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La cautiva:
mito argentino

Por Julio Schvartzman riférica enfática del romanticismo europeo


–interactuando con su encuentro con los in-
n una carta de abril de 1845 Mariquita dios- pudiera activar, en su propia produc-

E Sánchez quiere congraciar a su amigo


Echeverría con el pintor Johann Moritz
Rugendas, que está de paso por Montevideo.
ción, lo que, quince años atrás, había sembra-
do en Europa su encuentro con el acuarelista
inglés Bonington, con Delacroix y con Tur-
Días atrás, los tres han compartido una socia- ner.(1)
bilidad de tertulia, pero la timidez del bávaro
le ha impedido acercarse al aureolado autor INDIOS-E
ESCALA
de las Rimas. Mariquita reivindica su función
de mediadora cultural: ella le ha pasado a Ru- Concebir primero el paisaje y después las fi-
gendas un ejemplar del libro de Echeverría y guras como accesorio. ¿No había sido eso
ahora transmite al poeta la viva emoción que mismo lo que Rugendas, de vuelta brevemen-
La cautiva ha suscitado en el pintor. te en Alemania, hacia 1830, había hecho al
“Cree él que usted concibió primero el paisa- pasar a la pintura al óleo sus apuntes brasile-
je, y después tomó sus figuras como acceso- ros en lápiz de 1822-1824 (cuando el contrato
rio para completar aquél.” La sutil y sensible con von Langsdorff)? La magnificencia enma-
corresponsal no tiene muy fresco en la memo- rañada de la selva tropical y allí abajo, diminu-
ria el prólogo de las Rimas, y así, devuelve al tos y casi decorativos —pero del mismo mo-
escritor argentino, como interpretación origi- do como flora y fauna dan cuenta, con suelos
nal del pintor alemán, la declaración de inten- y celajes, de un cuadro de naturaleza—, dos
ciones que Echeverría mismo había estampa- indígenas. Que, de paso, operan como escala
do explícitamente en la entrada de su libro, a para que el espectador europeo advierta la di-
saber, que “El principal designio del autor [...] mensión de la floresta americana.
ha sido pintar algunos rasgos de la fisonomía Los apuntes habían dado como primer fruto un
poética del desierto; y para no reducir su obra álbum muy del gusto de la época, su Viaje pin-
a una mera descripción, ha colocado, en las toresco al Brasil, que había enloquecido a Hum-
vastas soledades de la Pampa, dos seres boldt en 1825. El impacto estimuló una de las lí-
ideales, o dos almas unidas por el doble vín- neas más fecundas (pero también más conteni-
culo del amor y del infortunio”. das) del talento de Rugendas: un trazo preciso,
Lo notable es que, al apropiarse, como si fue- firme, nítido, básicamente (¿o habrá que decir,
ra un hallazgo de lectura, de lo que podríamos con Echeverría, meramente?) descriptivo.
llamar el esquematismo programático echeve- Su segundo viaje a América, en los primeros
rriano, Rugendas parece estar repensando su treinta, lo encuentra más afianzado en el do-
biografía artística, que acaba de entrar en cri- minio de la pintura al óleo, y respetuoso de los
sis en tierra americana, y específicamente en límites que separan el bosquejo muy rápido
el extremo sur, como si sólo la recepción pe- del natural del otro, más elaborado, con una
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apuesta fuerte en la composición, y finalmen- dad, mira, estudia, anota.


