos los creyentes, en cierto modo, es producto


del movimiento total de la Reforma. Esta expresió n era má s clara en reformadores
como Lutero y no tan clara, como creen algunos, en Juan Calvino quien por un lado
decía que no hay un sacerdocio aparte del sacerdocio de Jesucristo quien es el ú nico
Sumo Sacerdote y, sin embargo, agrega diciendo que es el deber de todos los
cristianos de presentar sacrificios espirituales porque pertenece a un real sacerdocio.

2. La idea de Calvino se entiende cuando se examinan en el libro Segundo los capítulos


relacionados con el oficio de Jesucristo como Mediador entre Dios y los hombres,
especialmente el capítulo XV en donde describe los oficios de Cristo como Profeta,
Sacerdote y Rey. El término preferido de Calvino en relació n a la obra sacerdotal de
Cristo era el de Mediador. Calvino trata este tema con mucho peso y sobriedad para no
dejar lugar a dudas que hay un solo Mediador entre Dios y los hombres y que este
Mediador es el ú nico a quien la Iglesia debe reconocer como tal. Todas las otras
formas de "sacerdocio" en la Iglesia dependen del oficio del Sacerdocio de Cristo.

3. Los oficios de Cristo como Profeta, Rey y Sacerdote no eran sino para beneficio de la
Iglesia. É sta como cuerpo de Cristo adquiere como beneficio un cará cter también
sacerdotal -pero nunca igual al de Cristo- así el sacerdocio de todos los creyentes está
basado en el hecho de que Cristo es nuestro Mediador. En este contexto es que Calvino
acepta el sacerdocio de todos los creyentes. Habrá que estudiar aquí el Libro II
capítulos 7 y 15 de donde citamos ú nicamente lo siguiente: ". . . San Pedro,
admirablemente acomoda las palabras de Moisés, enseñ ando que la plenitud de la
gracia, que los judíos solamente habían gustado en el tiempo de la Ley, ha sido
manifestada en Cristo: Vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio (1ª Pedro 2:9)"
(lnst. R. C. II, 7, 1).

"De esto trata por extenso el Apó stol en la carta a los Hebreos desde el capítulo
séptimo hasta casi el final del décimo. En resumen afirma, que la dignidad sacerdotal
compete a Cristo en cuanto por el sacrificio de su muerte suprimió cuanto nos hacía
culpables a los ojos de Dios y satisfizo por el pecado. Así vemos que hemos de
comenzar por la muerte de Cristo, para gozar de la eficacia y provecho de su
sacerdocio; y de ahí se sigue que es nuestro intercesor para siempre . . . Cristo tiene
ademá s el nombre de sacerdote no solamente para hacer que el Padre nos sea
favorable y propicio, en cuanto que con su propia muerte nos ha reconciliado con É l
para siempre, sino también para hacernos compañ eros y partícipes con É l de tan
grande honor; porque aunque por nosotros mismos estamos manchados, empero,
siendo sacerdotes en É l (Ap. 1:6) nos ofrecemos a nosotros mismos y todo cuanto
tenemos a Dios . . ." (lnst. R. C. II, 15, 6).

4. La contribució n de Calvino al hacer énfasis en el Sacerdocio de Cristo iba dirigida a


dejar bien claro que nadie puede arrogarse el título de Sumo Pontífice ni tampoco la
misa (sacrificio de Cristo) puede ser considerada como oblació n expiatoria de los
pecados.

