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Edición nº 41 enero-marzo 2020

APORTACIONES DEL
PSICOANÀLISIS RELACIONAL
PARA LOS PSICÓLOGOS
CLÍNICOS
NERI DAURELLA
Psicóloga especialista en Psicología Clínica.
Psicoanalista miembro de la SEP (Sociedad Española de
Psicoanálisis), perteneciente a la International
Psychoanalytic Association (IPA). Miembro de la Sección
Española de la International Association for Relational
Psychoanalysis and Psychotherapy (IARPP-E). Miembro
honorario del Instituto de Psicoterapia Relacional (IPR).
Profesora del Master en Psicoterapia Psicoanalítica de la
Fundació Vidal i Barraquer (Universitat Ramon Llull)

Curso válido para solicitar ser reconocido como miembro titular de la


División de Psicología clínica y de la salud, División de Psicología
Educativa, División de Psicología de Intervención Social, y División
de Psicoterapia

ISSN 1989-3906
Contenido

DOCUMENTO BASE ........................................................................................... 3


Aportaciones del psicoanàlisis relacional para los Psicólogos Clínicos

FICHA 1 ........................................................................................................... 22
El grupo Balint como grupo de reflexión sobre los aspectos emocionales y
relacionales en la práctica sanitaria

FICHA 2 ................................................................................................................................. 24
La entrevista de apego para adultos (Adult Attachment Interview, AAI)
Consejo General de la Psicología de España

Documento base.
Aportaciones del psicoanàlisis relacional para los
Psicólogos Clínicos
ORÍGENES Y DESARROLLO DEL PSICOANÁLISIS RELACIONAL
El término “psicoanálisis relacional” se consensuó en una reunión de psicoanalistas norteamericanos coordinada por
Stephen Mitchell en 1983 en Nueva York (Bromberg, 2009). Escogieron este término porque, primero, representaba de
una manera clara y concisa la perspectiva nuclear que compartían:
1º Que la mente humana, su desarrollo normal, su patología y el proceso de su crecimiento terapéutico se configuran
relacionalmente, a través de la relación con otra mente
2º Que era un término no tan específico conceptualmente como para implicar adhesión a una teoría determinada.
Y es que la perspectiva relacional, aunque muchas veces se presenta como una escuela norteamericana nacida en la
década de los 80 del siglo pasado, no se identifica como tal escuela, sino como una tradición, una tendencia, dentro
del psicoanálisis, que se remonta a más de cincuenta años antes, en Europa, y que no nace de un solo teórico o de un
grupo homogéneo de teóricos. Según Bromberg, uno de los asistentes a la reunión en Nueva York, “Freud, Klein, Ferenczi,
Fairbairn, Winnicott, Sullivan y Kohut son todos figuras parentales importantes, aunque ninguno tiene autoridad parental”
(2009)

1. DIFERENTES TEORÍAS FREUDIANAS


1.1. De la teoría de la seducción a la teoría pulsional
Por si a alguien le sorprende que un psicoanalista relacional actual incluya a Sigmund Freud (1856 -1939) como figura
parental importante (aunque sin autoridad parental), hay que revisar cuánto del psicoanálisis relacional está implícito o
contenido en el pensamiento de Freud y cuánto se aleja del paradigma freudiano.
En pocos ámbitos de la psicología, o de las ciencias sociales, es tan habitual la referencia constante a un autor muerto
hace 80 años (como es el caso de Freud) para sentar posiciones en el desarrollo de la ciencia actual por comparación
con las que él sostuvo en su momento. Mitchell (1997) lo atribuye a que, a diferencia de otros, él fundó su propia
disciplina:
“No había psicoanálisis antes de él. Había habido incursiones protopsicoanalíticas en los fenómenos inconscientes,
nociones muy difundidas sobre la sexualidad, los procesos simbólicos, etc. Pero hasta que Freud no lo juntó todo,
no había existido nada remotamente parecido al psicoanálisis como sistema de ideas, como método para la
exploración psicológica, y técnica para el tratamiento de los desórdenes mentales” (Mitchell, 1997/2015, p. 82)
Freud no sólo creó un tratamiento, sino un tipo de experiencia que no había existido antes, una forma de exploración
de las profundidades de la motivación inconsciente y las reminiscencias de la infancia que afectaba tanto al analizado
como al analista. Pero en su época los científicos todavía creían que era posible estudiar la naturaleza de los fenómenos
como meros observadores, sin afectar al campo de lo observado, objetivamente, y Freud era un hombre de su época. Y
como tal pensaba que la situación psicoanalítica puede consistir en que la mente de una persona sea estudiada
objetivamente por un observador desinteresado.
En síntesis, el modelo freudiano clásico entiende que la dinámica intrapsíquica de las personas se explica por sus
tensiones instintivas que buscan la descarga y la satisfacción pulsional; la actividad psíquica es un derivado de las
transformaciones de las pulsiones (sexual y agresiva) que generan conflictos, ansiedades y defensas; la psicopatología
es el resultado de la represión (la base de todas las defensas), un bloqueo de la conciencia de los impulsos, recuerdos,
pensamientos y sentimientos perturbadores. El objetivo del psicoanálisis es hacer consciente lo inconsciente. La represión
se contrarresta mediante el insight, que permite precisamente hacer consciente lo inconsciente; y las interpretaciones
correctas y oportunas del analista son las que generan el insight.

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Por supuesto, esta síntesis no incluye ni mucho menos todas las complejidades y vicisitudes de la evolución de Freud.
Sólo resume lo que llamaríamos su “teoría pulsional”, su segunda teoría, la que elaboró después de abandonar sus
primeras hipótesis, en las que había dado crédito a las historias de abuso sexual infantil que relataban sus pacientes
neuróticas y había elaborado su primera teoría, la llamada “teoría de la seducción”, según la cual los orígenes de la
psicopatología se encontraban en experiencias traumáticas en la infancia, ocurridas en el seno de las familias. Cuando
presentó esta teoría sobre la etiología de la histeria en abril de 1896 en la Sociedad de Psiquiatría y Neurología de Viena,
no es de extrañar que, en plena época victoriana, se recibiera con gran escándalo la idea de que los padres pudieran
ser los responsables de las perturbaciones emocionales de sus hijos por abusos relacionados con la sexualidad.
Al cabo de poco, Freud renunciaría a su “teoría de la seducción” (1897) y plantearía la hipótesis alternativa de que las
causas de la histeria se encontraban no tanto en hechos reales como en fantasías de seducción de las propias pacientes,
que respondían a sus deseos inconscientes, pasando a elaborar la hipótesis del complejo de Edipo. Se ha discutido
mucho sobre los factores que influyeron en este giro, pero no se trata de entrar aquí en un análisis especulativo a partir
de lo que sabemos actualmente sobre la persona de Freud. Para quien esté interesado sobre el tema, es recomendable
leer y comparar dos biografías de Freud de diferentes épocas: la primera biografía oficial escrita entre 1953 y 1957 por
el psicoanalista británico Ernest Jones y la más reciente publicada en 2014 por la historiadora francesa Elisabeth
Roudinesco.

1.2. La teoría de las series complementarias


Años más tarde (1917) Freud plantearía su “teoría de las series complementarias”, explicada posteriormente con mucha
claridad por el psicoanalista argentino José Bleger, quien tuvo el mérito de hacer un esfuerzo de integración de diversas
concepciones y teorías psicológicas en su obra clásica y reeditada muchas veces (entre 1963 y 2014), Psicología de la
conducta, en la que sintetiza esta teoría diciendo que para Freud la historia individual es una explicación del presente
por el pasado y, especialmente, del presente adulto por el pasado infantil, que Freud no ha desestimado en su teoría de
las series complementarias otros factores causales, pero ha dado preferencia en su investigación a la historia infantil, no
como una simple sucesión cronológica de conductas y acontecimientos, o una recopilación de hechos (crónica), sino
con un nexo de sentido y causalidad. De esta manera, el psicoanálisis no sólo aporta, enfatiza y promueve la importancia
del relato e indagación de lo acontecido, sino que aporta una forma específica de comprender, de manejar dicho relato,
es decir, una teoría histórica del presente tanto como una teoría de la historia individual, estableciendo relaciones
causales entre acontecimientos de distinto orden y diferentes momentos de la vida:
“En las series complementarias hay tres series de causas que no actúan independientemente; en realidad, lo que
actúa es la resultante de su interacción.
Una primera serie complementaria está dada por los factores hereditarios y  congénitos (componente
constitucional). En factores hereditarios se incluyen todos aquellos transmitidos por herencia, es decir, por los
genes; en los factores congénitos se incluyen todos aquellos que provienen del curso de la vida intrauterina.
Una segunda serie complementaria está constituida por las experiencias infantiles, que adquieren una importancia
fundamental porque ocurren en una época de formación de la personalidad y, por lo tanto, son más decisivas.
Una tercera serie complementaria está constituida por la disposición, resultante de la interacción entre la primera
y la segunda serie complementaria, sobre la que actúan los factores desencadenantes o actuales.
Las dos primeras series complementarias se incluyen en lo que se denomina causalidad histórica, mientras que la
disposición y los factores desencadenantes constituyen la causalidad sistemática, porque hay que tener en cuenta
que la disposición es también un factor actual, integrante del campo presente, al igual que los factores
desencadenantes.
Los efectos pueden reactuar solamente sobre estas dos últimas series complementarias, es decir, modificando la
disposición y/o factores desencadenantes; no pueden modificar el pasado (la herencia y las experiencias infantiles),
pero sí la gravitación de los mismos.
Existe también una interacción entre los factores desencadenantes y la disposición, en el sentido de que esta última
acentúa, promueve o estructura la actuación de determinadas causas desencadenantes, y estas últimas pueden,
a su vez, modificar la disposición. Por supuesto que todas estas interacciones así como existen pueden dejar
de existir y entrar en un círculo vicioso, estereotipado, y también se pueden distorsionar, perturbar o influir
positivamente.

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Las tres series complementarias están siempre presentes en toda conducta (normal o patológica), pero puede
existir un predominio de cada una de las series.” (Bleger, 1963/1983, pp. 134-5)
Aquí vemos un intento de Freud de superar la alternativa que le obligaba a elegir entre factores endógenos o exógenos
a la hora de explicar la psicopatología de sus pacientes, usando un lenguaje más comprensible para los psicólogos
contemporáneos que tienen como referencia un modelo bio-psico-social a la hora de plantear hipótesis explicativas de
la conducta humana.

