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REDESCUBRIENDO

LA SANTA MISA TRADICIONAL


EN LATÍN

Breve Introducción a la Forma


Extraordinaria del Rito Romano

AA. VV.
MILITANTIS

2
Algunas de las preguntas de la 1era parte traducidas y editadas con permiso de
SanctaMissa.org
2da parte traducida de la obra: “Cochem’s Explanation of the Holy Sacrifice of the
Mass”, Fr. Martin Von Cochem, United States, Bezinger Brothers, 1896
3era parte tomada del libro “El Tesoro Escondido de la Santa Misa”, San Leonardo de
Porto Mauricio, 1676-1751
Ordinario de la 4ta parte tomado con permiso de Una Voce Sevilla

Fotografía de portada: “Misa solemne en la Forma Extraordinaria del rito romano en


St. Mary Moorfields en la ciudad de Londres, 2013” por P. James Bradley, CC BY 2.0,
https://creativecommons.org/licenses/by/2.0/
© 2019 Militantis, Costa Rica
Todos los derechos reservados
ISBN: 9781090160300

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Tabla de Contenidos

Recomendaciones para quienes asisten a Misa Tradicional


Introducción

I. Preguntas frecuentes sobre la Misa Tradicional


II. Ceremonias de la Misa Tradicional y su significado
III. Métodos para asistir con fruto a la Misa Tradicional
IV. Ordinario de la Misa Tradicional y oraciones devocionales

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“No hay nada en este mundo que exprese mejor y al mismo tiempo, la
insondable grandeza de Dios y la profunda miseria del hombre, que la Misa
Tradicional en Latín”
Un sacerdote que celebra la Misa Tradicional

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Recomendaciones para quienes asisten a
Misa Tradicional por primera vez

1. La Misa es un misterio. No te sientas ansioso por entender perfectamente bien


todas sus partes la primera vez que asistas. La Misa nos introduce en el misterio de
Dios que nuestra capacidad humana nunca va a terminar de entender. Conforme
vayas asistiendo con más frecuencia, te vas a sentir más cómodo y familiarizado
con cada acción de la liturgia.
2. Utiliza el ordinario latín-español para que puedas seguir las oraciones que el
sacerdote va diciendo incluso en voz baja. Estas oraciones contienen una gran
riqueza doctrinal que nos ayudarán a profundizar nuestra vivencia espiritual.
3. La Misa es la actualización del único sacrificio de Cristo en la cruz. La mejor
forma de vivirla es contemplando este misterio como si estuviéramos en el Calvario
junto a la cruz, con la Virgen María y san Juan.
4. Si no sabes cuándo te debes poner de rodillas o de pie, puedes seguir a los fieles
que están sentados en las primeras bancas para que te guíes con mayor seguridad.
De igual forma, en la cuarta parte de este pequeño libro se incluyen las posturas
para cada parte de la Misa.
5. La comunión se recibe de rodillas y en la boca y no debes responder Amén ante la
oración del sacerdote. Recuerda que solamente pueden acercarse a comulgar
aquellas personas que no se encuentran en pecado mortal.
6. Si tienes alguna otra duda, revisa las preguntas que vienen en este pequeño libro.
Vive con devoción este tesoro precioso de la Iglesia que santificó a tantos santos a
través de los siglos.

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Introducción

“Lo que para las generaciones anteriores era sagrado,


también para nosotros permanece sagrado y grande”
Benedicto XVI

El 7 de julio de 2007 el papa Benedicto XVI estableció, con su Motu Proprio Summorum
Pontificum, que todo sacerdote católico puede celebrar, sin necesidad de ningún permiso
especial, la Forma Extraordinaria del rito romano, también llamada Misa Tridentina o
Misa Tradicional en Latín. Desde entonces, miles de católicos alrededor del mundo han
logrado redescubrir, en la profundidad y belleza de estos ritos litúrgicos, un tesoro
insondable que les estaba oculto.
La Misa Tradicional en Latín es, en efecto, un tesoro precioso que se debe conservar (cf.
Universae Ecclesiae, art. 8) y este pequeño libro pretende proporcionar a aquellos
católicos no familiarizados con los ritos litúrgicos tradicionales, una introducción sobre
algunos aspectos relacionados a la celebración según el misal romano tradicional,
editado por última vez en 1962, pero cuyo origen esencial se puede remontar a los
tiempos de san Gregorio Magno en el siglo VII.
El libro está dividido en 4 partes: La primera parte corresponde a una serie de preguntas
frecuentes que se hacen muchos católicos con respecto a esta forma de la Misa. La
segunda parte introduce al lector a una breve explicación sobre las ceremonias de la
Misa Tradicional tomadas de la obra del padre Martin Von Cochem. La tercera parte
presenta 3 modos de vivir la Santa Misa, según la recomendación de san Leonardo de
Porto Mauricio. La cuarta y última sección incluye el ordinario de la Misa, que se
compone de aquellas oraciones y partes invariables que se rezan en cada Misa
Tradicional, acompañado de oraciones privadas que los fieles pueden rezar antes y
después de Misa como parte de su devoción.
Espero que este breve compendio despierte en el lector el amor por aquella forma de la
Misa que ha nutrido la fe de tantos santos a través de los siglos y que sigue alimentado a
las nuevas generaciones de católicos que ven en el Santo Sacrificio de la Misa, su más
preciado patrimonio.

Ad Jesum Per Mariam


Editor

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PARTE I

PREGUNTAS FRECUENTES
SOBRE LA MISA TRADICIONAL

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1. ¿Qué es la Santa Misa?
La Santa Misa es el Sacrificio del Cuerpo y Sangre de Jesucristo, que se ofrece sobre
nuestros altares bajo las especies de pan y de vino en memoria del sacrificio de la Cruz.
El sacrificio de la Misa es sustancialmente el mismo de la Cruz, en cuanto el mismo
Jesucristo que se ofreció en la Cruz es el que se ofrece por manos de los sacerdotes, sus
ministros, sobre nuestros altares. En la Cruz, Jesucristo se ofreció derramando su sangre
y mereciendo por nosotros, mientras en nuestros altares se sacrifica Él mismo sin
derramamiento de sangre y nos aplica los frutos de su pasión y muerte (Catecismo
Mayor de San Pio X, 655-657).

2. ¿Cómo puede ser que la Misa sea el mismo sacrificio de Jesús en el


Calvario?
En la Santa Misa, somos transportados místicamente al Calvario y somos partícipes del
mismo sacrificio que ofreció Jesucristo en la Cruz. No se trata entonces de un nuevo
sacrificio, sino que el mismo sacrificio de Cristo se hace presente en nuestros altares por
un milagro inefable.
Cuando asistimos a la Santa Misa, asistimos de forma mística -pero no por ello menos
real- al Monte Calvario junto a la Santísima Virgen y san Juan. Por ello nuestra actitud
debe demostrar la más profunda humildad, respeto, amor, y reverencia ante este milagro
extraordinario.

3. ¿Para qué fines se ofrece la Santa Misa?


El sacrificio de la Santa Misa se ofrece a Dios para cuatro fines: 1º. para honrarle como
conviene, y por esto se llama latréutico; 2º. para agradecerle sus beneficios, y por esto se
llama eucarístico; 3º. para aplacarle, para darle alguna satisfacción de nuestros pecados y
para ofrecerle sufragios por las almas del purgatorio, por lo cual se llama propiciatorio;
4º. para alcanzar todas las gracias que nos son necesarias, y por esto se llama
impetratorio (Catecismo Mayor de San Pio X, 660).

4. ¿Qué es la Santa Misa Tradicional en Latín?


Es la forma de la liturgia del rito romano de la Santa Misa que se celebró universalmente
en la Iglesia Católica durante muchos siglos hasta la década de los 60’s cuando fue
introducida una nueva forma de la Misa por el papa Pablo VI.
La forma tradicional de la Misa no ha desaparecido en nuestros días; por el contrario, la
Iglesia nos dice que es un tesoro precioso que se debe conservar (cf. Universae
Ecclesiae, art. 8).

5. ¿Cuál es el origen de la Santa Misa Tradicional en Latín?

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La Santa Misa Tradicional en Latín se origina desde los primeros siglos del cristianismo,
y en su estructura esencial, se remonta a los tiempos del papa san Gregorio Magno (540-
604). Por lo que, a pesar de pequeñas modificaciones realizadas a través de los siglos,
esta forma litúrgica del rito romano tiene una historia de alrededor de 1400 años.

6. ¿Por qué la Misa Tradicional es en latín?


La fe católica, que es expresada de forma tan hermosa en la Santa Misa, fue extendida
por los apóstoles y los primeros misioneros cristianos en todo el Imperio Romano. El
lenguaje común de éste en Occidente era el latín, pero en Oriente, era el griego. De esta
forma, mientas que en el rito romano tanto el griego como el latín se utilizaban como
lenguas litúrgicas, se dio preferencia al uso del latín, manteniendo a su vez cierto uso del
griego.
Adicionalmente ha sido la enseñanza constante de muchos papas que el latín tiene
cualidades especiales como lengua de culto pues nos da una identidad común con
nuestros antepasados en la fe.
El latín es un símbolo perceptible de la universalidad y unidad de la Iglesia que ayuda a
mantener un vínculo con nuestro centro común, Roma, “la madre y maestra de todas las
naciones”.

7. ¿Qué han dicho los papas recientes sobre el uso del latín?
Los sumos pontífices se han expresado en numerosas ocasiones sobre el uso del latín en
la Iglesia y en la liturgia. A continuación, algunos de los pronunciamientos más
importantes:
“Además, la lengua latina que podríamos llamar con razón católica, al ser consagrada
por el continuo uso que ha hecho de ella la Sede Apostólica, madre y maestra de todas
las Iglesias, hay que guardarla como un tesoro... de incomparable valor, una puerta que
pone en contacto directo con las verdades cristianas transmitidas por la tradición y con
los documentos de la doctrina de la Iglesia y, finalmente, un lazo eficacísimo que une en
admirable e inalterable continuidad la Iglesia de hoy con la de ayer y la de mañana”
Papa Juan XXIII, Constitución Apostólica Veterum Sapientia

“Lo que está en cuestión aquí no es sólo la retención dentro del oficio divino de la
lengua latina, aunque por supuesto es adecuado que deba ser resguardada con
entusiasmo y ciertamente no debe ser menospreciada. Porque este lenguaje es, dentro de
la Iglesia latina, un abundante manantial de la civilización cristiana y un muy rico
tesoro de devoción.”
Papa Pablo VI, Sacrificium Laudis

“Con su dignidad [el latín] ha suscitado un profundo sentido del Misterio Eucarístico”

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Papa Juan Pablo II, Carta Dominicae Cenae

“La lengua latina siempre se ha tenido en altísima consideración por parte de la Iglesia
católica y los Romanos Pontífices, quienes han promovido asiduamente su conocimiento
y difusión, habiendo hecho de ella la propia lengua, capaz de transmitir universalmente
el mensaje del Evangelio”
Papa Benedicto XVI, Motu Proprio Latina Lingua

8. ¿Por qué asistir a la Misa en un idioma desconocido?


Como católicos debemos considerar que el latín es la lengua oficial de la Iglesia. El latín
no es desconocido a la Iglesia ni a la celebración de su liturgia. Hoy en día, debe
prestarse mucha más atención a la instrucción de sacerdotes, religiosos y laicos en el
latín.

9. Como recién llegado a la Forma Extraordinaria de la Misa, ¿Cómo voy a


entender los textos en latín?
Ya que la Misa en la Forma Extraordinaria del rito romano siempre es en latín, es útil
disponer de una traducción de las oraciones de la Misa para ayudar a los fieles a
participar. Por lo tanto, para comprender mejor la Misa en la Forma Extraordinaria,
muchas parroquias ofrecen un pequeño misal que indica el texto latino, la traducción
vernácula (por ej. español), y una guía de posturas que deben seguirse en la Misa (es
decir, sentado, de pie o de rodillas).
Estos misalitos proporcionan el texto de las partes invariables de la Misa (es decir, el
Ordinario de la Misa). Algunas parroquias ofrecen, además, la traducción del Propio de
la Misa (las lecturas y oraciones propias de un día litúrgico en particular) y un programa
de música sacra (es decir, el canto gregoriano, las respuestas y los himnos para esa
celebración dada).

