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Revista - Entramados y Perspectivas N 5
Revista - Entramados y Perspectivas N 5
Conceptos, métodos,
temas Gabriela V. Gómez Rojas
Reflexiones (políticamente incorrectas) acerca de «raza» y feminismos
actuales Ana María Bach
Mujeres indígenas, derechos colectivos y violencia de género:
Intervenciones en un debate que inicia Mariana Gómez y Silvana
Sciortino
Participación política de mujeres indígenas-campesinas en Santiago
del Estero (Argentina): huellas de feminismo en los márgenes Andrea
Ivanna Gigena Lavetti
Militancia y transgresión en la guerrilla mexicana. Una mirada crítica
feminista al caso de la Liga Comunista 23 de Septiembre Gabriela
Lozano Rubello
Hijas de familias lesboparentales: articulaciones desde una mirada
feminista crítica Jimena de Garay Hernández y Marcio Rodrigo Vale
Caetano
«I'm a normal pregnant person»: análisis exploratorio de videoblogs
sobre infertilidad y tecnologías reproductivas Leila Vecslir
Presentación a «Sobre la
responsabilidad colectiva» de Georg
Simmel Esteban Vernik
Sobre la responsabilidad colectiva
Georg Simmel
Presentación a «Sobre la
responsabilidad colectiva» de Georg
Simmel Esteban Vernik
Sobre la responsabilidad colectiva
Georg Simmel
PUBLICACIÓN ANUAL
ISSN Nº 1853-6484 Vol. 5 Nº 5
Equipo Editorial La Revista de la Carrera de Sociología. Entramados y
DIRECCIÓN EDITORIAL Perspectivas simboliza la decisión de hacer conocer y reco-
Alejandra Oberti nocer la producción de conocimiento de la Carrera de Socio-
logía de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de
SECRETARIA EDITORIAL Buenos Aires, de otras comunidades sociológicas del país, de
Claudia Bacci
la región y de otras latitudes. Entendemos que la puesta en
COORDINACIÓN EDITORIAL circulación de los conocimientos es una «puesta en diálogo»
Mariela Peller entre los mismos, lo cual resulta axiómático si pensamos la
Florencia Rodríguez construcción del conocimiento sociológico como una empre-
sa colectiva.
Comité Editorial Nº 5
Paula Lucía Aguilar (Centro Sus secciones reflejan esta voluntad de diálogo que inten-
Cultural de la Cooperación/ ta interrogar el presente recuperando el pasado de la disci-
Instituto de Investigaciones plina. Así, Documentos de sociología se propone la edición
Gino Germani/Consejo de textos inéditos o la reedición de autores clásicos de la
Nacional de Investigaciones
Científicas y Técnicas); sociología argentina y latinoamericana; Teoría social clásica
Susana Checa (Instituto de y contemporánea apunta al debate –desde una mirada ac-
Investigaciones Gino Germani/ tual– sobre los aportes de las principales tradiciones teóricas
Facultad de Ciencias Sociales y metodológicas de la sociología; Dossier condensa avances
de la Universidad de Buenos
Aires);
y resultados de investigaciones empíricas centrándose en un
Silvia Chejter (Facultad «objeto» de estudio propuesto para cada número y Entrevista
de Ciencias Sociales de la se propone rescatar la palabra de destacadas personalidades
Universidad de Buenos Aires/ relacionadas con el saber y la práctica sociológica del país y
Centro de Encuentros Cultura del exterior.
y Mujer);
Laura Fernández Cordero Entramados y Perspectivas no aspira a «representar» nin-
(Facultad de Ciencias Sociales guna línea teórica o de investigación en sociología, al contra-
de la Universidad de Buenos rio, quiere «expresarlas» en toda su riqueza, riqueza que se
Aires/Consejo Nacional de logra a través de la interacción entre tradiciones y emergen-
Investigaciones Científicas);
Marta Danieletto (Facultad cias propias de una disciplina que interroga sus objetos desde
de Ciencias Sociales de la diversas afinidades teóricas y metodológicas.
Universidad de Buenos Aires);
Joaquín Insausti (Instituto de Vol. 5 Nº 5 octubre 2014/septiembre 2015
Investigaciones Gino Germani/
ISSN 1853-6484
Facultad de Ciencias Sociales
de la Universidad de Buenos La presente revista es una publicación de la Carrera de Socio-
Aires); logía. Facultad de Ciencias Sociales. Universidad de Buenos
Matilde Mercado (Instituto de Aires.
Investigaciones Gino Germani/
Facultad de Ciencias Sociales
de la Universidad de Buenos Santiago del Estero 1029 piso 1, of. 137.
Aires). (C1075AAU) CABA. Argentina
Teléfono: 54-11-4305-0222
COORDINADORA DE DOSSIER email: revistadesociologia@sociales.uba.ar
Gabriela Gómez Rojas http://publicaciones.sociales.uba.ar/index.php/entramadosyperspectivas
UBA
Facultad de Ciencias
Sociales
DECANO
Glenn Postolski
VICEDECANA
Patricia Funes
Consejo Académico Consejo Asesor Consejo Asesor Nacional
Waldo Ansaldi Ricardo Aronskind Leonor Arfuch
Perla Aronson Carlos Belvedere Alberto Bialakowsky
Dora Barrancos Pablo Bonavena Susana Checa
Graciela Biagini Ana Castellani Patricia Funes
Néstor Cohen Christian Castillo Alejandro Grimson
Alcira Daroqui Néstor Correa Jorge Jenkins
Emilio De Ípola Pablo de Marinis Gabriel Kessler
Floreal Forni Marta del Río Ana Lia Kornblit
Miguel Ángel Forte Mercedes Di Virgilio Martha Nepomneschi
Norma Giarracca (1945-2015) Carlos Díaz Alicia Itatí Palermo
Hilda Herzer (1942-2012) Daniel Feierstein Agustín Salvia
Inés Izaguirre Ernesto Funes Pablo Semán
Elsa López Luis García Fanlo Maristella Svampa
Fortunato Mallimaci Verónica Giménez Beliveau José Villarruel
Mario Margulis Gabriela Gómez Rojas
Juan C. Marín (1930-2014) Silvia Guemureman Consejo Asesor Internacional
Susana Murillo Alejandro Horowicz
Juan Pegoraro Silvia Lago Martínez Howard Becker, Estados Unidos
Pablo Rieznik (1949-2015) Marcelo Langieri Robert Castel, Francia (1933-2013)
Lucas Rubinich Bernardo Maresca Ana Esther Ceceña, México
Ruth Sautu Claudio Martyniuk Aaron Cicourel, Estados Unidos
Ricardo Sidicaro Ernesto Meccia Boaventura de Sousa Santos, Portugal
Susana Torrado Carolina Mera Dídimo Castillo Fernández, México
Matilde Mercado Emilio Dellasoppa, Brasil
Gabriela Merlinsky Irving Horowitz, Estados Unidos
Carlos Motto Carlos Medina Gallego, Colombia
Edna Muleras Denis Merklen, Francia
Flabián Nievas Humberto Miranda, Cuba
Pablo Nocera Giuseppe Mosconi, Italia
Silvia Paley Tomás Moulián, Chile
Diego Pereyra Marysa Navarro, Estados Unidos
Damián Pierbattisti Jaime Preciado Coronado, México
Ernesto Philipp Ramón Ramos Torre, España
Diego Raus Emir Sader, Brasil
Julián Rebón Wolfgang Schluchter, Alemania
Carla Rodríguez Luis Tapia, Bolivia
Miguel Rossi Jose Vicente Tavares dos Santos,
Sergio Tonkonoff Brasil
Marcelo Urresti Alain Touraine, Francia
Esteban Vernik Loïc Wacquant, Estados Unidos
Ana Wortman Immanuel Wallerstein, Estados Unidos
Erik Olin Wright, Estados Unidos
Editorial.
Alejandra Oberti, Claudia Bacci, Florencia Rodríguez y Mariela Peller . . . . . . . .7
Dossier
Dossier 5: Dossier 5: Teorías feministas y estugénero. Conceptos, métodos, temas.
Gabriela V. Gómez Rojas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11
Reflexiones (políticamente incorrectas) acerca de «raza» y feminismos actuales.
Ana María Bach . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15
Mujeres indígenas, derechos colectivos y violencia de género: Intervenciones en un
debate que inicia.
Mariana Gómez y Silvana Sciortino . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 37
Participación política de mujeres indígenas-campesinas en Santiago del Estero (Ar-
gentina): huellas de feminismo en los márgenes.
Andrea Ivanna Gigena Lavetti . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 65
Militancia y transgresión en la guerrilla mexicana. Una mirada crítica feminista al
caso de la Liga Comunista 23 de Septiembre.
Gabriela Lozano Rubello . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 89
Hijas de familias lesboparentales: articulaciones desde una mirada feminista crítica.
Jimena de Garay Hernández y Marcio Rodrigo Vale Caetano . . . . . . . . . . . . . . . 113
«I’m a normal pregnant person»: análisis exploratorio de videoblogs sobre infertili-
dad y tecnologías reproductivas.
Leila Vecslir . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 135
Documentos
Presentación a «Sobre la responsabilidad colectiva» de Georg Simmel.
Esteban Vernik . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 223
Sobre la responsabilidad colectiva.
Georg Simmel . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 229
Entrevista
Entrevista a Cyril Lemieux.
Gabriel Nardacchione . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 249
Reseñas
La insumisión y sus estilos.
Julián Sauquillo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 257
Los modernos de hoy.
Rocío Annunziata . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 263
Saber de la pobreza.
María Celeste Viedma . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 269
El hogar como problema y como solución.
Florencia Partenio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 273
Editorial
En nuestra Carrera de Sociología este tema tiene una trayectoria que se remon-
ta por lo menos al año 1994, cuando se dictaron los primeros Seminarios de Investi-
gación referidos a la violencia sexista, dando inicio a un largo camino que continúa
hasta hoy. Distintos tipos de asignaturas, proyectos de investigación, intervenciones
en las Jornadas de Sociología se proponen analizar las relaciones sociales de géne-
ro tanto como su transversalidad en relación con otras formas de inscripción de las
relaciones sociales, tales como la cultura y la política, así como su articulación con
otras categorías de diferenciación o clasificación de las relaciones sociales en gene-
ral (clase, etnia, religión, edad, sexualidad, etc.). También aspectos y condiciones de
gestación de subjetividades e identidades colectivas que tengan en cuenta las narra-
ciones y construcciones de la violencia desde lo político social y desde lo estético
como formas de relación/producción social. Creemos que la sociología resulta in-
dispensable para analizar los elementos constitutivos y los perfiles dominantes en
la representación de los géneros, así como para el abordaje de nuevas articulaciones
entre géneros-sexualidades y otras categorías sociológicas.
Los artículos de este Dossier expresan el compromiso de la Carrera de Sociolo-
gía y de nuestra Revista en dar apoyo a la producción y circulación de saberes en el
campo de las ciencias sociales entendidas en un sentido amplio, así como el interés
por promover el diálogo entre diversas perspectivas y disciplinas.
La sección de Teoría sociológica clásica y contemporánea está integrada por tres
artículos de graduados de nuestra carrera, cuyos aportes retoman tanto autores clá-
sicos de la Sociología – como Durkheim, Weber y Tönnies – como problemas y pers-
pectivas con un importante desarrollo en las últimas décadas que analizan la pro-
ducción de identidades en las sociedades contemporáneas, la reformulación de la
noción de comunidad, las relaciones entre saber-poder desde perspectivas desco-
loniales, e introducen nuevas perspectivas teóricas provenientes de la filosofía y los
estudios de género, la crítica cultural y la teoría política.
En la sección Documentos, presentamos un texto inédito de Georg Simmel, «So-
bre la responsabilidad colectiva», acompañado de una nota introductoria que lo en-
marca en el conjunto de la producción del autor así como en los debates de la emer-
gente ciencia sociológica acerca de los procesos de diferenciación en la modernidad.
Agradecemos a su traductor, Lionel Lewkow, y a Esteban Vernik por su interés en co-
laborar con este texto inédito para la revista, que da cuenta no solo de la continuada
vitalidad de la producción de este autor clásico sino también de las renovadas lectu-
ras teóricas que aun restan para pensar lo contemporáneo.
En esta oportunidad, la sección Entrevista contiene una conversación con Cyril
Lemieux, sociólogo francés que visitó nuestra casa de estudios y ofreció una confe-
rencia magistral en el marco de las XI Jornadas de la Carrera de Sociología en julio de
este año. En esta conversación con Gabriel Nardacchione, quien también estuvo a
cargo de la traducción, Lemieux recorre algunos aspectos de la perspectiva pragma-
tista en las ciencias sociales en Francia, y plantea algunas líneas de trabajo posibles.
8
Alejandra Oberti, Claudia Bacci y Mariela Peller • Editorial
9
Dossier 5: Teorías feministas y estudios de
género. Conceptos, métodos, temas
13
entramados y perspectivas, vol. 5, núm. 5, págs. 11-14 (oct. 2014/sept. 2015)
Bibliografía
14
Reflexiones (políticamente incorrectas)
acerca de «raza» y feminismos actuales
Resumen: En el trabajo se considera que el uso del término «raza» tuvo sentido en los
feminismos de la segunda ola en los EE.UU., pero que en la actualidad no es conve-
niente continuar su utilización porque en nuestro país la situación geográfica e histó-
rica es distinta. No se niega que haya discriminaciones – y muchas – en las distintas
culturas; es más, las discriminaciones varían entre las diversas etnias y dentro de cada
grupo humano. No es el propósito del trabajo el eliminarlas sino tratar de evitar el uso
de «razas», aunque se la escriba entre comillas, para mostrar que es un constructo an-
tropológico y sociológico. Se parte de la descripción del contrapunto de opiniones entre
feminismos blancos y feminismos negros a través de una nueva lectura de la posición
de Betty Friedan y su Mística de la feminidad y de la obra de bell hooks, figura señera
del feminismo Negro. La revisión de ambas autoras sirve para contextualizar geográfica
e históricamente el uso del término y se argumenta porqué resulta inconveniente en la
actualidad.
Palabras clave: raza, feminismos, discriminaciones
Abstract: It is considered in the present work that the use of the term «race» made sense
in the second wave of feminism in the US, but now is not advisable to continue its use
because of the geographical and historical situation in our country. There is no denying
that there are discriminations in many different cultures, the discriminations vary bet-
ween different ethnic groups and within each human group. It is not the purpose of the
work to eliminate them, but try to avoid the use of «race», although the use of quotation
marks, to show that it is an anthropological and sociological construct.
The paper begins with the description of counterpoint of views between White femi-
nisms and Black feminisms through a new reading of The Feminine Mystique by Betty
Friedan and the works of bell hooks, leading figure of Black feminism. The review of both
authors is used to contextualize geographically and historically the term and it is argued
that today its use is inconvenient.
Keywords: race, feminisms, discriminations
Todos los seres humanos pertenecen a la misma especie y tienen el mismo origen. Na-
cen iguales en dignidad y derechos y todos forman parte integrante de la humanidad.
Todos los individuos y los grupos tienen derecho a ser diferentes, a considerarse y ser
considerados como tales. Sin embargo, la diversidad de las formas de vida y el derecho
a la diferencia no pueden en ningún caso servir de pretexto a los prejuicios raciales; no
pueden legitimar ni en derecho ni de hecho ninguna práctica discriminatoria, ni fundar
la política de apartheid que constituye la forma extrema del racismo.
La identidad de origen no afecta en modo alguno la facultad que tienen los seres huma-
nos de vivir diferentemente, ni las diferencias fundadas en la diversidad de las culturas,
del medio ambiente y de la historia, ni el derecho de conservar la identidad cultural.
Todos los pueblos del mundo están dotados de las mismas facultades que les permi-
ten alcanzar la plenitud del desarrollo intelectual, técnico, social, económico, cultural y
político.
Las diferencias entre las realizaciones de los diferentes pueblos se explican enteramen-
te por factores geográficos, históricos, políticos, económicos, sociales y culturales. Estas
diferencias no pueden en ningún caso servir de pretexto a cualquier clasificación jerar-
quizada de las naciones y los pueblos.
1. Un ejemplo son los congresos y reuniones de especialistas, donde se exhiben las co-
rrientes (filosóficas, científicas, etc.) en las que si una persona no pertenece a ese ámbito se
siente como extranjera hablando otro idioma.
16
Ana María Bach • Reflexiones (políticamente incorrectas). . .
17
entramados y perspectivas, vol. 5, núm. 5, págs. 15-35 (oct. 2014/sept. 2015)
Feminismos «blancos»
18
Ana María Bach • Reflexiones (políticamente incorrectas). . .
«(. . . ) las trabajadoras textiles de Lowell, que tenían condiciones de trabajo durísimas en
parte como consecuencia de la supuesta inferioridad de las mujeres, eran todavía peo-
res para ella que para los hombres. Pero aquellas mujeres, que después de doce o trece
horas de trabajo en la fábrica todavía tenían que hacer tareas domésticas en casa, no
podían ponerse a la cabeza de aquella apasionada travesía [por la lucha de las mujeres].
La mayoría de las feministas que lideraban el movimiento eran mujeres de clase media,
empujadas por un conjunto de razones a formarse y hacer añicos aquella imagen vacía»
(2009: 137).
2. Recordemos que en la década de los sesenta del siglo pasado, todavía no se hablaba de
género en el feminismo.
19
entramados y perspectivas, vol. 5, núm. 5, págs. 15-35 (oct. 2014/sept. 2015)
*. Para la importancia de las biobliografías, la relación entre vida y obra de quienes escri-
ben, ver Bach, 2010: 12.
20
Ana María Bach • Reflexiones (políticamente incorrectas). . .
no saber quién era. . . la que, como ya hemos dicho, llamó «el problema que no tiene
nombre».
Desde que concurrió a instituciones educativas, BF se preocupó por hacer «pe-
riodismo», primero con las noticias del colegio y la comunidad y luego, como afirma
Horowitz, en los años de Smith se convirtió en una activista de izquierda, marxista,
que abogó por la sindicalización de trabajadores y trabajadoras. El ejercicio del pe-
riodismo fue una actividad constante en su vida de estudiante y un medio de lucha
por los diversos problemas sociales que se vivían. De Smith se graduó con honores
y pasó un año haciendo un postgrado en psicología en Berkeley donde también co-
laboró con amigos, miembros activos del Partido Comunista. Como no le interesaba
la academia rechazó una beca de tres años para proseguir su carrera y fue a Nueva
York en 1943, donde ingresó como periodista de la Federated Press (FP), la agencia
que representaba el ala izquierda de noticias en Estados Unidos. Desde ahí escribe
reportajes denunciando el racismo, promoviendo el sindicalismo y exhibiendo el se-
xismo. Dice Horowitz:
«su voz era la de la observadora que hablaba en forma comprensiva acerca de las luchas
de los desposeídos. Como escritora no estaba interesada en las cuestiones teóricas que
rodeaban al materialismo histórico o en la comparación entre Rusia y EE.UU. Más bien,
consideraba a las palabras como esenciales para llevar a la toma de conciencia de la
gente y acicatearla a la acción colectiva» (2000: 106).
21
entramados y perspectivas, vol. 5, núm. 5, págs. 15-35 (oct. 2014/sept. 2015)
«Aparte de las presiones psicológicas que ejercen las madres y las esposas, ha habido
en los Estados Unidos en la última década la comprometida e incesante competencia,
el trabajo anónimo y a menudo sin sentido en una gran organización que también ha
impedido que algunos hombres se sintieran hombres. Era más seguro echarles la culpa
a su esposa y a su madre que reconocer el fracaso de uno mismo o del sacrosanto estilo
de vida norteamericano. Los hombres no siempre bromeaban cuando decían que las
mujeres tenían la suerte de estar todo el día en casa. También resultaba confortante
racionalizar la febril actividad diciéndose a sí mismos que participaban en ella por “el
bien de la esposa y de los hijos” (. . . ) Los hombres se tragaron la mística sin rechistar»
(2009: 259)
La mística de la feminidad
«que hay algo muy poderoso en la manera en que las mujeres de los EE.UU. están tra-
tando de vivir su vida hoy en día. Al principio lo sentía como un punto de interrogación
en mi propia vida como esposa y madre de tres criaturas, con cierto sentimiento de cul-
pa, y por lo tanto con cierto desgano (. . . ) Fue aquél punto de interrogación personal el
que me condujo, en 1957, a pasar gran parte de mi tiempo elaborando un cuestiona-
rio pormenorizado para mis compañeras de college, quince años después de que nos
graduáramos en Smith. Las respuestas que ofrecieron 200 mujeres a aquellas preguntas
íntimas y abiertas me llevaron a pensar que lo que no encajaba no tenía que ver con los
estudios, contrariamente a lo que entonces se creía. Los problemas que tenían, y el gra-
do de satisfacción que sentían con su vida, y yo con la mía, así como la manera en que el
hecho de estudiar había contribuido a ello, sencillamente no encajaban con la imagen
de la mujer estadounidense moderna tal como se describía en las revistas femeninas,
como se estudiaba y analizaba en las aulas y en las clínicas, tal como se la alababa y se
la condenaba a través de una avalancha de palabras, desde las postrimerías de la Se-
gunda Guerra Mundial. Había una extraña discrepancia entre la realidad de nuestras
vidas como mujeres y la imagen a la que estábamos tratando de amoldarnos, la imagen
que yo di en llamar la mística de la feminidad. Me preguntaba si otras mujeres también
experimentaban aquel desgarro esquizofrénico y lo que significaba» (2009:47).
«El libro que al final escribí, aunque objetivo en cuanto a la técnica y basado en datos
reales, procedía de mi verdad personal, de mi observación personal, objetiva-subjetiva,
participativa, de mi propia experiencia y la de las demás, y de mi rechazo de lo que se
ha dado en llamar la verdad aceptada, la verdad de los expertos en ciencias sociales,
3. El subrayado es mío.
23
entramados y perspectivas, vol. 5, núm. 5, págs. 15-35 (oct. 2014/sept. 2015)
4. Horowitz señala que el haber sido despedida del UE News por haber quedado embara-
zada, su desilusión por la actividad de los sindicatos, las contradicciones por su pertenencia
de clase y «como reacción al terror del anticomunismo, a la persecución de quienes eran co-
munistas y a la delación de nombres, encontró un lugar seguro en el ámbito de los barrios
residenciales» (2000: 153).
24
Ana María Bach • Reflexiones (políticamente incorrectas). . .
York Radical Women.5 Su intención era llegar hasta las raíces de lo que llamaban la
opresión de las mujeres. De las radicales surgió la metodología de los grupos para au-
mentar la conciencia. Sobre la base de su experiencia cotidiana edificaron la teoría,
que testeaban con las prácticas. Tanto las liberales como las radicales habían contri-
buido en las luchas abolicionistas y ahora, en palabras de Kathie Sarachild:
«Parecía claro que el conocer cómo nuestras propias vidas se relacionaban con la con-
dición general de las mujeres nos haría mejores luchadoras en nombre de las mujeres
como un todo.6 Sentíamos que todas las mujeres tendrían que ver la lucha de las mu-
jeres como propias, no sólo como algo para ayudar a “otras mujeres”, que habría que
considerar esta verdad como perteneciente a sus propias vidas antes de luchar de ma-
nera radical para cualquier otra. “Luchen por sus propias opresiones” había dicho Stokel
y Carmichael a los trabajadores blancos por los derechos civiles, cuando el movimien-
to del poder negro comenzó. “No se radicalizarán luchando las batallas de otra gente”
afirmó Beverly Jones en su ensayo pionero “Hacia un movimiento de liberación de la
mujer”» (1978: 3).
Feminismo Negro
«Sojourner Truth (1797-1883) fue una abolicionista (luchadora por la abolición de la es-
clavitud de los negros) y activista pro-derechos de la mujer. En uno de los primeros con-
gresos sobre los derechos de la mujer a mediados del siglo diecinueve, reveló su pecho
para dar pruebas de su sexo, proclamando, “Ain’t I a woman?” (¿No soy una mujer?). Es-
te gesto simbólico quiso exponer el fallo de las feministas blancas para incorporar en
su lucha los problemas de las mujeres negras. Por lo tanto Sojourner Truth ha servido
5. A modo de digresión aclaro que estos grupos aún continúan y que el NOW tiene en su
agenda todos los temas por los que luchamos, incluso algunos que en sus orígenes tardaron
en incorporarse, como el del aborto.
6. Las traducciones y destacados son míos
25
entramados y perspectivas, vol. 5, núm. 5, págs. 15-35 (oct. 2014/sept. 2015)
7. Entre paréntesis, este es un tema de discusión entre las feministas argentinas hasta hoy.
Las mismas feministas que claman la integración con varones en grupos, encuentros y/o con-
gresos feministas, no objetan que los grupos de varones que trabajan por modelar nuevas mas-
culinidades no acepten la presencia de mujeres en sus reuniones.
8. Gloria Watkins nació en Hopkinsville, Kentucky, el 25 de septiembre de 1952. Su voz
escrita se conoce por el pseudónimo «bell hooks», nombre de su bisabuela y que recuerda
porque fue una mujer que hizo escuchar su voz en la familia. Eligió usar pseudónimo porque
su nombre, Gloria, estaba asociado a una identidad que no reconocía como plenamente suya.
«Gloria» representa una niñez y un estilo de comportamiento de la mujer distinto del que ella
pretende. Además, para Gloria Watkins lo importante en una obra no es quién la escribe, su
nombre e identidad personal, sino qué se escribe, los pensamientos que se transmiten. Así,
expresa que se sintió cómoda cuando recibió la edición de su primera obra AIN’T I A WOMAN
escrito así, en mayúsculas mientras que «bell hooks» aparecía en minúsculas.
26
Ana María Bach • Reflexiones (políticamente incorrectas). . .
de ese todo. Ese sentimiento de totalidad, impreso en sus conciencias, los proveyó
de una visión de oposición del mundo, un modo de visión desconocida para quienes
eran sus opresores y fortaleció el sentido del yo y la solidaridad.
El feminismo y el racismo son figuras de marginalidad, por eso bell hooks teo-
riza sobre ellos (1984,1981). Si bien en sus primeras obras no hace hincapié sobre la
clase, en obras posteriores puntualiza que hay una insistencia tradicionalmente iz-
quierdista en la precedencia de la clase sobre la raza. Acuerda con autores como Ho-
ward Winant en que debe comprenderse a la raza para comprender la clase porque,
en palabras del autor, «en el marco político postmoderno actual deEstados Unidos, la
hegemonía se determina por la articulación de raza y clase» (citado por hooks, 1996a:
30). El orden de importancia de dominación es entonces: raza, sexo, clase, aunque en
realidad formen al mismo tiempo un vínculo opresivo inextricable, ya adelantado por
las integrantes de la Colectiva.
Gloria Watkins (GW) eligió al lenguaje como medio de lucha y al margen como
espacio. Hay que resaltar que se refiere a una marginalidad elegida como lugar de
resistencia, que se diferencia de la marginalidad impuesta por las estructuras opre-
sivas ya que opresión, para ella, significa no tener posibilidad de elección. La margi-
nalidad elegida es entonces un lugar de creatividad y de poder, por eso es que desde
esa posición puede hacer una teoría feminista diferente, una teoría que parte de la
experiencia, de la vida. Y lo hace consciente del riesgo que esto representa. Su crítica
fue formada por la experiencia como miembro de un grupo oprimido, la experiencia
de explotación sexista y la de la discriminación (hooks, 1996b: 54-55).
AIN’T I A WOMAN,9 su primer obra, le llevó ocho años de investigación, y el
principal motivo que la llevó a escribirla fue el hecho de no encontrar en las librerías
obras acerca de las mujeres negras.10 Durante su niñez en una comunidad segregada
negra, asistiendo a una escuela para niños y niñas negros y con maestras negras, GW
vivió en el centro de ese mundo, aunque al mismo tiempo fuera un lugar marginal no
elegido. Las enseñanzas que recibían los niños y niñas fomentaban la autoestima, el
orgullo por ser negra/o y el cuidado por los demás. Considero que estas caracterís-
ticas fueron acentuadas porque su comunidad formaba parte de la iglesia bautista,
culto al que concurría asiduamente.
9. AIN’T, su primer libro, se lo dedica a su madre, Rosa Bell Watkins, quien le enseñara tan-
to a ella como a sus hermanas que la hermandad le da autoridad [empower] a las mujeres al
fomentar y ejercitar el respeto, la protección, el darse coraje y amarse entre ellas. Este concepto
de hermandad fomentado tempranamente tanto por su madre como por la comunidad bau-
tista que frecuentaba, deben haber influido en su elaboración de un concepto de hermandad
para el feminismo distinto del propuesto por las feministas radicales.
10. En la lengua castellana podría hablar de «negra» y «negro» sin hacer referencia a muje-
res o varones como sí es necesario en la lengua inglesa, pero dado que en nuestra lengua tienen
connotaciones negativas, hablaré de «mujer negra» o «varón negro», aunque sea redundante,
con la intención de moderar el prejuicio.
27
entramados y perspectivas, vol. 5, núm. 5, págs. 15-35 (oct. 2014/sept. 2015)
En Feminist Theory: from margin to center, bell hooks critica a gran parte de
la teoría feminista existente en los EE.UU. porque proviene de mujeres blancas bur-
guesas que están en el centro, cuyas perspectivas sobre la realidad rara vez incluyen a
las mujeres que están en los márgenes. Como consecuencia, la teoría feminista no es
completa, carece del análisis amplio que puede incluir una variedad de experiencias
humanas. Una teoría «completa» puede surgir de quien tenga conocimiento tanto
del centro como del margen.
Para comprender el pensamiento de bell hooks considero que son fundamen-
tales sus dos primeras obras, porque en ellas están planteados los temas sobre los que
girará, enriqueciéndolos, su obra posterior. Sintetizaré, entonces, su agenda a partir
básicamente de Feminist Theory. Los temas clave en su obra son: teoría y práctica
como dos caras de la misma moneda; una teoría feminista total que incluya a las mu-
jeres negras; la consideración del feminismo como un movimiento que puede poner
fin a la opresión sexista y a la violencia, para lo cual hay que volver a pensar la natu-
raleza del trabajo y del poder;la consideración de los varones como compañeros en
la lucha; la educación de las mujeres, que es incluida en su programa porque la con-
sidera liberadora; la hermandad como solidaridad política entre las mujeres.Como
anticipáramos, su teoría surge de la crítica a la situación existente respecto de la teo-
ría y de la práctica. Afirma que el feminismo en los EE.UU. no emergió de las mujeres
víctimas de la opresión sexista, golpeadas física, psicológica y espiritualmente cada
día y carentes de poder para cambiar su condición de vida. Así, piensa que Friedan,
una de las teóricas que delinearon el pensamiento contemporáneo feminista, escri-
bió como si esas mujeres no existiesen. «Tampoco las mujeres blancas que dominan
el discurso feminista hoy, raramente se preguntan si su perspectiva sobre la realidad
de las mujeres es cierta con respecto a la experiencia de las mujeres como grupo co-
lectivo y una de las causas es que no son conscientes de la supremacía blanca» (hooks,
1984: 3).
Un principio central del pensamiento feminista fue la aserción «todas las mu-
jeres son oprimidas». Pero para bell kooks esta enunciación implica que las mujeres
tienen una suerte en común, olvidando que factores como la clase, raza, religión,
preferencia sexual, entre otras, crean diversidad de experiencias que determinan al
sexismo como fuerza opresiva en las mujeres. Reconoce que el sexismo está institu-
cionalizado en la sociedad norteamericana, pero esto no quiere decir que determi-
na una forma de destino absoluta para todas las mujeres que viven en ella. Para bell
hooks, recordemos, estar oprimido significa ausencia de elección. Muchas mujeres en
esa sociedad pueden hacer elecciones, aun inadecuadas; así, explotación y discrimi-
nación son palabras que mejor describen la situación de las mujeres colectivamente
en los EE.UU.
Bajo el capitalismo, el patriarcado está estructurado de tal manera que el sexis-
mo restringe la acción de las mujeres en algún campo pero no en todos, en algunas
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Ana María Bach • Reflexiones (políticamente incorrectas). . .
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que la masculina. Afirma que tanto los varones como las mujeres negras han llamado
siempre la atención sobre un «ciclo de violencia» que comienza con abuso psicológi-
co en el mundo público, donde el trabajador masculino puede ser sujeto de control
por parte de un jefe o una figura autoritaria que es humillante y degradante y, por
miedo a castigos tales como perder el empleo, la libera en una situación que deno-
mina de «control». Habitualmente esta situación se da en el hogar y el blanco de su
abuso es la mujer. Pero así, al disculpar y perpetuar la dominación masculina sobre
las mujeres para prevenir la rebelión en el trabajo, las reglas capitalistas masculinas
aseguran que la violencia masculina se exprese en la casa y no en la fuerza del traba-
jo, justificando así la violencia doméstica. Seguramente GW debe haber refinado su
posición acerca de la violencia en la actualidad.
Una observación a destacar de las tempranas obras de bell hooks es la exis-
tencia de dos ámbitos: el movimiento feminista, que en muchos sentidos es anti-
intelectualista, y la teoría feminista, que no se basa en la masa de las mujeres y que
tiene como supuesto que debe hacerse teoría para sostener la lucha de las mujeres,
otorgándole de esta forma a la teoría una supremacía que no tiene. Así, entonces,
sus propuestas de un feminismo total que abarque a todas las mujeres y la impor-
tancia de la unión entre teoría y práctica son recomendables también para nuestro
país.Asimismo, es de destacar el lugar del margen como estrategia para la acción, te-
ma que es estudiado por otros y otras teóricos/as, feministas o no.
Querría ahora señalar algunas limitaciones. En cuanto al concepto de herman-
dad, aunque positivo y atractivo, resulta utópico, deseable pero sumamente distante,
porque en lo cotidiano no se practica la educación para la solidaridad en este mun-
do crecientemente competitivo, justamente en este capitalismo que para bell hooks
ha desarrollado una forma de control de la violencia. A mi modo de ver, resulta poco
realista la apelación a la solidaridad entre los seres humanos, ya sea entre mujeres
o entre varones y mujeres. En el mundo neoliberal la solidaridad se dice pero no se
hace. Es un valor que se da en una minoría de relaciones interpersonales y que, la-
mentablemente, forma parte de un discurso vacío en la educación formal, aunque
se sostenga desde distintas teorías. Por otra parte, justamente éste es uno de los as-
pectos que considero mejor ejemplifica la manera en que influye la biografía de una
persona en sus postulaciones teóricas, ya que el sentido de hermandad y solidaridad
en el que vivió bell hooks fue para ella determinante, pero no era compartido ni es
compartido por la mayoría de la sociedad ni en su país ni en el nuestro.
Más radical dentro del feminismo negro es la propuesta de Hill Collins, quien
considera que la teoría negra debe ser construida por teóricas negras sobre la expe-
riencia de las mujeres negras, alejándose quizás del programa de La Colectiva del Río
Combahee que proponía que «el desdoblamiento totalizante de nuestra política nos
lleva a preocuparnos de cualquier situación que toque la vida de la mujer, gente del
Tercer mundo y obreros» (1988: 181). Pero que, al mismo tiempo, es coherente con la
afirmación de que la teoría comienza a través de la experiencia, aunque marcando
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una «superioridad» de las académicas negras sobre el común de las mujeres negras
para teorizar.
Otra manera de referirse a la raza es la que utiliza Gloria Anzaldúa, pertene-
ciente al grupo autodenominado «mujeres de color», y que no correspondería tratar
dentro del apartado Feminismo negro11 ; pero lo que me interesa agregar, a la im-
portancia de habitar los márgenes y el centro de GW, es la concepción que Gloria
Anzaldúa brinda acerca de las fronteras en Borderlans. La Frontera. Escribe:
«La frontera física a la que me refiero en este libro es el límite entre Tejas-sudoeste de los
EE.UU. y Méjico. Las fronteras psicológicas, las sexuales y las espirituales no atañen sólo
al sudoeste. En efecto, las fronteras están físicamente presentes toda vez que dos cultu-
ras sean linderas, donde gente de diferentes razas ocupen el mismo territorio, donde la
gente marginada, la de clases bajas, medias o superiores entran en contacto, cuando el
espacio entre dos individuos disminuye con la intimidad» (Anzaldúa, 1987: 19).
Estas fronteras se pueden dar también en cada persona, y ella se reconoce co-
mo una mujer de los bordes por las culturas distintas de las que proviene y por los
lugares en que vivió, dando lugar a lo que llama la mestiza:
«Como mestiza no tengo país, mi tierra natal me ha desterrado; sin embargo todas las
patrias son mías porque soy la hermana de cada mujer o su amante potencial. (Como
lesbiana no tengo raza, mi propia gente me repudió; pero soy todas las razas porque en
todas las razas se encuentra lo raro (queer) que hay en mí. No pertenezco a ninguna cul-
tura porque, como feminista, desafío en su conjunto las creencias culturales y religiosas
masculinamente-derivadas de los Indo-Hispánicos y Anglos; sin embargo pertenezco a
una cultura al participar aún en la creación de otra cultura, un nuevo sistema de valores
con imágenes y símbolos que nos conectan una a la otra y al planeta. Soy un amasamien-
to [sic], soy un acto de amasar, de unir y juntar que no sólo ha producido una criatura
de oscuridad y otra de luz, sino también una criatura que cuestiona las definiciones de
luz y oscuridad y les da nuevos significados» (1987: 80-81).
Los pasajes seleccionados de las distintas autoras a lo largo del trabajo son un
ejemplo de la presencia dispar del tema de la raza en el feminismo entre los años 1965
y los 90; su uso tiene sentido porque en ese momento seguía en pie el hablar de razas.
Las autoras habitan en los EE.UU. y en los diferentes feminismos se muestra cómo
varía la importancia de la «raza» y del «sexo» en sus postulaciones. La opresión por
sexo (por género más tarde) parece preceder en importancia a la de raza, salvo en el
caso de bell hooks y Hill Collins, pero no en todos los casos del feminismo negro. Son
de destacar los intentos como el de Anzaldúa en La conciencia de la mestiza por crear
nuevas figuras, por procurar brindar elementos para la superación de la situación
11. Las mujeres negras se opusieron a integrar el grupo de mujeres de color por considerar
que sus posiciones diferían históricamente.
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Ana María Bach • Reflexiones (políticamente incorrectas). . .
12. No ignoro que quienes están en antropología y sociología establecen una diferencia
entre raza y etnicidad en el sentido actual de raza. Pero también hay quienes sugieren hablar
de etnicidad.
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Ana María Bach • Reflexiones (políticamente incorrectas). . .
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Mujeres indígenas, derechos colectivos y
violencia de género: Intervenciones en un
debate que inicia
Introducción
Desde distintas trayectorias, desde hace varios años las dos autoras de este tra-
bajo realizamos investigaciones sobre/con mujeres indígenas en diversos espacios
(comunidades, movimientos sociales, procesos organizativos, espacios de participa-
ción política) y en distintos puntos del país.
Silvana Sciortino es doctora en antropología, sus estudios de posgrado versan
sobre procesos de organización social y política de mujeres indígenas en el marco del
movimiento amplio de mujeres en Argentina (Sciortino, 2013). En su trabajo etnográ-
fico en los Encuentro Nacionales de Mujeres (2007-2011) junto a mujeres indígenas
de diferentes comunidades del país articula los estudios de género y feministas con
los debates sobre multiculturalidad y Pueblos indígenas. Desde el registro de las prác-
ticas de organización colectivas y discursos de reivindicación de mujeres indígenas
nucleadas en el Taller «Mujeres de los Pueblos Originarios» analiza la construcción de
una política de identidad indígena articulada con el movimiento amplio de mujeres.
De esta manera, identifica posicionamientos y debates internos respecto a los dere-
chos de las mujeres, las mujeres indígenas y los Pueblos indígenas. Así como tam-
bién analiza procesos de deliberación política y construcción identitaria poniendo
en consideración tensiones emergentes entre la elaboración de las demandas pro-
pias de las mujeres indígenas, de sus comunidades y de su doble participación en
organizaciones indígenas y el movimiento de mujeres. Uno de los resultados de su
tesis muestra cómo la violencia de género se convierte en uno de los puntos con-
flictivos en la construcción de una identidad indígena que contemple y atienda las
problemáticas específicas de las mujeres.
Mariana Gómez trabajó en comunidades tobas del oeste de Formosa (chaco
centro-occidental) focalizando sus primeras investigaciones en las transformaciones
en la construcción cultural del género entre mujeres de distintas generaciones (Gó-
mez, 2011). Su interés por los debates en torno a las violencias de género y las mujeres
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Mariana Gómez y Silvana Sciortino • Mujeres indígenas. . .
1. En el documental «El Etnógrafo» hay una escena donde el antropólogo John Palmer
conversa con la madre de Estela y con Estela (así se llamaría la joven-niña) el verdadero año
de su nacimiento.
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entramados y perspectivas, vol. 5, núm. 5, págs. 37-63 (oct. 2014/sept. 2015)
«. . . lleva a su pretendiente a su núcleo de familia y lo presenta ante el jefe del clan, quien
es el que consiente la relación (. . . ) Con esta libertad sexual que se da desde la primera
menstruación, la chica elige compañero. Generalmente la elección se da entre chicos de
su mismo rango de edad, aunque no es una cuestión condicionante. . . la atracción en
una pareja wichí se da mutuamente, pero ella, al tener libertad sexual, ostenta un poder
de decisión en este aspecto que no lo tiene el pretendiente, sobre todo si es menor de
edad».