2. FERENCZI: “SIN SIMPATÍA NO HAY CURACIÓN (A LO SUMO INTELECCIONES SOBRE LA GÉNESIS DEL
PADECER).” (1932)
2.1. La recuperación del papel del trauma
Actualmente se considera al psicoanalista húngaro Sándor Ferenczi (1873-1933) la segunda figura en importancia del
psicoanálisis tras Freud, sobre todo como la base de la tradición relacional que adopta esta denominación en los últimos
30 años. Este reconocimiento ha llegado tardíamente a un autor que desde su muerte hasta estos últimos años estuvo
bastante «desaparecido» de los círculos psicoanalíticos, poco citado en la bibliografía y no estudiado en los institutos
de formación de psicoanalistas hasta que en 1985, fecha en que por fin pudieron publicarse su diario clínico (Ferenczi,
1932) y su Correspondencia con Freud (Ferenczi y Freud, 1992), tuvo lugar su «redescubrimiento», que se refleja en
congresos, publicaciones y abundantes referencias a su influencia en el psicoanálisis contemporáneo (Daurella, 2000).
Ferenczi fue durante muchos años el discípulo preferido de Freud, pero poco a poco fue distanciándose del Freud más
especulativo y más preocupado por preservar la pureza de su método que por buscar la eficacia terapéutica. Ferenczi
recupera el concepto de trauma como factor etiológico importante en la patología mental, pero en un sentido mucho
más amplio que el de la primitiva teoría freudiana de la seducción. En primer lugar, no está hablando sólo del trauma
vinculado a la sexualidad, sino también de la hostilidad de los adultos en su relación con los niños. Y no ignora el papel
de la fantasía y del conflicto edípico del niño en la génesis de la patología, pero considera que el erotismo infantil es
tierno y el erotismo del adulto es apasionado, y que el trauma se produce cuando el adulto no hace su función protectora
sino que utiliza al niño para sus fines pasionales, no necesariamente en forma de abuso sexual explícito, sino de muy
diversas maneras, que sólo tienen en común la característica de ignorar las auténticas necesidades del niño.
No niega que las tendencias eróticas de los niños se manifiestan mucho más intensa y precozmente de lo que se
pensaba antes de los descubrimientos de Freud, pero dice que, incluso en lo relativo a los temas sexuales, lo que desea
el niño es sólo el juego y la ternura y no la manifestación violenta de la pasión. Y cuando el adulto fuerza prematuramente
sus sensaciones, el niño experimenta mucho miedo. De todos modos, tanto o más patógeno que este trauma por exceso
de pasión del adulto considera Ferenczi el trauma por defecto, por falta de deseo, el caso del niño que es un “huésped
no querido en la familia”. En El niño no bienvenido y su impulso de muerte (1929), refiriéndose a la teoría freudiana que
divide las pulsiones en eros y tanatos, destaca cómo el niño no bienvenido puede perder precozmente el gusto por la
vida y ser visto desde fuera como un ser carente de capacidad de adaptación, con una debilidad congénita de la
capacidad de vivir, cuando tal vez ello se deba a un trauma no tan evidente, mejor dicho, a una sucesión de
microtraumas: a que el niño percibe repetidas veces, consciente o inconscientemente, muestras de aversión, impaciencia
y disgusto de los padres. Ferenczi suscribe la teoría freudiana de las series complementarias, pero hace una advertencia
sobre la posibilidad de minusvalorar el peso del factor traumático en la patogénesis y suponer un factor constitucional
muy determinante cuando los traumas no son muy evidentes en la historia del paciente.
Michael Balint (1896-1970), depositario directo del legado de Ferenczi, explicaría más tarde muy claramente la idea
central de su maestro sobre lo que él consideraba traumatógeno:
“La desproporción esencial entre la limitada capacidad para gestionar la excitación que tiene el niño y la
estimulación de los adultos, excesiva o insuficiente, inconsciente, y por lo tanto incontrolada, cargada de pasión
y simultáneamente de culpa. Al niño le da lo mismo que los adultos denominen a esta estimulación desconsiderada
régimen higiénico, juego divertido, educación para la libertad, dar ejemplo, moralidad estricta, premio o castigo,
o lo que os plazca.” (Balint, 1949)
El principal mensaje de Ferenczi era subrayar la discrepancia que se da frecuentemente entre las auténticas necesidades
del niño y las gratificaciones incontroladas (por el hecho de ser inconscientes) que se permiten los adultos responsables
de su crianza. Ferenczi, al referirse a los niños traumatizados, habla de miedo, de falta de gusto por la vida, de
incapacidad de adaptación, de lo que, en una terminología actualmente muy en boga denominaríamos disminución de
la resiliencia.

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2.2. Confusión de lenguas entre los adultos y el niño. Retraumatización


Cuando Ferenczi empezó a recuperar la importancia de lo traumático en el origen de la patología mental se produjo
un malentendido con Freud. Este pensó que su discípulo estaba recorriendo el camino inverso al que él había recorrido
hacía más de tres décadas, y no se le ocurrió pensar que Ferenczi estaba ampliando la perspectiva sobre lo que es
traumático para un niño, yendo más allá de la antigua teoría de la seducción sexual del adulto.
En 1932 Ferenczi presenta en el Congreso de Wiesbaden una ponencia titulada Confusión de lenguas entre los adultos
y el niño. El lenguaje de la ternura y el de la pasión, que se ha convertido en texto de referencia fundamental para los
psicoanalistas relacionales contemporáneos. La confusión de lenguas se refiere al hecho de que el lenguaje del niño es
el de la demanda de afecto y ternura y el de los adultos está cargado de pasión y pretende compensar necesidades
personales no satisfechas. El niño reclama la ternura de sus padres, pero éstos le responden de acuerdo con sus
necesidades adultas de compensación. Ante esta confusión, puede que el niño al principio proteste, pero dada la asimetría
de la relación niño-adulto, puede acabar adoptando diversos mecanismos de defensa. Por ejemplo:
“Los niños se ven obligados a soportar todo tipo de conflictos familiares y llevan sobre sus frágiles hombros el
pesado fardo de los restantes miembros de la família. No lo hacen por desinterés, sino para poder disfrutar de nuevo
de la paz desaparecida y de la ternura que se deriva de ella. Una madre que se lamenta continuamente de sus
sufrimientos puede transformar a su hijo en una ayuda cuidadosa, es decir, convertirlo en un verdadero sustituto
maternal, sin tener en cuenta los intereses del niño. (Ferenczi, 1932)
El mecanismo de defensa más interesante que desarrolla el niño presionado por los adultos es el que Ferenczi denomina
«la identificación con el agresor». Un autor perteneciente a la corriente actual del psicoanálisis relacional, Jay Frankel
(2002), explora el concepto ferencziano de la identificación con el agresor y dice que se refiere a nuestra respuesta
defensiva cuando nos sentimos presionados por la amenaza, cuando hemos perdido la sensación de que el mundo nos
protegerá, cuando estamos en peligro sin posibilidad de escapar. Entonces hacemos desaparecer nuestro self. Disociamos
la experiencia presente: como los camaleones, nos mimetizamos con el mundo que nos rodea, exactamente con aquello
que nos da miedo, para protegernos. Dejamos de ser nosotros mismos y nos transformamos en la imagen que otro tiene
de nosotros. Y todo esto de una manera automática.
Cuando se pone en marcha este mecanismo en la infancia, se producen tres acciones virtualmente simultáneas:
a) El niño se somete mentalmente al agresor
b) Esta sumisión le permite adivinar los deseos del agresor. Se produce un estado de la sensibilidad más aguzada de lo
normal que se encuentra en la base de fenómenos como las premoniciones y las adivinaciones
c) El niño hace una especie de seudo-progresión traumática o pre-maduración patológica que le permite hacer aquello
que él siente que le salvará .
Las experiencias traumatizantes en la infancia tienen una estructura bifásica: en primer lugar el niño se enfrenta a algo
que desborda su capacidad de comprensión, y le genera angustia o miedo, pero el efecto traumático se acaba de
consolidar en un segundo momento, y es una consecuencia del desmentido. Cuando el niño acude a un adulto para
aclarar y encontrar un sentido a lo que está pasando, recibe por parte de este adulto, que no puede soportar el discurso
del niño, un desmentido que interrumpe todo proceso introyectivo y paraliza el pensamiento. El adulto, que se comporta
casi siempre como si no hubiera pasado nada, prohíbe al niño no sólo la palabra, sino también la posibilidad de
representación y fantasmatización. Las palabras quedan enterradas vivas. (Martín Cabré,1996) Podría decirse que la
versión de los adultos ahoga la vivencia del niño: es un auténtico fenómeno de lo que popularmente se conoce como
“hacer luz de gas”.
Lo que resultó más polémico en su momento no fue tanto la recuperación de la importancia del trauma en la
patogénesis, sino el hecho de que Ferenczi osara hacer una autocrítica pública y se refiriera a los riesgos de que la
terapia psicoanalítica pudiera ser en muchos casos no sólo ineficaz sino retraumatizadora. Planteaba nada menos que
la posibilidad de que el psicoanálisis basado exclusivamente en la interpretación del inconsciente del paciente en un
contexto de pretendida neutralidad emocional por parte del psicoanalista pudiera ser retraumatizante o iatrogénico. Esta
confusión de lenguas traumatizadora puede volver a darse en la situación analítica si, cuando el paciente muestra de
mil maneras su sufrimiento, se encuentra con un analista que responde con una actitud de extrema distancia y frialdad
emocional, con interpretaciones que el paciente siente persecutorias, o alejadas de sus intereses vitales, que responden
más al interés del analista por sus teorías que a lo que necesita el paciente. Así puede darse una auténtica
retraumatización: en vez de ser la relación con el analista la ocasión de una experiencia emocional correctiva puede
convertirse en una experiencia retraumatizadora en la que el paciente ha de someterse una vez más, identificándose otra
vez con un agresor que le transmite el mensaje de que lo hace “por su bien”.

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2.3. La actitud mental del analista a partir del Diario Clínico


Ferenczi escribió su diario clínico a lo largo del año 1932 y murió el año siguiente. La publicación del mismo no fue
posible hasta 53 años después de haber sido escrito. Balint, su albacea, tampoco lo pudo publicar en su vida, y lo
traspasó a su muerte (en 1970) a Judith Dupont. Ésta lo publicó traducido al francés en 1985. Es interesante tener en
cuenta que dos años antes, en 1983, es cuando Stephen Mitchell y su grupo de colegas norteamericanos consensúan el
término psicoanálisis relacional. La comunidad psicoanalítica internacional había vivido un impresionante proceso de
transmisión subterránea de un pensamiento oficialmente excluido por muy complejas razones, entre ellas probablemente
porque cuestionaba una manera de analizar demasiado estandarizada y con pretensiones de objetividad. Desde la
primera anotación, del 7 de enero de 1932, vemos una crítica abierta a la “insensibilidad del analista” y la consideración
de que “la naturalidad y sinceridad del comportamiento es la actitud más oportuna y beneficiosa en la situación analítica”
(Ferenczi, 1932/1997, pp. 41-42). Freud reprochó a Ferenczi su furor sanandi y el propio Ferenczi hablaba de su “deseo
apasionado de ayudar” (p. 108), y reconocía que había tenido que aprender de sus errores gracias a su análisis y a lo
que le habían ayudado sus pacientes. Pero a mí siempre me ha parecido que el deseo más apasionado de Ferenczi,
coherente con su teoría del origen traumático de la psicopatología, era el de no convertir el análisis en una experiencia
de retraumatización. Y todos sus tanteos técnicos, mostrados con mucha sinceridad en su diario clínico, a modo de
proceso de aprendizaje por ensayo y error, transmitido con gran fuerza emocional, son un intento de no caer en una
actitud que él califica de “hipocresía profesional”. Como dice Judith Dupont en el prólogo a la edición francesa del
Diario Clínico, Ferenczi sitúa en paralelo al niño traumatizado por la hipocresía de los adultos, al enfermo mental
traumatizado por la hipocresía de la sociedad, y al paciente cuyos traumas antiguos se reavivan y agravan por la
hipocresía profesional y la rigidez técnica del analista. (Ferenczi, 1932/1997, p. 22).
La transmisión de la actitud de Ferenczi tendría lugar vía profesionales que vivieron la experiencia de analizarse con
él, como Michael Balint o ClaraThompson, que, a su vez, la transmitieron en sus respectivos ámbitos, a ambos lados del
Atlántico: Balint en el Grupo Independiente de la Sociedad Británica de Psicoanálisis y Thompson en el William Alanson
White Institut de Nueva York.

3. EL GIRO RELACIONAL EN EL GRUPO INDEPENDIENTE DE LA SOCIEDAD BRITÁNICA DE PSICOANÁLISIS


En las generaciones siguientes de psicoanalistas se va a observar la influencia de dos elementos claves del pensamiento
ferencziano:
1. En la importancia que va a atribuirse a lo traumático en la psicogénesis de muchos trastornos psicopatológicos
2. En el énfasis en la honestidad y la implicación profunda del clínico con su paciente
Pero en 1939, cuando llegó Balint a Gran Bretaña, huyendo de Budapest debido a la guerra, y sintiéndose responsable
de preservar el legado ferencziano, se encontró con una Sociedad Británica de Psicoanálisis que vivía momentos de
tensión como efecto de la llegada de otros exiliados ilustres que diferían bastante en sus ideas sobre la teoría y la clínica
psicoanalítica. Melanie Klein llevaba ya años en Londres (había llegado en 1926, invitada por Ernest Jones) y había
creado escuela, y la llegada de Freud y su hija Anna en 1938 había puesto en cuestión el desarrollo kleiniano. A la
muerte de Freud, en 1939, se irían configurando dos grupos rivales en torno a Melanie Klein y Anna Freud, que acabarían
encontrando una vía para discutir sus diferencias en las llamadas Controversial Discussions (1941-45). Balint fue uno de
los psicoanalistas que se negaron a tomar partido en esta batalla de escuelas y acabarían constituyendo un tercer grupo
de independientes, en 1962, entre los que figurarían autores como D. Winnicott, W. R. Fairbairn, H. Guntrip, M. Khan
y J. Bowlby.
En los analistas de este grupo no adscrito es donde más se aprecia lo que podríamos llamar el “giro relacional”, que se
aleja de la forma freudiana de entender y manejar los conceptos de transferencia y contratransferencia. (Daurella, 2018).
Freud llamó “transferencia” al “extraño fenómeno” que observaba en sus pacientes, y que consistía en que “el enfermo
dirige hacia el médico una serie de tiernos sentimientos mezclados frecuentemente con otros hostiles, conducta sin
fundamento alguno real y que, según todos los detalles de su aparición, tiene que ser derivada de los antiguos deseos
imaginativos devenidos inconscientes” (Freud 1909/1973, p. 1560). Freud consideraba que el fenómeno de la
transferencia creaba dificultades al psicoanalista, pero también prestaba el inestimable servicio de “hacer actuales y
manifiestos los impulsos eróticos ocultos y olvidados de los enfermos, pues, en fin de cuentas, nadie puede ser vencido
in absentia o in effigie” (Freud, 1912a/1973, p. 1653), y ante él recomendaba al analista “permanecer impenetrable para
el enfermo y no mostrar, como un espejo, más que aquello que le es mostrado” (Freud 1912b/1973, p. 1658). Es decir,
para él la transferencia era un fenómeno que se da en el paciente ante un analista que trata de ser neutral, y si el analista

