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APORTACIONES DEL
PSICOANÀLISIS RELACIONAL
PARA LOS PSICÓLOGOS
CLÍNICOS
NERI DAURELLA
Psicóloga especialista en Psicología Clínica.
Psicoanalista miembro de la SEP (Sociedad Española de
Psicoanálisis), perteneciente a la International
Psychoanalytic Association (IPA). Miembro de la Sección
Española de la International Association for Relational
Psychoanalysis and Psychotherapy (IARPP-E). Miembro
honorario del Instituto de Psicoterapia Relacional (IPR).
Profesora del Master en Psicoterapia Psicoanalítica de la
Fundació Vidal i Barraquer (Universitat Ramon Llull)
ISSN 1989-3906
Contenido
FICHA 1 ........................................................................................................... 22
El grupo Balint como grupo de reflexión sobre los aspectos emocionales y
relacionales en la práctica sanitaria
FICHA 2 ................................................................................................................................. 24
La entrevista de apego para adultos (Adult Attachment Interview, AAI)
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Documento base.
Aportaciones del psicoanàlisis relacional para los
Psicólogos Clínicos
ORÍGENES Y DESARROLLO DEL PSICOANÁLISIS RELACIONAL
El término “psicoanálisis relacional” se consensuó en una reunión de psicoanalistas norteamericanos coordinada por
Stephen Mitchell en 1983 en Nueva York (Bromberg, 2009). Escogieron este término porque, primero, representaba de
una manera clara y concisa la perspectiva nuclear que compartían:
1º Que la mente humana, su desarrollo normal, su patología y el proceso de su crecimiento terapéutico se configuran
relacionalmente, a través de la relación con otra mente
2º Que era un término no tan específico conceptualmente como para implicar adhesión a una teoría determinada.
Y es que la perspectiva relacional, aunque muchas veces se presenta como una escuela norteamericana nacida en la
década de los 80 del siglo pasado, no se identifica como tal escuela, sino como una tradición, una tendencia, dentro
del psicoanálisis, que se remonta a más de cincuenta años antes, en Europa, y que no nace de un solo teórico o de un
grupo homogéneo de teóricos. Según Bromberg, uno de los asistentes a la reunión en Nueva York, “Freud, Klein, Ferenczi,
Fairbairn, Winnicott, Sullivan y Kohut son todos figuras parentales importantes, aunque ninguno tiene autoridad parental”
(2009)
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Por supuesto, esta síntesis no incluye ni mucho menos todas las complejidades y vicisitudes de la evolución de Freud.
Sólo resume lo que llamaríamos su “teoría pulsional”, su segunda teoría, la que elaboró después de abandonar sus
primeras hipótesis, en las que había dado crédito a las historias de abuso sexual infantil que relataban sus pacientes
neuróticas y había elaborado su primera teoría, la llamada “teoría de la seducción”, según la cual los orígenes de la
psicopatología se encontraban en experiencias traumáticas en la infancia, ocurridas en el seno de las familias. Cuando
presentó esta teoría sobre la etiología de la histeria en abril de 1896 en la Sociedad de Psiquiatría y Neurología de Viena,
no es de extrañar que, en plena época victoriana, se recibiera con gran escándalo la idea de que los padres pudieran
ser los responsables de las perturbaciones emocionales de sus hijos por abusos relacionados con la sexualidad.
Al cabo de poco, Freud renunciaría a su “teoría de la seducción” (1897) y plantearía la hipótesis alternativa de que las
causas de la histeria se encontraban no tanto en hechos reales como en fantasías de seducción de las propias pacientes,
que respondían a sus deseos inconscientes, pasando a elaborar la hipótesis del complejo de Edipo. Se ha discutido
mucho sobre los factores que influyeron en este giro, pero no se trata de entrar aquí en un análisis especulativo a partir
de lo que sabemos actualmente sobre la persona de Freud. Para quien esté interesado sobre el tema, es recomendable
leer y comparar dos biografías de Freud de diferentes épocas: la primera biografía oficial escrita entre 1953 y 1957 por
el psicoanalista británico Ernest Jones y la más reciente publicada en 2014 por la historiadora francesa Elisabeth
Roudinesco.
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Las tres series complementarias están siempre presentes en toda conducta (normal o patológica), pero puede
existir un predominio de cada una de las series.” (Bleger, 1963/1983, pp. 134-5)
Aquí vemos un intento de Freud de superar la alternativa que le obligaba a elegir entre factores endógenos o exógenos
a la hora de explicar la psicopatología de sus pacientes, usando un lenguaje más comprensible para los psicólogos
contemporáneos que tienen como referencia un modelo bio-psico-social a la hora de plantear hipótesis explicativas de
la conducta humana.
2. FERENCZI: “SIN SIMPATÍA NO HAY CURACIÓN (A LO SUMO INTELECCIONES SOBRE LA GÉNESIS DEL
PADECER).” (1932)
2.1. La recuperación del papel del trauma
Actualmente se considera al psicoanalista húngaro Sándor Ferenczi (1873-1933) la segunda figura en importancia del
psicoanálisis tras Freud, sobre todo como la base de la tradición relacional que adopta esta denominación en los últimos
30 años. Este reconocimiento ha llegado tardíamente a un autor que desde su muerte hasta estos últimos años estuvo
bastante «desaparecido» de los círculos psicoanalíticos, poco citado en la bibliografía y no estudiado en los institutos
de formación de psicoanalistas hasta que en 1985, fecha en que por fin pudieron publicarse su diario clínico (Ferenczi,
1932) y su Correspondencia con Freud (Ferenczi y Freud, 1992), tuvo lugar su «redescubrimiento», que se refleja en
congresos, publicaciones y abundantes referencias a su influencia en el psicoanálisis contemporáneo (Daurella, 2000).
Ferenczi fue durante muchos años el discípulo preferido de Freud, pero poco a poco fue distanciándose del Freud más
especulativo y más preocupado por preservar la pureza de su método que por buscar la eficacia terapéutica. Ferenczi
recupera el concepto de trauma como factor etiológico importante en la patología mental, pero en un sentido mucho
más amplio que el de la primitiva teoría freudiana de la seducción. En primer lugar, no está hablando sólo del trauma
vinculado a la sexualidad, sino también de la hostilidad de los adultos en su relación con los niños. Y no ignora el papel
de la fantasía y del conflicto edípico del niño en la génesis de la patología, pero considera que el erotismo infantil es
tierno y el erotismo del adulto es apasionado, y que el trauma se produce cuando el adulto no hace su función protectora
sino que utiliza al niño para sus fines pasionales, no necesariamente en forma de abuso sexual explícito, sino de muy
diversas maneras, que sólo tienen en común la característica de ignorar las auténticas necesidades del niño.
