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¿PARA QUÉ SIRVE REALMENTE UN SOCIÓLOGO?

(2011)
François Dubet

1. De la utilidad de la sociología.

[“Pienso que la construcción ‘tener un proyecto’, que actualmente se presenta a liceístas y a jóvenes estudiantes,
asocia crueldad mental con irrealismo sociológico, pues la mayor parte de las historias de vida desarrolladas por los
adultos ya establecidos son una suerte de ‘novelas’, relatos que uno cuenta (a los demás y a uno mismo) para dar algo
de consistencia y de coherencia a una vida que le gustaría apreciar como obra suya y consumación de un proyecto ”
(pg. 9) ].
En el primer capítulo de su libro, Dubet se propone reflexionar acerca de la pertinencia de pensar a la
sociología en términos de utilidad, así como tratar de desentrañar en qué podría consistir la misma. Su
primera observación recae en pensar la utilidad de la sociología como una forma de representación de la
sociedad una vez que se agotaron ciertos discursos totalizadores y absolutos, sea la representación de la
sociedad como el cumplimiento de un proyecto divino (amenazada por la creciente secularización) como la
de un producto transparente de la voluntad de los hombres sellada libre y racionalmente en un contrato social
(cuestionada en la medida en que el soberano, el Estado y la ley dejaron de organizar la totalidad de la vida
social y se abrió el camino para el cambio social). En este marco, para Dubet la sociología se presenta útil
como forma de construir representaciones de la sociedad misma. En tanto modernas, las sociedades
dejaron de pensarse como el producto necesario de un discurso o idea totalizadora que la explica en su
completud, sino que se reconocen como consecuencia de su propia acción y se vuelcan a su auto
comprensión:
“En forma elemental: la sociología siempre pone de relieve la distancia que media entre las
representaciones y las realidades, entre los más elevados principios y los hechos más banales; y dejar al
desnudo esa distancia es en sí una acción útil” (pg. 11).
A partir de ello, el autor reconstruirá, a su manera de ver, tres grandes concepciones en la tradición
sociológica que se distinguen por su forma de definir la utilidad de la misma:
a. Sociologías críticas: heredera de la tradición crítica y “revolucionaria” del Mayo del ‘68, plantea
como objetivo de la sociología el desvelamiento y puesta al desnudo de los mecanismos de
dominación, el desenmascaramiento de las formas de poder. Contando entre sus filas a Althusser,
Foucault o Bourdieu como sus grandes exponentes, coinciden en pensar a la sociología como una
disciplina crítica, en la cual los sujetos se encuentran dominados completa y ubicuamente por el
sistema, conformando este último un sistema de dominación o sujeción. De esta manera, el poner al
desnudo y evidenciar los mecanismos de dominación y su funcionamiento colaboraría en concientizar
y reducir la ingenuidad de los actores respecto a sus acciones y luchas. Por lo tanto, reivindican la
sociología como una ciencia del develamiento y de la crítica.
b. Sociología de la acción racional: el objetivo de esta corriente sociológica es promover y aumentar
el grado de racionalidad de las sociedades, para participar en su “buen gobierno”. Estudiando
principalmente los mecanismos de decisión y las políticas públicas, se centran más en reseñar los
impedimentos, efectos perversos o modelos culturales que debilitan la capacidad de acción de los
actores sobre la vida social (más que desenmascarar mecanismos de dominación ocultos). El carácter
pragmático de esta sociología suele conducir a la sospecha de su servicio al poder y status quo vigente.
Entre sus autores principales se encuentran Boudon, Crozier y Friedberg.
c. Sociología de la intervención: esta corriente apunta a la intervención de los sociólogos en la
formación misma de los actores sociales. Se centra en la articulación y vinculación entre proyectos de
conocimiento e intervenciones directas sobre los actores, por lo tanto, no reduciéndose a métodos de
medición y observación en la construcción de conocimiento (si bien no los descartan absolutamente),
sino buscando ver cómo se constituyen los actores sociales en los nuevos contextos históricos y
promover la integración de las nuevas categorías sociológicas con sus acciones y formas de
pensamiento. Entre sus autores emblemáticos se encuentra Touraine y el mismo Dubet.
A la hora de justificar su elección, el autor reconoce la reivindicación de la intervención en un contexto de
clara crisis de la vida social y no reducir la disciplina a un mero ejercicio académico sustraído de la realidad
social. Con respecto a las otras corrientes plantea que:
“Sentía también cierto malestar frente a las sociologías críticas, no porque fuesen críticas, lo que iba
muy bien conmigo, sino porque me resultaban agobiantes: sus conclusiones ya estaban incluídas en sus
hipótesis y, más que cualquier otra cosa, hacían de los actores simples puntos de apoyo de las
estructuras sociales, cuestión que yo no admitía, ni para mí ni para los demás. Por último, la sociología
de acción racional me parecía demasiado proclive a aceptar el mundo tal como era” (pg. 16).
A pesar de ello, el autor reconoce que esta tipología es abstracta, no hermética (los sociólogos pueden
circular, y generalmente lo hacen, entre una y otra) y no coincide con las definiciones de la disciplina en sí
(lo cual supone una mayor diferenciación al interior de las mismas.
Finalmente, Dubet plantea que otra fuente de utilidad de la sociología proviene de la demanda de pericia
que surge respecto de la sociología. En la medida en que la sociología pasó a interesarse y abordar las
problemáticas sociales emergentes, surge la necesidad no sólo de dar cuenta de ellas, sino que cada vez con
una mayor precisión y especialización, lo cual reafirmaría constantemente la demanda que existe respecto de
la sociologías.
“Me parece, pues, que en la actualidad la sociología es útil, y que lo es de múltiples maneras.
Es útil cuando es crítica, cuando muestra que la sociedad no es lo que cree ser. Es útil cuando
aconseja. Es útil cuando crea conocimientos ‘puros’ y pericia práctica. En especial, es útil
cuando toda esta actividad participa en un debate más o menos abierto y público. No está
confirmado que la sociología mejora las sociedades, pero sí que estas serían peores de lo que
son si la sociología no les devolviese una imagen de ellas mismas más o menos verosímil y, en
la mayor parte de los casos, una imagen bastante poco complaciente” (pg. 20).