5. Lo anterior es importante recordar ya que las iglesias protestantes de América


Latina viven y trabajan en un contexto cató lico romano. Es importante señ alar, sin
embargo, que traer a colació n el Sacerdocio de Jesucristo y el sacerdocio de todos los
creyentes no debe usarse para señ alar los errores de la Iglesia Romana con espíritu
farisaico sino para ayudarnos mutuamente en el desarrollo de la reforma de la Iglesia
de Cristo. Por otro lado, el estudio a fondo del significado del sacerdocio de todos los
creyentes debe servir a las iglesias protestantes a desterrar la idea generalizada y
herética de que cada hombre es su propio sacerdote y puede por sí mismo allegarse a
Dios. Uno puede allegarse a Dios só lo por medio de Jesucristo (1ª Juan).

a) Otro aspecto importante de esta doctrina para los protestantes es hacer énfasis en
la dimensió n misionera de la Iglesia y de la cual son responsables todos los creyentes
que componen el laos, Pueblo, de Dios. El sacerdocio así entendido no es una finalidad
en sí sino para interceder por el mundo para que anunciéis las virtudes de Aquél que
nos llamó de las tinieblas a su luz admirable (1ª Pedro 2:9). Esta es la tarea no de unos
cuantos expertos en evangelizació n a la Billy Graham, sino la tarea de cada día de cada
creyente allí en donde Dios les ha llamado a vivir, trabajar, estudiar y luchar. Aquí
habría que estudiar detenidamente la relació n que Calvino establece entre este
cará cter sacerdotal y la vocació n. Decía un teó logo: todos los hombres son sacerdotes
en su vocació n diaria. Todos son sacerdotes aunque sus labores sean diferentes . . . el
ú nico hombre verdadero es el hombre cristiano . . . aparte de Cristo no somos lo que
somos llamados a ser. (Barkley, Presbyterianism, pá g. 18).
b) Otro aspecto importante de esta doctrina es que el creyente es adoptado
inmediatamente como parte del pueblo de Dios. El creyente se confronta
individualmente con Dios pero al hacerlo descubre que es parte de una nueva
comunidad, que es la familia y el cuerpo de Cristo, el pueblo de Cristo, la gente santa y
el real sacerdocio de Dios. En el Calvinismo no hay tal cosa como una vida cristiana
individualista, personal sí, pero no individualista, es importante señ alar este punto
porque el contexto capitalista de la sociedad en que vive la Iglesia en América Latina
hace tanto énfasis en lo individual, el éxito personal, la salvació n personal sin tomar
en cuenta la dimensió n comunitaria de la fe y destruyendo así el sentido bíblico de la
Iglesia. Los cristianos en la Iglesia no viven para ellos mismos. Viven para el servicio
del pró jimo y para la Gloria de Dios. El fin principal de la Iglesia es glorificar a Dios y
gozar de É l para siempre. La Iglesia glorifica má s a Dios, cuando, como su Señ or,
adopta la forma de Sierva de la Palabra infalible que es Cristo mismo y del pró jimo en
el nombre de Cristo por quien es enviada al mundo a cumplir su misió n.

4. El señ orío de Cristo en la Iglesia

El recién extinto misionero y teó logo reformado, Dr. Juan A. Mackay, en su excelente
libro El Sentido Presbiteriano de la Vida, en su capítulo sobre el Señ orío de Cristo en la
Iglesia, dice: "El curso de la historia presbiteriana ha sido marcado con una profunda
cristología, una exaltada visió n de Jesucristo, no meramente como un concepto
teoló gico sino como una presencia viviente y soberana en medio de su Iglesia" (pá g.
145).

1. A decir verdad, la doctrina del Señ orío de Cristo va hasta las raíces mismas de la
Biblia. Este fue el discurso de la Iglesia temprana Kurios Christos, Cristo es Señ or. Este
era el término supremo reservado solamente a Jesucristo como dice Pablo: Por eso,
Dios le dio el má s alto honor y el má s excelente de todos los nombres, para que en el
nombre de Jesú s, doblen la rodilla todos los que está n en los cielos, y en la tierra, y
debajo de la tierra, y todos reconozcan que Jesucristo es el Señ or, para honra de Dios
Padre (Fil. 2:9-11).

2. Esta confesió n, segú n un teó logo norteamericano reformado/presbiteriano, expresa


en la forma má s positiva y directa el espíritu del protestantismo pues habla de "lealtad
a Jesucristo como Señ or" (Robert Mc-Affee Brown, The Spirit of Protestantism, pá g.
41).