No niega que las tendencias eróticas de los niños se manifiestan mucho más intensa y precozmente de lo que se
pensaba antes de los descubrimientos de Freud, pero dice que, incluso en lo relativo a los temas sexuales, lo que desea
el niño es sólo el juego y la ternura y no la manifestación violenta de la pasión. Y cuando el adulto fuerza prematuramente
sus sensaciones, el niño experimenta mucho miedo. De todos modos, tanto o más patógeno que este trauma por exceso
de pasión del adulto considera Ferenczi el trauma por defecto, por falta de deseo, el caso del niño que es un “huésped
no querido en la familia”. En El niño no bienvenido y su impulso de muerte (1929), refiriéndose a la teoría freudiana que
divide las pulsiones en eros y tanatos, destaca cómo el niño no bienvenido puede perder precozmente el gusto por la
vida y ser visto desde fuera como un ser carente de capacidad de adaptación, con una debilidad congénita de la
capacidad de vivir, cuando tal vez ello se deba a un trauma no tan evidente, mejor dicho, a una sucesión de
microtraumas: a que el niño percibe repetidas veces, consciente o inconscientemente, muestras de aversión, impaciencia
y disgusto de los padres. Ferenczi suscribe la teoría freudiana de las series complementarias, pero hace una advertencia
sobre la posibilidad de minusvalorar el peso del factor traumático en la patogénesis y suponer un factor constitucional
muy determinante cuando los traumas no son muy evidentes en la historia del paciente.
Michael Balint (1896-1970), depositario directo del legado de Ferenczi, explicaría más tarde muy claramente la idea
central de su maestro sobre lo que él consideraba traumatógeno:
“La desproporción esencial entre la limitada capacidad para gestionar la excitación que tiene el niño y la
estimulación de los adultos, excesiva o insuficiente, inconsciente, y por lo tanto incontrolada, cargada de pasión
y simultáneamente de culpa. Al niño le da lo mismo que los adultos denominen a esta estimulación desconsiderada
régimen higiénico, juego divertido, educación para la libertad, dar ejemplo, moralidad estricta, premio o castigo,
o lo que os plazca.” (Balint, 1949)
El principal mensaje de Ferenczi era subrayar la discrepancia que se da frecuentemente entre las auténticas necesidades
del niño y las gratificaciones incontroladas (por el hecho de ser inconscientes) que se permiten los adultos responsables
de su crianza. Ferenczi, al referirse a los niños traumatizados, habla de miedo, de falta de gusto por la vida, de
incapacidad de adaptación, de lo que, en una terminología actualmente muy en boga denominaríamos disminución de
la resiliencia.
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puede superar la dificultad que esto supone y se mantiene en posición especular, le permitirá descubrir los procesos
psíquicos inconscientes del paciente.
Y por lo que se refiere a la contratransferencia, es el término que usó Freud para referirse al fenómeno que “surge en
el médico bajo el influjo del enfermo sobre su sentir inconsciente”, y consideraba recomendable “el reconocimiento de
esta contratransferencia por el médico mismo y su vencimiento” (Freud, 1910/1973b, p. 1566). Las recomendaciones
técnicas de Freud a los analistas (tratar de mantenerse neutrales ante la transferencia de los pacientes y esforzarse por
identificar y vencer su contratransferencia) serían cuestionadas por Ferenczi, muy comprometido con la función
terapéutica de su oficio, y que abriría la puerta a hacer variaciones de la técnica estándar en función de las necesidades
de cada paciente.
En los analistas del grupo independiente de la Sociedad Británica es donde más se aprecia lo que podríamos llamar el
“giro relacional”, en el sentido de concebir cada vez menos la transferencia como un producto exclusivo del paciente
ante la presencia de un analista que funciona como un espejo, ver imposible e indeseable la pretensión del analista de
funcionar como una pantalla totalmente en blanco, y considerar la contratransferencia como un factor terapéutico
determinante, revalorizando el papel de los afectos y de las vivencias emocionales en el diálogo de inconsciente a
inconsciente entre paciente y analista.
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acumulativo es la consecuencia de los fallos en la función de la madre como protección contra las excitaciones durante
el curso total del desarrollo del niño, desde la infancia a la adolescencia, en todas aquellas áreas de la experiencia
donde el niño sigue necesitando a la madre como un yo auxiliar que apoye sus funciones yoicas inmaduras e inestables.
Es algo cualitativa y cuantitativamente diferente de las groseras intrusiones de una madre gravemente perturbada, que
han sido abordadas con frecuencia en la literatura psicoanalítica en relación con niños esquizofrénicos o en delincuentes
que se comportan de manera abiertamente hostil y destructiva. Las brechas que él tenía en mente eran fallos por
inadaptación de la madre a las necesidades de apoyo del niño. No son traumáticas separadamente, poseen la cualidad
de una «tensión», y no distorsionan el desarrollo del yo o la evolución psicosexual, pero influyen en ellos. Tales brechas
se acumulan de forma silenciosa e invisible en el transcurso del tiempo y a través del proceso de desarrollo. De ahí su
dificultad para detectarlas clínicamente durante la infancia. Gradualmente quedan incorporadas a los rasgos específicos
de una determinada estructura de carácter. Aquí resuena el concepto de “falso self” de Winnicott: el niño no desarrolla
su auténtico self. El principal proceso psíquico implicado en tales relaciones colusivas es la identificación. Esta
identificación permanece siendo esencialmente de tipo incorporativo y proyectivo, interfiriendo en la internalización y
la asimilación de nuevas representaciones de objeto, complicando de esta manera la diferenciación y el crecimiento
verdaderos de las estructuras psíquicas internas.
Pero Masud Khan añade que la fase durante la que el propio niño se da cuenta de forma cabal de los efectos
distorsionantes y desorganizadores de este vínculo colusivo con la madre es la adolescencia. Entonces la reacción es un
rechazo dramático de la madre y de todas las pasadas investiduras de ella. Esto conduce, o bien al colapso del desarrollo
de la personalidad, que deriva en inercia y futilidad, o a un anhelo apasionado de nuevos ideales, objetos e intereses
yoicos.
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niño son las de la alimentación y la sexualidad y pasar a definir como fundamental la conducta de apego: cualquier forma
de conducta que tiene como resultado el logro o la conservación de la proximidad con otro individuo claramente
identificado al que se considera mejor capacitado para enfrentarse al mundo. Dado que su punto de partida para
desarrollar la teoría fue la observación de la conducta, muchos psicoanalistas supusieron erróneamente que la teoría del
apego no era más que una versión del conductismo. Bowlby reconoce que este error pudo deberse a que se confundieron
los conceptos de “apego” y “conducta de apego”.
El papel de los padres es el de proporcionar una base segura a partir de la cual el niño puede hacer salidas al mundo
exterior y a la cual puede regresar sabiendo con certeza que será bien recibido, alimentado física y emocionalmente,
reconfortado si se siente, afligido y tranquilizado si está asustado. Es decir, se trata de ser accesibles, estar preparados
para responder cuando se les pide, y tal vez ayudar, pero intervenir activamente sólo cuando es evidentemente
necesario.
Según la teoría del apego, la principal fuente de ansiedad es la inseguridad en el apego. Y es menos susceptible de ser
procesada cuando no es posible entenderla o reflexionar sobre ella y sus fuentes. En algunas familias es imposible la
discusión abierta y sensata de los acontecimientos interpersonales. Y el niño se queda solo con ansiedades no procesadas,
que acaban siendo improcesables. Y acaba obturándose la capacidad psíquica de procesar emociones. Ej. “En mi familia
no se les ponía nombre a las emociones.” De mayores, son incapaces de expresar sus estados afectivos.