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puede superar la dificultad que esto supone y se mantiene en posición especular, le permitirá descubrir los procesos
psíquicos inconscientes del paciente.
Y por lo que se refiere a la contratransferencia, es el término que usó Freud para referirse al fenómeno que “surge en
el médico bajo el influjo del enfermo sobre su sentir inconsciente”, y consideraba recomendable “el reconocimiento de
esta contratransferencia por el médico mismo y su vencimiento” (Freud, 1910/1973b, p. 1566). Las recomendaciones
técnicas de Freud a los analistas (tratar de mantenerse neutrales ante la transferencia de los pacientes y esforzarse por
identificar y vencer su contratransferencia) serían cuestionadas por Ferenczi, muy comprometido con la función
terapéutica de su oficio, y que abriría la puerta a hacer variaciones de la técnica estándar en función de las necesidades
de cada paciente.
En los analistas del grupo independiente de la Sociedad Británica es donde más se aprecia lo que podríamos llamar el
“giro relacional”, en el sentido de concebir cada vez menos la transferencia como un producto exclusivo del paciente
ante la presencia de un analista que funciona como un espejo, ver imposible e indeseable la pretensión del analista de
funcionar como una pantalla totalmente en blanco, y considerar la contratransferencia como un factor terapéutico
determinante, revalorizando el papel de los afectos y de las vivencias emocionales en el diálogo de inconsciente a
inconsciente entre paciente y analista.

3.1. Balint: Falla básica y relación terapéutica


Michael Balint (1896-1970) continúa la línea de pensamiento de Ferenczi, aportando conceptos propios. Parte de la
base de que la situación de todo niño recién nacido es de alto riesgo: nace inmaduro e intensamente dependiente del
ambiente para complementar su inmadurez y poder desarrollarse, y tiene muchas probabilidades de que se produzca
la discrepancia que señalaba Ferenczi entre sus auténticas necesidades y lo que recibe del exterior. Balint da un paso
más en la teorización de estos primeros momentos constitutivos del ser humano al acuñar el concepto de falla básica,
que tiene su origen en una discrepancia considerable entre las necesidades del individuo durante sus primeros años (o
incluso sus primeros meses) de vida y los cuidados recibidos en esta época:
“Esta discrepancia crea un estado de deficiencia cuyas consecuencias son sólo parcialmente reversibles. Aunque
el individuo pueda realizar una buena, e incluso una excelente, adaptación, los vestigios de sus experiencias
precoces subsisten e intervienen en lo que llamamos su constitución, su individualidad o la formación de su
carácter, tanto en el sentido psicológico como en el biológico. La causa de esta discrepancia precoz puede hallarse
en el factor congénito – es decir, puede que las necesidades del bebé sean excesivas – o en el ambiente, que le
proporciona cuidados insuficientes, negligentes, irregulares, hiperansiosos, hiperprotectores o simplemente faltos
de comprensión”. (Balint,1968)
Cuanto más traumática haya sido la vivencia de la falla básica, más rígida será la estructura protectora que montará el
individuo para seguir viviendo. ¿Hay alguna posibilidad de romper la rigidez de esta estructura defensiva que nos hace
relacionarnos con los demás siempre de la misma manera? ¿Podemos aprender de nuevo a relacionarnos inocentemente
con el ambiente, a amar sin condiciones y disfrutar sin ansiedad? Evidentemente, esto no puede hacerlo uno solo. Si el
trauma se produjo en una relación, la curación sólo se dará en una relación. Se necesitan dos personas: la que padece
las consecuencias del fallo primitivo del ambiente (el paciente) y la que está dispuesta a constituirse en nuevo ambiente
y a no fallar (el psicoterapeuta). Así pues, la empresa terapéutica será un intento de devolver al paciente la confianza
básica perdida.
El trabajo del terapeuta, según Balint, consiste en ayudar al paciente a desarrollar una relación primitiva en la situación
analítica, que corresponda a su esquema compulsivo de relación, y mantenerla sin interferencias, tranquilamente, hasta
que el paciente pueda descubrir la posibilidad de nuevas formas de relación de objeto y experimentar con ellas. El
psicoanalista debe tener presente que las interpretaciones, instrumentos verbales, dan lugar a la comprensión intelectual,
al pensamiento, al insight, pero la relación paciente-analista, que incluye también comunicación no verbal, da lugar al
sentimiento, a la percepción de una atmósfera, al feeling. Se tratará de utilizar todo el potencial terapéutico de la relación
y permitir una progresión fundada en bases sólidas, y no una apariencia de progreso fundada en estructuras defensivas
y enmascaradoras de una falla básica.
El nombre de Balint es especialmente conocido por su dedicación a la formación continuada de los médicos mediante
los llamados “grupos Balint” o grupos de reflexión sobre las relaciones implicadas en la práctica sanitaria, es decir, los
aspectos emocionales que entran en juego en la relación médico – paciente. (Ver Ficha 1).

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3.2. Fairbairn: La búsqueda de objeto antes que de placer


El psicoanalista escocés Ronald Fairbairn (1889-1964)  nunca rompió oficialmente con el pensamiento freudiano, pero
propuso una teoría alternativa de la motivación humana: la libido busca al objeto más que el placer, el contacto por
encima de la descarga. El niño, por tanto, está orientado hacia los otros desde el inicio de la vida. Aunque el término
“objeto” remite en último término a la teoría pulsional (“objeto de la pulsión”), Fairbairn plantea que lo que busca el
niño, en realidad, es establecer y mantener la conexión con los otros, y en este sentido se considera también un precursor
del psicoanálisis relacional actual.
La teoría de las relaciones objetales que propone Fairbairn anuncia una epistemología intersubjetiva, externalista. Un
hecho que le afectó profundamente fue la manifestación de una de sus primeras pacientes, tras varios años de terapia,
que le dijo: “Usted está siempre hablando de que yo quiero tener satisfecho tal o cual deseo, pero lo que yo realmente
quiero es un padre”. (Rodríguez Sutil, 2010)
Fairbairn elaboró su teoría en gran parte a partir de su experiencia con niños maltratados que, a pesar de serlo,
mostraban una gran lealtad hacia los padres que los maltrataban. Si nos basamos en el modelo pulsional, todas las
personas deberían ser hedonistas, buscar el máximo placer y huir del dolor. Pero a él le llamó la atención que, cuando
a los niños maltratados se les ofrecía la oportunidad de que otras personas se hicieran cargo de ellos, no lo aceptaban
y mostraban gran devoción por sus padres naturales.
Según Fairbairn, en algunas familias el contacto emocional preferido puede ser el sensual, en otras el depresivo, en otras
el masoquista, etc. El niño aprende desesperadamente estas formas de relación como una manera de permanecer dentro
de la familia. Abandonar estos vínculos y ataduras es el equivalente a aislarse por completo del contacto humano,
elección imposible para el niño. (Mitchell, 1988)
Por ello, muchos pacientes, cuando en el espacio terapéutico se les ofrece la oportunidad de vivir y tener otra clase de
experiencias de ellos mismos y con los otros, dudan y rechazan el ofrecimiento, porque temen caer en un profundo
aislamiento si pierden las relaciones dolorosas con los padres, las únicas que han conocido. (Coderch, 2012).

3.3. Winnicott, el falso self y la segunda oportunidad de desarrollo


Donald Winnicott (1896-1971), pediatra y psiquiatra, además de psicoanalista, se interesó especialmente por la
repercusión de las relaciones tempranas en el desarrollo emocional del niño. Según él, el gesto espontáneo del bebé ha
de encontrar a alguien que salga a su encuentro y lo sostenga (holding) para poder desarrollar su potencial heredado.
La madre suficientemente buena (good enough mother) es la que registra el gesto espontáneo del bebé y no es intrusiva,
no impone su estado emocional al bebé, obligándole de algún modo a una adaptación mental forzada, que originará
un “falso self”. Todos tenemos algún grado de complacencia, de falso self en nuestra personalidad, todos los niños tratan
de adaptarse a la imagen que tienen sus padres de él, pero dependerá del grado de intrusividad o de capacidad de ver
lo espontáneo del niño que tenga la madre que se desarrolle en éste un self más auténtico o más complaciente, orientado
hacia afuera.
El niño va adquiriendo la capacidad para estar solo gracias a la experiencia de estar solo en presencia de alguien
(Winnicott, 1958). Es decir que uno puede desarrollar la capacidad de estar solo a partir de la dependencia de otro
externo cuando interioriza el vínculo relacional que le sostiene. Para ello no es necesaria una armonía perfecta, una
madre ideal, sino que las faltas de armonía se puedan reparar.
La función terapéutica del psicoanálisis, para Winnicott, es la de ofrecer una segunda oportunidad para el desarrollo
emocional, un sostenimiento suficientemente bueno en una relación confiable. El analista se prestará a ser usado, aunque
no abusado, por el paciente. Es decir, no se trata de negar la agresividad que puede despertarle un paciente concreto en
determinados momentos (Winnicott, 1949), y que puede ser inevitable.
Bromberg expresa en términos más actuales lo que sería el objetivo del análisis para Winnicott cuando dice que “el
desarrollo winnicottiano de la capacidad de estar solo está íntimamente conectada con el desarrollo maduro de la
capacidad de regulación de los afectos, incluyendo en ella la capacidad para utilizar la dialéctica natural entre la auto-
regulación y la regulación relacional” (2009).

3.4. Masud Khan: el trauma acumulativo


Mohammed Massud Khan (1924-1989), psicoanalista nacido en el actual Pakistán y formado en Londres, analizado por
Winnicott, aportó el concepto de trauma acumulativo (1963), a partir del estudio de la función de la madre como
protectora contra las excitaciones que vayan más allá de las necesidades del niño. Su propuesta fue que el trauma

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acumulativo es la consecuencia de los fallos en la función de la madre como protección contra las excitaciones durante
el curso total del desarrollo del niño, desde la infancia a la adolescencia, en todas aquellas áreas de la experiencia
donde el niño sigue necesitando a la madre como un yo auxiliar que apoye sus funciones yoicas inmaduras e inestables.
Es algo cualitativa y cuantitativamente diferente de las groseras intrusiones de una madre gravemente perturbada, que
han sido abordadas con frecuencia en la literatura psicoanalítica en relación con niños esquizofrénicos o en delincuentes
que se comportan de manera abiertamente hostil y destructiva. Las brechas que él tenía en mente eran fallos por
inadaptación de la madre a las necesidades de apoyo del niño. No son traumáticas separadamente, poseen la cualidad
de una «tensión», y no distorsionan el desarrollo del yo o la evolución psicosexual, pero influyen en ellos. Tales brechas
se acumulan de forma silenciosa e invisible en el transcurso del tiempo y a través del proceso de desarrollo. De ahí su
dificultad para detectarlas clínicamente durante la infancia. Gradualmente quedan incorporadas a los rasgos específicos
de una determinada estructura de carácter. Aquí resuena el concepto de “falso self” de Winnicott: el niño no desarrolla
su auténtico self. El principal proceso psíquico implicado en tales relaciones colusivas es la identificación. Esta
identificación permanece siendo esencialmente de tipo incorporativo y proyectivo, interfiriendo en la internalización y
la asimilación de nuevas representaciones de objeto, complicando de esta manera la diferenciación y el crecimiento
verdaderos de las estructuras psíquicas internas.
Pero Masud Khan añade que la fase durante la que el propio niño se da cuenta de forma cabal de los efectos
distorsionantes y desorganizadores de este vínculo colusivo con la madre es la adolescencia. Entonces la reacción es un
rechazo dramático de la madre y de todas las pasadas investiduras de ella. Esto conduce, o bien al colapso del desarrollo
de la personalidad, que deriva en inercia y futilidad, o a un anhelo apasionado de nuevos ideales, objetos e intereses
yoicos.

