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Unos minutos con Lacan

C.F.

Índice

Presentación

Un minuto con el esquema L

Un rato con el grafo

Un pase rápido por Proposición

Otro minuto para los discursos

Un par para la sexuación

El nudo en tres

Presentación

Ordenadas cronológicamente, las notas van del agujero del sexo (las primeras tres) -el límite
que marcan menos fi y el acto analítico-, al agujero en la transmisión (las últimas tres). El
Seminario se halla así divido entre intención y extensión. Se ve, entonces, que su mira
básicamente se centra en la formación de los analistas. En tanto el pase fracasa (y toda la
enseñanza se supeditaba a él), la obra de Lacan queda sujeta a una revisión profunda.

En esa mira, se apuesta aquí a simplificar, a la fórmula -si es que se puede llegar a ella-.

Un minuto con el esquema L

(Desarrollos más extensos sobre algunos puntos: Juanito y la serie, en Freudianas, lacanianas y
otras, Carlos Faig, RV ed., Buenos Aires, 2014, pp. 52-58; Objeto fetiche y fóbico, en Archivos,
grupo Textos por el psicoanálisis; Ilaciones. El seminario uno por uno, en Archivos, grupo citado
anteriormente; etc.)

Descriptivamente, el esquema se compone de dos líneas: la simbólica entre S y A, y la


imaginaria, a/a'. En el abordaje clásico se considera que la relación especular obstaculiza el
acceso del S (el sujeto) al Otro (A) y al inconsciente. De allí resulta el trayecto que hace que el
emisor reciba su propio mensaje en forma invertida. La reducción a tres términos (sujeto,
objeto, más allá) acentúa al velo como productor y no sólo como obstáculo. En el seminario IV
este esquema ternario alcanza su máximo desarrollo. Si atendemos a una variante (sujeto,
velo, objeto) que refiere a la perversión (el objeto se escinde por su situación), vemos que
entre ambos resumen los dos grandes sectores de aquel seminario. La cuestión del velo hace al
funcionamiento del esquema y es lo fundamental de él.
Debemos destacar que con la ubicación del objeto más allá del velo empieza a corregirse el
concepto de intersubjetividad (subtítulo del esquema), que será refutado pocos años después.
Asimismo, al converger con la falta, anticipa al objeto (a) (1). Lacan había partido de una
construcción que minimizaba e incluso peyorizaba al fantasma. Y aquí comienzan a
presentarse los desgarrones.

Notas

(1) Vía el objeto metonímico, en el Seminario V.

Un rato con el grafo. Transitivismo y concurrencia

(Para un desarrollo mayor, cf. Matemática de los grafos, Carlos Faig, RV ed., Buenos Aires,
2013.)

Lacan desdobla la forma primera del grafo para salir del terreno de la sugestión y, sobre
todo, del transitivismo de la demanda. El piso superior, entre pulsión y significante del Otro
barrado, es una suerte de significación gráfica que recalca la superposición de las líneas por
segunda vez -su cruzamiento doble instala un irrepresentable-, simbolizando que el deseo se
produce en el más allá de la demanda. El ché vuoi? de Cazotte, que constituye el tercer grafo,
permite pasar al último estado de la construcción al plantear el problema del sujeto en
dependencia de su querer. La pregunta de Cazotte es también una sigla del sujeto, una S que
se ubica sobre el lugar del Otro, como si éste fuera el punto del signo de interrogación. En el
piso inferior el deseo del sujeto, su querer, no podría tener solución: es tanto su “deseo” como
el “deseo” del Otro. Nada le garantiza allí que lo que pide sea verdaderamente pedido por él.
Mientras se mantenga la significación de la demanda el transitivismo no desaparece. La
significación se desliza sin poder detenerse en el sujeto o en el Otro. El problema es entonces
cómo se sale de la significación o, lo que es lo mismo, ¿cómo la interpretación puede tener
alcance sobre el deseo? ¿Cómo producir el deseo más allá de la sugestión?