Bowlby postula la existencia de una organización psicológica interna con una serie de características muy específicas
– que incluyen modelos representativos del sí-mismo [self] y de la figura o figuras de apego- , y considera su teoría “una
variante de la teoría psicoanalítica de las relaciones objetales, derivada de la escuela húngara de psicoanálisis”. El
concepto de modelos operativos internos es central en la teoría del apego: Son mapas cognitivos, representaciones,
esquemas o guiones que un individuo tiene de sí mismo y de su entorno, hacen posible la organización de la experiencia
subjetiva y de la experiencia cognitiva, además de la conducta adaptativa, y posibilitan el filtrado de información acerca
de uno mismo o acerca del mundo exterior.
La teoría del apego de Bowlby ha dado pie a gran cantidad de investigación empírica, sobre niños y adultos, a partir
del conocido experimento llamado “La situación extraña”, realizado por su colaboradora en la clínica Tavistock, Mary
Ainsworth y colaboradores, para intentar medir el apego de niños de 1 a 2 años en una situación de laboratorio. Este
procedimiento implicaba dos episodios de breve separación entre el niño y la madre, para observar las reacciones del
niño durante la separación, y sobre todo en el momento del reencuentro con ella. Sobre la base de estos experimentos
se llegó a clasificar los patrones de apego de los niños en cuatro categorías:
A: Apego evitativo
B: Apego seguro
C: Apego ambivalente
D: Apego desorganizado
(Ainsworth y cols., 1978; Main y Solomon, 1986)
Y a partir de esta clasificación, en los últimos 30 años se han desarrollado métodos de evaluación de patrones de apego
en diferentes momentos del ciclo vital, que reflejan a su vez los diferentes modelos operativos internos y que tienen
también sus correspondientes aplicaciones clínicas. (Ver Ficha 2)
Como vemos, Bowlby ya se inscribe en un psicoanálisis plenamente relacional, aunque su teoría se presentó en 1969,
1972 y 1980 con la publicación de su trilogía Attachment and Loss, años antes de la reunión de Nueva York (1983) en
la que se consensuó el nombre de “psicoanálisis relacional”. Y su teoría aportará nuevos desarrollos al psicoanálisis, en
parte gracias a los avances producidos en las neurociencias, que han venido a esclarecer lo que más recientemente se
ha denominado la “neurobiología del apego” (Fonagy, 2001).
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con los pacientes diferente del convencional estilo asimétrico y jerárquico, sugirió a Clara que Ferenczi era el único
analista que le parecía confiable (Ávila Espada, 2013, p. 99).
Como dice Stephen Mitchell:
Thompson tenía un agudo sentido de la historia de las ideas psicoanalíticas y reconocía la fuerte afinidad natural
entre el redescubrimiento de Ferenczi sobre la importancia del trauma real y su énfasis en la centralidad de la
relación entre el analista y el paciente; el enfoque innovador de Sullivan sobre la esquizofrenia como un trastorno
de los sistemas familiares; y la reubicación de Fromm de la teoría de la libido freudiana dentro de una amplia
perspectiva marxista haciendo hincapié en la importancia de la cultura y la historia (psicoanálisis humanista). La
visión de Thompson llevó a la generación de una tradición psicoanalítica en desarrollo que hacía hincapié en la
importancia de la interacción desde sus inicios (Mitchell, 1997/2015, p. 117)
Pero Clara Thompson es conocida por dos aportaciones principales:
4 Por destacar la importancia del análisis del carácter, entendido como el conjunto de actitudes habituales desarrolla-
das en el curso de la vida como formas de afrontar la vida, más que en la búsqueda de los orígenes infantiles de la
transferencia. Para ella el problema no son tanto los residuos del pasado, que saturan y distorsionan el presente, si-
no las actitudes irracionales del presente que interfieren con integraciones más racionales y saludables.
4 Por su estudio de la psicología de la mujer, que compartió con Karen Horney, criticando ambas la visión falocéntri-
ca de Freud, basada en la concepción de la psicosexualidad femenina vigente en su época, y constituyéndose en
precursoras de la visión feminista actual. Entre sus escritos más destacados se cuentan Envidia del pene en las muje-
res (1943), Algunos efectos de la actitud despectiva hacia la sexualidad femenina (1950), y Los problemas de la fe-
minidad (1964)
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En cuanto a las motivaciones básicas de las personas, Sullivan se diferencia claramente de la propuesta freudiana que
las sitúa en las pulsiones sexual y agresiva, y habla de necesidades de dos tipos:
4 La necesidad de satisfacción (de las necesidades fisiológicas, de contacto emocional con otro e intimidad, de ejerci-
cio intelectual de las capacidades y funciones de la persona mediante la interlocución, etc.)
4 La necesidad de seguridad, que incluye la evitación de la ansiedad y el mantenimiento de la autoestima, el deseo
de pertenencia y de sentirse aceptado.
Cuando un paciente acude a un psicoterapeuta, lo mismo que cuando inicia cualquier relación, lo hace sobre la base
de unos patrones más o menos desadaptativos, según hayan sido sus experiencias relacionales en el pasado. Lo que ofrece
la situación analítica es la oportunidad de diferenciar el pasado del presente. El paciente nunca responde ante un
psicoterapeuta genérico, siempre responde a un psicoterapeuta en particular. El psicoterapeuta ha de indagar los
mecanismos adaptativos que utiliza el paciente como “operaciones de seguridad”, para ir ayudándole a deshacer
malosentenidos, a ir clarificando sobreentenidos, a fomentar la auto-reflexión, sin imponer un encuadre a priori, sino
eligiéndolo en función de las posibilidades de cada persona y de la relación que pueda establecerse con ella.
Así pues, Sullivan identificó una base interpersonal en el sufrimiento emocional durante las interacciones patogénicas
tempranas y la infancia del individuo. Etiológicamente relevantes, tales interacciones conducen a dificultades en la vida
y podrían ser tratadas más eficazmente con un enfoque interpersonal. Según este enfoque, el analista corregiría la
anticipación del paciente sobre sí mismo, es decir, sobre su actuación como una de esas figuras dañinas de la vida
anterior del paciente. Finalmente, se fundó un instituto sullivaniano, el Instituto William Alanson White, en la ciudad
de Nueva York, y desde allí se empezó a practicar y desarrollar el psicoanálisis interpersonal, que acabó formando la
llamada escuela relacional.
4.3. El Instituto William Alanson White: el acceso de los psicólogos norteamericanos a la formación psicoanalítica
relacional
El Instituto William Alanson White también fue pionero en la formación psicoanalítica de psicólogos desde 1943,
seguido de cerca por el Centro de Posgrado para la Salud Mental de Nueva York, en 1949, donde se formaron Lachmann
y Stolorow, cuyo cuerpo docente estaba a cargo de Lewis Wolberg, anterior miembro del Instituto Psicoanalítico de
Nueva York, la acrópolis del psicoanálisis clásico. Sin embargo, más tarde, crearon un espacio de tratamiento no
institucionalizado con pacientes externos y fueron pioneros en la formación psicoanalítica grupal, con una relativa
apertura hacia la pluralidad de orientaciones teóricas. Ambos institutos contaban con departamentos de psicoanálisis
infantil en contacto directo con varios centros formativos de la Sociedad Psicoanalítica Británica. Otro instituto que
contribuyó a la diversificación de las perspectivas fue el Instituto Postdoctoral de la Universidad de Nueva York, fundado
en 1961, con una oferta de carreras de formación freudiana, relacional e interpersonal para psicólogos. En el área de
influencia de este instituto se formaran muchos de los psicoanalistas relacionales más destacados, entre otros Edgar A.