3.5. Bowlby: la teoría del apego


John Bowlby (1907 – 1990), desde el principio de su formación psicoanalítica cuestiona el papel fundamental de las
fantasías inconscientes desvinculadas de los sucesos de la vida real para explicar la psicopatología. En 1946 lleva el
Departamento para niños y padres en la Clínica Tavistock y observa que la continuidad de los cuidados maternos es
esencial para el bienestar psicológico de los niños. Lleva a cabo una investigación, con James Robertson, sobre reacciones
de los niños a la separación de las madres, basándose en la observación sistemática con filmación en guarderías.
En 1951, por encargo de la OMS, realiza un estudio de postguerra de los niños que habían quedado sin hogar, que da
lugar al informe Los cuidados maternos y la salud mental, que conllevaría mejoras importantes en el cuidado de los
niños en los hospitales y en las instituciones residenciales británicas. Basa su abordaje en el pensamiento psicoanalítico,
pero sustituye la metapsicología tradicional por un nuevo paradigma basado en la psicología evolutiva (Piaget) y la
etología (Konrad Lorenz).
En 1957 presenta en la Sociedad Británica de Psicoanálisis su trabajo La naturaleza de la relación afectiva entre el niño
y su madre, y empieza a desarrollar su nuevo paradigma psicoanalítico, con un lenguaje muy biológico y evolutivo.
Propone la idea de que varias respuestas instintivas que maduran en el transcurso del primer año, como la succión,
colgarse, llorar, seguir, sonreír, se organizan en la conducta de apego a una figura maternal específica durante la segunda
mitad del primer año de vida.
En 1960 partiendo de su idea de que el bienestar psicológico depende fundamentalmente del sentimiento de seguridad
en las relaciones de apego, organiza un grupo de estudio interdisciplinar, en el que participará, entre otros, Ronald L.
Laing, que contribuye con sus observaciones acerca de cómo ciertos tipos de comunicación en la familia tienden a
generar patología.
Elabora una teoría propia: la teoría del apego, conceptualización basada en las siguientes premisas:
4 El individuo vive desde que nace hasta que muere en un contexto interpersonal.
4 En este contexto desarrolla fuertes vínculos afectivos con sus padres o sustitutos parentales y unas pocas personas
más.
4 En el curso de las experiencias que tiene con estas personas (o en relación con ellas, tanto en su presencia como en
su ausencia), genera representaciones mentales correspondientes a la calidad de estas experiencias de apego.
Estas representaciones mentales actúan como factores organizativos del mundo intrapsíquico individual e influencian
el desarrollo de la personalidad de manera más o menos saludable o patológica.
Su experiencia directa con niños le lleva a dejar de considerar que las fuentes de motivación más fundamentales en el

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niño son las de la alimentación y la sexualidad y pasar a definir como fundamental la conducta de apego: cualquier forma
de conducta que tiene como resultado el logro o la conservación de la proximidad con otro individuo claramente
identificado al que se considera mejor capacitado para enfrentarse al mundo. Dado que su punto de partida para
desarrollar la teoría fue la observación de la conducta, muchos psicoanalistas supusieron erróneamente que la teoría del
apego no era más que una versión del conductismo. Bowlby reconoce que este error pudo deberse a que se confundieron
los conceptos de “apego” y “conducta de apego”.
El papel de los padres es el de proporcionar una base segura a partir de la cual el niño puede hacer salidas al mundo
exterior y a la cual puede regresar sabiendo con certeza que será bien recibido, alimentado física y emocionalmente,
reconfortado si se siente, afligido y tranquilizado si está asustado. Es decir, se trata de ser accesibles, estar preparados
para responder cuando se les pide, y tal vez ayudar, pero intervenir activamente sólo cuando es evidentemente
necesario.
Según la teoría del apego, la principal fuente de ansiedad es la inseguridad en el apego. Y es menos susceptible de ser
procesada cuando no es posible entenderla o reflexionar sobre ella y sus fuentes. En algunas familias es imposible la
discusión abierta y sensata de los acontecimientos interpersonales. Y el niño se queda solo con ansiedades no procesadas,
que acaban siendo improcesables. Y acaba obturándose la capacidad psíquica de procesar emociones. Ej. “En mi familia
no se les ponía nombre a las emociones.” De mayores, son incapaces de expresar sus estados afectivos.
Bowlby postula la existencia de una organización psicológica interna con una serie de características muy específicas
– que incluyen modelos representativos del sí-mismo [self] y de la figura o figuras de apego- , y considera su teoría “una
variante de la teoría psicoanalítica de las relaciones objetales, derivada de la escuela húngara de psicoanálisis”. El
concepto de modelos operativos internos es central en la teoría del apego: Son mapas cognitivos, representaciones,
esquemas o guiones que un individuo tiene de sí mismo y de su entorno, hacen posible la organización de la experiencia
subjetiva y de la experiencia cognitiva, además de la conducta adaptativa, y posibilitan el filtrado de información acerca
de uno mismo o acerca del mundo exterior.
La teoría del apego de Bowlby ha dado pie a gran cantidad de investigación empírica, sobre niños y adultos, a partir
del conocido experimento llamado “La situación extraña”, realizado por su colaboradora en la clínica Tavistock, Mary
Ainsworth y colaboradores, para intentar medir el apego de niños de 1 a 2 años en una situación de laboratorio. Este
procedimiento implicaba dos episodios de breve separación entre el niño y la madre, para observar las reacciones del
niño durante la separación, y sobre todo en el momento del reencuentro con ella. Sobre la base de estos experimentos
se llegó a clasificar los patrones de apego de los niños en cuatro categorías:
A: Apego evitativo
B: Apego seguro
C: Apego ambivalente
D: Apego desorganizado
(Ainsworth y cols., 1978; Main y Solomon, 1986)
Y a partir de esta clasificación, en los últimos 30 años se han desarrollado métodos de evaluación de patrones de apego
en diferentes momentos del ciclo vital, que reflejan a su vez los diferentes modelos operativos internos y que tienen
también sus correspondientes aplicaciones clínicas. (Ver Ficha 2)
Como vemos, Bowlby ya se inscribe en un psicoanálisis plenamente relacional, aunque su teoría se presentó en 1969,
1972 y 1980 con la publicación de su trilogía Attachment and Loss, años antes de la reunión de Nueva York (1983) en
la que se consensuó el nombre de “psicoanálisis relacional”. Y su teoría aportará nuevos desarrollos al psicoanálisis, en
parte gracias a los avances producidos en las neurociencias, que han venido a esclarecer lo que más recientemente se
ha denominado la “neurobiología del apego” (Fonagy, 2001).

4. EL PSICOANÁLISIS RELACIONAL EN NORTEAMÉRICA


4.1. Clara Thompson: el puente entre Ferenczi y el psicoanálisis interpersonal norteamericano
En el apartado 2.3 he mencionado a Clara Thompson (1893-1958) como el puente entre Ferenczi y la tradición
interpersonal del psicoanálisis norteamericano de la que surgiría el psicoanálisis relacional actual, pero hay que reconocer
que la idea de ir a Budapest a analizarse le fue sugerida por Harry S. Sullivan, que había asistido a la conferencia que
dio Ferenczi en la New School of Social Research en 1926 y que, tras oírle hablar de las nuevas direcciones del
psicoanálisis, cuyas propuestas percibía en clara sintonía con su propia actitud de búsqueda de una forma de intervenir

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con los pacientes diferente del convencional estilo asimétrico y jerárquico, sugirió a Clara que Ferenczi era el único
analista que le parecía confiable (Ávila Espada, 2013, p. 99).
Como dice Stephen Mitchell:
Thompson tenía un agudo sentido de la historia de las ideas psicoanalíticas y reconocía la fuerte afinidad natural
entre el redescubrimiento de Ferenczi sobre la importancia del trauma real y su énfasis en la centralidad de la
relación entre el analista y el paciente; el enfoque innovador de Sullivan sobre la esquizofrenia como un trastorno
de los sistemas familiares; y la reubicación de Fromm de la teoría de la libido freudiana dentro de una amplia
perspectiva marxista haciendo hincapié en la importancia de la cultura y la historia (psicoanálisis humanista). La
visión de Thompson llevó a la generación de una tradición psicoanalítica en desarrollo que hacía hincapié en la
importancia de la interacción desde sus inicios (Mitchell, 1997/2015, p. 117)
Pero Clara Thompson es conocida por dos aportaciones principales:
4 Por destacar la importancia del análisis del carácter, entendido como el conjunto de actitudes habituales desarrolla-
das en el curso de la vida como formas de afrontar la vida, más que en la búsqueda de los orígenes infantiles de la
transferencia. Para ella el problema no son tanto los residuos del pasado, que saturan y distorsionan el presente, si-
no las actitudes irracionales del presente que interfieren con integraciones más racionales y saludables.
4 Por su estudio de la psicología de la mujer, que compartió con Karen Horney, criticando ambas la visión falocéntri-
ca de Freud, basada en la concepción de la psicosexualidad femenina vigente en su época, y constituyéndose en
precursoras de la visión feminista actual. Entre sus escritos más destacados se cuentan Envidia del pene en las muje-
res (1943), Algunos efectos de la actitud despectiva hacia la sexualidad femenina (1950), y Los problemas de la fe-
minidad (1964)

4.2. Sullivan: La interacción en la tradición interpersonal


En los Estados Unidos, el psicoanálisis clásico, con su énfasis teórico en el inconsciente dinámico, la
represión/resistencia y la sexualidad infantil, tal como lo definió Freud, se consolidó entre las décadas de 1920 y 1930
y se convirtió en una influencia dominante para la formación de psiquiatras de todo el país en las décadas subsiguientes.
La mayoría de los institutos psicoanalíticos de la época solo habían formado a médicos, cosa que, en ocasiones contribuía
a la aplicación automática de la técnica clínica freudiana. Esta técnica acentuaba la asimetría de un modelo
médico/quirúrgico en que el médico era la autoridad/experto y el paciente la víctima inconsciente. Asimismo, conducía
al estricto cumplimiento impersonal de los requisitos técnicos de neutralidad “saneada”, así como a la atención constante
y la estrecha vigilancia de las asociaciones libres del paciente, seguidas de largos silencios, hasta que las asociaciones
proporcionasen material suficiente para realizar una interpretación, a menudo impersonal y distante, de los determinantes
inconscientes del paciente.
En este contexto, Harry Stack Sullivan (1892-1949) fue un psiquiatra que realizó su práctica clínica con esquizofrénicos
en una institución famosa por el abordaje cuidadoso y comprensivo con que se trataba a los pacientes, dirigida por
William Alanson White. Se interesó por el enfoque psicoanalítico de Ferenczi, y cuando Clara Thompson volvió de
Budapest después de psicoanalizarse con aquél, Sullivan realizó un análisis didáctico con ella.
La psiquiatría interpersonal de Sullivan, según Mitchell, surgió de su trabajo con pacientes esquizofrénicos y su
insatisfacción con el enfoque Kraepeliniano dominante en aquel tiempo en el tratamiento: la esquizofrenia se entendía
en ese momento como una enfermedad deteriorante, con un curso natural inexorable, no afectada por el entorno
humano que la rodease. El psiquiatra podía tener poco impacto en ese proceso deteriorante. Sólo podía observarla y
describirla. Sullivan, sobre la base de su experiencia clínica, llegará a considerar la esquizofrenia no como un proceso
emergente y en constante evolución dentro del paciente sino como una reacción y adaptación a las circunstancias y
actitudes que le rodean: la ve como algo que surge dentro de un sistema familiar, como una respuesta a los patrones
interpersonales entre los diferentes miembros de la familia. Así que vemos cómo la teoría de Sullivan no sólo tuvo
repercusiones en el psicoanálisis, sino también en las teorías de los sistemas familiares y en los enfoques de la terapia
familiar.
Más allá de sus aportaciones sobre la esquizofrenia, Sullivan es conocido por su definición de la personalidad como
“el patrón relativamente duradero de situaciones interpersonales recurrentes que caracterizan una vida humana”
(Sullivan, 1940). Para él la personalidad del niño se modela en la complementariedad con la personalidad de las figuras
parentales.