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entramados y perspectivas, vol. 5, núm. 5, págs. 37-63 (oct. 2014/sept. 2015)
el resto de la comunidad.3 Así, estaríamos ante una norma posible y disponible den-
tro de las estrategias matrimoniales wichí, aunque avalada de manera contradictoria
por algunas mujeres, tal como mostró el comportamiento ambivalente de la madre
de la joven cuando al principio accedió a ir a la comisaría para denunciar a su marido.
Mariana Gómez, quién ha realizado algunas indagaciones sobre las represen-
taciones en torno a las mujeres indígenas del Chaco durante el período colonial y
republicado, ha encontrado que una de ellas (además de la «bestia de carga» y la de
«amazonas»), es la de las jóvenes o púberes como mujeres que luego de sus prime-
ras menstruaciones podían iniciarse en la búsqueda de hombres. Varios etnólogos
europeos que viajaron durante las primeras décadas del siglo XX y realizaron ob-
servaciones en distintos grupos del Gran Chaco (Karsten, 1932; Nordenskiöld, 2002;
Métraux, 1931) dejaron algunas descripciones sobre el rol de las jóvenes en la elec-
ción de compañeros sexuales ocasionales y de sus esposos (especialmente durante
las danzas nocturnas realizadas cuando distintas bandas se juntaban para acordar
matrimonios y estrategias para la guerra). Pero Gómez encuentra que posiblemente
esta imagen de «libertinas sexuales» también haya sido muy enfatizada por misione-
ros de distintas órdenes, exploradores, funcionarios gubernamentales y etnólogos.
Durante su trabajo con historias de vida de mujeres qom del oeste formoseño, obser-
vó que sus interlocutoras recordaban exactamente lo contrario: que en el «tiempo de
los antiguos» las mujeres eran obligadas a juntarse con los hombres que sus madres
y abuelas les elegían. Muy probablemente hayan existido distintas modalidades de
ingresar en las prácticas sexuales, una sexualidad pre-conyugal y otra conyugal (Gó-
mez, 2011, 2011b, 2012). Finalmente, cabe recordar que, como ha investigado Gior-
dano, las púberes indígenas fueron un blanco elegido en cierta ola de erotización y
exotización que con el mundo indígena construyeron distintos representantes de la
sociedad dominante. En el ámbito de la fotografía postal existieron series hechas de
jovencitas indígenas posando desnudas en poses eróticas (en términos occidenta-
les) tomadas por antropólogos y fotógrafos (2005). Con todo lo anterior queremos
afirmar que la representación de las púberes del Chaco como libre electoras de sus
compañeros sexuales y cónyuges debe ser problematizada no sólo a la luz de dis-
tintos discursos producidos en épocas pasadas y en su mayoría desde una mirada
masculina, sino también a la luz de los cambios sociohistóricos que se produjeron
en todas las comunidades y grupos indígenas del Gran Chaco, especialmente a par-
tir de la conversión socioreligiosa de la que fueron objeto por parte de misioneros
católicos, anglicanos, pentecostales y franciscanos, entre varios otros (Wright, 1983).
Volviendo a la otra posición, la Comisión de la Mujer de la Universidad de Salta
en un comunicado del 2006 se manifestó en contra del nuevo fallo dictado:
«La Comisión de la Mujer, desde su más firme convicción de la universalidad de los de-
rechos humanos y su permanente compromiso con su cumplimiento efectivo, particu-
larmente para las mujeres, cuya situación de vulnerabilidad es reiteradamente denun-
ciada, quiere expresar su indignación por los discursos y la ambigua actitud de quienes
tienen el deber de garantizar, defender y promover los derechos humanos de niños y
niñas (funcionarios, jueces, legisladores, educadores) y que, con argumentos como los
señalados, tienden a exculpar a quienes amenazan y vulneran su dignidad.
»Curiosamente, mientras el argumento del respeto a la diversidad cultural no ha sido
nunca un argumento válido cuando se trata de garantizar otros derechos, sí se esgrima la
necesidad de respetar las “prácticas ancestrales” o el “derecho consuetudinario” cuando
se trata de acciones que lesionan la integridad sexual de las niñas. ¿Qué voz se alzó para
defender la “identidad cultural” del pueblo guaraní en el caso tan difundido del niño
chaqueño necesitado de una intervención quirúrgica, cuando los chamanes se oponían
a la aplicación de la medicina occidental, en nombre de sus “costumbres ancestrales”?».
Sin embargo, hoy son muchas las voces que demandan ese respeto para el wichí
violador.
En el 2007 el diario Página 12 publicó una entrevista realizada a Octorina Zamo-
ra.4 La periodista que la realizó no dudó en definirla como «la única dirigente indíge-
na que levantó la voz para denunciar a los jueces de la Corte de Salta». Sus opiniones
confrontaron con las de los caciques de Lapacho Mocho y la de los jueces de la Corte
Salteña, contra quienes presentó un recurso ante el INADI:
— ¿Es una costumbre ancestral que las mujeres puedan mantener relaciones sexuales
consentidas a partir de su primera menstruación, como sostiene la defensa de José Fa-
bián Ruiz?
— En cualquier lugar del mundo, las mujeres desde la primera menstruación están en
condiciones de tener vida sexual, pero son niñas y no quiere decir que se consienta su
abuso sexual o violación. Yo me eduqué con otra concepción con respecto al sexo. A
nosotros nos educan a través de la religión wichí, a través de mitos. Y hay uno en el
que se prohíben terminantemente las relaciones incestuosas y prematuras. Esto es reli-
giosidad. Lo otro es defender a un sinvergüenza. Yo lo sabía, pero para confirmarlo me
acerqué a otras mujeres y hombres para preguntarles si era así, y me lo confirmaron.
Lo que me contaron es que en la antigüedad, cuando pasaban casos así, al hombre se
lo sacaba de la comunidad y si la mujer lo quería seguir, lo podía seguir, pero no podía
volver nunca más. Generalmente la familia de la nena terminaba matando al violador
y si el hecho había ocurrido con el consentimiento de la madre de la niña, también la
mataban a ella por entregar a su hija. Curiosamente salieron todos a defender a Ruiz,
pero nadie hablaba de la niña.
— ¿Hay otros casos de violaciones de niñas en comunidades wichí?
— Sí. Y tampoco son castigados. Conozco chicas que fueron abusadas y cuyos violadores
entraron a la comisaría por una puerta y salieron por la otra. Los defienden los mismos
dirigentes aborígenes que defienden a Ruiz. Eso a mí me preocupa mucho, por eso le-
vanto mi voz en nombre de las mujeres indígenas. Yo sé que hay hermanos indígenas
que están confundidos y han empezado a juntar firmas para desautorizar lo que yo es-
toy diciendo, pero yo estoy defendiendo a los niños y las niñas, que son la esperanza de
4. «La dirigente wichí que acusa a la Corte Salteña por discriminación», publicado el
2/7/2007 en Página 12.
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entramados y perspectivas, vol. 5, núm. 5, págs. 37-63 (oct. 2014/sept. 2015)
nuestro pueblo. Si nosotros aceptamos que el abuso sexual es una pauta cultural, como
dice la Corte, estamos aceptando que somos seres bárbaros y pervertidos. Y no es así.
Mi pueblo es gente humilde, que ha sobrevivido a masacres, usurpaciones e invasiones
y que en 13 mil años de existencia conservamos en el siglo XXI valores que nos hacen
humanos. Es realmente una aberración pensar que mi pueblo acepta la violación o el
abuso de menores. Las mujeres wichí venimos del cielo, somos celestiales. En nuestra
religión, el hombre es terrenal; alguna vez fue animal y para convertirse en humano tu-
vo que unirse con las mujeres. Ese es el valor que tiene la mujer dentro de la concepción
wichí. De ninguna manera va a permitir el abuso sexual.5
Octorina Zamora tiene una larga trayectoria de activismo en las causas indíge-
nas de su comunidad y ha participado (en ocasiones liderando) en protestas, cortes
de ruta y reclamos, como aquel que lideró en el 2009 cuando en Embarcación los
miembros de las comunidades cortaron la ruta provincial como medida de protesta
para frenar la deforestación de los montes. Este mismo reclamo la trajo a Buenos Ai-
res en el 2009, acompañada por un grupo de mujeres wichí, guaraní y qom (Gómez,
2015). Octorina también ha asistido a los Encuentros Nacionales de Mujeres como
activista en el Taller «Mujeres de los Pueblos originarios». Desde las primeras notas
sobre el caso Qa’tu que se publicaron en el 2006 Octorina irrumpió en este debate
mostrándose como una voz disidente: una rebelde en el mundo indígena chaqueño.
Sus intervenciones sobre este caso se tornaron en una oportunidad para criticar si-
multáneamente dos flancos: por un lado, la explotación, el racismo, el patriarcado y
la exclusión practicada por sectores de la sociedad y el Estado contra los pueblos in-
dígenas, y por el otro, el machismo naturalizado en las autoridades, organizaciones
y comunidades indígenas. Octorina era una voz crítica en un momento conflictivo
para la mayor parte de las comunidades indígenas que están luchando por la defen-
sa de sus territorios y contra el avasallamiento de sus derechos culturales y políticos.
Sin desconocer la primacía que tienen las luchas por el cumplimiento efectivo de los
derechos territoriales de los pueblos originarios, desde una concepción dinámica de
la cultura y tal como se les pudo escuchar a las mujeres zapatistas en diversas opor-
tunidades (Hernández, 2001), Octorina se animaba a confrontar posturas relativistas
y esencialistas que fácilmente pueden acomodarse en el derecho consuetudinario y
resultar nocivas para las mujeres:
«La ley de protección a la niñez va más allá de cualquier derecho consuetudinario. Su-
ponga que en algún pueblo del mundo matan chicos para ofrendar. . . porque es una
costumbre ancestral. ¿Se va a permitir? Parece que la Justicia se iluminó y dijo: “Ahora
les vamos a valorar la pauta cultural”. Mi comunidad necesita 2 mil hectáreas para que
podamos desarrollarnos y dejar de andar mendigando tierras. Entonces, hace cuatro
semanas recuperamos un territorio en Embarcación, estuvimos 12 días ocupándolo y
5. Para una lectura sobre la concepción del abuso sexual de mujeres entre las mujeres
qom del oeste formoseño y un análisis sobre las diferentes prácticas sexuales consentidas y no
consentidas ver Gómez, 2008.
44
Mariana Gómez y Silvana Sciortino • Mujeres indígenas. . .
nos mandaron 450 policías para desalojarnos. Ahí ningún juez pensó en nuestra pauta
cultural».6
6. «La dirigente wichí que acusa a la Corte Salteña por discriminación», publicado el 2 de
julio de 2007 en Página 12.
7. «La cultura impuesta», y las subnotas «Wichí o no Wichí es abuso» y «Abuso es el chineo»
publicadas en Página 12 el 22/10/2012.
8. «Abuso es el chineo», 22/10/2012.
9. «Para terminar con el chineo», de Ana González, publicada en Pagina 12 el 4/4/2011.
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entramados y perspectivas, vol. 5, núm. 5, págs. 37-63 (oct. 2014/sept. 2015)
pectiva todavía una niña sin poder de decisión y sin capacidad de consentimiento o,
en otros términos, un sujeto menor de edad y, por ende, todavía vulnerable.
Sin embargo, el debate no se agotó en las páginas del diario mencionado. A fi-
nes del mes de octubre de 2012 un grupo de antropólogas feministas, entre quienes
se encuentra la antropóloga Mónica Tarducci – quien ha presentado un posiciona-
miento crítico respecto a la postura de Palmer en el documental mencionado líneas
arriba (Tarducci, 2013) – invitaron a Octorina Zamora a un debate que tuvo lugar en
la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Este encuentro contó con la participación
del decano en aquel entonces, Hugo Trinchero. Esta vez Octorina opinó en vivo y en
directo y sus intervenciones generaron discrepancias y ofendieron a algunas perso-
nas que no estuvieron presentes en el debate.
Docentes y estudiantes de la carrera de antropología se acercaron escuchar a
Octorina y en esa ocasión se encontraron con una activista que, entre fuertes inter-
venciones y exabruptos, confrontaba la autoridad de los discursos de los/as antropó-
logos/as erigidos como «verdad» por la opinión pública. De alguna manera, la figura
de Octorina, debatiendo y enfrentando las voces expertas, lograba desbordar y cues-
tionar las imágenes etnográficas que se produjeron sobre las mujeres indígenas.
46
Mariana Gómez y Silvana Sciortino • Mujeres indígenas. . .
como un complejo cultural que incluye una división sexual del trabajo, una división
social de la sexualidad y la reproducción, mitos y rituales. En muchos análisis no se
termina de asumir (porque prima una mirada esencialista en su versión moderna o
posmoderna) que la condición de género de los/las indígenas es dinámica con res-
pecto a los principios de visión y di-visión de cualquier cosmología y ontología, sea
esta «indígena» u «occidental», así como respecto a los procesos que reconfiguraron
las dinámicas de las comunidades indígenas en las últimas décadas (como los pro-
cesos de misionalización, escolarización, las nuevas formas de racialización, explo-
tación laboral, el «desarrollo», los recientes procesos de participación política, etc.).
Pero las mujeres indígenas también desbordan y trastocan el discurso proli-
jo y radical con el que hablan los feminismos: aquel acusado de colonial por operar
con las categorías de las mujeres blancas, burguesas y occidentales y aquel otro que
busca trascenderlo para incluir las experiencias de las «mujeres de color» y que se
hace llamar feminismo poscolonial. Paradójicamente Octorina, desde sus interven-
ciones, cuestionaba la imagen fosilizada sobre la «mujer indígena», posicionándose
en una postura universalista amparada en el discurso de los derechos universales y
humanos de las mujeres y al mismo tiempo en valores «cristianos» y «wichí», bus-
cando articular de otro modo (y apelando a argumentos de varios discursos) lo que
significa el «consenso» en las comunidades indígenas y defenderse de aquello que es
considerado violencia de género. Así, entre la postura relativista-cosmologicista (que
no puede escuchar a las mujeres indígenas porque tiene una imagen de ellas fosili-
zada) y la postura pro-derechos humanos de las mujeres que, según Bidaseca (2011)
«busca rescatar a las mujeres de color», Octorina parece posicionarse en ésta última.
Actualmente muchas mujeres indígenas están cuestionando las costumbres y
normas de sus comunidades y luchando para cambiarlas al percibirse y construirse
como nuevos sujetos de derecho (Hernández, 2011). Las críticas de Octorina repre-
sentan las de una «mujer indígena» que, además de destituir la autoridad del discurso
(masculino) de la comunidad de Lapacho Mocho, cuestiona las lógicas de parentesco
en las que están inmersas la mayor parte de las mujeres indígenas del Chaco. Sus in-
tervenciones recuerdan las transgresiones que debieron hacer muchas otras indíge-
nas cuando se propusieron transformar sus propias condiciones de género desafian-
do las estructuras sociales de las comunidades donde nacieron y se criaron. Y como
seguramente sabrán las pensadoras feministas, cuando las mujeres cuestionan pue-
den ser acusadas de traidoras, mas aún en casos como éstos donde destituyen discur-
sos celosamente custodiado por los hombres de sus comunidades, con el consenso
(es importante decirlo) de numerosas mujeres (indígenas, indigenistas y académi-
cas).
A continuación nos proponemos explorar cómo la perspectiva «idílica» sobre la
mujer indígena desborda los «saberes expertos» y toma forma en la construcción de
posicionamientos identitarios que realizan las propias mujeres indígenas. Cabe no-
tar que un amplio sector de las activistas indígenas, incluso aquí en Argentina, des-
pliega lo que algunas autoras han llamado «esencialismo estratégico» (Spivak, 1987;
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Briones, 1998) desde el cual se busca evitar divisiones en los frentes de lucha indíge-
nas. Las agendas de discusión y de lucha, las maneras en que se integra la discusión
sobre el «género» y los «derechos de las mujeres» varían. Los posicionamientos son
diversos dependiendo de los interlocutores a quienes se están dirigiendo en distintos
escenarios. En algunos casos, un discurso de denuncia sobre la desigualdad de géne-
ro puede aparecer cuando los interlocutores son las organizaciones, comunidades y
compañeros varones de militancia, pero suele estar ausente cuando se dirigen al es-
tado, las ONGs, los agentes de financiamiento o al feminismo institucionalizado: allí
predomina un discurso esencialista (y no poscolonial o descolonial, esto es otra co-
sa) que destaca la complementariedad y la dualidad como experiencias distintas de
socialización de género que las diferenciarían de mujeres de otros sectores populares
y, claramente, de las feministas blancas y criollas.
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Mariana Gómez y Silvana Sciortino • Mujeres indígenas. . .
titulado «Mujer Aborigen». En el VI (en la ciudad de Mar del Plata) y VII (en la ciudad
de Neuquén) Encuentro la temática central fue el quinto centenario de la conquista.
En 1991 en Mar del Plata el taller se nombra «El quinto centenario de la Conquista
de América». En Neuquén, al año siguiente, se reúnen bajo el título de «Mujer abori-
gen. Los 500 años de la Conquista». El Encuentro de 1992 marca un cambio respecto
a los anteriores. Las importantes movilizaciones en contra del quinto centenario de
la conquista se hacen notar ese año en el Encuentro. A partir del mismo las indígenas
logran una mayor visibilidad dentro del movimiento de mujeres. Entre 1993 y el 2001
el taller se llama «Mujer aborigen», cambiando en algunos años a «Mujeres aboríge-
nes». Recién en el 2002 en el XVII Encuentro realizado en la ciudad de Salta, el taller
pasa a llamarse «Mujeres Originarias». En el 2003, Rosario, se establece el nombre
que el taller lleva en la actualidad: «Mujeres de los Pueblos originarios» (Sciortino,
2013). Este taller representa un espacio nacional de reunión de mujeres indígenas de
distintas regiones del país en el que participan mujeres que se reconocen como qom,
mocovíes, guaraníes, charrúas, coyas, quechuas-aymara, diaguitas, huarpes, ranque-
les, mapuches, mapuches-tehuelches. También hay presencias ocasionales de indí-
genas de otras regiones de América Latina, en especial México, Colombia y Bolivia.
Cada vez es mayor el número de mujeres no indígenas que participamos, ya sean
estudiantes, profesionales, activistas y docentes. Año a año estas mujeres se auto-
convocan en dicho Encuentro nacional, recorriendo distintas partes del país, deba-
tiendo con hermanas de distintas provincias, exponiendo problemáticas y compar-
tiendo reivindicaciones. La vivencia de ese espacio nacional es resignificado por las
experiencias locales (comunal, provincial, regional) de organización. Las mujeres se
reconocen como parte del movimiento indígena. Algunas de ellas, a su vez, sitúan su
lucha indígena en el marco de otras organizaciones o movimientos sociales: ONG’s,
organizaciones religiosas, partidos políticos, movimiento de trabajadores.11
El trabajo de campo permitió identificar diversos posicionamientos políticos
entre las indígenas que participan de los ENM respecto a reivindicaciones especí-
ficas, ya sea las que nacen de la lucha del movimiento indígena (territorio, recupe-
ración cultural, educación y salud intercultural) así como en relación a problemá-
ticas específicas de las mujeres (Sciortino, 2013). En esta oportunidad, tomaremos
como referencia para el análisis un debate complejo y tenso al interior del movi-
miento amplio de mujeres así como entre las indígenas. Nos referimos a la despe-
nalización/legalización del aborto. A través de la identificación y presentación de las
posiciones en torno al aborto se observaron distintas formas en que las indígenas
articulan (o no), supeditan (o no) la defensa de los derechos de las mujeres (como
derechos individuales) y la defensa de los derechos de los pueblos (como derechos
colectivos).12
11. Para acceder a una descripción de las trayectorias políticas y sociales de estas mujeres
Ver Sciortino, 2013a.
12. Se pueden consultar los siguientes trabajos y debates teóricos que abordan la «tensión»
entre derechos colectivos y derechos individuales – derechos humanos y derechos consuetu-
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La consigna por la legalización del aborto está presente cada año y cada vez con
mayor fuerza en los ENM. Frente a esta lucha del movimiento amplio de mujeres, las
indígenas exponen argumentos diversos y hasta enfrentados. En el Encuentro reali-
zado en 2008 en la ciudad de Neuquén, el tema de la legalización/despenalización
del aborto emergió de manera disonante en el marco del debate que se venía llevan-
do a cabo en el taller «Mujeres de los pueblos originarios». Es decir, filtrándose entre
las distintas participaciones referidas a cuestiones problemáticas para los pueblos
originarios, llamadas temas originarios. En el ENM realizado en la ciudad de Paraná
en el 2010 acontece una situación similar. En el momento de cierre del taller, la pro-
puesta de incorporación del tema del aborto en las conclusiones13 causó una fuerte
discusión e intercambio de posiciones que retardaron la finalización del taller.
Cabe esta aclaración ya que expone el carácter conflictivo y no consensuado de
la incorporación de este tema a los debates y que el mismo quede reflejado en las con-
clusiones generales del encuentro como parte de la agenda de las mujeres indígenas.
De este mismo modo, la visibilización de la violencia de género también encuentra
resistencia a ser abordada directamente, es decir, como un punto pre-establecido o
consensuado del temario del taller. Por lo tanto, para poder abordar este tipo de vio-
lencia entre las indígenas debí permanecer abierta ante la escucha, de manera que
me permitiera explorar entre las distintas problemáticas que emergían en los talleres.
El tema del aborto y el conflicto que en torno a este se generó en varias oportunida-
des me indicó un espacio en el cual indagar. El debate sobre aborto resultó la puerta
de entrada a una problemática más amplia, la violencia de género, por lo general aca-
llada en el marco del taller.
En uno de estos Encuentros en los que el tema del aborto «estalló» en el taller,
una de las mujeres frenó el debate argumentando que no era «un tema originario»,
por lo tanto no era adecuado debatirlo en un espacio de mujeres indígenas. Llama
la atención que en los temarios relevados, ciertas cuestiones relacionadas a la sa-
lud sexual y reproductiva de las mujeres indígenas sean señaladas como parte de la
agenda de debate: «Acceso a la salud sexual y reproductiva. Métodos anticoncepti-
vos naturales» (Córdoba, 2007); «Conocimientos medicinales ancestrales. Acceso a la
salud sexual y reproductiva» (Neuquén, 2008 y Tucumán 2009, Paraná, 2010); «Cono-
cimientos medicinales ancestrales. La concepción ancestral de la salud sexual y re-
productiva. Acceso a la atención de la salud sexual y reproductiva» (Bariloche, 2011).
Por lo general, a lo largo de las reuniones previas al Encuentro se establecen de mane-
ra preliminar los temas a tratar en los talleres. Antes de participar, las mujeres pueden
consultar los temas propuestos. En el taller de las indígenas ese temario suele leerse
dinarios – : An-Na’im, 1997; Moller Okin, 1999; Benhabib, 2006; Hernández Castillo y Sierra,
2005; Segato, 2011.
13. Los cuadernillos de conclusiones están conformados por las conclusiones que cada
taller produce luego de dos días de debates acontecidos en el transcurso del Encuentro. De esta
manera se presenta al resto de las mujeres del Encuentro las problemáticas, reivindicaciones,
acciones establecidas en cada taller.
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al principio del taller pero es modificado y en algunos Encuentros fue criticado por
«impuesto». Por lo tanto, puede confeccionarse uno nuevo o realizarse modificacio-
nes al ya establecido, incorporando o cambiando puntos. Cabe destacar esta cuestión
ya que cuando se leen los temarios publicados del taller pareciera que temas tales co-
mo «salud sexual y reproductiva» hayan sido abordados. En cambio, en los talleres en
los que Sciortino pudo participar, estos temas no fueron incorporados a la discusión.
En ciertas ocasiones las mujeres los mencionan de manera tangencial. La salud, en
un sentido amplio, sí conforma un tópico sobre el cual las mujeres participan y opi-
nan pero rara vez se adentran en el tema de la salud sexual y reproductiva. Cuando
lo hacen, como en el caso que se relatará sobre el aborto, suele producirse una tensa
discusión entre «incorporar» el tema al debate y a las conclusiones o por el contrario
«no mencionarlo».
La observación participante en los ENM permitió identificar y caracterizar, en
una primera instancia, dos posturas sobre el aborto.14 La primera se opone a debatir
sobre este tema resguardándose en una identidad indígena que apela a la noción de
«la cultura» como entidad estable, fija y preestablecida. Desde esta posición conser-
vadora, el aborto no sería un «tema originario» que corresponda a la agenda indígena
y a la agenda de sus mujeres. Por lo tanto, la identidad aquí defendida deviene en una
especie de «corset o chaleco de fuerza» que restringe los debates y reivindicaciones
a un esquema predefinido de derechos y reconocimientos a obtener como grupo.
La segunda posición que pudo observarse entre las indígenas, en cambio, acuer-
da con dar el debate. En esta apertura hacia la reflexión sobre los derechos colectivos
de los pueblos y los derechos de las mujeres se registraron propuestas hacia una con-
cepción de la salud desde la «autodeterminación» y la autonomía deliberativa de los
pueblos. En este sentido, el aborto se propone como un «tema» a debatir entre muje-
res indígenas en relación a la recuperación de «prácticas ancestrales» y conocimien-
tos que las madres y abuelas indígenas tienen sobre anticoncepción y control de la
natalidad. Las participaciones de las mujeres interesadas en debatir muestran una
tendencia hacia la afirmación de las identidades y de las culturas desde la apertura a
lo que algunos/as autores/as llaman «discurso interno» (An-na’im, 1997), «delibera-
ción interna» de los pueblos (Segato, 2011). Aquí tanto la cultura, como la identidad
incorporan la posibilidad de transformación, cambio, dinamismo como propio de un
pueblo, de un grupo. En este sentido los antagonismos, las tensiones, las diferencias
internas, en lugar de acallarse, se tornan elementos constitutivos y de deliberación
para la transformación de las desigualdades intra-grupo.
Cabe destacar que el debate conflictivo que el tema del aborto generó al inte-
rior del grupo provocó una vía de salida para otra serie de cuestiones que afligen a las
indígenas pero que quedan relegadas ante «el temario» preestablecido de discusión
14. Dado el objetivo de este trabajo y las disponibilidades formales que el mismo habilita,
retomaré de manera general las distintas posiciones identificadas. Sugiero consultar Sciortino,
2013; 2014 para acceder a las citas procedentes de las notas de campo que sustentan tales po-
sicionamientos.
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Reflexiones finales
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turalizar», como señalan Hernández y Suárez (2008), las desigualdades que padecen
las mujeres indígenas desde el relativismo cultural.
La perspectiva cosmologicista sobre los pueblos indígenas del Chaco se asienta
en imaginarios esencialistas que operan con un concepto de cultura donde el cam-
bio histórico es visto como un proceso originado externamente (desde afuera, por
influencia o contacto con un ambiente externo, como la «cultura criolla» o la «cultu-
ra blanca occidental») y no como un proceso interno a las dinámicas sociales de los
grupos y comunidades indígenas. Si a esto le sumamos la ideología de la armonía y
el equilibrio, todas aquellas situaciones que involucren algún tipo de abuso sexual
sólo pueden ser nombradas si son llevadas adelante por hombres no indígenas. Es
urgente y necesario trascender esta visión pues la perspectiva cosmologicista se en-
cuentra con obstáculos para imaginar, describir y comprender las cambiantes vidas
de las mujeres miembros de pueblos indígenas que, como nos muestra la investiga-
ción de Sciortino, las mismas mujeres vienen discutiendo desde hace tres décadas en
espacios propios.
En Argentina las experiencias de las mujeres indígenas poco a poco comien-
zan a visibilizarse en las organizaciones de militancia indígena, en la academia, en el
ámbito de la justicia y en las políticas gubernamentales. Las mujeres indígenas, por
primera vez, estarían emergiendo como un actor social y político con sus propias par-
ticularidades. Estamos ante una nueva política de identidad y es en el marco de ella
donde las mujeres indígenas vienen realizando sus propios debates. En países como
México las mismas mujeres indígenas mediante sus organizaciones y voceras están
superando el tipo de dicotomías entre «relativismo» vs. «universalismo» al plantear
ellas mismas cuestionamientos a los «sistemas de usos y costumbres» partiendo de
otros diagnósticos en sus comunidades (Blackwell et. al, 2009; Sierra, 2009).
El reciente «descubrimiento» de la praxis política de las mujeres indígenas en
estudios sociológicos o antropológicos viene mostrando algunos signos de improvi-
sación que sería conveniente evitar, a fin de no extrapolar de manera simple a nues-
tras tierras los debates allanados en otras latitudes en el seno de procesos bastante
distintos, tales como los de las intelectuales indias, chicanas o afrodescendientes. Tal
operación reduce la complejidad y saltea la necesaria contextualización de los distin-
tos escenarios y discursos en y desde los cuales construyen sus demandas, elaboran
las problemáticas que las afectan, abordan e integran las discusiones sobre el «gé-
nero» y los «derechos de las mujeres indígenas». Los procesos de objetivación sobre
su condición de género, por ejemplo, no siempre los construyen partiendo de una
identidad como «mujer indígena» ni recurriendo al discurso de la «triple» o «doble»
opresión que padecen las «mujeres indígenas de América» o las subalternas «muje-
res de color» (Gómez, 2014). En síntesis: son varias las políticas de representación que
están construyendo, varias referentes indígenas desde hace ya largos años se vienen
dando voz a sí mismas aunque no desde las estrategias retóricas del feminismo pos-
colonial, aún cuando muchas hayan optado por reproducir las críticas al uso de la
categoría género (incluso negándose a incorporarla en sus lenguajes) y al feminismo
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de las «mujeres blancas», como se puede apreciar en el taller que tienen las mujeres
originarias en el Encuentro Nacional de Mujeres.
En los talleres de los ENM observamos también cómo esta representación «fo-
silizada» de la mujer indígena se pone en juego en las disputas por reconocimien-
to cultural. El taller es un lugar de enunciación donde se pone en construcción una
identidad política que se debate de manera tensa entre la defensa de los derechos
colectivos de los pueblos y los derechos individuales de las mujeres. Una identidad
«entre medio», de mínima, entre dos amplios movimientos sociales, el indígena y el
de mujeres que se configura en las tensiones de poder que su misma conformación
provoca en términos de lealtades de grupos (Sciortino, 2014). Estar presente en los
talleres y participar de los debates permitió identificar problemáticas específicas de
género que quedan relegadas o «no nombradas» ante las prioridades políticas de sus
Pueblos (Sciortino, 2013). Se tratan abiertamente, por ejemplo, temáticas referidas a
las luchas por el territorio, la recuperación de la propia cosmovisión y la educación
intercultural. Problemáticas que el colectivo propone debatir a partir de sus trayec-
torias comunitarias y personales, locales y regionales. Ahora bien, llama la atención
el silencio que se impone desde las voces hegemónicas del taller respecto a proble-
máticas que emergen en relación a situaciones de vulnerabilidad específica de las
mujeres. En especial en lo que concierne a la violencia de género y a cuestiones que
hacen a la salud sexual y reproductiva.
Líneas arriba señalábamos una concepción de cultura esencialista donde el
cambio histórico es entendido como factor externo y donde prima la ideología del
equilibrio y la armonía. En el debate sobre la legalización/despenalización del abor-
to observamos que la posibilidad de deliberación interna, en este caso entre mujeres,
se clausura ante la apelación a «la cultura», «lo ancestral» como entidad inmutable y
preestablecida. Aquí la cultura cerrada a la deliberación y al cambio funciona como
mecanismo de clausura que impide el debate sobre problemáticas que preocupan a
algunos sectores de las mujeres y que ponen en cuestión la ideología de la comple-
mentariedad y la armonía en las relaciones de género indígenas.
Las políticas de identidad y reconocimiento cultural pueden volverse reacias
frente a determinadas reivindicaciones que cuestionan las relaciones internas de gru-
po. Esto conduce a un proceso de congelamiento y reificación de la cultura. Esta ten-
dencia se refiere a lo que Jackson y Warren llaman Indigenousself-essentializing. En
nuestra opinión, poder pensar estos procesos de «auto-esencialización» como parte
de una «táctica política» (Jackson y Warren, 2005) o como una forma de «afirmación
política» (Wade, 2000) rompe con la ingenuidad analítica de ver en el movimiento in-
dígena un gran colectivo indiferenciado que lucha de manera integral por territorio,
identidad y cosmovisión (Ulloa, 2007).
Como muestran nuestras investigaciones en Argentina, de manera incipiente
desde fines de la década del ochenta pero con nueva fuerza y mayor organización a
inicio de los años noventa, las mujeres indígenas comenzaron a actuar como actoras
políticas elaborando sus propias agendas de demandas y luchas. Cabe destacar que
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16. En el material gráfico que repartieron en uno de los Encuentros se hace explícita la
participación del Equipo Diocesano de Pastoral Aborigen de Mendoza (EDIPAM), y del Equipo
Nacional de Pastoral Aborigen (ENDEPA), ambos equipos pertenecientes a la Equipo Episcopal
Aborigen (Sciortino, 2013).
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Mariana Gómez y Silvana Sciortino • Mujeres indígenas. . .
63
Participación política de mujeres
indígenas-campesinas en Santiago del
Estero (Argentina): huellas de feminismo en
los márgenes
in the electoral processes, and their incorporation in the Legislative Power. The metho-
dology of this research is a case study, and it is mainly based on a qualitative approach.
The sources of information are the following: primary (in-depth interviews with fema-
le and male legislators and key informants) and secondary source (legislative informa-
tion, press and documental material). The analysis is organized in two levels. The first
presents socio-demographic data and the activism and socio-political organization tra-
jectories of the peasant-indigenous women who have access to the Legislative Power.
The second level shows how certain actions carried out by these women are the basis
of a feminism that emerges as a practice which takes the politics beyond the proper le-
gislative dynamics.This work shows that affirmative action measures do not guarantee
the representation of the female collective heterogeneity in the Legislative branches,
and that some women still find many symbolical and political-institutional obstacles
for political self-representation. Nevertheless, the case studied shows that, even under
these conditions, there are some practices that may be considered as «feminist».
Keywords: Political Participation; Feminism; Peasant Women; Indigenous Women.
Introducción
género») por sobre la movilización y el activismo social que había sostenido la tradi-
ción del feminismo latinoamericano (Ungo, 2002; Gargallo, 2006; Carosio, 2012).
Así, en Latinoamérica, de acuerdo a la Plataforma de Acción de Beijing y bajo
el arbitrio de los enfoques jurídicos-institucionales en materia de participación y re-
presentación política, se promulgaron diversas medidas afirmativas de género2 y se
implementaron múltiples acciones de incidencia pública hacia la institucionalidad
estatal.
Las feministas más radicales adujeron que esas medidas eran producto de las
dinámicas acomodaticias del poder que, promoviendo en el Estado políticas de «igual-
dad de oportunidades», daban continuidad a la reproducción de patriarcado. Otras
feministas y estudiosas de la temática sostuvieron, más bien, la importancia de las
medidas afirmativas; ya que aún cuando el resultado cuantitativo de su aplicación
demostró, desde sus inicios, resultados menos significativos que lo proyectado,3 se
instaló en la agenda pública el tema de la inclusión de las mujeres en ejercicio de
funciones políticas en el Estado.
Lo cierto es que en nuestro país, de manera paradójica (o no), mientras se mul-
tiplicaban las medidas tendientes a garantizar el acceso de las mujeres en la política
institucional (en los ámbitos nacionales y subnacionales) y las mujeres ganaban es-
caños en los ámbitos de representación legislativa, se dictaron medidas para el des-
mantelamiento del Estado benefactor, despojándolas de los derechos que se habían
conquistado previamente. Se las excluía así de su participación plena en la democra-
cia.
Feminismo latinoamericano
68
Andrea Ivanna Gigena Lavetti • Participación política. . .
Subalternidad
durante el régimen juarista (se explicará más adelante), el que mayor trayectoria or-
ganizativa tiene (más de 25 años) y el que más rápidamente se incorporó a la dinámi-
ca política institucional tras la última intervención federal a la provincia producida
en el año 2004.
Asimismo, me interesa la subalternidad de las mujeres (campesinas e indíge-
nas) porque en esa trayectoria organizativa y reivindicativa se ha demostrado que
la importancia del agenciamiento ciudadano y político de las mismas ha sido tan
importante como su concurrente invisibilización (Gigena, 2011; 2013). Esto es cons-
tatable tanto en el ámbito partidario como en el estatal-institucional. Igualmente lo
es al interior del movimiento de pertenencia (MOCASE y zonales regionales) para
el cual, además, ejercen el cargo de representación por mandato. Es decir, si bien
la subalternidad adquiere diferentes matices según el contexto específico en el cuál
las relaciones se constituyen, se cumple aquello que sostiene Gayatri Spivak: «Den-
tro del itinerario suprimido del sujeto subalterno, la pista de la diferencia sexual está
doblemente suprimida. La cuestión no es la de la participación femenina en la in-
surgencia, o las reglas básicas de la división sexual del trabajo [la cuestión es que] la
construcción ideológica del género mantiene lo masculino dominante» (2003:328).
Santiago del Estero es una de las pocas provincias argentinas que detenta, des-
de el año 2000, una ley de cupo que establece la paridad en materia de representación
femenina para cargos legislativos. Paradójicamente, esta medida fue promovida en
democracia por el juarismo, un régimen político subnacional autoritario que es fi-
nalmente intervenido por el gobierno central a partir del año 2004.6
Aunque el proceso de democratización buscado con la intervención federal re-
sultó lento y endeble, muchos de los sectores que habían sufrido la violencia institu-
cional se volcaron a la política institucional y electoral. Esto queda demostrado en la
«a) una estructura partidaria confundida con la estatal que permite y alienta los com-
promisos y el intercambio de favores personales entre los miembros de los tres poderes,
borrando todo esbozo de control horizontal entre los mismos; b) un control casi com-
pleto de los medios de comunicación afianzado por acuerdos de élite y por el gasto en
propaganda y anuncios oficiales; c) un sistema de cooptación, delaciones, represión po-
licial y persecuciones judiciales que inhibieron cualquier crítica proveniente de los ex-
cluidos del sistema, o incluidos en forma subordinada, y d) una legitimidad-de-origen
sustentada por actos electorales y una legitimación-de-desempeño asentada en la capa-
Además de esto, existió una articulación patrimonialista con los grupos econó-
micos más importantes que controlaron monopólicamente las obras públicas (Sil-
veti, 2009), los servicios públicos – como electricidad y agua a cargo del grupo ICK
(Barbetta 2009; Gigena 2013) – y, los servicios financieros – como el Banco de Santia-
go, también en manos del grupo ICK (Barbetta 2009) – . En tanto el Estado mantenía
el monopolio empleador.9 Así, en Santiago del Estero la vigencia de las instituciones
democrático-republicanas fue concomitante con la violación de los derechos políti-
cos y las libertades civiles de algunos grupos de ciudadanos/as.
Mientras esto sucedía, y promediando el proceso de desgaste del juarismo que
culminaría con la intervención federal, se produjeron medidas tendientes a fortale-
cer el liderazgo de la esposa del recurrente gobernador: «Nina» Aragonés de Juárez.
Así, se creó la Secretaría de la Mujer (1995), luego transformada en Ministerio de la
Mujer (1998) donde Nina ocupó el cargo de Ministra. Más tarde, fue electa vicegober-
nadora (en 1999) y culminó ejerciendo la gobernación (2002-2004) hasta la interven-
ción decretada por el presidente Néstor Kirchner.
En este tiempo se sancionó la ley de cupo femenino que en su segunda versión
del año 2000 estableció la representación paritaria10 de género, siendo el primer caso
en el país y los pocos que actualmente tienen vigencia.11
Coincido aquí con la interpretación que Mariana Godoy realiza respecto de la
adopción de la medida. En medio de la mayor crisis política del juarismo: «. . . la ley
servía para homologar la distribución de poder real al interior del Partido Justicialista-
Juarista, más que a pretensiones de igualdad de género» (Godoy: 2009:79). De hecho,
la disposición se sanciona en el período en que la Rama Femenina del Partido Jus-
ticialista, bajo la conducción de Nina Aragonés, adquiere una notable importancia
cuantitativa disputando espacios de poder en toda la provincia.
Es decir, la ley no fue promovida «desde abajo», por grupos feministas, legis-
ladoras o militantes partidarias. Su sanción es presentada como una de las tantas
9. Saltalamacchia indicaba (para el 2003) que 50 mil trabajadores eran empleados públicos
y 60 mil familias recibían algún tipo de subsidio.
10. Ley Provincial n°6509/2000 de Cupo Femenino (modificatoria de la Ley Electoral) es-
tablece que las listas de candidatos a cargos electivos se integren con un proporción del 50 %
de mujeres, ubicadas de modo alternado, de modo tal que de acuerdo al resultado electoral
las mismas accedan a los cargo en esa misma proporción. Esta disposición fue mantenida por
la Intervención Federal que dispuso adoptar como Ley Electoral para la provincia el Código
Electoral Nacional (Ley Nacional n°19.945), a excepción de lo relativo al cupo femenino, man-
teniendo el 50 % vigente en la provincia pero no a nivel nacional. Finalmente, tras la reforma
constitucional (2005) y el dictado de las leyes que la misma requería, se mantuvo el cupo pa-
ritario femenino y se agregó el cupo paritario capital/interior.
