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(Baruj Spinoza) Tratado Teológico-Político (Capítulo 6)
(Baruj Spinoza) Tratado Teológico-Político (Capítulo 6)
SPINOZA
T ratad o
te o ló g ic o -p o lític o
Título origina!:
Tractatus tholologico-politicus
Título en castellano:
Tratado teológico-político
127 Cfr. CM, I, 1, pp. 234/2 s.; E, II, 18, esc. (memoria y
sorpresa).
hemos indicado en el capítulo II, al referirnos al hecho
de que el sol se detuviera en tiempos de Josué y que
retrocediera en tiempos de Ajaz 128. Pero de todo esto
trataremos, más largamente después, al referirnos a la
interpretación de los milagros, de la que he prometido
tratar en este capítulo.
132 Cfr. CM, II, 12, p. 276/32 ss. Spinoza razona como sigue:
1 “ Si por milagro se entiende lo que supera (o contradice) a la
naturaleza, conduce al escepticismo y, por tanto, al ateísmo (pp.
83/2 s.; 85/5 s.). 2.° Si se entiende lo que supera la capacidad hu
mana: a) supone un conocimiento vulgar y conduce a una idea
antropomórfica de Dios (pp. 81/5 ss., y pp. 82/5 s.); b) supone
un hecho finito y no puede dar a conocer la causa infinita (pp.
83/18 s.; 86/5 s.); c) es algo que no entendemos y por tanto no
nos hace entender nada (pp. 85/10 s.). En todo caso, es ésta la
única alternativa posible (pp. 83/32 s.; 87/7 s.).
raleza, pero que no puede ser producida y efectuada 30
por ella. Ya que, como el milagro no se efectúa fuera
de la naturaleza, sino dentro de ella, aunque se defienda
que es superior a la naturaleza, es necesario que inte
rrumpa el orden de la naturaleza, que, por otra parte,
concebimos como fijo e inmutable en virtud de los
decretos de Dios. De ahí que, si en la naturaleza se
produjera algo que no se siguiera de sus leyes, contra
diría necesariamente el orden que Dios estableció para [87]
siempre en ella mediante las leyes universales de la natu
raleza; ese hecho estaría, pues, en contra de las leyes
de la naturaleza, y la creencia en él nos haría dudar de
todo y nos conduciría al ateísmo.
Con esto pienso haber dado razones firmes y sufi
cientes para probar el punto segundo, antes señalado.
Así que podemos concluir, una vez más, que el milagro,
ya sea contra la naturaleza, ya sea sobre la naturaleza, es
un puro obsurdo, y que, por consiguiente, en las Sagra
das Escrituras no se puede entender por milagro nada
más que una obra de la naturaleza que, como dijimos,
supera o se cree superar la capacidad humana.
Antes de pasar al punto tercero, me parece oportuno 10
confirmar con la autoridad de la Escritura esta opinión
mía, a saber, que por los milagros no podemos conocer
a Dios. Y, aunque la Escritura no enseña esto abierta
mente en ningún lugar, se puede concluir fácilmente de
ella. Y, en primer lugar, del hecho de que Moisés (Deu
teronomio, 13) manda que condenen a muerte al profeta
seductor, aunque haga milagros. Pues se expresa así:
(aunque) se produzca la señal o el portento que te pre
dijo, etc., no quieras (sin embargo) dar crédito a las
palabras de ese profeta, etc., porque vuestro Dios os
tienta, etc. Que aquel profeta sea (pues) condenado a 20
muerte, etc. De donde se sigue claramente que los mi
lagros también pueden ser realizados por falsos profetas
y que, a menos que los hombres estén provistos del
verdadero conocimiento y amor de Dios, por los milagros
pueden ser inducidos con la misma facilidad a abrazar
dioses falsos o el Dios verdadero. Pues añade Moisés:
porque Jehová, vuestro Dios, os tienta para saber si le
amáis con todo vuestro corazón y con toda vuestra
alma 133. Por otra parte, los israelitas no lograron formar,
a partir de tantos milagros, una idea correcta de Dios,
como la misma experiencia ha confirmado. Y así, cuando
creyeron que Moisés se había marchado, pidieron a Aarón
divinidades visibles; y, ¡qué vergüenza!, un becerro fue
la idea que ellos formaron, finalmente, de Dios a partir
de tantos milagros 134. Y Asaf, aunque había oído tantos
milagros, dudó de la providencia de Dios y casi se hu
biera desviado del camino recto, si no hubiera compren
dido, por fin, la verdadera beatitud (Salmos, 73). El
mismo Salomón, en cuya época los asuntos judíos esta
ban en su máximo esplendor, alberga la sospecha de que
todo sucede por casualidad (ver Eclesiastés, 3, 19-21; 9,
2-3, etc.). Finalmente, a casi todos los profetas les re
sultó muy oscuro eso mismo, a saber, cómo podían con
cillarse el orden de la naturaleza y los hechos humanos
con la idea que ellos se habían hecho de la providencia
de Dios.
En cambio, los filósofos 135, que procuran entender las
cosas, no por los milagros, sino por conceptos claros,
siempre tuvieron eso muy claro; me refiero a aquellos
que ponen la verdadera felicidad en la sola virtud y tran
quilidad de ánimo y que no intentan que la naturaleza
les obedezca, sino, al revés, obedecer ellos a la natu
raleza; puesto que éstos están seguros de que Dios dirige
la naturaleza tal como lo exigen sus leyes universales
y no las leyes particulares de la naturaleza humana, y
de que, por lo mismo, Dios no sólo tiene en cuenta el
género humano, sino toda la naturaleza. Consta, pues,
por la misma Escritura que los milagros no proporcionan
el conocimiento verdadero de Dios, ni enseñan clara
mente la providencia divina.