10. ¿Es toda la Misa Tridentina en latín o hay partes en lengua vernácula?
Cada parte de la Misa en la Forma Extraordinaria está en latín (con excepción del Kyrie
Eleison que está en griego). Los domingos y en ciertos días de fiesta, la lectura de la
Epístola y el Evangelio se repetirá en lengua vernácula al momento del sermón, siendo
previamente leídos en latín. La homilía siempre será en lengua vernácula.
Las oraciones leoninas después de la Misa por lo general son rezadas también en lengua
vernácula.

11. ¿Cómo pueden los fieles entender su fe católica si la Misa se dice en


latín?
El Concilio de Trento (22, 8), requiere estrictamente que los sacerdotes expliquen con
frecuencia los misterios y ceremonias de la Misa a los niños en las escuelas, y a los

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adultos desde el púlpito. Sin embargo, no es absolutamente necesario entender cada uno
de los detalles de la ceremonia de la Misa. Dice san Agustín que, "si hay algunos que no
entienden lo que se dice o canta, sabrán al menos que todo está dicho y cantado para la
gloria de Dios, y eso será suficiente para que ellos se unan con devoción".
Recuerde que el Santo Sacrificio de la Misa es el más grande de todos los misterios.

12. ¿El Concilio Vaticano II abolió el uso del latín en la Liturgia?


El Concilio Vaticano II, aunque permitió el uso del vernáculo, nunca pidió la
eliminación del latín en la liturgia:
“Procúrese, sin embargo, que los fieles sean capaces también de recitar o cantar juntos
en latín las partes del ordinario de la Misa que les corresponde.”
Concilio Vaticano II, Sacrosanctum Concilium, 54

13. ¿Por qué el sacerdote no está de cara a los fieles durante la mayor parte
de la Misa?
La postura del sacerdote mirando hacia el altar, se ha llamado tradicionalmente Ad
Orientem o Versus Deum y responde a una tradición antiquísima de la Iglesia. El
Cardenal Robert Sarah nos dice:
“La mejor forma, ciertamente, es celebrar –sacerdotes y fieles- dirigidos conjuntamente
en la misma dirección: hacia el Señor que viene. No se trata, como se escucha a veces,
de celebrar de espaldas a los fieles o de frente a ellos. El problema no es ése. Se trata de
volverse juntos hacia el ábside1, que simboliza el Oriente o trono de la Cruz del Señor
resucitado.
Celebrando así experimentaremos, también corporalmente, la primacía de Dios y de la
adoración. Comprendemos que la liturgia es ante todo nuestra participación en el
sacrificio perfecto de la Cruz. He percibido personalmente la experiencia: celebrando
así, la asamblea, con el sacerdote a su cabeza, se ve como aspirada por el misterio de la
Cruz en el momento de la elevación.”2

14. La mayor parte de los fieles que asisten a la Misa Tradicional en Latín
hoy en día no crecieron con esta liturgia, ¿por qué tantos católicos optan
por asistir a ella?
La magnificencia y la solemnidad de la Misa Tradicional en Latín son atractivas a un
número creciente de católicos de hoy, especialmente los jóvenes. La rica experiencia
sensorial de la Misa en la Forma Extraordinaria, inmiscuida en el tesoro de la música
sacra y el arte, nos recuerda que la sagrada liturgia es un anticipo de la liturgia del cielo
que celebraremos en la Nueva Jerusalén al final de los tiempos.
El canto gregoriano es una parte integral de la Misa en la Forma Extraordinaria. Se trata

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de una "poesía que canta en la tierra los misterios del cielo y nos prepara para los
cánticos de la eternidad" (Dom Próspero Gueranger). Por lo tanto, cuando los fieles
participan en el canto de la Misa, sus corazones se elevan hasta las cortes celestiales
mientras cantan junto a los coros de los ángeles.
La silenciosa reverencia que impregna la forma antigua de la Misa fomenta un
recogimiento interior que permite a muchos católicos experimentar una profunda
participación espiritual en la liturgia. La dignidad y la estructura fija de la Misa en la
Forma Extraordinaria proporcionan una atmósfera propicia para el encuentro con Cristo,
que es simultáneamente sacerdote y víctima.

15. ¿Asisten los jóvenes a la Misa Tradicional en Latín?


Algunas personas se sorprenden por la cantidad de jóvenes que optan por asistir a la
Misa en la Forma Extraordinaria. Por lo general, son las familias jóvenes y numerosas
dentro de una parroquia las que más anhelan la Misa en latín. Mientras que los jóvenes
son el grupo más grande que asiste a la Misa Tridentina, los adultos también están
regresando para ser alimentados espiritualmente por la Misa de su juventud. La Misa
Tradicional en Latín debe estar disponible para cualquier católico que quiera disfrutar de
sus ricos frutos espirituales.

16. ¿Es esta forma de la Misa permitida por el Papa?


Cuando el papa Pablo VI presentó el nuevo rito de la Misa en 1969, concedió a muchos
sacerdotes el privilegio de continuar la celebración de la Misa Tradicional en Latín en
lugares como Inglaterra y Gales. Posteriormente, en 1984 el papa Juan Pablo II extendió
el permiso para el mundo entero. En 1988, el papa pidió a los obispos ser más generosos
en la aplicación de dicho permiso.
En 2007, el papa Benedicto XVI reconoció que cada sacerdote tiene derecho a ofrecer
esta forma de la Misa, a la que llama Forma Extraordinaria.

17. ¿Es diferente el calendario litúrgico del Novus Ordo (Forma Ordinaria)
y la Misa Tradicional (Forma Extraordinaria)?
Junto a la liturgia post-Vaticano II (Forma Ordinaria) se creó un calendario litúrgico
revisado. Ciertos días festivos que con anterioridad se celebraban fueron retirados y
algunos tiempos litúrgicos fueron eliminados (por ejemplo, el tiempo de la
septuagésima, que es el tiempo antes de la cuaresma). Se reestructuraron las lecturas de
la Misa creando un ciclo de tres años de lecturas para domingos y un ciclo de dos años
de lecturas para días entre semana.
En la celebración de la Forma Extraordinaria, sin embargo, el calendario litúrgico de las
fiestas es de acuerdo al Missale Romanum de 1962, en donde se mantiene el ciclo de un
año de lecturas y propios que fue organizado por el papa san Gregorio Magno en el siglo
VII.

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18. ¿Cómo deben vestirse los fieles para asistir a la Misa Tradicional en
Latín? ¿Los hombres deben llevar traje? ¿Es necesario que las mujeres
utilicen velo?
Los católicos siempre deben vestir modestamente y de manera adecuada para la ocasión
ya sea en el rito romano, en el bizantino, en el caldeo, o cualquier otro rito aprobado por
la Iglesia. Se debe evitar asistir a Misa con un atuendo revelador, vano o particularmente
casual.
Siempre será edificante ver a los caballeros usar saco y corbata para asistir a la Santa
Misa. Según la tradición de la Iglesia primitiva, muchas mujeres, a imitación de la
Virgen María, optan por usar velo, como una forma de expresar su modestia y
femineidad.

19. ¿Cuánto tiempo tarda la Misa Tradicional en Latín?


En promedio, una típica Misa rezada de domingo con sermón tarda entre 45 minutos y 1
hora. Una Misa solemne dominical cantada con canto gregoriano y con sermón dura
normalmente entre 1 hora y 1 hora con 10 minutos. Si el coro canta un repertorio de
Misa polifónica, la Misa puede tardar entre 10 y 20 minutos más. Esto, por supuesto,
variará con el número de fieles que se acerquen al comulgatorio durante la distribución
de la Santa Comunión y con la duración del sermón.

20. ¿Puedo cumplir con mi precepto dominical asistiendo a la Santa Misa


Tradicional en Latín?
Los católicos de cualquier rito pueden cumplir con su obligación de asistir a la Santa
Misa los domingos y días festivos participando en la Forma Extraordinaria del rito
romano. La Misa Tradicional en Latín, fue la norma durante siglos y, como el papa
Benedicto XVI manifestó, nunca ha sido declarada ilegal (es decir, nunca fue abrogada).
A la luz de una adecuada interpretación de los documentos del Concilio Vaticano II y la
clara enseñanza del papa Benedicto XVI en Summorum Pontificum, ¿quién se atrevería a
cuestionar la validez, la excelencia, o los beneficios espirituales de la Misa que durante
siglos ha nutrido las almas de grandes santos y mártires?
La Misa en la Forma Extraordinaria (según el Missale Romanum de 1962) permite
cumplir con la obligación dominical y de días festivos y no hay razón para dudar de la
autenticidad o legalidad de la Misa que es nuestro preciado legado.

21. ¿Qué es el canto gregoriano?


El canto gregoriano es la música religiosa tradicional de la cristiandad de occidente,
cuyos orígenes datan de antes del papa san Gregorio Magno, de quién toma su nombre
por tradición. Se desarrolló a partir de los textos de la liturgia en latín y su valor esencial
radica en su profunda espiritualidad.

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22. ¿Qué dice el Concilio Vaticano II sobre el canto gregoriano y la música
sacra?
Dice lo siguiente:
“La Iglesia reconoce el canto gregoriano como el propio de la liturgia romana; en
igualdad de circunstancias, por tanto, hay que darle el primer lugar en las acciones
litúrgicas.
Los demás géneros de música sacra, y en particular la polifonía, de ninguna manera
han de excluirse en la celebración de los oficios divinos, con tal que respondan al
espíritu de la acción litúrgica a tenor del artículo 30.”
Concilio Vaticano II, Sacrosanctum Concilium, 116

23. ¿Cuál es la estructura de la Misa en la Forma Extraordinaria?


La primera parte de la Misa es un tipo de introducción, compuesta de cantos, oraciones y
lecciones (lecturas de la Sagrada Escritura) - es decir, el Introito, el Kyrie, la Colecta,
Epístola o la Lección, y el Evangelio. En ciertos días se añaden el Gloria y el Credo de
Nicea.
Esta primera parte de la Misa se llama la Misa de los Catecúmenos, mientras que la parte
restante se llama la Misa de los Fieles. Estos nombres se originan de la disciplina de la
Iglesia primitiva. En los primeros tiempos del cristianismo, las personas que deseaban
llegar a ser cristianos se veían obligadas a seguir un curso de preparación al bautismo. A
éstos se les llamó "catecúmenos", una palabra griega que significa "uno que está siendo
instruido". Los catecúmenos, al no ser iniciados plenamente en las enseñanzas y
prácticas del cristianismo, eran despedidos habitualmente antes del ofertorio.
Del mismo modo los pecadores públicos que aún no habían sido absueltos recibían la
orden de salir de la iglesia antes del ofertorio. El sacrificio de la Misa era considerado
demasiado sagrado para la presencia de ellos; del mismo modo, se pensaba que
representaba un misterio demasiado grande para los catecúmenos. Sólo aquellos
bautizados, -"los fieles"-, podían participar en el sacrificio eucarístico. La Iglesia,
durante el curso de los siglos, modificó su disciplina, y ahora a todos se les permite
permanecer durante toda la Misa.
La Misa es una acción continua, que reproduce de una manera misteriosa, la vida, pasión
y muerte de Jesucristo. La estructura de la Misa es la siguiente:
§ La Preparación - comienza con las oraciones al pie del altar, el Introito, Kyrie y Gloria.
§ La Instrucción - incluye la Colecta, la Epístola, el Gradual, el Aleluya, (o el Tracto y,
en ciertas fiestas, la Secuencia), el Evangelio (por lo general seguido del sermón) y el
Credo.
§ El Ofertorio - incluye la antífona del ofertorio, el ofrecimiento del pan, el vertido del

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agua y el vino en el cáliz, el ofrecimiento del cáliz, el lavado de manos, la oración a la
Santísima Trinidad, el Orate fratres y la Secreta.
§ La Consagración - incluye el prefacio y el canon de la Misa, que integra la oración Te
igitur, el Memento de los vivos, el Communicantes y las otras dos oraciones antes de la
consagración, la elevación, las tres oraciones después de la consagración, la
conmemoración de los difuntos, el Nobis quoque peccatoribus y la elevación menor.
§ La Comunión - incluye el Padre Nuestro, el Libera, el Agnus Dei, las tres oraciones
antes de la comunión, el Domine non sum dignus, y la comunión del sacerdote y los
fieles.
§ La acción de gracias - que incluye la antífona de la comunión, la oración después de la
comunión, el Ite missa est, y el último Evangelio.