11. En Argentina las únicas provincias que han dictado leyes de paridad son: Santiago del
Estero, Córdoba y Rio Negro.
72
Andrea Ivanna Gigena Lavetti • Participación política. . .
concesiones dadivosas del matrimonio Juárez (los que habían sido declarados por la
Legislatura provincial «Ciudadanos Protectores Ilustres de Santiago del Estero»). Asi-
mismo, no es posible considerar que la medida fuera adoptada para «adecuarse» a la
ley de cupo femenino a nivel nacional.12 Por un lado, en Argentina, las provincias tie-
nen autonomía en materia de legislación electoral para cargos subnacionales y; por
el otro, el juarismo se valía de todos los mecanismo posibles, incluido los electorales,
para mantener el dominio de poder. Entonces, la adopción de la medida sólo puede
entenderse en el marco del entramado local de poder.
Ahora bien, la ley paritaria no habilitó el acceso a las mujeres de aquellos sec-
tores a quienes se les vulneraba sus derechos civiles y políticos, como las mujeres
campesinas y campesinas-indígenas; aún cuando Santiago del Estero es una de las
provincias con mayor incidencia de población rural en el país y con una muy larga
trayectoria de organización política sectorial institucionalizada – Movimiento Cam-
pesino del Santiago del Estero, MOCASE – (Gigena, 2011, 2013).
Esta ausencia de una representación diversificada y plural es considerada, en la
literatura que trata la temática de la participación política y la representación institu-
cional, apenas como un dato o un supuesto. No se constituye en un campo específico
de investigación empírica que permita establecer cuáles son las condiciones que im-
piden el ejercicio de ciertos derechos de ciudadanía por parte de algunas mujeres.
De allí mi interés por considerarlas aquí, en este artículo, como el referente empírico
privilegiado.
Por otra parte, ha sido notorio en todo este tiempo de trabajo en la provincia
de Santiago del Estero que el reciente ejercicio de cargos electivos por parte de las
mujeres subalternas se desarrolla sobre la pervivencia y vigencia de las estructuras
autoritarias trazadas durante el juarismo. Esto es así porque la intervención federal
significó la «caída» de Juárez y la dirigencia más inmediata, pero no modificó el tipo
de relaciones y prácticas que hicieron posible su régimen político. Así, la relación
de las mujeres y la política continuó atravesada por una construcción generizada de
la participación pública, marcada por la sospecha del espionaje y el estigma de la
violencia de la acción política femenina (Gigena, 2014).13 Esto, sin dudas, erosiona
12. Ley Nacional n°24.012/1991, modificatoria del código electoral que establece una cuo-
ta mínima de un 30 % de mujeres con posibilidad de de ser electas.
13. La construcción generizada de la participación política tiene su principal clivaje en
la figura de Nina Aragonés de Juárez, quien asumió rasgos autoritarios en el ejercicio del po-
der. Fue: «la síntesis simbólica de un tipo de poder masculino» (Godoy, 2004:6) y tuvo como
efecto estigmatizar, por extrapolación, a todas las mujeres que se involucraban en política. Las
mismas fueron etiquetadas como violentas, irascibles e irracionales: «batallón femenino», «ra-
meras», «turba de faldas», «fuerza de choque», «brutales bastiones de mujeres», «escuadrón de
amazonas», «grupos de asalto», «barra brava». Asimismo, se tejieron acusaciones relativas a
que la participación política femenina era el enmascaramiento de tareas de espionaje desti-
nadas a detectar acciones de traición al régimen y otras práctica de «dudosa moral» entre sus
integrantes (como por ejemplo infidelidades matrimoniales), lo que luego sería sancionado
con el confinamiento político del infractor/a (Gigena, 2014).
73
entramados y perspectivas, vol. 5, núm. 5, págs. 65-88 (oct. 2014/sept. 2015)
una acción política autónoma, lo que fue característico del tipo de control ejercido
por el régimen autoritario juarista y lo que es propio del sistema patriarcal.
«. . . como que la organización era la que me dio el mandato ¿no? (. . . ) no podíamos decir
“sí” sin consultar a la organización porque nosotros éramos representantes de la orga-
nización y en eso como que los representantes tenemos que ser muy cuidadosos (. . . )
Cualquier propuesta, buena o mala, tenes que venir, tenes que venir a, a preguntar a
la organización qué piensa; para que una organización crezca, en sus ideales» (Nélida
Solorza, 2008).
ocupen de eso, que militen, que tengan un ingreso, yo a mi trabajo lo hago sola (Legisladora
C, 2011) [énfasis agregado].
75
entramados y perspectivas, vol. 5, núm. 5, págs. 65-88 (oct. 2014/sept. 2015)
sina de Copo, Alberdi y Pellegrini (OCCAP), espacio que presidió y vice presidió antes
de su elección como diputada. Además, fue secretaria de la cooperadora de la escue-
la primaria, presidenta de la comisión de agua de su comunidad y miembro de la
Asociación Civil El Ceibal (ONG dedicada al trabajo por el derecho y el desarrollo de
los/as campesinos/as) y del Foro de la Agricultura Familiar.
Ofelina Santucho tiene actualmente 58 años y dos hijos. No completó sus es-
tudios primarios. Fue elegida como cacique por su comunidad (Breayoj comunidad
indígena Tonocoté) ubicada en la zona centro de la provincia, Villa Mailín, departa-
mento Avellaneda (zona periurbana con similares características y problemáticas al
lugar de procedencia de Nélida). Su principal medio de subsistencia es la pequeña
producción agropecuaria. Fue delegada departamental del Foro de la Agricultura Fa-
miliar (FoNAF en adelante) y pre-candidata (año 2008) a comisionada municipal.
Considerando los perfiles sociodemográficos de las legisladoras nacionales (so-
bre la que existe literatura específica15 ) el promedio de edad y de hijos es bastante
similar al de estas mujeres santiagueñas. No así el nivel educativo, la trayectoria pro-
fesional o laboral16 y, particularmente, las trayectorias políticas. De hecho, esta úl-
tima dimensión es lo que, sin dudas, marca las diferencias más notables entre las
subalternas y el resto de las mujeres y hombres que acceden a cargos electivos, tanto
a nivel provincial como nacional.
Así, a diferencia de la mayoría de las legisladoras nacionales que han militado
en partidos políticos, Nélida y Ofelina desarrollaron su militancia exclusivamente en
Movimientos Sociales o agrupaciones sectoriales vinculadas al medio rural. Ambas,
través de sus organizaciones de base, pertenecen al MOCASE y al FoNAF.
El MOCASE es una organización campesina de resistencia y defensa de los de-
rechos posesorios territoriales. Se constituye como una respuesta colectiva de alcan-
ce provincial frente a los «desalojos silenciosos» (irregulares y violentos) que se pro-
ducen en la provincia desde la década de los 60, agudizados en los 80, por el efecto
de la expansión de la frontera agropecuaria sobre zonas históricamente excluidas del
capitalismo agrario.17 Esta expansión del agronegocio hizo que el «mercado de tierras
rurales» adquiriera un lugar central para el patrimonialismo juarista que avaló – me-
diante maniobras jurídico-burocráticas fraudulentas, represión policial, parapolicial
y persecución al sector campesino – innumerables situaciones de despojo territorial.
15. Se coteja aquí con los datos disponibles sobre las legisladoras nacionales (Marx y
AA.VV., 2007; Marx y AA.VV, 2008). No existe información sistematizada a nivel subnacional.
Sin embargo, mi relevamiento da cuenta de una alta similitud entre los perfiles de las legisla-
doras (no campesinas-indígenas) electas en Santiago del Estero en los últimos dos períodos y
las nacionales.
16. Según indican Marx y AA.VV (2007) los niveles educativos de las mujeres electas son
muy altos y sus profesiones están vinculadas al desarrollo de estudios superiores (predomi-
nantemente la docencia y la abogacía).
17. Con la modificación del modelo productivo (la «revolución verde»), la siembra de soja
pudo extenderse sobre las zonas áridas generando una presión especulativa inmobiliaria y la
expulsión de sus territorios de campesinos pobres o pequeños productores.
76
Andrea Ivanna Gigena Lavetti • Participación política. . .
Así, Santiago del Estero, fue desde los 60 (y continúa siendo en la actualidad) una de
las provincias en Argentina con mayores niveles de conflictividad por territorios ru-
rales18 y el MOCASE (aún con sus fragmentaciones) la organización campesina más
importante y de más larga trayectoria en el país.
El FoNAF es una organización nacional que nuclea a pequeños productores de
más de 900 organizaciones de todo el país y representativas del heterogéneo esce-
nario rural: pequeños productores, minifundistas, campesinos, chacareros, colonos,
medieros, campesinos y productores sin tierra y Pueblos Originarios. Su finalidad es
la incidencia en las políticas públicas de desarrollo rural para el fortalecimiento de la
Agricultura Familiar.
En Santiago del Estero, el FoNAF funcionó con dos características distintivas.
Por un lado, articuló con el MOCASE y bajo el paraguas de las políticas nacionales de
desarrollo rural (en sus inicios el Programa Social Agropecuario, luego PROINDER,
PRODERNOA, entre otros) generaron un ámbito de trabajo bastante autónomo res-
pecto del juarismo (Gigena, 2013). So pretexto del desarrollo del «productor», los/as
campesinos/as podían reunirse, ejecutar prácticas de autodefensa y fortalecimien-
to institucional: «. . . es que en la época del gobierno de Juárez, sí, eso había que era
bien claro, Juárez en sí no se metía porque era un programa nacional» (Dirigente de
MOCASE1, 2007).
Por el otro, con la intervención federal, el FoNAF local se convirtió en un es-
pacio de predominante presencia femenina y en la instancia privilegiada de articu-
lación del sector campesino con el gobierno provincial. Es desde aquí que, cuando
comienzan a desmantelarse algunos mecanismos del régimen juarista (al menos sus
manifestaciones represivas más evidentes), el sector desarrolla sus propuestas de in-
jerencia para la definición de las políticas públicas, como por ejemplo:
1. MOCASE logra obtener la personería jurídica, reconocimiento jurídico que el
juarismo le había negado;
2. Se crea la Subsecretaria de Derechos Humanos y el Observatorio de Derechos
de las Comunidades Campesinas;
3. La Mesa Provincial de Tierras formula un documento donde detalla la situación
del campesinado y presenta una propuesta integral para una política agraria.
Como corolario se modifica el artículo 182 bis del Código de Procedimiento
Criminal que avasallaba el derecho posesorio del campesinado.19
18. La mayoría de las familias campesinas se ven afectadas por la tenencia precaria de las
tierras que ocupan y trabajan y; no pueden acceder a los títulos de propiedad por no contar
con los recursos necesarios para afrontar, por ejemplo, un juicio de prescripción veinteañal o
un juicio sucesorio.
19. El artículo, aprobado en el 2000, otorgaba a los jueces de instrucción la facultad de
desalojar campesinos sin mediar un procesamiento firme. A pedido de un supuesto titular
dominial y por presunción de que el derecho invocado era verosímil, un juez podía dictar la
orden de desalojo contra los campesinos y detenerlos por usurpación. Con la intervención
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entramados y perspectivas, vol. 5, núm. 5, págs. 65-88 (oct. 2014/sept. 2015)
«¿Saben cómo surge Nélida Solorza? Hoy ella es la delegada campesina de Santiago del
Estero. Es a través del foro y su nexo con el MOCASE que nosotros consideramos que
el sector debía pelear puestos políticos. ¿Para qué? Para poner gente nuestra y que pue-
dan venir las soluciones para el sector porque sabemos lo que necesita esta gente. . . un
doctor jamás va a entender nuestra posición por mucha buena voluntad que tenga de
ayudar al sector nunca va a poder porque no ha vivido» (Ofelina Santucho, 2009).
Entonces, tanto el FoNAF (constituido entre los años 2004 y 2006), como el MO-
CASE (que surge como organización de tercer grado entre los años 1989 y 1990) y las
experiencias previas de organización de base y movilización para la defensa territo-
federal se dicta la ley provincial nº6.686 que exige a los jueces disponer de la medida sólo en
casos de autos de procesamiento firme.
20. Aquellos enumerados en la cita n°8.
78
Andrea Ivanna Gigena Lavetti • Participación política. . .
rial (que datan de la década del 60) fueron, durante más de tres décadas, los espacios
de formación política, jurídica y ciudadana aunque en un ámbito muy delimitado:
los derechos territoriales y el desarrollo rural. En menor medida fueron apareciendo
temáticas relativas a la salud, la educación y la violencia doméstica, todo en el marco
de la vida rural y sin ninguna proyección de producir liderazgos vinculados a la insti-
tucionalidad estatal. Es decir, el ingreso a la dinámica electoral tuvo a las subalternas
inermes en relación a la dinámica interna de los partidos políticos y a la dinámica de
funcionamiento específica del Poder Legislativo.
Sin embargo, la formación exclusivamente sectorial no las inhibe: «. . . ¿qué me
capacita? El andar (. . . ) O sea que la formación que tiene el dirigente campesino no
la dan las aulas, la da la lucha y la hace uno mismo» (Entrevista a Ofelina Santucho,
Revista La Fuente, 2010:9). Y, asimismo, el ejercicio del cargo se constituye en el ám-
bito de la formación política personal. El Estado se vuelve un espacio de pedagogía
política, un espacio de conquista para la exploración y el conocimiento para ejercer
presión desde sus grupos de pertenencia:
«. . . nosotros sabemos porque, porque entramos en esto. Porque vimos que es muy con-
veniente tener una persona para que este y vea qué decisiones se toman, y desde ahí
bueno poder ver. . . principalmente porque vos en esos lugares, en esos espacios ni sa-
bes de qué se tratan, nada, entonces y bueno, y leyes o proyectos que se presentan bueno
es como estar atentos, qué se decide para el sector y pelearla por lo menos (. . . ) bueno
uno tiene que ir aprendiendo pero sabes que teniendo ese espacio tienes muchas facul-
tades» (Nélida Solorza, 2008).
Las acciones políticas desde el Estado y las huellas del feminismo no nombrado
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entramados y perspectivas, vol. 5, núm. 5, págs. 65-88 (oct. 2014/sept. 2015)
Tipo Temática
marco de una especie de «ley ómnibus» que incluye a muy diversos sectores gremia-
les y sociales de la provincia), no fueron aprobadas.
Lo que la información muestra es que si bien la acción legislativa es significa-
tiva, considerando que se trata del posicionamiento de la problemática campesina
de los conflictos territoriales en la institucionalidad provincial, Nélida produce una
delegación de la propuesta legislativa respecto de otros temas que también atravie-
san al campesinado (por ejemplo: violencia de género, atención primaria de la salud,
terminalidad educativa, infraestructura, etc.) en los sectores partidarios que tradicio-
80
Andrea Ivanna Gigena Lavetti • Participación política. . .
Tipo Temática
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entramados y perspectivas, vol. 5, núm. 5, págs. 65-88 (oct. 2014/sept. 2015)
Estas acciones refrendan la idea de que las mujeres elegidas (o designadas) po-
cas veces se constituyen en «representantes», «portavoces» o «sensibles» a la proble-
mática y los intereses de género (Archenti, 2002; Marx y AA.VV., 2007). Sin embargo,
y más importante aún, son las advertencias que realiza Urania Ungo (2002), cuan-
do marca la diferencia entre el feminismo y el mujerismo al momento de analizar las
prácticas políticas:
una articulación con las mujeres del FoNAF local que volvió conocible y accesible
la práctica política institucional para muchas otras mujeres.
Esta última actividad ha tenido también proyección nacional y en la misma
aparecen las huellas de un feminismo de/desde los márgenes, ya que si bien estas ac-
ciones no son nombradas ni concebidas como tales (feministas) por sus promotoras,
las mujeres campesinas y campesinas-indígenas, son claras construcciones políticas
de la «sororidad político y ética» (Ungo, 2002).
Y, para dejar más en evidencia la importancia y el carácter feminista de éstas
prácticas, resulta interesante considerar las formas en que se configuran las oposi-
ciones frente a las mismas y que se manifiestan en la subvaloración de las acciones
de las subalternas cuando éstas acceden a un ámbito de poder político. Subvalora-
ción que proviene tanto de otras mujeres (no campesinas ni indígenas) como de los
hombres y, entre estos, muchos campesinos-indígenas. Veamos entonces.
La primera está presente en la subvaloración de la acción legislativa de Nélida
Solorza (la única en ejercicio del mandato durante la realización de las entrevistas
que informan este análisis) entre los/las legisladores/as, particularmente éstas últi-
mas. Bajo un discurso de inclusión (subordinada) y pese a ser reconocido el com-
promiso sectorial de Nélida, se remite al alcance limitado de la representación de la
misma por estar enfocada privilegiada y reductivamente al sector campesino:
«Nely, que si bien no es una persona que tenga protagonismo legislativo, en el sentido de
hablar, es una persona absolutamente involucrada, con una problemática concreta, que
es muy compleja de solucionar. Y cuando hay temas con respecto a eso, lo plantea en
la Cámara de Diputados. Representa a su sector, válidamente, con todo el respaldo que
hay que tener para representarlo (. . . ). La veo como una diputada muy comprometida,
no sé si con todas las problemáticas, pero sí con problemáticas específicas, y en esa área
trabaja» (Legisladora B, 2011).
Esto es visto desde algunos sectores como un avance en el sentido de una mayor ciu-
dadanización del propio sector campesino, por la posibilidad de un ejercicio más am-
plio de los derechos políticos. Pero, desde otros sectores y no minoritarios, se asume
que esta «incorporación» al sistema político es una «negociación» con la estatalidad y
el gobierno llevado adelante desde el Poder Legislativo y por mujeres, en detrimento
de la lucha campesina.
Esta última postura la sostienen los sectores del MOCASE que históricamente
se han considerado autonomistas, aunque la calificación es problemática y debe ser
revisada desde el momento en que ellos mismos comienzan a adherir a facciones
políticas del partido peronista y radical, y a insertarse en la política institucional.
Lo que cabe preguntarse entonces es: ¿no han enmascarado, bajo la reivindica-
ción del discurso autonomista, un patriarcado que no tolera el avance y protagonis-
mo de las mujeres-campesinas y campesinas-indígenas en el espacio público? ¿No
se silencian, bajos esas reivindicaciones, la progresiva autonomización de las mu-
jeres subalternas? Resulta muy significativo que junto a la reducción de la práctica
político-institucional de los varones campesinos al ámbito local (escasamente rele-
vante para la política provincial y nacional), las mujeres subalternas que trascienden
ese ámbito son el foco privilegiado de atribución de las sospechas de traición a las
históricas reivindicaciones del movimiento.
Para ejemplificar, desde el año 2012, como ya indiqué, Nélida ha realizado un
constante acompañamiento frente a los conflictos territoriales, el asesinato de cam-
pesinos/as y la presencia de campamentos armados (parapoliciales) en el interior
provincial. Algunos sectores de MOCASE, los autonomistas, cuestionaron este accio-
nar aún cuando ellos mismo realizan similares prácticas habitualmente.
Entonces, lo que parece condenarse, en cualquier caso, es la irreverencia de
la autonomía de las mujeres respecto de: a) la autoproclamada autonomía respecto
del Estado por parte de algunas fracciones del MOCASE; b) la dinámica de las insti-
tuciones políticas, los poderes legales y fácticos, descentrando la acción política del
claustro legislativo para agenciar al colectivo femenino, tal como ha sucedido en el
espacio organizado de la Agricultura Familiar de donde emerge, por la activa inciden-
cia de Nélida Solorza, la candidatura de Ofelina Santucho (una auténtica práctica de
sororidad); c) los intentos de control e injerencia de los sectores no campesinos que
trabajaban en la temática de la ruralidad; d) la autonomía de las campesinas respecto
de las mujeres legisladoras; e) la autonomía en relación a las expectativas o mandatos
de los varones campesinos de sus propias organizaciones de base.
Conclusiones
84
Andrea Ivanna Gigena Lavetti • Participación política. . .
ticipación de las mujeres en el espacio público. Sin embargo, esta perspectiva relegó,
como advierte Ungo (2002), otras dimensiones cruciales para superar las condicio-
nes de subordinación femenina: la modificación de dimensiones de la vida cotidiana
y la construcción político-ética de la sororidad.
Las acciones afirmativas, junto al devenir despolitizado del concepto de género
en los 90 y la crisis en el movimiento feminista (Ungo, 2002; Gargallo, 2006, Carosio,
2012) generó además que la atención se centrara predominantemente en las accio-
nes de la política jurídico-institucional en/desde el Estado y en términos de igualdad
o equiparación hombre-mujer. Esto ha llevado a que la reflexión teórica y la obser-
vación empírica hayan postergado la consideración de otras prácticas que, escapán-
dose del corset institucional y sin nombrarse como feministas, son una construcción
original para repensar la emancipación de las mujeres y la relación con el Estado des-
de Latinoamérica.
Recuperar, entonces, las experiencias de estas mujeres, de su estar y actuar en
la política, es una apertura significativa, tanto como el acceso mismo de ellas al Esta-
do. Porque no debemos olvidar que en Argentina el acceso cargos electivos por par-
te de las mujeres subalternas es excepcional y tardío respecto de: a) la dinámica de
emergencia y consolidación de los movimientos indígenas y campesinos y; b) la pro-
liferación de medidas de acción afirmativa de género dictadas a partir de los 90.
Entonces, el caso aquí presentado nos plantea desafíos e interrogantes para la
reflexión y el debate. Quisiera plantear algunos de ellos, apenas a título de cierre del
artículo pero no del debate.
El ejercicio político de las mujeres debe ser pensado a través de nuevas dimen-
siones. Tal como sostiene Yuval-Davis (2004), es necesario trascender la concepción
de ciudadanía que vincula al individuo de manera exclusiva con el «Estado-nación»,
porque nos lleva a hacer análisis de procesos de inclusión públicos muy selectivos. La
autora sugiere, más bien, que cualquier noción de ciudadanía en relación al género
debe considerar los tipos de autonomía individual permitidos a las mujeres, respec-
to del Estado pero también respecto de otras organizaciones de la sociedad civil y de
la familia. Muchas otras feministas latinoamericanas, como Gargallo (2006), Ungo
(2002), Carosio (2012), también destacan que el feminismo se define, centralmente,
por los niveles de autonomía y libertad que las mujeres pueden ejercer en sus expe-
riencias cotidianas. Hacia allí, entonces, debe orientarse la mirada analítica. Y esto
me lleva a resaltar otras dos cuestiones.
Por un lado, que es necesario considerar el modo en que el ejercicio ciudadano
producido desde instancias de inclusión y socialización ciudadana y política inter-
medias (marcadas por la clase, la etnia o la raza) «condicionan» el ejercicio de cargos
en el Estado. Cómo hemos visto aquí, las subalternas, en materia de acción legislativa
específica, no trascienden los límites de la representación sectorial. Esto suele deno-
minarse en la ciencia política como una representación descriptiva (que da cuenta de
la elección de mujeres en puestos de elección popular) pero que no alcanza a generar
una representación sustantiva (que sería la representación de intereses de género).
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Andrea Ivanna Gigena Lavetti • Participación política. . .
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Militancia y transgresión en la guerrilla
mexicana. Una mirada crítica feminista al
caso de la Liga Comunista 23 de Septiembre
Desde México hasta Argentina, en las décadas de 1960 y 1970, hubo un perío-
do de efervescencia política en el cual surgieron distintos movimientos armados que
exigían a las autoridades la atención al rezago social, a la desigual distribución de ri-
queza, a la falta de oportunidades para la juventud y soluciones a los conflictos agra-
rios. Además de dichas demandas, algunos de estos movimientos buscaban revertir el
1. En algunos textos y sobre todo en notas periodísticas relativas a este periodo se iden-
tifica al fenómeno de la lucha armada con el término «guerra sucia», el cual fue acuñado por
la prensa en la década de los noventa del siglo XX y durante el primer cambio de partido po-
lítico en el poder llevado a cabo en el año 2000 en México. Con el fin de minimizar los delitos
cometidos por el Estado, el conservador Partido Acción Nacional, con Vicente Fox como el
primer presidente de un partido distinto al Partido Revolucionario Institucional, promovió un
discurso que sustentaba que la violencia de Estado y la violación a los derechos humanos en-
marcados en el periodo de la guerrilla eran el resultado de un proceso político difuso en el cual
no se podía identificar a los responsables. Fue por ello que los ex guerrilleros y guerrilleras no
acuñaron el término de «guerra sucia» y optaron por denominar a este proceso como «mo-
vimiento armado socialista» o «revolución socialista» (plática informal con Rodolfo Gamiño
Muñoz, autor de la tesis «Análisis del movimiento armado en México en la década de 1970 a
través de la prensa: el caso de la Liga Comunista 23 de Septiembre (1973-1979)» (2008).
2. La relación entre género y guerra es explorada en el texto de Joshua Stein titulado War
and Gender / How Gender Shapes the War System and Vice Vers (Cambridge UniversityPress,
2001).
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Gabriela Lozano Rubello • Militancia y transgresión. . .
3. «Gender Difference and the Production of Subjectivity» es el texto de Hollway que cita
De Lauretis y el cual está incluido en el libro Changing the Subject: Psychology, Social Regula-
tion and Subjectivity (1984).
4. El análisis de la información que se obtuvo de dichas entrevistas se puede leer en Gue-
rrilleras de la Liga Comunista 23 de Septiembre: sujetos de transgresión en México (1973-1977)
(Lozano: 2014).
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entramados y perspectivas, vol. 5, núm. 5, págs. 89-111 (oct. 2014/sept. 2015)
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Gabriela Lozano Rubello • Militancia y transgresión. . .
deba, no a la falta de interés, sino a los cuestionamientos que interpelan aún al go-
bierno priista en turno y a los grupos de poder que hoy en día ostentan el poder en
este país. Es por esta razón que a pesar de existir investigaciones sobre el tema, son
aún escasos los trabajos que profundizan en el análisis de las experiencias de las mu-
jeres que participaron en la guerrilla mexicana. Sin embargo, entre los más relevantes
se puede mencionarel artículo «Mujeres, guerrilla y terror de Estado en la época de
la revoltura en México» (2010), en el que Adela Cedillodesarrolla lahistoriografía de
la guerra sucia mexicana desde la experiencia de las mujeres, comenzando con las
campesinas que se involucraron en las filas de la primera guerrilla rural (El Partido
de los Pobres), hasta las mujeres que a principios de los años ochenta aún militaban
en una organización urbana. La apuesta de la autora es identificar las particularida-
des que en estas experiencias fueron determinadas por la condición genérica, como
por ejemplo, los ataques contra el cuerpo femenino (violación, y golpes en los pe-
chos) y la maternidad (amenaza de aborto y tortura a los bebés frente a las madres)
que tuvieron la peculiaridad de ser sistemáticos en los procesos de tortura. Un mate-
rial imprescindible es el coordinado por María de la Luz Aguilar Terrés, Guerrilleras
(2007) el cual reúne testimonios de ex militantes de todo el país que se congregaron
en diciembre de 2003y en marzo de 2008 en Mazatlán para rendir un homenaje a las
compañeras fallecidas en la lucha y brindar una reflexión sobre la participación de
las mujeres en los movimientos armados.
La discusión alrededor del género como diferencia sexual ha sido motivo de di-
versas opiniones en distintos ámbitos del conocimiento. Esta discusión es expuesta
por Teresa de Lauretis,quien argumenta que el hecho de definir al género con este
enfoque ha provocado que el pensamiento feminista se sujete a planteamientos que
ya fueron descritos en la crítica al patriarcado occidental. Es decir, De Lauretis seña-
la que no es suficiente acotar que la diferencia sexual es resultado de los discursos
conferidos a las diferencias existentes entre una mujer y un varón (entendidos como
conceptos universalizados, como si existiera un mismo tipo de varón o un mismo ti-
po de mujer), ni señalar que la diferencia sexual es resultado de la biología ni de la
socialización. Para salir de esta discusión, la autora propone una noción de género
96
Gabriela Lozano Rubello • Militancia y transgresión. . .
ser la imagen de la mujer virgen o la madre amorosa, entre muchas otras. En cam-
bio, cuando nombra a «las mujeres» (en plural y con minúscula), De Lauretis hace
referencia a los seres históricos, las mujeres de la vida real cuya existencia material
está determinada por las condiciones sociales, espaciales y temporales en las que se
desenvuelven. Por lo tanto, la relación entre la Mujer y las mujeres ha sido cultural-
mente establecida, es decir, es simbólica y arbitraria (1992:15-16) y explora las formas
de esta relación.
Respecto a las mujeres de carne y hueso, en esta investigación se observa su ca-
pacidad de desarrollar una conciencia propia que les permite alejarse de la represen-
tación simbólica de la Mujer. No obstante, esta posibilidad del desplazamiento ubicó
a las guerrilleras en una contradicción constante. Al mismo tiempo que se alejaron
de los discursos hegemónicos y las representaciones que delimitan su identidad ge-
nérica, también participaron del sistema de significados que construye al género en
el proceso de auto afirmación. Así lo explica la autora:
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entramados y perspectivas, vol. 5, núm. 5, págs. 89-111 (oct. 2014/sept. 2015)
la guerrilla les permitió a ciertas mujeres desplazar algunas representaciones que te-
nían de sí mismas como sujetos generizados. A partir de ello se planteó el siguiente
cuestionamiento: ¿Fue el comportamiento de las guerrilleras una forma de despla-
zamiento de los límites de las identidades sexuales? De ser así, ¿a quiénes afectaron
estos desplazamientos entre los límites de lo femenino y lo masculino?
Para encontrar respuestas es necesario hacer una revisión de los discursos, iden-
tificados como mandatos de género, que las guerrilleras interiorizaron al ser parte de
una generación joven (al momento de su ingreso todas contaban con una edad de
entre 16 y 22 años aproximadamente) que se integró a la lucha armada durante la dé-
cada de los setenta y cuya militancia se desarrolló principalmente en las ciudades de
Monterrey, Guadalajara y el Distrito Federal. De igual manera, para poder identificar
si se llegaron a transgredir los mandatos de género, vale la pena primero acercarnos
al concepto de transgresión.
Nicole Claude Mathieu en el texto «¿Identidad sexual/ sexuada/ de sexo? Tres
modos de conceptualización de la relación entre sexo y género» (2012), se da a la tarea
de buscar las articulaciones entre el sexo y el género y así se encuentra con el concep-
to de transgresión. A éste lo define como la «contravención a una norma, a una ley» y
en su sentido etimológico indica que el concepto proviene de la raíz «transgredi, de
trans “más allá” y gradi “caminar”, franquear un límite, una frontera» (Mathieu, 2012:
149-150). A partir de esta definición, se puede intuir que la transgresión implica cru-
zar un límite. Si nos referimos a los mandatos de género, los límites son imaginarios
pero son también fronteras consensuadas por las y los miembros que participan en
una sociedad. Estos límites están estrechamente vinculados a ciertos valores y com-
portamientos que afectan de distinta manera a quienes poseen un cuerpo biológico
de mujer y los que poseen un cuerpo biológico de varón.
En esta misma línea, Patricia Bifani-Richard en el artículo «Género y sus trans-
gresiones: ¿contra la norma o contra sí misma?» (2004) define el acto de transgredir
como «violar un precepto, quebrantar una norma» y menciona que por lo general es-
te tipo de actos que infringen los límites son considerados actos negativos y por ello
son susceptibles de merecer una sanción. La autora señala que en todas las socieda-
des existen mecanismos de control que tienen como objetivo lograr que las normas
se lleven a cabo para que no se interrumpan ni modifiquen los principios que orde-
nan el comportamiento aceptado por la mayoría. Podemos pensar que los mecanis-
mos a los cuales se refiere Bifani-Richard pueden expresarse de distintas maneras,
como una mirada de censura, un acto de discriminación o la expulsión definitiva de
un elemento del grupo social. Sin embargo, considerando la naturaleza de los actos
transgresores de desestabilizar, surge la pregunta de si toda transgresión implica una
consecuencia negativa para la o el individuo o colectividad. Bifani-Richard explica
que para responder a esta interrogante, se puede comenzar por clasificar las trans-
gresiones en activas y pasivas y las define de la siguiente manera:
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Gabriela Lozano Rubello • Militancia y transgresión. . .
«Podría decirse que hay transgresiones activas, que representan un acto deliberado e in-
tencional tendiente a cuestionar o quebrantar una norma y sus manifestaciones exter-
nas, como serían las instituciones, situaciones, relaciones, proyectos de vida. Y las hay
pasivas, a veces silenciosas, que dejan pasar o que niegan, que buscan el repliegue o la
marginalización, que no destruyen activamente pero que tampoco construyen» (Bifani-
Richard, 2004: 9-10).
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A partir del análisis de las entrevistas con las guerrilleras, resultó evidente que
el ingreso de las mujeres a la LC23S se debió a una combinación de circunstancias
políticas y económicas que facilitaron su incorporación y el desempeño individual
de cada una de ellas, ya que esto les permitió llevar a cabo diversidad de tareas, pero
¿cuáles fueron las cualidades que debían tener para cumplir con el ideal del guerri-
llero o guerrillera revolucionaria?
Participar en la lucha armada les implicó asumir la investidura de combatien-
tes afines a las expectativas de la LC23S y a las circunstancias políticas, sociales y
culturales que definieron a las organizaciones político-militares de la década de los
setenta en México. Algunas de las características que en el imaginario social eran in-
herentes a la figura del o la combatiente eran la fuerza física, la valentía, la tenacidad
y la disciplina. No obstante, en el imaginario social estas cualidades pertenecen a la
masculinidad (Martínez 2008). Sobre esta concepción de la guerra como una activi-
dad específica de los hombres Lucía Rayas profundiza en el libro Armadas (2009). La
autora menciona que a lo largo de la historia ha persistido la idea de que en un esta-
do de excepción, como lo es un conflicto bélico, los hombres son los únicos actores
(2009:51). Rayas explica que esto se debe a que la guerra implica la intervención de
atributos masculinos presentes en diversas culturas, como lo son la acción, la tec-
nología y el ataque; excluyendo con ello a las mujeres de todo tipo de participación
que no sean las tareas relacionadas con los cuidados (enfermeras, por ejemplo) y la
preparación del alimento (Rayas 2009:51). Es así que la autora concluye que «la gue-
rra es el último reducto de la definición de masculinidad; en ella se conforman y se
confirman, se significan y re significan constantemente las ideas en torno a la cons-
trucción de qué es ser hombre en el imaginario social» (Rayas 2009:54). Es importante
este acercamiento al imaginario relacionado con contextos de guerra y violencia en
general porque estas apreciaciones influyeron en la experiencia de las mujeres. Sin
embargo, la naturalización de la guerra como un espacio exclusivo de los hombres
no aplicó para el contexto de la guerrilla latinoamericana de la década de los sesenta
y sobre todo, de los setenta, ya que esta forma de lucha se proyectó como una van-
guardia del movimiento de masas con la intención de generar consciencia en dichos
sectores sobre la necesidad de enfrentar de manera abierta y violenta al Estado ca-
pitalista y sus fuerzas represivas. Algunos ejemplos de organizaciones que lograron
convocar a cientos de militantes son los Tupamaros en Uruguay y Montoneros en Ar-
gentina,8 la agrupación guerrillera más grande de los setenta en América Latina. En
otros países como México, los movimientos armados no alcanzaron a tener una mi-
litancia numéricamente tan importante.9 Sin embargo, Ernesto Guevara resaltó que
la gran fuerza de este tipo de iniciativas era que sus militantes respondían «a la pro-
testa airada del pueblo contra sus opresores y que la lucha consistía en cambiar el
régimen social que mantiene a todos sus hermanos desarmados en el oprobio y la
miseria» (Guevara 1960: 5). Es por ello que la LC23S apostó por un ideal colectivo, co-
mo lo mencionó Ignacio Salas Obregón, el máximo líder. El ideal de la LC23S consistía
en conquistar el poder político como miembros de una clase social, el proletariado,
y sentar entre todas y todos las bases para una nueva sociedad (Salas 1973:23).
10. Las dos principales organizaciones guerrilleras que asumieron al campesinado arma-
do como sujeto revolucionariosurgieron en el estado de Guerrero y fueron la Asociación Cívica
Nacional Revolucionaria, dirigida por Genaro Vázquez, y El Partido de los Pobres (EDLP), diri-
gido por Lucio Cabañas. Como ya se mencionó, la LC23S fue la organización urbana más gran-
de y por ende, la organización más importante cuyo planteamiento consideraba a los obreros
los sujetos de la revolución socialista. Para conocer acerca de la relación que hubo entre la
LC23S y EDLP se recomienda el artículo de Mario Ramírez Salas titulado «La relación de la Li-
ga Comunista 23 de septiembre y El Partido de los Pobres en el estado de Guerrero en la década
de los setenta» (2008).
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Gabriela Lozano Rubello • Militancia y transgresión. . .
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nes en donde se ejerce un mayor control de los otros sobre las mujeres (2008:88). Por
ello, la autora concluye que estas dinámicas de afecto y cercanía son las que tam-
bién limitan el desarrollo personal de las mujeres, ya que la necesidad de cumplir
con determinados roles les exige llevar a cabo comportamientos con el fin de con-
sumar los proyectos de vida que le son impuestos, tanto por las instituciones, como
por los deseos de las personas más cercanas, los medios de comunicación y todo ti-
po decontenidos culturales. Sin embargo, cuando el cumplimiento de estos roles no
corresponde a las inquietudes individuales, surgen desacuerdos y fracturas en el inte-
rior del núcleo familiar. En ocasiones, para evitar el conflicto, Barbieri explica que las
mujeres evitan dicha problemática con la familia y optan por esconder aquello que
consideran una amenaza hacia las expectativas que se tienen sobre ellas. Es decir,
las mujeres comúnmente sacrifican su voluntad con el fin de mantener la unidad fa-
miliar (Barbieri 2008:45). Este acercamiento a la realidad de muchas mujerespermite
llevar a cabo una reflexión acerca de lo conflictivo que pudo ser elasumir la investi-
dura de combatiente a partir de la confrontación entre las propias expectativas y las
expectativas impuestas por los miembros de la familia. Una posibilidad era sacrificar
su voluntad en aras de cumplir con el rol establecido y «ser para los otros».13 En el
caso de la guerrilla, las mujeres describieron el momento de renunciar a su familia
de origen como un enfrentamiento, por un lado, al miedo de dejar de pertenecer a
la colectividad afectiva y causar sufrimiento, y por otro lado, a la responsabilidad de
iniciar un proyecto de vida distinto a las expectativas depositadas en ellas.
13. MarcelaLagarde señala que las mujeres han sido educadas para destinar su tiempo y
energías eróticas, afectivas, intelectuales y espirituales a los otros, por lo tanto, en la moder-
nidad las mujeres que quieren crecer profesionalmente sufren de culpa y contradicción. La
antropóloga explica lo siguiente: «las transformaciones del siglo XX reforzaron para millones
de mujeres en el mundo un sincretismo de género: cuidar a los otros a la manera tradicio-
nal y, a la vez, lograr su desarrollo individual para formar parte del mundo moderno, a través
del éxito y la competencia. El resultado son millones de mujeres tradicionales-modernas a la
vez. Mujeres atrapadas en una relación inequitativa entre cuidar y desarrollarse» (2003: 2). Esta
contradicción en la existencia de muchas mujeres se enfatiza en la frase «ser para otros».
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14. Alejandra Oberti observa este mismo fenómeno en Montoneros y el PRT-ERP y con-
cluye que la razón de esta necesidad o insistencia de las organizaciones de contar con normas
alusivas a las relaciones de pareja es el lidiar con «los rasgos subjetivos» que no concilian con
el ideal del hombre nuevo. Desde esta perspectiva la infidelidad encarna actitudes burguesas
e individualistas (2014: s/p).
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15. Un grupo selecto de La Brigada Especial Antiguerrillas fue nombrado Brigada Blan-
ca y se conformaba por elementos de la policía militar federal y la policía judicial militar. Su
principal tarea era exterminar, principalmente, a los militantes de la LC23S.
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111
Hijas de familias lesboparentales:
articulaciones desde una mirada feminista
crítica
Resumen: En este texto presentamos la forma en que llevamos a cabo una investigación
con 13 hijas de familias lesboparentales en Río de Janeiro (Brasil) a partir de una epis-
temología feminista crítica. Esta perspectiva permeó todo el proceso de investigación:
el análisis de la temática y sus implicaciones en los flujos sociales que tienen que ver
con familias, géneros y sexualidades, la elección de las sujetas a partir de la articulación
género-generación-orientación sexual, las técnicas dentro del campo y la producción
del conocimiento de forma colectiva con las sujetas de la investigación.
Palabras clave: familias lesboparentales; epistemología feminista; articulaciones; hijas
Abstract: In this paper, we present the way we carried out a research with 13 daughters
of lesboparental families in Rio de Janeiro (Brazil) from a critical feminist epistemology.
This perspective permeated the entire research process: the analysis of the thematic and
its implications for social flows that have to do with families, genders and sexualities, the
choice of the subjects from the gender-generation-sexual orientation articulation, the
techniques within the field and the production of knowledge in a collective way, with
the subjects of the research.