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En cuanto a las motivaciones básicas de las personas, Sullivan se diferencia claramente de la propuesta freudiana que
las sitúa en las pulsiones sexual y agresiva, y habla de necesidades de dos tipos:
4 La necesidad de satisfacción (de las necesidades fisiológicas, de contacto emocional con otro e intimidad, de ejerci-
cio intelectual de las capacidades y funciones de la persona mediante la interlocución, etc.)
4 La necesidad de seguridad, que incluye la evitación de la ansiedad y el mantenimiento de la autoestima, el deseo
de pertenencia y de sentirse aceptado.
Cuando un paciente acude a un psicoterapeuta, lo mismo que cuando inicia cualquier relación, lo hace sobre la base
de unos patrones más o menos desadaptativos, según hayan sido sus experiencias relacionales en el pasado. Lo que ofrece
la situación analítica es la oportunidad de diferenciar el pasado del presente. El paciente nunca responde ante un
psicoterapeuta genérico, siempre responde a un psicoterapeuta en particular. El psicoterapeuta ha de indagar los
mecanismos adaptativos que utiliza el paciente como “operaciones de seguridad”, para ir ayudándole a deshacer
malosentenidos, a ir clarificando sobreentenidos, a fomentar la auto-reflexión, sin imponer un encuadre a priori, sino
eligiéndolo en función de las posibilidades de cada persona y de la relación que pueda establecerse con ella.
Así pues, Sullivan identificó una base interpersonal en el sufrimiento emocional durante las interacciones patogénicas
tempranas y la infancia del individuo. Etiológicamente relevantes, tales interacciones conducen a dificultades en la vida
y podrían ser tratadas más eficazmente con un enfoque interpersonal. Según este enfoque, el analista corregiría la
anticipación del paciente sobre sí mismo, es decir, sobre su actuación como una de esas figuras dañinas de la vida
anterior del paciente. Finalmente, se fundó un instituto sullivaniano, el Instituto William Alanson White, en la ciudad
de Nueva York, y desde allí se empezó a practicar y desarrollar el psicoanálisis interpersonal, que acabó formando la
llamada escuela relacional.

4.3. El Instituto William Alanson White: el acceso de los psicólogos norteamericanos a la formación psicoanalítica
relacional
El Instituto William Alanson White también fue pionero en la formación psicoanalítica de psicólogos desde 1943,
seguido de cerca por el Centro de Posgrado para la Salud Mental de Nueva York, en 1949, donde se formaron Lachmann
y Stolorow, cuyo cuerpo docente estaba a cargo de Lewis Wolberg, anterior miembro del Instituto Psicoanalítico de
Nueva York, la acrópolis del psicoanálisis clásico. Sin embargo, más tarde, crearon un espacio de tratamiento no
institucionalizado con pacientes externos y fueron pioneros en la formación psicoanalítica grupal, con una relativa
apertura hacia la pluralidad de orientaciones teóricas. Ambos institutos contaban con departamentos de psicoanálisis
infantil en contacto directo con varios centros formativos de la Sociedad Psicoanalítica Británica. Otro instituto que
contribuyó a la diversificación de las perspectivas fue el Instituto Postdoctoral de la Universidad de Nueva York, fundado
en 1961, con una oferta de carreras de formación freudiana, relacional e interpersonal para psicólogos. En el área de
influencia de este instituto se formaran muchos de los psicoanalistas relacionales más destacados, entre otros Edgar A.
Levenson, Stephen A. Mitchell, Phillip M. Bromberg, Donnel B. Stern, Darlene Ehrenberg y Sandra Buechler.
Desde finales de la década de 1980, los institutos de la Asociación Psicoanalítica Americana abrieron sus puertas a los
profesionales clínicos no médicos y, gracias a ello, lograron crear un buen número de institutos y sociedades
independientes de la API en todo el país. Gracias al trabajo clínico, que contaba con una amplia variedad de pacientes
de distintas edades y patologías, y la llegada de psicólogos y otros profesionales clínicos no médicos a la escena
estadounidense, se logró alterar el statu quo y se pudieron ampliar los límites conceptuales del psicoanálisis clásico
(Véase el Diccionario Enciclopédico Interregional de la API, 2019, p. 261).

4.3.1. Edgar Levenson: el esfuerzo hacia la claridad y la desmistificación


Edgar Levenson (nacido en 1923), fue a finales de los 60 el analista y supervisor más reconocido en el Instituto William
Alanson White, y el que más se caracterizaba por su crítica radical de las teorizaciones psicoanalíticas convencionales.
Su primer libro, La falacia de la comprensión (1972), produjo un gran impacto, porque ponía de relieve que en la relación
analista-paciente es imposible que el analista sea neutral. Cuestionaba el mito de la situación analítica, el objetivo ideal
del analista como un espejo de lo que aporta el paciente sin ser consciente de ello y propugnaba una actitud vigilante
del analista sobre el impacto de su participación en las llamadas “reacciones terapéuticas negativas” del paciente.
Levenson adopta una posición perspectivista. Para él está claro que lo que ocurrió en la primera infancia es importante,
pero ¿quién decide qué es lo que pasó? El analista, por supuesto. Pero, como dice Mitchell (1997/2015) al reflexionar
sobre la aportación de Levenson:

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Si el analista ofrece una perspectiva sobre lo que pasó y lo que pasa ahora, ¿quién es el que decide que, de hecho,
realmente ocurrió? ¿Qué pasa con la verificación? Lo que sucedió es importante, este principio sigue siendo central y
diferencia la posición interpersonal de otras tradiciones, que ponen más peso en los instintos y la fantasía. El
interpersonalista considera el papel formativo de los acontecimientos reales más que el de la realidad psíquica basada
en la fantasía. Sin embargo, con la extensión del principio de participación en el marco del perspectivismo, no está del
todo claro quién decide lo que sucedió en el pasado del paciente y lo que está sucediendo ahora en la situación analítica
(Mitchell, 1997/2015, p. 148).
En un libro posterior, La ambigüedad del cambio (1983), Levenson presenta al paciente como fundamentalmente
confuso, como resultado de las mistificaciones, “verdades a medias, arraigadas en el terreno de la información omitida”
(p. 25) Hay que ayudar al paciente a demistificar, pero el analista sólo puede experimentar las cosas en el contexto de
su propia experiencia personal. Así que la función del terapeuta no es explicar el contenido de lo que aporta el paciente
(sueños, material histórico temprano, transferencia …) sino que ayuda a ampliar la conciencia sobre los patrones que
se repiten en sus relaciones. Ahora bien, en el bienentendido de que cualquier cosa que le diga el paciente al analista
está sujeta a un número casi infinito de perspectivas, “un verdadero Rashomon”.
Dice A. Liberman (2013) que para Levenson, el paciente es un niño que ha aprendido a evitar las experiencias que
pudieran generar una ansiedad desorganizadora en el otro o en él mismo, en los ambientes que le han sido familiares,
y cuando el analista le propone un cambio de perspectiva, a lo mejor está aterrorizado por la posibilidad de ser expulsado
del grupo si no coincide con las ilusiones familiares.
Seguramente pertenecer es uno de los más antiguos y atractivos imperativos sociales; la expulsión es un equivalente a
la muerte (Levenson, 1991, p. 513)
¿Cómo ganarnos la confianza del paciente al que enseñaron a desconfiar de los extraños?

4.3.2. Stephan Mitchell: el psicoanálisis relacional visto como la emergencia de una tradición
Stephan A, Mitchell (1946-2000) es reconocido como el introductor del término “psicoanálisis relacional” en 1983, en
un libro escrito en colaboración con Jay Greenberg, Object Relations in Psychoanalytic Theory, para usar un término-
puente que incluyera las aportaciones de los autores de los que hemos dado cuenta hasta aquí, y algunos otros. El
término “psicoanálisis relacional” se aplicaría para referirse a la evolución en el mundo del psicoanálisis desde un
modelo predominantemente intrapsíquico hacia otro que incluye lo interpersonal y lo intersubjetivo, y subraya la
naturaleza social, interactiva e interpersonal de la mente.
Como dice Lewis Aron, coeditor con Mitchell del libro Relational Psychoanalysis: The Emergence of a Tradition (1999),
dice sobre Mitchell:
Era prudente para no reificar al psicoanálisis relacional como una escuela o un sistema coherente, prefiriendo
verlo como una “tradición dentro de una tradición”.
Y añade mucho después una observación muy interesante para el mundo psicoanalítico:
Por mucho que el enfoque relacional sea considerado una escuela, es la primera escuela psicoanalítica que no se
ha desplegado en torno a un único líder. Estoy pensando, desde luego, en Freud, Jung, Adler, Klein, Kohut,
Winnicott y Lacan. Me parece que comparativamente la tradición relacional ha sido, desde sus inicios, mucho más
pluralista y descentralizada. Creo que esto tiene algo que ver con la gran generosidad, el espíritu de colaboración
y la ausencia de una preocupación obsesiva por la propiedad y prioridad de las ideas que caracterizó a Stephen
A. Mitchell. (Aron, 2015)
La repercusión de la aportación de Mitchell y el grupo de psicoanalistas vinculados al William Alanson White Institute
sería muy grande en el psicoanálisis norteamericano contemporáneo a partir de la aparición de la revista Psychoanalytic
Dialogues: A Journal of Relational Perspectives, en 1991.
Lo más característico de Mitchell es su actitud de diálogo permanente con sus pacientes, sus colegas y sus antecesores,
y de respeto por la capacidad de generar significados subjetivos de sus experiencias. Para él, cualquier comprensión de
la mente, la propia o la del otro, es personal. Las conjeturas de cada analista sobre cada paciente no se derivan
simplemente de la aplicación de su teoría sino que están saturadas de sus respuestas contratransferenciales. La idea
tradicional de que el analista es esencialmente invisible para el paciente y que el analista que actúa adecuadamente
comprende al paciente básicamente en términos desapasionados responde a una ilusión que sirve para negar el impacto
personal del encuentro de ambos.

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Mitchell cuestiona la pretensión de racionalidad y objetividad del analista que cree saber más que el paciente sobre el
inconsciente de éste y valora sobre todo la actitud de permanente curiosidad, honradez y compromiso emocional en la
relación con éste. Para él, una buena técnica analítica se refiere no tanto a interpretaciones correctas como a un
pensamiento riguroso, en un continuo proceso de reflexión y reconsideración. Sería un analista que, cuando hay un
estancamiento en el proceso, fuera capaz de decir: “Parece que hemos llegado a un estancamiento. Tratemos de
comprender cómo hemos llegado hasta aquí.” (Mitchell, 1997/2015, p. 362)

4.3.3. Philip M. Bromberg: comprendiendo el trauma y la disociación con la ayuda la neurociencia actual
Phillip M. Bromberg (nacido en 1931), otro de los integrantes del grupo formado en el William Alanson White Institute
de New York, se siente muy afín a la sensibilidad clínica de Ferenczi, pero con la ventaja de que en las últimas décadas
se han producido una serie de descubrimientos desde el campo de las neurociencias que permiten comprender la base
biológica de las intuiciones de sus antecesores: el descubrimiento de que además de la memoria explícita, declarativa,
existe la memoria implícita, de procedimiento (Milner, B., 1954); el descubrimiento de las neuronas en espejo y su papel
en la comunicación humana (Gallese, V., y Geller, J. (2006); y los estudios sobre la maduración temprana del hemisferio
derecho –el hemisferio dominante durante los tres primeros años de vida en el contexto de la neurobiología del desarrollo
del apego (Schore, A., 2011). Schore, neurobiólogo que colabora frecuentemente con Bromberg, propone que, así como
el cerebro izquierdo comunica sus estados a otros hemisferios izquierdos a través de conductas lingüísticas conscientes,
el cerebro derecho también comunica a través de la prosodia, los movimientos faciales sutiles, los movimientos rápidos
de los ojos, la gesticulación, etc. sus estados inconscientes a los cerebros derechos que se prestan a recibirlas.
Bromberg se interesa por los efectos del trauma “evolutivo o relacional” que se produce en la infancia, la mayoría de
las veces relacionado con el apego y que, debido a su surgimiento temprano tiende a quedar organizado de manera más
procedimental que simbólica y su representación cognitiva está totalmente ausente o, en el mejor de los casos, es mínima.
En su prólogo a la edición española de su obra La sombra del tsunami y el desarrollo de la mente relacional (2011/2017),
se refiere al mecanismo de la disociación como el más habitual en los pacientes traumatizados:
Aquello que convierte a un paciente adulto en un “paciente difícil” es en gran medida que la unidad del self con
los otros ha sido reemplazada por una estructura mental disociada diseñada por el cerebro para prevenir de forma
activa el regreso de la carencia en la regulación afectiva y la desestabilización del self. Dado que el evento
interpersonal original no puede ser recordado como representación, su residuo es vivido, aquí y ahora, como una
terrorífica “sombra” persecutoria. Esta sombra no conceptualizada del trauma potencial es lo que conecta al
fenómeno de la disociación con el que a un paciente se le denomine, en la teoría psicoanalítica más clásica, como
“resistente” y, en ocasiones, “inanalizable”. (Bromberg, 2011/2017, p. 7).
Bromberg plantea que sus diferencias con el psicoanálisis clásico implican un auténtico cambio de paradigma: el paso
de una psicología unipersonal a una psicología bipersonal. Y que este cambio conceptual implica tres cambios clínicos
fundamentales:
4 el cambio de la primacía del contenido a la primacía del contexto
4 de la primacía de la cognición a la primacía del afecto, y
4 el alejamiento (aunque no abandono) del concepto de “técnica”.
Lo más traumático es cuando un niño sufre una falta de reconocimiento constante de los estados de su self, y los disocia
por sistema. En la etapa adulta, para poder vivir una vida creativa, espontánea, estable y relacionalmente auténtica
requerirá una dotación natural extraordinaria y, probablemente, una relación sanadora con alguna persona que permita
al adulto utilizar su dotación natural. Esta relación puede ofrecer la restauración del sentimiento de legitimidad ante el
derecho de existir como algo más que un objeto en la mente del otro. Modestamente, Bromberg considera que esta
persona a menudo es un terapeuta, pero que eso no es obligatorio. (p. 61)

