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Schvartzman - La Cautiva Mito Argentino PDF
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La cautiva:
mito argentino
de su malón alterna vastas planicies con que- americano. No es sólo el temor o el peligro de
bradas cordilleranas (la montaña pone límites la intrusión violatoria (aunque en “La posta”
a lo inconmensurable pampeano). Es tan hay un horizonte de silencio y de nada que
complejo –tan ambiguo- el impacto echeve- mete miedo): es la tentación que vibra en los
rriano en la secuencia de sus estudios, que la cuerpos tendidos sobre la cruz del caballo, o
edición de Emecé de La cautiva, en 1966, con en ancas, o quebrados y lánguidos, en gestos
los bocetos del alemán utilizados como “ilus- que trasuntan vergüenza, entrega, resigna-
traciones” del poema, desquicia por comple- ción, expectativa.
to la relación texto – láminas. La edición omi- Así, los entreveros, por violentos que sean,
te las brevísimas anotaciones que el propio tienen, respecto del poema de Echeverría, un
Rugendas ha puesto, con intención poética, erotismo que ya no permite demonizar el uni-
paralelas a las imágenes, y en las que su cau- verso indígena. En América, Rugendas recu-
tiva no se llama María sino Dorotea. Pero no pera a su bisabuelo y entiende a Delacroix y a
se trata sólo de eso. Es que la secuencia del Gericault. El pintor de los cuadros de la natu-
pintor narra otra historia: un “indio bueno” raleza se aparta momentáneamente de la
ayuda a escapar a la cautiva (el campo antes ciencia de la mirada, tal como venía siendo
homogéneo del bárbaro ahora se divide, al codificada en las últimas décadas (5), y se
menos como lo había hecho Fenimore Coo- consagra gozosamente al arte de mirar. (*)
per); y otro final: una fiesta para celebrar el re-
greso de la mujer blanca (3).
Varios de esos bocetos, entre ellos el conoci-
do como “Regreso de la cautiva”, han llegado
al óleo, a veces de modo inconcluso. Pero en
los que quedaron en bosquejo, el lápiz y la
pluma de Rugendas han perdido su trazo me- NOTAS
ramente lineal. Crecen las sombras y los cla-
roscuros, y la composición intrincada abunda (1) Véase el excelente libro de Pablo Diener y
en circularidad, generada por las líneas de Maria de Fátima Costa, A América de Rugen-
fuerza, los movimientos y las miradas; y tam- das. Obras e Documentos, São Paulo, Esta-
bién en anécdotas secundarias, narradas en ção Liberdade / Kosmos, 1999, especialmen-
distintos planos. te los capítulos “O pintor das Américas”,
De Monvoisin a Dellavalle, pasando por Ru- págs. 12-26, y “A história americana nos pin-
gendas y Blanes, la representación de la cau- céis de Rugendas”, págs. 145-155; y también
tiva blanca reintroduce una vieja problemática Pablo Diener, “El viaje artístico de Rugendas”,
de la mirada occidental sobre el cuerpo de la en Rugendas 1802-1858, Augsburg, Consejo
mujer. Tradicionalmente, la casta Susana, el Empresario de América Latina, 1997, págs.
juicio de Paris, Júpiter y Leda, Proserpina y 20-67.
Plutón, Andrómeda y Perseo eran coartadas, (2) Se electriza. En un relámpago de lucidez,
entre otras, para mirar y dejar a la vista un César Aira transforma un dato biográfico: la
cuerpo desnudo, por lo menos hasta que caída del caballo que le produce una fractura
Courbet abandonó toda coartada para mos- de cráneo es ahora un rayo que cae sobre Ru-
trar lo único que hasta entonces no se había gendas y tuerce —o inventa— su destino su-
exhibido, y ocultar o sacar del cuadro, iróni- damericano. César Aira, Un episodio en la vi-
camente, casi todo el resto (4). Al menos des- da del pintor viajero, Rosario, Beatriz Viterbo,
de Rugendas, el complejo de la cautiva (lla- 2000.
mémosle así) despierta el indio del pintor (3) Esteban Echeverría, La cautiva, Dibujos de
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Mauricio Rugendas, Buenos Aires, Emecé, mes, 2000. Para otros aspectos involucrados
1966. Véase, en el mismo volumen, Bonifacio en estas notas, J. A. García Martínez, Oríge-
del Carril, “‘El Malón’ de Rugendas”. nes de nuestra crítica de arte. Sarmiento y la
(4) Eso, en 1866, con L’Origine du monde, y pintura, Buenos Aires, Ediciones Culturales
por encargo de aquel diplomático y coleccio- Argentinas, 1963; Antonio R. Romero, Historia
nista turco. Muy poco después, en 1872, en el de la pintura chilena, Santiago de Chile, 1951;
Río de la Plata, la concha hace su entrada y el capítulo VII de Laura Malosetti Costa, Los
triunfal en la literatura y el libro, de la mano de primeros modernos. Arte y sociedad en Bue-
Antonio D. Lussich, en Los tres gauchos nos Aires a fines del siglo XIX, Buenos Aires,
orientales. ¡Cuándo no! ¡La gauchesca! FCE, 2002.
(5) Véase Irina Podgorny y Wolfgang Schäff- (*) La primera versión de este trabajo fue leída
ner, “‘La intención de observar abre los ojos’. en las XVII Jornadas de Investigación del Ins-
Narraciones, datos y medios técnicos en las tituto de Literatura Hispanoamericana, Facul-
empresas humboldtianas del siglo XIX”, en tad de Filosofía y Letras (UBA), en mayo de
Prismas. Revista de Historia Intelectual, IV, 4, 2002. Agradezco a Bonifacio del Carril (h.),
Buenos Aires, Universidad Nacional de Quil- quien me permitió ver “El regreso de la cauti-
“Pinceladas y MANUEL
otros condimentos”
Programa dedicado a las ESNOZ
artes en general y a las
artes plásticas en particular
del 22 de mayo
RADIO CULTURA
FM 97.9 al 5 de julio