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Malleus maleficarum

El martillo
de las brujas

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INTRODUCCION

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urante siglos el miedo al demonio, a todo lo relacionado con lo oculto
y la profunda superstición, fruto de la ignorancia, tanto del vulgo
como del clero fue gestando todo un corpus de nefastos textos que
culminó con la publicación del Malleus Maleficarum. Con éste la Inquisición
creó un auténtico infierno sobre la Tierra…

Durante siglos, la Inquisición se erigió como el mayor aparato censor


de la historia humana. Las listas de libros malditos se incrementaron
exponencialmente con su aparición, convirtiendo la quema de textos, la
prohibición de la lectura y la persecución de científicos y escritores
heterodoxos en su principal cometido.

El mayor exponente de la censura y el control del saber fueron los


llamados “Índices de Libros Prohibidos”, extensos catálogos que incluían
las obras y los autores de las mismas, “indignos” para la ortodoxia oficial de
la religión cristiana.

Pero dicha censura no fue la única actuación lamentable impulsada por


la iglesia católica. Más de un siglo antes de que se instituyera la conocida
como Congregación del Índice de Roma, un Papa marcó el inicio de una brutal
persecución de la herejía que culminó con la publicación del primer gran
Martillo de Brujas, a pesar de que ya existían precedentes literarios del
mismo.

● El Mas Terrible De Los Textos


Apócrifos

La obsesión de la iglesia por


erradicar los cultos paganos de las
llamadas brujas y hechiceros, a los que
consideraba enemigos mortales de Dios,
necesitaba dotarse de un texto que
convirtiese en oficial el procedimiento a
seguir para la lucha contra el maligno.

En este contexto apareció el


Malleus Maleficarum, “el libro más
funesto de la historia literaria”.
Conocido popularmente como “Martillo de
Brujos” –Hexenhammer–, fue obra de
los inquisidores dominicos Heinrich
Krämer –pseudónimo de Enrique
Institoris– y Jacob Sprenger.

Su maléfica obra se comenzó a


escribir a raíz de que Inocencio VIII
publicase en Estrasburgo su bula
Summis desiderantes affectibus,

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conocida también como “Bula Bruja” y tradicionalmente “Canto de guerra
del infierno”, el 9 de diciembre de 1484, dirigida, según el pontífice, a
subsanar los errores que el Tribunal del Santo Oficio había cometido en torno
a los procesos de brujería.

En dicho documento Inocencio VIII se refería a un amplio catálogo de


prácticas “brujeriles” que debían ser erradicadas y otorgaba un permiso
especial a Heinrich Krämer y Jacob Sprenger para proceder con absoluta
libertad y contundencia a multar, detener, torturar y castigar, incluso con la
pena máxima, a aquellas personas –generalmente mujeres– cuyas prácticas
fueran sospechosas de demoníacas.

Con la autorización de la máxima instancia político-religiosa de su


tiempo, los inquisidores tenían vía libre para provocar una de las mayores
masacres de la historia humana. La bula Summis Desiderantes fue el
empujoncito que necesitaban los autores de los “martillos” para dar forma a
unas obras enfermas, incoherentes, retóricas y pedantes que fueron tenidas
en cuenta durante siglos como códigos para torturar y asesinar a personas
inocentes.

● La Edición del Malleus

El citado Enrique Institor, un teólogo de avanzada edad que había


ejercido como inquisidor para el sur de Alemania desde el año 1474, incluyó
la polémica bula al comienzo del “Martillo”.

De esta forma, el dominico se aseguró la eficacia de su distribución,


simulando una autorización papal que no era tal y que brindaba a la obra una
oficialidad que, de no existir, hubiese provocado su secuestro en las máquinas
de la imprenta.

El éxito del “Martillo” fue enorme. Publicado en 1486, en menos de dos


siglos el Malleus Maleficarum contó con 29 ediciones. La obra de Krämer
se erigió como fuente de inspiración de todos los tratados posteriores sobre el

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tema, a pesar de que su propia composición debía casi todo a textos
anteriores tales como el Formicarius –1435– y el Praeceptorium, de
Johannes Nider, prior dominico.

Aunque se considera a Jacob Sprenger coautor del “Martillo”, lo


cierto es que éste, profesor de Teología en la Universidad de Colonia e
inquisidor de Renania desde 1470, se había distanciado bastante de la
postura de Institor cuando se decidió a escribirlo y colaboró en su redacción
de forma más bien secundaria.

El fraile gozaba de una renombrada reputación e incluir su nombre en


el frontispicio del libro era la mejor opción para asegurar su éxito. Es extraño
comprender cómo un libro, descrito como uno de los documentos más
aterradores de la historia humana, pudo gozar de tal prestigio y admiración
en países como Alemania o Francia, cuando en España, supuestamente más
supersticiosa, fue considerado, y con razón, la obra de un loco.

Lo más curioso del caso es que no sólo la iglesia católica, a instancias


de Roma, siguió a rajatabla los designios marcados por el manual; también
los protestantes, enfrentados constantemente a los católicos por las
cuestiones más diversas, convirtieron el Malleus en libro de cabecera de
jueces tanto religiosos como civiles. Y es que la obsesión por el demonio, las
brujas, los nigromantes y en suma por cualquier practicante de las ciencias
ocultas fue moneda de cambio habitual desde el siglo XV hasta bien entrado
el XVIII.

Apenas un siglo después de la primera aparición del “Martillo de


Brujos”, los protestantes alemanes alabaron las nuevas ediciones de la obra
publicadas en Frankfurt por el escritor y jurista Fischart.

La intención del Malleus fue, para Institor y Sprenger, poner en


práctica la orden que emanaba directamente de las Sagradas Escrituras de
perseguir la magia, en concreto del Éxodo, 22, 17, que sentenciaba: “A la
hechicera no dejarás con vida”.

A pesar de la llamada de atención de la bula refiriéndose a la brujería


de ambos sexos, los dominicos alemanes centraron sus iras en el femenino.

En uno de los capítulos, bajo el título de “¿Qué tipo de mujeres son


supersticiosas y brujas antes que ninguna otra?”, dan muestra de una
misoginia sin precedentes; la mujer es, para ellos, la concubina del diablo, un
ser maligno y despreciable por naturaleza, por lo que no es de extrañar que la
mayor parte de la carne que sirvió de leña para las hogueras fuese del género
femenino.

Las descripciones de los inquisidores sobre la práctica de las brujas,


que se repetirían una y otra vez en la oleada literaria que seguiría al Malleus,
rozaban en ocasiones el delirio.

Krämer escribe lo siguiente: “Las brujas de la clase superior


engullen y devoran a los niños de la propia especie, contra todo lo
que pediría la naturaleza humana […]. Estas brujas conjuran y
suscitan el granizo, tormentas y tempestades; provocan la esterilidad
en las personas y en los animales, y ofrecen a Satanás el sacrificio de
los niños que ellas mismas no devoran […]”.

● Una Masacre Sin Precedentes

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El Malleus Maleficarum dejó sentadas las bases de una persecución
enfermiza que llevó a la hoguera a miles de personas, principalmente en
países como Alemania y Suiza, aunque también en Italia y Francia, acusadas
de brujería.

A partir del siglo XV y hasta bien entrado el XVII se desató una ola de
fanatismo irracional: cualquier mujer que realizara ungüentos varios, saliera
de su casa por las noches o incluso gozara de un bonito cuerpo era acusada
de brujería.

Fueron también muchos los niños condenados a la pena máxima, aún


a pesar de su escasa edad. En los juicios que se organizaron por toda Europa
cualquier declaración tenía validez, incluso la de locos y delincuentes. Si
alguna vecina te molestaba no tenías más que acusarla de bruja para hacerla
desaparecer.

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Llamar juicio a estos absurdos procesos es demasiado frívolo; incluso
el abogado defensor –que existía– era nombrado por el inquisidor encargado
de juzgar a las víctimas, lo cual provocaba que éste no tuviera ni voz ni voto
a la hora de “defender” a los acusados.

Este universo de intereses creados, mentiras y envidias, que pasó


tristemente a engrosar las páginas de la historia más nefasta del hombre con
la denominación de “caza de brujas”, provocó que personajes ajenos al
corpus eclesiástico, delincuentes y mercenarios, se pusieran al servicio del
Santo Oficio para dar caza a las desdichadas, por lo que en la mayoría de las
ocasiones las denuncias se debían más a motivos económicos que a prácticas
ocultistas reales de las desdichadas.

Para demostrar que una mujer –y en ocasiones algún hombre– estaba


confabulado con el mal se creó la figura del punzador, una persona cuyo
cometido consistía en “punzar” extrañas marcas que la acusada poseyera en
el cuerpo. Si las mismas –generalmente no eran sino lunares o manchas
congénitas de la piel– no sangraban, la sospechosa era automáticamente
condenada por brujería.

La mayor parte de las veces, no obstante, los punzadores e


inquisidores se valían de simples trucos de simulación –el punzón se deslizaba
por su mano sin llegar a penetrar en la piel del reo– para hacer efectivas las
condenas. Las torturas eran inimaginables.

Muchos de los más brutales instrumentos destinados a obtener una


confesión a cualquier precio fueron inventados en la época de mayor auge de
los “Martillos de Brujas”.Según Carl Sagan, en su excelente ensayo sobre
el Malleus, en las galeras de la flota inglesa del siglo XVII, un punzador llegó
a confesar que había causado la muerte de más de doscientas veinte mujeres
en Inglaterra y Escocia a cambio de veinte chelines la pieza. Y lo afirmaba tan
orgulloso … La locura llegó a límites inimaginables.

El monje carmelita francés Jean Bodin, autor de otro exitoso


“martillo”, el Démonomanie des Sorciers –“Demonomanía de los Brujos”–
llegó a recomendar que para infundir a las brujas el temor de Dios se

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utilizaran cauterios y hierros al rojo vivo con el fin de “arrancarles la carne
putrefacta”.

El Malleus Maleficarum fue el más exitoso de todos los “martillos”,


pero ni fue el único ni el primero. Contaba con precedentes en las obras del
cruel inquisidor Bernardo Gui o en las citadas de Nider.

Tras el éxito sin precedentes de la obra de Krämer y Sprenger fue


obligación que cada inquisidor y juez poseyera sobre la mesa uno de estos
“manuales contra el demonio”. Muchos fueron los miembros de la Iglesia que
vislumbraron la brutalidad de estas persecuciones pero pocos se atrevieron a
contradecir a los inquisidores; la hoguera les rondaba.

El más conocido de los “martillos” reformistas fue escrito por Benedict


Carpzov, principal perseguidor de la brujería en Sajonia, y tenía por título
Practica Rerum Criminalum.

Años después de su muerte, Philipp Andrea Oldenburger atribuyó a su


persona la firma de más de más de 20.000 sentencias de muerte. Si lugar a
dudas que con ellas se aseguró un lugar en el cielo …

◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊

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"El diablo toma la forma de mugier
por que a los buenos pueda enpesçer" [1]:
una faceta de la mujer en la literatura ejemplar

por Graciela Cándano Fierro (UNAM)

La mujer es el navío del perverso Satanás


[Anselm de Turmeda, Llibre de bons amonestaments]

S
i bien en los siglos XII y XIII e inclusive principios del XIV se permite a
las mujeres excepcionales desenvolverse autónomamente hasta cierto
punto, a partir del siglo XV se reduce considerablemente la relevancia
de las sabias y las santas [2]. Efectivamente, es en ese siglo donde
comienzan los maestros y oficiales de los gremios a atacar a sus
competidoras -especialmente a las industriosas beguinas-, y cuando se
desencadena el exterminio sistemático de decenas de miles de mujeres
doctas y, principalmente, no doctas, en particular las más débiles, o sea, las
ancianas, las menesterosas o las sin marido. Este proceso no concluirá sino
hasta los albores del siglo XVIII en la Europa del Este [3]. Y tal desenfreno se
da bajo el embozo de una ideología agudamente masculina y militar, que
confinaba a las mujeres a una categoría de absoluta sumisión y que
encomiaba las capacidades viriles de ataque, así como la fortaleza varonil
ante cualquier agresión. Tal ideario, afirma Duby, tendía inequívocamente a
no apiadarse de los más débiles [1990, p. 178].

S
obre este fenómeno antifemenino por antonomasia es importante
recalcar que mujeres de la talla de Hildegarda de Bingen o Juana de
Arco (quienes reclamaron e hicieron firme uso de sus dones de mando
y obraron con independencia) suscitaron desde el siglo XII, en dominios
eminentemente masculinos --como el de las autoridades de la Iglesia y el de
los gobernantes seculares--, un temor nacido de la idea de que, precisamente
a causa de sus virtudes, en particular al poder de su palabra, tales mujeres y
sus potenciales seguidoras podrían constituir una amenaza u oposición real a
la supremacía del varón sobre el mundo conocido [4]. Y ese miedo, ese
recelo resultante de haberse desafiado la autoridad del hombre por parte de
un puñado de féminas portentosas, se fue extendiendo y multiplicando, ya
convertido en fobia, incluso hacia las más humildes campesinas de toda
Europa, "desde Finlandia hasta Italia, desde Escocia hasta Rusia", señalan
Anderson y Zinsser [1992, p. 186]. Philippe Ariès observa:

“ ... es posible que durante la Edad Media la desconfianza


hacia la mujer haya aumentado entre los hombres y, en
particular, entre los clérigos, como una especie de
reacción de defensa ante la importancia que había
adquirido la mujer” [1987, p. 67].

E
sta circunstancia se conjugó, deplorablemente, con arraigados
atavismos, como la creencia de que la magia y las fuerzas
sobrenaturales existían y de que la mujer estaba esencialmente
vinculada a ellas. Asimismo, esta reacción antifemenina estaba conectada, a
mi juicio, a otro novedoso y paradójico estado de cosas que explicaré
enseguida.

● Pronatalismo antifeminista

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C
on el fin de poder comprender la nueva situación anunciada recurriré,
primero que nada, a los historiadores Heinsohn y Steiger. Durante los
500 años que van del principio del siglo IX al final del XIII la población
europea se incrementó sólo en 45 millones de personas (de 30 a 75
millones), y después decreció en el siglo XIV debido a la ominosa conjunción
de la fatal peste negra, las hambrunas, las guerras y diversos desastres
climatológicos [5]. En cambio, en los 500 años comprendidos de 1475 a
1975, esa misma población se decuplicó (aumentó de 64 a casi 640 millones
[Apud Reinhard 1959, pp. 70-71]). Ahora bien, una de las fuentes del gran
crecimiento demográfico europeo, iniciado en las postrimerías de la Edad
Media, fue la bula pontificia Summis desiderantes affectibus, de 1484, en
la que el papa Inocencio VIII instaba a la policía inquisidora a combatir un
supuesto culto satánico que se estaba generalizando en los obispados
alemanes, ordenando "destruir, ahogar y exterminar" los encantamientos
desplegados, entre otras cosas, contra el buen desenlace de los partos de las
hembras [Cf. Romermann, 1985, p. 3]. Esta iniciativa papal ocultaba el deseo
de promover la natalidad en la población, como medida esencial para
contrarrestar los estragos de la peste. De ella se derivó, dos años después, el
"manual del perfecto cazador de brujas", el Malleus Maleficarum -o Martillo de
las hechiceras- escrito a solicitud del propio Inocencio VIII por los clérigos
Henry Kraemer y Jacob Sprenger. Para ambos dominicos la mujer era "a
hidden and cajoling enemy" (un enemigo oculto y engatusador) [Apud
Kors & Peters, 1978, p. 127].

S
emejante política, antisatánica y proclive al crecimiento demográfico,
oficializaba ciertas actividades antifemeninas que ya existían en el
siglo XIV, tanto en Florencia como en París. En estas ciudades las
mujeres fueron acusadas desde entonces por los hombres de despertarles la
impotencia o la lujuria con sus brebajes [Kieckhefer, 1976, p. 28], y existen
pruebas parciales de unos 500 procesos realizados contra mujeres
sospechosas de practicar la brujería muy frecuentemente alrededor de los
fenómenos de la fertilidad y la fecundidad en Alemania, Francia y Suiza,
durante los siglos XIV y XV [Cf. Anderson & Zinsser, 1992, pp. 186 y 188].
Uno de los primeros juicios en el que una mujer fue llevada a la picota por
haber adquirido su maléfico poder mediante relaciones sexuales con un
íncubo tuvo lugar en Irlanda, en 1324-1325 [Riquer, 1989, p. 342]. Y un caso
extremo de la malévola fantasía que encerraban estos procesos fue el de una
joven de Zwickau, Alemania, quien fue quemada en 1477 con todos sus libros
y muebles "por haber abortado una fruta, con modo erróneo", aducían
sus juzgadores [Romermann, 1985, p. 4].

E
stas prácticas persecutorias, que se desataron al margen de la
siniestra orden monacal de los dominicos, fueron quizás el principal
corolario de que la nobleza y la Iglesia patrocinaran una mayor
reproducción humana con el fin de asegurar en el largo plazo el ya muy
menguado poder feudal, después de la gran mortandad provocada por los
cuatro jinetes del Apocalipsis trecentista. En Italia, por ejemplo, la población
se redujo a la mitad [Leonardi, 1991, p. 203], y los pueblos de Alemania
vieron perecer casi las dos terceras partes de sus habitantes, mientras que
Provenza y Cataluña perdieron el ochenta por ciento de su población [6].

I
nocencio VIII fue, en última instancia, la punta de lanza de la histeria de
los estadistas y los prelados, así como del orgulloso racionalismo
misógino masculino y de una población ingenuamente crédula en
general. La superstición tocaba todos los campos de la vida cotidiana. En
materia de salud, desde la época carolingia se aplicaban, para aliviar los
dolores, remedios como éste: si había dolor, se colocaba en la zona de
molestia una flecha y se recitaba el siguiente ensalmo:

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Sal, gusano, / con nueve gusanillos, / pasa de la médula al hueso, /
del hueso a la carne, / de la carne a la piel / y de la piel a esta flecha

[Apud Power 1966, p. 27].

P
or otra parte, eran muchas las curas milagrosas de todo tipo, como es
el caso de la sanación especialmente de enfermos deshauciados a
través del simple contacto con libros sagrados. El hecho es que las
víctimas fundamentales de los afanes repobladores fueron las personas
dedicadas a esta clase de tratamientos, mágicos o no, es decir, las yerberas
y, singularmente, las parteras, sapientes mujeres que conservaban la dilatada
tradición asociada a la procura del buen alumbramiento, pero también a los
recién satanizados ejercicios de la anticoncepción y el aborto por medio de
pociones elaboradas con hierbas medicinales [7]. Ya a principios del siglo
XIV, el afamado médico y sabio español Arnaldo de Villanova (1240-1313)
desacreditaba a las comadronas de Salerno denunciando que, en el momento
del parto, administraban a la parturienta un menjurje pimentoso mientras le
susurraban al oído, junto con el Pater noster, esta misteriosa fórmula
cabalística, y, en todo caso, diabólica:

Bizomie lamion lamium / azerai vachina deus deus / sabaoth, /


Benedictus qui venit / in nomine Domini, / osanna in excelsis

[Bertini, 1991, p. 162] [8].

A
cerca de éstos y otros remedios, baste leer la descripción que hace
Pármeno sobre la parafernalia que utilizaba Celestina para atender
debidamente a mujeres y hombres: fragancias, afeites, alambiques,
untos, lejías, aceites, redomas, bálsamos y técnicas diversas con objeto de
hacer aparecer virgen a una mujer que no lo era: "tres veces vendió por
virgen a una criada que tenía" [Rojas, pp. 69-70].

E
stas profesionales fueron tildadas de brujas, y, en una época en que se
creía que Satanás había sido condenado al Infierno por haber tenido
relaciones sexuales con las hijas de los hombres [Rubial 1983, p. 115],
era consecuente que también se las tachara de relacionarse con el demonio.
La sistemática campaña de desprestigio orientada a su exterminio que
arrastró a muchas otras mujeres que representaron un peligro para el poder
político y eclesiástico alcanzó, según el posiblemente exagerado cálculo de
Romermann [1985, p. 1], la cifra de seis millones de mujeres inmoladas. No
obstante y como era de esperar, existe discrepancia en cuanto a los números;
ya que según ciertos autores e investigadores quienes han hurgado por
décadas en archivos eclesiásticos tanto a nivel de parroquias locales como en
los archivos centralizados de los obispados, la cifra podría ascender a 8
millones de ajusticiados, hombres y mujeres, entre los siglos XV al XIX. Aquí
no se incluyen las víctimas anteriores al s. XV, de muy difícil estimación ni las
incontables víctimas en las Indias. Estas cantidad parecerían influidas
justificadamente por las dimensiones del holocausto consumado por los nazis.
Otros autores, más cautelosos, señalan que habrían sido liquidadas
"únicamente" 300 mil mujeres desde que Inocencio VIII promulgara su
implacable bula, hasta que fue quemada la supuestamente última sentenciada
en 1782: una doméstica suiza [Cohn apud Riquer, 1989, pp. 349-350]. De
cualquier forma, las estimaciones del rango de este sacrificio masivo varían
entre 9 de millones y 40 mil mujeres asesinadas. Lo cierto es que eran
ajusticiadas en la hoguera o mediante la tortura, el degollamiento, el
estrangulamiento, la descuartización, la horca o la grotesca "prueba de
agua". Tal prueba consistía en atar de pies y manos a las mujeres
sospechosas de hacer encantamientos y en arrojarlas luego al agua; si se

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ahogaban, eran inocentes, pero si no, se demostraba entonces su identidad
de brujas y hechiceras, razón por la cual se las condenaba a muerte.

L
as sospechas y las persecuciones se agudizaron en el siglo XVII, toda
vez que la élite clerical y secular tuvo que crear las condiciones
necesarias para reinstaurar la confianza en las instituciones reinantes,
puestas en tela de juicio a raíz de la Reforma religiosa (primera mitad del
siglo XVI) que cuestionó la fe católica y su liturgia y que produjo, en muchos
países, el reemplazo de una doctrina por otra y de un príncipe por otro. Los
recelos se exacerbaron tanto que Henningsen refiere que Pierre de Lancre,
Consejero del Parlamento de Burdeos, al retornar en 1609 de una expedición
al Pays de Laborud, lo hizo convencido de que los 30 mil vascos de la región
(mujeres y hombres) eran brujos! [Apud McKey, 1963, p. 22]; al año
siguiente, el inquisidor de Pamplona juzgó y mandó ejecutar a "la reina de
las brujas", la demoniaca vasca Graciana de Barrenechea, y a 52 miembros
de su secta [McKey, 1963, p. 4].

E
n esa revuelta atmósfera, las mujeres, con sus remedios tradicionales,
arcaicos sortilegios y salmos ancestrales todos ellos ajenos a los
poderes oficiales, parecían confabularse a fin de coadyuvar en la
vacilación y el caos. Las hechiceras y brujas (y desde luego las curanderas,
comadronas, alcahuetas, virgueras las que restituían la virginidad, o hacían
virgos, barraganas, adivinas, ladronas, prostitutas, perfumistas, viudas,
ermitañas, limosneras y un sinfín de campesinas analfabetas y más bien
ancianas) terminaron siendo, pues, agentes del demonio y, en la delirante
fantasía popular, hasta oficiantes de sucios ritos bajo diabólicos altares [9].
Ocasionalmente, las mujeres y los hombres sí llegaron a perpetrar aquelarres
y misas negras, y a cometer crímenes con un claro contenido erótico,
sintiéndose verdaderamente poseídos por Satanás (como sucedió en los
cruentos prados de Berroscoberro). Al diablo que se hacía presente en esos
cultos se le veía como un monstruo sexual caza-mujeres, de ahí que el
dominico bretón Alain de la Roche (quien difundió el uso del rosario) viera al
demonio, anota Huizinga, con repulsivas partes sexuales, de las que surgía un
río de fuego y azufre que, con su humo, obscurecía la Tierra [1973, p. 312].

E
n la tardía Edad Media ya se le adjudicaba a la mujer tener una
relación con el diablo, bien sea en los aquelarres a través de las
invocaciones que realizaban las brujas, o mediante la posesión
satánica -incluso se la hacía susceptible de practicar la copulación con el
espíritu del mal y de ostentar máculas en la piel provenientes del contacto
con Luzbel-, y también se la acusaba de poseer propiedades demoniacas,
tales como emitir palabras dulces o capciosas, o de ser temporalmente
hermosa [10].

A
corde con las tendencias anti-hechiceriles el Arcipreste de Talavera,
insigne cronista de su tiempo (la primera mitad del siglo XV), dice en
tono didáctico, refiriéndose a las mujeres que desean atrapar a un
hombre en sus redes amorosas:

“ ... Comiençan a fazer [...] fechizos, encantamientos e


obras diabólicas más verdaderamente nonbrados, e ellas
dízenles byenquerencias. Desto son causa las viejas
matronas, malditas de Dios e de sus santos, enemigas de
la virgen Santa María [...]; e entonce toman oficio de
alcayuetas, fechizeras, e adevinadoras, por fazer perder
las otras como ellas. ¡O malditas, descomulgadas,
disfamadas, traydoras, alevosas, dignas de byvas ser
quemadas! ¡Quántas preñadas fazen mover [11], por la

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vergüenza del mundo...! [Martínez de Toledo, pp. 171-72].

A
nte tal estado de cosas se instituyó un trío de consignas
sobreentendidas, a saber: denunciar, enjuiciar y ajusticiar a todo
supuesto engendro femenino. El primer ordenamiento lo realizaban
fundamentalmente los lugareños, vecinos y parientes, que se acusaban
mutuamente revelando la existencia de mujeres que vivían, como se ha
expresado, al margen de las expectativas del pueblo, principalmente debido a
su pobreza, vejez o soledad. Sumamente peligroso resultaba para aquellas
desdichadas hacer gala de gran carácter, autoridad y disposición para el
mando y la organización, por no mencionar desviarse de la secular “tradición”
del modus vivendi de aquellos pueblos o aldeas donde vivieran. Y cualquier
denuncia estimulaba, con frecuencia, el arranque de una incontenible reacción
en cadena o ramificada, ya que una inculpada podía, vengativamente, llevar
al banquillo a otra u otras y así sucesivamente. Caro Baroja ejemplifica esta
impune furia delatora con el caso de una reconocida hechicera de Hesdin,
quien, antes de ser agarrotada, llevó a la muerte en 1317 a la inocente
condesa de Artois por la infundada fabricación de filtros y venenos [1979, p.
114]. La segunda instrucción tácita se cristalizaba en los juicios, donde se
llegaba a preguntar a las presuntas brujas cosas tales como si se mojaban
cuando llovía o dónde se sentaba el diablo en los aquelarres [Nathan Bravo,
1995, p. 274]. La ejecución se llevaba a cabo gracias a la aplicación cabal del
conjunto de ceremonias jurídicas, principios científicos y ordalías con que
contaban los represores funcionarios de la Iglesia y del Estado [12]. William
Monter [1976, pp. 156-157] refiere el siguiente caso, acontecido en 1539
[13]: Jeanette Clerc, llevada a los tribunales por su vecino como
consecuencia de que éste había sufrido un daño, un castigo de Dios: había
perdido su vaca. Después de la penosa tortura "confesó" lo que la Inquisición
ginebrina esperaba:

“ ... Ella montaba sobre una escoba y volaba hasta la


sinagoga, acompañada por un demonio llamado Simón;
con él practicaba el sexo contranatura, su semen era
helado y la cicatriz que tenía en su rostro provenía de un
mordisco dado por ese ser diabólico; ingería manzanas,
pan blanco y vino blanco en los aquelarres, y celebraba
satánicas reuniones los jueves y los viernes”.

E
ste tipo de horrendas declaraciones forzadas incluían la fornicación con
animales, bestias imaginarias o sapos ataviados con ropajes
fantásticos; conversaciones con infantes fallecidos o asesinatos y
devoramientos de éstos antes del bautismo; profanación reiterada de la
hostia y otros géneros de gravísimas herejías; transformaciones y
metamorfosis diversas; provocación de tempestades y de plagas; impotencia
masculina u odio entre personas; ilusión de que se ha perdido el miembro
viril; derrotas en las guerras, y la consabida elaboración de ungüentos y
pócimas con todo tipo de substancias nauseabundas, como excrementos y
putrefacciones.

V
aliéndose de un creciente y perturbado alud de delaciones, juicios e
inmolaciones, las autoridades oficiales debían, por una parte,
apaciguar la angustia de los terratenientes por la pérdida potencial de
sus espacios de señorío y facultad, y, por otra, aplicar sus desalmadas
políticas repobladoras. No era menos importante su necesidad de mantener a
raya al Maligno con la colaboración de la sociedad medieval en su conjunto y
transferir sus faltas y culpas morales (manifiestas en los señalados castigos
de Dios) a la enemiga número uno del poderoso varón: la mujer, la
perversidad universal el mismísimo demonio apoderado de su genio y figura.

1 6
H
ay un cierto tipo de relatos o exempla que nos habla de asignaciones
diabólicas a mujeres, con el fin de que el hombre ponga una
temerosa distancia entre ellas, como es el caso que se relata en
Barlaam e Josafat, donde un joven príncipe, que hasta entonces ha pasado
recluido aprendiendo la sabiduría acumulada por la humanidad, sale con su
maestro de su refugio a conocer la realidad del mundo. El muchacho quiere
saber qué es todo lo que ve, hasta que pasan dos muchachas hermosas por la
calle. Entonces inquiere qué son esos seres que tanto le llaman la atención, a
lo que su mentor le responde que son unos diablos. Y cuando el rey pregunta
a su hijo qué es lo que más le ha gustado de todo lo que ha visto, el príncipe
le contesta, inocentemente: "los diablos, padre". En el Libro de los exenplos
por a.b.c. hay un relato similar. Esta colección de exempla, compuesta por el
religioso Clemente Sánchez de Vercial entre 1400 y 1421, fue la más
monumental de todas, pues llegó a contener hasta 540 pequeños relatos,
aptos para ser utilizados en el sermón habitual de los domingos o en la
prédica de los monjes mendicantes. Resulta, según el exemplum en cuestión,
que se encuentran dos hermanos contemplando, desde una ventana, todo lo
que transcurre por la calle. En eso:

“ ... vieron passar una mugier delante ellos bien vestida y


bien afeytada. E el uno dellos, que nunca viera mugier,
demando al otro que cosa hera, e dijole que hera cabra.
Otros dizen que dixo que hera ojo del diablo... “ [Libro de
los exenplos por a.b.c., cuento 300].

S
in embargo, un fenómeno que rebasaba en malignidad a la semejanza
con Luzbel, el trato carnal o la posesión, era la condición de la mujer
como vehículo ideal escogido por el demonio para dañar al hombre; el
que la mujer fuera, tal como lo describía Anselm Turmeda en 1398 (en su
Llibre de bons amonestaments [14]: "el navío del perverso Satanás" [Apud
Riu, 1959, p. 383]. Un ejemplo de esta iniquidad lo brinda Castigos e
documentos para bien vivir ordenados por el rey don Sancho IV, texto
elaborado de 1292 a 1293 por un equipo de eruditos clérigos españoles que
acompañaron al rey Sancho en algunas campañas militares. El libro,
estructurado mediante el recurso del padre que amonesta a su hijo (un
espejo de príncipes), desarrolla toda una teoría de valores espirituales
cristianos y promueve el interés por las prácticas religiosas. Enarbola como
meta central transmitir numerosas advertencias de Sancho a su pequeño hijo,
el futuro Fernando IV, con el laudable fin de que fuera un buen gobernante
[15]. Su leit motiv es el no tomar el mal camino como consecuencia de
dejarse llevar por el demonio, el mundo y la carne [16]. Este texto, si bien se
sitúa dentro de la línea de la literatura alfonsí, no encaja exactamente dentro
de la catalogación de colección de exempla, dado que sus más de veinte
relatos muchos de origen oriental se mezclan con una profusión de consejos y
máximas provenientes de la tradición medieval europea y de la patrística
(entre sus páginas brotan desde Boecio hasta las Decretales de Gregorio IX,
pasando por referencias extraídas de la Crónica de Alfonso X y de De
regimine principum de Egidio Romano). Sus sententiae, como las que se citan
de Pedro Lombardo, lo ubican más bien dentro de la literatura gnómica
[Deyermond 1973: 180]. Veamos el exemplum:

“ ... Un viejo ermitaño lleva treinta años de soledad y de


alimentarse con agua y yerbas del monte. Pesándole al
diablo un hombre tan casto y frugal, decide aparecérsele a
la entrada de su cueva, un día de intenso frío, con la
forma de una niña hermosa, huérfana, hambrienta y
extraviada. El eremita, que siente afecto por todas las
criaturas de Dios, la acoge, le da un poco de pan y la

1 7
cubre con un tosco manto de pieles. Después de comer,
ella rompe a llorar con gran desconsuelo, por lo que el
ermitaño comienza a mirarla más a menudo, a hablarle y
a acercarse a ella con ternura. La cálida e íntima situación
provoca que se besen, y que el viejo desee "su voluntad
conplir a más". De pronto:

“ ... muger çerca sí desfízose entre manos [17]. E el


diablo saltó ençima de vna viga en semejança de cabrón e
començó a reyrse a grandes risadas e fazié escarnio del
hermitanno. [...] E el diablo le dezié: "Mesquino, para
mientes [18] cómmo te sope yo engañar e cómmo te fiz
perder en vn ora los treynta annos que has pasados"
[Castigos, pp. 177-78].

L
a "muger muy fermosa e muy ninna" era el mismísimo demonio ... y el
diablo era, precisamente, la niña. Esta es la concepción más negativa
posible que se puede tener de la mujer, y es una imagen más o menos
común en el Medievo. Uno de tantos ejemplos lo brinda una escena de
tentación diabólica representada en un capitel del siglo xii de la iglesia de la
Madeleine en Vézelay, en la que se ve a Satanás ofreciéndole una mujer a
San Benedicto. Las descripciones de la época se refieren al trío de personajes,
de derecha a izquierda, como sanctus Benedictus, diabolus y diabolus [Apud
Frugoni, 1992, p. 421], respectivamente, es decir, que el diablo y la mujer
son perfectamente intercambiables.

" ... El diablo toma forma de mugier, por que a los buenos
pueda enpesçer" [19], reza el epígrafe de un exemplum
para predicadores tomado del Libro de los exenplos por
a.b.c. [p. 105], donde se observa que el diablo es
susceptible de presentarse, no sólo como hermosa
doncella, sino como una anciana que parece buena
persona, pasando así por todos los tipos de mujeres según
la oportunidad. Esta colección de exempla, compuesta por
el religioso Clemente Sánchez de Vercial entre 1400 y
1421, fue la más monumental de todas, pues llegó a
contener hasta 540 pequeños relatos, aptos para se
utilizados en el sermón habitual de los domingos o en la
prédica de los monjes mendicantes . El exemplum en
cuestión es como sigue:

U n fraile apóstata anda fugitivo en compañía de una mujer de setenta


años que le brinda su amistad y apoyo. En eso, un cierto ministro de la
iglesia de Borgoña encuentra al relapso y le suplica dulcemente que retorne a
la orden y que lleve a cabo la penitencia que le corresponde. Entonces la vieja
se opone e insta al fraile a seguir su camino. Por fin, el renegado acepta
volver a la religión y parte rumbo a León. La vieja, que no es otra que el
demonio, dice en aquel momento:

“ ... Por aquel Dios que tomen todos los diabros del
infierno, non sé qué feziste de mi conpañero; pero sé
tanto que aquel que tú dizes non es mi conpañero, antes
diversso de mí”.

P
or lo tanto hay que estar atentos y atemperarse, pues el hombre
puede ser seducido o atacado en cualquier momento por su demoniaca
enemiga, la mujer. "Sed sobrios y velad", dice 1 Pedro 5:8, "porque
vuestro adversario, el diablo [...] anda alrededor buscando a quien devorar";

1 8
y no debe olvidarse que las serpientes (animales diabólicos por excelencia)
eran imaginadas como bestias que se escabullen, que se ocultan, que pueden
aparentar que no están presentes, "pero que son devoradoras y hacen daño
con la boca, con la palabra" [Cándano 1996, p. 17].

P
or último, véase cómo el demonio (o los demonios) acometen, con
forma de mujer, a hombres ancianos, maduros o incluso a niños, con
tal de atentar contra la castidad, inclinar a la apostasía u obtener una
ventaja de cualquier tipo. En la colección Sendebar, (también conocida bajo el
sugerente título de Libro de los engannos e assayamientos de las mugeres)
extraordinaria obra de procedencia india, traducida al castellano a mediados
del siglo XIII por orden de Fadrique, hermano de Alfonso X, el Sabio, se lee el
siguiente relato:

“Un joven príncipe, persiguiendo un venado, se pierde en


el monte. Yendo a caballo por una senda se encuentra a
una moza que lloraba porque -le dice- se ha caído del
elefante en que venía cabalgando junto con sus parientes;
también se halla perdida. El niño se compadece de ella y la
sube a la grupa de su caballo. Cabalgan hasta llegar a una
aldea abandonada. Ahí, la moza baja de la bestia y
penetra en una casa ruinosa ...

»E quando vio el niño que tardava, desçendió de su


caballo e subió en una pared e paró mientes [20] e vio
que era una diabla que estava con sus parientes ...

»La moza -la diabla, el abominable súcubo- quería


extorsionar al Infante por suponerlo rico, hijo de rey”.

A
sí pues, haciendo gala de una notable misoginia, el poder religioso y
secular deseaba, mediante la literatura didáctica, convencer al hombre
de que el demonio, convertido en mujer, ¡hecho mujer!, quería
arrebatarle su fe, su pudor, su sabiduría y hasta su dinero.

E
n este trabajo se han presentado algunos exempla en los que el diablo
toma la forma de mujer para atentar contra la fe, la castidad y el
patrimonio del hombre. El demonio adopta la figura de una hermosa
niña desvalida, de una noble moza perdida o de una anciana buena
samaritana, y ataca respectivamente a un viejo ermitaño, un niño y un fraile.