te del producto último, acabado y sin huellas ENTREVEROS PAMPA
visibles del trazo del pincel.
Se diría que a medida que baja por el conti- Nacen así veinticinco ilustraciones (más del do-
nente, Rugendas va descubriendo nuevos in- ble, si contamos croquis y variaciones) sobre el
tereses, incorporando paulatinamente lo cul- motivo del malón, que lo seguirá obsesionando
tural a sus cuadros naturales, e intentando por hasta su muerte en 1858. Memoria, boceto y
primera vez el género histórico y el costum- cuadro tienen en el imaginario pictórico sus pro-
brista. Ya en Chile, el conocimiento de casos pios tiempos de rumia y de realización. Basta
de raptos araucanos de cautivas blancas (en recordar lo que media entre los bosquejos de
particular uno de enorme repercusión, el de Cándido López y sus cuadros de la guerra del
Trinidad Salcedo) le provoca una vivísima cu- Paraguay, incluyendo el “cambio de mano”.
riosidad por el fenómeno y su trasfondo de Cuando Monvoisin, por ejemplo, llega a Chile y
guerras y malones. Quizás como mítico re- más tarde a Buenos Aires, durante un tiempo si-
cuerdo de infancia, evoca los vigorosos cua- gue pintando odaliscas que traía bocetadas de
dros de batallas, plenos de movimiento y ten- Europa. Cuando vuelve a Francia, sigue pintan-
sión barroca, de su bisabuelo, Georg Philipp do cautivas bocetadas en Sudamérica.
Rugendas. En la serie del malón, Rugendas es ya otro ar-
En Chile establece relación con Domingo de Oro tista. Hay velocidad en el trazo, descuidadas y
y Juan Espinosa (más tarde conoce a Sarmien- felices imprecisiones, sobre todo en los bor-
to, con el cual intercambiará cartas e ideas). Em- des de los motivos, que se van diluyendo ha-
pieza a constelar, desde otra latitud, una diversi- cia el exterior de la hoja. Pero lo más impre-
dad de elementos filosóficos y estéticos, de sen- sionante es la imbricación de las formas y de
saciones y sentimientos vinculados a una múlti- los cuerpos. Nadie, antes, había concebido
ple herencia cultural. Ahora adquieren nuevas pictóricamente, en Sudamérica, lo que se de-
resonancias Herder, con su recuperación de las ja nombrar, con gráfica economía, como en-
tradiciones populares; Rousseau, por cuyo filtro trevero. Arriba vuelan las boleadoras y por to-
los indios se naturalizan de otro modo que en el das partes se cruzan larguísimas lanzas. Las
paradigma Humboldt, y Chateaubriand, con su formas de cuerpos humanos y animales se en-
América idealizada. castran, se penetran.
En 1835, en Chile, gracias a sus contactos En un momento de elaboración de la serie, lle-
con un jefe picunche, participa de unas nego- ga a manos de Rugendas el ejemplar de La
ciaciones de paz entre el general Bulnes y ca- cautiva. Entonces se produce una complicada
ciques mapuches. En 1838, estando en Men- recepción. Rugendas se electriza ante lo “in-
doza, se entera de un ataque pehuenche con- conmensurable, abierto” que él mismo ha ex-
tra una posta de correos del sur de la provin- perimentado, procesándolo, sin embargo, de
cia. Se acerca temerariamente a esa parciali- otra manera (2). Entre otras cosas, el paisaje
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de su malón alterna vastas planicies con que- americano. No es sólo el temor o el peligro de
bradas cordilleranas (la montaña pone límites la intrusión violatoria (aunque en “La posta”
a lo inconmensurable pampeano). Es tan hay un horizonte de silencio y de nada que
complejo –tan ambiguo- el impacto echeve- mete miedo): es la tentación que vibra en los
rriano en la secuencia de sus estudios, que la cuerpos tendidos sobre la cruz del caballo, o
edición de Emecé de La cautiva, en 1966, con en ancas, o quebrados y lánguidos, en gestos
los bocetos del alemán utilizados como “ilus- que trasuntan vergüenza, entrega, resigna-
traciones” del poema, desquicia por comple- ción, expectativa.
to la relación texto – láminas. La edición omi- Así, los entreveros, por violentos que sean,
te las brevísimas anotaciones que el propio tienen, respecto del poema de Echeverría, un
Rugendas ha puesto, con intención poética, erotismo que ya no permite demonizar el uni-
paralelas a las imágenes, y en las que su cau- verso indígena. En América, Rugendas recu-
tiva no se llama María sino Dorotea. Pero no pera a su bisabuelo y entiende a Delacroix y a