Levenson, Stephen A. Mitchell, Phillip M. Bromberg, Donnel B. Stern, Darlene Ehrenberg y Sandra Buechler.
Desde finales de la década de 1980, los institutos de la Asociación Psicoanalítica Americana abrieron sus puertas a los
profesionales clínicos no médicos y, gracias a ello, lograron crear un buen número de institutos y sociedades
independientes de la API en todo el país. Gracias al trabajo clínico, que contaba con una amplia variedad de pacientes
de distintas edades y patologías, y la llegada de psicólogos y otros profesionales clínicos no médicos a la escena
estadounidense, se logró alterar el statu quo y se pudieron ampliar los límites conceptuales del psicoanálisis clásico
(Véase el Diccionario Enciclopédico Interregional de la API, 2019, p. 261).
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Si el analista ofrece una perspectiva sobre lo que pasó y lo que pasa ahora, ¿quién es el que decide que, de hecho,
realmente ocurrió? ¿Qué pasa con la verificación? Lo que sucedió es importante, este principio sigue siendo central y
diferencia la posición interpersonal de otras tradiciones, que ponen más peso en los instintos y la fantasía. El
interpersonalista considera el papel formativo de los acontecimientos reales más que el de la realidad psíquica basada
en la fantasía. Sin embargo, con la extensión del principio de participación en el marco del perspectivismo, no está del
todo claro quién decide lo que sucedió en el pasado del paciente y lo que está sucediendo ahora en la situación analítica
(Mitchell, 1997/2015, p. 148).
En un libro posterior, La ambigüedad del cambio (1983), Levenson presenta al paciente como fundamentalmente
confuso, como resultado de las mistificaciones, “verdades a medias, arraigadas en el terreno de la información omitida”
(p. 25) Hay que ayudar al paciente a demistificar, pero el analista sólo puede experimentar las cosas en el contexto de
su propia experiencia personal. Así que la función del terapeuta no es explicar el contenido de lo que aporta el paciente
(sueños, material histórico temprano, transferencia …) sino que ayuda a ampliar la conciencia sobre los patrones que
se repiten en sus relaciones. Ahora bien, en el bienentendido de que cualquier cosa que le diga el paciente al analista
está sujeta a un número casi infinito de perspectivas, “un verdadero Rashomon”.
Dice A. Liberman (2013) que para Levenson, el paciente es un niño que ha aprendido a evitar las experiencias que
pudieran generar una ansiedad desorganizadora en el otro o en él mismo, en los ambientes que le han sido familiares,
y cuando el analista le propone un cambio de perspectiva, a lo mejor está aterrorizado por la posibilidad de ser expulsado
del grupo si no coincide con las ilusiones familiares.
Seguramente pertenecer es uno de los más antiguos y atractivos imperativos sociales; la expulsión es un equivalente a
la muerte (Levenson, 1991, p. 513)
¿Cómo ganarnos la confianza del paciente al que enseñaron a desconfiar de los extraños?
4.3.2. Stephan Mitchell: el psicoanálisis relacional visto como la emergencia de una tradición
Stephan A, Mitchell (1946-2000) es reconocido como el introductor del término “psicoanálisis relacional” en 1983, en
un libro escrito en colaboración con Jay Greenberg, Object Relations in Psychoanalytic Theory, para usar un término-
puente que incluyera las aportaciones de los autores de los que hemos dado cuenta hasta aquí, y algunos otros. El
término “psicoanálisis relacional” se aplicaría para referirse a la evolución en el mundo del psicoanálisis desde un
modelo predominantemente intrapsíquico hacia otro que incluye lo interpersonal y lo intersubjetivo, y subraya la
naturaleza social, interactiva e interpersonal de la mente.
Como dice Lewis Aron, coeditor con Mitchell del libro Relational Psychoanalysis: The Emergence of a Tradition (1999),
dice sobre Mitchell:
Era prudente para no reificar al psicoanálisis relacional como una escuela o un sistema coherente, prefiriendo
verlo como una “tradición dentro de una tradición”.
Y añade mucho después una observación muy interesante para el mundo psicoanalítico:
Por mucho que el enfoque relacional sea considerado una escuela, es la primera escuela psicoanalítica que no se
ha desplegado en torno a un único líder. Estoy pensando, desde luego, en Freud, Jung, Adler, Klein, Kohut,
Winnicott y Lacan. Me parece que comparativamente la tradición relacional ha sido, desde sus inicios, mucho más
pluralista y descentralizada. Creo que esto tiene algo que ver con la gran generosidad, el espíritu de colaboración
y la ausencia de una preocupación obsesiva por la propiedad y prioridad de las ideas que caracterizó a Stephen
A. Mitchell. (Aron, 2015)
La repercusión de la aportación de Mitchell y el grupo de psicoanalistas vinculados al William Alanson White Institute
sería muy grande en el psicoanálisis norteamericano contemporáneo a partir de la aparición de la revista Psychoanalytic
Dialogues: A Journal of Relational Perspectives, en 1991.
Lo más característico de Mitchell es su actitud de diálogo permanente con sus pacientes, sus colegas y sus antecesores,
y de respeto por la capacidad de generar significados subjetivos de sus experiencias. Para él, cualquier comprensión de
la mente, la propia o la del otro, es personal. Las conjeturas de cada analista sobre cada paciente no se derivan
simplemente de la aplicación de su teoría sino que están saturadas de sus respuestas contratransferenciales. La idea
tradicional de que el analista es esencialmente invisible para el paciente y que el analista que actúa adecuadamente
comprende al paciente básicamente en términos desapasionados responde a una ilusión que sirve para negar el impacto
personal del encuentro de ambos.
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Mitchell cuestiona la pretensión de racionalidad y objetividad del analista que cree saber más que el paciente sobre el
inconsciente de éste y valora sobre todo la actitud de permanente curiosidad, honradez y compromiso emocional en la
relación con éste. Para él, una buena técnica analítica se refiere no tanto a interpretaciones correctas como a un
pensamiento riguroso, en un continuo proceso de reflexión y reconsideración. Sería un analista que, cuando hay un
estancamiento en el proceso, fuera capaz de decir: “Parece que hemos llegado a un estancamiento. Tratemos de
comprender cómo hemos llegado hasta aquí.” (Mitchell, 1997/2015, p. 362)
4.3.3. Philip M. Bromberg: comprendiendo el trauma y la disociación con la ayuda la neurociencia actual
Phillip M. Bromberg (nacido en 1931), otro de los integrantes del grupo formado en el William Alanson White Institute
de New York, se siente muy afín a la sensibilidad clínica de Ferenczi, pero con la ventaja de que en las últimas décadas
se han producido una serie de descubrimientos desde el campo de las neurociencias que permiten comprender la base
biológica de las intuiciones de sus antecesores: el descubrimiento de que además de la memoria explícita, declarativa,
existe la memoria implícita, de procedimiento (Milner, B., 1954); el descubrimiento de las neuronas en espejo y su papel
en la comunicación humana (Gallese, V., y Geller, J. (2006); y los estudios sobre la maduración temprana del hemisferio
derecho –el hemisferio dominante durante los tres primeros años de vida en el contexto de la neurobiología del desarrollo
del apego (Schore, A., 2011). Schore, neurobiólogo que colabora frecuentemente con Bromberg, propone que, así como
el cerebro izquierdo comunica sus estados a otros hemisferios izquierdos a través de conductas lingüísticas conscientes,
el cerebro derecho también comunica a través de la prosodia, los movimientos faciales sutiles, los movimientos rápidos
de los ojos, la gesticulación, etc. sus estados inconscientes a los cerebros derechos que se prestan a recibirlas.