2. La sociología en entredicho y puntos débiles de la disciplina.

En su segundo capítulo, Dubet se propone delinear algunas de las debilidades y críticas principales que se
pueden establecer a la disciplina sociológica. En primer lugar, busca desestimar su inscripción en lo que
denomina como relato de crisis: la alusión a la existencia de una “edad de oro” previa en la que existía un
momento de verdadera influencia social, de ejercicio de libertad de investigación pura, de estudiantes
brillantes impulsados por una vocación férrea que los llevó a constituirse como grandes figuras de la
disciplina. A modo de desencantamiento, Dubet cuestiona esta mirada idílica del pasado y esta suerte de
regodeo en la voluptuosidad de la sensación de decadencia.
Por el contrario, define claramente a quienes buscan oponerse a la sociología como disciplina:
“Hoy, como ayer, los mismos enemigos ponen en entredicho la sociología: todos aquellos a quienes les
desagrada que les disputen el monopolio de la representación de la vida social. Y cuando se reflexiona
un poco, se advierte que esta situación es normal, pues con esa especie de realismo crudo que le es
propia, con su relativismo, con su cinismo y ese modo de no creer lo que le cuentan, la sociología rasga
el decorado de la vida social” (pg. 22).
Por oposición a cierto pensamiento del sentido común, la disputa frente a la sociología como disciplina de
explicación y representación de la realidad social no proviene del campo científico (ya que la ciencia tiende a
admitir con facilidad que un mismo objeto puede aprehenderse y redefinirse por obra de distintas
disciplinas). Los críticos de la sociología se encuentran en un registro político más que científico,
cuestionando tanto su utilidad como el tipo de efectos que la misma puede generar (vinculándola con
consecuencias negativas para la sociedad):
“Si hoy en día se pone en entredicho la sociología, es menos por su estatuto epistemológico de ‘ciencia
blanda’ que por su propensión a ‘explicar lo social mediante lo social’ y por ende a esbozar respuestas y
soluciones que pueden disgustar a los poderes conservadores y, en tiempos más recientes, conservadores
y ‘ultraliberales’” (pg. 24).
Si bien Dubet afirma que la sociología no se encuentra en crisis, que su oposición surge más por motivos
ideológicos y políticos que estrictamente científicos, esto no implica que su cuestionamiento no se base en
debilidades reales. El principal aspecto de la sociología que puede ponera en tela de juicio es su pluralidad.
A diferencia del paradigma científico aceptado en las “ciencias duras” (popperiano), la sociología es
pluralista, abarca muchos paradigmas, muchos themata, y cada uno de ellos descansa sobre una concepción
acerca de la índole de lo social, y cada uno de ellos requiere métodos específicos. Pero no por ello se cae en
un extremo relativismo de saberes y métodos: existirían conocimientos más sólidos y verdaderos que otros.
De esta manera, la debilidad de la sociología asoma cuando el pluralismo teórico-metodológico da a lugar a
falsas disputas como holismo-individualismo (ninguno de ambos extremos fue defendido por la sociología),
objetivo-subjetivo y constructivismo-positivismo. De esta manera, Dubet plantea que las debilidades
políticas de la sociología contribuyen a su cuestionamiento, razón por la cual propone la enunciación de un
campo de métodos y razonamientos que la sustenten como forma de fortalecerla (y alejarse así de los meros
gustos, opiniones e ideas):
“El pluralismo teórico y metodológico no es, de por sí, una fuerza ni una debilidad: está en la naturaleza
misma de la sociología y cada cual debe defenderlo. Sin embargo, una vez planteada esta muy vívida
afirmación liberal, empiezan los problemas, porque una disciplina naturalmente pluralista debe ser
capaz de reglamentarse y administrarse, a la vez que consolidar una relativa unidad […] En el
maelström que viene, las disciplinas que resultarán reafirmadas no serán necesariamente las mejores o
las más útiles, pero serán por cierto las más capaces de organizarse y fijar reglas. En cualquiera de los
casos, esto es lo que la sociología debería enseñar a los sociólogos: los vencedores no tiene
forzosamente la razón, pero son quienes cuentan con mejores armas y mejor organización” (pg. 30-31).

