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LAS OPCIONES DE POLITICAS AMBIENTALES

EN BOLIVIA
El 30/01/2015

Como todos saben, en Bolivia el MAS, liderado por Evo Morales, asumió un nuevo
gobierno. Y como es usual en esos casos, es una buena oportunidad para repasar
algunos de los desafíos y oportunidades para renovar la agenda ambiental en ese país y
promover un mejor debate. Con esa finalidad se preparó una breve reflexión, junto a los
colegas (y amigos) del CEDIB de Cochabamba, quienes tienen una vasta experiencia
con la problemática boliviana. Les comparto nuestro aporte, publicado en el suplemento
Ideas del periódico paceño Página Siete.

Politizando la política ambiental,

por Oscar Campanini, Marco Gandarillas, Eduardo Gudynas y Georgina Jiménez

El nuevo Gobierno, sin dudas, debería tener entre sus prioridades la problemática
ambiental. Y si está comprometido con la Madre Tierra, y con los principios
constitucionales del Vivir Bien, sólo es posible avanzar por medio de una política
ambiental. No es una cuestión menor calificar esa tarea como una “política”, ya que ello
impone unos cuantos desafíos tanto en sus contenidos como en sus dinámicas.

Uno de los primeros pasos para recuperar ese ámbito político es romper con la tradición
de un ministerio ambiental que tiene papeles secundarios frente a las decisiones que se
toman en las secretarías productivas (hidrocarburos, minería, agricultura), o a las metas
económicas. Para remontar esto es necesario construir una política, con sus principios y
estrategias, metas y planes, que comprometan tanto al Ministerio de Medio Ambiente y
Agua como a los demás ministerios y agencias estatales.

Se pueden señalar algunas de sus prioridades. Comencemos por la urgencia en proteger


el patrimonio natural del país, lo que no es otra cosa que seguir el mandato de los
derechos de la Madre Tierra en serio. Eso es fácil de decir, pero no es sencillo de
aplicar, ya que exige medidas enérgicas. Entre ellas están parar el deterioro de las áreas
protegidas por actividades como la ampliación de áreas hidrocarburíferas, mineras,
construcción de hidroeléctricas o carreteras. Se deberá trabajar en regiones muy
afectadas por crisis ambientales, como las cuencas del Poopó y del río Pilcomayo.

También se debe proteger la biodiversidad nativa ante los impactos de los


agroquímicos, el avance de los monocultivos sobre áreas naturales, especialmente donde
desemboca en deforestación en las tierras bajas, o prohibiendo los cultivos transgénicos.

Una nueva política ambiental no puede ignorar que existen explotaciones mineras, de
hidrocarburos, monocultivos o infraestructuras que tienen un carácter depredador sobre
los ambientes. La postura que esquiva esos reconocimientos, insistiendo en que sin
extractivismos la economía nacional se derrumba y los programas sociales se caen,
carece de total fundamento. Repetir esas justificaciones es evadir los problemas de
fondo, e ignorar que esos efectos tienen también costos económicos muy altos, y
mientras tanto los impactos del extractivismo van trepando hacia niveles irreversibles.

Por todo esto, tendremos verdaderas políticas ambientales si se enfrentan esos


extractivismos depredadores, respetando zonas de exclusión (como los parques
nacionales) y deteniendo los emprendimientos más dañinos, para restaurar esos
ambientes degradados. En estos y otros temas se debe asegurar la calidad de las
evaluaciones de impacto ambiental, su implementación efectiva, y cuando éstas
impliquen frenar un proyecto por sus impactos, acatar la decisión y no vivirlo como una
derrota económica.

Reviste enorme importancia asegurar el acceso al agua y la calidad de las cuencas


hidrográficas. Si eso se reconoce, las políticas ambientales deben generar estrategias
que impidan su contaminación (por ejemplo, por la minería o las urbanizaciones),
protejan las cabeceras de las cuencas, y controlar efectivamente los usos y vertidos.
Asimismo, acuíferos, glaciales o humedales, pasan a ser ecosistemas que deben ser
particularmente protegidos. El uso de las aguas subterráneas debe hacerse con
precaución y adecuados controles. En fin, el agua debe ser aprovechada con cuidado y
austeridad, para privilegiar usos vitales como el consumo doméstico o el agropecuario
para soberanía alimentaria.

La nueva política ambiental no tendría temor en admitir que la idea de grandes reactores
industriales, especialmente aquellos para generar electricidad, es incompatible con la
defensa de los derechos de la Madre Tierra. La información disponible muestra
claramente que es una tecnología contaminante, muy riesgosa, cara de mantener y
vigilar, y que cuando hay un accidente sus consecuencias son terribles.

De la misma manera, es tiempo de examinar con precaución los deseos de construir


grandes represas, balanceando las reales necesidades energéticas nacionales con los
graves impactos que ocasionan sobre el ambiente. La energía de fuentes alternativas,
como solar y eólica, son renovables, tienen mucho menores impactos, y son, por lejos,
vías preferibles para obtener energía.

La temática del cambio climático no puede estar ausente. Bolivia se ha destacado por
una fuerte prédica internacional en ese asunto, aunque desconectada de sus principales
causas locales: la deforestación, las prácticas agrícolas y los cambios en los usos del
suelo. Ante eso, una nueva política ambiental debe asegurar la reducción de las
emisiones de gases invernadero coordinándose con las políticas forestales y
agropecuarias. Entonces, la primera tarea es detener la deforestación y el avance
descontrolado de la frontera agropecuaria.

Como puede verse por estos casos y los otros anteriores, en Bolivia una política
ambiental tiene íntimas relaciones con las políticas agropecuarias, mineras y
energéticas. Deben ser pensadas y discutidas en su conjunto, cuidando la armonía entre
ellas.

Tampoco se puede olvidar la problemática urbana. Las ciudades deben planificarse,


evitándose que su crecimiento ocupe áreas agrícolas valiosas o contamine los suelos y el
agua. Se necesita una amplia reforma del transporte urbano, para superar el colapso del
tránsito y su contaminación asociada.

Después de este esquemático repaso de los contenidos se puede volver al inicio. Una
política ambiental es “política” en tanto se construye con la gente, es plural, y acepta las
diversidades con todas las atenciones que ello acarrea. Sin la participación ciudadana no
hay políticas, sino meras estrategias administrativas.

Para lograr una política ambiental hay que evitar vicios repetidos, como el secretismo en
los proyectos estatales, o las declaraciones que condenan a los ambientalistas como
agentes del retroceso político. Hostigando al ambientalismo se vuelve imposible un
diálogo democrático y se pierde el aporte de la sociedad civil, que mucho podría
contribuir al futuro Gobierno.

Esa politización de las políticas ambientales pasa por usar mecanismos como las
consultas previas, libres e informadas, respetar la gestión participativa, instalar
monitoreos ambientales ciudadanos, etc. En el caso de Bolivia, además, se deben
asegurar mecanismos y salvaguardas específicos para la participación de campesinos e
indígenas.

Como puede verse las tareas son múltiples, no siempre sencillas, y en varios casos
impone abandonar viejos vicios. Habrá que saber aprovechar la oportunidad.

http://accionyreaccion.com/las-opciones-de-politicas-ambiental-para-el-nuevo-
gobierno-de-bolivia/

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