Keywords: lesboparental families; feminist epistemology; articulations; daughters.
muchos discursos que pocas veces contemplan sus prácticas y perspectivas. Dicha
articulación, a pesar de que pueda tener efectos múltiples, está muy marcada por
patrones en nuestra sociedad y se asocia a diversas prácticas de desigualdad. A par-
tir del compromiso con la epistemología feminista y los nuevos estudios de infancia
y juventud, pretendimos usar esta investigación como dispositivo de desestabiliza-
ción del sujeto universal que históricamente se ha constituido como hombre, blanco,
heterosexual y adulto (Rabello, 2008).
Esta mirada nos permitió observar los diferentes procesos del «devenir sujeta»
de las integrantes de las familias lesboparentales que formaron parte de esta inves-
tigación, especialmente las hijas. Entendemos por «devenires subjetivos» a los flujos
que se instauran a través de los individuos y de los grupos sociales (Guattari y Rolnik,
2011). En el campo social donde estas hijas se desenvuelven y se producen, marcado
por una falocracia, ese devenir hija de una familia no fundada en y/o mantenida por
una relación heterosexual, no dependiente de un hombre y, sobre todo, de la diferen-
cia de los sexos, se constituye en la cotidianidad como un proceso, un movimiento,
un tránsito, una serie de posibilidades.
La investigación estuvo permeada por la epistemología feminista crítica, que
según Diana Maffia (2008), a partir del impacto con el posmodernismo, critica la di-
cotomía antagónica, argumentando la complejidad de las interacciones, la sexuali-
zación de las características de las personas, niega la esencialización de los cuerpos
sexuados, la jerarquización de los espacios y los atributos humanos, contradicien-
do el discurso de que algunos aspectos de la vida humana son más importantes que
otros. Para bell hooks (1984), esta perspectiva se propone desenraizar cualquier ti-
po de opresión de una colectividad por cuestiones como raza, género, orientación
sexual y generación. También indica que en la búsqueda de la complejización del
entendimiento de las relaciones de género, el feminismo crítico deja de lado la visión
del feminismo hegemónico, que partía principalmente de mujeres blancas, urbanas
y heterosexuales y que establecía que todas las mujeres vivían exactamente las mis-
mas condiciones de desigualdad (hooks, 1984).
Cabe hablar aquí sobre el contexto actual en el cual se insertan las sujetas de
la investigación, la mayoría de clase media-baja y media. Brasil, como el resto de La-
tinoamérica, se caracteriza por una herencia colonial cuyas consecuencias en la de-
sigualdad de las relaciones sociales, económicas y raciales continúan muy presentes.
Igualmente, tiene una historia reciente de dictadura civil-militar, después de la cual
se han hecho importantes avances en materia de Derechos Humanos, pautados por
la Constitución de 1988, los cuales no han dejado de establecerse en medio de gran-
des disputas. En el momento de la investigación, se estaban dando importantes pasos
con respecto a los derechos de la población LGBT, entre ellos, el reconocimiento de
matrimonio entre personas del mismo sexo por parte del Supremo Tribunal Fede-
ral en 2011. Igualmente, observamos un tejido social de gran desigualdad y creciente
conservadurismo, al tiempo en que se articulan avances en la visibilidad de las fami-
lias lesboparentales, incluyendo gran producción académica, literaria y mediática.
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nas ha dado al coming out en los servicios públicos y en los diferentes movimientos
sociales.
Adrianne Rich (2007) apunta que las feministas heterosexuales muchas veces
estuvieron marcadas por el heterosexismo, el cual se expresaba en la invisibilización
de las experiencias lésbicas al hacer pocas alusiones a ellas y sus relaciones, y al reali-
zar un paralelismo acrítico con experiencias heterosexuales u homosexuales mascu-
linas, abatiendo la visión política de la lesbianidad. La autora señalaba que la hetero-
sexualidad obligatoria es una institución en la cual las mujeres son controladas, junto
con la explotación económica, la familia nuclear y la maternidad en un contexto pa-
triarcal, es decir, en la configuración de un diagrama de fuerzas donde son ejercidos
varios tipos de control sobre el cuerpo de la mujer. Es, por lo tanto, necesaria una
crítica feminista a la heterosexualidad obligatoria.
Por su parte, el movimiento de lesbianas, gays, bisexuales y transgéneros (LGBT),
generalmente liderado por hombres gays, también ha tenido complicaciones para
integrar las agendas de las lesbianas en su lucha, mostrando un machismo difícil de
erradicar. Las relaciones ríspidas entre los movimientos feminista, lésbico y LGBT su-
gieren que la condición de experimentar uno o varios tipos de subalternidad no im-
plica una reflexión sobre otros de esos tipos, obstaculizando una elaboración con-
junta de un proyecto de sociedad donde la diferencia no justifique la desigualdad.
Una sociedad que no coloque a nuestras sujetas de investigación, mujeres, niñas y
jóvenes, hijas de familias lesboparentales, en una posición de menor valor. Como
propone Avtar Brah, proyectos como el feminismo y el movimiento LGBT no pue-
den «movilizarse como fuerza política transformadora sin comenzar con la propia
interrogación acerca de los valores y normas internamente asumidos que pueden
legitimar la dominación y la desigualdad naturalizando “diferencias particulares”»
(2004:122).
En la presente investigación, esa cuestión apareció como importante para va-
rias madres, tales como Julia1 , de 40 años, comunicóloga, e Ingrid, 33 años, guardia
municipal, quienes consideran importante no solo manifestar su orientación sexual
en la escuela de su hija Dakota, de nueve años, en su edificio, en la calle, y en todos
los espacios en los que circulan, sino también visibilizar su configuración familiar.
Sin embargo, eso resulta limitante para otras, tales como Olga, de 31 años, estudian-
te de psicología, madre de Claudia, de 16 años, que prefiere no tratar esa cuestión
en dichos espacios. Esa situación también puede ser conflictiva para algunas hijas,
como Gisele, de 16 años, que reconoce que le daba vergüenza ser vista en la calle con
su madre Gabi y su primera compañera. Ya para otras, como Camila, de 13 años, su
pertenencia a esa familia es una de sus banderas de reflexión política. Por lo tanto,
el coming out no apenas como lesbianas, sino como hijas de familias lesboparenta-
les, es un proceso que transita entre lo público y lo privado, a partir de la experiencia
cotidiana de las relaciones sociales.
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Con estas palabras con un ligero tono de hartazgo de ser entrevistada una y otra
vez sobre la misma temática, Dakota expresa de qué forma la insistencia en caracte-
rizar a su familia de forma distinta no tiene sentido en su vida. ¿Por qué insistimos,
entonces, inclusive nombrando a su familia? Por otro lado, dejar que la diversidad de
configuraciones sociales y subjetivas continúe siendo invisible y sin la garantía de de-
rechos de protección, seguridad y estabilidad, contribuiría también a la creencia de
que el modelo hegemónico (heterosexual) es o debería ser el único existente. De este
modo, parece importante continuar visibilizando la diversidad de familias de forma
que se amplíe la noción de familia como un grupo social diverso, potente y mutable.
Como propone Avtar Brah (2004:114):
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Análisis empírico
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Tiempo después, comenzó una relación con una mujer, lo cual escondía de Maira y
de los hijos de la compañera, que no tardaron en descubrir la relación. Ahora viven
todas y todos juntos. Lourdes, de ocho años, blanca, y su hermana Gisele, 14 años,
blanca, son hijas de Gaby, hombre transexual, blanco, salvavidas, que tiene una re-
lación con Ana, enfermera, blanca, que acababa de tener un bebé por inseminación
artificial casera.2 Paty, de 12 años, negra, y Erika, de cinco años, negra, también vie-
nen de contextos heterosexuales y sus madres ahora se relacionan con mujeres.
Camila, de 13 años, blanca y João, su hermano de 18 años, blanco, son hijos de
dos relaciones heterosexuales da su madre, Laura, de 36 años, blanca, periodista y
activista. Laura se asumió como lesbiana cuando Camila y João eran niños y a partir
de ahí convivieron con sus compañeras. Cuando Laura fue a vivir a Río de Janeiro,
Camila se quedó en Brasilia viviendo con su abuela y Joao se fue a vivir con su padre.
Hace un año y medio Camila se mudó a Rio para vivir con su madre. Claudia, de 16
años, blanca, es hija de Olga, de 31 años, blanca, estudiante de psicología y activista
voluntaria del movimiento LGBT, y de su padre, que no es muy presente en su vida.
Olga tiene otros dos hijos más pequeños, de seis y ocho años, frutos de otra relación
heterosexual. Carla, 27 años, blanca, psicóloga, fue adoptada por «madre blanca» y
«madre negra» de pequeña, las cuales vivían en pareja en el momento de adoptarla.
Continúa en contacto con su madre biológica. Actualmente vive con su compañe-
ro. Carolina, de 50 años, blanca, socióloga, viene de un contexto heterosexual, pero
tiempo después de la separación, su madre se reconoció como lesbiana y comenzó a
relacionarse con una amiga del movimiento comunista.
En toda esta diversidad de configuraciones, fuimos observando varias tensio-
nes. Una discusión importante en la investigación fue el hecho de que se le dé tanto
peso a la sexualidad de las madres en las familias lesboparentales, básicamente a par-
tir de tres cuestionamientos. Primero, como si la sexualidad determinara el desempe-
ño de la parentalidad, discurso presente en diversos espacios religiosos y mediáticos.
Segundo, como si en las relaciones familiares cotidianas la sexualidad de las madres
tuviera tanta relevancia. Carla cuenta una anécdota muy interesante:
«Una vez, una amiga me preguntó porqué mis madres dormían en una cama matrimo-
nial y no en dos individuales. Para mí, la respuesta fue muy simple: es más barata una
cama matrimonial que dos individuales. Yo realmente creía eso. No estaba consciente
de que ellas eran una pareja. Entonces le pregunté a mi primo y él me dijo que eran una
pareja. Entonces le dije eso a mi amiga, sin problemas» Carla, 27 años.
Con esta anécdota, Carla expresa de qué forma la vida sexual de sus madres no
era una cuestión para ella, así como no lo es para la mayoría de nosotras y nosotros.
Existe, sí, una diferenciación de una afectividad conyugal del resto de las relaciones
familiares, pero eso no necesariamente tiene que pasar por el conocimiento de lo que
2. Las clínicas de reproducción asistida son extremadamente caras, por lo que algunas
personas y familias optan por emplear técnicas caseras, con el uso de jeringas, sondas y con el
apoyo de donadores cercanos.
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Por último, el tercer plano se refiere a los cambios en el contexto político en que
esas familias se insertan. Las luchas del movimiento LGBT y feminista han insistido
en la necesidad de discutir, en el ámbito público, cuestiones del orden privado. Como
Carolina señaló, a diferencia de su infancia, actualmente hay más elementos dispo-
nibles en los medios de comunicación masiva, en el campo educativo e incluso en el
religioso sobre esas cuestiones. Eso no significa que la discriminación y la violencia
hayan terminado, pero se puede sugerir que las madres lesbianas tienen actualmen-
te más puntos de apoyo para negociar esa información con las hijas y, a su vez, esas
hijas también tienen un repertorio mayor que les permite reflexionar sobre las viven-
cias de las madres y encontrar amparo en las dificultades, así como argumentos que
las fortalezcan, situación que, en muchos casos, las propias madres no vivieron, ante
la resistencia de sus familias de origen de aceptar su orientación sexual.
«la coherencia o unidad interna de cualquier género, sea hombreo mujer, necesita una
heterosexualidad estable y de oposición. Esa heterosexualidad institucional exige y crea
la univocidad de cada uno de los términos de género que determinan el límite de las
posibilidades de los géneros dentro de un sistema de géneros binario y opuesto» (2007:
80).
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«cuando mis amigas o mis primos me critican, les pregunto que a quién prefieren: a su
mamá o a su papá. Todo mundo dice que su mamá. Entonces yo les digo: “imagínate, yo
tengo dos”, esa es la mejor cosa del mundo, las mamás tienen amor para dar y vender,
no podría tener dos papás».
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campo: casos donde las hijas son de una unión heterosexual anterior y la madre vi-
ve ahora con otra mujer (como Maira), otros donde las niñas son adoptadas por una
lesbiana soltera o en pareja y mantienen contacto con su padre y/o madre biológi-
ca(como Dakota y Carla), entre muchos otros casos posibles, que problematizan el
lugar de cada adulto en la concepción, en la colocación en el mundo, en la educación,
en la ley y en las prácticas, como señala dicha autora.
Es posible pensar que el modelo de familia nuclear se limita a eso: un modelo.
Observando con detalle, son pocos los casos donde ese núcleo (dos personas adultas
cuidando de la prole) puede y desea ser origen y base de la familia, por innumera-
bles razones: divorcio, muerte, carga horaria en el trabajo, infertilidad, entre muchas
otras. En la familia heteroparental, el feminismo cuestionó el hecho de que el núcleo
debía ser mantenido por la sobrecarga de responsabilidades del hogar y de la fami-
lia en la mujer, impidiendo su desarrollo en otros aspectos de la vida. En el caso de
la lesboparentalidad, el hecho de que la niña no nazca y/o crezca fuera o más allá
del par biológico puede estremecer simbólicamente la nuclearidad de la familia. Eso
no significa que muchas familias lesboparentales no deseen y logren mantener en la
vida cotidiana una familia más o menos nuclear. El caso de Lourdes y Gisele puede
ayudar a dimensionar la complejidad de este campo. Ellas mantienen un vínculo con
Tim, ex-esposo de Gabi, padre biológico y social de Lourdes que también asumió la
paternidad de Gisele. Incluso, él fue el donador amigo de la reproducción casera de
Ana; pero Gabi y Ana no quieren que él asuma la paternidad del niño, pues Gabi quie-
re asumirla en su performance masculina, y él tampoco está interesado en ser padre
del bebé. De esta forma, diferentes lazos jurídicos, sociales, afectivos y biológicos se
configuran en esta familia.
En otras familias, las figuras proliferan, como en el caso de Camila. La madre,
Laura, tiene muchas hermanas y hermanos con diferencias generacionales conside-
rables, provenientes de diferentes relaciones de la madre. En ese contexto, siempre
ha sucedido una intensa circulación de niñas y niños, donde hermanas y hermanos
más grandes cuidan a las y los más jóvenes. Así, podemos pensar en las hermanas y
hermanos como figuras que comparten algunas funciones parentales, fenómeno que
también observamos en otras hijas, tales como Gisele y Lourdes, que cuidan al bebé
recién nacido y Claudia, que apoya a su madre Olga cuidando a sus hermanitos, ya
que Olga estudia, trabaja, actualmente es soltera y no cuenta con el apoyo de la fami-
lia ni del ex-compañero debido a la lesbofobia. En el caso de Camila, Laura también
es soltera, pero tiene innumerables figuras parentales, con las cuales ha convivido en
temporalidades y espacialidades diversas. Ya vivió con su abuela por más de un año
en otra ciudad, su bisabuela y bisabuelo participan dando cariño, cuidado y apoyo
financiero. Con su padre mantiene una relación fría, ya que tuvieron varios conflic-
tos. Ella expresa que su hermano Joao, de 18 años, tuvo «más suerte», pues su padre
«es más buena onda», pero el suyo «solo sirvió para coger con mi mamá», ya que «yo
no lo escogí como padre, no escogí nacer, él lo hizo». De esta forma, ella conoce las
implicaciones legales de ese parentesco y expresa que es su obligación dar una pen-
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sión, aunque no se vean. Ella hace el ejercicio de escoger las figuras parentales: tiene
un «papá amigo» que es amigo de Laura y vivió con ellas por tres años, un padrino
que ella escogió, entre otros personajes. De esta forma, las niñas también contribu-
yen a la configuración de constelaciones de parentalidad. Otras amigas feministas
de Laura asumen funciones de compañía y cuidado de Camila cuando Laura viaja,
considerando el movimiento de asumir ciertas responsabilidades como una elección
política, ya que permiten que Laura se desarrolle profesionalmente sin que su res-
ponsabilidad parental, en cierto momento condensada, la obstaculice.
Aquí, rescatamos las reflexiones traídas por las feministas negras con respecto
a las realidades de parentalidades de las comunidades afroamericanas. Judith Butler
comenta un estudio de Carol Stack sobre parentescos afro-americanos urbanos, don-
de «el parentesco funciona bien gracias a una red de mujeres, unas relacionadas por
vínculos biológicos, otras no» (2003:222). Igualmente, bell hooks nos señala que:
«el cuidado de los y las niñas es una responsabilidad que puede ser compartida con
otras personas cuidadoras, con personas que no viven con las y los niños. Esa forma de
parentalidad es revolucionaria en esta sociedad porque ocurre en oposición a la idea
de que los padres, especialmente las madres, deberían ser las únicas cuidadoras. Ese
tipo de responsabilidad compartida puede suceder en comunidades pequeñas donde
las personas conocen y confían en las otras. Eso no puede suceder en contextos donde
los padres y madres consideran a las y los niños sus “propiedades” o “pertenencias”
(. . . )» (2000:45).
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Por otro lado, existen figuras que, aunque no ejerzan cuidado o responsabilida-
des, tienen un vínculo con la niña o joven que parece imposible de negar: el biológico,
donde se integran al espectro parental padres biológicos (como el de Maira) o gesto-
ras (como la de Carla), en el caso de las niñas y jóvenes que fueron adoptadas de pe-
queñas y consideran a su mamá o mamás como sus madres y son quienes ejercen el
cariño, la responsabilidad y el cuidado, pero continúan en contacto o conocimiento
de quienes las parió.
Ante esto y retomando la reflexión de las redes de mujeres negras, es intere-
sante pensar en el establecimiento de redes de cuidado, responsabilidad, relaciones
parentales, sin que ellas surjan necesariamente a partir de un lazo biológico, jurídico
o amoroso (en el sentido conyugal). La «familia escogida» aparece como importante
en estas familias, en la cual pueden participar tanto amigas y amigos homosexuales,
como heterosexuales. Esta familia ofrece sociabilidad, apoyo, reconocimiento, afec-
to y reciprocidad. A partir de esto, al pensar en el contexto de la pluriparentalidad,
las figuras parentales no son restadas, sino sumadas, en una infinita expansión del
devenir familia, con personas con diversas inversiones de performances de género,
expresiones de la sexualidad, formas y momentos de ejercer la parentalidad.
Este tipo de redes ya existía, pero el hecho de entenderlas como políticas pa-
rece sugerir un nuevo momento para pensar las familias. Así, volvemos a las refle-
xiones de bell hooks (1984), que no solo alcanzan a las familias lesboparentales, sino
a todos los arreglos familiares. La parentalidad colectiva que esa autora propone se
configura como una dispersión comunitaria de cuidado, responsabilidad y discipli-
na. Esta dispersión necesita, antes que cualquier cosa, tener un proyecto concreto de
erradicación del sexismo, e incluimos, de la heteronormatividad, dentro del ámbito
familiar y de la sociedad en su conjunto.
Conclusión
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que construyan sus propios tipos de referencias, sus propias cartografías. Con esto, se
posibilita la libertad de vivir sus propios procesos, la articulación con otros procesos
de singularización y, por lo tanto, la producción de aperturas (a través de cuestiona-
mientos) en el sistema de subjetividad dominante, lo que tiene alcances políticos.
De esta forma, las experiencias de lesboparentalidad aparecen como posibili-
dades de desafío a la heteronormatividad y al patriarcado, lo que puede constituir-
las como procesos de singularización. ¿Se transforma la institución familiar a partir
de estas experiencias? No necesariamente, pues todavía tenemos que hacer muchas
preguntas, pero ellas ya se presentan como perturbaciones a algunos componentes
del modelo familiar vigente. Así, parece importante rescatar esas perturbaciones y
radicalizarlas con el objetivo de hacer propuestas de recomposición del sistema de
derechos, de crear contenidos mediáticos nuevos, de reformular los currículos, de
pensar nuevos caminos de la ciencia, construyendo acciones que contribuyan al de-
bilitamiento de los patrones que insistentemente buscan valorizar ciertas formas de
vida en detrimento de otras. Dicho objetivo es, a nuestro parecer, incuestionable-
mente feminista.
Bibliografía
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entramados y perspectivas, vol. 5, núm. 5, págs. 113-133 (oct. 2014/sept. 2015)
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132
Jimena de Garay Hernández y Marcio Rodrigo Vale Caetano • Hijas de familias. . .
133
«I’m a normal pregnant person»: análisis
exploratorio de videoblogs sobre
infertilidad y tecnologías reproductivas
Leila Vecslir*
••
then share them on YouTube. These records are analyzed as autoethnographies and, as
such, as spaces of intersection of the personal and cultura. It is also possible to read a
context and an era marked by «molecularization of vitality», and the «spectaculariza-
tion of intimacy» from which even the deepest organic processes can be displayed.The
interpretation of the body was conducted following the linear sequence of treatment.
First, the various aspects are relieved of ovarian stimulation and organic and subjective
preparation for carrying out the treatment; secondly,are explored records of biomedical
practices carried out in the fertility clinic; finally, are analyzed the discourse strategies
used to communicate the results of the treatment/ s achieving or not achieving preg-
nancy.
Keywords: Assisted reproductive technologies; virtual environments videoblogs.
Introducción
136
Leila Vecslir • «I’m a normal pregnant person»:. . .
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entramados y perspectivas, vol. 5, núm. 5, págs. 135-152 (oct. 2014/sept. 2015)
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entramados y perspectivas, vol. 5, núm. 5, págs. 135-152 (oct. 2014/sept. 2015)
A la vez, Rose advierte sobre las limitaciones del concepto en cuestión: permi-
te «designar asuntos que no eran pero que se han convertido en parte de la provin-
cia de la medicina» e incluso «disputar la legitimidad de esa competencia médica»,
pero no constituye por sí mismo una explicación o una descripción acabada del fe-
nómeno (2007:701, traducción propia). El complejo entramado de la salud pública y
privada, individual y colectiva, no puede ser encapsulado bajo la lupa de la medica-
lización como categoría analítica. No basta, según el autor, con señalar que tal o cual
padecimiento ha ingresado al dominio médico puesto que se trata de un «proceso
de construcción mutua» en el que lejos de imponer se configuran «delicadas afilia-
ciones entre esperanzas subjetivas e insatisfacciones» (2007:702, traducción propia).
Es decir, si hay una crítica, esa es la creación de hábitos y afiliaciones (por ejemplo,
en relación conlos psicofármacos) y no la brutal imposición de encierros y prácticas
genocidas como en el proyecto eugenésico.
Si la medicalización supone un trayecto lineal, la biomedicalización supone un
entramado de creciente complejidad compuesta por «procesos multisituados, mul-
tidireccionales de medicalización que hoy están siendo ampliados y reconstituidos a
través de formas emergentes y prácticas de una biomedicina cada vez tecnocientífi-
ca» (Clarke etal., 2003:162, traducción propia).Tal como lo denomina Clarke, el «Com-
plejo Biomédico de TecnoServicios, Inc», representa el pasaje de la medicalización a
la biomedicalización. Este pasaje, según Clarke, implica no solo una industria bio-
médica cada vez más precisa e innovadora, sino también una vigilancia mayor en la
salud individual y los factores de riesgo, aspecto advertido y criticado también por
Rose en los conceptos de «riesgo genético» (2012:194) o «responsabilidad por el yo»
(2012:273).
En este sentido, el concepto de biomedicalización es una lente precisa para
abordar las tecnologías reproductivas: estas forman parte de aquel entramado bio-
médico descrito por Clarke y – acorde a los tiempos – establecen nuevas relaciones
entre naturaleza, cultura, genética e identidad.
Las nuevas tecnologías reproductivas son, por una parte, «un fenómeno mo-
derno, un milagro posindustrial» que, según Spar, «surgió de las altas tecnologías de
la bioquímica, la microcirugía y la ingeniería genética», pero a la vez constituyen «so-
lo el capítulo más reciente en una historia muy antigua» (2006:22). En cambio, Far-
quhar remite el origen de las mismas a los avances posteriores a la Segunda Guerra
Mundial en el campo de la agricultura y la ganadería que permite que estas sean apli-
cadas en humanos a través de «la intervención médica, quirúrgica y farmacológica»
(2006:15).
Las Tecnologías de Reproducción Asistida (TRA), tal como las conocemos en la
actualidad por la definición médica, conforman un conjunto de técnicas biomédicas
en las que la fecundación se produce prescindiendo del acto sexual. De acuerdo con-
140
Leila Vecslir • «I’m a normal pregnant person»:. . .
«Antes que suponer una pérdida de distinción ontológica entre lo natural y lo social, las
técnicas de reproducción asistida hacen posible la continuidad entre la naturaleza y la
cultura a la vez que perpetúan la existencia de ambos polos como dominios separados»
(2010:39).
«Las familias son escogidas y son las relaciones cotidianas las que crean los vínculos de
parentesco (. . . ).El control de la fertilidad y las formas de paliar la infertilidad han dado
lugar a la posibilidad de disociar la sexualidad del parentesco, así como la reproducción
de la consanguinidad. En la reproducción asistida la consanguinidad no viene dada,
sino que es elegida y construida» (2009:89).
142
Leila Vecslir • «I’m a normal pregnant person»:. . .
lización de lo íntimo que abarcan desde lo más trivial hasta el embarazo, el parto o la
muerte.
El análisis de este tipo de datos presenta numerosas dificultades: no provienen
de una entrevista o una encuesta estandarizada, no se elaboran mediante una guía de
pautas, no se enmarcan en un proyecto de investigación y, en muchos casos, inclu-
yen otros recursos como imágenes y textos. Estos registros constituyen un material
valioso para la investigación cualitativa sobre las tecnologías de reproducción asis-
tida: se trata de autoetnografías que, en la medida en que exhiben aspectos de una
vida individual reponen el contexto y la época.
Escrita o narrada en primera persona, una autoetnografía puede adoptar diver-
sas modalidades; en el caso de los IVF Projects, implica complejas representaciones
visuales, conversaciones y textos sin guion. Alejados de la escritura académica, estos
registros exigen nuevas formas de codificación y sistematización de los datos, com-
plejasherramientas de análisis e interpretación.
Siguiendo a Richardson, consideramos que «Las autoetnografías son altamen-
te personalizadas, textos reveladores en los cuales los autores cuentan relatos sobre
su propia experiencia vivida, relacionando lo personal con lo cultural» (2003:512).
De este modo, nos permitan acceder no solo al nivel instrumental de la técnica, sino
a las interacciones y las experiencias intersubjetivas de quienes recurren a ellas. En
nuestro caso, los IVF Projects facilitan un acceso mediado por dispositivos de «es-
pectacularización» (Sibilia, 2008:225) que intervienen en la construcción activa de
los datos por parte de los videobloggers.
En esta sección, se analizará un corpus compuesto por 20registros elaborados
y compartidos por once videobloggers. Los mismos fueron relevados entre febrero
de 2014 y enero de 2015 y se encuentran aún disponibles online. La búsqueda de los
registros se hizo exclusivamente en YouTube a partir de las palabras clave «IVF» e
«Infertility». Si bien se buscaron registros en habla hispana, estos se descartaron por
ser más escasos que los de lengua anglosajona.
Para la selección se utilizaron como criterios:
que estén atravesando tratamientos de fertilidad al momento de elaborar los
videos, es decir, que no fueran relatos retrospectivos;
que se tratara de casos de fertilización in vitro (excluyendo los tratamientos de
baja complejidad) por la complejidad de todas las fases del tratamiento (esti-
mulación, aspiración, transferencia);
se incorporaron a la muestra casos de mujeres que realizaron el tratamiento
para gestar hijos propios y madres subrogadas, ya que – a nivel instrumental –
atraviesan el mismo tratamiento, aunque a posteriori los hijos nacidos de di-
chos tratamientos encuentran destinos diferentes.
se excluyeron todos los casos en los que el embarazo fuera producto de relacio-
nes sexuales, ya que hay videoblogs de embarazos logrados por esta vía.
143
entramados y perspectivas, vol. 5, núm. 5, págs. 135-152 (oct. 2014/sept. 2015)
Con respecto a los criterios para el análisis, se mantuvo la secuencia lineal del
tratamiento. La sección 3.1, «Una meta, una misión», releva los diferentes aspectos de
la preparación orgánica y subjetiva para la realización del tratamiento. La sección 3.2,
«La imagen y los protagonistas», versa sobre los registros de las prácticas biomédicas
realizadas en la clínica de reproducción asistida, la aspiración de los óvulos y la trans-
ferencia de los embriones. Finalmente, la sección 3.3, «Positivo/negativo», relevalas
estrategias discursivas utilizadas para comunicarel resultado del/los tratamiento/s y
el logro o no logro del embarazo.
Para que el lector pueda acceder con mayor agilidad a los fragmentos que le
interesan, los verbatim indican el nombre de la videoblogger, el link del registro ana-
lizado y el minuto bajo análisis.
Los videos que componen el corpus dan cuenta de una estructura narrativa cu-
ya protagonista es la mujer que debe cumplir una misión: convertirse en madre. Los
videobloggers relatan frente a la pantalla los conflictos objetivos y las transformacio-
nes subjetivas que atraviesan a lo largo de un tratamiento en el cual la meta central
es convertirse en madre y para que esto suceda deben adquirir centralidad el cuerpo
y la ciencia.2
Entre las dificultades que deben atravesar para lograr llegar a la meta, la edad y
el uso de hormonas como rituales de preparación del cuerpo, emergen como los tó-
picos prevalentes. En uno de los videos de su canal, «Preparingfor IVF»3 comenta qué
hormonas le administraron para comenzar su tratamiento de fertilidad, dando cuen-
ta de la circulación y la reapropiación del lenguaje médico (3:08’). También expone
sus sentimientos de incertidumbre acerca del resultado del tratamiento y su preo-
cupación por la relación entre su edad y la curva de fertilidad bothfactorsagainstus,
account. . . ability and myage (4:00’).
El discurso médico ha enfatizado en la edad materna como factor decisivo en
el logro de la concepción y de un embarazo saludable, delimitando un rango que
oscila entre los 25 y 35 años, cuestión que suezq4369 tiene presente cuando afirma:
I’mnotgettinganyyounger (4:27’).
En un registro posterior, enfatiza que «las drogas y las inyecciones le parecían
lo más atemorizante pero es una de esas cosas a las que uno se acostumbra» («Loo-
king back onmy IVF journey»4 ). El logro de la misión exige la asunción de una nueva
2. Estos procedimientos que colocan al cuerpo como objeto de intervenciones para el lo-
gro del embarazo consisten en la administración de hormonas para la estimulación ovárica,
las cirugías diagnósticas como la histerosalpingografía, las ecografías transvaginales, análisis
de sangre, entre otros.
3. Disponible en: http://www.youtube.com/watch?v=tW4CyyWozv0&feature=c4-overvie
w-vl&list=PLXyTWzYh7elgA2RD24T-nTuWHHBxqoiNsuezq4369.
4. Disponible en: http://www.youtube.com/watch?v=mhvRMj-GnZg.
144
Leila Vecslir • «I’m a normal pregnant person»:. . .
5. Según la teoría narrativa de Vladimir Propp (1895-1970), todos los cuentos populares
contienen una estructura narrativa similar en la cual el héroe se enfrenta a una situación inicial
que le exige un renunciamiento y lo transforma. Los registros bajo estudio, si bien pertenecen
a una tipología discursiva diferente, contiene muchos elementos narrativos clásicos como los
descriptos por Propp.
6. Disponible en:http://www.youtube.com/watch?v=zY5EUPeTviY.
7. Disponible en: http://www.youtube.com/watch?v=BHwofL7z-nE.
8. Disponible en: http://www.youtube.com/watch?v=QYLMrlh13z0.
145
entramados y perspectivas, vol. 5, núm. 5, págs. 135-152 (oct. 2014/sept. 2015)
Positivo/Negativo
cámara que la filma. A pesar de ser una madre subrogada y que no se supone que ella
se apegue a ese niño/a, sus gestos demuestran alegría, emoción. El video termina
abruptamente cuando la videoblogger hace un gesto similar al llanto.
Como vemos, los resultados positivos o negativos registrados en los videoblogs,
conforman el punto de llegada de un recorrido corporal y subjetivo en el que inter-
vienen diferentes actores, algunos de los cuales actúan más de un papel y en el cual
los cambios del foco son algo constante. ¿Qué implicaciones tiene esta espectacula-
rización de la intimidad en relación a los procedimientos registrados y compartidos
de la reproducción científica de los cuerpos? ¿Cuáles son las condiciones que propi-
cian el surgimiento de los videoblogs bajo estudio? ¿De qué transformaciones de la
subjetividad nos hablan?
Consideraciones finales
148
Leila Vecslir • «I’m a normal pregnant person»:. . .
Bibliografía
150
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151
entramados y perspectivas, vol. 5, núm. 5, págs. 135-152 (oct. 2014/sept. 2015)
Legislaciones
Ley NºLey de Fertilización Asistida de la provincia de Buenos Aires n.°14 208, extraído de ht
tp://www.ms.gba.gov.ar/sitios/prensa/tag/fertilizacion-asistida/page/2.
152
Entre los afectos y los discursos: la
producción identitaria en Judith Butler
Oriana Seccia*
••
Resumen: En este artículo analizamos los aportes de Judith Butler para el desarrollo de
una teoría de los procesos de producción identitaria en las sociedades contemporáneas,
centrándonos en sus conceptos y argumentos centrales, y el modo en que éstos se en-
cuentran internamente ligados. Asimismo, al desarrollar su teoría de la performatividad
para pensar la producción de las identidades de género y los cuerpos sexuados dentro
de la matriz de la heterosexualidad obligatoria, nos detenemos en las implicancias para
la práctica política de estos aportes, a la vez que intentamos vislumbrar tanto sus poten-
cialidades como algunos de sus límites, especialmente teniendo en cuenta el contexto
de las sociedades latinoamericanas.
Palabras clave: identidad; género; sexo; política identitaria
Abstract: In this article we analyze Judith Butler’s contributions for the development of
a theory concerned with processes of identity production in contemporary societies, by
focusing in her concepts and principal arguments, and the way in which they are inter-
nally linked. In addition, by exposing her theory of performativity to conceptualize the
production of gender identities and sexed bodies within the matrix of compulsory he-
terosexuality, we try to expose the consequences these theoretical contributions convey
to political practice, trying to point out its potencialities as well as some of their limits
for the political problems of Latin-American societies.
Keywords: identity; gender; sex; identity politics
Introducción
Este artículo se propone exponer y analizar los aportes de Judith Butler para
conceptualizar los procesos de producción identitaria a partir de una discusión teó-
rica de su obra, rastreando las influencias de las que se nutre su producción y, fun-
damentalmente, los principales ejes que articulan su abordaje sobre la producción
identitaria. Tras una presentación general de la autora, se desplegará su modo de rela-
cionar identidad y política, para luego centrarse en el modo de producción performa-
tiva de las identidades de género. Esta performatividad del género supone un modo
preciso de comprender la materialidad del lenguaje y la materialidad de los cuerpos,
problema que será elaborado en la sección siguiente. Luego abordaremos algunas
dificultades para las prácticas de resistencia, conceptualizando el sexo/género como
un juego de lenguaje. Asimismo, a diferencia de teorías que enfatizan unilateralmen-
te el poder productivo del discurso, analizaremos en la sección subsiguiente el rol que
juega la afectividad en la interpelación subjetiva como proceso mediante el cual se
produce la conciencia personal. Por último, intentaremos esbozar los desafíos políti-
cos a los que esta perspectiva se enfrenta, como así también señalar algunos posibles
límites de traducibilidad de la teoría para pensar otros vectores de subjetivación di-
ferentes a las identidades sexo-generizadas.
Presentación general
154
Oriana Seccia • Entre los afectos y los discursos:. . .
y también con las del movimiento LGTBI.1 En este sentido, en más de una ocasión
(cfr. Butler, 2001a; 2012a; 2006, entre otros), Butler sostiene que su problematización
teórica debería comprenderse como una práctica teórica (à la Althusser), donde los
modos de pensar las relaciones de género, por ejemplo, son considerados inescindi-
bles de las políticas feministas.
Intentaremos en las páginas siguientes analizar puntos nodales de los apor-
tes teóricos de Butler en torno a la producción identitaria, intentando explicitar los
visibles-invisibles (Althusser y Balibar, 1983) que delimitan su abordaje teórico.
Identidad y política
1. Las siglas LGBTI refieren a aquellos colectivos comprometidos con la lucha política por
el reconocimiento, igualdad y la no-discriminación de las minorías sexuales. Cada una de las
siglas intenta dar una representación individualizada, pero también colectiva de cada una de
estas minorías: lesbianas, gays, bisexuales, travestis e intersex.
2. Según Halperin: «aquellos que asumen una identidad sin esencia, exclusivamente po-
sicional, no son propiamente hablando gays, sino queers» (Halperin, 2007: 83).
3. Este feminismo se inicia en 1990, y empieza a cuestionar la idea de la existencia de un
sujeto mujer unitario, tal como lo postulaba la llamada «segunda ola». Otras exponentes teó-
ricas de esta vertiente del feminismo son Joan Scott y Chantal Mouffe. Para una historización
y discusión más profunda al respecto véase Zerilli (2008: 19-75).
4. Sostiene Butler en el prefacio de 1999 a la reedición de El género en disputa (original-
mente publicado en 1990): «Mi postura es y sigue siendo que cualquier teoría feminista que
restrinja el significado del género en las presuposiciones de su propia práctica establece nor-
mas de género excluyentes en el seno del feminismo, a menudo con consecuencias homofó-
bicas» (Butler, 2001a: 9).
5. Existe un abanico variopinto de posiciones respecto a qué elementos constituirían pre-
supuestos androcéntricos sobre qué es la mujer, dado que algunas feministas conciben la di-
ferencia sexual como un dato de la naturaleza (por ej. Rubin, 1998; de Lauretis, 1996) mientras
155
entramados y perspectivas, vol. 5, núm. 5, págs. 153-177 (oct. 2014/sept. 2015)
En El género en disputa (2001a), Butler se pregunta por los vínculos entre po-
lítica y representación. En la visión clásica, arguye, existen sujetos que persiguen la
consecución de sus intereses en la esfera política, por la vía de la representación po-
lítica. En discordancia con esta posición, y recuperando explícitamente a Foucault
con su noción de poder productivo, Butler sostiene que la propia representación po-
lítica crea a aquellos sujetos que dice representar. Así, una política que represente al
género femenino debería comenzar por afirmar que no hay una identidad de género
detrás de las expresiones de género, sino que ella es construida, performativamente,
por aquellas expresiones que son entendidas como una representación de una sus-
tancia previa a tal acto. En ese sentido, Butler sostiene:
7. En Mecanismos psíquicos del poder (Butler, 2001b), como tendremos ocasión de revi-
sar con posterioridad, Butler se preguntará sobre los condicionamientos de tal expectativa, a
partir del análisis de la escena que ejemplifica la interpelación ideológica tal como la plantea
Althusser (2005), considerando ese «darse vuelta» ante el llamado de la ley.
157
entramados y perspectivas, vol. 5, núm. 5, págs. 153-177 (oct. 2014/sept. 2015)
En este sentido, las identidades de género hegemónicas (un chico chico, una chica
chica) no son ningún «original» del género que luego es copiado «mal» por las iden-
tidades de género que caen fuera de las identidades coherentes de género (mucha-
chos afeminados, mari-machos, travestis, etc. etc.), sino que, por el contrario, estas
«copias» nos muestran el carácter de copia, de cita de la norma que hace que lo nor-
mal sea normal, es decir: producido. La experiencia de extrañamiento en los modos
de asumir el género por las identidades que se encuentran en los márgenes de las
identidades de género «normales» (hegemónicas) nos muestran precisamente el ca-
rácter producido de la normalidad, y no su condición de «naturalidad». Así, los géne-
ros culturalmente inteligibles «sin ruido» se producen, constantemente, mediante la
cita obediente a la imagen de un género coincidente al cuerpo que la cita (esto fue lo
que Rubin llamó «sistema sexo-género»8 ). De este modo, vemos que la producción
de las identidades de género involucra citas de las imágenes (en sentido amplio) me-
diante acciones que encarnan a las identidades de género binarias y no marcadas
(«normales») o, en otras palabras, podríamos decir que «hacer género» consiste en
el seguimiento de una regla. Podemos notar en este aspecto que el género es depen-
diente de una normatividad social más amplia, motivo que excluye el voluntarismo
en la asunción de una identidad de género, sino que es una marca de inteligibilidad
cultural de los cuerpos que no es posible omitir. Para decirlo en otras palabras: el gé-
nero es una performance, pero se diferencia del sentido de actuación teatral, dado
que se trata de una actuación compulsiva: los cuerpos en nuestra sociedad circulan
con identidades de género, no es una inscripción sobre los cuerpos que dependa de
la voluntad del sujeto. El sentido común asigna (inconsciente pero infaltablemen-
te) géneros en nuestro sistema cultural; percibo a los otros, los comprendo mediante
esa matriz y mediante esa matriz soy comprendida. Así, el género se articula a partir
de la lógica de lo im-propio: se muestra como la evidencia más profunda de lo que
soy, mientras es la marca que otros me imponen (e impongo) para comprenderme
(para comprenderlos).9 Siguiendo la paradoja del nombre propio – aquello que sien-
do nuestro, nuestra marca de singularidad, nos es dado por otro – Butler se pregunta
sobre la identidad y su relación con el género:
«¿En qué medida la “identidad” es un ideal normativo más que un rasgo descriptivo de
la experiencia?. . . En otras palabras, la “coherencia” y la “continuidad” de la “persona”
no son rasgos lógicos o analíticos de la calidad de la persona sino, más bien, normas de
8. Según Rubin, «un sistema de sexo/género es el conjunto de disposiciones por el cual una
sociedad transforma la sexualidad biológica en productos de la actividad humana y satisface
esas necesidades humanas transformadas» (Rubin, 1998: 17).