3. ¿Cómo reconocer la “buena sociología”?

Más allá de la pluralidad de escuelas, perspectivas y estilos existentes en la sociología, Dubet propone que
existe una suerte de acuerdo implícito de qué podría ser una buena sociología (plasmado en los referatos de
publicaciones, por ejemplo). Si bien el se opone a toda forma de explicitación y normativización de códigos
para el ejercicio de la sociología, ya que eso conduciría a coartar la creatividad y originalidad que permite un
espacio intelectual diverso y plural como el analizado, no descarta la existencia de ciertas pautas comunes
que implícitamente se asocian al desempeño de una buena investigación sociológica.
Uno de los primeros acuerdos tácitos de la “buena sociología” reside, según Dubet, en la capacidad de
construir hechos sólidos. Esto no quiere decir que no se deba dudar de la evidencia fáctica y los hechos
sociales que nos rodean, ya que la realidad que percibimos se encuentra delineada por las herramientas,
miradas, culturas, cuerpos, intereses y subjetividades de los investigadores. Por el contrario, Dubet reivindica
la lógica deconstructiva de lo “natural” y “lo dado” que lleva a cabo la sociología, siempre que no se caiga en
una espiral infinita, una faena de deconstrucción, de modo que se consolide como el alfa y omega de la
investigación (lo cual llevaría a creer que el investigador sólo puede hablar por sí mismo, reduciendo los
análisis sociales a descripciones autobiográficas de las perspectivas personales). Para el autor, la “buena
sociología” se caracteriza por buscar producir un material lo suficientemente consistente como para resistir
la interpretación subjetiva y parcial, resignificando los hechos sociales según el interés y punto de vista
personal del autor (más allá del método utilizado):
“Esa exigencia de rigor y precisión, esa necesidad de saber con exactitud de qué se habla, esa capacidad
de situar las afirmaciones entre conjuntos más amplios es una de las cualidades esenciales de la buena
sociología que, en muchos aspectos, es una disciplina naturalista, descriptiva” (pg. 36).
La configuración de la sociología como una disciplina que construye información empírica fiable (y no
meros relatos u opiniones), estriba en la capacidad de los materiales de resistir a las hipótesis de los
investigadores, en no justificar o ejemplificar las prenociones de los académicos que buscan seleccionar
parcialmente el material empírico de modo tal que se ajuste a su hipótesis de trabajo, previamente esbozada.
Una segunda característica de la “buena sociología” es la integración de la reflexión teórica y confección de
hipótesis de investigación con el trabajo de campo. De este modo, en la sociología no se pueden realizar
hipótesis puras probadas sobre materiales perfectamente controlados como en un laboratorio, ni se puede
construir conocimiento sociológico a partir de la mera recuperación o relevamiento de observaciones en el
campo (como plantea la ground theory). Se produce, por el contrario, un movimiento continuo de la
interpretación a los datos y de los datos al análisis, ya que hacen falta hipótesis o ideas iniciales para poner
en funcionamiento la investigación, pero el campo provee tanto de verificación a las hipótesis como de
refutación y nuevas ideas o planteos al investigador. Esto se extiende, en primer lugar, a la formulación de
las hipótesis teóricas, ya que deben buscar abordar de manera conjunta las formas y estructuras de la
acción individual con los mecanismos objetivos que, a priori, son independientes de las intenciones y
finalidades de los sujetos. Esto es, recuperan y estudian, a la vez, a los actores y a la sociedad. Y, en
segundo lugar, a la selección de los métodos o herramientas adecuados para abordarlas, ya que no se puede
presentar un método totalizador y absoluto que explique la realidad social de manera completa, así como no
se pueden describir relaciones o procesos que sólo valen y se agotan en el contexto particular en las que se
observaron. La sociología debe tener validez más allá de su propio material.
Finalmente, una tercera característica de la “buena sociología” es ligar el interés por los problemas sociales
y el interés por la sociología misma como disciplina. Para Dubet, el arte de la sociología radica en
transformar los problemas de índole social en problemas sociológicos.