se trata sólo de eso. Es que la secuencia del Gericault. El pintor de los cuadros de la natu-
pintor narra otra historia: un “indio bueno” raleza se aparta momentáneamente de la
ayuda a escapar a la cautiva (el campo antes ciencia de la mirada, tal como venía siendo
homogéneo del bárbaro ahora se divide, al codificada en las últimas décadas (5), y se
menos como lo había hecho Fenimore Coo- consagra gozosamente al arte de mirar. (*)
per); y otro final: una fiesta para celebrar el re-
greso de la mujer blanca (3).
Varios de esos bocetos, entre ellos el conoci-
do como “Regreso de la cautiva”, han llegado
al óleo, a veces de modo inconcluso. Pero en
los que quedaron en bosquejo, el lápiz y la
pluma de Rugendas han perdido su trazo me- NOTAS
ramente lineal. Crecen las sombras y los cla-
roscuros, y la composición intrincada abunda (1) Véase el excelente libro de Pablo Diener y
en circularidad, generada por las líneas de Maria de Fátima Costa, A América de Rugen-
fuerza, los movimientos y las miradas; y tam- das. Obras e Documentos, São Paulo, Esta-
bién en anécdotas secundarias, narradas en ção Liberdade / Kosmos, 1999, especialmen-
distintos planos. te los capítulos “O pintor das Américas”,
De Monvoisin a Dellavalle, pasando por Ru- págs. 12-26, y “A história americana nos pin-
gendas y Blanes, la representación de la cau- céis de Rugendas”, págs. 145-155; y también
tiva blanca reintroduce una vieja problemática Pablo Diener, “El viaje artístico de Rugendas”,
de la mirada occidental sobre el cuerpo de la en Rugendas 1802-1858, Augsburg, Consejo
mujer. Tradicionalmente, la casta Susana, el Empresario de América Latina, 1997, págs.
juicio de Paris, Júpiter y Leda, Proserpina y 20-67.
Plutón, Andrómeda y Perseo eran coartadas, (2) Se electriza. En un relámpago de lucidez,
entre otras, para mirar y dejar a la vista un César Aira transforma un dato biográfico: la
cuerpo desnudo, por lo menos hasta que caída del caballo que le produce una fractura
Courbet abandonó toda coartada para mos- de cráneo es ahora un rayo que cae sobre Ru-
trar lo único que hasta entonces no se había gendas y tuerce —o inventa— su destino su-
exhibido, y ocultar o sacar del cuadro, iróni- damericano. César Aira, Un episodio en la vi-
camente, casi todo el resto (4). Al menos des- da del pintor viajero, Rosario, Beatriz Viterbo,
de Rugendas, el complejo de la cautiva (lla- 2000.
mémosle así) despierta el indio del pintor (3) Esteban Echeverría, La cautiva, Dibujos de
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Mauricio Rugendas, Buenos Aires, Emecé, mes, 2000. Para otros aspectos involucrados
1966. Véase, en el mismo volumen, Bonifacio en estas notas, J. A. García Martínez, Oríge-
del Carril, “‘El Malón’ de Rugendas”. nes de nuestra crítica de arte. Sarmiento y la
(4) Eso, en 1866, con L’Origine du monde, y pintura, Buenos Aires, Ediciones Culturales
por encargo de aquel diplomático y coleccio- Argentinas, 1963; Antonio R. Romero, Historia
nista turco. Muy poco después, en 1872, en el de la pintura chilena, Santiago de Chile, 1951;
Río de la Plata, la concha hace su entrada y el capítulo VII de Laura Malosetti Costa, Los
triunfal en la literatura y el libro, de la mano de primeros modernos. Arte y sociedad en Bue-
Antonio D. Lussich, en Los tres gauchos nos Aires a fines del siglo XIX, Buenos Aires,
orientales. ¡Cuándo no! ¡La gauchesca! FCE, 2002.
(5) Véase Irina Podgorny y Wolfgang Schäff- (*) La primera versión de este trabajo fue leída
ner, “‘La intención de observar abre los ojos’. en las XVII Jornadas de Investigación del Ins-
Narraciones, datos y medios técnicos en las tituto de Literatura Hispanoamericana, Facul-
empresas humboldtianas del siglo XIX”, en tad de Filosofía y Letras (UBA), en mayo de
Prismas. Revista de Historia Intelectual, IV, 4, 2002. Agradezco a Bonifacio del Carril (h.),
Buenos Aires, Universidad Nacional de Quil- quien me permitió ver “El regreso de la cauti-

Los sábados de 14 a 15 DABBAH TORREJON

“Pinceladas y MANUEL
otros condimentos”
Programa dedicado a las ESNOZ
artes en general y a las
artes plásticas en particular
del 22 de mayo
RADIO CULTURA
FM 97.9 al 5 de julio

Idea y conducción: Stella Sidi

horario a partir del 22 de mayo:


martes y viernes a las 11.30 martes a viernes de 15 a 20 hs
sábados de 11 a 14 hs.
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