4. 4. La teoría de la intersubjetividad: incorporando la teoría de los sistemas dinámicos, intersubjetivos y no lineales


Robert Stolorow (nacido en 1941), doctor en Psicología Clínica (Harvard) y en Filosofía (California), fundador del
Instituto de Psicoanálisis Contemporáneo de Los Ángeles, es el primero que sienta las bases para integrar el psicoanálisis
contemporáneo con la teoría de los sistemas intersubjetivos, dinámicos y no lineales.
Stolorow reconoce la importante aportación de Von Bertalanffy (1968) y Waddington (1977) a la creación de un nuevo
paradigma científico a partir de la investigación de fenómenos denominados sistemas dinámicos, no lineales,

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autoorganizadores, o caóticos. Es una investigación que se origina en los campos de la física, la química y las
matemáticas, pero luego se aplica al estudio de los sistemas biológicos complejos: sirve para buscar principios comunes
subyacentes a la conducta de fenómenos tan diversos como las reacciones químicas, las nubes, los bosques, el desarrollo
de los embriones y de los niños. Y le parece una fuente poderosa de nuevas metáforas para el psicoanálisis.
Fenómenos como el conflicto, la transferencia, la resistencia y el inconsciente, desde esta perspectiva se entienden como
propiedades emergentes dinámicamente de sistemas intersubjetivos, diádicos, no lineales y autoorganizadores. (Stolorow,
1997, p. 337).
Stolorow es un ejemplo de psicoanalista que está al tanto de los desarrollos de las ciencias cognitivas, e incorpora lo
que le parece interesante para conceptualizar el proceso de cambio y resistencia al cambio en psicoanálisis.
Así se remite al trabajo de Thelen y Smith (1994), investigadoras del desarrollo que estudian “la naturaleza
exquisitamente dependiente del contexto de los procesos de autorregulación del niño en tanto que influyen y son influidos
por sus interacciones con sus cuidadores” y concluyen que “el sistema niño-cuidador es un ejemplo de forma emergente
dinámica que no responde a un programa predeterminado” (p. 44). Estas investigadoras consideran que todo proceso
de cambio en un sistema vivo consiste en pasar de lo que denominan un estado atractor a otro, entendiendo por estado
atractor la tendencia a relacionarse en función de los patrones característicos de las primeras interacciones en el sistema
niño-cuidador. Un estado atractor sería un camino neurológico bien asentado que se activa fácilmente en circunstancias
similares, como lo definen también Westen y Gabbard (2002).
Es impresionante ver cómo Stolorow, utilizando conceptos más modernos, sigue la senda iniciada por Ferenczi cuando
se preocupaba por la cuestión del trauma y la retraumatización. Él también habla de un trauma bifásico en la interacción
con los cuidadores en la infancia:
En la primera fase, el niño experimenta una herida, violación, rechazo o desengaño en su relación con el cuidador,
y eso le produce una reacción dolorosa. En la segunda fase, el niño anhela una respuesta sintónica que pueda
modular, contener y mejorar su estado afectivo reactivo de dolor. Cuando, en vez de eso, el dolor del niño no
encuentra una respuesta sintónica, el niño percibe que sus sentimientos reactivos dolorosos no son bien recibidos
o dañan al cuidador y deben ser secuestrados defensivamente para mantener el vínculo que le es necesario. Este
afecto abortado se convierte en una fuente de conflicto interno y de vulnerabilidad a los estados traumáticos de
por vida. Además el niño a menudo se convence de que sus sentimientos dolorosos y amenazantes son
manifestaciones de que en él hay algo defectuoso o inherentemente malo. (Stolorow, 1997, p. 344).
Para que el sistema analista-paciente no se convierta en una repetición retraumatizante, para poder desestabilizar el
estado atractor inicial y ofrecer nuevas posibilidades de desarrollo, la experiencia de relación tendrá que permitir que
el paciente vaya aumentando la confianza en que el analista será capaz de recibir y contener sus reacciones emocionales
ante las experiencias de sentirse herido y decepcionado. El analista así podrá ocupar en la transferencia el lugar de las
figuras que anhelaba y no tuvo, capaces de reconocer y validar su realidad psíquica.
Stolorow comparte su teorización intersubjetiva con Donna M. Orange, George E. Atwood y Bernard Brandchaft. Todos
ellos comparten la visión de la transferencia del paciente como un principio organizador, pero nunca como algo que
pueda ser reconocido objetivamente, interpretado y separado de las contribuciones del psicoanalista. Y la
contratransferencia del analista es, lo mismo que la transferencia del paciente, la manera como el analista organiza su
relación con el paciente de acuerdo con todas sus experiencias y conocimientos. Juntas, transferencia y
contratransferencia, forman un sistema intersubjetivo de influencia recíproca.
Orange, Atwood y Stolorow (1997/2012) destacan los aspectos defensivos e ilusorios de lo que ellos llaman los mitos
de la neutralidad analítica: el mito de la interpretación sin sugestión, el mito de la transferencia no contaminada, el mito
de la objetividad y el mito de la mente aislada para concebir el contexto de la díada analizando-analista como un sistema
vivo e interactivo. El aquí y ahora incluye los mundos subjetivos interactuantes y las actividades organizativas de paciente
y analista, incluyendo las teorías del analista y los mundos culturales de ambos participantes. Cuando se producen
atascos en el proceso analítico, estos autores no piensan que “el paciente se está resistiendo”, sino que se preguntan cómo
analista y paciente han co-construido este “cuello de botella”. No se preguntan solo sobre la historia del paciente y la
organización emocional que determina sus convicciones, sino también sobre las suyas propias, así como sobre los
compromisos teóricos que les pueden estar atrapando en “puntos ciegos” (pp. 135-6).
Brandchaft (2007) por su parte, introduce el concepto de “sistema de acomodación patológica” cuando en el curso del
desarrollo se da una experiencia continuada de apego traumático: cuando el niño percibe que en su contexto socio-

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familiar determinados sentimientos, pensamientos y expresiones no sólo no son aceptados sino que conducen a
reprobación o rechazo. A lo largo de su vida, este sistema de acomodación patológica guiará y limitará sus experiencias
de relación, incluida la relación con el psicoanalista, y éste habrá de emplear al máximo su conciencia reflexiva para
reconocer y disminuir en la medida de lo posible, sus propias contribuciones a la acomodación por parte del paciente.
(Coderch, 2014, p. 220).

4. 5. Daniel Stern y el Grupo de Boston para el Estudio del Cambio Psíquico (BCPSG): la investigación sobre el
conocimiento relacional implícito
Daniel Stern (1934-2012) y los componentes del Grupo de Boston para el Estudio del Cambio Psíquico se han dedicado
a estudiar cuáles son los agentes terapéuticos que actúan en el proceso psicoanalítico sobre la base de las investigaciones
sobre primera infancia del propio Stern, de B. Beebe, E. Tronick y K. Lyons Ruth.
Este grupo elabora una teoría del cambio psíquico que integra conceptos procedentes de la investigación sobre la
primera infancia, la psicología cognitiva, las teorías de sistemas y el psicoanálisis de adultos. Utilizando la distinción entre
los modos procedimental y declarativo del procesamiento de la información, basan la teoría en el modo procedimental
del “conocimiento relacional implícito”, descrito por Lyons Ruth (Beebe, 1998).
Como dice Joan Coderch, para situar la aportación del BCPSG, si las primeras experiencias de relación entre el niño y
el cuidador, tanto las positivas como las negativas, han sido asimbólicas y no verbales, pero muy determinantes en la
experiencia del sujeto, sólo se podrá llegar a ellas a través de la sintonización psicobiológica de las mentes corporeizadas
de paciente y analista, no sólo con el contenido semántico de las palabras:
El cambio psíquico sólo puede lograrse como resultado de la interacción, implícita y explícita, entre los dos sistemas
dinámicos, intersubjetivos, adaptativos y no lineales que constituyen paciente y terapeuta (Coderch, 2018, p. 56).
Y aquí viene la aportación del grupo de Boston: Desde que publicaron su primer trabajo sobre los mecanismos no
interpretativos en la terapia psicoanalítica en 1989, han contribuido decisivamente a desplazar el papel de la
interpretación y el insight como los agentes del cambio terapéutico al papel fundamental del encuentro entre las
emociones de paciente y analista como promotor del cambio: a partir de entonces en el mundo psicoanalítico se debate
sobre el peso relativo de la interpretación y la relación en el proceso de cambio.
En su trabajo de 2002, Explicating the implicit, examinan los micro-eventos del proceso psicoanalítico de la misma
manera que los investigadores de la relación madre-hijo (Stern, D. 1977), mediante observaciones grabadas en video,
en las que se pueden observar detalles del lenguaje corporal, los elementos expresivos faciales y gestuales, ritmos vocales
y prosodia en general. En los adultos, esta metacomunicación es transmitida principalmente mediante el lenguaje,
mediante la elección de las palabras, el tono y ritmo de voz, los intervalos y la prosodia.
Coderch una vez más sintetiza muy bien la aportación del BCPSG (Coderch, 2010, p. 298):
Los miembros del BCPSG no dan de lado los conceptos básicos del psicoanálisis tradicional en cuanto al
inconsciente dinámico, la transferencia y la contratransferencia, pero juzgan que este nivel local de la regulación
intersubjetiva es en donde el conocimiento relacional implícito, que ha sido establecido continua y progresivamente
desde los comienzos de la vida, es reorganizado mediante la interacción paciente-analista de forma más favorable
para ambos. Y éste, consideran, es el nivel más profundo de la vida psíquica, del cual derivan las abstracciones
generalizadas que denominamos fantasías, conflictos y defensas (2007, 2008)

5. CONTRIBUCIÓN DE LAS NEUROCIENCIAS AL CAMBIO DE PARADIGMA


Como ya ha quedado apuntado en los apartados 4.3.3 y 4.4, los descubrimientos en el campo de las neurociencias han
sido muy importantes para el desarrollo del psicoanálisis relacional. Joan Coderch (2018) destaca la importancia que tuvo
para el psicoanálisis el descubrimiento en 1954, por parte de la neuropsicóloga Brenda Milner, de una clase de memoria
distinta a la memoria declarativa o explícita, a la que se ha denominado memoria no declarativa, implícita o de
procedimiento, inconsciente no por represión sino por su propia naturaleza, asentada principalmente en la amígdala,
los ganglios basales, el cerebelo y las áreas parieto-témporo-occipitales.
El descubrimiento es, evidentemente, de gran importancia para el psicoanálisis si tenemos en cuenta que éste había
sido creado por Freud totalmente sobre la base de la memoria que ahora denominamos declarativa o explícita y que era
la única que se conocía en su época, pese a lo cual tal descubrimiento fue totalmente ignorado por el mundo
psicoanalítico durante muchísimos años. (pp. 41-42).