24. ¿Cómo puedo reconocer la celebración de la Misa según la Forma


Extraordinaria?
Cuando el sacerdote entra en el santuario, comienza el Santo Sacrificio con las palabras
inmemoriales Introibo ad altare Dei (“entraré al altar de Dios”). Al oír estas preciadas
palabras, cada católico sabrá que está presente ante uno de los ritos más antiguos y
venerables en la Iglesia Católica.
En la Misa Tradicional en Latín, la Iglesia propone de una manera explícita su doctrina
de la comunión de los santos. La doctrina de la intercesión de la Virgen y los santos,
cuyos méritos pueden obtener gracias para nuestras almas posee un especial relieve en el
Ordinario y los propios de la Misa Tradicional en Latín.
Las oraciones del ofertorio de la antigua forma de la Misa romana son únicas en la
Iglesia por su riqueza doctrinal, en las que se emplea una terminología sacrificial con
gran belleza retórica, las mismas conforman una preparación espiritual para el momento
de la consagración y se han transmitido a través de los siglos como una herencia preciosa
de la piedad católica.
La consagración es el punto culminante de la Misa Tradicional en Latín. Es debido a la
naturaleza enteramente sagrada de este sacrificio, que es celebrada con gran solemnidad
y devota veneración. Todas las palabras y gestos del sacerdote son meticulosamente
regulados por las rúbricas (leyes) de la Misa, que incluyen múltiples genuflexiones, para
garantizar la mayor reverencia posible en la adoración.
El Missale Romanum de 1962 no omite nada que pueda recordarnos que el sacrificio de
la Misa es el sacrificio en el Calvario místicamente actualizado en el altar. De ahí los
numerosos signos de la cruz hechos sobre las sagradas especies y la orientación del
sacerdote hacia el altar del sacrificio.

1. Parte posterior de una iglesia, donde se instala el altar mayor.

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2.https://www.religionenlibertad.com/vaticano/49871/cardenal-sarah-invita-los-
sacerdotes-volverse-hacia-.html

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PARTE II

CEREMONIAS DE LA MISA
TRADICIONAL Y SU SIGNIFICADO

P. Martin Von Cochem

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Antes de proceder a explicar las ceremonias de la Misa, debemos pedir al lector que
observe que la Misa consta de tres partes principales3: el ofertorio, la consagración y la
comunión. Estas tres partes fueron instituidas por Cristo mismo. El ofertorio es la acción
de gracias y la bendición del pan y del vino, y en él ambos son consagrados al servicio
de Dios. Esto fue realizado en la Última Cena, cuando Nuestro Señor tomó pan y vino,
dio gracias a su Padre celestial y los bendijo. La consagración consiste en la repetición
de las palabras que Cristo expresó en esa memorable ocasión: "Este es mi cuerpo, esta es
mi sangre". La consagración es la parte más importante de la Santa Misa porque, por
medio de ella, Cristo se hace presente en nuestros altares, y en ella yace la esencia del
sacrificio.
En la comunión se consume la oblación sagrada. Esto también se hizo en la Última
Cena, cuando Nuestro Señor dio su carne y su sangre para que fuesen consumidos por
los apóstoles bajo las especies de pan y vino. Todo lo que precede al ofertorio, los
diversos salmos, oraciones y lecturas, se llamaba anteriormente la Misa de los
catecúmenos, porque los catecúmenos, es decir, los que estaban aún siendo instruidos
pero que aún no habían sido bautizados, podían estar allí presentes hasta que tuviesen
que retirarse antes de la Misa propiamente dicha, que inicia con el ofertorio. Esta misa
de los catecúmenos también puede denominarse como el preludio, o introducción a la
Misa.

La Introducción de la Santa Misa o la Misa de los Catecúmenos


Antes de la Misa, el sacerdote lava sus manos y pide a Dios que le conceda la gracia de
ofrecer el Santo Sacrificio con manos limpias y un corazón puro. Posteriormente se
reviste, reza las oraciones prescritas, y toma el cáliz para dirigirse al altar acompañado
por los acólitos o servidores. Al pie de los escalones del altar hace una genuflexión si el
Santísimo Sacramento está reservado en el tabernáculo o en su defecto, simplemente
inclina la cabeza antes de subir las gradas hacia el altar.
Después de colocar el cáliz, cubierto con el velo, sobre el corporal que se extiende sobre
el altar, abre el misal, encuentra las lecturas y oraciones del día y regresa al centro del
altar. Desde allí baja al pie del altar, nuevamente se inclina, hace la señal de la cruz, y
recita con el acólito o servidor el salmo Judica Me. Este salmo expresa los sentimientos
que deberían estar en el corazón tanto del sacerdote como del pueblo al comienzo de este
acto supremo de adoración.
Inclinándose, el sacerdote dice el Confiteor, o confesión general, y el acólito hace lo
mismo en nombre de todos los presentes. Ambos golpean sus pechos como el publicano
contrito, como una manifestación externa de la compunción de sus corazones. El
sacerdote, de pie, da la absolución y pide a Dios le conceda al pueblo la remisión de sus
pecados en el Misereatur y el Indulgéntiam. Después de inclinarse en una postura
humilde, se pone de pie para indicar que tanto el sacerdote como el pueblo son

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levantados y consolados al saber que han recibido el perdón de sus pecados.
Después del Confiteor y los versículos subsiguientes, el sacerdote sube al altar y lo besa
como un signo de respeto por Cristo, que descenderá para ser la víctima y también para
marcar el vínculo de caridad que nos une con los santos, cuyas reliquias descansan
debajo de la piedra del altar. Si se trata de una Misa solemne, el altar es incensado como
una muestra de reverencia profunda hacia Dios. Que esto nos recuerde que nuestras
oraciones deben ascender al cielo, así como se elevan las nubes de incienso. El sacerdote
oficiante también es incensado, por respeto a su oficio sagrado y también para mostrar
que sus virtudes, como el incienso fragante, deben edificar a toda la comunidad.
El sacerdote se dirige al misal y, haciendo la señal de la cruz, lee el Introito, o entrada a
la Misa. Generalmente es un verso tomado de alguna parte de la Sagrada Escritura y
combinado con el primer verso de uno de los salmos, que tiene alguna conexión con el
tiempo del año eclesiástico o la fiesta del día. Se cierra con la atribución de alabanza a la
Santísima Trinidad: "Gloria al Padre", etc.
Con un sentido de completa dependencia de Dios y la necesidad de que tanto él como
todo el pueblo reciban la ayuda divina, el sacerdote dice alternadamente con el acólito
Kyrie eleison, Christe eleison, Kyrie eleison, y se repiten tres veces a cada una a las tres
personas de la Santísima Trinidad. Las palabras Kyrie eleison están en griego, y
significan “Señor, ten piedad de nosotros”.
Este llamado a la gracia y la misericordia es seguido por el Gloria in Excelsis, una
expresión de agradecimiento y alegría por nuestra redención, que se renueva en todas las
Misas. El principio de este canto de alabanza fue cantado por los ángeles en el momento
del nacimiento de Cristo; el resto constituye una manifestación de alabanza a Dios y una
expresión de nuestro agradecimiento hacia Él. El Gloria, al ser un canto de alegría, se
omite en las Misas de los difuntos y en los domingos de Adviento y Cuaresma.
Después del Gloria, el sacerdote besa el altar y volviéndose hacia el pueblo, dice:
Dominus vobiscum ("El Señor esté con vosotros") y el acólito respondiendo por el
pueblo dice: Et cum spiritu tuo ("Y con tu espíritu"). Estas palabras expresan el deseo
del sacerdote para con los fieles presentes, para que el Señor esté con ellos y para
ayudarles a rezar en espíritu y en verdad. Porque necesitamos de una gracia especial para
rezar bien. El pueblo responde recíprocamente al deseo del sacerdote: Que el Señor te
ayude en la oración y en el ofrecimiento del Santo Sacrificio. Este versículo y su
respuesta se repiten varias veces en el transcurso de la Misa, para significar la íntima
conexión que existe entre el sacerdote y el pueblo, así como para brindar un apoyo
mutuo para la perseverancia y celo en la oración.
El sacerdote vuelve entonces al misal y, después de inclinar la cabeza en dirección al
crucifijo, invita a la congregación a unirse con él en sus súplicas, diciendo: Oremus
("Oremos”). Las oraciones que siguen se llaman colectas, ya que todos los intereses y
necesidades de la Iglesia y las de sus hijos presentes son compendiadas por el sacerdote

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y presentadas ante Dios. Las oraciones concluyen con la terminación habitual "por
Jesucristo nuestro Señor", en respuesta a la promesa del Padre que nos concederá todo lo
que pedimos en el nombre de su Hijo. Al final el pueblo responde: "Amén, que así sea."
En el Dominus vobiscum y Oremus el sacerdote extiende sus manos, las levanta, y
nuevamente las une, para indicar que busca el cumplimiento de su petición desde lo alto.
Unir las manos es una señal de humildad, en la que se reconoce que no podemos hacer
nada con nuestras propias fuerzas y que ponemos toda nuestra confianza en el Señor.
Mientras lee las colectas, el sacerdote extiende sus manos en memoria del Salvador
quien, con los brazos extendidos sobre la cruz, intercedió por todo el género humano.
Finalizadas las colectas, el sacerdote lee la Epístola, un pasaje tomado del Antiguo o del
Nuevo Testamento. Si es de este último, nunca se toma de los Evangelios, sino de los
Hechos de los Apóstoles, las Epístolas o el Apocalipsis. En su mayor parte, estas lecturas
se toman de las cartas de los apóstoles, llamadas Epístolas, palabra que proviene del latín
epistola que significa carta. La epístola designada para ser leída en la Misa siempre hace
referencia al tiempo eclesiástico o a la fiesta del día, y está destinada a despertar en
nosotros sentimientos acordes con el tiempo o el santo conmemorado ese día. Al final, el
acólito agradece en nombre del pueblo la instrucción recibida diciendo: Deo gratias
("Gracias a Dios").
Posteriormente se leen algunos versículos de las Escrituras en el Gradual, del latín
Gradus, que significa grada, porque en el siglo IX eran cantados sobre las gradas del
coro alto, o tribuna, especie de púlpito levantado en el coro, al cual se subía por varias
escaleras situadas a ambos lados. Entretanto el diácono se disponía a cantar el Evangelio.
Desde la Pascua hasta la Septuagésima, el Aleluya ("Alabado sea el Señor") es entonado;
mientras que, durante la Cuaresma, el Tracto, un salmo largo, es solemnemente cantado
sin pausas. En la Misa para el Día de Pascua, el domingo de Pentecostés y durante la
octava de ambas fiestas, así como también en la fiesta del Corpus Christi, sigue un
himno o Secuencia, llamado así porque es, en cierta medida una continuación del
Gradual. En la Misa de la Fiesta de los Siete Dolores de Nuestra Señora, el Stabat Mater
se lee como Secuencia, y en Misas por los difuntos, el Dies irae.
El Evangelio reviste mucha mayor importancia y dignidad que la Epístola, ya que es la
palabra de Dios, que no procede de labios humanos, sino que es comunicada por el
mismo Hijo Unigénito de Dios. Por lo tanto, desde los primeros tiempos, se acompañó
la lectura del Evangelio con ceremonias solemnes. Antes de su proclamación, el
sacerdote se detiene por unos momentos inclinándose ante el altar, recitando el Munda
cor meum, en el que ruega a Dios que limpie su corazón y sus labios para ser digno de
proclamar esas palabras celestiales. En la Misa solemne, esta oración la pronuncia el
diácono, arrodillado ante el altar; al final, tomando el libro, se arrodilla ante el sacerdote,
pidiendo y recibiendo su bendición. Para leer el Evangelio, el sacerdote pasa al lado
derecho del altar representando la transición de la Antigua Ley a la enseñanza de Cristo.
En la Misa solemne, el diácono, cuyo oficio es leer el Evangelio, mira hacia el norte.

