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DG/98/25

Original: español

ORGANIZACIÓN DE LAS NACIONES UNIDAS


PARA LA EDUCACIÓN, LA CIENCIA Y LA CULTURA

Discurso
del Profesor Federico Mayor

Director General
de la Organización de las Naciones Unidas
para la Educación, la Ciencia y la Cultura
(UNESCO)

con motivo del


Congreso Intercontinental de Educación

La educación a las puertas del Tercer Milenio

París, 21 de julio de 1998


Señoras y señores:

Antes de comenzar a examinar el tema que hoy nos convoca aquí


-“La educación a las puertas del Tercer Milenio”- quiero
agradecer a los organizadores de este Congreso Intercontinental
de Educación, y en particular a la Madre Superiora General de las
Religiosas de la Asunción, Sor Cristina María González, que me
hayan brindado la oportunidad de acompañarlos en esta conferencia
y de compartir con ustedes algunas reflexiones acerca de esta
trascendental tarea y de las iniciativas que la UNESCO realiza
en este ámbito.

En mi condición de científico, profesor universitario y


Director General de la UNESCO, tengo un altísimo concepto de la
labor educativa que ustedes llevan a cabo y de la hondura y
autenticidad de su compromiso social. Se trata de un trabajo
didáctico al servicio del ser humano -entendido éste no como una
abstracción sino como el prójimo inmediato, de carne y hueso, el
que comparte con nosotros un mismo destino y lucha por el futuro
con una misma esperanza-; una labor que reviste la máxima
relevancia para forjar ciudadanos libres y responsables. Porque
la única pedagogía verdaderamente eficaz es la del amor y el
ejemplo. La Organización que me honro en dirigir ha hecho suyo
este enfoque didáctico, que tiene precursores tan ilustres como
Pestalozzi y Rousseau en Europa, o Andrés Bello y Félix Varela en
América.

Como ustedes saben, la etimología de la palabra educar la


emparenta con términos como reducir, seducir, inducir y conducir,
alusivos todos al sometimiento y la obediencia. Pero en nuestra
época, educar ha llegado a tener un significado diametralmente
opuesto. Hoy en día, la educación es, en esencia, un esfuerzo por
adquirir la más relevante de las propiedades: el dominio de sí
mismo. Porque sólo este dominio hace posible el del mundo
exterior. "La educación es la base de la libertad", proclamó
Simón Bolívar. De esta manera podemos facilitar a cada persona el
proceso por el que se alcanza esta soberanía personal: la
capacidad de decidir por sí misma entre distintas opciones que
conoce. Soberanía personal es así como se llama a esta soberanía,
a esta mismedad, según expresión de Javier Zubiri, la única
soberanía relevante, al fin y al cabo.

Durante los dos últimos siglos, cada generación ha acometido


esta tarea de forjar el porvenir mediante la formación de los
jóvenes, en los valores y las creencias que ha considerado
indispensables para dar sentido de libertad y de justicia a la
vida colectiva. Este esfuerzo irrenunciable de humanizar la
historia define al mundo moderno, a pesar de que -como señala
Raymond Aron- “los hombres hacen la historia, pero no saben la
historia que hacen”.

Para continuar esta tarea con ciertas probabilidades de éxito


en los albores de un nuevo siglo y un nuevo milenio, es sin duda
indispensable conservar la memoria del pasado, patente en la obra
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de filósofos y científicos, de escritores y artistas, de
políticos y eclesiásticos; pero en mi opinión es aun más
importante preservar la “memoria del futuro”, el proyecto de vida
en común que podemos ofrecerles a las generaciones venideras,
mediante la educación en los valores que inspiran nuestra
conducta.

En las páginas de uno de mis libros, que se titula


precisamente La memoria del futuro, cuento con qué satisfacción
oí al cineasta Wim Wenders reivindicar en la UNESCO el derecho de
evocar ideas tan fundamentales -y tan chocantes hoy en día- como
el amor divino. "Si alguien empieza a hablar de Dios en una cena
-dijo Wenders en aquella ocasión- un estupor incómodo se abate
sobre los comensales".

Yo me pregunto cuál es la razón de ese pudor improcedente.


¿Por qué ese pánico de plantear, aunque sólo sea nombrándolas,
las cuestiones fundamentales? Ya a principios de siglo, Ortega y
Gasset señalaba que nuestra sociedad había dejado de ser una
"cultura de postrimerías" para convertirse en una "cultura de
medios". Pero tenemos que atrevernos a poner en tela de juicio lo
que cae por su propio peso, a arrancar el velo de la retórica
para sentir la sustancia del discurso, a sacudir el polvo de la
burocracia para poner al descubierto la finalidad de la
administración, a barrer el dogma, si la realidad muestra su
carácter absurdo. Hoy, como ayer, lo esencial para la comunidad
humana es sobrevivir. Pero más que nunca, sobrevivir significa
compartir recursos y conocimientos, preservar la riqueza natural
y la diversidad de las culturas, aceptar a la vez la identidad y
la diferencia para vivir en armonía, formar alianzas para
aumentar la fuerza disponible y ganar juntos la victoria contra
la adversidad.