Bromberg se interesa por los efectos del trauma “evolutivo o relacional” que se produce en la infancia, la mayoría de
las veces relacionado con el apego y que, debido a su surgimiento temprano tiende a quedar organizado de manera más
procedimental que simbólica y su representación cognitiva está totalmente ausente o, en el mejor de los casos, es mínima.
En su prólogo a la edición española de su obra La sombra del tsunami y el desarrollo de la mente relacional (2011/2017),
se refiere al mecanismo de la disociación como el más habitual en los pacientes traumatizados:
Aquello que convierte a un paciente adulto en un “paciente difícil” es en gran medida que la unidad del self con
los otros ha sido reemplazada por una estructura mental disociada diseñada por el cerebro para prevenir de forma
activa el regreso de la carencia en la regulación afectiva y la desestabilización del self. Dado que el evento
interpersonal original no puede ser recordado como representación, su residuo es vivido, aquí y ahora, como una
terrorífica “sombra” persecutoria. Esta sombra no conceptualizada del trauma potencial es lo que conecta al
fenómeno de la disociación con el que a un paciente se le denomine, en la teoría psicoanalítica más clásica, como
“resistente” y, en ocasiones, “inanalizable”. (Bromberg, 2011/2017, p. 7).
Bromberg plantea que sus diferencias con el psicoanálisis clásico implican un auténtico cambio de paradigma: el paso
de una psicología unipersonal a una psicología bipersonal. Y que este cambio conceptual implica tres cambios clínicos
fundamentales:
4 el cambio de la primacía del contenido a la primacía del contexto
4 de la primacía de la cognición a la primacía del afecto, y
4 el alejamiento (aunque no abandono) del concepto de “técnica”.
Lo más traumático es cuando un niño sufre una falta de reconocimiento constante de los estados de su self, y los disocia
por sistema. En la etapa adulta, para poder vivir una vida creativa, espontánea, estable y relacionalmente auténtica
requerirá una dotación natural extraordinaria y, probablemente, una relación sanadora con alguna persona que permita
al adulto utilizar su dotación natural. Esta relación puede ofrecer la restauración del sentimiento de legitimidad ante el
derecho de existir como algo más que un objeto en la mente del otro. Modestamente, Bromberg considera que esta
persona a menudo es un terapeuta, pero que eso no es obligatorio. (p. 61)
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autoorganizadores, o caóticos. Es una investigación que se origina en los campos de la física, la química y las
matemáticas, pero luego se aplica al estudio de los sistemas biológicos complejos: sirve para buscar principios comunes
subyacentes a la conducta de fenómenos tan diversos como las reacciones químicas, las nubes, los bosques, el desarrollo
de los embriones y de los niños. Y le parece una fuente poderosa de nuevas metáforas para el psicoanálisis.
Fenómenos como el conflicto, la transferencia, la resistencia y el inconsciente, desde esta perspectiva se entienden como
propiedades emergentes dinámicamente de sistemas intersubjetivos, diádicos, no lineales y autoorganizadores. (Stolorow,
1997, p. 337).
Stolorow es un ejemplo de psicoanalista que está al tanto de los desarrollos de las ciencias cognitivas, e incorpora lo
que le parece interesante para conceptualizar el proceso de cambio y resistencia al cambio en psicoanálisis.
Así se remite al trabajo de Thelen y Smith (1994), investigadoras del desarrollo que estudian “la naturaleza
exquisitamente dependiente del contexto de los procesos de autorregulación del niño en tanto que influyen y son influidos
por sus interacciones con sus cuidadores” y concluyen que “el sistema niño-cuidador es un ejemplo de forma emergente
dinámica que no responde a un programa predeterminado” (p. 44). Estas investigadoras consideran que todo proceso
de cambio en un sistema vivo consiste en pasar de lo que denominan un estado atractor a otro, entendiendo por estado
atractor la tendencia a relacionarse en función de los patrones característicos de las primeras interacciones en el sistema
niño-cuidador. Un estado atractor sería un camino neurológico bien asentado que se activa fácilmente en circunstancias
similares, como lo definen también Westen y Gabbard (2002).
Es impresionante ver cómo Stolorow, utilizando conceptos más modernos, sigue la senda iniciada por Ferenczi cuando
se preocupaba por la cuestión del trauma y la retraumatización. Él también habla de un trauma bifásico en la interacción
con los cuidadores en la infancia:
En la primera fase, el niño experimenta una herida, violación, rechazo o desengaño en su relación con el cuidador,
y eso le produce una reacción dolorosa. En la segunda fase, el niño anhela una respuesta sintónica que pueda
modular, contener y mejorar su estado afectivo reactivo de dolor. Cuando, en vez de eso, el dolor del niño no
encuentra una respuesta sintónica, el niño percibe que sus sentimientos reactivos dolorosos no son bien recibidos
o dañan al cuidador y deben ser secuestrados defensivamente para mantener el vínculo que le es necesario. Este
afecto abortado se convierte en una fuente de conflicto interno y de vulnerabilidad a los estados traumáticos de
por vida. Además el niño a menudo se convence de que sus sentimientos dolorosos y amenazantes son
manifestaciones de que en él hay algo defectuoso o inherentemente malo. (Stolorow, 1997, p. 344).
Para que el sistema analista-paciente no se convierta en una repetición retraumatizante, para poder desestabilizar el
estado atractor inicial y ofrecer nuevas posibilidades de desarrollo, la experiencia de relación tendrá que permitir que
el paciente vaya aumentando la confianza en que el analista será capaz de recibir y contener sus reacciones emocionales
ante las experiencias de sentirse herido y decepcionado. El analista así podrá ocupar en la transferencia el lugar de las
figuras que anhelaba y no tuvo, capaces de reconocer y validar su realidad psíquica.
Stolorow comparte su teorización intersubjetiva con Donna M. Orange, George E. Atwood y Bernard Brandchaft. Todos
ellos comparten la visión de la transferencia del paciente como un principio organizador, pero nunca como algo que
pueda ser reconocido objetivamente, interpretado y separado de las contribuciones del psicoanalista. Y la
contratransferencia del analista es, lo mismo que la transferencia del paciente, la manera como el analista organiza su
relación con el paciente de acuerdo con todas sus experiencias y conocimientos. Juntas, transferencia y
contratransferencia, forman un sistema intersubjetivo de influencia recíproca.