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Según san Gregorio Magno, el norte representa el mundo pagano sumido en la
oscuridad; por ello el diácono gira su rostro hacia el norte mientras canta el Evangelio
para significar que la luz de la doctrina cristiana y el ejemplo de Jesucristo han venido a
disipar dicha oscuridad. Las velas encendidas que se encuentran a cada lado del misal
revisten el mismo significado, mientras que la incensación demuestra el respeto que le
debemos a la palabra de Dios. La lectura o el canto del Evangelio comienza con el
saludo: Dominus vobiscum, etc., y las palabras: Sequentia sancti evangelii secundum
Matthaeum; es decir, "Continuación del santo Evangelio según san Mateo" (o el
evangelista que corresponda). Los acólitos responden: Gloria tibi, Domine ("Gloria a Ti,
¡Oh Señor!") y tanto el sacerdote como el pueblo hacen la señal de la cruz en su frente,
boca y pecho para indicar que piden a Dios que ilumine su entendimiento y abra sus
corazones para recibir su enseñanza sagrada y prepararse para profesarla siempre con sus
labios. El sacerdote (o diácono) previamente hace la señal de la cruz en el misal, en el
lugar del Evangelio que está a punto de leer, para significar que se trata de la palabra de
Jesús crucificado, de donde procede la salvación y toda bendición. El pueblo se
encuentra de pie durante la lectura del Evangelio, para mostrar su reverencia por la
Palabra de Dios y su disposición de acatar lo que es mandado por ella.
Al final del Evangelio el acólito da gracias en nombre del pueblo por la doctrina
celestial, diciendo: Laus tibi, Christe ("Alabanza a Ti, ¡oh Cristo!"). Posteriormente el
sacerdote besa el misal como signo de reverencia a las palabras sagradas que ha leído y
para demostrar que son un mensaje de gracia y misericordia para nosotros. Esto también
se evidencia en las palabras que dice: "Por las palabras de este Evangelio, sean borrados
nuestros pecados". Desde los primeros tiempos ha sido habitual que los domingos y
fiestas se lea el Evangelio del día en el altar o se haga una instrucción desde el púlpito, lo
que en nuestros tiempos es llamado sermón. Al cierre de esta instrucción, en los
primeros siglos del cristianismo los catecúmenos solían abandonar la iglesia. La
introducción de la Misa termina con la lectura del Evangelio.
Con la recitación del Credo, o Credo de Nicea, se pasa a la Misa propiamente dicha. Esta
confesión de fe es el fruto del Evangelio que se ha proclamado. El momento culmen del
Credo es la proclamación de la Encarnación del Hijo de Dios (Et incarnatus est), en la
que el sacerdote y todo el pueblo se arrodillan. El Credo se reza todos los domingos, las
fiestas de Nuestro Señor y su Santísima Madre, las fiestas de los apóstoles y doctores de
la iglesia, las octavas de fiestas y en muchos otros días. Esta profesión de fe sigue a la
enseñanza que hemos recibido, que nos prepara para la celebración de los Santos
Misterios, ya que, sin una viva y profunda fe, no podremos apreciar ni recibir su gracia.

Primera parte de la Santa Misa: El Ofertorio


Después del Credo, el sacerdote dirigiéndose al pueblo dice: "El Señor esté con
vosotros"; y con la palabra "Oremos", lo invita a seguir atentamente las oraciones y
unirse al acto de sacrificio que está a punto de comenzar. El versículo que lee, llamado
ofertorio, está tomado de la Sagrada Escritura y es apropiado para el día o el tiempo

22
litúrgico.
Posteriormente, el sacerdote descubre el cáliz y, colocándola sobre la patena, ofrece la
hostia, rogando a Dios que acepte esta inmaculada ofrenda para las necesidades
presentes y la salvación eterna de todos los fieles. La elevación del pan significa la
completa renuncia que hacemos de él y de nosotros mismos en las manos de Dios. El
sacerdote levanta sus ojos al cielo para mostrar que la oblación es ofrecida a Dios y
posteriormente baja la vista en señal de su propia indignidad.
Luego, haciendo la señal de la cruz con la patena; en memoria del sacrificio de la cruz -a
punto de ser renovado en el altar-, coloca la hostia sobre el corporal y, dirigiéndose al
lado de la epístola, vierte el vino y el agua en el cáliz. Bendice el agua antes de que se
mezcle con el vino, suplicando que, mediante el misterio de esta agua y este vino,
podamos ser partícipes de la divinidad de Jesucristo, quien se hizo partícipe de nuestra
humanidad. El vino no es bendecido, porque representa a Cristo, el Hijo Eterno del
Padre, la fuente de toda bendición. El agua representa nuestra naturaleza humana, que sí
necesita ser purificada y bendecida por Jesucristo.
Los teólogos dicen que la mezcla de vino y agua representa la unión de la naturaleza
divina y humana en Nuestro Señor. Al regresar al centro del altar, el sacerdote ofrece el
cáliz y, elevando los ojos, ruega al Padre del cielo que en su clemencia acepte esta copa
saludable para nuestra salvación y la del mundo entero. Termina esta oblación haciendo
la señal de la cruz con el cáliz sobre el corporal, donde luego lo coloca y lo cubre con la
palia.
La razón por la que el sacerdote designa la oblación como "hostia inmaculada" y "cáliz
de salvación" es por cuanto el pan y el vino están destinados a ser consagrados en el
cuerpo y la sangre de Cristo. Esta ofrenda debe distinguirse del santo sacrificio que se
efectúa en la consagración, donde se ofrecen ya no pan ni vino, sino el propio cuerpo y
sangre de nuestro Señor.
Inclinándose sobre el altar, el sacerdote pide humildemente a Dios que acepte la ofrenda;
luego bendice el pan y el vino e invoca al Espíritu Santo para que descienda sobre ellos y
los santifique.
En la Misa solemne, la oblata, el altar y el celebrante son incensados. La nube de
incienso que cubre el altar recuerda la majestad divina, porque el Señor pronto bajará de
lo alto, tal cual lo hizo una vez como nube visible en la dedicación del templo en
Jerusalén, manifestando su aprobación del lugar elegido para la ofrenda de oraciones y
holocaustos.
Concluido el ofertorio, el sacerdote se dirige al lado de la epístola para lavarse los dedos
mientras recita el salmo XXV. Esto es para recordar tanto al sacerdote como a los fieles,
la pureza de alma y cuerpo con la que debemos comparecer ante el Señor. Regresando al
centro del altar e inclinándose con humildad y con las manos juntas, suplica a la
Santísima Trinidad que reciba con amabilidad esta oblación. Luego, besa el altar y se

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dirige al pueblo con las palabras: Orate fratres ("Orad, hermanos") invitándolo a unirse a
él para implorar la misma gracia.
Volviendo de nuevo al altar, el sacerdote comienza la Secreta, llamada así porque se dice
en voz baja. Estas oraciones son diferentes cada día, y corresponden en número y arreglo
a las colectas. Las palabras finales: Per omnia secula seculorum ("Por los siglos de los
siglos") se dicen en voz alta y son el comienzo del Prefacio.
El Prefacio constituye la introducción a la segunda parte de la Misa: la consagración.
Después del Dominus vobiscum, que se responde de la manera habitual, el sacerdote
levanta sus manos solemnemente para denotar la elevación de su corazón, diciendo:
Sursum corda ("Levantaos el corazón"), a lo que el pueblo responde: "Lo hemos
levantado hacia el Señor". Con estos llamamientos, pide a todos los presentes unirse a él
para dar gracias al Padre Todopoderoso, al Dios Eterno, a la gloria de Cristo, nuestro
Señor. Y como la alabanza de los labios mortales es demasiado débil e imperfecta,
expresa el deseo de que sus voces se unan al cántico triunfante de los coros angelicales,
y con ellos exclama en santa exaltación: "Santo, santo, santo, Señor Dios de los ejércitos:
el cielo y la tierra están llenos de tu gloria. Hosanna en las alturas. Bienaventurado el que
viene en el nombre del Señor. Hosanna en las alturas".

Segunda parte de la Santa Misa: La Consagración


Las oraciones desde el Sanctus hasta el Pater Noster son llamadas el Canon de la Misa.
La palabra canon significa que son oraciones fijas; es decir son las mismas durante todos
los días del año, a diferencia de algunas de las oraciones que son rezadas en las otras
ceremonias de la Misa, que dependen del tiempo litúrgico, la fiesta del día u otra
circunstancia. Las oraciones del canon se leen en voz baja, para indicar a la
congregación la gran solemnidad de este tremendo misterio. Las palabras de
consagración constituyen el punto central del canon.
Cuando el sacerdote comienza el canon, levanta sus ojos y sus manos al cielo en
imitación de Nuestro Señor, quien, antes de realizar sus milagros, miraba hacia el cielo.
Seguidamente baja su mirada, besa el altar y recita las oraciones con las manos
extendidas, como lo hacía Moisés cuando intercedía por el pueblo.
Al igual que en las oraciones del ofertorio, en las oraciones previas a la consagración,
observamos la doble súplica, para que Dios acepte misericordiosamente la oblación y
para que nos conceda la salvación y la paz. Esta petición general es seguida por otras
más específicas, para que, en virtud de la víctima inmaculada, Dios asista a la santa
Iglesia Católica, al papa, a los obispos y a todos los fieles que profesan la fe católica.
De igual forma, se implora a Dios que asista con su misericordia a ciertas personas cuyos
nombres se mencionan, a aquellos que ofrecen este sacrificio y por quienes es ofrecido,
con sus familiares y amigos. Después de esto, implorando por los miembros de la Iglesia
militante aquí en la tierra, el sacerdote honra la memoria de los bienaventurados en el
cielo: la Iglesia triunfante, pidiéndole a Dios que, por sus méritos y oraciones, podamos

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ser defendidos con la ayuda de su protección. Entre los santos cuyos nombres se
presentan, se menciona a la Santísima Virgen María, Madre del mismo Señor Jesucristo,
que se presentará como nuestra víctima en el altar.
En la Antigua Alianza era costumbre que el sacerdote oficiante, antes de inmolar a la
víctima sacrificial, pusiera sus manos sobre la cabeza de la víctima, suplicando al
Altísimo la remisión de los pecados e implorando la obtención de bienes materiales y
espirituales. En imitación de esta antigua ceremonia, el sacerdote del Nuevo Testamento
extiende igualmente sus manos sobre la oblata, antes de la inmolación mística de la
víctima de la expiación: el Cordero de Dios y reza en su propio nombre y en el del
pueblo, para que Dios les conceda la paz en esta vida, los libre de la condenación eterna
y los cuente en el rebaño de sus elegidos.
La escena cambia ahora al Cenáculo en Jerusalén donde Jesús, la noche previa a su
pasión instituyó y celebró el Santo Sacrificio de la Misa y el sacerdote, su representante,
vuelve a actualizar este sacrificio adorable. Después de la transubstanciación del pan y
el vino, que se convierten en el cuerpo sagrado y la sangre preciosa de Cristo, el
sacerdote se arrodilla y adora las especies sagradas; luego las eleva para que, en lo alto
sean adoradas por los fieles. En este momento, se toca la campana, como señal de que ha
llegado el momento más solemne, en el que Cristo, Dios y hombre, está realmente
presente en el altar. Todos los presentes arrodillados se inclinan en humilde adoración y
golpeando sus pechos pueden repetir en su corazón: "Jesús, por ti vivo y por ti espero
morir; en la vida y en la muerte, tuyo soy”.
Sacrificado sin derramar sangre, Cristo ahora se encuentra sobre el altar en un estado de
muerte mística. Con profunda humildad y sincero fervor, el sacerdote suplica a Dios
todopoderoso que mire propicio esta ofrenda sagrada, para que, aceptándola, conceda a
todos los fieles que viven la bendición celestial y todos los que descansan en Cristo un
lugar de refrigerio, luz y paz.
Posteriormente, golpeando su pecho, el sacerdote rompe el silencio solemne diciendo:
Nobis Quoque Peccatoribus ("También a nosotros, pecadores") y continúa de nuevo en
voz baja: "siervos tuyos que esperamos en la multitud de tus misericordias, dígnate
hacernos participantes y compañeros de tus santos apóstoles y mártires".
Esta oración se cierra con las palabras "por Cristo Nuestro Señor" y está enlazada con la
siguiente plegaria: “Por quién, Señor siempre creas todos estos bienes, los santificas, los
vivificas, los bendices y nos los das”; finalmente se proclama: “Por Él, y con Él y en Él,
a ti, Dios Padre omnipotente, en unidad del Espíritu Santo, es dado todo honor y gloria”,
mientras el sacerdote eleva ligeramente la sagrada hostia con el cáliz. Con esto finaliza el
Canon y empieza la tercera parte de la Misa.