9. En Vida precaria (2006), Butler sostiene, en contra de lo que llama una «versión liberal de
la ontología humana»: «Como modo de relación, ni el género ni la sexualidad son precisamente
algo que poseemos, sino más bien un modo de desposesión, un modo de ser para otro a causa
del otro (. . . ) necesitamos otro lenguaje para aproximarnos a la cuestión que nos interesa, un
modo de pensar no sólo cómo nuestras relaciones nos constituyen sino también cómo somos
desposeídos por ellas» (Butler, 2006: 50, cursivas en el original).
158
Oriana Seccia • Entre los afectos y los discursos:. . .
10. Las anteriores tesis feministas que habían analizado el género (cfr. Rubin, 1998 o de
Beauvoir, 1999) veían en éste una construcción cultural contingente que se imprimía sobre
los sexos biológicos, postulados como un sustrato no construido. Así, el género quedaba del
lado de la cultura, mientras que el sexo se concebía como una evidencia biológica. Estas te-
sis – denominadas «constructivistas» por Butler (2001a) – asumían una posición «esencialis-
ta» al adoptar un esquema binario incuestionado donde resaltaban en el género la actividad
constructiva, mientras que el cuerpo aparecía como un sustrato dado. Por el contrario, Butler
sostendrá, como veremos, que «el sexo, por definición, siempre ha sido género» (Butler, 2001a:
41).
159
entramados y perspectivas, vol. 5, núm. 5, págs. 153-177 (oct. 2014/sept. 2015)
«El género es, por lo tanto, una construcción que regularmente oculta su génesis; el
acuerdo tácito colectivo de actuar, producir y sostener géneros polarizados como fic-
ciones culturales se ve oscurecido por la credibilidad de esas producciones, y los casti-
gos correspondientes a quien no está de acuerdo en creer en ellas; la construcción nos
“obliga” a creer en su necesidad y su naturalidad» (Butler, citado en Zerilli, 2008: 105).
Sostenía Butler en su primer libro: «Al imitar el género, el drag revela implícitamen-
te la estructura imitativa del género mismo, como asimismo su contingencia» (Butler
en Zerilli, 2008: 108, cursiva en el original). De este modo, el drag no sólo revela al
espectador la ilusión del género en tanto identidad original y permanente; también
sirve – de manera crucial, de hecho – como paradigma para entender el género co-
mo performance antes que como esencia, en tanto repetición estilizada de actos. Sin
embargo, en Cuerpos que importan (2012a) Butler – respondiendo a la acusación de
voluntarismo – rectifica el postulado de performatividad estableciendo una distin-
ción entre el género como «performativo», en tanto cita eficaz de una norma, y el drag
como performance, es decir, como cita paródica de una norma. Así, mientras que El
género en disputa parecía sugerir que performatividad es lo mismo que performance,
Cuerpos que importan insiste en su diferencia:
Cabe señalar, sin embargo, que para Butler este carácter constrictivo de la per-
formance del género (o del sexo, como veremos), no implica un determinismo total.
Por el contrario, en el prefacio de 1999 a una reedición de El género en disputa, sos-
tiene: «Lo iterable de la performatividad es una teoría de la capacidad de acción (o
agencia)», y agrega también «[es] una teoría que no puede negar el poder como con-
dición de su propia posibilidad»14 (Butler, 2001a: 23). De este modo, la construcción
identitaria queda conceptualizada no dentro de un proceso temporal, sino que se la
considera a ella misma como un proceso temporal que «opera a través de la reitera-
ción de las normas» (Butler, 2012a: 29). Es precisamente esa reiteración la que permi-
te pensar de un nuevo modo a la materialidad (como proceso de materialización) y
donde el sexo no aparece como dato, sino como efecto de esta reiteración de normas
mediante las cuales «el sexo se produce y a la vez se desestabiliza» (Ibíd.: 29).
15. Siguiendo las consideraciones de Derrida en «La différance» (1998a), Butler especifica:
«. . . la materialidad del significante (una “materialidad” que comprende tanto los signos como
su eficacia significativa) implica que no puede haber ninguna referencia a una materialidad
pura salvo a través de la materialidad. Por lo tanto, no es que uno pueda salirse del lenguaje
para poder captar la materialidad en sí misma y de sí mismo; antes bien, todo esfuerzo por
referirse a la materialidad se realiza por un proceso significante que, en su condición sensible,
es siempre-ya material (. . . ) La materialidad del significante sólo significará en la medida en
que sea impura, en que esté contaminada por la idealidad de las relaciones diferenciadoras. . . »
(Butler, 2012a: 110).
162
Oriana Seccia • Entre los afectos y los discursos:. . .
«Si asumir un sexo es en cierto sentido una “identificación”, parecería que la identifi-
cación es un sitio en el cual se negocian insistentemente la prohibición y la desviación.
Identificarse con un sexo es mantener cierta relación con una amenaza imaginaria, ima-
ginaria y vigorosa. . . » (Butler, 2012a: 153).
De este modo, el sexo queda asegurado por una asunción repetida de la ley,
donde ésta, al deber repetirse para mantenerse, re-instituye continuamente la posi-
17. Tal como la entiende Lacan, por ejemplo, en «El estadio del espejo como formador de
la función del yo (je) tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica» (1971). En este
sentido, ya en El género en disputa, Butler sostenía: «El cuerpo, que siempre ha sido considera-
do un signo cultural, limita los significados imaginarios que origina, pero nunca se desprende
de una construcción imaginaria» (Butler, 2001a: 159).
18. Cada una de estas figuras subvierte el esquema lacaniano descripto en «La significa-
ción del falo» (1987) donde se narra el acceso diferencial de los cuerpos a las posiciones se-
xuadas dentro de lo simbólico. Allí, la posición mujer se determina por «ser el falo» y la del
hombre por «tener el falo». Sin embargo, en la lectura de Butler, la economía simbólica fun-
ciona, precisamente, porque su significante privilegiado, el falo, es esencialmente transferible
(como quedaría demostrado por las figuras abyectas necesarias para que tal economía signi-
ficante funcione, mediante el repudio y el temor al castigo en caso de identificación).
164
Oriana Seccia • Entre los afectos y los discursos:. . .
bilidad de su fracaso. En este sentido, para Butler «las “posiciones sexuadas” no son
localidades, sino prácticas citacionales instituidas dentro del terreno jurídico, un ám-
bito de restricciones constitutivas. La encarnación del sexo sería una manera de “ci-
tar” la ley, pero no puede decirse que ni el sexo ni la ley existen antes de sus diversas
encarnaciones y citas» (Butler, 2012a:164).
Antes de proseguir con otros ejes problemáticos de la obra de Butler que nos
resultan relevantes, nos gustaría detenernos en una formulación crítica sobre los mo-
dos de anudar el funcionamiento del dispositivo de producción identitaria – su ope-
ratoria performativa – y los modos de resistencia que le son co-extensos. Como ob-
servamos, al ser tanto el sexo como el género identificaciones, su producción está
inscripta en un proceso temporal que, al necesitar de su iteración para la preserva-
ción de sus efectos, también está expuesta, en su mismo modo de producirse, a una
constante posible des-estabilización. En este sentido, Butler podría sostener que el
dispositivo de producción identitaria no funciona a pesar de sus fallas, sino que fun-
ciona por ellas19 : la apertura que la repetición implica de por sí, como modo de fun-
cionamiento que permite la persistencia de la «estructura» en el tiempo, es la que
hace posible su operatividad. Sin embargo, cabría preguntarse si la «falla» de por sí
implica un cuestionamiento a la operatividad de la estructura, tal como parece su-
gerir Butler con su idea de que los cuerpos «abyectos», al desafiar el marco binario
de inteligibilidad de los cuerpos, hacen estallar la «naturalidad» de tales categorías,
abriéndolas a un posible desplazamiento, ya que pierden operatividad al no poder
abarcar el campo de los posibles con sus términos, que se pretenden totalizantes.
Reiteramos, cabe analizar críticamente el potencial desestabilizador de las fallas del
propio sistema categorial, ya que, como cabe comprobar casi desde la experiencia
cotidiana, la falla del mismo no implica un cuestionamiento del propio criterio. Sin
embargo, dado que algo así como «la experiencia cotidiana» sería un material alta-
mente dudoso para Butler al intentar adoptar un punto de vista crítico, para ampliar
este asunto tomaremos una anécdota tomada de Zerilli, de su libro El feminismo y
el abismo de la libertad (2008). Allí la autora comenta el caso del Comité Olímpico
Internacional, que en 1968 optó por cambiar la prueba de feminidad por inspección
genital a una por cromosomas, sólo para retornar, en 1992, a la prueba por genitales.
Lo que podemos observar en este ejemplo es el hecho de que, a pesar de que el crite-
rio para definir la diferencia sexual se ponga en duda, ésta nunca se pone en cuestión
en sí misma. Es decir, los casos ambiguos, como mucho, llevan a adoptar un cambio
de prueba para asignar la diferencia que en sí misma nunca es puesta en cuestión. A
partir de este ejemplo, Zerilli elaborará una crítica (amistosa) a Butler, desde aportes
de la filosofía de Wittgenstein, Arendt y Castoriadis.
19. Ésta es precisamente la lectura que hace Derrida de los actos performativos fallados
que acechan a los performativos felices. Véase nota al pie nº20.
165
entramados y perspectivas, vol. 5, núm. 5, págs. 153-177 (oct. 2014/sept. 2015)
Por un lado, Zerilli rastrea las influencias derrideanas en la obra de Butler, ha-
ciendo especial énfasis en cómo la lectura de Derrida (cfr. 1998b) sobre los actos per-
formativos de habla de Austin (1995) pasa al texto butleriano,20 en su consideración
de que el fracaso es inherente a la práctica de la cita como su condición misma de po-
sibilidad21 . Debido a esta posibilidad esencial de casos desviados (de citas utilizadas
fuera de contexto, lo que Derrida llama «iterabilidad general») todo acto performati-
vo alberga otras interpretaciones posibles, que le permitiría romper con contextos y
usos previos. Como bien observa Zerilli, Butler y Derrida suponen que la aplicación
exitosa de los conceptos (o la cita «correcta») implican un determinismo del signifi-
cado que conlleva una idea de clausura. Esta autora sostiene:
Por el contrario, ella sostendrá que hay un modo de seguir la regla (de hacer
género, podríamos decir con Butler) que no implica una interpretación, sino que se
relaciona a una comprensión inmediata que se muestra en cómo actuamos. En este
sentido, el género, más que un modo de significar, debería ser comprendido como
un modo de hacer cuyos fundamentos no son íntegramente explicitables, ya que re-
miten a una «forma de vida»22 (Wittgenstein, 2004). Más allá de que Butler también
20. Para Derrida, la posibilidad de la cita, de la iteración – que Austin asocia a los actos de
habla performativos que fracasan, ya que la cita puede ser sacada de contexto – es la condición
de posibilidad de todo acto performativo. En ese texto puede leerse, a modo de comentario de
Cómo hacer cosas con palabras (1995): «Que el valor de riesgo o de exposición al fracaso, por
más que pueda afectar a priori, reconoce Austin, a la totalidad de los actos convencionales, no
es interrogado, como predicado esencial o como ley. Austin no se pregunta qué consecuen-
cias se derivan del hecho de que un posible – que un riesgo posible – sea siempre posible, sea
de alguna manera una posibilidad necesaria. Y si, reconociéndole una posibilidad necesaria
semejante de fracaso, éste es todavía un accidente. ¿Qué es un éxito cuando la posibilidad de
fracaso continúa constituyendo su estructura?» (Derrida, 1998b: 365).
21. En ese sentido, si la resistencia o, más precisamente, el desvío es producido por la pro-
pia matriz de inteligibilidad dominante, ¿qué hace que un desvío sea una oposición a tal ma-
triz? Es decir, ¿cuándo un desvío se convierte en oposición a la matriz que también produce
los casos «normales»? O, en otras palabras, si la estructura falla siempre, ¿por qué se mantiene
como tal? ¿Acaso por las sanciones? Pero, ¿no volvemos así a una noción represiva del poder?
22. En las Investigaciones filosóficas (2004) Wittgenstein plantea como términos insepa-
rables «juego de lenguaje» y «forma de vida», desarrollando una teoría pragmática del signifi-
cado donde éste se desplaza de la función referencial a las prácticas comunitarias donde las
palabras son utilizadas. «El significado de una palabra es su uso en el lenguaje» (Wittgenstein,
2004: §43) es la frase que generalmente es citada a modo de síntesis de esta perspectiva. Sin
embargo, en esta ocasión, nos gustaría centrar la atención en la imposibilidad de dar una de-
finición exhaustiva de un término, ejemplificada por Wittgenstein cuando intenta definir el
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Oriana Seccia • Entre los afectos y los discursos:. . .
postula al género como un hacer (y no considera correcta una división ontológica ta-
jante entre decir y hacer), tal vez el hecho de que elija conceptualizar al género como
una cita da cuenta del excesivo peso que se le atribuye al poder del lenguaje como
determinante. Por el contario, sugiere Zerilli (siguiendo las consideraciones de Witt-
genstein respecto a la definición de juego23 ), tal vez el género no tiene un fundamento
pasible de ser expuesto. Es esta pequeña crítica la que tiene ciertas posibles conse-
cuencias para el proyecto político-teórico de Butler que nos gustaría considerar.
Reiteradas veces sostiene Butler que el modo en el cual se teorizan las identi-
dades tiene implicancias en los modos de la política feminista. Sin embargo, cabría
intentar deslindar perspectiva epistemológica (correcta) de acción política a seguir,
para evitar caer en una reducción de la política a la técnica, es decir, dejarla en ma-
nos de quienes «saben del asunto», están en lo cierto y no erran los presupuestos
epistemológicos con los cuales hay que acercarse a la diferencia sexual o la serie de
problemas teóricos que el movimiento feminista ha inscripto en el pensamiento so-
cial. Desde la perspectiva de Arendt (1993), pero también la de Castoriadis (2010), la
política es un ámbito donde la acción es siempre un riesgo, y así, la política es un
aparecer en público donde ninguna acción puede ser medida en sus últimas con-
secuencias. Pensar a la política como técnica (como la aplicación de un saber que
permite predecir y controlar casos) excluye a ciertos ciudadanos de la polis, como así
también hace de la historia un ámbito cerrado (Castoriadis, 2010), donde ninguna
contingencia y ninguna diferencia (para decirlo en términos más cercanos a Butler)
se podría inscribir en la repetición mediante la cual nos constituimos. Estar atentos
(como lo está Zerilli) ante estas posibles implicancias de algunos postulados butle-
rianos nos permite, por un lado, comprender a su teoría del drag como género (por
ejemplo) como un ejercicio de imaginación (político), de apertura del mundo me-
diante el extrañamiento (Shklovsky, 1999) tal como los formalistas rusos entendían
que lo hacía el arte24 – y no como una revelación de cómo realmente se produce el
término «juego» (Ibíd.: 21). Traemos a colación este ejemplo en esta ocasión ya que creemos
que esta imposibilidad de agotar un término a partir de una definición verbal es esencial para
comprender que un juego de lenguaje debe ser puesto en conexión con una forma de vida para
poder ser comprendido: los términos de un lenguaje no son plausibles de ser comprendidos en
términos exclusivamente lingüísticos; sin remitirse a las prácticas comunitarias en las cuales
tales expresiones son utilizadas ellas no son comprensibles, por un lado, y por otro, es ello mis-
mo lo que las hace, por definición, indefinibles sólo en términos de significación lingüística.
Creemos que este matiz interpretativo es el que Zerilli intenta contraponer al excesivo poder
de cierre que Butler le atribuye a las prácticas lingüísticas (que son también, en su perspectiva,
consideradas modos de hacer, pero de manera diferente).
23. Wittgenstein, 2004: §3.
24. En «El arte como artificio» Shklovsky (1978) sostiene: «La automatización devora los
objetos, los hábitos, los muebles, la mujer y el miedo a la guerra. “Si la vida compleja de tanta
gente se desenvuelve inconscientemente, es como si esa vida no hubiese existido [retoma en
esta cita unas palabras de Tolstoi]”. Para dar sensación de vida, para sentir los objetos, para
percibir que la piedra es piedra, existe eso que se llama arte. La finalidad del arte es dar una
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entramados y perspectivas, vol. 5, núm. 5, págs. 153-177 (oct. 2014/sept. 2015)
Identificaciones y afectos: ¿por qué nos damos vuelta ante el llamado de la Ley?
sensación del objeto como visión y no como reconocimiento: los procedimientos del arte son
el de la singularización de los objetos, y el que consiste en oscurecer la forma, en aumentar
la dificultad y la duración de la percepción (. . . ) El arte es un medio de experimentar el devenir
del objeto: lo que ya está “realizado” no interesa para el arte» (Shklovsky, 1978: 60, cursiva en el
original).
25. Para una profundización de una crítica en esta línea, retomando las discusiones polí-
ticas del feminismo histórico pero, sobre todo, contemporáneo, véase Zerilli (2008).
26. Butler retoma la conceptualización de Freud al respecto desarrollada en «Duelo y me-
lancolía» (1996). En términos generales, Freud describe allí a la melancolía como el estado
anímico que habita a un sujeto en tanto éste se encuentra atravesando un proceso de duelo
incompleto (ya que, para Freud, a diferencia de Butler, un duelo puede completarse).
27. Por otra parte, Butler se detendrá explícitamente sobre la teoría de la interpelación
de Althusser, sugiriendo que la ilustración de la interpelación ideológica a partir del Aparato
Ideológico del Estado (AIE) religioso no es casual, sino que la interpelación ideológica así des-
cripta está calcada del performativo divino, dejando menos espacio del que es posible para la
resistencia.
168
Oriana Seccia • Entre los afectos y los discursos:. . .
«Si es imposible que el sujeto se forme sin un vínculo apasionado con aquéllos a quienes
está subordinado, entonces la subordinación demuestra ser esencial para el devenir su-
jeto. En tanto que condición para devenir sujeto, la subordinación implica una sumisión
obligatoria. Por otra parte, el deseo de supervivencia, el deseo de “ser”, es un deseo am-
pliamente explotable. Quien promete la continuación de la existencia explota el deseo
de supervivencia» (Butler, 2001b: 18, las cursivas son mías).
28. La tesis doctoral de Butler, Sujetos de deseo. Reflexiones hegelianas en la Francia del
siglo XX (Butler, 2012b) estudia la herencia hegeliana de ciertos autores que se inscribieron a
sí mismos – a veces problemáticamente – en esa estela (Sartre, Hypolite, Kojève, Lacan), pero
también (cuestionablemente) la de autores como Foucault, Derrida y Deleuze, quienes preci-
samente han intentado (y creo, logrado) pensar al sujeto y al devenir histórico por fuera de la
dialéctica hegeliana.
29. En su modo de heredar ciertas conceptualizaciones de aquel amplio campo que llama-
mos «psicología», Butler se aleja de aquellas teorías psicoanalíticas que conciben a lo psíquico
como independiente de lo social. Para ella, la constitución de la psiquis y la conciencia es so-
cial, histórica (por ejemplo, la socialidad melancólica propia de la sociedad heterosexual se
debería al repudio de un objeto de amor homosexual, que, como tal, no puede ingresar como
objeto y entonces es imposible realizar con él un proceso de duelo).
30. Comentando la pérdida de un ser querido, Butler afirma: «No es como si un “yo” exis-
tiera independientemente por aquí y que simplemente perdiera a un “tú” por allá, especial-
mente si el vínculo con ese “tú” forma parte de lo que constituye mi “yo”. Si bajo estas con-
diciones llegara a perderte, lo que me duele no es sólo la pérdida, sino volverme inescrutable
para mí. ¿Qué “soy”, sin ti?» (Butler, 2006: 48).
31. «la existencia del sujeto no puede ser garantizada lingüísticamente sin una vinculación
apasionada a la ley» (ibíd.: 143).
32. Por ejemplo: «. . . este “yo” que los lectores leen es, en parte, consecuencia de la gra-
mática que rige la disponibilidad de personas en el lenguaje (. . . ) Lo que significa que usted,
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te: «. . . para Deleuze, la teoría de las fuerzas reemplaza a la doctrina de las relaciones internas
de Hegel como garante del principio de plenitud» (Butler, 2012b: 301, cursiva en el original).
35. En un libro aún más reciente en la producción de la autora, Vida precaria (2006), pu-
blicado en inglés en el 2004, puede leerse: «Pedir reconocimiento u ofrecerlo no significa pedir
que se reconozca lo que uno ya es. Significa invocar un devenir, instigar una transformación,
exigir un futuro siempre en relación con el Otro. También significa poner en juego el propio
ser y persistir en él, en la lucha por el reconocimiento. Quizá se trate sólo de una versión de
Hegel (. . . )» (Butler, 2006: 72).
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entramados y perspectivas, vol. 5, núm. 5, págs. 153-177 (oct. 2014/sept. 2015)
afirmación.36 Veamos, por ejemplo, cómo recupera a Nietzsche Butler para pensar la
formación del espacio psíquico o la conciencia:
«Si, siguiendo a Nietzsche, aceptamos que el sujeto es formado por una voluntad que se
vuelve sobre sí misma, adoptando una forma reflexiva, entonces el sujeto sería la mo-
dalidad del poder que se vuelve contra sí mismo; el sujeto sería el efecto del poder en
repliegue» (Butler, 2001b: 17)
36. Compárense las valoraciones posteriores de Butler sobre la lucha con, por sólo citar
uno, este fragmento de Nietzsche: «El hombre perteneciente a una época de disolución (. . . )
tal hombre de las culturas tardías y de las luces refractadas será de ordinario un hombre bas-
tante débil: su aspiración más radical consiste en que la guerra que él es finalice alguna vez;
la felicidad se le presenta ante todo, de acuerdo con una medicina y una mentalidad tranqui-
lizantes (por ejemplo, epicúreas o cristianas), como la felicidad del reposo, de la tranquilidad
, de la saciedad, de la unidad final, como “sábado de los sábados” (. . . )» (Nietzsche, 1997, af.
200: 129-130).
37. Siguiendo a Freud, Butler (2001b) diferencia a la represión de la forclusión. En el pri-
mer caso, se trataría de un mecanismo de negación de un objeto que se encuentra inmerso
en el psiquismo individual, mientras que los objetos forcluidos no llegan a constituirse como
objetos interiores al psiquismo. Según la lectura de Butler, en algún punto, la operación de for-
clusión de algunos objetos es la que permite a éste constituir la frontera entre un adentro y un
afuera.
172
Oriana Seccia • Entre los afectos y los discursos:. . .
por aquellos objetos de amor que están perdidos de ser perdidos.38 Así Butler hablará
de una negación/preservación melancólica de la homosexualidad en la producción
del género dentro del marco heterosexual (cfr. Butler, 2001a) – nuevamente podemos
rastrear la influencia hegeliana en la terminología adoptada – donde la interioriza-
ción de la prohibición es parte fundamental de los marcos que habilitan la formación
de la identidad.
38. «Al fijar el campo mismo de lo que está sujeto a represión, la exclusión opera antes que
la represión, es decir, en el establecimiento de la Ley y sus objetos de subordinación» (Butler,
2001a: 135). De este modo: «La pérdida del objeto heterosexual, afirma Freud, culmina en el
desplazamiento de ese objeto, pero no del objeto homosexual; por otra parte, la pérdida del
objeto homosexual exige la pérdida del objetivo y del objeto. En definitiva, no sólo se pierde el
objeto, sino que se niega completamente el deseo, de modo que “nunca perdí a esa persona
y nunca amé a esa persona y, de hecho, nunca sentí para nada ese tipo de amor”» (ibíd.: 156,
cursiva en el original).
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entramados y perspectivas, vol. 5, núm. 5, págs. 153-177 (oct. 2014/sept. 2015)
Este lineamiento político para producir un mundo vivible para más personas
pone a Butler en una encrucijada incómoda: por un lado, advierte en contra de una
síntesis imposible (en contra de Hegel), en el sentido de que cualquier discurso o
identidad que se presente como universal, en todo caso, es un particular devenido
universal, pero, por otra parte, persiste en la necesidad de buscar un reconocimiento
(à la hegeliana). En esta insistencia de inscribir a la producción identitaria en una dia-
léctica ineludible por el reconocimiento, no parece ser posible que pueda haber algo
liberador en «devenir imperceptible» (Deleuze y Guattari, 2010) o que la indiferen-
cia pueda tener un valor político deseable.39 Creemos que esta sensibilidad política
– inescindible de la imaginación teórica de Butler – se expresa en su intervención en
el documental fílmico Examined life (Taylor, 2008). En esa película Butler se pasea
por las calles y negocios de San Francisco junto con una amiga – Sunaura Taylor –
cuya morfología no es «normal» y, a pesar de que ello funcionalmente no le impide
hacer cosas para poder manejarse en su vida cotidiana, produce en otros una inco-
modidad que muestra los límites normativos que conjugan a estos cuerpos diferen-
tes a los márgenes de la vida social. En este sentido, el problema que Butler decide
mostrar tiene como trasfondo implícito una problematización política donde la op-
ción política deseable sería aquella donde esa diferencia pudiera vivir sin marca, en
tanto opción de subversión del orden. Sin embargo, nos preguntamos ¿esta forma
de problematización teórica nos permite pensar a la pobreza, a la desigualdad en la
distribución del ingreso? Nos preguntamos, siguiendo a Butler contra Butler, ¿qué to-
39. Para que sea un poco más claro, permítasenos un ejemplo: en Argentina, en las sema-
nas previas a la sanción de la ley 26.618 del Código Civil, conocida como «Ley de matrimonio
igualitario», se vieron diversos debates en la esfera pública y mediática, donde algunas posicio-
nes argumentaban que se trataba de lograr un «reconocimiento» de las identidades sexuales
gay y lesbiana. Más allá de la obviedad de que la ley era un avance en contra de la discrimina-
ción por orientación sexual, es decir, que el Estado reconociera iguales derechos a sus ciudada-
nos independientemente de su orientación sexual, al plantear la necesidad del reconocimien-
to de la diferencia como diferencia, se dejaba de lado el hecho de que la igualdad respecto a la
orientación sexual podría estar garantizada precisamente cuando la elección sexual no hege-
mónica sea indiferente, no cuando queda marcada. Para decirlo con mayor simpleza, muchos
de los argumentos esbozados incluso por muchos de los activistas y organizaciones LGTBI no
podían concebir que la victoria en la lucha contra la discriminación sería, precisamente, que
la elección sexual no importe, que no sea marcada (en el sentido de que dentro de la matriz de
la heterosexualidad obligatoria ser heterosexual es el término no-marcado).
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Oriana Seccia • Entre los afectos y los discursos:. . .
«La burguesía (. . . ) se dotó, en una afirmación política arrogante, de una sexualidad par-
lanchina que el proletariado por mucho tiempo no quiso aceptar, ya que le era impues-
ta con fines de sujeción. Si es verdad que la “sexualidad” es el conjunto de los efectos
producidos en los cuerpos, los comportamientos y las relaciones sociales por cierto dis-
positivo dependiente de una tecnología política compleja, hay que reconocer que ese
dispositivo no actúa de manera simétrica aquí y allá, que por lo tanto no produce los
mismos efectos. Hay pues que volver a formulaciones desacreditadas hace mucho tiem-
po; hay que decir que existe una sexualidad burguesa, que existen sexualidades de clase.
O más bien que la sexualidad es originaria e históricamente burguesa y que induce, en
sus desplazamientos sucesivos y sus transposiciones, efectos de clase de carácter espe-
cífico» (Foucault, 2009: 122-123)
Conclusiones
175
entramados y perspectivas, vol. 5, núm. 5, págs. 153-177 (oct. 2014/sept. 2015)
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Castoriadis, C. (2010): La institución imaginaria de la sociedad. Buenos Aires: Tusquets.
176
Oriana Seccia • Entre los afectos y los discursos:. . .
177
La crisis de la sociedad y la construcción
del sujeto político desde la perspectiva de
Durkheim, Tönnies y Weber
last objective would be to identify the political subject, agent of change, which each of
the three authors considered capable of preventing the evils raised in modernity during
the «pass» from community to society.
Keywords: Political Subject; community; society; modernity; capitalism
Introducción
1. En los trabajos de Max Weber no se vislumbra necesariamente una dicotomía entre so-
ciedad y comunidad tan explícita, sino más bien en la forma de relación social que cada etapa
histórica determina; sobre todo considerando que la relación social es uno de los conceptos
que más preocupan al autor dentro del marco de una sociología comprensivista que implica
la explicación de las acciones sociales llevadas a cabo por un sujeto activo que orienta sus ac-
ciones a las acciones de los otros, buscando reciprocidad. Las referencias concretas traducidas
al español refieren principalmente a actuar en sociedad y actuar en comunidad, o comuniza-
ción. Incluso, en muchos casos actuar en sociedad y actuar por consenso, dentro de la obra de
Weber, refieren a formas de actuar en comunidad (Geicsnek; 2012). No obstante esto, creemos
que en el recorrido de su trabajo, Weber elabora las explicaciones históricas que permiten ha-
blar de un paso de la comunidad a la sociedad y habilita a comparar su producción con la de
Tönnies y Durkheim.
180
Adrián Pablo Berardi Spairani • La crisis de la sociedad. . .
tido, pensar la idea de un Sujeto Político como actor capaz de evitar los males susci-
tados en la sociedad, nos pone en el desafío no sólo de encontrar al agente sino tam-
bién de interpretar su accionar y las herramientas que pone en marcha. Nos vemos
en la necesidad de analizar qué elementos de la comunidad consideran los autores
referenciados necesarios recuperar en la sociedad para evitar la desintegración social
tan temida. Para ello, la discusión entre la idea del individuo y la idea del colectivo se
encontrará siempre dispuesta a reaparecer en este trabajo y propondrá lineamientos
suficientemente claros para comprender el lugar del individuo en la modernidad.
Sin duda sería un error afirmar que Tönnies, Durkheim o Weber plantean la
existencia de un agente de cambio (sujeto político o agente revolucionario) en el mis-
mo sentido que Karl Marx consideró a la clase obrera en el desarrollo de su obra (Cliff;
1994); sin embargo, nos valdremos de la importancia en la construcción de agentes
capaces de evitar la desintegración social, rescatando los elementos sobresalientes
en el pensamiento de estos teóricos. A partir de esta argumentación, nuestra hipó-
tesis de trabajo plantea que los tres autores de referencia construyen los elementos
necesarios para dar a conocer las acciones que permiten pensar en un sujeto político
desde su argumentación político utópica en torno al paso de la comunidad a la so-
ciedad, sin necesariamente plantear un retorno al pasado, pero sí la revalorización y
puesta en práctica de ciertos aspectos de la comunidad.
Para poder confirmar nuestra hipótesis nos detendremos en tres apartados, el
primero haciendo referencia a las trasformaciones generadas por el paso de la co-
munidad a la sociedad, tomando los conflictos que genera la sociedad; el segundo
hará alusión a las alternativas que proponen cada uno de los autores; y por último, y
a modo de conclusión, reconstruiremos los elementos en común que se encuentran
en cada uno de los autores para llegar a la conformación del agente político.
Entendemos que las propuestas, tanto intelectuales como políticas, de los au-
tores tienen ciertas diferencias entre sí, y los trabajos llevados adelante hasta el mo-
mento han intentado encontrar cierta continuidad, preferentemente entre las posi-
ciones de Tönnies y de Durkheim (Brint; 2001). Esta situación nos permite inferir que
una comparación entre los tres autores requiere de cierto esfuerzo académico por
encontrar hilos de continuidad y de ruptura, que no son tan explícitos, y que necesa-
riamente marcan ciertas contradicciones que pueden llevar a olvidar que el objetivo
último es el análisis del actor que logre evitar la desintegración de los lazos.
Ciertamente, luego de más de doscientos años de trabajo sociológico sobre la
obra de estos autores, se hace imposible abarcar todas las investigaciones que se lle-
varon adelante y poner en discusión cada uno de los posicionamientos respecto al
paso de la comunidad a la sociedad, y la emergencia de un agente político; por esto,
a los fines académicos de este trabajo, intentaremos realizar un recorte por demás
sustancial de las ideas de los autores analizados, esperando ser precisos, quedando
sin duda el desafío de avanzar – en futuros trabajos – en esos aspectos dejados de
lado en el presente.
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entramados y perspectivas, vol. 5, núm. 5, págs. 179-201 (oct. 2014/sept. 2015)
pojo de las relaciones que determinaron la historia biográfica de cada uno de esos sujetos.
Por otra parte, vivir en un lugar nuevo, repleto de individuos desconocidos y con los que so-
lo se comparte un interés material (trabajar en la industria y sobrevivir), genera un proceso
de desgarramiento y una distancia entre los sujetos que apenas tienen en común un interés
mercantil.
5. Para Tönnies, la comunidad genera un vínculo entre los individuos donde los fines que
persiguen estos son siempre colectivos; los lazos están mediados por relaciones de cercanía
(la familia, la aldea, la amistad); estas relaciones se dan de manera natural u orgánica. Los
individuos se encuentran unidos no como extraños sino como miembros íntegros de un todo
(Tönnies; 1974).
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«La comunidad de intereses ocupaba el lugar de los lazos de la sangre. Los miembros
hasta tal punto se miraban como hermanos, que a veces se daban entre ellos este nom-
bre. La expresión más ordinaria es verdad que era la de sodales; pero esta palabra misma
expresa un parentesco espiritual que implica una estrecha confraternidad» (Durkheim;
2004:18).
En base a la percepción de estos tres autores, encontramos que existe una coin-
cidencia en considerar que la sociedad construye un tipo de vinculación entre los in-
dividuos que tiende a desarticular sus antiguos lazos, creando nuevos tipos de víncu-
los, donde el principal peligro es sin duda la tendencia a la individualización y el
9. Émile Durkheim entenderá este paso de la comunidad a la sociedad utilizando los tér-
minos de solidaridad mecánica y solidaridad orgánica, mostrando la transformación histórica
a la que hacemos referencia en este trabajo.
10. La racionalidad constituye un elemento fundamental en el desarrollo de la economía
capitalista a partir del avance de la industrialización, esto conlleva un avance de los procesos
técnicos y el surgimiento de la idea de que la capacidad humana de conocimiento es ilimita-
da. La racionalidad justamente fomenta la capacidad de decisión de las personas y al mismo
tiempo promueve la tecnificación por medio de la ciencia. De esto se deduce que el profesio-
nalismo que confiere el proceso industrial, viene relacionado al surgimiento de la racionalidad
a fin de establecer relaciones de intercambio que determinan los nuevos vínculos de la socie-
dad.
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«La moral que corresponde a ese tipo social ha retrocedido, pero sin que el otro se desen-
volviera lo bastante rápido para ocupar el terreno que la primera dejaba vacío en nues-
tras conciencias. Nuestra fe se ha quebrantado; la tradición ha perdido parte de su im-
perio; el juicio individual se ha emancipado del juicio colectivo. Mas, por otra parte, las
funciones que se han disociado en el transcurso de la tormenta no han tenido tiempo de
ajustarse las unas a las otras; la nueva vida que se ha desenvuelto como de golpe no ha
podido organizarse por completo, y, sobre todo, no se ha organizado en forma que satis-
faga la necesidad de justicia, que se ha despertado más ardiente en nuestros corazones»
(Durkheim; 2004: 403-404).
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Adrián Pablo Berardi Spairani • La crisis de la sociedad. . .
11. Decimos similares y no iguales, en tanto desde nuestra perspectiva sería un error con-
siderar la posibilidad de la existencia de relaciones comunales idénticas en la sociedad, debido
a que, como ha quedado dicho, la comunidad como tal es irrecuperable e insustituible.
12. En este punto es importante una aclaración que sostiene este argumento, porque
mientras que en la comunidad esos lazos de unidad y fines comunes se conformaban de mane-
ra natural, en la sociedad esta esencia natural de unidad, dentro de un sistema individualista,
comienza a desintegrarse; por eso, para continuar este bosquejo debemos entender a la co-
munidad como el «el reino de la Wesenwille, o voluntad esencial, natural y orgánica, y (. . . ) la
sociedad, basada en la Kürwille, la voluntad racional o reflexiva» (De Marinis; 2005: 4).
13. Recordemos que en su trabajo «Economía y Sociedad», Weber marca estas diferen-
cias entre comunidad y sociedad utilizando la diferenciación de dos tipos de relaciones: Ver-
gemeinschaftung para hacer referencia a un tipo de relación basado en la pertenencia común,
y Vergesellschaftung para un tipo de relación sostenido por intereses motivados racionalmente
y con arreglo a fines (De Marinis; 2005).
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14. En este punto es necesario comprender que los tres autores, y vistos los cambios gene-
rados por el origen de la sociedad moderna y el fin de los lazos y la vida en común que genera
el fin de la comunidad, volcaron sus intereses intelectuales y políticos en la búsqueda de cier-
tos marcos de acción para el establecimiento de un orden. Veremos que en el caso de Weber
la idea de orden es más transparente que en Tönnies o Durkheim, sin embargo es por demás
interesante, antes de avanzar en los argumentos, comprender que ninguno de los autores aus-
picia y/o elabora un plan político que tienda a una transformación general de la organización
societal – o un programa revolucionario – sino que se encuentran preocupados por el soste-
nimiento de un ordenamiento que permita mantener la unidad, y visto a la distancia, nutrir el
sistema capitalista emergente.
188
Adrián Pablo Berardi Spairani • La crisis de la sociedad. . .
15. Como veremos más adelante, ese orden legítimo es lo que nos permite pensar en la idea
de unidad detrás de un tipo de dominación legal racional que reemplaza en la modernidad a
la dominación tradicional.
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La discusión sobre lo que se entiende por sujeto político sin duda constituye un
argumento que excede al presupuesto de este trabajo, sin embargo a los fines prác-
ticos, y con el objetivo de analizar las posiciones respecto a las propuestas de los au-
tores expuestos, vamos a entender que el sujeto político, en este caso específico, es
el agente de cambio capaz de evitar todo peligro de desintegración; por ende el ac-
tor político es aquel que pone en marcha los mecanismos de acción que permiten el
sostenimiento de los vínculos sociales.
En el caso de Durkheim, pero también Tönnies, ese agente sin duda debe ser
un actor colectivo: la «reconstrucción moral solo puede obtenerse mediante reunio-
nes, asambleas y congregaciones en las que los individuos, en estrecha proximidad,
reafirmen en común sus sentimientos comunes» (Durkheim; 2008: 641). Sin embar-
go, y a pesar de afirmar la existencia fundamental de las asociaciones políticas como
actores imprescindibles en el sostenimiento de los lazos sociales, la idea de actor co-
lectivo en Weber no es tan clara, la valoración del tipo de relaciones que los sujetos
sostienen entre sí y el rol fundamental del Estado en el mantenimiento de un orden,
bajo un tipo de dominación racional (característica de la modernidad) y un fuerte
sistema burocrático, nos niega la posibilidad de encontrar ese agente colectivo que
sí se vislumbra más claramente en Durkheim y Tönnies; sin embargo, entendemos
que la idea de asociaciones como instrumentos de unidad dentro de la sociedad es
común a los tres autores.
En la idea de la construcción del sujeto de cambio, como el garante del sosteni-
miento de los lazos sociales que eviten la desintegración en la sociedad, Durkheim,
Tönnies y Weber coinciden en la valoración del agente político, por este motivo lo pri-
mero que debemos comprender es que ese agente, en la sociedad, nace a partir de la
recuperación de las formas comunales de relación y vínculo entre los individuos (Sa-
sín; 2010), de esta forma la creación de gremios, asociaciones, corporaciones, etc.,16
forman parte del argumento que sostienen los autores, como agentes capaces de evi-
tar y/o contrarrestar el mal que genera la sociedad. No obstante, en el caso particular
de Weber, sin duda ese actor está constituido dentro de los marcos de la actividad
16. En algunos trabajos, Durkheim hace mención a este tipo de organizaciones como aso-
ciaciones intermedias.
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Adrián Pablo Berardi Spairani • La crisis de la sociedad. . .
17. Weber hace referencia a «comunidades» para consignar los diferentes grupos que par-
ticipan en la vida social, a los fines de este trabajo consideramos que no es posible hablar de
una comunidad sino de comunidades, en plural, para dar lugar a las distintas asociaciones que
interactúan en la sociedad.
18. Hablamos de corporación pensando en sindicatos, organizaciones de profesionales,
etc.