El grafo en su forma desarrollada, introduce la falta del Otro, y esa falta no es a entender
únicamente, como se cree erróneamente, como la falta del Otro −al Otro le faltaría, por
ejemplo, el significante que lo designe para sí mismo; o bien, el Otro se constituye en razón de
un significante faltante−, se trata también, y es lo esencial, de la falta del Otro, de que no hay
Otro, en el sentido del genitivo por donde es el Otro mismo quien desaparece. Sólo esta
operación permite que se halle una salida al problema que introducía la significación, permite
la articulación del deseo (aun cuando queda por explicar todavía que la condición de
articulación del deseo es que sea inarticulable dado que está articulado en un nivel que no le
es propio, la demanda, cf. E, p. 804).

Desalojada la significación, barrido el lugar del Otro, el sujeto tiene acceso a su propia
demanda. Esta demanda deviene ahora una demanda muda (el lugar de la pulsión es el lugar
del silencio: si hubiera palabra habría Otro). Podemos decir esta operación de dos maneras
(atendiendo al efecto de retroacción del grafo): al no haber Otro puedo situar mi demanda; o
bien, segunda forma, porque sitúo mi demanda no hay Otro. Pero, como dije antes, esto lleva
al silencio. Resuelve el problema de la significación pero no la cuestión del deseo. La
problemática del deseo sufre un cambio de plano; se sitúa más allá de la palabra. El pasaje del
piso inferior al superior es, ya lo sabemos, una pregunta, el ché vuoi?, pero digamos, ahora,
que esta pregunta puede formularse de la siguiente manera: ¿Puedo obtener un lenguaje apto
para asegurarme de que lo que pido lo pido yo? ¿Puede existir una garantía para mi demanda?
El trasfondo de la demanda lleva a este nivel, y el Otro, esto es lo importante, no puede
responder al pedido segundo, no puede dar garantía. ¿Qué resultaría de su respuesta? Si el
Otro me proveyera el lenguaje adecuado para situar “mi” demanda como propia, ya no habría
ninguna salida. La alienación que esto provocaría sería máxima, insuperable. Me hallaría
atrapado en un sistema saturado, que incluye su propio cierre. Lo explico de otra forma: el
lenguaje segundo que me viene del Otro como respuesta al pedido de situarme en la demanda
tiene efectividad. Después de adquirirlo soy capaz de situar mi demanda, de apropiarme de
ella. Pero ese lenguaje sigue siendo del Otro, con la diferencia de que yo ya no lo sé,
desconozco el transitivismo y estoy apresado en él sin saberlo. No podría, desde entonces,
plantearme nunca diferenciarme del Otro, ni siquiera sabría nada de él. Por eso no hay
solución en el nivel superior del grafo. Entre el Significante del Otro barrado y la pulsión se
presenta una aporía. La formulación del querer del sujeto, el deseo, corre, desde entonces, por
cuenta del fantasma, del tipo de identificación que acompaña al piso superior. Pero esta
formulación, una vez producido el barramiento del Otro, ya no se concretará en palabras. Son
elementos imaginarios o reales, elevados al rango significante, los que proveen su formulación
al deseo. (De ahí que se los denomine grafos del deseo, y no de la pulsión, el sujeto, etc.) Aquí
radica el acompañamiento, la complementariedad entre la línea superior y la correlación del
deseo y el fantasma. Los pisos del grafo, como sabemos, están construidos respetando una
homología estructural. En la línea inferior, la pareja especular acompaña a la estructura de la
demanda.