Tercera parte de la Santa Misa: La Comunión


Así como el Prefacio es la introducción al Canon, con el Pater Noster entramos en la
tercera parte de la Misa: la Comunión. Cristo se ha sacrificado por nosotros en la

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consagración: ahora podemos llamar a Dios Padre nuestro, podemos implorarle nuestras
necesidades con filial confianza, tenemos derecho a participar de la comida celestial en
la Comunión.
Con la petición del Padre Nuestro: "Danos hoy nuestro pan de cada día", expresamos
nuestro anhelo por el pan de los ángeles, que se nos dará en la Santa Comunión. Alzando
su voz, con las manos en alto, el sacerdote recita el Pater Noster, invitando a todos los
presentes a participar en sus súplicas. Cuando finaliza con el Amén, suplica a Dios Padre
en voz baja que nos libre de todos los males, pasados, presentes y futuros, a través de la
intercesión de los santos.
Posteriormente hace la señal de la cruz con la patena y coloca sobre ella la hostia
sagrada; luego, arrodillado, adora la hostia y, en memoria de Cristo, que partió el pan en
la Última Cena, parte el pan y pone una partícula dentro del cáliz. Así como la
separación de las dos especies representa la muerte del Señor, la mezcla de su cuerpo y
su sangre significa su gloriosa resurrección.
Hasta ahora, las oraciones del sacerdote han sido dirigidas a Dios Padre; ahora invoca a
Cristo nuestro Redentor, diciendo tres veces el Agnus Dei: "Cordero de Dios, que quitas
el pecado del mundo, ten piedad de nosotros". Con la tercera repetición, se culmina con
la súplica: "Danos la paz".
La siguiente, es una oración por la paz. En la Misa solemne, se intercambia el saludo de
la paz entre el celebrante y los miembros del clero que asisten al altar. En los tiempos
primitivos, los hombres y las mujeres ocupaban lugares separados en la iglesia, lo que
facilitaba que toda la congregación intercambiara este saludo como era costumbre. Los
hombres se saludaban entre sí y las mujeres hacían lo mismo. Servía esta ceremonia para
hacer recordar que solamente aquellos que practicaban la caridad y la bondad eran
dignos de recibir al Dios de la paz.

Luego, inclinado, con los ojos fijos en la hostia sagrada, el sacerdote se prepara con una
oración ferviente para recibir el Sacramento adorable. Tomando la hostia en su mano,
dice tres veces, con devoción y humildad, las palabras del centurión: "Señor, no soy
digno de que entres en mi casa; pero dilo con tu palabra y mi alma será sana".
Posteriormente, con reverencia, consume el cuerpo sagrado y la sangre del Señor,
uniéndose así íntimamente con Él, en esa relación íntima que significa la palabra
"Comunión". Los fieles que deseen comulgar pueden acercarse para recibir el adorable
cuerpo de Nuestro Señor y de esta forma ser partícipes de una forma perfecta en el Santo
Sacrificio.
Después de la comunión, el sacerdote procede con las abluciones del cáliz y hace verter
un poco de vino y agua sobre los dedos que han tocado la hostia sagrada sosteniéndolos
sobre el cáliz; mientras tanto, recita oraciones relacionadas con la recepción del
Santísimo Sacramento.

26
Luego, se dirige al misal, que ha sido trasladado al lado de la epístola, y lee un versículo
de la Sagrada Escritura llamada Comunión. Posteriormente, dirigiéndose al pueblo,
repite el saludo Dominus vobiscum y procede a leer las oraciones finales.
Estas oraciones finales se llaman Post Comunión, en ellas, el sacerdote y el pueblo dan
gracias por su participación en los santos misterios y oran para que Dios conserve en
ellos el fruto de esta sublime oblación, de esta comida celestial. Las post comuniones
normalmente recuerdan la fiesta del día o el tiempo litúrgico. Corresponden en número a
las colectas y secreta. Antes de iniciar el sacerdote dice: "Oremos", y las lee con las
manos extendidas.
Una vez más, saluda al pueblo con Dominus vobiscum y luego, desde el centro del altar,
les anuncia que la Misa ha terminado, con las palabras: Ite, missa est. ("Ve, la Misa ha
terminado"). Con la bendición al pueblo concluye la ceremonia, leyendo desde el lado
del Evangelio el comienzo del Evangelio de san Juan. Como se realiza en el Credo,
durante las palabras: "Y el Verbo se hizo carne", tanto el sacerdote como el pueblo se
arrodillan en reverencia al misterio de la encarnación
Finalmente, la congregación expresa su sincera gratitud por el beneficio de la revelación
divina y el misterio de la redención, que se exponen en el Evangelio según san Juan, con
la respuesta: Deo gratias ("Gracias a Dios ").
Con esta breve explicación de las ceremonias de la Santa Misa se concluye el presente
tratado. El escritor no tiene más que una petición que hacer y la hace con humildad y
seriedad, para que aquellos en cuyas manos pueda caer este libro, lo lean de manera
deliberada y atenta. Se atreve a esperar que, al aumentar en los corazones de aquellos
que lo leen la devoción y el amor por la Santa Misa, pueda inducirlos a asistir con más
frecuencia y con mayor reverencia al Santo Sacrificio.
Que el Dios todo misericordioso, por amor de su Hijo unigénito, propicie, por el poder
del Espíritu Santo, iluminar la comprensión, fortalecer la voluntad, tocar el corazón de
todos aquellos que lean estas páginas, para que puedan asistir al Santo Sacrificio con
sincera reverencia y devoción. Y el escritor ruega que no se le olvide por completo en
sus piadosas oraciones.
P. Martin Von Cochem

3. La delimitación de las partes puede variar ligeramente entre autores de diferentes


épocas. N. del E.

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PARTE III

MÉTODOS PARA ASISTIR CON FRUTO A LA MISA


TRADICIONAL

San Leonardo de Porto Mauricio

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El objeto de este opúsculo es instruir, al que quiera leerlo bien, sobre el mérito del Santo
Sacrificio de la Misa, e inclinarlo a abrazar con fervor la práctica de asistir a ella
frecuentemente, siguiendo el método que me propongo trazar más adelante. Sin
embargo, como hay libros piadosos, difundidos con gran utilidad entre los fieles, que
contienen diversos métodos, muy buenos y provechosos, para oír la Santa Misa, de
ninguna manera trato de violentar el gusto de nadie; por el contrario, a todos dejo en
completa libertad para escoger aquél que juzgue más agradable y el más conforme a su
capacidad y a sus piadosas inclinaciones, únicamente me propongo, querido lector,
desempeñar contigo el oficio de Ángel Custodio, sugiriéndote el que pueda serte más
provechoso, es decir, según mi pobre juicio, el que te sea más útil y menos molesto. A
este fin pienso reducirlos todos a tres clases o tres métodos en general.
El primero consiste en seguir con la mayor atención y con el libro en las manos, todas las
acciones del sacerdote, rezando a cada una de ellas la oración vocal correspondiente
contenida en el libro, de suerte que se pase leyendo todo el tiempo de la Misa. Si a la
lectura se une la meditación de los santos misterios que se celebran sobre el altar, es
indudable que se asiste al adorable Sacrificio de un modo excelente y además muy
provechoso. Pero como esto pide una sujeción excesiva, puesto que es preciso atender a
las ceremonias que se hacen en el altar y dirigir alternativamente la mirada al sacerdote y
al libro, para leer en él la oración que corresponde a la parte de la Misa, resulta de aquí
que es muy trabajoso en la práctica; y aun me inclino a creer que habrá pocos fieles que
perseveren mucho tiempo empleando este método, por útil que sea. Es tal la debilidad de
nuestro entendimiento, que se distrae fácilmente cuando tiene que atender a la multitud
de acciones que el sacerdote ejecuta en el altar. A pesar de esto, el que se encuentra bien
con este método, y consiga por él su provecho espiritual, puede continuar usándolo con
la esperanza de que un trabajo tan penoso le granjeará una magnífica recompensa de
parte de Dios.
El segundo método para asistir con fruto a la Santa Misa se practica no por medio de la
lectura, ni aun durante el tiempo del Sacrificio, sino contemplando con los ojos de la fe a
Jesucristo clavado en la cruz, a fin de recoger en una dulcísima contemplación los frutos
preciosos que caen de ese árbol de vida. Se emplea, pues, todo el tiempo de la Santa
Misa en un profundo recogimiento interior, ocupándose en considerar espiritualmente
los divinos misterios de la Pasión y muerte del Salvador, que no solamente se
representan, sino que también se reproducen místicamente sobre el altar. Los que siguen
este método es indudable que, si tienen cuidado de conservar unidas a Dios las potencias
de su alma lograrán ejercitarse en actos de fe, esperanza, caridad y de todas las virtudes.
Esta manera de oír Misa es más perfecta que la primera, y al mismo tiempo más dulce y
más suave, según lo experimentó un santo religioso lego, el cual acostumbraba decir que
oyendo Misa no leía más que tres letras. La primera era negra, a saber, sus pecados, cuya
consideración le inspiraba afectos de dolor y arrepentimiento, y éste era el punto de su
meditación desde el principio de la Misa hasta el Ofertorio. La segunda era encarnada, a