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ducción sino también en los vínculos sociales que se establecen; en este punto es el
Estado quien tiende a garantizar la supervivencia, por medio de su estructura buro-
crática, en el sistema capitalista,19 Entonces, siguiendo esta perspectiva, si bien no
hay un remplazo bis a bis, sí surge la idea de la comunidad nacional como un lugar
donde median intereses en común, y esta comunidad estará integrada al Estado co-
mo instrumento de unidad, dominación y orden. Esto no significa que la comunidad
nacional constituya un actor político, sino que en todo caso es dentro de esa comu-
nidad nacional donde los actores políticos llevan adelante sus disputas, donde los
distintos intereses, claramente heterogéneos dentro del sistema capitalista, se uni-
fican en búsqueda de un destino común y donde un orden legítimo y la autoridad
garantizan la unidad. Es por medio de estas ideas que Weber propone «eyectar la lu-
cha de clases hacia el espacio de la comunidad nacional-estatal» (Haidar; 2010:19),
sosteniendo la búsqueda de un bien común, el orden social y una identidad nacional.
Por otra parte, el aspecto asociativo que le dan Durkheim y Tönnies a las corpo-
raciones económicas, Weber se lo dará a las asociaciones políticas, como los clubes
o los partidos (Weber; 2008), por ello sostiene que una comunidad política «no es
meramente económica» (Weber; 2008, 661), sin embargo sí es una asociación que
comparte un ordenamiento y que determina la existencia de vínculos comunales,
como la cultura, la lengua, las creencias, etc.20 (Weber; 2008). En este sentido, Weber
(2010) mantiene la idea de que los partidos políticos son asociaciones que tienen ob-
jetivos transmitidos por la tradición, por ende son agentes capaces de evitar la desin-
tegración de los lazos sociales; sin embargo estos partidos integrarán, pero también
determinarán, una disputa al interior de la comunidad nacional estatal.
Por su parte, Durkheim, tal como venimos sosteniendo, llamará la atención so-
bre las asociaciones intermedias, no solo por ser las bases de la organización política
sino también porque logran unificar intereses en común: «los sentimientos que re-
sultan de las acciones y las reacciones que intercambian los individuos asociados son
los únicos que están por encima de los sentimientos individuales» (Durkheim; 2003;
19. «La “comunità d’interessi” che reggeva la struttura del potere patriarcale (e che lì corris-
pondeva alla base materiale del rapporto: servitù in cambio di limitazione dello sfruttamento
economico da parte del signore e della garanzia della sopravvivenza) è svuotata e capovolta, a
causa della mutata struttura della sua base materiale (dalla proprietà dei mezzi di produzio-
ne e di amministrazione all’espropriazione), in una comunità della disciplina e dell’impresa,
cioè in una comunità dell’assoggettamento sul terreno del moderno capitalismo burocratizza-
to (in cui nuovamente l’obbedienza al comando d’impresa e a quello dello Stato è ricambiata
dall’indispensabilità della macchina per la sopravvivenza)» (Ferraresi; 2014:160).
20. Está claro que en el pensamiento weberiano, la cuestión de la violencia y la coacción
es determinante en la formación de las comunidades políticas, a modo práctico hemos deci-
dido en este trabajo no tomar dicho aspecto, concentrándonos en el valor de las tradiciones y
los elementos que unifican a los integrantes de las comunidades que no por ello dejan de ser
fundamentales en el análisis político de dicho autor; en tanto el carácter coercitivo del Esta-
do, conlleva el mantenimiento de un orden y plantea exigencias a cada uno de los individuos
(Geicsnek; 2012).
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Adrián Pablo Berardi Spairani • La crisis de la sociedad. . .
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Sobre el Estado
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Adrián Pablo Berardi Spairani • La crisis de la sociedad. . .
desde abajo. Sin embargo, en el caso de Weber, podemos encontrar muchas marchas
y contramarchas a lo largo de sus elaboraciones teóricas, que hacen que su planteo
utópico político sea por demás escéptico, situación que impide encontrar un agen-
te de cambio concreto; no obstante esto, es posible localizar «salidas», alternas, no
siempre duraderas, a la crisis de la modernidad. Al mismo tiempo, hemos dado cuen-
ta que desde la perspectiva de este autor las definiciones en torno a la comunidad na-
cional, Estado, autoridad y legitimidad, nos permite pensar que la construcción de
unidad, más allá de los espacios asociativos, se encuentra vinculada principalmen-
te a una construcción monopolizante desde arriba y que es reflejada en la idea de
Estado Nacional.
No obstante, este trabajo planteó la necesidad de encontrar al sujeto político
que, en la elaboración de los autores, permitiría evitar la destrucción de la sociedad;
nos hemos puesto como desafío comprender que no es necesario personalizar a esos
actores sino en todo caso encontrar los instrumentos y los recursos que son pertinen-
tes para descubrir a ese agente de cambio. Lo fundamental, desde nuestra perspec-
tiva, era darle entidad a un conjunto de elementos propuestos como las armas de
lucha contra la desintegración, y si bien es cierto que algunas de esas herramientas
son compartidas por los tres autores, como las asociaciones, también es cierto que
la discusión en torno a su aplicación es vasta y diversa, por lo que no ha podido ser
plasmada en su totalidad en este trabajo.
Por lo antedicho, estas conclusiones no cierran la discusión, en tanto el fac-
tor fundamental que une el proyecto teórico político utópico de los tres autores no
es necesariamente el retorno a la comunidad, que como se sostuvo inicialmente es
imposible; en todo caso ellos coinciden en que los elementos – morales, religiosos,
tradicionales, legítimos, etc. – que hacen al fortalecimiento de los lazos entre los in-
dividuos son los únicos capaces de evitar la desintegración, en tanto promueven una
vida en común, basada en la unidad entre los individuos. Por otra parte, es perti-
nente aclarar que no hemos profundizado en los conflictos que pueden surgir de los
postulados expuestos en tanto no fue una formulación planteada en este trabajo. En-
tendido esto, y afirmando que el principal peligro de la sociedad es el individualismo,
el sujeto político emergente en sociedad – y necesario para evitar los males que esta
puede generar – no puede ser otro que un sujeto colectivo que represente los valo-
res comunes, así «lo común»24 constituye el principal elemento de la construcción
política utópica. Pero esto no resta la necesidad de pensar las diferencias que se ins-
criben en la perspectiva de cada uno de los autores trabajados, en tanto mientras
que los casos de Durkheim y Tönnies, el actor colectivo es visiblemente claro en las
asociaciones, principalmente sindicales; en el caso de Weber este sujeto es menos
trasparente y surge la idea de un individuo que se vincula con los otros por medio de
relaciones sociales orientadas a fines, donde el rol del Estado, la comunidad nacio-
nal y la autoridad legítima, constituye una variante de unidad y orden social mucho
24. Al mencionar «lo común» hacemos referencia a las condiciones, instancias, espacios
etc. compartidos por los individuos.
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más fuerte que la que podrían surgir en los grupos o asociaciones de la sociedad ci-
vil. En cierto punto, el principal inconveniente que rodea la idea de un actor político
(y colectivo) en Weber, y que difiere de la perspectivas en torno a los otros dos auto-
res, es que en su planteo político no involucra «una teoría de los sujetos colectivos
históricos» (Rodríguez Sánchez; 1997: 8).
Al mismo tiempo, si bien es cierto que lo colectivo funciona como elemento de
lucha y transformación, es pertinente aclarar que ese colectivo debe buscar el bien
común y sostenerse por medio de un conjunto de valores capaces de evitar el indi-
vidualismo, el egoísmo y, al fin y al cabo, una disputa entre los integrantes de la so-
ciedad. Sin duda este agente político está referenciado en las asociaciones, en el caso
de Durkheim y Tönnies específicamente en las ligadas al trabajo en la era capitalista
– ya sea obreras o profesionales – mientras que en el caso del planteamiento de We-
ber, las asociaciones de mayor importancia son principalmente las que él denomina
políticas – y que integran la comunidad nacional – como actores que mantienen los
mayores niveles de valores comunes y por ende de unidad (Haidar; 2010).
También debemos sostener que para este trabajo se realizó un recorte por de-
más sintético de los elementos que proponen y promueven los autores aquí referen-
ciados, y que no se pretendía ahondar en diferencias sino en todo caso en los puntos
de coincidencia o similitudes que nos permitieran comprender que el problema de
la «sociedad» constituía un factor fundamental en el desarrollo político sociológico
de finales del siglo XIX y principios del XX. Hechas estas aclaraciones que sintetizan
las premisas expuestas en este trabajo, podemos concluir que el sujeto político en
la perspectiva de la comunidad como proyecto utópico político, no es un sujeto de-
terminado, construido y consolidado; el sujeto político capaz de evitar los males que
genera el paso de la sociedad a la comunidad es un actor en constante construcción,
en tanto su principal función es reconstruir y reinventar los elementos que permiten
la unidad de los individuos por medio de los lazos sociales, los cuales deben soste-
nerse por medio de un conjunto de valores morales y las tradiciones que son modifi-
cadas y alteradas constantemente a medida que el desarrollo de la sociedad avanza
y que, sin embargo, revalorizan aquellos elementos que se encontraban presentes en
la comunidad como forma de organización del pasado.
Este sujeto político se construye por medio de factores en común que compar-
ten los individuos, y que al mismo tiempo se ven obligados a pensar colectivamente
en búsqueda de un bien común para evitar la desintegración de la sociedad. Por este
motivo, Tönnies, Durkheim y Weber25 sostienen que las asociaciones, los gremios o
los sindicatos, son agentes políticos capaces de poner en marcha las trasformaciones
25. Es pertinente sostener que en el caso de Max Weber la idea de un actor colectivo, del
sujeto político de cambio, es mucho más difícil de visualizar que en el caso de Tönnies y Durk-
heim. En todo caso lo que este artículo se propuso fue entender que, a pesar de las diferencias
en los posicionamientos respecto de los actores de cambio, los tres autores encuentran sali-
das, más optimistas en el caso de Tönnies y Durkheim y más pesimistas en el caso de Weber,
respecto a las crisis generadas por el surgimiento del sistema capitalista y la modernidad.
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Adrián Pablo Berardi Spairani • La crisis de la sociedad. . .
necesarias para evitar la crisis de la sociedad, en tanto son ellos los que comparten
realidades, identidades e intereses comunes. Los cambios en las relaciones que ge-
nera la modernidad obliga a que los lazos entre los individuos también cambien y
se adapten a la realidad capitalista industrial de la sociedad, pero también les exige
sostener la unidad entre ellos a fin de evitar su desaparición. En este sentido, las aso-
ciaciones constituyen «una personalidad colectiva, con sus costumbres y tradiciones,
sus derechos y sus deberes y su unidad» (Durkheim; 2012: 440).
Por último, en nuestra argumentación hemos hecho mención al Estado y su rol
en la modernidad, en este punto encontramos que Tönnies se distancia de los pos-
tulados de Durkheim y Weber, pero esta distancia no es irreconciliable, en tanto que
para los tres el Estado es un instrumento de la modernidad que representa el valor
coercitivo último capaz de evitar la destrucción de la sociedad, pero al mismo tiempo
es un instrumento moderno, es una autoridad que surge una vez que la organización
comunal tiende a desaparecer. Por este motivo, en este trabajo consideramos que si
bien era pertinente su mención y la argumentación respecto a tal; también es nece-
sario, dejando abierta toda esfera de discusión, mencionar que no es posible pensar
al Estado en los términos de comunidad que intentamos reconfigurar, pero tampoco
como un actor político que logra amalgamar a la sociedad, porque en todo caso el Es-
tado es el resultado de un tipo de organización social que tiende a generar individua-
lidades que solo pueden seguir existiendo bajo una lógica coercitiva que poco tiene
que ver con la lógica moral – aunque también coercitiva – que generan los vínculos
comunales.
Bibliografía
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Ser, saber y poder en Walter Mignolo.
Comunidades colonizadas y
descolonización comunal
Eugenia Fraga*
••
Resumen: La obra de Walter Mignolo, y sobre todo el último tramo de la misma, se ins-
cribe en el paradigma propuesto por los miembros del proyecto Modernidad / Colonia-
lidad. Según este paradigma, el proceso histórico de la modernidad tuvo una contracara
oscura y oculta, que primero tomó la forma del colonialismo y, luego de las independen-
cias de los países colonizados, se transmutó en colonialidad, es decir, en un imperialis-
mo no ya de derecho pero sí de hecho. Más específicamente, la colonialidad atañe a las
diferentes esferas de la vida, y no a una sola: así, se habla de la colonialidad del ser (o de
los modos de subjetivación), del saber (o de los modos de conocimiento) y del poder (o
de los modos de organización). Pero además, los miembros del proyecto no sólo se ocu-
pan de diagnosticar este estado de cosas, sino también de proponer alternativas para
su transformación, es decir, para la descolonización del ser, del saber y del poder. Para
el caso de Mignolo, es especialmente útil abordar estas tres dimensiones del problema
de la colonización / descolonización a partir de uno de sus conceptos centrales: el de la
comunidad. De esta manera, indagaremos en los procesos de resquebrajamiento / su-
pervivencia y asimilación / reflote de los estilos de vida y las epistemologías comunales.
Palabras clave: comunidad, ser, saber, poder
Abstract: The work of Walter Mignolo, and specially the last part of it, inscribes itself in
the paradigm proposed by the members of the Modernity/Coloniality project. Accor-
ding to this paradigm, the historical process of modernity had a dark and hidden face,
which first took the shape of colonialism and, after the independences of the colonized
countries, turned into coloniality, that is to say, from an «de juris» to a «de facto» impe-
rialism. More specifically, coloniality influences the different spheres of life and not just
one of it: this is why we can talk of the coloniality of being (or of the modes of subjectiva-
tion), the coloniality of knowing (or of the modes of knowledge), and the coloniality of
power (or of the modes of organization). Despite this, the members of the project do not
just diagnose the state of things, but they also propose alternatives for its transforma-
tion, that is, for the decolonization of being, of knowledge and of power. In the case of
Mignolo, it is especially useful to tackle these three dimensions of the problem through
the analysis of one of his major concepts: community. In this way, we will search for his
reflections on the processes of breaking down / survival and assimilation / reappearan-
ce of communal ways of life and epistemologies.
Key words: community, being, knowledge, power
Introducción
El presente trabajo tiene como objetivo rastrear las distintas modalidades del
concepto de comunidad en la obra de un autor latinoamericano y latinoamericanista
que en los últimos años ha cobrado creciente relevancia en las ciencias sociales: Wal-
ter Mignolo. La obra de Mignolo puede dividirse en dos partes. Si bien su formación
inicial estuvo asociada a la semiótica y la teoría literaria, y en esa misma dirección se
enmarcaron sus primeras producciones, el último tramo de la misma se inscribe en
el paradigma propuesto por los miembros del proyecto Modernidad/Colonialidad.
Según este paradigma, el proceso histórico de la modernidad tuvo una contracara
oscura y oculta, que primero tomó la forma del colonialismo y, luego de las indepen-
dencias de los países colonizados, se transmutó en colonialidad, es decir, en un im-
perialismo no ya de derecho pero sí de hecho. Más específicamente, la colonialidad
atañe a las diferentes esferas de la vida, y no a una sola: así, se habla de la colonialidad
del ser (o de los modos de subjetivación), del saber (o de los modos de conocimiento)
y del poder (o de los modos de organización). Pero además, los miembros del proyec-
to no sólo se ocupan de diagnosticar este estado de cosas, sino también de proponer
alternativas para su transformación, es decir, para la descolonización del ser, del sa-
ber y del poder. Para el caso de Mignolo, es especialmente útil abordar estas tres di-
mensiones del problema de la colonización/descolonización a partir de uno de sus
conceptos que, como hemos mostrado en otras ocasiones (Fraga, 2015a; 2015b), re-
sulta absolutamente central, tanto para la teoría de Mignolo en particular como para
la teoría social y política en general: nos referimos al concepto de «comunidad».
De esta manera, indagaremos en los procesos de resquebrajamiento / supervi-
vencia y asimilación / reflote de los estilos de vida y las epistemologías comunales.
Más específicamente, dividiremos el trabajo en tres apartados, a través de los cua-
les rastrearemos las problemáticas de la Colonización y descolonización del poder,
la Colonización y descolonización del saber, y la Colonización y descolonización del
ser. Evidentemente, estas tres nociones – ser, saber y poder – en su doble comple-
jidad – colonial y decolonial – es una herencia que Mignolo retoma de quien qui-
zás sea el referente más lúcido del proyecto Modernidad/Colonialidad, el pensador
Aníbal Quijano (2000). Finalmente, esbozaremos unas conclusiones en donde mos-
204
Eugenia Fraga • Ser, saber y poder. . .
traremos los nudos entre las tres dimensiones del problema, así como la hipótesis de
distinción entre «la comunidad» y «lo comunal». Por último, aclaramos que la meto-
dología con la cual abordaremos el objetivo propuesto no será desplegada aquí en
profundidad, puesto que justamente la trataremos con mayor extensión e intensi-
dad en el apartado sobre Colonización y descolonización del saber, en donde, entre
otras cosas, se trabaja la propuesta de epistemología comunal planteada por el pro-
pio Mignolo. Sin embargo, podemos adelantar que el método aquí utilizado tiene
que ver con tomar como sujeto de conocimiento, no ya exclusivamente al discur-
so filosófico-científico propio de las humanidades – como el que representa el del
propio Mignolo para nosotros – sino también al discurso de las comunidades sub-
alternas cuyos modos de saber el mundo fueron invisibilizados en mayor o menor
medida por los distintos procesos históricos de hegemonización imperialista y colo-
nial. Así, en particular, gran parte de nuestro argumento utilizará vocabulario propio
de las civilizaciones de Anahuac – o Azteca – y Tawantinsuyu – o Inca – para ilustrar
muchos de los puntos expuestos. Dichas nociones tendrán entonces el mismo nivel
ontológico que aquellas palabras extraídas de las civilizaciones Griega y Romana, y
sus argumentos tendrán la misma entidad que los del discurso filosófico-científico
occidental.
205
entramados y perspectivas, vol. 5, núm. 5, págs. 203-221 (oct. 2014/sept. 2015)
car jerárquicamente a todos los otros grupos, o en este caso, a todas las otras «razas»
(ídem, p. 16-17).1
Esta clasificación jerárquica puede mantenerse en el plano discursivo, limitán-
dose a señalar las diferencias y asimetrías, o bien puede extenderse al plano físico, pa-
sando a eliminar a las poblaciones diferentes. Como sabemos, el proceso colonizador
presentó ambas dimensiones, con lo cual cabe hablar del mismo como un proceso
racista, pero también como un proceso genocida y etnocida. El etnocidio, recuerda
Mignolo, es la eliminación material de la producción cultural de una determinada et-
nia, lo cual incluye tanto los objetos materiales como los simbólicos. El genocidio, por
su parte, es la eliminación de los propios cuerpos de una población dada, que en este
caso aparecía definida en términos raciales. Esta eliminación discursiva y física del
«otro», que en los territorios colonizados estaba constituido principalmente por las
etnias locales, es llevada a cabo por el grupo que controla los medios para su garantía,
medios que son tanto políticos y económicos como epistemológicos (Giarraca, 2013,
p. 10). Concretamente, el saldo de estos procesos fue la transformación de la «histo-
ria viva» de las comunidades locales en «mera historia», entendida ahora como puro
pasado, como objeto muerto museográfico (Mignolo, 2005, p. 26). En efecto, y para
el caso concreto de lo que luego se conocería como América Latina, la colonización
adoptó primero la forma de la evangelización, es decir, de la imposición a las religio-
sidades indígenas de la comunidad de fe occidental. En un segundo momento, a su
vez, la colonización mutó hacia el proceso de construcción de estados-nacionales,
es decir, hacia la imposición a las culturas indígenas de la cultura occidental. Como
explica el autor, esta mutación implicó el pasaje de la colonización de las almas a la
colonización de los cuerpos; pero lo cierto es que en ambos momentos se deja ver
el lado excluyente y violento de la conformación de las comunidades, especialmente
cuando éstas son impuestas «desde arriba» (Carballo, 2012, p. 249-250).2
1. Como explica M. Velázquez Castro, «El Imperio era una comunidad política que incluía
a los indígenas y a las castas, no existía un racismo institucionalizado contra ellos. El indíge-
na que tributaba al Rey y tenía sus propios fueros legales para hacer valer sus derechos, o el
negro libre urbano que trabajaba en actividades manuales y formaba parte de las estructu-
ras socioeconómicas no eran víctimas permanentes de doctrinas racistas, lo que no niega la
evidente existencia de algunas formas de discriminación institucionalizadas. Que existió una
subalternización del sujeto indígena y que ésta derivó en una “etnificación de la fuerza de tra-
bajo” (Wallerstein) son procesos incontrovertibles. El ’racismo’, en sentido estricto, como una
diferencia esencial propia de la naturaleza misma de las comunidades humanas se difunde a
finales del siglo XVIII y alcanza su punto culminante con el denominado ’racismo científico’
del siglo XIX. En vez de ’raza’, las categorías más adecuadas para analizar la construcción so-
cial jerárquica del mundo americano colonial son casta, limpieza y estado» (Velázquez Castro,
2008, p. 259).
2. En palabras de J. M. Domingues, «Culture for Mignolo, who then forgets the Romantics’
contribution, is a term that acquired its current meaning in the 18th century, replacing religion
and aiding colonial expansion-communities of birth began to be conceptualized as “national
communities”» (Domingues, 2009, p. 119).
206
Eugenia Fraga • Ser, saber y poder. . .
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wantinsuyu y Anahuac [o de los Incas y los Aztecas], sino de quinientos años de expe-
riencia coexistiendo bajo el dominio colonial español y bajo los estados-nacionales
luego de la independencia» (ídem, p. 319, traducción propia, aclaración entre cor-
chetes propia).
Lo comunal, según el autor, refiere al modo de la organización social amerin-
dia, la cual fue dislocada a partir de la invasión europea a dichos pueblos, pero que
sin embargo logró sobrevivir, y que algunos movimientos sociales como los Zapa-
tistas están intentando reactivar, tanto de palabra como de hecho (ídem, p. 320). Lo
comunal – concepto que definiremos más acabadamente en el último apartado de
este trabajo – es entonces la reinscripción, en el presente moderno y capitalista, de
unas formas no-capitalistas y no-modernas de estilo de vida, que han sabido convivir
con ambos procesos y que por ende hoy son tan marginales como híbridas (Mattison,
2012, p. 6). Reinscribir el estilo de vida amerindio implica romper con la noción de
la comunidad entendida como unidad cultural, ya sea en sentido étnico, nacional, o
algún otro, puesto que esa concepción unívoca y homogeneizante fue la que impuso
la lógica colonial (Mignolo, 2000, p. 168). Dado el contexto de creciente globalización
y, con ello, de movilidad de las poblaciones, mercancías e informaciones, se abre una
nueva posibilidad para las comunidades que habían sido subalternizadas bajo los
estados-nacionales. Con el debilitamiento parcial de los mismos, las comunidades
se fortalecen, especialmente si logran articular una forma de política que suplante
su anterior locación de minoría, lo cual suele lograrse cuando se articulan como mo-
vimientos sociales globales – es decir, transnacionales – (ídem, p. 237; 296). Esto es
lo que Mignolo denomina la «paradoja de la globalización»: si bien la globalización
es la penetración aguda de la lógica moderna/colonial en los ámbitos más recóndi-
tos del planeta, ella habilita el re-empoderamiento de las comunidades subalternas,
alianzas decoloniales mediante (ídem, p. 298).3
Lo que permite a las diferentes comunidades subalternas aliarse, incluso a es-
cala transnacional, es que toda comunidad es definida, en la perspectiva del autor,
como compartiendo los siguientes elementos. En primer lugar, el hecho de que to-
da comunidad organiza su vida colectiva en función de una determinada medición
del tiempo y del espacio (Mignolo, 2011, p. 167-168). En segundo lugar, el hecho de
que toda comunidad, en tanto entidad autopercibida como totalidad, es producto
de una determinada narración sobre sí (ídem, p. 220). Esta «comunalidad» – en el
doble sentido de lo común a toda comunidad – es lo que hace posible pensar la po-
sibilidad de un mundo en el que las diferentes comunidades convivan, entendiendo
a esta convivencia de manera fuerte y no como mero vivir unas al lado de otras. Aquí
3. Según la mirada de P. Iglesias Turrión, J. Espasandín López e I. Errejón Galván, «Los mo-
vimientos indígenas presentan una compleja interacción de los principios, antagónicos para
la modernidad eurocéntrica, de comunidad orgánica y representación democrática, haciendo
convivir formas organizativas históricas y normas tradicionales de “buen gobierno” con la par-
ticipación en las instituciones estatales bajo los criterios de la representación liberal» (Iglesias
Turrión et. al., 2008, p. 307).
208
Eugenia Fraga • Ser, saber y poder. . .
Más adelante nos encargaremos de explicar esta fundamental figura del ayllu.
Lo que las comunidades han mantenido a lo largo de los siglos, lo único que ha per-
manecido incorrupto, entonces, es básicamente su diferencia, su negación a asimi-
larse de manera total. Esta diferencia, en forma de memoria, da forma contemporá-
nea a los modos de organización indígena, los cuales se fundan en la idea de «mane-
jo colectivo» de los recursos y de «derechos colectivos» sobre los mismos. Los bienes
materiales y simbólicos no son apropiados ni administrados, sino usados y compar-
tidos. Esta noción es la que está en la base del ayllu, la comuna aborigen – en su
denominación inca; la denominación azteca es altepetl – (Mignolo, 2011, p. 324). La
comuna amerindia, a la que caracterizaremos en detalle en el último apartado del
trabajo, es aquel entramado – de prácticas, creencias, memorias, lenguas, saberes,
sensibilidades – que el proyecto descolonizador, del cual Mignolo participa como fi-
gura intelectual, quiere reinstaurar como modelo de su imaginación política (Giarra-
ca, 2013, p. 3).4
4. Como señala Domingues, «It may be also that perspectives that bring into contempo-
rary modern discussions elements from other civilizational sources can provide new elements
of criticism – for instance by insisting on the community moment of democracy, such as is the
case in Bolivia today – . In any case, an opening of citizenship and to some extent its transfor-
mation as well as a re-structuration of the nation stands at the core of all these movements and
their “epistemic” proposals» (Domingues, 2009, p. 127).
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las comunidades locales de los territorios invadidos. Así, luego de intentar «conver-
tir» el alma de los indígenas al cristianismo, y de oficializar las lenguas de los colonos
como las únicas legítimas para la comunicación interhumana, se buscó implantar la
creencia en la ciencia moderna como la nueva fuente de salvación. Mientras que lo
primero llevó al asentamiento de las categorías teológicas como las bases de la éti-
ca y de la política, y lo segundo llevó al asentamiento de las reglas lingüísticas y de
la lógica occidental como estructurante de los modos de pensamiento en general,
lo último llevó a la imposición de la epistemología moderna como el único locus de
enunciación realmente válido para definir y comprender el mundo. Por supuesto, to-
do esto implicó la marginalización y subalternización – y en algunos casos, la supre-
sión completa – de los modos de creer, pensar, hablar, organizarse, y de comprender
e intervenir sobre el mundo natural y social, propia de los pueblos originarios. Por
ello es que el autor habla de éste como un momento «históricamente fundacional»
(Mattison, 2012, p. 7).
Al día de hoy, muchos intelectuales, científicos y académicos latinoamerica-
nos – además de, por supuesto, muchas personas no directamente relacionadas con
la ciencia – continúan creyendo en la superioridad excluyente de la epistemología
occidental. Según Mignolo, esto se explica por el proceso de lo que denomina «auto-
colonización», el cual implica un «miedo a pensar por uno mismo» que penetra en la
práctica intelectual-científico-académica, que pareciera sólo ser legítima si se recu-
bre de la «manta de seguridad» de la tradición de pensamiento eurocéntrico. En las
locaciones como Latinoamérica, es decir, periféricas, la aceptación de dicha matriz
de pensamiento les permite mostrarse como modernos, como desarrollados, como
occidentales, lo cual a su vez habilita a los actores del centro a seguir creyendo en su
propia superioridad epistémica y en su «misión educativa». Ésta es la versión secular
y contemporánea de la «misión evangelizadora» del siglo XVI: la ciencia es el princi-
pal agente del imperialismo del saber (ídem, p. 8). Sin embargo, no todos los actores
locales adoptan su discurso de manera acrítica: por un lado, porque los saberes de
las poblaciones originarias no han sido del todo suprimidos, sino que perviven en
los márgenes, y haciéndose crecientemente públicos; por otro lado, porque algunos
intelectuales, académicos y científicos locales se hacen eco de dichos saberes sub-
alternos, y buscan reinstalarlos en sus propios ámbitos de discusión. Para el autor,
los «discursos fronterizos» de los pueblos amerindios son especialmente dignos de
ser reinstalados en la agenda – científica, pero también política – puesto que son, en
sus palabras, «performadores de comunidades». Más que meras representaciones de
agencias colectivas preexistentes, habilitan a la construcción activa y permanente de
agencias colectivas nuevas. Esto quiere decir que no sólo las comunidades amerin-
dias pueden portar y hacer públicos sus saberes, sino que cualquiera que los consi-
dere válidos – por ejemplo, los intelectuales como el propio Mignolo – está invitado
a incluirse en el movimiento por la descolonización de los mismos. Los discursos
fronterizos, entonces, buscan salir de los márgenes en los que se encuentran y cons-
210
Eugenia Fraga • Ser, saber y poder. . .
tituirse así como nuevos espacios de enunciación, tan legítimos como el discurso
científico (Mignolo, 2000, p. 154-155; Anzaldúa, 1987).5
Mignolo dedica un libro entero, The darker side of Western modernity. Global
futures, decolonial options, a delinear las salidas a la colonización – o lo que él de-
nomina las «opciones decoloniales» – entre otras cosas, de las formas del saber. Los
proyectos decoloniales son entonces un conjunto heterogéneo de alternativas políti-
cas que, con el objeto de construir «futuros comunales», abogan por la «descoloniza-
ción epistémica» (Mignolo, 2011, p. xxiii). Hay aquí dos conceptos centrales que hay
que definir. En primer lugar, la descolonización epistémica significa «deshacer» la di-
ferencia colonial, borrar la geopolítica diferencial – es decir, jerarquizada en saberes
hegemónicos y subalternos – establecida por el proceso moderno/colonial. Dos de
los elementos centrales de la diferencia colonial, según el autor, son la concepción
del tiempo en términos de tradición/modernidad, así como la concepción del es-
pacio en términos de naturaleza/cultura. Para deshacer estas nociones geopolíticas
– por las cuales los saberes occidentales serían modernos y eminentemente cultura-
les, mientras que los saberes «otros» serían tradicionales y no del todo deslindados de
la naturaleza – lo ideal sería comenzar a pensar una temporalidad «transmoderna»
y una espacialidad «viva». En otras palabras, Mignolo sugiere pensar a la moderni-
dad como proceso histórico de creciente penetración geográfica no-lineal, a la cual
lo «no-moderno» también contribuyó, y simultáneamente, a pensar a la espaciali-
dad como un sistema vivo e interactivo entre lo considerado natural y lo considerado
cultural, al modo como la cosmovisión amerindia, por ejemplo, definía a la Pacha-
mama – literalmente, Madretierra, o «naturaleza» – . Esto, según el autor, permitiría
abrir nuestro imaginario a las epistemologías suprimidas (ídem, p. 174).
En segundo lugar, los futuros comunales son definidos por Mignolo en un sen-
tido que es necesario aclarar. Principalmente, hay que recalcar que no se trata de un
nuevo «universal abstracto» que reemplace a los existentes, como el del capitalismo
5. Como explica A. P. Paz García: «El proyecto des-colonial guarda la potencialidad de po-
ner de relieve los mecanismos de colonialidad tanto del poder como del saber, comprendiendo
su mutua implicación y complicidad estratégica al interior de los proyectos hegemónicos. En
cuanto a la responsabilidad de la intelectualidad en la constitución y reproducción de ima-
ginarios respecto de sociedades, historias y culturas, así como los centros como las periferias
del sistema de producción científico-social detentan cierto ’poder’ del saber en su ’saber’ del
poder. Por una parte, el imaginario occidental no sólo está constituido ’en y por el discurso
colonial, incluidas sus diferencias internas’, sino ’por las respuestas (o en ciertos momentos la
falta de ellas)’ de aquellas comunidades involucradas en su propia auto-descripción. Por otro
lado, en la práctica siempre permanecerá vigente el ’afuera’ de aquel discurso ’que dice que
no hay afuera del imperio’. Así, el horizonte para las propuestas de des-colonización episte-
mológica está dado por una historia mundial donde de la misma manera que han abundado
ejemplos de opresión y atrocidad, han germinado experiencias y acontecimientos sociales que
desde el saber han impulsado transformaciones frente al poder. Con esta evidencia irrefuta-
ble, la adopción de determinada perspectiva de conocimiento debería ser siempre una tarea
intelectualmente consciente y comprometida» (Paz García, 2011, p. 79-80).
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Eugenia Fraga • Ser, saber y poder. . .
desde los bordes logra poner en cuestión el pensamiento del centro o hegemónico,
aquel que en el pasado le quitó su legitimidad (Mattison, 2012, p. 6).6
Lo relevante es no considerar a lo comunal como un mero objeto de estudio;
de hecho, algo así ni siquiera sería novedoso, puesto que la alteridad, lo «exótico»,
siempre ha sido objeto del interés y de la curiosidad de diversas disciplinas científico-
sociales. Lo comunal, para recuperar su legitimidad, debe ser concebido como una
«experiencia viva y vivida», tal como lo continúa siendo para los miembros sobrevi-
vientes de los pueblos indígenas. Pero además, recuperar la legitimidad epistémica
sólo puede ser el inicio de la recuperación de la legitimidad política. Así, no se pue-
de seguir pensando en términos de la teoría política clásica, cuya unidad de análisis
– típico-ideal pero nunca «real», como hemos visto en el primer apartado – son es-
tados mono-nacionales. Pensar en términos de estados pluri-nacionales, en cambio,
permitiría otorgar el mismo nivel – epistémico, pero también político en un sentido
amplio – a las diferentes comunidades que habitan dentro de sus imaginados lími-
tes (ídem, p. 9). Pensar en términos de estados pluri-nacionales, o multi-comunales,
vuelve relativamente obsoletas las tradicionales nociones de la democracia occiden-
tal, con su pretensión de universalidad. Lo comunal, de lograr legitimidad, sería una
alternativa más de «sociedad justa», junto a la de la democracia y a la del socialismo,
que ya no podrían ser concebidas como verdades globales. Descolonizar la demo-
cracia y el socialismo es reconocer sus contribuciones a la vez que tener en cuenta
sus falencias, y, simultáneamente, otorgar legitimidad a sus alternativas – políticas,
pero también epistémicas – de las que lo comunal es sólo una. Por supuesto, recalca
Mignolo, lo comunal también tiene sus problemas, no es cuestión de romanticismo
nostálgico retomar su modelo, sino producto de creer que contiene elementos úti-
les para la vida contemporánea. El estilo de vida comunal es hoy una cuestión tan
global como las otras, dado el contexto de globalización generalizada que el mundo
atraviesa (Mattison, 2012, p. 10).7
6. Así, comentan Iglesias Turrión, Espasandín López y Errejón Galván, «la continuidad de
la violencia epistémica como manifestación del racismo no constituye hoy tampoco una mera
’agresión simbólica’, ya que continúa cumpliendo un papel preeminente en la estructuración
material del mundo, al garantizar la perpetuación de nuevas formas de etnificación de la fuer-
za de trabajo y de dominación política. Por tanto, pensar en la subalternidad de los pueblos
indígenas conlleva la necesidad de deconstruir conjuntamente la totalidad de las dimensio-
nes implicadas en el proceso de su subalternización, visualizando el fenómeno desde todas
sus escalas, desde lo micropolítico hasta la inserción axial de los actores en el sistema-mundo
capitalista desde el siglo XVI. Esta tarea resulta incompatible tanto con el reduccionismo de
clase del marxismo escolástico, como con la centralidad absoluta del aspecto cultural de la
dominación y la intangibilidad de lo étnico por la economía y la estructura social. Nos obliga
a indagar en las dimensiones transversales de lo étnico en lo económico (y viceversa), y en los
conflictos de dominación en el interior de la subalternidad» (Iglesias Turrión et. al., 2008, p.
300).
7. Como resalta Domingues, «Referring to the Bolivian process, Mignolo notes that not
everything is democratic in the Ayllu (the Indian community), nor is it anywhere in any ca-
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9. Sobre este tema, Iglesias Turrión, Espasandín López y Errejón Galván expresan que «la
desterritorialización forzada y violenta, como disociación entre cultura y territorio (base de
reproducción material y simbólica, y lugar de anclaje de la cultura), se ha amplificado ex-
ponencialmente, bien por las incesantes invasiones de tierras, o bien a través de los efectos
desestructuradores de los ámbitos comunales de las reformas agrarias verticales y del ajuste
estructural. Este último ha acrecentado la voracidad sobre los recursos naturales y ha mercan-
tilizado diversas condiciones de la reproducción social básica, incrementando la etnificación
de la pobreza y la presión sobre los circuitos económicos y las estrategias de supervivencia
comunitaria» (Iglesias Turrión, 2008, p. 300).
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Eugenia Fraga • Ser, saber y poder. . .
La noción de diálogo no es aquí menor, puesto que Mignolo está pensando en una
suerte de comunidad global de comunicación, en donde la diversalidad sería el pro-
ducto de la mutua comprensión, los debates de fondo y las decisiones conjuntas de
los múltiples grupos humanos (ídem, p. 319).10
En una serie de entrevistas de los últimos años, Mignolo aclara varias cuestio-
nes relevantes sobre la temática que aquí estamos tratando. En primer lugar, que ni
el mundo indígena ni el mundo occidental – ni ningún otro – son mundos homo-
géneos, ni tampoco son mundos completamente opuestos, con lo cual no hay que
pensar el debate colonización / descolonización en términos binarios u oposiciona-
les punto por punto; más bien, hay que pensar en términos de procesos más o menos
potentes, más o menos acabados, en términos de tendencias y pugnas políticas, de
matices y alianzas. En segundo lugar, la propuesta decolonial no es una propuesta
sólo para indígenas – ni sólo por indígenas – sino que tanto sus ideólogos intelec-
tuales como sus promotores políticos pueden provenir de cualquier extracción so-
cial; esto, por supuesto, del mismo modo que el liberalismo no está pensado sólo
para los europeos ni el socialismo está pensado sólo por la clase obrera. Un proyecto
ideológico-político, en definitiva, no implica una representación especular de algún
sector de «la realidad», y por esto mismo dentro de «un mismo» sector social puede
haber adscripciones divergentes. Lo relevante, entonces, es que los proyectos indi-
genistas – es decir, aquellos que toman como modelo una versión de la organización
de las antiguas civilizaciones indígenas – irrumpen en el debate político a escalas
novedosas: nacionales, regionales e incluso globales, disputando así las definicio-
nes de mundo establecidas (Fernández, 2013, p. 4). En tercer lugar, el autor aclara
que si bien la decolonialidad se asemeja en ciertos puntos a lo que se ha venido de-
nominando «desoccidentalización», ambas tendencias deben distinguirse. Mientras
que ambas tendencias critican los modos del saber y del poder occidentales, el movi-
miento desoccidentalizador adscribe al tipo de organización económica capitalista,
pero el movimiento decolonial, no. Ejemplos de procesos desoccidentalizadores son,
entonces, ciertos países del sudeste asiático, y algunos otros del mundo musulmán
(ídem, p. 8).
Mignolo llama a esto la manifestación del sistema político, o el despertar de la
sociedad civil a la conformación de una sociedad política global (He, 2012, p. 28). En
este contexto, lo comunal emerge como alternativa a los universales abstractos de los
que busca distinguirse. Lo comunal, resalta el autor, no es ni la commonwealth libe-
ral ni el conjunto de los «bienes comunes» marxistas, que aunque antagónicos entre
sí, comparten el hecho de ser productos de la modernidad. Frente a esto, no pue-
de decirse que lo comunal sea pre-moderno – pues evidentemente no se constituyó
10. Así, afirma Domingues, «Mignolo had originally suggested that incommensurability
underpins cultural relativism, whereas pluralism or diversity is what obtains in heterogeneous
cultural communities. During the 16th and 17th centuries, therefore, the problem of cultu-
ral relativism manifested as confrontations of incommensurable conceptual frameworks was
therefore the case in the Americas» (Domingues, 2009, p. 122).
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como anterior a algo que aún no existía – sino simplemente no-moderno – es decir,
producto de una civilización diferente – . Pero además, hoy, lo comunal es también
decolonial, puesto que, una vez implantada la modernidad/colonialidad, se resigni-
fica, en tanto modelo, como reacción a ella (Mattison, 2012, p. 5). En esta propuesta,
según el último libro de Mignolo, The darker side of Western modernity, se invierte la
moderna consecuencia no buscada de la acción por la cual se termina viviendo pa-
ra trabajar y para consumir: en tanto no-capitalista, el modelo comunal amerindio
se funda sobre el trabajo y el consumo para vivir, siendo éste último el objetivo exis-
tencial principal (ídem, p. 36) Pero el rasgo definitorio de los procesos decoloniales
es el quiebre que operan en el «código occidental», es decir, en su locus de enuncia-
ción, en su matriz discursiva, en una palabra, en la representación hegemónica del
mundo que la modernidad simboliza (Mignolo, 2011, p. xiii). Su propuesta no es la
de un «orden global comunal», es decir, la de un imperialismo planetario comunalis-
ta de exportación, al estilo occidental, monocéntrico, sino la de un orden global de
convivencia entre comunidades, pluricéntrico (ídem, p. 23).
