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MALLEUS MALEFICARUM

El Martillo de la Bruja, escrito entre 1485 y 1486 por los monjes dominicos Heinrich Krammer y
Jacobus Sprenger fue el tratado que dio autoridad definitiva a jueces, magistrados y sacerdotes
inquisitoriales, tanto católicos como protestantes, para aplicar cualquier tipo de castigo en su
lucha contra la brujería. Fue el arma que legitimó teológica y legalmente la persecución de
quienes fueron acusados de tener tratos con el diablo. Este libro llevó a la tortura, el
sufrimiento y la muerte, en sólo doscientos años, a más de setenta mil personas, el noventa
por ciento de ellas, mujeres. Si bien no fue el primer tratado en su género, pues en 1461 ya se
había publicado el Fotalitium Fidei, el Malleus se constituyó como el más influyente durante
los casi tres siglos que estuvo vigente siendo avalado por la bula Summis Desiderantes del
papa Inocencio VIII, dictada el 9 de diciembre de 1448, en la que instaba a la investigación y
punición de los delitos de brujería en las provincias norteñas de la actual Alemania.

Para el poder eclesiástico, el final del siglo XV fue el momento clave para contar con una
herramienta fundamental y poderosa si aspiraba a controlar al poder secular frente a los
disidentes y los príncipes que lo disputaban. Coaccionar a los tribunales públicos con una
propaganda bien encauzada y un sistema moral rígido fue el argumento utilizado para que las
autoridades políticas tomasen de una vez el asunto de las brujas como una especie de razón de
Estado.

Esa herramienta que trascendente fue, sin lugar a dudas, el Malleus Malleficarum, un
auténtico manual inquisitorial que se puso en manos de los jueces de lo criminal. La primera
parte del texto discurre sobre la fe católica y su relación con aquellos fenómenos que escapan
a su dominio, los motivos desencadenantes de brujería, los artilugios usados por el demonio y
las diferentes clases de brujas, con sus características. La segunda trata de los métodos a
través de los cuales obra la brujería y como se los debe combatir.

En menos de doscientos años, se contaron de la obra veintinueve ediciones, aunque su


número de ejemplares es desconocido. Sólo en Alemania aparecieron dieciséis: de ellas, nueve
fueron a la imprenta en vida de su principal autor, Heinrich Kramer, también conocido como
Institor. Once ediciones vieron la luz en Francia y dos en Italia. Mientras que en España se
consideró obra de orates o personas con poco juicio y prudencia, no haciéndose eco de su
publicación.

Heinrich Kramer había nacido en Schlettstadt, una ciudad de la baja Alsacia, cercana a
Estrasburgo. Muy temprano ingresó en la Orden de Santo Domingo hasta que logró ser prior
de la Casa Dominica de su región natal. Se sabe que fue predicador general y maestro de
teología sagrada. Antes del año 1474 se lo designó inquisidor para la zona del Tirol, Salzburgo,
Bohemia y Moravia.

Jacobus Sprenger, nombrado como coautor de la obra, por su parte, vio la luz en Basilea,
ciudad en la que ingresó en la Casa Dominica como novicio en 1452. Se graduó como maestro
de teología y posteriormente resultó elegido como prior y regente de estudios del convento de
Colonia. En 1480 fue nombrado decano de Teología de la Universidad, y en 1488, provincial de
toda Alemania.
Hoy se cree que la colaboración de Sprenger en la redacción del Malleus, a pesar de lo que
indicaban sus varias portadas, había sido muy menor, pues ya para esos años se había
distanciado de Kramer. En realidad, éste habría firmado la declaración de responsabilidad
para publicarla, aunque echa mano del nombre de Sprenger para garantizarle a la obra cierta
seriedad y un reconocimiento más acabado.

Kramer hace uso efectivo de la bula de Inocencio VIII de 1484. Sólo tuvo que insertarla como
apertura del Malleus, y simular, según creen algunos historiadores, una autorización de la obra
escrita por la máxima autoridad eclesiástica. Sagaz y convencido de su misión, es probable que
haya comprendido como un moderno publicitario que la invención de la imprenta de tipos
móviles hecha por Johannes Gutenberg le sería un útil elemento para la propagación del
nefando texto. Es sabido que antes del hallazgo del arte de imprimir con el novedoso sistema,
los libros eran manuscritos que estaban en poder de muy pocas personas, raros y caros.

