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Universidad Central de Venezuela. Escuela de Letras.

Lingüística general

Profesora, Jeyni González

Laleska Castro. C.I. 26.414.568

Caracas, 16 de julio de 2019

Pasando de: “golfeados caseros” a “se cambian azúcar y leche”

El lenguaje cambia y se adapta al hombre y este a su vez se adapta al


tiempo en el que esta viviendo y la situación que lo rodea; las palabras cambian de
significado constantemente, bizarro ya no significa bizarro y decir “gracias, mi amor” ya
no es una frase que se utilice solamente en el aspecto sentimental, con esto quiero decir,
nuestro lenguaje evoluciona, o, mejor dicho, involuciona, esto cuando hablo de
Venezuela.

Tal vez las siguientes líneas estén cargadas de sentimentalismo y aspectos


personales, pero, ¿cómo se escribe un paisaje ligústico sin recurrir a esos elementos?
Quiero hablar de como la situación ha cambiado nuestra forma de comunicarnos, de como
esto ha sido un puente perfecto para que el venezolano dejará de decir: “esta quincena
comprare un helado porque me provoco, para darme el gustico” y comenzará a decir: “no,
tenemos que guardar dinero porque este mes llega la caja, ¿te imaginas perder esa
ayuda?”. Con todo esto hago alusión a lo que ya había mencionado más arriba, el lenguaje
va cambiando a medida que las necesidades del hombre lo hombre, pues el lenguaje
avanza o retrocede, dependiendo de la situación ene la que se encuentre la sociedad.

Recuerdo que hace varios años, unos 10 para ser más preciso, existían los
pregoneros, una clase de vendedores ambulantes que pasaban por las calles, en su mayoría
aquellas que eran calles destinadas a las residencias del venezolano, a vender sus
productos. Los había de tocas clases, desde el que vendía escoba, hasta el señor que tenía
su amolador de cuchillos; por la zona donde se ubica mi residencia constantemente
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transitaban esos pregoneros, algunos anunciaban sus golfeados con un grito “¡Los
golfeados caseros, sabroso!”, esto más o menos a la hora de la merienda y el café. Salían
los niños corriendo con billetes en mano, se escuchaban los gritos desde las ventanas y la
emoción porque llegaba el dulce de la tarde. Algunas veces pasaba un señor vendiendo
escobas, el cual pregonaba: “¡haraganes y escobas para niños!”. Todos los domingos,
alrededor de las 7:00am, pasaba un señor gritando, “… Las cachapas, ¡los bollitos e’
chicharrón y el queso e’ mano!”; todos estos pregoneros eran el reflejo de una sociedad
que practicaba la cultural de la felicidad y la abundancia, esas palabras pronunciadas por
los pregoneros, ese lenguaje de decir “dame dos que mi abuela viene allí con un sencillo
en monedas” es el reflejo de una estabilidad que, lamentablemente, Venezuela ya ha
perdido, ahora usamos el lenguaje del vicio y de los problemas.

Muchos años han pasado entre los pregoneros de ayer y los que hacen llamar
pregoneros hoy, esa diferencia entre unos y otros nos demuestra como el lenguaje es el
reflejo del estado de una sociedad; no podemos desligar la política de la lengua, así como
tampoco podemos hacerlo con la economía y mucho menos con la cultura que, en estos
tiempos, ha sido descrita por los factores económicos y políticos que afectan el país.

Los gritos de “el amolador señora” han sido cambiados por los de “se cambia
azúcar, leche…”. Los diálogos en las panaderías de “dame cuatro panes, porque mi abuela
guarda dos para hacer torta” se cambian por el de “señor, ¿hoy va a salir pan?”. La crisis
ha sido el primer factor que afecta el desmejoramiento del lenguaje, quiero decir, en un
país donde conseguir efectivo para el transporte es la torta mas horrible, ¿quién va a
querer comprarle bollitos de chicharrón al señor que pasaba todos los domingos en la
mañana con el mejor ánimo y cariño? En este sentido, este paisaje lingüístico trata de
reflejar el estado de la sociedad a través del cambio en su lenguaje, de sus dialectos.

Temo que con el tiempo, con unas probabilidades que no están a favor de nadie,
más que para él mismo que las crea, los pregoneros dejaran de existir, hemos pasado del
hombre que vendía melcochas por las calles y formaba parte del patrimonio de la ciudad,
al hombre que junta la necesidad con el negocio y decide cambiar alimentos por otros
más provechosos y a esto es a lo que me refiero cuando digo que el lenguaje en Venezuela
ha ido involucionando, pues ahora este refleja es el estancamiento social en la crisis que
parece nunca acabar.
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“¡El amolador!”, “¡melcochita capachera!”, “¡mamá, por ahí escuche las


campañas del heladero, saca el sencillo para comprar unas barquillas!”, son frases que
poco a poco se han ido extinguiendo, son frases que poco a poco el venezolano ha ido
desplazando de su vocabulario, pues ahora en su diccionario la palabra “quiero” ha sido
cambiada por la palabra “necesito”.

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