C
on esto deseo destacar la visión extrema del poder religioso y secular,
que hizo aparecer al sexo femenino, en la literatura ejemplar de esos
siglos, como un género rayano en lo diabólico.

~~~~~~~~~~~~~~

1 9
Se desprende de cuanto antecede ... ...

El desprecio y maltrato a la mujer alcanza, todavía hoy, niveles extremos


absolutamente intolerables. En este momento, es probable que una niña
somalí esté siendo sometida a la práctica de la "infibulación". Tal costumbre
es, para desgracia de estas mujeres africanas, un sangriento rito consistente
en cercenar, por lo común sin anestesia ni asepsia, el clítoris, los labios
menores y la mayor parte de los labios mayores de la vulva. Tan irracional
mutilación, ejercida por las culturas nómadas de Somalia, obedece a la
creencia atávica de que los genitales femeninos son malignos, demoniacos.
Las familias presuponen que únicamente después de esta "operación" las
muchachas dejarán de ser impuras, lascivas e insaciables sexualmente. Sólo
así podrán ser apetecibles para el matrimonio (concertado, desde luego, por
el padre de la joven).

Ante estas notables creencias milenarias, me pregunto: ¿dónde ha estado el


demonio todos estos siglos, en la mujer, o en la cultura?

∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞

2 0
BIBLIOGRAFÍA

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2 1
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2 2
NOTAS
castellano antiguo y latín
[1] Enpesçer: Hacer daño. El título del presente trabajo es el de un relato de la colección de
exempla: Libro de los exenplos por a.b.c. [p.105].
[2] Ya en el Concilio de Toledo de 1324 se califica a la mujer de liviana, deshonesta o
corrompida.
[3] La persecución sistemática de las mujeres doctas sería a partir del siglo XVI.
[4] Dice Duby al respecto: "Y yo me pregunto si la fuerte ola de reacción contra las tendencias a
la emancipación femenina [...] cuyos primeros signos se advierten el último tercio del siglo xii en
los linajes aristocráticos, incitando a dejar a más jóvenes que tomaran mujer, [era] porque más
valía poner a las muchachas bajo el control de un esposo" [1982, p.182].
[5] Sobre esta peste (la bubónica, misma que Boccaccio recuerda en el Decamerón), podemos
decir que, apenas había transcurrido un tercio de siglo xiv, la más horrible de las pestes de que
hubo memoria vino a devastar Europa. Como si quisiera anticiparse al Juicio Final, segaba todo lo
que encontraba al paso.
[6] Estas políticas recuerdan lo ocurrido durante la Reconquista (718-1492), donde la Iglesia
española condenaba a la mujer que, sin pertenecer al clero, renunciaba al imperativo de
multiplicar la población de una comunidad medieval colonizada, cuya sobrevivencia dependía, en
gran medida, de la fecundidad de sus mujeres [Cf. Dillard, 1989, p. 208].
[7] La mismísima Hildegarda de Bingen recomendaba, en el siglo xii, un abortivo preparado con
leche y ramitas de ojaranzo o carpe [Schiller, 1994, p. 68]. Debe destacarse que en el Medioevo
las parteras, comadronas y parientas con experiencia en el parto jugaban un papel trascendental,
polifacético, en la sociedad. Aún en nuestros días existen países, tan cercanos como Uruguay y El
Salvador, en los que sólo el 39 por ciento y el 25 por ciento de los partos, respectivamente, son
atendidos por médicos (datos de 1977 [Las condiciones de salud, p.120]).
[8] Romermann [1985, p. 4] indica que "...las mujeres viejas, expertas en el oficio ginecológico y
las bebidas afrodisiacas, fueron globalmente condenadas a muerte con una sola frase: `Nadie
perjudica más a la religión católica que las parteras'".
[9] Coherentemente con ello, recuérdese que el personaje Sempronio, refiriéndose a la más
célebre alcahueta y virguera de la literatura, dice en el acto 1: "Celestina, hechicera, astuta,
sagaz en cuantas maldades hay" [Rojas, p. 59].
[10] La belleza inocua era un atributo exclusivo de la virgen María, pues en la mujer podía
constituir una verdadera trampa mortal.
[11] Fazen mover: Hacen abortar.
[12] Existían actos probatorios como la búsqueda de la "marca del diablo", para el que en
Alemania, Escocia, Francia e Inglaterra se desnudaba y afeitaba íntegramente a la mujer a
prueba; acto seguido se le pinchaba el cuerpo con una aguja, especialmente en los senos y los
genitales, hasta encontrar la zona que había tocado el diablo durante la copulación (dicha zona se
descubría eventualmente cuando la atormentada no sangraba ni manifestaba dolor) [Larner apud
Anderson & Zinsser, 1992, p. 196]. Es aterrador aquilatar que el jurista protestante Benedict
Carpsov condenó él sólo a muerte en Leipzig, durante la primera mitad del siglo xvii, a 20 mil
mujeres.
[13] Sólo 9 años después de que Martín Lutero expusiera su doctrina en La Confesión de
Augsburg.
[14] Libro de sanas advertencias.
[15] Eloísa Palafox devela los propósitos enmascarados de Sancho IV de enaltecer, mediante
Castigos e documentos, su propia imagen regia, guerrera y sabia, con el fin de consolidar su
liderazgo político y fortalecer su credibilidad [1998, pp. 56-57].
[16] Simultáneamente a Castigos e documentos del rey don Sancho aparecieron obras político-
morales del mismo corte como el Libro del consejo y de los consejeros.
[17] La muger çerca sí desfízose entre manos: La mujer que estaba a su lado se desvaneció
entre sus manos.
[18] Para mientes: Fíjate.
[19] Se trata, naturalmente, del título del presente trabajo.
[20] E paró mientes: Y prestó atención.

≈≈≈≈≈≈≈≈≈≈≈≈≈≈≈≈≈≈≈≈≈≈≈≈≈≈≈≈≈≈

2 3
2 4
Prólogo a la Presentación de Carl Sagan

Carl Sagan, Carl Sagan, Carl Sagan, Carl Sagan, ... ...

Poco puede añadirse sobre este curioso personaje. A


primera vista un gran científico y excelente vulgarizador sobre
estos siempre complicados y complejos temas para los profanos.
Un posterior examen revela unas conexiones cuanto menos
inquietantes no solo con la C.I.A. sino con la agencia militar, NO
civil, N.A.S.A. A partir de aquí la información muestra que el
principal trabajo de este científico fue sobre todo y durante la
mayor parte de su vida a partir de que fuera "reclutado" por la
C.I.A., la desinformación. Resulta impactante descubrir que este
hombre, de entrada agradable de ver y escuchar, en realidad
estaba desempañando el "papel" de científico agorero, pesimista
y desinformador.

Veamos. La Vida en el universo ... Es posible que exista


vida en el universo (decía) pero tal como la conocemos en
nuestro planeta es improbable. Al fin y al cabo, la Vida en la
Tierra fue el resultado de un extraordinario sin fin de
circunstancias de tal modo (decía) que podría calificárselo de
"accidente fortuito" e impensable que haya sucedido a gran
escala en cualquier otro lugar del universo.

La visión de Carl Sagan en general y de cara al gran


público solo puede definirse como lúgubre, oscura; sin lugar para
la esperanza, la ilusión (quizá por eso falleció con 'solo' 62
años). Especialmente triste es su libro "El mundo y sus
demonios". No hay demonios; no hay ángeles; no existe la
magia (de la vida); no hay nada que vaya más allá de lo que
vemos, oimos, olemos, degustamos y tocamos.

Es igual para el espinoso tema de la Santa Inquisición. No


fueron 'incontables' víctimas a lo largo de casi 5 siglos;
únicamente un puñado de desgraciados que estaban en el lugar
equivocado a la hora equivocada según Sagan. Sin embargo la
investigación de lo que sucedió apoyándose principalmente en
los minuciosos y destallados registros de autos llevados a cabo
por los cronistas de la Santa Inquisición y archivados en iglesias,
bibliotecas, diócesis, archidiócesis, etc. hablan de casi 9 millones
de ajusticiados en el nombre de dios (¿De qué 'dios' se tratará?)
entre los siglos XIV y XVIII. Todo un record teniendo en cuenta
los medios de la época.

La inquisición estuvo bastante activa hasta mediados del


siglo XVIII, o sea durante cinco siglos. Y sólo fue oficialmente

2 5
desmantelada un siglo más tarde, en mediados del siglo XIX. En
términos de cronología histórica podría decirse
eufemísticamente, que la Santa Inquisición cesó sus actividades
el año pasado. (sic!)

Ya en el Siglo X y hasta el Siglo XII, empezaron a aparecer


numerosas ejecuciones por 'la hoguera' o 'estrangulamiento', en
Francia, Italia, e Inglaterra; luego España aún “no se había
estrenado”. Como resultado se confiscaron todos los bienes de
aquellos sospechosos de ser --herejes--, si tuvieran escritos,
fueron quemados y otros escritos falsificados aparecieron en su
lugar. (No se conservan registros detallados del número de
ejecuciones). A partir de este momento y durante siglos
venideros La Santa Madre Iglesia Católica Apostólica y Romana,
Manantial Inagotable de Amor, Refugio de los Desvalidos, Madre
Misericordiosa de los Desamparados, Consuelo de los
Descarriados, Torrente de Perdón para los Pecadores etc., etc.,
Se tornaría inmensamente rica y poderosa apropiándose de los
bienes de millones de seres humanos: tierras, metales preciosos,
joyas, edificios; campesinos y sus familias pasaron a ser
"propiedad" de la Iglesia. No existen suficientes adjetivos
calificativos vejatorios o peyorativos, ni siquiera sumando los de
todas las lenguas de todos los pueblos del Planeta, para
condenar estos actos del ser "humano" contra el ser humano en
nombre de ese dios infame monopolio exclusivo de la Iglesia de
Roma.

El frenesí asesino continuó in crescendo durante todo el S.XIII

EL PAPA INOCENCIO III (1198-1216 d.C.)

Fué Inocencio III(¡Qué irónico resulta el nombre!) que


empezó su campaña contra los cristianos, a quienes nombraron
--herejes--, con sus frecuentes exortaciones y cartas para los
Príncipes de los Reinos. Este papa fue el más poderoso de todos
los papas. Reclamó, siendo el primero en afirmar ser 'Vicario de
Cristo', Supremo Soberano de la Iglesia, y del Mundo. Decía que
tenía el derecho de quitar y poner reyes. Hubo mucho temor de
él, y la mayoría de los reyes y gobernantes le obedecieron. Este
hombre de 'dios' inició las siguientes cosas:

1. Ordenó dos Cruzadas con terribles matanzas de seres


humanos, la mayoría cristianos 'molestos', y mucha destrucción.
Acabó con la ciudad de Constantinopla.
2. Decretó la transubstanciación, o sea que según él, el vino de
la comunión, o La Santa Cena, se cambiaba en la sangre de
Cristo. Opinión que la Iglesia Cristiana Evangélica nunca ha
aceptado.

2 6
3. Confirmó la confesión auricular.
4. Decretó que ningún papa podía salir de la Iglesia Católica
Romana, o sea la infalibilidad papal.
5. Prohibió la lectura de la Sagrada Biblia, o sea la Palabra de
Dios en el idioma del pueblo.
6. Ordenó el exterminio de todo --hereje--.
7. Instituyó la Santa Inquisición para acabar con todos que no
estaban de acuerdo con él, para así quedarse en el poder.
8. Ordenó la matanza de los Albigenses, según ese Apóstata
eran Cátaros y 'herejes'.

Derramó más sangre de gente inocente que en cualquier


otra época de la Iglesia Cristiana. Para muchos, él era el diablo
encarnado y el anticristo sobre la tierra.

EL NUMEROSO PUEBLO DE LOS ALBIGENSES

Una parte de los Albigenses, vivían en el sur de Francia, en


su mayoría gente campesina. Roma puso el sobrenombre de
--Cátaros herejes--. Su doctrina era muy simple, siempre
basando su creencia en la Palabra de Dios, que usaban
constantemente. Es posible que obtuvieran esos valiosos
volumenes de la Sagrada Biblia, de los Monasterios Ortodoxos, o
la Iglesia del Este de donde eran traídos por comerciantes del
medio Oriente. Muy enfáticamente estaban en contra de los
abusos del clero, y sus predicadores eran de su mismo grupo.
Empezaron en el sur de Francia alrededor el año 1020 d.C. Sus
vidas eran ejemplares de moralidad, santidad, y un amor
genuino para Cristo. Las gentes de los pueblos donde se
afincaron quedaron muy impresionadas con ellos, y tuvieron
tanto éxito que su crecimiento se contaba por centenares de
miles. Todos éstos aceptaron al Señor Jesucristo como su
Salvador personal como fieles cristianos que eran.

Siendo que Roma y todos los fieles papístas apóstatas no


pudieron "producir" cristianos como ellos, cuando consideraron
que había peligro que todo el mundo iba a aceptar la doctrina de
los Albigenses, tuvieron que tomar medidas serias para
matarlos, para mantenerse en el poder en Roma.

CON VERGÜENZA Y PENA SUFRIERON LOS HERMANOS


ALBIGENSES

“Se muestró que los soldados depravados de Roma expulsando


desnudos, de sus casas y pueblos en el frío de la noche, a
nuestros hermanos en la fe, los Albigenses. Las jóvenes
cristianas fueron violadas en la plena luz del dia, en frente de los
demás del grupo horrorizado. Graves crímenes fueron cometidos

2 7
mientras torturaban a los cristianos Albigenses. Roma decía que
eran --Cátaros herejes--. ¡Qué blasfemia! Los pecadores no eran
ellos, sino eran los papístas apóstatas poseídos por demonios y
espíritus inmundos con toda suciedad del infierno. La verdad es:
que nuestros hermanos sufrieron mucho, pero se fueron
derechito al cielo con Cristo, y allá están gozando en la
presencia de Dios. Para sus verdugos, se fueron derechito a las
llamas del infierno, y nadie tiene poder suficiente para sacarlos
de allí, ni aún esos papas, porque ellos están allí también en las
llamas del infierno. En el Juicio Final serán sacados para ser
sentenciados por Cristo, al lago de fuego por toda la eternidad.
Nunca conocieron a Cristo, ni participaron en la gloriosa obra de
Dios en la tierra. Fueron engañados en creer que una mera
religiosidad era suficiente aquí en la tierra, pero que grande fue
su error y desvío de la verdad. A fin de cuentas fueron al lugar
que les esperaba, y estarán en El Juicio Final, y tendrán que
pagar por todo lo que han hecho”.

LA GUERRA DE ROMA CONTRA LOS EMPERADORES DE


ALEMANIA

Los psicópatas genocidas de la Santa Madre Iglesia ya


tenían bajo su control completo a Roma, después del reinado de
Inocencio III; siguió Honorio III de 1216-1227 d.C., llevando
acabo las misma obras “caritativas” que Inocencio III. Siguió
Gregorio IX 1227-1241, posiblemente sobrino de Inocencio III.
Este elemento se superó a sí mismo, autorizó los arrestos,
procesos y los castigos de los Albigenses y los Valdenses, dando
exclusivamente a la Iglesia Romana y a sus representantes el
poder enjuiciarlos y castigarlos. Decía que podían acusar a quien
quisieran de herejía, apostasía, o de desobediencia a cualquier
otra persona y hacerla condenar. No era necesario tener
evidencia o ser juzgado, porque los Inquisistores tenían absoluto
dictamen sobre cada caso. Estos eran personas brutas, zafias,
primitivas y sin capacidad de razonamiento que preferían
condenar, y mas probable así resultó esos casos.

EL PAPA INOCENCIO IV 1241-1254 d.C.

Inocente IV redactó el nefasto decreto Ad extirpanda. En


ese documento declaraba que los --herejes-- tenían que 'ser
aplastados como serpientes venenosas'. Sacerdotes, reyes y las
gentes del sistema romano, fueron llamados a unirse para
exterminar a los cristianos Albigenses. Ese documento declaraba
que cualquier propiedad que confiscaran, les sería dada como
propiedad suya con título limpio, y aparte de su oferta, les
prometían la remisión de todos sus pecados como un premio de
galardón por matar a sólo un --hereje--.

2 8
Este dió su decreto papal para el uso de la tortura para
sacar confesiones de las personas ya en 1252. Antes de la
instauración de la Santa Inquisición.

Los degenerados y vacíos de Dios, papístas apóstatas,


además que torturar a los cristianos, obligaban que denunciaran
a otros hermanos en la fe. Desnudaban hombres o mujeres sin
distinción alguna. Los ataban con cuerdas fuertemente
amarrados por los brazos y los pies. Los subían en el aire,
dejándolos así por un tiempo, y de repente soltarlos para que
cayera, haciendo ésta vil maniobra muchas veces, para hacer
dislocar las coyunturas de los brazos y las piernas. Los
sacerdotes papístas apóstatas y condenados por Dios, hacían
mucho énfasis sobre cada uno que se recapacitara y renunciara
su falsa doctrina. Al mismo tiempo trataron que por tanto dolor
corporal, se denunciaran a otros hermanos que no habían sido
capturados. En el año 1245 quemaron en la hoguera a 200
cristianos Albigenses: nombraron Cátaros, en un solo dia.

Finalmente hacia 1478 se formó oficialmente La Santa


Inquisición y durante un periodo de 5 siglos fueron moneda de
cambio diaria genocidio, robo, tortura, coacción, expolio,
expropiación, terror, humillación y toda la suma de los más
bajos instintos del ser 'humano' impulsados por el miedo, la
codicia, la envidia, etc.

El lector debe considerar que los registros consultados por


muchos estudiosos e investigadores arrojan una cifra nada
desdeñable de casi 9 millones de asesinatos durante los siglos
XIV a XVIII, solo en Europa. No es posible evaluar o calcular con
un mínimo de certeza las "ejecuciones" legales cometidas
durante los siglos X a XIII. En cualquier caso sería una auténtica
hecatombe 'consentida'.

De nuevo el lector debe considerar el genocidio sin


precedentes en la historia llevado a cabo durante la Conquista
del Nuevo Mundo, cuando la Santa Madre Iglesia Apostólica y
Romana llevó la 'luz' a los nativos americanos quienes,
desdichados de ellos, vivían en la más completa oscuridad.
Entiéndase la caústica ironía. Téngase en cuenta que no queda
absolutamente ni un solo representante de los pueblos de las
Islas del Caribe. No queda ni un solo descendiente. Ni uno solo.
Demógrafos en historia precolombina han estimado que entre
1500 y 1550 "¡Se esfumaron casi 100 millones de personas!".
Para llegar a tan aberrantes números se estudiaron las ciudades
Incas, Mayas, Aztecas y poblados más o menos importantes en
cuanto a habitantes.

2 9
Los anglosajones por otro lado han sido mucho más
discretos y menos dados a la publicación de la limpieza étnica de
los pueblos que habitaban lo que ahora es Alaska, Canadá y
E.E.U.U. Afortunada o desafortunadamente para ellos, no
contaron con un atribulado Fray Bartolomé de las Casas, quien
horrorizado por los desmanes de los conquistadores españoles
siempre al amparo de la cruz de Roma tuvo que plasmarlo por
escrito para que así llegara a conocimiento de los reyes, nobles y
eruditos. Los anglosajones no tardaron en traducir la "Brevísima
Relación de las Destrucción de las Indias" a otros idiomas
incluido el suyo para así apantallar el exterminio sistemático que
hacían de nativos americanos o "indios". No todas las tribus eran
guerreras como los Sioux; hubo un notable número de pueblos
totalmente pacíficos, algunos en la zona de California. Estos
fueron los primeros en ser eliminados.

Finalmente, otorguen a Carl Sagan la credibilidad que uds. crean


se merece. Y recuerden, nada es lo que parece.

3 0
Presentación por Carl Sagan

capítulo extraído de su obra

“El mundo y sus demonios”

3 1
3 2
● Carl Sagan − Maellus Maleficarum
● Algunas cifras
● La oración de las brujas. Como convertirse en bruja.
● Salem, todas ellas eran brujas
● Mujeres sabias: Brujas, universo femenino de sombras.
● Mas mujeres, mas brujas: la herbolaria, motivo de persecución.
● Una religión oscura: el renacimiento en la práctica de la brujería.

1.− Maellus Maleficarum: Carl Sagan

El texto escrito por Carl Sagan cuenta los orígenes del Maellus
Maleficarum y sus terribles consecuencias en toda Europa y posteriormente
en Estados Unidos, llevadas a cabo por la iglesia católica y protestante.

Inocencio VIII declaró:

“Ha llegado a nuestros oídos


que miembros de ambos sexos no
evitan la relación con ángeles
malos, íncubos y súcubo, y que,
mediante sus brujerías, conjuros y
hechizos sofocan, extinguen y
echan a perder los buenos
alumbramientos de las mujeres”.
Además de generar otras
muchas calamidades. Con esta
bula, Inocencio inició la acusación,
tortura y ejecución sistemática de
incontables "brujas" de toda
Europa. Eran culpables de lo que
Agustín había descrito como "una asociación criminal del mundo oculto". A
pesar del imparcial "miembros de ambos sexos" del lenguaje de la bula, las
perseguidas eran principalmente mujeres jóvenes y adultas. Ser bruja era la
peor acusación que podía caer en una mujer, puesto que significaba que
practicaba el infanticidio caníbal, que bailaba desnuda, que practicaba el sexo
promiscuo. Significaba ser parte de las peores pesadillas de la sociedad.
Muchos protestantes importantes de los siglos siguientes, a pesar de
sus diferencias con la Iglesia católica, adoptaron puntos de vista casi
idénticos. Incluso humanistas como Desiderio Erasmo y Tomás Moro creían en
brujas. "Abandonar la brujería− decía John Wesley, el fundador del
metodismo −es como abandonar la Biblia." William Blackstone, el célebre
jurista, en sus Comentarios sobre las leyes de Inglaterra (1765), afirmó:

Negar la posibilidad, es más, la existencia real de la brujería y la


hechicería equivale a contradecir llanamente el mundo revelado por Dios en
varios pasajes tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento.

El papa nombró a Kramer y Sprenger para que escribieran un estudio


completo utilizando toda la artillería académica de finales del siglo XV. Con
citas exhaustivas de las Escrituras y de eruditos antiguos y modernos,
produjeron el Maellus Maleficarum, "martillo de brujas", descrito con razón
como uno de los documentos más aterradores de la historia humana. La
demonología que el Malleus maleficarum contenía presuntamente servía para
identificar los poderes de brujas y brujos, sus vínculos con el diablo y las
relaciones sexuales de las brujas con los incubos y de los brujos con los

3 3
sucubos. La obra maldita de los frailes dominicos adquirió prestigio como un
vehículo para desvelar las representaciones terrestres del príncipe de las
tinieblas. Pese a que la idea de este manual fue bendecida por la iglesia
católica, lo cierto es que también fue fervorosamente abrazado por la
contraparte protestante y posteriormente cultivada con especial ahínco
durante la Contrarreforma.

Lo que el Maellus venía a decir, prácticamente, era que, si a una mujer


la acusan de brujería, es que es bruja. La tortura es un medio infalible para
demostrar la validez de la acusación. El acusado no tiene derechos. No tiene
oportunidad de enfrentarse a los acusadores. Se presta poca atención a la
posibilidad de que las acusaciones puedan hacerse con propósitos impíos:
celos, por ejemplo, o venganza, o la avaricia de los inquisidores que
rutinariamente confiscaban las propiedades de los acusados para su propio
uso y disfrute. Su manual técnico para torturadores también incluye métodos
de castigo diseñados para liberar los demonios del cuerpo de la víctima antes
de que el proceso la mate. Con el maellus en mano, con la garantía del
aliento del papa, empezaron a surgir inquisidores por toda Europa.

Rápidamente se convirtió en un provechoso fraude. Todos los costes


de la investigación, juicio y ejecución recaían sobre los acusados o sus
familias; hasta las dietas de los detectives privados contratados para espiar a
la bruja potencial, el vino para los centinelas, los banquetes para los jueces,
los gastos de viaje de un mensajero enviado a buscar a un torturador más
experimentado a otra ciudad, y los haces de leña, el alquitrán y la cuerda del
verdugo. Además, cada miembro del tribunal tenía una gratificación por bruja
quemada. El resto de las propiedades de la bruja condenada, si las había, se
dividían entre la Iglesia y el Estado. A medida que se institucionalizaban estos
asesinatos y robos masivos y se sancionaban legal y moralmente, iba
surgiendo una inmensa burocracia para servirla y la atención se fue
ampliando desde las brujas y viejas pobres hasta la clase media y acaudalada
de ambos sexos.
Cuantas más confesiones de brujería se conseguían bajo tortura, más
difícil era sostener que todo el asunto era pura fantasía. Como a cada "bruja"
se la obligaba a implicitar a algunas más, los números crecían
exponencialmente. Constituían "pruebas temibles de que el diablo sigue vivo",
como se dijo más tarde en América en los juicios de brujas de Salem. En una
era de credulidad, se aceptaba tranquilamente el testimonio más fantástico:
que decenas de miles de brujas se habían reunido para celebrar un aquelarre
en las plazas públicas de Francia, y que el cielo se había oscurecido cuando
doce mil de ellas se echaron a volar hacia Terranova. En la Biblia se
aconsejaba:"no dejarás que viva una bruja”.

En Gran Bretaña se contrató a buscadores de brujas, también llamados


"punzadores", que recibían una buena gratificación por cada chica o mujer
que entregaban para su ejecución. No tenían ningún aliciente para ser cautos
en sus acusaciones. Solían buscar "marcas del diablo" −cicatrices, manchas
de nacimiento o nevi− que, al pincharlas con una aguja, no producían dolor ni
sangraban. Una simple inclinación de la mano solía producir la impresión de
que la aguja penetraba profundamente en la carne de la bruja. Cuando no
había marcas visibles, bastaba con las "marcas invisibles". En las galeras, un
punzador de mediados del siglo XVII "confesó que había causado la muerte
de más de doscientas veinte mujeres en Inglaterra y Escocia por el beneficio
de veinte chelines la pieza".
En los juicios de brujas no se admitían pruebas atenuantes o testigos
de la defensa. En todo caso, era casi imposible para las brujas acusadas
presentar buenas coartadas; las normas de las pruebas tenían un carácter

3 4
especial. Por ejemplo, en más de un caso el marido atestiguó que su esposa
estaba durmiendo en sus brazos en el preciso instante en que la acusaban de
estar retozando con el diablo en un aquelarre de brujas; pero el arzobispo,
pacientemente, explicó que un demonio había ocupado el lugar de la esposa.
Los maridos no debían pensar que sus poderes de percepción podían exceder
los poderes de engaño de Satanás. Las mujeres jóvenes y bellas eran
enviadas forzosamente a la hoguera.

Los elementos eróticos y misóginos eran fuertes, como puede


esperarse de una sociedad reprimida sexualmente, dominada por varones,
con inquisidores procedentes de la clase de los curas, nominalmente célibes.
En los juicios se prestaba atención minuciosa a la calidad y cantidad de los
orgasmos en las supuestas copulaciones de las acusadas con demonios o el
diablo y a la naturaleza del "miembro" del diablo (frío, según todos los
informes). Las "marcas del diablo" se encontraban "generalmente en los
pechos o partes íntimas", según el libro de 1700 de Ludovico Sinistrani. Como
resultado, los inquisidores, exclusivamente varones, afeitaban el vello púbico
de las acusadas y les inspeccionaban cuidadosamente los genitales. En la
inmolación de la joven Juana de Arco a los veinte años, tras habérsele
incendiado el vestido, el verdugo de Ruán apagó las llamas para que los
espectadores pudieran ver "todos los secretos que puede o debe haber en
una mujer". En Wurzburgo, Alemania, en un solo año hubo veintiocho
inmolaciones públicas, con cuatro a seis víctimas de promedio en cada una de
ellas, en esta pequeña ciudad. Era un microcosmos de lo que ocurría en toda
Europa. Nadie sabe cuantos fueron ejecutados en total: quizá cientos de
miles, quizá millones. Los responsables de la persecución, tortura, juicio,
quema y justificación actuaban desinteresadamente. Sólo había que
preguntárselo.

No se podían equivocar. Las confesiones de brujería no podían basarse


en alucinaciones, por ejemplo, o en intentos desesperados de satisfacer a los
inquisidores y detener la tortura. En este caso, explicaba el juez de brujas
Pierre de Lancre (en su libro de 1612, Descripción de la inconstancia de los
ángeles malos), la Iglesia Católica estaría cometiendo un gran crimen por
quemar brujas. En consecuencia, los que plantean estas posibilidades atacan
a la Iglesia y cometen ipso facto un pecado mortal. Se castigaba a los críticos
de las quemas de brujas y, en algunos casos, también ellos morían en la
hoguera. Los inquisidores y torturadores realizaban el trabajo de Dios.
Estaban salvando almas, aniquilando a los demonios.

Desde luego, la brujería no era la única ofensa merecedora de tortura


y quema en la hoguera. La herejía era un delito más grave todavía, y tanto
católicos como protestantes la castigaban sin piedad. En el siglo XVI, el
erudito William Tyndale cometió la temeridad de pensar en traducir en Nuevo
Testamento al inglés. Pero, si la gente podía leer la Biblia en su propio idioma
en lugar de hacerlo en latín, se podría formar sus propios puntos de vista
religiosos independientes. Podrían pensar en establecer una línea privada con
Dios sin intermediarios. Era un desafío para la seguridad del trabajo de los
curas católicos romanos. Cuando Tyndale intentó publicar su traducción, le
acosaron y persiguieron por toda Europa. Finalmente le detuvieron, le
pasaron a garrote y después, por añadidura, le quemaron en la hoguera. A
continuación, un grupo de pelotones armados fue casa por casa en busca de
ejemplares de su Nuevo Testamento (que un siglo después sirvió de base de
la exquisita traducción inglesa del rey Jacobo). Eran cristianos que defendían
piadosamente en cristianismo impidiendo que otros cristianos conocieran las
palabras de Cristo. Con esta disposición mental, este clima de convencimiento
absoluto de que la recompensa del conocimiento era la tortura y la muerte,
era difícil ayudar a los acusados de brujería.

3 5
La quema de brujas es una característica de la civilización occidental
que, con alguna excepción política ocasional, declinó a partir del siglo XVI. En
la última ejecución judicial de brujas en Inglaterra se colgó a una mujer y a
su hija de nueve años. Su crimen fue provocar una tormenta por haberse
quitado las medias.

En nuestra época es normal encontrar brujas y diablos en los cuentos


infantiles, la Iglesia católica y otras Iglesias siguen practicando exorcismos de
demonios y los defensores de algún culto todavía denuncian como brujería las
prácticas rituales de otro. Todavía usamos la palabra "pandemónium"
(literalmente, todos los demonios). Todavía se califica de demoníaca a una
persona enloquecida o violenta. (Hasta el siglo XVIII no dejó de considerarse
la enfermedad mental en general como adscrita a causas sobrenaturales;
incluso el insomnio era considerado un castigo inflingido por demonios). Más
de la mitad de los norteamericanos declaran en las encuestas que "creen" en
la existencia del diablo, y el diez por ciento dicen haberse comunicado con él,
como Martin Lutero afirmaba que hacía con regularidad. En un "manual de
guerra espiritual", titulado Prepárate para la guerra, Rebecca Brown nos
informa de que el aborto y el sexo fuera del matrimonio, "casi siempre
resultan en infestación demoníaca"; y que la "música rock no 'surgió porque
'sí', sino que era un plan cuidadosamente elaborado por el propio Satanás.

Se hicieron multitud de ediciones del "Martillo de las Brujas", cosa muy


a tener en cuenta, partiendo de la idea de que entonces se hacían pocas
ediciones de libros y que pocos eran los que sabían leer y escribir, a parte de
monjes, clérigos y determinados nobles.

En las antiguas Grecia y Roma sólo las prácticas mágicas tendientes a


causar daños eran condenadas y castigadas; la hechicería benefactora estaba
permitida e incluso oficializada. Había la creencia de que ciertas personas
podían dañar a otras en lo económico, lo político, lo atlético y en los empeños
amorosos y que incluso podían causar la muerte. Dichas actividades eran
patrimonio exclusivo de los dioses, quienes, contrariamente al Dios
judeocristiano, no eran solamente buenos sino que estaban sujetos a los
mismos impulsos de los seres humanos (y también a la hechicería humana).
Ciertas diosas por ejemplo, Diana, Selene o Hecate estaban asociadas con la
práctica de la magia malevolente, misma que ocurría por la noche de acuerdo
con un ritual determinado, con su propia parafernalia y hechizos. Una historia
contada por Apolius en el Asno de oro (siglo II, d.C.), que probablemente
refleja una creencia popular, se centra en una presunta tendencia de las
brujas de Tesalia (una región conocida por sus brujas) a roer los rostros de
los hombres muertos; dichas brujas tenían el poder de asumir diversas
formas animales para llevar a cabo sus tétricos propósitos.

Entre los pueblos germanos que se extendieron por Europa durante la


decadencia y caída del imperio romano, el temor a las brujas también se
filtró. Aquí nuevamente los dioses son patrocinadores y practicantes de
hechicería, aunque del mismo modo los reyes practican y sufren la brujería
malevolente.

Las leyes, tanto civiles como eclesiásticas, contra la práctica y


creencias de la brujería se activaron en España y en Galicia a principios de la
era cristiana. Carlomagno y otros gobernantes francos condenaron dichas
prácticas y creencias como malignas y supersticiosas, por lo que aprobaron
leyes más severas, incluyendo la pena de muerte, para castigarlas. Los
concilios y líderes eclesiásticos en ocasiones vituperaban la creencia en la
brujería, considerándola como mera superstición y alucinación, como una

3 6
reliquia del paganismo. Sin embargo otras veces declaraban que era una
práctica maligna que debía ser suprimida.

2.− Algunas cifras.

Las cifras, por inesperadas, resultan asombrosas. Basándose en los


resultados más recientes de investigación, se calcula que hubo cerca de
100.000 causas de brujería en Europa, de las cuales, la mitad, o sea, unas
50.000 personas acabaron en la hoguera. Pero, como podemos ver, la
intensidad de las persecuciones varió mucho de país a país. No obstante,
estas cifras podrían calificarse de “ultraconservadoras”.

La densidad de persecución de brujas en Europa (Behringer1998:65 f )2

País Ejecuciones (por cada mil) Habitantes c. 1600

Portugal 7 (0,0007) 1000.000

España 300 (0,037) 8.100.000

Italia 1000? (0,076) 13.100.000

Países Bajos 200 (0,133) 1.500.000

Francia 4000? (0,200) 20.000.000

Inglaterra/Escocia 1500 (0,231) 6.500.000

Finlandia 115 (0,238) 350.000

Hungría 800 (0,267) 3.000.000

Bélgica/Luxemburgo 500 (0,384) 1.300.000

Suecia 350 (0,437) 800.000

Islandia 22 (0,440) 50.000

Chequia/Slovaquia 1000? (0,500) 2.000.000

Austria 1000? (0,500) 2.000.000

Dinamarca/Noruega 1350 (1,391) 970.000

Alemania 25000 (1,356) 16.000.000

Polonia/Lituania 10000? (2,941) 3.400.000

Suiza 4000 (4,000) 1.000.000

Lichtenstein 300 (100,000) 3.000

La mitad de las quemas de brujas se produjeron como vemos en los


estados alemanes, donde fueron ejecutadas 25.000 personas. Más poniendo
el número de ejecuciones en relación con el de habitantes, vemos que
Lichtenstein es el lugar donde más cruda fue la persecución: 300 quemas con
relación a 3000 habitantes, corresponde a un 10 % de la población.

Según unas fuentes la muerte, en ejecución publica, de la primera


bruja se produjo durante el año 1274, en Toulon (Francia). Es el primer caso
documentado que la inexorable y cruenta Inquisición. Se llamaba Angele, una
pobre mujer, viuda y sin fortuna, de mas de cincuenta años, que fué acusada
de tener relaciones de todo tipo con el mismísimo Satanás.

Las relaciones mas escabrosas, diabólicas y satánicas están detalladas


en los libros, y fueron de carácter sexual, tuvieron como consecuencia el
nacimiento de un niño monstruoso, descrito en los documentos de entonces,
relativos al proceso, como un ser vivo híbrido, dotado de una poderosa

3 7
cabeza de lobo, y largo y escamoso rabo de serpiente. Solo su tronco y
extremidades, fueron aparentemente de tipo normal, sus exigencias vitales,
llegaban al extremo de necesitar alimentarse con la carne y la sangre de otros
niños. La Bruja madre robó y asesinó bebés para dar de comer a su querido
engendro, hasta que fue descubierta y procesada.

Estocolmo, 1669, una junta de investigación de Estocolmo (Suecia)


sometió a interrogatorio a unos 300 niños pertenecientes a las parroquias de
Elfdal y Mora. Situadas en la región de Dalarne, que se encuentra lejana a
Estocolmo. Los funcionarios del gobierno condenaron a ser quemadas a unas
setenta mujeres acusadas de brujería por niños, como también a 15 de los
pequeños delatores a los que se les acusaba de haber acudido en compañía
de las supuestas brujas a uno de sus infernales aquelarres. Otros 36 niños de
nueve y doce años que fueron acusados del mismo delito, recibieron el
horrible castigo de ser azotados durante un año todos los domingos frente a
la Iglesia, mientras que los otros infantes más jóvenes aun, fueron solamente
azotados en el mismo lugar tres domingos seguidos.

Todas estas ejecuciones tuvieron un reflejo brutal en otros pueblos


cercanos y volvieron a producirse más hogueras y más muertes después de
juicios descaradamente sumarios y poco serios. El horror de la fiebre de los
inquisidores en el norte de Europa se había desatado con saña infernal.

En cuestión se trataba de una serie de supersticiones muy difundidas


entre la inmensa mayoría de los pueblos nórdicos, mediante la cual todo el
mundo sea cual fuere su clase social, creía en ninfas, duendes, espíritus y
hechiceras capaces de levantar tempestades, ganar batallas y conseguir una
protección especial llamada "Diabólica" por los Inquisidores.

Hay que decir que sin embargo en los países nórdicos nunca fue tan
cruel la persecución a las hechiceras y brujas como en la Europa Central. La
documentación correspondiente a la primera parte de la Edad Moderna, es
tan abundante, que nos permite con gran seguridad decir cuántas de las
quemas de brujas registradas se debieron a la Inquisición.

En España, Portugal e Italia, el Santo Oficio tenía tanto que hacer


persiguiendo a judíos, mahometanos y protestantes, que no le quedaba
tiempo para perseguir también a las brujas. La revisión sistemática de los
archivos inquisitoriales nos demuestra algo muy distinto. Se calculó que la
Inquisición en los países católicos del Mediterráneo llevó a cabo entre 10.000
y 12.000 procesos de brujería, que, no obstante, fueron sentenciados con
penas menores o absolución.

Las teorías demonológicas no fueron asunto exclusivo de la Teología.


Filósofos, matemáticos y físicos debatían seriamente dichas especulaciones en
el seno de las universidades europeas más prestigiosas y duró hasta
principios del siglo XVIII.

Al principio, España siguió a la zaga de otros países. De 1498 a 1522,


el Santo Oficio condenó a once brujas a la hoguera. En 1526, la élite de
teólogos española se reunió en Granada para elaborar unas nuevas
instrucciones con respecto a la brujería. Dichas instrucciones no tuvieron su
igual en otras partes.

a.− Cualquier bruja que voluntariamente confiese y muestre


señales de arrepentimiento, será reconciliada sin confiscación de bienes, y
recibirá penas salutarias para sus almas. (falso!)

3 8
b.− Nadie será arrestado en base de las confesiones de otras
brujas.(falso!)

c.− Los Jueces averiguarán si las personas por ellos detenidas,


ya han sido anteriormente sometidas a tortura por otras justicias. (falso!)

d.− Preguntando a los demás residentes de la casa os


enteraréis de si dichas personas, en la noche que aseguran haber asistido a la
junta de brujas, realmente se ausentaron de casa, o si, por el contrario,
estuvieron en ella toda la noche sin salir. (falso!)

e.− Las instrucciones contenían también un párrafo, según el


cual, todos los casos referentes a tan complicada materia, deberían siempre
ser remitidos al Inquisidor General y su Consejo.(falso!)

Con las instrucciones de 1526, se consiguió librar a España de la


quema de brujas durante la mayor parte del siglo XVII.

Influida por Francia, en 1610, la Inquisición española volvió a


introducir en el norte de España la pena de la hoguera. En total 7000
personas fueron acusadas de brujería. Todo ello podría haber terminado en
un auténtico holocausto. Más, por suerte, el inquisidor Salazar, encargado de
las pesquisas, se había comprometido a conseguir pruebas sobre la existencia
de la temida secta diabólica.

En su informe al Inquisidor General, Salazar concluye: "No hubo


brujos ni embrujados hasta que se empezó a hablar y escribir de ellos." Dicha
investigación contribuyó a la definitiva abolición de las quemas de
brujas en todo el Imperio Español.

De esta exposición histórica podemos sacar las siguientes


conclusiones:

1. Mientras que la Inquisición solía mostrarse dura y tajante con


judíos, mahometanos y protestantes, se mostró inusitadamente blanda en
cuanto al castigo de la brujería y otras formas de delitos mágicos. Tan blanda,
que considerado con los ojos de un europeo del norte o del centro de Europa,
debió resultar un escándalo.

2. La Inquisición podía haber causado un holocausto de brujos


en los países católicos del Mediterráneo − mas la historia nos demuestra algo
muy diferente − la Inquisición fue aquí la salvación de miles de personas
acusadas de un crimen imposible.

Porque la creencia en las brujas, no fue − como mucha gente cree, y


como puede leerse por ejemplo en la Enciclopedia de la brujería y
demonología de Robbins (1959, 1992) − invención de la Iglesia.

El concepto popular de la brujería como poder natural innato de la


persona, se seguía rechazando. Sin embargo se admitía la existencia de
brujas. Mas dichas brujas, para poder obrar, tenían necesariamente que
haber pactado con el demonio. Del mismo modo se redefinió el don brujeril de
transformarse en animales. Que el alma humana pudiera meterse en un
animal −desde un punto de vista teológico− era imposible. Si la bruja se creía
capaz de algo así, se lo debía al arte ilusorio del demonio. Cuando la bruja se
"come" a un ser humano, no es, así pues, la carne sino el "espíritu" de la
carne, lo que devora. Pero esto se cree suficiente para que la víctima se
consuma y muera.

3 9
"A nadie le hagan creer, que un ser humano realmente pueda
transformarse en animal", dice el Compendium maleficarum de Guazzo de
1608. A continuación siguen refinadas explicaciones de cómo el demonio
puede inducir a una bruja a creerse transformada en lobo. Por ejemplo puede
el demonio del simple aire crear una forma de lobo e introducirse él dentro de
la misma, para hacer luego todo tipo de descalabros. Mientras tanto, yace la
bruja en su cama y experimenta su apariencia de lobo como un hecho
absolutamente real. En caso de que alguien consiguiese herir al ilusorio lobo,
el demonio parte del cuerpo, de modo que la bruja, al despertar, crea
firmemente que todo ha ocurrido en realidad (Guazzo 1929:51).

Parece que nos hallamos ante un único e idéntico complejo de


tradiciones, difundido por todo el viejo mundo. Puede comprobarse lo mucho
que tienen en común las creencias brujeriles europeas, asiáticas y africanas.
Las ideas, por ejemplo, de juntas secretas de brujas, que en sus "aquelarres"
nocturnos celebran banquetes a base de la carne de sus propios parientes; y
la de que la brujería sea un poder innato para dañar a otros, transformarse
en animales y volar por los aires, las comparten los tres continentes.

Incluso algo tan específico como es el dejar en la cama un cuerpo


fingido, en lugar del propio, mientras la bruja acude al aquelarre, lo
encontramos tanto en Asia, como en África y Europa. Son especialmente
asombrosas las similitudes entre las creencias en brujas de Europa y la India,
las cuales, en ambos casos, se remontan a la temprana Antigüedad
(Henningsen 1997).

Para una mente teológica, la brujería resultaba absolutamente


inaceptable. Por eso la Iglesia desechó desde un principio estas creencias
como supersticiones paganas. De ello tenemos ejemplo en Dinamarca:

En el año 1080 escribió el papa Gregorio VII al rey Harald de


Dinamarca quejándose de que los daneses tuviesen la costumbre de hacer a
ciertas mujeres responsables de las tempestades, epidemias y toda clase de
males, y de matarlas luego del modo más bárbaro.

El papa conminaba al rey danés para que enseñase a su pueblo, que


aquellas desgracias eran voluntad de Dios, la cual deberían complacer con
penitencias y no castigando a presuntas autoras.

La sabiduría de esta postura se refleja también en una crónica


eclesiástica, al referir el caso de tres mujeres, quemadas por envenenadoras
y perdedoras de personas y cosechas en 1090, cerca de Munich, diciendo de
ellas, que murieron mártires.

El manual de Eymeric de 1376 no entra en el terreno de las brujas,


pero reproduce la condena que el Canon episcopi (incluido en el Decreto de
Graciano 1140) hace de aquellas mujeres que se creen capaces de volar por
las noches en el cortejo de la diosa Diana. Por añadidura, dicho manual de
Eymeric incluye el decreto del papa Juan XXII, de 1326, contra diversas
formas de culto al demonio. En la versión comentada que Francisco Peña
publicó en 1578 del manual de Eymeric, se habla bastante sobre la
conjuración al demonio y la relación que con éste tienen los magos; pero la
mención del aquelarre sigue brillando por su ausencia. En todos esos
manuales es notorio, que el sortilegio ocupa el último lugar en la jerarquía de
las herejías (Bethencourt 1994:180 f.).

La sabia postura de la Iglesia cambia alrededor de 1400, al ser


reinterpretada la noción popular de la brujería, de modo que ésta resultaba

4 0
también posible desde el punto de vista teológico. Los detalles sobre lo que se
consideraba una nueva secta de brujos los encontramos, por primera vez, en
dos tratados escritos a mediados de la década de 1430. El uno: Ut magorum
et maleficiorum errores, por Clode Tholosan, juez seglar en la provincia de
Dauphine. El otro: Formicarius, por el domínico Juan Nider. Con ambos se
inicia la interminable serie de tratados demonológicos de los siglos XV, XVI y
XVII.

Un problema especial representaba para los teólogos el supuesto vuelo


de las brujas. Según la noción popular, el alma humana abandona el cuerpo,
dejando a este yacer como sin vida. En tanto una persona no esté muerta, el
alma y el cuerpo son inseparables. Si el demonio fuese capaz de extraer el
alma del cuerpo de la bruja y devolverla luego a éste, sería un milagro − y no
un milagro cualquiera − sería comparable al milagro de la Resurrección. La
creencia de que las brujas se juntaban en asambleas nocturnas, como
anteriormente se ha dicho, databa de muy antiguo. Pero la idea de que
ocurriese bajo los auspicios del demonio, era innovación de los demonólogos.

Contemplemos ahora la revisión cronológica que se ha hecho de la


persecución de brujas en Europa. No hace aún mucho tiempo que los
historiadores coincidían en culpar a la Inquisición del surgimiento de dicha
persecución.

Durante todo el siglo XIV cientos de hombres y mujeres, acusados de


brujería, habrían sido quemados por las Inquisiciones de Toulouse y
Carcasonne.

A partir de Hansen se sugiere también la seductora idea de que la


Inquisición, tras haber exterminado a cátaros y valdenses, se volcó sobre las
brujas para no quedarse inactiva.

La investigación más reciente ha demostrado algo totalmente distinto.


Todos los datos sobre la sangrienta caza de brujas en el sur de Francia se
remontan a un libro de divulgación escrito por el novelista francés
Lamothe−Langon (1829). A mediados de 1970 un historiador inglés y otro
americano demostraron, independientemente uno de otro, que las fuentes
medievales presentadas por Lamothe−Langon jamás existieron, sino que las
había inventado él para sazonar su relato (Cohn 1975; Yieckhefer 1976).

A raíz de este descubrimiento, la cronología se ha retrasado con casi


cien años. La nueva imagen que se perfila se puede resumir como sigue: Los
primeros aunque escasos informes datan de 1360. 0 sea, un siglo después de
la supuesta quema en Toulouse. No fue la Inquisición quien inició la
persecución sino la justicia civil en Suiza y Croacia. Resulta interesante ver
cómo la Inquisición de Milán no sabía qué hacer con dos caminantes
nocturnas, que en 1384 y 1390 confesaron haber participado en una especie
de aquelarre blanco en el que el hada Madonna Oriente les instruía en la
forma de ayudar a la gente a combatir la brujería.

Parece ser que la legalización de la caza de brujas tuvo su origen en


las exigencias del pueblo, que presionaba a los tribunales civiles. Poco a poco,
la Iglesia también hubo de adaptarse a esta corriente; pero la Inquisición no
aparece involucrada en ese tipo de persecuciones con anterioridad al siglo XV.

Con el fin de obtener una idea más exacta de la participación del Santo
Oficio en la caza de brujas, se ha examinado la relación de procesos hecha
por Richard Kieckhefer, y se ha podido comprobar que los procesos por
brujería propiamente dicha −en tanto cuanto estos puedan diferenciarse de

4 1
los procesos por magia− están repartidos entre tribunales civiles, episcopales
y de Inquisición.

De un cálculo aproximado de 1000 causas, el 63% fue juzgado por las


autoridades civiles; el 17% corresponde a tribunales episcopales, mientras
que el 20% corresponde a la Inquisición. La mitad de las 200 causas de que
se trata, se debieron al inquisidor Heinrich Institoris, cuya persecución de
brujas en el año 1484 había sido autorizada por una bula del papa Inocencio
VIII.

Teniendo en cuenta la gran inseguridad que los cálculos ofrecen, a


causa del material perdido y de la escasez de información sobre las cifras de
las víctimas, todo parece indicar que la Inquisición no jugó tan importante
papel, como invariablemente se le adjudica, en la persecución de brujos
durante la Edad Media.

Bueno, eso en cuanto a la Edad Media. Pero ¿qué puede decirse de la


Inquisición y la Edad Moderna?

Vewnos: Para el año 1525 aproximadamente, los tribunales


inquisitoriales de Europa se habían extinguido y la Era del Santo Oficio
medieval había tocado su fin. Entre tanto, una nueva forma de Inquisición
había visto la luz del día. Se trata de una Inquisición "moderna", instituida
sobre bases nacionales. La primera de este tipo se estableció en España, en
1478, con bula papal. A la Inquisición española, le siguieron la portuguesa
(1531), y la "romana" (1542)

3.− La oración de las brujas. Como convertirse en bruja.

Las Brujas han ocupado siempre en la tradición popular un lugar


preponderante. Entre muchos textos extraídos de la Tradición" está este
singular y antiguo texto que se ha venido repitiendo con variaciones a través
de las centurias. Era la manera de convertirse en Bruja, si una mujer
verdaderamente estaba predestinada a ello. Se acostumbraba a rezar antes
una oración:

Su rezo era una especie de "Padre Nuestro" es decir una oración


destinada a recibir los favores de "la oscuridad" y por la zona de Galicia
(España) se recitaba comúnmente:

Pai sodes noso escollido


Para vos a gloria dar.
Pai sodes noso soleante
Para gloria vos dar;
Pai sodes noso no Xardín
Para gloria nos dar
Amai vos este meu corpo
Pra vosa alma consolar
Amén.

También se rezaba otra pequeña oración que venía a ser un "Acto de


Fé" brujeril, este pequeño ejemplo procede de los casi desconocidos bosques
de Portugal:

Credo saiba de mim − En certa estou,


creio que non son padre − Na groria en que estou.
Creio e quero creer − Como elle o illudiu

4 2
se Antonio e un duro − Sua gloria o permitiu.

Al tocar las doce de una noche con luna llena y sábado tercero de un
año bisiesto, encenderás un fuego en la cocina, después recita 3 veces y
echando al fuego sal, incienso resina blanca alcanfor y azufre:

Mikael dios del sol y del rayo, Samuel dios de los volcanes, Anoel dios
de la luz, Astarot, Lucifer. Belzebú, espíritus superiores de los infiernos,
dominadores de las inmensidades etéreas, sumo poder del infierno, atiende al
ruego de la que aspira a ser tu esclava y transforma este fuego en las llamas
del infierno.

Coloca las brasas en un caldero de cobre en el cual arrojarás el


corazón de un macho cabrio, un sapo vivió y un cuarterón de azufre. Cuando
esto todo este humeando empezaras a desnudarte y te untarás el cuerpo con
manteca para después pronunciar estas frases mágicas:

Adonai, Sibila, Tiberina, Hermes, Magos, Dragones infernales. Gran


Pitonisa de Endor, dadme el poder de volar al aquelarre. Sombras que a estas
horas vagáis por el reino de las tinieblas, espíritus diabólicos, hijos de
Satanás, admitirme en vuestras saturnales y en vuestros aquelarres. Dacme
vuestra gracia, el valor y ciencia necesarios para practicar prodigios y ganar
fortunas. Dadme parte en vuestros ritos, vuestras alegrías y vuestros
tormentos. El fuego que el macho cabrio que os preside arroje su fuerza por
mi boca, inflame mi pecho y me haga acreedora a sus caricias y adoración.
Del rey de la noche y de todos vosotros soy esclava y sierva en cuerpo y
alma. A vosotros me entrego en cuerpo y alma. "Tenebras filio azpak Phares
Nishkhap Nisan."

4.− Salem: todas ellas eran brujas.

La epidemia de brujería de Salem de 1692 es uno de los capítulos más


oscuros en la historia de la intolerancia en el mundo. ¿Qué fue lo que causó la
cacería de brujas en Salem, después de que el genocidio femenino se
desvaneciera en Europa?. Muchos han sido los escritores e investigadores que
han buscado una respuesta a la pregunta anterior desde el siglo XVII.

Por ejemplo, los clérigos coloniales de Estados Unidos, vieron en


aquellos eventos la intervención directa del diablo para trastocar el bienestar
común puritano que se había construido sobre los preceptos bíblicos en el
nuevo continente. Autores posteriores hicieron a un lado la hipótesis
diabólica, enfocándose en otras causas, algunas de ellas tan risibles como la
de la presencia maléfica; nos remitiremos a las causas esbozadas y
embozadas en el siglo XVII.

Los puritanos ingleses que se asentaron en el siglo XVII en Nueva


Inglaterra creían, al igual que sus contrapartes europeos, en la existencia del
diablo, así como en la posibilidad de que la brujería afectara su vida diaria. Se
creía que las brujas eran seres humanos, especialmente mujeres, que habían
acordado servir al diablo. Como pago a los favores que el ángel caído les
otorgaba, las brujas debían traer la ruina a las comunidades cristianas donde
vivían.

En Europa existen documentos fechados en el siglo XV que ya hablan


de la persecución y quema de brujas. La brujería fue considerada desde
siempre una herejía contra la iglesia y el castigo por esta falta era la hoguera
o el empalamiento. Debido a su posición geográfica y a algunas diferencias

4 3
culturales y religiosas con el resto de Europa, Inglaterra escapó durante
varios años a la histeria de la quema de brujas. En la rubia albión, la brujería
era considerada una felonía contra el Estado, y los felones eran colgados. Las
mayores epidemias de brujas en Inglaterra ocurrieron durante periodos de
convulsión política o social, por ejemplo, durante la guerra civil, cuando, en el
decenio de 1640, alrededor de 200 brujas fueron ejecutadas. Pese a todo, el
actual Reino Unido aportó poca leña a la quema total de brujas en Europa,
cifra que se estima en 200 mil personas, casi todas mujeres.

Una de las comunidades más grandes que se estableció en una de las


bahías de Massachusetts fue precisamente la de Salem, que fue levantada por
ingleses en 1626. Para mediados de 1630, cuando la disponibilidad de tierra
estaba casi agotada y el deseo de sus pioneros de ampliar sus territorios
había crecido, otro grupo de colonos se estableció al oeste de Salem. Esta
última área pronto fue conocida como la aldea de Salem, que para 1660
también había prosperado notablemente en lo que concierne a la posesión de
tierras.

Una vez establecidos los nuevos colonos, éstos se percataron que los
vínculos que los unían con la Salem pionera cada vez eran más débiles, por lo
que empezaron a velar por sus propios intereses. Así, una de las primeras
exenciones que lograron con respecto a la madre Salem fue la de la vigilancia
y leyes militares. Para 1672, la independencia de los nuevos colonos era casi
un hecho, al permitírseles construir una parroquia.

Sin embargo, la parroquia nunca fue independiente de la iglesia que


regía lo mismo a la vieja que a la nueva Salem, por lo que la gente de este
último lugar, si deseaba hacer algún trámite eclesiástico, debía caminar varios
kilómetros en condiciones francamente hostiles. Asimismo, la iglesia de Salem
cobraba impuestos muy altos a su similar de la aldea. La lucha entre los dos
pueblos, uno por independizarse y el otro por mantener el control, desembocó
en una fractura religiosa que amenazaba estallar en cualquier momento. Para
febrero de 1687 arribaron a Salem los jueces John Hathorne y Bartholomew
Gedney, quienes a la postre ganarían una fama oscura, pues fueron las
autoridades más feroces en la caza de brujas que estaba por venir.

En 1689, los aldeanos de la joven Salem sentían que tenían la


independencia clerical a tiro de piedra y celebraron el nombramiento de su
cuarto ministro religioso, el reverendo Samuel Parris, quien era un hombre de
voluntad férrea que a menudo se refería en sus sermones al conflicto eterno
entre el bien y el mal, entre Cristo y Satán, así como a los enemigos que
acechaban dentro y fuera de la iglesia.

Por su parte, muchos clérigos de la madre Salem se referían


continuamente a los nuevos colonos como personas poco temerosas de Dios
que llevaban una vida licenciosa, y sugerían que tales faltas serían castigadas
algún día no muy lejano por el Altísimo. Ese día no muy lejano se presentó a
finales de enero y principios de febrero de 1692, cuando Betty, de nueve años
de edad, y Abigail Williams, de 11 hija y sobrina del reverendo Parris,
respectivamente, además de Ann Putman, Mary Walcott y la esclava india de
Parris, Tituba, fueron acusadas de sufrir aflicciones.

¿A qué aflicciones se referían los acusadores? Un reverendo de nombre


John Hale especificó de la manera siguiente los síntomas aflictivos: Esas niñas
han sido mordidas y pinchadas por agentes invisibles; sus brazos, cuellos y
espaldas así lo demuestran En ocasiones permanecen mudas, sus bocas se
detienen, sus gargantas se cierran, sus labios se tuercen y su tormento es tan
fuerte que podría conmover a una piedra; hay que sentir compasión por ellas.

4 4
Una vez que se determinó que los síntomas de las jóvenes afligidas no
pertenecían a ningún tipo de epilepsia y después de comparar su caso con
otro similar ocurrido tres años atrás en Boston, la gente de Salem llegó a la
conclusión de que estaba frente a un caso clásico de embrujamiento.

Los adultos presionaron a las jóvenes para que éstas identificaran a los
agentes que les estaban haciendo daño. Por otro lado, una mujer llamada
Mary Sibley denunció que Tituba, la esclava del reverendo Parris, había
cocinado un pastel utilizando, además de los ingredientes habituales, la orina
de las niñas. La gente ya no tuvo dudas y aseguró: El diablo se ha levantado
entre nosotros y su furia es vehemente y terrible, tal y como lo escribió en su
diario personal el propio reverendo ¡Samuel Parris!

Finalmente, para llegar al fondo de las cosas, fueron llamados tres


atormentadores, quienes, con su acostumbrada paciencia y eficacia,
arrancaron no solamente la verdad a las acusadas sino también algunos
trozos de carne viva de éstas. En medio de gritos de dolor, de intolerancia
religiosa y racial, dio inicio la peor cacería de brujas que el nuevo mundo
tenga memoria, un concepto que ha quedado inscrito en el gran diccionario
de la infamia humana y que se exhuma cada vez que el odio de cualquier
calaña cabalga alegremente por las amplias llanuras de la historia.

5.− Mujeres sabias: brujas, universo femenino de


sombras.

El reino de las brujas se ha erigido lo mismo en las parcelas infantiles


de los cuentos de hadas que en el largo devenir de los mitos; desde ahí, la
bruja ha encantado la conciencia humana durante miles de años. Para los
psicólogos sociales según Carole Fontaine, profesora de la materia Viejo
testamento en la Escuela Teológica Andover Newton, la bruja representa
definitivamente el lado oscuro de la presencia femenina. Es la sombra. Es la
mujer fuera de todo control.

¿Qué es una bruja? ¿Cuándo se originaron las creencias en este ser


fantástico? ¿Existen o sólo son creaciones bizarras de la imaginería humana?
Las preguntas podrían extenderse de manera ilimitada, aunque lo cierto es
que con el paso de los siglos la imagen de la bruja ha sufrido una
transformación extraña. En la antigua Escandinavia, Freya, la diosa de las
profecías, surca los cielos en un carruaje. En la mitología griega es una mujer
hermosa poseedora de sortilegios mortales. La hechicera Circe encantó con
sus brebajes mágicos en forma vino de miel a los marineros de Ulises.
Después, con el toque de su vara mágica, convertía a los hombres en cerdos.
Todavía muchos siglos atrás, en la tradición hebrea, una mujer llamada Lilith,
de cabello largo y rojo, irrumpía en los hogares desprotegidos para robar
niños y el semen de los hombres.

La imagen de la bruja ha dejado su impronta en la conciencia


moderna. No obstante, en sus orígenes primitivos los seres femeninos
mágicos que poseían poderes sobrenaturales no eran vistos como fuentes de
maldad. Por ello algunos investigadores del folklore de los pueblos hallan la
génesis de la bruja en las deidades antiguas, cuyos poderes eran benignos.

Aquellas diosas, objetos de decenas de esculturas cuya antigüedad se


remonta a más de dos mil años, fueron reverenciadas por sus habilidades
mágicas para alentar la fertilidad de los campos. Deidades de creación
todopoderosa manejaban a su antojo las fuerzas ocultas del universo.
Durante miles de años, también, han recibido muchos nombres, pero todas

4 5
fueron diosas supremas que presidían el congreso de las fuerzas sagradas de
la vida y de la muerte, reverenciadas por aquellos que dependían de la tierra
para su supervivencia. Elizabeth Say, profesora asociada de la Universidad
Estatal de Estudios Religiosos, en Northridge, California, apunta: La gente que
dependía de la tierra para su sustento, de los ciclos de la naturaleza, de las
capacidades reproductoras de la tierra, asociaba las fuerzas naturales con el
cuerpo femenino, por lo que la identificación de lo femenino con lo sagrado
poseía un sentido lógico.

¿Cuáles eran los poderes mágicos que poseían las mujeres sabias?
Registros de la antigua Turquía describen cómo la mujer sabia se sentaba
dentro de un círculo sagrado, dibujado con sal, para recitar conjuros mágicos.
Sus objetos rituales eran simples, aunque se creía que poseían poderes
dirigidos a la salud y protección. Eran personajes positivos en sus sociedades.
Ningún rey tomaba decisiones sin su consejo. Los ejércitos no podían
recobrarse de una derrota de no mediar los rituales sagrados de las sabias.
Ningún bebé podía nacer sin ayuda de las deidades.

¿Dónde se produce la gran bifurcación entre la expedición de


ceremonias sagradas y los rituales que más adelante serían conocidos como
brujería? Carole Fontaine dice al respecto: Una de las cosas que a menudo
vemos en el desarrollo de la historia de las religiones es el papel
predominante que las diosas jugaron en la cosmogonía de los pueblos y que
paulatinamente perdieron.

Otros investigadores consideran que cuando los hebreos se asentaron


en la tierra de Canán, alrededor del 1300 antes de nuestra era, impusieron la
visión patriarcal de su origen. Algunos creen que en la historia de la creación
bíblica, Eva es la versión mortal de la deidad antigua Ashtaroth. En el Jardín
del Edén es a Eva a quien se responsabiliza por la caída de toda la
humanidad. Obedeciendo las leyes de la Biblia, los hebreos condenaron la
brujería como una práctica pagana, prohibiéndola en cada uno de los rincones
de la tierra de Canán.

Paradójicamente, a pesar de la prohibición, una de las historias más


misteriosas de la Biblia describe un encuentro mágico entre un rey bíblico y
una bruja. Esta historia se ubica en un periodo en que el rey Saúl libra una
batalla feroz contra los enemigos más poderosos de los israelitas. En la
víspera de la batalla de Gilboa, el atribulado rey se reúne con una hechicera
prohibida, con la esperanza de que ella conjure a un espíritu que pueda
aconsejarlo desde la tumba. Es un relato fascinante, ya que precisamente fue
Saúl quien casi desapareció a las brujas de la faz de la tierra.

Saúl visita a la bruja en la villa de Endor, en las afueras de Nazaret. Le


pide que conjure al profeta Samuel, quien reposa en su tumba, para sí recibir
la sabiduría que el rey requiere para la batalla. Sin embargo, el fantasma de
Samuel no trae consigo buenas nuevas, pues predice al rey que éste morirá
en la batalla. La predicción se cumple al día siguiente.

¿Qué hace una historia así en la sagrada Biblia, en una época ominosa
para la brujería? Es uno de los misterios más antiguos que aún permanece sin
respuesta.

6.− Más mujeres, más brujas: la herbolaria, motivo de


persecución.

Pocas conductas en la historia de la humanidad se han salvado de la

4 6
represión. Las hierbas, aunque parezca increíble, también han sido motivo de
persecución, sobre todo las que cumplían una función contraceptiva. Las
hierbas han acompañado a la mujeres en su larga lucha por evitar embarazos
no deseados.

En Italia, a finales de la Edad Media, los miembros de una secta de


fertilidad denominada I Benandanti mantuvieron entretenidos duelos con unas
presuntas brujas de la localidad, quienes al parecer practicaban el control
natal y el aborto. La Inquisición, para que no se pensara que actuaba de
manera parcial, colocó a ambos grupos en el cadalso. Tales son los primeros
debates entre la curandería que a fin de cuentas desembocaría en la medicina
y la iglesia católica, la cual llegó a sugerir hinchada de fervor religioso en
favor de la procreación que incluso el esperma era proclive de contener
almas. Por el otro lado se estableció la medicina, que también se volvía
menos tolerante y más profesional.

En la imaginación popular las brujas han estado siempre asociadas con


la escoba. Empleada por ellas para volar por el aire, generalmente para
dirigirse a los aquelarres. Esta creencia parece ser casi universal en todos los
tiempos y regiones.

La escoba esta conectada con la varita mágica, ya que desde siempre


se ha asociado con el servicio de la equitación mágica.

La madera de que estaban hechas ambas, era a menudo, según rezan


los grimorios de avellano y olmo escocés. Aunque en tiempos de Delancre, las
brujas del sur de Francia, preferían la madera llamada "Souhandourna", que
era la "Cornus Sanguinea", la llamada popularmente "Madera de Perro".

En medio de huracanes y tempestades, en el mismo corazón de la


oscura tormenta, el convoy de brujas, montando a horcajadas en sus
escobas, viajaba rápido hacia el aquelarre, profiriendo blasfemias y lujuriosas
risotadas.

Sus horrendas risas y maléficas blasfemias sonaban más alto que el


choque de los elementos desatados en el cielo, y se mezclaban con temible
desacuerdo con el frenético sonido del vendaval y el horroroso aullido de los
lobos.

7.− Una religión oscura: el renacimiento de la práctica de


la brujería.

A través de las centurias la imagen de la bruja declinó ostensible y


gradualmente. Para principios del siglo XX, la hechicera atemorizante había
sido reducida a una figura grotesca de Halloween o en sinónimo de suripanta.
Peso a todo, en lo que es un fenómeno sorprendente, la bruja y sus antiguas
artes han experimentado un dramático renacimiento en este fin de siglo.

Alrededor de 200 mil hombres y mujeres de Estados Unidos y Europa


actualmente practican y estudian de algún modo la brujería. ¿Por qué, en
países con una amplia y oscura tradición de acosamiento a la brujería, los
individuos deciden transitar por un camino alguna vez considerado ominoso?
Según Marie Guerrero, suprema sacerdotisa del Templo de los Nueve Velos,
con sede en Los Ángeles, la brujería se ha ido desprendiendo de
interpretaciones erróneas; por ejemplo, los rostros verdes y los sombreros de
pico; la voladora nocturna; el concubinato con el diablo. Existen demasiadas
connotaciones negativas y mitos sobre las brujas, aunque yo les aseguró que

4 7
no son ciertas.

¿Qué estimuló el renacimiento moderno de la brujería? Los


investigadores han localizado ese renacimiento en la obra sorprendente de
una joven arqueóloga británica llamada Margaret Murray. En su libro no
exento de controversia, The Witch Cult in Western Europe, publicado en 1921,
Murray presentó una teoría novedosa: que en la historia de Europa, la
brujería no fue simplemente un culto oscuro sino una fuerza religiosa
dominante. Argumentó que las brujas perseguidas durante los siglos XV, XVI
y XVII practicaban una religión pagana de amplia aceptación en el viejo
continente.

La visión romántica de Murray, de un culto poderoso de brujas, fue


desechada por la mayoría de los historiadores. No obstante, el libro reactivó
la fascinación por la brujería. Para mediados del presente siglo, la brujería
moderna se convirtió en un sendero espiritual para miles de creyentes,
quienes denominaron a su nueva religión Wicca, término derivado de una
antigua palabra anglosajona que significa arte de la sabiduría. Inspiradas por
sus orígenes remotos, las brujas modernas basan sus conocimientos en los
elementos rituales más simples velas, hierbas, incienso y cristales, los cuales,
según los creyentes, están imbuidos de propiedades mágicas. La forma en
que funcionan dichos poderes se reduce a controlar las fuerzas de la
naturaleza.

De todos los rituales de la brujería contemporánea, el Sabbath es


quizá el más importante. Hay que apuntar que el moderno Sabbath no tiene
ninguna relación con el ritual llevado a cabo en la época en que la quema de
brujas alumbró los horizontes culturales tanto de Europa como de Estados
Unidos. Es decir, los pactos con el diablo han quedado en el olvido. El
Sabbath actual se realiza a mediados de verano, en la noche más corta del
año. Brujas y brujos se reúnen en las colinas y juntos celebran la estación.
Para las brujas de este fin de siglo, como para las que esculpieron la leyenda,
lo divino no está separado del mundo. Todo lo contrario, el mundo es el plano
de lo sacro. No hay ningún lugar a dónde ir, simplemente el cambio es
continuo y eterno, siempre de manera circular.

La brujería de nuestros tiempos no se ha mantenido al margen de la


moda light. Atrás quedaron las épocas en que un simple testimonio oral,
proviniera de donde proviniera, era más que suficiente para convertir en
aceite a la hechicera más recalcitrante. Hoy, las amantes de la noche utilizan
sus poderes para redactar libros de recetas afrodisíacas, horóscopos, cursos
de aromaterapia, fabricación de velas multicolores y de vez en cuando para
hacer unas cuantas limpias. ¿Por qué? Simplemente porque las brujas
modernas se adhieren a su código ético, de Haz lo que tienes que hacer, pero
sin lastimar a nadie, tal y como lo señala Janet Farrar, autora del libro The
Witches´ Way: Cuando te conviertes en una bruja, lo primero que tienes que
aprender es acerca del poder natural del universo, que está alrededor de
todos nosotros y que utilizamos todo el tiempo. Puedes quemarte los dedos
con él. Por eso lo debes utilizar sabiamente, en un sentido siempre positivo.

Carole Fontaine, profesora de Viejo Testamento en la Andover Newton


Theological School, es un poco más explícita en el tema: Creo que la gente de
hoy, por lo menos la de este siglo, no cree en la brujería, puesto que vive en
un mundo mecanizado. La materia está muerta para nosotros. Es algo que
debe ser explotado. No está imbuida con poderes mágicos. Considero, sin
embargo, que debemos empezar por remover el viejo universo newtoniano,
que debemos movernos a través de un universo de posibilidades infinitas
planteado por Einstein, dentro de un mundo posmoderno, donde

4 8
comprendamos poderosamente el efecto de los eventos al azar y el efecto de
la observación.

El siglo XX se ha distinguido por la convivencia de viejas y nuevas


creencias, así como de renacimientos, en el que la bruja ha regresado una
vez más a reclamar su antigua herencia, que ha sido etiquetada como
maligna, pero que a partir de las investigaciones de Margaret Murray han
tomado un renovado sesgo, inclinándose a rescatar un legado de sabiduría
tradicional y natural. Y algo han obtenido las brujas en esta época de
escepticismo e indiferencia: que la Wicca, el sendero espiritual de las
voladoras nocturnas, actualmente tenga la categoría de religión y que, al
igual que otras religiones, descansa en sus propios dogmas, que en este caso
son la fe en los poderes divinos y el respeto profundo en las fuerzas de la
naturaleza.

PROLOGO

El más famoso de todos los libros sobre brujería, Malleus Maleficarum


(El martillo de los brujos) fue escrito en 1486 por dos monjes dominicos. En
el acto, y a lo largo de los tres siglos siguientes, se convirtió en el manual
indispensable y la autoridad final para la. Inquisición, para todos 'los jueces,
magistrados y sacerdotes, católicos y protestantes, 'en la lucha contra la
brujería en Europa.

Abarcaba los poderes y prácticas de los brujos, sus relaciones con el


demonio, su descubrimiento. La Inquisición, la hoguera, la tortura, mental y
física, de la cruzada contra 'la brujería: todo esto es conocido. Y detrás de
cada uno de los actos sanguinarios se encontraba este libro, a la vez
justificación y manual de 'instrucción. Para cualquier comprensión de la
historia y naturaleza de la brujería y el satanismo, Malleus Maleficarum es la
fuente importante. La primera fuente.

Los AUTORES:

Heinrich Kramer nació en Schlettstadt, ciudad de la baja Alsacia, al


sudeste de Estraburgo. A edad temprana ingresó en la Orden de Santo
Domingo y luego fue nombrado Prior de la Casa Dominica de su ciudad natal.
Fue predicador general y maestro de teología sagrada. Antes de 1474 se lo
designó Inquisidor para el Tirol, Salzburgo, Bohemia y Moravia. Jacobus
Sprenger nació en Basilea. Ingresó como novicio en la Casa Dominica de esa
ciudad en 1452. 'Se graduó de maestro de teología y fue elegido Prior 'y
Regente de Estudios del convento de Colonia. En 1480 se lo eligió decano de
la facultad de Teología de la Universidad. En 1488, Provincial de toda la
Provincia Alemana.

Ambos fueron nombrados Inquisidores con poderes especiales, por


bula papal de Inocencio VIII, para que investigasen los delitos de brujería de
las provincias del norte de Alemania. Malleus Maleficarum es el resultado final
y autorizado de esas investigaciones y estudios.

Los EDITORES

4 9
BULA DE INOCENCIO VIII

5 0
I
nocencio, Obispo, Siervo de los siervos de Dios, para eterna memoria
Nos anhelamos con la m–s profunda ansiedad, tal como lo requiere
Nuestro apostolado, que la Fe Cat‡lica crezca y florezca por doquier,
en especial en este Nuestro d¤a, y que toda depravaci‡n her◊tica sea alejada
de los l¤mites y las fronteras de los fieles, y con gran dicha proclamamos y
aun restablecemos los medios y m◊todos particulares por cuyo intermedio
Nuestro piadoso deseo pueda obtener su efecto esperado, puesto que cuando
todos los errores hayan sido desarraigados por Muestra diligente obra,
ayudada por la azada de un providente agricultor, el celo por nuestra Santa
Fe y su regular observancia que dar–n impresos con m–s fuerza en los
corazones de los fieles. Por cierto que en los Âltimos tiempos lleg‡ a
Nuestros o¤dos, no sin afligirnos con la m–s amarga pena, la noticia de que
en algunas partes de Alemania septentrional, as¤ como en las provincias,
municipios, territorios, distritos y di‡cesis de Magancia, Colonia, Tr◊veris,
Salzburgo y Bremen, muchas personas de uno y otro sexo, despreocupadas de
su salvaci‡n y apartadas de la Fe Cat‡lica, se abandonaron a demonios,
¤ncubos y sÂcubos, y con sus encantamientos, hechizos, conjuraciones y otros
execrables embrujos y artificios, enormidades y horrendas ofensas, han
matado niflos que estaban aÂn en el Âtero materno, lo cual tambi◊n hicieron
con las cr¤as de los ganados; que arruinaron los productos de la tierra, las
uvas de la vid, los frutos de los –rboles; m–s aun, a hombres Y mujeres,
animales de carga, rebaflos y animales de otras clases, vifledos, huertos,
praderas, campos de pastoreo, trigo, cebada Y todo otro cereal; estos
desdichados, adem–s, acosan y atormentan a hombres Y mujeres, animales de
carga, rebaflos y animales de otras clases, con terribles dolores Y penosas
enfermedades, tanto internas como exteriores; impiden a los hombres realizar
el acto sexual y a las mujeres concebir, por lo cual los esposos no pueden
conocer a sus mujeres, ni ◊stas recibir a aqu◊llos; por afladidura, en forma
blasfema, renuncian a la Fe que les pertenece por el sacramento del
Bautismo, y a instigaci‡n del Enemigo de la Humanidad no se resguardan de
cometer y perpetrar las m–s espantosas abominaciones y los m–s asquerosos
excesos, con peligro moral para su alma, con lo cual ultrajan a la Divina
Majestad y son causa de esc–ndalo y de peligro para muchos. Y aunque
Nuestros amados hijos Heinrich Kramer y Jacobus Sprenger, profesores de
teolog¤a de la orden de los Frailes Predicadores, han sido nombrados, por
medio de Cartas Apost‡licas, Inquisidores de estas depravaciones her◊ticas, y
lo son aÂn, el primero en las ya mencionadas regiones de Alemania
septentrional en las que se incluyen los ya citados municipios, distritos,
di‡cesis y otras localidades espec¤ficas, y el segundo en ciertos territorios
que se extienden a lo largo de las m–rgenes del R¤n, no obstante ello, no
pocos cl◊rigos y laicos de dichos pa¤ses tratan, con excesiva curiosidad, de
enterarse de m–s cosas de las que les conciernen, y como en las ya aludidas
cartas delegatorias no hay menci‡n expresa y espec¤fica del nombre de estas

5 1
provincias, municipios, di‡cesis y distritos, y dado que los dos delegados y las
abominaciones que deber–n enfrentar no se designan en forma detallada y
especial, esas personas no se avergËenzan de aseverar, con la m–s absoluta
desfachatez, que dichas enormidades no se practican en aquellas provincias,
y que en consecuencia los mencionados Inquisidores no tienen el derecho
legal de ejercer sus poderes inquisitoriales en las provincias, municipios,
di‡cesis, distritos y territorios antes referidos, y que no pueden continuar
castigando, condenando a prisi‡n y corrigiendo a criminales convictos de las
atroces ofensas y de las muchas maldades que se han expuesto. Por
consiguiente, en las referidas provincias, municipios, di‡cesis y distritos, las
abominaciones y enormidades de que se trata permaneces apunes, no sin
manifiesto peligro para las almas de muchos y amenaza d8 eterna
condenaci‡n. Por cuanto Nos, como es Nuestro deber, Nos sentimos
profundamente deseosos de eliminar todos los impedimentos y obst–culos que
pudieren retardar y dificultar la buena obra de los Inquisidores, as¤ como de
aplicar potentes remedios para impedir que la enfermedad de la herej¤a y otras
infamia dan su ponzofla pace destrucci‡n de muchas almas inocentes, y como
Nuestro celo por la Fe nos incita a ello en especial, y para que estas
provincias, municipios, di‡cesis, distritos y de Alemania, que ya hemos
especificado, no se vean privados de los beneficios del Santo Oficio a ellos
asignado, por el tenor de estos presentes, y en virtud de Nuestra. Autoridad
Apost‡lica, decretamos y mandamos que los mencionados Inquisidores tengan
poderes para proceder a la correcci‡n, encarcelamiento y castigo justos de
cualesquiera personas, sin impedimento ni obst–culo algunos, en todas las
maneras, como si las provincias, municipios, di‡cesis, distritos, territorios, e
inclusive las personas y sus delitos, hubiesen sido espec¤ficamente nombrados
y particularmente designados en Nuestras cartas. M–s aun, decimos, y para
mayor seguridad extendemos estas cartas, de delegaci‡n de esta autoridad, de
modo que alcancen a las aludidas provincias, municipios, di‡cesis, distritos y
territorios, personas y delitos ahora referidos, y otorgamos permiso a los
antedichos Inquisidores, a cada uno de ellos por separado o a ambos, as¤ como
tambi◊n a Nuestro amado hijo Juan Gremper, cura de la di‡cesis de Constanza,
Maestro en Artes, como su notario, o a cualquier otro notario pÂblico que
estuviere junto a ellos, o junto a uno de ellas, temporariamente delegado en
las provincias, municipios, di‡cesis, distritos y aludidos territorios, para
proceder, en consonancia con las reglas de la Inquisici‡n, contra
cualesquiera personas, sin distinci‡n de rango ni estado patrimonial, y para
corregir, multar, encarcelar y castigar segÂn lo merezcan sus delitos, a
quienes hubieren sido hallados culpables, adapt–ndose la pena al grado del
delito. M–s aun, decimos que disfrutar–n de la plena y total facultad de
exponer y predicar la palabra de Dios a los fieles, tan a menudo como la
oportunidad se presentare y a ellos les pareciere adecuada, en todas y cada
una de las iglesias parroquiales de dichas provincias, y podr–n celebrar libre

5 2
y legalmente cualesquiera ritos o realizar cualesquiera actos que parecieren
aconsejables en los casos mencionados. Por Nuestra suprema Autoridad, les
garantizamos nuevamente facultades plenas y totales. Al mismo tiempo, y por
Cartas Apost‡licas, solicitamos a Nuestro venerable Hermano el Obispo de
Estrasburgo* que por si mismo anuncie o por medio de otros haga anunciar el
contenido de Nuestra Bula, que publicar– con solemnidad cuando y siempre lo
considere necesario, o cuando ambos Inquisidores o uno de ellos le pidan que
lo haga. Tambi◊n procurar– que en obediencia a Nuestro mandato no se los
moleste ni obstaculice por autoridad ninguna, sino que amenazar– a todos los
que intenten molestar o atemorizar a los Inquisidores, a todos los que se les
opongan, a esos los rebeldes, cualesquiera fuere su rango, fortuna, posici‡n,
preeminencia, dignidad o condici‡n, o. ,cualesquiera sean los privilegios de
exenci‡n que puedan reclamar, con la excomuni‡n, la suspensi‡n, la
interdicci‡n y penalidades, censuras y castigos aun m–s terribles, como a ◊l le
1pluguiere, y sin derecho alguno a apelaci‡n, y que segÂn su deseo puede por
Nuestra autoridad acentuar y renovar estas penalidades, tan a menudo como
lo encontrare conveniente, y llamar en su ayuda, si as¤ lo deseare, al brazo
Secular Non obstantibus .
Que ningÂn hombre, por lo tanto. Pero si alguno se atreviere a hacen tal
cosa, Dios no lo quiera,. hacedle saber que sobre ◊l caer– la ira de Dios
todopoderoso, y de los Santos Ap‡stoles Pedro y Pablo. Dado en Roma, en San
Pedro, el 9 de diciembre del Aflo de la Encarnaci‡n de Nuestro Seflor un mil y
cuatrocientos y cuarenta y ocho, en el primer Aflo de Nuestro pontificado.
1 È Alberto de Baviera 1478-1508. ( de.

PRIMERA PARTE
Que trata de los tres concomitantes necesarios de la brujer¤a, cuales son el
demonio, un brujo y el permiso de Dios Todopoderoso

A QUý COMIENZA AUSPICIOSAMENTE LA PRIMERA PARTE DE ESTA


OBRA.
P R E G U N T A . De si la creencia de que seres como las brujas existen es parte
tan esencial de la fe cat‡lica, que mantener con obstinaci‡n la opini‡n
contraria tiene un manifiesto sabor a herej¤a.
Y se afirma que una s‡lida creencia en los brujos no es doctrina cat‡lica:
v◊ase el cap¤tulo 26, pregunta 5 de la obra de Ep¤scopo. Quien crea que
cualquier criatura puede ser cambiada para mejor o para peor, o
transformada en otra cosa u otro ser, por cualquiera que no sea el Creador
de todas las cosas, es peor que un pagano y un hereje. De manera que cuando
informan que tales cosas son efectuadas por brujos, su afirmaci‡n no es

5 3
cat‡lica, sino simplemente her◊tica. M–s aun, no existe acto de brujer¤a que
posea efecto permanente entre nosotros. Y esta es la prueba de ello: que si as¤
fuera, ser¤a efectuada por obra de los demonios. Pero asegurar que el diablo
tiene el poder de cambiar los cuerpos humanos e infligirles daflo permanente
no parece estar de acuerdo con las enseflanzas de la Iglesia. Porque de este
modo podr¤an destruir el mundoù entero, y llevarlo a la m–s espantosa
confusi‡n.
M–s aÂn, toda alteraci‡n que se produce en el cuerpo humano -por ejemplo el
estado de salud o el de enfermedad ò puede atribuirse a causas naturales,
como nos lo demostr‡ Arist‡teles en su s◊ptimo libro de la F¤sica. Y la mayor
de estas causas es la influencia de las estrellas. Pero los demonios no pueden
inmiscuirse en el movimiento de las estrellas. Esta es la opini‡n de Dionisio en
su ep¤stola, a San Policarpo. Porque eso s‡lo puede hacerlo Dios. Por lo tanto
es evidente que los demonios no pueden en verdad efectuar ninguna
transformaci‡n permanente en los cuerpos de los humanos; es decir, ninguna
metamorfosis real Y de ese modo debemos atribuir la aparici‡n de cualquiera
de esos cambios a alguna causa oscura y oculta.
Y el poder de Dios es m–s fuerte que el del diablo, as¤ que las obras divinas
son m–s verdaderas que las demoniacas. De donde, cuando el mal es poderoso
en el mundo, tiene que ser obra del diablo, en permanente conflicto con la de
Dios. Por lo tanto, como es ilegal mantener que las malas artes del demonio
pueden en apariencia superar la obra, de Dios, del mismo modo es ilegal creer
que las m–s nobles obras de la creaci‡n, es decir, los hombres y los animales,
puedan ser dafladas o estropeadas por el poder del diablo.
M–s aun, que lo que se encuentra bajo la influencia de un objeto material no
puede tener poder sobre los objetos corp‡reos. Pero los demonios est–n
subordinados a ciertas influencias de las estrellas, porque los magos
observan el curso de determinadas estrellas para invocar a los demonios. Por
lo tanto, ellos carecen del poder de provocar cambio alguno en un objeto
corp‡reo, y de ah¤ que las brujas poseen menos poder que los demonios.
Porque ◊stos no tienen poder alguno, salvo cierto arte sutil. Pero un arte no
puede producir permanentemente una forma verdadera. (Y cierto autor dice:
los que escriben sobre alquimia saben que no existe .esperanza de ninguna
trasmutaci‡n real.) Por lo tanto los demonios, por su parte, mediante el uso
de lo m–s selecto de su industria, no pueden producir curaciones permanentes,
ni permanentes enfermedades. Pero si tales estados existen, se debe en verdad
a otra causa, que puede ser desconocida y que nada tiene que ver con las
obras de diablos o brujos.
Pero segÂn las Decretales (33), el caso es el inverso. öSi por brujer¤a o por
cualquier arte m–gica permitida por el oculto pero just¤simo designio de Dios,
y con la ayuda del poder del demonio, etc ....õ Esto se refiere a cualquier acto

5 4
de brujer¤a, que pueda impedir la finalidad del matrimonio, v para que este
impedimento produzca efecto pueden concurrir tres causas, a saber: la
brujer¤a, el demonio y el permiso de Dios. M–s aun, la m–s fuerte puede influir
sobre la que lo sea menos. Pero el poder del demonio es m–s
fuerte que cualquier poder humano (Job, XL). No hay en la tierra poder que
pueda compararse con el suyo, que fue creado de modo que no temiese a nadie.
R e s p u e s t a . He aqu¤ tres errores her◊ticos que se deben enfrentar, y cuando
se hayan refutado se ver– la verdad con sencillez. Porque ciertos autores
que pretenden basar su opini‡n en las palabras de Santo Tom–s (IV, 24),
cuando trata de los impedimentos causados por los encantamientos m–gicos,
intentaron afirmar que no existe la magia, y que ella s‡lo est– en la
imaginaci‡n de los hombres que atribuyen efectos naturales, cuyas causas no
son conocidas, a la brujer¤a y los hechizos.
Hay otros que reconocen, por cierto, que los brujos existen, pero declaran
que la influencia de la magia y los efectos de los sortilegios son puramente
imaginarios y fant–sticos. Un tercer tipo de escritores sostiene que los
efectos que segÂn se dice causan los hechizos m–gicos son por completo
ilusorios y fantasiosos, aunque bien pudiera ser que el diablo asista a algunos
brujos.
De esta manera, es posible exponer y refutar los errores de cada una de estas
personas. Porque, en primer lugar, muchos escritores ortodoxos, en especial
Santo Tom–s, demostraron que sus opiniones son desde todo, punto de vista
her◊ticas; este autor sostiene que tales opiniones son en absoluto contrarias
a la autoridad de los santos, y que se basan en una total infidelidad. Porque
la autoridad de las Sagradas Escrituras dice que los demonios tienen poder
sobre los cuerpos y las mentes de los hombres, s‡lo cuando Dios les permite
ejercer ese poder, tal como se desprende con claridad de varios pasajes de las
Escrituras. Por lo tanto, yerran quienes dicen que la brujer¤a no existe, sino
que es algo puramente imaginario, aunque no creen que los diablos existan,
salvo en la imaginaci‡n de la gente ignorante y vulgar, y los accidentes
naturales que le ocurren al hombre los atribuye ◊l por error a un supuesto
demonio. Pues la imaginaci‡n de algunos hombres es tan v¤vida, que les hace
creer que ven figuras y apariciones reales, que no son otra cosa que el
reflejo de sus pensamientos, y entonces ◊stos son tomados por apariciones de
esp¤ritus malignos, y aun por espectros de brujas. Pero esto es contrario a la
verdadera fe, que nos ensefla que ciertos –ngeles cayeron del cielo y ahora
son demonios, y debemos reconocer que por naturaleza son capaces de hacer
cosas que nosotros no podemos. Y quienes tratan de inducir a otros a realizar
tales maravillas de malvada ¤ndole son llamados brujos o brujas. Y como le,
infidelidad en una persona bautizada se denomina t◊cnicamente herej¤a, esas
personas son lisa, y llanamente herejes. En lo qu◊ se refiere a quienes

5 5
sostienen los otros dos errores, es decir, quienes no niegan que haya
demonios y que ◊stos posean un poder natural, pero que difieren entre s¤
acerca de los posibles efectos de la magia y de las posibles obras de los
brujos: escuela, una, que afirma que ◊stos pueden en verdad provocar
determinados efectos, y que sin embargo tales efectos no son reales, sino
fant–sticos, mientras que la otra escuela admite que es verdad que algÂn
daflo real cae sobre la persona o personas atacadas, pero que cuando un
brujo imagina que este daflo es efecto de sus artes, se engafla groseramente.
Este error parece basarse en dos pasajes de los C–nones en los cuales se
condena a unas mujeres por imaginar falsamente que durante la noche
cabalgaban con Diana o Herod¤as. Esto puede leerse en el Canon. Sin
embargo, puesto que tales cosas suceden a menudo por ilusi‡n, quienes
suponen que todos los efectos de las brujer¤as son simple ilusi‡n e
imaginaci‡n, se equivocan en grande. En segundo lugar, con respecto a un
hombre que cree o afirma que una criatura puede ser hecha o trasformada
para mejor o para peor, o convertida en otra cosa o semejanza, Por
cualquiera que no sea Dios, Creador de todas las cosas, dicho hombre es un
infiel y peor aun que un pagano. Por lo que, y teniendo en cuenta las palabras
ötrasformado para peorõ dicen que si tal efecto es provocado por brujer¤a, no
puede ser real, sino que debe ser pura fantas¤a.
Pero como estos errores saben a herej¤a y contradicen el sentido del Canon,
primero probaremos nuestras afirmaciones por medio de la ley divina, as¤
como por la ley eclesi–stica y civil, pero ante todo de manera general
Por empezar, las expresiones del Canon deben ser tratadas en detalle (aunque
el sentido del Canon quedar– m–s en claro aun en el interrogante siguiente).
Porque en muchas partes la ley divina ordena que no s‡lo se debe evitar a los
brujos, sino que tambi◊n tienen que ser ejecutados, y en verdad no impondr¤a
esta pena extrema si los brujos no hicieran reales y aut◊nticos pactos con los
demonios para provocar daflos y males verdaderos. Pues la pena de muerte se
impone s‡lo en casos de delitos graves y notorios, pero a veces adopta la
forma de muerte del alma, que puede ser causada por el poder de una ilusi‡n
fant–stica o aun por la tensi‡n de la tentaci‡n. Esta es la opini‡n de Santo
Tom–s, cuando considera si es malo utilizar la ayuda de los demonios (II, 7).
Pues en el cap¤tulo 18 del Deuteronomio se ordena la destrucci‡n de todos los
magos y encantadores. Tambi◊n el Lev¤tico dice, en su cap¤tulo 19: öNos os
