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Informe para otra academia.

Assionara Souza

El mono se mueve dentro del pequeño espacio. Sus pasos anchos siguen
una coreografía caótica. Al principio, temerosa y reticente. Después,
previsible y nerviosa. Mostrando la incorregible voluntad que tiene de
moverse. Si fuera moldeable, el piso se hundiría de tantas pisadas sobre
pisadas. El peso del eterno recorrido desgastaría el piso.

El escucha ruidos de campanas que llegan de afuera. Cláxones, ladridos.


Una sirena estridente. Todo eso le permite contornear la realidad intangible
más allá de la jaula. Dos chicas pasan por los alrededores.

— ¡¿Sabes que dentro de esa tienda tienen un mono preso en una jaula?!

— ¡¿Un mono?! ¡Estás loca! ¿De donde sacaste eso?

Él se sienta en un rincón de la jaula. Extiende uno de los brazos hacia lo alto,


agarrados a los barrotes, yergue la cabeza en una mirada densa hacia el
pequeño orificio por donde entra una franja de cielo, ella en lo alto. El mundo
está todo encuadrado. Pero el mono no piensa. No es necesario que haga
listas para organizar la vida. Lista de lo que urge hacerse. Lista de los dies
mandamientos del mono. ¡No! Él sólo quería aprender a decir. ¡Hola!

(Si los gritos que escapan de la jaula pudieran ser acompañados de una
subtítulo bailarín)

¡Hola! ¡Hola! ¡Hola!

Supone —tal vez— que del lado de afuera haya un mundo entero poblado
por monos. Cada uno de ellos encerrados en sus respectivas jaulas. Algunas
grandes; otras pequeñas. Y él allí, domesticando lo salvaje de las horas.
Solamente un símil prototípico de un extraño modo de estar en el mundo. Un
cuerpo, una jaula. Rejas. El viento que escapa por lo alto de la tienda. El
mono se agarra con fuerza a los barrotes del techo de la jaula. Yergue el
cuerpo. Se suspende. Atisba un globo rojo que flota alto y atraviesa el
rectángulo azul de un cielo sin nubes. Breve apaciguamiento.

¡Vengan! Vengan por aquí. Domestíquense a esa felicidad suspendida en


sus dos manos. Lleven al mono para un paseo por sus propios ojos. Él
mirará por la ventana de sus ojos. Por entre las rejas. Saldrá por las calles
oscilando al ritmo de sus pasos. Balanceando dentro de la jaula como un
niño llevador en hombros por su padre. Mirará todo con curiosidad viva.
Permanecerá en silencio. Habrá momentos de sustos intensos. Al
reconocerse —dentro de los ojos de otro— uno igual a él mirando por detrás
de otras rejas. ¿Alguna vez intentó estirar la mano del deseo y agarrar entre
los dedos al mono peludo que habita su mente? ¡Mirar muy dentro de los
ojos inquietos del simio e intentar descifrar el motivo de tanta sumisión? ¿De
tanta brutalidad y ceguera? ¿Alguna vez osó eliminar todo lo que impidiera el
salto? ¡Vengan! ¡Acérquense! ¡Por aquí, por aquí!

¡Hola! ¡Hola! ¡Hola!

Disculpen a la criatura.

Tanta humanidad le impide reproducir gestos divinos.

Aunque los pies, si bien que cansados, estén listos. De tanto caminar dentro
de la jaula, ensayó todos los pasos del mundo. Aunque las manos, si bien
que torpes, estén listas. De tanto erguirse entre las rejas, deslizar por la
textura lisa de los barrotes descubriendo las mínimas irregularidades, asimiló
todas las formas de roce. Sabiendo, inclusive, distinguir lo que puede herir y
lo que puede proteger. Aunque los ojos, si bien que exhaustos, estén listos.
De tanto registrar el encuadramiento, aprendió a reconocer y emocionarse
con un globo rojo en el cielo azul sin nubes.

(No) ver (No) hablar (No) oír

Un libro sin diálogos ni figuras fue arrojado en la jaula del mono. Allí, él
aprendió a leer. Allí, él amplió su idea del mundo. Allí, él entendió que la
tristeza era a la vez constante y provisoria. Y por eso las piedras y los
pájaros tenían tanto en común. Al interrumpir la lectura y suspirar, el mono se
puso de acuerdo con el tiempo. Un trago de agua. Un pedazo de comida. Y
de repente un domingo sin registro en las hojas del calendario: la simiente
brotó avanzando entre las piedras del piso. Subiendo por las rejas de la
jaula. El mono presenció, con mudez religiosa la creación del mundo. Y el
mundo: Era una vez.

Miren, se marcha. No sabe para dónde. No quiere oír más que a su


consciente para no distraerse. No quiere decir más que lo de su consciente
para no perderse de sí. La memoria no tiene peso alguno. Limpió el polvo de
todo lo que antes fuera interpretado como ruidos. De todo lo que oyó
alrevesado. Lo que vio solamente por vislumbre. Y las palabras que se
volvieron harapos y reverberaron dentro de sí, ésas fueron eliminadas en un
día de viento. Esperó a que el camino se abriera. Una mañana de sol o de
lluvia. Esperó un descuido del guardia. Esperó que los ojos avistaran de
hecho y que hubiera una luz capaz de iluminar todo por dentro. Él ahora se
marcha.

¡Vengan! ¡Vengan! Tomen prestados los ojos del simio y salgan para un
paseo con ellos por la ciudad. Dibujar otros ojos en la criatura. Otros oídos.
Otra boca.

Permitir que él ande entre los hombres. Permitir que tenga orgullo de su
caminar bamboleante. Está solo en el mundo. Pero piensa. Esta solo en el
mundo. Pero carga una noción de sí mismos, desafiadora. Ninguna certeza
inversa tambaleará su convicción. Tal vez sea de paja su relleno. Tal vez
ninguna sangre corre dentro de las venas. Pero la fragilidad le dará levedad.
De la fragilidad vendrá la fuerza que le permitirá el primer salto. Hacia lo
lejos. Fuera de todas las jaulas. Cerca de los dioses.

(De Na rua)

Trad. Carlos Alberto Lopez Márquez.

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