4. La sociología entre la función crítica y la recuperación.

En este capítulo, Dubet se propone reflexionar acerca del rol de la sociología respecto a la sociedad que
analiza y, en gran medida, construye como objeto de crítica. Según el autor, durante la década del ‘70 en
Francia se había construido la mirada dicotómica y manique del sociólogo como un agente colaboracionista
del sistema (si no lo cuestionaba radicalmente) o crítico (si proponía una ruptura con el mismo). En la
actualidad, esta línea de demarcación es menos nítida, y se configura el rol de la sociología no tanto en el
saber como escapar al sistema, sino cómo dominarlo y reformarlo.
Esta transformación respecto del rol que se le adjudicaba al sociólogo, parte en primer lugar de una
transformación profunda en el estilo intelectual de la disciplina. De la mano de “El regreso del autor” (1984)
de Alain Touraine, se produce un viraje de la completa asimilación del sujeto respecto al sistema social
(como se le atribuye a la teoría de Foucault o Bourdieu) a una recuperación y énfasis de los espacios de
libertad, iniciativa y crítica que anidaban en el seno mismo de la acción social. La reivindicación de Erving
Goffman, los etnometodólogos, Luc Boltanski reflejan el interés creciente por la experiencia social más
individual, sin recaer en un mero individualismo o psicologismo (proceso que se puede observar incluso en
Foucault con la publicación de “El gobierno de sí y de los otros” que refleja un cambio de perspectiva
considerable respecto a “Vigilar y Castigar”). Con este cambio de mirada no se niega la dominación social
sino que deja de ser concebida como una dominación total, se reconocen espacios de acción, de toma de
conciencia, de agencia. De este modo, la distinción dicotómica entre colaboración y ruptura se pone en
cuestión:
“El lugar del sociólogo, o la representación que tenemos al respecto, se vuelve un poco más refinada. El
sociólogo está en la sociedad, no al lado ni por encima; no es ni el diablo ni un dios, ni un
colaboracionista servil ni rupturista heroico. La sociología pone en evidencia desigualdades ocultas,
obstáculos, injusticias flagrantes, a veces escándalos, pero lo hace explicando cómo funciona y se
produce todo esto, en ocasiones con la ‘complicidad’ de las víctimas, dejando al desnudo mecanismos y
procesos; lo quiera o no, recurre a planes de acción, perspectivas prácticas y ajustes con los cuales
queda bien en claro que ‘colaboran’ más o menos con el sistema que a la vez critican” (pg. 48).
Incluso, Dubet no verá en el conocimiento y utilización que el sistema haga del trabajo de los sociólogos un
factor problemático en sí mismo. Por ejemplo, pueden ser recuperados por los actores en conflicto y ser
empleados como insumo para desarrollar ideas, representaciones y argumentos de utilidad. Por el contrario,
también pueden ser recuperados y doblegados para servir a fines e interese contrarios al originalmente
diseñado en la investigación. Pero también existe un reducto irrecuperable de la investigación sociológica,
principalmente aquellas que denuncian los mecanismos más gravosos de la formación y reproducción de las
desigualdades sociales. La imposibilidad de ser recuperadas por el sistema no reside en la “malevolencia” de
los dominantes, sino en que interpelan a los núcleos duros de la dominación social, los pilares del sistema
vigente. Por lo tanto, por más sensato o verdadero que sea el trabajo sociológico, es poco probable que pueda
ser recuperado más que en sus márgenes.

COLABORACIÓN
1970 ROL DE LA REGRESO AL ACTOR = SE RECONOCEN
SOCIOLOGÍA ESPACIOS DE AGENCIA POR FUERA DE
RUPTURA LA DOMINACIÓN

SOCIÓLOGOEN LA SOCIEDAD RECUPERACIÓN ACTORES INVOLUCRADOS


(NI RUPTURA NI COLABORACIÓN) APROPIACIÓN POR OTROS
INTERESES
IRRECUPERABLE NÚCLEOS DUROS DEL PODER

5. ¿La sociología es necesariamente crítica?