volv–is a los encantadores o adivinos; no los consult◊is ensuci–ndoos con
ellos; yo pondr◊ mi rostro contra tal var‡n, y lo apartar◊ de su puebloõ.
Asimismo en el 20: öY el hombre ola mujer que evocaren esp¤ritus de muertos o
se entregaren a la adivinaci‡n, han de ser muertos; los apedrear–n con
piedras; su sangre sobre ellosõ. Se dice que son adivinas las personas en
quienes los demonios han obrado cosas extraordinarias.
M–s aun, debe recordarse que a causa de este pecado enferm‡ Ocoz¤as y muri‡

5 6
(IV, Reyes, 22). Igualmente SaÂl, segÂn I Paralip‡menos, 10. Tenemos, adem–s,
las autorizadas opiniones de los Padres que comentaron las Escrituras y que
trataron en detalle sobre el poder de los demonios y las artes m–gicas.
Pueden consultarse los escritos de muchos doctores acerca del Libro 2 de las
Sentencias, y se comprobar– que todos concuerdan en decir que existen brujos
y hechiceros que por el poder del diablo son capaces de producir efectos
reales y extraordinarios, y que ◊stos no son imaginarios, y que Dios permite
que tal cosa suceda. No mencionar◊ las muchas otras obras en que Santo
Tom–s considera en gran detalle las acciones de este tipo. Como por ejemplo
en su Summa contra Gentiles, libro III, cap¤tulos 1 y 2, pregunta 114,
argumento 4. Y en el Segando de los Segundos, preguntas 92 y 94.
Tambi◊n podemos consultar a los comentaristas y exegetas que escribieron
sobre los sabios y los magos del Fara‡n, Exodo, VII. Otro texto de consulta
seria la opini‡n de San Agust¤n en La ciudad de Dios, Libro 18, cap. 17. V◊ase
asimismo su segundo libro, De la doctrina cristiana. Muchos otros doctores de
la Iglesia adelantan la misma opini‡n, y ser¤a el colino de la locura que
cualquier persona intentara contradecirlos, y no podr¤a afirmarse que
estuviese libre de la culpa de la herej¤a. Porque a cualquiera que yerre
gravemente en la exposici‡n de las Sagradas Escrituras se lo considera con
toda raz‡n un hereje. Y quien piense en forma diferente en lo tocante a estos
asuntos que conciernen a la fe que sostiene la Santa Iglesia Romana, es un
hereje. Esa es la Fe. Que negar la existencia de los brujos es contrario al
sentido evidente del Canon, lo demuestra la ley eclesi–stica. Pues tenemos las
opiniones de los comentaristas del Canon, que comienzan diciendo: öSi
cualquiera, por medio de artes m–gicas o brujer¤a...õ Y tambi◊n est–n los
autores que hablan de hombres impotentes y embrujados, y que a causa de este
impedimento causado por la brujer¤a se ven imposibilitados de copular, con lo
cual el contrato matrimonial queda nulo y en esos casos el matrimonio es
imposible. Porque dicen, y Santo Tom–s se muestra de acuerdo con ellos, que si
la brujer¤a produce su efecto en el casos de un matrimonio, antes que haya
existido contacto carnal, si es duradera anula y destruye el contrato
matrimonial; y es muy evidente que no puede decirse que tal situaci‡n sea
ilusoria y efecto de la imaginaci‡n. Acerca de estos puntos, v◊ase lo que tan
exhaustivamente escribi‡ el Beato Enrique de Segusio en su Summa super
Titulis Decretalium (Estrasburgo, 1512) tambi◊n llamada Summa arrea o
Summa archiepiscopi; asimismo, las obras de Godofredo de Fontaines .y San
Raimundo de Peflafort, quienes trataron este asunto con suma claridad y en
detalle, sin preguntarse si tal estado f¤sico pod¤a considerarse imaginario e
irreal, sino que dieron por seguro que se trataba de casos ciertos y
comprobados; y luego establecen si debe tratarse como enfermedad duradera
o temporaria cuando se prolonga durante m–s de tres aflos, y no dudan de que
puede ser provocada por el poder de la brujer¤a, aunque es verdad que ese

5 7
estado podr¤a ser intermitente. Pero lo que s¤ es un hecho que est– m–s all– de
toda discusi‡n ea que dicha impotencia puede ser causada mediante el poder de
un demonio, por medio de un pacto celebrado con ◊l, e inclusive por el diablo
mismo, sin contar con la asistencia de brujo alguno, aunque esto Âltimo rara
vez ocurre en el seno de la iglesia, puesto que el matrimonio es un
excelent¤simo sacramento. Pero entre los paganos en verdad sucede, y ello se
debe a que los esp¤ritus del mal actÂan como si tuviesen dominio leg¤timo
sobre ellos, como relata Pedro de Paludes en su cuarto libro, acerca de un
joven que se hab¤a prometido en matrimonio a cierto ¤dolo, pese a lo cual se
cas‡ con una doncella, con la cual fue incapaz de mantener contacto
alguno porque siempre Interven¤a. E1 diablo, apareci◊ndose en forma f¤sica.
Sin embargo, en la iglesia el demonio prefiere actuar por intermedio de brujos
y provocar esos efectos para su provecho propio, es decir, para la p◊rdida de
las almas. Y entre los otros interrogantes que te‡logos y canonistas
plantean con referencia a estos puntos, hay uno muy importante, puesto que
trata de c‡mo puede curarse esa impotencia, y de si es permisible curarla por
medio de un contrahechizo, y qu◊ debe hacerse si el brujo que obr‡ el
encantamiento est– muerto, hecho que trata Godofredo de Fontafnes en su
Summa.
Esta, pues, es la raz‡n de que los canonistas hayan elaborado con tanto
cuidado un cat–logo que contiene las diferentes penas, con la diferenciaci‡n
entre la pr–ctica privada y la pr–ctica abierta de la brujer¤a, o m–s bien de la
adivinaci‡n, puesto que esta inmunda superstici‡n tiene varios grados y
especies, de modo que a todo aquel que se entregue en forma manifiesta a ella
debe neg–rsele la Comuni‡n. Si se practica de manera encubierta, el culpable
ha de hacer penitencia durante cuarenta d¤as. Si se trata de un cl◊rigo, ser–
suspendido y encerrado en un monasterio. Si es un laico, se lo excomulgar–,
puesto que todas estas infames personas deben ser castigadas, junto con
quienes a ellas recurren, sin que pueda admitirse excusa alguna.
La misma pena impone la ley civil. En su Summa sobre el Libro 9 del C‡dice, en
el rubro que trata de los hechiceros, dos rubros despu◊s de la Lea Cornelia,
en que se habla de asesinos y criminales, Azo establece: öH–gase saber que
todos aquellos a quienes por lo comÂn se llama hechiceros, y tambi◊n los
diestros en el arte de la adivinaci‡n, incurren en delito penado por la
muerteõ. M–s adelante vuelve a aludirse a esta penalidad, de la cual este es,
el teto exacto: öEs ilegal que cualquier hombre practique la adivinaci‡n; si
as¤ lo hace, su recompensa, ser– la muerte por la espada del verdugo. Tambi◊n
existen otros que con encantamientos m–gicos procuran quitar la vida a
personas inocentes, que convierten las pasiones de las mujeres en toda clase
de lujurias; estos criminales deben ser arrojados a los an¤males salvajes. Y la
ley permite que cualquier testigo sea admitido como probatorio contra ellos.
Esto lo especifica con toda claridad la parte del Canon que trata sobre la

5 8
defensa de la Fe. Y se permite el mismo procedimiento en una acusaci‡n de
herej¤a. Cuando se presenta tal acusaci‡n, cualquier testigo puede prestar
testimonio, tal como si se tratara de un caso de lesa majestad. Porque la
brujer¤a es alta traici‡n contra la Majestad de Dios. Y deben ser sometidos a
tortura para hacerlos confesar. Cualquier persona, fuese cual fuere su
rango o profesi‡n, puede ser torturada ante una acusaci‡n de esa clase, y
quien sea hallado culpable, aunque confiese su delito, ser– puesto en el
potro, y sufrir– todos los otros tormentos dispuestos por la ley, a fin de que
sea castigado en forma proporcional a sus ofensasõ. Nota: en edades doradas
estos criminales sufr¤an doble castigo, y a menudo eran arrojados a las fieras
para que ◊stas los devorasen. Hoy se los quema en la hoguera, y tal vez ello
se deba a que la mayor¤a son mujeres.
La ley civil tambi◊n prohibe la connivencia y participaci‡n en tales
pr–cticas, ya que ni siquiera permite que un adivinador penetre en la casa de
otra persona, y a menudo ordena que todas sus posesiones sean quemadas, as¤
como que nadie lo proteja o consulte; muchas veces se los deportaba a
alguna isla desierta y distante, y todos sus bienes se vend¤an en subasta
pÂblica. M–s aun, quienes consultaban a brujos o recurr¤an a ellos eran
castigados con gel exilio y la confiscaci‡n de todas sus propiedades. Estas
penas se pusieron en pr–ctica con e1 consenso de todas las naciones y
gobernantes, y contribuyeron en gran medida a la supresi‡n del cultivo de
tales artes prohibidas.
Debe observarse que las leyes mucho alaban a quienes tratan de anular los
encantamientos de los brujos. Y los que se ponen en grandes esfuerzos para
que la obra de los hombres no resulte daflada por la fuerza de las tormentas o
del granizo son dignos de gran recompensa, antes que de castigo. M–s
adelante se analizar– c‡mo puede prevenirse legalmente ese daflo. Por lo
tanto, êc‡mo es posible que la, negaci‡n o la fr¤vola contradicci‡n de
cualquiera de estas proposiciones est◊ libre de la seflal de alguna herej¤a
notable? Que cada hombre juzgue por s¤, a menos de que su ignorancia lo
excuse de ello. Pero en seguida explicaremos qu◊ clase de ignorancia puede
excusarlo. De lo que ya se dijo podemos extraer la siguiente conclusi‡n: es
opini‡n muy cierta y muy cat‡lica que existen encantadores y brujos quienes,
con la ayuda del diablo y en virtud de un pacto con ◊l establecido, son
capaces, puesto que Dios lo permite, de producir males y daflos reales y
verdaderos, lo cual no excluye que tambi◊n puedan causar ilusiones
fant–sticas y visiones por medio de alguna arte extraordinaria y peculiar. No
obstante, los alcances de esta investigaci‡n abarcan a la brujer¤a, la cual
difiere mucho de esas otras artes, y por lo tanto, la consideraci‡n de ◊stas
nada agregar¤a a nuestro prop‡sito, ya que quienes la practican pueden, con
gran exactitud, ser denominados adivinos y charlatanes, antes que
Hechiceros.

5 9
Debe seflalarse, muy en particular, que estos dos Âltimos errores se basan en
una total incomprensi‡n de las palabras del Canon (no hablar◊ del primer
error, que como es evidente lleva su condena en s¤ mismo, puesto que es por
completo contrario a las enseflanzas de las Sagradas Escrituras). Pasemos,
pues, a una correcta comprensi‡n del Canon. Y ante todo hablaremos del
primer error, que dice que el medio es pura ilusi‡n, aunque los dos extremos
sean reales.
Aqu¤ habr– que seflalar que existen catorce especies diferentes a las que les
cabe el t◊rmino de superstici‡n, pero en homenaje a la brevedad casi no es
necesario detallarlas, puesto que San Isidoro las expuso con claridad en su
Etimologice, Libro 8, y Santo Tom–s en su Segando de los Segundos pregunta
92. M–s aun, se har– menci‡n expl¤cita del tema m–s adelante, cuando
hablemos de la gravedad de esta herej¤a. La categor¤a en que han de
clasificarse las mujeres de esta clase se denomina de las Pitonisas, personas
en o por medio de quienes el diablo habla o realiza alguna obra asombrosa, y
a menudo esta es la primera categor¤a. Pero aquella bajo la cual se agrupa a
los brujos es la de los Hechiceros.
Y dado que estas personas difieren mucho entre s¤, no seria correcto que no
se las incluyese en las especies que abarcan a tantas otras; por lo tanto,
como el Canon menciona de modo expreso a ciertas mujeres, peso no habla de
las brujas en otras tantas palabras, se equivocan por completo quienes
entienden que el Canon habla s‡lo de viajes imaginarios y de traslaciones
corp‡reas, y quienes intentan reducir todas las supersticiones a esta ilusi‡n;
porque as¤ como aquellas mujeres se transportan en su imaginaci‡n, as¤ las
brujas se transportan real y f¤sicamente. Y quien desee argumentar a partir
de este Canon que los efectos de la brujer¤a, el hecho de infligir cualquier
enfermedad o dolencia, son puramente imaginarios, confunde por completo el
significado del Canon, y yerra groseramente.
Adem–s, es de seflalar que aquellos que, si bien admiten que los dos extremos,
es decir, la. Obra del diablo y su efecto, una enfermedad perceptible, son
reales y verdaderos, al mino tiempo niegan que esto lo realice por medio de un
instrumento; es decir, que niegan que bruja alguna pueda haber participado en
tal causa y efecto; ellos, digo, yerran muy gravemente, porque en filosof¤a el
medio debe participar de la naturaleza de los dos extremos.
M–s aun, es inÂtil argumentar que cualquier resultado de la brujer¤a puede
ser fantasioso e irreal, porque tal fantas¤a no puede lograrse sin acudir a los
poderes del demonio, y es preciso que se haya establecido un contrato con
◊ste, por medio del cual la bruja, real y verdaderamente, se obligue a ser la
sierva del diablo y se consagre a ◊ste por entero, y ello no se hace en sueflos,
ni bajo la influencia de ilusi‡n alguna, sino que colabora real y f¤sicamente
con el demonio y se consagra` a ◊l. Pues en verdad, este es el fin de toda

6 0
brujer¤a; se trate de efectuar encantamientos por medio de la mirada o por
una f‡rmula do palabras, o por cualquier otro hechizo, todo ello pertenece
al diablo, como se ver– en la pregunta que sigue. En verdad, si alguien se
toma el trabajo de leer las palabras del Canon, encontrar– en ◊l cuatro
puntos que le llamar–n la atenci‡n en especial. Y el primer punto es este: es
de la absoluta incumbencia de todas las criaturas y de los Sacerdotes, y de
todos los responsables del cuidado de las almas, enseflar a sus rebaflos que
existe un solo, Ânico y verdadero Dios, y que a nadie m–s debe venerarse en el
cielo ni en la tierra. El segundo punto es que, aunque estas mujeres imaginen
cabalgar (que as¤ lo piensan y dicen) con Diana o Herod¤as, en verdad
cabalgan con el diablo, quien se llama con algunos de esos nombres paganos
y arroja un reflejo seductor ante sus ojos. Y el tercer punto es este: que el
acto de cabalgar puede ser meramente ilusorio, puesto que el diablo posee un
extraordinario poder sobre las mentes de quienes a ◊l se entregaron, de
manera que las cosas que hacen en su imaginaci‡n creen que las hicieron
real y verdaderamente en el cuerpo. Y el cuarto punto es este: las brujas
firmaron un pacto que consiste en obedecer al demonio en todas las cosas, de
donde la afirmaci‡n de que las palabras del Canon debieran extenderse hasta
incluir y abarcar todos los actos brujeriles es un absurdo, puesto que las
brujas hacen mucho m–s que estas mujeres, y en verdad son de una especie
diferente. Y hay un tercer error, que equivocando las palabras del Canon
dice que todas las artes m–gicas son ilusi‡n, que puede corregirse con las
palabras del propio Canon. Porque en la medida ven que dice que quien cree
que una criatura cualquiera puede ser hecha o trasformada para mejor a para
peor, o metamorfoseada en alguna otra especie o semejanza, como no haya
sido por el propio Creador de todas las cosas, etc..., es peor que un infiel. Si
estas tres proposiciones se entienden as¤, como podr¤an parecer a simple vista,
son todo lo contrario del sentido de las Sagradas Escrituras y de los
comentarios de los doctores de la iglesia. Pues el siguiente Canon dice con
claridad que las brujas pueden hacer criaturas, aunque por fuerza ser–n muy
imperfectas, y es probable que resulten deformadas de alguna, manera. Y
resulta claro que el sentido del Canon coincide con lo que nos dice San
Agust¤n acerca de los magos en la Corte del Fara‡n, que convirtieron sus
varas en serpientes, como escribe el santo doctor en el cap. 7 de Exodo vera
11 . . öy el Fara‡n llam‡ a los sabios y encantadores...õ. Tambi◊n podemos
referirnos a los comentarios de Estrab‡n, quien dice que los diablos corren de
un lado a otro de la tierra, cuando con sus encantamientos las brujas los
emplean en distintas obras, y dichos diablos pueden reunir diversos g◊rmenes o
simientes, y de ◊stos hacer que crezcan varias especies. Tambi◊n podemos
referirnos al Beato Alberto Magno, De animalibus. Y asimismo a Santo
Tom–s, Primera Parte, pregunta 114, art¤culo 4. Para ser concisos, no los
citaremos aqu¤ en detalle, pero queda demostrado que es posible crear a
ciertas criaturas de esa manera. Con referencia al segundo punto, de que una

6 1
criatura puede ser modificada para mejor o para peor, siempre debe entenderse
que ello s‡lo puede hacerse con el permiso, y en verdad por el poder de Dios, y
que s‡lo se hace para corregir o castigar, pero que es muy frecuente que Dios
permita que los diablos actÂen como Sus ministros y Sus servidores, aunque
siempre es Dios Ânicamente quien puede enfermar y s‡lo Ã1 puede curar, pues
öyo hago morir y yo hago vivirõ (D◊uteronomio, XXXII, 39.) Y en
consecuencia los –ngeles malos pueden cumplir y cumplen con la voluntad de
Dios. De ello tambi◊n ofrece testimonio San Agust¤n cuando dice: öEn verdad
existen encantamientos m–gicos y hechiza malignos, que no s‡lo afectan a
los hombres con enfermedades, sino que inclusive los matanõ.
Tambi◊n debemos esforzarnos por entender ton claridad qu◊ ocurre en
realidad cuando hoy en d¤a, y por el poder del diablo, los magos y las brutas se
convierten en lobos y otros animales salvajes Pero el Canon habla de un
cambio corporal y duradero, y no habla de las cosas extraordinarias que
pueden hacerse por el encantamiento al que se refiere San Agust¤n en el libro
18, cap. 17, de La ciudad de Dios, cuando refiere muchas extraflas historias de
la famosa, bruja Circe, y de los compafleros de Diomedes, y del padre de
Prestancio. Esto se analizar– en la Segunda Parte.

L
DE SI ES UNA HEREJIA AFIRMAR QUE LAS BRUJAS EXISTEN
a segunda parte de nuestra investigaci‡n consiste en averiguar si es
herej¤a afirmar con obstinaci‡n la existencia de las brujas. El
interrogante es el de si las personas que sostienen que las brujas no
existen deben ser consideradas como herejes, o si se las tiene que considerar
como gravemente sospechosas de sustentar opiniones her◊ticas. Parece que la
primera opini‡n es la correcta. Pues no cabe duda de que coincide con la
opini‡n del erudito Bernardo. Pero acerca, de las personas que en forma
abierta y con empecinamiento perseveran en la herej¤a hay que demostrar,
por medio de pruebas incontrovertibles, que son herejes, y por lo general esa
demostraci‡n es una de tres: o bien un hombre predic‡ y proclam‡ doctrinas
her◊ticas en forma abierta; o se demuestra que es un hereje por la
declaraci‡n de testigos dignos de confianza; o se demuestra que es un hereje
gracias a su propia y libre confesi‡n. Y sin embargo existen quienes se oponen
con irreflexi‡n a todas las autoridades y proclaman ene pÂblico que las
brujas no existen, o por lo menos que en modo alguno pueden herir y lesionar
al g◊nero humano. Por lo tanto, y para, hablar en t◊rminos estrictos, .los
convictos de tan maligna doctrina pueden ser excomulgados, segÂn el
comentario de Bernardo, ya que est–n abierta e inconfundiblemente
convictos de la difusi‡n de una falsa doctrina. El lector puede consultar las
obras de Bernardo, donde encontrar– que esta sentencia es justa, correcta y
fiel Pero tal vez este parece un juicio demasiado severo, ante todo por las
penalidades que siguen a la excomuni‡n; pues el Canon prescribe que el

6 2
cl◊rigo ser– degradado y el lego entregado al poder de los tribunales
seculares, a los cuales se ordena castigarlo como lo merece su delito. M–s
aun, debemos tener en cuenta la gran cantidad de personas que sin duda,
debido a su ignorancia, ser–n encontradas culpables de este error. Y como el
error es muy comÂn, el rigor de la justicia estricta puede ser atemperado por
la piedad. Y en verdad es nuestra intenci‡n tratar de excusar a quienes son
culpables de esta herej¤a, antes que acusarlos de hallarse infectados de la
malicia de la herej¤a. Es preferible, entonces, que si existieran graves
sospechas de que un hombre sostiene esa falsa opini‡n, no sea condenado en
seguida por el gran delito de herej¤a. (V◊ase la glosa de Bernardo a la
palabra condenado.) En verdad se puede juzgar a ese hombre como a una
persona de quien se tienen serias sospechas, pero no se lo condenar– en su
ausencia, ni sin escucharlo. Empero, la sospecha puede ser muy grave, y no
podemos abstenernos de sospechar de esas personas, pues en verdad sus
fr¤volas afirmaciones parecen afectar la pureza de la fe. Porque existen tres
clases de sospechas: la sospecha leve, la seria y la grave. Se las trata en el
cap¤tulo sobre las Acusaciones y en el referido a la Contumacia, Libro 6, De
her◊tica. Y estas cosas caen bajo la jurisdicci‡n del tribunal arquidiocesano.
Tambi◊n puede hacerse referencia a los comentarios de Giovanni dùAndrea, y
en particular a sus glosas sobre las frases acusado, gravemente sospechoso,
y a su nota sobre una presunci‡n de herej¤a. Tambi◊n es indudable que algunos
que sienten la ley al respecto no advierten que sostienen falsas doctrinas y
errores, pues muchos no conocen la ley can‡nica, y hay quienes, debido a que
est–n mal informados y tienen insuficientes lecturas, vacilan en sus
opiniones y no pueden decidirse, y como una idea que se mantiene en el fuero
interno no es herej¤a, salvo que despu◊s se la formule con obstinaci‡n, y se la
mantenga en forma abierta, por cierto que debemos decir que las personas que
mencionamos no deben ser condenadas abiertamente por el delito de herej¤a.
Pero que nadie piense que puede escapar alegando ignorancia. Porque quienes
se han extraviado por ignorancia de esta clase pueden haber pecado muy
gravemente. Aunque existen muchos grados de ignorancia, los encargados de
la curaci‡n de las almas no pueden alegar una ignorancia insuperable, que
los escritores de la ley can‡nica y los te‡logos denominan Ignorancia del
Hecho. Mas lo que puede censurarse en esas personas es la ignorancia
Universal, o sea, una ignorancia de la ley divina, que, como estableci‡ el
papa Nicol–s, pueden y deben conocer. Pues dice: öLa dispensa de estas
enseflanzas divinas ha sido confiada a nuestra guarda, y guay de nos si no
sembramos la buena simiente, guay de nos si no enseflamos a nuestra grey . Y
as¤, quienes tienen la guarda de las almas est–n obligados a poseer un s‡lido
conocimiento de las Sagradas Escrituras. Es cierto que segÂn Raymundo de
Sabunde y Santo Tom–s, no cabe duda de que quienes tienen la guarda de las
almas no tienen por qu◊ ser hombres de extraordinarios conocimientos, pero
deben poseer un conocimiento competente, el suficiente para cumplir con las

6 3
obligaciones del cargo. Y sin embargo, y este puede ser un pequeflo consuelo
para ellos, la, severidad te‡rica, de la ley queda contrarrestada a menudo
por la pr–ctica concreta, y pueden saber que si bien a veces esta ignorancia
de la ley can‡nica es culpable y digna de censura, se considera desde dos
puntos de vista.. Porque s veces las personas no saben, no desean saber y no
tienen intenciones de saber. Para tales personas no existe excusa, y deben ser
condenadas. Y de ellas habla el Salmista: öNo quiere entender para no poder
hacer el bien.õ Pero en segundo lugar est–n quienes son ignorantes, pero no
por deseo de no saber. Y ello disminuye la gravedad del pecado, porque no
existe un consentimiento real de la voluntad. Y un caso tal es el de quien
deber¤a saber algo, pero no se da cuenta de que deber¤a saberlo, como dice
San Pablo en su Primera Ep¤stola a Timoteo (I, 13): öMas fui recibido a
misericordia porque lo hice con ignorancia, en incredulidadõ. Y en t◊rminos
t◊cnicos se dice que esto es una ignorancia que por lo menos de manera
indirecta es falta de la persona, en la, medida en que, a consecuencia de
muchas otras ocupaciones, descuida informarse sobre asuntos que deber¤a
conocer, y no usa esfuerzo alguno para conocerlos, y esta ignorancia no lo
excusa por completo, pero s¤ en cierto grado. As¤ dice San Ambrosio, al
escribir sobre ese pasaje de Romanos (II, 4): öêNo sabes que la benignidad de
Dios te gofa a arrepentimiento?õ. Si no lo sabes por tu propia falta,, tu pecado
es grande y doloroso. Y m–s en especial en estos d¤as, en que las almas son
acosadas por tantos peligros, debemos adoptar medidas para disipar la
Ignorancia, y siempre saber que se pronunciar–n contra nosotros severos
juicios si no usamos; cada quien segÂn su adecuada capacidad, el Ânico
talento que nos ha sido dado. De este modo nuestra ignorancia no ser– densa
ni estÂpida, pues en t◊rminos metaf‡ricos decimos que son densos y estÂpidos
los honrares que no vea lo que se encuentra ante sus propios ojos. Y en el
Flores regularum moralium el canciller romano comenta la segunda regla, y
dice; ufla ;ignorancia culpable de la ley divina, no afecta por fuerza a la
persona ignorante. La raz‡n es la siguiente: el Espirito Santo es capaz de
instruir en forma directa a un hombre en todos los conocimientos esenciales
para la salvaci‡n, si estas cosas son demasiado dif¤ciles para que las
entienda sin ayuda, con su intelecto natural.
Por lo tanto, la, respuesta a la primera objeci‡n es una comprensi‡n clara y
correcta del Canon. A la segunda, Pedro di Tarentasia (Beato Inocencio V)
replica: no cabe duda de que el diablo, debido a la malicia que abriga contra
el g◊nero humano destruir¤a a la humanidad si Dios le permitiese hacerlo. El
hecha de que Dios le permita a veces hacer daflo y otras se lo impida y
prohiba, lleva al diablo, como es manifiesto, a un desprecio 0 odio m–s
francos, ya que en todas las cosas, para manifestaci‡n de Su Gloria, Dios usa
al diablo, aunque ◊ste no lo quiera, come su servidor y esclavo. Con respecto
a la tercera objeci‡n, de que una enfermedad o cualquier otro daflo es siempre

6 4
el resultado del esfuerzo humano, por medio del cual la bruja somete si
voluntad al mal, y por lo tanto, como cualquier otro malhechor por su
voluntad puede daflar a una persona, o producirle el mal o ejecutar un acto
ruin. Si se pregunta si el movimiento de objetos materiales, de un lugar a otro,
por el diablo, puede equipararse al movimiento de las esferas, la respuesta es
No. Porque los objetos materiales no se mueven de tal modo por un pode
natural que les sea inherente, sino por cierta obediencia al poder del diablo,
quien en virtud de su propia naturaleza posee determinado dominio sobre los
cuerpos y las cosas materiales; afirmo que posee ese poder, pero no puedo
agregar a los objetos materiales creados ninguna forma o aspecto, sea
sustancias o accidental, sin cierta mezcla o colaboraci‡n de otro objeto
natura: creado. Pero como, por voluntad de Dios, en verdad puede mover
objetos materiales de un lugar a otro, por conjunci‡n de vario: objetos puede
producir enfermedades o alguna otra circunstancia que desee. De ah¤ que los
hechizos y efectos de la brujer¤a no se encuentran gobernados por el
movimiento de las .esferas, n: el diablo est– gobernado de tal manera. Ya que
a menudo puede utilizar esas condiciones para su provecho.
La respuesta a la cuarta objeci‡n. La obra de Dios puede ser destruida por la
del diablo, de acuerdo con lo que ahora decimos respecto del poder y los
efectos de la brujer¤a. Pero como ello s‡lo puede ser con permiso de Dios, no
se sigue que el demonio sea m–s fuerte que Dios. Por lo dem–s, no puede usar
tanta violencia como desee para daflar las obras de Dios, porque si no tuviese
limitaciones podr¤a destruirlas por completo.
La respuesta a la quinta objeci‡n puede exponerse con claridad de la
siguiente manera: los planetas y estrellas no tienen poder para empujar y
obligar a los diablos a ejecutar una acci‡n contra su voluntad, aunque en
apariencia los demonios est–n m–s dispuestos a presentarse cuando los
convocan los magos bajo: a influencia de ciertas estrellas. Parece que lo
hacen por dos razones. Primero, porque saben que el poder de ese planeta
colaborar– en el efecto que los magos desean obtener. Segundo, lo hacen
para engaflar a los hombres, con lo cual les hacen suponer que las estrellas
poseen algÂn poder divino o una divinidad real, y sabemos que en los d¤as de la
antigËedad esta veneraci‡n de los astros condujo a la m–s vil idolatr¤a. Con
referencia a la Âltima objeci‡n, que se basa en. El argumento de que los
alquimistas fabrican oro, podemos formular la opini‡n de Santo Tom–s,
cuando estudia el poder del demonio y c‡mo actÂa. Aunque determinadas
formas que tienen sustancia pueden producirse por el arte y el poder de un
agente natural, como por ejemplo la forma del fuego es producida por el arte
empleado en la madera, ello no puede hacerse siempre, porque el arte no
siempre puede encontrar o mezclar los agentes adecuados en la proporci‡n
conveniente para producir algo similar. Y de tal manera los alquimistas
crean algo parecido al oro, es decir, en lo que se refiere a los accidentes

6 5
exteriores, pero no hacen verdadero oro, porque la sustancia de ◊ste no se
encuentra formada por el calor del fuego que emplean los alquimistas, sino
.por el del sol, que actÂa y reacciona, sobre cierto punto en que se concentra
y amasa el calor mineral, y por lo tanto ese oro es de la misma semejanza,
pero no de la misma especie que el natural. Y el mismo argumento rige para
todas sus otras operaciones. Por lo tanto, nuestra proposici‡n es la siguiente:
con su arte, los diablos producen efectos perniciosos por medio de la brujer¤a,
pero es cierto que sin la ayuda de algÂn agente no pueden crear ninguna
forma, ni sustancial ni accidental, y no afirmamos que puedan causar daflo
sin la ayuda de algÂn agente, pero con ese agente es posible provocar
enfermedades, y cualesquiera otras pasiones o dolencias humanas, y son
reales y verdaderas. En los cap¤tulos que siguen se aclarar– c‡mo esos
agentes o el empleo de tales medios pueden resultar eficaces en colaboraci‡n
con los demonios.

P R E G U N T A . Si concuerda con la Fe Cat‡lica la afirmaci‡n de que para


producir algÂn efecto de magia el diablo tiene que colaborar ¤ntimamente
con el brujo, o si el uno sin el otro, es decir, el diablo sin el brujo, o ala
inversa, pueden producir ese efecto.
Y el primer argumento es el que sigue. Que el diablo puede provocar un efecto
m–gico sin la colaboraci‡n de un brujo. Asë lo afirma San Agust¤n. Todas las
cosas que suceden en forma visible, de modo que es posible verlas, pueden (se
cree) ser obra de los poderes inferiores del aire. Pero los males y dolencias
corporales no son por cierto invisibles; antes bien, resultan visibles a los
sentidos, por lo cual pueden ser provocados por los diablos. M–s aun, por las
Sagradas Escrituras conocemos los desastres que cayeron sobre Job, c‡mo el
fuego descendi‡ del cielo y al caer sobre las ovejas y los criados los
consumi‡, y de c‡mo un viento violento derrib‡ los cuatro costados de una
casa, de modo que cayeron sobre sus hijos y los mataron. El diablo por s¤
mismo, sin colaboraci‡n de brujos, sino nada m–s que con el permiso de Dios,
pudo provocar todos esos desastres. Por lo tanto no cabe duda de que puede
hacer muchas cosas que a menudo se asignan al poder de los brujos. Y ello
resulta evidente del relato de los siete esposos de la doncella Sara, a quienes
un diablo mat‡. M–s aun, haga una potencia superior lo que hiciere, lo puede
hacer sin referencia a un poder superior a ella, y una potencia superior puede
actuar mucho m–s sin referencia a una inferior. Pero una inferior puede
causar tormentas de granizo y enfermedades, sin la ayuda de una mayor que
ella,. Pues el Beato Alberto Magno dice, en su obra De passionibus aeris, que
si la salvia podrida se usa como ◊l explica, y se la arroja al agua corriente,
producir– las m–s temibles tempestades y tormentas.
Mas aÂn, puede decirse que el diablo usa a un brujo, no porque necesite tal
agente, sino porque busca la perdici‡n de ◊ste. Podemos referirnos a lo que
6 6
dice Arist‡teles en el Libro tercero de su Etica. El mal es un acto voluntario
demostrado por el hecho de que nadie ejecuta una acci‡n injusta nada m–s
que por cometer una acci‡n de injusticia, y quien comete una violaci‡n lo
hace con vistas a su placer, y no s‡lo para hacer el mal por el mal. Pero la
ley castiga a quienes hacen el mal, como si hubiesen actuado s‡lo por hacer
el mal. Por lo tanto, si el diablo trabaja por medio de una bruja, no hace otra
cosa que emplear un instrumento; y comoù un instrumento depende de la
voluntad de la ,persona que lo utiliza, y no actÂa por su propia y libre
voluntad, la culpa de la acci‡n no debe achacarse a la bruja, y por lo tanto
no hay que castigarla.
Pero una, opini‡n contraria afirma que el diablo no puede hacer daflo a la
humanidad por s¤ mismo, con tanta facilidad y sencillez, como el que le es
posible provocar por intermedio de las brujas, aunque sean sus servidoras. En
primer lugar podemos considerar el acto de engendrar. Pero en cada acto que
tiene efecto sobre otro es preciso establecer algÂn tipo de contacto, y como
el diablo, que es un esp¤ritu, no puede tener ese contacto real con un cuerpo
humano, puesto que no hay nada en comÂn entre ellos, utiliza algÂn
instrumento humano, y le otorga el poder de herir por medio del contacto
f¤sico. Y muchos afirman que esto lo demuestra el texto y sus glosas, en el
cap¤tulo 3 de la Ep¤stola de San Pablo a los G–latas: öOh g–latas insensatos,
êqui◊n os fascin‡ para no obedecer a la verdad?ùÈ Y la glosa de este pasaje se
refiere a quienes tienen ojos singularmente feroces y funestos, que con una
simple mirada pueden daflar al pr‡jimo, en especial a los niflos pequeflos. Y esto
tambi◊n lo confirma Avicenna, Naturalium, Libro 3, Âltimo cap., cuando dice:
öMuy a menudo el alma puede tener tanta influencia sobre el cuerpo del otro,
en la misma medida en que la tiene sobre su propio cuerpo, pues tal es la
influencia de los ojos de quien con la mirada atrae y fascina, a otroõ. Y la
misma opini‡n la mantiene Al-Gazali en el Quinto Libro y d◊cimo cap. de su
F¤sica. Avicenna tambi◊n sugiere, aunque no presenta esta opini‡n como
irrefutable, que el poder de la imaginaci‡n puede modificar o parecer
modificar cuerpos extraflos, en los casos en que dicho poder es demasiado
ilimitado; y por lo tanto suponemos que el poder de la imaginaci‡n no debe ser
considerado como distinto de los otros poderes sensibles del hombre, pues es
comÂn a todos ellos, pero en cierta medida los incluye. Y ello es cierto,
porque tal poder de la imaginaci‡n puede cambiar los cuerpos adyacentes,
como por ejemplo, cuando un hombre puede caminar por una estrecha viga
tendida en el centro de una calle. Pero si esa viga flotase sobre aguas
profundas, no se atrever¤a a caminar por ella, porque la imaginaci‡n le
pintar¤a en la mente, con gran fuerza, la idea de la ca¤da, y entonces el
cuerpo y el poder de sus miembros obedecer¤an a su imaginaci‡n, y no a lo
contrario de ◊sta, es decir, caminar en forma directa y sin vacilaciones. Este
cambio puede ,compararse a la influencia que ejercen los ojos de una persona

6 7
que la posee, con lo cual se provoca una modificaci‡n mental, aunque no hay
cambios reales y corporales.
M–s aun si se argumenta que ese cambio lo provoca un cuerpo vivo, debido a
la influencia de la mente sobre otro cuerpo vivo, puede darse la siguiente
respuesta. En presencia de un asesino, la sangre fluye de las heridas del
cad–ver de la persona quien asesin‡. Por lo tanto, sin poderes mentales, los
cuerpos pueden producir efectos maravillosos, y de tal modo, si un hombre
pasa cerca del cad–ver de un hombre asesinado, aunque no lo vea, resulta a
menudo presa de terror. Por lo dem–s, existen en la naturaleza algunas cosas
que poseen ciertos poderes ocultos, cuya raz‡n el hombre no conoce; tal, por
ejemplo, es la piedra im–n, que atrae el acero, y muchas otras cosas por el
estilo, que San Agust¤n menciona en el Libro 20 de La ciudad de Dios. Y as¤ las
mujeres, para provocar cambios en el cuerpo de otros, usan a veces ciertas
cosas que van m–s all– de nuestro conocimiento, pero eso lo hacen sin ayuda
del diablo. Y porque esos remedios sean misteriosos no hay motivos para
asignarles el poder del demonio, como lo asignar¤amos a los encantamientos
mal◊ficos producidos por las brujas.
Lo que es m–s, ◊stas usan ciertas im–genes y algunos amuletos, que suelen
colocar bajo los umbrales de las puertas de las casas, o en los prados en que
pastan los rebaflos, o inclusive donde se congregan los hombres, y de ese
modo hechizan a sus v¤ctimas, que muchas veces han muerto. Pero como esas
im–genes pueden causar efectos tan extraordinarios, parecer¤a que su
influencia es proporcional a la que ejercen los astros sobre los cuerpos
humanos, pues como los cuerpos naturales son influidos por los celestes, as¤
tambi◊n pueden serlo los artificiales. Pero los cuerpos naturales pueden
encontrar el beneficio de algunas influencias, secretas pero buenas. Por lo
tanto, los cuerpos artificiales pueden recibir tal influencia. En consecuencia,
est– claro que quienes ejecutan obras de curaci‡n pueden muy bien
ejecutarlas por medio de esas influencias ben◊ficas, y ello nada tiene que ver
con un poder maligno.
Adem–s, parecer¤a que sucesos muy extraordinarios y milagrosos ocurren por
obra de los poderes de la naturaleza. Pues cosas maravillosas y terribles y
sorprendentes suceden a las fuerzas naturales. Y esto lo seflala San Gregorio
en su Segundo Di–logo. Los santos ejecutan milagros, a veces por medio de
una oraci‡n, otras s‡lo por su poder. Hay un ejemplo para cada uno de estos
medios: San Pedro, con oraciones devolvi‡ la vida a Tabitha, quien estaba
muerta. Al reprender a Anan¤as y Sapfira, quienes dec¤an una mentira, los
mat‡ sin oraciones. As¤, con su influencia mental, un hombre puede convertir
un cuerpo material en otro, o hacerlo pasar de la salud a la enfermedad, y
viceversa. M–s aun, el cuerpo humano es m–s noble que ningÂn otro, pero
debido a las pasiones de la mente cambia y se vuelve caliente o fr¤o, como
ocurre con los hombres col◊ricos o los que tienen miedo; y as¤ se produce un

6 8
cambio aun mayor, respecto de los efectos de la enfermedad y la muerte, que
con su poder pueden modificar en gran medida un cuerpo material.
Pero han de admitirse algunas objeciones. La influencia de la mente no puede
producir impresiones sobre ninguna forma, como no sea por la intervenci‡n de
algÂn agente, como dijimos antes. Y estas son las palabras de San Agust¤n en
el libro ya citado: öEs incre¤ble que los –ngeles que cayeron del cielo
obedezcan a ninguna cosa material, pues s‡lo obedecen a Diosõ. Y mucho
menos puede un hombre, con sus poderes naturales, provocar efectos
extraordinarios y malignos.
Hay que responder que aun hoy existen muchos que se equivocan en grande en
este sentido, que excusan a las brujas y cargan toda la culpa sobre las artes
del demonio, o atribuyen los cambios que aqu◊llas provocan a alguna
alteraci‡n natural. Estos errores pueden aclararse con facilidad, primero,
por la descripci‡n de las brujas que San Isidoro ofrece en su Etimologice, cap.
9: öLas brujas se llaman as¤ debido a lo negro de su culpa, es decir, que sus
actos son m–s malignos que los de cualquier otro malhechorõ. Y continÂa:
öAgitan y confunden los elementos con la ayuda del diablo, y crean terribles
tormentas de granizo y tempestadesõ. M–s aun, dice que confunden la mente
de los hombres, que los empujan a la locura, a un odio insano y a
desmesurados apetitos. Adem–s, continÂa, con la terrible influencia de sus
hechizos, como si fuera con una p‡cima o veneno, pueden destruir la vida. Y
las palabras de San Agust¤n en su libro La ciudad de Dios vienen muy al caso,
pues nos dicen qui◊nes son en verdad los magos y las brujas. Los magos, a
quienes por lo general se llama brujos, son denominados as¤ debido a la
magnitud de sus actos malignos. Son quienes con permiso de Dios perturban los
elementos, que llevan a la locura la mente de los hombres que perdieron su
confianza en Dios, y que con el terrible poder de sus malos encantamientos,
sin p‡cimas ni venenos, matan a los seres humanos. Como dice Lucano: öUna
mente que no ha sido corrompida por ningÂn brebaje nocivo perece a
consecuencia de un encantamiento mal◊ficoõ. Por haber llamado a los
demonios en su ayuda, se atreven a derramar males sobre la humanidad, y aun
a destruir a sus enemigos con sus encantamientos mal◊ficos. Y es indudable
que en operaciones de esta clase el brujo trabaja en estrecha conjunci‡n con
el demonio. En segundo lugar, los castigos son de cuatro tipos: beneficiosos,
daflosos, infligidos por brujer¤a y naturales. Los castigos beneficiosos se
infligen por el ministerio de los –ngeles buenos, tal como los daflosos
provienen de los esp¤ritus malignos. Mois◊s azot‡ a Egipto con diez plagas
mediante la intervenci‡n de los –ngeles buenos, y los magos s‡lo pudieron
cumplir tres de estos milagros con la ayuda del demonio. Y la peste que cay‡
sobre el pueblo durante tres d¤as, por el pecado de David, que hizo el recuento
de la poblaci‡n, y los 72.000 hombres muertos en una, noche en el ej◊rcito de
Senaquerib, fueron milagros realizados por los –ngeles de Dios, es decir, por

6 9
–ngeles buenos, temerosos de Dios, y que sab¤an que cumpl¤an con Sus
‡rdenes. Pero el daflo destructivo se lleva a cabo por medio de los –ngeles
malos, por cuyas manos fueron atacados muchas veces los hijos de Israel, en
el desierto. Y los daflos que son sencillamente malos y nada m–s, las provoca
el demonio, quien trabaja por intermedio de hechiceros y brujas. Tambi◊n hay
daflos naturales, que de alguna manera dependen de la conjunci‡n d◊ los
cuerpos celestes, tales coma la escasez, la sequ¤a, las tempestades y
parecidos efectos de la naturaleza. Resulta evidente que hay una enorme
diferencia entre todas estas causas, circunstancias y acontecimientos. Pues
Job fue atacado por el demonio mediante una, maligna enfermedad, pero ello
no viene al caso. Y si a alguien demasiado listo y demasiado curioso pregunta
c‡mo fue que Job result‡ atacado por el demonio mediante esa enfermedad,
sin la ayuda de un hechicero o bruja, que sepa que no hace otra cosa que
andarse por las ramas y no se informa sobre i la verdad verdadera. Porque en
tiempos de Job no hab¤a hechiceros y brujas, y aÂn no se practicaban esas
abominaciones. Pero la providencia de Dios deseaba que con el ejemplo de Job
se manifestara el poder del demonio, inclusive sobre los hombres buenos, para
que pudi◊ramos aprender a estar en guardia contra Sat–n, y m–s aun, para
que gracias al ejemplo de ese patriarca la gloria de Dios brillara entodas
partes, ya que nada ocurre, aparte de lo que Dios permite.
Con respecto a la ◊poca en que apareci‡ esa maligna superstici‡n, la brujer¤a,
debemos distinguir primero a los adoradores del demonio de quienes eran
simples id‡latras. Y Vincent de Beauvais, en su Speculum Historiale, cita a
muchas autoridades eruditas y dice que quien primero practic‡ las artes de la
magia y la astrolog¤a fue Zoroastro, de quien se dice que fue Cam, el hijo de
No◊. Y segÂn San Agust¤n, en su libro La ciudad de Dios, Cam lanz‡ grandes
carcajadas cuando naci‡, con lo cual demostr‡ que era un servidor del
demonio, y aunque era un rey grande y poderoso, fue vencido por Nino, hijo de
Belo, quien construy‡ a N¤nive, cuyo reinado fue el comienzo del reino de
Asiria, en la ◊poca de Abraham.
Ese Nino, a consecuencia de su demencial amor por su padre, cuando ◊ste
muri‡ orden‡ que le levantaran una estatua, y cualquier criminal que se
refugiase all¤ estaba a salvo de todo castigo en que hubiera, podido incurrir.
Desde entonces los hombres comenzaron a adorar im–genes, como si fuesen
dioses; pero ello ocurri‡ despu◊s de los primeros aflos de la historia, pues en
los primeros tiempos no hab¤a idolatr¤a, ya que entonces los hombres
conservaban aÂn algÂn recuerdo de la creaci‡n del mundo, coma dice Santo
Tom–s, Libro 2, pregunta 95, art¤culo 4. O bien puede haberse originado en
Nembroth, quien oblig‡ a los hombres a adorar el fuego; y as¤, en la segunda
era del mundo comenz‡ la idolatr¤a, que es la primera de todas las
supersticiones, tal como la Adivinaci‡n es la segunda y la Observaci‡n de los
Tiempos y las Estaciones la tercera.

7 0
Las pr–cticas de los brujos se incluyen en el segundo tipo de supersticiones, a
saber, la Adivinaci‡n, ya que invocan al demonio en forma expresa. Y hay
tres tipos de esta superstici‡n: la Nigromancia, la, Astrolog¤a, o m–s bien la
Astromancia, observaci‡n supersticiosa de las estrellas, y la Oniromancia.
Explico todo esto en detalle para que el lector pueda entender que estas
males artes no estallaron de repente en el mundo, sino que m–s bien se
desarrollaron con el tiempo, y por lo tanto es pertinente seflalar que no
hab¤a brujos en los d¤as de Job. Pues a medida que pasaban los aflos, tamo dice
San Gregorio en su Moralia, crec¤a el conocimiento de los santos, y por lo
tanto tambi◊n aumentaban las negras artes del demonio. El profeta Isa¤as
dice: öLa tierra est– henchida del conocimiento del Seflorõ (xi, 6). Y as¤ en ese
ocaso y anochecer del mundo, en que florece el pecado por todos lados y en
todas partes, en que la caridad se enfr¤a, s‡breabundan las obras de los
brujos y sus iniquidades.
Y como Zoroastro se entreg‡ por entero a las artes m–gicas, s‡lo el demonio
lo empuj‡ a estudiar y observar los astros. Desde muy temprano hicieron los
hechiceros y las brujas pactos con el diablo, y entraron en connivencia con
◊l para causar daflo a los seres humanos. Ello lo demuestra el s◊ptimo
cap¤tulo del Exodo, donde, por el poder del demonio, los magos del Fara‡n
obran cosas extraordinarias, a imitaci‡n de las plagas que Mois◊s lanz‡
sobre Egipto por el poder de los –ngeles buenos.
De ello se sigue la enseflanza cat‡lica, de que para provocar un mal una,
bruja puede colaborar y colabora con el diablo. Y cualquier objeci‡n a esto
puede responderse en pocas palabras como sigue.
1. ~ 1. En primer lugar, nadie niega que ciertos daflos y perjuicios que en la
pr–ctica yen forma visible aquejan a los hombrea, animales, frutos de la
tierra, y que con frecuencia se producen bajo la influencia de los astros,
pueden ser muchas veces provocados por los demonios, cuando Dios les
permite que as¤ actÂen. Pues como dice San Agust¤n en el Cuarto Libro de
La ciudad de Dios, los demonios pueden usar el fuego y el aire, si Dios les
deja hacerlo. Y un comentarista seflala,: Dios castiga por el poder de dos
–ngeles malos.
2. ~ 2. De esto se sigue, como es evidente, la respuesta a cualquier objeci‡n
relativa aJob, y a cualquier objeci‡n que pueda presentarse frente a
nuestra exposici‡n de los comienzos de la magia en el mundo.
3. ~ 3. En relaci‡n con el hecho de que la salvia podrida que se deja caer en
el aguacorriente produce, se dice, algÂn mal efecto sin la ayuda del
demonio, aunque puede no estar dei todo separado de la influencia de
algunos astros, queremos seflalar que no tenemos la intenci‡n de discutir
la buena o mala influencia de los astros, sino s‡lo la brujer¤a, y por lo
tanto esto es ajeno al asunto.

7 1
4. ~ 4. Con respecto al cuarto argumento, no cabe duda de que el demonio
s‡lo empleaa los brujos para provocar su daflo y destrucci‡n. Pero cuando
se deduce que no se los debe castigar, porque s‡lo actÂan como
instrumentos, no movidos por su volici‡n, sino a voluntad y placer del
agente principal, existe una respuesta: porque son instrumentos humanos
y libres agentes, y aunque han firmado un pacto y contrato con el
demonio, gozan de libertad absoluta; porque, como se supo por sus propias
revelaciones -y hablo de mujeres convictas y quemadas en la hoguera,
empujadas a la venganza, el mal y el daflo, si quer¤an escapar a los
castigos y golpes infligidos por el demonio-, dichas mujeres colaboran con
el demonio, aunque est–n unidas a ◊l por la profesi‡n por 1a cual ad
comienzo se entregaron a su poder libre y voluntariamente.

E
n relaci‡n con los otros argumentos en los cuales se demuestra que
ciertas ancianas tienen conocimientos ocultos que les permiten
provocar efectos extraordinarios y por cierto que malignos sin la
ayuda del diablo. Es preciso entender que extraer de un argumento particular
uno universal es contrario a la raz‡n. Y cuando, como parece, en todas las
Escrituras no se puede encontrar un solo caso de esos, en que se hable de los
hechizos y encantamientos que practican las viejas, no debemos llegar a la
conclusi‡n de que nunca sea as¤. M–s aun, respecto de esos pasajes las
autoridades dejan abierto el interrogante, es decir, con referencia al asunto
de si esos encantamientos tienen eficacia sin la colaboraci‡n del demonio.
Esos hechizos o fascinaciones parecen poder dividirse en tres tipos. Primero,
los sentidos se engaflan, y ello, en verdad, puede hacerse por medios m–gicos,
o sea, por el poder del diablo, si Dios lo permite. Y los sentidos pueden ser
esclarecidos por el poder de los –ngeles buenos. En segundo t◊rmino, la
fascinaci‡n puede obrarse por cierto deslumbramiento y extrav¤o, como
cuando el ap‡stol dice: öêQui◊n os fascin‡?õ G–latas, III 1. En tercer lugar,
determinada fascinaci‡n puede ejercerse por medio de los ojos, sobre otra
persona, y ello puede ser pernicioso y malo. Y de esta fascinaci‡n hablaron
Avicenna y Al-Gazali; tambi◊n Santo Tom–s menciona dicha fascinaci‡n,
Parte 1, pregunta 117. Pues dice que la mente de un hombre puede ser
modificada por la influencia de otra. Y la influencia que se ejerce sobre otro
procede a menudo de los ojos, pues en ◊stos puede concentrarse cierta
influencia sutil. Porque los ojos dirigen la mirada hacia cierto objeto sin
prestar atenci‡n a otras cosas, pero ante la visi‡n de una impureza, como por
ejemplo una mujer durante sus per¤odos mensuales, los ojos, por decirlo as¤,
contraen cierta impureza. Eso es lo que dice Arist‡teles en su libro Sobre el
sueflo y la vigilia, y as¤, si el esp¤ritu de alguien se encuentra inflamado de
malicia y c‡leras como ocurre con frecuencia en el caso de las viejas, su
esp¤ritu perturbado mira a trav◊s de sus ojos, pues su semblante es muy

7 2
maligno y daflino, y a menudo aterrorizan a niflos de tierna, edad, en extremo
impresionables. Y es posible que muchas veces esto sea natural, permitido por
Dios; por otro lado, puede ser que estas miradas malas sean inspiradas muchas
veces por la malicia del demonio, con quien las viejas brujas han establecido
algÂn contrato secreto.
E1 siguiente interrogante surge en relaci‡n con la influencia de los cuerpos
celestes, y aqu¤ encontramos tres errores muy comunes, pero se los explicar–
a medida que explicamos otros asuntos.
Con respecto a las operaciones de brujer¤a, vemos que algunas de ellas
pueden deberse a la influencia mental sobre otros, y en algunos casos esa
influencia mental puede ser buena, pero el motivo es lo que la hace maligna.
Y existen cuatro argumentos principales que deben objetarse contra quienes
niegan que haya brujas u operaciones m–gicas que pueden ejecutarse en ha
conjunci‡n de ciertos planetas y astros, y que por la malicia de los seres
humanos puede hacerse el mal mediante el modelado de Im–genes, el uso de
encantamientos y el trazado de caracteres misteriosos. Todos los te‡logos y
fil‡sofos coinciden en que los cuerpos celestes son guiados; dirigidos por
ciertos m◊diums espirituales. Pero esos esp¤ritu; son superiores a nuestra mente
y alma, y por lo tanto pueden influir sobre la mente y el cuerpo de un hombre,
de modo que resulte persuadido y orientado a ejecutar algÂn acto humano
Pero para intentar una, soluci‡n m–s plena de estos asuntos podemos
considerar ciertas dificultades con cuyo an–lisis llegaremos a la verdad con
mayor claridad aun. Primero, las sustancias espirituales no pueden llevar los
cuerpos a alguna otra forma natural, a menos que lo hagan por intermedio de
algÂn agente. Por lo tanto, por fuerte que pueda ser una, influencia mental
no puede producir cambio alguno en la mente o ¤ndole de un hombre. M–s aun,
varias universidades, en especial la de Par¤s, condenaron el siguiente
art¤culo: Que un encantador puede lanzar a un camello a una profunda zanja
con s‡lo dirigirle la mirada. Y entonces se condena el art¤culo segÂn el cual
un cuerpo corp‡reo debe obedecer a una sustancia espiritual, si ello se
entiende en forma sencilla, es decir, si la obediencia implica algÂn cambio o
transformaci‡n. Pues en relaci‡n con ello s‡lo Dios puede ser obedecido en
forma absoluta. Si tenemos en cuenta estos puntos, podemos ver muy pronto
de qu◊ modo la fascinaci‡n o influencia de los ojos, de que hemos hablado,
resulta posible, y en qu◊ sentido no lo es. Porque no es posible que por medio de
los poderes naturales de su mente un hombre dirija esos poderes con los ojos
de manera tal, que, sin la acci‡n de su propio cuerpo o de algÂn otro medio,
pueda daflar el cuerpo de otro hombre. Ni es posible que con los poderes
naturales de su mente un hombre produzca algÂn cambio a voluntad, y que
dirigiendo ese poder por intermedio de los ojos trasforme por entero el cuerpo
de un hombre en quien fije su mirada, tal como le plazca.
Y por lo tanto, de ninguna de estas maneras puede un hombre influir sobre

7 3
otro o fascinarlo, pues hombre alguno, s‡lo con los poderes naturales de su
mente, posee una influencia tan extraordinaria. En consecuencia, querer
demostrar que los malos efectos pueden ser provocados por algÂn poder
natural es decir que ◊ste es el poder del demonio, lo cual est–, por cierto, muy
lejos de la verdad.
Ello no obstante, podemos exponer con m–s claridad c‡mo es posible que una
mirada cuidadosa haga daflo. Puede ocurrir que si un hombre o una mujer miran
con fijeza a un niflo, ◊ste, debido a su poder de visi‡n y a su imaginaci‡n,
recibe una impresi‡n muy sensible y -directa. Y es frecuente que una impresi‡n
de esta clase vaya acompaflada por un cambio corporal, y como los ojos son
los ‡rganos m–s tiernos del cuerpo, son muy pasibles de tales impresiones. Por
ende, puede muy bien suceder que reciban alguna mala, impresi‡n y cambien
para peor, ya que muy a menudo los pensamientos de la mente o los
movimientos del cuerpo quedan impresos en especial en los ojos y mostrados
por ellos. Y as¤ es posible que suceda que una mirada col◊rica y maligna, fija
con firmeza en un niflo, se imprima de tal manera en la memoria de ◊ste, y en su
imaginaci‡n, que se refleje en su propia mirada, y entonces se siguen
resultados concretos, como por ejemplo, que pierda el apetito y no pueda
ingerir alimentos, y que empeore y caiga enfermo. Y aveces vemos que la
visi‡n de un hombre que padece de los ojos puede hacer que los de quienes lo
miran se enceguezcan y debiliten, aunque en gran medida esto no es m–s que
el electo de la pura imaginaci‡n. Aqu¤ se podr¤an presentar varios otros
ejemplos del mismo tipo, pero con vistas a la concisi‡n no los analizaremos
m–s en detalle.
Todo esto lo confirman los comentaristas del Salmo Qui timent te uidebunt
me. Hay gran poder en los ojos, y ello aparece inclusive en las cosas
naturales. Pues si un lobo ve a un hombre primero, el hombre queda mudo. M–s
aun, si un basilisco ve a un hombre primero, su mirada es fatal; pero si ◊ste lo
ve primero, puede matarlo; y la raz‡n de que un basilisco puede matar a un
hombre con la mirada es que cuando lo ve, debido a su c‡lera se pone en
movimiento cierto terrible veneno en su cuerpo, que puede salirle por los
ojos, con lo cual infecta la, atm‡sfera de una ponzofla mortal. Y as¤ el
hombre respira el aire infectado, y queda anonadado y muere. Pero cuando el
animal es visto primero por el hombre, si ◊ste desea matar al basilisco se
provee de espejos, y al verse el animal en el espejo lanza su veneno al
reflejo, pero el veneno rebota y el animal muere. Pero no parece claro por
qu◊ el hombre que as¤ mata al basilisco no muere a su vez, y s‡lo podemos
llegar a la conclusi‡n de que ello se debe a, alguna raz‡n que aÂn no se
entiende con claridad.
Hasta ahora expusimos nuestras opiniones sin prejuicio ninguno, nos
abstuvimos de todo juicio apresurado o irreflexivo, y no nos desviamos de las
enseflanzas y escritos de los santos. Llegamos, pues, a la conclusi‡n, de que

7 4
la verdad cat‡lica es la de que, para provocar esos males que constituyen el
tema de la discusi‡n, las brujas y el demonio siempre trabajan juntos, y en lo
que se refiere a estos aspectos, las unas nada pueden hacer sin la ayuda y
colaboraci‡n del otro.
Ya hemos tratado acerca de esa fascinaci‡n. Y ahora, con referencia. Al
segundo punto, a saber, el de que la sangre fluye de un cad–ver en presencia
del asesino. SegÂn Speculum naturale de Vincent de Beauvais, cap. 13, la
herida, por decirlo as¤, resulta influido por la, mente del asesino, y recibe
cierta atm‡sfera impregnada por la violencia, y el odio de ◊ste, y cuando ◊l se
acerca,. la sangre se acumula, y brota del cad–ver. Pues parecer¤a que esa
atm‡sfera, que fue causada y por as¤ decirlo penetr‡ en la herida debido al
asesino, ante la presencia de ◊ste se perturba y conmueve en gran medida, y a
consecuencia de ese movimiento sale la sangre del cuerpo muerto, guay
quienes declaran que ello se debe a otras causas, y dicen que ese manar de la
sangre es la voz de ◊sta que grita desde la, tierra contra el asesino que se
encuentra presente, y que ello es consecuencia de la maldici‡n pronunciada
contra el primer asesino, Ca¤n. Y con respecto al horror que siente una
persona cuando pasa cerca del cad–ver de un hombre asesinado, aunque no
conozca, en manera alguna la proximidad de un cuerpo muerto, el horror es
ps¤quico, infecta el ambiente y trasmite a la mente un estremecimiento de
temor. Pero advi◊rtase que todas estas explicaciones no afectan en manera
alguna la verdad del mal provocado por las brujas, ya que son todas muy
naturales y surgen de causas naturales.
En tercer lugar, como ya dijimos m–s arriba, las operaciones y ritos de las
brujas se ubican en la segunda categor¤a de las supersticiones, llamada
Adivinaci‡n; y de la adivinaci‡n existen tres especies, pero el argumento no
rige con respecto a la tercera, que corresponde a una especie distinta, pues la
brujer¤a no es s‡lo una adivinaci‡n cualquiera, sino que es la adivinaci‡n
cuyas operaciones se ejecutan mediante invocaciones expresas y expl¤citas
del demonio; y ello puede hacerse de muchas maneras, como por ejemplo por
Nigromancia, Geomancia, Hidromancia, etc◊tera.
De donde esta adivinaci‡n, que usan cuando efectÂan sus hechizos, debe ser
juzgada como el colmo de la perversidad criminal, aunque algunos
intentaron considerarla desde otro punto de vista. Y argumentan que como
no conocemos los poderes ocultos de la naturaleza, puede ser que las brujas
empleen o traten de emplear esos poderes ocultos; por supuesto, que si
utilizaran los poderes naturales de las cosas naturales para producir un
efecto natural, ello ser¤a muy correcto, como resulta en exceso evidente. O
supongamos inclusive que si en forma supersticiosa emplean cosas naturales,
como por ejemplo mediante la escritura de ciertos caracteres o nombres
desconocidos de algunos, y que luego usan esas runas para restablecer la
salud de una persona, o para engendrar una amistad, o con alguna finalidad

7 5
Âtil, y en manera alguna para hacer daflos o perjuicios, digo que es preciso
admitir que en tales casos no hay invocaci‡n expresa de los demonios; ello no
obstante, no es posible que esos hechizos se usen sin una invocaci‡n t–cita,
por lo cual debe considerarse que esos encantamientos son totalmente
ilegales. Y porque estos y muchos otros encantamientos parecidos puedan
ubicarse en la tercera categor¤a de las supersticiones, es decir, en la ociosa y
vana observaci‡n del tiempo y las estaciones, ello no es en manera alguna
un argumento pertinente en cuanto a la herej¤a de las brujas. Pero de esta
categor¤a, de la observaci‡n del tiempo y las estaciones, hay cuatro especies
diferentes. Un hombre puede usar las observaciones para adquirir ciertos
conocimientos; o de esa manera tratar de informarse respecto de los d¤as y
cosas castos y nefastos; o emplear palabras y oraciones sagradas como un
encantamiento, sin relaci‡n con su significado; o querer y desear provocar
algÂn cambio ben◊fico en un cuerpo. Todo esto lo trat‡ con amplitud Santo
Tom–s en el interrogante en que pregunta si esas observaciones son legales,
en especial cuando se trata de producir un cambio ben◊fico en un cuerpo, a
saber, el restablecimiento de la salud de una persona.
Pero cuando las brujas observan el tiempo y las estaciones, debe entenderse
que sus pr–cticas corresponden al segundo tipo de superstici‡n, y por lo
tanto, en lo que a ellas se refiere, las preguntas referentes a esa tercera
clase son en todo sentido ajenas al asunto.
Pasamos ahora a una cuarta proposici‡n, en la medida en que de las
observaciones del tipo de las que hemos analizado se suelen hacer ciertos
diagramas e im–genes, pero son de dos clases distintas, que difieren por
entero entre s¤, y son las astron‡micas y las nigrom–nticas. Ahora bien, en la
nigromancia hay siempre una expresa y especial invocaci‡n de los demonios,
pues esa arte implica que hubo con ellos un pacto y contrato expresos. Por lo
tanto, consideremos s‡lo la astrolog¤a. En ◊sta no hay pacto, y en
consecuencia, tampoco invocaci‡n, salvo que por casualidad exista cierto
tipo de invocaci‡n t–cita, pues las figuras de los demonios y sus nombres
aparecen a veces en diagramas astrol‡gicos. Y una vez m–s, los signos
nigrom–nticos se escriben bajo la influencia de determinados astros, para
contrarrestar la influencia y oposiciones de otros cuerpos celestes, y se los
inscribe, pues los signos y caracteres de esa ciase se encuentran a menudo
grabados en anillos, joyas o algÂn otro metal precioso, pero los signos
m–gicos se graban sin referencia alguna a la influencia de los astros, y con
frecuencia en cualquier sustancia, m–s aun, inclusive en sustancias s‡rdidas
y viles, que, cuando se las entierra en ciertos lugares, provocan daflos y per
juicio y enfermedad. Pero estamos analizando los diagramas que se trazan
con referencia a los astros. Y estos diagramas e im–genes nigrom–nticos no
tienen relaci‡n ninguna con los cuerpos celestes. Por lo tanto, su
consideraci‡n no tiene que ver con este estudio. M–s aun, muchas de estas

7 6
im–genes que se hicieron con ritos supersticiosos no tienen eficacia, es decir,
en lo que se refiere a su fabricaci‡n, aunque es posible que el material del
cual est–n compuestas posea determinado poder, si bien ello no se debe al
hecho de que hayan sido fabricadas bajo da influencia de ciertos astros. Pero
muchos afirman que de todos modos es ilegal utilizar inclusive im–genes como
esas. Pero las im–genes creadas por las brujas no poseen poderes naturales, ni
los tiene el material del cual est–n formadas; mas modelan esas im–genes por
orden del demonio, para que al hacerlo puedan, por decirlo as¤, burlarse de la
obra del Creador, y provocar Su c‡lera, de modo que, en castigo de las
fechor¤as de ellas, Ã1 permita que muchas plagas caigan sobre la tierra. Para
aumentar su culpa, se complacen en modelar tales im–genes en las estaciones
m–s solemnes del aflo.
Con respecto al quinto punto, San Gregorio habla del poder de la gracia y no
del de la naturaleza. Y puesto que, como dice San Juan, nacemos de Dios, qu◊
de extraflo, entonces, que los hijos de Dios gocen de poderes extraordinarios.
Respecto del Âltimo punto diremos que una simple semejanza est– fuera del
asunto, porque la influencia de la propia mente sobre el propio cuerpo es
distinta de su influencia sobre otro cuerpo. Porque, dado que la mente se
encuentra unida al cuerpo como si ◊ste fuese la forma material de aqu◊lla,, y
las emociones son un acto del cuerpo, pero separado, las emociones pueden
ser modificadas por la influencia de la mente, siempre que exista algÂn cambio
corporal, calor o fr¤o, o alguna alteraci‡n, inclusive la muerte misma. Pero
para cambiar el cuerpo no basta un acto de la mente en s¤ mismo, salvo que
pueda haber algÂn resultado f¤sico que modifique el cuerpo. De ah¤ que las
brujas, sin ejercicio de un poder natural, sino s‡lo con la ayuda del diablo,
pueden provocar efectos daflinos. Y los demonios mismos pueden hacerlo s‡lo
mediante la utilizaci‡n de objetos materiales como instrumentos, tales como
huesos, pelo, madera, hierro y toda clase de objetos de ese tipo, respecto de
cuya acci‡n trataremos m–s en detalle en otro punto Y ahora con respecto
ad tenor de la Bula de nuestro Sant¤simo Padre el Papa, analizaremos el
origen de las brujas, y c‡mo es que en aflos recientes sus obras se han
multiplicado tanto entre nosotros. Y debe tenerse en cuenta que para que as¤
ocurra, tienen que coincidir tres cosas: el demonio, la bruja y el permiso de
Dios, quien tolera, que tales cosas existan. Pues San Agust¤n dice que la
abominaci‡n de la brujer¤a surgi‡ de la pest¤fera vinculaci‡n del g◊nero
humano con el diablo. Por lo tanto es claro que el origen y aumento de esa
herej¤a nacen de esa pest¤fera vinculaci‡n, hecho que muchos autores
confirman.
Debemos observar en especial que esta herej¤a, la brujer¤a, no s‡lo difiere de
todas las otras en. El sentido de que no s‡lo por un pacto t–cito, sino por uno
definido y expresado con exactitud, blasfema del Creador y se esfuerza al
m–ximo por profanarlo y por daflar a Sus criaturas, pues todas las dem–s

7 7
herej¤as simples no han hecho un pacto abierto con el demonio, es decir,
ningÂn pacto t–cito o expreso, aunque sus errores e incredulidades deben
atribuirse en forma directa al Padre de los errores y las mentiras. M–s aun, la
brujer¤a difiere de todas las dem–s artes perniciosas y misteriosas en el
sentido de que, de todas las supersticiones, es la m–s repugnante, la m–s
maligna, y la peor, por lo cual deriva su nombre de hacer el mal, y aun de
blasfemar contra la fe verdadera. (Maleficae dictae, a Maleficiendo, seu a
mate de fide sentiendo.)
Seflalemos, adem–s, en especial, que en la, pr–ctica de este abominable mal
hacen falta en particular cuatro puntos. Primero, renunciar de la manera
m–s profana a la fe cat‡lica, o por lo menos negar ciertos dogmas de la fe;
segundo, dedicarse en cuerpo y alma a todos los males; tercero, ofrecer a
Sat–n niflos no bautizados; cuarto, dedicarse a todo tipo de lujuria carnal
con ¤ncubos y sÂcubos, y a todo tipo de asquerosos deleites.
Ojal– pudi◊ramos suponer que nada de esto es cierto, y todo puramente
imaginario, y que nuestra Santa Madre, la Iglesia, estuviera libre de la lepra
de tal abominaci‡n. Ay, el juicio de la Sede Apost‡lica, Ânica Seflora y
Maestra de toda la verdad, ese juicio, digo, expresado en la Bula de nuestro
Santo Padre el Papa, nos asegura y nos infunde la conciencia de que estos
delitos y males florecen entre nosotros, y no nos atrevemos a abstenernos de
nuestra investigaci‡n de ellos, no sea que pongamos en peligro nuestra
propia salvaci‡n. Y por lo tanto debemos examinar en detalle el origen y
aumento de esas abominaciones; ha sido fruto de muchos trabajos, por cierto,
pero confiamos en que cada uno de los detalles ser– sopesado con la mayor
exactitud y cuidado por quienes lean este libro, pues aqu¤ no se encontrar–
nada contrario a la raz‡n, nada que difiera de las palabras de las Escrituras
y de la tradici‡n de los Padres. Ahora bien, existen, por cierto, dos
circunstancias muy comunes en la actualidad, a saber, la vinculaci‡n de las
brujas con familiares, ¤ncubos y sÂcubos, y el horrible sacrificio de niflos
pequeflos. Por lo tanto trataremos en especial estos asuntos, de modo que en
primer lugar analizaremos a esos mismos demonios, en segundo a las brujas y
sus actos, y en tercer t◊rmino investigaremos por qu◊ se tolera que existan
esas cosas. Pues bien, esos demonios actÂan debido a su influencia sobre la
mente del hombre, y prefieren copular bajo la influencia de ciertos astros
antes que bajo la de otros, pues parecer¤a que en ciertas ocasiones su semen
engendra y procrea niflos con m–s facilidad. Por consiguiente, debemos
estudiar por qu◊ los demonios actÂan en la conjunci‡n de determinados
astros, y cu–les son esos momentos.
Hay tres puntos principales que examinar. Primero, si estas abominables
herej¤as pueden multiplicarse por el mundo gracias a, quienes se entregan a
los incubas y sÂcubos. Segundo, si sus acciones no tienen ciertos poderes
extraordinarios cuando se ejecutan bajo la influencia de determinados

7 8
astros. Tercero, si esta abominable herej¤a no la difunden quienes sacrifican
niflos a Sat–n de manera profana. M–s aun, cuando hayamos estudiado el
segundo punto, y antes de pasar al tercero, consideraremos la influencia de
los astros, y qu◊ poder ejercen en actos de brujer¤a.
Con respecto al primer asunto, existen tres dificultades que deben aclararse.
La primera es una consideraci‡n general de esos demonios llamados ¤ncubos.
La segunda es m–s especial, pues debemos interrogar öêC‡mo es posible que
esos ¤ncubos ejecuten el acto humano de la copulaci‡n?õ
La tercera tambi◊n es especial. êC‡mo se unen las brujas a esos demonios y
copulan con ellos?

P R E G U N T A : Si los ¤ncubos y los sÂcubos pueden engendra niflos.

A
primera vista podr¤a parecer, en verdad, que no concuerda con la
fe cat‡lica afirmar que los niflos pueden ser engendrada por
demonios, es decir, por ¤ncubos y sÂcubos: pues Dios mismo antes que
el pecado llegase al mundo, instituy‡ la procreaci‡n humana, pues cre‡ a la
mujer de la costilla del hombre para ser la compaflera del hambre: öY a ellos
les dijo Creced y multiplicaosõ, G◊nesis, 1,28. Y Ad–n, inspirado por Dios, dijo
öSer–n dos en una sola carneõ, G◊nesis, a, 24. Del mismo modo, luego que el
pecado lleg‡ al mundo, se le dijo a No◊: öFructificad y multiplicaosõ, G◊nesis,
ix, 1. Cristo confirm‡ esa uni‡n, tambi◊n en la ◊poca de la nueva ley: öêNo
hab◊is le¤do que el que los hizo al principio, macho y hembra los hizo?õ San
Mateo, xix, 4. Por lo tanto, los hombres no pueden ser engendrados de
ninguna manera que no sea esa.
Pero puede argumentarse que los demonios tienen su papel en esa gestaci‡n,
no como causa esencial, sino como causa secundaria y artificial, para que se
ocupan de entrometerse en el proceso de la copulaci‡n y la concepci‡n
normales, pues obtienen semen humano y ellos mismos lo trasladan.
Objeci‡n. El demonio puede ejecutar este acto en cada etapa de la vida, es
decir, en el estado matrimonial o en otro que no sea ◊ste. O puede ejecutarlo
en un solo estado. Pero no puede cumplirlo en el primer estado, porque
entonces el acto del demonio ser¤a m–s poderoso que el de Dios, Quien
instituy‡ y confirm‡ ese sagrado estado, ya que se trata de un estado de
continencia y matrimonio. Ni puede efectuarlo en cualquier otro estado, ya
que jam–s leemos en las Escrituras que los niflos pueden ser engendrados en
un estado y no en otro.
M–s aun, engendrar un niflo es un acto de un cuerpo vivo, pero los demonios
no pueden dar vida a los cuerpos que adoptan, porque la vida, en t◊rminos
formales, s‡lo procede del alma, y el acto de engendrar es el de los ‡rganos

7 9
f¤sicos que poseen vida corporal. Por lo tanto, los cuerpos que se adoptan de
esa manera no pueden engendrar ni procrear. Pero puede decirse que esos
demonios adoptan un cuerpo, no para infundirle vida, sino para conservar,
por medio de ese cuerpo, el semen humano, y para pasar el semen a otro
cuerpo.
Objeci‡n. En la acci‡n de los –ngeles, sean ellos malos o buenos, nada hay de
superfluo e inÂtil, lo mismo que nada de superfluo e inÂtil hay en la
naturaleza. Pero el demonio, por su poder natural, que es mucho mayor que
cualquier poder f¤sico humano, puede ejecutar cualquier acci‡n espiritual, y
ejecutarla una y otra vez, aunque no sea capaz de discernirla. Por lo tanto
puede ejecutar esa acci‡n, aunque el hombre no discierna cu–ndo tiene que
ver el demonio con ella. Porque todas las cosas materiales y espirituales se
encuentran en una escala inferior a la de las inteligencias puras y
espirituales, pero los –ngeles, sean buenos o malos, son inteligencias parea y
espirituales. Por lo tanto pueden dominar lo que se encuentra por debajo de
ellos. En consecuencia el demonio puede reunir y utilizar a voluntad el semen
humano que pertenece al cuerpo. Sin embargo, reunir el semen humano de una
persona y trasmitirlo a otra implica ciertas acciones locales. Pero los
demonios no pueden llevar cuerpos de un lugar a otro en t◊rminos locales. Y
este es el argumento que formulan. El alma es una pura esencia espiritual, lo
mismo que el diablo; pero el alma no puede mover un cuerpo de un lugar a
otro, salvo que se trate del cuerpo en que mora y al cual da vida. De ah¤ que
si cualquier miembro del cuerpo perece, queda muerto e inm‡vil. Por lo tanto
los demonios no pueden trasladar un cuerpo de un lugar a otro, salvo que se
trate de uno al cual dan vida. Pero se ha mostrado y se reconoce que los
demonios no conceden la vida a nadie, y por lo tanto no pueden trasladar el
semen humano localmente, es decir, de lugar en lugar, de cuerpo en cuerpo.
M–s aun, todas las acciones se ejecutan por contacto, y en especial el acto
de engendrar. Pero no parece posible que exista contacto entre el demonio y
los cuerpos humanos, ya que aqu◊l no tiene un punto de contacto ò concreto
con ellos. Por consiguiente no .puede inyectar semen en un cuerpo humano, y
en consecuencia ello exige cierta acci‡n corporal, por lo cual parecer¤a que
el demonio no puede ejecutarla..
Adem–s, ,los demonios no poseen poderes para mover los cuerpos que en un
orden natural tienen una relaci‡n m–s estrecha con ellos, por ejemplo los
cuerpos celestes, y por lo tanto carecen de poderes para mover los cuerpos
m–s distantes y distintos de ellos. La premisa mayor est– demostrada, ya que
el poder que mueve y el movimiento son una sola y la misma cosa, segÂn
Arist‡teles, en su F¤sica. Se sigue, pues, que los demonios que mueven cuerpos
celestes tienen que estar en el cielo, lo cual es en todo sentido falso, tanto
en nuestra opini‡n como en la, de los platonistas.

8 0
M–s aun, San Agust¤n, Sobre la Trinidad, III, dice que el demonio reÂne en
verdad semen humano, por medio del cual puede producir efectos corporales;
pero ello no puede hacerse sin cierto movimiento local, con lo cual los
demonios pueden trasladar el semen que han reunido e inyectarlo en los
cuerpos de otros. Pero como dice Walafrido Estrab‡n en su comentario sobre
Exodo, va, 11: öEntonces llam‡ tambi◊n el Fara‡n a sabios y encantadoresõ:
los demonios van por la tierra reuniendo todo tipo de simientes, y trabajando
con ellas pueden difundir varias especies. V◊ase tambi◊n la glosa sobre esas
palabras (el Fara‡n llam‡). Y tambi◊n, en el G◊nesis, III, la glosa presenta dos
comentarios sobre las palabras: öY los hijos de Dios vieron a las hijas de los
hombresõ.
P r i m e r o , que por hijos de Dios se entiende a los hijos de Set, y por hijas de
los hombres a las de Ca¤n. Segundo, quelos gigantes fueron creados, no por
algÂn acto incre¤ble de los hombres, sino por ciertos demonios, que son
desvergonzados respecto de las mujeres. Pues la Biblia dice que los gigantes
estaban sobre la tierra. M–s aun, inclusive antes del Diluvio, no s‡lo los
cuerpos de los hombres, sino tambi◊n los de las mujeres, eran destacada e
incre¤blemente bellos.
R e s p u e s t a . Con fines de brevedad se omite buena aparte de lo relativo al
poder del demonio y de sus obras, en el aspecto de los efectos de la brujer¤a.
Pues el lector piadoso lo acepta como demostrado, o, si desea investigar,
puede encontrar todos los puntos aclarados en el segundo Libro de
Sentencias, 5. Pues ver– que los demonios ejecutan todas sus obras de manera
consciente y voluntaria; pues la naturaleza que les dio no ha cambiado.
V◊ase Dionisio, en su cuarto cap¤tulo, al respecto; la naturaleza de ellos se
mantiene intacta y espl◊ndida, aunque no pueden utilizarla para ningÂn buen
fin. En cuanto a su inteligencia, advertir– que descuellan en tres puntos de
comprensi‡n, a saber, en la sutileza de su naturaleza, en su antigua
experiencia y en la revelaci‡n de los esp¤ritus superiores. Tambi◊n descubrir–
que, por influencia de los astros, conocen las caracter¤sticas dominantes de
los hombres, y por lo tanto descubren que algunos est–n m–s dispuestos a
ejecutar obras de hechicer¤a que otros, y que molestan a ◊stos ante todo con
vistas a tales acciones. Y en cuanto a su voluntad, el lector hallar– que se
orienta en forma inmutable hacia el mal, y que continuamente peca por
orgullo, envidia y grosera codicia; y que Dios, para Su propia gloria, le
permite trabajar contra Su voluntad. Tambi◊n entender– que con estas dos
cualidades del intelecto y la voluntad los demonios obran milagros, de modo
que no existe poder en la tierra que se compare con ellos: Job, n. No hay en la
tierra poder que pueda compararse con el que fue creado para no tener a
nadie. Pero aqu¤ la glosa dice que si bien no teme a nadie, est– sometido a los
m◊ritos de los Santos.
Tambi◊n ver– que el demonio conoce los pensamientos de nuestros corazones;

8 1
que en forma esencial y desastrosa puede metamorfosear los cuerpos con la
ayuda de un agente; que puede trasladar los cuerpos de un lugar a otro y
alterar los sentimientos exteriores e internos en cualquier medida
concebible; y que le es posible modificar el intelecto y la voluntad del
hombre, por indirectamente que lo hiciere.
Pues si bien todo esto es pertinente para nuestra investigaci‡n, s‡lo deseamos
extraer de ello una conclusi‡n en cuanto a la naturaleza de los demonios, y
de ese modo seguir el estudio de nuestro interrogante.
Ahora bien, los Te‡logos les asignaron ciertas cualidades, como la de que
son esp¤ritus impuros, pero no por su naturaleza. Pues segÂn Dionisio hay en
ellos una locura natural, una feroz concupiscencia, una desenfrenada
fantas¤a, como se advierte en sus .pecados espirituales de orgullo, envidia, y
c‡lera. Por este motivo son los enemigos de la raza humana: racionales de
mente, pero razonan sin palabras; sutiles en maldad, ansiosos de hacer daflo;
siempre f◊rtiles en nuevos engaflos, modifican las percepciones y enturbian
las emociones de los hombres, confunden a los vigilantes y en los sueflos
perturban a los durmientes; provocan enfermedades, engendran tempestades,
se disfrazan de –ngeles de luz, siempre llevan en torno el infierno; a las
brujas les usurpan para s¤ la adoraci‡n de Dios, y por este medio se efectÂan
encantamientos m–gicos; tratan de obtener el dominio sobre los buenos, y
molestarlos hasta el m–ximo de su poder¤o; a los elegidos se les entregan
como tentaci‡n, y siempre se encuentran al acecho de la destrucci‡n de los
hombres.
Y aunque tienen mil maneras de hacer daflo, y desde su ca¤da intentaron
provocar cismas en la iglesia, impedir la caridad, infectar con la bilis de la
envidia la dulzura de los actos de los santos, y perturbar de todas las
maneras posibles a la raza humana, _ su poder se mantiene limitado a las
partes privadas y al ombligo. V◊ase Job, XLI. Pues gracias al desenfado de la
carne posee gran poder sobre los hombres; y en los hombres la fuente del
desenfreno se encuentra en las partes privadas, ya que de ellas emana el
semen, tal como en las mujeres mana del ombligo. Por lo tanto,
sobrentendidas estas cosas para una adecuada comprensi‡n del problema de
los ¤ncubos y los sÂcubos, debe decirse que es una concepci‡n tan cat‡lica
afirmar que en ocasiones los hombres pueden ser engendrados por medio de
¤ncubos y sÂcubos, como es contrario alas palabras de los santos, y aun a la
tradici‡n delas Sagradas Escrituras, mantener la opini‡n contraria. Y esto se
demuestra como sigue. En un lugar San Agust¤n formula este interrogante, no
respecto de las brujas, sino con referencia a las obras mismas de los
demonios, y a las f–bulas de los poetas, y deja el asunto envuelto en ciertas
dudas, aunque m–s tarde se muestra definido al respecto, en. Las Sagradas
Escrituras. Pues en su de Ciutate Dei, Libro 3, cap¤tulo a 2, dice: öDejamos
abierto el interrogante en cuanto a si era posible que Venus diese nacimiento

8 2
a Eneas por medio del coito con Anquisesõ. Pues un interrogante similar surge
en las Escrituras, donde se pregunta si los –ngeles malos se acuestan con las
hijas de los hombres, y de este modo la tierra se llen‡ entonces de gigantes, es
decir, de hombres enormemente grandes y fuertes. Pero soluciona el tema en
el Libro 5, cap. 25, con estas palabras: öEs creencia muy general, cuya
veracidad muchos confirman por experiencia propia, o al menos de o¤das, por
haber sido experimentada por hombres de indudable confianza, que los s–tiros
y los faunos (que por lo general se denominan ¤ncubos) se aparecieron ante
mujeres lascivas y trataron de obtener y obtuvieron el coito con ellas. Y que
ciertos demonios (que los galos llaman dusios) intentan en forma asidua, y lo
logran, esta actividad repugnante, cosa que confirman tantos testigos
dignos de cr◊dito, que ser¤a insolente negarloõ.
M–s tarde, en el mismo libro, soluciona la segunda afirmaci‡n, a saber, que el
pasaje del G◊nesis Sobre los Hijos de Dios (es decir, Set) y las hijas de los
hambres (o sea, Ca¤n) no habla s‡lo de los ¤ncubos, ya que la existencia de
◊stos no es cre¤ble. En ese sentido existe la glosa que ya mencionamos antes.
Dice que no es ajeno a la creencia el hecho de que los gigantes de quienes
hablan las Escrituras fuesen engendrados, no por hombres, sino por –ngeles o
ciertos demonios que buscan a las mujeres. El mismo sentido tiene la glosa de
Isa¤as, XIII donde el profeta predica la desolaci‡n de Babilonia y los
monstruos que la habitar–n. Dice: öLos bÂhos morar–n all¤, y los s–tiros
bailar–n all¤õ. Aqu¤, por s–tiros se entiende demonios; como dice la glosa, los
s–tiros son criaturas salvajes y velludas de los bosques, que representan
cierto tipo de demonios llamados ¤ncubos. Y una vez m–s Isa¤as, xxxiv, donde
profetiza la desolaci‡n del pa¤s de los idumeos porque persiguieron a los
jud¤os, y dice: öSer– morada de dragones y refugio para mochuelos. Tambi◊n
los animales salvajes del desierto se encontrar–n all¤...õ La glosa interlineal
interpreta esto como referido a monstruos y demonios. Y en el mismo lugar el
Beato Gregorio explica que estos son dioses de los bosques con otro nombre,
no los que los griegos llamaban Pan, y los latinos ¤ncubos.
De la misma manera, el Beato Isidoro, en el Âltimo cap¤tulo de su octavo
libro, dice: los s–tiros son aquellos que se denominan Pan en griego e ¤ncubos
en lat¤n. Y se los denomina ¤ncubos por su pr–ctica de superposici‡n, es decir,
de org¤a. Pues a menudo ans¤an rijosamente a las mujeres, y copulan con
ellas; y los galos los llaman dusios, porque sor diligentes en esa animalidad.
Pero el demonio que la gente comÂn llama ¤ncubo, es denominado fauno de los
higos por los romanos; a lo cual Horacio dijo: öOh, fauno, amor de las ninfas
que huyen, que recorre con dulzura, mis tierras y mis sonrientes camposõ.
Y en cuanto a lo de San Pablo, en I Corintios, x4 una mujer debe llevar
cubierta la cabeza, por los –ngeles, y muchos cat‡licos creen que öpor los
–ngelesõ se refiere a los ¤ncubos. La misma opini‡n ostenta el Venerable Bede
en su History of the English; tambi◊n Guillermo de Par¤s en su libro De

8 3
Universo, Âltima parte del tratado sexto. M–s aun, Santo Tom–s habla de
ello (I, 25 y II, 8 y en otras partes; tambi◊n en Isa¤as, XII y XIV) por lo tanta
dice que es irreflexivo negar esas cosas. Pues lo que parece cierta para
muchos no puede ser del todo falso, segÂn Arist‡teles (a3 final de De Somno
et Vigilia, y en la segunda Etica). Nada diga de las muchas historias
aut◊nticas, tanto cat‡licas como paganas, que afirman de manera abierta la
existencia de los ¤ncubos.
Pero el motivo de que los demonios se conviertan en ¤ncubos o sÂcubos no es
con vistas al placer, ya que un esp¤ritu no tiene carne ni sangre; sino que
ante todo es con la intenci‡n de que por medio del vicio de la lujuria puedan
provocar un doble daflo contra los hombres, es decir, en el cuerpo y en el
alma, de modo que los hombres puedan entregarse m–s a todos los vicios. Y no
cabe duda de que saben bajo qu◊ astros es m–s vigoroso el semen, y que los
hambres as¤ concebidos estar–n siempre pervertidos por la brujer¤a.
Cuando Dios todopoderoso enumer‡ muchos vicios de lujuria que reinaban
entre los no creyentes y los herejes, de los cuales deseaba que Su pueblo
quedase purificado, dijo, en Lev¤tico, XVIII: öEn ninguna, de estas cosas os
amancillar◊is; porque en todas estas cosas se ha ensuciado la gente que yo he
hecho delante de vosotros. Y la tierra fue contaminada y yo visit◊ su maldad
sobre ella, y la, tierra vomit‡ sus moradoresõ. Por el contrario, la glosa
explica la palabra ötierrasõ, que significa demonios que, debido a su multitud,
se denominan las gentes del mundo, y se regocijan en todos los pecados, en
especial el de fornicaci‡n e idolatr¤a., porque gracias a ellos quedan
mancillados en cuerpo y en alma, y el hombre entero, que se denomina öla
tierraõ. Porque cada uno de los pecados que el hombre comete se encuentra
fuera de su cuerpo, pero el hombre que carrete fornicaci‡n peca. En este
cuerpo. Si alguien quiere seguir estudiando las historias relativas a los
¤ncubos y sÂcubos, que lea (como se dijo) a Bede en su History of the English y
a Guillermo, y por Âltimo a Tom–s de Brabante en su libro Sobre Besa.
Para volver a nuestro asunto. Y ante todo, al acto natural d◊ propagaci‡n
instituido por Dios, es decir, entre el hombre y la mujer: que como si fuese por
permiso de Dios, el Sacramento del Matrimonio puede ser anulado por la, obra
del demonio mediante la brujer¤a, como se mostr‡ m–s arriba. Y lo mismo rige
con mucha m–s fuerza para cualquier otro acto ven◊reo entre hombre y
mujer.
Pero si se pregunta por qu◊ se permite al demonio efectuar hechizos sobre el
acto ven◊reo, antes que sobre cualquier otro acto humano, se responde que
los Doctores dan muchas razones, que se analizar–n m–s adelante, en la
parte referente al permiso divino. Por el momento debe bastar la. Raz‡n que se
mencion‡ antes, a saber, que el poder del demonio reside en las partes
privadas de los hombres. Pues de todas las luchas, las m–s dif¤ciles son

8 4
aquellas en que el combate es continuo, y rara la victorias,. Y es poco s‡lido
afirmar que en ese caso la obra del demonio es m–s fuerte que la de Dios, ya
que el acto matrimonial instituido por Dina puede ser anulado; pues el
demonio no lo anula, por la violencia, ya que no tiene poder alguno en el
asunto, salv‡ en la medida en que Dios selo permite. Por lo tanto ser¤a mejor
argumentar, a partir de esto, que carece de poderes.
S e g u n d o , es verdad que procrear a un hombre es el acto de un cuerpo vivo.
Pero cuando se dice que los demonios no pueden dar vida porque ◊sta fluye
formalmente del alma, es cierto; pero en t◊rminos materiales, la vida nace
del semen, y el demonio incubo, con permiso de Dios, puede lograrlo por medio
del coito. Y el semen no brota tanto de ◊l, ya que es el de otro hombre recibido
por ◊l para tal fin (v◊ase Santo Tom–s, I, 51, art. 3). Pues el demonio es el
sÂcubo del hombre, y se convierte en incubo de una mujer. Asimismo, absorben
las simientes de otras cosas para engendrar distintas cosas, como dice S.
Agust¤n, de Trinitate, M.
Y ahora podr¤a preguntarse, êde qui◊n es hijo el niflo as¤ nacido? Resulta
claro que no del demonio, sino del hombre cuyo semen se recibi‡. Pero cuando
se insiste en que, tal como en las obras de la naturaleza, tampoco hay nada
superfluo en las de los –ngeles, hay que admitirlo; pero cuando se infiere que
el demonio puede recibir e inyectar semen de manera invisible, ello tambi◊n es
cierto; pero prefiere ejecutarlo de manera visible, como un sÂcubo y un
incubo, para que mediante esa asquerosidad pueda infecta; a toda la
humanidad en cuerpo y alma, es decir, tanto al hombre como a la mujer, pues
existe, por decirlo as¤, con tanto f¤sico real.
M–s aun, en forma invisible los demonios pueden hacer m–s cosas de las que
se les permite hacer de manera visible, aunque lo deseen as¤; pero se les
permite hacerlas de< modo invisible, ya sea como prueba para los buenos, o
como castigo para los malos. Por Âltimo, puede ocurrir que otro demonio
ocupe el lugar del sÂcubo, reciba de ◊l el semen y se convierta en ¤ncubo en
lugar del otro demonio; y ello por tres motivos. Tal vez porque un demonio,
asignado a una mujer, debe recibir el semen de otro demonio, asignado a un
hombre, para que de esta forma cada uno de ellos sea encargado por el
pr¤ncipe de los demonios para efectuar una brujer¤a; ya que a cada uno se le
asigna su propio –ngel, inclusive de entre los malos; o debido a la
asquerosidad del acto, que un demonio sentida repugnancia de cometer. Pues
en muchas investigaciones se muestra con claridad que ciertos demonios, por
alguna nobleza de su naturaleza, rehuyen acciones tan repugnantes. O bien
puede ser para que el incubo, en lugar del semen del hombre, se interponga ◊l
mismo ante una mujer e inyecte de manera invisible su propio semen, es decir,
el que recibi‡ en forma invisible. Y no es ajeno a su naturaleza o poder
efectuar semejante interposici‡n, ya que en forma f¤sica puede interponerse

8 5
de manera invisible y sin contacto f¤sico, como en el caso del joven que se
prometi‡ a un ¤dolo.
T e r c e r o , se dice que el poder del –ngel corresponde, en grado infinito, a
las cosas superiores, es decir, que su poder no puede ser comprendido por los
‡rdenes inferiores, sino que siempre es superior a ellos, de modo que no se
limita a un solo efecto. Pues las potencias superiores tienen una influencia
casi ilimitada sobre la creaci‡n. Pero porque se diga que es infinitamente
superior, no significa que sea indiferentemente poderoso para cualquier obra
que se le proponga; pues entonces tanto dada que se dijese que es
infinitamente inferior, como que es muy superior.
Pero debe existir cierta proporci‡n entre el agente y el paciente, y no puede
haberla entre una sustancia puramente espiritual y una, corp‡rea. Por lo
tanto, ni siquiera los demonios tienen poder alguno para provocar un efecto,
salvo mediante algÂn otro media activo. Por eso usan las simientes de las
cosas para producir sus efectos; v◊ase San Agust¤n, de Trinitate Dei, 3. Por lo
tanto, este argumento se remite al anterior, y no queda fortalecido por ◊l, a
menos de que alguien quiera la explicaci‡n de San Agust¤n de por qu◊ las
Inteligencias tienen poderes infinitos de grado superior, y no inferior,
otorgadas a ellas en el orden de las cosas corp‡reas y de los cuerpos
celestes, que pueden influir muchos e infinitos efectos. Pero ello no se debe a
la debilidad de los poderes inferiores. Y la confusi‡n es que los demonios,
inclusive sin adoptar un cuerpo, pueden operar trasmutaciones en el semen;
aunque este no es un argumento contra la presente proposici‡n respecto de
los ¤ncubos y los sÂcubos cuyas acciones no pueden ejecutar si no adoptan
una forma corporal, como se consider‡ m–s arriba.
Para el cuarto argumento, los demonios no pueden trasladar cuerpos o semen
en el plano local, lo cual se comprueba con la analog¤a del alma. Debe
decirse que una cosa es hablar de la sustancia espiritual del –ngel o demonio
reales, y otra cosa hablar del alma real. Pues la raz‡n de que el alma no
pueda mover un cuerpo de un lugar a otro, a menos de que le haya dado vida,
o bien por contacto de un cuerpo vivo con uno que no posee vida, es la
siguiente: que el alma ocupa, con mucho, el grado inferior en el orden de los
seres espirituales, y por lo tanto se sigue que tiene que existir cierta relaci‡n
proporcional entre ella y el cuerpo que es capaz de mover por contacto: Pero
no ocurre as¤ con los demonios, cuyo poder supera al poder f¤sico. Y quinto,
debe decirse que el contacto de un demonio con un cuerpo, ya sea en forma de
semen o de cualquier otra manera, no es un contacto corp‡reo, sino virtual,
y se produce en concordancia con la proporci‡n adecuada del que mueve y del
movido; siempre que el cuerpo movido no supere la proporci‡n del poder del
demonio. Y esos cuerpos son cuerpos celestes, e inclusive toda la tierra o
todos los elementos del mundo, cuyo poder podemos denominar superior, segÂn
la autoridad de Santo Tom–s en sus preguntas respecto del Pecado (Pregunta

8 6
10, de Daemonibus). Pues ello se debe a la esencia de la naturaleza o a la
condenaci‡n por el pecado. Pues existe un orden de cosas adecuado, en
consonancia con su naturaleza misma y con su movimiento. Y as¤ como los
cuerpos celestes m–s altos son movidos por sustancias espirituales superiores,