3. Es afortunado, entonces, que la Confesió n de Westminster incluye con toda claridad


esta declaració n de lealtad a Jesucristo por encima de todas las otras lealtades: "'El
Señ or Jesucristo es la ú nica Cabeza de la Iglesia, por tanto, el reclamo de cualquier
hombre de ser el vicario de Cristo y la cabeza de la Iglesia, hace sin fundamento en las
Escrituras y de hecho, es anticristiano y una usurpació n que deshonra al Señ or
Jesucristo" (CFW XXVII, 6).

Estas declaraciones se encuentran fundamentadas en la tradició n calvinista de la


siguiente manera: ". . . San Cipriano, siguiendo a San Pablo, afirma que la fuente de
unió n de la Iglesia consiste en que Jesucristo sea el ú nico obispo" (lnst. IV, II, 6) y
agrega: "Cristo só lo es el Jefe de la Iglesia. É l no tiene vicario . . . porque la Iglesia tiene
a Jesucristo como ú nica Cabeza (Ef. 4:15-16) bajo cuyo principado todos nos reunimos
de acuerdo con el orden y forma de gobierno que É l ha establecido. Por lo tanto, los
que quieren dar preeminencia sobre toda la Iglesia a un hombre solo, so pretexto de
que no puede prescindir de tener una Cabeza, hacen grandísima injuria a Cristo, que
es la verdadera Cabeza, al cual como dice San Pablo, todo miembro debe adherirse
para que todos a la vez conforme a la medida y facultad que le es otorgada crezcan"
(lnst. R. C., IV, 6, 9).

4. Una forma actualizada del Señ orío de Cristo sobre su Iglesia se encuentra en la
Nueva Confesió n de la Iglesia Presbiteriana de Estados Unidos y dice: "Cristo es la
Cabeza de la Iglesia, por tanto, somos responsables ante É l cuando tomamos acuerdos
normativos y hacemos decisiones en la Iglesia. Cristo es el fundamento de la Iglesia y
por tanto no fracasará a pesar de nuestras flaquezas" (Confesió n de Fe, Cap. VII, La
Iglesia Cristiana).

5. Pero, ¿Qué significa todo lo anterior para la vida de la Iglesia en la realidad? Ya


vimos que la Reforma del siglo XVI es una lucha contra el dominio papal de la Iglesia.
En diferentes lugares, posteriormente, diferentes iglesias han hecho declaraciones a
fin de salvaguardarse de intentos de dominio de la Iglesia por parte de gobernantes
seculares y eclesiá sticos, como ha sido el caso de las declaraciones de Escocia,
Westminster, y otras. Pero no solamente en casos así, sino cuando de tiempo en
tiempo se han levantado doctrinas que amenazan el Señ orío de Cristo sobre su Iglesia,
como el caso de la veneració n de María o la dominació n del Estado sobre la Iglesia. El
Dr. Mackay en su libro ya mencionado da ejemplos claros de có mo se ha tenido que
resistir esa tentació n y dejar que la Iglesia esté ú nicamente sometida al Señ orío de
Jesucristo. Un ejemplo clá sico se encuentra en la experiencia de la Iglesia Confesional
alemana en tiempos de Hitler (1934). La política nacional socialista de Hitler buscó y
logró el control de la Universidad, la prensa y los grandes sindicatos. Le quedaba
pendiente la Iglesia así que, por medio de algunos "cristianos alemanes" simpatizantes
del nazismo querían obligar a las Iglesias Luteranas, Reformadas y otras Evangélicas a
una unió n forzada y colocar sus secuaces en posiciones claves en la nueva iglesia. Los
que se opusieron a tal proyecto se reunieron en lo que llamaron "sínodos libres" y
redactaron una sencilla pero contundente declaració n asegurando su lealtad a
Jesucristo como ú nico Señ or de la Iglesia. Esa declaració n se conoce como la
Declaració n de Barmen. Algunas Iglesias Reformadas la han adoptado como parte de
sus confesiones. El asunto principal de la declaració n dice:

"Jesucristo, tal como se presenta en la Escritura, es la ú nica Palabra de Dios a quien


tenemos que oír y a quien debemos confiar y obedecer en la vida y en la muerte.
Condenamos la falsa doctrina que declara que la Iglesia puede y debe reconocer como
revelació n de Dios otros eventos y poderes, formas y verdades aparte y al Iado de esa
ú nica Palabra de Dios".
Esto querría decir: Cristo es el Señ or: por tanto, Hitler no puede ser el Señ or de la
Iglesia. "Otros eventos y poderes" se refería a toda la política imperialista, clasista y
racista de Hitler. Hubo un alto precio que pagar por esta declaració n.

Preguntamos ahora:

¿De qué puede servirnos la declaració n del Señ orío de Cristo sobre su Iglesia tal como
lo expresa la Confesió n de Fe de Westminster que es la confesió n que suscribimos?

¿Có mo se le da expresió n real en nuestro contexto histó rico-político y social en que


vive la Iglesia no solamente en México sino en toda América Latina?

Existen poderes hoy día que quieren controlar la Iglesia de Cristo, así por ejemplo:

¿Está la Constitució n de cualquier país por encima de la autoridad de Cristo sobre su


Iglesia a fin de que ésta no perturbe el "orden social" establecido aunque en ese orden
se cometan injusticias contra el pueblo?

Sin duda alguna tales preguntas pueden considerarse difíciles y hasta peligrosas de
discutir y contestar. Así es, pero los cristianos en América Latina, si somos conscientes
del hecho de que Jesucristo no solamente es el Señ or de la Iglesia sino que también es
el Señ or de la Historia y que no hay autoridad por alta que sea que esté por encima de
É l, tenemos que abocarnos a tales cuestiones en vista de la realidad en que vive el
pueblo latinoamericano al cual somos enviados a cumplir nuestra misió n. La reflexió n
de tales preguntas nos lleva directamente a analizar cuá l sea la tarea y misió n de la
Iglesia hoy día. No debemos contentarnos con respuestas simplistas y así evadir
nuestra responsabilidad. Las Confesiones y Declaraciones de las diferentes iglesias en
diferentes épocas y países siempre han obedecido a circunstancias especiales.

Comenzando con Juan Calvino vemos que se vio obligado como cristiano a escribir
para salir en defensa no solo del Evangelio sino de sus hermanos hugonotes que
estaban siendo perseguidos y masacrados.

El genio del Protestantismo, y en particular de la tradició n reformada, es su habilidad


de buscar y descubrir, con la ayuda del Espíritu Santo, las formas nuevas en qué ha de
servir y proclamar el Evangelio de Jesucristo en el mundo. Cuando una iglesia dada no
se aboca a esa tarea, se enclaustra, se avejenta y corre el peligro de dejar de ser la
iglesia que Jesucristo necesita.

5. Ecclesia reformata et semper reformanda. (La Iglesia Reformada siempre en


proceso de reforma) para mejor cumplimiento de su misió n en el mundo y para gloria
de Dios.

1. Calvino no acuñ ó la frase Ecclesia Reformata et semper reformanda. En realidad no


se sabe quién la formuló por primera vez. Un librito sobre Suinglio dice que es
probable que apareció por primera vez en el siglo XVII en alguna de las declaraciones
de las iglesias de los Países Bajos (Jaques Courvisier, Swingli, A Reformed Theologian,
John Knox Press, pá g. 56).

El pensamiento de Juan Calvino, sin embargo, expresa la necesidad de que la Iglesia


verdadera esté siempre alerta contra las tentaciones y las acechanzas de Sataná s.
Quizá podríamos decir que una base para fundamentar la necesidad de que la Iglesia
Reformada siempre esté reformá ndose, la encontrá ramos en el Libro IV, capítulo I, II:

1.1 "Es necesario que retengamos y juzguemos rectamente las marcas de la Iglesia.