Habíamos adelantado que el comunalismo era una forma de cosmopolitismo;
nos referíamos a que Mignolo recupera la idea de «comunidad humana», ya presen-
te en la modernidad temprana, y la torsiona en un sentido decolonial. Si los griegos
concebían a su polis como modelo del «cosmos», y el Imperio Romano elevaba su
urbis al nivel de «orbe», y si hoy Occidente sigue basándose en estas nociones, ¿por
qué la suyu – aldea o poblado – incaica no puede postularse, del mismo modo, como
un paradigma de la pacha – tierra, mundo – Inclusive – y aquí radica, para el autor,
la superioridad de la concepción decolonial – no es que la suyu pretenda imponer-
se a toda la pacha, sino que pretende ser una alternativa, junto a la polis, a la urbis,
o a cualquier otra noción semejante. En el núcleo mismo de la Pacha-suyu, la runa
– gente, personas – se define tanto en términos humanos – individuales y comunita-
rios – como en términos de lo que occidentalmente se denomina la naturaleza – la
tierra y el cielo – más precisamente, se define como interdependiente de – y en sin-
cronía con – la colectividad y su entorno (ídem, p. 273). Un cosmopolitismo que to-
me esta concepción como fundamento no puede ser imperialista por principio, es
decir, no puede buscar imponerse ni sobre otras formas sociales ni sobre la «natu-
raleza», y aquí es indistinto si el imperialismo es «de izquierda» o «de derecha» con-
servador o liberal. Y es en este momento de su argumento que Mignolo introduce un
elemento sumamente esclarecedor: el comunalismo no es un modelo de sociedad,
sino un principio de organización; no es tanto un contenido – aunque sí lo tiene –
sino sobretodo un «conector». La convivencia entre comunidades o «nodos comu-
nales» – diferentes, incluso en la definición misma de mundo que manejen – es lo
que el comunalismo significa (ídem, p. 275; 283). En este sentido, el autor bautiza su
propuesta como «localismo cosmopolita» o «globalismo comunal», y lo que busca es
principalmente contribuir al «bien común» de forma parcial, y no total o «totalita-
ria», como los diversos proyectos de «liberación» o las «misiones» autoproclamadas
(ídem, p. 276; 320-321).
218
Eugenia Fraga • Ser, saber y poder. . .
Conclusiones
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tablecido en un momento y lugar dados, y en este sentido puede decirse que lo que
hacen es realizar reclamos públicos que de otro modo permanecerían marginales,
es decir, en definitiva, que levantan las banderas de las comunidades marginaliza-
das. Y así también, el movimiento particular constituido por las ideas indigenistas,
toman por un lado como modelo de buena sociedad a las prácticas y cosmovisiones
de una comunidad particular, la amerindia, mientras que por otro lado sostienen el
valor de la reciprocidad entendido como convivencia entre las distintas prácticas y
cosmovisiones existentes en el mundo.
En efecto, parece entonces haber en la obra de Mignolo dos formas diferen-
tes de entender la comunidad, o dicho de otro modo, una definición regionalista de
la comunidad que coexiste en su seno con una definición universalista de la mis-
ma. Esto, a su vez, es especialmente relevante para entender la diferencia ontológi-
ca entre la colonización y la descolonización. La colonización es concebida siempre
como el proceso de imposición de ciertas lógicas – políticas, económicas, epistémi-
cas y subjetivas – a una o unas comunidades que pasan así a ser y estar colonizadas.
Aquí comunidad es sinónimo de grupo con una identidad particular, con un con-
tenido cultural singular. Pero la descolonización, por su parte, es conceptualizada
como el proceso deseable – aunque en cierta medida ya presente – de reemplazar
la lógica imperialista de imposiciones con la lógica comunal de la reciprocidad y la
convivencia. Aquí no se habla ya de comunidad o comunidades sino de lo comunal,
y lo comunal no es ya sinónimo de grupo sino de «conector», de lógica, de forma or-
ganizacional en cierto sentido abstracta. Mientras que en el primer caso, las comuni-
dades son dominadas o dominantes, es decir, son definidas geopolíticamente, en el
segundo caso las comunidades que se interrelacionan lo son todas por igual. Al mis-
mo tiempo, mientras que el primer caso parece hacer referencia al estado de cosas
existente, el segundo caso parece referir a un estado de cosas imaginado. En este sen-
tido, entonces, es que hablamos simultáneamente, para el caso de Walter Mignolo,
de «comunidades colonizadas» y de «descolonización comunal».
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221
Presentación a «Sobre la responsabilidad
colectiva» de Georg Simmel
Esteban Vernik*
••
II
224
Esteban Vernik • Presentación a. . .
socialización que se modifican cuando en lo que era una relación de a dos ingresa un
tercero. Las transformaciones en el pasaje de la díada a la tríada.
El otro principio heurístico que aparece ya en este texto y que será marca de
Simmel a lo largo de su obra, es el de los procesos de interacción recíproca que ca-
racterizan a la experiencia moderna de la realidad social. Sobre este efecto recíproco
de las partes, Simmel habla aquí de una «fuerza que se desarrolla en la vinculación
recíproca». El atomismo de Simmel lo lleva metodológicamente a concebir una reali-
dad en permanente transformación, en la que constantemente operan procesos de
«intercambio de efectos» (Wechselwirkungen) entre individuos que se influyen recí-
procamente. Se trata de un dinamismo de lo social que la sociología busca captar en
el «entre» el individuo y la sociedad.
Con estos elementos podemos volver al problema que enuncia desde su título
esta pieza temprana de Simmel. La indagación sobre la responsabilidad es también
sobre las relaciones «entre» lo individual y lo colectivo en tiempos de procesos cre-
cientes de individualización y diferenciación. Así, que la responsabilidad sea en parte
individual y en parte colectiva, surge de su apreciación acerca del individuo, que es
punto de entrecruce de innumerables hilos sociales. Esta será una máxima que Sim-
mel retendrá en sus siguientes contribuciones a la sociología (2014): el individuo que
se encuentra en el cruce de los diferentes círculos sociales, es en parte individual y
en parte social, por tanto, sus acciones y su responsabilidad también lo serán. «En la
medida en que la antigua concepción individualista del mundo es reemplazada por
la histórico-sociológica que ve en el individuo sólo un punto de intersección entre
hilos sociales en el lugar de la responsabilidad individual, tiene que aparecer otra vez
la responsabilidad colectiva».
De este modo, para Simmel, no se puede atribuir sólo al individuo la respon-
sabilidad ante una falta moral, sino también al colectivo, a su grupo de pertenencia,
a su historia y la de las generaciones que le precedieron, a las relaciones entre ese
individuo y aquellos que le son más próximos de su círculo social. Se trata de una
reflexión sobre la moralidad de un individuo y un colectivo, sobre el «proceso de mo-
ralización» que surge junto a los de individualización y diferenciación, a partir de una
falla moral.2
Es que la sociedad, o mejor, el objeto de la sociología, las formas de socializa-
ción, surgen en su origen de una ofensa moral. Lo cual implica, entre otras cosas,
que el origen y desarrollo natural de lo social no es armónico sino conflictivo. Que
– como en la tradición hobbesiana, pero también de Darwin y Nietzsche – antes que
nada, hay lucha, relaciones de hostilidad. Así, se señala en este texto al postular co-
mo punto de partida de la socialización el compartir el destino entre los miembros
de una tribu que encaran conjuntamente la venganza o la defensa de un individuo
ante una acción hostil por parte de un miembro de otra tribu. Esta situación de lo
más originaria que surge de la captura de mujeres o esclavos por parte un miembro
de una tribu sobre otra, le sirve a Simmel para trazar una analogía con fenómenos
propios de las sociedades modernas, como es el caso frecuente que ocurre entre ve-
cinos que se unifican ante la amenaza de un extraño. «Si un extraño asalta la casa de
nuestro vecino, yo podré ser el próximo». Surge en esta situación una palanca para el
desarrollo de la socialización que se da por igual entre miembros de un vecindario,
una tribu, o un grupo social.
III
El ensayo que aquí presentamos por vez primera en castellano, aparece en 1890
como capítulo del primer libro de sociología de Simmel, Sobre la diferenciación so-
cial. Ensayos sociológicos y psicológicos (1989). Dentro de la extensa obra del autor,
esta pieza puede situarse como siguiente a su tesis doctoral, Estudios etnológicos y
psicológicos sobre música (2003a), de 1881; y antecedente de su ensayo «El problema
de la sociología», de 1894, que posteriormente será refundido como capítulo de su
gran Sociología (2014) de 1908.
Casi al mismo tiempo en que aparece «Sobre la responsabilidad colectiva», Sim-
mel publica un año antes otra pieza no menos programática, «Sobre la psicología del
dinero» (2003b), cuya reflexión se prolonga por diez años hasta concluir en su opus
magnum, Filosofía del dinero (2013).En aquel artículo, presenta ya su discernimiento
sobre el carácter enajenante del dinero cuando los medios se trasmutan en fines últi-
mos, advirtiendo acerca de la aceleración que produce el dinero, como también de la
pérdida de fidelidad y de carácter, símbolos del devenir de las sociedades capitalistas
modernas.
Sin embargo, es en este ensayo, «Sobre la responsabilidad colectiva», que Sim-
mel deja plasmada su caracterización de las sociedades modernas como originaria-
mente marcadas por una falla moral, que parte de una ofensa o un delito. Los pro-
cesos de diferenciación social que introduce el dinero en las sociedades modernas
– posteriormente dirá – llevan a la proliferación de estructuras asimétricas en las que
pocos tienen mucho y muchos tienen poco. Al conectar, en este texto, el surgimien-
to de la modernidad con un proceso de moralización, señala los procesos de dife-
renciación e individualización como líneas rectoras del desarrollo de las sociedades
modernas, y pilares a ser reconstruidos en su programa de sociología.
Finalmente, el texto que aquí sigue es sobre los delicados hilos sociales – a ve-
ces pocos y fuertes, a veces muchos y débiles – que conectan lo individual con lo so-
226
Esteban Vernik • Presentación a. . .
cial, sobre la perduración y la ligereza de esos vínculos; es por tanto, una pieza – co-
mo gran parte de la obra de Simmel – sobre la libertad, como posibilidad siempre
latente de conjugar el destino del individuo con los diferentes lazos que lo unen a la
sociedad.
Bibliografía
227
Sobre la responsabilidad colectiva*
Georg Simmel
••
po, más se tiene que fusionar el individuo con aquel. La ganancia en autonomía y la
separación del individuo de la tierra de la generalidad tiene lugar a partir de la abun-
dancia y la diversidad de las relaciones vitales y lo que se transmite hereditariamente;
cuanto más se distribuya esta tierra entre sus feudatarios, más improbable es la re-
petición de la misma combinación, mayor es la posibilidad de que ésta se desvincule
de una cantidad de relaciones en favor de otras.1 Nos sentimos ligados de manera
más estrecha y lo estamos fácticamente cuando sólo unos pocos hilos nos atan, los
cuales, no obstante, dirigen todas las direcciones de nuestro hacer y sentir, y preci-
samente debido a este número reducido, permanecen constante y enteramente en
la conciencia. Cuando muchas conexiones fugaces ejercen efectos según las más va-
riadas direcciones, la dependencia de esta totalidad es menor, porque es menor con
respecto a cada una en singular y también debido a que el significado predominante
de una u otra, nos da mayor libertad frente al todo como tal. Cuanto más simples son
las fuerzas reales e ideales que anudan una comunidad que incluye las vínculos vita-
les del individuo, más estrecho y solidario es el nexo entre estos vínculos y el todo, lo
que, a su vez, lleva a que el último sólo pueda tener un tamaño reducido. Al respecto,
la historia de las religiones ofrece analogías pertinentes. Comparativamente, las co-
munidades del cristianismo primitivo tenían una pequeña cantidad de dogmas, no
obstante, por su intermedio se generaban relaciones que, con una fuerza indestruc-
tible, ligaban incondicionalmente a cada uno con el otro. En la misma medida en que
el círculo del credo cristiano se extendió hacia fuera, se incrementó también la canti-
dad de dogmas y disminuyó, simultáneamente, la pertenencia solidaria del individuo
a la comunidad. El proceso de desarrollo de casi todos los partidos políticos muestra
las mismas características: en el primer periodo de un partido, en el momento de su
fundación – así pues, en cierto modo, en la forma primitiva de la constitución de los
grupos – por un lado, el partido es pequeño, por otro lado, los vínculos son de una de-
terminación y firmeza que corrientemente se pierde cuando los partidos se amplían,
lo cual suele ir codo a codo con la dilatación del programa del partido.
Para poder perdurar como tal, el todo social reclama cierta cantidad de nutrien-
tes que, exactamente de la misma manera que sucede con el organismo individual,
no aumenta proporcionalmente a su tamaño. En consecuencia, cuando comparati-
vamente el grupo contiene pocos miembros, cada uno tiene que contribuir más a la
conservación del grupo que donde esto concierne a un número mayor. Así notamos
que con frecuencia los impuestos municipales son relativamente mucho mayores en
ciudades pequeñas que en grandes ciudades. Determinadas exigencias de la socie-
dad permanecen iguales más allá de su tamaño, por tanto, la sociedad requiere un
1. N. de T.: Simmel emplea en sentido metafórico los términos Boden «tierra» y Lehen «feu-
do». La expresión zu Lehen tragen, utilizada en el texto, tiene el sentido de «recibir un feudo en
usufructo» o, simplemente, «ser feudatario». Así, también se lee en Wilhelm Tell de F. Schiller
(Reclam, Stuttgart, 2013, p. 50): ich trage Gut von Österreich zu Lehen, es decir, «soy feudatario
de Austria».
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Georg Simmel • Sobre la responsabilidad colectiva
sacrificio mayor del individuo cuando se reparte entre menos. El largo recorrido de
las siguientes consideraciones conduce al mismo punto final.
El organismo social muestra fenómenos análogos a los que condujeron a acep-
tar la presencia de una fuerza vital especial para el ser vivo unitario. La maravillosa
persistencia con la que el cuerpo soporta la privación de condiciones a las que nor-
malmente está asociada su alimentación y la conservación de su forma; la resisten-
cia que opone a las interferencias positivas al desplegar sus fuerzas desde el interior,
fuerzas que parecen estar disponibles precisamente en la medida en que son nece-
sarias para superar el ataque momentáneo; finalmente, la regeneración de partes le-
sionadas o perdidas, que autónomamente, a partir de una fuerza instintiva interna,
hace posible o al menos tiende a reconstruir el todo que se dañó de cierta forma; todo
esto parecería apuntar a una fuerza especial que atraviesa a las partes y mantiene la
existencia del todo como tal, con independencia de éstas. Sin presuponer ahora una
armonía mística, advertimos en el todo social, no obstante, una fuerza de resistencia
similar que es exigida de manera proporcional al ataque externo, una fuerza curati-
va frente a los daños infligidos, una forma de autoconservación de la que no puede
hallarse el manantial externo y que liga frecuentemente al todo incluso cuando se
le han secado desde hace tiempo los jugos vitales y la afluencia de nuevos nutrien-
tes está cercenada. Sin embargo, actualmente se ha llegado a la convicción de que
aquella fuerza vital no es un agente especial, suspendido en el aire por encima de
las partes del organismo, por el contrario, puede ser considerada como el más ele-
vado compendio del efecto recíproco de las partes. Ninguna parte de un cuerpo se
mueve, se conserva o se completa de una manera que no pudiese ser producida por
fuera del organismo si se le presentasen los mismos estímulos mecánicos y quími-
cos. No obstante, los órganos y células singulares no son inducidos a la cohesión y el
crecimiento mediante una fuerza que los trascienda, sino más bien por intermedio
de la que existe en ellos mismos, y la forma y duración de su imbricación depen-
de únicamente de la elasticidad que trae cada uno y se desarrolla en la vinculación
recíproca. Sólo el inconmensurable refinamiento y encadenamiento de estos efec-
tos recíprocos que dificulta la comprensión de los detalles y la contribución de ca-
da parte, pareciera apuntar hacia una fuerza especial más allá de la que yace en los
mismos elementos. Cuanto más elevada, desarrollada y refinada es una figura, más
parece estar conducida por una fuerza que la define y que rige sólo para el todo co-
mo tal, más imperceptible se hace la aportación de los elementos a la existencia y
el desarrollo del todo. Mientras en un agregado tosco e inorgánico o compuesto de
pocas partes, el influjo de cada parte al destino del todo, por decirlo así, se deja de-
terminar de modo macroscópico, en uno refinado, compuesto de múltiples partes,
sólo es visible ante una mirada agudizada. Esto permite a las partes una abundancia
tal de relaciones que, dispuestas de cierto modo entre éstas, no se sacrifican a nin-
guna y ganan tal independencia que su contribución al todo se oscurece objetiva y
subjetivamente. Igual de importante para los vínculos primitivos que la dependen-
cia del individuo con respecto a su grupo es la amplia medida en que, no obstante,
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Georg Simmel • Sobre la responsabilidad colectiva
consigo a la exigencia singular y también aquellas colindantes. Recuerdo que para ser
miembro de un gremio de artesanos se exigía una toma de posición política que en el
contexto de una evolución más elevada dejó de ser parte de los fines gremiales, tam-
bién la necesidad casi incondicional en los pequeños agrupamientos estatales primi-
tivos de participar en su confesión religiosa y la coacción que en épocas anteriores se
ejercía sobre los miembros de ciertas familias para que asuman una profesión que se
heredaba y era significativa para ellas, por ejemplo, en Egipto, México, etc. Cómo esta
condición se extendió aún en las altas culturas lo muestra cualquier mirada despre-
juiciada. Sólo tomo un ejemplo no muy distante: hasta 1865 en Inglaterra todo obrero
o empleado al que se le pagaba su sueldo mediante la participación en las ganancias,
era considerado eo ipso como parte (socio) de la titularidad de la empresa, por tanto,
solidariamente responsable por ésta. No fue sino hasta aquel año, que mediante una
diferenciación más aguda, una ley disolvió esta conexión en cuanto dejó como parte
de la titularidad precisamente sólo a aquellos que venían al caso. Ahora el obrero po-
día participar de la ganancia sin estar involucrado en el riesgo objetivo injustificado
de la participación completa. Para todas estas conexiones hay que tener en cuenta
que una diferenciación insuficiente no sólo hace que en el plano objetivo se fusio-
ne la función de una parte con la de otra que no sería teleológicamente necesaria,
sino que también el juicio subjetivo frecuentemente no desarrolla la posibilidad de
discernimiento y cuando la actividad depende del conocimiento, la planificación o
la conducción conscientes, el discernimiento de lo que es exclusivamente necesario
no tiene lugar aunque materialmente ya podría haberse efectuado. La diferenciación
en nuestra representación de las cosas en ningún caso reproduce totalmente esta di-
ferenciación fáctica o posible, aunque generalmente la primera estará determinada
por la última. No obstante, dado que también la primera determina de múltiples ma-
neras a la última, una indiferenciación insuficiente de la representación caerá en el
círculo de que la creencia en la indiferenciación de las personas o las funciones, a su
vez, impida fácticamente su individualización y este error real retroalimente a aquel
conocimiento insuficiente. Así, precisamente, la creencia en la insoluble solidaridad
de la familia que resultó de una representación indiferenciada, condujo a que la ac-
ción individual dirigida a un tercero afecte a la familia como un todo y esta circuns-
tancia nuevamente unió a la familia de una manera muy estrecha para defenderse
contra el ataque, lo cual, a su vez, le da un fundamento más fuerte a aquella creencia.
Ahora también hay que tener en cuenta que en la misma medida en que el in-
dividuo se entrega al servicio de su grupo, recibe de éste la forma y el contenido de
su propio ser. Voluntaria o involuntariamente, el miembro de un pequeño grupo fu-
siona sus intereses con los del conjunto y así no sólo los intereses del conjunto se
convierten en los del individuo, también los intereses del individuo se convierten en
los del conjunto. Hasta tal punto la naturaleza del individuo se funde con la del todo
que en el transcurso de las generaciones las características individuales se adaptan
cada vez más a los intereses grupales y, de esta manera, la unidad de los fines lleva a
la unidad del ser espiritual y corporal.
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Georg Simmel • Sobre la responsabilidad colectiva
por razones objetivas, se transferirán sin más al círculo completo de aquellos que por
cualquier igualdad han ocasionado la asociación.
Sin embargo, en cuanto tengan lugar vinculaciones funcionales, la unidad de
fines, relaciones de complementariedad, un comportamiento común hacia un jefe,
etc., no es necesario que se presente una igualdad de características para hacer res-
ponsable al conjunto de un grupo por la acción de uno de sus miembros. Creo que
aquí yace el motivo explicativo principal del problema del cual partimos. La acción
hostil contra la tribu ajena consistente en la captura de mujeres, esclavos o pose-
siones del otro para satisfacer un sentimiento de venganza o por otros motivos, casi
nunca es emprendida por un solo individuo, sino por una porción fundamental de
los camaradas de la tribu. Esto es necesario porque incluso cuando el ataque se dirige
sólo a un miembro individual de una tribu ajena, ésta acude en su totalidad para de-
fenderlo. Y nuevamente, esto no sólo sucede porque la personalidad que fue atacada
quizá brinde un servicio al todo, sino porque cada uno sabe que el éxito del primer
ataque abre las puertas de par en par al segundo ataque y el enemigo que hoy robó al
vecino, mañana se dirigirá con mayor fuerza contra nosotros mismos. Generalmen-
te esta analogía entre el propio destino y el del vecino es una de las palancas más
poderosas para la socialización (Vergesellschaftung )2 en cuanto permite superar la
limitación de la acción al interés inmediatamente propio y salvaguardar éste último
mediante una unidad que en principio sólo redunda en beneficio del otro. En todo
caso, resulta claro que la asociación para el ataque y la asociación para la defensa
tienen un efecto recíproco, que el ataque es exitoso sólo cuando colabora la multi-
tud, porque la defensa convoca a la multitud y, a la inversa, esto es necesario porque
el ataque tiende a ser colectivo. La consecuencia de esto tiene que ser que en todos
los encuentros hostiles en los que, por tanto, a cada uno se enfrenta una totalidad,
tampoco se vea al adversario como tal persona determinada, sino más bien como un
mero miembro del grupo enemigo. Los contactos hostiles tienen un carácter colec-
tivo en una medida mucho mayor que los amistosos y, de manera inversa, las rela-
ciones colectivas entre grupos tienden a ser predominantemente hostiles. En efecto,
esto sucede también en las altas culturas porque aún los Estados son absolutamente
egoístas. Cuando tienen lugar relaciones amistosas entre tribus, son solamente la ba-
se para relaciones individuales – comercio, connubio, hospitalidad, etc. – solamente
remueven los obstáculos que normalmente opone la tribu a estas relaciones y cuan-
do toman un contenido positivo, es decir, cuando la asociación de tribus completas
con otras no se da por sumisión y fusión violenta, ahí, no obstante, usualmente el fin
no es otro que uno bélico, de manera que frente a un tercero aquí el individuo no só-
lo tiene significado como miembro de una tribu y a partir de la solidaridad con ésta,
sino que también aquellos que se asocian entre sí sólo tienen que ver unos con otros
desde el punto de vista de los intereses de la tribu; lo que los junta y conecta sólo es
la relación común frente a un enemigo y el individuo sólo tiene un valor en la medi-
da en que el grupo está detrás de él. Esta solidaridad requerida por razones prácticas
tiene diversas consecuencias que se prolongan muy por encima de la duración y la
extensión de sus motivos originales. Con razón se subrayó que precisamente entre
los pueblos que se caracterizan por el sentido de la libertad – los griegos, los roma-
nos y los germanos – una cuna noble poseía un valor que se extendía mucho más
allá del poder y el significado real de la personalidad. La ascendencia noble, la línea
genealógica que parte de los dioses, se presenta casi como lo más elevado que puede
ensalzar el poeta griego; para el romano la ascendencia esclava estampa una mancha
que no se puede borrar con nada y entre los germanos la diferencia de nacimiento
establece también una antítesis jurídica. Esto es probablemente el efecto ulterior de
la época de la solidaridad familiar incondicional mediante la cual la familia comple-
ta aparecía detrás del individuo para protegerlo y defenderlo, quien de esta manera,
era más prestigioso y distinguido al ser su familia más grande y poderosa. Cuando
por ejemplo entre los sajones la soldada de un noble ascendía al séxtuplo de la de
un soldado común, esto es nada más que la cristalización jurídica del hecho de que
una familia grande y poderosa podía vengar y, de hecho, vengaba la muerte de uno
de sus miembros de una manera más vigorosa y severa que una familia insignifican-
te. La pertenencia a una de estas familias conservó su efecto social incluso después
de que el elemento aglutinador, es decir, el respaldo de la familia, había perdido im-
portancia desde largo tiempo atrás. Esto podía coincidir con una fuerte tendencia
liberal de los pueblos, porque entre los pueblos que estaban gobernados de manera
tiránica y sus relaciones sociales se habían adaptado a este régimen, los grupos fami-
liares poderosos no podían subsistir. Un poder central vigoroso tiene que erradicar
esos Estados en el Estado y buscar por su cuenta garantizar al individuo el apoyo so-
cial, político y religioso, y sobre todo la protección personal y jurídica que en grupos
políticamente más libres sólo encuentra en unión con la familia. Precisamente por
eso es tan significativo para el Imperio Romano que se concedieran los puestos más
altos a los antiguos esclavos, para de manera arbitraria y en contraste con las ideas de
una época más libre, darle la máxima importancia a aquellos que no tenían ninguna
importancia por su familia. Así, se disuelve la contradicción psicológica aparente en-
tre el sentido de libertad de los pueblos y cómo enlazan el significado del individuo
con el azar del nacimiento apenas se comprueba nuestra hipótesis de que el último
proviene del cobijo familiar real que es posible sólo en Estados más libres en los que
la familia puede disponer de un poder autónomo. Hasta qué punto, por cierto, la so-
lidaridad de la familia ampliada aún se extiende en nuestra cultura se ve con claridad
a partir de la ansiedad con la que la mayoría de las personas alejan y muchas veces
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Georg Simmel • Sobre la responsabilidad colectiva
incluso desconocen a parientes de por sí lejanos que poseen un nivel social menor.
Justamente, el temor de estar comprometidos con ellos y el esfuerzo por rechazar la
afinidad, muestra, sin embargo, qué significado todavía se le otorga a esta afinidad.
La unidad práctica en la que a los terceros se les presenta la familia nunca es
del todo recíproca, por el contrario, se basa únicamente en el cobijo que los padres
ofrecen a los hijos. Tal vez se puede ver esto como una secuela de la autoconserva-
ción que, efectivamente, ya se encuentra presente en un nivel bastante profundo de
los organismos: la hembra debe sentir al óvulo o el feto en gran parte como parsvis-
cerum, sobre todo la expulsión de estos, de la misma manera que para el macho la
eyaculación, tiene que estar vinculada con una gran estimulación que impida que
se le dirija una atención muy aguda al ser cuya aparición está asociada con estas ex-
citaciones, permitiendo tratarlo aún como algo que pertenece a la esfera del propio
yo. Como expresó un zoólogo, el interés que siente el progenitor por los miembros
de su cuerpo, durante un tiempo lo siente casi en la misma medida por aquellos ele-
mentos que se han desprendido de él sin serles todavía extraños. Por lo tanto, entre
los insectos el macho es tan indiferente frente a su progenie porque allí la insemina-
ción es interna y el avance del desarrollo al interior del cuerpo femenino permanece
oculto para él, mientras que, a la inversa, el pez macho asume frecuentemente un rol
maternal porque arroja sus células reproductivas sobre los óvulos, mientras que la
hembra que está separada de ellos ya no puede reconocerlos en el elemento inesta-
ble en que fueron arrojados. Al perdurar así la comunidad orgánica entre progenitor
y progenie, incluso donde físicamente ya no tiene lugar, se produce de cierto modo
una unidad familiar a priori. Aquí la unión no se desprende del empeño del individuo
en conservarse a sí mismo o a los otros, por el contrario, este instinto de proteger al
conjunto de la familia se sigue del sentimiento de unidad que une al progenitor con
el conjunto. Resulta sencillo comprender psicológicamente que la creciente intensi-
dad de estas relaciones, como las observamos en los animales superiores y, a fin de
cuentas, en el hombre, produce una solidaridad de la familia que se extiende más allá
de la filiación inmediata, de igual manera que también los jóvenes, a fin de cuentas,
tomando distancia de la pasividad que inicialmente caracteriza su comportamiento
en la unidad familiar, no obstante, buscan la protección paternal, se subordinan a
ésta e incrementan la unidad del grupo, contribuyendo a la perduración y avance de
éste.
Si resumimos estas consideraciones, junto al principio ya mencionado, se nos
presenta un principio adicional de clasificación de las causas que hacen que frente a
un tercero, el miembro de un grupo aparezca sólo como tal y no como individualidad.
En un primer momento se hacen visibles relaciones operantes que son relativamente
independientes del vínculo con un tercero: la afinidad orgánica entre padres e hijos,
la semejanza entre ellos, la adaptación de los intereses frente a las mismas condicio-
nes de vida, así como la fusión en aquellos puntos que tienen lugar al margen de la
relación con otras tribus. Todo esto ocasiona una unidad que, por un lado, le dificul-
ta a un tercero reconocer y tratar al otro como una individualidad, mientras que, por
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otro lado, unifica suficientemente la acción del grupo contra todos los extraños como
para que la relación con un miembro pueda ser considerada también objetivamente
como una relación con el conjunto y se dirijan solidariamente contra éste aquellos
sentimientos y reacciones que ha ocasionado un individuo. Entonces, mientras que
aquí la unidad originaria constituye la razón para que el grupo reciba un trato ho-
mogéneo frente a un tercero, observamos en segundo lugar que las necesidades de
la vida ocasionan de múltiples maneras una forma común de actuar y sin que pre-
ceda una unidad real, éstas ocasionan tal unidad. Aunque este proceso permanezca
oculto, considero que es el más profundo e importante. También en las esferas más
desarrolladas frecuentemente creemos que la acción solidaria de dos personalidades
emanaría de la unidad interna entre ellas, mientras que, efectivamente, ésta fue oca-
sionada en algunas ocasiones pasajeramente y en otras de manera duradera a partir
de la necesidad de una unidad en la acción solidaria. Como resulta usual, aquí los
órganos se forman según las funciones que las circunstancias requieren de ellos y
no son los órganos, es decir, los sujetos, los que están siempre y desde el principio
dispuestos de tal manera que la función se desarrolle desde sí misma, desde la in-
manencia. Tampoco al interior del individuo aquello que se denomina unidad de la
personalidad es en manera alguna el fundamento del ser del que resulta la unidad
del comportamiento frente a los hombres y las tareas, sino, a la inversa, recién con la
necesidad práctica que se presenta a las diferentes fuerzas anímicas de conducirse de
manera homogénea frente a un tercero resultan las relaciones y unificaciones inter-
nas entre ellas. Así, por ejemplo, un hombre que está colmado de tendencias y pasio-
nes contradictorias que tal vez son estimuladas según direcciones muy diversas por
inclinaciones sensibles, intelectuales y éticas, gana la unidad de su ser al ser alcanza-
do por la idea religiosa; al someterse las diferentes partes de su naturaleza de manera
uniforme a lo que se revela como voluntad divina y ponerse así en la misma relación
con la idea de Dios, surge una unidad entre ellas que les era absolutamente extraña
en su origen. Por ejemplo, cuando la fantasía poética se encuentra con una inteligen-
cia robusta y de esta manera la conciencia se desplaza en un dilema constante entre
la intuición de las cosas idealista y la realista, ahí la necesidad de alcanzar un fin vital
determinado o tomar una posición determinada frente a una persona conducirá con
frecuencia a la unidad de las fuerzas dispersas y le dará a la fantasía una misma orien-
tación que el pensamiento, etc. Avanzando hacia las figuras más complejas, tomo co-
mo ejemplo la forma en que el comportamiento conjunto hacia un tercero produce
y fortalece la cohesión colectiva en la secta de la Hermandad de Moravia. Con Cris-
to, a quien ven como el señor inmediato de su comunidad, cada miembro tiene una
relación muy individual, se podría decir, una relación del corazón, y esto lleva a una
unión tan incondicional de los miembros de la comunidad como no puede hallar-
se en ninguna otra parte. Este caso es sumamente ilustrativo porque tal relación del
individuo con el principio cohesionador es puramente personal, produce un vínculo
entre él y Cristo que no es interferido por ningún otro individuo y, no obstante, el me-
ro hecho de que estos hilos converjan en Cristo, adicionalmente, por así decirlo, los
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Sin embargo, desde el punto de vista de la cultura superior se presenta una for-
ma peculiar de regreso hacia la concepción más antigua. Precisamente en las últimas
épocas resurgió la propensión a responsabilizar a la sociedad por las faltas del indivi-
duo. La posición exterior que ocupa el individuo, la que le ofrece condiciones de vida
atrofiadas o hipertrofiadas, las abrumadoras impresiones e influencias a las que está
expuesto a partir de ahí, a todo esto, pero no a la «libertad» de la individualidad, se le
imputa actualmente, de buen grado, la responsabilidad por los delitos del individuo.
El conocimiento trascendental del excepcional dominio de la causalidad natural que
excluye la culpa en el sentido del liberum arbitrium se reduce a la creencia en la deter-
minación general a través de las influencias sociales. En la medida en que la antigua
concepción individualista del mundo es remplazada por la histórico-sociológica que
ve en el individuo sólo un punto de intersección entre hilos sociales, en el lugar de
la responsabilidad individual, tiene que aparecer otra vez la responsabilidad colec-
tiva. Si el individuo, de acuerdo con sus disposiciones innatas, es el producto de ge-
neraciones precedentes y su educación es el producto de las generaciones actuales,
por tanto, recibe de la sociedad el contenido de su personalidad como una herencia,
del mismo modo que el señor feudal recibe sus tierras, entonces ya no lo podemos
responsabilizar por unas acciones para las cuales no fue más que un instrumento
de ejecución, es decir, sólo el punto de tránsito. Sin duda, ahora se puede sugerir la
objeción de que la constitución de la sociedad que determina al individuo en algún
lugar tiene que haber sido el producto de individuos a los que, entonces, todavía ha-
bría que atribuir la responsabilidad por este efecto ulterior. Consecuentemente, po-
dría ser responsabilizado el individuo como tal y la parte de su responsabilidad, tan
grande como esta sea, repercutiría en la sociedad, pero no completamente, porque
la sociedad se compone de individuos y no podría ser responsable si estos no lo fue-
sen. Toda organización social incompleta e injusta que pudiese llevar a los que fueron
engendrados en su seno por el camino del delito, tiene que haberse basado en el im-
pulso de un individuo. Toda herencia que deposita en nosotros el germen del vicio no
existe desde la eternidad, por el contrario, tiene que haberse originado en un primer
comportamiento de un antecesor. Y si también la mayoría de los hilos por los cuales
es dirigida la acción del individuo fuesen tejidos por generaciones previas, no obs-
tante, también surge del individuo, otra vez, lo nuevo que contribuye a determinar a
la progenie futura; y la responsabilidad ante ésta, tendría que acentuarse ahora tanto
más, cuanto mayor sea la profundidad en que uno estuviese atravesado por los hilos
sociales, al punto de que ninguna acción dentro del cosmos social permanecería sin
consecuencias, es decir, que el efecto de una inmoralidad individual afectase incluso
a la milésima generación. Entonces, si también la determinación social, considerada
según el pasado, exonera al individuo, en la misma medida y con mayor peso lo in-
crimina si se mira a un futuro cuyo tejido causal, por la misma razón, puede ser cada
vez más complejo, es decir, determinante del individuo de múltiples maneras porque
todo individuo agrega una parte al legado de la especie a la que de lo contrario no se
hubiera llegado en absoluto.
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Georg Simmel • Sobre la responsabilidad colectiva
Sin entrar aquí en la discusión sobre los principios, la cual comparte el mismo
destino de esterilidad que todas las discusiones sobre la libertad, quiero aludir sólo
a los siguientes puntos de vista. Las consecuencias de una acción cambian completa
y fácilmente su carácter cuando se extienden hacia un círculo mayor sobrepasando
las relaciones personales o el pequeño círculo a los que refiere en un primer momen-
to en los propósitos del actor. Por ejemplo, cuando el empeño de la iglesia de hacer
que se le sometan la totalidad de los intereses vitales terrenales se condena como
falta de razón y se dirige la acusación a determinadas personas que vivieron duran-
te la Edad Media, en un primer momento puede replicarse que aquí subsistía una
tradición de las épocas más tempranas del cristianismo que el individuo encontraba
como una tendencia inquebrantable, como un dogma evidente por sí mismo, de ma-
nera que la responsabilidad aún es atribuible a las personalidades antiquísimas que
lo formaron, pero no al epígono individual al que sin preámbulos obligan a seguir
este camino. Pero esas personalidades tampoco fueron culpables de esto porque en
las pequeñas comunidades del cristianismo primitivo la penetración completa de la
vida por la idea religiosa, la entrega de todo ser y tener a los intereses cristianos era
una exigencia completamente moral, indispensable para la perduración de aquellas
comunidades, la cual, asimismo, fue inofensiva para los intereses culturales mien-
tras todavía hubiesen círculos lo suficientemente grandes consagrados al cuidado de
las cosas terrenales. Esto cambia recién con la extensión de la religión cristiana. Si
tal forma de vida que existió razonablemente en las pequeñas comunidades se ex-
tendiese hacia la totalidad del Estado, con este se verían vulnerados un conjunto de
intereses absolutamente indispensables, cuyo desplazamiento por el dominio de la
iglesia es considerado inmoral. Justamente una tendencia que resulta provechosa en
el contexto de una ampliación mínima del círculo social, es reprochable cuando és-
te se extiende en mayor medida. En los últimos casos se desplaza la responsabilidad
de los individuos al ser explicada en el contexto de la tradición, entonces, es eviden-
te que no es atribuible a los individuos de los que parte la tradición, sino que tiene
su motivo exclusivamente en el cambio cuantitativo del círculo social. Aún resulta
sumamente necesario en esta investigación preguntarse en qué medida el mero in-
cremento numérico de un círculo altera el aspecto moral cualitativo de las acciones
relacionadas con él. No obstante, dado que indudablemente la responsabilidad y el
mérito que corresponden a una acción en un círculo más pequeño, frecuentemente,
con su extensión se transforman en aquello directamente opuesto sin que la cualidad
moral actual de la acción sea responsabilidad personal porque su contenido perma-
nece inalterado, la modificación de su valor, entonces, no remite a ningún individuo
solitario, sino a todos ellos. Por ejemplo, encontramos que en la zona montañosa del
Tibet todavía es dominante la poliandria. Evidentemente, como incluso los misione-
ros reconocen, esto resulta de provecho social, pues la tierra es tan infértil allí que un
rápido aumento de población sólo produciría la miseria más generalizada. Sin em-
bargo, para contener a la población, la poliandria es un medio magnifico. Asimismo,
con frecuencia, para pastorear un rebaño que se encuentra en la lejanía o ejercer el
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comercio los hombres tienen que distanciarse mucho de la patria y allí se da la cir-
cunstancia de que entre muchos hombres al menos uno siempre se quedará en la
casa para cuidar a la mujer y mantener unida la familia. Estos influjos beneficiosos
sobre las costumbres del país corroborados de múltiples maneras, cambiarían, no
obstante, inmediatamente, apenas fuese posible y necesario un aumento poblacio-
nal, por ejemplo, a partir de la exploración de nuevas fuentes de alimentos. Preci-
samente, la historia de las formas de la familia evidencia de manera suficiente có-
mo lo que antaño tenía un carácter moral, sólo por el cambio y, frecuentemente, por
un cambio meramente cuantitativo de las relaciones externas, se transformó en algo
moralmente condenable. Si ahora un individuo incurriese en una acción que en es-
te momento fuese moralmente errada, por ejemplo, en el caso mencionado arriba,
si una mujer siguiese tendencias poliándricas incluso en otro contexto y achacase
la responsabilidad a las generaciones previas que, por la herencia de rudimentos de
sus afecciones o algo así, la motivaron a seguir este camino, en este caso la respon-
sabilidad no se puede atribuir a ningún individuo porque para sus causantes no se
trataba de ninguna falta. Sin duda, tampoco la sociedad, cuyas modificaciones pro-
dujeron la falta moral, será responsable en el sentido de la responsabilidad moral,
porque tales modificaciones se consumaron por razones que en sí no tuvieron na-
da que ver con el fenómeno moralmente cuestionable, el cual sólo fue un resultado
accidental. Así como ciertas regulaciones perjudiciales que se aplican a una parte de
la totalidad social a veces pierden este carácter cuando se extienden al todo, el so-
cialismo destacó que las desventajas experimentadas que se objetan a la economía
dirigida, sólo se han originado porque hasta ahora fue implantada en todas partes
en el marco de políticas económicas que en sus otros aspectos eran individualistas,
por el contrario, desaparecerían cuando adopte la forma de un principio económico
unitario, y de un modo muy similar, la ampliación del círculo en el que tiene efectos
una manera de actuar, podrá transformar, contrariamente, la razón en disparate y el
beneficio en calamidad, posibilitando entonces que la responsabilidad de la que se
libra el individuo, así y todo, no recaiga en ningún otro individuo.