La Inquisición monta así un aparato burocrático que la coloca en el centro de la escena como
nunca antes había ocurrido. La aparición de este manual ordenado y completo, juntamente
con el apéndice de un código de lo criminal inserto en las ediciones masivas fue el arma para
que también los jueces seculares tomaran partido frente a esa realidad.

Pero Kramer-Institor aún debía saltar una barrera para imprimirlo: los doctores en Teología de
la Universidad de Colonia, censora suprema de todas las obras destinadas a ser públicas. Si la
Universidad emitía dictamen favorable, podría recomendarse a todo el mundo la lectura de El
Martillo de los Brujos. Pero el dictamen de los teólogos colonenses fue absolutamente
negativo, hasta el punto de que el inquisidor falsificó el acta de los universitarios valiéndose
del notario Arnold Kolich. Este funcionario extendió un instrumento notarial en mayo de 1487,
en el cual siete profesores de Teología aprobaban el contenido del manual sin reservas y
calificaban de meritoria la actuación de Institor contra las brujas. El documento fue publicado
como apéndice del libro, si bien tuvieron el cuidado de que apareciera en los ejemplares
destinados a la venta y reparto fuera de Colonia. El apartado nunca se editó allí; los lectores de
esta ciudad, desde luego, ignoraban la existencia del apéndice.

La obra, si bien trascendente por su repercusión, no era para nada original. Antes de su
aparición abundaban ya los manuales para jueces eclesiásticos y seculares, con los que los
instruían en el reconocimiento y castigo de la hería y la magia. Anteriormente hubo otras
guías, como el Summa de Offiao Inquisitionis o el Directorium Inquisitorum, tratados y
documentos que Institor tuvo muy en cuenta al redactar sus propia obra, pero a los que
supera en cerrazón y crueldad en toda su extensión.

Uno de los rasgos más originales y tremendos del Malleus Maleficarum fue la animadversión
contra las mujeres, a las quese atribuía la exclusiva encarnación de la bruja. “La hembra es más
amarga que la muerte”, afirmaba Jesús Ben Sirach, un hebreo nacido doscientos años antes de
Cristo; Institor la tenía como frase de cabecera. Y no iba a renunciar a esa idea en toda su vida.
El dominico afirmaba que ellas se diferenciaban entre los humanos por su propensión al
libertinaje y al desenfreno sexual; entonces, si el diablo era exclusiva representación de lo
masculino, sólo la hembra podía tener comercio carnal con él. Nadie hasta el momento había
tomado partido tan resueltamente contra el género femenino. Y como si fuera poco, se
apoyaba cómodamente en la bula Summis Desiderantes del papa Inocencio.
Otra singularidad es la rudeza, la crueldad y la insania con que recomienda la más variada clase
de torturas. Sólo a través de esta metodología, en su concepto, podía arrancar confesiones y
obligar a los tribunales a condenar a muerte a miles de personas. Ideó para ello un refinado
sistema de complejas preguntas e instruyó a futuros inquisidores y autoridades judiciales
sobre cómo deberían ganar la confianza del acusado y prometerle clemencia para inducirlo
más fácilmente a la confesión de su supuesto delito. Su nefasta obra enseña la manera de
confundir a las víctimas en interrogatorios contradictorios y empujarlas a manifestaciones
imprudentes, de ls que fácilmente podrían salir otras delaciones o inculpaciones a otras brujas.