Orange, Atwood y Stolorow (1997/2012) destacan los aspectos defensivos e ilusorios de lo que ellos llaman los mitos
de la neutralidad analítica: el mito de la interpretación sin sugestión, el mito de la transferencia no contaminada, el mito
de la objetividad y el mito de la mente aislada para concebir el contexto de la díada analizando-analista como un sistema
vivo e interactivo. El aquí y ahora incluye los mundos subjetivos interactuantes y las actividades organizativas de paciente
y analista, incluyendo las teorías del analista y los mundos culturales de ambos participantes. Cuando se producen
atascos en el proceso analítico, estos autores no piensan que “el paciente se está resistiendo”, sino que se preguntan cómo
analista y paciente han co-construido este “cuello de botella”. No se preguntan solo sobre la historia del paciente y la
organización emocional que determina sus convicciones, sino también sobre las suyas propias, así como sobre los
compromisos teóricos que les pueden estar atrapando en “puntos ciegos” (pp. 135-6).
Brandchaft (2007) por su parte, introduce el concepto de “sistema de acomodación patológica” cuando en el curso del
desarrollo se da una experiencia continuada de apego traumático: cuando el niño percibe que en su contexto socio-
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familiar determinados sentimientos, pensamientos y expresiones no sólo no son aceptados sino que conducen a
reprobación o rechazo. A lo largo de su vida, este sistema de acomodación patológica guiará y limitará sus experiencias
de relación, incluida la relación con el psicoanalista, y éste habrá de emplear al máximo su conciencia reflexiva para
reconocer y disminuir en la medida de lo posible, sus propias contribuciones a la acomodación por parte del paciente.
(Coderch, 2014, p. 220).
4. 5. Daniel Stern y el Grupo de Boston para el Estudio del Cambio Psíquico (BCPSG): la investigación sobre el
conocimiento relacional implícito
Daniel Stern (1934-2012) y los componentes del Grupo de Boston para el Estudio del Cambio Psíquico se han dedicado
a estudiar cuáles son los agentes terapéuticos que actúan en el proceso psicoanalítico sobre la base de las investigaciones
sobre primera infancia del propio Stern, de B. Beebe, E. Tronick y K. Lyons Ruth.
Este grupo elabora una teoría del cambio psíquico que integra conceptos procedentes de la investigación sobre la
primera infancia, la psicología cognitiva, las teorías de sistemas y el psicoanálisis de adultos. Utilizando la distinción entre
los modos procedimental y declarativo del procesamiento de la información, basan la teoría en el modo procedimental
del “conocimiento relacional implícito”, descrito por Lyons Ruth (Beebe, 1998).
Como dice Joan Coderch, para situar la aportación del BCPSG, si las primeras experiencias de relación entre el niño y
el cuidador, tanto las positivas como las negativas, han sido asimbólicas y no verbales, pero muy determinantes en la
experiencia del sujeto, sólo se podrá llegar a ellas a través de la sintonización psicobiológica de las mentes corporeizadas
de paciente y analista, no sólo con el contenido semántico de las palabras:
El cambio psíquico sólo puede lograrse como resultado de la interacción, implícita y explícita, entre los dos sistemas
dinámicos, intersubjetivos, adaptativos y no lineales que constituyen paciente y terapeuta (Coderch, 2018, p. 56).
Y aquí viene la aportación del grupo de Boston: Desde que publicaron su primer trabajo sobre los mecanismos no
interpretativos en la terapia psicoanalítica en 1989, han contribuido decisivamente a desplazar el papel de la
interpretación y el insight como los agentes del cambio terapéutico al papel fundamental del encuentro entre las
emociones de paciente y analista como promotor del cambio: a partir de entonces en el mundo psicoanalítico se debate
sobre el peso relativo de la interpretación y la relación en el proceso de cambio.
En su trabajo de 2002, Explicating the implicit, examinan los micro-eventos del proceso psicoanalítico de la misma
manera que los investigadores de la relación madre-hijo (Stern, D. 1977), mediante observaciones grabadas en video,
en las que se pueden observar detalles del lenguaje corporal, los elementos expresivos faciales y gestuales, ritmos vocales
y prosodia en general. En los adultos, esta metacomunicación es transmitida principalmente mediante el lenguaje,
mediante la elección de las palabras, el tono y ritmo de voz, los intervalos y la prosodia.
Coderch una vez más sintetiza muy bien la aportación del BCPSG (Coderch, 2010, p. 298):
Los miembros del BCPSG no dan de lado los conceptos básicos del psicoanálisis tradicional en cuanto al
inconsciente dinámico, la transferencia y la contratransferencia, pero juzgan que este nivel local de la regulación
intersubjetiva es en donde el conocimiento relacional implícito, que ha sido establecido continua y progresivamente
desde los comienzos de la vida, es reorganizado mediante la interacción paciente-analista de forma más favorable
para ambos. Y éste, consideran, es el nivel más profundo de la vida psíquica, del cual derivan las abstracciones
generalizadas que denominamos fantasías, conflictos y defensas (2007, 2008)
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Posteriormente, los investigadores en neurociencias han ido descubriendo que las experiencias emocionales
procedimentalmente organizadas se inician en los primeros tiempos de vida – ya en la vida psíquica en el seno materno
– y resisten el paso del tiempo, pese a la inmadurez del hipocampo, al contrario de lo que sucede con la memoria
declarativa y explícita, que no se desarrolla plenamente hasta que el sujeto alcanza los cinco años de edad. La falta de
recuerdos propios de la memoria declarativa explícita anteriores a los tres años de edad no es debida a la represión de
las pulsiones libidinales y agresivas, como pensaba Freud, sino a la no disponibilidad del hipocampo, que no comienza
su maduración hasta pasados los primeros 18 meses, lo mismo que el hemisferio izquierdo, al contrario de lo que sucede
en el hemisferio derecho, en el que quedan grabadas las experiencias desde el momento mismo del nacimiento. Este
“inconsciente relacional” o “conocimiento relacional implícito” forma el substrato de nuestra actividad mental y de
nuestro comportamiento, y se expresa a través de emociones y de lenguaje sub-verbal (Coderch, 2018, pp. 44-45).
Otro descubrimiento fundamental en el campo de las neurociencias ha sido el de las neuronas en espejo (Gallese y
Goldman, 1998), que nos ha ayudado a entender mejor las bases biológicas de nuestra posibilidad de comprender las
emociones ajenas no solo en el nivel de lo cognitivo, sino en el nivel corporal. Gracias a que somos semejantes,
compartimos un mismo sustrato neuronal que se activa cuando realizamos acciones o experimentamos emociones y
sensaciones, dando lugar a lo que Gallese denominará “simulación corporeizada” (Gallese, 2009), el fundamento
neurológico del campo intersubjetivo.
Los psicoanalistas relacionales van a tener muy presentes estas aportaciones de las neurociencias que les ayudan a pasar
del inconsciente freudiano por efecto de la represión al inconsciente relacional, y a entender que, como dice Coderch,
“el genio de las experiencias terapéuticas reside en el diálogo de implícito a implícito entre paciente y terapeuta –
subyacente a todo diálogo explícito – basado en la activación simultánea de las mismas redes y estructuras en los cerebros
de ambos” (2018, p. 60).
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Estamos hablando de los fenómenos de responsividad que tienen lugar en la matriz relacional terapeuta-paciente,
donde la provisión y la frustración encuentran un punto óptimo de equilibrio en cada momento de la relación, entre
las necesidades del paciente y las posibilidades y límites del analista.