lo mismo que los –ngeles buenos, as¤ a los cuerpos inferiores los mueven
sustancias espirituales inferiores, como los demonios. Y si esta limitaci‡n del
poder de ◊stos se debe a la esencia de la naturaleza, algunos afirman que los
demonios no son del orden de los –ngeles superiores, sino que forman parte
del orden terrestre creado por Dios; y esta era la opini‡n de los Fil‡sofos. Y
si se debe a la condenaci‡n por el pecado, como afirman los Te‡logos,
entonces fueron expulsados de las regiones del cielo, a esa atm‡sfera
inferior, en castigo, y por lo tanto no son capaces de moverla, ni de mover la
tierra.
As¤ se ha dicho acerca de dos argumentos que se rechazan con facilidad: uno,
respecto de los cuerpos celestes, que los diablos tambi◊n pod¤an mover, ya que
eran capaces de mover cuerpos de un lado al otro, ya que los astros est–n
m–s cerca de ellos en la naturaleza, como tambi◊n lo afirma el Âltimo
argumento. La respuesta es que esto no es v–lido; pues si rige la primera
opini‡n, dichos cuerpos superan la proporci‡n del poder de los demonios, y si
es cierto lo segundo, entonces no puede moverlos, debido a su castigo por el
pecado.
Adem–s est– el argumento que objeta que el movimiento del todo y de la parte
es la misma cosa, tal como Arist‡teles, en su F¤sica cuarta ejemplifica el caso
de toda la, tierra y de un terr‡n; y que por lo tanto si los demonios pueden
mover una parte de la tierra, tambi◊n pueden mover la tierra entera. Pero
esto no es v–lido, como resulta claro para cualquiera que examine la
diferencia. Pero reunir el semen de las cosas y aplicarlo a ciertos efectos no
supera su poder natural, con el permiso de Dios, como es evidente por s¤ mismo.
En conclusi‡n, a despecho de la afirmaci‡n de algunos, de que los demonios,
en forma corporal, en ningÂn modo pueden engendrar niflos, y de que por
öhijos de Diosõ se entiende a los hijos de Set, y no a los demonios ¤ncubos, as¤
como por öhijas de los hombresõ se hace referencia a las descendientes de
Ca¤n, sin embargo muchos afirman con claridad todo lo contrario. Iù lo que
parece cierto para muchos no puede ser del todo falso, segÂn Arist‡teles, en
su Etica sexta, y al final de Somno et Uigilia. Y ahora, tambi◊n en los tiempos
modernos, tenemos hechos y palabras atestiguados, de brujas, que en verdad y
realidad ejecutan esas cosas.
Por lo tanto, establecemos tres proposiciones. Primero, que los m–s
repugnantes actos ven◊reos son llevados a cabo por esos demonios, no con
vistas al deleite, sino para la poluci‡n de las almas y úcuerpos de aquellos
que actÂan como ¤ncubos o sÂcubos. Segundo, que por medio de esa acci‡n

8 7
puede producirse una concepci‡n y gestaci‡n totales por las mujeres, ya que
pueden depositar semen humano en el lugar adecuado de un Âtero femenino,
donde ya existe una sustancia correspondiente. De la misma manera, tambi◊n
pueden reunir las simientes de otras cosas para provocar otros efectos.
Tercero, que en la gestaci‡n de esos-niflos, s‡lo el movimiento local debe
atribuirse a los demonios, y no la gestaci‡n real, que surge, no del poder del
demonio o del cuerpo que adopta, sino de la virtud de aquel a quien pertenec¤a
el semen; por lo tanto, el niflo no es hijo del demonio, sino de algÂn hombre.
Y aqu¤ hay una respuesta clara a quienes afirman que hay dos razones por las
cuales los demonios no pueden engendrar niflos: primero que la gestaci‡n se
efectÂa por la virtud formadora que existe en el semen liberado de un cuerpo
viviente; y que como el cuerpo adoptado por los demonios no es de esa clase,
entonces, etc◊tera. Es clara la respuesta de que el demonio, deposita semen
formador, de manera natural, en su lugar adecuado, etc◊tera. Segundo, se
puede argumentar que el semen tiene capacidad de engendrar, s‡lo en la
medida en que se conserve en ◊l el calor de la vida, que debe perderse cuando
se lo transporta grandes distancias. La respuesta es que los diablos pueden
acumular el semen a salvo, de modo que no se pierda su calor vital; o
inclusive que no se evapore con tanta facilidad debido a la gran velocidad
con que se mueve en raz‡n de la superioridad de lo movible respecto de la
cosa movida.

P R E G U N T A . êQu◊ demonios practican las operaciones de los ¤ncubos y los


sÂcubos?
êEs cat‡lico afirmar que las funciones de los ¤ncubos y sÂcubos pertenecen,
por igual, en forma indiferente, a todos los esp¤ritus impuros? Y parece que es
as¤; pues afirmar lo contrario ser¤a asegurar que existe un buen orden entre
ellos. Se argumenta que tal como en los c–lculos de los Buenos existen
grados y ‡rdenes (v◊ase San Agust¤n en su libro Sobre la naturaleza de los
buenos), as¤ tambi◊n el c–lculo del Mal se basa, en la confusi‡n. Pero como
entre los –ngeles buenos nada puede carecer de orden, as¤ entre los malos
todo es desorden, y por lo tanto siguen, en forma indistinta, esas pr–cticas.
V◊ase Job,, x: öTierra de oscuridad, l‡brega como sombra de muerte, sin orden
y que aparece cauro la, oscuridad mismaõ.
Y una vez m–s, si no todos siguen con indiferencia estas pr–cticas, esta
cualidad proviene de su naturaleza, o del pecado, o del castigo. Pero no
proviene de la naturaleza, ya que todos, sin distinci‡n, est–n integrados al
pecado, como se expuso en la pregunta precedente. Pues por naturaleza son
esp¤ritus impuros, pero no tanto como para perjudicar sus buenas partes,
sutiles en maldad, ansiosos de hacer daflo, henchidos de orgullo, etc◊tera. Por
lo tanto, en ellos, estas pr–cticas se deben, o bien al pecado, o al castigo. Por

8 8
lo dem–s, cuando el pecado es mayor, hay un castigo mayor; y los –ngeles
superiores han pecado mucho m–s, y por lo tanto, para su castigo, deben
seguir estas pr–cticas inmundas. 8I ello no es as¤, se dar– otro motivo por el
cual no pueden practicar estas cosas en forma indistinta. Y una vez m–s, se
afirma que cuando no existe disciplina u obediencia, todos trabajan sin
distinci‡n, y se asegura que no existe disciplina u obediencia entre los
demonios, ni acuerdos. Proverbios, xIII: öEntre los soberbios siempre hay
disputasõ.
Una vez m–s, as¤ como debido al castigo todos ser–n arrojados por igual al
infierno, despu◊s del D¤a del Juicio, as¤ antes de ese momento se encuentran
detenidos en las brumas inferiores, debido a las obligaciones que les han sido
asignadas. Y no leemos que exista igualdad debido a la emancipaci‡n, y por lo
tanto tampoco la hay en el asunto de la obligaci‡n y la tentaci‡n.
Pero contra esto est– la primera glosa de I Corintios, xv: öMientras perdure
el mundo, los –ngeles estar–n sobre los –ngeles, los hombres sobre los
hombres, y los demonios sobre otros demoniosõ. Tambi◊n en Job. Xi, se habla de
las balanzas de Leviat–n, que significan los miembros del demonio, y de c‡mo
uno se aferra al otro. Por lo tanto hay entre ellos, tanta diversidad de orden
como de acci‡n.
Surge otro interrogante, el de si los demonios pueden o no ser contenidos por
los –ngeles buenos, e impedirles que realicen esas inmundas pr–cticas. Debe
decirse que los –ngeles a cuyo mando est–n sometidas las Influencias
adversas son llamados Poderes, como dice San Gregorio, y San Agust¤n (de
Trinitate, xxx, 3). Un esp¤ritu de vida rebelde y pecaminoso est– sometido a un
esp¤ritu de vida obediente, piadoso y justo. Y las Criaturas m–s perfectas y
cercanas a Dios tienen autoridad sobre las otras; pues todo el orden de
preferencia se encuentra al comienzo y en primer lugar en Dios, y es
compartido por Sus criaturas segÂn que se acerquen m–s a ◊l. Por lo tanto,
los –ngeles buenos, que est–n m–s cerca de Dios debido a su fruici‡n de Ãl, de
que carecen los demonios, tienen preferencia sobre ◊stos, y los rigen.
Y cuando se afirma que los demonios producen mucho daflo sin ningÂn medio, o
que no encuentran obst–culo porque, no est–n sometidos a los –ngeles
buenos, que podr¤an imped¤rselo; o que si est–n sometidos, el mal que si se hace
por el sujeto se debe a negligencia por parte del amo malo, y parecen existir
algunas negligencias entre los –ngeles buenos, la respuesta es que los
–ngeles son ministros de la sabidur¤a Divina. Entonces se sigue que, como la
sabidur¤a Divina permite que se haga cierto mal por los –ngeles malos o los
hombres, con vistas al bien que El extrae de ello, as¤ tampoco los –ngeles
buenos impiden del todo que los hombres malvados o los demonios hagan daflo.
R e s p u e s t a . Es cat‡lico afirmar que existe cierto orden de acciones
interiores y exteriores, y un grado de preferencia entre los demonios, Cuando

8 9
se sigue que ciertas abominaciones son cometidas por los ‡rdenes inferiores,
de las cuales los ‡rdenes superiores est–n excluidos debido a la nobleza de su
naturaleza. Y en general se dice que esto nace de una congruencia triple, en
el sentido de que tales cosas armonizan con su naturaleza, con la sabidur¤a
Divina, y con su propia maldad. Pero m–s en especial, en lo que se refiere a su
naturaleza. Se conviene que desde el comienzo de la Creaci‡n algunos
siempre fueron superiores por naturaleza, ya que difieren entre s¤ respecto de
la forma; y no hay dos –ngeles iguales en forma. Esto sigue la opini‡n m–s
general, que tambi◊n coincide con las palabras de los Fil‡sofos. Dionisio
tambi◊n lo establece en su d◊cimo cap¤tulo Sobre la jerarqu¤a celestial, que
en el mismo orden hay tres grados separados, y debemos coincidir con ello, ya
que son a la vez inmateriales e incorp‡reos. .V◊ase tambi◊n Santo Tom–s (n,
2). Pues el pecado no les arrebata su naturaleza, y despu◊s de la Ca¤da los
demonios no perdieron sus dones naturales, como ya se dijo; y las operaciones
de las cosas siguen sus condiciones naturales. Por consiguiente, tanto en
naturaleza c‡mo en acci‡n son varios y mÂltiples.
Esto armoniza tambi◊n con la sabidur¤a Divina; pues lo ordenado ha sido
ordenado por Dios (Romanos, xiii). Y como los demonios fueron delegados por
Dios para la tentaci‡n de los hombres y el castigo de los condenados,
trabajan sobre los hombres desde afuera, por muchos y variados medios.
Tambi◊n armoniza con su propia maldad. Pues como est–n en guerra con la
raza humana, combaten en forma ordenada, porque de ese modo piensan hacer
un mayor daflo a los hombres, y -lo hacen. De donde se sigue que no comparten
en igual medida sus m–s indecibles abominaciones.
Y esto se demuestra de manera m–s espec¤fica como sigue; puesto que, como se
dijo, la acci‡n sigue a la naturaleza de la cosa, se entiende tambi◊n que
aquellos cuya naturaleza est– subordinada deben a su vez subordinarse en la
operaci‡n, como ocurre con las cosas corp‡reas. Pues como los cuerpos
inferiores est–n, por orden natural, por debajo de los cuerpos celestes, y sus
acciones y movimientos se hallan sometidos a los de los cuerpos celestes; y
como los demonios, segÂn se dijo, difieren entre s¤ en el orden natural, por lo
tanto tambi◊n difieren en sus acciones naturales, tanto extr¤nsecas como
intr¤nsecas; y en especial en la ejecuci‡n de las abominaciones de que se
trata. De lo cual se llega a la conclusi‡n de que como la pr–ctica de estas
abominaciones es en su mayor parte ajena a la nobleza de la naturaleza
ang◊lica, as¤ tambi◊n en las acciones humanas los actos m–s inmundos y
bestiales deben ser considerados en s¤ mismos, y no en relaci‡n con la
obligaci‡n de la naturaleza y procreaci‡n humanas.
Por Âltimo, como se cree que algunos han ca¤do de todos los ‡rdenes, no es
inadecuado afirmar que los demonios que caen del coro inferior, e inclusive
en el que figura en el rango m–s bajo, son delegados para la ejecuci‡n de esa

9 0
y otras abominaciones. Adem–s, debe tenerse muy en cuenta que, aunque las
Escrituras hablan de los ¤ncubos y sÂcubos que ans¤an a las mujeres, en
ninguna parte leemos que ¤ncubos y sÂcubos cayeran en vicios contrarios a la
naturaleza. No hablamos s‡lo de la sodom¤a, sino de cualquier otro pecado
por medio del cual se efectÂe err‡neamente el acto fuera del canal correcto.
Y la gran enormidad de quienes pecan de este modo la muestra el hecho de que
todos los diablos por igual, fuesen del orden que fueren, abominan y piensan
desvergonzadamente cometer tales acciones. Y parece que la glosa de
Ezeqniel, xix significa eso mismo, cuando dice: öTe entregar◊ en manos de los
moradores de Palestinaõ, es decir, los demonios, quienes se avergonzar–n de
tus iniquidades, o sea, de los vicios contra la naturaleza. Y el estudioso ver–
qu◊ debe entenderse autorizadamente respecto de los demonios. Pues Dios no
castig‡ con tanta frecuencia ningÂn pecado por medio de la muerte
vergonzosa de multitudes.
Por cierto que muchos dicen, y en verdad se cree, que nadie puede perseverar,
sin correr peligro, en la pr–ctica de esos vicios, m–s all– del periodo de la
vida mortal de Cristo, que dur‡ treinta y tres aflos, a menos de que lo salve
alguna gracia especial del Redentor. Y esto lo demuestra el hecho de que a
menudo han sido atrapados por este vicio algunos octogenarios y
centenarios, que hasta entonces hab¤an regido su vida de acuerdo con la
disciplina de Cristo; y una vez que lo abandonaron, les result‡ muy dif¤cil
obtener su liberaci‡n y someterse a semejantes vicios. M–s aun; los nombres
de los demonios indican qu◊ orden existe entre ellos, y qu◊ oficio se le asigna
a cada uno. Pues aunque el mismo nombre, el de demonio, se usa en general en
las Escrituras debido a sus diversas cualidades, ◊stas, sin embargo, enseflan
que Uno se encuentra por encima de esas acciones repugnantes, tal como
ciertos otros vicios est–n sometidos a Otro. Pues es pr–ctica de las Escrituras
y del lenguaje llamar a cada uno de los esp¤ritus impuros Diabolus, de D¤a, es
decir, Dos, y Bolus, o sea, Bocado; pues mata dos cosas, el cuerpo y el alma. Y
esto coincide con la etimolog¤a, aunque en griego Diabolus significa
encerrado en la C–rcel, lo cual tambi◊n coincide, ya que no se le permite
-hacer tanto daflo como desea. O Diabolus puede significar Flujo Descendente,
ya que fluy‡ hacia abajo, es decir, cay‡, tanto en t◊rminos espec¤ficos como
locales. Tambi◊n se lo llama Demonio, es decir, Astucia sobre la Sangre, ya
que ans¤a y procura el pecado con un conocimiento triple, pues es poderoso en
la sutileza de su naturaleza, en su experiencia ancestral y en la revelaci‡n
de los esp¤ritus buenos. Asimismo se lo llama Belial, que significa Sin Yugo o
Amo, pues puede luchar contra aquel a quien deber¤a someterse. Se lo -llama
BelcebÂ, que significa Seflor de las Moscas, es decir, de las almas de los
pecadores que abandonaron la verdadera fe de Cristo. Tambi◊n Sat–n, es
decir, el Adversario; v◊ase I San Pedro, n: öPues tu adversario el demonio
ronda en tornoõ, etc. Tambi◊n Behemoth, es decir la Bestia, porque hace

9 1
bestiales a los hombres.
Pero el demonio mismo de la Fornicaci‡n, y el jefe de esa abominaci‡n, se
llama Asmodeo, que significa Criatura de Juicio, pues debido a este tipo de
pecado se ejecut‡ un terrible juicio sobre Sodoma y las otras cuatro ciudades.
De la misma manera, el demonio del Orgullo se llama Leviat–n, que significa
su Adici‡n, porque cuando Lucifer tent‡ a nuestros primeros padres les
prometi‡, por orgullo, la adici‡n de la Divinidad. Respecto de ◊l, el Seflor dijo,
por intermedio de Isa¤as: öLe enviar◊ a Leviat–n, esa vieja y tortuosa
serpienteõ. Y el demonio de la Avaricia y las Riquezas se llama Mamm‡n, a
quien tambi◊n Cristo menciona en el Evangelio (San Mateo, VI ): öNo puedes
servir a Diosõ, etc◊tera. Acerca de los argumentos. Primero, que puede
encontrarse el bien sin el mal, pero que el mal no puede encontrarse sin el
bien, pues se vierte sobre una criatura que es bien en s¤ misma. Y por lo tanto
los diablos, en la medida en que poseen una buena naturaleza, fueron
ordenados segÂn la naturaleza, y para sus acciones v◊ase Job, X.
S e g u n d o , puede decirse que los demonios delegados para actuar no est–n
en el infierno, sino en las brumas inferiores, y all¤ tienen orden entre s¤, que
no tendr¤an en el infierno. De lo cual puede decirse que todo orden ces‡ entre
ellos, en lo que se refiere al logro de la, beatitud, en la ◊poca en que cayeron
sin remisi‡n de esas alturas. Y puede decirse que inclusive en el infierno habr–
entre ellos una gradaci‡n de poder, y de la asignaci‡n de castigos, en la
medida en que algunos, y no otros, sean destinados a atormentar las almas.
Pero esta gradaci‡n vendr– de Dios, antes que de ellos mismos, as¤ como
tambi◊n sus tormentos.
T e r c e r o , cuando se dice que los demonios superiores, porque pecaron m–s
son m–s castigados, y por lo tanto deben estar m–s obligados a cometer esos
actos inmundos, se responde que el pecado se relaciona con el castigo, y no
con el acto o funci‡n de la naturaleza; y por lo tanto, en raz‡n de su
nobleza de naturaleza no son ellos dados a tales iniquidades, y nada tienen
que ver con su pecado o castigo. Y aunque son todos espiritas impuros, y
ansiosos, de hacer el mal, uno lo es m–s que otro, en la medida en que su
naturaleza est– m–s hundida en la oscuridad. Cuarto, se dice que existe
acuerdo entre los demonios, pero de maldad, antes que de amistad, en el
sentido de que odian al g◊nero humano y se esfuerzan al m–ximo contra la
justicia. Pues entre los malvados existe tal acuerdo, que se unen y delegan a
aquellos cuyos talentos parecen adecuados para la ejecuci‡n de
determinadas iniquidades.
Q u i n t o , aunque el encarcelamiento es decretado por igual para todos,
ahora en la atm‡sfera inferior y despu◊s en el infierno, no por eso se ordenan
para ello iguales penalidades y obligaciones: pues cuanto m–s nobles son en
naturaleza y m–s potentes en su oficio, m–s pesado es el tormento a que se les

9 2
somete. V◊ase Sabidur¤a, V,: öLos poderosos sufrir–n poderosos tormentosõ.

P R E G U N T A . êCu–l es la fuerte del aumento de las obras de brujer¤a? êDe


d‡nde nace que la pr–ctica de la brujer¤a haya crecido en tan notable
medida?
êEs de alguna manera una opini‡n cat‡lica afirmar que el origen y
crecimiento de las obras de brujer¤a proceden de la abundancia de los cuerpos
celestes, o de la abundante maldad de los hombres, y no de las abominaciones
de los ¤ncubos y sÂcubos? Y parece que nacen de la maldad del hombre. Porque
San Agust¤n, dice, en el Libro LXXXIII I, que la causa de la depravaci‡n de un
hombre reside en su propia voluntad, ya sea que peque por su propia sugesti‡n
o por la de otro. Pero una bruja se deprava por el pecado, y por lo tanto la
causa no es el demonio, sino la voluntad humana. En el mismo lugar habla del
libre albedr¤o, de que todos son la causa de su propia maldad. Y razona as¤:
que el pecado del hombre procede del libre albedr¤o, pero el demonio no puede
destruir a ◊ste, pues ello ir¤a en contra de la libertad; por lo tanto, el
demonio no puede ser la causa de ese o de ningÂn otro pecado. Adem–s, en el
libro del Dogma Eclesi–stico .se dice: no todos nuestros malos pensamientos
son engendrados por el demonio, sino que a veces surgen del funcionamiento
de nuestro propio juicio.
Pero se afirma que la verdadera fuente de la brujer¤a es la influencia de los
cuerpos celestes, y no los demonios. As¤ como toda multitud se reduce a la,
unidad, todo lo que es multiforme se reduce a un comienzo uniforme. Pero los
actos de los hombres, tanto en el vicio como en la virtud, son variados y
multiformes, y por lo tanto parece que pueden reducirse a un comienzo
uniformemente movido y moviente. Pero esto s‡lo puede atribuirse a los
movimientos de los astros; por lo tanto esos cuerpos son las causas de tales
acciones.
Por lo dem–s, si los astros no fueran la causa de las acciones humanas,
canto buenas como malas, los Astr‡logos no predecir¤an con tanta
frecuencia la verdad sobre el resultado de las guerras y otras acciones
humanas; por tanto, tambi◊n son una causa.
Por otro lado, los astros pueden influir sobre los diablos mismos en la
provocaci‡n de ciertos hechizos; y por consiguiente, tanto m–s pueden influir
sobre los hombres. Se presentan tres pruebas para esta afirmaci‡n. Pues
ciertos hombres denominados Lun–ticos son molestados por los demonios en
una ocasi‡n m–s que en otra; y ◊stos no se comportar¤an de dicha manera,
sino que m–s bien los molestar¤an en todo momento, si no fuesen a su vez,
profundamente afectados por ciertas fases de la luna. Adem–s se demuestra
por el hecho de que los nigromantes observan ciertas constelaciones para
invocar a los demonios, cosa que no har¤an a menos de que supieran que ◊stos

9 3
se encuentran sometidos a los astros.
Y tambi◊n lo siguiente se presenta como prueba: que segÂn San Agust¤n (de
Ciuitate Dei, 10), los demonios emplean ciertos cuerpos inferiores, como
hierbas, piedras, animales, y algunos sonidos y voces, y figuras. Pero como los
cuerpos celestes son de m–s potencia que los inferiores, los astros tienen una
influencia mucho mayor que estas cosas. Y las brujas se encuentran m–s
sometidas, ya que sus actos proceden de la influencia de esos cuerpos, y no de
la ayuda de los malos esp¤ritus. Y el argumento tiene su respaldo en I, Reyes,
xvi, donde SaÂl fue vejado por un demonio, pero se calm‡ cuando David puls‡
su arpa delante de ◊l y el mal esp¤ritu huy‡.
Pero contra esto. Es imposible producir un efecto sin su causa; y las acciones
de las brujas son tales, que no pueden llevarse a cabo sin la ayuda de los
demonios, como se muestra por la descripci‡n de ellas en San Isidoro, Etica,
VIII. Las brujas son llamadas as¤ por la enormidad de sus hechizos m–gicos;
pues perturban los elementos y confunden la mente de los hombres, y sin
ninguna p‡cima venenosa, sino que nada m–s en virtud de encantamientos,
destruyen almas, etc. Pero este tipo de efectos no pueden ser provocados por
la influencia de los astros mediante la, acci‡n de un hombre.
Adem–s, en su Etica, Arist‡teles dice que es dif¤cil saber cu–l es el comienzo
de la operaci‡n del pensamiento, y muestra que tiene que ser algo extr¤nseco.
Pues todo lo que comienza desde el principio tiene una causa. Un hombre
empieza a hacer lo que desea; y comienza a desear debido a alguna. Sugesti‡n
previa, y si ◊sta es una sugesti‡n precedente, debe proceder del infinito, o bien
existe un comienzo extr¤nseco que lleva primero las sugestiones a los
hombres. Y en verdad es as¤, a menos de que se argumente que esta es una
casualidad, de lo cual se seguir¤a que todas las acciones humanas son
fortuitas, lo cual es un absurdo. Por lo tanto, se dice que el comienzo del bien
en el bien es Dios, Quien no es la causa del pecado. Pero para los malvados,
cuando un hombre empieza a ser influido hacia el pecado, y desea cometerlo,
tambi◊n debe existir una causa extr¤nseca de ello. Y ◊sta no puede ser otra
que el demonio, en especial en el caso de las brujas, como se muestra m–s
arriba, pues los astros no pueden influir sobre tales actos. Por lo tanto, la
verdad es sencilla.
M–s aun, aquello que tiene poder sobre el motivo tambi◊n lo tiene sobre el
resultado provocado por ◊ste. Ahora bien, el motivo de la voluntad es algo
que se percibe con los sentidos o el intelecto, ambos sometidos al poder del
demonio. Porque San Agust¤n dice en el Libro 83: este mal, que es del demonio,
se insinÂa por todos los accesos sensuales; se ubica en figuras, se adapta a
colores, se une a sonidos, se agazapa en conversaciones col◊ricas y
equivocadas, mora en olores, se impregna de sabores y llena con ciertas
exhalaciones todos los canales de la comprensi‡n. Por consiguiente, se ve

9 4
que el demonio tiene el poder de incluir sobre la voluntad, que es la causa
directa del pecado.
Adem–s, todo lo que puede elegir entre dos caminos necesita un actor
determinante antes de pasar a la acci‡n. Y el libre albedr¤o del hombre puede
elegir entre el bien y el mal; por lo tanto, cuando se embarca en el pecado,
necesita que sea determinado por algo que se oriente hacia el mal. Y esto
parece hacerlo principalmente el demonio, en especial en las acciones de las
brujas, cuya voluntad est– hecha para el mal. Por lo tanto parece que la
mala voluntad del demonio es la causa de la mala voluntad del hombre,
en especial en los brujos. Y el argumento puede respaldarse as¤: tal como un
–ngel bueno se apega al bien, as¤ un –ngel malo se orienta hacia el mal; pero
lo primero lleva al hombre a la bondad, en tanto que lo segundo lo lleva a la
maldad. Pues, dice Dionisio, la ley inalterable y fija de la divinidad es que lo
inferior tenga su causa en lo superior.
R e s p u e s t a . Quienes afirman que la brujer¤a tiene su origen en la influencia
de los astros se hacen pasibles de tres errores. En primer lugar, no es posible
que se origine en astrom–nticos y trazadores de hor‡scopos y adivinadores de
la suerte. Pues si se pregunta si el vicio de la brujer¤a en los hombres es
provocado por la influencia de los astros, entonces, en consideraci‡n a la
variedad de los caracteres de los hombres, y para la defensa de la verdadera
fe, es preciso establecer una distinci‡n, a saber, que existen dos maneras
segÂn las cuales puede entenderse que los caracteres de los hombres pueden
ser causados por los astros. O bien en forma total y por necesidad, o por
disposici‡n y contingencia. Y en cuanto a lo primero, no s‡lo es falso, sino
tan her◊tica y contrario a la religi‡n cristiana, que la verdadera fe no puede
mantenerse en semejante error. Por tal raz‡n, quien argumenta que por
necesidad todo proviene de los astros, elimina todos los m◊ritos, y en
consecuencia todas las culpas; al mismo tiempo elimina la Gracia, y por lo
tanto, la Gloria. Pues la rectitud del car–cter se perjudica con este error, ya
que la culpa del pecador recae sobre los astros, se concede licencia para
pecar sin culpa, y es entregado al culto y adoraci‡n de los astros.
Pero en cuanto a la afirmaci‡n de que los caracteres de los hambres son
variados en t◊rminos condicionales por la disposici‡n de los astros, hasta
ahora es cierto que ella no resulta contrario a la raz‡n o la fe. Pues es
evidente que la diversa disposici‡n de un cuerpo provoca muchas variaciones
en los humores y car–cter del alma; porque en general el alma imita la
contextura del cuerpo, como se dice en los Seis Principios. Por lo tanto los
col◊ricos son iracundos, los sangu¤neos son bondadosos, los melanc‡licos
son envidiosos y los flem–ticos son perezosos. Pero esto no es absoluto;
porque el alma es duefla de su cuerpo, en especial cuando tiene la ayuda de la
Gracia. Y vemos a muchos col◊ricos que son dulces, y a melanc‡licos que son

9 5
bondadosos. Por ende, cuando la virtud de los astros influye sobre la
formaci‡n y calidad de los humores de un hombre se admite que tienen alguna
influencia sobre el car–cter, pero muy distante; porque la virtud de la
naturaleza inferior tiene m–s efecto sobre la calidad de los humores, que la
virtud de los astros.
Por lo cual San Agust¤n (de Ciaitate Dei, V), donde resuelve cierto asunto de
dos hermanos que enfermaron y. Se curaron al mismo tiempo, aprueba el
razonamiento de Hip‡crates, antes que el de un Astr‡nomo. Porque
Hip‡crates respondi‡ que ello se deb¤a a la similitud de sus humores; y el
Astr‡nomo afirm‡ que se deb¤a a la identidad de sus hor‡scopos. Pues la
respuesta del m◊dico era mejor, ya que aduc¤a la causa m–s poderosa o
inmediata.. As¤, pues, debe decirse que la influencia de los astros es hasta
cierto punto conducente de la maldad de las brujas, si se admite que existe esa
influencia sobre sus cuerpos, que las predispone a ese modo de abominaci‡n,
antes que a cualquier otro tipo de obras, viciosas o virtuosas: pero no debe
decirse que esta disposici‡n sea necesaria, inmediata y suficiente, sino remota
y contingente.
Tampoco es v–lida la objeci‡n que se basa en el libro de los Fil‡sofos sobre
las propiedades de los elementos, donde dice que los reinos se despueblan y los
pa¤ses quedan desiertos ante la conjunci‡n de JÂpiter y Saturno; y de esto se
argumenta que tales cosas deben entenderse como existentes fuera del libre
albedr¤o de los hombres, y que por lo tanto la influencia de los astros tiene
poder sobre el libre albedr¤o. Pues se responde que al decir tal cosa el
Fil‡sofo, no implica que los hombres no puedan resistir la influencia de esa
constelaci‡n respecto de las disensiones, sino que no lo har–n. Porque
Tolomeo, en Almagesto, dice: öUn hombre sabio ser– dueflo de los astrosõ.
Porque si bien, ya que Saturno tiene una influencia melanc‡lica y mala, y
JÂpiter una muy buena, la conjunci‡n de ambos puede disponer a los hombres a
pendencias y discordias; pero por medio del libre albedr¤o, los hombres pueden
resistir esa inclinaci‡n, y con suma facilidad, con la ayuda de la gracia de
Dios.
Y una vez m–s, no es una objeci‡n v–lida citar a San Juan Damasceno, donde
dice (Libro II, cap. vi) que los cometas son a menudo la seflal de la muerte de
los reyes. Pues se responder– que aunque sigamos la opini‡n de San Juan
Damasceno, que, como resulta evidente en el libro a que se hace referencia,
era contraria a la opini‡n del Camino Filos‡fico, ello no es prueba de la
inevitabilidad de las acciones humanas. Porque San Juan considera que un
cometa no es una creaci‡n natural, ni es uno de los astros ubicados en el
firmamento, con lo cual su significaci‡n y su influencia no son naturales.
Porque dice que los cometas no pertenecen a los astros creados desde el
comienzo sino que se hacen para determinadas ocasiones, y luego se disuelven
por mandato Divino. Esta, pues, es la opini‡n de San Juan Damasceno. Pero

9 6
DIOS preanuncia con ese signo la, muerte de reyes, antes que de otros
hombres, tanto porque el rey es una persona pÂblica, como porque de ello
puede surgir la confusi‡n en un reino. Y los –ngeles son m–s cuidadosos en su
vigilancia sobre los reyes en bien de todos; y los reyes nacen y mueren bajo el
ministerio de los –ngeles.
Y no existen dificultades en las opiniones de los Fil‡sofos, quienes dicen que
un cometa es un conglomerado caliente y seco, engendrado en la parte
superior del espacio, cerca del fuego, y que un globo acumulado de ese vapor
caliente y seco adopta la apariencia de un astro. Pero las partes no
incorporadas de ese vapor se extienden en largas extremidades unidas a ese
globo, y son una especie de adjunto de ◊l. Y segÂn esta concepci‡n, no en si
misma, sino por accidente, predice la muerte que proviene de las
enfermedades calientes y secas. Y como en su mayor parte los ricos se
alimentan de cosas de naturaleza caliente y seca, en esas ocasiones mueren
muchos de ellos; entre los cuales, la muerte de los reyes y pr¤ncipes es la, m–s
notable. Y esta opini‡n no est– muy lejos de la de San Juan Damasceno, si se
la considera con cuidado, salvo en lo que respecta al funcionamiento y
cooperaci‡n de los –ngeles, que ni siquiera los fil‡sofos pueden pasar por
alto. Pues en verdad, cuando los vapores, en su sequedad y calor, nada tienen
que ver con la creaci‡n de un cometa, aun entonces, por razones ya
expuestas, un cometa puede formarse por la acci‡n de un –ngel.
De este modo, el astro que presagi‡ la, muerte del sabio Santo Tom–s no fue
uno de los ubicados en el firmamento, sino que lo form‡ un –ngel con algÂn
material conveniente, y despu◊s de ejecutar su funci‡n volvi‡ a disolverse.
De esto vemos que, sea cual fuere la opini‡n que sigamos, los astros no
tienen una influencia intr¤nseca sobre el libre albedr¤o, o, por consiguiente,
sobre la malicia y car–cter de los hombres. Tambi◊n es de seflalar que los
Astr‡nomos presagian a menudo la, verdad, y que en su mayor parte sus
juicios son eficaces en una provincia o una naci‡n. Y la raz‡n es que toman
sus juicios de los astros, que segÂn la opini‡n m–s probable tienen una
influencia mayor, aunque no inevitable, sobre las acciones del g◊nero
humano en general, es decir, sobre una naci‡n o provincia, que sobre un
individuo; y ello se debe a que la mayor parte de una naci‡n obedece la
disposici‡n natural del cuerpo, m–s de cerca que un solo hombre.
Pero esta se menciona de paso.
Y la segunda de las tres maneras por las cuales reivindicamos el punto de
vista cat‡lico es mediante la refutaci‡n de los errores de quienes trazan
Hor‡scopos y de los Matem–ticos que adoran a la diosa de la fortuna.
Acerca de ellos, San Isidoro c Etica, VIII, 9 ) dice que quienes trazan
Hor‡scopos son as¤ llamados por su examen de los estros en su nacimiento, y
por lo general se los denomina Matem–ticos; y en el mismo Libro, Cap¤tulo 2,

9 7
dice que la, Fortuna toma su nombre de lo fortuito, y que es una especie de
diosa que se burla de los asuntos humanos en forma casual y fortuita. Por lo
cual se la llama ciega, ya que corre de aqu¤ all–, y acude con indiferencia a
los buenos y los malos. Esto en lo que se refiere a Isidoro. Pero creer que
existe semejante diosa, o que el daflo inferido a cuerpos y criaturas, que se
atribuye a la brujer¤a, no procede en verdad de ◊sta, sino de la misma diosa
Fortuna, es pura idolatr¤a; y tambi◊n afirmar que las propias brujas nacieron
con el fin de ejecutar esos actos en el mundo, es asimismo ajeno a la Fe, y en
verdad a las enseflanzas generales de los Fil‡sofos. Quien lo desee, puede
remitirse a Santo Tom–s, en el Libro III de su Summa la Fe contra los Gentiles,
pregunta 87, etc., y encontrar– mucho en ese sentido.
Pero no hay que omitir un punto, en beneficio de quienes tal vez no poseen
una gran cantidad de libros. Se seflala all¤ que es preciso considerar tres
cosas en el hombre, dirigida por tres causas celestiales, a saber, el acto de la
voluntad, el del intelecto y el del cuerpo. El primero est– gobernado en
forma directa y Ânica por Dios, el segundo por un –ngel y el tercero por un
cuerpo celeste. Pues la elecci‡n y la voluntad las gobierna Dios en forma
directa para las buenas obras, como dicen las escrituras en Proverbios 12: el
coraz‡n del rey est– en manos del Seflor; ◊ste lo vuelve hacia donde quiere. Y
dice öel coraz‡n del reyõ, y para significar que, as¤ como los grandes no
pueden oponerse a Su voluntad, as¤ tampoco los otros pueden hacerlo. Y
tambi◊n dice San Pablo: Dios hace que deseemos y ejecutemos lo que es bueno.
La comprensi‡n humana est– gobernada por Dios, por lave mediaci‡n de un
–ngel. Y las acciones corporales, ya sean exteriores o interiores, naturales
al hombre, son reguladas por Dios,- öÃl por mediaci‡n de los –ngeles y los
cuerpos celestes. Pues el Beato Dionisio (de Diun, nom., IV) dice que los
cuerpos celestes son las causas de lo que ocurre en este mundo, aunque no
sugiere una fatalidad. Y como el hombre est– gobernado en su cuerpo por los
cuerpos celestes, y en su intelecto por los –ngeles, y en su voluntad-. por
Dios, puede suceder que si rechaza la inspiraci‡n de Dios hacia la bondad, y la
gu¤a de su –ngel bueno, resulte orientado por sus afectos corporales hacia
las cosas a que lo inclina la influencia de los astros, de modo que su
voluntad y entendimiento queden enredados en la malicia y el error.
Pero no es posible que nadie sea influido por los astros de modo de caer en el
tipo de error en que quedan atrapadas las brujas, tales como derramamientos
de sangre, hurtos o robos, o inclusive la perpetraci‡n de las peores
incontinencias, y ello rige para otros fen‡menos naturales.
Adem–s, como dice Guillermo de Par¤s en su De Universo, la experiencia
demuestra que si una ramera trata de plantar un olivo ◊ste no da frutos, en
tanto que es fruct¤fero si lo planta una mujer casta.. Y un m◊dico en sus
curaciones, un agricultor en sus tareas o un soldado en el combate pueden

9 8
hacer m–s, con la ayuda de la, influencia de los astros, de lo que pueden
hacer otros que poseen la misma habilidad.
Nuestro tercer camino se toma de la refutaci‡n de la creencia en el Destino.
Y aqu¤ es preciso seflalar que una creencia en el destino es en un sentido muy
cat‡lica, pero en otro sentido her◊tica desde todo punto de vista. Pues puede
entenderse el Destino como lo entienden ciertos Gentiles y Matem–ticos,
quienes cre¤an que los distintos caracteres del hombre ten¤an por causa
inevitable la fuerza de la posici‡n de los astros, de modo que un mago estaba
predestinado a ser tal, aunque fuese de buen car–cter debido a la disposici‡n
de los astros bajo la cual fue concebido o naci‡, que lo hizo lo que es. Y a esa
fuerza le daban el nombre de Destine.
Pero esa opini‡n no s‡lo es falsa, sino hereje y desde todo punto de vista
detestable debido a la privaci‡n que debe implicar, como se mostr‡ m–s arriba,
en la refutaci‡n del primer error. Pues con ello se eliminar¤a toda raz‡n de
m◊rito o culpa, de gracia y gloria, y Dios quedar¤a convertido en el autor de
nuestro mal y muchas otras incongruencias. Por lo tanto, es preciso rechazar
de plano esa concepci‡n del Destino ya que no existe tal cosa. Y acerca de
esta creencia, San Gregorio dice en su Homil¤a sobre la Epifan¤a: öLejos de
los corazones de los fieles la afirmaci‡n de que existe un Destinoõ. Y si bien
debido a la misma incongruencia que se percibe en ambas, esta opini‡n puede
parecer igual a la referente a los Astr‡logos, son sin embargo distintas en la
medida en que chocan respecto de la fuerza de los astros y de la influencia de
los siete Planetas.
Pero puede considerarse que el Destino es una especie de segunda disposici‡n o
un ordenamiento de segundas causas para la producci‡n de efectos Divinos
previstos. Y en verdad, de esta manera el Destino es algo. Pues la providencia
de Dios logra Sus efectos a trav◊s de causas mediadoras, en asuntos
sometidos a segundas causas, aunque ello no es as¤ en el caso de otra
asuntos, tales como la creaci‡n de almas, la glorificaci‡n y la adquisici‡n de
la gracia.
Tambi◊n los –ngeles pueden colaborar en la infusi‡n de la Gracia,
esclareciendo y orientando la comprensi‡n y capacidad de la voluntad, y de
tal manera puede decirse que cierto ordenamiento de los resultados es la
misma cosa que la Providencia e inclusive el Destino. Pues se considera del
siguiente modo: que existe en Dios una cualidad que puede denominarse
Providencia, o puede decirse que Ã1 orden‡ las causas intermedias para, la
realizaci‡n de algunos de Sus objetivos; y en esa medida el Destino es un
hecho racional. Y de tal forma habla Boecio sobre el Destino (de
Consolatione, IV): el Destino es una disposici‡n intr¤nseca de las cosas
m‡viles, por medio de la cual la Providencia obliga alas cosas a lo que se les
ha ordenado.

9 9
Ello no obstante los santos sabios se negaron a usar ese nombre en
contraposici‡n a quienes retorc¤an su significado y le daban el de la fuerza
de la posici‡n de los astros. Por lo tanto San Agust¤n (de Ciuitate Dei, V) dice:
öSi alguien atribuye los asuntos humanos al Destino, entendiendo por Destino
la Voluntad y el Poder de Dios, que mantenga su opini‡n pero corrija su
lenguaõ.
Resulta claro, pues, que lo que se ha dicho ofrece una respuesta suficiente a
la pregunta de si todas las cosas, incluidas las obras de brujer¤a, est–n
sometidas al Destino. Pues si se dice que este es el ordenamiento de las causas
segundas de resultados Divinas previstos, es decir cuando Dios quiere
realizar Sus prop‡sitos por intermedio de segundas causas, en esa medida
est–n sometidos al Destino, o sea, a seguir las causas ordenadas por Dios; y
la influencia de los astros es una de esas segundas causas. Pero estas cosas
que provienen de Dios en forma directa, tales como la Creaci‡n de las cosas,
la Glorificaci‡n de las cosas sustanciales y espirituales, y otras de este tipo,
no est–n sometidas a ese Destino. Y Boecio, en el Libro que citamos respalda
esta concepci‡n cuando dice que las cosas m–s cercanas a la Deidad primitiva
se encuentran m–s all– de la influencia de los decretos del Destino. Por lo
tanto, las obras de las brujas por encontrarse fuera del curso y orden
comunes de la naturaleza no est–n sometidas a estas causas segundas. Es
decir que en lo que se refiere a su origen no se hallan sometidas por fuerza al
Destino sino a otras causas.
P R E G U N T A Acerca de brujas que copulan con demonios. Por qu◊ las
mujeres son las principales adictas a las supersticiones malignas.
Tambi◊n en lo que se refiere a las brujas que copulan con demonios existen
grandes dificultades para considerar los m◊todos por los cuales se consuman
tales abominaciones. Por parte. Del demonio: primero, de qu◊ elemento est–
compuesto el cuerpo que adopta; segundo, si el acto va siempre acompaflado
por la inyecci‡n de semen recibido de otro; tercero, en cuanto al tiempo y
lugar, si comete este acto con m–s frecuencia en ciertas ocasiones que en
otras; cuarto, si el acto es invisible para cualquiera qu◊ pueda encontrarse
cerca. Y por parte de las mujeres es preciso averiguar si s‡lo quienes fueron
concebidas de esa manera repugnante son visitadas con frecuencia por los
demonios; o segundo, si quienes fueron ofrecidas a los demonios por
comadronas en el momento de su nacimiento; y tercero si el deleite ven◊reo
real de los tales es de la clase m–s d◊bil. Pero aqu¤ no podemos responder a
todas estas preguntas, tanto porque s‡lo nos dedicamos a un estudio general,
como porque en la segunda parte de esta obra se las explica por sus acciones.
Por lo tanto, consideremos ante todo a las mujeres; y primero por qu◊ este
tipo de perfidia se encuentra en un sexo tan fr–gil, m–s que en los hombres. Y
nuestra investigaci‡n ser– ante todo general, en cuanto al tipo de mujeres
que se entregan a la superstici‡n y la brujer¤a; y tercero de manera

1 0 0
espec¤fica, con relaci‡n a las comadronas que superan en malignidad a todas
las otras.

E
POR QUE LA SUPERSTICI×N SE ENCUENTRA ANTE TODO EN LAS MUJERES
n cuanto a la primera pregunta, por qu◊ hay una gran cantidad de
brujos en el fr–gil sexo femenino, en mayor proporci‡n que entre los
hombres; se trata en verdad de un hecho que resultar¤a ocioso
contradecir, ya que lo confirma la experiencia, aparte del testimonio verbal
de testigos dignos de confianza. Y sin menoscabar en manera alguna un sexo
en el cual Dios siempre ha hallado gran gloria por el hecho de que Su poder¤o
pudiera difundirse, digamos que distintos hombres atribuyeron diversas
razones a este hecho, aunque coinciden en principio. Por lo tanto es
conveniente, para admonici‡n de las mujeres, hablar de esto, y la experiencia
demostr‡ muchas veces que se muestran ansiosas por o¤rlo, siempre que se
exponga con discreci‡n.
Pues algunos hombres sabios proponen esta raz‡n: que hay tres cosas en la
naturaleza: la Lengua, un Eclesi–stico y una Mujer, que no saben de
moderaci‡n en la bondad o el vicio, y cuando superan los l¤mites de su
condici‡n llegan a las m–s grandes alturas y a las simas m–s profundas de
bondad y vicio. Cuando est–n gobernadas por un esp¤ritu bueno, se exceden en
virtudes; pero si ◊ste es malo se dedican a los peores vicios.
Esto resulta claro en el caso de la lengua, ya que por su ministerio la
mayor¤a de los reinos han sido atra¤dos hacia la fe de Cristo; y el Esp¤ritu
Santo se apareci‡ sobre los Ap‡stoles de Cristo en medio de lenguas de fuego.
Otros sabios predicadores tambi◊n tuvieron, por decirlo as¤, lenguas de perros
que lam¤an las heridas y llagas de L–zaro agonizante. Como se dice: con las
lenguas de perros salv–is vuestra alma del enemigo.
Por esta, raz‡n, Santo Domingo, jefe y padre de la Orden de los Predicadores,
es representado en la figura de un perro que ladra, con una antorcha
encendida en la boca, para que, con sus ladridos, aparte los lobos herejes del
rebaflo de ovejas de Cristo. Tambi◊n es de experiencia comÂn que la lengua de
un hombre prudente puede dominar las tendencias de una multitud; en tanto
que, con justicia, Salom‡n canta en su alabanza, en Proverbios, x: öEn los
labios del prudente se halla sabidur¤aõ. Y luego: öPlata escogida es 1a, lengua
del justo; mas el entendimiento de los imp¤os es como nadaõ. Y m–s adelante:
öLos labios del justo apacientan a muchos; mas los necios por falta de
entendimiento muerenõ. Por tal motivo agrega en el cap¤tulo xvi: öDel hombre
son las disposiciones del coraz‡n; mas de Jehov– la respuesta de la lenguaõ.
Pero acerca de una lengua maligna se encontrar– en el Ecclesiasticus,
xxviii: öUna lengua que replica inquieta a muchos, y los ahuyenta de naci‡n
en naci‡n; suertes ciudades derrib‡, y derrumb‡ las casas de grandes

1 0 1
hombresõ. Y por lengua que replica se refiere a un tercero que con
irreflexi‡n o rencor interviene entre dos partes en pugna.
En segundo t◊rmino, acerca de los Eclesi–sticos, es decir, cl◊rigos y
religiosos de cualquiera de los dos sexos, San Juan Cris‡stomo habla en el
texto: öExpuls‡ del templo a quienes vend¤an y comprabanõ. Pues el
sacerdocio engendra todo lo bueno y todo lo malo. En su ep¤stola, a los
nepotenses, San Jer‡nimo dice: öEludid como si fuese la peste a un sacerdote
comerciante que se elev‡ de la pobreza a la riqueza, de una posici‡n inferior
a una superiorù Y el Beato Bernardo en su Homil¤a 23 Sobre los salmos, dice de
los cl◊rigos: si uno surgiera como hereje franco, que sea expulsado y
silenciado; s¤ es un enemigo violento, que todos los hombres buenos huyan de
◊l. êPero c‡mo sabremos a qui◊nes expulsar y de qui◊nes huir? Pues nos
confunden, son amistosos y hostiles, pac¤ficos y pendencieros, amables y
ego¤stas. Y en otro lugar: nuestros obispos se han convertido en lanceros, y
nuestros pastores en esquiladores. Y por obispos se entiende aqu¤ a los
orgullosos abates que imponen pesados trabajos a sus inferiores, que ellos
mismos no tocar¤an con el dedo meflique. Y San Gregorio dice acerca de los
pastores: nadie hace m–s daflo en la iglesia que quien, dueflo del nombre u
orden de santidad, vive en pecado; porque nadie se atreve a acusarlo de
pecado, y por lo tanto ◊ste se difunde grandemente, ya que se honra al
pecador por la santidad de su orden. El Beato Agust¤n tambi◊n habla. De los
monjes a Vicente el Donatista: öConfieso libremente tu caridad ante el Seflor
nuestro Dios, que es testigo de mi alma desde el momento en que comenc◊ a
servir a Dios, la gran dificultad que experiment◊ en el hecho de que resulta
imposible encontrar hombres peores o mejores que los que honran o
deshonran a los monasteriosõ.
Y de la maldad de las mujeres se habla en Ecclesiasticus, XXV: öNo hay
cabeza superior a la de una serpiente, y no hay ira superior a la de una mujer.
Prefiero vivir con un le‡n y un drag‡n que con una mujer mal◊volaõ. Y entre
muchas otras cosas que en ese lugar preceden y siguen al tema de la mujer
maligna, concluye: todas las malignidades son poca, cosa en comparaci‡n
con la de una mujer. Por lo cual San Juan Cris‡stomo dice en el texto: öNo
conviene casarseõ ( San Mateo, xix): ëQu◊ otra cosa es una mujer, sino un
enemigo de la amistad, un castigo inevitable, un mal necesario, una tentaci‡n
natural, una calamidad deseable, un peligro dom◊stico, un deleitable
detrimento, un mal de la, naturaleza pintado con alegres colores! Por lo
tanto, si es un pecado divorciarse de ella cuando deber¤a manten◊rsela, es en
verdad una tortura necesaria. Pues o bien cometemos adulterio al
divorciarnos, o debemos soportar una lucha cotidiana. En su segundo libro de
La ret‡rica, Cicer‡n dice: öLos muchos apetitos de los hombres los llevan a
un pecado, pero el Ânico apetito de las mujeres las conduce a todos los
pecados, pues la ra¤z de todos los vicios femeninos es la avariciaõ. Y S◊neca

1 0 2
dice en sus Tragedias: öUna mujer ama u odia; no hay tercera alternativa. Y
las l–grimas de una mujer son un engaflo pues pueden brotar de una pena
verdadera, o ser una trampa. Cuando una mujer piensa a solas, piensa el malõ.
Pero para las buenas mujeres hay tanta alabanza que leemos que han dado
beatitud a los hombres, y salvado naciones, pa¤ses y ciudades; como resulta
claro en el caso de Judith, Deborah y Esther. V◊ase tambi◊n I Corintios, va:
öY la mujer que tiene marido infiel, y ella consiente en habitar con ◊l, no la
despida. Porque el marido infiel es santificado en la mujer Y Ecclesiasticus,
xxvi: öBendito el hombre que tiene una mujer virtuosa., pues el nÂmero de sus
d¤as se duplicar–õ. Y a lo largo de ese cap¤tulo se dicen muchos elogios sobre
la excelencia de las mujeres buenas, lo mismo que en el Âltimo cap¤tulo de los
Proverbios acerca de una mujer virtuosa.
Y todo esto tambi◊n queda aclarado en el Nuevo Testamento, respecto de las
mujeres y v¤rgenes y otras mujeres santas que por la fe apartaron a naciones
y reinos de la adoraci‡n de ¤dolos, para llevarlos a la religi‡n cristiana.
Quien lea a Vincent de Beauvais (en Spec. Histor., xxm, 9) encontrar– cosas
maravillosas en la conversi‡n de Hungr¤a por la muy cristiana Gilia, y de los
francos por Clotilda, la esposa de Clodoveo. Por lo tanto, en muchas
vituperaciones que leemos contra las mujeres, la palabra mujer se usa para
significar el apetito de la carne. Y se dice: he encontrado que la mujer es m–s
amarga que la muerte, y una buena. Mujer est– sometida al apetito camal.
Otros han propuesto otras razones de que existan m–s mujeres supersticiosas
que hombres. Y la primera es que son m–s cr◊dulas; y como el principal
objetivo del demonio es corromper la fe, prefiere atacarlas a ellas. V◊ase
Ecclesiasticus, xix: quien es r–pido en su credulidad, es de mente d◊bil, y ser–
disminuido. La segunda raz‡n es que, por naturaleza, las mujeres son m–s
impresionables y m–s prontas a recibir la influencia de un esp¤ritu
desencarnado; y que cuando usan bien esta cualidad, son muy buenas; pero
cuando la usan mal, son muy malas.
La tercera raz‡n es que tienen una lengua m‡vil, y son incapaces de ocultar
a sus cong◊neres las cosas que conocen por malas artes y como son d◊biles,
encuentran .una manera f–cil y secreta de reivindicarse por medio de la
brujer¤a. V◊ase Ecciesiasticus, tal como se cita m–s arriba: öPrefiero vivir
con un le‡n y un drag‡n, que habitar con una mujer malvadaõ. Todas las
maldades son poca cosa en comparaci‡n con la de una mujer. Y a esto puede
agregarse que, como son muy impresionables, actÂan en consonancia.
Tambi◊n hay otros que postulan otras razones, de las cuales los predicadores
deber¤an tener sumo cuidado en cuanto a la manera en que las usan. Pues es
cierto que en el Antiguo Testamento las Escrituras dicen muchas cosas malas
sobre las mujeres, y ello debido a la primera tentadora, Eva, y sus imitadoras;
pero despu◊s, en el Nuevo Testamento, encontramos un cambio de nombre,

1 0 3
como Evato Ave (como dice San Jer‡nimo), y todo el pecado de Eva eliminado
por la Bendici‡n de Mar¤a. Por lo tanto los predicadores siempre deber¤an
alabarlas tanto como sea posible.
Pero como en estos tiempos esta perfidia se encuentra con m–s frecuencia
entre las mujeres que entre los hombres, como lo sabemos por experiencia, si
alguien siente curiosidad en cuanto a la raz‡n, podemos agregar, a lo ya
dicho, lo siguiente: que como son m–s d◊biles de mente y de cuerpo, no es de
extraflar que caigan en mayor medida bajo el hechizo de la brujer¤a.
Porque en lo que respecta al intelecto, o a la comprensi‡n de las cosas
espirituales, parecen ser de distinta naturaleza que los hombres, hecho
respaldado por la l‡gica de las autoridades, y apoyado por diversos ejemplos
de las Escrituras. Terencio dice: öEn lo intelectual, las mujeres son como
niflosõ. Y Lactancio (Institutiones, III): öMujer alguna, entendi‡ la filosof¤a,
salve Temestesõ. Y Proverbios, xi como si describiese a una mujer, dice:
öZarcillo de oro en la nariz del puerco es la mujer hermosa y apartada de
raz‡nõ.
Pero la raz‡n natural es que es m–s carnal que el hombre, como resulta
claro de sus muchas abominaciones carnales. Y debe seflalarse que hubo un
defecto en la formaci‡n de la primera mujer, ya que fue formada de una
costilla curva, es decir, la costilla del pecho, que se encuentra encorvada,
por decirlo as¤, en direcci‡n contraria a la de un hombre. Y como debido a este
defecto es un animal imperfecto, siempre engafla. Porque dice Cat‡n: öCuando
una mujer llora, teje redesõ. Y luego: öCuando una mujer llora, se esfuerza
por engaflar a un hombreõ. Y esto lo muestra la esposa de Sans‡n, quien lo
inst‡ a que le dijese el enigma que hab¤a propuesto a los filisteos, y les dio la
respuesta, y as¤ lo engafl‡. Y resulta claro, en el caso de la primera mujer,
que ten¤a poca fe; pues cuando la serpiente pregunt‡ por qu◊ no com¤an de
todos los –rboles del Para¤so, ella respondi‡: de todos los –rboles,
etc◊tera ..., no sea que por casualidad muramos. Con lo cual mostr‡ que
dudaba, y que ten¤a poca fe en la palabra de Dios. Y todo ello queda indicado
por la etimolog¤a de la palabra; pues Femina proviene de Fe y Minus, ya que es
muy d◊bil para mantener y conservar la fe. Y todo esto, en lo que se refiere a
la fe, pertenece a su naturaleza, aunque por gracia y naturaleza la fe jam–s
falt‡ en la Santa Virgen, aun en el momento de la pasi‡n de Cristo, cuando le
falt‡ a todos los hombres.
Por lo tanto, una mujer malvada es por naturaleza m–s r–pida para vacilar
en su fe, y por consiguiente, m–s r–pida para abjurar de la fe, lo cual
constituye la ra¤z de la brujer¤a. Y en cuanto a su otra cualidad mental, es
decir, su voluntad natural; cuando odia a alguien a quien antes am‡, hierve
de ira e impaciencia en toda su alma, tal como las mareas del oc◊ano siempre
se hinchan y hierven. Muchas autoridades se refieren a esta causa.

1 0 4
Ecclesiasticus, xxv öNo hay ira superior a la de una mujerõ. Y S◊neca
(Tragedias, va): öNinguna fuerza de las llamas o de los vientos henchidos,
ninguna arma mort¤fera, deben temerse tanto como la lujuria y el odio de una
mujer que ha sido divorciada del lecho matrimonialõ.
Esto tambi◊n se muestra en la mujer que acus‡ falsamente a Jos◊, y lo hizo
encarcelar porque no quiso aceptar el delito de adulterio con ella (G◊nesis,
xxx). Y en verdad, la causa m–s poderosa que contribuye al aumento del
nÂmero de las brujas es la lastimosa rivalidad entre la gente casada y las
mujeres y los hombres solteros. Y si esto es as¤ inclusive entre las santas,
êc‡mo ser–, entonces, entre las dem–s? Pues en G◊nesis, XXI se ve cu–n
impaciente y envidiosa fue Sarah respecto de Hagar cuando concibi‡; cu–ntos
celos tuvo Raquel de Leah, porque no ten¤a hijos ( G◊nesis, xxx ); y Hannah,
quien era est◊ril, de la fruct¤fera Peninnah (I Reyes z); y de c‡mo Mar¤a
(NÂmeros, xii) murmur‡ y habl‡ mal de Mois◊s, y por lo tanto fue atacada de
lepra; y de c‡mo Martha ten¤a celos de Mar¤a Magdalena, porque estaba
ocupada y Mar¤a se hallaba sentada (San Lucas, x). A esto se refiere
Ecclesiasticus, xxxvii: öNo consultes con una mujer acerca de aquella de
quien est– celosaùõ. Quiere decir que es inÂtil consultar con ella, ya que
siempre hay celos, o sea, envidia en una mujer malvada. Y si las mujeres se
comportan de ese modo entre s¤, cu–nto m–s lo har–n con los hombres.
Valerlo M–ximo cuenta que cuando Foroneo, el rey de los griegos, se
encontraba moribundo, le dijo a su hermano Leoncio que nada le habr¤a
faltado en materia de felicidad total si siempre le hubiese faltado una esposa.
Y cuando Leoncio le pregunt‡ c‡mo una esposa pod¤a interponerse en el
camino de la dicha, le respondi‡ que todos los hombres casados lo sab¤an muy
bien. Y cuando al fil‡sofo S‡crates se le pregunt‡ si hab¤a que casar con una
esposa, respondi‡: öSi no lo haces estar–s solo, tu familia morir– y te
heredar– un ajeno; si lo haces sufres eterna ansiedad, quejumbrosos plaflidos,
reproches respecto de la porci‡n correspondiente al matrimonio, el fuerte
desagrado de tus parientes, la charlataner¤a de una suegra, el
encornudamiento, y una, llegada, nada segura de un herederoõ. Esto lo dijo
como quien sab¤a lo que dec¤a. Pues San Jer‡nimo, en sus Contra loniniannm,
dice: öEste S‡crates ten¤a dos esposas a quienes soport‡ con mucha paciencia,
pero no pudo librarse de sus contumelias y sus clamorosas vituperaciones. De
modo que un d¤a, cuando se quejaban de ◊l, sali‡ de la casa para huir de su
acoso, y se sent‡ delante de ella,; y entonces las mujeres le arrojaron aguas
servidas. Pero el fil‡sofo no se molest‡ con ello, y dijo: `Ya sab¤a que despu◊s
del trueno vendr¤a la lluviaõù.
Y tambi◊n existe la, historia de un hombre cuya esposa se ahog‡ en un r¤o,
quien, cuando buscaba el cad–ver para sacarlo del agua, camin‡ corriente
arriba. Y cuando se le pregunt‡ por qu◊, ya que los cuerpos pesados no se
elevan, sino que descienden, y ◊l buscaba contra la corriente del r¤o,

1 0 5
respondi‡: öCuando esta mujer viv¤a, siempre, tanto en palabras como en los
hechos, contradijo mis ‡rdenes; por lo tanto busco en la direcci‡n contraria,
por si ahora, inclusive muerta, conserva su disposici‡n contradictoriaõ.
Y en verdad, as¤ como por su primer defecto de inteligencia son m–s propensas
a abjurar de la fe, as¤, por su segundo defecto de afectos y pasiones
exagerados, buscan, cavilan e infligen diversas venganzas, ya sea por
brujer¤a o por otros medios. Por lo cual no es asombroso que existan tantas
brujas en este sexo.
Las mujeres tambi◊n tienen memoria d◊bil, y en ellas es un vicio natural no ser
disciplinadas, sino seguir sus propios impulsos, sin sentido alguno de lo que
corresponde hacer; esto es todo lo que saben, y lo Ânico que conservan en la
memoria. De manera que Teofrasto dice: öSi se le entrega toda la
administraci‡n de la casa., pero se reserva algÂn minÂsculo detalle para el
propio juicio, ella pensar– que uno exhibe una gran falta de fe en ella, y
armar– rencillas; y si uno no pide pronto consejo, ella le preparar– veneno y
consultar– a videntes y augures, y se convertir– en una brujaõ.
Pero en cuanto a la dominaci‡n por las mujeres, escÂchese lo que dice
Cicer‡n en las Paradojas. öêPuede llamarse libre a un hombre cuya esposa lo
gobierna, le impone leyes, le da ‡rdenes y le prohibe hacer lo que desea, de
modo que no puede ni se atreve a negarle nada de lo que le pide? Yo no s‡lo
lo llamar¤a esclavo, sino, adem–s, el m–s bajo de los esclavos, aunque
provenga de la familia m–s noble.õ Y S◊neca, en el personaje de la furiosa
Medea, dice: öêPor qu◊ dejas de seguir tu impulso feliz; cu–n grande es la parte
de la venganza con que te regocijas?õ. Donde presenta muchas pruebas de que
una mujer no puede ser gobernada, sino que sigue su propio impulso, aun hasta
su destrucci‡n. De la misma forma, leemos acerca de muchas mujeres que se
mataron por amor o pena, porque no pod¤an vengarse.
Al escribir sobre Daniel, San Jer‡nimo relata una historia de Laodicea,
esposa de Ant¤oco, rey de Siria; de c‡mo, celosa de que amara a su otra
esposa, Berenice, m–s que a ella, hizo primero que Berenice y su hija con
Ant¤oco fuesen asesinadas, y luego se envenen‡ a su vez. êY por qu◊? Porque
no quer¤a ser gobernada, sino que deseaba seguir sus propios impulsos. Por lo
tanto, San Juan Cr¤sost‡mo dice, no sin raz‡n: öOh maldad, peor que todos los
males, una mujer maligna, sea pobre o ricaõ. Pues si es la esposa de un rico, no
deja de excitar, d¤a y noche, a su esposo, con palabras ardientes, ni de usar
argumentos malignos e importunaciones violentas. Y si tiene un esposo pobre
no deja de acicatearlo tambi◊n a la c‡lera y la rifla. Y si es viuda, se dedica a
menospreciar en todas partes a todos, y se muestra inflamada para todas las
audacias, por su esp¤ritu de orgullo.
Si investigamos, vemos que casi todos los reinos del mundo han sido
derribados por mujeres. Troya, que era un reino pr‡spero, fue destruido por la

1 0 6
violaci‡n de una mujer, Helena, y muertos muchos miles de griegos. El reino
de los jud¤os sufri‡ grandes desdichas y destrucci‡n a causa de la maldita
Jezabel, y su hija Ataliah, reina de Judea, quien hizo que los hijos de su hijo
fuesen muertos, para que a la muerte de ellos pudiese llegar a reinar; pero
cada una de ellas fue muerta. El reino de los romanos soport‡ muchos males
debido a Cleopatra, reina de Egipto, la peor de las mujeres. Y as¤ con otras.
Por lo tanto, no es extraflo que el mundo sufra ahora por la malicia de las
mujeres.
Y examinemos en seguida los deseos carnales del cuerpo mismo, de los cuales
han surgido innumerables daflos para la vida humana. Con justicia podemos
decir, con Cat‡n de Utica: öSi el mundo pudiera liberarse de las mujeres, no
carecer¤amos de Dios en nuestras relacionesõ. Pues en verdad, sin la
malignidad de las mujeres, para no hablar de la brujer¤a, el mundo seguir¤a
existiendo a prueba de innumerables peligros. ×igase lo que dijo Valerlo a
Rufino: öNo sabes que la mujer es la Quimera, pero es bueno que lo sepas, pues
ese monstruo ten¤a tres formas; su rostro era el de un radiante y noble le‡n;
ten¤a el asqueroso vientre de una cabra,, y estaba armado de la cola
virulenta de una v¤boraõ. Quiere decir que una mujer es hermosa de
apariencia, contamina al tacto y es mort¤fero vivir con ella.
Consideremos otra de sus propiedades, su voz. Pues como es embustera por
naturaleza, as¤ tambi◊n en su habla hiere mientras nos deleita. Por lo cual su
voz es como el canto de las sirenas, que con sus dulces melod¤as atraen a los
viajeros y los matan. Pues los matan vaci–ndoles el bolso, consumi◊ndoles
las fuerzas, y haci◊ndolos abandonar a Dios. Y Valerlo dice tambi◊n a Rufina:
öCuando habla, es un deleite que aroma el pecado; la flor del amor es una
rosa, pues debajo de su capullo se ocultan muchas espinasõ. V◊ase Proverbios,
v, 3-4: öPorque los labios de la extrafla destilan miel y su paladar es m–s
blando que el aceite; mas su fin es amargo como el ajenjoõ. [Su garganta es
m–s suave que el aceite. Pero su final es tan amargo como el a ajenjo)
Consideremos tambi◊n su porte, postura y vestimenta, que son vanidad de
vanidades. No hay hombre en el mundo que se esfuerce tanto por complacer al
buen Dios, como una mujer comÂn estudia sus vanidades para complacer a los
hombres. Un ejemplo de ello se encuentra en la vida de Pelagia, una mujer
mundana que sol¤a pasearse por Antioqu¤a ataviada y adornada en la forma
m–s extravagante. Un santo padre, llamado Nonno, la vio y rompi‡ a llorar,
y dijo a sus compafleros que nunca en su vida hab¤a usado tanta diligencia
para complacer a Dios, y agreg‡ mucho m–s, que se conserva en sus
oraciones.
Esto es lo que se lamenta en Eclesiast◊s, vii y que la iglesia inclusive
lamenta ahora debido a la gran cantidad de brujas. öY yo he hallado m–s
amarga que la muerte la, mujer, la cual es redes, y lazos su coraz‡n; sus

1 0 7
manos como ligaduras. El que agrada a Dios escapar– de ella; mas el pecador
ser– preso en ella.õ M–s amarga que la muerte, es decir, que el demonio:
Apocalipsis, vi, 8, ötenia, por nombre Muerteõ. Pues aunque el demonio sent‡ a
Eva al pecado, Eva sedujo a Ad–n. Y como el pecado de Eva no habr¤a
llevado muerte úa nuestra alma y cuerpo, a menos de que el pecado pasara
despu◊s a Ad–n, el cual fue tentado por Eva, y no por el demonio, entonces
ella es m–s amarga que la muerte.
Y m–s amarga que la muerte, adem–s, porque eso es natural y destruye s‡lo el
cuerpo; pero el pecado que naci‡ de la mujer destruye el alma al despojarla de
la gracia, y entrega el cuerpo al castigo por el pecado.
Y m–s amarga que la muerte porque la muerte del cuerpo es un enemigo
franco y terrible, pero la mujer es un enemigo quejumbroso y secreto. Y el
hecho de que sea m–s peligrosa que una trampa no habla de las trampas de los
cazadores, sino de los demonios. Pues los hombres son atrapados, no s‡lo por
sus deseos carnales, cuando ven y oyen a las mujeres; porque San Bernardo
dice: öSu rostro es un viento quemante, y su voz el silbido de las serpientesõ;
pero tambi◊n provocan encantamientos en incontables hombres y animales. Y
cuando se dice que el coraz‡n de ellas es una red, se habla de la inescrutable
malicia que reina en su coraz‡n. Y sus manos son como lazos para amarrar,
pues cuando posan sus manos sobre una criatura para hechizarla, entonces,
con la ayuda del demonio, ejecutan su designio.
Para terminar. Toda la brujer¤a proviene del apetito carnal que en las
mujeres es insaciable. V◊ase Proverbios, xxx: öTres cosas hay que nunca se
hartan; aun la cuarta nunca dice bastaõ: la matriz est◊ril. Por lo cual, para
satisfacer sus apetitos, se unen inclusive a los demonios. Muchas m–s razones
deber¤an presentarse, pero para el entendimiento est– claro que no es de
extraflar que existan m–s mujeres que hombres infectadas por la herej¤a de la
brujer¤a. Y a consecuencia de ello, es mejor llamarla la herej¤a de las brujas
que de los brujos, ya que el nombre deriva del grupo m–s poderoso. Y bendito
sea el Alt¤simo, quien hasta hoy protegi‡ al sexo masculino de tan gran
delito; pues Ãl se mostr‡ dispuesto a nacer y sufrir por nosotros, y por lo
tanto concedi‡ ese privilegio a los hombres.

QUÃ TIPO DE MUJERES SON SUPERSTICIOSAS Y BRUJAS ANTES QUE

E
NINGUNA OTRA
n cuanto a nuestra segunda investigaci‡n, qu◊ clase de mujeres son
m–s supersticiosas que otras e infectadas de brujer¤a, debe decirse,
como se mostr‡ en el estudio precedente, que tres vicios generales
parecen tener un especial dominio sobre las malas mujeres, a saber, la
infidelidad, la ambici‡n y la lujuria, Por lo tanto, se inclinan m–s que otras a
la brujer¤a, las que, m–s que otras, se entregan a estos vicios. Por lo dem–s,

1 0 8
ya que de los tres vicios el Âltimo es el que m–s predomina, siendo las mujeres
insaciables, etc., se sigue que entre las mujeres ambiciosas resultan m–s
profundamente infectadas quienes tienen un temperamento m–s ardoroso para
satisfacer sus repugnantes apetitos; y esas son las adÂlteras, las
fornicadoras y las concubinas del Grande.
Ahora bien, como se dice en la Bula papal, existen siete m◊todos por medio de
los cuales infectan de brujer¤a el acto ven◊reo y la concepci‡n del Âtero.
Primero, llevando las mentes de los hombres a una pasi‡n desenfrenada;
segundo, obstruyendo su fuerza de gestaci‡n; tercero, eliminando los
miembros destinados a ese acto; cuarto, convirtiendo a los hombres en
animales por medio de sus artes m–gicas; quinto, destruyendo la fuerza de
gestaci‡n de las mujeres; sexto, provocando el aborto; s◊ptimo, ofreciendo
los niflos a los demonios, aparte de otros animales y frutos de la tierra con
los cuales operan muchos daflos. Y todo esto se considerar– m–s adelante;
pero por el momento dediquemos nuestra reflexi‡n a los daflos inferidos a los
hombres.
Y ante todo acerca de quienes son hechizados por un amor u odio
desmesurados, asunto de una clase que resulta dif¤cil de analizar ante la
indulgencia general. Sin embargo debe admitirse que es un hecho. Porque
Santo Tom–s (IV, 34), al tratar de las obstrucciones provocadas por las
brujas, muestra que Dios otorga al demonio mayor poder contra los actos
ven◊reos de los hombres que contra sus otras acciones; y da el siguiente
motivo: que es posible que as¤ sea, ya que tienen, m–s tendencia a ser brujas
las mujeres m–s dispuestas a tales actos.
Porque dice, que, desde que la primera corrupci‡n del pecado por la cual el
hombre se convirti‡ en esclavo del demonio lleg‡ a nosotros por el acto de
engendrar, por lo tanto Dios concede al demonio mayor poder en este acto
que en todos los dem–s. Adem–s, el poder de las brujas resulta m–s evidente en
las serpientes, como se dice, que en otros animales, porque por medio de una
serpiente tent‡ el diablo a la, mujer. Y tambi◊n por esta raz‡n, como se
muestra despu◊s, aunque el matrimonio es una obra de Dios, instituida por Ãl, a
veces es destrozado por la obra del demonio; y no, en verdad, por la fuerza,
ya que entonces se lo podr¤a considerar m–s fuerte que Dios, sino, con el
permiso de ◊ste, mediante la provocaci‡n de algÂn impedimento temporario o
permanente en el acto conyugal.
Y respecto de esto podemos decir lo que se conoce por experiencia; que estas
mujeres satisfacen sus sucios apetitos, no s‡lo en s¤ mismas, sino inclusive en
los poderosos de la ◊poca, de cualquier clase y condici‡n, que por todo tipo de
brujer¤as provocan la muerte de su alma debido a la excesiva ansia del amor
carnal, de tal manera, que ninguna vergËenza o persuasi‡n puede disuadirlas
de tales actos. Y por medio de esos hombres, ya que las brujas no permiten que

1 0 9
les ocurra daflo alguno, ya sea por s¤ mismos o por otros, una vez que los
tienen en su poder surge el gran peligro de la ◊poca, es decir, el exterminio de
la Fe. Y de este modo aumentan las brujas todos los d¤as.
Y ojal– esto no fuese cierto como lo dice la experiencia. Pero la verdad es
que la brujer¤a despierta tal odio entre quienes han sido unidos en el
Sacramento del Matrimonio y tal congelamiento de la fuerza de gestaci‡n,
que los hombres son incapaces de ejecutar la acci‡n necesaria para
engendrar hijos. Pero como el amor y el odio existen en el alma, en la cual ni
siquiera el demonio puede entrar, es preciso investigar estas cosas, no sea que
parezcan incre¤bles para, alguien; y en el enfrentamiento de argumento y
argumento, el asunto quedar– en claro.
Examinemos c‡mo, por medio del movimiento local, puede el demonio excitar
la fantas¤a y las percepciones sensoriales internas de un hombre, por medio de
apariciones y acciones impulsivas. Es de seflalar que Arist‡teles (de Somno et
Vigilia) lo atribuye al hecho de que, cuando un animal duerme, la sangre
fluye a la sede m–s ¤ntima de los sentidos, de los cuales descienden
movimientos o impresiones que perduran de impresiones pasadas, conservadas
en la mente o percepci‡n interna; y ◊stas son la Fantas¤a o Imaginaci‡n, que
son la misma cosa segÂn Santo Tom–s. Porque la fantas¤a o imaginaci‡n es,
por decirlo as¤, el tesoro de ideas recibidas a trav◊s de los sentidos. Y as¤
ocurre que los demonios agitan de tal modo las percepciones internas, o sea,
el poder de conservar im–genes, que parecen ser una nueva impresi‡n decidida
en ese momento desde cosas exteriores.
Es cierto que no todos concuerdan al respecto; pero si alguien desea ocuparse
de este asunto, debe considerar la cantidad y la funci‡n de las percepciones
internas. SegÂn Avicenna, en su libro Sobre la mente, son cinco, a s saber: el
Buen Sentido; la Fantas¤a, la Imaginaci‡n, el Pensamiento y la Memoria. Pero
Santo Tom–s, en la Primera Parte de la Pregunta 79, dice que s‡lo son
cuatro, ya que la Fantas¤a y la Imaginaci‡n son la misma cosa. Por temor a la
prolijidad, omito muchos otras cosas que se han dicho al respecto. S‡lo esto
debe decirse: que la fantas¤a es el tesoro de las ideas, pero la memoria parece
ser algo distinto. Pues la fantas¤a es el tesoro o dep‡sito de ideas recibidas a
trav◊s de los sentidos; pero la memoria es el tesoro de los instintos, que no se
reciben por los sentidos. Porque cuando un hombre ve un lobo huye, no por su
feo color o aspecto, que son ideas recibidas a trav◊s de los sentidos
exteriores y conservadas en sus fantas¤as; sino que huye porque el lobo es su
enemigo natural. Y ello lo sabe por algÂn instinto o temor, aparte del
pensamiento, que reconoce al lobo como hostil, pero al perro como amistoso.
Pero el dep‡sito de estos instintos es la memoria. Y la recepci‡n y la
retenci‡n son dos cosas distintas en la naturaleza animal; pues quienes son
de naturaleza hÂmeda reciben con facilidad pero retienen mal; y lo contrario
ocurre con quienes son de humor seco.

1 1 0
Para volver al tema. Las apariciones que surgen en el sueflo de los durmientes
proceden de las ideas conservadas en el dep‡sito de su mente, por medio de un
movimiento local natural causado por el flujo de la sangre hacia la primera
y m–s ¤ntima sede de sus facultades de percepci‡n; y hablamos de un
movimiento local intr¤nseco en la cabeza y en las c◊lulas del cerebro.
Y esto tambi◊n puede ocurrir debido a un movimiento local similar creado por
demonios. Estas cosas ocurren tambi◊n, no s‡lo a quienes duermen, sino
inclusive a quienes est–n despiertos. Pues en esto los demonios tambi◊n pueden
erguirse y excitar las percepciones y humores internos, de modo que las ideas
conservadas en los dep‡sitos de su mente sean extra¤das y evidenciadas ante
las facultades de la fantas¤a y la imaginaci‡n, para que tales hombres
imaginen que esas cosas son ciertas. Y esto se llama tentaci‡n interior.
Y no es extraflo que el demonio pueda hacerlo por su propio poder natural, ya
que cualquier hombre por s¤ mismo, despierto y gozando del uso d◊ su raz‡n,
puede extraer en forma voluntaria, de sus dep‡sitos, las im–genes que
conserv‡ en ellos; de tal forma, que convoque las im–genes de las cosas que
le plazcan. Y admitido esto, es f–cil entender el asunto del excesivo ardor en
el amor.
Ahora bien, hay dos maneras en que, como se dijo, los demonios pueden
provocar este tipo de im–genes. A veces actÂan sin encadenar la raz‡n
humana, como se dijo en lo referente a la tentaci‡n y en el ejemplo de la
imaginaci‡n voluntaria. Pero en ocasiones el uso de la raz‡n est–
encadenado por entero; y esto puede ejemplificarse con ciertas personas
defectuosas por naturaleza, y con los locos y los borrachos. Por
consiguiente, no es extraflo que, con el permiso de Dios, los demonios puedan
encadenar la raz‡n; y a esos hombres se los llama delirantes, porque sus
sentidos han sido arrebatados por el demonio. Y lo hacen de dos maneras, con
o sin la ayuda de las brujas. Pues Arist‡teles, en laù obra que citamos,- dice
que quien vive en pasi‡n es movido s‡lo por una cosa. Pequefla, como el
enamorado por la apariencia m–s remota de su amor, y lo mismo en el caso de
quien siente odio. Por lo tanto los demonios, que aprendieron de los actos de
los hombres a cuyas pasiones est–n principalmente sometidos, a incitarlos a
ese tipo de amor u odio desmesurados, imponen su objetivo sobre la
imaginaci‡n de los hombres, con tanta m–s fuerza y eficacia cuanta mayor es
la facilidad con que pueden hacerlo. Y ello les resulta tanto m–s f–cil,
cuanto le es m–s sencillo a un enamorado convocar la imagen de su amor en
la memoria, y conservarla placenteramente en sus pensamientos.
Pero actÂan por brujer¤a cuando hacen estas cosas por y a instancias de las
brujas, en raz‡n de un pacto convenido con ellas. Pero no es posible tratar de
estos asuntos en detalle, debido a la gran cantidad de hechos, tanto entre
los cl◊rigos como entre los laicos. ëPues cu–ntos adÂlteros abandonaron a

1 1 1
las m–s bellas esposas en pos de su lujuria, por las m–s viles mujeres!
Sabemos de una anciana que, segÂn la versi‡n comÂn de los hermanos de ese
monasterio, inclusive hasta la actualidad, no s‡lo embruj‡ de ese modo a tres
abates, uno tras otro, sino que inclusive los mat‡, y de la misma forma
enloqueci‡ al cuarto. Pues ella misma lo confes‡ en pÂblico, y no teme decir:
lo hice y lo hago, y no pueden dejar de amarme porque han comido tanto de mi
esti◊rcol ... y mide cierta longitud sobre su brazo. Lo que es m–s, confieso que
desde entonces no hemos tenido motivos para enjuiciarla o llevarla ante los
tribunales, y sobrevive aÂn en la actualidad.
Se recordar– que se dijo que el demonio atrae en forma invisible al hombre al
pecado, no s‡lo por medio de la persuasi‡n, como se dijo, sino tambi◊n por
medio de la disposici‡n. Aunque esto no es muy pertinente, digamos que por una
admonici‡n similar de la disposici‡n y humores de los hombres, hace que
algunos tiendan m–s a la c‡lera, la concupiscencia u otras pasiones. Pues es
manifiesto que un hombre que tiene un cuerpo de esa disposici‡n es m–s
proclive a la concupiscencia y la ira y tales pasiones; y cuando se despiertan,
posee m–s tendencia a someterse a ellas. Pero como resulta dif¤cil citar
precedentes, es preciso encontrar un medio m–s f–cil de declararlo, para
admonici‡n de la gente. Y en la Segunda Parte de este libro tratamos de los
remedios por los cuales pueden quedar en libertad los hombres as¤ hechizados.

EL MÃTODO DE PREDICAR A LAS PERSONAS ACERCA DEL AMOR


ENARDECIDO

R especto de lo que se dijo antes, un predicador formula esta pregunta:


êes una concepci‡n cat‡lica afirmar que las brujas pueden infectar la
mente de los hombres con un amor enardecido por mujeres
desconocidas, e inflamar de tal modo su coraz‡n que ninguna vergËenza o
castigo, palabra o acci‡n alguna, los obligue a desistir de tal amor; y que, del
mismo modo, puedan engendrar tal odio entre las parejas casadas, que les
resulte imposible ejecutar en forma alguna las funciones procreadoras del
matrimonio, de modo que, en verdad, en el intemporal silencia de la noche,
recorran grandes distancias en busca de amantes masculinos y femeninos
irregulares? En ese sentido, si lo desea, puede encontrar algunos argumentos
en la pregunta precedente. Por lo dem–s, s‡lo hay que decir que existen
dificultades en esos interrogantes, respecto del amor y el odio... Pues estas
pasiones invaden la voluntad, que en su propio acto siempre es libre, y que no
puede ser forzada por criatura alguna, aparte de Dios, quien la gobierna. De
lo cual resulta claro que ni el demonio ni una bruja que actÂen segÂn ese
poder pueden obligar a la voluntad de un hombre a amar u odiar. Una vez m–s,
ya que la voluntad, como el entendimiento, existe de manera subjetiva en el
alma, y s‡lo puede entrar en el alma Quien la cre‡, este interrogante,

1 1 2
entonces, presenta muchas dificultades en lo que se refiere a desentraflar su
verdad.
Sin embargo, debemos hablar antes del enardecimiento y el odio, y en segundo
lugar del embrujamiento de la capacidad de engendrar. Y en cuanto a lo
primero, aunque el demonio no puede actuar en forma directa sobre el
entendimiento y voluntad del hombre, sin embargo, segÂn todos los sabios
Te‡logos del segundo Libro de sentencias, sobre el tema del poder del
demonio, ◊ste puede actuar sobre el cuerpo, o sobre las facultades que le
pertenecen o le son concomitantes, ya sea por medio de las percepciones
internas o de las exteriores. Esto queda autorizada y razonablemente
demostrado en la pregunta precedente, si se desea estudiarla; en caso
contrario, existe la autoridad de Job, u; y dijo Jehov– a Sat–n: öHe aqu¤, ◊l
est– en tu manoõ. Es decir, que Job se encuentra en su poder. Pero esto s‡lo se
refer¤a al cuerpo, pues ◊l dijo: öMas guarda su vidaõ, es decir, mant◊nla
intacta. Y ese poder que Ã1 le concedi‡ sobre su cuerpo, tambi◊n se lo
concedi‡ sobre todas las facultades vinculadas con el cuerpo, que son las
cuatro o cinco percepciones exteriores e internas, a saber, el Buen Sentido,
la Fantas¤a o Imaginaci‡n, el Pensamiento y la Memoria.
Si no puede darse otro caso, tomemos un ejemplo de los cerdos y las ovejas.
Pues los cerdos conocen por instinto el camino a su refugio. Y por instinto
natural, las ovejas distinguen un lobo de un perro, y saben que uno es el
enemigo y el otro el amigo de su naturaleza. Por consiguiente, ya que todos
nuestros conocimientos razonados provienen de los sentidos (porque
Arist‡teles, en el segundo libro Sobre la mente dice que un hambre inteligente
debe tener en cuenta a los fantasmas), el diablo puede afectar la fantas¤a
interior, y nublar el entendimiento. Y esto no es actuar de manera inmediata
sobre la mente, sino por medio de fantasmas. Porque, adem–s, nada es amado
hasta que se lo conoce.
Se podr¤an sacar del oro tantos ejemplos como fuesen necesarios, del oro que
el avaro ama porque conoce su poder, cte. Por lo tanto, cuando el
entendimiento se oscurece, tambi◊n la voluntad queda nublada en sus afectos.
M–s aun, el demonio puede lograr esto con o sin ayuda de una bruja; y estas
cosas pueden inclusive ocurrir por simple falta de previsi‡n. Pero daremos
ejemplos de cada tipo. Pues, como se dice en Santiago, i: öSino que cada uno es
tentado cuando de su propia concupiscencia es atra¤do y cebado. Y la
concupiscencia, despu◊s que ha concebido, pare el pecado; y el pecado, siendo
cumplido, engendra muerteõ. Y una vez m–s, cuando Sichem vio a Dina salir
para ver a las hijas de la. Tierra, la am‡ y la tom‡ y se acost‡ con ella, y su
alma se uni‡ a ella (G◊nesis, xxxiv). Y segÂn la glosa: cuando la mente d◊bil
olvida sus propios asuntos, y se ocupa, como Dina, de los de otras personas, es
extraviada por la costumbre, y se convierte en una de las pecadoras.

1 1 3
En segundo lugar, que este apetito puede surgir aparte de la brujer¤a, y nada
m–s que por la tentaci‡n del demonio, se muestra como sigue. Pues leemos en
II Samuel, m, que Amm‡n amaba con desesperaci‡n a su hermana Tamar, y la
ansiaba mucho, de modo que enferm‡ de amor por ella.. Pero nadie caer¤a en
un delito tan grande e inicuo, si no estuviese corrompido por completo y
grandemente tentado por el demonio. Por lo cual la glosa dice: esta es una
advertencia para nosotros, y fue permitida por Dios para que siempre estemos
en guardia, no sea que el vicio nos domine y el pr¤ncipe del pecado, quien
promete una falsa paz a los que se encuentran en peligro, al hallarnos
dispuestos nos mate sin que lo advirtamos. En el Libro de los Santos Padres se
menciona esta clase de pasi‡n, cuando se dice que, por lejos que se retirasen
de todas las ansias carnales, fueron a veces tentados por el amor de las
mujeres en mayor medida de lo que podr¤a creerse. Por lo cual en II Corintios,
a el Ap‡stol dice: öMe es dado un aguij‡n en mi carne, un mensajero de
Satan–s que me abofeteeõ. Acerca de lo cual la glosa dice: me es dado
dejarme tentar por la lujuria. Pero quien es tentado y no cede no es pecador,
sino que es cosa para el ejercicio de la virtud. Y por tentaci‡n se entiende la
del demonio, no la de la carne, que es siempre venial en un pecado menor. Si lo
quisiera, el predicador podr¤a encontrar muchos ejemplos.
El tercer punto, que el amor enardecido procede de las malas artes del
demonio, se analiz‡ ya, y hablamos de esta tentaci‡n. Podr– preguntarse
c‡mo es posible decir si ese amor enardecido, procede, no del demonio, sino
s‡lo de una bruja. Y la respuesta es que existen muchas maneras. Si el hombre
tentado tiene una esposa bella y honrada, o si lo contrario ocurre en el caso
de una mujer, etc◊tera. Segundo, si el juicio de la raz‡n est– encadenado de
tal modo, que ni golpes, ni palabras, ni hechos, ni siquiera la vergËenza,
pueden hacer desistir de esa lujuria. Y tercero, en especial, cuando no puede
contenerse, sino que en ocasiones, de manera inesperada y a pesar de lo
dificultoso del viaje, se ve obligado a recorrer grandes distancias (como
puede saberlo cualquiera por las confesiones de esos hombres), tanto de d¤a
como de noche. Porque como dice San Juan Cris‡stomo en Mateo, xx, acerca
del asno sobre el cual cabalgaba Cristo: cuando el demonio posee la
voluntad de un hombre por el pecado, lo lleva a
su arbitrio, a donde le plazca, y da el ejemplo de un barco en el mar, sin tim‡n,
que los vientos arrastran a su placer; y de un hombre sentado con firmeza en
un caballo; y de un rey que domina sobre un tirano. Y cuarto, se muestra por
el hecho de que a veces son arrebatados, de repente y en forma inesperada, y
transformados y nada puede impedirlo. Tambi◊n se muestra por lo repugnante
de su apariencia.
P R E G U N T A . De si las brujas pueden embotar el poder de gestaci‡n u
obstruir el acto ven◊reo.

1 1 4
Ahora bien, el hecho de que las rameras y prostitutas adÂlteras se entreguen
ante todo a la brujer¤a est– confirmado por los hechizos efectuados por las
brujas sobre el acto de engendrar. Y para hacer m–s clara la verdad, debemos
considerar los argumentos de quienes no concuerdan con nosotros al
respecto. Y ante todo se afirma que ese encantamiento no es posible, porque si
lo fuera regir¤a por igual para quienes est–n casados; y si esto se admitiera,
entonces, tamo el matrimonio es obra de Dios y la brujer¤a obra del demonio,
esta ¤ntima ser¤a m–s fuerte que la primera. Pero si se admite que s‡lo puede
afectar a los fornicadores y a los solteros, ello implica la vuelta a la
opini‡n de que en realidad la brujer¤a no existe, como no sea en la
imaginaci‡n de los hombres. Y esto ya fue refutado. O bien se encuentra
alguna raz‡n de que afecte a los solteros y no a los casados; y la Ânica
raz‡n posible es que el matrimonio es obra de Dios. Y como, segÂn los
Te‡logos, esta raz‡n no es v–lida, sigue en pie el argumento de que har¤a la
obra del demonio m–s fuerte que la de Dios; y como ser¤a injustificado hacer
semejante afirmaci‡n, tambi◊n es injustificado afirmar que el acto ven◊reo
puede ser obstaculizado por brujer¤a.
Una vez m–s, el demonio no puede obstaculizar las otras acciones naturales,
tales las de comer, caminar y erguirse, como resulta evidente que, si lo
pudiera, destruir¤a a todo el mundo. Adem–s, como el acto ven◊reo es comÂn a
todas las mujeres, si se lo obstaculizara -ser¤a con respecto a todas las
mujeres; pero no es as¤, y por do tanto vale el primer argumento. Porque los
hechos prueban que no es as¤; pues cuando un hombre dice que ha sido
embrujado, sigue siendo muy capaz respecto de otras mujeres, aunque no con
aquella con la cual le es imposible copular; y la raz‡n de ello es que no lo
desea, y por lo tanto nada puede hacer en ese sentido.
Hay tambi◊n otra raz‡n: la de que como el diablo es m–s poderoso que el
hombre, y un hombre puede obstruir la capacidad de engendrar por medio de
hierbas fr¤gidas o cualquier otra cosa en que se pueda pensar, mucho m–s
puede hacerlo el demonio ya que tiene mayores conocimientos y astucia.
R e s p u e s t a . La verdad resulta bastante evidente de los dos aspectos que ya
se han argumentado, aunque no se declar‡ de manera espec¤fica el m◊todo de
obstrucci‡n. Pues se mostr‡ que la brujer¤a no existe s‡lo en la imaginaci‡n
de los hombres, sino en los hechos; en que en verdad y en realidad pueden
ocurrir innumerables encantamientos con el permiso de Dios. Tambi◊n se ha
mostrado que Dios lo permite m–s en el caso de la capacidad de engendrar,
debido a su mayor corrupci‡n, que en el caso de otras acciones humanas. Pero
acerca del m◊todo por el cual se procuran esas obstrucciones, es de seflalar
que no afecta s‡lo el poder de engendrar, sino el de la imaginaci‡n o
fantas¤a.
Y en cuanto a esto, Pedro de Paludes (III, 34) seflala cinco m◊todos. Pues dice

1 1 5
que el demonio, por ser un esp¤ritu, tiene poder sobre una criatura corp‡rea, y
puede causar o impedir un movimiento local. Y por lo tanto puede impedir que
los cuerpos se acerquen entre s¤, ya sea de manera directa o indirecta, inter
poni◊ndose en alguna forma corp‡rea. As¤ ocurri‡ con el joven desposado
con un ¤dolo, y que sin embargo cas‡ con una joven doncella, y luego fue
incapaz de copular con ella. Segundo, puede excitar a un hombre a ese acto, o
congelar su deseo de ◊l, en virtud de cosas secretas cuyo poder conoce mejor
que nadie. Tercero, puede perturbar de tal manera la percepci‡n e imaginaci‡n
de un hombre, que la mujer le parezca repugnante, ya que, como se dijo, puede
influir sobre la imaginaci‡n. Cuarto, puede impedir, de manera directa, la
erecci‡n del miembro adaptado a la fructificaci‡n, del mismo modo que
obstaculizar un movimiento local. Quinto, puede impedir el aflujo de la
esencia vital a los miembros en que reside la energ¤a motriz, cerrando, por
decirlo as¤, los canales seminales, de modo que no descienda a las v¤as de
gestaci‡n, o retroceda de ellas, o no se proyecte de ellas, o en alguna de
muchas maneras fracase en su funci‡n.
Y continÂa, en consonancia con lo que se trat‡ m–s arriba, por otros
Doctores. Pues Dios otorga al demonio m–s espacio respecto de este acto por
medio del cual se difundi‡ primero el pecado, que de otros actos humanos. De
la misma forma, las serpientes est–n m–s sometidas a los encantamientos
m–gicos que los dem–s animales. Y un poco m–s adelante dice: lo mismo
ocurre en el caso de la mujer, pues el demonio puede nublarle de tal modo el
entendimiento, que considere a su esposo tan repugnante, que por nada del
mundo le permita acostarse con ella.
M–s tarde desea encontrar la raz‡n de por qu◊ m–s hombres que mujeres se
encuentran hechizados respecto de esa acci‡n; y dice que tal obstrucci‡n
ocurre por lo general en el conducto seminal, o en la incapacidad en materia
de erecci‡n, que con m–s facilidad puede suceder en los hombres; y por lo
tanto hay m–s hombres embrujados que mujeres. Tambi◊n podr¤a decirse que,
como la mayor parte de las brujas son mujeres, ans¤an m–s a los hombres que
a las mujeres. Adem–s, actÂan por despecho contra las mujeres casadas, y
encuentran todas las oportunidades para el adulterio cuando el esposo puede
copular con otras mujeres, pero no con la propia, y de la misma manera, la
esposa tambi◊n debe buscar otros amantes.
Agrega asimismo que Dios permite que el demonio afecte a los pecadores con
m–s encono que a los justos. Por lo cual el –ngel dijo a Tob¤as: otorga al
demonio poder sobre aquellos que se han entregado a la lascivia. Pero
tambi◊n tiene, a veces, poder sobre los justos, como en el caso de Job, pero no
en relaci‡n con las funciones genitales. Por lo cual deber¤an dedicarse a la
confecci‡n de otras buenas obras, no sea que el hierro permanezca en la
herida, y resulte inÂtil aplicar remedios.

1 1 6
SE ACLARAN ALGUNAS DUDAS PASAJERAS SOBRE EL TEMA DE LA

P
COPULACION IMPEDIDA POR LOS ENCANTAMIENTOS MALIGNOS
ero de pasada, si se pregunta por qu◊ esta funci‡n es a veces
obstaculizada respecto de una mujer, pero no de otra, la respuesta,
segÂn San Buenaventura, es esta. O bien la encantadora o bruja
afecta de ese modo a las personas que el demonio ha determinado, o es porque
Dios no permite que ello se inflija sobre ciertas personas. Pues el objetivo
oculto de Dios en este aspecto es oscuro, como se muestra en el caso de la
esposa de Tob¤as: Y agrega: Si se pregunta c‡mo hace esto el demonio, hay
que decir que obstruye la capacidad genital, no en forma intr¤nseca, mediante
una lesi‡n del ‡rgano, sino de manera extr¤nseca, inutiliz–ndolo. Por lo
tanto, como es una obstrucci‡n artificial, y no natural, puede hacer a un
hombre impotente hacia una mujer, pero no hacia otras: arrebatando la
inflamaci‡n de su lujuria por ella, pero no por otras mujeres, ya sea por medio
de su propio poder, o por alguna hierba, o piedra, o ciertos medios naturales
ocultos. Y esto coincide con las palabras de Pedro de Paludes.
Adem–s, como la impotencia en este acto se debe a veces a la frialdad de la
naturaleza, o a algÂn defecto natural, se pregunta c‡mo es posible distinguir
si se debe o no ala brujer¤a: Hostiensis da la respuesta en su Summa (pero esto
no debe predicarse en pÂblico): cuando el miembro no se conmueve de ninguna
manera, y no puede ejecutar el acto del coito, ello es signo de frigidez de la
naturaleza; pero cuando se conmueve y se yergue, y sin embargo no puede
ejecutar, es un signo de brujer¤a.
Tambi◊n debe seflalarse que la impotencia del miembro para ejecutar el acto
no es el Ânico encantamiento, sino que a veces se hace que la mujer no pueda
concebir, o bien que aborte.
Obs◊rvese, adem–s, que segÂn lo que establecen los C–nones, quien por deseo
de venganza o por odio hace a un hombre o a una mujer algo que les impide
engendrar o concebir debe ser considerado un homicida. Y advi◊rtase, adem–s,
que el Canon habla de amantes libres que, para salvar a sus enamorados de la
vergËenza, usan anticonceptivos tales como pociones o hierbas que van en
contra de la naturaleza, sin ayuda alguna de los demonios. Y esos penitentes
deben ser castigados como homicidas. Pero las brujas que hacen tales cosas
por brujer¤a son castigables, por ley, con la pena extrema.
Y para una soluci‡n de los argumentos; cuando se objeta que estas cosas no
pueden suceder a quienes est–n unidos en matrimonio, es preciso seflalar
adem–s que, aunque la verdad de este asunto no se hubiese ya aclarado lo
suficiente, esas cosas pueden verdadera y ciertamente ocurrir, tanto a
quienes est–n casados como a quienes no lo est–n. Y el lector prudente, quien
posee abundancia de libros, se remitir– a los Te‡logos y a los Canonistas, en
especial cuando hablan de los impotentes y hechizados. Encontrar– que

1 1 7
coinciden en condenar dos errores: en particular con respecto a las personas
casadas, que parecen creer que esos encantamientos no pueden ocurrir a los
que est–n unidos en matrimonio, pues postulan la raz‡n de que el demonio no
puede destruir las obras de Dios.
Y el primer error que condenan es el de quienes dicen que no existen brujer¤as
en el mundo, sino s‡lo en la imaginaci‡n de los hombres que, por su
ignorancia de las causas ocultas que nadie entiende todav¤a, asignan ciertos
efectos naturales a la brujer¤a como si fuesen producto, no de causas
ocultas, sino de demonios que trabajan por s¤ mismos o en conjunci‡n con .las