Cinismo, brutalidad, misoginia y una perversidad ilimitada disfruta del sufrimiento humano
caracterizan el Malleus, a pesar del rigor doctrinario que el autor quiso imprimirle a la obra,
como se puede observar en estos párrafos escritos por Kramer, acaso apoyado por los
conocimientos de Sprenger y que transcribimos a continuación como una pequeña muestra de
su contenido:

“Y de entre quienes dañan se destaca una especie que puede producir todo tipo de hechizos y
brujerías que abarcan todo lo ques las demás, por separado, pueden hacer. Por ello, si
describimos el método de profesión en este caso, también bastará para todos los restantes. Y
esta clase está compuesta de aquellas que, contra todos los instintos de la naturaleza humana
o animal, tienen el hábito de comer y devorar a los niños de su misma especie. Y ésta es la
clase más poderosa entre las brujas, que provoca además otros numerosísimos
encantamientos. Pues causan el granizo y grandes tempestades y rayos; y esterilidad en los
hombres y animales; ofrendan a los demonios, o matan de otras maneras, a los niños que no
devoran. Pero éstos son sólo aquellos que no han renacido de la fuente del bautismo, pues no
pueden devorar a los bautizados, ni a ninguno , sin permiso de Dios”, se afirma en el Malleus
sin que a los autores, suponemos, les haya temblado el pulso.

Y prosiguen con su escalofriante visión del presunto poderío de aquellas mujeres ganadas por
los efluvios del diablo y sus secuaces: “Además, a la vista de sus padres, y sin que nadie más
esté presente, pueden echar al agua a los niños que caminan a la orilla; hacen que los caballos
se encabriten bajo sus jinetes; pueden transportarse de lugar en lugar, por el aire, tanto con el
cuerpo como imaginariamente; pueden perturbar a jueces y magistrados de modo que no les
dañen; pueden hacer que las mismas y otros mantengan silencio en la tortura; pueden
producir un gran temblor en las manos y despertar horror en la mente de quienes quieran
arrestarlas; pueden revelar cosas ocultas y ciertos acontecimientos futuros, por información de
los demonios, aunque a veces esto se deba a una causa natural (véase la pregunta de si los
diablos pueden predecir el futuro, en el segundo libro de Sentencias); pueden ver cosas
ausentes como si estuviesen presentes; pueden inclinar la mente de los hombres hacia un
amor o un odio desmesurados; en ocasiones pueden lastimar con el rayo a quien deseen, e
incluso asesinar a algunos hombres y animales; pueden exterminar los deseos de engendrar, e
incluso la potencia de la copulación, provocar abortos y matar a los nonatos en el útero
materno mediante un simple contacto exterior; en ciertas oportunidades pueden embrujar a
hombres y animales con sólo mirarlos, sin tocarlos, y causar la muerte; dedican sus propios
hijos a los demonios; y en breve, como se ha dicho, pueden desatar todas las pestes que las
otras brujas sólo pueden desatar en parte, es decir, cuando la Justicia divina lo permite. Ésta,
que es la más importante de todas las especies de brujas, puede hacer todas esas cosas, pero
no deshacerlas.

Es común en ellas el practicar la lujuria carnal con los demonios; por tanto, si presentamos el
método de que se vale esta clase principal en su profesión de sacrilegio, cualquiera podrá
entender con sencillez los métodos de las restantes clases. […] Puede suceder que, si un
hombre o una mujer miran fijamente a un niño, éste, a causa de su poder de visión y su
imaginación, reciba la impresión sensible y directa. Y es común que una impresión de esta
índole se acompañe por un cambio corporal, y como los ojos son los órganos más frágiles del
cuerpo, son pasibles de percibir tales impresiones. Por ende, bien puede ocurrir que reciban
alguna mala impresión y cambien para peor, porque los pensamientos o los movimientos
corporales quedan impresos en especial en los ojos, que los muestran. Y así, puede ser que
una mirada irascible o colérica, fija en una criatura, se imprima tal modo en su memoria y su
imaginación, que se refleje en su propia mirada, y luego se ven resultados concretos, como
que pierda el apetito, que no pueda comer, que empeore y enferme”.

Luego de hacer esta descripción pormenorizada de lo que la voluntad de una bruja influida por
el hálito satánico puede provocar en las almas inocentes, los autores ofrecen (en la tercera
parte de la obra) recetas para conjurar el efecto de dicho poder y lograr la confesión de la
endemoniada.

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