Las ventajas de aplicar la teoría de la especificidad en el entorno terapéutico serían:
4 Minimizamos los sesgos teóricos
4 Evitamos la retraumatización
4 Nos acostumbramos a usar un enfoque multiteórico
4 Reconocemos que todas las interacciones tienen potencial terapéutico
4 Relacionamos la responsividad óptima y la espontaneidad
4 Gestionamos los desencuentros y fallos de responsividad óptima
4 Trasladamos esta perspectiva al enfoque de la supervisión. (Ávila Espada, 2005, p. 211).
Así que el analista que funciona en el registro de la responsividad óptima tendría algún parecido con la “madre
suficientemente buena” de Winnicott (1960/1993) en el sentido de que estaría atento a las señales que da el paciente
de lo que espera del terapeuta y a sus reacciones a las respuestas de éste. El terapeuta tiene conciencia de su falibilidad,
de las limitaciones de su comprensión, cae en la cuenta de sus errores y trata de echar mano de todos sus recursos.
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Ficha 1.
El grupo Balint como grupo de reflexión sobre los
aspectos emocionales y relacionales en la práctica
sanitaria
Los grupos que actualmente se conocen como “grupos Balint” se diferencian de otros grupos por su método y por su
contenido:
a) El método: Se trata de un grupo constituido por diversos médicos y un psicoanalista en el que se presentan casos de la
práctica médica y se comentan los aspectos psicológicos y relacionales implicados en ellos, aprovechando la ventaja que
da al psicoanalista su formación específica y la que da a los médicos su formación y su experiencia clínica.
No es exactamente un grupo didáctico (en el que uno ejerce de maestro y los demás de discípulos) ni un grupo
psicoterapéutico (en el que un psicoterapeuta ayuda a un grupo de pacientes a comprender sus problemas emocionales
para mejorar su salud mental), aunque los participantes aprendan y mejore su salud mental.
b) El contenido: Se diferencia de otro tipo de grupos en que no se ocupa sólo, ni básicamente, de la psicopatología o la
psicodinámica del paciente, ni de las emociones o conflictos de los médicos participantes, sino que el psicoanalista
invita a éstos a hablar de las dificultades que encuentran en la relación con sus pacientes, con las familias de sus
pacientes y con los demás profesionales con los que comparten el caso (para poner de manifiesto, por ejemplo, el
fenómeno de la colusión en el anonimato: así llamaba Balint a la connivencia más o menos consciente de los diferentes
profesionales cuando ninguno de ellos asume la responsabilidad del abordaje integral del caso y cada uno se limita
a su parcela desentendiéndose del resto).
El resultado más importante de los grupos Balint suele ser un aumento de la sensibilidad de los médicos hacia lo que
necesitan los pacientes y familiares, tanto en el nivel consciente como en el inconsciente, y un cambio sustancial en su
actividad profesional. Los médicos llegan al grupo con la “ideología terapéutica” resultante de su formación previa,
mucho más centrada en lo biológico que en lo bio-psico-social. Saben muy bien que una proporción considerable de
los síntomas por los que consultan los pacientes no tienen su origen en causas exclusivamente físicas, pero han llegado
a la conclusión de que, ante esta evidencia, su papel se ha de limitar a usar su sentido común, a una tranquilización
superficial, a prescribir sedantes, ansiolíticos o antidepresivos, y eventualmente derivar a profesionales especializados
en salud mental.
En mi experiencia como coordinadora de grupos Balint, he podido constatar cómo, pese a todo, cuando se trata de médicos
jóvenes, como personas y como profesionales, tal vez aún no han estructurado un sistema defensivo demasiado rígido, y aún
pueden permitirse dudar. Cuando uno de ellos presenta al grupo un caso que le crea dificultades, el primer efecto interesante
del grupo es que experimenta cómo aquello que a él le parecía de sentido común en su manera de intervenir no es tan
común: los diferentes participantes hablan desde diferentes perspectivas, según sus diferentes sensibilidades y capacidades
personales, destacan aspectos que le han podido pasar por alto y se manifiestan múltiples identificaciones.
La función del psicoanalista en este tipo de grupo es la de procurar recoger todos estos elementos y ayudar a pensar.
No se trata de hacer interpretaciones ni de dar consejos, sino de estimular a los participantes a que aumenten su función
reflexiva sobre la relación que se está dando con los pacientes, los familiares y/o los demás profesionales con los que
comparten la atención al paciente, para que pueda aumentar su repertorio a la hora de afrontar situaciones difíciles. Está
claro que la capacidad para relacionarse con el paciente de manera que resulte terapéutica/psicoterapéutica y no
iatrogénica se basa en una competencia personal de cada profesional que no puede adquirirse en los libros ni en la
aplicación mecánica de protocolos. Pero el grupo ayuda a que se produzca lo que Balint llamaba “una modificación
limitada pero considerable de la personalidad de los participantes.”
Para que el grupo funcione bien, es esencial que el psicoanalista no dé pie a lo que el propio Balint llamaba “la
esterilidad ambivalente de la relación maestro-alumno”, que se da en el trato entre profesionales adultos cuando uno de
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ellos adopta un tono condescendiente que estimula las defensas de los demás. Para que el grupo sea fresco y creativo,
se trata de crear un clima de cooperación entre colegas de disciplinas diferentes, no jerárquico, donde puedan
manifestarse espontáneamente muchas de las convicciones implícitas de los participantes que contribuyen a perpetuar
formas de ejercer su oficio frustrantes y desgastantes, sin sentirse juzgados ni perseguidos, sino contenidos y ayudados
a imaginar alternativas más esperanzadoras.
Cuando Balint empezó a trabajar con estos grupos en la Clínica Tavistock, en Londres (Balint, 1957), participaban de
ocho a doce médicos generales, todos ellos con una práctica médica intensa y plenamente responsables del tratamiento
de sus pacientes, coordinados por un psicoanalista. Los grupos se reunían semanalmente durante una hora y media o
dos. Y se les proponía discutir un caso que preocupara a uno de ellos: que le supusiera un reto, o que le interesara, tanto
si le resultaba penoso como si no. El interés por el caso no se centraba esencialmente en el detalle de los síntomas o de
la historia, sino en la relación médico-paciente, en lo que pasaba entre ellos en el plano emocional. El papel del animador
del grupo era tratar de despertar el interés de los médicos por este enfoque, y fomentar la participación de todos.
El médico – y cualquier profesional que se relacione con pacientes – ha de hacer un trabajo doble: moverse entre la
identificación simpatizante y la objetividad, entre la comprensión emocional y la intelectual. La capacidad para hacer
este trabajo dependerá en buena medida de la personalidad del médico y de lo que pueda obtener de su participación
en grupos como los Balint. No se trata de convertir a los médicos en psicoanalistas, sino de reanudar el diálogo entre
médicos y psicoanalistas. Y de que éstos puedan ayudar a los médicos a mejorar sus capacidades psicoterapéuticas, o
simplemente terapéuticas.