Dubet recupera y reivindica a la sociología como una disciplina crítica “por naturaleza propia”:
“La sociología es crítica al desmontar los lugares comunes, oleadas de buenos sentimientos y de otros que
no lo son tanto, que nos permiten percibir lo social, al revelar que la vida social es relativamente
consistente, a pesar de las intenciones esgrimidas y de las interpretaciones que naturalmente hacemos de
nuestra vida diaria […] los puntos de vista que imperan en las representaciones de la vida social obedecen
a las posiciones sociales que se ocupan, a los intereses y a las culturas en juego. La sociología es crítica
porque nunca complace a todo el mundo; de otra manera, habría de qué preocuparse” (pg. 53).
Según Dubet, la sociología se revela como crítica al adentrarse en las tramas más ocultas de la sociedad, así
como en la vida más normal y rutinaria. La sociología se consagra como disciplina crítica al desnudar cómo
trabajan en realidad las sociedades.
Siguiendo al autor, dentro de las múltiples corrientes y perspectivas críticas, la mayor parte de los trabajos de
sociología se inspiran en la concepción de la crítica como deconstrucción de lo social. Esta forma de
operatoria presenta el riesgo de recaer en un despliegue deconstructivo ad infinítum, donde la vorágine
deconstructiva no encontrará límite a su vocación crítica. “Cuando no hay ‘hechos’, el movimiento de la
crítica no puede interrumpirse” (pg. 56).
A su vez, Dubet se mostrará crítico ante lo que él denomina como la pose crítica. Las lógicas
deconstructivas suelen partir de concepciones por las cuales se le reconoce un rol principal al sistema social,
a las estructuras de dominación, a las instituciones y mecanismos que cooptan, transforman y determinan a
los sujetos, que pasan a ser reducidos a simples efectos o productos de las mismas. La postura crítica de
Dubet recae en el rol que se adjudican quienes llevan a cabo la tarea de deconstrucción, ya que se coronan
como inmunes a los efectos de los estructuras sociales, a diferencia del resto de los individuos que son
desplazados a un estado de alienación generalizada. A esta cuestión la denomina como la aporía de la
crítica.
Frente a la irresoluble aporía recién planteada, Dubet prefiere utilizar el término de compromiso.
Recuperado de Sartre, el compromiso de la sociología refiere a que, lo decida o no, se encuentra
comprometida en la medida en que da una imagen del mundo y actúa sobre él. Más allá de que se encuentre
vinculada a alguna causa o ideología, su inserción en la sociedad y su rol de ofrecer representaciones sobre la
misma, la compromete mediante dos operaciones intelectuales:
a. La primera, refiere a un esclarecimiento de los valores, creencias, ideas, convicciones que residen en el
origen de un proceder sociológico. En ella, no se presenta una crítica localizada “por fuera del mundo”, sino
que acepta el carácter trágico de las alternativas morales que se nos imponen.
b. La segunda, refiere a que el compromiso no opera sólo al comienzo de la investigación, sino también en su
continuación, al anticipar sus efectos. Es lo que Weber entendía como ética de la responsabilidad, la
interrogación acerca de las consecuencias “reales” de una decisión para los políticos, de una obra para los
artistas y de un conocimiento para los científicos.
Lejos de promover la ceguera de los actores como lo hace la crítica, el compromiso implica un lazo de
reciprocidad respecto a los mismos, partiendo del principio de no aplicarles modelos de representación que
no te aplicarías a tí mismo. Esto es, que los modos de intepretación de la acción, de las intenciones y de los
móviles que el investigador le atribuye a sus “objetos” de estudio sean también los que se atribuiría a sí
mismo. Esto no quiere decir que se reduce al sociólogo al lugar de a quien se estudia, ya que eso significaría
convertirlo en un mero testigo o compilador de testimonios. Sino que el compromiso se construye en esta
brecha o malentendido entre la separación absoluta entre el investigador y el investigado y su completa
homologación:
“En definitiva, lo que define al sociólogo es un doble compromiso. Por un lado, está comprometido,
involucrado en la sociedad, y más específicamente por obra de las “causas” y de un fuerte vínculo con lo
que él estudia. Esto supone que sólo aplica modelos que se aplicaría a sí mismo. Por otro lado, el
sociólogo está comprometido en una actividad de conocimientos cuyas reglas y constricciones lo alejan
de los universos de significados que los actores sociales se dan a sí mismos. El compromiso es la
capacidad de soportar ese desfasaje y dominarlo, minetars que la pose crítica es una manera de
abolirlo, ya que los actores sociales son ciegos y sordos” (pg. 62-63).

SOCIOLOGÍA CRÍTICA LÓGICA DECONSTRUCTIVA

POSE CRÍTICA APORÍA DE LA CRÍTICA SUJETO ALIENADO ≠


INVESTIGADOR SUSTRAÍDO
A LA DOMINACIÓN
COMPROMISO ESCLARECIMIENTO DE VALORES PREVIO A LA INVESTIGACIÓN
ÉTICA DE LA RESPONSABILIDAD = CONSECUENCIA DE LA
INVESTIGACIÓN
LAZO DE RECIPROCIDAD = IGUAL MODELO DE
REPRESENTACIÓN ENTRE INVESTIGADOR-INVESTIGADO