brujas. Y aunque todos los otros Doctores condenan este error como una
.pura falsedad, Santo Tom–s lo ataca con m–s vigor y lo estigmatiza como
verdadera herej¤a, y dice que este error procede de la. Ra¤z de la infidelidad. Y
como la infidelidad en un cristiano se considera herej¤a, esos tales merecen
ser sospechados de herej¤a. Y esto se estudi‡ en la Primera Pregunta, aunque
no se declar‡ con tanta, claridad. Pues si alguien considera los otros dichos
de Santo Tom–s en otros lugares, encontrar– las razones por las cuales
afirma que ese error procede de la ra¤z de la infidelidad.
Pues en sus preguntas referentes al Pecado, donde trata de los demonios, y en
su primera pregunta, donde los demonios tienen un cuerpo que les corresponde
por naturaleza, entre muchas otras cosas menciona, las que refieren todos
los efectos f¤sicos a las virtudes de los astros, a los cuales dec¤an que
estaban sometidas las causas ocultas de los efectos terrestres. Y ◊l dec¤a:
debe considerarse que los Peripat◊ticos, los disc¤pulos de Arist‡teles,
afirmaban que los demonios no existen en la realidad, sino que las cosas que
se les atribuyen proceden del poder de los astros y de otros fen‡menos
naturales. En tanto que San Agust¤n dice: (de Ciuitate Dei, x) que Porfirio
opinaba que de las hierbas y animales, y de ciertos sonidos y voces, y de
figuras y ficciones observadas en el movimiento de los astros, los hombres
fabricaban en la tierra poderes correspondientes a los astros, para explicar
diversos efectos naturales. Y el error de ellos es claro, ya que todo lo
refer¤an a causas ocultas en los astros, y afirmaban que los demonios s‡lo
eran fabricados por la imaginaci‡n humana.
Pero Santo Tom–s demuestra con claridad, en la misma obra, que esta opini‡n
es falsa; pues existen algunas obras de los demonios que en manera alguna
pueden proceder de una causa natural. Por ejemplo, cuando quien est– pose¤do
por un demonio habla en un idioma desconocido; y muchas otras obras
demon¤acas se encuentran, tanto en las artes raps‡dicas como en las
nigrom–nticas, que s‡lo pueden proceder de cierta Inteligencia, que por
supuesto no es buena, sino mala en su intenci‡n. Y por lo tanto, debido a estas
incongruencias, otros Fil‡sofos se vieron obligados a admitir que hab¤a
demonios. Pero m–s tarde cayeron en varios errores, y algunos pensaron que
el alma de los hombres, cuando abandonaba su cuerpo, se convert¤a en

1 1 8
demonio. Por tal motivo, muchos Adivinos han asesinado a niflos, para poder
tener sus almas como colaboradores; y se relatan muchos otros errores.
De todo esto resulta claro que no -sin motivos el Santo Doctor afirma que
semejante opini‡n procede de la ra¤z de la infidelidad. Y quien lo desee puede
leer a San Agust¤n ( de Ciuitate Dei, vii, ix) sobre los distintos errores de los
infieles acerca de la naturaleza de los demonios. Y por cierto que la opini‡n
comÂn de todos los Doctores, citada en la obra antes mencionada, contra
quienes yerran de esta manera al negar que existan brujas, tiene gran peso en
su significado, aunque se exprese en pocas palabras. Pues dicen que quienes
afirman que no existe la brujer¤a en el mundo contradicen la opini‡n de todos
los Doctores y de las Sagradas Escrituras, y declaran que hay demonios, y
que ◊stos tienen poder sobre el cuerpo y la imaginaci‡n de los hombres, con
permiso de Dios. Por lo cual, quienes son los instrumentos de los demonios por
cuyo impulso ◊stos a veces causan daflo a una criatura, son llamadas brujas
por ellos.
Ahora bien, en la condenaci‡n de este primer error por los Doctores, nada se
dice acerca, de los unidos en matrimonio; pero ello resulta claro en su
condenaci‡n del segundo error. Pues dicen que otros caen en el de creer que,
aunque la brujer¤a existe y abunda en el mundo,. inclusive contra la
copulaci‡n carnal, ninguno de esos encantamientos puede considerarse
permanente, jam–s anula un matrimonio que ya se ha contra¤do. All¤ hablan
de los unidos en matrimonio. A1 refutar este error (pues lo hacemos aunque
venga poco al caso, en bien de quienes no poseen muchos libros), es de seflalar
que lo refutan afirmando que va contra todos los precedentes, y es contrario
a todas las leyes, antiguas y modernas.
Por lo tanto, los Doctores cat‡licos establecen la siguiente distinci‡n: que
la impotencia causada por la brujer¤a es temporaria o permanente. Y si es
temporaria, no anula el matrimonio. M–s aun, se presume que es temporaria si
pueden ser curados del impedimento antes de transcurridos tres aflos de su
cohabitaci‡n, luego de hacer todos los esfuerzos posibles, ya sea por medio de
los sacramentos de la iglesia, o por otros remedios, para curarse. Pero si para
entonces no han sido curados por remedio alguno, a partir de ese momento se
considera permanente. Y en ese caso precede al contrato y consumaci‡n del
matrimonio, y entonces impide contraer ◊ste, y anula el que no se ha
contra¤do aÂn; o bien sigue al contrato de casamiento, pero impide su
consumaci‡n, y entonces, asimismo, segÂn algunos, anula el contrato
anterior. (Pues se dice en el Libro XXXIII, Pregunta 1, cap. 1, que la
confirmaci‡n de un matrimonio consiste en su oficio carnal.) O bien es
subsiguiente a la consumaci‡n del matrimonio, y entonces el v¤nculo
matrimonial no queda anulado. All¤, Hostiensis y Godofredo y los Doctores y
los Te‡logos seflalan muchas cosas acerca de la impotencia.

1 1 9
Acerca de los argumentos. En cuanto al primero, queda muy claro por lo que
se dice. Pues respecto del argumento de que las obras de Dios pueden ser
destruidas por las del demonio, si la brujer¤a tiene poder contra quienes est–n
casados, carece de fuerza; antes bien, parece lo contrario, ya que el demonio
nada puede hacer sin permiso de Dios. Pues no destruye por la fuerza, como, un
tirano, sino por ciertas artes extr¤nsecas, como se demuestra arriba. Y
tambi◊n queda claro el segundo argumento, de por qu◊ Dios permite esta
obstrucci‡n, m–s en el caso del acto ven◊reo que de otros actos. Pero el
demonio tambi◊n tiene poder sobre otros actos, cuando Dios lo permite. Por lo
cual no es correcto argumentar que podr¤a destruir al mundo entero. Y de la
misma manera, la tercera objeci‡n queda contestada.

P R E G U N T A . De si las brujas pueden operar una ilusi‡n prestidigitatoria, de


modo que el ‡rgano masculino parezca por entero alejado y separado del
cuerpo.
Aqu¤ se declara la verdad acerca de las operaciones diab‡licas con
referencia al ‡rgano masculino. Y para dejar en claro los hechos, se
pregunta si las brujas, con la ayuda de los demonios, pueden en realidad y en
verdad eliminar el miembro, o si s‡lo lo hacen en apariencia, por algÂn
encantamiento o ilusi‡n. Y se afirma a fortiori que pueden hacerlo; pues como
los demonios pueden hacer cosas m–s grandes que esa, tales como matarlos o
trasportarlos de un lugar a otro -como se mostr‡ m–s arriba, en los casos de
Job y Tob¤as- , tambi◊n pueden, en verdad y en realidad, eliminar los miembros
de los hombres.
Una vez m–s, se toma un argumento de la glosa sobre las visitas de los
–ngeles malos, en los Salmos: Dios castiga por medio de los –ngeles malos,
como a menudo castig‡ al Pueblo de Israel con varias enfermedades, en
verdad y en realidad cay‡ sobre sus cuerpos. Por lo tanto, el miembro tambi◊n
est– sometido a tales visitas.
Puede decirse que esto se hace con el permiso Divino. Y en ese caso, como ya
se dijo que Dios permite m–s poder de brujer¤a sobre las funciones genitales,
debido a la primera corrupci‡n de pecado que nos vino del acto de engendrar,
as¤ tambi◊n otorga mayor poder sobre el ‡rgano genital completo, inclusive
hasta su eliminaci‡n total.
Y una vez m–s, fue una cosa m–s grande convertir a la esposa de Lot en una
columna de sal, de lo que lo es arrebatar el ‡rgano masculino; y esa (G◊nesis,
=) fue una metamorfosis real y verdadera, no aparente (pues se dice que esa
columna todav¤a puede verse). Y eso lo hizo un –ngel malo, tal como los
–ngeles buenos atacaron de ceguera a los hombres de Sodoma, de modo que
no pudiesen encontrar la puerta de la casa. Y lo mismo sucedi‡ con los otros
castigos de los hombres de Gomorra. Por cierto que la glosa afirma que la

1 2 0
esposa de Lot estaba manchada de ese vicio, y por eso fue castigada.
Y una vez m–s, quien puede crear una forma natural tambi◊n puede eliminarla.
Pero los demonios han creado muchas formas naturales, como resulta claro
por los magos del fara‡n, quienes con la ayuda del demonio hac¤an sapos y
serpientes. Tambi◊n San Agust¤n, en el Libro LXXXIII, dice que las cosas que
hacen de manera visible los poderes inferiores del aire no pueden
considerarse simples ilusiones; pero inclusive los hombres, por medio de una
h–bil incisi‡n, son capaces de eliminar el ‡rgano masculino; en consecuencia,
los demonios pueden hacer en forma invisible lo que otros hacen de manera
visible.
Pero por el lado contrario, San Agust¤n (de Ciuitate Deë XVIII) dice: no hay
que creer que por medio del arte o el poder de los demonios, el cuerpo del
hombre pueda cambiarse a semejanza del de un animal. Por eso es tambi◊n
imposible que pueda eliminarse lo esencial para la verdad del cuerpo humano.
Asimismo dice (de Trinitate, III): no hay que pensar que esta sustancia de
materia visible est◊ sometida a la voluntad de los –ngeles ca¤dos, pues s‡lo se
encuentra sometida a Dios.
R e s p u e s t a . No cabe duda de que ciertas brujas pueden hacer cosas
maravillosas respecto de los ‡rganos masculinos, pues ello coincide con lo
que muchos vieron y oyeron, y con la afirmaci‡n general de lo que se conoce
acerca del miembro, por medio de los ‡rganos de la vista y el tacto. Y
entonces, en cuanto a la forma en que esto es posible, debe decirse que se
puede hacer de dos maneras, ya sea en verdad y en la realidad, como lo
dijeron los primeros argumentos, o por medio de algÂn prestigio o hechizo.
Pero cuando lo hacen las brujas, es s‡lo un asunto de hechizo, aunque no es
una ilusi‡n en opini‡n del que lo sufre. Pues en verdad y realidad su
imaginaci‡n puede creer que algo no se encuentra presente, ya que ninguno
de sus sentidos exteriores como la vista o el tacto, pueden percibir que est◊
presente. De esto puede decirse que hay una verdadera atracci‡n del miembro
en la imaginaci‡n, aunque no en los hechos; y hay que seflalar varias cosas
en cuanto a la forma en que esto sucede. Y primero con referencia a los dos
m◊todos por los cuales puede hacerse. No es extraflo que el demonio pueda
engaflar a los sentidos humanos exteriores, ya que, como se trat‡ m–s arriba,
puede hacerlo en los sentidos internos, llevando a la percepci‡n concreta
ideas acumuladas en la imaginaci‡n. M–s aun, engafla a los hombres en sus
funciones naturales, y hace que lo que es visible resulte invisible para ellos,
e intangible lo tangible, e inaudible lo audible, y lo mismo en lo que se refiere
a los otros sentidos. Pero esas cosas no son ciertas en la realidad, ya que las
provoca algÂn defecto introducido en los sentidos, tales como los ojos o los
o¤dos, o el tacto, en raz‡n de cuyo defecto se engafla el juicio del hombre.
Y esto podemos ilustrarlo con ciertos fen‡menos naturales. Pues el vino

1 2 1
dulce parece amargo en la lengua del afiebrado, y su gusto se engafla, no por
el hecho real, sino por su enfermedad. Otro tanto ocurre en el caso que se
considera, en que el engaflo no se debe al hecho, ya que el miembro sigue en su
lugar, sino que es una ilusi‡n de los sentidos respecto de ◊l.
Adem–s, como se dijo antes, acerca de la capacidad de engendrar, el demonio
puede obstruir esa acci‡n imponiendo algÂn otro cuerpo del mismo color y
apariencia, de tal manera que un cuerpo muy bien modelado, con el color de
la carne, se interpone entre la vista y el tacto, y entre el verdadero cuerpo
del sufriente, de modo que le parece que no ve ni siente otra cosa que un
cuerpo liso, de superficie no interrumpida por un ‡rgano genital. V◊ase los
dichos de Santo Tom–s acerca de los hechizos e ilusiones, y tambi◊n en el
Segundo de los Segundos, 91, y en sus preguntas acerca del Pecado; donde a
menudo cita a San Agust¤n en el Libro LXXXIII. Este mal del demonio se
insinÂa por todos los accesos sensuales; se entrega a figuras; se adapta a
colores, mora en los sonidos, se agazapa en los olores, se impregna de
sabores.
Adem–s, hay que considerar que esa ilusi‡n de la vista y el tacto puede ser
causada, no s‡lo por la interposici‡n de algÂn cuerpo liso y sin miembros, sino
tambi◊n por el surgimiento, a la fantas¤a o imaginaci‡n, de ciertas formas e
ideas latentes en la mente, de tal manera que una cosa se imagina como
percibida entonces por primera vez. Pues como se mostr‡ en la pregunta
precedentes los demonios, por su propio poder, pueden cambiar los cuerpos en
el plano local; y as¤. Como la disposici‡n o el humor pueden resultar
afectados de esta manera, as¤ tambi◊n sucede con las funciones naturales.
Hablo de cosas que parecen naturales para la imaginaci‡n o los sentidos.
Porque Arist‡teles, en de Somno et vigilia, dice, al atribuir la causa de las
apariciones en los sueflos, que cuando un animal duerme afluye mucha sangre
a la. Conciencia interna, y de ah¤ provienen las ideas o impresiones derivadas
de experiencias previas reales, acumuladas en la mente. Ya se defini‡ c‡mo,
de esta manera, ciertas apariencias trasmiten la impresi‡n de nuevas
experiencias. Y como esto puede ocurrir de manera natural, en mayor medida
puede el diablo llevar a la imaginaci‡n la apariencia de un cuerpo liso, no
provisto del miembro viril, de manera tal que los sentidos crean que se trata
de un hecho concreto.
En segundo lugar, hay que seflalar otros m◊todos m–s f–ciles de entender y
explicar. Pues segÂn San Isidoro (Etim., VIII, 9), un hechizo no es m–s que
cierta ilusi‡n de los sentidos, y en especial de los ojos. Y por esta raz‡n
tambi◊n se lo llama prestigio, de prestringo, ya que la visi‡n de los ojos est–
tan aherrojada, que las cosas parecen ser lo que no son. Y Alejandro de
Hales, Parte 2, dice que un prestigio, bien entendido, es una ilusi‡n del
demonio no causada por cambio alguno en la materia, sino que s‡lo existe en
la mente del engaflado, ya sea en relaci‡n con sus percepciones internas o

1 2 2
exteriores.
Por lo cual, por hablar as¤, podemos decir inclusive, del arte prestidigitatoria
humana, que puede efectuarse de tres maneras. Por la primera, puede hacerse
sin demonios, ya que se hace de forma artificial, por la agilidad de los
hombres que muestran cosas y las ocultan, como en el caso de los trucos de
los prestidigitadores o ventr¤locuos. El segundo m◊todo tambi◊n carece de la
ayuda de los demonios, como cuando los hombres pueden usar alguna virtud
natural de los cuerpos o minerales naturales, de modo de dar a tales objetos
alguna otra apariencia, muy diferente de la verdadera. Por eso, segÂn Santo
Tom–s (I, 114, 4) y varios otros, los hombres, por medio del humo de ciertas
hierbas encendidas, pueden hacer que las varas parezcan serpientes. El tercer
m◊todo de engaflo se efectÂa con la ayuda de los demonios, otorgado el
permiso de Dios. Pues resulta claro que poseen, por su naturaleza, algÂn
poder sobre ciertas materias terrenales, que ejercen sobre ellas, cuando Dios
lo permite, de modo que las cosas parecen lo que no son.
Y en cuanto a este tercer m◊todo, hay que observar que el demonio tiene
cinco maneras por las cuales puede engaflar a cualquiera, de modo que piense
que una cosa es lo que no es. Primero, por una treta artificial, segÂn se dijo,
pues lo que un hombre puede hacer por sus artes el demonio puede hacerlo
mejor. Segundo, por un m◊todo natural, por la aplicaci‡n, como se dijo, e
interposici‡n de alguna sustancia para ocultar el cuerpo verdadero, o para
confundirlo en la fantas¤a del hombre. El tercer m◊todo es cuando en un
cuerpo adoptado se presenta como algo que no es, como lo atestigua la
historia que San Gregorio narra en su Primer di–logo, de una Monja que
comi‡ lechuga, que sin embargo, como confes‡ el demonio mismo, no era una
lechuga, sino el demonio en forma de lechuga, o en la lechuga misma. O como
cuando se apareci‡ San Antonio en un trozo de oro que encontr‡ en el
desierto. O como cuando toca a un hombre verdadero, y lo hace aparecer
como un animal, como muy pronto se explicar–. El cuarto m◊todo es cuando
confunde el ‡rgano de la vista, de modo que una cosa clara parece brumosa,
o a la inversa, o como cuando una. Anciana parece ser una jovencita. Pues
inclusive despu◊s de llorar la luz parece distinta de lo que era antes. Su
quinto m◊todo consiste en trabajar sobre el poder de imaginaci‡n, y, por una
perturbaci‡n de los humores, efectuar una trasmutaci‡n en las formas que
perciben los sentidos, como se trat‡ antes, de modo que los sentidos perciben
entonces, por decirlo as¤, im–genes nuevas. Y en consecuencia, por los tres
Âltimos m◊todos, y aun por el segundo, el demonio puede obrar un hechizo
sobre los sentidos de un hombre. Por lo cual no hay dificultades en su
ocultamiento del miembro viril por algÂn prestigio o hechizo. Y una prueba o
ejemplo manifiestos de esto, que se nos revel‡ en nuestra condici‡n de
inquisidores, se expondr– m–s adelante, cuando se exponga m–s acerca de
este y otros asuntos, en la Segunda Parte de este Tratado.

1 2 3
COMO PUEDE DISTINGUIRSE UN ENCANTAMIENTO DE UN DEFECTO
NATURAL

S
igue un tema incidental, con algunas otras dificultades. El miembro de
Pedro ha sido arrebatado, y no sabe si por brujer¤a o de alguna, otra
manera, por el poder del demonio, con permiso de Dios. êExiste alguna
forma de determinar o distinguir entre ◊stas? Puede contestarse como sigue.
Primero, que aquellos a quienes estas cosas ocurren m–s a menudo son
adÂlteros o fornicadores. Pues cuando no responden a la exigencia de sus
queridas, o si desean abandonarlas y unirse a otras mujeres, entonces su
querida, por venganza, hace que suceda esa cosa, o por algÂn otro poder
consigue que su miembro sea eliminado. Segundo, puede distinguirse por el
hecho de que no es permanente. Pues si no se debe a la brujer¤a, la p◊rdida no
es permanente, sino que se restablece con el tiempo.
Pero aqu¤ surge otra duda, acerca de si se debe a la naturaleza de la brujer¤a
el hecho de que no sea permanente. Se contesta que puede ser permanente, y
durar hasta la muerte, tal como juzgan los Canonistas y los Te‡logos
respecto del impedimento de la brujer¤a en el matrimonio, que lo temporario
puede llegar a ser permanente. Porque Godofredo dice en su Summa: un
encantamiento no siempre puede ser eliminado por quien lo provoc‡, ya sea
porque ha muerto, o porque no sabe eliminarlo, o porque el encanto se ha
perdido. Por lo tanto podemos decir, de la misma manera, que el hechizo
obrado sobre Pedro ser– permanente si la bruja que lo hizo no puede curarlo.
Pues hay tres grados de brujas. Porque algunas curan y daflan; otras daflan,
pero no curan; y algunas s‡lo parecen capaces de curar, es decir, de eliminar
daflos, c‡mo se ver– m–s adelante. Pues as¤ nos ocurri‡ a nosotros: dos brujas
refl¤an, y mientras se injuriaban, una dijo: no soy tan malvada como t porque
s◊ curar a aquellos a quienes quiero. El hechizo ser– tambi◊n permanente si,
antes de haber sido curado, la bruja se ausenta, ya sea porque cambia de
morada o porque muere. Porque Santo Tom–s tambi◊n dice: cualquier hechizo
puede ser permanente cuando es tal, que no tiene remedio humano; o si lo
tiene, los hombres no lo conocen o es ilegal; aunque Dios pueda encontrar un
remedio por medio de un –ngel santo que obligue al demonio, cuando no a la
bruja.
Pero el principal remedio contra la brujer¤a es el sacramento de la
Penitencia. Porque la enfermedad corporal procede a menudo del pecado. En
la Segunda Parte de este Tratado se mostrar– c‡mo pueden eliminarse los
hechizos de las brujas.

E
SOLUCIONES DE LOS ARGUMENTOS
n cuanto al primero, est– claro que no cabe duda de que, tal como,
con permiso de Dios, pueden matar a los hombres, as¤ tambi◊n los
demonios pueden quitar ese miembro, lo mismo que otros, en verdad y

1 2 4
realidad. Pero entonces no actÂan por intermedio de brujas, respecto de lo
cual ya se hizo menci‡n. Y de esto tambi◊n queda clara la respuesta al
segundo argumento. Pero es preciso decir esto: que Dios otorga m–s poder de
brujer¤a sobre las fuerzas genitales porque, etc.; y por lo tanto inclusive
permite que ese miembro sea quitado en verdad y realidad. Pero no es v–lido
decir que esto ocurre siempre. Pues no seria propio de la brujer¤a que ello
fuese as¤; y aunque las brujas, cuando hacen esas obras, no pretenden poseer
el poder de restablecer el miembro cuando lo deseen, ni que sepan hacerlo.
Por lo cual est– claro que no se lo quitan en realidad, sino s‡lo por un
hechizo. En cuanto al tercero, respecto de la metamorfosis de la esposa de
Lot, decimos que fue real, y no un hechizo. Y acerca del cuarto, de que los
demonios pueden crear ciertas formas sustanciales, y por lo tanto, tambi◊n
eliminarlas, se debe decir, con respecto a los magos del fara‡n, que crearon
serpientes de verdad; y que los demonios, con la ayuda de otro agente, pueden
producir ciertos efectos sobre las criaturas imperfectas, que no pueden
provocar sobre los hombres, que est–n bajo la guarda de Dios. Pues se dice:
êle importa a Dios de los bueyes? Sin embargo con permiso de Dios pueden
hacer a los hombres un verdadero daflo, y tambi◊n crear un hechizo daflino, y
con ello aclara la respuesta al Âltimo argumento.
P R E G U N T A . Las brujas que son comadronas matan de distintas maneras a
los niflos concebidos en el Âtero, y procuran un aborto; o si no hacen eso,
ofrecen a los demonios los niflos reci◊n nacidos.
Aqu¤ se expone la verdad acerca de cuatro horribles delitos que los demonios
cometen contra los niflos, tanto en el Âtero materno como despu◊s. Y como lo
hacen por medio de las mujeres, y no de los hombres, esta forma de homicidio
se vincula m–s bien con las mujeres que con los hombres. Y los que siguen son
los m◊todos con los cuales se hace.
Los Canonistas tratan m–s a fondo que los Te‡logos las obstrucciones
debidas a la brujer¤a; y dicen que es brujer¤a, no s‡lo cuando alguien es
incapaz de ejecutar el acto carnal, de lo cual hablamos arriba, sino tambi◊n
cuando a una mujer se le impide concebir, o se la hace abortar despu◊s de
haber concebido. Un tercer y cuarto m◊todos de brujer¤a es cuando no
lograron provocar un aborto, y entonces devoran al nieto o lo ofrecen a un
demonio.
No caben dudas acerca de los dos primeros m◊todos, ya que, sin la ayuda de
los demonios, un hombre, por medios naturales, tales como hierbas o
emenagogos, procura que una mujer no engendre o conciba, como se
mencion‡ m–s arriba. Pero con los otros dos m◊todos, las cosas son distintas,
pues son utilizados por brujas. Y no hace falta presentar los argumentos, ya
que casos y ejemplos muy evidentes mostrar–n con mayor facilidad la verdad
del asunto.

1 2 5
La primera de estas dos abominaciones es el hecho de que algunas brujas,
contra el instinto de la naturaleza humana y, en verdad, contra la
naturaleza de todos los animales, con la posible excepci‡n de los lobos,
tienen el h–bito de devorar y comer a los niflos pequeflos. Y acerca de esto, el
Inquisidor de Como, antes mencionado, nos relat‡ lo siguiente: que fue
llamado por los habitantes del distrito de Barby para realizar una inquisici‡n,
porque a cierto hombre le hab¤a faltado su hijo de su cuna, y al encontrar un
congreso de mujeres en horas nocturnas, jur‡ que las hab¤a visto matar a su
hijo y beber su sangre y devorarlo. Y adem–s, en un solo aflo, que es el que
acaba de pasar, dice que fueron quemadas cuarenta y una brujas, y varias
otras huyeron a buscar la protecci‡n del seflor archiduque de Austria,
Sigismundo. En confirmaci‡n de esto, existen ciertos escritos de Johann Nider,
en su Formicarius, cuyo recuerdo, como el de los acontecimientos que relata,
sigue fresco en la mente de los hombres; por lo cual resulta evidente que esas
cosas no son incre¤bles. Debemos agregar que en todos estos asuntos las
brujas comadronas provocan daflos aun mayores, como a menudo nos dijeron,
a nosotros y a otros, las brujas penitentes afirmando que nadie hace m–s
daflo a la fe cat‡lica que las comadronas. Pues cuando no matan a los niflos,
entonces, como para cualquier otro prop‡sito, los sacan de la habitaci‡n, los
levantan en el aire y los ofrecen a los demonios. Pero el m◊todo que
observan en delito de este tipo se mostrar– en la Segunda Parte, a la cual
pronto llegaremos.

P R E G U N T A . Comparaci‡n de las obras de las brujas con otras


supersticiones funestas.
Existen catorce tipos de magia, que nacen de las tres clases de Adivinaci‡n.
La primera de las tres es la invocaci‡n franca de los demonios. La segunda no
es m–s que una configuraci‡n silenciosa de la disposici‡n y movimiento de
alguna cosa, como de los astros, o de los d¤as, o las horas, o algo por el
estilo. La tercera es laù consideraci‡n de algÂn acto humano con el fin de
encontrar algo oculto, y se llama con el nombre de Sortilegio: Y las especies
de la primera forma de Adivinaci‡n, es decir, la franca invocaci‡n de los
demonios, son las siguientes: Hechicer¤a, Oniromancia, Nigromancia,
Hor–culos, Geomancia, Hidromancia, Aeromancia, Piromancia y Augurio
(v◊ase Santo Tom–s, Segundo de los segundos, preguntas 95, 26 y 5). Las
Especies del segundo tipo son la Horoscop¤a; el trabajo de los ArÂspices,
Presagios, Observaci‡n de seflales, Quiromancia y Espatulomancia.
Las especies de este tercer tipo var¤an segÂn todas las cosas que se clasifican
como Sortilegio para el hallazgo de algo oculto, tal como la consideraci‡n
de agujas y pajas, y figuras de plomo fundido. Y Santo Tom–s tambi◊n habla de
ello en la referencia precitada. Ahora bien, los pecados de las brujas van m–s
all– de todos estos delitos, como se probar– respecto de las especies
1 2 6
precedentes. No cabe duda alguna acerca de los delitos menores.
Pues consideremos la primera especie, en la cual quienes son diestros en la
brujer¤a y la hechicer¤a engaflan a los sentidos humanos con ciertas
apariciones, de modo que la materia corp‡rea parece volverse distinta a la
vista y al tacto, como se trat‡ m–s arriba, en el asunto de los m◊todos de
creaci‡n de ilusiones. Las brujas no se conforman con tales pr–cticas en
punto del miembro genital, y de causar cierta ilusi‡n prestidigitatoria de su
desaparici‡n (aunque ◊sta no sea un hecho real); sino que a menudo
arrebatan la propia capacidad de engendrar, de modo que una mujer no puede
concebir, y un hombre no puede ejecutar el acto aunque todav¤a conserve su
miembro.
Y sin ilusi‡n alguna, tambi◊n provocan el aborto despu◊s de la concepci‡n,
acompaflado a menudo de muchas otras enfermedades. Y aun se aparecen en
distintas formas de animales. La nigromancia es la convocatoria de los
muertos y la conversaci‡n con ellos, como lo muestra su etimolog¤a; porque
deriva de la palabra griega Nekros, que significa cad–ver, y Manteia, que
quiere decir adivinaci‡n. Y esto lo logran operando cierto hechizo sobre la
sangre de un hombre o de algÂn animal, sabiendo que el demonio se deleita en
tal pecado, y adora la sangre y su derramamiento. Por lo cual, cuando creen
que llaman a los muertos del infierno para responder a sus preguntas, quienes
se presentan y ofrecen esas respuestas son los demonios con el aspecto de los
muertos. Y de este tipo fue el arte de la gran pitonisa de que se habla en I
Reyes, xxviii quien levant‡ a Samuel, por instancias de SaÂl.
Pero no se piense que estas pr–cticas son legales porque las Escrituras
registren que el alma del Profeta justo, llamado del Hades para predecir el
hecho de la inminente guerra de SaÂl, se apareci‡ por intermedio de una mujer
que era una bruja. Porque, como dice San Agust¤n a Simpliciano: no es absurdo
creer que fuese permitido por alguna dispensa, no por la potencia de una arte
m–gica, sino por alguna dispensa oculta, desconocida por la pitonisa o por
SaÂl, que el esp¤ritu de ese hombre justo apareciera ante la vista del rey, para
pronunciar contra ◊l la sentencia Divina. O bien no fue en verdad el esp¤ritu
de Samuel arrancado de su descanso, sino algÂn fantasma e ilusi‡n
imaginaria de los demonios, provocada por las maquinaciones del diablo; y las
Escrituras llaman a este fantasma con el nombre de Samuel, tal como las
im–genes de las cosas se denominan por los nombres de las cosas que
representan. Esto lo dice en su respuesta s, la pregunta de si la adivinaci‡n
por invocaci‡n de los demonios es legal En la misma Summa el lector
encongar– la respuesta a la pregunta de si existen grados de profec¤a entre
los Beatos, y puede remitirse a San Agust¤n, xxvi, 5. Pero esto tiene poco que
ver con los actos de las brujas, que no conservan en s¤ vestigios de piedad,
como resulta evidente de una consideraci‡n de sus obras, pues no dejan de
derramar sangre Inocente, sacar a la luz cosas ocultas, bajo la gu¤a de los

1 2 7
demonios, y al destruir el alma con el cuerpo, no perdonan a los vivos ni a los
muertos.
La Oniromancia puede practicarse de dos maneras. La primera es cuando una
persona, usa los sueflos para poder hundirse en lo oculto con la ayuda de la
revelaci‡n de demonios invocados con ◊l, con quienes ha firmado un pacto
abierto. La segunda es cuando un hombre usa los sueflos para conocer el
futuro, en la medida en que existe en los sueflos tal virtud procedente de la
revelaci‡n Divina, de una causa natural intr¤nseca o extr¤nseca; esa
adivinaci‡n no ser¤a ilegal As¤ dice Santo Tom–s.
Y para que los predicadores cuenten por lo menos con un nÂcleo de una
comprensi‡n de este asunto, debemos hablar primero de los –ngeles. Un –ngel
tiene poderes limitados, y puede revelar el futuro con m–s eficacia cuando la
mente se encuentra adaptada a esas revelaciones, que cuando no lo est–.
Ahora bien, ante todo la mente se halla adaptada de ese modo despu◊s del
aflojamiento del movimiento exterior e interior, como cuando las noches son
silenciosas y se aquietan los vapores del movimiento; y estas condiciones se
cumplen cerca dei alba, cuando se ha completado la digesti‡n. Y digo esto de
nosotros, pecadores, a quienes los –ngeles, en su Divina piedad, y en
ejecuci‡n de sus oficios, revelan ciertas cosas, de modo que cuando
estudiamos a la hora del alba se nos ofrece la comprensi‡n de ciertos
aspectos ocultos de las Escrituras. Pues un –ngel bueno preside nuestra
comprensi‡n, tal como Dios rige nuestra voluntad, y los astros dominan
nuestro cuerpo. Pero a ciertos hombres m–s perfectos el –ngel puede
revelarles cosas en cualquier hora, est◊n despiertos o dormidos. Sin embargo,
segÂn Arist‡teles, de Somno et Vigilia, tales hombres son m–s capaces de
recibir revelaciones en un momento que en otro, y as¤ ocurre en todos los
casos de Magia.
Segundo, hay que seflalar que ocurre, por el cuidado de la naturaleza y la
regulaci‡n del cuerpo, que ciertos hechos futuros tienen su causa natural en
los sueflos de un hombre. Y entonces estos sueflos o visiones no son causas,
como se dijo en el caso de los –ngeles, sino s‡lo seflales de lo que le ocurrir–
a un hombre en el futuro, como en el caso de la salud, la enfermedad o el
peligro. Y esta es la opini‡n de Arist‡teles. Porque en los sueflos del esp¤ritu
la naturaleza imagina la disposici‡n del coraz‡n, por la cual la enfermedad
o cualquier otra cosa acaece de manera natural al hombre, en el futuro. Pues
si un hombre suefla con fuegos, es seflal de una ¤ndole col◊rica; si de volar o
de otra cosa semejante, seflal de disposici‡n sangu¤nea; si suefla con agua o
cualquier otro liquido, es signo de un humor flem–tico, y si suefla con cosas
terrenas, seflal de una disposici‡n melanc‡lica. Y por lo tanto los m◊dicos
reciben a menudo ayuda de los sueflos en sus diagn‡sticos ( como dice
Arist‡teles en el mismo libro).

1 2 8
Pero estas son cosas leves en comparaci‡n con los sueflos imp¤os de las
brujas. Pues cuando no desean, como se mencion‡ antes, ser trasladadas
f¤sicamente a un lugar, sino ver qu◊ hacen las otras brujas, tienen por
costumbre recostarse sobre el flanco izquierdo de su propio nombre y en el de
todos los demonios; y estas cosas se revelan a su visi‡n, en im–genes. Y si
tratan de conocer algÂn secreto, para s¤ o para otros, lo conocen en sueflos,
gracias al demonio, por raz‡n de un pacto abierto, no t–cito, firmado con ◊l.
Y por lo dem–s,- ◊ste pacto no es simb‡lico, realizado por el sacrificio de
-algÂn animal, o por un acto de sacrilegio, o por la adoraci‡n de algÂn culto
extraflo, sino que es una verdadera ofrenda de s¤ mismas, en cuerpo y alma, al
demonio, por la abnegaci‡n de la Fe, pronunciada en forma sacr¤lega e
interiormente intencional. Y no conformes con esto, inclusive matan, u
ofrecen a los demonios, sus propios hijos y los ajenos.
Otra especie de adivinaci‡n es la que practican las pitonisas, as¤ llamadas
por Apolo Pitio, de quien se dice que fue el originador de este tipo de
adivinaci‡n, segÂn San Isidoro. Ello no se efectÂa por sueflos o por
conversaciones con los muertos, sino por medio de hombres vivos, como en el
caso de quienes son azotados por el demonio hasta el frenes¤, por su voluntad
o contra ella, s‡lo con el fin de predecir el futuro, y no para la perpetraci‡n
d◊ ninguna otra monstruosidad. A esta clase pertenec¤a la joven mencionada
en Hechos, xvi, quien grit‡ a los Ap‡stoles que eran los servidores del Dios
verdadero; y San Pablo, encolerizado por esto, orden‡ que el esp¤ritu saliera
de ella. Pero est– claro que no hay comparaci‡n entre tales cosas y los
actos de las brujas, que segÂn San Isidoro se llaman as¤ por la magnitud de sus
pecados y la enormidad de sus cr¤menes.
Por lo cual, con vistas a la brevedad, no hace falta continuar este
argumento respecto de las formas menores de adivinaci‡n, ya que se demostr‡
en relaci‡n con las formas mayores. Porque el predicador, si lo desea, puede
aplicar estos argumentos a las otras formas de adivinaci‡n: a la Geomancia,
que se ocupa de las cosas terrenas, como el hierro o la piedra pulida; la
Hidromancia, que trata del agua y los. Cristales; la Aeromancia, que se
ocupa del aire; la Piromancia, que se refiere al fuego; el Augurio, que tiene
que ver con las entraflas de los animales sacrificados en los altares del
demonio. Pues aunque todo esto se hace por medio de una franca invocaci‡n
de los demonios, no se los puede comparar con los delitos de las brujas, ya que
no tienen el objetivo directo de daflar a los hombres, los animales o los
frutos de la tierra, sino s‡lo la previsi‡n del futuro. Los otros tipos de
adivinaciones, que se ejecutan con una invocaci‡n t–cita, pero no abierta, de
los demonios, son la Horoscop¤a o Astrolog¤a, as¤ llamada por la
consideraci‡n de los astros en el momento del nacimiento; las acciones de los
ArÂspices, que observan losù d¤as y las horas; los Augurios, que observan la
conducta y los gritos de las aves; los Presagios, que estudian las palabras de

1 2 9
los hombres; y la Quiromancia, que analiza las l¤neas de la marco o de las
patas de los animales. Quien lo desee, puede remitirse a las enseflanzas de
Nider, y encontrar– truchas aclaraciones en lo referente a cu–ndo son
legales estas cosas, y cu–ndo no. Mas los actos de las brujas nunca son
legales.

P R E G U N T A . Comparaci‡n de sus delitos, segÂn catorce rubros, con los


pecados de los demonios de todos los tipos y de cada uno.
Tan horrendos son los delitos de las brujas que inclusive superan sus pecados
y la ca¤da de los –ngeles malos; y si esto es as¤ en cuanto a su culpa, êc‡mo
no habr¤a de serlo en lo que se refiere a sus castigos en el infierno? Y no es
dif¤cil demostrarlo mediante varios argumentos referentes a sus culpas. Y
primero, aunque el pecado de Sat–n es imperdonable, ello no se debe a la
magnitud de su delito, teniendo en cuenta la naturaleza de los –ngeles, con
especial atenci‡n hacia la opini‡n de quienes dicen que los –ngeles fueron
creados s‡lo en estado de naturaleza, y nunca en estado de gracia. Y como el
bien de la gracia supera el bien de la naturaleza, los pecados de quienes caen
de un estado de gracia, como las brujas al negar la fe que recibieron en el
bautismo, superan los pecados de los –ngeles. Y aunque decimos que los
–ngeles fueron creados, pero no confirmados, en gracia, as¤ tambi◊n las
brujas, aunque no fueron creadas en gracia, cayeron de ◊sta por su propia
voluntad, tal como Sat–n pec‡ por la suya propia.
Segundo, se admite que el pecado de Sat–n es imperdonable por varias otras
razones. Porque San Agust¤n dice que pec‡ por instigaci‡n de nadie, y por lo
tanto, y con justicia, su pecado es remediable por nadie. Y San Juan
Damasceno dice que pec‡ en su comprensi‡n contra el car–cter de Dios; y que
su pecado fue mayor debido a la nobleza de su entendimiento. Pues el criado
que conoce la voluntad de su amo, etc. La misma autoridad afirma que, dado
que Sat–n es incapaz de arrepentimiento, es tambi◊n incapaz de perd‡n; y ello
se debe a su naturaleza, que por ser espiritual, s‡lo pod¤a ser modificada una
vez, cuando la modific‡ para siempre; pero no es as¤ en el caso de los hombres,
en quienes la, carne siempre lucha contra el esp¤ritu. O porque pec‡ en las
altas esferas del cielo, en tanto que el hombre peca en la tierra.
Pero a despecho de todo esto, su pecado es en muchos sentidos pequeflo en
comparaci‡n con los delitos de las brujas. Primero, como lo mostr‡ San
Anselmo en uno de sus Sermones, pec‡ en su orgullo cuando todav¤a no
exist¤a castigo para el, pecado. Pero las brujas siguen pecando despu◊s que a
menudo se han infligido grandes castigos a muchas otras brujas, y luego de
que los castigos que les ensefla la iglesia han sido infligidos por causa del
demonio y su ca¤da; y se burlan de todo ello, y se apresuran a cometer, no los
pecados menos mortales, como otros pecadores que pecan por enfermedad o

1 3 0
maldad, pero no por malicia habitual, sino m–s bien los delitos m–s horribles,
por la profunda malicia de su coraz‡n.
Segundo, aunque el –ngel malo cay‡ de la, inocencia en la culpa, y de ah¤ en
la desdicha y el castigo, cay‡ de la inocencia s‡lo una, vez, de tal modo que
jam–s recuper‡ la inocencia por el bautismo, y vuelve a caer, y cae muy
hondo. Y es as¤ en especial con las brujas, como lo demuestran sus delitos.
Tercero, pec‡ contra el Creador; pero nosotros, y en particular las brujas,
pecamos contra el Creador y el Redentor.
Cuarto, abandon‡ a Dios, quien le permiti‡ pecar pero no le otorg‡ piedad; en
tanto que nosotros, y ante todo las brujas, nos apartamos de Dios por
nuestros pecados, mientras que, a pesar de su permiso de nuestros pecados, Ãl
nos muestra siempre piedad y nos protege en Sus incontables beneficios.
Quinto, cuando pec‡, Dios lo rechaz‡ sin mostrarle gracia, en tanto que
nosotros, los desdichados, corremos al pecado aunque Dios nos pide siempre
que huyamos de ◊l.
Sexta, mantiene su coraz‡n enardecido contra un castigador, pero nosotros
contra un piadoso persuasor. Ambos pecamos contraù Dios, pero ◊l contra un
Dios que ordena, y nosotros contra uno que muere por nos, a Quien, como
dijimos, las malvadas brujas ofenden ante todo.

LAS SOLUCIONES DE LOS ARGUMENTOS VUELVEN A DECLARAR LA


VERDAD POR COMPARACI×N

A
los argumentos. La respuesta al primero est– clara por lo que se
dijo al principio de toda esta pregunta. Se afirm‡ que un pecado
deber¤a considerarse m–s intenso que otro, y que los pecados de las
brujas son mayores que todos los dem–s respecto de la culpa, pero no de los
castigos que implican. A esto debe decirse que el castigo de Ad–n, lo mismo
que su culpa, tienen que considerarse de dos maneras: o bien referidos a ◊l en
forma personal, o bien referidos al conjunto de la naturaleza, es decir, de la
posteridad que vino tras ◊l. En cuanto a lo primero, mayores pecados se
cometieron despu◊s de Ad–n, pues ◊ste s‡lo pec‡ al hacer lo que era malo, no
por s¤ mismo, sino porque estaba prohibido; pero la fornicaci‡n, el adulterio y
el asesinato son en ambos sentidos pecados por s¤ mismos, y porque est–n
prohibidos. Por lo cual esos pecados merecen el mayor castigo. En cuanto a lo
segundo, es verdad que el mayor castigo result‡ del primer pecado; pero esto
s‡lo es cierto de modo indirecto, ya que por medio de Ad–n toda la posteridad
fue infectada por el pecado original, y ◊l fue el primer padre de todos
aquellos a quienes el Ânico Hijo de Dios pudo perdonar por el poder que estaba
ordenado. M–s aun, en su propia persona, con la mediaci‡n de la gracia
Divina, Ad–n se arrepinti‡, y despu◊s fue salvado por el Sacrificio de Cristo.
Pero los pecados de las brujas son much¤simo mayores, ya que no se

1 3 1
conforman con sus propios pecados y perdici‡n, sino que siempre arrastran a
muchos otros tras ellas.
Y tercero, de lo dicho se sigue que por accidente el pecado de Ad–n implic‡ el
mayor daflo. Pues encontr‡ la naturaleza incorrupta, y era inevitable, y no
por su voluntad, que la dejase inoculada; por lo cual no se sigue que su
pecado fuese mayor que otros en t◊rminos intr¤nsecos. Y una vez m–s, la
posteridad habr¤a cometido el mismo pecado si hubiese encontrado la
naturaleza en el mismo estado. De igual manera, quien no encontr‡ la gracia
no comete un pecado tan mortal como quien la encontr‡ y la perdi‡. Esta es
la soluci‡n de Santo Tom–s (II, 2, art. 2), en su soluci‡n del segundo
argumento. Y si alguien desea entender a fondo esta soluci‡n, debe
considerar que aunque Ad–n haya conservado su inocencia primitiva, no la
habr¤a trasmitido a toda la posteridad; porque como dice San Anselmo, quien
viniese detr–s de ◊l tambi◊n habr¤a podido pecar. V◊ase tambi◊n Santo Tom–s,
20, donde considera si los niflos reci◊n nacidos habr¤an sido confirmados en
gracia, y en 101, si los hombres ahora salvados lo habr¤an sido si Ad–n no
hubiese pecado.

P R E G U N T A . Aqu¤ sigue el m◊todo de predicar y discutir contra los cinco


argumentos de los legos y de la gente lasciva, que parecen contar con
diversas aprobaciones, en el sentido de que Dios no concede tan gran poder al
demonio y a las brujas como el que implica la ejecuci‡n de tan poderosas
obras de brujer¤a.
Por Âltimo, que el predicador se arme contra ciertos argumentos de los legos,
y aun de algunos hombres sabios, quienes niegan, hasta cierto punto, que
existan brujas. Pues si bien admiten la malicia y poder del demonio para
infligir esos daflos a voluntad, niegan que se le conceda el permiso Divino, y
no admiten que Dios tolere que se hagan esas cosas. Y aunque carecen de
m◊todo en su argumento, y andan a tientas ora hacia un lado, ora hacia el
otro, es necesario reducir sus afirmaciones a cinco argumentos, de los cuales
nacen todas sus cavilaciones. Y el primero es que Dios no permite que el
demonio ataque a los hombres con tan grande potencia.
La pregunta que se formula es de si el permiso Divino debe acompaflar siempre
un daflo causado por el demonio por intermediaci‡n de una bruja. Y se
presentan cinco argumentos para demostrar que Dios no lo permite, y que por
lo tanto no hay brujer¤a en el mundo. Y el primer argumento se toma de Dios;.
el segundo, del demonio; el tercero, de la bruja; el cuarto, de la dolencia
asignada a la brujer¤a; y el quinto, de los predicadores y jueces, en la
suposici‡n de que predicaron contra las brujas, y las castigaron tanto que no
tendr–n seguridad en su vida.
Y ante todo lo que sigue: Dios puede castigar a los hombres por sus pecados, y

1 3 2
los castiga con la espada, el hambre y las plagas, as¤ como con diversas e
incontables enfermedades a que est– sometida la naturaleza humana. Por lo
cual, como no necesita agregar otros castigos, no permite la brujer¤a.
S e g u n d o , si lo que se dice del demonio fuese cierto, a saber, que puede
obstruir la capacidad de engendrar, de manera que una mujer no pueda
concebir, o que si concibe ◊l provoque un aborto; o que si no hay aborto,
puede hacer que !os niflos sean muertos despu◊s del nacimiento; en ese caso
podr¤a destruir al mundo entero, y tambi◊n podr¤a decirse que las obras del
demonio son m–s fuertes que las de Dios, ya que el Sacramento del
Matrimonio es obra de Dios.
T e r c e r o , argumentan, a partir del hombre mismo, de que si existiera
brujer¤a en el mundo, algunos hombres estar¤an m–s embrujados que otros, y
que es un falso argumento decir que los hombres est–n embrujados como
castigo de sus pecados, y por lo tanto es falso mantener que existe la brujer¤a
en el mundo. Y demuestran que es falso mediante el argumento de que, si fuese
cierto, los m–s grandes pecadores recibir¤an el mayor castigo, y ello no es
as¤, pues los pecadores son castigados a veces menos que los justos, como se
advierte en el caso de los niflos inocentes, supuestamente hechizados.
Su c u a r t o argumento puede agregarse a lo que aducen respecto de Dios; a
saber, que una cosa que un hombre puede impedir y no lo hace, sino que permite
que suceda, puede considerarse que procede de su voluntad. Pero como Dios es
Todo Bondadoso, no puede desear el mal, y en consecuencia no puede permitir
que se haga el mal que Ã1 es capaz de impedir.
Y una vez m–s, tomando su argumento del daflo mismo, que se supone debido a
la brujer¤a, declaran que es similar a las debilidades y defectos naturales, y
por lo tanto puede ser causado por un defecto natural. Pues puede ocurrir, por
algÂn defecto natural, que un hombre se vuelva cojo, o ciego, o pierda la
raz‡n, o inclusive muera, por lo cual estas cosas no pueden asignarse con
certeza a las brujas. Por Âltimo, argumentan que los predicadores y jueces
predicaron y practicaron contra las brujas de tal manera, que si fueran
brujas, sus vidas jam–s estar¤an a salvo de ellas, debido al gran odio que las
brujas abrigar¤an contra ellos.
Pero los argumentos contrarios pueden tomarse de la Primera Pregunta,
donde trata del tercer postulado de la Primera Parte; y se pueden proponer a
las personas los puntos m–s convenientes. De c‡mo Dios permite que exista el
mal, aunque Ãl no lo desea, pero lo permite para la maravillosa perfecci‡n
del universo, que puede considerarse en el hecho de que las cosas buenas son
m–s altamente elogiables, m–s placenteras y laudables, cuando se las
compara con las cosas malas; y pueden citarse autoridades en respaldo de
esto. Tambi◊n, que la profundidad de la sabidur¤a, justicia y bondad Divinas de
Dios deber¤an exponerse, ya que de lo contrario permanecer¤an ocultas.

1 3 3
Para una breve soluci‡n de este interrogante existen varios tratados
disponibles sobre el tema, para informaci‡n de la gente, a saber, en el sentido
de que Dios permiti‡ dos Ca¤das, la de los –ngeles y la de nuestros primeros
padres; y como ◊stas fueron las mayores de todas las ca¤das, no es extraflo
que se permitan otras menores. Pero estas dos Ca¤das fueron mayores en sus
consecuencias, no en sus circunstancias, en cuyo Âltimo sentido, como se
mostr‡ en la Âltima Pregunta, los pecados de las brujas superan los de los
–ngeles malos y los de nuestros primeros padres. En el mismo lugar se muestra
que Dios permiti‡ con justicia las primeras Ca¤das, y cualquiera puede reunir y
ampliar lo que all¤ se dice, tanto como lo desee. Pero debemos responder a sus
argumentos. En cuanto al primero, de que Dios castiga bastante por medio de
enfermedades naturales, y por la espada y el hambre, damos una triple
respuesta. Primero, que Dios no limit‡ Su poder al proceso de la naturaleza, o
siquiera a las influencias de los astros, de tal manera que no pudiese ir m–s
all– de esos l¤mites, pues a menudo los super‡ en el castigo de los pecados, al
enviar plagas y otros castigos fuera de la influencia de los astros; y cuando
castig‡ eë pecado de orgullo en David, cuando cont‡ a su pueblo, al enviar
una peste contra el pueblo.
S e g u n d o , conviene con la Sabidur¤a Divina que Ãl gobierne de tal modo las
cosas, que les permita actuar por su propia instigaci‡n. Por consiguiente, no
tiene el objetivo de impedir por completo la malicia del demonio, sino m–s bien
permitirla hasta donde la considera necesaria para el bien final del universo,
aunque es cierto que el demonio se ve constantemente frenado por los
–ngeles buenos de forma que no pueda impedir todo el daflo que desea.
De la misma manera, Ãl no se propone limitar los pecados humanos que son
posibles para el hombre gracias a su libre albedr¤o, tales como el de renegar
de la Fe y su dedicaci‡n al demonio, cosas que se encuentran en el poder de la
voluntad humana. De estas dos premisas se sigue que cuando Dios est– m–s
ofendido, permite los males que ante todo buscan las brujas, y por los cuales
reniegan de la Fe, en la medida del poder del demonio; y tal es la capacidad de
daflar a los hombres, los animales y los frutos de la tierra.
T e r c e r o , Dios permite los males que de modo indirecto provocan la mayor
inquietud y tormento al demonio; y de tal tipo son los efectuados por las
brujas mediante el poder de los demonios. Porque el diablo se atormenta
mucho, de manera indirecta, cuando ve que, contra su voluntad, Dios usa
todo mal para gloria de Su nombre, para alabanza de la Fe, para purificaci‡n
de los elegidos y para la adquisici‡n de m◊ritos. Pues es cierto que nada puede
ser m–s irritante para el orgullo del demonio, que siempre se eleva contra
Dios (como se dice: el orgullo de quienes te odian aumenta sin cesar), que el
hecho de que Dios utilice sus mal◊volas maquinaciones para Su propia gloria.
Por consiguiente, Dios permite todas estas cosas.

1 3 4
Su segundo argumento ya fue contestado antes; pero hay dos puntos en los
cuales se lo debe responder en detalle. En primer lugar, lejos de ser cierto que
el demonio o sus obras son m–s fuertes que Dios, resulta evidente que su poder
es pequeflo, ya que nada puede hacer sin el permiso Divino. Por lo cual puede
decirse que el poder del diablo es pequeflo en comparaci‡n con el permiso
Divino, aunque muy grande en comparaci‡n con los poderes terrenales a los
que, por supuesto, supera, como se muestra en el texto, tantas veces citado,
de Job, vi: öNo hay en la tierra poder que se compare con ◊lõ.
En segundo lugar, debemos contestar al interrogante de por qu◊ Dios permite
que la brujer¤a afecte la capacidad de engendrar, m–s que ninguna otra
funci‡n humana. Esto ya s◊ trat‡ antes, pues se debe a lo vergonzoso del
acto, y al pecado original correspondiente a la culpa de nuestros primeros
padres que se eleva por medio de ese acto. Tambi◊n se simboliza por la
serpiente, que fue el primer instrumento del demonio.
A su tercer argumento respondemos que el demonio tiene m–s intenci‡n y
deseo de tentar a los buenos que a los malvados; aunque en verdad tienta a
los malvados m–s que a los buenos, porque los primeros tienen m–s aptitud
que ◊stos para responder a su tentaci‡n. De la misma manera, se muestra m–s
ansioso de daflar a los buenos que a los malos, pero le resulta m–s f–cil daflar
a los segundos. Y la raz‡n de esto, segÂn San Gregorio, es que cuanto m–s a
menudo cede un hombre al demonio, m–s dif¤cil le resulta luchar contra ◊l.
Pero como los malvados son quienes con m–s frecuencia ceden al demonio,
sus tentaciones son las m–s intensas y frecuentes, ya que carecen del escudo
de la Fe para protegerse. Acerca de este escudo, San Pablo habla en Efesios,
vi. Ante todo, tomando el escudo de la Fe, con ◊l pod–is apagar todos los
dardos de fuego del maligno. Pero por otro lado, ataca a los buenos con m–s
encono que a los malos. Y la raz‡n es que ya posee a estos Âltimos, mas no a
los primeros; y por lo tanto se esfuerza por atraer a su poder a los justos por
medio de tribulaciones, pues no son suyos, y no tanto a los malvados; que ya
le pertenecen. De la misma manera, un pr¤ncipe de la tierra castiga con m–s
severidad a quienes desobedecen sus leyes o perjudican a su reino, que a
quienes no se oponen a ◊l.
En respuesta a su cuarto argumento, adem–s de lo que se escribi‡ al respecto,
el predicador puede exponer la verdad de que Dios permite que el mal se haga,
pero que no lo desea, me diente los cinco signos de la voluntad Divina, que
son el Precepto, la Prohibici‡n, el Consejo, la Acci‡n y el Permiso. V◊ase
Santo Tom–s, en especial en su Primera Parte, Pregunta 18, ad. 12, donde esto
se expone con suma claridad. Pues aunque existe una sola voluntad en Dios,
que es Dios Mismo, Su voluntad se nos muestra y seflala de muchas maneras,
como dice el Salmo: las poderosas obras del Seflor se cumplen en todos Sus
deseos. Por lo cual hay una diferencia entre la verdadera y esencial
Voluntad de Dios y sus efectos visibles; ya que la voluntad, propiamente

1 3 5
dicha, es la voluntad del buen placer de un hombre, pelo en un sentido
metaf‡rico es la voluntad expresada por signos exteriores. Pues por medio de
signos y met–foras se nos muestra que Dios desea que eso sea as¤.
Podemos tomar un ejemplo de un padre humano quien, si bien posee una sola
voluntad, la expresa de cinco maneras, ya sea por s¤ mismo, o por medio de
algÂn otro. Por s¤ mismo la expresa de dos modos, directo o indirecto. Directo,
cuando ◊l mismo hace una cosa; y entonces es una Acci‡n. Indirecto, cuando
no impide que algÂn otro actÂe (v◊ase la F¤sica de Arist‡teles, IV: la
prohibici‡n es causaci‡n indirecta), y esto se denomina, la seflal del Permiso.
Y el padre humano seflala su voluntad por medio de algÂn otro, de tres
formas. O bien ordena que alguien haga algo, o, a la inversa, prohibe algo; y
estos son los signos del Precepto y la Prohibici‡n. O persuade y aconseja a
alguien que haga algo, y esta es la seflal del Consejo. Y tal como la voluntad
humana se manifiesta de estas tinc‡ maneras, lo mismo ocurre con la
voluntad de Dios. Pues el hecho de que la voluntad de Dios se muestra por
Precepto, Prohibici‡n y Consejo se ve en San Mateo, vi: öSea hecha tu
voluntad, como en el cielo, as¤ tambi◊n en la tierraõ, es decir, cumplamos en
la tierra Sus Preceptos, evitemos Sus Prohibiciones y sigamos Sus Consejos. Y
de la misma manera, San Agust¤n muestra que el Permiso y la Acci‡n son
seflales de la voluntad de Dios, cuando dice, en el Enquiridi‡n: nada se hace
que Dios Todopoderoso no desee que se haga, bien por su permiso o porque lo
hace El mismo. Para volver al argumento; es muy cierto que cuando un
hombre puede impedir una cosa, y no lo hace, puede decirse que esa cosa
procede de su voluntad. Y la inferencia de que Dios, siendo todo Bondad, no
puede desear el mal, tambi◊n es cierta respecto del verdadero Buen Placer de
la Voluntad de Dios, y tambi◊n en relaci‡n con cuatro de los signos de Su
Voluntad; pues ni falta hace decir que El no puede hacer el mal, ni ordenar
que se lo haga, ni dejar de oponerse al mal, ni aconsejar el mal; sin embargo,
puede permitir que se lo haga, Y si se pregunta c‡mo es posible distinguir si
una enfermedad es causada por brujer¤a o por algÂn otro defecto f¤sico
natural, contestamos que existen varios m◊todos. Y el primero es por medio
del juicio de los Doctores. V◊ase las palabras de San Agust¤n Sobre la
doctrina cristiana: a esta clase de superstici‡n corresponden todos los
encantamientos y amuletos colgados o atados de la persona, que la escuela
de Medicina desprecia. Por ejemplo, los doctores puede percibir por las
circunstancias, tales como la edad del paciente, su contextura sana y la
reacci‡n de sus ojos, que su enfermedad no es producto de ningÂn defecto de
la sangre o del est‡mago, o de cualquier otra dolencia; y por lo tanto juzgan
que no se debe a un defecto natural, sino a alguna causa extr¤nseca. Y como
◊sta no podr¤a ser una infecci‡n venenosa, que ir¤a acompaflada por malos
humores en la sangre y el est‡mago, tienen motivos suficientes para juzgar
que se debe a un acto de brujer¤a.

1 3 6
Y segundo, cuando la enfermedad es incurable, de modo que el paciente no
encuentra alivio en las drogas, sino que ◊stas parecen m–s bien agravarlo.ù
T e r c e r o , el mal puede caer tan de repente sobre un hombre, que s‡lo sea
posible asignarlo a brujer¤a. Se nos ha hecho conocer un ejemplo de c‡mo
esto le ocurri‡ a un hombre. Cierto ciudadano de Spires, bien nacido, tenia una
esposa de ¤ndole tan obstinada, que, si bien trataba de complacerla de todas
las maneras, ella se negaba casi siempre a cumplir con sus deseos y lo
persegu¤a con injurias y denuestos. Sucedi‡ que, al entrar un d¤a en su casa, y
su esposa atacarlo como de costumbre, con palabras oprobiosas, ◊l quiso salir
de la casa para evitar la pendencia. Pero ella se le adelant‡ con rapidez y
ech‡ llave a la puerta por la cual quer¤a salir. Y jur‡ en voz alta que, si no
la castigaba, no hab¤a en ◊l honradez ni fidelidad. Ante estas fuertes
palabras, ◊l estir‡ la mano, sin intenci‡n de herirla, y la golpe‡ con
suavidad, con la palma abierta, en la nalga; ante lo cual, de pronto, cay‡ al
suelo, y perdi‡ el sentido, y guard‡ cama durante muchas semanas, aquejado
de una grav¤sima enfermedad. Resulta evidente que no era una enfermedad
natural, sino provocada por alguna brujer¤a de la mujer. Y han ocurrido
muchos casos parecidos, conocidos por muchos.
Existen algunos que pueden distinguir estas dolencias por medio de cierta
pr–ctica, que es como sigue. Sostienen plomo fundido sobre el hombre
enfermo, y lo vierten en un cuenco de agua. Y si el plomo se condensa en
alguna imagen, juzgan que la enfermedad se debe a brujer¤a. Y cuando a esos
hombres se les pregunta si la imagen as¤ formada es causada por obra de los
demonios, o si se debe a una causa natural, responden que es producto del
poder de Saturno sobre el plomo, ya que la influencia de ese planeta es
maligna en otros sentidos, y puesto que el sol tiene un poder similar sobre el
oro. Pero lo que deber¤a pensarse acerca de esta pr–ctica, y de si es legal o
no, se analizar– en la Segunda Parte de este Tratado. Porque los Canonistas
dicen que es legal que la vanidad sea confundida por la vanidad; pero los
Te‡logos sostienen una opini‡n contraria, y afirman que no es correcto
hacer el mal para obtener el bien.
En su Âltimo argumento postulan varios objetos. Primero, êpor qu◊ las brujas
no se enriquecen? Segundo, êpor qu◊, ya que cuentan con el favor de los
pr¤ncipes, no cooperan en la destrucci‡n de todos sus enemigos?
T e r c e r o , êpor qu◊ son incapaces de daflar a los Predicadores y a otros que
las persiguen?
En cuanto a lo p r i m e r o , hay que decir que en general las brujas no son
ricas por esta raz‡n: que a los demonios les agrada mostrar su desprecio por
el Creador comprando a las brujas por el m–s bajo precio posible. Y adem–s,
para que no se destaquen por sus riquezas.
S e g u n d o , no daflan a los pr¤ncipes porque, hasta donde sea posible, desean

1 3 7
conservar su amistad. Y si se pregunta por qu◊ no hieren a sus enemigos, se
responde que un –ngel bueno, que trabaja del otro lado, impide esa brujer¤a.
Comp–rese el pasaje de Daniel: öEl pr¤ncipe de los persas se puso contra m¤
veintiÂn d¤asõ. V◊ase Santo Tom–s en el Segundo Libro de sentencias, donde
debate si existe alguna pugna entre los –ngeles buenos, y de qu◊ tipo.
T e r c e r o , se dice que no pueden herir a los inquisidores y otros
funcionarios, porque dispensan la justicia pÂblica. Se podr¤an presentar
muchos ejemplos para demostrarlo, pero el tiempo no lo permite.

SEGUNDA PARTE
La segunda parte, que tarta de los m◊todos por medio de los cuales se obra la
brujer¤a, y de c‡mo puede elimin–rsela auspiciosamente RESULTA EN DOS
½NICAS PREGUNTAS.
PREGUNTA UNO De aquellos contra quienes el poder de las brujas de nada
sirve La segunda parte de esta obra trata del m◊todo de procedimiento
adoptado por las brujas para la ejecuci‡n de sus brujer¤as; y se distinguen
segÂn nueve rubros, nacidos de dos dificultades principales. La primera de las
dos, tratada al comienzo, se refiere a los remedios protectores gracias a los
cuales un hombre queda inmunizado contra la brujer¤a: la segunda, tratada
al final, se refiere a los remedios curativos mediante los cuales se puede
curar a los embrujados. Pero como dice Arist‡teles (F¤sica, IV), la prevenci‡n
y la cura se relacionan entre s¤, y son, accidentalmente, asuntos de
causaci‡n.
De este modo quedar– clara toda la base de esta horrible herej¤a. En las dos
divisiones precedentes se destacar–n ante todo los siguientes puntos. Primero,
la iniciaci‡n de las brujas y su profesi‡n de sacrilegio. Segundo, el avance de
su m◊todo de trabajo y de sus horribles observancias.
Tercero, las protecciones preventivas contra sus brujer¤as. Y como ahora
tratamos de asuntos vinculados con la moral y la conducta, y no hace falta,
una variedad de argumentos y disquisiciones, ya que las materias que ahora
siguen bajo sus t¤tulos han sido lo bastante analizadas en las preguntas
precedentes, rogamos a Dios que el lector no busque pruebas en cada caso, ya
que basta con presentar ejemplos que han sido vistos u o¤dos en personas, o
que son aceptados bajo palabra de testigos fieles.
En el primero de los puntos mencionados se examinar–n ante todo dos temas:
primero, los distintos m◊todos de atracci‡n que adopta el demonio mismo;
segundo, las diversas maneras en que las brujas profesan su herej¤a.
Y en el segundo de los puntos principales se examinar–n por orden cuatro
materias relacionadas con el procedimiento de la brujer¤a y su cura. Primero,

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las pr–cticas de las brujas respecto de s¤ mismas y de su propio cuerpo.
Segundo, sus pr–cticas con referencia a otros hombres. Tercero, los tipos de
brujer¤a que se practican s‡lo por hombres, y no por mujeres; cuarto, el
problema de eliminar la brujer¤a, y de c‡mo puede curarse a los embrujados.
Por lo tanto, la primera pregunta se divide en dieciocho temas, ya que en
otras tantas formas son variadas y mÂltiples sus observancias.
Se pregunta si un hombre puede ser bendecido de tal manera por los –ngeles
buenos, que las brujas no puedan encantarlo de ninguno de los modos que
siguen. Y parece que no puede, pues ya se mostr‡ que inclusive los puros e
inocentes y justos son a menudo atacados por los demonios, como ocurri‡ en
Job; y se advierte que muchos niflos inocentes, as¤ como innÂmeros hombres
justos son hechizados, aunque no en la misma medida que los pecadores; pues
no resultan daflados en la perdici‡n de su alma, sino s‡lo en sus bienes
terrenales y en su cuerpo. Pero lo contrario lo indican las confesiones de las
brujas, a saber, que no pueden daflar a nadie, sino s‡lo a aquellos de quienes
saben, por informaci‡n de los demonios, que carecen de la ayuda Divina.
Respuesta: hay tres clases de hombres bendecidos por Dios a quienes esa
detestable raza no puede lesionar con su brujer¤a. Y la primera son las de
quienes administran la justicia pÂblica contra ellas, o las enjuician en
cualquier condici‡n oficial pÂblica. La segunda es la de quienes, segÂn los
ritos tradicionales y santos de la iglesia, hacen empleo legal del poder y la
virtud que la iglesia, por sus exorcismos, proporciona en la aspersi‡n del
Agua Bendita, la aceptaci‡n de la sal consagrada, el trasporte de los cirios
bendecidos el D¤a de la Purificaci‡n de nuestra Seflora, de las hojas de palma
en el Domingo de Ramos, y los hombres que de tal modo se fortalecen actÂan
de tal manera, que los poderes de los demonios quedan disminuidos; y de ellos
hablaremos m–s adelante. La tercera es la de quienes, de distintas e infinitas
formas, son bendecidos por los santos –ngeles.
La raz‡n para ello en la primera clase se dar– y demostrar– en distintos
ejemplos. Pues ya que, como dice San Pablo, todo el poder proviene de Dios, y
es una espada para la venganza contra los malvados y la recompensa de los
justos, no es extraflo que los demonios sean mantenidos a raya cuando se
hace Justicia para vengar ese horrible crimen. En el mismo sentido, los
Doctores seflalan que hay cinco modos en que el poder del demonio es
obstaculizado en todo o en parte. Primero mediante un l¤mite fijado por Dios a
su poder, como se ve en Job, i y a. Otro ejemplo es el caso del hombre del cual
le¤mos en el Formicarius de Nider, quien confes‡ a un juez que hab¤a llamado
al demonio para poder matar a un enemigo suyo, o causarle daflo f¤sico, o
herirlo de muerte por un rayo. Y dijo: öCuando invoqu◊ al demonio para
cometer semejante hecho con su ayuda, me respondi‡ que no pod¤a hacer
ninguna de esas cosas, porque el hombre ten¤a buena fe y se defend¤a con
diligencia, con la seflal de la cruz; y que por lo tanto no pod¤a daflarlo en su

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cuerpo, sino que lo m–s que pod¤a hacer era destruir la und◊cima parte de los
frutos de sus tierrasõ.
Segundo, es obstaculizado por la aplicaci‡n de alguna fuerza exterior, como
en el caso del asno de Balaam, NÂmeros, XXIII Tercero, por algÂn milagro de
poder de ejecuci‡n exterior. Y hay algunos bendecidos con un privilegio
singular, como se mostrar– m–s adelante, en el caso de la tercera clase de
hombres que no pueden ser embrujados. Cuarto, por la buena providencia de
Dios, Quien dispone de cada cosa de diversos modos, y hace que un –ngel
bueno se interponga en el camino del demonio, como cuando Asmodeo mat‡ a
los siete esposos de la Virgen Sara, pero no mat‡ a Tob¤as.
Quinto, a veces se debe a la cautela del demonio mismo, pues en ocasiones no
desea hacer daflo, para que lo peor se siga de ello. Como, por ejemplo, cuando
puede molestar a los excomulgados, pero no lo hace, como en el caso de los
corintios excomulgados (I, Corintios, v), para debilitar la fe de la iglesia en
el poder de ese castigo. Por consiguiente podemos decir, de la misma forma,
que, aunque los administradores de justicia pÂblica no estuviesen protegidos
por el poder Divino, es muy frecuente que los demonios, por su propia
voluntad, retiren su apoyo y protecci‡n a las brujas, ya sea porque temen su
conversaci‡n, o porque desean y apresuran su condenaci‡n. Este hecho
tambi◊n lo demuestran las experiencias. Pues el mencionado Doctor afirma
que las brujas han atestiguado como hecho de su experiencia que s‡lo por
haber sido apresadas por funcionarios de la justicia pÂblica, perdieron en
seguida todo su poder de brujer¤a. Por ejemplo, un juez llamado Pedro, a quien
mencionamos antes, dese‡ que sus funcionarios arrestaran a cierto brujo
llamado Stadlin; pero sus manos fueron presas de un temblor tan grande, y un
hedor tan nauseabundo lleg‡ a su nariz, que abandonaron toda esperanza de
atreverse a tocar al brujo. Y el juez les orden‡, diciendo: öPueden arrestar
tranquilos al desdichado, porque cuando lo toque la mano de la justicia
pÂblica, perder– todo el poder de su iniquidadõ. Y as¤ result‡ ser, pues fue
arrestado y quemado por muchas brujer¤as por ◊l perpetradas, que se
mencionan aqu¤ y all¤, en esta obra, en sus lugares correspondientes.
Y muchas m–s de estas experiencias nos ocurrieron a nosotros, inquisidores,
en el ejercicio de nuestras funciones inquisitoriales, que arrebatar¤an el
sentido del lector, hasta hacerle preguntarse si es conveniente relatarlas.
Pero como el autoelogio es s‡rdido y mezquino, ser– mejor guardar silencio
sobre ellas, antes que incurrir en el estigma de la jactancia y el engreimiento.
Pero debemos hacer una excepci‡n con las que han llegado a ser tan
conocidas, que no se las puede ocultar.
No hace mucho, en la ciudad de Ratisbona, los magistrados condenaron a una
bruja a ser quemada, y se les pregunt‡ por qu◊ nosotros, los inquisidores, no
◊ramos atacados de brujer¤a como los otros hombres. Respondieron que las

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brujas hab¤an intentado daflarlos muchas veces, pero no pudieron, y al
pregunt–rseles por la raz‡n de ello, respondieron que no lo sab¤an, como no
fuese que los demonios les hab¤an advertido que no lo hicieran. Pues, dijeron,
ser¤a imposible decir cu–ntas veces nos acosaron d¤a y noche, ora en forma
de monos, ora de perros o cabras, y nos molestaron con sus gritos e insultos,
y nos sacaron de nuestro lecho con sus blasfemas oraciones, de modo que
lleg–bamos hasta el otro lado de la ventana de su c–rcel, que era tan alta,
que nadie pod¤a llegar a ella sin la m–s larga de las escaleras; y entonces
parec¤an clavarse los alfileres con que se cefl¤an sus tocas, y los clavaban
con violencia en la, cabeza, y as¤ las encontr–bamos cuando nos
levant–bamos, como si hubieran querido clav–rnoslos en nuestra propia
cabeza, pero alabado sea Dios Todopoderoso, Quien en Su piedad, y sin ningÂn
m◊rito propio, nos ha protegido a nosotros, indignos servidores pÂblicos de la
justicia de la Fe. La raz‡n, en el caso de la segunda clase de hombres, es
evidente por si misma. Porque los exorcismos de la iglesia est–n destinados a
ello, y son remedios en todo sentido eficaces para protegerse de los daflos de
las brujas.
Pero si se pregunta. De qu◊ manera deber¤a un hombre usar esas protecciones,
debemos hablar primero de las que se emplean sin pronunciar las palabras
sagradas, y luego de las invocaciones sagradas. Porque en primer lugar, es
legal en cualquier habitaci‡n decente de hombres o animales asperjar el
Agua Bendita para seguridad y protecci‡n de hombres y animales, con la
invocaci‡n de la Sant¤sima Trinidad y un Padre Nuestro.
Pues se dice en el Oficio del exorcismo, que cuando se la salpica, toda
suciedad queda purificada, todo daflo ahuyentado, y ningÂn esp¤ritu pestilente
puede morar all¤, etc. Porque el Seflor salva al hombre y al animal, segÂn el
Profeta, cada uno a su medida.
En segundo t◊rmino, as¤ como en el primero hay que efectuar por fuerza la.
Aspersi‡n, as¤ en el caso de un cirio Bendito, aunque es m–s adecuado para
encenderlo, cuya cera puede salpicarse con ventaja en las viviendas.
Y tercero, es conveniente colocar o quemar hierbas consagradas en las
habitaciones en que mejor se las puede consumir en algÂn lugar adecuado.
Y sucedi‡ en la ciudad de Spires, en el mismo aflo en que se inici‡ este libro,
que cierta mujer devota mantuvo una conversaci‡n con una sospechada de
bruja, y a la manera de las mujeres, usaron palabras abusivas, la una contra
la otra. Pero por la noche hizo depositar en su cuna a su niflito de pecho, y
record‡ su encuentro de ese d¤a con la sospechosa de ser bruja. De modo que,
temiendo algÂn peligro para el niflo, coloc‡ hierbas consagradas debajo de ◊l,
lo roci‡ con Agua Bendita, le puso un poco de Sal Bendita en los labios, lo
sign‡ con el Signo de la Cruz, y asegur‡ con diligencia la cuna. En mitad de
la noche oy‡ el llanto del niflo, y como hacen las mujeres, dese‡ abrazarlo y

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levantar la cuna hasta su cama. Por cierto que la levant‡, pero no pudo
abrazar al niflo, porque no estaba all¤. La pobre mujer, aterrorizada y
derramando amargas l–grimas por la p◊rdida de su hijo, encendi‡ una luz y
encontr‡ al niflo en un rinc‡n, bajo una silla, lloroso pero indemne. Y en esto
puede verse qu◊ virtud tienen los exorcismos de la iglesia contra las trampas
del demonio. Es manifiesto que Dios Todopoderoso, en Su piedad y sabidur¤a,
que se extiende de extrem‡ a extremo, vigila los actos de esos hombres
malvados; y que dirige con dulzura la brujer¤a de los demonios, de modo que
cuando tratan de disminuir y debilitar la Fe, por el contrario, la. Fortalecen y
la arraigan con m–s firmeza en el coraz‡n de muchos. Pues los fieles pueden
obtener gran provecho de estos males; cuando, en raz‡n de las obras del
demonio, la fe se fortalece, se advierte la piedad de Dios, y se manifiesta Su
poder, y los hombres son llevados a Su guarda y a la reverencia de la Pasi‡n
de Cristo, y esclarecidos por las ceremonias de la iglesia.
En una ciudad de Wiesenthal viv¤a cierto alcalde embrujado por los dolores
m–s terribles y contorsiones f¤sicas; y descubri‡, no por medio de otros brujos,
sino por su propia experiencia, c‡mo se le hab¤a practicado esa brujer¤a. Pues
dijo que ten¤a la costumbre de fortalecerse todos los domingos con Sal
Bendita y Agua Bendita, pero omiti‡ hacerlo en una ocasi‡n debido a la
celebraci‡n del matrimonio de alguien; y ese mismo d¤a qued‡ embrujado.
En Ratisbona un hombre era tentado por el demonio, en forma de mujer, para
copular con ella, y se sinti‡ perturbado en gran medida cuando el demonio no
quiso desistir. Pero en la mente del pobre hombre surgi‡ el pensamiento de que
deb¤a defenderse tomando la Sal Bendita como hab¤a o¤do en un serm‡n. De
manera que tom‡ un poco de Sal Bendita al entrar en el cuarto de baflo, y la
mujer lo mir‡ con ferocidad, y maldijo al demonio que le hab¤a enseflado a
hacerlo, y desapareci‡ de repente. Porque el demonio, con permiso de Dios,
puede presentarse en forma de una bruja, o poseer el cuerpo de una bruja real.
Hab¤a tambi◊n tres compafleros que se paseaban por un camino, y dos de ellos
fueron heridos por el rayo. El tercero se aterroriz‡ cuando escuch‡ voces
que hablaban en el aire: öAtaqu◊moslo tambi◊n a ◊lõ. Pero otra, voz
respondi‡: öNo podemos, porque hoy escuch‡ las palabras `el Verbo se ha
hecho Carneõù. Y entendi‡ que hab¤a sido salvado porque ese d¤a oy‡ misa, y
al final de ella, el Evangelio de San Juan: en el comienzo fue el Verbo,
etc◊tera.
Tambi◊n las palabras sagradas unidas al cuerpo son maravillosamente
protectoras, si se observan siete condiciones para su uso. Pero se
mencionar–n en la Âltima pregunta de esta Segunda Parte, cuando hablemos
de las medidas curativas, tal como aqu¤ hablamos de las preventivas. Y esas
palabras sagradas, no s‡lo ayudan a proteger, sino tambi◊n a curar a los
embrujados. Pero la protecci‡n m–s segura para los lugares, hombres o
animales se encuentra en las palabras del triunfal t¤tulo de nuestro

1 4 2
Salvador, y se las escribe en cuatro lugares en forma de una cruz: IESUS j
NAZARENUS REX IUDAEORUM . Tambi◊n puede agregarse el nombre de la
Virgen MARIA, y de los evangelistas, o ú las palabras de San Juan: el Verbo
se hizo Carne.
Pero la tercera clase de hombres que no puede ser daflados por las brujas es la
m–s notable; pues est–n protegidos por una custodia ang◊lica especial, tanto
por dentro como por fuera. Por dentro, por la infusi‡n de la gracia; por fuera,
por la virtud de los astros, es decir, por la protecci‡n de los Poderes que
mueven los astros, y esta clase se divide en dos sectores de los Elegidos: pues
algunos est–n protegidos contra todo tipo de brujer¤a, de modo que no pueden
recibir daflo ninguno; y a otros los vuelven castos en especial los –ngeles
buenos, respecto de la funci‡n de engendrar, tal como los esp¤ritus malos,
con su brujer¤a, inflaman el apetito de ciertos hombres malignos hac¤a una
mujer, en tanto que los vuelven fr¤os hacia otra. Y su protecci‡n interior y
exterior, por gracia e influencia de los astros, se explica como sigue. Pues si
bien es Dios mismo Quien vierte gracia en nuestra alma, y ninguna otra
criatura tiene un poder tan grande para hacerlo (como se dice: el Seflor dar–
gracia y gloria), sin embargo, cuando Dios desea conceder una gracia
especial, lo hace en forma ejecutiva, por intermedio de un –ngel bueno, como
nos ensefla Santo Tom–s en cierto lugar del Tercer libro de sentencias.
Y esta es la doctrina formulada por Dionisio en el cuarto cap¤tulo de Diuinis
Nominibus: tal es la ley fija e inalterable de la. Divinidad, que lo Alto pase a
lo Bajo a trav◊s de un Medio, de modo que todo lo bueno que emane a
nosotros de la fuente de toda bondad, nos llegue por el ministerio de los
–ngeles buenos. Y esto, se demuestra a la vez por medio de ejemplos y por
argumentos. Pues aunque s‡lo el poder Divino fue la causa de la Concepci‡n
del Verbo de Dios en la Sant¤sima Virgen, a trav◊s de la cual Dios se hizo
hombre, la mente de la Virgen, por ministerio de un –ngel, fue muy estimulada
por la Salvaci‡n, y por el fortalecimiento e informaci‡n de su entendimiento,
con lo cual qued‡ predispuesta a la bondad. Esta verdad tambi◊n puede
razonarse como sigue: es opini‡n del mencionado Doctor que existen en el
hombre tres propiedades, la voluntad, el entendimiento y los poderes internos
y externos pertenecientes a los miembros y ‡rganos corporales. Sobre la
primera, s‡lo Dios puede influir, pues el coraz‡n del rey est– en manos del
Seflor. Un –ngel bueno puede influir sobre la comprensi‡n hacia un m–s claro
conocimiento de la verdad y la bondad, de modo que en la segunda de sus
propiedades, Dios y un –ngel bueno pueden iluminar a un hombre. Lo mismo en
la tercera, unù –ngel bueno puede dotar a un hombre de buenas cualidades, y
uno malo, con permiso de Dios, acosarlo con malas tentaciones. Pero la
voluntad humana tiene el poder de aceptar esas influencias malignas o
rechazarlas, y un hombre puede hacerlo siempre mediante la invocaci‡n de la
gracia d◊ Dios.

1 4 3
En cuanto a la protecci‡n exterior que proviene de Dios a trav◊s de Quienes
Mueven las estrellas, la tradici‡n es conocida, y coincide por igual con las
Sagradas Escrituras y con la filosof¤a natural. Porque todos los cuerpos
celestes son movidos por poderes ang◊licos que Cristo llama los que Mueven
los astros, y la iglesia Poderes de los cielos; y por consiguiente, todas las
sustancias corp‡reas de este mundo est–n gobernadas Por influencias
celestiales, como lo atestigua Arist‡teles, Metaf¤sica, I. En consecuencia,
podemos decir que la Providencia de Dios vigila a cada uno de Sus elegidos,
pero somete a algunos de ellos a los males de esta vida para su correcci‡n, en
tanto que protege a otros de tal modo, que no pueden ser ofendidos. Y este
don lo reciben de los –ngeles buenos delegados por Dios para su protecci‡n, o
de la influencia de los cuerpos celestes o de los Poderes que los mueven.
Adem–s hay que seflalar que algunos est–n protegidos contra toda brujer¤a, y
otros s‡lo contra una parte de ◊sta. Pues algunos son purificados en especial,
por los –ngeles buenos, en sus funciones genitales, de modo que las brujas no
puedan hechizarlos respecto de dichas funciones. Pero en un sentido es
superfluo escribir al respecto, aunque en otro sentido es necesario por el
siguiente motivo: pues quienes est–n embrujados en su funci‡n de gestaci‡n
quedan privados de la. Protecci‡n de los –ngeles, de tal modo, que se
encuentran siempre en pecado mortal, o practican esas impurezas con celo
demasiado lujurioso. En ese sentido se mostr‡, en la Primera Parte de esta
obra, que Dios permite mayores poderes de brujer¤a contra esas funciones, no
tanto por lo desagradables, como porque fue este acto el que provoc‡ la
corrupci‡n de nuestros primeros padres, y por contagio llev‡ la herencia del
pecado original a toda la raza humana.
Pero demos unos pocos ejemplos de c‡mo un –ngel bueno bendice a veces a los
hombres justos y santos, en particular en el aspecto de los instintos
genitales. Porque la siguiente fue la experiencia del abate San Sereno, como
lo narra Casiano en sus Colaciones de los Padres, en la primera conferencia
del abate Sereno. Este hombre, dice, se esforz‡ por lograr una castidad
interior de coraz‡n y alma, con oraciones nocturnas y diurnas, ayunos y
vigilias, hasta que al final percibi‡ que, por gracia Divina, hab¤a extinguido
todas las oleadas de concupiscencia carnal. Al cabo, movido por un deseo aun
mayor de castidad, us‡ todas las santas pr–cticas precedentes para rogar al
Todopoderoso y Todo Bondadoso Dios que le concediera que, por donde Dios,
la castidad que sent¤a en el coraz‡n le fuese conferida a su cuerpo de manera
visible. Entonces un –ngel del Seflor lleg‡ a ◊l en una visi‡n nocturna, y
pari‡ abrirle el vientre, y arrancarle de las entraflas un tumor ardiente de
carne, y luego remplazar todos sus intestinos, tales como estaban antes, y
dijo: ëHe aqu¤ que la provocaci‡n de tu carne o sido cortada y sabe que en
este d¤a obtuviste la per petua pureza de tu cuerpo, de acuerdo con la oraci‡n
que rezaste, de manera que nunca m–s volver–s a ser acosado por ese deseo

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natural que inclusive surge en los niflos reci◊n nacidos y de pecho!
De la misiva manera San Gregorio, en el Primer Libro de sus Di–logos, habla
del bendito abad Equicio. Este hombre, dice, fue muy perturbado en su juventud
por la provocaci‡n de la carne; pero la congoja misma de su tentaci‡n lo
hizo m–s celoso aun en su aplicaci‡n a la oraci‡n. Y cuando rezaba
continuamente a Dios Todopoderoso por un remedio contra ese mal, se le
present‡ un –ngel, una noche, y pareci‡ convertirlo en eunuco, y le pareci‡,
en su visi‡n, que sus ‡rganos genitales perd¤an toda sensaci‡n; y desde
entonces fue tan ajeno a la tentaci‡n, como si no tuviese sexo en el cuerpo.
He ah¤ el beneficio que exist¤a en esa purificaci‡n; pues estaba tan henchido
de virtud, que, con la ayuda de Dios Todopoderoso, tal como antes se
destacaba entre los hombres, as¤ despu◊s se destac‡ entre las mujeres.
Una vez m–s, en las Vidas de los Padres, reunidas por el sant¤simo hombre San
Her–clides en el libro que intitula Para¤so, habla de cierto Santo Padre, un
monje llamado Hel¤as. La piedad movi‡ a este hombre a reunir a treinta
mujeres en un monasterio, y comenz‡ a regir sobre ellas. Pero luego de dos
aflos, cuando ten¤a treinta de edad, huy‡ de la tentaci‡n de la carne a una
ermita, y all¤ ayun‡ durante dos d¤as y or‡ a Dios: öOh Seflor Dios, m–tame o
l¤brame de esta tentaci‡nõ. Y por la, noche tuvo un sueflo, y vio que tres
–ngeles se acercaban a ◊l; y le preguntaron por qu◊ hab¤a huido del
monasterio de v¤rgenes. Pero cuando no se atrevi‡ a responder, de vergËenza,
los –ngeles dijeron: si quedas libre de la tentaci‡n, êregresar–s a tu cura de
esas mujeres? Y ◊l respondi‡ que lo har¤a de muy buen grado. Entonces le
arrancaron un juramento en ese sentido, y lo convirtieron en un eunuco. Pues
uno pareci‡ tomarlo de las manos, otro de los pies, y el tercero cortarle los
test¤culos con un cuchillo, aunque esto en realidad no fue as¤, sino que s‡lo
pareci‡ serlo. Y cuando le preguntaron si se sent¤a remediado, respondi‡ que
estaba liberado por entero. De modo que al quinto d¤a volvi‡ a las
acongojadas mujeres y las gobern‡ durante los cuarenta aflos que continu‡
viviendo, y jam–s volvi‡ a sentir una chispa de aquella primera tentaci‡n.
Y leemos que un beneficio no menor se le confiri‡ al Beato Tom–s, un Doctor
de nuestra Orden, a quien sus hermanos aprisionaron por ingresar en esa
Orden; y como deseaban tentarlo, le enviaron una seductora ramera,
suntuosamente adornada. Pero cuando el Doctor la mir‡, corri‡ hacia el
fuego material, tom‡ una antorcha encendida, expuls‡ a la m–quina del
fuego de la lujuria fuera de su prisi‡n; y postrado en oraci‡n por el don de la
castidad, qued‡ dormido. Dos –ngeles se le aparecieron y dijeron: he aqu¤ que
por pedido de Dios te ceflimos con un cintur‡n de castidad, que no puede ser
aflojado por ninguna otra de esas tentaciones; ni es posible adquirirlo por los
m◊ritos de la virtud humana, sino que s‡lo se entrega por don de Dios. Y se
sinti‡ ceflido, y tuvo conciencia del contacto del cintur‡n, y lanz‡ un grito y
despert‡. Y en adelante se sinti‡ dotado de un tan grande don de castidad, que

1 4 5
desde entonces aborreci‡ todos los deleites de la carne, de modo que ni
siquiera pod¤a hablar con una mujer, como no fuese por obligaci‡n, y era
fuerte en su perfecta castidad. Esto lo tomamos del Formicarius de Nider.
Por lo tanto, con excepci‡n de estas tres clases de hombres, nadie est–
seguro de las brujas ö Pues todos los dem–s est–n en condiciones de ser
hechizados, o tentados e incitados por alguna brujer¤a, en las nueve formas
que ahora se considerar–n. Pues primero debemos describir estos m◊todos en su
orden, para poder analizar luego, con mayor claridad, los remedios con los
cuales se puede aliviar a los hechizados. Y para poder mostrar con m–s
claridad los nueve m◊todos, se los expone de la siguiente manera. Primero,
mostramos los diversos m◊todos de iniciaci‡n de las brujas, y de c‡mo atraen
a j‡venes inocentes para aumentar el nÂmero de su p◊rfida compafl¤a.
Segundo, c‡mo profesan las brujas su sacrilegio y el juramento de fidelidad al
demonio que pronuncian. Tercero, c‡mo se someten a los ¤ncubos, que son
demonios. Cuarto, su m◊todo general de pr–ctica de la brujer¤a mediante los
Sacramentos de la iglesia, y en especial c‡mo, con permiso de Dios, pueden
afectar a todas las criaturas, con excepci‡n de los cuerpos Celestes. Quinto,
su m◊todo de obstruir la capacidad de engendrar. Sexto, c‡mo pueden
arrebatar el miembro viril por alguna arte de ilusi‡n. S◊ptimo, c‡mo pueden
provocar todo tipo de enfermedades, y ello en general. Octavo, de ciertas
enfermedades en particular. Noveno, de c‡mo las brujas comadronas
provocan el m–ximo daflo, ya sea al matar a los niflos o al ofrecerlos a los
demonios en forma sacrilega. Despu◊s seguir– el tema de los m◊todos por
medio de los cuales pueden eliminarse estos tipos de brujer¤a. Pero que nadie
piense que, como hemos enumerado los diversos m◊todos por los cuales se
infligen las distintas formas de brujer¤a, llegar– a un conocimiento total de
estas pr–cticas; porque ese conocimiento ser¤a de poco uso, e inclusive
pernicioso.
Ni siquiera los libros prohibidos de nigromancia contienen tales
conocimientos; pues la brujer¤a no se ensefla en los libros, ni la practican los
iniciados, sino los no educados, y tiene un solo cimiento, sin cuyo
conocimiento o pr–ctica es imposible que nadie practique la brujer¤a como
brujo.
Lo que es m–s, los m◊todos se enumeran aqu¤ al comienzo para que sus actos
no parezcan incre¤bles, como a menudo se los consider‡ hasta hoy, para gran
daflo de la Fe y crecimiento del nÂmero de los brujos. Pero si alguien afirma
que, como (segÂn se mostr‡ m–s arriba) algunos hombres son protegidos por
la influencia de los astros, de modo que no pueden ser daflados por la brujer¤a,
tambi◊n debe atribuirse a los astros el hecho de que alguien est◊ embrujado,
como si fuese un asunto de predestinaci‡n el que un hombre sea inmune a la
brujer¤a o est◊ sometido a ella, y entonces ese hombre no entiende bien lo que
quieren decir los Doctores, y ello en varios sentidos.

1 4 6
Y primero, porque existen tres cualidades humanas que puede decirse que
est–n gobernadas por tres causas celestes, a saber: el acto de volici‡n, el de
entendimiento y los actos corporales. Y el primero, como se dijo, lo gobierna
directa y solamente Dios; el segundo un –ngel; y el tercero lo gobierna, mas
no lo impone, un cuerpo celestial. Segundo, de lo que se ha dicho resulta
claro que la elecci‡n y la volici‡n son gobernadas de manera directa por
Dios, como dice San Pablo: Dios hace que queramos y ejecutemos segÂn Su
buena voluntad; y el entendimiento del intelecto humano es ordenado por
Dios, por mediaci‡n de los –ngeles. Por lo tanto, tambi◊n todas las cosas
corp‡reas, ya .sean interiores, como los poderes y el conocimiento adquiridos
por las facultades f¤sicas internas, o exteriores, como la enfermedad y la
salud, son dispensadas por los cuerpos celestes, por mediaci‡n de los –ngeles.
Y cuando Dionisio, en el cuarto capitulo de Diuinis Nominibus, dice que los
cuerpos celestes son la causa de lo que sucede en este mundo, esto debe
entenderse como la salud y la enfermedad naturales. Pero las enfermedades
que consideramos son sobrenaturales, ya que las inflige el poder del demonio,
con permiso de Dios.
Por lo tanto no podemos decir que un hombre est◊ hechizado por influencia de
los astros, aunque es posible decir, en verdad, que algunos hombres no pueden
ser hechizados debido a la influencia de los astros. Pero si se objeta que estos
dos efectos opuestos deben nacer de la misma causa, y que el p◊ndulo tiene
que oscilar hacia los dos lados, se responde que cuando un hombre es
protegido,gracias a la influencia de los astros, de esos males sobrenaturales,
ello no se debe de modo directo a la influencia de los astros, sino a un poder
ang◊lico, que puede fortalecer esa influencia de modo que el enemigo, con su
malicia, no prevalezca contra ◊l; y ese poder ang◊lico puede ser trasmitido
por virtud de los astros. Pues un hombre puede estar a punto de morir,
habiendo llegado al plazo de vida. Natural, y Dios, en Su poder, que en tales
casos obra siempre en forma indirecta, puede modificar eso enviando algÂn
poder de conservaci‡n, en lugar del defecto natural del hombre y de su
influencia dominante. Por consiguiente, de un hombre sometido a la brujer¤a
podemos decir que de la misma manera es posible protegerlo de ◊sta, o que esta
protecci‡n proviene de un –ngel delegado para guardarlo; y ◊ste es el medio
principal de todos los medios de protecci‡n.
Y cuando se dice en Jerem¤as, XXII öEscribid que ser– este hombre privado de
generaci‡n, hombre a quien nada suceder– pr‡speramente en todos los d¤as de
su vidaõ, esto debe entenderse respecto de las elecciones de la voluntad, en
que un hombre prospera y otro no, y tambi◊n puede asignarse a la influencia
de los astros. Por ejemplo: los astros pueden influir sobre un hombre para que
haga una elecci‡n Âtil, tal como la de ingresar en alguna Orden religiosa. Y
cuando su entendimiento resulta esclarecido y considera esa medida., y por
operaci‡n Divina su voluntad se inclina a ponerla en ejecuci‡n, se dice que

1 4 7
ese hombre pr‡spera bien. O de la misma manera, cuando un hombre se inclina
a algÂn oficio, o a algo Âtil. Por otro lado, se lo llamar– infortunado cuando
los altos Poderes inclinan su elecci‡n hacia cosas improvechosas.
En su tercer libro de la Summa contra los Gentiles, y en varios otros lugares,
Santo Tom–s habla de estas y muchas otras opiniones, cuando analiza en qu◊
reside la diferencia de que un hombre ö sea bien nacido y otro tenga un
nacimiento desdichado. Que un hombre sea afortunado o infortunado, o bien o
mal gobernado o protegido. Pues segÂn la disposici‡n de sus astros se dice que
un hombre ha sido bien o mal nacido, y por lo tanto es dichoso o desdichado; y
segÂn que sea esclarecido por un –ngel, y siga ese esclarecimiento, se dice
que est– bien o mal protegido. Y segÂn que Dios lo dirija hacia el bien, y lo
siga. Se dice que est– bien gobernado. Pero estas elecciones no tienen cabida
aqu¤, ya que no nos ocupamos de ellas, sino de la protecci‡n respecto de la
brujer¤a; y por el momento hemos dicho lo suficiente acerca del tema.
Pasaremos a los ritos practicados por los brujos, y primero a considerar c‡mo
atraen a los inocentes para convertirlos en colaboradores de sus perfidias.

SOBRE LOS DIVERSOS MÃTODOS POR LOS CUALES LOS DEMONIOS, POR
INTERMEDIO DE LAS BRUJAS, ATRAEN Y ENGAÕAN A LOS INOCENTES
PARA CRECIMIENTO DE SUS HORRENDAS ARTES.

Y
compafl¤a listen ante todo tres m◊todos por los cuales los demonios,
por intermedio de las brujas, subvierten a los inocentes, y mediante
los cuales aumentan en forma constante la perfidia. Y el primero es
por cansancio, por la provocaci‡n de enormes p◊rdidas en sus posesiones
temporales. Porque como dice San Gregorio: el demonio nos tienta a menudo a
ceder por pura fatiga. Y debe entenderse que un hombre tiene poder para
resistirse a tal tentaci‡n; pero que Dios lo permite como una advertencia
para que no nos entreguemos a la pereza. Y en este sentido debe entenderse
Jueces, a, donde dice que Dios no destruy‡ las naciones para que por medio de
ellas pudiese probar al pueblo de Israel; y habla de las naciones vecinas de
los canaanitas, jebusitas y otros. Y en nuestro tiempo est–n permitidos los
husitas y otros her◊ticos, de manera que no puedan ser destruidos. Los
demonios, entonces, por medio de las brujas, afectan a sus inocentes vecinos
con p◊rdidas temporales, de tal manera que, por decirlo as¤, se ven obligados,
primero a pedir los sufragios de las brujas, y luego a someterse a sus consejos,
como nos lo han enseflado muchas experiencias.
Conocemos a un extranjero de la di‡cesis de Augsburgo, quien antes de llegar
a los cuarenta y cuatro aflos perdi‡ todos sus caballos, en forma sucesiva,
por brujer¤a. Su esposa, aquejada de fatiga debido a esto, consult‡ con brujas,
y despu◊s de seguir sus consejos, aunque eran malsanos, todos los caballos
que compr‡ (era carretero) fueron protegidos de la brujer¤a. Y muchas

1 4 8
mujeres se quejaron a nosotros, en nuestra condici‡n de inquisidores, de que
cuando sus vacas fueron perjudicadas por quedar privadas de su leche, o de