Un pase rápido por Proposición

(Otros desarrollos: Sinopsis de Proposición y Apéndice, en Lectura de “Kant con Sade” y otros
escritos, Carlos Faig, RV ed., Buenos Aires, 2014, pp. 81-94; Observaciones sobre Proposición,
Archivos, grupo Textos…)

“Aquel que articuló el significante del A barrado no tiene ninguna formación que hacer…”

J.L., Proposición, versión oral

El toro es la figura mas simple de la que disponemos para ilustrar la relación entre SSS y (a). Al
completar los giros sobre su superficie, en su “interior”, se produce un giro de más, que no
estaba antes, pero que está en cada uno de los giros. Si tomamos el giro de más como
equivalente a la instalación retroactiva del objeto, vemos que el SSS cubre, ahora, cada uno de
los giros. De la caída de esta instancia resultan $ y (a). Si se aprehende cabalmente esta
operación, no hay mucho más que entender.

Un ejemplo clínico muy abreviado. La paciente suele faltar. En sesión, se queda callada
durante largos minutos, y luego retoma las asociaciones con temas escabrosos. Se siente sucia,
dice que no termina de bañarse nunca. El analista, por su parte, tiene períodos en que se
queda en blanco, se pierde. Las interpretaciones son verborrágicas, densas, y normalmente no
remiten al material, al que dejan de lado. Supongamos que el objeto son las pérdidas
menstruales. Este objeto, en la línea del objeto fálico, no está presente inicialmente en
ninguna interpretación ni en las asociaciones, hasta que se produce “hacia atrás”. Esta
producción retroactiva disuelve una instancia sin que esta hubiera estado allí nunca.

La Proposición divide aguas. De un lado, tenemos una corriente de análisis aplicativo, por
donde el fantasma resulta significado -análisis universitario, si se quiere-. En la otra corriente,
el analista forma parte del fantasma, está tomado allí, por la transferencia.

Otro minuto para los discursos

(Desarrollos más extensos: Vuelta por los cuatro discursos, en Freudianas, lacanianas y otras,
Carlos Faig, RV ed., Buenos Aires, 2014, pp. 27-40; El discurso del capitalista. Un hapax, en Ser
y sinthome, Carlos Faig, RV ed., Buenos Aires, 2013, pp. 39-47.)

Recordemos las convenciones que rigen a los cuatro discursos. No hay representación del
objeto ni sujeto sabido (S1/(a); S2/$). Al no poder aparecer en contigüidad, en el giro, su
número se limita a cuatro (caso contrario, serían 24=4!).

El piso inferior de un tetraedro con su base cortada, en el que asientan los discursos, es la
imposibilidad. Si puede leerse, es gracias a la instancia de la letra que permite situar lo que no
estáy-y seguiría-. El piso superior lo constituyen parejas que cubren la imposibilidad (amo y
esclavo, salta a la vista). Es el piso que representa la impotencia de la verdad.

El lugar del agente, según la letra que lo ocupe, da nombre al discurso. El Amo, por ejemplo,
aparenta dominar su discurso. Correlativamente al faire semblant, ningún discurso pertenece
a un sujeto y todos reciben su sentido de otro. Esto se debe a que giran alrededor de un
agujero: la no-relación. En este aspecto y para poner un ejemplo, si la histérica supone un
sentido sexual más allá de lo dicho (socia de Freud, como lo fue), el discurso analítico sitúa allí
un agujero al que el sentido tapona. Esto hace a su novedad histórica.

Todas las convenciones que mencionamos convergen en la no-relación (1). Este agujero hace
a lo esencial de los discursos. Recordemos que discursos, sexuación y nudos son desarrollos
atinentes a la transmisión (del lado de la extensión), y, por tanto, su mira es la reproducción
del agujero de la sexualidad al que se llega en el curso de los quince primeros seminarios.

Notas

(1) El álgebra depende, pues, de decisiones y cuestiones teóricas, de conceptos, que le


son ajenas. No dependen de su funcionamiento.
Un par para la sexuación

(Cf., para otros desarrollos sobre el tema, Una moneda de una sola cara, Formalización del
Seminario de Lacan, Carlos Faig, RV ed., Buenos Aires, 2014, pp. 38-41; Ilaciones. El Seminario
uno por uno, Carlos Faig, los comentarios de los seminarios XVIII y XIX, en Archivos, grupo
Textos.)