6. La sociología del individuo.

En este capítulo, Dubet se propone cuestionar la famosa dicotomía que define históricamente a la disciplina
sociológica: individuo-sociedad. Recuperando el planteo de Louis Dumont, que opone sociedades holistas y
sociedades individualistas, Dubet salda la discusión al postular que existe un consenso que afirma a la
Modernidad como individualista, esto es, que el centro de la representación de la vida social se desplaza de
las esferas sociales fuertemente encastradas en torno a un principio que las aúna (religión, Estado, familia,
economía, se encuentran todas homologadas en torno a una que las engloba) hacia el individuo.
Según Dubet, la mayoría de los sociólogos comparte la mirada de que la Modernidad se entiende como un
avance del individualismo, en el cual se exienden las libertades y opciones de los mismos (Tocqueville,
Durkheim, Weber, Simmel). Como contracara de este avance individualista surge la preocupación ante un
avance y dominación creciente del mismo sobre la vida social. En respuesta a esta amenaza, surgirían las
concepciones del individuo “asimilado” en la sociedad, por la cual se entiende al sujeto como una
producción social, socializado con el fin de llevar a cabo las expectativas y funciones de él esperadas, con la
mayor libertad y autonomía posible (Durkheim, Parsons, Elias, Mead). La contracara de esta perspectiva es
que el sujeto pase a representar una ilusión de individuo, como un mero efecto de la programación del
sistema social, una ficción o presencia fantasmática por la cual circulan y transitan la dominación y el poder
(Foucault). Sin embargo, esta reducción del individuo a ser un mero engranaje o efecto del sistema social no
podría sostenerse, debiendo reafirmarse su singularidad a través de diversos procesos de socialización que se
cristalización en él de manera particular (Lahire).
Según Dubet existirían dos salidas principales al modelo del individuo asimilado. La primera es el retorno a
un utilitarismo ampliado, por el cual el sujeto racional optimiza sus intereses en función de sus recursos y
niveles de información, lo cual ubica al individuo en el centro del razonamiento sociológico. Es una
ampliación del modelo económico clásico, extendiendo su operación de bienes económicos a simbólicos,
sociales e incluso poder. La segunda, parte de una relectura de Adam Smith, que busca combinar la
generalidad con la construcción de modelos formalizados, al presentar al individuo como un ser abstracto e
inteligente, atravesado por cierta psicología cognitiva que la horada y excede.
La recuperación de la sociología francesa de este individualismo recae en tres proposiciones centrales:
a. Defensa del individualismo: no se reduce al individuo a un ser utilitario y egoísta, reivindica su
concepción como sujeto moral capaz de dominarse, relacionarse y denotar altruismo.
b. Trascendencia de la asimilación absoluta: busca comprender cómo se forman los individuos cuando
mengua la incidencia de las instituciones y del control social tradicionales.
c. No comprende al individuo como inserto en un vacío social, sino que lo inscribe en una serie de
relaciones, pruebas y desafíos que pueden favorecer a su realización individual como comprometerla
negativamente.
CONCEPCIÓN INDIVIDUALISTA AMENAZA DE EXTREMO
DE LA MODERNIDAD INDIVIDUALISMO
RELACIÓN INDIVIDUO- INDIVIDUO ASIMILADO AMENAZA DE SUPRESIÓN
SOCIEDAD DEL SUJETO
SALIDAS AL INDIV. ASIMIL. UTILITARISMO AMPLIADO
RACIONALISMO+
PSICOLOGÍA COGNITIVA

Dubet reivindicará esta recuperación y compromiso con los derechos del individuo y su reconocimiento
como sujetos morales y políticos. Pero en lugar de recurrir a una recuperación acérrima y unidimensional del
individuo, propone comprender cuáles son las condiciones sociales que le permiten formarse, actuar y
pensar. Para ello propondrá el concepto de EXPERIENCIA SOCIAL , la cual comprende el conjunto de
pruebas y condicionamientos a ser superados, como obligación de acción y de subjetividad. Este
condicionamiento y determinación se plasma en tres grandes mecanismos:
a. En primer lugar, tanto su identidad como su posición social no son producto de la elección individual
sino que están dados.
b. En segundo lugar, existen mercados en los cuales los sujetos actúan buscando sacar provecho y
beneficios, pero en los cuales también sufren grandes constricciones debido a la desigual distribución de
recursos materiales, sociales y simbólicos.
c. Finalmente, las representaciones simbólicas de ser sujetos de su propia vida, definidas por la cultura,
arte, religión, medios masivos de comunicación e imaginarios de realización y dominio personales.

EXPERIENCIA SOCIAL CONDICIONAMIENTOS SU SUPERACIÓN PERMITEN LA ACCIÓN


SOCIALES Y CONSTITUCIÓN SUBJETIVA

MECANISMOS IDENTIDAD Y POSICIÓN SOCIAL


MERCADOS HETEROGENEIDAD
REPRESENTACIONES SIMBÓLICAS DE
SER SUJETOS AUTÓNOMOS
El encastramiento e intersección de los diferentes mecanismos presentarían al individuo como una
subjetividad fuertemente sujeta al marco de convenciones sociales. Sin embargo, para Dubet esta situación
no se observa marcadamente en este período histórico sino que, por el contrario, los diferentes sistemas de
limitaciones y condicionamientos se encuentran cada vez más diferenciados y apartados los unos de los
otros. Esta heterogeneidad de los mecanismos obliga al individuo a reconstruir la propia experiencia y
subjetividad para lograr construir la experiencia social (por lo tanto, es tanto individual como social).
Y en este marco, Dubet persigue que el contexto actual ofrece una contradicción fundamental. Por un lado,
se acentúa la obligación de que el individuo sea el sujeto de su propia experiencia. Y, por el otro lado, las
condiciones sociales y culturales dificultan de manera creciente el cumplimiento de dicho imperativo. Pero la
solución de esta contradicción no puede ser el retorno a órdenes sociales anteriores, por más estables y
organizadores que se presenten (como manifiestan algunas alas conservadores, tanto de derecha como de
izquierda). Sino que, por el contrario, Dubet propone profundizar la reflexión respecto de las condiciones de
formación de los sujetos y acentuar el estudio y análisis de las sociedades, entendidas como fromas de vidas
sociales. Allí radicaría, según el autor, el papel que debe cumplir la sociología en la actualidad.