cualquier otra manera, consultaron con mujeres sospechadas de ser brujas, e
inclusive ◊stas les dieron remedios, a condici‡n de que prometieran algo a
algÂn esp¤ritu; y cuando preguntaron qu◊ deber¤an prometer, las brujas
respondieron que s‡lo una cosa pequefla, que aceptaran ejecutar las
instrucciones de ese amo respecto de ciertas observancias durante los Santos
oficios de la iglesia, u observar algunas silenciosas reservas en sus
confesiones a los sacerdotes.
Aqu¤ es preciso seflalar que, como ya se insinu‡, esta iniquidad tuvo reducido y
escaso comienzo, como que en el momento de la elevaci‡n del Cuerpo de
Cristo escupieron en el suelo, o cerraron los ojos, o mascullaron algunas
palabras vanas. Conocemos a una mujer que todav¤a vive, protegida por la
ley secular, que, cuando el sacerdote, en la celebraci‡n de la misa, bendice al
pueblo y dice Dominus Uobiscum, siempre agrega para sus adentros las
siguientes palabras en la lengua vulgar: öKehr mir die Zung mi Arss
umbõ1( öP–same la lengua por el culo.õ (N. del T.) ) ,o inclusive dicen algo por
el estilo en la confesi‡n, despu◊s de haber recibido la absoluci‡n, o no lo
confiesan todo, en especial los pecados mortales, y as¤, poco a poco, se ven
llevadas a renegar por completo de la Fe, y a la abominable profesi‡n del
sacrilegio.
Este, o alguno parecido, es el m◊todo que las brujas usan con las honestas
matronas poco dadas a los vicios carnales, pero preocupadas por las
ventajas terrenales. Pero con las j‡venes, m–s dispuestas a los deleites y
placeres corporales, observan un m◊todo distinto, y trabajan por medio de sus
deseos carnales y de los placeres de la carne.
Y aqu¤ es de seflalar que el demonio se muestra m–s ansioso y –vido de tentar
a los buenos que a los malos, aunque en la pr–ctica tiente m–s a ◊stos que a
aqu◊llos, porque en los malos se encuentra m–s aptitud para ser tentados que
en los buenos. Por lo cual el demonio se esfuerza m–s por seducir a todas las
v¤rgenes y doncellas m–s santas, y hay razones para ello, adem–s de muchos
ejemplos. Pues como ya posee a los malvados, pero no a los buenos, se
esfuerza m–s por seducir a los buenos, a quienes no puede poseer, que a los
malos, a quienes ya posee. De la misma manera, un pr¤ncipe de la tierra toma
sus armas contra quienes no reconocen su poder, antes que contra quienes no
se le oponen. Y he aqu¤ un ejemplo. Dos brujas fueron quemadas en Ratisbona.
Y una de ellas, que atend¤a baflos pÂblicos, confes‡, entre otras cosas, lo
siguiente: que hab¤a sufrido muchos daflos del demonio, por esa raz‡n. Hab¤a
cierta virgen devota, hija de un hombre muy rico cuyo nombre no hace falta
aclarar, ya que la joven est– ahora muerta, a disposici‡n de la merced
Divina, y no querr¤amos que los pensamientos de ◊l fuesen pervertidos por el
mal; y se le orden‡ a la bruja que la sedujese invit–ndola a su casa en algÂn

1 4 9
d¤a festivo, para que el demonio mismo, en forma de un joven, pudiese hablar
con ella. Y aunque ella intent‡ muchas veces cumplirlo, cada vez que
hablaba con la joven ◊sta se proteg¤a con la seflal de la Santa Cruz. Y nadie
puede dudar de que lo hac¤a por inspiraci‡n de un –ngel santo, para repeler
las obras del demonio. Otra virgen que viv¤a en la di‡cesis de Estrasburgo
confes‡ a uno de nosotros que se encontraba sola, cierto domingo, en la
casa de su padre, cuando una anciana de esa ciudad acudi‡ a visitarla, y,
entre otras palabras malignas, le hizo la siguiente proposici‡n: que si lo
deseaba, la llevar¤a a un lugar donde hab¤a algunos j‡venes desconocidos
por todos los ciudadanos. Y cuando consent¤, dijo la virgen, y la segu¤ a su
casa, la vieja dijo: öVes, subimos a una habitaci‡n de arriba, donde est–n los
j‡venes; pero cu¤date de hacer la Seflal de la Cruzõ. Le promet¤ que no lo
har¤a, y cuando sub¤a delante de m¤, me persign◊ en secreto. En la cima de las
escaleras, cuando ambas nos encontr–bamos fuera de la habitaci‡n, la arp¤a
se volvi‡ hacia m¤ col◊rica, con un semblante horrible, y me mir‡ y exclam‡:
öëMaldita seas! êPor qu◊ te persignaste? V◊te de aqu¤. Sal, en nombre del
demonioõ. Y as¤ volv¤ a mi hogar, indemne. De esto puede verse con cu–nta
astucia trabaja el antiguo enemigo en la seducci‡n de las almas. Pues de tal
manera, la encargada de la casa de baflos, a quien mencionamos, y que fue
quemada, confes‡ que habla sido seducida por una anciana. Pero se utiliz‡ un
m◊todo distinto en el caso de su bruja acompaflante, quien hab¤a conocido al
demonio en forma humana, en el camino, mientras ella misma iba a visitar a su
amante con fines de fornicaci‡n. Y cuando el demonio incubo la vio, y le
pregunt‡ si lo reconoc¤a, y ella contest‡ que no, ◊l replic‡: öSoy el demonio,
y si quieres estar◊ siempre dispuesta a tu placer, y no te faltar◊ en ninguna
necesidadõ. Y cuando ella consinti‡, continu‡ durante dieciocho aflos, hasta
el final de su vida, practicando con ◊l las diab‡licas abominaciones, junto
con una total renuncia a la Fe, como condici‡n necesaria.
Existe adem–s un tercer m◊todo de tentaci‡n por el camino de la tristeza y la
pobreza. Pues cuando las niflas han sido corrompidas y rechazadas por sus
amantes, luego de copular inmodestamente con ellos, con la esperanza y
promesa de casamiento con ◊stos, y se encuentran desalentadas en todas sus
esperanzas, y en todas partes despreciadas, recurren a la ayuda y protecci‡n
de los demonios, ya sea con fines de venganza, para embrujar a esos amantes
o a las esposas con quienes casaron, o con vistas a entregarse a todo tipo de
lujurias. Mas, ëay!, la experiencia nos dice que estas j‡venes son
innumerables, y que por consiguiente tambi◊n lo son las brujas que nacen de
esta clase. Demos unos pocos, de entre muchos ejemplos.
Hay un lugar, en la di‡cesis de Brixen, donde un joven declar‡ los siguientes
hechos sobre el embrujamiento de su esposa. öEn la ◊poca de mi juventud
amaba a una joven quien me importunaba para que me casase con ella; pero
yo la rechac◊ y me cas◊ con otra muchacha de otra regi‡n. Pero como

1 5 0
deseaba complacerla por amistad, la invit◊ a la boda. Acudi‡, y mientras otras
mujeres honradas nos deseaban suerte y nos ofrec¤an regalos, ella levant‡
la mano, y en presencia de las otras mujeres que se encontraban en torno,
dijo: despu◊s de hoy tendr–s muy pocos d¤as de salud: Mi novia se asust‡, ya
que no la conoc¤a (pues, como dije, era de otra regi‡n),. Y pregunt‡ a los
presentes qui◊n era la que nos hab¤a amenazado de ese modo; y le dijeron que
era una mujer ligera y vagabunda. Ello no obstante, sucedi‡ tal como dijo.
Pues al cabo de pocos d¤as mi esposa qued‡ embrujada de tal manera, que
perdi‡ el uso de sus miembros, y aun hoy, despu◊s de diez aflos, pueden verse en
su cuerpo los efectos de la brujer¤a.õ Si recogi◊ramos todos los casos
similares que ocurrieron en un pueblo de esa di‡cesis, nos ocupar¤a todo un
libro; pero est–n escritos y conservados en la casa del obispo de Brixen, quien
aÂn vive para atestiguar su verdad, por asombrosos e incre¤bles que parezcan.
Pero no debemos dejar en silencio un caso sorprendente y singular. Cierto
conde de noble cuna, del distrito de Westerich, di‡cesis de Estrasburgo, cas‡
con una noble nifla de igual cuna; pero despu◊s de celebrar la boda, no pudo,
durante tres aflos, conocerla carnalmente, debido, como se demostr‡, a cierto
encantamiento que se lo imped¤a. Con gran ansiedad, y sin saber qu◊ hacer,
llam‡ en alta voz a los santos de Dios. Y ocurri‡ que fue al Estado de Metz,
por ciertos negocios, y mientras se paseaba por las calles y plazas de la
ciudad, acompaflado por sus criados y dom◊sticos, se encontr‡ con cierta
mujer que antes hab¤a sido su querida. Y al verla, y sin pensar en el hechizo
que actuaba sobre ◊l, le habl‡ con bondad, y en forma espont–nea, por la
antigua amistad que se ten¤an y le pregunt‡ c‡mo le iba, y si estaba bien. Y
ella, al ver la bondad del conde, a su vez inquiri‡ muy en especial por su salud
y asuntos; y cuando ◊l respondi‡ que estaba bien y que prosperaba, ella se
asombr‡, y guard‡ silencio durante un rato. El conde, al verla as¤
sorprendida, la invit‡ a conversar con ◊l. De modo que ella pregunt‡ por su
esposa, y recibi‡ una respuesta parecida, que estaba bien desde todo punto de
vista. Entonces ella pregunt‡ si ten¤an hijos, y el conde contest‡ que tres,
uno nacido en cada aflo. Ante esto, ella se asombr‡ aun m–s, y volvi‡ a
guardar silencio. Y el conde le pregunt‡: êpor qu◊, querida m¤a haces
averiguaciones? Estoy seguro de que te felicitas por mi dicha. Y ella replic‡:
por cierto queme felicito, pero maldigo a la vieja que dijo que encantar¤a tu
cuerpo para que no pudieses tener relaciones con tu esposa. Y en prueba de
ello, hay un cacharro en el pozo, en medio de tu patio, que contiene ciertos
objetos malignamente embrujados, y fue puesto all¤ para que, mientras su
contenido se conservase intacto, t fueses incapaz de cohabitar. ëPero ya
ves, todo es en vano, y me alegro!, etc. Al volver a su hogar, el conde no
demor‡ en vaciar el pozo, y al encontrar la olla quem‡ su contenido y todo,
con lo cual recuper‡ en el acto la virilidad que hab¤a perdido. Por eso la
condesa volvi‡ a invitar a todos los nobles, a una nueva celebraci‡n de

1 5 1
bodas, y dijo que ahora era la dama del castillo y las fincas, despu◊s de haber
permanecido virgen durante tanto tiempo. En bien de la reputaci‡n del conde,
no es conveniente nombrar ese castillo y fincas, pero hemos relatado esta
historia para que se conozca la verdad del asunto, y se deteste abiertamente
un tan grande delito. De esto resulta claro que las brujas utilizan diversos
m◊todos para aumentar su nÂmero. Pues la mujer mencionada, por haber sido
suplantada por la esposa del conde, lanz‡ el hechizo sobre ◊ste, con la ayuda
de otra bruja; y as¤ es como una brujer¤a trae muchas otras a su zaga.

SOBRE LA MANERA EN QUE SÇ ESTABLECE EL PACTO FORMAL CON EL

E
DEMONIO
l m◊todo con que profesan su sacrilegio mediante un franco pacto de
fidelidad a los demonios varia segÂn las distintas pr–cticas a que son
adictas las diferentes brujas. Y para entender esto debe seflalarse,
ante todo, que existen, como se mostr‡ en la Primera Parte de este Tratado,
tres tipos de brujas, a saber: las que daflan pero no pueden curar; las que
curan, pero, por algÂn extraflo pacto con el diablo, no pueden daflar; y las
que daflan y curan. Y entre quienes daflan, se destaca una clase en especial,
que puede ejecutar todo tipo de brujer¤as y encantamientos, que abarcan todo
lo que las otras, cada una por separado, pueden hacer. Por lo tanto, si
describimos el m◊todo de profesi‡n en su caso, tambi◊n bastar– para todos los
otros tipos. Y esta clase est– compuesta de aquellas que, contra todos los
instintos de la naturaleza humana o animal, tienen la costumbre de comer y
devorar a los niflos de su propia especie.
Y esta es la clase m–s poderosa de brujas, que practica adem–s much¤simos
otros encantamientos Pues provocan granizo y graves tempestades y rayos;
causan esterilidad en los hombres y animales; ofrecen a los demonios, o
matan de otras maneras, los niflos que no devoran. Pero ◊stos son s‡lo los
niflos que no han renacido por bautismo en la fuentes porque no pueden
devorar a los bautizados, ni a ninguno sin permiso de Dios. Adem–s, y a la
vista de sus padres, y cuando nadie m–s est– presente, pueden arrojar al agua
a los niflos que caminan junto a ella; hacen que los caballos enloquezcan
bajo sus jinetes; pueden trasportarse de lugar en lugar, por el aire, en el
cuerpo o en la imaginaci‡n; pueden afectar a jueces y magistrados, de manera
que no les hagan daflo; pueden hacer que ellas mismas y otros guarden
silencio bajo tortura; pueden provocar un gran temblor en las manos y
horror en la mente de quienes quieran arrestarlas; pueden mostrar a otros
cosas ocultas y ciertos acontecimientos futuros, por informaci‡n de los
demonios, aunque a veces esto tenga una causa natural (v◊ase la pregunta:
de si los diablos pueden predecir el futuro, en el Segundo libro de sentencias);
pueden ver cosas ausentes como si estuviesen presentes; pueden llevar la

1 5 2
mente de los hombres hacia un amor u odio desmesurado; en ocasiones pueden
herir con un rayo a quien les plazca, e inclusive matar a algunos hombres y
animales; pueden eliminar el efecto de los deseos de engendrar, e inclusive el
poder de copulaci‡n, provocar abortos, matar a los niflos úen el Âtero
materno por un simple contacto exterior; en oportunidades pueden embrujar a
hombres y animales con una simple mirada, sin tocarlos, y causar la muerte;
dedican sus propios hijos a los demonios; y en una palabra, como se dijo,
pueden provocar todas las pestes que las otras brujas s‡lo pueden causar en
parte, es decir, cuando la Justicia de Dios as¤ lo permite. Esta, la m–s poderosa
de todas las clases de brujas, puede hacer todas esas cosas, pero no
deshacerlas.
Pero es comÂn en todas ellas practicar la copulaci‡n carnal con los
demonios; por lo tanto, si mostramos el m◊todo que usa esta clase principal en
su profesi‡n de su sacrilegio, cualquiera puede entender con facilidad el
m◊todo de las otras clases. Exist¤an tales brujas Âltimamente, hace treinta
aflos, en el distrito de Saboya, hacia el Estado de Berna, como nos lo dice
Nider en su Formicarius. Y ahora hay algunas en el distrito de Lombard¤a, en
los dominios del duque de Austria, donde el Inquisidor de Como, como dijimos
en la parte anterior, hizo quemar a cuarenta y una brujas en un aflo; y ten¤a
cincuenta y cinco de edad, y aÂn sigue trabajando en la Inquisici‡n. Ahora
bien, el m◊todo de protecci‡n es doble. Uno es una ceremonia solemne, como
un voto solemne. El otro es privado y puede ser hecho al demonio a cualquier
hora, a solas. El primer m◊todo es cuando las brujas se reÂnen en c‡nclave,
en un d¤a prefijado, y el demonio se les aparece en el cuerpo de un hombre, y
las insta a tener fe en ◊l, y les promete prosperidad mundana y larga vida; y
ellas recomiendan a una novicia a su aceptaci‡n. Y el demonio pregunta si
abjurar– de la Fe, y abandonar– la santa religi‡n cristiana y la adoraci‡n de
la Mujer An‡mala (pues as¤ llaman a la Sant¤sima Virgen MARIA), y jam–s
venerar– los Sacramentos; y si ve que la novicia o el disc¤pulo se muestran
dispuestos, el demonio extiende la mano, lo mismo que la novicia, y ◊sta jura,
con la mano levantada, cumplir con el pacto. Y hecho esto, el diablo agrega
en seguida que no es suficiente; y cuando el disc¤pulo pregunta qu◊ m–s debe
hacerse, el diablo exige el siguiente juramento de homenaje: que ella se le
entregue en cuerpo y alma, para siempre, y que haga lo posible por atraer a
otras de su sexo a su poder. Y por Âltimo aflade que debe preparar ciertos
ungËentos con los huesos y miembros de niflos, en especial de los que han sido
bautizados; por todos cuyos medios podr– cumplir con todos sus deseos, con la
ayuda de ◊l.
Los Inquisidores hemos tenido experiencias cre¤bles acerca de este m◊todo en
el pueblo de Breisach, en la di‡cesis de Basilea, y recibimos plena informaci‡n
de una joven bruja que hab¤a sido convertida y cuya t¤a tambi◊n fue quemada
en la di‡cesis de Estrasburgo. Y afladi‡ que se hab¤a convertido en bruja por

1 5 3
el m◊todo con que su t¤a trat‡ primero de seducirla. Porque un d¤a su t¤a le
orden‡ que subiese con ella, y por su orden entrara en una habitaci‡n en la
cual encontr‡ a quince j‡venes ataviados con ropas verdes, segÂn la manera
de los caballeros alemanes. Y la t¤a le dijo: elige a quien quieras de entre
estos j‡venes, que yo te lo dar◊; y ◊l te tomar– por esposa. Y cuando dijo que
no quer¤a a ninguno de ellos, fue castigada con brutalidad y despu◊s se la
inici‡ segÂn la mencionada ceremonia. Tambi◊n dijo que con frecuencia se la
transportaba de noche con su t¤a, a lo largo de enormes distancias, aun desde
Estrasburgo hasta Colonia. Cuando se le pregunt‡ si viajaban s‡lo en
imaginaci‡n y fantas¤a, por una ilusi‡n de los demonios, respondi‡ que lo
hac¤an de las dos maneras. Dijo tambi◊n que los mayores daflos eran los
infligidos por las comadronas, porque estaban obligadas a matar u ofrecer a
los demonios tantos niflos como fuese posible; y que hab¤a sido castigada
intensamente por su t¤a porque abri‡ un jarro secreto y encontr‡ las cabezas
de muchos niflos. Y mucho m–s nos relat‡, luego de jurar que dec¤a la verdad,
como era adecuado.
Y su relato sobre el m◊todo de profesar la fe del demonio coincide sin duda
con lo que escribi‡ el eminent¤simo doctor Johann Nider, quien aun en nuestra
◊poca ha escrito en forma muy esclarecedora; y puede seflalarse en especial
que nos dice lo siguiente, que supo por un Inquisidor de la di‡cesis de Edua,
quien llev‡ a cabo muchas inquisiciones de brujas en ◊sa di‡cesis, e hizo
quemar a muchas. Pues dice que este Inquisidor le dijo que en el ducado de
Lausanne ciertas brujas hab¤an cocido y comido a sus propios hijos, y que el
siguiente era el m◊todo en que se iniciaban en tales pr–cticas. Las brujas se
reun¤an, y por sus artes convocaban a un demonio en forma de hombre, a
quien la novicia era obligada a jurar que renegaba de la religi‡n cristiana,
que jam–s adorar¤a la Eucarist¤a, y a pisar la Cruz siempre que pudiese.
Hacerlo en secreto. He aqu¤ otro ejemplo de la misma fuente. Hace poco hubo
un informe general, llevado a conocimiento de Pedro, el Juez de Boltingen, de
que trece niflos hab¤an sido devorados en el Estado de Berna, y que la justicia
pÂblica ejerci‡ una venganza total sobre los asesinos. Y cuando Pedro
pregunt‡ a una de las brujas cautivas de qu◊ manera com¤an a los niflos, ella
respondi‡: öEsta es la manera. Ante todo tendemos nuestras trampas. A niflos
no bautizados, e inclusive a los bautizados, en especial cuando no han sido
protegidos por el signo de la Cruz y las oraciones (lector, advierte que, por
orden del demonio, toman ante todo a los no bautizados, para que no puedan
llegar a serlo), y con nuestros hechizos los matamos en la cuna, o aun
cuando duermen junto a sus padres, de tal modo que despu◊s se cree que han
fallecido o muerto de alguna muerte natural. Entonces, en secreto, los
sacamos de sus tumbas, y los cocemos en un caldero, hasta que toda la carne
se desprende de los huesos para hacer una sopa que puede beberse con
facilidad. Con la sustancia m–s s‡lida hacemos un ungËento, que tiene la

1 5 4
virtud de ayudarnos en nuestras artes y placeres, y de nuestros viajes, y con
el liquido llenamos un frasco u odre, y quien bebe de ◊l, con el agregado de
algunas otras ceremonias, adquiere en seguida muchos conocimientos y se
convierte en jefe de nuestra sectaõ.
He aqu¤ otro ejemplo muy claro y concreto. Un joven y su esposa, ambos
brujos, fueron encarcelados en Berna; y el hombre, encerrado a solas, aparte
de ella, en otra torre, dijo: öSi pudiese obtener perd‡n por mis pecados,
declarar¤a de buen _a gana todo lo que conozco sobre la brujer¤a; pues veo
que deber¤a morir. Y cuando los escribientes, informados que se encontraban
all¤ le dijeron que pod¤a obtener el perd‡n total si me arrepent¤a de veras,
con alborozo se resign‡ a la muerte, y revel‡ el m◊todo por medio del cual
hab¤a sido afectado por su herej¤a. öLa siguiente -dijo- es la manera en que se
me sedujo. Primero es necesario que, un domingo antes de la consagraci‡n del
Agua Bendita, el novicio entre en la iglesia con los maestros, y en su
presencia niegue a Cristo, su Fe, el bautismo y la iglesia toda. Y luego debe
rendir homenaje al Pequeflo Maestro, pues as¤, y no de otro modo, llaman al
demonio.õ Aqu¤ es preciso advertir que este m◊todo coincide con los ya
narrados; pues carece de importancia que el diablo est◊ presente o no, cuando
se le rinde homenaje. Pues lo hace en su astucia, al percibir el temperamento
del novicio, quien podr¤a asustare con su presencia y retractarse de sus
votos, en tanto que quienes lo conocen encuentran m–s f–cil persuadirlo. Y
por lo tanto lo llaman Pequeflo Maestro cuando est– ausente, para que, por
el aparente desd◊n a su Maestro, el novicio experimente menos temor. öY
luego bebe del odre, que ya se mencion‡, y en el acto siente dentro de s¤ un
conocimiento de todas las nuestras artes, y el entendimiento de nuestros ritos
y ceremonias. -Y de este modo se me sedujo. Pero creo que mi esposa es tan
obstinada, que preferir– ir a la hoguera antes que confesar la menor parte de
la verdad: mas, ëay!, los dos somos culpables.õ -Y como dije el joven, as¤
ocurri‡ en todos los aspectos. Pues el joven confes‡ y fue visto morir en la
m–xima contrici‡n; pero la esposa, aunque convicta por los testigos, no
quiso confesar la verdad, ni bajo tortura ni en la muerte misma, y cuando en
hoguera fue preparada por el carcelero, lo maldijo con las palabras m–s
terribles, y as¤ ardi‡. Y con estos ejemplos resulta claro su m◊todo de
iniciaci‡n en c‡nclave solemne.
El otro m◊todo privado se ejecuta de diversas maneras. Pues a veces, cuando
los hombres o las mujeres han padecido alguna dolencia corporal o temporal,
se les aparece el demonio, en ocasiones en persona, y en oportunidades les
habla por boca de otro; y promete que, si aceptan sus consejos, har– por ellos
lo que deseen. Pero empieza por cosas pequeflas, como se dijo antes, y pasa
poco a poco a las cosas mayores. Podr¤amos mencionar muchos ejemplos que
han llegado a nuestro conocimiento en la Inquisici‡n, pero como este tema
no ofrece dificultad, se lo puede incluir brevemente con los temas anteriores.

1 5 5
AQUý SIGUE LA FORMA EN QUE LAS BRUJAS COPULAN CON LOS

E
DEMONIOS CONOCIDOS COMO INCUBOS
n cuanto al m◊todo en que las brujas copulan con los demonios
¤ncubos, hay que seflalar seis puntos. Primero, acerca del demonio y
el cuerpo que adopta, el elemento de que est– formado. Segundo,
respecto del acto, de si siempre va acompaflado por la inyecci‡n de semen
recibido de algÂn otro hombre. Tercero, en cuanto al tiempo y lugar, de si un
momento es m–s favorable que otro para esta pr–ctica. Cuarto, de si el acto
es visible para las mujeres, y de si s‡lo aquellas que fueron engendradas de
esa manera son as¤ visitadas por los demonios. Quinto, si rige s‡lo para las
que fueron ofrecidas al demonio, en el momento del nacimiento, por las
parteras. Sexto, de si el placer ven◊reo concreto es mayor o menor en este
acto. Y ante todo hablaremos de la materia y calidad del cuerpo que adopta
el demonio.
Debe decirse que adopta un cuerpo a◊reo, y que en algunos sentidos es
terrestre, en la medida en que posee una propiedad terrenal debido a la
condensaci‡n, y esto se explica como sigue. Por s¤ mismo, el aire no puede
adoptar una forma definida, salvo la de algÂn otro cuerpo en el cual est–
incluido. Y en ese caso no est– encerrado por sus propios l¤mites, sino por los
de alguna otra cosa; y una parte del aire continÂa en la simiente. Por lo
tanto no puede adoptar un cuerpo a◊reo como tal.
S◊pase, por lo dem–s, que el aire es en todo sentido una materia muy cambiable
y fluida; y una seflal de ello es el hecho de que cuando intentamos cortar o
atravesar con una espada el cuerpo adoptado por un demonio, no fue posible
hacerlo; pues las partes divididas del aire vuelven a unirse en seguida. De ello
se sigue que el aire es, por si mismo, una materia muy competente, pero como
no puede adoptar una forma a 1 menos de que se le una otra materia
terrestre, es necesario que el aire que constituye el cuerpo adoptado por el
demonio se espese de alguna manera, y se acerque a la propiedad de la tierra,
a la vez que conserva su verdadera propiedad de aire Y los demonios y
esp¤ritus desencarnados pueden efectuar esta condensaci‡n por medio de
densos vapores que se elevan de la tierra, y reuni◊ndolos en formas en las
cuales moran, no como corruptores de ellos, sino como su fuerza motriz que
otorga a ese cuerpo la apariencia formal de vida, de la misma manera, que el
alma informa al cuerpo al cual est– unido.
Adem–s, en estos cuerpos adoptados y modelados, son como un marinero en un
barco movido por el viento. De manera que cuando se pregunta de qu◊ tipo es
el cuerpo que adopta el demonio, debe decirse que, respecto de su material,
una cosa es hablar del comienzo de su adopci‡n, y otra hablar del final. Pues
al principio no es m–s que aire, pero al final es aire espesado, que participa de
algunas de las propiedades de la tierra, y todo esto, con permiso de Dios, los

1 5 6
demonios pueden hacerlo por su propia naturaleza; pues la naturaleza
espiritual es superior a la corporal. Por lo tanto, esta Âltima debe obedecer a
los demonios en lo que se refiere al movimiento local, aunque no en lo
relativo a la adopci‡n de formas naturales, sean ellas accidentales o
sustanciales, salvo en el caso de algunas criaturas pequeflas (y entonces,
s‡lo con la ayuda de algÂn otro agente, como ya se insinu‡). Pero en cuanto
al movimiento local, forma alguna se encuentra m–s all– de su poder; de tal
manera, pueden moverlas como quieran, en las circunstancias que deseen. De
esto puede surgir un interrogante incidental en cuanto a. lo que debe
pensarse cuando un –ngel bueno o uno malo ejecutan algunas de las
funciones de la vida por medio de verdaderos cuerpos naturales, y no en
cuerpos a◊reos; como en el caso del asno de Balaam, por intermedio del cual
habl‡ el –ngel, y cuando los demonios se adueflan de los cuerpos. Hay que
decir que estos cuerpos no se consideran adoptados, sino ocupados. V◊ase
Santo Tom–s, 11, 8, acerca de si los –ngeles adoptan un cuerpo. Pero
ateng–monos en forma estricta a nuestro argumento. êDe qu◊ manera debe
entenderse que los demonios hablan con las brujas, las ven, las escuchan,
comen con ellas y copulan con ellas? Y esta es la segunda parte de la
primera dificultad. En cuanto a lo primero, debe decirse que hacen falta tres
cosas para una verdadera conversaci‡n: a saber, pulmones para inspirar el
aire; y ello, no con vistas a producir sonido, sino tambi◊n para refrescar el
coraz‡n; y hasta los mudos poseen esta cualidad necesaria.
Segundo, es necesario que se efectÂe alguna percusi‡n de un cuerpo en el
aire, ya que se produce un mayor o menor sonido cuando uno golpea madera
en el aire, o hace sonar una campana. Pues cuando una sustancia susceptible
de sonido es golpeada por un instrumento que lo produce, emite un sonido
segÂn su dimensi‡n, que se recibe en el aire y se multiplica en los o¤dos del
oyente a quien, si se encuentra lejos, le parece llegar a trav◊s del espacio.
Tercero, se requiere una voz, y se podr¤a decir que lo que se llama Sonido en
los cuerpos inanimados se llama Voz en los cuerpos vivos. Y en este acto la
lengua golpea las respiraciones de aire contra un instrumento u ‡rgano
natural vivo proporcionado por Dios. Y esto no es una campana, que se llama
sonido, sino que es una voz. Y este tercer requisito puede ser ejemplificado
con claridad por el segundo, y lo establezco para que los predicadores
cuenten con un m◊todo para enseflar a la gente. Y en cuarto t◊rmino, es
necesario que quien forma la voz quiera expresar por medio de ◊sta algÂn
concepto de la mente, a otra persona, y que ◊l mismo entienda lo que dice; y
que administre su voz de tal modo, golpeando sucesivamente los dientes con
la lengua en su boca, abriendo y cerrando los labios, y enviando al aire
exterior el aire golpeado dentro de la boca, que d◊ esta manera el sonido se
reproduzca por su orden en los o¤dos del oyente, quien entonces entiende lo
que se le quiere decir. Para volver al tema. Los demonios no tienen pulmones

1 5 7
ni lengua, aunque pueden mostrar asta Âltima, as¤ como los dientes y los
labios, hechos en forma artificial segÂn el estado de su cuerpo; por
consiguiente, hablando en t◊rminos exactos y correctos, no pueden hablar.
Pero como poseen entendimiento, y cuando desean expresar algo producen,
por medio de alguna perturbaci‡n del aire incluido en su cuerpo adoptado, no
del aire inspirado y espirado, como en el caso de los hombres; producen, digo,
no voces, sino sonidos que se parecen a voces, y los env¤an, articulados, a
trav◊s del aire exterior, hasta los o¤dos del oyente. Y resulta claro que puede
crearse la semejanza de una voz sin la respiraci‡n de aire, como en el caso de
otros animales que no respiran, pero que segÂn se dice crean sonidos, lo
mismo que ciertos otros instrumentos, como dice Arist‡teles en de Anima.
Porque ciertos peces, cuando son atrapados, lanzan de pronto un grito fuera
del agua, y mueren. Todo esto es aplicable a lo que sigue hasta el punto en
que tratamos de la funci‡n de engendrar, pero no en lo que respecta a los
–ngeles buenos. Si alguien quiere investigar m–s a fondo el asunto de los
diablos que hablan en cuerpos pose¤dos, puede remitirse a Santo Tom–s en el
Segundo libro de sentencias, 8, art. 5. Porque en ese caso pueden usar los
‡rganos f¤sicos del cuerpo pose¤do, ya que lo ocupan respecto de los l¤mites de
su cantidad corp‡rea, pero no en relaci‡n con los l¤mites de su esencia, ya sea
del cuerpo o del alma. Obs◊rvese la distinci‡n entre sustancia y cantidad o
accidente. Pero esto no viene al caso. Pues ahora debemos decir de qu◊ modo
ven y oyen. Ahora bien, la visi‡n es de dos tipos. Espiritual y corp‡rea, y la
primera supera. Infinitamente a la segunda, pues puede penetrar, y la distancia
no es un obst–culo debido a la facultad de la luz que utiliza. Por lo cual
puede decirse que un –ngel bueno o malo, en modo alguno ve con los ojos de
su cuerpo adoptado, ni usa propiedades corp‡reas como lo hace al hablar,
cuando utiliza el aire y su vibraci‡n para producir sonidos que se reproducen
en los o¤dos del oyente. Por lo cual sus ojos son ojos pintados. Y se aparecen
libremente ante los hombres en esas semejanzas que les manifiestan, de sus
propiedades naturales, y por esos medios conversan con ellos en el plano
espiritual. Con este fin, los –ngeles santos se han aparecido a menudo ante
los Padres, por orden de Dios, y con Su permiso. Y los –ngeles malos se
manifiestan a los hombres malignos para que ◊stos, al reconocer sus
cualidades, puedan vincularse con ellos, aqu¤ en pecado y en otras partes en
castigo.
A1 final de su Jerarqu¤a celestial, San Dionisio dice: öEn todas las partes del
cuerpo humano, el –ngel nos ensefla a considerar sus propiedades, y se llega a
la conclusi‡n de que, como la visi‡n corp‡rea es una funci‡n del cuerpo vivo
por medio de un ‡rgano f¤sico, de los cuales carecen los demonios, por lo
tanto, en sus cuerpos adoptados, as¤ como tienen una apariencia de miembros,
as¤ tambi◊n poseen la apariencia de sus funcionesõ.
Y lo mismo podemos decir de su audici‡n, que es mucho m–s fina que la del

1 5 8
cuerpo, pues puede conocer el concepto de la mente y la conversaci‡n del
alma con m–s sutileza que un hombre que escucha el concepto mental por
medio de las palabras habladas. V◊ase Santo Tom–s, Segundo libro de
sentencias, 8. Porque si los deseos secretos de un hombre se leen en su cara, y
los m◊dicos pueden adivinar los pensamientos del coraz‡n por sus latidos y
por el estado del pulso, tanto m–s Pueden conocer estas cosas los demonios. Y
en cuanto a la comida, podemos decir que en el acto completo de ella existen
cuatro procesos. La masticaci‡n en la boca, la degluci‡n en el est‡mago, la
digesti‡n en el est‡mago y, cuarto, el metabolismo de los alimentos
necesarios y la eyecci‡n de lo superfluo. Todos los –ngeles pueden ejecutar
los dos primeros procesos de la comida en sus cuerpos supuestos, pero no el
tercero y cuarto; pero en lugar de digerir y excretar, poseen otro poder por
el cual el alimento se disuelve de pronto en la materia circundante. En
Cristo, el proceso de comer era completo en todo sentido, ya que pose¤a los
poderes nutritivos y metab‡licos; no, dicho sea de paso, con el fin de
convertir la comida en Su propio cuerpo, pues esos poderes, lo mismo que su
cuerpo, estaban glorificados, de modo que el alimento se disolv¤a en Su
cuerpo como cuando se arroja agua al fuego.

LA MANERA EN QUE LAS BRUJAS, EN LOS TIEMPOS MODERNOS EJECUTAN


EL ACTO CARNAL CON LOS DEMONIOS INCUBOS, Y C×MO SE

P
MULTIPLICAN POR ESE MEDIO
ero de lo que se dijo no surgen dificultades acerca de nuestro tema
principal, que es el acto carnal que los ¤ncubos con cuerpo adoptado
ejecutan con las brujas; salvo, tal vez, que alguien dude de que las
brujas modernas practican esos abominables coitos, y que las brujas se
originaron en esa abominaci‡n.
En respuesta a estas dos dudas, dir◊, en cuanto a la primera, algo sobre las
actividades de las brujas que vivieron en tiempos pasados, unos mil
cuatrocientos aflos antes de la Encarnaci‡n de Nuestro Seflor. No se sabe, por
ejemplo, si eran; propensas a estas repugnantes pr–cticas como lo han sido
las brujas modernas desde esa ◊poca; pues hasta donde lo sabemos, la historia
nada nos dice en ese sentido. Pero nadie que lea las historias puede dudar de
que siempre hubo brujas, que con sus malas artes se hizo mucho daflo a los
hombres animales y frutos de la tierra, y que los demonios ¤ncubos sÂcubos
existieron siempre, porque las tradiciones de los C–nones y de los santos
Doctores han dejado y trasmitido a la posteridad muchas cosas relacionadas
con ellos, durante muchos cientos de aflos. Pero existe la diferencia de que en
tiempo muy remotos los demonios ¤ncubos sol¤an infestar a las mujeres contra
su voluntad, como a menudo lo muestra Nider en su Formicarius, y Tom–s de
Brabante en su libro sobre El bien universal o sobre Las abejas.

1 5 9
Pero la teor¤a, de que las brujas modernas est–n manchadas de esta especie de
asquerosidad diab‡lica no resulta confirmada s‡lo en nuestra opini‡n, ya que
el testimonio experto de las brujas mismas ha hecho cre¤bles todas estas
cosas; y que no se someten ahora como en tiempos pasados, a desgana, sino
que de buena gana abrazan esta tan pÂtrida y desdichada servidumbre.
êPues cu–ntas mujeres dejamos para que. Fuesen castigadas por la ley secular
en diversas di‡cesis, en especial en Constanza y en la ciudad de Ratisbona,
que durante muchos aflos se dedicaron a estas abominaciones, algunas desde
los veinte aflos, y otras desde los doce o trece, y siempre con una renuncia
total o parcial a la Fe? Todos los habitantes de esos lugares son testigos de
ello. Pues sin tener en cuenta a quienes se arrepintieron en secreto, y a los
que volvieron a la Fe, en cinco aflos fueron quemados no menos de cuarenta
y ocho. Y no se trata de credulidad en la aceptaci‡n de sus relatos, pues se
arrepintieron libremente; pues todos convinieron en que deb¤an dedicarse a
esas pr–cticas lascivas para que crecieran las filas de su perfidia. Pero ya
hablaremos de esto, en forma individual, en la Segunda Parte de esta, obra,
donde se describen sus acciones especificas, y omitiremos los que pasaron a
jurisdicci‡n de nuestro colega el Inquisidor de Como, en el distrito de Burdia,
quien en el espacio de un aflo, que fue el aflo de gracia de 1485, hizo quemar a
cuarenta y una brujas, todas las cuales afirmaron en pÂblico, como se dice,
que hab¤an practicado estas abominaciones con los demonios. Por lo tanto,
esto est– confirmado por testigos oculares, de o¤das, y por el testimonio de
testigos dignos de fe.
En cuanto a la segunda duda, de si las brujas tuvieron su origen en estas
abominaciones, podemos decir con San Agust¤n que es cierto que todas las
artes supersticiosas se originaron en la pest¤fera asociaci‡n de los hombres
con los demonios, pues as¤ lo dice en su obra Sobre la doctrina cristiana: todo
este tipo de pr–cticas, ya sea de supersticiones triviales o nocivas, nacieron
de una vinculaci‡n pestilente de los hombres con los demonios, como si se
hubiese formado un pacto de amistad infiel y cr◊dula, y todos deben ser
repudiados por entero. Advi◊rtese aqu¤ que es manifiesto que, como existen
varios tipos de superstici‡n o artes m–gicas, y diversas sociedades de quienes
las practican; y como entre los catorce tipos de esas artes la especie de las
brujas es la peor, ya que tienen un pacto, no t–cito, sino abierto y expreso,
con el demonio, y, m–s aun, deben reconocer una forma de adoraci‡n del
demonio por abjuraci‡n de la Fe, se sigue que las brujas mantienen el peor tipo
de relaci‡n con los demonios, con especial referencia a la conducta de las
mujeres, que siempre se complacen en las cosas vanas.
Advi◊rtase tambi◊n en Santo Tom–s, el Segando libro de sentencias (a, art. 4l,
en la soluci‡n de un argumento, donde pregunta si los engendrados de esta
manera por los demonios son m–s poderosos que otros hombres. Y responde
que esta es la verdad, y basa su creencia, no s‡lo en el texto de las

1 6 0
Escrituras en el G◊nesis, vi: y lo mismo ocurri‡ con los hombres poderosos de
la antigËedad; pero tambi◊n por la siguiente raz‡n. Los demonios saben c‡mo
asegurarse de la virtud del semen: primero, por el temperamento de aquel de
quien se lo obtiene; segundo, porque saben qu◊ mujer es m–s adecuada para la
recepci‡n de ese semen; tercero, porque saben qu◊ constelaci‡n es favorable
para ese efecto corp‡reo; y podemos agregar, cuarto, que por sus propias
palabras nos enteramos de que aquellos a quienes engendran tienen el mejor
tipo de disposici‡n para las obras del demonio. Cuando todas estas causas
coinciden de esa manera, se llega a la conclusi‡n de que los hombres as¤
nacidos son poderosos y grandes de cuerpo.
Por lo tanto, para volver al tema de si las brujas tuvieron su origen en estas
abominaciones, diremos que se originaron en alguna pestilente asociaci‡n
mutua con los demonios, como resulta, claro de nuestro primer conocimiento
de ellas. Pero nadie puede afirmar con certidumbre que no aumentaran y se
multiplicasen por medio de esas sucias pr–cticas, aunque los demonios
cometen ese hecho con vistas, no al placer, sino a la corrupci‡n. Y el
siguiente parece ser el orden del proceso. Un demonio sÂcubo extrae el semen
de un hombre maligno; y si es el demonio particular de ese hombre, y no desea
convertirse en ¤ncubo de una bruja, entrega el semen al demonio delegado a
gana mujer o bruja; y este Âltimo; bajo alguna constelaci‡n que favorece su
objetivo de que el hombre o la mujer as¤ nacidos sean fuertes en la pr–ctica
de la brujer¤a, se convierta en el ¤ncubo de la bruja.
Y no constituye una objeci‡n el hecho de que aquellos de quienes habla el
texto no fueran brujas, sino s‡lo gigantes y hombres famosos y poderosos;
porque como ya se dijo, la brujer¤a no se perpetr‡ en la ◊poca de la ley de la
naturaleza, debido al reciente recuerdo de la Creaci‡n del mundo, que no
dejaba lugar para la Idolatr¤a. Pero cuando la maldad del hombre comenz‡ a
aumentar, el demonio encontr‡ m–s oportunidades para difundir esta clase de
perfidia. Ello no obstante, no debe entenderse que aquellos de quienes se dice
que eran hombres famosos lo eran as¤, por fuerza, en raz‡n de sus buenas
virtudes.

DE SI LAS RELACIONES DE UN DEMONIO INCUBO CON UNA BRUJA VAN


SIEMPRE ACOMPAÕADAS POR LA INYECCI×N DE SEMEN

A
esta pregunta se contesta que el demonio tiene mil modos y maneras
de infligir daflo, y desde el momento de su primera Ca¤da trat‡ de
destruir la unidad de la iglesia, y subvertir a la raza humana en
todas las formas. Por lo tanto, no es posible establecer una regla infalible en
este sentido, pero existe la siguiente distinci‡n probable: que una bruja es
vieja y est◊ril o que no lo es. Y si lo es, entonces es natural que ◊l se asocie
con ella. Sin la inyecci‡n de semen, ya que seria inÂtil, y el demonio evita

1 6 1
todo lo superfluo, en sus acciones, hasta donde le es posible. Pero si no es
est◊ril, se le acerca por el camino del deleite carnal que se procura para la
bruja. Y si ◊sta estuviese en condiciones para el embarazo, entonces, si ◊l
puede poseer convenientemente el semen extra¤do de otro hombre, no demora
en acercarse a ella con vistas a infectarle su progenie.
Pero si se pregunta si es capaz de reunir el semen emitido en alguna poluci‡n
nocturna, durante el sueflo, tal como reÂne el que se emite en el acto carnal,
la respuesta es -que es probable que no pueda, aunque otros sostienen una
opini‡n contraria. Pues debe seflalarse que, como se dijo, los demonios prestan
atenci‡n a la virtud procreadora del semen, y tal virtud es m–s abundante y
se conserva mejor en el semen obtenido por el acto carnal, que el que se
derrocha en las poluciones nocturnas, durante el sueflo, que s‡lo surgen de
lo superfluo de los hombres, y no se emiten con una virtud engendradora tan
grande. Por lo tanto se cree que no emplea ese semen para engendrar su
progenie, salvo que sepa que la virtud necesaria se encuentra presente en ese
semen.
Pero tampoco puede negarse por completo que aun en el caso de una mujer
casada que ha sido impregnada por su esposo, el demonio, con el agregado de
otro semen, puede infectar lo que se ha concebido.

DE SI UN INCUBO ACT½A MAS EN UN MOMENTO QUE EN OTRO; Y LO


MISMO EN LO QUE CONCIERNE AL LUGAR

A
la pregunta de si el demonio observa tiempos y lugares, debe decirse
que, aparte de su observaci‡n de ciertos momentos y
constelaciones, cuando su objetivo consiste en efectuar la
poluci‡n de la progenie, tambi◊n observa ciertos per¤odos en que su objeto no
es la poluci‡n, sino el de provocar placer ven◊reo por parte de la bruja; y
estos son los momentos m–s sagrados de todo el aflo, como Navidad, Pascuas,
Pentecost◊s y otros d¤as festivos.
Y los demonios lo hacen por tres razones. Primero, para que de esta manera
las brujas queden imbuidas, no s‡lo del vicio de la perfidia, por apostas¤a de la
Fe, sino tambi◊n del de Sacrilegio, y que pueda inferirse la mayor ofensa al
Creador, y caiga sobre el alma de las brujas la m–s fuerte condenaci‡n.
La segunda raz‡n es que cuando Dios recibe tamafla ofensa, les otorga mayor
poder de daflar, inclusive a hombres inocentes, al castigarlos en sus asuntos
o en su cuerpo. Pues cuando se dice: öEl hijo no heredar– la iniquidad del
padreõ, etc., ello s‡lo se refiere al castigo eterno, pues es muy frecuente que
los inocentes sean castigados con daflos temporales a consecuencia de
pecados ajenos. Por lo tanto, en otro lugar Dios dice: öSoy un Dios poderoso y
celoso, que trasmite los pecados de los padres hasta la tercera y cuarta

1 6 2
generacionesõ. Semejante castigo fue ejemplificado en los hijos de los
hombres de Sodoma, destruidos por los pecados de sus padres.
La tercera raz‡n es que tienen mayores oportunidades para observar a
muchas personas, en especial a muchachas j‡venes, que en los d¤as festivos se
dedican m–s – la ociosidad y la curiosidad, y por lo tanto las brujas viejas las
seducen con mayor facilidad. Y lo siguiente sucedi‡ en el pa¤s natal de uno de
nosotros, los Inquisidores (pues somos dos los que colaboramos en esta obra).
Cierta joven, virgen devota, fue solicitada, en un d¤a festivo, por una
anciana, quien le pidi‡ que subiese a una habitaci‡n en que hab¤a algunos
j‡venes muy hermosos. Y entonces consinti‡, y cuando sub¤an y la anciana
abr¤a la marcha, advirti‡ a la joven que no hiciese la seflal de la Cruz. Y
aunque ella lo acept‡, se persign‡ en secreto. Por lo tanto sucedi‡ que,
cuando subieron, la virgen no vio a nadie, porque los demonios que se
encontraban all¤ fueron incapaces de mostrarse en sus cuerpos adoptados. Y
la anciana la maldijo, y exclam‡: öV◊te, en nombre de todos los demonios;
êpor qu◊ te persignaste?õ. Esto lo supe por el franco relato de la buena y
honrada doncella.
Puede agregarse una cuarta raz‡n, a saber, que de esa, manera les resulta
m–s f–cil seducir a los hombres, haci◊ndoles pensar que si Dios permite que se
hagan tales cosas en las fechas m–s sagradas, no puede ser un pecado tan
grande como si 21 no las permitiera en esas ocasiones. Con respecto al tema
de si prefieren m–s un lugar que otro, hay que decir que ello lo demuestran
las palabras y acciones de brujas en todo sentido incapaces de cometer esas
abominaciones en lugares sagrados. Y en ello puede verse la eficacia de los
–ngeles guardianes, pues tales lugares son reverenciados. Y por lo dem–s, las
brujas afirman que jam–s tienen paz, salvo en el momento de los Servicios
Divinos, cuando se encuentran en la iglesia; y por lo cual son las primeras en
entrar y las Âltimas en salir de ella. Pero est–n obligadas a observar ciertas
otras abominables ceremonias por orden del demonio, como las de escupir en
el suelo ante la Elevaci‡n de la Host¤a, o emitir, de manera verbal o de
cualquier otra, los m–s horribles pensamientos, como por ejemplo: ojal–
estuvieses en tal o cual lugar. Esto se estudia en esta Segunda Parte.

DE SI LOS INCUBOS Y S½CUBOS COMETEN ESTE ACTO VISIBLE PARA LA

E
BRUJA 0 PARA LOS PRESENTES
n cuanto a si cometen esas abominaciones en forma visible o
invisible, hay que decir, en todos los casos de que tenemos
conocimiento, que el demonio siempre actu‡ en forma visible para la
bruja; pues no necesita acerc–rsele de manera invisible, debido al pacto de
federaci‡n con ◊l, que ya se expres‡. Pero en relaci‡n con cualquier
observador, a menudo se ha visto a las brujas mismas echadas de espaldas en

1 6 3
los campos de los bosques, desnudas hasta el ombligo, y resultaba evidente,
por la disposici‡n de los miembros que corresponden al acto y orgasmo
ven◊reos, y adem–s por la agitaci‡n de sus piernas y muslos, que invisibles
para los presentes, hab¤an estado copulando con demonios ¤ncubos. Pero a
veces, aunque esto es raro, al final del acto se eleva al aire, desde la bruja,
un vapor muy negro, m–s o menos de la estatura de un hombre. Y la raz‡n es
que el Maquinador sabe que de este modo puede seducir o pervertir la mente de
las j‡venes u otros hombres que se encuentran pr‡ximos. Pero de estos
asuntos y de c‡mo se llevaron a cabo en muchos lugares. En la ciudad de
Ratisbona, y en la finca de los nobles de Rappolstein, y en algunos otros
lugares, trataremos en esta Segunda Parte.
Tambi◊n es cierto que ocurri‡ lo que sigue. Algunos esposos llegaron a ver a
demonios ¤ncubos fornicando con sus esposas, aunque en verdad pensaron que
no eran diablos, sino hombres. Y cuando tomaron un arma y trataron de
atravesarlos, el demonio desapareci‡ de pronto, haci◊ndose invisible. Y
entonces sus esposas los abrazaron, aunque a veces fueron heridas, y se
burlaron de sus maridos, los injuriaron y les preguntaron si ten¤an ojos o si
estaban pose¤dos por el demonio.

LOS DEMONIOS INCUBOS NO S×LO INFESTAN A LAS MUJERES


ENGENDRADAS POR SUS ASQUEROSOS ACTOS 0 A AQUELLAS QUE LES
HAN SIDO OFRECIDAS POR COMADRONAS, SINO A TODAS, CON MAYOR 0

P
MENOR DELEITE VENÃREO
or Âltimo, para terminar, puede decirse que estos demonios ¤ncubos no
s‡lo infectan a las mujeres engendradas por medio de tales
abominaciones, o a quienes les fueron ofrecidas por parteras, sino
que tratan con todas sus fuerzas, por medio de brujas que son rameras o
ardientes prostitutas, de seducir a todas las doncellas devotas y castas, de
todo el distrito o ciudad. Pues esto es bien conocido por la constante
experiencia de los magistrados; y en la ciudad de Ratisbona, donde algunas
brujas fueron quemadas, las desdichadas afirmaron, antes de su sentencia
final, que sus Maestros les hab¤an ordenado que usaran todos los esfuerzos
para lograr la subversi‡n de las doncellas y viudas piadosas. Si se pregunta si
el deleite ven◊reo es mayor o menor con los demonios ¤ncubos en cuerpos
adoptados que en iguales circunstancias con hombres de verdadero cuerpo
f¤sico, podemos decir lo siguiente: parece que, si bien el placer, por supuesto,
deber¤a ser mayor cuando un semejante se relaciona con otra semejante, el
astuto Enemigo puede reunir de tal manera los elementos activos y pasivos, y
por cierto que no de modo natural, sino en esas cualidades de ardor y
temperamento, que parezca excitar un grado de concupiscencia no menor.
Pero esto se analizar– en detalle con referencia a las cualidades del sexo

1 6 4
femenino.

LAS BRUJAS EJECUTAN POR LO GENERAL SUS HECHIZOS MEDIANTE LOS


SACRAMENTOS DE LA IGLESIA. Y DE C×MO PERJUDICAN LA CAPACIDAD
DE ENGENDRAR Y PUEDEN HACER QUE LAS CRIATURAS DE DIOS
PADEZCAN DE OTROS MALES DE TODA CLASE. PERO AQUý SE EXCEPT½A

P
LA INFLUENCIA DE LOS ASTROS
ero ahora es preciso seflalar varias cosas acerca de sus m◊todos de
herir a otras criaturas de ambos sexos, y de daflar los frutos de la
tierra. En cuanto a los hombres, primero, c‡mo pueden obrar un
hechizo obstructor sobre las fuerzas de procreaci‡n, y aun sobre el acto
ven◊reo, de modo que una mujer no pueda concebir, o un hombre cumplir el
acto. Segundo, c‡mo este acto es obstruido a veces respecto de una mujer,
pero no de otra. Tercero, c‡mo arrebatan el miembro viril como si fuese
arrancado por completo del cuerpo.
Cuarto, si es posible distinguir si alguno de los daflos precedentes fue causado
por un demonio, por su propia cuenta, o por intermedio de una bruja. Quinto. De
c‡mo las brujas convierten a los hombres y mujeres en animales por medio de
algÂn prestigio o encantamiento. Sexto, de c‡mo las brujas comadronas
matan de diversas manera lo que fue concebido en el Âtero materno; y cuando
no lo hacen, ofrecen los niflos a los demonios. Y por si estas cosas parecieran
incre¤bles, han sido demostradas en la Primera Parte de esta obra por
preguntas y respuestas a argumentos; a los cuales, si es necesario, el lector
que dude puede volver con el fin de investigar la verdad.
Por el momento, nuestro objetivo no es otro que el de presentar hechos y
ejemplos concretos que hemos descubierto, o escrito por otros en
repugnancia de tan grande delito, para respaldar los argumentos anteriores,
en caso de que a alguien le resultase dif¤cil entenderlos; y mediante las cosas
que se relatan en esta segunda Parte, devolver a la Fe y apartar de su error
a quienes creen que no existen brujas, y que en el mundo no pueden hacerse
brujer¤as.
Y respecto del primer tipo de daflos con que atacan a la raza humana, hay que
seflalar que, aparte de los m◊todos con que hieren a otras criaturas, tienen
seis maneras de lesionar a la humanidad. Y una consiste en inducir un amor
maligno en un hombre por una mujer, o en una mujer por un hombre. Y la
segunda es implantar el odio o los celos en alguien. La tercera consiste en
embrujarlos de tal modo, que un hombre no pueda ejecutar el acto genital con
una mujer, o a la inversa, una, mujer con un hombre; o por distintos medios
provocar un aborto, como ya se dijo. La cuarta es causar alguna enfermedad
en cualquiera de los ‡rganos humanos. La quinta, arrebatar la vida. La
sexta, privarlos de la raz‡n. Ea este sentido debe decirse que, aparte de la

1 6 5
influencia de los astros, y por sus poderes naturales, los demonios pueden
provocar, en todos los sentidos, verdaderos defectos y enfermedades, y ello
por su poder espiritual natural, que es superior a cualquier poder f¤sico. Pues
ninguna, enfermedad es igual a otra, y ello rige tambi◊n para los defectos
naturales en que no existe una enfermedad f¤sica. Por lo tanto, proceden por
medio de distintas enfermedades o defectos. Y de ellos daremos ejemplos en el
texto de esta obra, segÂn lo requiera la necesidad.
Pero ante todo, para que no queden dudas en la mente del lector en cuanto a
que no poseen poder para modificar la influencia de los astros, diremos que
existe una triple raz‡n. Primero, los astros se encuentran por encima de ellos,
en la regi‡n del castigo, que es la regi‡n de las brumas inferiores, y ello a
consecuencia de la tarea que les est– asignada. V◊ase la Primera Parte, en la
pregunta en que tratamos de los demonios ¤ncubos y sÂcubos. La segunda
raz‡n es que los astros son gobernados por los –ngeles buenos. V◊ase en
muchos lugares, sobre las Potencias que mueven a los astros, y en especial
Santo Tom–s, Parte I. pregunta 90. Y en esto los Fil‡sofos coinciden con los
Te‡logos.
Tercero, se debe al orden general y al bien comÂn del universo, que sufrir¤a
un detrimento general si se permitiese que los malos esp¤ritus causaran una
alteraci‡n en la influencia de los astros. Por lo tanto, los cambios
milagrosamente engendrados en el Antiguo o Nuevo Testamento, fueron
hechos por Dios, por intermedio de los –ngeles buenos, como por ejemplo
cuando el sol se detuvo para Josu◊, o cuando retrocedi‡ para Ezequ¤as, o
cuando qued‡ sobrenaturalmente oscurecido en la Pasi‡n de Cristo. Pero en
todos los otros casos, con permiso de Dios, pueden efectuar sus hechizos, ya
sea los diablos por si mismos, o ◊stos por intermedio de las brujas; y en rigor,
es evidente que as¤ lo hacen.
Segundo, se debe seflalar que en todos sus m◊todos para producir daflos
instruyen casi siempre a las brujas para que fabriquen sus instrumentos de
brujeria por medio de los Sacramentos o cosas sacramentales de la iglesia, o
alguna cosa santa consagrada a Dios; como cuando a veces colocan una
imagen de cera debajo del mantel del altar, o pasan un hilo a trav◊s del
Crisma. Sagrado, o de esa manera usan alguna otra cosa consagrada. Y hay
tres motivos para ello. Por una raz‡n similar suelen practicar sus brujer¤as
en los momentos m–s sagrados del aflo, en especial durante el Adviento de
Nuestro Seflor, y en Navidad. Primero, porque por tales medios hacen
culpables a los hombres, no s‡lo de perfidia, sino tambi◊n de sacrilegio, de
contaminar lo que hay de divino en ella; y porque de ese modo ofenden m–s
profundamente a Dios su Creador, condenan su alma y hacen que muchos m–s
se precipiten al pecado.
Segundo, para que Dios, tan ofendido por los hombres, pueda otorgar al

1 6 6
demonio un mayor poder para atormentar a ◊stos. Pues dice San Gregorio que
en Su c‡lera, Ãl admite a veces, a los malignos, sus oraciones y peticiones,
que piadosamente niega a otros. Y la tercera raz‡n es la de que, mediante la
apariencia del bien, puede engaflar con m–s facilidad a ciertos hombres
sencillos, quienes creen haber ejecutado algÂn acto piadoso y obtenido la
gracia de Dios, en tanto que no hicieron otra cosa que pecar con mayor
intensidad.
Tambi◊n puede agregarse una cuarta raz‡n referente a las estaciones m–s
sagradas y al Aflo Nuevo. Porque segÂn San Agust¤n, hay otros pecados
mortales aparte del adulterio, por los cuales puede infringirse la observancia
de las festividades. Lo que es m–s, la superstici‡n y la brujer¤a que nacen de
las acciones m–s serviles del demonio son contrarias a la reverencia debida a
Dios. Por lo tanto, como se dijo, hace que un hombre caiga m–s bajo, y el
Creador se ofende m–s. Y sobre el Aflo Nuevo podemos decir, segÂn San
Isidoro, Etim., VIII, 2, que Jano, cuyo nombre lleva el mes de enero, que
tambi◊n comienza el D¤a de la Circuncisi‡n, era un ¤dolo de dos caras, como si
una fuese el final del aflo anterior y la otra el comienzo del nuevo, y, por
decirlo as¤, el protector y auspicioso autor del aflo entrante. Y en honor a ◊l,
o m–s bien al demonio en forma de ese ¤dolo, los paganos efectuaban ruidosas
org¤as y festejaban mucho entre s¤, y celebraban diversos bailes y fiestas. Y
acerca de todo ello, el Beato Agustin menciona muchos lugares, y ofrece una
muy amplia descripci‡n en su Libro XXVI.
Y ahora los malos cristianos imitan esas corrupciones, las convierten en
lascivia cuando corren de un lado al otro, en la ◊poca del Carnaval, con
m–scaras y bromas y otras supersticiones. Del mismo modo, las brujas usan
estas jaranas del demonio para su ventaja, y obran sus hechizos para la
◊poca del Aflo Nuevo respecto de los Oficios y Cultos Divinos, y en el d¤a de
San Andr◊s y en Navidad. Y ahora, en cuanto a c‡mo operan su brujer¤a,
primero por medio de los Sacramentos, y luego mediante los objetos
sacramentales, nos referiremos a unos pocos hechos conocidos, descubiertos
por nosotros en la Inquisici‡n. En una ciudad que mejor es no nombrar con
fines de caridad y conveniencia, cuando cierta bruja recibi‡ el Cuerpo de
Nuestro Seflor, baj‡ de pronto la cabeza, como es de detestable costumbre en
las mujeres, acerc‡ su vestimenta a su boca, y sacando el Cuerpo del Seflor de
la boca, lo envolvi‡ en un pafluelo. Y despu◊s, por sugesti‡n del demonio, lo
deposit‡ en un caldero en el cual hab¤a un sapo, y lo ocult‡ en el suelo,
cerca, de su casa, junto al dep‡sito, al mismo tiempo que varias otras cosas,
por medio de las cuales deb¤a llevar a cabo su brujer¤a. Pero con la ayuda de
la merced de Dios se descubri‡ este delito y se lo llev‡ a la luz. Pues al d¤a
siguiente un obrero iba a sus ocupaciones cerca de esa casa, y escuch‡ un
sonido como el llanto de un niflo. Y cuando se acerc‡ a la piedra debajo de la
cual estaba oculto el cacharro, lo escuch‡ con mayor claridad, y pensando

1 6 7
que la mujer hab¤a enterrado all¤ a un niflo, fue a ver al alcalde, o principal
magistrado, y le dijo lo que se hab¤a hecho, segÂn le parec¤a, con el
infanticidio. Y el alcalde envi‡ en el acto a sus criados y vio que era como el
otro hab¤a dicho. Pero no estaban dispuestos a exhumar al niflo, y les pareci‡
m–s prudente poner una guardia y esperar a ver si alguna mujer se acercaba
al lugar, pues no sab¤an que lo oculto all¤ era el Cuerpo del Seflor. Y as¤ fue
como la misma bruja lleg‡ al lugar, y en secreto ocult‡ el cacharro bajo sus
ropas, ante la vista de ellos. Y cuando se la arrest‡ e interrog‡ revel‡ su
delito, y dijo que el Cuerpo del Seflor hab¤a sido oculto en la olla con un sapo,
de modo que con su polvo pudiese provocar daflos, a voluntad, a hombres y
otras criaturas. Es de seflalar que cuando las brujas comulgan observan la
costumbre de, cuando pueden hacerlo sin ser vistas, recibir el Cuerpo del
Seflor bajo la lengua, y no encima de ella. Y hasta donde puede advertirse, el
motivo es que no desean recibir remedio alguno que pueda contrarrestar su
abjuraci‡n de la Fe, ya sea por la Confesi‡n o por la recepci‡n del
Sacramento de la Eucarist¤a; y segundo, porque de esta manera les resulta
m–s f–cil sacarse de la boca el Cuerpo del Seflor, para aplicarlo, como se
dijo, a sus propios usos, para mayor ofensa del Creador.
Por esa raz‡n, todos los rectores de la iglesia, y quienes comulgan a la
gente, son instados a adoptar los m–ximos cuidados cuando administran la
comuni‡n a las mujeres, de que la boca est◊ bien abierta y la lengua
sobresaliente, y de que sus ropas no sean tocadas. Y cuantos m–s cuidados se
adoptan en ese sentido, m–s brujas se descubren por estos medios. Much¤simas
otras supersticiones practican mediante los objetos sacramentales. A veces
colocan una imagen de cera o alguna sustancia arom–tica bajo el mantel del
altar, como ya dijimos, y luego la ocultan debajo del umbral de una casa, de
modo que la persona as¤ afectada pueda quedar hechizada al cruzar el
umbral. Se podr¤an presentar incontables ejemplos. Pero estos tipos de
encantamientos menores son probados por los mayores.

DE COMO LAS BRUJAS IMPIDEN Y OBSTACULIZAN EL PODER DE


PROCREACI×N

A
cerca del m◊todo con que obstruyen la funci‡n procreadora en
hombres y animales, y en ambos sexos, el lector puede consultar lo
que ya se escribi‡ en el sentido de si los demonios pueden llevar la
mente de los hombres al amor o al odio por medio de las brujas. All¤, despu◊s de
la soluci‡n de los argumentos, se efectÂa una declaraci‡n espec¤fica acerca
del m◊todo por el cual, con el permiso de Dios, pueden obstruir la funci‡n
procreadora. Pero debe seflalarse que este obst–culo es tanto intr¤nseco
como extr¤nseco. En el terreno intr¤nseco, lo crean de dos maneras. Primero,
cuando impiden de modo directo la erecci‡n del miembro destinado a la

1 6 8
fructificaci‡n. Y esto no tiene por qu◊ parecer imposible, cuando se considera
que son capaces de viciar el uso natural de cualquier miembro. Segundo,
cuando impiden el flujo de las esencias vitales a los miembros en que reside la
fuerza motriz, y cierran los conductos seminales de modo que no llegue a los
vasos generadores, o que no pueda ser eyaculado, o que se derrame
infructuosamente.
En el terreno extr¤nseco, lo hacen a veces por medio de im–genes, o por la
ingesti‡n de hierbas; en otras ocasiones, por otros medios exteriores, como
los test¤culos del gallo. Pero no se debe pensar que en virtud de estas cosas
quede impotente un hombre, sino debido al poder oculto de las ilusiones del
demonio, con el cual las brujas procuran esa impotencia, a saber que hacen
que un hombre sea incapaz de copular, o una mujer de concebir. Y la raz‡n de
ello es que Dios les permite m–s poder sobre este acto, por el cual se difundi‡
el primer pecado, que sobre otras acciones humanas. Asimismo, tienen m–s
poder sobre las serpientes, que est–n m–s sometidas a la influencia de los
encantamientos, que sobre otros animales. Por lo cual a menudo descubrimos
nosotros, y otros inquisidores, que provocaron esta obstrucci‡n por medio de
serpientes o de cosas parecidas. Porque cierto hechicero que hab¤a sido
arrestado confes‡ que durante muchos aflos, y por medio de brujerias,
provoc‡ la esterilidad de todos los hombres y animales que habitaban cierta
casa. M–s aun, Nider nos habla, de un hechicero llamado Stadlin, arrestado
en la di‡cesis de Lausana, quien confes‡ que en una casa donde viv¤an un
hombre y su esposa, por medio de su brujer¤a ◊l mat‡ sucesivamente, en el
Âtero de la mujer, a siete niflos, de manera que durante otros tantos aflos la
mujer siempre abort‡. Y que en la misma forma hizo que todo el ganado y los
animales preflados de la casa fuesen incapaces, durante esos aflos, de dar a
luz ninguna cria viva. Y cuando se le interrog‡ en cuanto a c‡mo hab¤a
hecho eso, y qu◊ tipo de acusaci‡n profer¤a contra ◊l, revel‡ su delito al
decir: pongo una serpiente bajo el umbral de la puerta de afuera de la casa; y
si se la saca se restablece la fecundidad de los habitantes. Y es como se dijo,
porque aunque la serpiente no se encontr‡, ya que hab¤a sido reducida a
polvo, se removi‡ todo el trozo de tierra, y en el mismo aflo la fecundidad
volvi‡ a la esposa y a todos los animales.
Otro caso ocurri‡ hace apenas cuatro aflos en Reichshofen. Hab¤a una
conocida bruja, que en cualquier momento y por un simple toque pod¤a
embrujar a las mujeres y provocar un aborto. Ahora bien, la esposa; de un
noble de ese lugar hab¤a quedado embarazada y llamado a una comadrona
para que la cuidase, y la comadrona le previno que no saliera del castillo, y
que ante todo cuidase de no mantener conversaciones con esa bruja. Luego de
unas semanas, sin tener en cuenta la advertencia, sali‡ del castillo para
visitar a algunas mujeres reunidas en una ocasi‡n festiva; y cuando se sent‡
por un momento, entr‡ la bruja, y como con el objeto de saludarla, le apoy‡

1 6 9
ambas manos en el vientre; y de pronto sinti‡ que el niflo se mov¤a, dolorido.
Asustada por ello, volvi‡ al hogar y le cont‡ a la comadrona lo ocurrido. Y
◊sta exclam‡: öëAy!, ya perdiste a tu hijoõ. Y as¤ result‡ ser, cuando le lleg‡
el momento, pues dio a luz, no un aborto entero, sino, poco a poco,
fragmentos separados de la cabeza, los pies y las manos. Y este gran dolor
fue permitido por Dios para castigar al esposo, cuya obligaci‡n era llevar a
las brujas ante la justicia y vengar sus injurias al Creador.
Y en la ciudad de Mersburgo, en la di‡cesis de Constanza, exist¤a cierto joven
embrujado de tal modo, que jam–s pod¤a ejecutar el acto carnal con ninguna
mujer, salvo una. Y muchos le oyeron decir que a menudo deseaba rechazar a
esa mujer y huir a otras tierras, pero que hasta entonces se hab¤a visto
obligado a levantarse por la noche y a regresar con suma rapidez, a veces
por tierra, y a veces a trav◊s del aire, como si volara.

DE COMO, POR DECIRLO ASý, DESPOJAN AL HOMBRE DE SU MIEMBRO


VIRIL

Y
a mostramos que pueden arrebatar el ‡rgano masculino, por cierto
que sin despojar al cuerpo humano de ◊l, sino ocult–ndolo con
algÂn hechizo, en la manera en que ya declaramos. Y de ello
presentaremos unos pocos ejemplos. En la ciudad de Ratisbona, cierto joven
que ten¤a una intriga con una muchacha y deseaba abandonarla, perdi‡ su
miembro, es decir, que se arroj‡ sobre ◊l algÂn hechizo de modo que no pod¤a
ver ni tocar otra cosa que su cuerpo liso. En su preocupaci‡n por ello, fue a
una taberna a beber vino, y despu◊s que estuvo sentado all¤ durante un rato,
entr‡ en conversaci‡n con otra mujer que all¤ estaba, y le habl‡ de la causa
de su tristeza, se lo explic‡ todo, y le demostr‡ en su cuerpo que as¤ era. La
mujer era astuta y le pregunt‡ si sospechaba de alguien, y cuando ◊l nombr‡ a
la persona, y revel‡ todo el asunto, ella dijo: öSi la persuasi‡n no es
suficiente, debes usar alguna violencia para inducirla a devolverte la saludõ.
De modo que por ta noche el joven vigil‡ el camino que la bruja
acostumbraba seguir, y al encontrarla le rog‡ que restableciese la salud de
su cuerpo. Y cuando ella afirm‡ que era inocente y que nada sabia de eso, ◊l
se le arroj‡ encima, le enroll‡ con fuerza una toalla en torno del cuello, y
la asfixi‡, dici◊ndole: öSi no me devuelves la salud morir–s a mis manosõ.
Entonces ella, incapaz de gritar Y con el rostro ya hinchado y ennegrecido,
dijo: öSu◊ltame y te curar◊õ. El joven entonces afloj‡ la presi‡n de la toalla,
y la bruja le toc‡ con la mano entre los muslos, y dijo: öAhora tienes lo que
deseasõ. Y el joven, como dijo despu◊s, sinti‡ con claridad, antes de
verificarlo con la vista y el tacto, que el miembro le hab¤a. Sido devuelto por
el simple contacto de la mano de la bruja.
Una experiencia similar es la que narra un Venerable Padre de la casa

1 7 0
Dominica de Spires, muy conocido en la Orden por la honradez de su vida y por
su erudici‡n. öUn d¤a -dice-, mientras escuchaba confesiones, vino a m¤ un
joven, y a lo largo de su confesi‡n me dijo, acongojado, que hab¤a perdido el
miembro. Asombrado ante ello y nada dispuesto a creerle, ya que en opini‡n de
los sabios, creer con demasiada facilidad es una seflal de ligereza, obtuve
pruebas de ello cuando nada vi luego que el joven se quit‡ las ropas y me
mostr‡ el lugar. Luego, usando el consejo m–s prudente que pude, le pregunt◊
si sospechaba que alguien lo hubiese hechizado de esa manera. Y el joven
respondi‡ que sospechaba de alguien, pero que estaba ausente y viv¤a en
Worms. Entonces le dije: `Te aconsejo que vayas a ella lo antes posible y te
esfuerces por ablandarla con dulces palabras y promesasù, y as¤ lo hizo.
Porque volvi‡ luego de pocos d¤as y me agradeci‡, dici◊ndome que estaba
intacto y que hab¤a recobrado todo. Y yo cre¤ sus palabras, pero una vez m–s
las confirm◊ con la evidencia de mis ojosõ.
Pero es preciso seflalar algunos puntos para una comprensi‡n m–s clara de lo
que ya se ha escrito en este sentido. Primero, no debe creerse en modo alguno
que esos miembros sean arrancados en verdad del cuerpo, sino que el demonio
los oculta por alguna arte prestidigitatoria, para que no se los pueda ver ni
sentir. Y esto lo demuestran las autoridades y los argumentos, aunque se
trat‡ antes, all¤ donde Alejandro de Hales dice que un Prestigio bien
entendido es una ilusi‡n del demonio no provocada por un cambio material,
sino que s‡lo existe en las percepciones del engaflado, ya sea en sus sentidos
interiores o en los exteriores. Con referencia a estas palabras, he de seflalar
que, en los casos que consideramos, se engaflan dos de los sentidos
exteriores, a saber, el de la vista y el del tacto, y no los interiores, es decir,
el buen sentido, la fantas¤a, la imaginaci‡n, el pensamiento y la memoria.
(Pero Santo Tom–s dice que s‡lo son cuatro, como ya se dijo, contando que la
fantas¤a y la imaginaci‡n son uno; y con cierta raz‡n pues existe muy poca
diferencia entre imaginar y fantasear. V◊ase Santo Tom–s, 1, 78.) Y estos
sentidos, y no s‡lo los exteriores, son afectados cuando no se trata de
ocultar algo, sino de hacer que algo se le aparezca a un hombre, est◊
despierto o dormido. Como cuando un hombre que se encuentra despierto ve
las cosas como no son; tal como alguien que devora un caballo con su jinete
o pensar que ve a un hombre convertido en un animal, o que ◊l mismo es un
animal y debe vincularse con ellos. Pues entonces se engaflan los sentidos
exteriores, y son utilizados por los interiores. Porque, por el poder de los
demonios, con permiso de Dios, las im–genes mentales conservadas durante
mucho tiempo en el tesoro de ellas, que es la memoria, son extra¤das, no de la
comprensi‡n intelectual en que se acumulan dichas im–genes, sino de la
memoria, que es el dep‡sito de las im–genes mentales y se encuentra situada
en la parte posterior de la cabeza, y se presentan ante la facultad
imaginativa. Y se imprimen con tanta energ¤a sobre esa facultad, que un

1 7 1
hombre tiene el impulso inevitable de imaginarse que es un caballo o un
animal, cuando el demonio extrae de la memoria la imagen de un caballo o un
animal; y as¤ se ve obligado a pensar que ve con los ojos exteriores un
animal, cuando en realidad no lo hay; pero parece haberlo hecho en raz‡n de
la fuerza impulsiva del demonio que actÂa por medio de esas im–genes. Y no
tiene por qu◊ parecer asombroso que los demonios puedan hacer eso, cuando
inclusive un defecto natural puede provocar el mismo resultado, como lo
demuestra el caso de los hombres fren◊ticos y melanc‡licos, y de los
mani–ticos y algunos ebrios, incapaces de discernir con exactitud. Pues los
hombres fren◊ticos creen que ven cosas maravillosas, tales como animales y
otros horrores, cuando en verdad nada ven. V◊ase m–s arriba, en la pregunta
de si las brujas pueden impulsar la mente de los hombres hacia el amor y el
odio, donde se seflalan muchas cosas.
Y por Âltimo, la raz‡n resulta evidente por s¤ misma. Pues como el demonio
tiene poder sobre las cosas inferiores, salvo en el alma, es capaz de efectuar
ciertos cambios en dichas cosas, cuando Dios lo permite, de modo que las
cosas parecen ser lo que no son. Y como ya dije, esto lo hace confundiendo y
engaflando el ‡rgano de la visi‡n, de modo que una cosa clara parece
nublada, tal como despu◊s de llorar, debido a los humores reunidos, la luz
parece distinta de lo que era antes. O mediante la actuaci‡n sobre la
facultad imaginativa, por una transmutaci‡n de im–genes mentales, como se
dijo, o por la agitaci‡n de varios humores, de modo que las materias que son
terrenas y secas parecen ser fuego o agua, como algunas personas hacen que
todos los de la casa se desnuden, bajo la impresi‡n de que est–n nadando en el
agua.
Tambi◊n puede preguntarse, con referencia a los precedentes m◊todos de los
demonios, si este tipo de ilusi‡n puede surgir tanto a los buenos como a los
malvados, as¤ como otras enfermedades corporales, cual se mostrar– despu◊s,
pueden ser provocadas por las brujas, inclusive en quienes se encuentran en
estado de gracia. A esta pregunta, siguiendo las palabras de Casiano en su
Segunda colaci‡n del abate Sireno, tenemos que contestar que no pueden. Y
de esto se sigue que es de presumir que quienes se engaflan de esta manera
est–n en pecado mortal. Pues dice, como surge con claridad de las palabras de
San Antonio: el demonio en modo alguno puede penetrar en la mente o cuerpo
de ningÂn hombre, ni tiene el poder de penetrar en los pensamientos de nadie,
salvo que tal persona haya quedado despojada primero de todos los
pensamientos santos y est◊ privada de la contemplaci‡n espiritual.
Esto coincide con Boecio, donde dice, en la Consolaci‡n de la filosof¤a : öLes
hemos dado tales armas, que, si no las hubieran arrojado, se habr¤an
protegido de la enfermedadõ. Tambi◊n Casiano habla en el mismo lugar de dos
brujas paganas, cada una maliciosa a su manera, que con su brujer¤a enviaron
una sucesi‡n de demonios a la celda de San Antonio, con el prop‡sito de

1 7 2
expulsarlo de all¤ por medio de sus tentaciones, henchidos como estaban de
odio hacia el santo hombre a causa de la gran cantidad de personas que lo
visitaban todos los d¤as. Y aunque estos demonios lo asaltaban con los m–s
agudos acicates de sus pensamientos, ◊l los expuls‡ persign–ndose en la
frente y en el pecho, y postr–ndose en sincera oraci‡n. Por lo tanto podemos
decir que todos los as¤ engaflados por los demonios, sin hablar de otras
enfermedades corporales, carecen del don de la gracia divina. Y as¤ se dice en
Tob¤as, vi: öEl demonio tiene poder contra quienes est–n sometidos a sus
apetitosõ.Podemos resumir nuestras conclusiones como sigue: los demonios,
para su provecho y beneficio, pueden herir a los buenos en su fortuna, es decir
en cosas exteriores tales como la riqueza., da fama y la salud f¤sica.
Esto resulta claro por el caso del bendito Job, acosado por el demonio en
tales asuntos. Pero estas lesiones no las causan ellos mismos, de modo que no
pueden ser llevados o empujados a pecado ninguno, aunque es posible
tentarlos por dentro y por fuera, en la carne. Pero los demonios no pueden
atacar a los buenos con este tipo de ilusiones, ni activa ni pasivamente. No en
forma activa, mediante el engaflo de sus sentidos, como hacen con otros que
no est–n en estado de gracia. Y no de manera pasiva, arrebat–ndoles los
‡rganos masculinos con algÂn hechizo. Pues en esos dos sentidos nunca
pudieron herir a Job, y menos con la herida pasiva referente al acto ven◊reo,
pues era de tal continencia, que pod¤a decir: he hecho un Juramento con mis
ojos, de que jam–s pensar◊ acerca de una virgen, y menos todav¤a sobre una
esposa ajena. Ello no obstante, el demonio sabe que posee gran poder sobre
los pecadores; v◊ase San Lucas, XI öCuando el fuerte armado guarda su atrio,
en paz est– lo que poseeõ. Pero puede preguntarse, en cuanto a las ilusiones
acerca del ‡rgano masculino, si, admitido que el demonio no puede imponer
esta ilusi‡n a quienes se encuentran en estado de gracia en forma pasiva,
tampoco puede hacerlo en un sentido activo, siendo el argumento que el
hombre en estado de gracia se engafla porque deber¤a ver el miembro en su
lugar correspondiente, cuando quien piensa que le ha sido arrebatado, lo
mismo que los otros testigos, no lo ve en su lugar; pero si se admite esto,
parece ser contrario a lo que se dijo. Puede afirmarse que no existe tanta
fuerza en la p◊rdida activa como en la pasiva; por p◊rdida activa se entiende,
no la del que soporta la p◊rdida, sino del que ve la p◊rdida desde afuera, como
es evidente por s¤ mismo. Por lo tanto, aunque un hombre en estado de gracia
puede ver la p◊rdida de otro, y en esa medida el demonio puede engaflar sus
sentidos, no puede sufrir esa p◊rdida, de manera pasiva, en su propio cuerpo,
como por ejemplo, verse privado de su miembro, ya que no es esclavo de la
lujuria. De la misma manera, tambi◊n es cierto lo contrario, como dijo el
–ngel a Tob¤as: öSobre aquellos que est–n entregados a la lascivia, el
demonio tiene poderõ. êY qu◊ debe pensarse entonces de las brujas que de esta
manera reÂnen, a veces, ‡rganos masculinos en grandes cantidades, en

1 7 3
ocasiones veinte o treinta miembros, y los ponen en un, nido de aves, o los
encierran en una caja, donde se mueven como miembros vivos, y comen avena
y trigo, como lo vieron muchos y es cosa de informaci‡n comÂn? Hay que
decir que todo ello lo hace la obra del demonio y la ilusi‡n. Pues los sentidos
de quienes los ven se engaflan en la forma en que dijimos. Porque cierto
hombre dice que, cuando perdi‡ su miembro, se acerc‡ a una conocida bruja
para pedirle que se lo devolviera. Ella le dijo al hombre lesionado que se
trepase a cierto –rbol, y que pod¤a tomar el que le agradara de un nido en el
cual hab¤a varios miembros. Y cuando trat‡ de tomar uno grande, la bruja
dijo: no debes tomar ◊se, y agreg‡ que pertenec¤a a un sacerdote de la
parroquia. Y todas estas cosas son provocadas por los demonios por medio de
una ilusi‡n o hechizo, tal como dijimos, mediante la confusi‡n del ‡rgano de
la visi‡n, por transmutaci‡n de las im–genes mentales en la facultad
imaginativa. Y no debe decirse que esos miembros que se muestran sean
demonios con miembros adoptados, tal como a veces se aparecen a las brujas
y los hombres en cuerpos a◊reos, adoptados, y conversan con ellos. Y 1a
raz‡n es que efectÂan esto por un m◊todo m–s f–cil, a saber, extrayendo una
imagen mental del dep‡sito de la, memoria, e imprimi◊ndola sobre la
imaginaci‡n. Y si alguien desea decir que podr¤an trabajar de la misma
manera, cuando se dice que conversan con brujas y otros hombres en cuerpos
adoptados; es decir, que podr¤an causar esas apariciones cambiando las
im–genes mentales en la facultad imaginativa, de modo que cuando los
hombres creyesen que los demonios se encontraban presentes en cuerpos
adoptados, en realidad no eran m–s que una ilusi‡n provocada por un cambio
de las im–genes mentales en la percepci‡n interna. Es necesario decir que, si
el demonio no tuviese otro objetivo que el de mostrarse en forma humana, no
necesitar¤a aparecer en un cuerpo adoptado, ya que podr¤a lograr su
prop‡sito bastante bien con la mencionada ilusi‡n. Pero esto no es as¤, pues
tiene otras finalidades, a saber, hablar y comer con ellos, y cometer otras
abominaciones. Por lo tanto, es necesario que ◊l mismo est◊ presente, que se
coloque ante la vista en un cuerpo adoptado. Pues como dice Santo Tom–s,
donde est– el poder de un –ngel, all¤ actÂa. Y podr¤a preguntarse si el
demonio por s¤ mismo, y sin una bruja., arrebata a alguien el miembro viril, si
existe alguna diferencia entre uno y otro tipo de privaci‡n. Adem–s de lo que
se dijo en la Primera Parte de la obra sobre el asunto de si las brujas pueden
arrebatar el ‡rgano masculino, es posible decir que cuando el diablo se lleva
un miembro por s¤ mismo, se lo lleva en realidad, y cuando hay que
restablecerlo lo restablece de verdad. Segundo, as¤ como se lo arrebata sin,
herir, as¤ tambi◊n se lo arrebata sin dolor. Tercero, que nunca hace esto si no
es impulsado por un –ngel bueno, pues al hacerlo interrumpe una fuente de
grandes beneficios para ◊l; pues sabe que puede obrar m–s brujer¤as en ese
acto que en ningÂn otro acto humano. Porque Dios le permite lesionar m–s
ese acto humano que otros, como ya se dijo. Pero ninguno de los puntos

1 7 4
precedentes rige cuando actÂa por medio de una bruja, con permiso de Dios. Y
si se pregunta si el demonio es m–s capaz de herir al hombre y a las criaturas,
por s¤ mismo m–s que por intermedio de una bruja, puede decirse que no hay
comparaci‡n entre los dos casos. Pues es much¤simo m–s capaz de hacer daflo
por Intermedio de las brujas. Primero, porque as¤ ofende m–s a Dios al usurpar
para s¤ a una criatura dedicada a EL. Segundo, porque cuando Dios es m–s
ofendido, le otorga m–s poder de daflar a los hombres. Y tercero, por su propio
beneficio, que encuentra en la perdici‡n de las almas.

SOBRE EL MÃTODO CON QUE PUEDEN INFLIGIR TODO TIPO DE


ENFERMEDADES, EN GENERAL DOLENCIAS DE LAS MAS GRAVES

N o hay enfermedad f¤sica, ni siquiera la lepra o la epilepsia, que no


puedan ser causadas por brujas, con permiso de Dios. Y esto lo prueba
el hecho de que los Doctores no exceptÂan ninguna clase de
enfermedad. Pues una cuidadosa consideraci‡n de lo que ya se ha escrito
acerca del poder de los demonios y la malignidad de las brujas mostrar– que
esta afirmaci‡n no ofrece dificultades. Nider tambi◊n trata este tema en su
Libro de preceptos y en su Formicarius, donde pregunta si las brujas pueden en
verdad daflar a los hombres con sus brujer¤as. Y la pregunta no exceptÂa
ninguna enfermedad, por incurable que fuere. Y all¤ responde que pueden
hacerlo, y pasa a preguntar de qu◊ manera y por qu◊ medios. Y en cuanto a lo
primero, responde como se mostr‡ en la primera Pregunta de la. Primera Parte
de este Tratado. Y tambi◊n lo demuestra San Isidoro, cuando describe las
acciones de las brujas (Etim., 8, cap. 9), y dice que se las llama brujas debido a
la magnitud de sus delitos; porque perturban los elementos creando
tormentas con ayuda de los demonios, confunden las mentes de los hombres de
las maneras ya mencionadas, obstaculizando por entero o impidiendo
gravemente el uso de su raz‡n. Y adem–s agrega que, sin el empleo de un
veneno, por la pura virulencia de sus encantamientos, pueden privar de su
vida a los hombres. Tambi◊n lo demuestra Santo Tom–s en el Segundo libro de
sentencias, 7 y 8, y en el Libro IV, 34, y en general todos los Te‡logos
escriben que las brujas, con la ayuda del demonio, pueden provocar daflo a los
hombres y a sus asuntos en todas las formas en que un diablo por s¤ solo puede
daflar o engaflar a saber, en sus asuntos, su reputaci‡n, su cuerpo, su raz‡n y
su vida; lo cual significa que los daflos causados por el demonio sin una bruja,
tambi◊n pueden ser provocados por ◊sta, y con mayor facilidad aun, debido a
la mayor ofensa que se infiere a la Divina Majestad, como se mostr‡ m–s
arriba. En Job, i y u se encuentra un claro caso de daflo en los asuntos
temporales. El daflo a la reputaci‡n se muestra en la historia del beato
Jer‡nimo, donde el demonio se trasform‡ en la apariencia de San Silvano,
obispo de Nazaret, amigo de San Jer‡nimo. Y este demonio se acerc‡ de noche
a una noble dama, en su cama, y primero trat‡ de provocarla y atraerla con

1 7 5
palabras obscenas, y luego la invit‡ a ejecutar el acto pecaminoso. Y cuando
ella ,llam‡, el demonio; en forma del santo obispo, se ocult‡ debajo de la
cama de -la mujer, y al ser buscado y hallado all¤, con lenguaje meloso
declar‡, embustero, que era el obispo Silvano. Al d¤a siguiente, cuando el
diablo desapareci‡, el santo var‡n fue escandalosamente difamado, pero su
buen nombre qued‡ en claro cuando el demonio confes‡, ante la tumba de San
Jer‡nimo, que hab¤a hecho eso con un cuerpo adoptado.
El daflo al cuerpo se muestra en el caso del bendito Job, herido por el demonio
con terribles llagas, que se explican como una forma de lepra. Y Sigisberto y
Vincent de Beauvais (Spec. Hist. XXV, 37) dicen ambos que en tiempos del
emperador Luis II, en la di‡cesis de Maguncia, cierto demonio comenz‡ a
arrojar piedras y a golpear en las casas como con un martillo, y luego, por
declaraciones pÂblicas e insinuaciones secretas, difundi‡ la discordia y
perturb‡ la mente de muchos. Luego excit‡ la ira de todos contra un hombre,
cuya vivienda, siempre que descansaba en ella, incendiaba y dec¤a que todos
sufr¤an por los pecados de ◊l. De modo que al final el hombre tuvo que
encontrar su morada en los campos. Y cuando los sacerdotes a dec¤an una
letan¤a en su favor, el demonio apedre‡ a muchas de las personas, hasta que
las hiri‡ y las hizo sangrar; y a veces desist¤a, y otras se enfurec¤a; y esto
sigui‡ durante tres aflos, hasta que todas las casas quedaron quemadas.
Ejemplos del daflo al uso de la raz‡n, y del tormento de las percepciones
internas, se len en los hombres posesos y fren◊ticos de quienes hablan los
Evangelios. Y en cuanto a la muerte, y a que privan a algunos de su vida, se
demuestra en Tob¤as, ì, en el caso de los siete esposos de la virgen Sara,
muertos por sus lujuriosos apetitos y desenfrenados deseos por la virgen
Sara, de quien no eran dignos de ser esposos. Por lo tanto se llega a la
conclusi‡n de que por s¤ mismos, y m–s aun con la ayuda de las brujas, los
demonios pueden daflar a los hombres en todas las formas, sin excepci‡n.
Pero si se pregunta si daflos de este tipo deben ser atribuidos a los diablos
antes que a las brujas, se responde que cuando los primeros provocan daflos
por su propia acci‡n directa, se les atribuyen principalmente a ellos. Pero
cuando trabajan por intermedio de las brujas, para rebajar y ofender a Dios, y
para la perdici‡n de las almas, sabedores de que por este medio Dios se
encoleriza m–s y les otorga mayor poder para hacer el mal; y como en verdad
perpetran incontables brujer¤as que el demonio no se le permitir¤a ejercer
sobre los hombres si deseaseù herirlos por s¤ solo, sino que son permitidas en el
justo y oculto designio de Dios, por intermedio de las brujas, debido a su
perfidia y abjuraci‡n de la Pe cat‡lica, por lo tanto esos daflos son
atribuidos, con justicia, a las brujas en t◊rminos secundarios, por m–s que el
demonio sea el actor principal. Por lo cual, cuando una mujer hunde una
ramita en el agua y salpica el agua por el aire para, hacer llover, aunque
ella misma no cause la lluvia, y no pueda ser culpada de ello, sin embargo,

1 7 6
como firm‡ un pacto con el demonio, gracias al cual puede hacer eso como
bruja, aunque el demonio es quien provoca la lluvia, ella merece cargar con
la culpa, porque es una infiel y efectÂa la labor del demonio, y se entrega a
sus servicios. Y as¤ tambi◊n cuando una bruja elabora una imagen de cera o
alguna otra cosa por el estilo, para hechizar a alguien; o cuando una imagen
de una persona aparece al verter plomo fundido en el agua, y se hace algÂn
daflo a la imagen, como perforarla o perjudicarla de alguna otra manera,
cuando el hombre embrujado es herido de ese modo en su imaginaci‡n; y
aunque el daflo se hace en verdad a la imagen, por parte de la bruja o algÂn
otro hombre, y el demonio dafla de manera invisible, y en la misma forma, al
hombre hechizado, ello se atribuye merecidamente a la bruja. Porque sin ella,
Dios nunca permitir¤a que el demonio infligiese el daflo, ni el diablo, por su
propia cuenta tratar¤a de herir al hombre.
Pero como se dijo que en el caso de su buen nombre los demonios pueden
lesionar a los hombres por su propia cuenta y sin la, colaboraci‡n de brujas,
puede surgir la duda de si los demonios no ser–n capaces tambi◊n de difamar a
mujeres honradas de forma que se las considere brujas, cuando dan la
impresi‡n de hechizar a alguien; de lo cual surgir¤a que semejante mujer ser¤a
difamada sin causas. Para responder debemos hacer antes unas pocas
observaciones. Primero, se dijo que el demonio nada puede hacer sin el permiso
Divino, como se muestra en la Primera Parte de esta obra.
Tambi◊n se mostr‡ que Dios no concede tan gran poder de mal contra los
justos y los que viven en gracia, como contra los pecadores; y como los
demonios tienen mayor poder contra ◊stos (v◊ase el texto: öCuando un fuerte
hombre armadoõ, cte.), Dios les permite afectarlos m–s que a los justos. Por
Âltimo, si bien pueden, con el permiso de Dios, herir a los justos en sus asuntos,
su reputaci‡n y su salud corporal, como saben que este poder se les concede
ante todo para engrandecimiento de los m◊ritos de los justos, se muestran
menos ansiosos de daflarlos. Entonces puede decirse que en esta dificultad es
preciso considerar varios puntos. Primero, el permiso Divino. Segundo, el
hombre a quien se considera justo, pues los as¤ reputados no est–n siempre, en
verdad, en estado de gracia. Tercero, el delito del cual se sospechar¤a de un
hombre inocente, pues ese delito, en su origen mismo; es superior a todos los
cr¤menes del mundo. Por lo tanto, es de decir que se permite que, con
-autorizaci‡n de Dios, una persona inocente, se ú encuentre o no ìen estado
de gracia, sea perjudicada en sus negocios o reputaci‡n, pero con respecto a
este, delito y a la gravedad de la acusaci‡n (pues a menudo citamos a San
Isidoro cuando dice que s◊ llaman brujas por la magnitud de sus cr¤menes),
puede decirse que es imposible, por muchas razones, que una persona Inocente
sea difamada por el demonio en la forma en que se describi‡. En primer lugar,
una cosa es ser difamado en relaci‡n con vicios cometidos sin contrato
expreso o t–citoù con el demonio, tales como hurto, robo o fornicaci‡n; pero

1 7 7
otra muy distinta es ser difamado en punto -de vicios de qu◊ es imposible
acusar a un hombre de haber perpetrado, a menos de que firmase un contrato
expreso con el demonio; y tales son las obras de las brujas, que no les pueden
ser imputadas si no es por el poder de los demonios que embrujan a los
hombres, los animales y los frutos de la tierra: Por lo tanto, aunque el diablo
puede ensombrecer la reputaci‡n de los hombres respecto de otros vicios, no
parece posible que lo haga en relaci‡n con el vici‡ que no puede perpetrarse
sin su colaboraci‡n.
Adem–s, hasta hoy nunca se supo que ocurriese que una persona inocente
haya sido difamada por el demonio hasta tal punto, que se la condenara a
muerte por ese delito. Adem–s, cuando una persona s‡lo est– bajo sospecha,
no sufre castigos, salvo los que el Canon prescribe para su purificaci‡n. Y
aqu¤ se afirma que, si ese hombre fracasa en su purificaci‡n, se lo debe
considerar culpable, pero tiene que ser objeto de una solemne sÂplica antes
que se proceda con castigo de su pecado y se lo ponga en pr–ctica. Pero- aqu¤
tratamos de hechos concretos, y nunca se supo que una persona inocente
haya sido castigada por sospecha de brujer¤a, y no cabe duda de que Dios
jam–s permitir– que ocurra, - fui cosa. Adem–s, El no permite que los
inocentes queù se encuentran bajo su protecci‡n ang◊lica.
Sean sospechados de delitos menores, tales como robos y otras cosas; tanto
m–s proteger– El a quienes se encuentran bajo esa guarda, de la sospecha del
delito de brujer¤a. Y no es objeci‡n v–lida citar la leyenda de San Germano,
cuando los demonios adoptaron el cuerpo de otras mujeres y se sentaron ala
mesa, y durmieron con los esposos, y llevaron a ◊stos a la creencia de,que
esas mujeres com¤an y beb¤an con ellos en sus propios cuerpos, como ya
mencionamos. Pues en este caso las mujeres no deben ser consideradas
inocentes. Porque en el Canon (Episcopi 26, pregunta 2) esas mujeres son
condenadas por pensar que se las trasporta en verdad y en realidad, cuando
s‡lo lo -son en la imaginaci‡n, si bien, como mostramos m–s arriba, a veces
son trasportadas f¤sicamente por los demonios. Pero nuestra proposici‡n
actual es la de que, con permiso de Dios, pueden provocar todas las otras
enfermedades sin excepci‡n; y de lo que dijimos debe extraerse la conclusi‡n
de que as¤ es. Porque los Doctores no hacen excepciones, ni existen motivos
para que hagan ninguna, ya que, como dijimos muchas veces, el poder natural
de los demonios es superior a todos los poderes corp‡reos. Y en nuestra
experiencia hemos visto que ello es as¤. Porque si bien pueden sentirse mayores
dificultades para creer que las brujas pueden causar lepra o epilepsia, ya que
por lo general estas enfermedades surgen de alguna predisposici‡n o defecto
f¤sicos de larga data, ello no obstante, se ha visto muchas veces que fueron
engendradas por brujer¤a. Porque en la di‡cesis de Basilea, en el distrito de
Alsacia y Lorena, cierto honrado trabajador habl‡ con rudeza a una mujer
pendenciera, y ella, encolerizada, lo amenaz‡ dici◊ndole que pronto se

1 7 8
vengar¤a de ◊l. El hombre le prest‡ poca atenci‡n, pero la misma noche sinti‡
que le crec¤a una pÂstula en el cuello, y la frot‡ tanto, y encontr‡ toda la
cara y cuello hinchados, y una horrible forma de lepra le apareci‡ en todo el
cuerpo. En seguida acudi‡ a sus amigos en procura de consejo, y les habl‡ de
la amenaza, de la mujer, y dijo que apostaba, la vida en la sospecha de que
ello le hab¤a sido producido por las artes m–gicas de la misma bruja. En una
palabra. La mujer fue arrestada, interrogada, y confes‡ su delito. Pero
cuando el juez le pregunt‡ en especial por el motivo de ello, v de c‡mo lo
hizo, contest‡: öCuando ese hombre us‡ palabras injuriosas contra m¤, me
enfurec¤ y me fui a casa; y mi familiar me pregunt‡ por el motivo de mi
malhumor. Yo se lo cont◊, y le ped¤ que me vengase del hombre. Y ◊l me
pregunt‡ qu◊ quer¤a que le hiciera; y yo le contest◊ que quer¤a que tuviese
siempre el rostro hinchado. Y el demonio se fue y afect‡ al hombre mucho m–s
all– de lo que yo le ped¤a, pues no hab¤a abrigado la esperanza de que lo
infectase con tan horrible lepraõ. Y por lo tanto la mujer fue quemada. Y en
la di‡cesis de Constanza, entre Breisach y Priburgo, hay una mujer leprosa (a
menos de que haya pagado la deuda de toda la carne en estos dos Âltimos
aflos) que sol¤a decir a muchas personas que lo mismo le hab¤a ocurrido en
raz‡n de una pendencia similar que ocurri‡ entre ella y otra mujer. Porque
una noche, cuando sali‡ de la casa para hacer algo delante de la puerta, un
viento caliente lleg‡ de la casa de la otra mujer, que se encontraba
enfrente, y de pronto le dio en la cara; y desde entonces se vio afectada de la
lepra que ahora sufr¤a. Y por Âltimo, en la misma di‡cesis, en el territorio de
la Selva Negra, una bruja era levantada por un carcelero al mont¤culo de
lefla preparado para quemarla, y dijo: öTe pagar◊õ, y le sopl‡ en la, cara. Y en
el acto se vio afectado d◊ una horrible lepra en todo el cuerpo, y no
sobrevivi‡ muchos d¤as. Con fines de brevedad, se omiten los temibles delitos