Nos es, pues, necesario retener con gran diligencia las marcas de que hemos hablado,
y estimarlas como el Señ or las estima. Porque no hay cosa que con má s ahínco procure
Sataná s que hacernos llegar a una de estas dos cosas: o abolir las verdaderas marcas
con las que podríamos conocer la Iglesia de Dios, o, si esto no es posible, inducirnos a
menospreciarlas no haciendo caso de ellas y así apartarnos de la Iglesia, para que no
seamos engañ ados con el título de Iglesia, es menester que examinemos la tal
congregació n que pretende su nombre con esta regla que Dios nos ha dado como
piedra de toque: si posee el orden que el Señ or ha puesto en su Palabra y en sus
sacramentos, no nos engañ a en manera alguna. .."

2. Lo anterior quiere decir que puesto que la verdadera Iglesia ú nicamente existe allí
donde se predica la Verdad pura de la Palabra y allí donde los Sacramentos son
correctamente administrados, hay una necesidad de que la Iglesia esté examiná ndose
a sí misma constantemente (W. Niesel, The Theology of Calvin, Westminster Press,
pá g. 197).

La Confesió n de Fe de Westminster admite que la Iglesia es algunas veces má s visible


que otras y que algunas iglesias particulares son má s o menos puras y que aú n la má s
pura de las iglesias está sujeta a error (Confesió n de Fe de Westminster, XVII, 4, 5). Si
se toma con seriedad tales declaraciones nos da margen a inferir que existe la
necesidad de buscar la manera de que la Iglesia sea má s visible en el mundo y que las
iglesias particulares se analicen a ellas mismas para buscar la manera de ser má s
puras y no menos eficaces. Es decir que hay que reformarse y hay que renovarse
constantemente.

La revisió n constante de la Iglesia se hace por medio de reflexió n bíblica y teoló gica,
siempre en espíritu de oració n y dependencia del Espíritu de Dios. Las Iglesias
protestantes nunca deben estar satisfechas consigo mismas, nunca deben de decir ya
está completada la reforma de la Iglesia. Varios profesores de teología nos dicen en
sus libros: a) El juicio comienza por la casa de Dios (1ª Pedro 4:11); b) Debemos
luchar contra la falsedad que pueda haber en nuestro discurso al mundo (Reinhold
Niebuhr); c) La Reforma no fue completada en el siglo XVI. Esta nunca se completa; no
se puede hacer del Protestantismo un sistema cerrado; d) No tenemos una voz
"infalible" que silencia las otras voces con decretos "irreformables". Es quizá éste
ú ltimo punto en que diferimos con la Iglesia Cató lica Romana porque cuando se habla
de una revisió n y juicio a la Iglesia romana ellos tendrían que insistir que la iglesia no
necesita reforma en ningú n sentido bá sico, que por su naturaleza es irreformable y
sus dogmas son infalibles.

En cambio, el Protestantismo, y en especial la tradició n Calvinista Reformada, dice que


la Iglesia debe ser sacudida, juzgada, purgada y reformada. Esta no se puede renovar
una sola vez. Su vida debe estar en constante renovació n y recreació n por el hecho de
que es una iglesia de pecadores. La actitud de la Iglesia debe ser de continuo
arrepentimiento (R. Mc-Affee E., The Spirit of Protestantism, Oxford U. Press, pá g. 45).

3. Pero preguntamos aquí ¿qué quiere decir revisar la Iglesia, reformar la Iglesia? En
primer lugar, dejemos perfectamente claro que lo que se va a examinar
constantemente es la prá ctica de la Iglesia en cuanto a su fidelidad al Evangelio y no el
Evangelio en sí mismo. Lo que se desea es que cada generació n nueva de la Iglesia
comprenda plenamente el significado bíblico de Jesucristo y su Obra Redentora, la
Iglesia como Cuerpo de Jesucristo con una tarea por cumplir y si ésta está siendo fiel a
su vocació n; por ejemplo, la noció n falsa que circula entre algunas iglesias que el
mundo es el campo de Sataná s y que por tanto hay que abandonarlo es incompatible
con la doctrina bíblica de la Soberanía de Dios y el Señ orío de Jesucristo. ¡Jesucristo no
es só lo Señ or de su Iglesia sino del mundo y de la historia! Sataná s entromete su
presencia en el mundo de Dios a través de hombres y sistemas injustos y pecaminosos
y parece ganar terreno: siempre habrá Hitlers, Somozas, Pinochets, Reagans, con
mucho poder en sus manos.