7. Justicia e injusticias sociales.

En este capítulo, Dubet no sólo reflexiona acerca de uno de los temas que lo convocó en los últimos años en
sus investigaciones, sino que también busca reflexionar acerca del papel de la sociología respecto del tema
de la justicia social.
Comienza argumentando que una sociología de los sentimientos de injusticia social es la vertiente moral,
normativa o ética de toda experiencia social. Según el autor, las personas comparten ciertas nociones
comunes y tácitas acerca de la injusticia, así como razones y fundamentos sobre los cuales se sostienen sus
creencias. Estos prinicipios de justicia comunes se presentan como evidencia compartida, como principios
primordiales. Este carácter compartido, más allá de las diferencias de intereses y posiciones sociales – lo cual
afecta la perspectiva que se posea acerca de la injusticia social –, se manifiesta en la existencia de un léxico,
vocabulario o gramática común: una sintaxis común de los sentimientos de injusticia. Esta sintaxis se basa
en tres principios: igualdad, mérito y autonomía. Los individuos buscan ser tratados como iguales, siendo
reconocido sus méritos y reclamando el derecho a desarrollar plenamente sus posibilidades de trabajo y
acción. Claramente, la coexistencia de estos prinicipios resulta contradictoria, carente de la coherencia y
síntesis del razonamiento filosófico. Dubet la entiende como una poliarquía de principios de justicia, y se
encontraría en el núcleo mismo de la dinámica normativa de la experiencia social, contando con efectos
prácticos claros como el dificultar la concreción de acuerdos críticos contra las fuentes de injsuticia, así
como la separación creciente entre crítica y acción.
A su vez, estos principios de justicia heterogéneos y contrapuestos dificultan la definición de una sociedad
justa. Según Dubet, se estaría gestando en la sociedad francesa el pasaje de una concepción general de las
desigualdades a otra. Antes se solía pensar en término de lugares, posiciones o colocaciones, por lo cual el
objetivo era reducir la distancia entre posiciones sociales claramente definidas (por ejemplo, mediante la
acción del movimiento obrero). Esta concepción de la justicia se agotó y está dando lugar a un modelo de
igualdad de oportunidades, donde la desigualdad se mide en términos de discriminaciones, obstáculos
injustos opuestos a la movilidad social de las clases y sectores desfavorecidos. Por lo tanto, el campo de
operación es la garantía de que la competición social para acceder a las posiciones más favorables sea
equitativa. Este modelo trae aparejado resultados y consecuencias negativas como el acentuar la brecha entre
vencedores y vencidos, elitismo, condena de la víctima por no aprovechar sus oportunidades, reificación de
las identidades que pueden aportar ventajas diferenciales, competencia entre víctimas, atomización de las
desigualdades, etc. Dubet buscará reivindicar el modelo de la igualdad de posiciones, no con el fin de
recuperarlo de manera anacrónica, sino para renovarlo.
SINTAXIS COMÚN DE IGUALDAD
SENTIMIENTOS DE PRINCIPIOS MÉRITO CONTRADICTORIOS
INJUSTICIA AUTONOMÍA

POLIARQUÍA DE LOS PRINCIPIOS


MODELOS DE JUSTICIA DE JUSTICIA

IGUALDAD DE POSICIONES IGUALDAD DE OPORTUNIDADES

REDUCIR DISTANCIAS ENTRE GARANTÍA DE COMPETENCIA SOCIAL


POSICIONES SOCIALES DEFINIDAS EQUITATIVA

8. ¿A quién se dirige la sociología?

La sociología alcanza a una gran diversidad de mercados, desde el mercado acotado de las revistas eruditas,
selectivas y necesarias para la carrera académica (formación de un ámbito científico exigente); el mercado de
publicaciones eruditas para públicos cultivados; el mercado de los best-sellers para el público-masa; y el de
las editoriales, entrevistas televisivas, etc.
Tanto sea por medio de las radios y la prensa escrita “seria”, las entrevistas televisivas con su “histerización”
del debate y su vorágine temporal, las entrevistas a expertos con su tendencia a la sociologización de los
hechos de crónica, la aparación del sociólogo ante el gran público supone adaptarse a una serie de reglas y
normas que se diferencian de aquellas propias del espacio académico:
“A menos que esperemos hasta que la televisión y las radios populares se parezcan al College de France,
no podemos negarnos a salir del coto del lenguaje erudito del investigador” (pg. 88).
A su vez, Dubet destaca otras formas de intervención pública del sociólogo como la intervención en el debate
público, en columnas de opinión, en acciones políticas constituidas en actos políticos, realización de talleres
y charlas en asociaciones y colectivos acerca de temas específicos.
Finalmente, una tercera modalidad es la acción política propiamente dicha, sea bajo la forma del ingreso al
campo de la política y de la toma de decisiones o aceptando un rol de asesor.
Trátese de la lógica que se emplee:
“Es indudable que podríamos dominar mejor nuestra influencia si formásemos un universo profesional
mejor organizado y más coherente, si pudiésemos contar con el respaldo de instituciones más fuertes,
capaces de emitir ‘advertencias’, como hacen a veces las ciencias más duras. Como ya señalé, la
enseñanza de las ciencias sociales debería formar parte de la cultura de base de todos los ciudadanos y
de la cultura profesional de quienes tienen la capacidad de actuar sobre la vida social; en primer lugar,
sobre la opinión pública. Lo seguro es que con eso ganaría la democracia, no sólo la sociología” (pg.
94).