No obstante, el aumento puramente cuantitativo del grupo sólo es el caso más
claro de la exoneración moral del individuo, otras modificaciones pueden llevar al
mismo resultado para los individuos en cuanto la responsabilidad de la que se aparta
el autor inmediato no necesita ser atribuida a ningún otro individuo. Como la mezcla
química de dos materias puede dar lugar a una tercera cuyas características son com-
pletamente distintas que las de sus elementos, así la falta moral es el resultado de la
coincidencia de la disposición natural con determinadas relaciones sociales, aunque
ninguno de estos factores encierra de por sí la inmoralidad. A partir de esta perspec-
tiva se puede situar la proposición corroborada por la investigación antropológica
más reciente de que con gran frecuencia los vicios no son otra cosa que atavismos.
Sabemos que el robo y el homicidio, la mentira y todo tipo de violencia experi-
mentaron en los estadios tempranos de nuestra especie una valoración muy distinta
a la que tienen actualmente.Se dirigían contra la tribu enemiga, en parte como algo
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Gabriel Nardacchione*
••
que trató de sistematizar los distintos tipos de imperativos de acción situada a la que
los periodistas se encuentran sometidos durante su labor específica.
Una segunda dimensión de su trabajo se vincula a la teoría sociológica en ge-
neral y, más particularmente al abordaje pragmático en sociología. En este ámbito,
publicó Naturalisme vs constructivisme? (con M. de Fornel, 2007) y Le devoir et la
grâce. Pour une analyse grammaticale de l’action (2009). Sus últimos artículos den-
tro de esta línea de investigación son: (con Y. Barthe et alii), «Sociologie pragmati-
que: mode d’emploi», en Politix, n°103, 2013; «Philosophie, psychanalyse, sociolo-
gie. Un autre regard sur les origines de la politique moderne», en Annales HSS, 69(1),
2014; y «The Twilight of Fields: Limitations of a Concept or Disappearance of a Histo-
rical Reality», en Journal of Classical Sociology, 14(4), 2014. Sobre esta línea de tra-
bajo, Lemieux también se muestra muy prolífico y resulta una referencia en rela-
ción a un debate teórico más amplio. Allí específicamente, desde una perspectiva
neo-witgeinsteniana, Lemieux reintrodujo un debate sobre la noción de gramática,
logrando al mismo tiempo situar la noción en el plano práctico sin que esto le im-
pida universalizar nociones de gramáticas más generales. En esta línea de trabajo,
Lemieux muestra al mismo tiempo un planteo específico (abordaje pragmático) que
se articula con un amplio manejo de los diferentes paisajes de la teoría sociológica
y de la epistemología social (desde el constructivismo al estructuralismo, y desde el
pragmatismo hasta el individualismo metodológico, entre otros).
Por último, nuestro autor realiza una interesante tarea de promoción, en el
marco de los medios de comunicación, tanto de la sociología como más específica-
mente de la reflexividad social. Dentro de esta perspectiva, se encuentran sus cróni-
cas regulares en la versión web del diario Le Monde (Monde.fr), en diversas emisiones
de la cadena de radio France-Culture, en la revista Alternatives économiques y en el
diario Libération. Algunas de dichas intervenciones fueron reagrupadas dentro de las
siguientes publicaciones: Un président élu par les médias? (2010); y La sociologie sur
le vif, (2010).
Luego de haber visitado la Argentina en dos ocasiones, el CFA posibilitó su lle-
gada en el año 2015. Allí dictó el seminario «Principios y desafíos de la sociología
pragmática» (en colaboración con Gabriel Nardacchione). Al mismo tiempo, dictó
conferencias en el Instituto de Investigaciones de Ciencias Sociales «Gino Germani»
y en la Universidad Nacional de Córdoba. El 14 de julio del 2015 dictó una conferencia
magistral, en el marco de las Jornadas de la Carrera de Sociología de la UBA. Su tema
fue: «Sociología y crítica social» (a publicar próximamente). Luego de esta conferen-
cia fue realizada la siguiente entrevista, donde Lemieux nos ilustra, a su entender,
acerca de las tareas principales de la sociología contemporánea.
250
Gabriel Nardacchione • Entrevista a Cyril Lemieux
ción crítica, en la medida que viene a llenar la laguna que existe entre lo ideal y lo real.
Afirma que la ideología individualista no permite comprender el funcionamiento de
la sociedad moderna, entonces aparece la necesidad de un abordaje científico sobre
el funcionamiento real de la sociedad moderna. Para eso sirve la sociología, pues nos
muestra la naturaleza social de las conductas individuales. Este es el funcionamiento
crítico de la sociología que contradice la ideología individualista del funcionamiento
social. Pero lo importante es que esta función crítica se distinga del punto de vista
reaccionario, pues no se trata de un rechazo a la sociedad moderna, sino lo contra-
rio. Lo que afirma es que esa ideología moderna no llega a realizarse verdaderamente.
Así es que realiza un esfuerzo por que los valores de la sociedad moderna sean verda-
deramente realizados, por que la igualdad sea un bien, por que haya más derechos,
más libertad. Se trata de una relación dialéctica: para que haya mayor autonomía in-
dividual hay que comprender previamente la naturaleza social propia de la sociedad
moderna. Uno tiene que explorar la dimensión social del individuo para hacer sur-
gir dicho individuo. De esa manera, la sociología, al igual que la sociedad moderna,
conlleva una normatividad, pero con exigencias que se ligan a la investigación sobre
lo social. A su vez, aquélla tiene un impacto político desde el momento en que lleva a
una nueva comprensión de lo que se trata el individuo. El individuo es un individuo
social, la igualdad esta construida socialmente. Existe un impacto político en la me-
dida en que la sociedad se piensa a sí misma. Este es el gesto político de la sociología.
Se trata de la realización de una misión progresista.
Entrando a los principios de la sociología pragmática, nos gustaría que nos explique ¿por
qué el principio metodológico de «seguir a los actores» no se trata de un axioma meramente
descriptivo?
Este principio metodológico es central y, desde un cierto punto de vista, el de-
nominador común entre las diferentes corrientes de lo que se llama sociología prag-
mática. Se trata de poner en el centro una exigencia descriptiva, yo diría comprensi-
va, de lo que hacen los actores. Seguir a los actores significa describir y comprender
la forma en que los actores definen ellos mismos la situación, la forma en que los
actores tienen en cuenta lo que puede ocurrir, etc. Se trata de un punto clave.
De todas formas, antes se encuentra el principio de simetría, por el cual, hay
que seguir a «todos» los actores y no simplemente a algunos actores. Así, vamos a se-
guir las críticas que se realizan entre unos y otros. Se intenta dar cuenta de todas las
críticas que se dan en la sociedad moderna. Luego de esta etapa descriptiva, dentro
de la sociología pragmática aparecen distintas perspectivas. Por mi parte, distingo
las tareas primarias de las tareas secundarias. Las tareas primarias deben realizarse
técnicamente antes de las segundas, no se trata de que una sea más importante que
la otra, sino del orden en que hay que realizarlas. Las tareas primarias son justamen-
te las que siguen a los actores, la descripción y comprensión detallada de la acción.
Luego las tareas secundarias se orientan a explicar la acción, a volverla previsible y a
realizar la crítica dentro del mundo social. La tarea secundaria solo es posible a partir
251
entramados y perspectivas, vol. 5, núm. 5, págs. 249-255 (oct. 2014/sept. 2015)
de una buena tarea primaria. A mayor precisión dentro de la tarea primaria, mayor
capacidad de explicación y previsión en las tareas secundarias. Solamente así se pue-
de aportar algo nuevo, algún aspecto que no haya sido ya descripto o analizado. En
este momento uno debe salir de la actualidad de la acción (propio de la tarea prima-
ria) para ir sobre el pasado de la acción. La tarea secundaria relaciona el presente de
la acción con el pasado de una institución o de un dispositivo. Se sale del presente
de la situación para explicarla, y explicarla es necesariamente volver sobre el pasa-
do. Para volver previsible la acción se aplica el mismo mecanismo: hay que comparar
situaciones presentes con otras situaciones que salgan de la situación presente. Por
último, para criticar también hay que tener un punto de vista normativo, que es por
definición exterior a la situación. En síntesis, en las tareas primarias hay que ser «pre-
sentista», mientras que en las tareas secundarias hay que salir de ese «presentismo»,
desde un punto de vista exterior a la situación.
Recién nos hablaba de la simetría, de seguir a todos los actores, ¿No encuentra injusto tratar
a todos simétricamente en condiciones de asimetría social?
Ante todo, el principio de simetría es un principio de método. La idea consiste
en tratar con la misma dignidad a todos los actores. Por ejemplo, desde el momento
en que dos antagonistas se enfrentan, tratar de igual forma a uno y a otro. Como lo
hace Latour, cuando analiza de la misma forma lo que realizan Pasteur y Pouchet.
Aunque las posiciones de este último hoy resulten ridículas, Latour las trata con la
misma dignidad, les presta el mismo grado de racionalidad. Por ello, justamente, el
principio de simetría sirve para observar como se construyen las asimetrías. Se trata
de comprender en detalle como se van realizando las asimetrías. Tratando de mane-
ra simétrica a los actores, es que uno puede detectar como aparecen, se desarrollan
y se consolidan las asimetrías, e incluso en ciertos casos como se deshacen. Se trata
de una forma dinámica de ver la producción de la dominación. Así, en un principio,
uno debe suspender lo que sabe sobre los dominantes y los dominados, para ver paso
a paso como el dominante construye su relación con el dominado, incluso muchas
veces como el dominado participa de esa relación. El interés de este principio meto-
dológico apunta a desnaturalizar la relación de dominación. Se trata de mostrar que
la dominación implica un trabajo de parte del dominante. Incluso se trata de mostrar
que existen múltiples márgenes de incertidumbre e indeterminación dentro de esta
relación. Todo esto no es posible describirlo sin partir del principio de simetría. Uno
debe evitar pararse desde la asimetría como una condición ya adquirida. Cuando
se le reprocha a la sociología pragmática cierta «naïveté» frente a las asimetrías, en
realidad no se está comprendiendo verdaderamente la dimensión metodología del
principio de simetría. Pues justamente apunta a lo inverso: dado un mundo asimé-
trico, necesitamos de un principio de simetría que permita comprender la dinámica
de constitución de dichas asimetrías.
Existen muchas críticas hacia la sociología pragmática por no poner en primer plano el pro-
blema de la dominación y de cierta irreversibilidad de las relaciones sociales. ¿Que piensa
252
Gabriel Nardacchione • Entrevista a Cyril Lemieux
frente a esta crítica que ubica a dicha sociología dentro de un marco «optimista» de las re-
laciones sociales? ¿A que se denomina reversibilidad desde esta perspectiva?
Este concepto esta ligado al principio metodológico de simetría. Hay siempre
una reversibilidad potencial, que no siempre se da de manera efectiva dentro de las
relaciones de dominación. Entre los dominantes existe una inquietud, ya que siem-
pre se debe realizar un trabajo para consolidar la dominación. A pesar de que los
dominantes a menudo intenten naturalizar dicha relación de dominación. Por ejem-
plo, hay un trabajo social a través del cual el hombre domina a la mujer. No obstante,
existe cierta incertidumbre dentro de esta relación de dominación, hay momentos
de reversibilidad, hay momentos de puesta en cuestión de dicha dominación. En su-
ma, hay que realizar todo un trabajo para sostener una dominación. A esta altura no
hay que confundir dos cuestiones: se presupone la reversibilidad de las relaciones
de dominación para poder estudiar mejor las relaciones de dominación y su repro-
ducción, aunque esta reversibilidad no se dé de manera efectiva. Hay que tener en
cuenta hasta qué punto dicho potencial de reversibilidad inquieta a ciertos actores y
otorga expectativas a otros.
Este primer paso permite desnaturalizar la relación de dominación y tiene na-
turalmente efectos políticos. Esto significa que esta reversibilidad potencial puede
ser trabajada colectivamente de manera de volverla efectiva. Esto es fundamental
para así poder arribar a una teoría de la dominación más ajustada. Desde un punto
de vista cercano a Pierre Bourdieu, la dominación resulta una fatalidad. Por ejemplo,
la dominación masculina existe en todas las sociedades y se presupone que existirá
siempre. En este caso de qué sirve luchar contra esto, no tiene sentido hacerlo. Para
ello, es necesario suponer que las relaciones de dominación pueden ser atenuadas,
corregidas, disminuidas, lo que supondría que una cierta igualación de las condicio-
nes puede ser posible. Si no tenemos una visión gradualista no tiene ningún sentido
hacer un llamado a la lucha contra las relaciones de dominación. Por ejemplo, en
Francia, en el último siglo, las relaciones de dominación masculina han disminuido
claramente. Eso no significa que hayan desaparecido. Son todavía muy consisten-
tes, pero globalmente son menos intensas que hace un siglo. Eso no significa que
no haya que seguir luchando por la igualdad entre hombres y mujeres, pero es ne-
cesario reconocer este proceso gradual. Para analizar los progresos sociales hay que
tener una teoría gradualista de la dominación, y para poder pensar en alguna forma
de reversibilidad de las relaciones de dominación es necesario tener una teoría pro-
gresista. Creo que existe una cierta hipocresía dentro de la sociología para reconocer
este horizonte progresista, que por otra parte es el horizonte de la sociología desde
sus orígenes.
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entramados y perspectivas, vol. 5, núm. 5, págs. 249-255 (oct. 2014/sept. 2015)
Por último queremos conocer su opinión sobre cierto reproche de «falta de realismo» de
parte de la sociología pragmática, desde el momento en que ella reintroduce el problema de
la moral para analizar la acción política.
Se podría considerar, a la inversa, que no tomar en consideración los juicios
morales, es una falta de realismo. Dentro de una parte de la sociología pragmática (li-
gada al Grupo de Sociología Político y Moral, GSPM) se tiene en cuenta, efectivamen-
te, la dimensión moral de la acción. En algún sentido hay que recordar que Durkheim
ya desarrolló una sociología moral, una sociología de la moral construida socialmen-
te. Es un objetivo central de la sociología. Pero esto no implica un «moralismo», sino
reconocer la dimensión moral de las actividades sociales y que los juicios morales se
despliegan en la vida cotidiana, en los comportamientos de unos y otros. No existe
razón para que los sociólogos no aborden estas problemáticas, ni para que eviten to-
mar en consideración su influencia sobre la vida política y social. Esto no significa
que no deban tomarse en consideración las fuerzas que se despliegan en el terreno
social. En todo caso estas relaciones, también son generadoras de juicios políticos y
morales. Existe un vínculo entre la moral y la política. De hecho, no se pueden ana-
lizar las relaciones de fuerza y la política sino se tiene en cuenta la dimensión moral
de la vida social.
Llegado a este punto podríamos interrogarnos si la política es simplemente
relaciones de fuerza o justamente una tensión entre ciertas relaciones de fuerza y
ciertas relaciones de justicia. Es verdad que hay muchas tradiciones sociológicas que
reducen la política a relaciones de fuerza. Esto se observa incluso dentro de la so-
ciología pragmática, particularmente dentro de la sociología de Latour y Callon, que
considera que no es necesario tener en cuenta una dimensión moral de la actividad
social o política. No es el caso del Grupo de Sociología Político y Moral, que apunta
justamente a articular la dimensión política a los juicios morales, a analizar la tensión
existente entre la fuerza y la justicia. Esta perspectiva no subestima las relaciones de
fuerza, estas son bien reales. Simplemente considera que dichas relaciones de fuerza
generan o producen juicios morales, dentro de los cuales algunos pueden ser denun-
ciados como ilegítimos. En este sentido, habría que considerar que ciertos usos de la
fuerza pueden ser tomados como ilegítimos, mientras que otros pueden ser conside-
rados como legítimos.
En última instancia, estamos frente a una cuestión clásica de la sociología: el
problema de la legitimidad de la fuerza. Desde nuestra perspectiva resulta interesan-
te trabajar sobre los procesos de legitimación y sobre los procesos de ilegitimación.
Esto orienta el análisis sobre el problema de la publicidad, sobre aquello que se vuel-
ve visible y aquello que se oculta. De allí surgen todos los estudios empíricos sobre
affaires, escándalos, es decir, sobre aquello que es permitido (o no) decir en público,
o sobre aquello que es necesario ocultar, ya que se sabe que es considerado ilegitimo.
Esto abre una sociología que pone el foco sobre los procesos de publicización, sobre
una dinámica que va desde lo privado a lo público, sobre todas las transformacio-
nes que se producen en dicho proceso. En última instancia, se trata de afirmar que
254
Gabriel Nardacchione • Entrevista a Cyril Lemieux
255
La insumisión y sus estilos*
Julián Sauquillo**
••
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Julián Sauquillo • La insumisión y sus estilos
tes son la forma que tiene el poder de retener, coagular y almacenar el devenir de
las cosas. Pero no se ha pensado, según la historiadora, cual es la finalidad política
del expediente administrativo hasta ahora. Todo el engranaje de jueces, escribanos,
cancillerías, prefacios de las leyes, notarios y oficinas jurídicas esta incardinado co-
mo una jaula kafkiana que restringe el acceso de los administrados. Si la reflexión
de Cornelia Vismann tiene ese resabio antiguo que hace ver la pervivencia hoy del
antiguo papel en los expedientes judiciales, conviene también reparar – dentro de la
brillante exposición de José Bellido – en cuál es el papel condensador de imágenes
del video como artilugio, cada vez más frecuente, de capturar comportamientos. Pa-
rece que todos estos textos de Crítica y estilos de insumisión están subrayando que
expedientes judiciales, análisis clínicos, videos de vigilancia, estrategias legislativas
progresistas, documentales políticos, testificaciones de la tragedia acontecida no vi-
sibilizan y reparan una parte del dolor, del sufrimiento, del grito de protesta, del cora-
je de las reivindicaciones colectivas que llaman a expresarse y cambiar el régimen de
poder que padecen y del que forman parte. Acaso sólo la literatura que escapa a los
conceptos, a los planos, a las secuencias, a los montajes, a las capitulares de los do-
cumentos timbrados, como un «grado cero de la escritura», sea capaz de dar cuenta
de este sufrimiento.
A partir de este aliento crítico, «Abstracción de lo sensible, impertinencia, es-
peranza, expediente», de Claudio Martyniuk, aborda una experiencia preconceptual
de acercamiento a los libros antes de que sean capturados por el entramado técni-
co de la biblioteca y la filosofía tecnificada. Su reivindicación del sonambulismo, del
fetichismo, de la compasión y de la redención como camino para una lectura infan-
til, ingenua (libre, en un sentido etimológico) – antes de que se imponga el filtro del
rigor (mortis) de la academia y del marchamo innovador concedido por las vanguar-
dias – recuerda que leer no es informarse sino acaso vivir los márgenes con mayor
coraje. Ni las tormentas y los tumultos teóricos pueden armonizarse en clave de ar-
monización y desciframiento violentos, ni cabe reducir la imaginación al coto sedado
de Disneylandia. Parece como si Claudio Martyniuk recogiera la admonición de Jean
Baudrillard ante la interposición de grandes simulacros teóricos que llegaron a re-
basar, largamente y sin sentido alguno, la prolijidad inabarcable del mundo. Acaso
estos simulacros actúen así para acotar una creatividad rebelde que no se somete a
ser industria de animación infantil. Su propuesta, por momentos, parece reemplazar
la organización burocrática y jerárquica del saber por una lectura que juega y dispa-
rata. Quienes crean que tal propuesta no cabe dentro de una indagación apasionante
y sugerente han de recordar que la biblioteca, también para Michel Foucault, no era
el lugar del orden del saber sino de una erudición que se extralimita como locura.
Para Claudio Martyniuk el texto filosófico es indagación y espera de captar las
diferencias y singularidades de las cosas, frecuentemente reducidos a indiferencia.
Pretende captar lo que la razón mutila y sólo el método infantil reconoce: el trompo,
el peón que el niño hace bailar una y otra vez. Claudio Martyniuk, en vez de quedar
prendado de los grandes problemas del filósofo, permanece en la espera nihilista de
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entramados y perspectivas, vol. 5, núm. 5, págs. 257-262 (oct. 2014/sept. 2015)
ver girar cada vez de forma distinta al trompo bajo una cuerda torpe, como sugiere
Franz Kafka, o de ver pasar el mismo río siempre distinto como Heráclito apuntaba.
Esta esperanza premeditadamente infantil de comprender se asemeja a un imperti-
nente meditar que el filósofo racionalista rechaza como la algarabía y el griterío de los
chicos. A partir de este presupuesto artístico del texto, la escritura y la propia lectura
no son estrictamente racionales sino indagadoras de lo que la comprensión racional
amputa por irracional: el coro de los escritos, el silencio fulgurante, el tejido superfi-
cial del texto.
Su propuesta de escritura y lectura es un dionisíaco pensamiento poetizante.
Martyniuk no desconoce la máquina de guerra a que se enfrenta esta poética de la
diferencia: la memoria que achica y estrecha la infinitud y la singularidad mediante
la repetición y la inmunidad a las diferencias. La memoria aparece dentro de su re-
flexión como la autoridad oficial que – como el derecho y la lógica, en otras esferas –
iguala, homogeneiza e indiferencia. Que Martyniuk visite el pensamiento de Adorno
y Horkheimer no es casual pues ambos filósofos alemanes desvelaron que la ilustra-
ción griega ya sometía los arcanos, los sentimientos individuales, lo esotérico, lo her-
mético como residuos de la racionalidad instrumental. La máquina de contabilidad y
administración eficiente en que se convirtió la razón absorbe hasta el deseo de Sade
como plusvalía devoradora de cuerpos. La primera castración racional es la de Uli-
ses imposibilitado de seguir los cantos de sirena. En el mismo sentido frankfurtiano,
Martyniuk rebate a esa ilustración que cercena lo extraordinario, lo inconmensura-
ble, reducidos y purificados como ordinaria igualdad. En el texto de Martyniuk existe
una resonancia foucaultiana de adoptar un ethos, una ascética, ilustrada diferente: el
Aude sapere, el atrévete a pensar, que se sacude las muletas de todo dogma, no sólo
los prejuicios de la religión – en clave kantiana – sino también los de la ciencia – en
la visión nietzscheana – . Toda la ingeniería del alma practicada por la memoria ofi-
cial es desenmascarada: en términos wittgensteinianos, presupone el reglamento de
una Orden. Para transgredir el código de esta memoria oficial, «Ludwig Wittgenstein
y Fritz Mauthner. La dimensión trágica del ejercicio crítico», de Silvia Rivera, pien-
sa el desacuerdo, la dispersión y la particularidad, en los límites del lenguaje, en vez
del acuerdo y la identidad. Los textos de Crítica y estilos de insumisión hacen suge-
rentes apelaciones y operan como contrafuertes de un mismo aliento filosófico. El
pathos trágico de Wittgenstein y Mauthner de renunciar a un acuerdo universal en el
uso de las palabras – las formas de vida históricas determinan, en vez, sus significa-
dos – coincide en el desmantelamiento de la memoria como repetición machacona
de idénticos e inmodificables sentidos a las palabras. En el texto de Martyniuk hay
un desplazamiento de la reflexión epistemológica de Rivera hacia la meditación po-
lítica. En los tiempos modernos, – aquí la resonancia de Vismann en Martyniuk es
manifiesta – el Estado se encuentra maniatado por su memorioso archivo. El Estado
contemporáneo, como el Funes memorioso de Borges, se encuentra imposibilitado
de cualquier impulso creativo porque es reo de sus propios archivos y expedientes.
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Julián Sauquillo • La insumisión y sus estilos
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entramados y perspectivas, vol. 5, núm. 5, págs. 257-262 (oct. 2014/sept. 2015)
no faltarán entre los lectores críticos más clásicos. Todo el trabajo moral de construc-
ción de un nuevo ethos revolucionario suele abrir un cierto escepticismo. La viabili-
dad de una revolución que comience por una transformación de cada individuo, en
vez de por una lucha urgente de los colectivos más desfavorecidos, tiene muchos de-
tractores. Crítica y estilos de insumisión convierte a Bartleby «el escribiente», imagi-
nado por Melville, en un avezado revolucionario que al preferir no hacerlo (colaborar
con el otro en el requerimiento de la oficina) está desvencijando las estructuras mo-
dernas de dominación. Las propuestas de Gilles Deleuze y Giorgo Agamben son muy
atractivas, en este sentido. Pero no faltarán quienes opinen que pueden darse abu-
sos políticos de la literatura. Por ello, es muy oportuno el artículo de Mauro Benente,
«Poder, ética y sujeto en Michel Foucault. Dudas sobre el cuidado de sí como prácti-
ca de resistencia», que cuestiona una de las propuestas francesas de insumisión más
asentadas entre la crítica actual: la del autor de Vigilar y Castigar (1975) y El uso de
los placeres y el Cuidado de sí (1984). Una exposición brillante y un conocimiento
pleno de la obra de Foucault, que no pueden ser ajenos a la admiración, arman una
solida interrogación: ¿acaso Foucault no está dirigiendo su alternativa de liberación
a los hombres libres, estrictamente, sin consideración a los cuerpos dóciles? A finales
de los ochenta, Foucault está pensando la liberación a partir de las prácticas antiguas
en vez de considerar los mecanismos disciplinarios que fabrican cuerpos dóciles. Es-
taba incurriendo en una «estética de la existencia» – según Mauro Benente, creo que
acertadamente – . Dentro de esta propuesta de subjetivación artística, hay buenas ra-
zones para pensar que solo los hombres libres – y no los sometidos – pueden atisbar
que cabe hacer de la propia vida una obra de arte. Liberarse estaba ligado, entre es-
tos hombres libres, a la detentación de un privilegio familiar y a la tenencia de tiempo
de ocio. Todos los ejercicios espirituales que comprende esta estética de la existen-
cia – -dice con razón Mario Benente – son impracticables en un régimen de encie-
rro donde la disciplina es el poder absoluto de las relaciones. Por ello, es un acierto
de este colectivo, agrupado en torno a Crítica y estilos de insumisión, contar con un
contrafáctico que piense los propios límites de la insumisión. No habrá victoria de
la resistencia, por parcial que sea, mientras no se dé un ethos nuevo. Pero tampoco
será posible la revuelta si este ethos queda restringido a hombres nobles. Se trata de
paradojas y aporías, hasta cierto punto siempre abiertas, que el lector podrá sopesar
mejor desde la lectura de este muy valioso libro.
262
Los modernos de hoy*
Rocío Annunziata**
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Sentido
Empecemos por el sentido. Del libro surge en primer plano que el sentido de
la modernidad es la secularización. El movimiento de la secularización lleva a que el
poder se desligue de sus fundamentos sagrados e inmutables y se quede en adelante
sin fundamento último. En la modernidad, el poder está en la búsqueda de su propio
fundamento. Lo busca, como bien señala el autor, en la figura del consentimiento.
¿Es el Pueblo entonces el nuevo fundamento del poder en la modernidad? Se podría,
claro, adoptar la visión simple de un reemplazo: el fundamento transcendente por el
fundamento del Pueblo Soberano. Pero resulta que la modernidad descubre al mis-
mo tiempo la división; descubre que no hay UN pueblo en ningún lado, homogéneo,
legible, sino que lo que aparece es una sociedad atravesada por la división, los con-
*. Reseña de Miguel Angel Forte. Modernidad: tiempo, forma y sentido, EUDEBA, Buenos
Aires, 2015, 140 págs.
**. (rocio.annunziata@gmail.com) Doctora en Estudios Políticos de la École des Hautes
Études en SciencesSociales (París) y Doctora en Ciencias Sociales de la Universidad de Bue-
nos Aires. Profesora adjunta de Teoría Política Contemporánea en la Universidad de Buenos
Aires, Profesora de la Maestría en Ciencia Política de laFacultad Latinoamericana de Ciencias
Sociales (Buenos Aires). Es codirectora del equipo de investigación «Las nuevas formas políti-
cas» del Instituto de Investigaciones Gino Germani (Universidad de Buenos Aires) y directora
del proyecto UBACYT «Entre la gestión y la negatividad: formas de participación ciudadana no
electoral en la Argentina contemporánea». Argentina.
entramados y perspectivas, vol. 5, núm. 5, págs. 263-268 (oct. 2014/sept. 2015)
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Rocío Annunziata • Los modernos de hoy
Forma
La modernidad se nos presenta bajo una forma. La forma más global de la so-
ciedad moderna es la que deriva de su sentido: la sociedad dividida en esferas. La
política, la ciencia, la economía, la cultura, la religión, se nos aparecen como esfe-
ras separadas y guiadas por sus propios principios. Además, si comparamos la forma
moderna de la sociedad con la pre-moderna, como lo hace Forte, vemos que la mo-
derna es una forma en movimiento, una forma movediza, una forma amorfa si se
permite la expresión. Mientras que en la sociedad pre-moderna hay fijación de los
individuos a lugares y funciones, en el marco de relaciones jerárquicas de pertenen-
cia y subordinación, en la modernidad esas relaciones pueden ponerse en cuestión,
y convertirse en «sede de antagonismo», para emplear el concepto de Ernesto Laclau
y Chantal Mouffe (2004), que también son citados en este libro. Es decir, movilidad
y separación con las macro o meta formas de la modernidad. La representación geo-
métrica de la sociedad moderna es imposible, a menos que borroneemos siempre
alguno de los lados.
Pero luego la forma es también la cristalización institucional; la modernidad
se da forma por medio de instituciones. En este punto, Miguel Ángel Forte desarrolla
especialmente los rasgos del Estado Nación, del Estado Burocrático y del Capitalismo
(o la empresa capitalista). Sin traicionar el espíritu del libro podrían agregarse las
instituciones de la Democracia como régimen político: sobre todo las instituciones
representativas que con sus dispositivos electorales y no electorales, y su puesta en
escena de la competencia política, dan cuenta del poder como inapropiable y de la
paradoja de representar a un pueblo inhallable.
Hay que destacar un rasgo de la forma de la modernidad que el autor del libro,
atribuyéndoselo al modernismo como corriente intelectual, identifica con claridad:
la forma siempre defrauda al sentido. Es decir: las instituciones no son nunca cris-
talizaciones cerradas y absolutas del sentido; por eso están sujetas a la revisión, a la
crítica y al cambio (como decíamos más arriba con respecto a los derechos), y siem-
pre deben ser interrogadas en sus aquí y ahoraespecíficos. El sentido excede la forma:
libertad de cambiar y moldear las formas que no puede sino ir asociada al desencanto
por lo que las formas no logran terminar de capturar.
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entramados y perspectivas, vol. 5, núm. 5, págs. 263-268 (oct. 2014/sept. 2015)
Tiempo
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Rocío Annunziata • Los modernos de hoy
liza Charles Taylor (1993) como emergentes de la modernidad, sabemos que igual-
dad y diferencia se articulan en diversos grados y con diversas cristalizaciones hasta
nuestros días. En el siglo XIX, por ejemplo, adquieren mayor fuerza las «reacciones
anti-individualistas», y un poco de este proceso nace la propia Sociología, recuerda
Forte. Y hoy se actualiza el «individualismo de la distinción», sólo que transformado,
retraducido. Pierre Rosanvallon (2012) ha conceptualizado recientemente el «indivi-
dualismo de la singularidad», que no es más que aquel individualismo elitista de los
orígenes de la modernidad reemergiendo en el presente generalizado y democratiza-
do. En su convocatoria a refundar una sociedad de iguales, Rosanvallon advierte que
no es posible ignorar esta transformación social mayor, puesto que gran parte de la
emancipación humana pasa hoy en día por la aspiración de cada uno de nosotros a
tener una existencia plenamente personal y un reconocimiento en tanto que seres
únicos.
La expansión de nuevas tecnologías de comunicación le da al individualismo
de la singularidad un empuje extraordinario. Brindando chances inéditas para la auto-
afirmación y la auto-narración, las redes sociales vuelven a correr una vez más las
fronteras de la intimidad. El individualismo de la singularidad va de la mano con
lo que Manuel Castells (2012) ha llamado la «auto-comunicación de masas». En el
terreno de la relación con la política, también se pone de manifiesto el individua-
lismo de la singularidad contemporáneo: opciones personales a la hora de votar se
conjugan cada vez más con formas creativas e individualizadas de participar. Los fe-
nómenos que la teoría política actual concibe como «auto-representación» son in-
separables del individualismo. En el plano de los derechos, no cabe duda de que el
individualismo de la singularidad deja su marca: derechos a la igualdad y a la diferen-
cia que se complementan, se superponen y a veces se contradicen (Schnapper, 2004),
con una dinámica expansiva que alcanza la propia noción de humanidad permitien-
do concebir derechos de las futuras generaciones o del medioambiente. Problemas
modernos resignificados, radicalizados si se quiere, que nos interpelan hoy en día,
y para cuyo abordaje la reflexión sobre la forma, el sentido y el tiempo de la moder-
nidad tienen una vigencia extraordinaria. Es porque nos habla del presente que este
libro sobre la modernidad se vuelve apasionado, y con tres imágenes apasionadas
pintadas por el autor cerraremos este comentario.
Primera: la modernidad como viaje. De algún modo la modernidad empieza
con un viaje y hoy viajamos más que nunca porque construimos la tecnología para
poder hacerlo desde nuestro hogar y llegar hasta otros planetas. Segunda: la moder-
nidad como historicidad radical: tratando de controlar el futuro, los modernos sabe-
mos que lo podemos incluso terminar aniquilando, y esta conciencia, hoy profundi-
zada, se pone de manifiesto en la proliferación de excelentes distopías que nos está
dando el cine. Hay que ver el film Interestellar (2014) para comprender un poco más
nuestro presente, recomienda con razón Miguel Ángel Forte. Tercera: la modernidad
como desencanto (que no es idéntico al desencantamiento definitivo del mundo en
clave sociológica-weberiana). Las formas institucionales que nosotros mismos nos
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Bibliografía
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Saber de la pobreza*
periféricos, para configurar un escenario en el que se ubican, por un lado, las preo-
cupaciones por las formas de inserción «anormales» en el mercado de trabajo y, por
el otro, los debates en torno a las condiciones de vida de poblaciones vulnerables o
de necesidades insatisfechas. En palabras de la autora:
«La delimitación de las subclases produce, en el caso de la Argentina, una cate-
goría ubicua que puede extenderse a poblaciones que, en otros contextos, hubieran
sido asimiladas a las de trabajadores desocupados. Particularmente a partir de la dé-
cada de los 80, la delimitación de la pobreza resultará un modo de lidiar con la crisis
del mercado de trabajo sin intervenir sobre la relación capital-trabajo, o, en rigor, al
tiempo que se intervenía sobre ella para desregularla» (Grondona, 2014:19)
Uno de los aspectos a destacar del libro es un profuso trabajo de indagación de
archivo que desempolva y organiza múltiples documentos, muchos de ellos soslaya-
dos en los estudios sociológicos sobre la temática. Ello debido quizás a que se trata de
un recorte, presentado en el primer capítulo, que procura diferenciarse de aquellas
perspectivas que organizan el archivo a partir de unidades preexistentes. Por el con-
trario, los diversos elementos que configuran la cuestión de las subclases «anudan»
en este trabajo a partir de una delimitación que es resultado del trabajo de investiga-
ción. Pone en funcionamiento un ejercicio genealógico que interroga la evidencia o
naturalidad con que «la pobreza» es abordada desde las ciencias sociales al día de hoy.
Pensando en «discursividades» antes que en «racionalidades», el gobierno de las po-
blaciones deviene en un proceso caracterizado por la contradicción, los olvidos, las
resistencias, heterogeneidades e incoherencias, antes que en un espacio claramen-
te delimitado de individualidades-instituciones-verdades. Quizás el concepto clave
para comprender la organización del libro resida en la noción foucaultiana, definida
por Castel, de problematización en tanto haz de interrogantes acerca de un objeto de
pensamiento, que tienen un momento de emergencia y sucesivas reformulaciones y
transformaciones. Los «anudes» aludidos estructuran los capítulos del libro: el pro-
blema de la marginalidad, el de la informalidad/precariedad, el de las necesidades
básicas y, por último, el de la pobreza. Cada serie no se corresponde, de este modo,
con una teoría, un autor, una ideología, un periodo definido a priori. Antes bien, los
capítulos se organizan conforme, precisamente, a un haz de interrogantes relaciona-
dos con una problemática y sus transformaciones.
El segundo capítulo presenta los debates en torno al problema de la marginali-
dad, caracterizados por marcados matices estructuralistas en los que el problema de
la exclusión (y del desempleo) constituye un síntoma de desequilibrios o contradic-
ciones en el proceso de desarrollo no sólo argentino sino (y en mucho mayor medida)
de los países latinoamericanos. Resulta enriquecedor en este sentido el modo en que
la autora distingue posiciones en el debate: por su aspecto programático antes que
explicativo, es decir, en torno a la cuestión de cómo incidir sobre los problemas que
el desarrollo traía aparejados en estas latitudes. Es así que pueden construirse cua-
tro posiciones que lejos se encuentran de poder ser identificadas con ciertas institu-
ciones, sino que las atraviesan: un discurso tecnocrático-desarrollista, uno pastoral-
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El hogar como problema y como solución*
Florencia Partenio**
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*. Reseña sobre Paula Lucía Aguilar. El hogar como problema y como solución. Una mirada
genealógica de la domesticidad a través de las políticas sociales. Argentina 1890-1940, Ediciones
del CCC, Colección Historia del Presente, Buenos Aires, 2014, 312 págs.
**. (florencia.partenio@gmail.com) Docente-investigadora de la Carrera de Relaciones
del Trabajo y del Programa de Estudios de Género de la Universidad Nacional Arturo Jauretche
(UNAJ). Especialista en Estudios de Género y Estudios Laborales. Argentina.
entramados y perspectivas, vol. 5, núm. 5, págs. 273-278 (oct. 2014/sept. 2015)
historia de la política social en Argentina, sino también viejas tensiones que encen-
dieron los debates dentro de las organizaciones obreras y que fueron reconstruidas
desde los estudios de género y la historia social (Lobato, 2000; 2007; Barrancos; 1999).
Desde una mirada genealógica, la autora decide encarar un arduo «estudio so-
bre la conformación histórica de las formas de diagnóstico e intervención sobre los
problemas sociales como resultado inestable de un campo de disputas» (2014: 25).
Partiendo del supuesto de que toda política social es un proceso en construcción,
con sentidos y orientaciones en disputa, y que contiene – implícita o explícitamen-
te – formas de delimitación de lo familiar-doméstico, se vuelve central dar cuenta de
modo sistemático de los contenidos presupuestos y categorías implicadas en esa re-
lación y en ese objeto. La autora reconstruye de manera minuciosa la conformación
de un «ideal doméstico» modelado por las políticas sociales. Su mirada considera el
género como una dimensión constitutiva de las relaciones sociales. Por eso analizar
el hogar cobra centralidad al rastrear qué sujetos se interpela (mujer/madre) y cómo
se articulan y refuerzan las dimensiones de clase y género.
La singular configuración de la domesticidad es posible reconstruirla a través
del extenso y detallado trabajo de archivo que realiza sobre un corpus de documen-
tos heterogéneos. En el capítulo introductorio evidencia los criterios de selección, las
series construidas y las regularidades encontradas. Es interesante advertir que el pe-
ríodo considerado para el estudio no fue definido a priori del trabajo de archivo, la
constitución del corpus y la revisión de estudios históricos. De este modo, el itinerario
arqueológico comienza a reflejar sus pliegues en cada página que vamos leyendo.
Recurriendo a las herramientas provistas por el análisis foucaultiano, su estu-
dio devela los discursos de verdad sobre «lo doméstico», cuyos efectos pueden ras-
trearse en diagnósticos y acciones de intervención sobre este campo. La importancia
de este análisis permite revelar elementos centrales para comprender la configura-
ción de la domesticidad, tanto en las nociones de higiene, moral y economía que cir-
culan, como en la atribución de responsabilidades y roles sobre ciertos sujetos en
la labor doméstica. En esta clave, va a definir la domesticidad como «un efecto de
conjunto de múltiples prácticas y discursos, formas de problematización, que con-
vergen en la definición de atributos morales, espacios sociales y tareas específicas
como propias de “lo domestico” (. . . ) como un ámbito delimitado en contraposición
al mercado y respecto de “lo público”, cuyas fronteras están en permanente tensión»
(2014: 12).
En el período estudiado, la autora reconstruye una caracterización del hogar
entendido como punto de convergencia, núcleo de diagnósticos y propuestas de re-
forma de las condiciones de vida y trabajo de la población. A su vez, analiza las inter-
pelaciones y afirmaciones sobre su «deber ser». Y es justamente en esas operaciones
que examinan los componentes del orden doméstico donde se revelan las vinculacio-
nes con el orden social. Los discursos de la época reflejan las expectativas de reforma-
dores que esperaban encontrar en los «buenos hogares» las garantías de la formación
de «buenos ciudadanos» y de una «humanidad mejor».
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Bibliografía
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entramados y perspectivas, vol. 5, núm. 5, págs. 273-278 (oct. 2014/sept. 2015)
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Lobato, Mirta Zaida(2007)Historia de las trabajadoras en la Argentina (1869-1960), Buenos
Aires, Edhasa.
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Evaluadores del número 5 de la revista Entramados y perspectivas
Sección Teoría
Dossier