de esta bruja, y muchos otros casos que se podr¤an narrar. Pues a menudo
hemos visto que ciertas personas fueron castigadas con epilepsia  otra
enfermedad, por medio de huevos enterrados con cad–veres, en especial los
cad–veres de brujas, junto con otras ceremonias de las cuales no podemos
hablar, en especial cuando dichos huevos fueron dados a una persona, ya sea
para comerlos o para beberlos.

DE LA MANERA EN QUE, EN ESPECIAL, AFECTAN A LOS HOMBRES CON


OTRAS ENFERMEDADES PARECIDAS

êP ero qui◊n puede calcular la cantidad de otras enfermedades que


infligieron a los hombres, como la ceguera, los m–s agudos dolores
y las contorsiones del cuerpo? Pero expondremos unos pocos
ejemplos que vimos con nuestros ojos, o que fueron relatados a uno de
nosotros, inquisidores. Cuando se llevaba a cabo una inquisici‡n con ciertas
brujas en la, ciudad de Innsbruck, surgi‡ a la luz, entre otros, el siguiente

1 7 9
caso. Una mujer honrada, legalmente casada con un miembro de la casa del
archiduque, declar‡ formalmente lo siguiente. En la ◊poca de su doncellez se
encontraba al servicio de uno de los ciudadanos, cuya esposa fue afectada
por fuertes dolores en la cabeza; y lleg‡ una mujer que dijo que pod¤a
curarla, e inici‡ ciertos encantamientos y ritos que segÂn afirm‡ aliviar¤an
los dolores. Y yo observ◊ con cuidado (dijo esta mujer) lo que hacia, y vi que,
contra la naturaleza del agua vertida en un vaso, hac¤a que el agua se
elevara en su recipiente, junto con otras ceremonias que no hace falta
mencionar. Y como consider◊ que los dolores de cabeza de mi ama no se
mitigaron por estos medios, me dirig¤ a la bruja, con cierta indignaci‡n, con
estas palabras: öNo s◊ lo que haces, pero sea lo que fuere, es brujer¤a, y lo
haces para tu propio beneficioõ. La bruja replic‡ en el acto: öEn el lapso de
tres d¤as sabr–s si soy o no una brujaõ. Y as¤ fue; porque al tercer d¤a, cuando
me sent◊ y tom◊ una rueca, sent¤ de pronto un terrible dolor en el cuerpo.
Primero surgi‡ dentro de m¤, de modo que me pareci‡ que no hab¤a parte
alguna de mi cuerpo en que no sintiese horribles dolores punzantes; luego me
pareci‡ que me derramaban continuamente, sobre la cabeza, carbones
encendidos; tercero, desde la coronilla de la cabeza hasta las plantas de los
pies, no qued‡ un solo espacio, mayor que la cabeza de un alfiler, que no
estuviese cubierto de una erupci‡n de pÂstulas blancas; y as¤ segu¤ en estos
dolores, gritando y ansiando la muerte, hasta el cuarto d¤a. Por Âltimo el
esposo de mi ama me dijo que fuese a cierta taberna, y con gran dificultad me
encamin◊ hacia all¤, mientras ◊l caminaba delante, hasta que estuvimos
frente a la taberna. öëMira! -me dijo-. Hay una hogaza de pan blanco sobre la
puerta de la taberna.õ öYa la veoõ respond¤. Y ◊l dijo: öB–jala, si puedes, pues
te har– bienõ. Y yo, tom–ndome de la puerta con una mano hasta donde me fue
posible, aferr◊ la hogaza con la otra. öÐbrela -dijo mi amo ò y mira con
cuidado lo que hay adentro.õ Entonces, cuando part¤ la hogaza, encontr◊
muchas cosas dentro de ella, y en particular unos granos blancos muy
parecidos a las pÂstulas de mi cuerpo; y tambi◊n vi algunas simientes y hierbas
tales, que yo no pod¤a comer, y ni siquiera mirar, con huesos de serpientes y de
otros animales. En mi asombro, pregunt◊ a mi amo qu◊ deb¤a hacer, y ◊l me dijo
que arrojase todo al fuego. As¤ lo hice, y he ah¤ que de pronto, no en una
hora o siquiera en unos pocos minutos, sino en el momento mismo en que el
pan fue arrojado al fuego, recuper◊ mi salud anterior. Y mucho m–s se
declar‡ contra la esposa del ciudadano a cuyo servicio estaba esa mujer, en
raz‡n de que se sospechaba de ella, no con ligereza, sino con gran fuerza, y
en especial porque hab¤a usado una gran familiaridad con brujas reconocidas.
Se presume que, conocedora del hechizo de brujer¤a oculto en la hogaza, se
lo cont‡ a su esposo; y luego, de la manera descrita, la criada recobr‡ la
salud.
Para provocar repugnancia contra un crimen tan grande, es bueno que

1 8 0
narremos c‡mo otra persona, tambi◊n una mujer, fue hechizada en la misma
ciudad. Una honrada, mujer casada declar‡ lo siguiente bajo juramento.
Detr–s de mi casa (dijo) tengo un huerto, y el jard¤n de mi vecino est–
contiguo a ◊l. Un d¤a advert¤ que se hab¤a practicado un pasaje desde ese
jard¤n hasta mi huerto, no sin provocar algunos daflos; y me encontraba ante
mi huerto, cavilando y lamentando el pasaje y el daflo cuando de pronto
apareci‡ mi vecina y pregunt‡ si sospechaba de ella. Pero yo me asust◊ debido
a su mala reputaci‡n, y s‡lo respond¤: öLas huellas de pisadas en el c◊sped son
pruebas del dafloõ. Entonces ella se indign‡ porque, al contrario de lo que
esperaba, yo no la hab¤a acusado con palabras que le permitiesen enjuiciarme,
y se fue murmurando, y aunque escuch◊ sus palabras, no pude entenderlas. Al
cabo de varios d¤as enferm◊ de fuertes dolores del est‡mago, y de los m–s
agudos calambres, que me recorr¤an el cuerpo del lado izquierdo al derecho, y
a la inversa, como si me atravesaran el pecho con dos espadas o cuchillos.
D¤a y noche molest◊ a todos los vecinos con mis lamentos. Y cuando vinieron
de todas partes para consolarme, ocurri‡ que cierto alfarero, enredado en
adÂltera intriga con la bruja, mi vecina, al visitarme se apiad‡ de mi
enfermedad, y luego de unas pocas palabras de consuelo, se fue. Pero al d¤a
siguiente regres‡ de prisa, y despu◊s de consolarme, agreg‡: öVoy a probar si
tu enfermedad se debe a la brujer¤a, y si descubro que ello es as¤, te
restablecer◊ la saludõ: De modo que tom‡ un poco de plomo derretido, y
mientras yo yac¤a sobre el lecho, lo derram‡ en un cuenco de agua que
coloc‡ sobre mi cuerpo. Y cuando el plomo se solidific‡ en cierta imagen y
varias formas, dijo: öëVes, tu enfermedad ha sido causada por brujer¤a! Y uno
de los instrumentos de ese embrujo est– oculto bajo el umbral de la puerta de
tu casa. Vayamos, entonces, a sacarlo, y te sentir–s mejorõ. As¤ que mi esposo
y ◊l fueron a quitar el encantamiento, y el alfarero, luego de levantar el
umbral, le dijo a mi esposo que metiera la mano en el hoyo que entonces
apareci‡, y que sacase lo que encontrara; y as¤ lo hizo. A1 principio sac‡ una
imagen de cera de un palmo de largo, toda ò perforada, y atravesada en los
costados por dos agujas, de la misma manera en que yo sent¤a los punzantes
dolores de lado a lado; y luego, varios bolsitos que conten¤an todo tipo de
cosas, tales como granos, simientes y huesos. Y cuando todas estas cosas
fueron quemadas, mejor◊, pero no del todo. Pues aunque los dolores y
calambres cesaron, y recuper◊ mi apetito, todav¤a no me encuentro en modo
alguno restablecida en mi salud total. Y cuando le preguntamos por qu◊ no se
hab¤a recuperado por completo, contest‡: hay ocultos otros instrumentos de
brujer¤a que no- puedo hallar. Y cuando le pregunt◊ al hombre c‡mo sabia
d‡nde estaban escondidos los primeros instrumentos, respondi‡: öLo supe por
el amor que impulsa a un amigo a contarle cosas a un amigo; pues tu vecina
me lo revel‡ cuando me instaba a cometer adulterio con ellaõ. Esta es la
historia de la mujer enferma. Pero si hablase de todos los casos que se
conocieron en esa ciudad, tendr¤aù que hacer un libro con ellos. Pues

1 8 1
incontables hombres y mujeres ciegos, cojos, encogidos, o atacados de varias
enfermedades, juraron en diversas ocasiones que ten¤an fuertes sospechas de
que sus enfermedades, tanto en general como en particular, eran originadas
por las brujas, y que deb¤an soportar esas dolencias durante un periodo, o
hasta su muerte. Y todo lo que dijeron úy atestiguaron era cierto, ya sea en
relaci‡n con una enfermedad especifica, o en cuanto a la muerte de otros.
Pues ese pa¤s abunda en secuaces y caballeros que disponen de tiempo para el
vicio, y seducen a las mujeres, y luego quieren desprenderse de ellas cuando
desean casar con una mujer honrada, pero pocas veces pueden hacerlo sin
incurrir en la venganza de -alguna brujer¤a sobr◊ ellos o sus esposas. Pues
cuando esas mujeres s◊ ven despreciadas, insisten en atormentar, no tanto al
marido como a la esposa, en la esperanza de que, si ◊sta muere, el esposo
volver– a su anterior amante. Porque cuando un cocinero del archiduque se
cas‡ con una honrada muchacha de un pa¤s extranjero, una bruja, que hab¤a
sido su querida, los encontr‡ en la carretera pÂblica, y al alcance del o¤do de
otras personas honradas, predijo el embrujamiento y muerte de la joven,
extendi‡ la mano y afirm‡: öNo ser– mucho el tiempo en que te regocijes con
tu esposoõ. Y en el acto, al d¤a siguiente, cay‡ en cama, y luego de varios d¤as
pag‡ la deuda de toda la carne, y exclam‡ en el momento de expirar: öëAy, as¤
muero, porque esa mujer, con el permiso de Dios, me mat‡ con su brujer¤a; pero
ea verdad voy a otro y mejor casamiento con Dios!õ. De la misma forma,
segÂn las pruebas de un informe pÂblico, cierto soldado fue muerto por
brujer¤a, y muchos otros cuya menci‡n omito. Pero entre ellos hab¤a un
conocido caballero, cuya amante dese‡ que fuese a visitarla en una ocasi‡n
pata pasar la noche; pero ◊l envi‡ a su criado para decirle que no pod¤a
visitarla esa noche porque estaba ocupado. Entonces ella se encoleriz‡ y dijo
al criado: V◊ y dile a tu amo que no me molestar– mucho tiempo. Al d¤a
siguiente, el caballero cay‡ enfermo, y una semana despu◊s era enterrado. Y
hay brujas que pueden hechizar a sus jueces con una simple mirada de los ojos,
y en pÂblico se jactan de que no pueden ser castigadas; y cuando los
malhechores son encarcelados por sus delitos, y expuestos a las m–s severas
torturas para obligarlos a decir la verdad, esas brujas pueden dotarlos de tal
obstinaci‡n en su silencio, que no les sea posible revelar sus cr¤menes.
Y existen quienes, para cumplir sus malos hechizos y encantamientos,
golpean y hieren el Crucifijo, y emiten las m–s sucias palabras contra la
Pureza de la muy Gloriosa Virgen MARIA, y lanzan las m–s horrendas
calumnias contra la Natividad de Nuestro Salvador en Su inviolado Âtero.
No es conveniente repetir esas ruines palabras, ni describir todav¤a sus
detestables cr¤menes, ya que la narraci‡n ofender¤a en grande los o¤dos de
los piadosos; pero todas se conservan y guardan por escrito, y detallan la
manera en que cierta jud¤a bautizada instruy‡ a otras j‡venes. Y una de ellas,
llamada Walpurgis, que en el mismo aflo se encontraba al borde de la muerte,

1 8 2
e instada por quienes la rodeaban a que confesase sus pecados, exclam‡: me
entregu◊ en cuerpo y alma al demonio; no hay para m¤ esperanza de perd‡n; y
as¤ muri‡. Estos ò detalles no han sido descritos para vergËenza, sino m–s bien
para alabanza y gloria del ilustr¤simo archiduque.
Pues era, un verdadero pr¤ncipe cat‡lico, y trabaj‡ con gran celo, con la
iglesia de Brixen, para exterminar a las brujas. Pero se escriben m–s bien con
odio y repugnancia, hacia un delito tan grande, y para que los hombres no
dejen de vengar sus horrores, y los insultos y ofensas que estas desdichadas
ofrecen al Creador y a nuestra Santa Fe, para, no hablar de las p◊rdidas
corporales que provocan. Pues este es su mayor y m–s grave crimen, a saber:
que abjuran de la Fe.

DE C×MO LAS COMADRONAS COMETEN HORRENDOS CRýMENES CUANDO


MATAN A LOS NIÕOS 0 LOS OFRECEN. A LOS DEMONIOS EN LA FORMA
MAS ABORRECIBLE

N o debemos dejar de mencionar los daflos hechos a los niflos por brujas
comadronas, primero al matarlos, y segundo ofrecerlos a los diablos
en forma blasfema. Ea la di‡cesis de Estrasburgo y en la ciudad de
Zabern hay una honrada mujer muy devota de la Santa Virgen MARIA, quien
narra la siguiente experiencia a todos los hu◊spedes que acuden a la taberna
que posee, conocida con el emblema de El –guila Negra. Estaba, dice,
embarazada por mi leg¤timo esposo, ya muerto, y cuando se acercaba mi
momento cierta comadrona me importun‡ para que la tomase para ayudar en
el nacimiento de mi hijo. Pero yo conoc¤a su mala reputaci‡n, y aunque hab¤a
decidido llamar a otra mujer, fing¤, con palabras conciliatorias, aceptar su
pedido. Pero cuando llegaron mis dolores, y traje a otra comadrona, la
primera se enfureci‡ mucho, y apenas una semana m–s tarde entr‡ en mi
habitaci‡n, una noche, con otras dos mujeres, y se acerc‡ al lecho en que
yac¤a, y cuando trat◊ de llamar a mi esposo, quien dorm¤a en otra habitaci‡n,
mis miembros y lengua quedaron sin movimiento, de modo que aparte de ver y
o¤r, no pod¤a mover un mÂsculo. Y la bruja, de pie entre las otras dos, dijo:
öëVean c‡mo esta vil mujer, que no quiso tomarme por comadrona, no
triunfar– sin ser castigada!õ Y las otras dos, que se hallaban junto a ella, le
rogaron por m¤, y le dijeron: öNunca nos hizo dafloõ. Mas la bruja agreg‡:
öPero me ofendi‡ a m¤ y por eso le pondr◊ algo en las entraflas; pero para
complacerlas a ustedes, no sentir– dolores durante medio aflo, mas al cabo de
ese lapso sufrir– grandes torturasõ. Y as¤ se acerc‡ y me toc‡ el vientre con
las manos, y me pareci‡ que me arrancaba las entraflas, y puso adentro algo,
que sin embargo yo no pude ver. Y cuando se fueron y recuper◊ el habla, llam◊
a mi esposo lo antes posible, y le cont◊ lo ocurrido.
Pero ◊l lo atribuy‡ al embarazo, y dijo: öUstedes, las mujeres embarazadas,

1 8 3
siempre sufren de fantas¤as e ilusionesõ. Y cuando en modo alguno quiso
creerme, le respond¤: öSe me han dado seis meses de gracia, y si despu◊s de ese
per¤odo no experimento tormento alguno, te creer◊õ. Relat‡ esto a su hijo,
cl◊rigo, que entonces era archidi–cono del distrito, y quien fue a visitarla el
mismo d¤a. êY qu◊ ocurri‡? Cuando pasaron seis meses, con exactitud,
experiment‡ en el vientre un dolor tan terrible, que no pudo dejar de alarmar
a todos con sus gritos, d¤a y noche. Y dado que, como se dijo, era muy devota
de la Virgen, la Reina de la Piedad, ayun‡ con pan y agua todos los s–bados,
de manera que crey‡ que hab¤a sido librada por Su intercesi‡n. Pues un d¤a,
cuando quiso ejecutar una acci‡n de la naturaleza, todas las cosas impuras
le cayeron del cuerpo; y llam‡ a su esposo y a su hijo, y les dijo: öêSon estas
fantas¤as? êNo dije que al cabo de medio aflo se sabr¤a la verdad? êO qui◊n me
vio comer alguna vez espinas, huesos hasta trozos de madera?õ Pues hab¤a
espinos tan largos como la palma de una mano, as¤ como una cantidad de
otras cosas. M–s aun (como se dijo en la Primera Parte de la obra), se mostr‡,
por la confesi‡n de la criada, quien fue llevada a juicio en Breisach, que los
mayores daflos a la Fe, en lo que se refiere a la herej¤a de las brujas, son los
que hacen las comadronas; y esto resulta m–s claro que la luz del d¤a,
gracias a las confesiones de algunas que despu◊s fueron quemadas. Porque en
la di‡cesis de Bas¤lea, en la ciudad de Dann, una bruja a quien luego se quem‡
confes‡ que hab¤a muerto a m–s de cuarenta niflos clav–ndoles una aguja en
la, cabeza, hasta el cerebro; cuando sal¤an del Âtero. Por Âltimo, otra mujer
de la di‡cesis de Estrasburgo confes‡ que hab¤a matado a m–s niflos de los que
pod¤a contar. Y se la atrap‡ de la siguiente manera. Hab¤a sido llamada de
una ciudad a otra para actuar como comadrona de una mujer, y luego de
cumplir con su tarea, regresaba a su hogar. Pero cuando sali‡ de las puertas
de la ciudad, el brazo de un niflo reci◊n nacido le cay‡ de la capa con que se
hab¤a envuelto, en cuyos pliegues se hallaba oculto. Esto lo vieron quienes
estaban sentados en la puerta, y cuando ella sigui‡ de largo recogieron del
suelo lo que confundieron con un trozo de carne; pero cuando miraron m–s de
cerca y vieron que no era, un trozo de carne, sino que lo reconocieron por
los dedos, como el brazo de un niflo, le informaron a los magistrados, y se
descubri‡ que un niflo hab¤a muerto antes del bautismo, con un brazo de menos.
De modo que se apres‡ a la bruja y se la interrog‡, y confes‡ el crimen, y que,
como se dijo, hab¤a matado a m–s niflos de los que pod¤a contar. Ahora bien, la
raz‡n de tales pr–cticas es la que sigue: es de suponer que las brujas se ven
obligadas a hacer estas cosas por orden de los malos esp¤ritus, y a veces
contra su propia voluntad. Pues el demonio sabe que, debido al dolor de la
p◊rdida, o pecado original, esos niflos no pueden entrar en el Reino de los
Cielos. Y por este medio se demora el Juicio Final, en que los demonios ser–n
condenados a la tortura eterna, ya que la cantidad de los elegidos se
completa con m–s lentitud, y cuando haya terminado se consumir– el mundo.
Y adem–s, como ya se mostr‡, el demonio ensefla a las brujas a confeccionar,

1 8 4
con los miembros de estos niflos, un ungËento muy Âtil para sus hechizos. Pero
para que tan gran pecado sea detestado al m–ximo, no debemos guardar
silencio respecto del siguiente y horrible delito. Porque cuando no matan al
niflo, lo ofrecen al demonio, de manera blasfema, de esta manera. Ea cuanto
nace el chico, la comadrona, si la madre misma no es una bruja, lo saca de la
habitaci‡n con el pretexto de calentarlo, lo levanta y lo ofrece al Pr¤ncipe
de los Demonios, es decir, Lucifer, y a todos los diablos. Y esto se hace junto
al fuego de la cocina. Un hombre relata que advirti‡ que su esposa, cuando le
llegaba el momento de dar a luz en contra de la costumbre habitual de las
mujeres en el parto, no permit¤a que mujer alguna se acercase al lecho, salvo
su propia hija, que actuaba de comadrona.
Como deseaba conocer la raz‡n de ello, se ocult‡ en la casa y presenci‡ todo
el orden del sacrilegio y la dedicaci‡n al demonio, como se describi‡. Tambi◊n
vio, segÂn le pareci‡, que sin ayuda humana, sino con el poder del diablo, el
niflo trepaba por la cadena de que colgaban las ollas de la comida. Con gran
consternaci‡n, tanto por las terribles palabras de la invocaci‡n de los
demonios, como por las otras inicuas ceremonias, insisti‡ con energ¤a en que
se bautizara al niflo en el acto. Mientras se lo llevaba a la aldea vecina,
donde hab¤a una iglesia, y cuando tuvieron que cruzar un puente sobre un r¤o,
desenvain‡ la espada y corri‡ hacia su hija, quien llevaba el niflo, y dijo, en
presencia de otros dos que estaban con ellos: öNo llevar–s el niflo al otro
lado del puente, pues lo cruzar– por s¤ mismo, o t te ahogar–s en el r¤oõ. La
hija se aterroriz‡, y, junto con las otras mujeres acompaflantes, le pregunt‡
si estaba en sus cabales (pues hab¤a ocultado lo sucedido a todos los dem–s,
salvo a los dos hombres que iban con ◊l). Y entonces ◊l respondi‡: öBruja ruin,
con tus artes m–gicas hiciste que el niflo trepara por la cadena de la cocina;
ahora haz que cruce el puente sin que nadie lo lleve, o te ahogar◊ en el r¤oõ.
Y as¤, obligada, deposit‡ al niflo en el puente e invoc‡ al demonio con sus
artes, y de pronto se vio al chico al otro lado del puente. Y cuando se lo
bautiz‡ y regres‡ al hogar, ya que ahora ten¤a testigos para condenar a su
hija por brujer¤a (pues no pod¤a demostrar el crimen anterior, de oblaci‡n al
demonio, ya que hab¤a sido el Ânico testigo de ese sacr¤lego ritual), acus‡ a la
hija y la madre ante el juez, luego de su per¤odo de justificaci‡n. Y ambas
fueron quemadas, y se descubri‡ el delito de las comadronas que hac¤an esa
sacr¤lega ofrenda.
Pero aqu¤ surge la duda: êcon qu◊ fin u objetivo se hace esta ofrenda
sacr¤lega de los niflos, y c‡mo beneficia a los demonios? A esto puede decirse
que los diablos lo hacen por tres razones que sirven a tres finalidades muy
malignas. La primera ú nace de su orgullo, que siempre aumenta; como se dice:
öQuienes te odian han levantado la cabezaõ. Pues hasta donde les es posible,
tratan de adaptarse a los ritos y ceremonias divinos. Segundo, les es m–s
f–cil engaflar a los hombres so capa de una acci‡n en apariencia piadosa.

1 8 5
Pues de la misma manera atraen a v¤rgenes y muchachos a su poder; pues
aunque podr¤an solicitarlos por medio del mal y corromper a los hombres,
prefieren engaflarlos con espejos m–gicos y los reflejos que se ven en las
uflas de las brujas, y atraerlos con la creencia de que aman la castidad,
cuando en verdad la odian. Pues el demonio odia ante todo a la Sant¤sima
Virgen, porque ella le hiri‡ la cabeza (G◊nesis, XIII 15). Del mismo modo, en
esta oblaci‡n de los niflos engaflan la mente de las brujas y las llevan al
vicio de infidelidad bajo la apariencia de un acto virtuoso. Y la tercera raz‡n
es que la perfidia de las brujas puede crecer, para beneficio del demonio,
cuando tienen brujas dedicadas. A ellos desde la cuna.
Y este sacrilegio afecta al niflo de tres maneras. En primer lugar, las
ofrendas visibles a Dios se hacen con cosas visibles, tales como el vino o el
pan o los frutos de la tierra, en seflal de honor y sometimiento a Ãl, como se
dice en Ecalesiasticus, xxv: öNo te presentar–s sin nada ante el Seflorõ. Y
tales ofrendas no pueden ni deben ser m–s tarde utilizadas con fines profanos.
Por lo tanto, el Santo Padre San Juan Damasceno, dice: las oblaciones que se
ofrecen en la. Iglesia, pertenecen s‡lo a los sacerdotes, pero no para que las
empleen para sus propios fines, sino para que las distribuyan con fidelidad, en
parte en la observancia del culto divino, y en parte para uso de los pobres. De
esto se sigue que un niflo que ha sido ofrecido al demonio en seflal de
sometimiento y homenaje a ◊l no puede ser dedicado por los cat‡licos a una
vida santa, en digno y fruct¤fero servicio de Dios, para beneficio de s¤ mismo y
de los dem–s.
êPues qui◊n puede decir, que los pecados de las madres de otros no redundar–n
en castigo sobre los niflos? Tal vez alguien cite el dicho del profeta: öEl hijo
no heredar– la iniquidad del padreõ. Pero hay otro pasaje en Exodo, xx: öYo
soy Jehov– tu dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padre sobre los
hijos sobre los terceros y sobre los cuartos, a los que me aborrecenõ. Ahora
bien, el significado de estos dos dichos es como sigue. El primero habla de
castigo espiritual en el juicio del Cielo o Dios, y no en el juicio de los hombres.
Y es el castigo del alma, tal como una p◊rdida de la gloria, o el castigo del
dolor, es decir, del tormento del fuego eterno. Con tales castigos, nadie
resulta castigado, salvo por su propio pecado, ya sea heredado como pecado
original o cometido por pecado real. El segundo texto habla de quienes imitan
los pecados de sus padres como lo explic‡ Graciano (I, Pregunta 4, etc.); y all¤
ofrece explicaciones acerca de ceso el juicio de Dios inflige otros castigos al
hombre, no s‡lo por los pecados que cometi‡, u que pueda cometer (pero que el
castigo le impide cometer), sino tambi◊n por los pecados de los dem–s. No
puede argumentarse que entonces se castiga a un hombre sin causa y sin
pecado, que deber¤a ser el motiv‡ del castigo. Pues segÂn el r◊gimen de la ley,
nadie debe ser castigado sin pecado, a menos de que haya alguna causa para
ello. Y podemos decir que existe siempre una causa muy justa, aunque no la

1 8 6
conozcamos: v◊ase San Agust¤n, xxiv, 4. Y si en el resultado no podemos
penetrar en la profundidad del juicio de Dios, sabemos que lo que El dijo es
cierto, y justo lo que Ã1 hizo. Pero es preciso observar una distinci‡n entre
los niflos inocentes que son ofrecidos a los demonios, no por sus madres,
cuando son brujas, sino por comadronas, que, como dijimos, los arrebatan en
secreto del abrazo y el Âtero de una mujer honrada. Esos niflos no quedan tan
apartados de la gracia, que por fuerza deban ser objeto de tales delitos; pero
se cree piadosamente que m–s bien pueden cultivar las virtudes de sus madres.
El segundo resultado de este sacrilegio para los niflos es el siguiente. Cuando
un hombre se ofrece en sacrificio a Dios, reconoce a ◊ste como su Principio y
su Final; y ese sacrificio es m–s digno que todos los sacrificios exteriores que
hace, que tienen su comienzo en su creaci‡n y su fin en su glorificaci‡n, como
se dice: un sacrificio a Dios es un esp¤ritu afligido, etc. De la . misma manera,
cuando una bruja ofrece un niflo al demonio, se lo encomienda en cuerpo y
alma, como su comienzo y su fin, en eterna condenaci‡n; por lo cual, s‡lo un
milagro puede librarlo del pago de una deuda tan grande. Y a menudo leemos
la historia de niflos a quienes sus madres, en una pasi‡n o perturbaci‡n
mental, los ofrecieron al demonio, sin pensarlo, desde el Âtero mismo, y de
c‡mo s‡lo con las mayores dificultades pueden, cuando llegan a una edad
adulta, librarse de la esclavitud que el demonio, con permiso de Dios, usurp‡
para s¤. Y el Libro de los ejemplos, Sant¤sima Virgen MARIA, ofrece muchos
ejemplos de estos; uno de los m–s notables es el del hombre a quien el Supremo
Pont¤fice no pudo librar de los tormentos del demonio, sino que al cabo fue
enviado a un santo hombre que viv¤a en Oriente, y por Âltimo, con grandes
dificultades, qued‡ libre de sus ataduras gracias a la intercesi‡n de la muy
gloriosa Virgen. Y si Dios castiga con tanta severidad, inclusive de modo tan
irreflexivo, no dir◊ ya en sacrificio, sino encomendaci‡n usada airadamente
por una madre cuando su esposo, despu◊s de copular con ella, dice: öEspero
que de esto nazca un nifloõ, y ella responde: öëOjal– se vaya el niflo al
demonio!õ, cu–nto mayor debe de ser el castigo cuando la Divina Majestad
resulta ofendida de la manera que describimos. El tercer efecto de esta
sacr¤lega oblaci‡n consiste en inculcar una inclinaci‡n habitual a lanzar
hechizos sobre los hombres, animales y frutos de la tierra. Esto se muestra en
Santo Tom–s, en el Libro Segundo, Pregunta 108, cuando habla del castigo
temporal, de c‡mo algunos son castigados por los pecados de otros. Pues dice
que, hablando en t◊rminos corporales, los hijos son una parte de las
posesiones de sus padres, y criados y animales pertenecen a sus amos; por lo
cual, cuando un hombre es castigado en todas sus posesiones, se sigue que a
menudo los hijos sufren por los padres. Y esto es muy distinto de lo que se dijo
acerca de que Dios visita los pecados de los padres sobre los hijos hasta la
tercera y cuarta generaciones. Pues all¤ se trata de quienes imitan los
pecados de sus padres, pero aqu¤ hablamos de quienes sufren en lugar de sus
padres, cuando no imitan sus pecados cometi◊ndolos en la pr–ctica, sino que

1 8 7
s‡lo heredan los resultados de dichos pecados. Porque de esta manera muri‡
muy pronto el hijo nacido a David, en adulterio; y se orden‡ que fuesen
muertos los animales de los amalecitas. Sin embargo, en todo esto hay mucho
misterio. Si se tiene en cuenta todo lo que dijimos, podemos llegar a la
conclusi‡n de que tales niflos, siempre, hasta el final de su vida, est–n
predispuestos a la perpetraci‡n de brujer¤as. Pues as¤ como Dios santifica lo
que est– dedicado a Ãl, como lo demuestran los hechos de los Santos, cuando
los padres ofrecen a Dios el fruto que engendraron, as¤ tambi◊n el diablo no
deja de infectar con maldad todo lo que se le ofrece. Muchos ejemplos puede
encontrarse en el Antiguo y Nuevo Testamento. Pues as¤ fueron muchos de
los Patriarcas y Profetas, tales como Isaac, Samuel y Sans‡n; y as¤ fueron
Alexis, y Nicol–s, y muchos otros, guiados, por una gran gracia, a una vida
santa. Por Âltimo, sabemos por experiencia que las hijas de las brujas son
siempre sospechosas de pr–cticas similares, como imitadoras de los delitos de
sus madres; y que en verdad queda infectada toda la progenie de una bruja. Y
la raz‡n de ello y de todo lo que se dijo antes es que, de acuerdo con su pacto
con el demonio, siempre tienen que dejar tras de si e instruir con cuidado a un
sobreviviente, para cumplir con su voto de hacer todo lo posible para
aumentar el nÂmero de brujas. Pues de qu◊ otra manera podr¤a ocurrir, como a
menudo se vio, que tiernas niflas de ocho o diez aflos hayan provocado
tempestades y granizo, a menos de que sus madres las hubieran dedicado al
demonio, segÂn un pacto por el estilo. Pues los niflos no pueden hacer esas
cosas por s¤ mismos, mediante la abjuraci‡n de la e, que es como deben empezar
todas las brujas adultas, ya que no tienen conocimiento de un solo art¤culo
de la Fe. Narraremos un ejemplo de uno de esos niflos. En el ducado de Suabia,
cierto campesino fue a sus campos con su hijita, de apenas ocho aflos de edad
para observar sus cosechas, y se quej‡ de la sequia y dijo: öëAy! êCu–ndo
llover–?õ La nifla lo oy‡, y en la sencillez de su coraz‡n dijo: öPadre, si
quieres que llueva, yo puedo conseguirloõ. Y el padre le contest‡: öêQu◊?
êSabes hacer llover?õ Y la nifla respondi‡: öPuedo hacer llover y puedo
provocar granizos y tormentas tambi◊nõ. Y el padre pregunt‡: öêQui◊n te
ensefl‡?õ Y ella dijo: öMi madre, pero me dijo que no se lo contara a nadieõ. Y
entonces el padre interrog‡: öêC‡mo te lo ensefl‡?õ Y ella contest‡: öMe
envi‡ a un maestro que har– todo lo que le pida en cualquier momentoõ. Pero
el padre dijo: öêAlguna vez lo viste?õ Y ella: öA veces vi a hombres que
entraban a ver a mam– y sal¤an; y cuando le pregunt◊ qui◊nes eran, me dijo
que eran nuestros amos, a quienes ella me hab¤a entregado, y que eran
patronos poderosos y ricosõ. El padre se aterroriz‡, y le pregunt‡ si pod¤a
provocar entonces una tormenta. Y la nifla dijo: öS¤, si tengo un poco de
aguaõ. Entonces llev‡ a la nifla de la mano a un arroyo, y le dijo: öHazlo,
pero s‡lo en nuestras tierrasõ. Entonces la nifla meti‡ la mano en el agua y la
agit‡ en el nombre de su amo, como le hab¤a enseflado su madre, y he aqu¤ que
la lluvia cay‡ s‡lo sobre esa tierra. Y al verlo, el padre dijo: öAhora

1 8 8
convi◊rtelo en granizo, pero s‡lo en uno de nuestros camposõ. Y cuando la
nifla lo hizo, el padre qued‡ convencido, y acus‡ a su esposa ante el juez. Y la
esposa fue apresada y condenada y quemada; pero la hija se reconcili‡ y fue
dedicada a Dios con solemnidad, pues desde entonces ya no pudo efectuar esos
hechizos y encantamientos.

PREGUNTA DOS.
Los m◊todos de destrucci‡n y curaci‡n de la brujer¤a.
INTRODUCCI×N, EN QUE SE ESTABLECE LA DIFICULTAD DE ESTE TEMA.
êEs legal eliminar la brujer¤a por medio de otras brujer¤as o por cualquier
otro m◊todo prohibido?

S
e argumenta que no, pues ya se mostr‡ que en el Segundo libro de
sentencias, y en la Distinci‡n octava, todos los Doctor coinciden en
que es ilegal usar la ayuda de los demonios, y que ello implica
apostas¤a respecto de la Fe. Y se argumenta que no es posible eliminar
ninguna brujer¤a sin la ayuda d los demonios. Pues se afirma que debe ser
curada por el poder humano, o por el diab‡lico, o por el Poder Divino. No
puede serlo por el primero, porque el poder inferior no puede contrarrestar al
superior, ya que no tiene dominio sobre lo que encuentra fuera de su
capacidad natural. Tampoco por el Poder Divino, pues ello ser¤a un milagro,
que Dios s‡lo ejecuta p Su voluntad, y no por instancias de los hombres. Pues
cuando su Madre rog‡ a Cristo que hiciese un milagro para satisfacer la
necesidad de vino, Ãl respondi‡: mujer, êqu◊ tengo que ver contigo? Y los
Doctores explican que esto significa: öêQu◊ asociaci‡n existe entre t y yo en
la ejecuci‡n de un milagro?õ Tambi◊n parece que es muy poco frecuente que
los hombres se libren de un hechizo pidiendo la, ayuda. De Dios o con las
oraciones a los Santos. Por lo tanto s‡lo pueden liberarse con la
colaboraci‡n de los demonios, y es ilegal buscarla. Adem–s se seflala que el
m◊todo comÂn que se practica p anular un encantamiento, aunque sea ilegal,
es que las personas hechizadas recurren a las mujeres sabias, por quienes so
curadas. Con mucha frecuencia, y no por los sacerdotes o exorcistas. De
manera que la experiencia muestra que esas c se efectÂan con la ayuda de los
demonios, que es ilegal procurar por lo tanto, no puede ser legal curar de ese
modo un encanta miento, sino que se lo debe soportar con paciencia. Adem–s
se argumenta que Santo Tom–s y San Buenaventura, en el libro IV, dist. 34,
dijeron que un hechizo debe permanente porque no tiene remedio humano; pues
si existe es desconocido para los hombres o ilegal. Y se entiende q estas
palabras significan que dicha enfermedad es incurable; agregan que, aunque
Dios proporcionara un remedio forzando al demonio, y
◊ste pudiese eliminar su maldici‡n de un hombre y el hombre quedara curado,
esa cura no ser¤a humana. Por lo tanto, si Dios no efectÂa la cura, no es

1 8 9
l¤cito que el hombre la busque de alguna otra manera. En el mismo lugar,
estos dos Doctores agregan que inclusive es ilegal procurar un remedio
agregando otro encantamiento. Pues dicen que, si se siente que esto es
posible, y que el hechizo original queda eliminado, ello no obstante deber–
considerarse permanente la brujer¤a, pues en modo alguno es licito invocar la
ayuda del diablo por medio de la brujer¤a. Adem–s, se afirma que los
exorcismos de la, iglesia no son siempre eficaces en la represi‡n de los
demonios, en materia de afecciones corporales, ya que ◊stas s‡lo se curan por
discreci‡n de Dios; pero que son siempre efectivas contra los ataques de los
diablos contra los cuales han sido ante todo instituidas, como por ejemplo,
contra hombres pose¤dos, o en materia de exorcismo de niflos. Por otro lado,
no se sigue que, porque se le haya otorgado poder al demonio
sobre alguien, a causa de sus pecados, ese poder deba terminar al cesar el
pecado. Pues con suma frecuencia un hombre puede dejar de pecar, pero sus
pecados siguen en pie. Por lo cual parece, por estos dichos, que los dos
Doctores que hemos citado opinaban que es ëlicito eliminar un hechizo, sino
que debe ser tolerado, tal como lo permite Dios Nuestro Seflor, Quien puede
eliminarlo cuando le plazca. Contra esta opini‡n se argumenta que as¤ como
Dios y la naturaleza no abundan en cosas superfluas, tampoco carecen de las
necesarias; y es una necesidad que se d◊ a los fieles, contra esos actos del
demonio, no s‡lo un medio de protecci‡n (del cual tratamos en el comienzo de
esta Segunda Parte), sino tambi◊n remedios curativos. Pues de lo contrario,
los fieles no estar¤an lo bastante armados por Dios, y las obras del demonio
parecer¤an m–s fuertes que las de Dios. Adem–s est– la glosa de ese texto en
Job. No existe poder. En la tierra, etc. La glosa dice que, aunque el demonio
tiene poder sobre todas las cosas humanas, est– sometido a los m◊ritos de los
Santos, e incluso a los de los hombres santos en esta vida. Y una vez m–s San
Agust¤n (De moribus Ecelesiae) dice: öNingÂn –ngel es m–s poderoso que
nuestra mente, cuando nos aferramos a Diosõ. Pues si el poder es una virtud en
este mundo, la mente que se mantiene cerca de Dios es m–s sublime que el
mundo entero. Por lo tanto, esas mentes pueden deshacer los actos del
demonio. Respuesta. He aqu¤ dos opiniones importantes, que, segÂn parece,
difieren por entero entre si , pues hay algunos Te‡logos y Canonistas que
afirman que es licito anular la brujer¤a, inclusive por medios supersticiosos y
vanos. Y esta es la opini‡n de Duna Escoto, Enrique de Segusio, y Godofredo,
y todos los Canonistas. Pero es opini‡n de los otros Te‡logos, en especial de
los antiguos, y algunos de los modernos, tales como Santo Tom–s, San
Buenaventura, el Beato Alberto, Pedro de Paludes y muchos otros, que en
ningÂn cric debe hacerse el mal para obtener buenos resultados, y que un
hombre deber¤a morir, antes de aceptar su curaci‡n por m◊todo; supersticiosos
y vanos. Examinemos ahora sus opiniones, con vistas a hacerla coincidir en
la mayor medida posible. En su Libro IV, dist, 39 sobre las obstrucciones e

1 9 0
impotencia provocadas por la brujer¤a Escoto dice que es tonto afirmar que
es il¤cito anular un hechizo aunque sea por medios supersticiosos y vanos, y
que hacerlo as¤ no es en manera alguna contrario a la Fe; pues quien
destruya la obra del demonio no es c‡mplice de dichas obras, sino que cree que
el diablo tiene el poder y la inclinaci‡n de ayudar infligir un daflo, s‡lo en la
medida en que el s¤mbolo o sefla exteriores de ese daflo perduren. Por lo tanto,
cuando el s¤mbolo se destruye, pone fin al daflo. Y agrega que es meritorio
destru¤ las obras del demonio. Pero como habla de los s¤mbolos, daremos un
ejemplo. Hay mujeres que descubren a una bruja por el siguiente s¤mbolo.
Cuando el rendimiento de leche de una vaca ha sido reducido por brujer¤a,
cuelgan un cubo de leche sobre fuego, pronuncian ciertas palabras
supersticiosas, golpean cubo con un palo. Y aunque las mujeres golpean el
cubo, demonio trasmite todos esos golpes a la espalda de la bruja y de ese
modo se fatiga a la bruja y al demonio. Pero el. Diablo hace para poder llevar
a peores pr–cticas a la mujer que golpea el cubo. Y as¤, si no fuese por el
riesgo que ello 1mplica no habr¤a dificultad en aceptar la opini‡n de este
sabio Docto Podr¤an darse muchos otros ejemplos. En su elocuente Summa
sobre la impotencia genital causal por brujer¤a, Enrique de Segusio dice que
en tales casos dei recurrirse a los remedios de los m◊dicos; y aunque algunos
tales remedios parecen vanos y supersticiosos sortilegios encantamientos, se
debe confiar en todos en su propia profesi‡n y la iglesia puede muy bien
tolerar la supresi‡n de vanidad por medio de otras vanidades. Tambi◊n
Ubertino, en su Libro Cuarto, usa estas palabra öUn hechizo puede anularse
por oraci‡n; o por la misma arma con que se le infligi‡õ. Godofredo dice en su
Summa: un hechizo no siempre puede ser eliminado por quien lo caus‡, ya sea
porque ha muerto, o porque no sabe c‡mo curarlo, o porque se ha perdido el
encantamiento necesario. Pero si sabe c‡mo lograr alivio, es licito que lo
cure. Nuestro autor habla contra quienes dijeron que una obstrucci‡n del
acto carnal no pod¤a ser causada por brujer¤a, y que nunca es permanente, y
que por lo tanto no anula un matrimonio ya contra¤do. Adem–s, quienes
afirmaban que ningÂn maleficio es permanente, eran movidos por las
siguientes razones: pensaban que todos los hechizos pod¤an ser anulados, bien
por otro encantamiento m–gico, o por loa exorcismos de la iglesia,
ordenados para la supresi‡n del poder del diablo, o por una verdadera
penitencia, ya que el demonio s‡lo tiene poder sobre los pecadores. De modo
que en el primer sentido convienen con la opini‡n de los otros, a saber, que un
hechizo puede eliminarse por medios supersticiosos. Pero Santo Tom–s opina lo
contrario cuando dice: si un hechizo no puede revocarse, como no sea por
algÂn medio il¤cito, tal como la ayuda del demonio o cualquier cosa por el
estilo, aunque se sepa que es posible eliminarlo de esa manera, se lo debe
considerar permanente, pues el remedio no es l¤cito. La misma opini‡n
sustentan San Buenaventura, Pedro de Paludes, el beato Alberto y todos los
Te‡logos. Pues en una breve referencia al problema de invocar la ayuda del

1 9 1
demonio, ya sea de manera t–cita o expresa, parecen sostener que esos
hechizos s‡lo pueden eliminarse por un exorcismo legal o una verdadera
penitencia (como se establece en la Ley Can‡nica, acerca del sortilegio),
movidos, segÂn parece, por consideraciones mencionadas al comienzo de este
tema. Pero es conveniente hacer coincidir, hasta donde resulte posible, estas
diversas opiniones de los sabios Doctores, y ello puede hacerse en un sentido.
Pues debe seflalarse el objetivo de que los m◊todos con que es posible eliminar
un hechizo de brujer¤a son los siguientes: por intermedio de otra bruja y otro
hechizo, o sin la ayuda de otra bruja, pero mediante ceremonias m–gicas e
il¤citas. Y este Âltimo m◊todo puede dividirse en dos, a saber: el empleo de
ceremonias al mismo tiempo ilegales y vanas, o la utilizaci‡n de ceremonias
que son vanas pero no il¤citas. El primer remedio es en todo sentido ilegal,
tanto respecto del agente como del remedio mismo. Pero puede lograrse de dos
maneras; o con cierto daflo para quien efectu‡ el hechizo, o sin daflo alguno,
pero con ceremonias m–gicas e ilicitas. En este Âltimo caso, se lo puede
incluir en el segundo m◊todo, es decir, aquel por el cual se elimina el hechizo,
no con la ayuda de una bruja, sino con ceremonias m–gicas e ilegales; y en
este caso debe seguir siendo juzgado il¤cito, aunque no en la misma medida que
el primer m◊todo. Podemos resumir la situaci‡n como sigue. Existen tres
condiciones por las cuales un remedio resulta ilegal. Primero, cuando el
encantamiento se elimina por la acci‡n de otra bruja, y por una nueva
brujer¤a, o sea, por el poder de algÂn demonio. Segundo, cuando no lo elimina
una bruja, sino alguna persona honrada, pero de tal modo, que el hechizo, por
medio de algÂn remedio m–gico, se traslada de una persona a otra; y una vez
m–s, esto es il¤cito. Tercero, cuando el encantamiento se elimina , sin
imponerlo a otra persona, sino que se usa una invocaci‡n abierta o t–cita a
los demonios; y otra vez, esto es il¤cito. Y con referencia a estos m◊todos
dicen los Te‡logos que es mejor morir que aceptarlos. Pero existen otros dos
m◊todos. Por medio de los cuales, segÂn los Canonistas, es licito, o no ocioso
y vano, anular un hechizo; y que tales m◊todos pueden usarse cuando se han
probado y fracasado todos los remedios de la iglesia, tales como los
exorcismos y las oraciones de los santas y la verdadera penitencia. Pero para
una comprensi‡n m–s clara de estos remedios, relataremos algunos ejemplos
que conocemos por experiencia. En ◊poca del papa Nicol–s lleg‡ a Roma, por
ciertos negocios, un obispo de Alemania, a quien es caritativo no nombrar,
aunque ya pag‡ la deuda de toda la naturaleza. All¤ se enamor‡ de una
muchacha, y la envi‡ a su di‡cesis, al cuidado de dos criados, junto con
algunas otras de sus posesiones, entre ellas varias, ricas joyas. Mientras esta
joven se encontraba en gracia, con la habitual codicia, de las mujeres, lleg‡
a ansiar apoderarse de las joyas, que en verdad -eran muy valiosas; y
comenz‡ a pensar, en el fondo del coraz‡n, que si el obispo muriese por
alguna brujer¤a, ella podr¤a apoderarse de los anillos, pendientes y collares.
Al d¤a siguiente el obispo enferm‡ de repente, y los m◊dicos y sus criados

1 9 2
sospecharon que hab¤a sido envenenado; pues hab¤a tal fuego en su pecho,
que deb¤a beber continuos tragos de agua fr¤a para atenuarlo. Al tercer d¤a,
cuando parec¤an no existir esperanzas para ◊l, lleg‡ una anciana y rog‡ que
se le permitiese verlo, diciendo que hab¤a ido para curarlo, de manera que la
hicieron pasar, y ella prometi‡ al obispo que lo curar¤a si aceptaba sus
proposiciones. Cuando el obispo pregunt‡ qu◊ deb¤a aceptar para recuperar la
salud, como tan lo deseaba, la anciana respondi‡: tu enfermedad ha sido
causada si por un hechizo de brujer¤a, y s‡lo puedes curarte con otro, que
trasladar– la enfermedad, de ti a la bruja que la provoc‡, de forma que ella
morir–. El obispo se asombr‡, y al ver que no pod¤a curarse de otra manera, y
como no deseaba adoptar una decisi‡n irreflexiva, decidi‡ pedir consejo al
Papa. Ahora bien, el Santo Padre lo amaba tiernamente, y cuando se enter‡ de
que s‡lo pod¤a curar por la muerte de la. Bruja, acept‡ permitir el menor de
los dos males, y firm‡ ese permiso con su sello. Entonces se busc‡ otra vez a
la anciana y se le dijo que tanto ◊l como el Papa hab¤an aceptado la muerte
de la bruja, a condici‡n de que a ◊l se le devolviera su salud anterior; y !a
anciana se fue, prometi◊ndole que quedar¤a curado a la noche siguiente. Y he
aqu¤ que en mitad de la noche se sinti‡ curado y libre de toda enfermedad, y
envi‡ un mensajero para averiguar qu◊ hab¤a sido de la joven; y ◊ste volvi‡ e
inform‡ que hab¤a enfermado de pronto, en mitad de la noche, mientras
dorm¤a junto a su madre. Debe entenderse que a la misma hora y momento la
enfermedad abandon‡ al obispo y cay‡ sobre la joven bruja, por intermedio de
la bruja vieja; y as¤, el mal esp¤ritu al dejar de acosar al obispo, pareci‡
restablecerle la salud por casualidad, en tanto que no era ◊l, sino Dios, quien
le permit¤a acosarlo, y el demonio, en raz‡n de su pacto con la segunda bruja,
que envidiaba la fortuna de la joven, tuvo que atacar a la amante del obispo.
Y debe pensarse que estos dos malos encantamientos no fueron hechos por un
demonio que sirviese a dos personas, sino por dos demonios, servidores de dos
brujas distintas. Pues los demonios no trabajan contra s¤, sino que actÂan, en
la medida de lo posible, de acuerdo para la perdici‡n de las almas. Por Âltimo y
por compasi‡n; el obispo fue a visitar a la joven, pero cuando entr‡ en la
habitaci‡n ella lo recibi‡ con horribles execraciones, y exclam‡: ëque t y
quien te cur‡ sean condenados para siempre! Y el obispo trat‡ de
apaciguarla, y llevarla a la penitencia, y le dijo que le perdonaba todos sus
errores, pero ella apart‡ el rostro y dijo: öNo tengo esperanza de perd‡n, y
encomiendo mi alma a todos los demonios del infiernoõ. Y tuvo una muerte
desdichada. Pero el obispo regres‡ a su hogar con alborozo y agradecimiento.
Aqu¤ debe seflalarse que un privilegio otorgado a uno no constituye un
precedente para todos, y la dispensa del Papa en este caso no significa, que
sea licita en todos los casos. En su Formicarius, Nider se refiere a la misma
materia, pues dice: a veces se emplea el siguiente m◊todo para eliminar un
hechizo de brujer¤a, o para vengarse de ◊l. Alguien, que ha sido hechizado en
s¤ mismo o en sus posesiones, acude a una bruja con el deseo de saber qui◊n lo

1 9 3
dafl‡. Entonces la bruja vierte plomo fundido en el agua hasta que, por obra
del demonio, el plomo solidificado forma alguna imagen. Entonces la bruja
pregunta en qu◊ parte del cuerpo desea que su enemigo sea herido, para poder
reconocerlo por ese daflo. Y cuando lo eligi‡, , la bruja en seguida perfora o
hiere con un cuchillo la imagen de plomo en la misma parte, y le muestra el
lugar por el cual puede reconocer a la persona culpable. Y se sabe por
experiencia que, tal como la imagen de plomo queda herida, tal
ocurre tambi◊n con la bruja que obr‡ el hechizo. Pero yo digo, acerca de este
tipo de remedio, y de otros como ◊l, que en general son il¤citos, aunque la
debilidad humana, en la esperanza de obtener el perd‡n deù Dios, queda
atrapada muy a menudo por tales pr–cticas, ya que cuida m–s la salud del ,
cuerpo que la del alma. El segundo tipo de cura practicada por brujas que
eliminan un hechizo exige, una vez m–s, un pacto expreso con el demonio,
pero no va acompaflada por un daflo a otra persona. Existen muchas de estas
brujas, pues siempre se las encuentra a intervalos de una o dos millas
alemanas, y parecen capaces de curar a quien haya sido hechizado por otra
bruja de su propio distrito.ù, Algunas de ellas afirman que pueden efectuar
esas curaciones en todo momento; otras, que s‡lo pueden curar a los
hechizadosù. de las tierras sefloriales vecinas; otras, que s‡lo pueden
ejecutar, sus curas con el consentimiento de la bruja que practic‡ el
encantamiento primitivo. Y se sabe que estas mujeres han entrado en un pacto
abierto con el demonio, porque revelan asuntos secretos a quienes acuden a
ellas para ser curados. Porque de pronto revelan a esa persona la causa de su
calamidad, le dicen que ha sido hechizado en su propia persona o en sus
posesiones, debido & alguna pendencia que tuvo con un vecino, o con otra
mujer u hombre; y en ocasiones, para mantener en secreto sus pr–cticas
criminales, imponen a sus clientes una peregrinaci‡n otra obra piadosa. Pero
abordar a estas mujeres para curar es tanto m–s pernicioso, pues parecen
atraer mayor desprecio sobre la Fe que otras que realizan sus curas por medio
de u pacto t–cito con el demonio. Pues quienes recurren a tales brujas piensan
m–s en salud f¤sica que en Dios, y adem–s, Dios abrevia sus vidas p castigarlos
por tomar en sus manos la venganza por sus daflos Pues as¤ la venganza
Divina alcanz‡ a SaÂl, porque primero expuls‡ del pa¤s a todos los magos y
hechiceros, y despu◊s consult‡ a una bruja, por lo cual fue muerto en combate
con sus hijos, I Samuel, x~,-y I Paralip‡menos, x. Y por el mismo motivo, tuvo
que morir el enfermo Ochoz¤as, IV, Reyes, , (Ahaziah; II Reyes, i). Adem–s,
quienes consultan con esas brujas son considerados difamados, y no se les
puede permitir que presenten una acusaci‡n. Y por ley deben ser sentenciados
a la pena capital, como se dijo en el Primer Tema de esta obra. Mas, ëay!, Oh
Seflor Dios, que eres justo en todos Tus juicios, êqui◊n librar– a los pobres
hechizados que claman en sus dolores incesantes? Pues nuestros pecados son
tan grandes y el enemigo tan fuerte; êy qui◊nes son los que pueden deshacer

1 9 4
las obras del demonio por medio de exorcismos l¤citos? Parece quedar un
remedio: que los jueces, por medio de diversas penalidades, frenen en todo lo
posible esas maldades, castigando a las brujas que las ocasionan; de modo que
as¤ priven a los enfermos de la oportunidad de consultar a las brujas. Mas,
ëay! Nadie entiende esto en su coraz‡n, sino que todos buscan su propio
beneficio en lugar del de JESUS Cristo. Porque tantas personas sol¤an acudir
a liberarse de hechizos, a la bruja de Reichshofen, a quien ya mencionamos,
que el conde del castillo instal‡ un puesto de portazgo, y todos los
encantados en sus .personas o posesiones deb¤an pagar una moneda antes de
poder visitar la casa de ella; y ◊l se jactaba de obtener una importante
ganancia con estos medios. Sabemos por experiencia que existen muchas de
esas brujas en la di‡cesis de Constanza; no porque esta di‡cesis est◊ m–s
infectada que otras, ya que esta forma de infidelidad es general en todas las
di‡cesis; pero ◊sta ha sido investigada m–s a fondo. Se descubri‡ que se
recurr¤a todos los d¤as a un hombre llamado Hengst, por una gran cantidad de
pobres que hab¤an sido hechizados, y con nuestros propios ojos vimos esas
multitudes en la aldea de Eningen, y por cierto que los pobres nunca acud¤an
en tales nÂmeros a ningÂn altar de la Sant¤sima Virgen, o a un pozo Sagrado,
o a una Ermita. Pues en medio del m–s crudo invierno, cuando todas las
carreteras y caminos laterales se hallaban cubiertos de nieve, acud¤an a ◊l
desde cuatro a diez kil‡metros a la redonda, a pesar de las mayores
dificultades, y algunos eran curados, pero otros no. Pues supongo que no
todos los hechizos pueden anularse con la misma facilidad, debido a los
diversos obst–culos, como ya se dijo. Y estas brujas anulan encantamientos
por medio de una invocaci‡n abierta de los demonios, a la manera del segundo
tipo de remedio, que es il¤cito, pero no en el mismo grado que la primera clase.
El tercer tipo de remedio es el que se emplea mediante ciertas ceremonias
supersticiosas, pero sin daflo para nadie, y no por una bruja confesa. Un
ejemplo de este m◊todo es el siguiente: cierto comerciante del mercado de la
ciudad de Spires declar‡ que le hab¤a ocurrido la experiencia que sigue. Me
encontraba, dijo, en Suabia, en el castillo de un noble muy conocido, y un d¤a,
despu◊s de la cena, me paseaba a mis anchas, con dos de los criados, por los
campos, cuando nos encontramos con una mujer. Pero mientras ella se
encontraba todav¤a lejos, mis compafleros la reconocieron, y uno me dijo:
öPers¤gnese en seguidaõ, y el otro me inst‡ a hacer lo mismo. Les pregunt◊ qu◊
tem¤an, y contestaron: öLa bruja m–s peligrosa de toda la provincia viene a
nuestro encuentro, y puede lanzar un hechizo sobre los hombres con s‡lo
mirarlosõ. Pero por obstinaci‡n me jact◊ que nunca les hab¤a temido, y apenas
pronunci◊ las palabras cuando me sent¤ fuertemente herido en el pie izquierdo,
de modo que no pude separarlo del suelo, ni dar un paso sin el mayor dolor.
Ante lo cual, enviaron en seguida a buscar, al castillo, un caballo para m¤, y
as¤ me llevaron de vuelta. Pero los dolores fueron en aumento durante tres

1 9 5
d¤as. La gente del castillo, entendiendo que hab¤a sido embrujado, relat‡ lo
que le hab¤a ocurrido a cierto campesino que viv¤a a un kil‡metro y medio de
distancia, y de quien sab¤an que era diestro para eliminar hechizos. Ese
hombre lleg‡ muy pronto, y despu◊s de examinar mi pie dijo: öProbar◊ si estos
dolores se deben a una causa natural; y si descubro que no, tendr– que
recurrir a remedios no naturalesõ. A lo cual repliqu◊: öSi puedo curar sin
magia, y con la ayuda de Dios, aceptar◊ de buen grado; pero nada quiero tener
que ver con el demonio, ni deseo su ayudaõ. Y el campesino prometi‡ que no
usar¤a otros medios que los legales, y que me curar¤a con la ayuda de Dios,
siempre que pudiese asegurarse de que mis dolores eran obra de brujer¤a.
Entonces acept◊ sus proposiciones. Tom‡ plomo derretido (a la manera de otra
bruja a quien ya mencionamos), y lo sostuvo en un cuchar‡n de hierro, sobre
mi pie, y lo dej‡ caer en un cuenco de agua, y en el acto aparecieron las
formas de varias cosas, como espinas y pelos y huesos y otras cosas por el
estilo, depositadas en el cuenco. öAhora -dijo- veo que esta enfermedad no es
natural, sino que se debe, por cierto, a un embrujamiento.õ Y cuando le
pregunt◊ c‡mo pod¤a saberlo por el plomo fundido, contest‡: öExisten siete
metales que pertenecen a los siete planetas, y como Saturno es el Seflor del
plomo, cuando ◊ste se vierte sobre alguien que ha sido hechizado, tiene la
propiedad de descubrir la brujer¤a con su poder. Y as¤ ha quedado demostrado
con certeza., y pronto curar–s; pero debo visitarte durante tantos d¤as
cuantos pasaste bajo este hechizoõ. Y me pregunt‡ cu–ntos d¤as hab¤an
transcurrido; y cuando le dije que ese era el tercero, fue a verme cada uno de
los tres d¤as siguientes, y con s‡lo examinar y tocar mi pie, y decir para s¤
algunas palabras, disolvi‡ el encantamiento y me restableci‡ la salud. En
este caso resulta claro que quien cura no es un brujo, aunque su m◊todo sea
un tanto supersticioso. Pues como prometi‡ una cura con ayuda de Dios, y no
por obra del demonio, y afirm‡ la influencia de Saturno sobre el plomo, se
mostr‡ irreprochable y m–s bien digno de elogio. Pero aÂn queda una pequefla
duda en cuanto al poder mediante el cual se elimin‡ el hechizo de la bruja, y
las figuras creadas en el plomo. Pues ninguna brujer¤a, puede eliminarse por
un poder natural, aunque es posible atenuarla, como se mostrar– m–s tarde,
cuando hablemos de los remedios para los posesos. Por lo tanto parece que
ejecut‡ esa cura, al menos por medio de un pacto t–cito con un demonio. Y lo
llamamos pacto t–cito cuando el practicante acepta de manera t–cita
emplear la. Ayuda del diablo. Y de este modo se llevan a cabo muchas obras
supersticiosas, pero con un grado variable de ofensa al Creador, ya que puede
existir mayor ofensa para Ãl en una operaci‡n que en otra. Pero como este
campesino estaba seguro de lograr una cura y como deb¤a visitar al paciente
durante tantos d¤as como hab¤a estado enfermo, y si bien no us‡ remedios
naturales, sino que lo cur‡ de acuerdo con la promesa hecha, por estas
razones, aunque no ten¤a un pacto abierto con el diablo, se lo debe
considerar, no s‡lo como sospechoso, sino como claramente culpable de

1 9 6
herej¤a, y como convicto y sujeto por lo menos a los castigos expuestos en el
segundo m◊todo de sentencia; pero su castigo debe ser acompaflado por una
solemne adjuraci‡n, a menos de que est◊ protegido por otras leyes que
parezcan ser de intenci‡n contraria. La cuarta clase de remedios, respecto de
los cuales los Canonistas coinciden en parte con algunos de los Te‡logos, se
dice que no es nada peor que ociosa y vana, ya que s‡lo es supersticiosa, y no
hay pacto, ni abierto ni t–cito, con el demonio en cuanto a la intenci‡n u
objetivos del practicante. Y dicen que los Canonistas y algunos Te‡logos
s‡lo coinciden en parte en que se debe tolerar este tipo de remedios; pues su
acuerdo o desacuerdo depende de si clasifican o no este tipo de remedios con
la tercera clase. Pero esta clase de remedio vano se ejemplifica m–s arriba,
en el caso de las mujeres que golpean un cubo colgado sobre el fuego para
que pueda ser apaleada la bruja que hizo que la vaca quedase sin leche;
aunque esto puede hacerse en nombre del demonio o sin ninguna referencia a
◊l. Podemos presentar otros ejemplos del mismo tipo, porque a veces, cuando
una vaca ha sido daflada de esa manera, si desean descubrir qui◊n la embruj‡,
la llevan a los campos con los pantalones de un hombre, o con cualesquiera
otras de esas cosas impuras, sobre la cabeza o el lomo. Y esto lo hacen ante
todo en los d¤as festivos y santos, y tal vez con alguna invocaci‡n al
demonio, y castigan a la vaca con una vara y la ahuyentan. Y entonces el
animal corre en l¤nea recta a la casa del brujo, y golpea con vehemencia en
la puerta, con los cuernos, mientras lanza grandes mugidos; y el demonio
hace que la vaca siga haciendo esto hasta que se la pacifica con otra
brujer¤a. En verdad, y segÂn los mencionados Doctores, estos remedios pueden
ser tolerados, pero no son meritorios, como algunos tratan de afirmar.
Porque San Pablo dice que todo lo que hacemos, de palabra o de acto, debe
hacerse en el nombre de Nuestro Seflor JESUS Cristo. Ahora bien, en este tipo
de remedio puede no haber invocaci‡n directa del demonio, y sin embargo
mencionarse el nombre de ◊ste; o no existir intenci‡n de hacer tales cosas por
medio de un pacto abierto o t–cito con ii diablo, y un hombre puede decir
öQuiero hacer esto, participe o no el demonio en elloõ, y esa temeridad, al
apartar el temor a Dios, ofende a ◊ste, Quien entonces concede al demonio
poder para efectuar esas curas. En consecuencia, quienes usan tales
pr–cticas deben ser llevados al camino de la penitencia, e instados a
abandonar esas cosas y recurrir m–s bien a los remedios de que hablaremos
luego, aunque ya los mencionamos antes, a saber, el uso del Agua Bendita y
de la Sal Bendita, y de exorcismos, etc◊tera. Del mismo modo debe verse a
quienes usan el siguiente m◊todo. Cuando un animal ha sido muerto por
brujer¤a, y desean encontrar a la bruja, o asegurarse de si su muerte fue
natural o debida a hechicer¤a, van al lugar en que se despelleja a los
animales muertos, y arrastran sus intestinos por el suelo, hasta su casa; y no
entran en la casa por la puerta principal, sino por sobre el umbral de la
entrada trasera a la cocina, y entonces encienden un fuego y ponen los

1 9 7
intestinos sobre ◊l. Despu◊s, segÂn lo que con mucha frecuencia se nos dijo,
as¤ c‡mo los Intestinos se calientan y se queman, as¤ los intestinos de la bruja
resultan afectados por quemantes dolores. Pero cuando ejecutan este
experimento cuidan que la puerta est◊ bien cerrada, porque los dolores
obligan a la bruja a tratar de entrar en la casa, y si puede sacar un carb‡n
del fuego, todos sus dolores desaparecer–n. Y muchas veces se nos dijo que,
cuando no puede entrar en la casa, la rodea por dentro y por fuera con la
m–s densa niebla, con tan horribles chillidos y alborotos, que al final
quienes se encuentran en la casa creen que el techo est– a punto de
derrumbarse y aplastarlos, si no abren la puerta. Algunos otros experimentos
son de la misma naturaleza. Porque a veces las personas eligen a las brujas
de entre una cantidad de mujeres de la iglesia, haciendo que las brujas no
puedan salir de la iglesia sin su permiso, inclusive despu◊s de terminados los
ritos. Y lo hacen de esta manera. Un domingo cubren los zapatos de los
j‡venes con grasa, sebo o unto de cerdo, como suelen hacerlo cuando desean
reparar y renovar la festividad del cuero, y de tal modo los j‡venes entran
en la iglesia, de la cual es imposible que ninguna de las brujas presentes salga
o parta hasta que quienes estaban ansiosos por descubrirlas se vayan o les
den permiso expreso para regresar a sus casas. Lo mismo ocurre con ciertas
palabras, que no es conveniente mencionar, no sea que el demonio seduzca a
alguien para que las emplee. Pues los jueces y magistrados no deben asignar
demasiado peso a las pruebas de quienes pretenden descubrir brujas por estos
medios, por temor de que el demonio, el sagaz enemigo, los induzca; con este
pretexto, a difamar a mujeres inocentes. Por lo tanto, hay que instar a tales
personas a que busquen el remedio de la penitencia. Pero en ocasiones es
preciso tolerar y permitir pr–cticas de este tipo. De tal manera hemos
contestado a los argumentos de que ningÂn hechizo de brujer¤a debe ser
anulado. Porque los dos primeros remedios son por completo il¤citos. El
tercero es tolerado por la ley, pero necesita un muy cuidadoso examen por
parte del juez eclesi–stico. Tambi◊n San Antonino, en su Summa, seflala esta
discrepancia entre la Ley Can‡nica y la ley civil.

LOS REMEDIOS QUE PRESCRIBE LA SANTA IGLESIA CONTRA LOS

E
DEMONIOS INCUBOS Y S½CUBOS
n los cap¤tulos precedentes. Del Primer Tema tratamos de los m◊todos
de embrujar a los hombres, animales y frutos de la tierra, y en
especial de la conducta de las brujas en sus propias personas; de c‡mo
seducen a las j‡venes para aumentar sus malignas huestes; cu–l es su m◊todo
de protecci‡n y de rendir homenaje; c‡mo ofrecen a los demonios sus propios
hijos y dos ajenos; y c‡mo se transportan de lugar en lugar. Ahora digo que
no existe remedio para tales pr–cticas, a menos de que las brujas sean
desarraigadas por entero por los jueces, o . los por lo menos castigadas como

1 9 8
ejemplo para toda que quieran imitarlas; pero no tratamos en seguida este
punto Por el momento s‡lo nos ocupamos de los remedios contra los daflos
que infligen; y ante todo, de c‡mo puede curarse a los hombres hechizados.
Con respecto al encantamiento de los seres humanos por medio de demonios
¤ncubos y sÂcubos, es de seglar que esto puede darse de tres maneras. Primero,
como en el caso de las propias brujas, cuando las mujeres se prostituyen
voluntariamente a los demonios Incubos Segundo, cuando los hombres tienen
relaciones con los demonios sÂcubos; pero no parece que los hombres
forniquen de ese modo, diab‡licamente, con el mismo grado pleno de
culpabilidad, porque los hombres, que por naturaleza tienen un intelecto m–s
fuerte que las mujeres, tienden en mayor medida a rechazar esas Pr–cticas.
Tercero, puede ocurrir que hombres o mujeres se vean enredados, por brujer¤a,
con ¤ncubos y sÂcubos, contra su voluntad. Esto sucede ante todo en el caso
de ciertas v¤rgenes molestadas por los demonios ¤ncubos contra su voluntad;
y parecer¤a que son hechizadas por las brujas, que, como ocurre muchas veces
en otras enfermedades, hacen que los demonios molesten a tales v¤rgenes, en
forma de ¤ncubos, con el fin de seducirlas e incorporarlas a su ruin compafl¤a.
Demos un ejemplo.
En la ciudad de Coblenza hay un pobre hombre embrujado de ese modo. En
presencia de su esposa, tiene la costumbre de actuar como los hombres con las
mujeres, es decir, de practicar el coito, por as¤ decirlo, y lo hace en repetidas
ocasiones, y los gritos y ansiosos ruegos de su esposa no producen efecto
alguno que lo haga desistir. Y despu◊s de haber fornicado as¤, dos o tres
veces, ruge: öVamos a empezarlo todo de nuevoõ, cuando en verdad no existe
ninguna persona visible para losù ojos mortales, acostada junto a ◊l. Y
despu◊s de una incre¤ble cantidad de estos encuentros, el pobre hombre cae
por fin al suelo, completamente agotado: Cuando recobra un poco las;
fuerzas y se le pregunta c‡mo le ocurri‡ eso, y si ten¤a a algunaù mujer
consigo, responde que nada vio, pero que su mente est– pose¤da de alguna
manera, de modo que no puede contenerse de ese priapismo. Y por cierto que
abriga una fuerte sospeche de que cierta mujer lo embruj‡ de esa manera,
porque ◊l se ofendi‡, y ella lo maldijo con palabras amenazadoras, y le dije
qu◊ quer¤a que le sucediera. Pero no existen leyes ni ministros, de justicia que
pueda vengar un delito tan grande sin otro justificativo que una vaga
acusaci‡n o una grave sospecha; pues se afirma que nadie debe ser condenado
si no ha sido convicto por su propia confesi‡n, o por las pruebas de tres
testigos dignos de confianza, ya que el simple hecho del delito, unido
inclusive a la m–s grave de las sospechas contra alguna persona, no basta
para justificar el castigo de ◊sta. Pero este asunto se tratar– m–s adelante.
En cuanto a los casos en que j‡venes doncellas son molestadas de ese modo
por demonios ¤ncubos, llevar¤a demasiado tiempo mencionar siquiera a los que
ocurrieron en nuestra propia ◊poca, porque existen muchas historias, muy bien

1 9 9
atestiguadas, de tales encantamientos. Pero la gran dificultad para
encontrar un remedio para tales afecciones puede ejemplificarse con una
historia narrada por Tom–s de Brabante en su Libro sobre las abejas. Yo vi,
escribe, y escuch◊ la confesi‡n de una virgen revestida de h–bitos religiosos,
quien al comienzo dijo que nunca hab¤a consentido en participar en una
fornicaci‡n, pero al mismo tiempo me dio a entender que hab¤a sido tratada de
esa manera. No pude creerlo, y la inst◊ y exhort◊ con energ¤a, y con los
ruegos m–s solemnes, a que dijese la verdad, para no poner en peligro su alma.
Al cabo, llorando con amargura, reconoci‡ que hab¤a sido corrompida, m–s
bien en la mente que en el cuerpo; y que aunque despu◊s la congoja estuvo
casi a punto de matarla, y que todos los d¤as se confesaba con l–grimas,
ningÂn recurso o estudio de artes pudo librarla de un demonio ¤ncubo, ni
siquiera por el Signo de la Cruz, ni por el Agua Bendita, prescritas en especial
para la expulsi‡n de los demonios, y menos por el Sacramento del Cuerpo de
Nuestro Seflor, que hasta los –ngeles temen. Pero luego de muchos aflos de
oraciones y ayunos, qued‡ liberada. Puede creerse (salvo mejor juicio) que
despu◊s de arrepentirse y confesar su pecado, el demonio ¤ncubo deber¤a ser
considerado m–s bien un castigo por el pecado, que un pecado en s¤ mismo. Una
monja devota llamada Cristina, de los Pa¤ses Bajos, del ducado de Brabante,
me dijo lo siguiente acerca de la misma mujer. En la vigilia de un Pentecost◊s
la mujer acudi‡ a ella para quejarse de que no se atrev¤a a tomar el
Sacramento debido a los importunos acosos de un demonio. Cristina. Se apiad‡
de ella y le dijo: úT◊ y descansa, en la seguridad de que maflana recibir–s el
Cuerpo de Nuestro Seflor, pues yo tomar◊ sobre m¤ tu castigoõ. Y as¤ se fue,
gozosa, y despu◊s de rezar esa noche, durmi‡ en paz, y por la maflana se
levant‡ y comulg‡ con toda la tranquilidad del alma. Pero Cristina, sin
pensar en el castigo que hab¤a atra¤do sobre s¤, fue a reposar por la noche, y
mientras yac¤a en el lecho oy‡, por decirlo as¤, un violento ataque de que se
la hac¤a objeto; y aferrando de la garganta a lo que fuese, trat‡ de
quit–rselo de encima. Volvi‡ a recostarse, pero fue molestada otra vez, y se
levant‡ aterrorizada; y esto sucedi‡ en varias ocasiones, en tanto que la
paja de su cama era revuelta y arrojada por todas partes, de modo que al
final advirti‡ que era perseguida por la malicia de un demonio. Entonces
abandon‡ su jerg‡n, y pas‡ una noche insomne; y cuando deseaba orar, se vio
tan atormentada por el demonio, que dijo que jam–s hab¤a sufrido tanto hasta
entonces. En consecuencia, por la maflana, luego de decir a la otra mujer
öRenuncio a tu castigo, y apenas me queda vida para renunciar a ◊lõ, escap‡
de la violencia del maligno tentador. SegÂn esto, puede verse cu–n dif¤cil es
curar este tipo de mal, se deba o no a la brujer¤a. Pero todav¤a existen
algunos medios por los cuales es posible expulsar a esos demonios, sobre los
cuales escribe Nider en su Formicarius. Dice que hay cinco maneras de liberar
a las muchachas o los hombres: primero, por Confesi‡n sacramental;
segundo, por el Sagrado Signo de la Cruz, o por el recitado de la Salutaci‡n

2 0 0
Ang◊lica; tercero, por el uso de exorcismos; cuarto, mud–ndose a otro lugar;
y quinto, por medio de la excomuni‡n empleada con prudencia por santos
varones. Por lo dicho resulta, evidente que los dos primeros m◊todos no le
serv¤an a la monja; pero no por ello deben ser omitidos, pues lo que cura a
una persona no cura por fuerza a otra, y a la inversa. Y es un hecho
registrado el de que los demonios ¤ncubos han sido muchas veces ahuyentados
por la Oraci‡n del Seflor, o por la aspersi‡n de agua bendita, y tambi◊n, en
especial, por la Salutaci‡n ang◊lica.
Porque San Ces–reo nos dice en su Di–logo que, despu◊s que cierto sacerdote
se ahorc‡, su concubina entr‡ en un convento, donde fue carnalmente
solicitada por un ¤ncubo. Lo expuls‡ persign–ndose y usando Agua Bendita,
pero ◊l volvi‡ en seguida. Pero cuando ella recit‡ la Salutaci‡n Ang◊lica, el
demonio desapareci‡ como una flecha disparada por un arco; aun as¤ regres‡,
pero no se atrevi‡ a acerc–rsele a causa de ese Ave MARIA.
San Ces–reo tambi◊n se refiere al remedio de la Confesi‡n Sacramental. Pues
dice que la mencionada concubina fue abandonada por entero por el incubo
despu◊s de la confesi‡n. Tambi◊n habla de un hombre de Leyden acosado por un
sÂcubo, y que qued‡ libre por completo despu◊s de la Confesi‡n Sacramental.
Agrega otro ejemplo, el de una monja enclaustrada, una contemplativa, a
quien un ¤ncubo no quer¤a dejar a pesar de las oraciones y confesiones y otros
ejercicios religiosos. Pues persist¤a en llegar a su lecho por la fuerza. Pero
cuando por consejo de un religioso, ella, pronunci‡ la palabra Bened¤cite, el
demonio la dej‡ en el acto. Del cuarto m◊todo, el de trasladarse a otro lugar,
dice que la hija de cierto sacerdote hab¤a sido mancillada por un ¤ncubo y
enloquecida de pena; pero cuando se fue lejos, al otro lado del Rin, el ¤ncubo
la dej‡ en paz. Pero como su padre la hab¤a alejado, fue tan acosado por el
demonio, que muri‡ al cabo de tres d¤as. Tambi◊n menciona a una mujer a quien
un ¤ncubo molestaba tan a menudo en su propia cama, que pidi‡ a una devota
amiga suya que fuese a dormir con ella. As¤ lo hizo, y toda la noche se sinti‡
perturbada por la mayor inquietud y desasosiego, y entonces la primera mujer
qued‡ en paz. Guillermo de Par¤s tambi◊n seflala que los ¤ncubos parecen
molestar ante todo a las mujeres y muchachas de hermosa cabellera; ya sea
porque se dedican demasiado al cuidado y adorno de su pelo, o porque suelen
tratar de excitar a los hombres por medio de su cabello, o porque se jactan y
envanecen de ◊l, o porque Dios, en Su bondad, as¤ lo permite, para que las
mujeres teman atraer a los hombres por los mismos medios por los cuales los
demonios desean que los atraigan.
El quinto m◊todo, el de la excomuni‡n, que tal vez es lo mismo que el
exorcismo, queda ejemplificado en una historia de San Bernardo. En Aquitania
una mujer fue molestada durante seis aflos por un ¤ncubo, con incre¤bles
abusos y obscenidades carnales; y oy‡ al ¤ncubo amenazarla de que no deb¤a
acercarse al santo var‡n, quien viajaba hacia all¤, y le dijo: öDe nada te

2 0 1
servir–, porque cuando se vaya, yo, que hasta ahora fui tu amante, me
convertir◊ para ti en el m–s cruel de los tiranosõ. Ello no obstante, la mujer
acudi‡ a San Bernardo, y ◊ste le dijo: öToma mi b–culo y col‡calo en tu cama,
y que el diablo haga lo que puedaõ. Cuando ella as¤ lo hizo, el demonio no se
atrevi‡ a entrar en su cuarto, pero le lanz‡ terribles amenazas desde afuera,
y le dijo que la perseguirla cuando San Bernardo se hubiese ido. Cuando ◊ste
se enter‡ de ello por labios de la mujer, convoc‡ a la, gente, les pidi‡ que
llevaran velas encendidas en la mano, y con todos los as¤ reunidos
excomulg‡ al demonio, prohibi◊ndole volver a acercarse nunca m–s a esa
mujer, o a ninguna otra. Y as¤ qued‡ ella libre de e castigo. Aqu¤ debe
seflalarse que el poder de las Llaves otorgado San Pedro y sus sucesores, que
resuena en la tierra, es en ver, dad un poder curativo otorgado a la iglesia,
en beneficio d los viajeros sometidos a la jurisdicci‡n del poder papal; por lo
tanto parece asombroso que inclusive los Poderes del aire puedan ser
rechazados por esa virtud. Pero hay que record que las personas molestadas
por los diablos se encuentran bajo j la jurisdicci‡n del Papa y de sus Llaves; y
por lo tanto no sorprendente úque tales Poderes sean mantenidos a raya en
forro indirecta, en virtud de las Llaves, tal como por la misma virtud las
almas del purgatorio pueden ser liberadas, de mol indirecto, de los
sufrimientos del fuego; en la medida en que este Poder rige sobre la tierra, s¤,
y para alivio de las almas que est–n bajo tierra.
Pero no es justo discutir el Poder de las Llaves otorgado al Jefe de la Iglesia
como Vicario de Cristo, ya que se sabe que, para uso de la iglesia, Cristo
concedi‡ a ◊sta y a Su Vicar¤o tanto poder como le es posible a Dios conceder
a un simple hombre.
Y debe creerse piadosamente que, cuando las dolencias infligidas por las
brujas por intermedio del poder de los demonios junto con las brujas y los
demonios mismos, son excomulgados los afectados ya no recibir–n tormento,
y ser–n liberados tan antes por el uso de otros leg¤timos exorcismos
agregados.
Existe un informe corriente en los distritos del r¤o Etsc como en otros
lugares, de que por permiso de Dios una roan de langostas lleg‡ y devor‡
todos los vifledos, hojas verdes cosechas, y que de pronto fueron
ahuyentadas y disperso por medio de ese tipo de excomuni‡n y maldici‡n.
Ahora bien si alguien desea que esto se atribuya a algÂn santo var‡n, no a
la, virtud de las Llaves, que as¤ sea, en nombre del Seflor pero de una cosa
estamos seguros: de que el poder de ejecuta milagros y el poder de las Llaves
presupone por fuerza estado de gracia en quien ejecuta ese acto de gracia, ya
q ambos poderes proceden de la gracia otorgada a los hombre que se
encuentran en ese estado.
Una vez m–s, hay que destacar que si ninguno de los remedios precedentes es

2 0 2
de utilidad, hay que recurrir a los exorcismo habituales, de los cuales
trataremos m–s adelante. Y si esto no son suficientes para eliminar la
iniquidad del demonio, de considerarse que la afecci‡n es un castigo
expiatorio por pecado, que debe soportarse con toda mansedumbre, como o
enfermedades de este tipo, que nos oprimen, para que, por decirlo as¤, nos
empujen a buscar a Dios.
Pero tambi◊n hay que seflalar que a veces las personas s‡lo piensan que son
molestadas por un incubo, cuando en verdad no es as¤; y esto puede ocurrir
m–s en el caso de las mujeres que en el de los hombres, pues son m–s t¤midas y
pasibles de imaginar cosas extraordinarias. En este sentido se cita muchas
veces a Guillermo de Par¤s. Ãste dice: muchas apariciones fant–sticas ocurren
a personas que sufren de una dolencia melanc‡lica., en especial a las mujeres,
como lo muestran sus sueflos y visiones. Y la raz‡n de ello, como lo saben los
m◊dicos, es que el alma de la mujer es, por naturaleza mucho m–s f–cil y
r–pidamente impresionable que la de los hombres. Y agrega: s◊ que he visto a
una mujer quien pensaba que un demonio copulaba con ella por dentro, y dijo
que ten¤a conciencia f¤sica de cosas tan incre¤bles.
Adem–s, en oportunidades. Las mujeres piensan que han sido embarazadas por
un incubo, y su vientre crece en enormes dimensiones; pero cuando llega el
momento del parto, la hinchaz‡n se alivia nada m–s que con la expulsi‡n de
una gran cantidad de viento. Pues si se toman huevos de hormiga en la bebida,
o las simientes del pino negro, se engendra en el est‡mago humano una
incre¤bles proporci‡n de viento y flatulencia. Y al demonio le resulta muy
f–cil provocar estas perturbaciones del est‡mago, y otras aun mayores. Esto
se ha, establecido para que no se d◊ mucho cr◊dito a las mujeres, sino s‡lo a
aquellas a quienes la experiencia mostr‡ que son dignas de confianza, y a las
que porque duermen en sus camas o cerca de ellas, saben con certeza que las
cosas de que hemos hablado son ciertas.

REMEDIOS PRESCRITOS PARA LOS HECHIZADOS POR UNA LIMITACI×N DE


LA CAPACIDAD DE ENGENDRAR

A
unque hay muchas m–s brujos mujeres que hombres, como se mostr‡
en la Primera Parte de esta obra, m–s hombres que mujeres resultan
embrujados. Y la raz‡n de ello reside en el hecho de que Dios
concede al demonio m–s poder sobre el acto ven◊reo, por medio del cual se
trasmite el pecado original, que sobre otras acciones humanas. De la misma
manera, permite que se ejecuten m–s brujer¤as por medio de serpientes, que
est–n m–s sometidas a los encantamientos que otros animales, porque ese fue
el primer instrumento del demonio. Y el acto ven◊reo puede hechizarse con
m–s rapidez y facilidad e el hombre que en la mujer, como se mostr‡ con
claridad. Pues hay cinco maneras en que el diablo puede impedir el acto d la

2 0 3
gestaci‡n, y se las dirige con m–s facilidad contra los hombre.
Hasta donde sea posible, nombraremos los remedios que pueden aplicarse en
cada una de las obstrucciones, y que quien se encuentre embrujado en esa
facultad tome nota de la clase de obstrucci‡n a la cual pertenece la suya.
Porque hay cinco clases, segÂn Pedro de Paludes, en su Libro Cuarto, dist. 3
sobre el juicio de este tipo de encantamientos. Pues el diablo, por ser un
esp¤ritu, tiene, por su propia naturaleza, y con permiso de Dios, poder sobre
una criatura corporal, en especial para promover o impedir el movimiento
local. De modo que con este poder puede impedir que los cuerpos de hombres y
mujeres se acerquen entre s¤, y ello, de modo directo o indirecto. Directo,
cuando los separan a una distancia y no les permiten aproximarse. Indirecto,
cuando provocar alguna obstrucci‡n, o se interponen en un cuerpo adopta
As¤ ocurri‡ con el joven pagano que cas‡ con un ¤dolo, pero que sin embargo
contrajo matrimonio con una muchacha; pero debido a ello fue incapaz de
copular con ella, como se mostr‡ m–s arriba. Segundo, el demonio puede
inflamar a un hombre resto de una mujer y volverlo impotente para con otra,
y e puede hacerlo en secreto, mediante la aplicaci‡n de ciertas hierbas u
otras materias cuya virtud para este fin con muy bien. Tercero, puede
perturbar la percepci‡n de un hombre una mujer, y hacer que uno aparezca
repugnante para el otro pues como se mostr‡, puede influir sobre la
imaginaci‡n. Cuarto, puede suprimir el vigor del miembro necesario p la
procreaci‡n, tal como le es posible privar de movimiento local a cualquier
otro ‡rgano. Quinto, puede impedir el aflujo de semen a los miembros en que se
encuentra la fuerza motriz, cerrando, por decirlo el conducto seminal, de
modo que no descienda a los ‡rganos genitales, o no vuelva a ascender de
ellos, o no brote de e o se derrame en vano. Pero si un hombre dijera: no s◊ por
cu–l de estos distintos m◊todos he sido hechizado; s‡lo s◊ que nada puedo
hacer mi esposa, se le responder– de la, siguiente manea. Si es activo y capaz
en relaci‡n con otras mujeres, pero no con su es entonces est– embrujado de
la segunda forma; pues en cuanto a la primera puede afirm–rsele que est–
siendo daflado por demonios sÂcubos o ¤ncubos. M–s aun, si no encuentra
repulsiva a su esposa, y sin embargo no puede tener trato carnal con ella,
pero s¤ con otras mujeres, se trata, una vez m–s, de la segunda forma; pero si
la encuentra repulsiva y no puede copular con ella, entonces son la segunda
y tercera formas. Si no la encuentra repulsiva y desea tener contacto con
ella, pero carece de poder en sus miembros, es la cuarta forma. Pero si tiene
poder en su miembro y no puede emitir su semen, entonces es la quinta forma.
El m◊todo de curarlas se mostrar– cuando consideremos si quienes viven en
gracia y quienes no lo hacen son igualmente pasibles de ser embrujados de
estas maneras; y respondemos que no, con excepci‡n de la cuarta, y aun as¤
en muy pocas ocasiones. Pues una afecci‡n de ese tipo puede ocurrirle a un
hombre que vive en la gracia y la rectitud; pero el .lector debe entender que

2 0 4
en este caso hablamos del acto conyugal entre personas casadas; porque en
cualquier otro caso todos son pasibles de encantamiento, porque todo acto
ven◊reo fuera del matrimonio es un pecado mortal, y s‡lo lo cometen quienes
no viven en estado de gracia. Por cierto que contamos con la autoridad de
todas las enseflanzas escriturales, en el sentido de que Dios permite al
demonio afectar a los pecadores m–s que a los justos. Porque aunque ese
just¤simo hombre, Job, fue atacado, no lo fue, de manera particular o directa,
respecto de la funci‡n procreadora. Y puede decirse que cuando una pareja
casada se ve afectada de esta manera, ambos integrantes o uno de ellos no
viven en estado de gracia; y la autoridad y la raz‡n respaldan esta opini‡n
en las Escrituras. Porque el –ngel dijo a Tob¤as: el demonio recibe poder
contra quienes se entregan a la lujuria. Y lo mostr‡ en el asesinato de los
siete esposos de la virgen Sara. En su Colaci‡n de los padres, Casiana cita a
San Antonio, quien habr¤a dicho que el demonio no puede entrar en nuestra
mente o cuerpo a menos de que los haya privado de todos los pensamientos
santos, para dejarlos vac¤os y desnudos de contemplaci‡n espiritual. Estas
palabras no deben aplicarse a una afecci‡n maligna de todo el cuerpo, pues
cuando Job fue afectado de ese modo no carec¤a de la gracia Divina; pero se
refiere en especial a una enfermedad infligida al cuerpo por algÂn pecado. Y
la enfermedad que consideramos s‡lo puede deberse al pecado de
incontinencia. Porque, como dijimos, Dios otorga al demonio m–s poder sobre
ese acto que sobre otros actos humanos, debido a su fealdad natural, y
porque con ◊l se leg‡ a la posteridad el primer pecado. Por lo tanto, cuando
las personas unidas en matrimonio han . sido privadas, por algÂn pecado, de la
ayuda Divina, Dios permite que sean hechizadas ante todo en sus funciones
procreadoras. Pero si se pregunta de qu◊ tipo son esos pecados, puede decirse,
segÂn San Jer‡nimo, que aun en estado de matrimonio es posible cometer el
pecado de incontinencia de diversas maneras. V◊ase el texto: öQuien ama a su
esposa en exceso es un adÂlteroõ. Y quienes aman de esta manera son m–s
pasibles de ser embrujados, como dijimos. Los remedios de la iglesia, entonces,
son dobles: uno aplicable en el tribunal pÂblico, el otro en el tribunal del
confesonario. En cuanto al primero, cuando se descubre en pÂblico que la
impotencia se debe a la brujer¤a, es preciso distinguir si es temporaria o
permanente. Si es s‡lo temporaria, no anula el casamiento. Y se supone que es
temporaria, cuando en el lapso de tres aflos, y usando todos los expedientes
posibles de los Sacramentos de la Iglesia y otros remedios, puede efectuarse
una cura. Pero si despu◊s de ese tiempo no pueden curarse por remedio alguno,
entonces se supone que es permanente.
As¤ como la facultad de engendrar puede ser hechizada, as¤ tambi◊n puede
provocarse en la mente humana un amor o un odio desmesurados. Primero
consideraremos la causa de esto, y luego, hasta, donde sea posible, los
remedios.

2 0 5
El filocapcion, amor desmesurado de una persona por otra, puede provocarse
de tres maneras. A veces s‡lo se debe a la falta de control sobre los ojos;
otras a la tentaci‡n de los demonios; otras, a los hechizos de los
nigrom–nticos y brujas, con ayuda de los demonios.
Del primero se habla en Santiago 1, 14, 15: öSino que cada uno es tentado
cuando de su propia concupiscencia es atra¤do . y cebado. Y la concupiscencia,
despu◊s que ha concebido, pare el pecado; y el pecado, siendo cumplido,
engendra muerteõ. Y as¤, cuando Sichem vio a Dina salir a ver a las hijas de la
tierra, la am‡ y la viol‡ y yaci‡ con ella, y su alma se apeg‡ a ella (G◊nesis,
xxxiv). Y aqu¤ la glosa dice que esto ocurri‡ a un esp¤ritu enfermo, porque
ella abandon‡ sus propias ocupaciones para investigar las ajenas, y un alma
as¤ resulta seducida por las malas costumbres, y se ve llevada a aceptar
pr–cticas ilicitas.
La segunda causa nace de la tentaci‡n de los demonios. De esta manera
Amm‡n am‡ a su hermosa hermana Tamar, y tan angustiado, que cay‡
enfermo de amor por ella (II Samuel, am). Pues no pod¤a haber estado tan por
completo corrompido en la mente como para caer en el gran delito del
incesto, a menos de que hubiese sido fuertemente tentado por el demonio. El
libro de los Santos Padres se refiere a este tipo de amor, donde dice que
inclusive en las ermitas se ven expuestos a todas las tentaciones, incluida la
del deseo carnal; pues en ocasiones algunos de ellos fueron tentados por el
amor de mujeres, m–s de lo que es posible creer. San Pablo tambi◊n dice, en II
Corintios, xii: öMe es dado un aguij‡n en mi carne, un mensajero de Satan–s
que me abofeteeõ; y la glosa explica que esto se refiere a la tentaci‡n de la
lascivia. Pero se dice que cuando un hombre no cede a la tentaci‡n, no peca,
sino que es un ejercicio para su virtud; pero esto debe entenderse acerca de la
tentaci‡n del demonio, no de la carne: pues es un pecado venial, aunque un
hombre no ceda a ◊l. Se leer–n muchos ejemplos de ello.
En cuanto a la tercera causa, por la cual el amor desmesurado proviene de
las obras de los demonios y las brujas, la posibilidad de este tipo de brujer¤a
fue considerada de manera exhaustiva en las preguntas de la Primera Parte,
en cuanto a si los demonios, por intermedio de las brujas, pueden llevar la
mente de los hombres a un amor o un odio desmesurados, y se demostr‡ con
ejemplos conocidos por experiencia propia. Por cierto que esta, es la forma
m–s conocida y general de brujer¤a.
Pero podr¤a hacerse la siguiente pregunta: Pedro ha sido presa de un amor
desesperado de esa descripci‡n, pero no sabe si se debe a la primera, la
segunda o la tercera causa. Hay que responder que puede ser obra del demonio
el que surja el odio entre las personas casadas, de modo de provocar el delito
de adulterio. Pero cuando un hombre se encuentra envuelto de tal manera en
las redes del ansia y el deseo carnales, que ni la vergËenza, las palabras, los

2 0 6
golpes o la acci‡n pueden hacerlo desistir de ello; y cuando un hombre
rechaza a su bella esposa para aferrarse a la m–s repugnante de las mujeres,
y cuando no tiene reposo de noche, sino que est– enloquecido, que debe llegar
hasta su querida por medios tortuosos; y cuando se descubre que los de noble
cuna, gobernadores y otros hombres ricos, est–n desdichadamente hundidos
en este pecado (pues esta, ◊poca se encuentra dominada por las mujeres, como
lo predijo San Hildegardo, como Vincent de Beauvais lo registra en Espejo de
la historia, aunque dijo que no durar¤a tanto como ya ha durado); y cuando el
mundo est– ahora repleto de adulterio, en especial entre los de m–s alta
cuna; cuando se considera todo esto, digo, êde qu◊ sirve hablar de remedios a
quienes no los desean? Sin embargo, para satisfacci‡n del lector piadoso,
expondremos en pocas palabras algunos de los pocos remedios para el
filocapcion, cuando no se debe a la brujer¤a.
Avicenna menciona siete remedios que pueden usarse cuando un hombre
enferma f¤sicamente de esta clase de amor; pero son muy poco pertinentes
para nuestra investigaci‡n, s‡lo en la medida en que resulten Âtiles para la
enfermedad del alma. Pues en el Libro III dice que la ra¤z de la enfermedad
puede descubrirse tomando el pulso y pronunciando el nombre del objeto del
amor del paciente; y luego, si la ley lo permite, pueden casarse con ella, y as¤
curarse cediendo a la naturaleza. O pueden aplicarse ciertas medicinas
acerca de las cuales ofrece instrucciones. O el hombre enfermo puede ser
apartado de su amor por remedios l¤citos que le hagan orientar su amor hacia
un objeto m–s digno. O puede eludir su presencia, y as¤ apartar sus
pensamientos de ella. O, si est– en condiciones de ser corregido, se le puede
amonestar y censurar, en el sentido de que ese amor es la, mayor desdicha. O
puede llev–rselo a alguien que, hasta, donde le sea posible con la verdad de
Dios, denigre el cuerpo y la disposici‡n de su amor, y manche de tal modo el
car–cter de ella, que se le aparezca baja y deformada desde todo punto de
vista. O por Âltimo, se le pueden encomendar pesadas tareas que distraigan sus
pensamientos.
En verdad, as¤ como estos remedios pueden curar la naturaleza animal de un
hombre, as¤ tambi◊n pueden ser Âtiles para reformar su esp¤ritu interno. Que el
hombre obedezca la ley de su intelecto antes que la de la naturaleza, que
vuelva su ! amor hacia placeres seguros, que recuerde cu–n moment–neo es –
el deleite de la lujuria y cu–n eterno el castigo, que busque su placer en esa
vida en que las alegr¤as comienzan para no terminar jam–s, y que considere
que si se aferra a su amor terrenal, esa ser– su Ânica recompensa, pero
perder– la bendici‡n del cielo, y ser– condenado al fuego eterno, las tres
p◊rdidas irrecuperables que provienen de la lujuria desenfrenada.
Con respecto al filocapci‡n provocado por la brujer¤a, los remedios
detallados en el par–grafo anterior tambi◊n pueden ser aplicados aqu¤ sin
inconvenientes; en especial los exorcismos con palabras sagradas, que la

2 0 7
propia persona embrujada puede utilizar. Que invoque todos los d¤as al –ngel
guardi–n que le ha designado Dios; que use la confesi‡n y frecuente los
altares de los santos, en especial el de la Virgen Santa, y sin duda quedar–
liberado.
Mas cu–n abyectos son esos hombres fuertes que desechan sus dones
naturales y la armadura de la virtud, y dejan de defenderse; en tanto que las
j‡venes mismas, en su invencible fragilidad, usan las mismas almas
rechazadas para apartar ese 4 tipo de brujer¤a. Damos, en su elogio, uno de
muchos ejemplos. En una aldea campesina cercana a Lindau, en la di‡cesis de
Constanza, hab¤a una doncella crecida, de bella apariencia y de conducta
m–s elegante aun, ante cuya vista cierto hombre de principios disolutos, en
verdad un cl◊rigo, pero no un sacerdote, fue herido por violentas ansias de
amor, y como ya no pod¤a ocultar la herida de su coraz‡n, fue al lugar donde
la joven trabajaba, y con bellas palabras mostr‡ que se encontraba en las
redes del demonio, y comenz‡ por hablar s‡lo por convencer a la joven de
que le concediese su amor. Ella percibi‡, por instinto Divino, lo que ocurr¤a, y
como era casta de mente y cuerpo, le contest‡ con valent¤a: öSeflor, no
vengas a mi casa con tales palabras, pues la modestia misma lo impideõ. A lo –
cual ◊l replic‡: öAunque las dulces palabras no te convencen de que me ames,
te prometo que pronto mis acciones te obligar–n a amarmeõ. Ahora bien, ese
hombre era sospechado de mago y hechicero. La doncella consider‡ sus
palabras como amenazas huecas, y hasta ese momento no sent¤a en s¤ ni una
chispa de amor carnal por ◊l; pero al cabo de un breve tiempo comenz‡ a
tener pensamientos amorosos. Al percibirlo, e inspirada por Dios, busc‡ la,
protecci‡n de la madre de la Merced, y le implor‡, devota, que intercediese
ante Su hijo para ayudarla. Adem–s, ansiosa de gozar de la compafl¤a de
personas piadosas, fue en una peregrinaci‡n a una ermita, donde hab¤a, una
iglesia milagrosamente consagrada en esa di‡cesis a la Madre de Dios. All¤
confes‡ sus pecados, para que ningÂn esp¤ritu maligno pudiese penetrar en
ella, y despu◊s de sus oraciones a la Madre de la Piedad cesaron todas las
maquinaciones del demonio contra ella, y en adelante las malas artes jam–s
volvieron a afectarla.
Ello no obstante, todav¤a existen algunos hombres fuertes, cruelmente
atra¤dos por las brujas hacia ese tipo de amor, de modo que parecer¤a que
nunca pueden contenerse de su desenfrenada lujuria por ellas, pero es muy
frecuente que se resistan virilmente a la tentaci‡n de los atractivos
obscenos y repugnantes, y con las mencionadas defensas superen todas las
artimaflas del demonio.
Un joven adinerado de la ciudad de Innsbruck nos proporciona una, notable
pauta de este tipo de lucha. Las brujas lo importunaban de tal manera, que la
pluma casi no puede describir sus sufrimientos, pero siempre manten¤a el –nimo
en alto, y escapaba por medio de los remedios que hemos mencionado. Por lo

2 0 8
cual puede llegarse a la justa conclusi‡n de que estos remedios son infalibles
contra dicha enfermedad, y que quienes usan tales armas ser–n liberados sin
duda alguna.
Y debe entenderse que lo que dijimos acerca del amor desmesurado tambi◊n se
aplica al odio desenfrenado, ya que la misma disciplina resulta beneficiosa
para los dos extremos opuestos. Pero aunque el grado de brujer¤a es igual en
ambos, existe una diferencia en el caso del odio: la persona odiada debe
buscar otro remedio. Pues el hombre que odia a su esposa y la expulsa de su
coraz‡n, si es un adÂltero, no volver– con facilidad a ella, aunque haga una
peregrinaci‡n.
Ahora bien, por las brujas se ha sabido que provocan ese hechizo de odio por
medio de serpientes, pues ◊stas fueron el poner instrumento del demonio, y en
raz‡n de su maldici‡n heredan el odio a las mujeres; por lo tanto, pueden