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Posteriormente, los investigadores en neurociencias han ido descubriendo que las experiencias emocionales
procedimentalmente organizadas se inician en los primeros tiempos de vida – ya en la vida psíquica en el seno materno
– y resisten el paso del tiempo, pese a la inmadurez del hipocampo, al contrario de lo que sucede con la memoria
declarativa y explícita, que no se desarrolla plenamente hasta que el sujeto alcanza los cinco años de edad. La falta de
recuerdos propios de la memoria declarativa explícita anteriores a los tres años de edad no es debida a la represión de
las pulsiones libidinales y agresivas, como pensaba Freud, sino a la no disponibilidad del hipocampo, que no comienza
su maduración hasta pasados los primeros 18 meses, lo mismo que el hemisferio izquierdo, al contrario de lo que sucede
en el hemisferio derecho, en el que quedan grabadas las experiencias desde el momento mismo del nacimiento. Este
“inconsciente relacional” o “conocimiento relacional implícito” forma el substrato de nuestra actividad mental y de
nuestro comportamiento, y se expresa a través de emociones y de lenguaje sub-verbal (Coderch, 2018, pp. 44-45).
Otro descubrimiento fundamental en el campo de las neurociencias ha sido el de las neuronas en espejo (Gallese y
Goldman, 1998), que nos ha ayudado a entender mejor las bases biológicas de nuestra posibilidad de comprender las
emociones ajenas no solo en el nivel de lo cognitivo, sino en el nivel corporal. Gracias a que somos semejantes,
compartimos un mismo sustrato neuronal que se activa cuando realizamos acciones o experimentamos emociones y
sensaciones, dando lugar a lo que Gallese denominará “simulación corporeizada” (Gallese, 2009), el fundamento
neurológico del campo intersubjetivo.
Los psicoanalistas relacionales van a tener muy presentes estas aportaciones de las neurociencias que les ayudan a pasar
del inconsciente freudiano por efecto de la represión al inconsciente relacional, y a entender que, como dice Coderch,
“el genio de las experiencias terapéuticas reside en el diálogo de implícito a implícito entre paciente y terapeuta –
subyacente a todo diálogo explícito – basado en la activación simultánea de las mismas redes y estructuras en los cerebros
de ambos” (2018, p. 60).

6. EL PSICOANÁLISIS RELACIONAL EN LA ACTUALIDAD: A LA BÚSQUEDA DE LA RESPONSIVIDAD ÓPTIMA


Los psicoanalistas relacionales cada vez están más interesados en el conocimiento relacional implícito que integra
afectos, cognición y patrones relacionales, por lo que Bollas llama “lo sabido no pensado” (1987) o el “pasado
inconsciente” (Sandler y Fonagy, 1997), aunque pueda ser representado simbólicamente en una etapa posterior.
Otro trabajo posterior del Grupo de Boston (2003) plantea que los cambios en los sistemas complejos son impredecibles
y emergen más allá de la interacción de elementos. La indeterminación y la sorpresa son propiedades inherentes a los
sistemas intersubjetivos. El desorden no es negativo sino potencialmente creativo. Desorden y cocreatividad son
intrínsecos al proceso terapéutico. El escenario terapéutico es configurado por una articulación de momentos entre los
“patinazos” o deslizamientos entre paciente y terapeuta (solapamientos, colusión) y las opciones de cocreatividad donde
pueden empezar a efectuarse nuevos conocimientos relacionales implícitos.
H. Bacal (1985/2017) define la responsividad óptima como la respuesta del analista que es terapéuticamente más
relevante en cualquier momento particular en el contexto de un paciente en particular y de su malestar. La empatía o
introspección vicaria es el proceso por el cual el terapeuta llega a comprender al paciente al sintonizar con su mundo
interno. La responsividad óptima, por otro lado, se refiere a las acciones del terapeuta por comunicar su comprensión
al paciente.
Los psicoanalistas del Grupo de Boston hablan de “momentos de encuentro” (1989) para referirse a esos momentos en
que se encuentran las emociones de analista y paciente, como promotores del cambio terapéutico; L. Aron habla más
adelante de Meeting of Minds (1996); H. Bacal y B. Herzog (2003) proponen una “teoría de la especificidad” que implica
que el analista se posicione a sí mismo observando la adecuación de todas las interacciones analista-paciente a las
necesidades terapéuticas continuas del paciente.
A. Ávila Espada, en un artículo muy interesante del año 2005, “Al cambio psíquico se accede por la relación”, resume
así la teoría de la especificidad:
La responsividad del analista se construye mediante su toma de conciencia de que el proceso terapéutico
comprende la operación de un sistema relacional complejo, único y recíproco, para cada díada analista-paciente.
La tarea del analista es ofrecer respuestas que, en consonancia con su capacidad para interactuar con ese paciente
concreto, facilitan las interacciones terapéuticas que serán óptimas para el progreso terapéutico del paciente.
(Ávila Espada, 2005, p. 212).
Pero advierte que no se trata de que el analista aporte una “provisión óptima”, porque estamos hablando de una
responsividad bidireccional y no de que un agente provea a otro:

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Estamos hablando de los fenómenos de responsividad que tienen lugar en la matriz relacional terapeuta-paciente,
donde la provisión y la frustración encuentran un punto óptimo de equilibrio en cada momento de la relación, entre
las necesidades del paciente y las posibilidades y límites del analista.
Las ventajas de aplicar la teoría de la especificidad en el entorno terapéutico serían:
4 Minimizamos los sesgos teóricos
4 Evitamos la retraumatización
4 Nos acostumbramos a usar un enfoque multiteórico
4 Reconocemos que todas las interacciones tienen potencial terapéutico
4 Relacionamos la responsividad óptima y la espontaneidad
4 Gestionamos los desencuentros y fallos de responsividad óptima
4 Trasladamos esta perspectiva al enfoque de la supervisión. (Ávila Espada, 2005, p. 211).
Así que el analista que funciona en el registro de la responsividad óptima tendría algún parecido con la “madre
suficientemente buena” de Winnicott (1960/1993) en el sentido de que estaría atento a las señales que da el paciente
de lo que espera del terapeuta y a sus reacciones a las respuestas de éste. El terapeuta tiene conciencia de su falibilidad,
de las limitaciones de su comprensión, cae en la cuenta de sus errores y trata de echar mano de todos sus recursos.

7. ¿DÓNDE AMPLIAR LA INFORMACIÓN SOBRE EL PSICOANÁLISIS RELACIONAL CONTEMPORÁNEO?


En 1991 Stephen Mitchell fundó la revista Psychoanalytic Dialogues. The International Journal of Relational Perspectives,
que sigue siendo la fuente principal de artículos sobre las perspectivas relacionales en psicoanálisis.
En el año 2001 se fundó una asociación internacional, la IARPP (International Association for Relational Psychoanalysis
and Psychotherapy) concebida como una agrupación de profesionales, clínicos y no clínicos, incluidos académicos,
interesados en desarrollar las perspectivas relacionales y explorar los puntos en común y las diferencias entre ellos y los
que comparten otros enfoques del psicoanálisis o de las psicoterapias.
En España existen dos asociaciones que trabajan en esta línea:
4 La Sección Española de IARPP: www.iarpp.es
4 El Instituto de Psicoterapia Relacional: www.psicoterapiarelacional.es
Ambos co-patrocinan las publicaciones de la Colección Pensamiento Relacional (Madrid: Ágora Relacional) y la e-revista
Clínica e Investigación Relacional: https://www.psicoterapiarelacional.es/CeIRREVISTA-On-line/

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Ficha 1.
El grupo Balint como grupo de reflexión sobre los
aspectos emocionales y relacionales en la práctica
sanitaria
Los grupos que actualmente se conocen como “grupos Balint” se diferencian de otros grupos por su método y por su
contenido:
a) El método: Se trata de un grupo constituido por diversos médicos y un psicoanalista en el que se presentan casos de la
práctica médica y se comentan los aspectos psicológicos y relacionales implicados en ellos, aprovechando la ventaja que
da al psicoanalista su formación específica y la que da a los médicos su formación y su experiencia clínica.
No es exactamente un grupo didáctico (en el que uno ejerce de maestro y los demás de discípulos) ni un grupo
psicoterapéutico (en el que un psicoterapeuta ayuda a un grupo de pacientes a comprender sus problemas emocionales
para mejorar su salud mental), aunque los participantes aprendan y mejore su salud mental.
b) El contenido: Se diferencia de otro tipo de grupos en que no se ocupa sólo, ni básicamente, de la psicopatología o la
psicodinámica del paciente, ni de las emociones o conflictos de los médicos participantes, sino que el psicoanalista
invita a éstos a hablar de las dificultades que encuentran en la relación con sus pacientes, con las familias de sus
pacientes y con los demás profesionales con los que comparten el caso (para poner de manifiesto, por ejemplo, el
fenómeno de la colusión en el anonimato: así llamaba Balint a la connivencia más o menos consciente de los diferentes
profesionales cuando ninguno de ellos asume la responsabilidad del abordaje integral del caso y cada uno se limita
a su parcela desentendiéndose del resto).
El resultado más importante de los grupos Balint suele ser un aumento de la sensibilidad de los médicos hacia lo que
necesitan los pacientes y familiares, tanto en el nivel consciente como en el inconsciente, y un cambio sustancial en su
actividad profesional. Los médicos llegan al grupo con la “ideología terapéutica” resultante de su formación previa,
mucho más centrada en lo biológico que en lo bio-psico-social. Saben muy bien que una proporción considerable de
los síntomas por los que consultan los pacientes no tienen su origen en causas exclusivamente físicas, pero han llegado
a la conclusión de que, ante esta evidencia, su papel se ha de limitar a usar su sentido común, a una tranquilización
superficial, a prescribir sedantes, ansiolíticos o antidepresivos, y eventualmente derivar a profesionales especializados
en salud mental.
En mi experiencia como coordinadora de grupos Balint, he podido constatar cómo, pese a todo, cuando se trata de médicos
jóvenes, como personas y como profesionales, tal vez aún no han estructurado un sistema defensivo demasiado rígido, y aún
pueden permitirse dudar. Cuando uno de ellos presenta al grupo un caso que le crea dificultades, el primer efecto interesante
del grupo es que experimenta cómo aquello que a él le parecía de sentido común en su manera de intervenir no es tan
común: los diferentes participantes hablan desde diferentes perspectivas, según sus diferentes sensibilidades y capacidades
personales, destacan aspectos que le han podido pasar por alto y se manifiestan múltiples identificaciones.
La función del psicoanalista en este tipo de grupo es la de procurar recoger todos estos elementos y ayudar a pensar.
No se trata de hacer interpretaciones ni de dar consejos, sino de estimular a los participantes a que aumenten su función
reflexiva sobre la relación que se está dando con los pacientes, los familiares y/o los demás profesionales con los que
comparten la atención al paciente, para que pueda aumentar su repertorio a la hora de afrontar situaciones difíciles. Está
claro que la capacidad para relacionarse con el paciente de manera que resulte terapéutica/psicoterapéutica y no
iatrogénica se basa en una competencia personal de cada profesional que no puede adquirirse en los libros ni en la
aplicación mecánica de protocolos. Pero el grupo ayuda a que se produzca lo que Balint llamaba “una modificación
limitada pero considerable de la personalidad de los participantes.”
Para que el grupo funcione bien, es esencial que el psicoanalista no dé pie a lo que el propio Balint llamaba “la
esterilidad ambivalente de la relación maestro-alumno”, que se da en el trato entre profesionales adultos cuando uno de