Actualmente los grupos Balint suelen organizarse no sólo con médicos sino con los equipos interdisciplinares que trabajan
en la asistencia primaria, compuestos por médicos, enfermeras y trabajadoras sociales, y la experiencia de
interdisciplinariedad tiene muchas más ventajas que inconvenientes. Una de las asignaturas pendientes en las facultades
de Medicina es que no se enseña a los futuros médicos a trabajar en equipo, o en red, y a relacionarse con los otros
profesionales implicados en los casos, con lo que hay mucho riesgo de que se den “colusiones en el anonimato”, como
advertía Balint. Y, por lo que hace a la interdisciplinariedad, es muy interesante la experiencia de que el coordinador sea
un psicólogo clínico y psicoanalista sin formación médica, porque ese hecho contribuye a conseguir un clima que permite
que cada profesional aporte su perspectiva, reconociendo hasta dónde llegan sus conocimientos y hasta dónde no.
Otro cambio que vivimos en la actualidad, por comparación con la época de Balint, es el de la feminización que ha
experimentado la medicina. Actualmente en las facultades de Medicina hay muchas más alumnas que alumnos. Y esto
ha contribuido a facilitar la comunicación en los grupos Balint: ya sabemos que a las mujeres nos han permitido mostrar
las emociones más que a los hombres, y esto se hace evidente también en los grupos.
Los médicos contemporáneos (especialmente nuestros actuales médicos de familia), comparten con los de la época de
Balint algunas fuentes de ansiedad a las que se suman otras más propias de nuestra época:
4 La confrontación con el sufrimiento humano: enfermedad, invalidez y muerte
4 El trato con pacientes y familiares difíciles y poco colaboradores (muy angustiados, demandantes, reivindicativos,
manipuladores, muy dependientes, ambivalentes, incumplidores …)
4 El temor a equivocarse en el diagnóstico o en el tratamiento.
4 La escasez de tiempo (ahora son siete minutos por paciente: ¡un minuto más que en la época de Balint!) y la falta de
espacios para poder consultar y contener ansiedades
4 El manejo de información con mensajes que implican dolor
4 Los déficits en la formación recibida, más centrada en el diagnóstico de enfermedades que en la relación con la per-
sona enferma y su entorno.
4 Las presiones de la institución en la que trabaja el médico, concebido ahora como una “unidad productiva”.
¿Cómo ayudan los grupos Balint a los médicos de hoy en día? A diferencia de otros tipos de grupos o talleres, no
enseñan modalidades específicas de abordaje, no ofrecen guías ni protocolos de actuación, sino que su objetivo es la
comprensión de los aspectos emocionales que entran en juego en la relación del médico con el paciente, y también con
las familias y los demás profesionales que intervienen en la asistencia. El médico va reconociendo más su propio estilo
de respuestas, sus capacidades y sus puntos débiles, en un clima de comodidad, sin exigencias perfeccionistas, y va
notando cómo sus sentimientos y respuestas ante los pacientes se van transformando en instrumentos para comprenderlos
en vez de ser fuente de estrés o de conductas contraproducentes: los pacientes que se hacían aburridos se vuelven
interesantes y los pacientes difíciles se convierten en un reto motivador.
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Ficha 2.
La entrevista de apego para adultos (Adult Attachment
Interview, AAI)
UN EJEMPLO DE INSTRUMENTO PARA LA EVALUACIÓN DEL MUNDO REPRESENTACIONAL DEL ADULTO
ELABORADO A PARTIR DE LA TEORÍA DEL APEGO
De las diferentes entrevistas semi-estructuradas diseñadas para evaluar los sistemas representacionales de los adultos
elaborados a partir de la Teoría del Apego, la más conocida es la AAI, creada en los años 80 en la Universidad de
Berkeley por Mary Main y cols. Mario Marrone dice en su libro de referencia en español La Teoría del Apego: un en-
foque actual, que obtuvo la AAI de manos de John Bowlby en 1985 y desde entonces la ha utilizado como un instru-
mento importante para su trabajo clínico (Marrone, 2009, p. 129).
Se trata de una entrevista
4 formulada inicialmente para estudiar procesos de transmisión intergeneracional
4 estructurada internamente alrededor de temas de apego
4 que incluye elementos de cuestionario estructurado junto a elementos de entrevista clínica
4 y cuenta con un sistema para procesarla y poder evaluar los modelos operativos internos y los procesos metacogni-
tivos asociados con tales modelos (tal como éstos se manifiestan en el uso del lenguaje y la asociación libre del en-
trevistado)
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A continuación se le pregunta ¿Con cuál de sus padres se sentía más próximo y por qué? ¿Por qué no existe ese sen-
timiento con el otro progenitor?
La siguiente: ¿Qué hacía cuando era pequeño si se encontraba disgustado o preocupado? Para averiguar hasta qué
punto podía comunicarse con alguien de su entorno cuando necesitaba ayuda o una respuesta empática. Aquí tam-
bién se le puede pedir que lo ilustre con algún acontecimiento específico: ¿Alguna vez estuvo enfermo de pequeño?
¿Recuerda qué pasaba?
Después, sobre las experiencias de separación y su significado emocional: ¿Cuándo fue la primera vez que recuerda una
separación suya de sus padres? ¿Cómo respondieron Ud. y ellos? ¿Hay otras separaciones que destaquen en su recuerdo?
Y sobre las experiencias de rechazo: ¿Alguna vez se sintió rechazado de pequeño?, complementado con preguntas
encaminadas a ver si el entrevistado tiene la capacidad de ver la situación desde exclusivamente su punto de vista o
el de otros.
Y sobre las experiencias de sentirse amenazado. Y sobre si contaba con otros adultos a los que recurrir. Y sobre si
hubo muertes, y cómo procesó los duelos.
Y sobre si ha habido muchos cambios en la relación con sus padres desde la niñez hasta la actualidad.
Y sobre sus deseos para sus hijos, para que se cumplan después de veinte años.
1. 4. Aplicaciones clínicas
Marrone nos recuerda que Freud pedía al paciente que practicara la “asociación libre” en las sesiones de psicoanáli-
sis, y todo paciente que acude a una sesión sabe que el objetivo del análisis es hablar de su vida emocional y de rela-
ciones íntimas, con los pensamientos, fantasías y sentimientos concomitantes.
Pero no todos los pacientes son capaces de asociar libremente, de cooperar con el psicoanalista en encontrar una
narrativa coherente, no todos corresponden al tipo de apego seguro. Y aquí surge el problema:
Los pacientes que pueden utilizar mejor la asociación libre son en general los menos necesitados de terapia. Son los
pacientes que realmente pueden asociar. Su narrativa tiende a ser coherente y su estilo cooperador. Otros pacientes,
en cambio, tienen mayores dificultades para asociar. Algunos presentan una producción y encadenamiento de ideas,
imágenes y sentimientos muy pobres. Entonces el terapeuta puede sentirse a menudo frustrado o aburrido. Otros pa-
cientes hablan de manera caótica, omiten elementos importantes para hacerse entender y, al mismo tiempo, hacen
digresiones irrelevantes. En estos casos, el analista puede sentirse saturado, abrumado y con dificultades para contener
y dar sentido a semejante caudal de palabras (Marrone, 2009, p. 154)
Así que el terapeuta que entiende que su paciente corresponde a alguno de los patrones de apego inseguro, cosa
bastante probable en la clínica actual, no puede esperar procesos de asociación libre y cooperación en la exploración
sin problemas, y deberá promover el desarrollo de la función reflexiva buscando caminos específicos para las necesi-
dades del paciente cuidando sobre todo que la relación entre ambos le ofrezca una experiencia de lo que puede ser
una base relacional más segura.
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