causar esos encantamientos colocando la piel o la cabeza de una serpiente
bajo el umbral de una habitaci‡n o casa. Por tal motivo, es preciso examinar
a fondo todos los rincones y recovecos de la casa en que vive tal mujer, y
reconstruirlos lo antes posible; o bien hay que alojarla en otra casa.
Y cuando se dice que los hombres hechizados pueden exorcizarse, debe
entenderse que pueden llevar en torno del cuello las palabras sagradas o
bendiciones o encantamientos, si no ú, son capaces de leer o pronunciar las
bendiciones.

REMEDIOS PRESCRITOS PARA QUIENES, POR ARTES PRESTIDIGITATORIAS,


HAN PERDIDO SU MIEMBRO VIRIL 0 EN APARIENCIA FUERON

E
TRASFORMADOS EN FORMAS ANIMALES
n lo que ya se escribi‡ se mostraron con bastante claridad los
remedios de que se dispone para el alivio de los engaflados por un
hechizo, y que creen que han perdido su miembro viril, o han sido
metamorfoseados en animales. Pues como esos hombres carecen por completo
de la gracia Divina, segÂn la condici‡n esencial de quienes est–n as¤
embrujados, no es posible aplicar un ungËento curativo mientras el arma
sigue clavada en la herida. En consecuencia, ante todas las cosas, deben.,
reconciliarse con Dios por medio de una buena confesi‡n. Adem–s, como se
mostr‡ en esta Segunda Parte, esos miembros. Nunca son arrebatados en
realidad del cuerpo, sino ocultados,, por un hechizo, de los sentidos de la
vista y el tacto. Tambi◊n resulta claro que a quienes viven en gracia no es
f–cil engaflarlos de esa manera, ni activa ni pasivamente, es decir, de tal
modo, que parezcan perder sus miembros o que les parezca que faltan los de
otros. Por lo tanto, en ese cap¤tulo se explica el remedio tanto como la
enfermedad, a saber, que en la medida de lo posible deben llegar a un
entendimiento amistoso con la bruja misiva. En cuanto a quienes piensan que

2 0 9
han sido convertidos en animales, debe saberse que este tipo de brujer¤a se
practica m–s en los pa¤ses orientales que en Occidente; es decir, que en
Oriente las brujas hechizan m–s a menudo a otras personas de esta manera,
pero parece que las brujas se trasforman con m–s frecuencia en nuestra
parte del mundo; cuando se cambian, a plena vista, para adoptar formas de
animales.
Pero en Oriente se usa el siguiente remedio para tales ilusiones. Pues hemos
aprendido mucho acerca de esto, de los Caballeros de la Orden de San Juan de
Jerusal◊n, en Rhodas; y en especial este caso que ocurri‡ en la ciudad de
Salamis, en el reino de Chipre. Pues es un puerto mar¤timo, y una vez, cuando
un nav¤o era cargado con mercanc¤as adecuadas para un barco que part¤a a
pa¤ses extranjeros, y todos sus tripulantes se prove¤an de vituallas, uno de
ellos, un joven fuerte, fue a la casa de una mujer que se encontraba en las
afueras de la ciudad, sobre la costa, y le pregunt‡ si ten¤a huevos para
vender. La mujer, al ver que era un joven fuerte, y un marino mercante
alejado de su propio pa¤s, pens‡ que debido a ello la gente de la ciudad
abrigar¤a menos sospechas si se perdiera, y le dijo:
öEspera un poco, y te conseguir◊ todo lo que quieresõ. Y cuando entr‡ y cerr‡
la puerta, y lo dej‡ esperando, el joven, afuera, le grit‡ que se diese prisa,
pues no quer¤a perder el barco. Entonces la mujer trajo unos huevos y se los
dio al joven, y le dijo que volviera de prisa, para no perder el barco, de modo
que ◊l corri‡ a ◊ste, que se hallaba anclado junto a la costa, y antes de subir
a bordo, ya que no hab¤an regresado sus dem–s compafleros, decidi‡ comer all¤
los huevos, y vigorizarse. Y he ah¤ que una hora m–s tarde qued‡ mudo, como
si careciera del poder del habla; y como dijo m–s tarde, se pregunt‡ qu◊ le
habr¤a ocurrido, pero no pudo saberlo. Pero cuando quiso subir a bordo fue
expulsado con palos por quienes todav¤a quedaban en tierra, y que
exclamaron: öëMira lo que hace ese asno! Maldito sea el animal, no subir–s a
bordoõ. El joven as¤ expulsado, entendi‡, por las palabras de ellos, que
pensaban que era un asno, y reflexion‡ y comenz‡ a sospechar que hab¤a sido
hechizado por la mujer, en especial porque no pod¤a pronunciar una palabra,
aunque entend¤a todo lo que se dec¤a. Y cuando volvi‡ a tratar de subir a
bordo y fue ahuyentado con golpes m–s duros, la amargura de su coraz‡n lo
oblig‡ a quedarse y a ver c‡mo se alejaba el barco. Y as¤, mientras corr¤a de
aqu¤ all–, como todos cre¤an que era un asno, lo trataban como tal. Al cabo,
por fuerza, volvi‡ a la. Casa de la mujer, y; para mantenerse con vida la
sirvi‡ a su placer durante tres aflos, en los cuales no trabajaba, sino que
llevaba a la casa elementos tan necesarios como lefla y trigo, y acarreaba lo
que era preciso trasportar, como un animal de carga. E1 Ânico consuelo que
le quedaba era el de que, aunque todos los dem–s lo confund¤an con los
asnos, las brujas mismas, por separado y juntas, que frecuentaban la casa, lo
reconoc¤an como a un hombre, y pod¤a hablar y comportarse con ellas como

2 1 0
lo har¤a un hombre. Ahora bien, si se pregunta c‡mo le pusieron encima
cargas como si fuese un animal, debemos decir que este caso es an–logo a
aquel del cual habla San Agust¤n. En de Ciuitate Dei, Libro XVIII, cap¤tulo 17,
donde habla de las mujeres de taberna que convert¤an a sus invitados en
animales de carga; y al del padre de Prestancio, quien cre¤a que era un
caballo de carga y acarreaba trigo con otros animales. Pues los engaflos
provocado por este encantamiento son triples.
Primero, en su efecto sobre los hombres que ve¤an al joven,ù no como un
hombre, sino como un asno, los demonios puede usar esto con facilidad.
Segundo, las cargas no eran una ilusi‡n, pero cuando resultaban superiores a
las fuerzas del joven, el demonio las sosten¤a en forma invisible. Tercero, que
cuandoù se encontraba con otros, el propio joven consideraba, por lo menos
en su imaginaci‡n y facultades perceptivas, que sonù facultades
correspondientes a los ‡rganos corporales, que eraù un asno; pero no es su
raz‡n, pues no estaba tan hechizado que no supiese que -era un hombre,
aunque se lo hab¤a engaflado m–gicamente, de modo que imaginara ser un
animal. Nabucodonosor ofrece un ejemplo del mismo engaflo.
Despu◊s de pasar tres aflos de esta manera, al cuarto aflo ocurri‡ que el joven
fue una maflana a la ciudad, seguido desde lejos por la mujer, y pas‡ ante una
iglesia en que se celebraba,: la Santa Misa, y oy‡ sonar la campana en el
momento de la elevaci‡n de la Hostia (pues en ese reino la misa se celebra de
acuerdo con el rito latino, y no el griego). Y se volvi‡ hacia la iglesia, y
como no se atrev¤a a entrar por miedo de ser expulsado con golpes, se
arrodill‡ afuera, doblando las rodillas de las patas traseras y levant‡ las
delanteras, es decir, la manos, unidas sobre su cabeza de asno, como se
consideraba que lo era, y contempl‡ la elevaci‡n del Sacramento. Y cuando
algunos mercaderes genoveses vieron este prodigio, siguieron asno con
asombro, discutiendo entre s¤ esa maravilla. Y he aqu¤ que la bruja lleg‡ y
apale‡ al asno. Y dado que, como dijimos, este tipo de brujer¤as es mejor
conocido en esas partes, por instancia de los mercaderes el asno y la bruja.
Fueron lleva ante el juez, donde, interrogada y torturada, ella confes‡ s
delito y prometi‡ devolver su verdadera forma al joven, si le permit¤a
regresar a su casa. Con lo cual se la despidi‡, regres‡ a su hogar, donde el
joven recuper‡ su forma anterior y arrestada una vez m–s, ella pag‡ la
deuda que merec¤an delitos. Y el joven volvi‡ alegremente a su pa¤s natal.

REMEDIOS PRESCRITOS PARA QUIENES PADECEN DE OBSESION ES DEBIDO


A ALG½N ENCANTAMIENTO

Y
a hemos mostrado que algunos demonios, por medio d artes de
brujer¤a habitan en esencia dentro de ciertos hombre y por qu◊ lo
hacen, a saber: que puede ser por algÂn grave delito del hombre

2 1 1
mismo, y para su propio beneficio final; o en ocasiones, por una leve falta de
otro hombre; a veces, por el pecado venial del hombre; y otras, por un pecado
grave de otro. Por cualquiera de estas razones, y en diversos grados, un
hombre puede ser pose¤do por el demonio. En su Formicarius, Nider afirma que
no es de extraflar que los demonios, a instancias de las brujas y con permiso de
Dios, se apoderen, en sustancia, de los hombres.
Tambi◊n resulta claro cu–les son los remedios con que es posible liberar a
esos hombres, es decir: por los exorcismos de la iglesia, y por una verdadera
contrici‡n y confesi‡n, cuando un hombre es pose¤do por un pecado mortal.
Un ejemplo es la forma en que qued‡ libre el sacerdote de Bohemia. Pero
adem–s existen otros tres remedios que son de gran virtud: la Sagrada.
Comuni‡n de la Eucarist¤a, la visita de altares y las oraciones de santos
varones, y la anulaci‡n de la sentencia de excomuni‡n. De ellos hablaremos,
aunque son expuestos con claridad en los discursos de los Doctores, ya que
no todos tienen f–cil acceso a los tratados necesarios. En su Colaci‡n de los
abates, Casiano habla de la Eucarist¤a con las siguientes palabras: no
recordamos .que nuestros mayores prohibiesen nunca la, administraci‡n de la
Sagrada Comuni‡n a los pose¤dos por los esp¤ritus malignos; inclusive deber¤a
serles administrada todos los d¤as, si ello es posible. Pues debe creerse que es
de gran virtud en la purificaci‡n y protecci‡n del alma y del cuerpo; y cuando
un hombre la recibe, el mal esp¤ritu que afecta sus miembros o se agazapa
oculto en ellos, es expulsado como si se lo quemase con fuego. Y hace poco
vimos que el abate Andr‡nico se cur‡ de esa manera; y el demonio ruge de
loca furia cuando se siente expulsado por la medicina celestial, y trata de
infligir sus torturas con m–s intensidad y frecuencia, ya que se siente cada
vez m–s alejado por este remedio espiritual. As¤ dice San Juan Casiano.
Y adem–s agrega: hay que creer en dos cosas con firmeza. Primero, que sin
permiso de Dios nadie es pose¤do por estos esp¤ritus. Segundo, que todo lo que
Dios permite que nos ocurra, ya sea que parezca tristeza o alegr¤a, es
enviado para nuestro bien, por un Padre afectuoso y un M◊dico piadoso. Pues
los demonios; por decirlo as¤, son maestros de humildad, de modo que quienes
descienden de este mundo pueden ser purificados para la vida eterna o
sentenciados al dolor de su castigo; y tales, segÂn San Pablo, son entregados
en la vida actual a Sat–n para la destrucci‡n de la carne, con el fin de que
el espiri pueda salvarse en el d¤a del Seflor Jesucristo.
Pero aqu¤ surge una duda. Porque San Pablo dice: que hombre se examine, y as¤
coma de ese Pan. Y entonces, êc‡mo puede comulgar un hombre pose¤do, ya
que no tiene uso de raz‡n? Santo Tom–s responde a esto en su Tercera Parte,
pregunta 80, diciendo que existen diversos grados de locura. Porque decir que
un hombre no tiene uso de la raz‡n puede significa dos cosas. En un caso posee
un d◊bil poder de raciocinio, col se dice que un hombre ciego lo es cuando, sin
embargo, puede ver de manera imperfecta. Y como tales hombres pueden unir

2 1 2
hasta cierto punto, a la devoci‡n de este Sacramento, no posible neg–rselo.
Pero se dice que otros est–n locos porque lo han sido desde el nacimiento, y
esos no pueden participar del Sacramento ya que en modo alguno son capaces
de dedicarse a una devota preparaci‡n para ◊l.
O tal vez no siempre han carecido del uso de su raz‡n,, entonces, si cuando
estaban cuerdos parec¤an apreciar la devoci‡n debida al Sacramento, hay
que administr–rselo cuando est–n al borde de la muerte, a menos de que se
tema que vomiten o escupan.
La siguiente decisi‡n la registra el Consejo de Cartago pregunta, 6). Cuando
un enfermo desea confesar, y si a la gada del, sacerdote su enfermedad lo
enmudece, o cae en Tren quienes lo oyeron hablar deben prestar su
testimonio. Y si lo considera al borde de la muerte, que se reconcilie con por
la imposici‡n de manos y la colocaci‡n del. Sacramento su boca. Santo Tom–s
tambi◊n dice que el mismo procedimiento puede utilizarse con personas
bautizadas, atormentadas f¤sicamente por esp¤ritus impuros, y con otras
personas que padece de perturbaciones mentales. Y agrega en el Libro IV,
dist, que la comuni‡n no debe negarse a los demon¤acos, a me que exista la
certeza de que el demonio los tortura por al delito. A esto agrega Pedro de,
Paludes: öEn este caso se debe considerar como personas excomulgadas y
entregadas a Sat–nõ.
Pues es claro que, aunque un hombre sea pose¤do por diablo por sus propios
cr¤menes, tiene intervalos lÂcidos, y mi tras posee uso de su raz‡n, es contrito
y confiesa sus puesto que se lo absuelve a la vista de Dios, y en modo al debe
ser privado de la Comuni‡n del Divino Sacramento de Eucarist¤a.
En las Leyendas de los Santos se ve c‡mo puede liben a los posesos por medio
de intercesiones y oraciones a los santos. Pues por los m◊ritos de los santos,
m–rtires, confesores y v¤rgenes, los esp¤ritus impuros son sometidos por sus
oraciones en el pa¤s en que viven, tal como los santos los sometieron en su
viaje terrenal.
De la misma manera leemos que las devotas oraciones de los viajeros
obtuvieron muchas veces la liberaci‡n de los posesos. Y Casiano los insta a
rezar por ellos, y dice: öSi sostenemos la opini‡n, o m–s bien la fe acerca de
la cual escrib¤ m–s arriba, de que todo es enviado por el Seflor, para bien de
nuestra alma y mejoramiento del universo, en modo alguno despreciaremos a
los pose¤dos, sino que oraremos sin cesar por ellos, lo mismo que por
nosotros, y nos apiadaremos de ellos con todo el coraz‡nõ.
En cuanto al Âltimo m◊todo, el de liberar al sufriente de la excomuni‡n, debe
saberse que es raro, y s‡lo lo practican legalmente quienes poseen autoridad
y est–n informados, por una revelaci‡n, de que el hombre se encuentra
pose¤do a consecuencia de la excomuni‡n de la iglesia; tal fue el caso del
fornicador corintio (I Corintios, v), excomulgado por San Pablo y la iglesia,

2 1 3
y entregado a Sat–n para la destrucci‡n de la carne, que su esp¤ritu pod¤a ser
salvo en el d¤a de nuestro Seflor JES½S Cristo; es decir, como dice la glosa, ya
sea para la iluminaci‡n de la gracia por contrici‡n o por juicio.
Y entreg‡ a Sat–n a los falsos maestros que hab¤an perdido la fe, tales como
Himeneo y Alejandro, para que aprendiesen a no blasfemar (I Timoteo, I). Pues
tan grandes eran el poder y la gracia de San Pablo, dice la glosa, que con las
simples palabras de su boca pod¤a entregar a Sat–n a quienes se hab¤an
alejado de la fe.
Santo Tom–s (IV, 18) ensefla lo que sigue acerca de los tres efectos de la
excomuni‡n. Si un hombre, dice, es privado de las oraciones de la iglesia, sufre
una triple p◊rdida correspondiente a los beneficios que pertenecen a quien se
encuentra en comuni‡n con la iglesia. Pues los excomulgados quedan
privados de la fuente de la cual fluye un aumento de gracia para quienes la
poseen, y un medio de obtener gracia para quienes no la tienen; y privados de
la gracia, tambi◊n pierden el poder de conservar su rectitud, aunque no debe
considerarse que est◊n excluidos por entero de la, providencia de Dios, sino
s‡lo de esa providencia especial que vigila a los hijos de la iglesia; y tambi◊n
pierden una gran fuente de protecci‡n contra el Enemigo, pues se concede al
demonio un mayor poder para daflar a esas hombres, tanto en su esp¤ritu como
en su cuerpo. Porque en la iglesia primitiva, cuando los hombres deb¤an ser
atra¤dos a la fe por medio de signos, tal como el Esp¤ritu Santo se hac¤a
manifiesto por un signo visible, as¤ tambi◊n una afecci‡n f¤sica producida por
el demonio era un signo visible en un hombre excomulgado. Y no es impropio
que un hombre cuyo caso no es tan desesperado sea entregado a Sat–n.
Porque no se lo entrega al demonio como alguien que debe ser condenado,
sino parra ser corregido, ya que la iglesia, cuando lo desea, tiene el poder de
volver a librarlo de las manos del diablo. As¤ dice Santo Tom–s. Por lo tanto,
la anulaci‡n del acta de excomuni‡n, cuando un exorcista discreto la usa
con discreci‡n, es un remedio adecuado para los posesos.
Pero Nider agrega que el exorcista debe cuidar en especial `de utilizar sus
poderes en forma demasiado presuntuosa, o del. Bromear o hacer chanzas con
la seria obra de Dios, o agregarle algo que huela a superstici‡n o brujer¤a,
porque de lo contrario` no podr– escapar al castigo, como lo demuestra con
un ejemplo.
Pues el Beato Gregorio, en su Primer di–logo, habla de cierta mujer que,
contra su conciencia, cedi‡ a las persuasiones de su esposo, de participar en
las ceremonias de vigilia de la dedicaci‡n de la iglesia de San Sebasti–n. Y
como se uni‡ a la procesi‡n contra su conciencia, qued‡ pose¤da y enfureci‡
en pÂblico. Cuando el sacerdote de la iglesia vio esto, tom‡ la tela del altar y
la cubri‡ con ella; y el demonio penetr‡ de pronto en ese, sacerdote. Y porque
hab¤a presumido de fuerzas superiores a las que pose¤a, sus tormentos lo

2 1 4
obligaron a revelar qui◊n era. As¤` dice San Gregorio.
Y para mostrar que no es posible permitir que un esp¤ritu . de broma impregne
el santo oficio del exorcismo, Nider cuenta: que en un monasterio de Colonia
vio a un hermano que se complac¤a en hablar en broma. Pero que era famoso
expulsor de demonios. Este hombre expulsaba a un demonio del cuerpoù de un
hombre pose¤do, en el monasterio, y el diablo le pidi‡ que le dijese algÂn lugar
a donde pudiera ir. Esto complaci‡ al Hermano, y dijo en broma: öV◊ a mi
excusadoõ. Y entonces e1 demonio sali‡, y por la noche, cuando el Hermano
quiso ir aliviar su vientre, el demonio lo atac‡ con tal salvajismo en
excusado, que con dificultades escap‡ indemne.
Pero es preciso cuidar en especial que los obsesionados por brujer¤a no se
vean inducidos a visitar a brujas para ser curados. Porque San Gregorio dice
luego, acerca de la mujer que acabamos de mencionar: sus parientes y quienes
la amaba en la carne la llevaron a algunas brujas para que la curase
quienes la condujeron a un r¤o y la hundieron en el agua con muchos
encantamientos; ante lo cual fue presa de violentas sacudidas, y en lugar de
expulsar a un demonio, toda una legi‡n entr‡ en ella, y la mujer rompi‡ a
gritar con las diversas voces de ellos. Por lo tanto sus parientes confesaron
lo que hab¤an hecho, y con gran pena la llevaron ante el santo obispo
Fortunato, quien por medio de oraciones y ayunos diarios le devolvi‡ por
entero la salud.
Pero como se dijo que los exorcistas deben cuidarse de utilizar nada que huela
a superstici‡n o brujer¤a, algÂn exorcista podr– dudar de si es licito usar
ciertas hierbas y piedras no consagradas. En respuesta, decimos que es mucho
mejor si las hierbas est–n consagradas; pero si no, no es supersticioso usar
determinada hierba llamada demon¤fugo, o inclusive las propiedades
naturales de las piedras. Pero no debe pensar que expulsa a los demonios por
el poder de ellas, porque entonces caer¤a en el error de creer que puede usar
otras hierbas y encantamientos de la misma manera; y este es el error de los
nigrom–nticos, que creen que pueden ejecutar este tipo de tarea por medio de
las virtudes naturales y desconocidas de tales objetos.
Por lo tanto Santo Tom–s dice, Libro IV, dist. 7, Âltimo articulo: öNo debe
creerse que los demonios est◊n sometidos a poderes corp‡reosõ. Y por lo tanto
no son Influidos por invocaciones o acto alguno de brujer¤a, salvo en la
medida en que hayan firmado un pacto con una bruja. De esto habla Isa¤as,
(xxvm): öConcierto tenemos hecho con la muerte, e hicimos acuerdo con la
sepulturaõ. Y de tal modo explica el pasaje de Job, xvi: öêSacar–s t al
Leviat–n con el anzuelo?õ, y las palabras que siguen. Porque dice: si se
considera con correcci‡n todo lo que se dijo antes, parecer– que corresponde
a la presunci‡n her◊tica de los nigrom–nticos cuando alguien intenta un
convenio con los demonios, o someterlos de alguna otra manera a su

2 1 5
voluntad.
Despu◊s de demostrar, entonces, que un hombre no puede superar al demonio
por su propio poder, termina diciendo: pon tu mano sobre ◊l, pero entiende que,
si posees algÂn poder, todav¤a es dominado por la virtud Divina. Y agrega:
recuerda la batalla que entablo contra ◊l; es decir, poniendo el presente en
lugar del futuro, luchar◊ contra ◊l en la Cruz, donde el leviat–n ser–
atrapado con un anzuelo, es decir, por la divinidad oculta bajo el cebo de la
humanidad, ya que pensar– que nuestro Salvador es s‡lo un hombre. Y despu◊s
dice: no hay poder en la tierra que se le compare; por lo cual se entiende que
ningÂn poder f¤sico puede igualar al poder del demonio, que es puramente
espiritual. As¤ dice Santo Tom–s.
Pero un hombre pose¤do por un demonio puede ser aliviado de modo indirecto
por el poder de la mÂsica, como SaÂl por el arpa de David, o de una hierba, o
de cualquier otra sustancia corp‡rea que contenga alguna virtud natural. Y
por lo tanto pueden usarse esos remedios, como es posible argumentar por
medio de la autoridad y de la raz‡n. Porque Santo Tom–s, XXVI, 7, dice que
pueden usarse piedras y hierbas para el alivio de un hombre pose¤do por el
demonio. Y est–n las palabras de San Jer‡nimo.
Y en cuanto al pasaje de Tob¤as, donde un –ngel dice: luego de tocar el
coraz‡n y el h¤gado (que se sacaron de un pez), si un demonio o un esp¤ritu
maligno molestan a alguien, debemos hacer con ellos un humo delante del
hombre o la mujer, y ya no ser–n molestados: Santo Tom–s dice: öNo debemos
asombrarnos de esto, porque el huno de cierto –rbol, cuando es quemado,
parece poseer la misma virtud, como si tuviese cierto sentido espiritual, o
poder de oraci‡n espiritual para el futuroõ.
De la misma -opini‡n son el Beato Alberto, en su comentario de San Lucas, ix,
y Nicol–s de Lira y Pablo de Burgos, sobre I Samuel, xvi. El homilista
nombrado en Âltimo lugar llega a la siguiente conclusi‡n: que debe admitirse
que los pose¤dos por un demonio, no s‡lo pueden ser aliviados, sino liberados
por completo, por medio de cosas materiales, entendiendo que en este Âltimo
caso no son molestados en exceso. Y lo demuestra razonando como sigue: los
demonios. No pueden modificar la materia corporal a voluntad, sino s‡lo
mediante la conjunci‡n de agentes activos y pasivos complementarios, como
dice Nicol–s. De la misma manera, un objeto material puede provocar en el
cuerpo humano una disposici‡n que lo vuelva susceptible a las acciones del
demonio. Por ejemplo, segÂn los m◊dicos, la man¤a predispone a un hombre, en
gran medida, a la demencia, y por consiguiente, a la obsesi‡n demon¤aca. Por
ende, si en tal caso se elimina el agente pasivo de predisposici‡n, se seguir–
que quedar– curada la afecci‡n activa del demonio.
Bajo esta luz podemos considerar el h¤gado de pescado; y la mÂsica de David,
por la cual SaÂl fue al comienzo aliviado, y luego liberado por entero del

2 1 6
esp¤ritu maligno. Porque dice: öY el mal esp¤ritu se alej‡ de ◊lõ. Pero no
concuerda con el significado de las Escrituras decir que esto se hizo por los
m◊ritos u oraciones de David; porque las Escrituras nada dicen al respecto,
en tanto que habr¤an hablado muy en su alabanza, si as¤ hubiese sido. Este
razonamiento lo tomamos de Pablo de Burgos. Tambi◊n est– la raz‡n que
vimos en la Primera Parte: que SaÂl fue liberado porque el arpa prefiguraba
la virtud de la Cruz en que estaban clavados los Sagrados Miembros del
Cuerpo de Cristo. Y all¤ se escriben m–s cosas que pueden ser consideradas
con esta investigaci‡n. Pero s‡lo terminaremos diciendo que no es
supersticioso el empleo de cosas materiales en exorcismos l¤citos. Y ahora
hablemos de los propios exorcismos.

REMEDIOS PRESCRITOS, A SABER: LOS EXORCISMOS LICITOS DE LA


IGLESIA PARA TODA CLASE DE ENFERMEDADES Y DOLENCIAS DEBIDAS A
LA BRUJERýA; Y EL MÃTODO DE EXORCIZAR A QUIENES ESTÐN
EMBRUJADOS

Y
a se dijo que las brujas pueden afectar a los hombres con todo tipo
de enfermedades f¤sicas; por lo tanto puede entenderse como regla
general que los diversos remedios verbales o pr–cticos aplicables
en el caso de las enfermedades que acabamos de estudiar son tambi◊n
aplicables para todas las otras, tales como la epilepsia o la lepra. Y como los
exorcismos legales se cuentan entre dos remedios verbales, y muy a menudo
han sido considerados por nosotros, puede v◊rselos como un tipo general de
esos remedios; y hay tres asuntos que deben considerarse respecto de ellos.
Primero, debemos juzgar si una persona que no ha sido ordenada como
exorcista, como por ejemplo un lego o un cl◊rigo secular, puede l¤citamente
exorcizar a los demonios y sus obras. Unidos a este interrogante hay otros
tres: a saber, primero, qu◊ constituye la legalidad de esta pr–ctica; segundo,
las siete condiciones que deben observarse cuando se desea hacer uso
personal de encantamientos y bendiciones; y tercero, c‡mo se debe exorcizar
la enfermedad y conjurar al demonio. Segundo, debemos considerar qu◊ es
preciso hacer cuando el exorcismo no produce una gracia curativa. Tercero,
es preciso estudiar los remedios pr–cticos y no verbales, junto con la
soluci‡n de ciertos argumentos.
En cuanto a lo primero, tenemos la opini‡n de Santo Tom–s en el Libro IV,
dist. 23. Dice: cuando un hombre es ordenado como exorcista o en cualquier
otra de las ‡rdenes menores, se le confiere el poder de exorcismo en su
condici‡n oficial; y este poder puede ser usado l¤citamente, inclusive por
quienes no pertenecen a una orden, pero no lo ejercen en condiciones
oficiales. De mismo modo, la misa puede decirse una casa no consagrada,
aunque el prop‡sito de consagrar u iglesia es que la misa se diga all¤; pero

2 1 7
esto se debe m–s la gracia que existe en los rectos, que a la gracia del
Sacramentos
De estas palabras podemos extraer la conclusi‡n de q aunque es bueno que en
la liberaci‡n de una persona embrujada se recurra a un exorcista autorizado
a exorcizar esos encantamientos, en otras ocasiones, otras personas
devotas, con o sin exorcismos, pueden eliminar ese tipo de enfermedades.
Pues o¤mos hablar de cierta virgen pobre y muy devota uno de cuyos amigos
fue gravemente embrujado en su pie, modo que a los m◊dicos les result‡ claro
que ninguna medieù podr¤a curarlo. Pero ocurri‡ que la virgen fue a visitar al
enfermo, y ◊ste le pidi‡ en seguida que aplicase alguna bendici‡n a su pie. Ella
consinti‡, y no hizo otra cosa que pronunciar e silencio la Oraci‡n del Seflor
y el Credo de los Ap‡stoles, a vez que utilizaba el signo de la Cruz, dador de
vida. Entone el enfermo se sinti‡ curado en el acto, y para contar con
remedio para el futuro, pregunt‡ a la virgen qu◊ hechizos hab¤a causado.
Pero ella, respondi‡: öEres de poca fe, y no te atienes a las santas y l¤citas
pr–cticas de la iglesia, y a menuda aplicas encantos y remedios prohibidos a
tus enfermedades; e consecuencia, pocas veces tienes salud en tu cuerpo,
porque siempre est–s enfermo del alma. Pero si depositaras tu confianza en la
oraci‡n y en la eficacia de los s¤mbolos l¤citos, s menudo te curar¤as con
suma facilidad. Porque yo no hice m–s que repetir la Oraci‡n del Seflor y el
Credo de los Ap‡stoles, y ahora est–s curadoõ. Los ejemplos plantean la duda
de si no existe ninguna eficacia en otras bendiciones y encantamientos, y aun
en conjuraciones por medio de exorcismos, pues en este relato parecen
condenados. Contestamos que la virgen s‡lo conden‡ los encantamientos
il¤citos y las conjuraciones y exorcismos ilegales.
Para entender esto Âltimo debemos considerar c‡mo originaron, y c‡mo se
lleg‡ a abusar de ellos. Pues en su origen eran sagrados, pero as¤ como por
medio del demonio y los hombres malignos todas las cosas pueden ser
mancilladas, as¤ tambi◊n ocurri‡ con estas palabras sagradas. Porque en el
Âltimo cap¤tulo de San Marcos se dice acerca de los Ap‡stoles y santos
varones: en Mi Nombre expulsar–n a los demonios; y visitaron a los enfermos
y rezaron sobre ellos las palabras sagradas; y en tiempos posteriores los
sacerdotes usaban ritos parecidos, en forma devota; por lo cual hoy pueden
encontrarse, en iglesias antiguas, oraciones devotas y exorcismos sagrados
que los hombres pueden usar o sufrir, cuando se los aplica por hombres
piadosos, tal como antes sol¤a hacerse, sin supersticiones; tal como ahora,
existen hombres sabios y Doctores de la Teolog¤a sagrada, que visitan a los
enfermos y usan esas palabras pes, la acci‡n, no s‡lo de los demoniacos, sino
tambi◊n de otras enfermedades.
Mas, ëay!, los hombres supersticiosos, al igual que ◊stos, han encontrado
muchos remedios vanos e il¤citos que en estos d¤as emplean para hombres y

2 1 8
animales enfermos; y e1 clero se ha vuelto demasiado perezoso para seguir
usando las palabras licitas, cuando visita a los enfermos. En este aspecto,
Guillermo Duranti, el comentarista de San Raimundo, dice que esos
exorcismos legales pueden ser usados por un sacerdote religioso y discreto, o
por un lego, o aun por una mujer de buena vida y discreci‡n probada; o por el
ofrecimiento de oraciones licitas a los enfermos. Pues el Evangelio dice:
colocar–n sus manos sobre los enfermos, etc. Y a esas personas no se les debe
impedir que practiquen de tal manera; salvo, tal vez, que se tema que,
siguiendo su ejemplo, otras personas indiscretas y supersticiosas puedan hacer
un uso inadecuado de los encantamientos. A estos adivinos supersticiosos
conden‡ la virgen que mencionamos, cuandoß dijo que quienes los
consultaban ten¤a una fe d◊bil, es decir, mala. Ahora bien, para .la
aclaraci‡n de este asunto se pregunta c‡mo es posible saber si las palabras de
esos encantamientos y bendiciones son l¤citas o supersticiosas, y c‡mo debe
utiliz–rselas, y si el demonio puede ser conjurado y exorcizadas las
enfermedades.
En primer lugar, en la religi‡n cristiana se dice que es l¤cito lo que no es
supersticioso; y se dice que es supersticioso lo que se encuentra por encima de
la forma prescrita de religi‡n (V◊ase Colosenses) cosas que en verdad tienen
apariencia de sabidur¤a en la superstici‡n; acerca de lo cual la glosa dice: la
superstici‡n es religi‡n indisciplinada, o sea, religi‡n observada con m◊todos
defectuosos y en circunstancias malignas.
Adem–s, es superstici‡n todo lo que la tradici‡n humana, sin autoridad
superior, ha hecho para usurpar el nombre de religi‡n, como la interpolaci‡n
de himnos en la Santa Misa, la alteraci‡n del Prefacio de los R◊quiems, la
abreviaci‡n del Credo que se debe entonar en la misa, el confiar en un
‡rgano antes que en el coro para la mÂsica, el olvido de la presencia de un
Servidor en el Altar, y otras pr–cticas por el estilo. Pero para volver a
nuestro punto, cuando una obra se hace en virtud de la bendici‡n cristiana,
como cuando alguien desea curar al enfermo por medio de oraciones y
bendiciones y palabras sagradas (que es lo que estamos considerando), esa
persona debe observar siete condiciones gracias a las cuales tales
bendiciones resultan l¤citas. Y aunque utilice adjuraciones, por intermedio de
la virtud del Divino Nombre, y por la virtud de las obras de Cristo, Su
Natividad, Pasi‡n y Preciosa Muerte, con las cuales el demonio fue dominado
y expulsado, tales bendiciones y encantamientos y exorcismos se
considerar–n l¤citos, y quienes los practican son exorcistas o encantadores
legales. V◊ase en San Isidoro, Etim. VIII, los encantadores cuyo arte y
destreza reside en el uso de palabras.
Y la primera de estas condiciones, como sabemos por Santo Tom–s, es que
nada debe haber en las palabras que insinÂe una invocaci‡n expresa o t–cita
de los demonios. Si existiera, no cabe duda de que ser¤a il¤cita. Si fuera t–cita,

2 1 9
podr¤a consider–rsela a la luz de la intenci‡n, o a la del hecho; en la de la
intenci‡n, cuando quien actÂa no se preocupa de si quien lo ayuda es Dios o el
demonio, siempre que logre su resultado deseado; en la del hecho, cuando una
persona no tiene aptitud natural para ese trabajo, pero crea algÂn medio
artificial, y de ◊stos no s‡lo deben ser jueces los m◊dicos y los astr‡nomos,
sino en especial los Te‡logos. Porque de esa manera trabajan los
nigromantes, fabricando im–genes y anillos y piedras por medios artificiales,
que carecen de virtudes naturales para lograr los resultados que a menudo
esperan, por lo cual el demonio debe ocuparse de sus obras.
S e g u n d o , -las bendiciones o encantamientos no deben contener nombres
desconocidos, porque segÂn San Juan Cris‡stomo, ◊stos tienen que ser
considerados con temor, no sea que oculten alguna materia de superstici‡n.
T e r c e r o , no tiene que haber en las palabras nada que no sea cierto, pues si
lo hay, su efecto no puede provenir de Dios, Quien no es testigo de una
mentira. Pero en sus encantamientos algunas ancianas usan coplillas como
la que sigue: Santa MARýA fue a pasear por el r¤o Jord–n. Esteban la
encontr‡ y se pusieron a conversar, etc◊tera. Cuarto, no debe haber
vanidades, ni caracteres escritos, aparte de la Seflal de la Cruz. Por lo tanto
quedan condenados los talismanes que los soldados suelen llevar.
Q u i n t o , no debe ponerse fe en el m◊todo de escribir o leer o atar el amuleto
en torno de una persona, o de cualquiera de esas vanidades, que nada tiene
que ver con la reverencia a Dios, sin la cual e1 encantamiento es por
completo supersticioso.
S e x t o , al citar y pronunciar las Palabras Divinas y de las Sagradas
Escrituras, s‡lo debe prestarse atenci‡n a las propias palabras sagradas y a
su significado, y a la reverencia a Dios, ya sea que el efecto se busque en la
Virtud Divina, o de las reliquias de los santos, que son un poder secundario,
dado que su virtud surge primitivamente de Dios.
S ◊ p t i m o , el efecto buscado debe quedar en manos de la Voluntad Divina,
pues Ã1 sabe si es mejor que un hombre se cure o siga enfermo, o muera. Esta
condici‡n fue establecida por Santo Tom–s. De modo que podemos llegar a la
conclusi‡n de que si no se viola ninguna de estas condiciones, el
encantamiento ser– licito. Y Santo Tom–s escribe en este sentido, sobre el
Âltimo cap¤tulo de San Marcos: öY estas seflales seguir–n a los que creyeren;
en mi nombre echar–n fuera demonios; quitar–n serpientesÈ. De ello resulta
claro que, si se observan las condiciones precedentes, es legal mantener
alejadas a las serpientes por medio de las palabras sagradas.
Santo Tom–s dice luego: las palabras de Dios no son menos santas que las
Reliquias de los Santos. Como dice San Agust¤n: la palabra de Dios no es
menos que el Cuerpo de Cristo. Pero todos convienen en que es legal llevar
encima, con reverencia, las Reliquias de los Santos. En consecuencia,

2 2 0
invoquemos por todos los medios el nombre de Dios mediante el debido uso de
la Oraci‡n del Seflor y la Salutaci‡n Ang◊lica, con Su Nacimiento y Pasi‡n,
Sus Cinco Heridas y las Siete Palabras que pronunci‡ en la Cruz, la
Inscripci‡n triunfante, los tres clavos y las otras armas del ej◊rcito de
Cristo contra el demonio y sus obras. Con todos estos medios es licito
trabajar, y debemos depositar nuestra confianza en ellos, y dejar el resultado
a la voluntad de Dios.
Y lo que se dijo sobre alejar a las serpientes rige tambi◊n para otros
animales, siempre que la atenci‡n se fije s‡lo en las palabras sagradas y en
la Virtud Divina. Pero debe usarse gran cuidado en encantamientos de esta
naturaleza. Porque Santo Tom–s dice: esos adivinadores utilizan a menudo
observancias il¤citas, y obtienen efectos m–gicos por medio del demonio, en
especial en el caso de la serpiente, porque ◊sta fue el primer instrumento del
diablo, con el cual engafl‡ a la humanidad.
Pues en la ciudad de Salzburgo exist¤a cierta imagen que un d¤a, a la vista de
todos, quiso encantar a todas las serpientes de determinado pozo, y matarlas
a todas en un kil‡metro a la redonda. As¤ que reuni‡ a todas las semientes, y
◊l mismo se encontraba sobre el pozo, cuando por Âltimo lleg‡ una enorme y
horrible serpiente que no quiso entrar en el hoyo. Esta serpiente hacia
seflales al hombre, de que la dejase ir y arrastrarse a donde quisiera, pero ◊l
no ces‡ en sus encantamientos, e insisti‡ en que, como todas las dem–s
serpientes hab¤an entrado en el pozo y muerto all¤, lo mismo deb¤a hacer esa
horrible serpiente. Pero ◊sta se encontraba en el lado opuesto del hechicero,
y de pronto salt‡ sobre el pozo, y cay‡ encima del hombre, y se le enrosc‡ en
el vientre, y lo arrastr‡ consigo al hoyo, donde ambos murieron. De esto
puede verse que s‡lo con un fin Âtil, tal como el de alejarlas de las casas de
los hombres, pueden practicarse esos encantamientos, y se los debe hacer con
la Virtud Divina, en temor a Dios y con reverencia.
En segundo lugar debemos considerar c‡mo es preciso emplear los exorcismos
o encantamientos de este tipo, y si se los debe usar en torno del cuello o
cosidos a las ropas. Podr¤a parecer que tales pr–cticas son ilegales, pues San
Agust¤n, en el Segundo libro de la doctrina cristiana: öExisten mil recursos
m–gicos y amuletos y talismanes que son todos supersticiosos, y la Escuela de
Medicina los condena a todos, ya se trate de encantamientos, o de ciertas
marcas que se denominan caracteres, o amuletos grabados para ser llevados
en torno del cuelloõ.
Y tambi◊n San Juan Cris‡stomo, al comentar San Mateo, dice: algunas
personas usan alrededor del cuello una porci‡n escrita del Evangelio. êPero
acaso el Evangelio no se lee todos los d¤as en la iglesia, y no lo escuchan
todos? êDe qu◊ ayuda le ser– entonces a un hombre el usar el Evangelio al
cuello, cuando no obtuvo beneficios de escucharlo con los o¤dos? êPues en

2 2 1
qu◊ consiste la virtud del Evangelio: en los caracteres de sus letras o en el
significado de sus palabras? Si en los caracteres, hacen bien en colgarlos del
cuello; pero si en el significado, sin duda es m–s beneficioso cuando se
implanta en el coraz‡n que cuando se usa en torn‡ del cuello.
Pero por otro lado, los Doctores responden como sigue, en especial Santo
Tom–s, cuando pregunta si es il¤cito colgar palabras sagradas del cuello. Su
opini‡n es que en todos los talismanes y escritos as¤ usados hay que evitar
dos cosas.
Primero, en lo escrito no debe haber nada que huela a invocaci‡n de los
demonios, porque entonces es manifiestamente supersticioso e il¤cito, y debe
ser considerado como una apostas¤a de la fe, como ya se dijo muchas veces.
Del mismo modo, en consonancia con las siete condiciones precedentes, no
debe contener nombres desconocidos. Pero si se evitan estas dos trampas, es
legal colocar esos amuletos en los labios del enfermo, y que ◊ste los lleve
consigo. Pero los Doctores condenan su uso en un sentido, a saber, cuando un
hombre presta mayor atenci‡n a los simples signos de las letras escritas, que
a su significado, y tiene m–s confianza en ellos.
Puede decirse que un lego que no entiende las palabras no puede prestar
atenci‡n a su significado. Pero basta con que ese hombre fije sus pensamientos
en la Virtud Divina, y deje que ◊sta haga lo que parezca bien a Su Merced.
En tercer lugar, debemos considerar si es preciso conjurar al demonio y
exorcizar la enfermedad al mismo tiempo, o si habr– que observar un orden
diferente, o si una de estas operaciones puede efectuarse sin la otra. Hay
varios puntos que considerar. Primero, si el diablo est– siempre presente
cuando el enfermo se encuentra aquejado. Segundo, qu◊ tipo de cosas son
capaces de ser exorcizadas o remediadas. Tercero, el m◊todo de exorcismo. En
cuanto al primer punto, parecer¤a, segÂn el pronunciamiento de San Juan
Damasceno; que el diablo est– donde actÂa, que el demonio se encuentra
siempre presente en el enfermo, cuando lo ataca. Adem–s, en la historia de
San Bartolom◊, parece que un hombre s‡lo se libera del demonio cuando se
cura de su enfermedad. Pero esto puede contestarse como sigue. Cuando se
dice que el demonio est– presente en un enfermo, ello puede entenderse de dos
maneras: bien que est– presente en persona, o que se encuentra presente en el
efecto que caus‡. En el primer sentido, est– presente cuando provoca la
enfermedad; en el segundo, se dice que est– presente, no en persona, sino en el
efecto. De esta manera, cuando los Doctores preguntan si el demonio habita
en esencia al hombre que comete pecado mortal, dicen que no est– presente
en persona, sino s‡lo en efecto; tal como se afirma que un amo mora en sus
criados, en el respeto a su autoridad. Pero el caso es muy distinto en los
hombres pose¤dos por un demonio.
Para el segundo punto, en cuanto a los tipos de cosas que pueden exorcizarse,

2 2 2
debe seflalarse la opini‡n de Santo Tom–s, Libro IV, dist. 6, donde dice que,
debido al pecado del hombre, el demonio recibe poder sobre ◊ste, y sobre todo
lo que usa para herirlo con ello; y como no puede haber conciliaci‡n entre
Cristo y Belial, entonces, cuando algo debe ser santificado para el culto
Divino, primero se lo exorciza, de modo que se lo pueda consagrar a Dios libre
del demonio, por el cual se lo podr¤a utilizar para daflar a los hombres. Esto se
muestra en la bendici‡n del agua, la consagraci‡n de una iglesia, y en todos
los asuntos de esta clase, En consecuencia, ya que el primer acto de
reconciliaci‡n por medio del cual un hombre es consagrado a Dios desde el
bautismo, resulta necesario que el hombre sea exorcizado, antes de
bautizarlo; por cierto que en esta circunstancia es m–s imperativo que en
cualquier otra. Pues en el hombre mismo reside la causa en raz‡n de la cual el
demonio recibe su poder en otros asuntos creados por el hombre, a saber, el
pecado, original o actual. Este es, pues, el significado de las palabras que se
usan en el, exorcismo, como cuando se dice: öVade retro, Satan–sõ, y lo mismo
acerca de las cosas que entonces se hacen.
Para volver, pues, al asunto que nos ocupa. Cuando se pregunta, si la
enfermedad debe ser exorcizada y el demonio adjurado, y cu–l de las dos cosas
tiene que hacerse primero, se responde que no se exorciza la enfermedad, sino
al hombre enfermo y embrujado, tal como en el caso de un niflo lo que se
exorciza no es la infecci‡n del fomes, sino al niflo mismo. Adem–s, tal como el
niflo se exorciza primero, y luego se ordena al demonio que se vaya, as¤
primero se exorciza a la persona embrujada, y despu◊s se ordena que
desaparezcan el demonio y sus obras.
Una vez m–s, as¤ como se exorcizan la sal y el agua, as¤ tambi◊n se hace con
todas las cosas que puede usar el enfermo, de modo que es conveniente
exorcizar y bendecir ante todo sus alimentos y bebidas. En el caso del
bautismo se observa la siguiente ceremonia de exorcismo: la exuflaci‡n hacia
el oeste, y la renuncia al demonio; segundo, la elevaci‡n de las manos, con
solemne confesi‡n de la fe de la religi‡n cristiana; tercero, oraci‡n,
bendici‡n e imposici‡n de las manos; cuarto, desnudamiento y unci‡n con los
Santos ‡leos; y despu◊s del bautismo, la comuni‡n y la colocaci‡n de la bata.
Pero todo esto no es necesario en el exorcismo del hechizado, sino que
primero debe hacer una buena confesi‡n, y si es posible, sostener un cirio
encendido y recibir la Sagrada Comuni‡n; y en lugar de ponerse una bata debe
permanecer desnudo, unido a un Santo Cirio del largo del cuerpo de Cristo o
de la Cruz. Y puede decirse lo siguiente: Te exorcizo, Pedro, o a ti, B–rbara,
que eres d◊bil pero renacido en el Santo Bautismo, por el Dios vivo, por el
Dios ver Dios que te redimi‡ con Su Preciosa. Sangre, que puedas ser
exorcizado, que todas las ilusiones y maldades de los engaflos del demonio
puedan alejarse y huir de ti con todos los esp¤ritus impuros, abjurados por
Aqu◊l que vendr– a juzgar a los vivos y a los muertos, y que purgar– la

2 2 3
tierra con el fuego. Am◊n. Oremos.
Oh Dios de merced y piedad, Quien segÂn Tu tierna y amante bondad castigas a
aquellos a quienes amas, y empujas con dulzura a aquellos a quienes recibes a
volcar su coraz‡n, te invocamos, oh Seflor, para que quieras dignarte
conceder Tu gracia a Tu servidor que sufre de una debilidad de los miembros
de su cuerpo, porque todo lo que sea corrompido por la fragilidad terrena,
todo lo violado por los engaflos del demonio, pueda encontrar su redenci‡n
en .la, unidad del cuerpo de la iglesia. Ten piedad, Oh Seflor, de sus gemidos,
ten piedad de sus l–grimas; y como ◊l deposita s‡lo su confianza en Tu merced,
rec¤belo en el sacramento de Tu reconciliaci‡n, por medio de Jesucristo
Nuestro Seflor. Am◊n.
Por lo tanto, demonio maldito, escucha tu condena y honra al Dios verdadero
y vivo, honra al Seflor Jesucristo, y v◊te con tus obras de este servidor a
quien Nuestro Seflor Jesucristo redimi‡ con su Preciosa Sangre.
Y que luego exorcice por segunda y tercera vez, con las oraciones
precedentes. Oremos.
Dios, que piadosamente gobiernas todas las cosas que hiciste, inclina Tu o¤do
a nuestras oraciones y mira con piedad a Tu servidor que sufre bajo la
enfermedad del cuerpo; vis¤talo y conc◊dele Tu salvaci‡n y la virtud
curativa de Tu gracia celestial, por medio de Cristo Nuestro Seflor. Am◊n. Por
lo tanto, demonio maldito, etc◊tera.
La oraci‡n para el tercer exorcismo.
Oh Dios, sola protecci‡n de la fragilidad humana, muestra la potente fuerza
de Tu enorme ayuda a nuestro hermano enfermo (o hermana) para que,
ayudado (ayudada) por Tu merced, sea digno de entrar en Tu Santa Iglesia en
seguridad, por medio de Cristo Nuestro Seflor. Am◊n. Y que el exorcista lo
asperje continuamente con Agua Bendita, Y advi◊rtase que este m◊todo se
recomienda, no porque deba observ–rselo con rigidez, o que otros exorcismos
no sean de mayor eficacia, sino para que exista algÂn sistema regular de
exorcismo y adjuraci‡n. Pues en las viejas historias y libros de la iglesia se
encuentran a veces exorcismos m–s devotos y poderosos; pero como ante
toda las cosas es necesaria la reverencia a Dios, que cada uno proceda, en
este asunto, como mejor le parezca.
En conclusi‡n, y para mayor claridad, podemos recomendar esta forma de
exorcismo para una persona hechizada. Que primero haga un buena confesi‡n
(segÂn el Canon tantas veces citado: si por sortilegio, etc.). Que luego se
efectÂe una bÂsqueda diligente en todos los rincones, y en las camas y
colchones, y debajo del umbral de la puerta, por si se encuentra algÂn
instrumento de brujer¤a. Los cuerpos de los animales muertos por maleficio
deben ser quemados en el acto. Y es conveniente que se renueven todas las

2 2 4
ropas de cama y vestimentas, e inclusive que cambie de casa y de morada. Pero
si nada se encuentra, quien debe ser exorcizado tendr¤a que ir a la iglesia, si
es posible, por la maflana, en especial en los d¤as santos, tales como las
fiestas de Nuestra Seflora, o en alguna vigilia; y mejor si el sacerdote tambi◊n
se ha confesado y se encuentra en estado de gracia, porque m–s fuerte ser–
entonces. Y que quien debe ser exorcizado sostenga en la mano un Santo
Cirio tan bien como pueda, ya sea sentado o de hinojos; y que los presentes
ofrezcan devotas oraciones por su liberaci‡n. Y que ◊l comience la Letan¤a
en öNuestra ayuda est– en el nombre del Seflorõ, y se designe a alguien que d◊
las respuestas; que lo salpique con Agua Bendita, y le coloque una estola en
torno al cuello, y recite el Salmo öApresÂrate, oh Dios, a liberarmeõ; y que
continÂe con la Letan¤a para los Enfermos, diciendo en la Invocaci‡n de los
Santos, öOra por ◊l y favor◊celo; l¤bralo, oh Diosõ, y as¤ continÂe hasta el
final. Pero cuando hay que decir oraciones, entonces, en lugar de ◊stas, que
comience con el exorcismo, y continÂe en la forma que hemos declarado, o en
cualquier otra mejor, como le parezca. Y este tipo d◊ exorcismo puede
continuarse por lo menos tres veces por semana, para que gracias a muchas
intercesiones se obtenga la gracia de la salud.
Por Âltimo debe recibir el Sacramento de la Eucarist¤a, aunque algunos crean
que esto debe hacerse antes del exorcismo. Y en su confesi‡n, el confesor
debe preguntar si se encuentra bajo alguna pena de excomuni‡n, y en ese
caso, si por irreflexi‡n omiti‡ obtener la absoluci‡n de su juez; pues entonces,
aunque a su discreci‡n pueda absolverlo, cuando haya recuperado la salud
tambi◊n debe pedir la absoluci‡n al juez que lo excomulg‡.
Debe seflalarse, asimismo, que cuando el exorcista no est– ordenado en la
Orden de los exorcistas, puede proceder con oraciones; y si puede, que lea los
comienzos de los cuatro Evangelios de los Evangelistas, y el Evangelio que
comienza öFue enviado un –ngelõ, y la, Pasi‡n de Nuestro Seflor, todo lo cual
posee gran poder para expulsar las obras del demonio. Adem–s, que se escriba
el Evangelio de San Juan, öal principio fue el Verboù, y colgado en torno del
cuello del enfermo, y que la gracia de la curaci‡n se busque en Dios.
Pero si alguien pregunta cu–l es la diferencia entre la aspersi‡n de Agua
Bendita y el exorcismo, ya que ambos se ordenan contra los ataques del
demonio, la respuesta la da Santo Tom–s, quien dice: el demonio nos ataca
por fuera y por dentro. Por lo tanto se ordena el Agua Bendita contra sus
ataques desde afuera, pero el exorcismo contra los de adentro. Por tal
motivo, aquellos para quienes es necesario el exorcismo se denominan
Energoumenol, de En, que significa en, y Ergon, que significa Obra, ya que
trabajan dentro de si. Pero para exorcizar a una persona embrujada deben
usarse los dos m◊todos, pues se encuentra atormentada por dentro y por
fuera. Nuestra segunda consideraci‡n principal es lo que debe hacerse cuando
el exorcismo no produce una gracia curativa. Ahora bien, esto puede ocurrir

2 2 5
por seis razones; y existe una s◊ptima acerca de la cual debemos suspender
cualquier juicio definitivo. Porque cuando una persona no se cura, se debe a
falta de fe en los espectadores o en quienes presentan al enfermo, o a los
pecados de quienes sufren del embrujo, o a un olvido de los debidos y
adecuados remedios, o a algÂn defecto en la fe del exorcista, o a la falta de
una mayor confianza en los poderes de otro exorcista, o a la necesidad de
purificaci‡n y de mayores m◊ritos de la persona embrujada.
Acerca de los cuatro primeros, el Evangelio nos ensefla en el incidente del
hijo Ânico de su padre, que era un lun–tico, y de los disc¤pulos de Cristo all¤
presentes (San Mateo, xvii y San Marcos, ix). Porque en primer lugar, Ãl dijo
que la multitud carec¤a de fe, ante lo cual el padre le rog‡,. diciendo: öSeflor,
yo creo, ayuda a mi incredulidadõ. Y JES½S dijo a la multitud: öOh generaci‡n
infiel y perversa, êcu–nto tiempo estar◊ con vosotros?õ.
S e g u n d o , con relaci‡n a aquel que soport‡ al demonio, JESUS lo censur‡,
es decir, el hijo; pues como dice San Jer‡nimo, fue atormentado por el demonio
a causa de sus pecados.
T e r c e r o , esto ilustra la omisi‡n de los remedios correctos, porque al
principio no estaban presentes hombres buenos y perfectos. Porque San Juan
Cris‡stomo dice: las columnas de la fe, es decir, Pedro y Santiago y Juan, no
se hallaban presentes, pues estaban en la Trasfiguraci‡n de Cristo; ni hubo
rezos y ayuno, sin los cuales Cristo dijo que ese tipo de demonio no se va. Por
lo tanto Or¤genes, al escribir acerca de este pasaje, dice: öSi en algÂn
momento un hombre no es curado despu◊s de la oraci‡n, no nos asombremos ni
hagamos preguntas, ni hablemos, como si el esp¤ritu impuro nos escuchara,
sino expulsemos nuestros malos esp¤ritus por medio de la oraci‡n y el ayunoõ.
Y la glosa dice: este tipo de demonio; es decir, -la variabilidad de los deseos
carnales inducidos por ese esp¤ritu, s‡lo es vencido por el fortalecimiento del
alma con la oraci‡n, y por el sometimiento de la carne con el ayuno.
C u a r t o , el defecto de la fe del exorcista est– ejemplificado en los
disc¤pulos de Cristo que se hallaban presentes. Porque cuando despu◊s le
preguntaron en privado por la. Causa de su fracaso, Ã1 respondi‡: öDebido a
vuestra incredulidad; pues en verdad os digo, si ten◊is fe del tamaflo de un
grano de mostaza dir◊is a esta montafla, ap–rtate de aqu¤õ, etc. Y San Hilario
dice: öEn verdad, los Ap‡stoles cre¤an, pero todav¤a no eran perfectos en la
fe, pues mientras el Seflor se encontraba en la montafla con los otros tres y
ellos se quedaron con la multitud, su fe se entibi‡õ.
La q u i n t a raz‡n se ejemplifica en las Vidas de los Padres, donde leemos que
ciertas personas posesas no pudieron ser libradas por San Antonio, sino que
lo fueron por su disc¤pulo Pablo. Ya se aclar‡ la sexta raz‡n, pues no siempre,
cuando un hombre es librado del pecado, queda tambi◊n libre del castigo, pues
a veces la penalidad persiste como castigo y expiaci‡n del pecado anterior.

2 2 6
Pero hay otro remedio por el cual ;se dice que muchos fueron librados, a
saber, la confirmaci‡n de los embrujados; pero este es un asunto acerca del
cual, como dijimos, no podemos efectuar un pronunciamiento definitivo. Sin
embargo, es muy cierto que cuando una persona no fue exorcizada
debidamente antes del bautismo, el demonio, con permiso de Dios, siempre tiene
m–s poder contra esa persona. Y se muestra con claridad, y sin ninguna duda,
en lo que se ha escrito, a saber, que sacerdotes mal instruidos cometen
muchas negligencias (en cuyo caso corresponde al cuarto de los impedimentos
antes citados, a saber, un defecto del exorcista), o por algunas ancianas que
no observan el m◊todo correcto de bautismo en el momento necesario.
Pero Dios no quiera que yo afirme que los Sacramentos no pueden ser
administrados por hombres malvados, o que cuando el bautismo lo ejecuta un
hombre maligno no es v–lido, siempre que observe las formas y palabras
adecuadas. De la misma manera, que en el exorcismo se comporte con el debido
cuidado, sin timidez y sin audacia. Y que nadie se entrometa en esos sagrados
oficios, por omisi‡n accidental o habitual de cualesquiera formas o palabras
necesarias; pues hay cuatro asuntos que deben observarse en la correcta
ejecuci‡n del exorcismo, o sea: la materia, la forma, la intenci‡n y el orden,
como los establecimos m–s arriba, y cuando falta uno, no puede ser completo.
Y no es v–lido objetar que en la iglesia primitiva las personas eran
bautizadas sin exorcismo, porque en ese caso San Gregorio habr¤a instituido
el exorcismo en vano, y la iglesia errar¤a en sus ceremonias. Por lo tanto no
me he atrevido a condenar del todo la confirmaci‡n en ciertas condiciones,
de personas embrujadas, para que recuperen lo que al comienzo se om¤ti‡.
Tambi◊n se dice, de quienes caminan en su sueflo, durante la noche, sobre
altos edificios, sin sufrir daflos, que lo que as¤ los conduce es la obra de los
malos esp¤ritus; y muchos afirman que cuando estas personas se confirman
resultan muy beneficiadas. Y es maravilloso que, cuando se las llama por su
nombre, caen de pronto al suelo, como si ese nombre no les hubiese sido dado
en forma correcta en el momento de su bautismo.
Que el lector preste atenci‡n a los seis impedimentos mencionados m–s arriba,
aunque se refieren a los energoumenoi, u hombres pose¤dos, antes que a los
embrujados; porque si bien se requiere igual virtud en ambos casos, puede
decirse que es m–s dif¤cil curar a una persona embrujada que a una pose¤da.
Por lo cual dichos impedimentos rigen de manera m–s pertinente aun en el
caso de los embrujados, como lo prueba el siguiente razonamiento.
En esta Segunda Parte se mostr‡ que algunos hombres son pose¤dos a veces
por un pecado que no les es propio, sino por el pecado venial de otros
hombres, y por varias otras causas. Pero en la brujer¤a, cuando los adultos
son hechizados, en general les ocurre que el demonio los posee gravemente
por dentro, para la destrucci‡n de su alma. Por lo tanto, el trabajo requerido

2 2 7
en el caso de los embrujados es doble, en tanto que es uno solo en lo que se
refiere a los posesos. Acerca de esta horrenda posesi‡n habla Juan Casiano
en su Colaci‡n del abate Sereno: en verdad deben ser considerados
desdichados y tristes quienes, aunque se manchan con todos los delitos y
Maldades, no muestran seflales exteriores de estar henchidos por el demonio,
ni parece existir una tentaci‡n concorde con sus hechos, ni un castigo
bastante para frenarlos. Pues ni siquiera merecen la medicina curativa del
purgatorio, ya que en la dureza de su coraz‡n y en su impenitencia est–n m–s
all– del alcance de toda correcci‡n terrena, y acumulan sobre s¤ c‡lera y
venganza en el d¤a de la ira y la revelaci‡n del Juicio Final, en que sus
gusanos no morir–n.
Y un poco antes, comparando la posesi‡n del cuerpo con la atadura del alma
y el pecado, dice: mucho m–s horrendo y violento es el tormento de quienes no
muestran seflales de ser pose¤dos f¤sicamente por los demonios, mas son
terriblemente pose¤dos en su alma, atados por sus pecados y vicios. Porque
segÂn el Ap‡stol, un hombre se vuelve esclavo de aquel que lo conquista. Y
en ese sentido, su caso es el m–s desesperado, ya que son los servidores de los
demonios, y no pueden resistir ni tolerar ese dominio. Resulta claro, entonces,
que los m–s dif¤ciles de curar no son los pose¤dos por el demonio desde afuera,
sino los embrujados en el cuerpo y pose¤dos desde adentro, para perdici‡n de su
alma, y ello debido a muchos impedimentos. Nuestra tercera consideraci‡n
principal es la de los talismanes curativos, y debe seflalarse que son de dos
clases. O bien son l¤citos y libres de sospecha, o se debe sospechar de ellos si
no son del todo legales. Ya tratamos de los primeros, cuando eliminamos la
duda en cuanto a la legalidad del empleo de hierbas y piedras para expulsar un
maleficio.
Ahora debemos tratar de los segundos, sospechosos de no ser del todo l¤citos,
y llamar la atenci‡n hacia lo que se dijo en la Segunda Parte de esta obra, en
cuanto a los cuatro remedios, de los cuales tres se consideran ilegales, y el
cuarto no del todo, pero vano, pues es aquello de lo cual los Canonistas
dicen que es legal oponer la vanidad a la vanidad. Pero los Inquisidores
tenemos la misma opini‡n que los Santos Doctores, en el sentido de que,
cuando, debido a los seis o siete impedimentos detallados, no son suficientes
los remedios de las palabras sagradas y el exorcismo legal, quienes as¤ est–n
embrujados deben ser exhortados a soportar con esp¤ritu paciente los males
de la vida actual, en pÂrgaci‡n de sus cr¤menes, y no buscar de ninguna otra
manera, remedios supersticiosos y vanos. Por lo tanto, si alguien no se
conforma con los precedentes exorcismos l¤citos, y desea recurrir a remedios
que cuando menos son vanos, y de los que ya hablamos, que sepa que no lo
hace con nuestro consentimiento o permiso. Pero el motivo de que hayamos
explicado y detallado con tanto cuidado esos remedios es el de lograr cierta
especie de acuerdo entre las opiniones de Doctores tales como Duns Escoto y

2 2 8
Enrique de Segusio, por un lado, y las de los otros Te‡logos, por el otro. Pero
convenimos con San Agust¤n en su Serm‡n contra los adivinadores, que se
llama Serm‡n sobre los augurios, donde dice: öHermanos, ustedes saben que a
menudo les rogu◊ que no siguieran las costumbres de los paganos y
hechiceros, pero ello produjo poco efecto en algunos de ustedes. Y sin
embargo, si no les hablo, ser◊ el responsable por ustedes en el D¤a del Juicio, y
ustedes y yo deberemos sufrir eterna condena. Por lo tanto, me absuelvo ante
Dios porque una y otra vez los exhorto y les ruego que ninguno busque
adivinadores, y que no consulten con ellos por causa o enfermedad alguna;
pues quien cometa este pecado perder– en el acto el Sacramento del bautismo,
y en seguida se convertir– en un sacr¤lego y pagano, y si no se arrepiente
perecer– para toda la eternidadõ.
Y despu◊s agrega: que nadie observe d¤as para salir y volver, porque Dios
hizo bien todas las cosas y Quien orden‡ un d¤a, orden‡ tambi◊n el otro. Pero
siempre que tengan algo que hacer o deban salir, pers¤gnense en nombre de
Cristo, y luego de decir con fidelidad el Credo o la Oraci‡n del Seflor, pueden
ocuparse de sus asuntos, seguros de la ayuda de Dios. Pero algunos
supersticiosos hijos de nuestra ◊poca, no conformes con las precedentes
seguridades, y con acumular error sobre error, y con ir m–s all– del sentido o
intenci‡n de Escoto y los Canonistas, tratan de justificarse con los
siguientes argumentos. Si los objetos naturales poseen ciertas virtudes
ocultas; cuya causa no pueden explicar los hombres; tal como la piedra im–n
atrae al hierro, y muchas otras cosas por el estilo, que San Agust¤n enumera
en la Ciudad de Dios, XXI. Entonces, dicen, buscar la recuperaci‡n de la salud
en virtud de esas cosas, cuando han fracasado los exorcismos y las medicinas
naturales, no ser– ilegal, aunque parezca ser vano. Y ello ser¤a as¤ si un
hombre -tratase de obtener ò su propia salud o la de otro por medio de
im–genes, no nigrom–nticas, sino astrol‡gicas, o por anillos y otros objetos
parecidos. Argumentan tambi◊n que, as¤ como la materia natural est–
sometida a. la influencia de los astros, lo mismo ocurre con los objetos
artificiales tales como las im–genes, que reciben de los astros alguna virtud
oculta, con la cual pueden producir ciertos efectos; por lo tanto no es il¤cito
utilizar tales cosas.
Adem–s los demonios pueden cambiar los cuerpos de muchas maneras, como
dice San Agust¤n, de Trinitate, 3 y es evidente en el caso de los embrujados;
por ello es licito usar las virtudes de esos cuerpos para la eliminaci‡n de la
brujer¤a. Pero en verdad todos los Santos Doctores tienen una opini‡n muy
contraria, como se mostr‡ aqu¤ y all–, en esta obra. Por consiguiente,
podemos contestar de esta manera su primer argumento: que si los objetos
naturales se usan en forma sencilla, para producir ciertos efectos para los
cuales se cree que poseen alguna virtud natural, ello no es ilegal. Pero si se
los une a esos ciertos caracteres y signos desconocidos y vanas

2 2 9
observaciones, que, como es manifiesto, no pueden tener una eficacia
natural, entonces es supersticioso e ëlicito. Por lo cual Santo Tom–s, II,
pregunta 96, art. 2, a1 hablar de este asunto, dice que cuando se usa algÂn
objeto con el fin de causar un efecto f¤sico; como el de curar a los enfermos,
es preciso tomar nota de si tales objetos parecen poseer alguna cualidad
natural que pueda producir ese efecto; y en ese caso no es ilegal, ya que es
licito aplicar las causas naturales a sus efectos. Pero si no parece que puedan
provocar esos efectos de manera natural, se sigue que no se los aplica como
causas a dichos efectos, sino como signos o s¤mbolos, y por lo tanto
corresponden a algÂn pacto simb‡licamente firmado con los demonios.
Tambi◊n San Agustin dice, en La Ciudad de Dios, xxi: öLos demonios los
enredan. Por medio de criaturas formadas, no por ellos, sino por Dios, y con
diversos deleites coincidentes con su propia versatilidad; y no como a los
animales, con alimento, sino como a los esp¤ritus, con signos, por diversos
tipos de piedras, hierbas y –rboles, animales y amuletos y ceremoniasõ.
En segundo lugar, Santo Tom–s dice: öLas virtudes naturales de los objetos
naturales se siguen de sus formas materiales, que obtienen por la influencia
de los astrosß y de la misma influencia derivan ciertas virtudes activasõ. Pero
las formas de los objetos artificiales proceden de la concepci‡n del artesano,
y puesto que, como dice Arist‡teles en su F¤sica, I, no son m–s que una
composici‡n artificial, no pueden tener una virtud natural que cause efecto
alguno. Se sigue, pues, que la virtud recibida de la influencia de los astros
s‡lo puede residir en los objetos naturales y no en los artificiales. Por lo
tanto, como dice San Agust¤n en La, Ciudad de Dios, x, Porfirio se equivocaba
cuando pens‡ que de las hierbas y piedras y animales, y de ciertos sonidos y
voces y figuras, y de algunas configuraciones en las revoluciones de los
astros y su movimiento, los hombres fabricaban en la tierra ciertos Poderes
correspondientes a los distintos efectos de los astros; como si los efectos de
los magos procedieran de las virtudes de los astros. Pero como agrega San
Agust¤n, todos estos asuntos corresponden a los demonios, los engafladores
de almas sometidas a ellos. Y as¤ tambi◊n, las im–genes que se llaman
astron‡micas son obras de los demonios, cuya seflal consiste en que
inscribieron en ellas ciertos caracteres que no poseen poder natural para
lograr nada; pues una figura o signo no es causa de acci‡n natural. Pero
existe una diferencia entre las im–genes de los astr‡nomos y las de los
nigromantes: que en el caso de estos Âltimos hay una invocaci‡n abierta, y
por lo tanto un pacto franco y abierto con los demonios, en tanto que los
signos y caracteres de las im–genes astron‡micas s‡lo implican un pacto
t–cito. Tercero, no existe poder concedido al hombre sobre los demonios, por
el cual el hombre pueda usarlos l¤citamente para sus propios fines; pero hay
una guerra declarada entre el hombre y los demonios, y por lo tanto, en
manera alguna puede usar la ayuda de los diablos, ya sea por un pacto t–cito

2 3 0
o expreso con ellos. As¤ dice Santo Tom–s.
Para volver al punto: dice öen manera algunaõ. Por lo tanto, ni siquiera por
medio de ninguna cosa, vana en la cual el demonio pueda estar involucrado
de alguna manera. Pero si son s‡lo vanas, y el hombre, en su fragilidad,
recurre a ellas para recuperar su salud, que se arrepienta, del pasado y cuide
del futuro, y que rece para que sus pecados sean perdonados y no se vea
llevado otra vez a la tentaci‡n, como dice San Agust¤n al final de su Regla.

CIERTOS REMEDIOS PRESCRITOS CONTRA LOS NEGROS Y HORRENDOS

P
DAÕOS CON QUE LOS DEMONIOS PUEDEN AFECTAR A LOS HOMBRES
odemos citar a Santo Tom–s, el Segundo de los segundos, pregunta 90,
donde interroga si es licito ad jurar a una criatura irracional. Y
responde que s¤, pero s‡lo en la manera de una compulsi‡n, por la
cual se la env¤a de vuelta al demonio, quien usa criaturas irracionales para
daflarlo. Y tal es el m◊todo de adjuraci‡n en los exorcismos de la iglesia, por
el cual el poder del demonio se mantiene alejado de las criaturas
irracionales. Pero si la adjuraci‡n se dirige a la, propia criatura irracional,
que nada entiende, ser– inv–lida y nula. De esto puede entenderse que es
posible ahuyentarlos por medio de exorcismos y adjuraciones legales, si se
otorga la ayuda de la merced Divina; pero ante todo hay que pedir a la gente
que ayune y vaya en procesi‡n y practique otras devociones. Pues este tipo de
mal se env¤a a consecuencia de adulterios y de la multiplicaci‡n de delitos,
por lo cual hay que instar a los hombres a que confiesen sus pecados.
En algunas provincias se pronuncian inclusive solemnes excomuniones, pero
luego obtienen el poder de adjuraci‡n sobre los demonios. Otra cosa terrible
que Dios permite que les suceda a los hombres es cuando sus propios hijos son
arrebatados de las mujeres, y los demonios ponen niflos ajenos en su lugar. Y
estos niflos, que por lo general se denominan cambiados, o en idioma alem–n
öWechselkinderõ, son de tres clases. Pues algunos siempren sufren y lloran, y
sin embargo la leche de cuatro mujeres no basta para satisfacerlos. Algunos
son engendrados por la acci‡n de demonios ¤ncubos, de los cuales, sin
embargo, no son hijos, sino del hombre de quien el diablo recibi‡ el semen
como sÂcubo, o cuyo semen reuni‡ de alguna poluci‡n nocturna ocurrida
durante el sueflo. Porque a veces estos niflos, por permiso Divino sustituyen a
los niflos reales.
Y hay una tercera clase, en que los demonios se presentan a veces en forma
de niflos pequeflos, y se apegan a las nodrizas. Pero los tres tipos tienen en
comÂn que, si bien son muy pesados, siempre est–n enfermos y no crecen, y no
pueden recibir suficiente leche para satisfacerlos, y a menudo se informa que
han desaparecido. Y puede decirse que la piedad Divina permite esas cosas por
dos razones: Primero cuando los padres chochean demasiado con sus hijos, y

2 3 1
este, es , un castigo por su propio bien. Segundo, se supone que las mujeres a
quienes ocurren estas cosas son muy supersticiosas, y que los demonios las
seducen de muchas otras maneras. Pero Dios es en verdad celoso, en el
correcto sentido de la palabra, que significa un fuerte amor por la esposa de
un hombre, que no s‡lo no permite que se le acerque otro hombre, sino que,
como un marido celoso, no tolera la insinuaci‡n o sospecha de adulterio: De
la misma manera es celoso Dios del alma que compr‡ con Su Preciosa Sangre
y despos‡ con la Fe; y no tolera que se la toque, que converse con el
demonio, o que de alguna manera se acerque a ◊l o tenga tratos con ◊l,
enemigo y adversario de la salvaci‡n. Y si un esposo celoso no puede soportar
siquiera una insinuaci‡n de adulterio, ëcu–nto m–s le molestar– cuando el
adulterio se comete de veras! Por lo tanto no es extraflo que les arrebaten
sus propios hijos y los reemplacen por niflos adÂlteros.
Y por cierto que puede acentuarse con m–s energ¤a la forma en que Dios est–
celoso del alma y no tolera que nada pueda provocar una sospecha, como se
muestra en la Ley antigua, en la cual, para poder llevar a Su pueblo lejos de
la idolatr¤a, no s‡lo prohibi‡ ◊sta, sino muchas otras cosas que habr¤an
podido ocasionarla, y que parec¤an no tener uso en s¤ mismas, aunque de
alguna forma maravillosa conservan cierta util¤dad en un sentido m¤stico.
Porque Ã1 no s‡lo dice en Exodo, xxii: öA la hechicera no dejar–s que vivaù,
sino que agrega lo siguiente: öNo morar– en tu tierra, no sea que te lleve al
pecadoõ. Del mismo modo, las rameras comunes son muertas, y no se le permite
la compafl¤a de los hombres. Advi◊rtase los celos de Dios, Quien dice como
sigue en el Deuteronomio, xxii: öCuando topares en el camino algÂn nido de
ave en cualquier –rbol, sobre la tierra, con pollos o huevos, y estuviere la
madre echada sobre los pollos o los huevos, no tomes la madre con los hijos.
Dejar–s ir a la madreõ; porque los gentiles utilizaban esto para procurar la
esterilidad. El Dios celoso no permite en Su pueblo este signo de adulterio. De
la misma manera, en nuestros d¤as, cuando las ancianas encuentran una
moneda, la consideran una seflal de gran fortuna, y a la inversa, cuando
sueflan con dinero es un signo de desdicha. Tambi◊n Dios ensefl‡ que todos los
recipientes deb¤an ser cubiertos, y que cuando uno no lo estaba, hab¤a que
considerarlo impuro.
Exist¤a la creencia err‡nea, de que cuando los diablos llegaban por la noche
(o la Buena Gente, como los llamaban las ancianas, aunque son brujas o
demonios en sus formas), deb¤an comerlo todo, para que despu◊s pudiesen traer
mayor abundancia de alimentos. Algunas personas dan color a la historia, y
las llaman bÂhos; pero esto es contrario a la opini‡n de los Doctores, quienes
dicen que no existen criaturas racionales, salvo los hombres y los –ngeles;
por lo tanto, s‡lo pueden ser demonios. Por lo dem–s, en Lev¤tico, xix: öNo
cortar◊is en redondo las extremidades de vuestra cabeza ni, daflar◊is la punta
desu barbaõ, porque esto lo hac¤an de manera id‡latra, en veneraci‡n de los

2 3 2
¤dolos.
Y otra vez, en Deuteronomio, xxii: öNo vestir– la, mujer h–bito de hombre, ni
el hombre ropa de mujerõ; porque esto lo hac¤an en honor de la diosa Venus, y
otros en honor de Marte o de Priapo. Y por la misma raz‡n, Ãl orden‡ que los
altares de los ¤dolos fuesen destruidos, y Ezequ¤as destruy‡ la Serpiente de
Bronce, cuando la gente quer¤a hacerle sacrificios, y dijo: es de bronce. Por
el mismo motivo, prohibi‡ la observancia de visiones y augurios, y orden‡ que
el hombreo mujer en quienes existiera un esp¤ritu familiar, fuesen muertos. Los
tales se llaman ahora augures. Por lo tanto, todas estas cosas, porque
engendran la sospecha de adulterio espiritual, como se dijo, por el celo que
Dios tiene de las almas que despos‡, como un marido desposa a una mujer,
fueron todas prohibidas por Ãl.
Y as¤ los predicadores tambi◊n deber¤amos tener en cuenta, que ningÂn
sacrificio es m–s aceptable para Dios que un celo de las almas, como dice San
Jer‡nimo en sus comentarios sobre Ezequiel.
Un remedio. Cuando ciertas personas, con vistas a un beneficio temporal, se
han entregado por entero al demonio, a menudo se vio que, aunque pod¤an
liberarse del poder del diablo por una verdadera confesi‡n, fueron
atormentadas larga y horriblemente, y en especial durante la noche. Y Dios
tolera esto para su castigo. Pero una seflal de que han sido liberadas es que,
despu◊s de la confesi‡n, desaparece todo el dinero de su bolso o cofres.
Muchos ejemplos de esto podr¤an presentarse, pero con fines de brevedad los
pasamos por alto y omitimos.

CARTA OFICIAL DE APROBACI×N DEL MALLEUS MALEFICARUM, DE LA

E
FACULTAD DE TEOLOGýA DE LA HONORABLE UNIVERSIDAD DE COLONIA.
l Documento oficial de Aprobaci‡n del Tratado Malleus
Maleficarum, y las firmas de los Doctores de la Honorabil¤sima
Universidad de Colonia, debidamente asentadas y registradas como
documento pÂblico y declaraci‡n.
En nombre de nuestro Seflor Jesucristo, Am◊n. Sepan todos los hombres por las
presentes, que puedan leer, ver o conocer el tenor de este documento oficial
y pÂblico, que en el Aflo de Nuestro Seflor, 1487, un s–bado, el decimonoveno
d¤a del mes de mayo, a la quinta hora despu◊s del mediod¤a, aproximadamente,
en el afeo tercero del Pontificado de Nuestro Sant¤simo Padre y Seflor, el
Seflor Inocencio, Papa por providencia divina, octavo de ese nombre, en mi
real y concreta presencia, Amold Kolich, notario pÂblico, y en presencia de
los testigos cuyos nombres m–s abajo figuran, y que fueron reunidos y en
especial convocados para este fin, el Venerable y Reverend¤simo Padre
Heinrich Kramer, Profesor de Teolog¤a Sagrada, de la Orden de los
Predicadores, Inquisidor de la depravaci‡n her◊tica en forma directa y

2 3 3
delegado para ello por la Santa Sede, ëtinto con el Venerable y
Reverend¤simo Padre Jacobus Sprenger, Profesor de Teolog¤a Sagrada y Prior
del Convento Dominico de Colonia, en especial designado como colega del ya
citado Padre Heinrsch Kramer, en nombre de s¤ mismo y de su mencionado
colega nos hizo saber y declar‡ que el Supremo Pont¤fice que ahora reina por
fortuna, el seflor Inocencio, Papa, como se expuso m–s arriba, orden‡ y
otorg‡ por Bula debidamente sellada y firmada, a los mencionados
Inquisidores Heinrich y Jacobus, miembros de la Orden de Predicadores y
Profesores de Teolog¤a Sagrada, por Su Suprema Autoridad Apost‡lica, el
poder de investigar e inquirir en todas las herej¤as, y m–s en especial en la
herej¤a de las brujas, abominaci‡n que medra y se fortalece en nuestros
desdichados tiempos, y les pidi‡ que ejecutaran con diligencia este deber en
las cinco arquidi‡cesis de las cinco Iglesias Metropolitanas, es decir,
Maguncia, Colonia, Tr◊veris, Salzburgo y Bremen, y les concede toda
facultad de juzgar y proceder contra tales, aun con el poder de dar muerte a
los malhechores, segÂn el tenor de la Bula apost‡lica, que tienen y poseen, y
exhibieron ante nosotros, documento que est– completo, entero, intacto, y en
modo alguno lacerado o perjudicado; in fine cuya integridad se encuentra por
encima de toda sospecha. Y el tenor de la mencionada bula comienza as¤:
öInocencio, obispo, Siervo de los siervos de Dios, para eterna memoria. Nos
anhelamos con la m–s profunda ansiedad, tal como lo requiere Nuestro
apostolado, que la Fe Cat‡lica crezca y florezca por doquier, en especial en
este Nuestro d¤a...õ, y termina as¤: öDado en Roma, en San Pedro, el 9 de
diciembre del Aflo de la Encarnaci‡n de Nuestro Seflor un mil y cuatrocientos
y cuarenta y ocho; en el primer Afeo de Nuestro Pontificadoõ.
En tanto que algunos encargados de almas y predicadores de la palabra de
Dios han tenido la audacia de afirmar y declarar en pÂblico, en discursos
desde el pÂlpito, s¤, y en sermones al pueblo, que no existen los brujos, o que
esos desdichados en manera alguna molestan o daflan a los humanos o a los
animales, y ha ocurrido que como resultado de tales sermones, que deben ser
muy reprobados y condenados, el poder del brazo secular haya sido detenido y
obstaculizado en el castigo de tales ofensores, y ello result‡ ser una gran
fuente de est¤mulo para quienes siguen la horrenda herej¤a de la brujer¤a, y
acrecent‡ y aument‡ sus huestes en notable medida, por lo tanto, los
mencionados Inquisidores, que con toda el alma y energ¤a desean poner fin a
tales abominaciones y contrarrestar tales peligros, con muchos estudios,
investigaciones y trabajos han compilado y compuesto cierto Tratado en el
cual usaron sus mejores esfuerzos en beneficio de la integridad de la Fe
Cat‡lica, para rechazar y refutar la ignorancia de quienes se atreven a
predicar tan groseros errores, y se han tomado adem–s grandes trabajos para
exponer las formas legales y correctas en que estas brujas pestilentes pueden
ser llevadas a juicio, sentenciadas y condenadas, segÂn el tenor de la

2 3 4
precedente Bula y las reglamentaciones de la ley can‡nica. Pero como es muy
correcto y en todo sentido razonable que esta buena obra que elaboraron en
beneficio comÂn de todos nosotros sea sancionada y confirmada por la
aprobaci‡n un–nime de los Reverendos Doctores de la Universidad. No sea
que por alguna mala casualidad, hombres mal intencionados e ignorantes
supongan que los mencionados Rectores de la Facultad y los Profesores de la
Orden de los Predicadores no coinciden en un todo, en su opini‡n, con estos
asuntos, los autores de dicho Tratado, escrito con exactitud tal como se lo
imprimir– en caracteres claros, de modo que cuando est◊ as¤ impreso pueda ser
recomendado y honorablemente aprobado por las buenas opiniones
registradas y el juicio maduro de muchos eruditos Doctores, entregaron y
presentaron ante la Honorabil¤sima Universidad de Colonia, es decir, ante
ciertos Profesores de Teolog¤a Sagrada, a quienes se encarga y pide que
actÂen como representantes de la Honorabil¤sima Universidad, el mencionado
Tratado para que lo estudien, examinen y analicen de modo que si se
encontraran puntos que puedan parecer de alguna manera dudosos o en
desacuerdo con las enseflanzas de la Fe Cat‡lica, esos puntos puedan ser
corregidos y enmendados por el juicio de los sabios Doctores quienes adem–s
aprobar–n y elogiar–n oficialmente todo lo que contenga el Tratado, que
convenga a las enseflanzas de la Fe cat‡lica. Y en consonancia, esto se hizo
tal como se ha expuesto.
En primer lugar, el honrado seflor Lamberlos de Monte por so propia mano
suscribi‡ su juicio y opini‡n tal como sigue: öYo, Lamberlos de Monte profesor
(aunque indigno) de Teolog¤a Sagrada, y en este momento decano de la
facultad de Teolog¤a Sagrada de la Universidad de Colonia, declaro con
solemnidad, y confirmo ◊sta, mi declaraci‡n, por mi propia mano, que he le¤do
y con diligencia examinado y considerado este Tratado, y que, en mi humilde
juicio las dos partes nada contienen que sea en manera alguna contrario a
las doctrinas de la filosof¤a, o contrario a la verdad de la Santa Fe Cat‡lica
y Apost‡lica, o contrario a las opiniones de los doctores cuyos escritos son
aprobados y permitidos por la Santa Iglesia. Y dadas las important¤simas y
saludables materias que contiene este Tratado, que, aunque s‡lo fuese por la
honorable condici‡n, sabidur¤a y buenos oficios de estos dign¤simos y
honrados Inquisidores, podr¤a muy bien ser considerado Âtil y necesario, es
preciso ejercer todos los cuidados diligentes para que este Tratado se
distribuya con amplitud entre los hombres sabios y henchidos de celo, para que
con ello cuenten con la ventaja de tantas y tan bien consideradas
orientaciones para el exterminio de las brujas, y que tambi◊n se ponga en
manos de todos los rectores de iglesias, en especial de quienes son hombres
honrados, activos y temerosos de Dios, que por la lectura se vean
estimulados a despertar en todos los corazones el odio contra la pestilente
herej¤a de las brujas y sus sucias artes, de modo que todos los hombres buenos

2 3 5
se vean prevenidos y salvaguardados, y se pueda descubrir y castigar a los
malhechores, para que a la plena luz del d¤a la merced y la bendici‡n caigan
sobre los rectos y se haga justicia con quienes hacen el mal, y as¤, en todas
las cosas, se glorifique a Dios, a Quien vayan todos los honores, alabanzas y
gloriaõ.
Luego el Venerable Maestro Jacobus de Stralen, con su propia mano redact‡
su juicio y ponderada opini‡n: öYo, Jacobus de Stralen, Profesor de Teolog¤a
Sagrada, despu◊s de haber le¤do con diligencia el mencionado Tratado,
declaro que en mi opini‡n es en todo y por completo coincidente con el juicio
expuesto por nuestro Venerable Maestro Lambertus de Monte, Decano de
Teolog¤a Sagrada, como escribe m–s arriba, y ello lo atestiguo y confirmo en
mi propia firma, para gloria de Diosõ.
De la misma manera, el Honorable maestro Andreas de Oclisenfurt escribi‡
por su propia mano lo siguiente: öDel mismo modo, yo Andreas de Ochsenfurt,
Profesor Suplente de Teolog¤a Sagrada, dejo registrado que mi opini‡n
ponderada sobre las materias que contiene el mencionado Tratado coinciden
del todo y por completo con el juicio escrito m–s arriba, y para verdad de esto
doy testimonio con mi firmaõ.
Y luego, en la misma forma, el honorable Maestro Tom–s de Scotia firm‡ de
su puflo y letra, y sigui‡: öYo, Tom–s de Scotia, Doctor de Teolog¤a Sagrada
(aunque indigno de ello), me manifiesto de pleno acuerdo con todo lo que
escribieron nuestros Venerables Maestros respecto de las materias que
contiene el mencionado Tratado, que tambi◊n examin◊ y estudi◊ con cuidado, y
en confirmaci‡n de esto lo atestiguo con mi firma escrita por mi propia manoù.
Aqu¤ sigue la segunda firma con respecto a los discursos que fueron
pronunciados desde el pÂlpito por predicadores ignorantes e indignos. Y en
primer lugar parece conveniente exponer los siguientes art¤culos:
Art¤culo primero: los Maestros de Teolog¤a Sagrada que firman abajo
elogian a los Inquisidores de la depravaci‡n her◊tica, quienes, segÂn los
C–nones, han sido enviados como delegados por la autoridad suprema de la
Sede Apost‡lica, y con humildad los exhortan a cumplir con su exaltada
tarea con todo celo e industria.
Art¤culo segundo: la doctrina de que la brujer¤a puede ejercerse por Permiso
Divino, debido a la colaboraci‡n del demonio con hechiceros o brujas, no es
contraria a la Fe Cat‡lica, sino en todo sentido coincidente con las
enseflanzas de las Sagradas Escrituras; m–s aun, segÂn las opiniones de los
Doctores de la Iglesia, es una creencia que puede sostenerse con seguridad y
mantenerse con firmeza.
Art¤culo tercero: por lo tanto es un grave error predicar que la brujer¤a no
puede existir, y quienes en pÂblico predican este vil error, obstaculizan de

2 3 6
manera notable la santa obra de los Inquisidores, para gran perjuicio de la
seguridad de muchas almas. No es conveniente que los secretos de magia que
a menudo se revelan a los Inquisidores sean conocidos por todos en forma
indiscriminada.
Ultimo art¤culo: debe exhortarse a todos los pr¤ncipes y cat‡licos piadosos a
que usen siempre sus mejores esfuerzos para ayudar a los Inquisidores en su
buena obra de defensa de la Fe Cat‡lica. _
Por lo tanto, estos Doctores de la mencionada Facultad de Teolog¤a, que ya
firmaron antes y que tambi◊n firmaron abajo, agregan sus firmas a estos
art¤culos, tal como yo, Arnold Kolich. Notario pÂblico, que agrego mi nombre
abajo, lo conoc¤ por la informaci‡n jurada de Johann V„rde de Mechlin,
hombre bueno y veraz, Bedel jurado de la Honorabil¤sima Universidad de
Colonia, quien me declar‡ esto bajo juramento, y que (pues su letra, tal como
aparece en las firmas de arriba y de abajo me son bien conocidas) yo mismo
expongo como sigue: öYo, Lambertus de Monte, Profesor de Teolog¤a
Sagrada, Decano de la Facultad, declaro con firmeza y apruebo por entero
que mantengo los art¤culos aqu¤ expues tos, y de cuya verdad doy testimonio
con mi firma escrita por mi propia mano. Yo, Jacobus de Stralen, Profesor de
Teolog¤a Sagrada, del mismo modo mantengo y en todo sentido apruebo, las
art¤culos expuestos m–s arriba, en prueba de lo cual doy testimonio
agregando mi firma con mi propia mano. Yo, Udalricus Kriduiss von Esslingen,
Profesor de Teolog¤a Sagrada, tambi◊n mantengo y por completo apruebo los
art¤culos antes expuestos y de cuya verdad doy fe agregando mi firma con mi
propia mano. Yo, Conradus von Campen, Profesor Ordinario de Teolog¤a
Sagrada, declaro que asiento y estoy en entero de acuerdo con el juicio de
los profesores superiores. Yo, Cornelius de Breda, profesor suplente,
mantengo y apruebo por completo los art¤culos expuestos m–s arriba, en
prueba de lo cual doy testimonio agregando mi firma con mi propia mano. Yo,
Tom–s de Seotia, profesor de Teolog¤a sagrada (aunque indigno), estoy en
todo sentido de acuerdo, mantengo y apruebo la opini‡n de los Venerables
Profesores que firmaron arriba, y en prueba de ello agrego mi nombre por mi
propia mano. Yo, Theoderish der Bummel, profesor suplente de Teolog¤a
Sagrada, convengo por entero con lo que escribieron arriba los honorables
maestros que firmaron sus nombres, y en prueba de ello lo atestiguo con mi
firma escrita por mi propia mano. En confirmaci‡n de los art¤culos
precedentes, declaro que soy de la misma y plena opini‡n que los precedentes
y honorabil¤simos maestros y profesores, yo, Andreas de Ochsenfurt profesor
de la facultad de Teolog¤a Sagrada, miembro inferior de la junta de Te‡logos
de la Honorabil¤sima Universidad de Colonidù.
Por Âltimo, el antedicho Venerable y Reverend¤simo Padre Heinrich Kramer,
Inquisidor, pose¤a y nos mostr‡ obra carta, escrita con claridad en pergamino
virgen, concedida y otorgada por el Seren¤simo y Noble monarca, Rey de los

2 3 7
romanos, cuyo pergamino ostentaba su propio sello oficial real, rojo, impreso
sobre un fondo de cera azul, cuyo sello estaba suspendido y colgado del final
del dicho pergamino, y estaba completo y entero, intacto, no cancelado ni
sospechoso, en modo alguno lacerado o perjudicado, y por el tenor de las
presentes el muy encumbrado seflor, el mencionado y noble Rey de los
Romanos, para que, en beneficio de nuestra Santa Fe, estos asuntos puedan
ser despachados con la mayor rapidez y facilidad, en su real condici‡n de rey
muy Cristiano, dese‡ y desea que la misma Bula Apost‡lica, de la cual hemos
hablado arriba, sea en todo sentido respetada, honrada y defendida, y puestas
en vigor las cl–usulas all¤ establecidas, y toma a los Inquisidores por
completo bajo su augusta protecci‡n, y ordena y exige a todos y cada uno de
los sÂbditos del Imperio Romano que muestren a los dichos Inquisidores todo el
favor posible y les concedan toda la ayuda de que necesiten en cumplimiento
de su misi‡n, y que presten a los Inquisidores toda la colaboraci‡n segÂn las
cl–usulas que m–s plenamente se encuentran contenidas y expuestas en dicha
carta. Y la mencionada carta emitida por el rey comienza as¤ y termina as¤,
como se expone por orden, a continuaci‡n: öMaximiliano, por Favor Divino y
Gracia de Dios, August¤simo Rey de los Romanos, archiduque de Austria, duque
de Burgundia, de Lorena, de Brabante, de Limburgo, de Luxemburgo y de
Celderlandia, conde de Flandes . . .õ; y termina as¤: öDado en nuestra buena
ciudad de Bruselas. Por nuestra propia mano y sello, en el sexto d¤a de
noviembre, en el aflo de Nuestro Seflor un mil cuatrocientos ochenta y seis, en
el primer aflo de nuestro reinadoõ. Por lo cual, respecto de todo lo que se
expuso y estableci‡ m–s arriba, el mencionado Venerable y Reverend¤simo
Padre Heinrich, inquisidor, en su nombre y los de sus mencionados colegas, me
pidi‡ a m¤, notario pÂblico, cuyo nombre est– escrito arriba y firmado abajo,
que cada documento y todos ellos fuesen redactados en forma oficial y
elaborados en la forma de instrumento o instrumentos pÂblicos, y ello se hizo
en Colonia, en la casa y vivienda del mencionado Venerable Maestro
Lambertus de Monte, cuya casa se encuentra situada dentro de las
inmunidades de la Iglesia de San Andr◊s, de Colonia, en la habitaci‡n en que
el mismo Maestro Lambertus realiza sus estudios y despacha sus asuntos, en el
aflo de Nuestro Seflor, en el mes, en el d¤a, a la hora y durante el Pontificado,
todo lo cual se expuso m–s arriba, encontr–ndose presentes all¤, en ese
momento, el mencionado Maestro Lambertus y el Bedel ]ohann, as¤ como
tambi◊n Nicolas Cuper van Venroid, notario jurado de la Venerable Curia de
Colonia, y Christian Wintzen von Eusskirchen, empleado de la di‡cesis de
Colonia, ambos hombres buenos y dignos, quienes atestiguan que este pedido
se hizo y concedi‡ de manera formal.
Y yo, Arnold Kolich van Eusskirchen, empleado de la di‡cesis de Colonia,
notario jurado, tambi◊n estuve presente mientras los hechos anteriores se
ejecutaron y desarrollaban, y de ello doy prueba con los mencionados

2 3 8
testigos; y en consonancia con lo que vi y con lo que, como m–s arriba digo,
escuch◊ en el testimonio jurado del mencionado Bedel, hombre bueno y digno,
he escrito de mi puflo y letra y sellado el presente instrumento pÂblico, que he
firmado y hecho publicar, desde que lo redact◊ en esta forma oficial para su
publicaci‡n, y porque as¤ se me pidi‡ y solicit‡, lo firm◊ y sell◊ de acuerdo con
la manera solicitada, con mi propio nombre y mi propio sello, para que pueda
ser aprobado oficialmente y constituya un testimonio y prueba suficientes y
legales de que todos y cada uno est–n aqu¤ contenidos, expuestos y
ordenados.
O bien la incapacidad sigue a la consumaci‡n de un matrimonio, y entonces no
disuelve sus v¤nculos. Los Doctores seflalen muchas cosas m–s en este
sentido, en varios escritos en que tratan de la obstrucci‡n debida a la
brujer¤a; pero como no son pertinentes para esta investigaci‡n, las omitimos.
Pero algunos podr–n encontrar dif¤cil entender c‡mo puede obstruirse esta
funci‡n respecto de una mujer y no de otra. San Buenaventura responde que
esto puede ser porque una bruja convenci‡ al demonio que as¤ lo hiciera
respecto de una mujer, o porque Dios no permite que la obstrucci‡n se aplique,
salvo en el caso de esa mujer en especial. El juicio de Dios en este asunto es
un misterio, como en el caso de la esposa de Tob¤as. Pero lo que ya se dijo
muestra con claridad de qu◊ manera provoca el demonio esa incapacidad Y
San Buenaventura dice que obstruye la funci‡n procreadora, no en t◊rminos
intr¤nsecos, daflando el ‡rgano, sino en forma extr¤nseca, impidiendo su uso; y
es un impedimento artificial, no natural; y por lo tanto puede hacer que se
aplique a una, mujer y no a otra. O bien anula. Todo deseo hacia una u otra
mujer; y esto lo hace por su propio poder, o por medio de alguna hierba o
piedra, o alguna criatura oculta. Y en este sentido coincide en lo sustancial
con Pedro de Paludes.
El remedio eclesi–stico en el tribunal de Dios se establece en el Canon, donde
dice: si con el permiso del justo y secreto juicio de Dios, mediante las artes de
hechiceras y brujas, y la preparaci‡n del demonio, los hombres son
hechizados en su funci‡n procreadora debe inst–rselos a que hagan plena
confesi‡n ante Dios y Su sacerdote, de todos sus pecados, con coraz‡n
contrito y esp¤ritu humilde; y a dar satisfacci‡n a Dios con muchas l–grimas y
grandes ofrendas y rezos y ayunos.
De estas palabras resulta claro que tales afecciones s‡lo se deben al pecado,
y s‡lo ocurren en quienes no viven en estado de gracia. Luego dice c‡mo los
ministros de la iglesia pueden efectuar una cura por medio de exorcismos y
otras protecciones y curaciones que proporciona la iglesia. De este modo, con
la ayuda de Dios, Abrah–n cur‡ con sus oraciones a Abimelech y su casa. En
conclusi‡n, podemos decir que existen cinco remedios que se pueden aplicar en
forma l¤cita a quienes se encuentran hechizados de ese modo, a saber: una
peregrinaci‡n a algÂn altar santo y venerable; la verdadera confesi‡n de

2 3 9
los pecados, con contrici‡n; el uso abundante de la Seflal de la Cruz y de
devotas oraciones; exorcismos l¤citos por medio de palabras solemnes, cuya
naturaleza se explicar– m–s adelante; y por Âltimo, puede lograrse un
remedio abordando con prudencia a la bruja, como se mostr‡ en el caso del
conde que durante tres aflos no pudo cohabitar carnalmente con una virgen
con la cual hab¤a casado.

Traducción: FLOREAL MAZA


Título: PROLOGO
Asunto:
Autor: fredy nuñez
Palabras clave:
Comentarios:
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Guardado por: fredy nuñez
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Reedici‡n y enmaquetado con fecha mar 16 de febrero de 2010

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