¿La Iglesia deberá abandonar el mundo en esas manos? ¿Qué quiere el Señ or nuestro
de nosotros como Iglesia que hagamos en casos así? ¿Cuá l será el discurso de la Iglesia
en esas circunstancias? Es eso lo que tenemos que examinar y ver si nuestra
predicació n es verdaderamente evangélica y de acuerdo con La Ley, Los Salmos, Los
Profetas y Los Apó stoles. Esta es una manera de practicar lo de Ecclesia Reformata
semper reformando.

4. Calvino nos reprocharía si nosotros ú nicamente tratá ramos de recuperar las


grandes verdades del siglo XVI. Hay que hacerlo, pero no basta. Podríamos reajustar
los principios de la Reforma a las circunstancias de nuestros días. De los
Reformadores podemos aprender muchas lecciones, pero ellos, de seguro no hará n
nuestro trabajo. Podríamos decir que somos menos leales a Calvino cuando somos
má s Calvinistas. De estos movimientos, má s Calvinistas que Calvino, ya han habido
muchos. La tarea de continuar la reforma es nuestra, como dice un pastor reformado
en su libro La Reforma Venidera, Geddes MacGregor, pá g. 52.

En esta tarea nos ayudan hombres cristianos de pensamiento claro y sincero de


nuestra propia confesió n como Mackay cuando dice que la Iglesia debe ser fiel a su
vocació n haciéndolo en un espíritu de absoluta obediencia a Cristo; para ello, la Iglesia
deberá tomar conciencia de la realidad y de la situació n en que vive, ganando de este
modo el derecho de ser oída y de ser tomada en serio. Jamá s deberá la Iglesia
conformarse a cierta cultura o civilizació n sino que de acuerdo con el espíritu de
peregrinaje que le es propio debe marchar siempre adelante (El Sentido Presbiteriano
de la Vida, J. Mackay, pá g. 159).

5. Hay mucho má s terreno que cubrir para animarse a ser una verdadera Iglesia
Reformada siempre en proceso de reforma. No debemos tener miedo. Jesucristo está
en medio de su Iglesia y siempre va adelante de la historia y llama a los suyos a
seguirla. La sombra de la cruz o de las cruces en las que está n muriendo muchos
hermanos y que se proyectan hoy por hoy en América Latina no deberá
atemorizarnos.

Hay mucho camino que andar en la experiencia de reformar la Iglesia; queda mucho
que decir en cuanto al ministerio, la disciplina, la Iglesia(1), el culto y la adoració n.
Hoy día se está dando una espiritualidad cristiana maravillosa en América Latina que
surge de la Iglesia sufriente a lo largo y ancho del continente y está siendo expresda en
poesía, canto, mú sica, oració n, literatura cristiana y que podría ser recogida por el
culto en la Iglesia.

Terminamos con las palabras de Mackay: "El Presbiterianismo desde el principio de


su historia, ha tenido un alto concepto de la Iglesia, sin embargo, lo que distingue a la
Iglesia como comunidad má s singular de la historia, no descansa en nada que ha
heredado en su propia naturaleza o existencia histó rica. La Iglesia es la comunidad de
Cristo y bajo Cristo deberá probar que es la comunidad de destino. La Iglesia es el
instrumento de la gloria de Dios"

(1) La Iglesia debe tener evangelistas, pastores y doctores: estos ú ltimos hacen falta.
¿Qué provisiones está haciendo la Iglesia Presbiteriana de México para preparar un
liderazgo verdaderamente docto en las Escrituras?

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