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ellos adopta un tono condescendiente que estimula las defensas de los demás. Para que el grupo sea fresco y creativo,
se trata de crear un clima de cooperación entre colegas de disciplinas diferentes, no jerárquico, donde puedan
manifestarse espontáneamente muchas de las convicciones implícitas de los participantes que contribuyen a perpetuar
formas de ejercer su oficio frustrantes y desgastantes, sin sentirse juzgados ni perseguidos, sino contenidos y ayudados
a imaginar alternativas más esperanzadoras.
Cuando Balint empezó a trabajar con estos grupos en la Clínica Tavistock, en Londres (Balint, 1957), participaban de
ocho a doce médicos generales, todos ellos con una práctica médica intensa y plenamente responsables del tratamiento
de sus pacientes, coordinados por un psicoanalista. Los grupos se reunían semanalmente durante una hora y media o
dos. Y se les proponía discutir un caso que preocupara a uno de ellos: que le supusiera un reto, o que le interesara, tanto
si le resultaba penoso como si no. El interés por el caso no se centraba esencialmente en el detalle de los síntomas o de
la historia, sino en la relación médico-paciente, en lo que pasaba entre ellos en el plano emocional. El papel del animador
del grupo era tratar de despertar el interés de los médicos por este enfoque, y fomentar la participación de todos.
El médico – y cualquier profesional que se relacione con pacientes – ha de hacer un trabajo doble: moverse entre la
identificación simpatizante y la objetividad, entre la comprensión emocional y la intelectual. La capacidad para hacer
este trabajo dependerá en buena medida de la personalidad del médico y de lo que pueda obtener de su participación
en grupos como los Balint. No se trata de convertir a los médicos en psicoanalistas, sino de reanudar el diálogo entre
médicos y psicoanalistas. Y de que éstos puedan ayudar a los médicos a mejorar sus capacidades psicoterapéuticas, o
simplemente terapéuticas.
Actualmente los grupos Balint suelen organizarse no sólo con médicos sino con los equipos interdisciplinares que trabajan
en la asistencia primaria, compuestos por médicos, enfermeras y trabajadoras sociales, y la experiencia de
interdisciplinariedad tiene muchas más ventajas que inconvenientes. Una de las asignaturas pendientes en las facultades
de Medicina es que no se enseña a los futuros médicos a trabajar en equipo, o en red, y a relacionarse con los otros
profesionales implicados en los casos, con lo que hay mucho riesgo de que se den “colusiones en el anonimato”, como
advertía Balint. Y, por lo que hace a la interdisciplinariedad, es muy interesante la experiencia de que el coordinador sea
un psicólogo clínico y psicoanalista sin formación médica, porque ese hecho contribuye a conseguir un clima que permite
que cada profesional aporte su perspectiva, reconociendo hasta dónde llegan sus conocimientos y hasta dónde no.
Otro cambio que vivimos en la actualidad, por comparación con la época de Balint, es el de la feminización que ha
experimentado la medicina. Actualmente en las facultades de Medicina hay muchas más alumnas que alumnos. Y esto
ha contribuido a facilitar la comunicación en los grupos Balint: ya sabemos que a las mujeres nos han permitido mostrar
las emociones más que a los hombres, y esto se hace evidente también en los grupos.
Los médicos contemporáneos (especialmente nuestros actuales médicos de familia), comparten con los de la época de
Balint algunas fuentes de ansiedad a las que se suman otras más propias de nuestra época:
4 La confrontación con el sufrimiento humano: enfermedad, invalidez y muerte
4 El trato con pacientes y familiares difíciles y poco colaboradores (muy angustiados, demandantes, reivindicativos,
manipuladores, muy dependientes, ambivalentes, incumplidores …)
4 El temor a equivocarse en el diagnóstico o en el tratamiento.
4 La escasez de tiempo (ahora son siete minutos por paciente: ¡un minuto más que en la época de Balint!) y la falta de
espacios para poder consultar y contener ansiedades
4 El manejo de información con mensajes que implican dolor
4 Los déficits en la formación recibida, más centrada en el diagnóstico de enfermedades que en la relación con la per-
sona enferma y su entorno.
4 Las presiones de la institución en la que trabaja el médico, concebido ahora como una “unidad productiva”.
¿Cómo ayudan los grupos Balint a los médicos de hoy en día? A diferencia de otros tipos de grupos o talleres, no
enseñan modalidades específicas de abordaje, no ofrecen guías ni protocolos de actuación, sino que su objetivo es la
comprensión de los aspectos emocionales que entran en juego en la relación del médico con el paciente, y también con
las familias y los demás profesionales que intervienen en la asistencia. El médico va reconociendo más su propio estilo
de respuestas, sus capacidades y sus puntos débiles, en un clima de comodidad, sin exigencias perfeccionistas, y va
notando cómo sus sentimientos y respuestas ante los pacientes se van transformando en instrumentos para comprenderlos
en vez de ser fuente de estrés o de conductas contraproducentes: los pacientes que se hacían aburridos se vuelven
interesantes y los pacientes difíciles se convierten en un reto motivador.

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Ficha 2.
La entrevista de apego para adultos (Adult Attachment
Interview, AAI)
UN EJEMPLO DE INSTRUMENTO PARA LA EVALUACIÓN DEL MUNDO REPRESENTACIONAL DEL ADULTO
ELABORADO A PARTIR DE LA TEORÍA DEL APEGO
De las diferentes entrevistas semi-estructuradas diseñadas para evaluar los sistemas representacionales de los adultos
elaborados a partir de la Teoría del Apego, la más conocida es la AAI, creada en los años 80 en la Universidad de
Berkeley por Mary Main y cols. Mario Marrone dice en su libro de referencia en español La Teoría del Apego: un en-
foque actual, que obtuvo la AAI de manos de John Bowlby en 1985 y desde entonces la ha utilizado como un instru-
mento importante para su trabajo clínico (Marrone, 2009, p. 129).
Se trata de una entrevista
4 formulada inicialmente para estudiar procesos de transmisión intergeneracional
4 estructurada internamente alrededor de temas de apego
4 que incluye elementos de cuestionario estructurado junto a elementos de entrevista clínica
4 y cuenta con un sistema para procesarla y poder evaluar los modelos operativos internos y los procesos metacogni-
tivos asociados con tales modelos (tal como éstos se manifiestan en el uso del lenguaje y la asociación libre del en-
trevistado)

1. CONSIDERACIONES PREVIAS AL APRENDIZAJE DEL MÉTODO


Para utilizar este instrumento se requiere una formación específica, pero Marrone en su libro nos brinda algunos
apuntes orientativos previos:
4 el aprendizaje de esta entrevista empieza por la experiencia del entrevistador de responder a la misma. Y en condi-
ciones ideales, el entrevistador debería haber pasado por un análisis personal orientado por la teoría del apego
4 se trata de una entrevista, no de un cuestionario cerrado que se contesta con respuestas breves o prefijadas
4 tampoco es una sesión psicoanalítica, o sea que el entrevistador debe abstenerse de hacer interpretaciones
4 cuando el entrevistado esté tratando de expresar un recuerdo o una idea, el entrevistador debe esperar a que com-
plete las frases en vez de completarlas él
4 la entrevista se lleva a cabo en un estilo conversacional, así que ciertas intervenciones o comentarios del entrevista-
dor forman parte de un diálogo en el que él muestre su capacidad de escucha
4 muchos entrevistados se encontrarán por primera vez en su vida ante algunas de las preguntas: necesitarán a veces
una pausa para dudar, reflexionar, corregir o pensar en voz alta

1. 2. Algunas preguntas del AAI


Las primeras preguntas invitan al entrevistado a establecer el contexto ambiental y familiar donde comenzó su histo-
ria personal y vincular: ¿Dónde vivía su familia? ¿Dónde nació? ¿Dónde vivía Ud. de niño? ¿Su familia se trasladó mu-
chas veces? ¿Qué hacía su familia? El entrevistador puede averiguar si uno o ambos progenitores tuvieron pérdidas
tempranas o separaciones prematuras de sus propios padres y pensar sobre los efectos sobre la segunda generación de
pérdidas tempranas, pero presentándolo como una pregunta espontánea o casual.
La siguiente pretende estimular al entrevistado a pensar sobre la calidad de la relación que ha tenido con cada uno
de sus padres: Me gustaría que tratara de describir su relación con sus padres cuando era niño. ¿Podría empezar tan
atrás como sea capaz de recordar? Algunos alegan no recordar su niñez. No se trata de forzar, sino de ver si recuerda
o no, y si recuerda, qué recuerda y cómo.
Luego se le pide que dé cinco adjetivos que describan la relación con su madre en su niñez, y luego lo mismo sobre
la relación con su padre. También que pongan algún ejemplo que ilustre estos adjetivos. Así se puede valorar si hay
coherencia entre el ejemplo y el adjetivo empleado.

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A continuación se le pregunta ¿Con cuál de sus padres se sentía más próximo y por qué? ¿Por qué no existe ese sen-
timiento con el otro progenitor?
La siguiente: ¿Qué hacía cuando era pequeño si se encontraba disgustado o preocupado? Para averiguar hasta qué
punto podía comunicarse con alguien de su entorno cuando necesitaba ayuda o una respuesta empática. Aquí tam-
bién se le puede pedir que lo ilustre con algún acontecimiento específico: ¿Alguna vez estuvo enfermo de pequeño?
¿Recuerda qué pasaba?
Después, sobre las experiencias de separación y su significado emocional: ¿Cuándo fue la primera vez que recuerda una
separación suya de sus padres? ¿Cómo respondieron Ud. y ellos? ¿Hay otras separaciones que destaquen en su recuerdo?
Y sobre las experiencias de rechazo: ¿Alguna vez se sintió rechazado de pequeño?, complementado con preguntas
encaminadas a ver si el entrevistado tiene la capacidad de ver la situación desde exclusivamente su punto de vista o
el de otros.
Y sobre las experiencias de sentirse amenazado. Y sobre si contaba con otros adultos a los que recurrir. Y sobre si
hubo muertes, y cómo procesó los duelos.
Y sobre si ha habido muchos cambios en la relación con sus padres desde la niñez hasta la actualidad.
Y sobre sus deseos para sus hijos, para que se cumplan después de veinte años.

1. 3. Tipos de organización psíquica o disposiciones


Esta entrevista busca aplicar la idea de Bowlby de que ciertos patrones en la relación que un individuo ha tenido
con sus figuras principales de apego pueden determinar ciertos aspectos importantes de su organización psíquica en
relación a los vínculos de apego: estrategias que inconscientemente utiliza en sus relaciones, mecanismos de defensa,
maneras de procesar las pérdidas o elaborar los duelos y organización cognitiva de tales experiencias, especialmente
a través del lenguaje. Y así vemos cómo se comporta en la entrevista cada uno de estos tipos:
4 El tipo seguro o autónomo recuerda el pasado con relativa facilidad y puede explorarlo mediante un diálogo coope-
rativo y de manera reflexiva. No es que tenga sólo recuerdos positivos, pero puede hablar de experiencias adversas
de su infancia sin recurrir demasiado a mecanismos de defensa. Sus emociones e ideas son congruentes.
4 El tipo evitativo da poca información sobre su historia personal. O da detalles sobre situaciones difíciles sin entrar
en contacto con las emociones subyacentes. Al referirse a sus figuras de apego puede mostrar idealización o des-
precio y devaluación. El discurso puede ser muy banal
4 El tipo ambivalente o preocupado parece confuso, incoherente e incapaz de aplicar criterios objetivos a la comprensión
de las relaciones interpersonales. Los recuerdos aparecen en forma fragmentada. Parecen estar intensamente preocupa-
dos con relaciones del pasado, con temas relacionados con la autoestima, la apariencia física o duelos no resueltos.
4 El tipo desorganizado, cuando habla de episodios de duelo o de carácter traumático, pierde el curso del pensamiento
hasta el punto de no recordar lo que estaba diciendo, puede incluir cambios dramáticos en la emocionalidad y en el
significado del discurso, y la narrativa contiene importantes contradicciones y rupturas en la manera de razonar.

1. 4. Aplicaciones clínicas
Marrone nos recuerda que Freud pedía al paciente que practicara la “asociación libre” en las sesiones de psicoanáli-
sis, y todo paciente que acude a una sesión sabe que el objetivo del análisis es hablar de su vida emocional y de rela-
ciones íntimas, con los pensamientos, fantasías y sentimientos concomitantes.
Pero no todos los pacientes son capaces de asociar libremente, de cooperar con el psicoanalista en encontrar una
narrativa coherente, no todos corresponden al tipo de apego seguro. Y aquí surge el problema:
Los pacientes que pueden utilizar mejor la asociación libre son en general los menos necesitados de terapia. Son los
pacientes que realmente pueden asociar. Su narrativa tiende a ser coherente y su estilo cooperador. Otros pacientes,
en cambio, tienen mayores dificultades para asociar. Algunos presentan una producción y encadenamiento de ideas,
imágenes y sentimientos muy pobres. Entonces el terapeuta puede sentirse a menudo frustrado o aburrido. Otros pa-
cientes hablan de manera caótica, omiten elementos importantes para hacerse entender y, al mismo tiempo, hacen
digresiones irrelevantes. En estos casos, el analista puede sentirse saturado, abrumado y con dificultades para contener
y dar sentido a semejante caudal de palabras (Marrone, 2009, p. 154)
Así que el terapeuta que entiende que su paciente corresponde a alguno de los patrones de apego inseguro, cosa
bastante probable en la clínica actual, no puede esperar procesos de asociación libre y cooperación en la exploración
sin problemas, y deberá promover el desarrollo de la función reflexiva buscando caminos específicos para las necesi-
dades del paciente cuidando sobre todo que la relación entre ambos le ofrezca una experiencia de lo que puede ser
una base relacional más segura.

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