Las fórmulas hacen Uno. Responden a la suposición de inexistencia. Ordenándose por pares,
una fórmula de un lado y otra de otro, se identifican. Así, la particular positiva (no todo x
cumple la función (1)) y la particular negativa (al menos un x no cumple la función) se hacen
equivalentes. Las universales también coinciden. Para todo x se equipara a no existe x que no
cumpla la función. Se recordará el cuadrante de Pierce que está en la base de estos
desarrollos. Hallamos así una suerte de moneda de una sola cara. De un lado y otro se trata de
un solo elemento. No hay, pues, forma de poner las caras en relación.

Otra manera de ver a las fórmulas: el lado macho es homólogo a la serie de los enteros. El
lado mujer se identifica al conjunto transfinito. Se conforma así una suerte de uno eventrado.
Las mujeres, no todas, se hallan en lo circunscripto por fuera por el uno (el conjunto de los
enteros).

Una tercera forma de leer las fórmulas: en un universo dividido enteramente en dos partes,
hombres y mujeres (es verdad que se es hombre o mujer), el sexo irrumpe y perfora la
distribución (real).

Notas

(1) La función de la que se trata es la función fálica, la sustitución del sentido al sexo.

El nudo en tres

(Para ampliar este punto: Ilaciones. El Seminario uno por uno, Carlos Faig, Archivos, grupo
Textos por el psicoanálisis, Facebook, especialmente los comentarios de los seminarios XXI,
XXII y XXIII; Sobre el Joyce de Lacan, en Ser y sinthome, Carlos Faig, cit., pp. 103-135.)

La clave del nudo consiste en que enlaza la falta de representación -nos hallamos
nuevamente en el estilo en joda (cachotterie) que frecuentaba Lacan: el nudo muestra su
“estofa”-. Esta forma de abordar lo real es una escritura en el sentido que el Seminario da a
ese término: lee un elemento ausente. Esto converge con el hecho de que el nudo trabaja sin
sujeto, es decir, sin supuesto -recordemos que lo real obliga a suponer-. Se entiende entonces
que el sentido se halle fuera del campo de lo real (1). Excluida la transferencia, el único sentido
de lo real pasible de ser asumido corre por cuenta del síntoma (2). Pero, hay que decirlo
aunque sea obvio, el síntoma no hace nudo de cuatro, se basa y se instala en la falla del nudo
de tres. Lo fundamental, pues, se encuentra en este nudo.
Diversas características del nudo concurren: el A como -1, la homogenización de los registros
(que impide aislar lo real), el “sin supuesto” que ya mencionamos, la ambigüedad entre el tres
y el cuatro, etc.

En tanto el anudamiento se produce por la falta de representación, se ve de dónde resulta la


ética de la incautación y adónde apunta. Otro tanto cabe decir del padre (“servirse de él para
librarse de él”). Los no-incautos y los nombres del padre remiten a la misma idea. Dicho de
otra forma, el nudo permite leer la falta de representación, muestra lo no representable, el
agujero (este era, se sabe, el propósito principal que perseguía Lacan, y que respondía al
fracaso del pase).

Notas

(1) Goce fálico y goce del Otro acompañan esta exclusión. “Es necesario demostrar que no
hay goce del Otro…”, sostenía Lacan. El goce fálico hace al tercer aspecto de la no-
relación: se halla fuera del cuerpo. (2) Joyce es convocado al Seminario a propósito del
síntoma y de su fórmula (y por tanto del pase). Pero, finalmente, Lacan reconoce su
fracaso: Joyce no tenía la menor idea del nudo. De todas formas, ¿por qué Joyce? ¿Por
qué lo toma el Seminario? Joyce provee a Lacan lo mental, el sinthome por excelencia.
(La psicopatía, sostenía Lacan, es la afección que resulta de tener un alma.)

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