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saber, la Pasión del Salvador, meditándola desde el Ofertorio hasta la Comunión, sobre
la preciosísima Sangre que Jesús derramó por nosotros y la muerte cruel que sufrió en el
Calvario. La tercera letra era blanca, a saber, la Comunión espiritual, que jamás omitía
en el momento que comulgaba el sacerdote, uniéndose de todo corazón a Jesús, oculto
bajo las especies sacramentales; después de lo cual permanecía abismado en su Dios y en
la consideración de la gloria, que esperaba como fruto de este Divino Sacrificio. Este
pobre religioso, a pesar de no tener instrucción, oía la Misa de una manera muy perfecta,
y yo quisiera que todos aprendiesen en su escuela una ciencia tan profunda.
El tercer método para asistir con fruto al santo sacrificio de la Misa tiene la preferencia
sobre los anteriores. No exige lectura de un gran número de oraciones vocales como el
primero, ni requiere un espíritu contemplativo como se necesita para seguir el segundo.
Sin embargo, si bien se considera, es el más conforme al espíritu de la Iglesia, cuyos
deseos son que los fieles estén unidos a los sentimientos del sacerdote. Éste debe ofrecer
el Sacrificio por los cuatro fines indicados en la instrucción precedente, por cuanto éste
es el medio más eficaz de cumplir con las cuatro obligaciones que tenemos contraídas
con Dios. Por consiguiente, y puesto que cuando asistes a la Misa desempeñas en cierta
manera las funciones de sacerdote, debes dedicarte del mejor modo posible a la
consideración de los cuatro fines indicados, lo cual te será muy fácil por medio de los
cuatro ofrecimientos que voy a presentarte.
He aquí el método reducido a la práctica. Toma este pequeño libro hasta aprender de
memoria estos ofrecimientos, o a lo menos hasta penetrarte bien de su sentido, pues no
se necesita sujetarse a las palabras. Luego que comience la Misa y cuando el sacerdote,
humillándose en las gradas del altar, rece el Confiteor, haz un breve examen de tus
pecados, excítate a un acto de verdadera contrición, pidiendo humildemente al Señor que
te perdone, e implora los auxilios del Espíritu Santo y la protección de la Virgen
Santísima para oír la Misa con todo el respeto y devoción posible. En seguida, y para
cumplir sucesivamente con las cuatro importantísimas obligaciones de que te he hablado,
divide la Misa en cuatro partes, lo que podrás hacer del modo siguiente:
En la primera parte, desde el principio hasta el Evangelio, satisfarás la primera deuda,
que consiste en adorar y alabar la majestad de Dios, que es infinitamente digna de
honores y alabanzas. Para esto humíllate profundamente con Jesucristo, abísmate en la
consideración de tu nada, confiesa sinceramente que nada eres delante de aquella
inmensa Majestad, y humillado con alma y cuerpo (pues en la Misa debe guardarse la
postura más respetuosa y modesta), dile: "¡Oh Dios mío! yo os adoro y reconozco por mi
Señor y dueño de mi alma y vida: yo protesto que todo lo que soy y cuanto tengo lo debo
a vuestra infinita bondad. Bien sé que vuestra soberana Majestad merece un honor y
homenajes infinitos; pero yo soy un pobrecillo impotente para pagar esta inmensa deuda,
por tanto os presento las humillaciones y homenajes que el mismo Jesús os ofrece sobre
este altar. "Yo quiero hacer lo mismo que hace Jesús: yo me abato con Jesús, y con Jesús
me humillo delante de vuestra suprema Majestad. Yo os adoro con las mismas
humillaciones de mi Salvador. Yo me regocijo y me felicito de que mi Divino Jesús os

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tribute por mí honores y homenajes infinitos".
Aquí cierra el libro, y continúa excitándote interiormente a iguales actos. Regocíjate de
que Dios sea honrado infinitamente, y en algún intermedio repite una y muchas veces
estas palabras: "Sí, Dios mío, inefable es mi gozo por el honor infinito que vuestra
Divina Majestad recibe de este augusto Sacrificio. Me complazco y alegro cuanto sé y
cuanto puedo". No te empeñes con afán en repetir a la letra estas mismas palabras:
emplea libremente las que tu piedad te sugiera. Sobre todo, procura conservarte en un
profundo recogimiento y muy unido a Dios. ¡Ah! ¡qué bien satisfarás a Dios de esta
manera tu primera deuda!
Satisfarás la segunda desde el Evangelio hasta la elevación de la Sagrada Hostia, y
dirigiendo una mirada a tus pecados, y considerando la inmensa deuda que has contraído
con la divina Justicia, dile con un corazón profundamente humillado:
"He ahí, Dios mío, a este traidor que tantas veces se ha rebelado contra Vos. ¡Ah!
Penetrado de dolor, yo abomino y detesto con todo mi corazón todos los gravísimos
pecados que he cometido. Yo os presento en su expiación la satisfacción infinita que
Jesucristo os da sobre el altar. Os ofrezco todos los méritos de Jesús, la sangre de Jesús y
al mismo Jesús, Dios y hombre verdadero, quien, en calidad de víctima, se digna todavía
renovar su sacrificio en mi favor. Y puesto que mi Jesús se constituye sobre ese altar mi
abogado y mediador, y que por su preciosísima Sangre os pide gracia para mí, yo uno mi
voz a la de esta Sangre adorable, e imploro el perdón dé todos mis pecados.
La Sangre de Jesús está gritando misericordia, y misericordia os pide mi corazón
arrepentido. ¡Oh Dios de mi corazón! Si no os enternecen mis lágrimas, dejaos ablandar
por los tiernos gemidos de mi Jesús. Él alcanzó en la cruz gracia para todo el humano
linaje, ¿y no la obtendrá para mí desde ese altar? Sí, sí; yo espero que por los méritos de
su Sangre preciosa me perdonaréis todas mis iniquidades, y me concederéis vuestra
gracia para llorarlas hasta el último suspiro de mi vida". Enseguida, y habiendo cerrado
el libro, repite estos actos con una viva y profunda contrición. Da rienda suelta a los
afectos de tu alma, y sin articular palabra, dirás a Jesús de lo íntimo de tu corazón: "¡Mi
muy amado Jesús! Dadme las lágrimas de san Pedro, la contrición de la Magdalena y el
dolor de todos los Santos, que de pecadores se convirtieron en fervorosos penitentes, a
fin de que, por los méritos del Santo Sacrificio, alcance el completo perdón de todos mis
pecados". Reitera estos mismos actos en un perfecto recogimiento, y vive seguro de que
así satisfarás completamente todas las deudas que por tus pecados hubieres contraído con
Dios.
En la tercera parte, es decir, desde la elevación del cáliz hasta la Comunión, considera
los innumerables beneficios de que has sido colmado. En cambio, ofrece al Señor una
víctima de precio infinito, a saber: el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo. Convida también
a los Ángeles y Santos a dar gracias a Dios por ti, diciendo estas o parecidas palabras:
"Vedme aquí, Dios de mi corazón, cargado con el enorme peso de una inmensa deuda de

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gratitud y reconocimiento a todos los beneficios generales y particulares de que me
habéis colmado, y de los que estáis dispuesto a concederme en el tiempo y en la
eternidad. Confieso que vuestras misericordias para conmigo han sido y son infinitas; sin
embargo, estoy pronto a pagaros hasta el último óbolo. En satisfacción de todo lo que os
debo, os presento por las manos del sacerdote la Sangre divina, el cuerpo adorable y la
víctima inocente que está colocada sobre este altar. Esta ofrenda basta (seguro estoy de
ello) para recompensar todos los dones que me habéis concedido; siendo como es de un
precio infinito, vale ella sola por todos los que he recibido y puedo recibir de Vos".
"Ángeles del Señor, y vosotros, dichosos moradores del cielo, ayudadme a dar gracias a
mi Dios, y ofrecedle en agradecimiento por tantos beneficios, no solamente esta Misa a
que tengo la dicha de asistir, sino también todas las que en este momento se celebran en
todo el mundo, a fin de que por este medio satisfaga yo a su ardiente caridad por todas
las mercedes que me ha hecho, así como por las que está dispuesto a concederme ahora y
por los siglos de los siglos. Amén".
¡Con qué dulce complacencia recibirá este Dios de bondad el testimonio de un
agradecimiento tan afectuoso! ¡Cuán satisfecho quedará de esta ofrenda que, siendo de
un precio infinito, vale más que todo el mundo! A fin, pues, de excitar más y más en tu
corazón estos piadosos sentimientos, convida a toda la corte celestial a dar gracias a Dios
en tu nombre. Invoca a todos los Santos a quienes tienes particular devoción, y con toda
la efusión de tu alma dirígeles la siguiente plegaria: "¡Oh gloriosos bienaventurados e
intercesores míos cerca del trono de Dios! Dad gracias por mí a su infinita bondad, para
que no tenga la desventura de vivir y morir siendo ingrato. Suplicadle se digne aceptar
mi buena voluntad, y tener en consideración las acciones de gracias, llenas de amor, que
mi adorable Jesús le tributa por mí en ese augusto Sacrificio". No te contentes con
manifestar una sola vez estos sentimientos: repítelos a intervalos, en la firme seguridad
de que por este medio satisfarán plenamente tan inmensa deuda. A este fin harás muy
bien en rezar todos los días algún Acto de ofrecimiento, para ofrecer a Dios en acción de
gracias, no solamente todas tus acciones, sino también las Misas que se celebran en todo
el mundo.
En la cuarta parte, desde la Comunión hasta el fin, mientras que el sacerdote comulga
sacramentalmente, harás la Comunión espiritual de la manera que te explicaré al
terminar este capítulo. Dirige en seguida tus miradas a Dios Nuestro Señor que está
dentro de ti, y anímate a pedir muchas gracias. Desde el momento en que Jesús se une a
ti, Él es quien ruega y suplica por— ti. Ensancha, pues, el corazón, y no te limites a pedir
solamente algunos favores: pide muchas, muchísimas gracias, porque el ofrecimiento de
su Divino Hijo, que acabas de hacerle, es de un precio infinito. Por consiguiente, dile
con la más profunda humildad: "¡Oh Dios de mi alma! Me reconozco indigno de
vuestros favores: lo confieso sinceramente, así como también que no merezco el que me
escuchéis, atendida la multitud y enormidad de mis faltas. Pero ¿podréis rechazar la
súplica que vuestro adorable Hijo os dirige por mí sobre ese altar, en que os ofrece por
mí su Sangre y su vida? ¡Oh Dios de infinito amor! ¡Aceptad los ruegos del que aboga

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en favor mío cerca de vuestra Divina Majestad!; y en atención a sus méritos concededme
todas las gracias que sabéis necesito para llevar a feliz término el negocio
importantísimo de mi eterna salvación. Ahora más que nunca me atrevo a implorar de
vuestra infinita misericordia el perdón de todos mis pecados y la gracia de la
perseverancia final. Además, y apoyándome siempre en las súplicas que os dirige mi
amado Jesús, os pido por mí mismo, ¡oh Dios de bondad infinita! todas las virtudes en
grado heroico, y los auxilios más eficaces para llegar a ser verdaderamente santo. Os
pido también la conversión de los infieles, de los pecadores, y en particular de aquéllos a
quienes estoy unido por los lazos de la sangre, o de relación espiritual. Imploro además
la libertad, no de una sola alma, sino la de todas las que en este momento están detenidas
en la cárcel del purgatorio. Dignaos, Señor, concedérsela a todas, y haced quede vacío
ese lugar de dolorosa expiación. En fin, ojalá que la eficacia de este Divino Sacrificio
convirtiera este mundo miserable en un paraíso de delicias para vuestro Corazón, donde
fueseis amado, honrado y glorificado por todos los hombres en el tiempo, para que todos
fuésemos admitidos a bendeciros y alabaros en la eternidad. Así sea".
Pide sin temor, pide para ti, para tus amigos, parientes y demás personas queridas.
Implora la asistencia de Dios en todas tus necesidades espirituales y temporales. Ruega
también por las de la Santa Iglesia, y pide al Señor que se digne librarla de los males que
la afligen y concederle la plenitud de todos los bienes. Sobre todo, no ores con tibieza,
sino con la mayor confianza; y está seguro de que tus súplicas, unidas a las de Jesús,
serán escuchadas. Concluida la Misa practica el siguiente acto de acción de gracias,
diciendo: "Os damos gracias por todos vuestros beneficios, oh Dios todopoderoso, que
vivís y reináis por los siglos de los siglos. Así sea". Saldrás de la iglesia con el corazón
tan enternecido como si bajases del Calvario.
Dime ahora: si hubieras asistido de esta manera a todas las Misas que has oído hasta hoy,
¡con qué tesoros de gracias habrías enriquecido tu alma! ¡Ah! ¡Cuánto has perdido
asistiendo a este augusto Sacrificio con tan poca religiosidad, dirigiendo tus miradas acá
y allá, ocupado en ver quiénes entraban y salían, murmurando algunas veces, quedándote
dormido, o cuando más, balbuceando algunas oraciones sin atención ni recogimiento! Si
quieres, pues, oír con fruto la Santa Misa, toma desde este momento la firme resolución
de servirte de este método, que es muy agradable, y que está todo él reducido a satisfacer
las cuatro enormes deudas que tenemos contraídas con Dios.
Persuádete firmemente de que en poco tiempo adquirirás inmensos tesoros de gracias y
méritos, y de que jamás te asaltará la tentación de decir: Una Misa más o menos ¿qué
importa?
San Leonardo de Porto Mauricio.

