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Segal II
Segal II
Cuántas veces, en pasillos del BAFICI, en fiestas del Festival de Mar del Plata
o en cenas entre cineastas, escuché debates sobre el guión. Que si es
necesario en un cine "puro" y autoral, que si es algo más que un instrumento
de venta, que si es el máximo exponente de un cine industrial y esquemático,
que si es una subcategoría de la literatura y por eso es tan tedioso de leer...
Siempre pensé que en realidad se trataba de un falso debate. Que el guión es
una herramienta de producción que evita las pérdidas de tiempo en rodaje es
cierto, pero eso no prohíbe al director improvisar o reescribir sobre la marcha;
siempre consideré que es mejor viajar con un mapa, porque es más fácil
cambiar de rumbo si uno conoce el terreno. Que el guión impone un cierto
artificio también es real, pero está en el oficio de directores, actores y técnicos
convertir esa construcción en una apariencia de naturalidad, de darle vida
nueva, de reescribir audiovisualmente para que sea cine y no palabra recitada.
El guión es una herramienta como es la luz, el sonido o la espontaneidad.
Cuando el guión es bueno, no se lo ve. Cuando el equipo técnico está afinado,
el guión desaparece, es absorbido por el cine. Y a fin de cuenta pagamos
entrada para ver cine, no guiones traducidos a imagen.
Me gustaría aclarar, antes que nada, que no soy un defensor del cine "de
guión." Yo veo todo tipo de cine de todos lados, y hay infinidad de películas que
amo donde el guión es lo de menos. Pienso en Pedro Costa, por ejemplo, o en
Apichatpong Weerasethakul, directores cuyo magnetismo no proviene de un
relato o de peripecias narrativas sino de una potencia visual, de una poética
sensorial que se vuelve atractiva por algo que va más allá de la palabra. Pero
en mi elección profesional de volverme guionista se puso en juego otro factor
externo al gusto. No qué me gusta, sino qué me gustaría hacer. Un cine lírico
tiende a quedar restringido a la marginalidad y a su vez le da la espalda a la
identificación con los personajes. Ambos cineastas que mencioné, a los que
amo, nos proponen un vínculo intelectual y mediado con su material, rehúsan
ofrecernos puntos de anclaje emocional. No dan un servicio proveyéndonos de
escapes o vehículos psicológicos, nos invitan a un viaje a su subjetividad. Y la
verdad, lamentablemente o no, es que el público masivo tiende a querer cosas
un poco más sencillas. Aún así, sigo pensando que ambos mundos pueden
conjugarse y ser compatibles. Basta revisar el cine norteamericano clásico o el
cine de Paul Thomas Anderson para encontrar ejemplos donde el guión y el
"cine puro" conviven y se potencian. Son paquetes multifacéticos que nos
llenan desde la narración, la puesta en escena y la mirada inconfundible de
quienes hacen las películas. Son capaces de satisfacer al mercado y a la vez a
espectadores más exigentes que buscan algo más que entretenimiento.
Ser guionista por profesión es reconocer que uno ofrece un saber técnico y un
servicio. Que se puede ser artista y a la vez matón a sueldo. Es vivir en la
contradicción constante de saber que solo se puede escribir algo bueno si uno
conecta con el material y construye desde su propia voz, pero que a la vez
debe ser "vendible" o responder a las necesidades de productores, directores e
intermediarios varios. Se es guionista viviendo entre dos mundos y
desarrollando el músculo. En un mundo ideal, uno escribe para sí mismo y
hace lo que quiere; la excesiva libertad, de todos modos, puede ser
problemática y es bueno saber que los límites (expectativas ajenas, deadlines,
limitaciones presupuestarias) son nuestros amigos. En un mundo real, a uno le
ofrecen trabajos y uno busca cómo descifrar ese universo para apropiárselo,
para poder darle vida, para hacerlo único. Un buen guión no es un rejunte de
descripciones y diálogos negros sobre fondo blanco. Es un mundo que salta de
la página y produce imágenes en el lector, que da vida a la gente que lo habita
y que, con suerte, despierta emociones. ¿Una subcategoría de la literatura?
Quizás, pero qué pecado hay en hacer disfrutable la lectura, aún si luego el
documento sea descartable.
Otra afirmación que escuché muchas veces es que no hace falta ir a una
escuela de cine. Werner Herzog mismo dice que todo lo que hace falta
aprender para hacer películas se puede incorporar en dos semanas. A mí
hacer el master de guión me sirvió, y mucho. No es que la creatividad se pueda
enseñar, pero sí se puede desarrollar el músculo narrativo, poner en marcha la
imaginación y la introspección. Mi programa consistió de dos años divididos en
períodos de dos meses y medio. Cada diez semanas había que terminar un
guión, fuera un largometraje o un piloto de televisión y una biblia. Esta
modalidad no garantiza escribir obras maestras, sino empezar y terminar eso
que uno se propuso desarrollar. Tener una versión inicial, para luego no
empezar de cero sino construir sobre algo concreto. Cumplir con los deadlines,
tan vital para ser un guionista activo en la industria. Obligarse a no ser
perfeccionista, sino a hacer, venciendo el miedo a escribir un guión malo. Y
tener, en el proceso, la devolución de colegas que están en la misma que uno,
que tienen conocimiento del oficio y que tienen empatía por la dificultad de
producir un material bueno, honesto y profundo. Salí del programa con seis
guiones terminados, y la cantidad no garantiza la calidad, pero en la práctica se
encuentra la voz propia. En la repetición y la insistencia aparecen los temas
que uno desea explorar y lo universal dentro de lo particular. Uno puede ser
brillante y perspicaz, pero sin bajarlo a lo concreto, pulir, perfeccionar y
expandir no se pueden hacer grandes películas o series de televisión. Hay que
sentarse y trabajar, y eso es igual para un novato, para Aaron Sorkin o para
Phoebe Waller-Bridge. Hay que escribir todos los días y focalizarse, y solo en
esa gimnasia diaria surge no solamente la constancia, sino también la
sinceridad necesaria para hacer algo potente.
Sin embargo...
Eso es todo por ahora, desde aquí. Retomaré este y otros temas más en la
siguiente entrega. Y recuerden: el cine no puede cambiar al mundo, pero
puede hacerlo más digerible y ameno. ¿Y no es eso muchísimo en este mundo
hostil que nos toca transitar estos días?