MEDIOS DE COMUNICACIÓN RADIO Y PRENSA “SERIA”


TV Y ENTREVISTAS A EXPERTOS
DIFUSIÓN DE LA INTERVENCIÓN PÚBLICA DEBATES Y COLUMNAS DE OPINIÓN
SOCIOLOGÍA INTERVENCIÓN COLECTIVA
ACCIÓN POLÍTICA CARGO POLÍTICO
ASESORAMIENTO

9. ¿Un itinerario?

Según Dubet, la confección de un itinerario en la carrera sociológica, esto es, la selección de objetos de
investigación, se basa en dos aspectos. Por un lado, se encuentra atravesado por el azar, las circunstancias y
las oportunidades de convocatorias de proyectos a los que logra acceder cada uno. Por el otro lado, por la
presencia de un diagnóstico histórico, una apuesta a la coyuntura y al sentido de las mutaciones y
transformaciones que el sociólogo observa y frente a los cuales busca dilucidar interrogantes y dudas.

10. La sociología frente a aquellos que estudia.

En cuanto a la presentación de una reflexión metodológica, Dubet plantea que no existen métodos buenos o
malos, sino que la problemática reside en emplear el método que responda a las cuestiones planteadas, sin
forzarlo a decir cosas que no puede decir.
De esta manera, los cuestionarios serían muy útiles para describir topográficamente tendencias objetivas y
subjetivas que constituyen a los grupos sociales, así como permiten analizar la estructura de opiniones y
actitudes que conforman sistemas. Sin embargo, encuentra su límite al considerar la yuxtaposición de
opiniones como una manera de reconstruir razonamientos sociales de los individuos, a la vez que coartan la
capacidad productiva del sujeto al presentarle opiniones preconfiguradas. A su vez, la entrevista es
considerada como un gran método de investigación, siempre que no se altere su interpretación de modo que
se ajuste a la teoría del investigador. O cómo los métodos estadísticos ofrecen una gran sensación de
seguridad pero indidudablemente reflejan el carácter construido de los indicadores, así como una tendencia a
la obsesión por la búsqueda de correlaciones (tomadas como leyes) y el olvido o descarte de la ausencia de
las mismas.
Por lo tanto, Dubet recupera dos reflexiones de esto: no existe una disputa entre métodos, todos son útiles
siempre que su empleo se ajuste al tipo de información que es capaz de recuperar; todo método representa
una relación social entre actor e investigador, por lo tanto implica una relación ética con el prójimo.
Por su parte, Dubet propondrá un tipo de método en el cual se reúnen en una suerte de grupo de debate a los
actores estudiados, junto con actores que movilizan ideas, creencias o características opuestas a las
estudiadas y se diseña un contrato entre actores e investigadores. Los investigadores se comprometen a
intervenir sometiendo a su análisis a los integrantes de los grupos, antes que conservarlos como propiedad
suya; y los actores se sumergen en un proceso de autoanálisis que los lleva a distanciarse progresivamente de
sus ideologías. La característica principal de este método es recuperar una mirada del actor como capaz de
reflexionar acerca de sí mismos (en un espacio controlado, con la interlocución del investigador como
estímulo), de modo que la interpretación se apoya más en el autoanálisis efectuado por el actor que sobre sus
testimonios. Se destaca el papel de intervención del sociólogo en el método, abandonando su neutralidad
para participar en la reflexión respecto de la vida del grupo. Esto genera un rechazo de la distinción
compartimentada entre conocimiento erudito y natural (ruptura epistemológica):
“Lo irremplazable es que se pone a los individuos en situación de escapar al mero testimonio, de
confrontar con otros, de verse impelidos a justificarse, de producir así razonamientos e hipótesis; y tanto
más en la medida en que también el sociólogo se somete a esas exigencias. Este método no sólo tiene
virtudes democráticas, también es productivo desde un punto de vista sociológico, poniendo sobre la
mesa el doble punto de vista de los investigadores y de los actores” (pg. 110).

Bibliografía.

• Dubet, F. (2015) [2011]. ¿Para qué sirve realmente un sociólogo?. Buenos Aires, Siglo XXI
Editores.

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