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PARTE IV

ORDINARIO DE LA MISA TRADICIONAL Y


ORACIONES DEVOCIONALES

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ORATIONES ANTE MISSAM
ORACIONES PARA ANTES DE MISA

Oración a la Santísima Virgen


¡Oh Madre de piedad y de misericordia!, Santísima Virgen María. Yo, miserable e
indigno pecador, en ti confío con todo mi corazón y afecto; y acudo a tu piedad, para
que, así como estuviste junto a tu dulcísimo Hijo clavado en la cruz, también estés junto
a mí, miserable pecador y junto a todos los fieles que aquí y en toda la Santa Iglesia
vamos a participar de aquel divino Sacrificio, para que, ayudados con tu gracia,
ofrezcamos una hostia digna y aceptable en la presencia de la suma y única Trinidad.
Amén

Oración a San José


¡San José, tu que tuviste la suerte –regalo de Dios– de no sólo ver y oír al Dios a quien
muchos reyes quisieron ver y no vieron, oír y no oyeron; sino que además pudiste
también abrazarlo, besarlo, vestirlo y custodiarlo!
V/.Ruega por nosotros, bienaventurado José.
R/.Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de nuestro Señor Jesucristo.
Dios nuestro, te pedimos que, así como José mereció tratar y llevar en sus brazos a Jesús
con cariño, hagas que también nosotros lo arropemos con el mismo cariño en nuestro
corazón cuando, dentro de un rato, recibamos su Cuerpo y Sangre. Amén.

Oración de San Juan Crisóstomo


¡Oh Señor!, yo creo y profeso que Tu eres el Cristo Verdadero, el Hijo de Dios vivo que
vino a este mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero. Acéptame
como participante de tu Cena Mística, ¡oh Hijo de Dios!
No revelaré tu Misterio a tus enemigos, ni te daré un beso como lo hizo Judas, sino que
como el buen ladrón te reconozco.
Recuérdame, ¡Oh Señor!, cuando llegues a tu Reino. Recuérdame, ¡oh Maestro!, cuando
llegues a tu Reino. Recuérdame, ¡oh Santo!, cuando llegues a tu Reino.
Que mi participación en tus Santos Misterios, ¡oh Señor! no sea para mi juicio o
condenación, sino para sanar mi alma y mi cuerpo.
¡Oh Señor!, yo también creo y profeso que lo que estoy a punto de recibir es
verdaderamente tu Preciosísimo Cuerpo y tu Sangre vivificante, los cuales ruego me

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hagas digno de recibir, para la remisión de todos mis pecados y la vida eterna. Amén.

Oración de San Ambrosio


Señor mío Jesucristo, yo pecador indigno, confiando en tu misericordia y bondad, vengo
a tomar parte en este Banquete Santísimo del Altar.
Reconozco que tanto mi corazón como mi mente están manchados con muchos pecados;
y, que mi cuerpo y mi lengua no han sido guardados cuidadosamente.
Por lo cual, Dios adorable, yo miserable pecador, en medio de tantas angustias y
peligros, recurro a Ti que eres fuente de misericordia, ya que me es imposible excusarme
ante tu mirada de Juez irritado. Deseo vivamente obtener tu perdón, ya que eres mi
Redentor y Salvador.
A Ti Señor presento mis debilidades y pecados para que me perdones. Reconozco que
Te he ofendido frecuentemente. Por eso me humillo y me arrepiento y espero en tu
misericordia infinita.
Olvida mis culpas y no me castigues como merecen mis pecados. Perdóname, Tu que
eres la misma bondad. Amén.

Oración de Santo Tomás de Aquino


Aquí me llego, todopoderoso y eterno Dios, al sacramento de vuestro unigénito Hijo mi
Señor Jesucristo, como enfermo al médico de la vida, como manchado a la fuente de
misericordias, como ciego a la luz de la claridad eterna, como pobre y desvalido al Señor
de los cielos y tierra.
Ruego, pues, a vuestra infinita bondad y misericordia, tengáis por bien sanar mi
enfermedad, limpiar mi suciedad, alumbrar mi ceguedad, enriquecer mi pobreza y vestir
mi desnudez, para que así pueda yo recibir el Pan de los Ángeles, al Rey de los Reyes, al
Señor de los señores, con tanta reverencia y humildad, con tanta contrición y devoción,
con tal fe y tal pureza, y con tal propósito e intención, cual conviene para la salud de mi
alma.
Dame, Señor, que reciba yo, no sólo el sacramento del Sacratísimo Cuerpo y Sangre,
sino también la virtud y gracia del sacramento ¡Oh benignísimo Dios!, concededme que
albergue yo en mi corazón de tal modo el Cuerpo de vuestro unigénito Hijo, nuestro
Señor Jesucristo, Cuerpo adorable que tomó de la Virgen María, que merezca
incorporarme a su Cuerpo místico, y contarme como a uno de sus miembros.
¡Oh piadosísimo Padre!, otorgadme que este unigénito Hijo vuestro, al cual deseo ahora
recibir encubierto y debajo del velo en esta vida, merezca yo verle para siempre,
descubierto y sin velo, en la otra. El cual con Vos vive y reina en unidad del Espíritu
Santo, Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

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Postura de los fieles durante la Misa
La Misa no es un acto de devoción privada donde cada uno se comporta como quiere,
sino un acto del culto oficial de la Iglesia, al cual los fieles vienen para asociarse.
Para manifestar su unidad en la fe y el culto católico, los fieles deben seguir las mismas
reglas en su postura (salvo enfermedad, por supuesto).

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Ordinario de la Santa Misa
COMIENZA LA MISA CON EL SALMO 42.
EL SACERDOTE PIDE PERDÓN POR SUS FALTAS ANTES DE INICIAR EL
SACRIFICIO.

ESTE SALMO 42 SE OMITE EN


LAS MISAS DE DIFUNTOS Y EN
EL TIEMPO DE PASIÓN.

40
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CONFESIÓN GENERAL

42
EL SACERDOTE REZA, SOLO, EL CONFÍTEOR, Y LOS FIELES
RESPONDEN:

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SUBIDA AL ALTAR
El SACERDOTE REZA EN VOZ
BAJA ESTAS ORACIONES.

46
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INCENSACIÓN DEL ALTAR
PARA DAR MAYOR SOLEMNIDAD, EN LAS MISAS CANTADAS, EL
SACERDOTE BENDICE EL INCIENSO CON ESTA ORACIÓN:

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KYRIE
SACERDOTE Y FIELES INVOCAN
LA MISERICORDIA DIVINA.

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GLORIA
EL SACERDOTE REZA,
JUNTO CON LOS FIELES.

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ORACIÓN COLECTA
EL SACERDOTE REZA O CANTA LA ORACIÓN PROPIA DEL DÍA Y
TERMINA CON LAS SIGUIENTES PALABRAS:

CANTO DE LA EPÍSTOLA
El SACERDOTE LEE O CANTA LA EPÍSTOLA PROPIA DEL DÍA.UNA
VEZ ACABADA LA LECTURA, LOS FIELES DICEN:

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GRADUAL
EL SACERDOTE LEE EL GRADUAL PROPIO DEL DÍA.

ALELUYA O TRACTO
EL SACERDOTE LEE EL ALELUYA PROPIO DEL DÍA.

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CANTO DEL SANTO EVANGELIO
EN LAS MISAS DE MAYOR SOLEMNIDAD SE BENDICE EL INCIENSO
COMO SE HA HECHO ANTES DEL INTROITO.

DESPUÉS DEL SALUDO, SE PERSIGNAN,TRAS LO CUAL EL


SACERDOTE LEE O CANTA EL EVANGELIO PROPIO DEL DÍA.

55
ACABADO EL CANTO LOS FIELES RESPONDEN:

SI HUBIESE HOMILÍA, LOS FIELES LA ESCUCHAN SENTADOS. A


CONTINUACIÓN, SE REZA O CANTA EL CREDO QUE EN ALGUNAS
MISAS SE OMITE.

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OFERTORIO
EL SACERDOTE REZA LA ORACIÓN PROPIA DEL
DÍA.

EL SACERDOTE DESCUBRE EL CÁLIZ, TOMA LA PATENA CON LA


HOSTIA Y DICE:

60
EL SACERDOTE PONE VINO EN El CÁLIZ Y BENDICE El AGUA,
MEZCLANDO ALGUNAS GOTAS. NO SE BENDICE El AGUA EN LAS
MISAS DE DIFUNTOS.

61
EL SACERDOTE OFRECE EL CÁLIZ DICIENDO:

62
COLOCA EL CÁLIZ SOBRE LOS CORPORALES, E INCLINÁNDOSE,
DICE:

LEVANTA MANOS Y OJOS AL CIELO, BENDICIENDO LA OBLACIÓN:

63
EN LAS MISAS SOLEMNES SE INCIENSA LA OBLATA Y EL ALTAR

64
El SACERDOTE SE LAVA LAS MANOS MIENTRAS REZA:

65
66
El SACERDOTE SE DIRIGE AL CENTRO DEL ALTAR, E INCLINADO,
DICE:

67
El SACERDOTE CONVOCA A LOS FIELES A LA ORACIÓN.

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PREFACIO
EL SACERDOTE REZA LA SECRETA PROPIA DEL DÍA, QUE TERMINA
CON LAS PALABRAS...

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SANCTUS
SE CANTA AL UNISONO CON LOS FIELES.

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CANON
COMIENZA LA PARTE MÁS SOLEMNE DE LA MISA. EL CELEBRANTE
LEVANTA LAS MANOS AL CIELO, E INCLINÁNDOSE
PROFUNDAMENTE, DICE:

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JUNTA LAS MANOS Y REZA POR SUS INTENCIONES.

EL SACERDOTE INVOCA A LA IGLESIA TRIUNFANTE PARA UNIRSE


CON ELLA:

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EXTIENDE SUS MANOS SOBRE LA HOSTIA Y EL CÁLIZ:

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CONSAGRACIÓN DEL PAN.

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CONSAGRACIÓN DEL VINO.

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EL SACERDOTE OFRECE LA VÍCTIMA AL PADRE ETERNO:

RUEGA A DIOS QUE SE DIGNE ACEPTAR ESTE SACRIFICIO:

83
El SACERDOTE SE INCLINA PROFUNDAMENTE:

84
JUNTANDO LAS MANOS RUEGA POR LOS FIELES DIFUNTOS:

85
EL SACERDOTE SE DA UN GOLPE DE PECHO, RECONOCIÉNDOSE
PECADOR:

86
HACE TRES CRUCES SOBRE LA HOSTIA Y EL CÁLIZ:

87
TERMINA EL CANON ELEVANDO LA HOSTIA CON EL CÁLIZ:

88
PADRENUESTRO
El SACERDOTE REZA O CANTA EL PADRENUESTRO.

89
TOMA EN SUS MANOS LA PATENA.

90
EL CELEBRANTE DIVIDE LA HOSTIA.

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DEJA CAER EN EL CÁLIZ LA PARTÍCULA DE LA HOSTIA:

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AGNUS DEI
LOS FIELES SE GOLPEAN EL PECHO CON LA MANO DERECHA AL
RECITAR CADA INVOCACIÓN CON EL SACERDOTE.

EN LAS MISAS DE DIFUNTOS SE DICE: DONA EIS REQUIEM, EN VEZ


DE MISERERE NOBIS, Y LA TERCERA VEZ SE AGREGA:
SEMPITERNAM.

El SACERDOTE SE INCLINA Y DICE LAS TRES ORACIONES


SIGUIENTES
(SE OMITE LA PRIMERA EN LAS MISAS DE DIFUNTOS):

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COMUNIÓN DEL SACERDOTE.

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El SACERDOTE SE RECOGE UNOS INSTANTES, Y TRAS RECITAR
UNOS VERSÍCULOS DE LOS SALMOS, SUME LA PRECIOSÍSIMA
SANGRE.

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COMUNIÓN DE LOS FIELES
EL ACÓLITO REZA DE NUEVO EL CONFITEOR.

LUEGO EL CELEBRANTE, EXPONE LA SAGRADA HOSTIA A LOS


FIELES, DICIENDO:

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LOS FIELES SE GOLPEAN EL PECHO A CADA INVOCACIÓN.

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DISPOSICIONES PARA COMULGAR:

A CADA COMULGANTE EL SACERDOTE LE DICE:

DESPUÉS DE COMULGAR, LOS FIELES SE ARRODILLAN.

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El CELEBRANTE REZA LA ANTÍFONA DE COMUNIÓN PROPIA DEL
DÍA.

EL CELEBRANTE REZA LA POSCOMUNIÓN PROPIA DEL DÍA Y


FINALIZA DICIENDO:

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LOS FIELES SE ARRODILLAN PARA RECIBIR LA BENDICIÓN.

104
LOS FIELES SE LEVANTAN PARA EL ÚLTIMO EVANGELIO.

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ORACIONES FINALES
Aquí acaba la Misa.
El Sacerdote, los acólitos y los fieles se arrodillan para las oraciones finales que fueron
prescriptas por el papa León XIII para ser dichas después de la lectura del último
evangelio.

Rezar 3 Avemarías.

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Esta última jaculatoria se repite tres veces.

Al retirarse el Sacerdote y los acólitos, los fieles deben estar de pie.

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ORATIONES POST MISSAM
ORACIONES PARA DESPUÉS DE MISA

Oración de Santo Tomás de Aquino


Gracias te doy, Señor Santo, Padre todopoderoso, Dios eterno, porque a mí, pecador,
indigno siervo tuyo, sin mérito alguno de mi parte, sino por pura concesión de tu
misericordia, te has dignado alimentarme con el precioso Cuerpo y Sangre de tu
Unigénito Hijo mi Señor Jesucristo.
Suplícote, que esta Sagrada Comunión no me sea ocasión de castigo, sino intercesión
saludable para el perdón; sea armadura de mi fe, escudo de mi voluntad, muerte de todos
mis vicios, exterminio de todos mis carnales apetitos, y aumento de caridad, paciencia y
verdadera humildad, y de todas las virtudes: sea perfecto sosiego de mi cuerpo y de mi
espíritu, firme defensa contra todos mis enemigos visibles e invisibles, perpetua unión
contigo, único y verdadero Dios, y sello de mi muerte dichosa.
Ruégote, que tengas por bien llevar a este pecador a aquel convite inefable, donde Tú,
con tu Hijo y el Espíritu Santo, eres para tus santos luz verdadera, satisfacción cumplida,
gozo perdurable, dicha consumada y felicidad perfecta. Por el mismo Cristo Nuestro
Señor. Amén

Oración de San Buenaventura


Traspasa, dulcísimo Jesús y Señor mío, la médula de mi alma con el suavísimo y
saludabilísimo dardo de tu amor; con la verdadera, pura y santísima caridad apostólica, a
fin de que mi alma desfallezca y se derrita siempre sólo en amarte y en deseo de
poseerte: que por Ti suspire, y desfallezca por hallarse en los atrios de tu Casa; anhele
ser desligada del cuerpo para unirse contigo.
Haz que mi alma tenga hambre de Ti, Pan de los Ángeles, alimento de las almas santas,
Pan nuestro de cada día, lleno de fuerza, de toda dulzura y sabor, y de todo suave deleite.
Oh Jesús, en quién se desean mirar los Ángeles: tenga siempre mi corazón hambre de Ti,
y el interior de mi alma rebose con la dulzura de tu sabor; tenga siempre sed de Ti,
fuente de vida, manantial de sabiduría y de ciencia, río de luz eterna, torrente de delicias,
abundancia de la Casa de Dios: que te desee, te busque, te halle; que a Ti vaya y a Ti
llegue; en Ti piense, de Ti hable, y todas mis acciones encamine a honra y gloria de tu
nombre, con humildad y discreción, con amor y deleite, con facilidad y afecto, con
perseverancia hasta el fin: para que Tú sólo seas siempre mi esperanza, toda mi
confianza, mi riqueza, mi deleite, mi contento, mi gozo, mi descanso y mi tranquilidad,
mi paz, mi suavidad, mi perfume, mi dulzura, mi comida, mi alimento, mi refugio, mi

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auxilio, mi sabiduría, mi herencia, mi posesión, mi tesoro, en el cual esté siempre fija y
firme e inconmoviblemente arraigada mi alma y mi corazón. Amén.

Anima Christi
ALMA de Cristo, santifícame
Cuerpo de Cristo, sálvame
Sangre de Cristo, embriágame
Agua del costado de Cristo, lávame
Pasión de Cristo, confórtame
Oh buen Jesús, óyeme
Dentro de tus llagas, escóndeme
No permitas que me separe de Ti
Del maligno enemigo, defiéndeme
En la hora de mi muerte, llámame
Y mándame ir a Ti
Para que con Tus santos Te alabe
Por los siglos de los siglos. Amén.

Acto de Entrega de Si
Tomad, Señor, y recibid
Toda mi libertad,
Mi memoria,
Mi entendimiento
Y toda mi voluntad;
Todo mi haber y mi poseer.
Vos me lo disteis,
A Vos, Señor, lo torno.
Todo es Vuestro:
Disponed de ello
Según Vuestra Voluntad.

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Dadme Vuestro Amor y Gracia,
Que éstas me bastan.
Amén.

Oración ante el Crucifijo.


Mírame, ¡oh, mi amado y buen Jesús!, postrado en tu presencia; te ruego con el mayor
fervor imprimas en mi corazón vivos sentimientos de fe, esperanza y caridad, verdadero
dolor de mis pecados y propósito de jamás ofenderte, mientras que yo, con el mayor
afecto y compasión de que soy capaz, voy considerando tus cinco llagas, teniendo
presente lo que de Ti dijo el santo Profeta David: Han taladrado mis manos y mis pies y
se pueden contar todos mis huesos. Amén

Oración Universal
Creo en Ti, Señor, pero ayúdame a creer con más firmeza; espero en Ti, pero ayúdame a
esperar con más confianza; te amo, Señor, pero ayúdame a amarte más ardientemente;
estoy arrepentido, pero ayúdame a tener mayor dolor.
Te adoro, Señor, porque eres mi creador y te anhelo porque eres mi último fin; te alabo
porque no te cansas de hacerme el bien y me refugio en Ti, porque eres mi protector.
Que tu sabiduría, Señor, me dirija y tu justicia me reprima; que tu misericordia me
consuele y tu poder me defienda.
Te ofrezco, Señor mis pensamientos, para que se dirijan a Ti; te ofrezco mis palabras,
para que hablen de Ti; te ofrezco mis obras, para que todo lo haga por Ti; te ofrezco mis
penas, para que las sufra por Ti.
Todo aquello que quieres Tú, Señor, lo quiero yo, precisamente porque lo quieres Tú,
quiero como lo quieras Tú y durante todo el tiempo que lo quieras Tú.
Te pido, Señor, que ilumines mi entendimiento, que inflames mi voluntad, que
purifiques mi corazón y santifiques mi alma.
Ayúdame a apartarme de mis pasadas iniquidades, a rechazar las tentaciones futuras, a
vencer mis inclinaciones al mal y a cultivar las virtudes necesarias.
Concédeme, Dios de bondad, amor a Ti, odio a mí, celo por el prójimo, y desprecio a lo
mundano.
Dame tu gracia para ser obediente con mis superiores, ser comprensivo con mis
inferiores, saber aconsejar a mis amigos y perdonar con mis enemigos.
Que venza la sensualidad con la mortificación, con generosidad la avaricia, con bondad
la ira; con fervor la tibieza.
Que sepa yo tener prudencia, Señor, al aconsejar, valor frente a los peligros, paciencia en

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las dificultades, humildad en la prosperidad
Concédeme, Señor, atención al orar, sobriedad al comer, responsabilidad en mi trabajo y
firmeza en mis propósitos.
Ayúdame a conservar la pureza de alma, a ser modesto en mis actitudes, ejemplar en mis
conversaciones y a llevar una vida ordenada.
Concédeme tu ayuda para dominar mis instintos, para fomentar en mí tu vida de gracia,
para cumplir tus mandamientos y obtener la salvación.
Enséñame, Señor, a comprender la pequeñez de lo terreno, la grandeza de lo divino, la
brevedad de esta vida y la eternidad de la futura.
Concédeme, Señor, una buena preparación para la muerte y un santo temor al juicio,
para librarme del infierno y alcanzar el paraíso.
Por Cristo nuestro Señor. Amén.

Oración a la Santísima Virgen


María, Virgen y Madre Santísima, he recibido a tu Hijo amadísimo, que concebiste en
tus entrañas, alimentaste con tu pecho y estrechaste en tus brazos. Al mismo que te
alegraba contemplar y te llenaba de gozo; con humildad te lo presento y te lo ofrezco,
para que lo abraces, lo ames con tu corazón y lo ofrezcas a la Santísima Trinidad en
culto supremo de adoración, por tu honor y por tu gloria y por mis necesidades y por las
de todo el mundo.
Te ruego, Madre, que me alcances el perdón de mis pecados y gracia abundante para
servirle, de hoy en adelante, con mayor fidelidad; y, por último, la gracia de
perseverancia final, para que pueda alabarle contigo por los siglos de los siglos. Amén.

Oración a San José


Custodio y padre de vírgenes, San José, a cuya fiel custodia fueron encomendadas la
misma inocencia, Cristo Jesús, y la Virgen de las vírgenes, María. Por estas dos
queridísimas prendas, Jesús y María, te ruego y te suplico me alcances que, preservado
de toda impureza, sirva siempre con alma limpia, corazón puro y cuerpo casto a Jesús y a
María. Amén.

Adoro te devote
Te adoro con devoción, Dios escondido, oculto verdaderamente bajo estas apariencias. A
Ti se somete mi corazón por completo, y se rinde totalmente al contemplarte.
Al juzgar de Ti, se equivocan la vista, el tacto, el gusto; pero basta el oído para creer con
firmeza; creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios: nada es más verdadero que esta
Palabra de verdad.

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En la Cruz se escondía sólo la Divinidad, pero aquí se esconde también la Humanidad;
sin embargo, creo y confieso ambas cosas, y pido lo que pidió aquel ladrón arrepentido.
No veo las llagas como las vio Tomás, pero confieso que eres mi Dios: haz que yo crea
más y más en Ti, que en Ti espere y que te ame.
¡Memorial de la muerte del Señor! Pan vivo que das vida al hombre: concede a mi alma
que de Ti viva y que siempre saboree tu dulzura.
Señor Jesús, Pelícano bueno, límpiame a mí, inmundo, con tu Sangre, de la que una sola
gota puede liberar de todos los crímenes al mundo entero.
Jesús, a quien ahora veo oculto, te ruego, que se cumpla lo que tanto ansío: que al mirar
tu rostro cara a cara, sea yo feliz viendo tu gloria. Amén.

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Índice
Recomendaciones para quienes asisten a Misa Tradicional 6
Introducción 7
I. Preguntas frecuentes sobre la Misa Tradicional 8
II. Ceremonias de la Misa Tradicional y su significado 18
III. Métodos para asistir con fruto a la Misa Tradicional 28
IV. Ordinario de la Misa Tradicional y oraciones devocionales 34

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