Señoras y señores:

Al hilo de sus reflexiones sobre la condición humana, Albert


Camus examina en El hombre rebelde, las grandes convulsiones
políticas de Occidente, a partir del siglo XVIII, y llega a la
conclusión de que "la historia de nuestra época nos obliga a
afirmar que la rebeldía es una de las dimensiones esenciales del
ser humano. Es una evidencia fundamental, que arranca al hombre
de su soledad". La rebeldía no violenta, la indocilidad creativa,
la insumisión de quienes no se resignan a lo intolerable, es la
mejor garantía de que la humanidad sabrá realizar con éxito la
transición de la razón de la fuerza -que aún hoy prevalece- a la
fuerza de la razón.

Este ideal de rebeldía pacífica y creadora es indispensable


para despejar los caminos del porvenir. A los augurios pesimistas
de choques de civilizaciones y a las hipótesis de que hemos
alcanzado el final de la historia, es urgente oponer la
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convicción de que sólo ha concluido una fase de ésta, una etapa
de cultura bélica basada en el miedo y la opresión, y que alborea
otra historia, en la cual la democracia y el desarrollo
científico pueden llegar a ser, por vez primera, una realidad
para todos los pueblos. El poeta catalán Jesús Massip escribió
unos versos que suelo citar con relación a esa actitud pesimista:
"Ara les hores tornen / i ens troben fets i dócils". Nada podemos
esperar de los dóciles y los satisfechos, de los indiferentes y
los saciados. Todos tenemos un papel que desempeñar y, si
asumimos convencidos este compromiso, si sentimos esta compasión,
podremos hacer frente con éxito a los retos de la
contemporaneidad.

Sólo el dinamismo, la rebeldía no violenta y la disposición


a afrontar los riesgos nos permitirán alcanzar ese horizonte.
Sólo la creatividad, el denuedo para emprender en todos los
órdenes de la existencia, la imaginación y la generosidad, nos
impulsarán a vencer la marginación y el despilfarro -humano y
material-, a preservar el medio ambiente y a continuar el
desarrollo endógeno.

Únicamente así podremos transmitir los principios éticos y


elaborar los dispositivos jurídicos capaces de sustituir con
ventaja a los obsoletos andamiajes de la cultura bélica, que
todavía se mantienen en pie, a veces por rutina, a veces por
cobardía. El tránsito de una cultura de guerra a una cultura de
paz implica un cambio radical de hábitos y comportamientos. Y la
educación es la clave de esta transformación pacífica, el
principio dinámico capaz de garantizar el desarrollo moral y
material de la sociedad y de asegurar la gobernabilidad
democrática.

Quienes tenemos la responsabilidad de preparar el mundo del


siglo XXI -sobre todo, educando a los ciudadanos de mañana-,
debemos proporcionales los instrumentos necesarios para librarse
de diseños ajenos, de reflexiones "prestadas", de lugares comunes
y falsos profetas. Las sectas, el extremismo religioso, cultural
y de cualquier otra índole, las drogas... todos conducen a la
alienación, al vacío de sí mismo, al control remoto, al
fatalismo, y de ahí, a la intolerancia, a la radicalización, a la
violencia o a la indiferencia. El novelista inglés Herbert G.
Wells resumió esta disyuntiva de la modernidad, hace más de medio
siglo, con palabras que hoy conservan plena vigencia: “la
historia del porvenir será una carrera entre la educación y la
catástrofe”.

Pero el cometido que los fundadores de las Naciones Unidas


asignaron a la UNESCO -consolidar la paz en todo el mundo
mediante la educación, la ciencia, la cultura y la comunicación-
necesita de un instrumento sin el cual poco puede lograrse en las
sociedades contemporáneas: la solidaridad moral e intelectual de
la humanidad. La propia Constitución de la UNESCO lo advierte en
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su preámbulo: el crecimiento económico y los acuerdos políticos
son importantes, pero no suficientes. La seguridad y el bienestar
de la humanidad sólo pueden basarse en esa radical fraternidad,
en el concurso de cuantos sienten en carne propia la desdicha del
prójimo.

Para ganar esa carrera que Wells vaticinaba, es preciso


primero tener en cuenta el para qué -¿cuál es la razón de la
educación?- y luego, pero sólo luego, el qué, el quién y el para
quién, el destinatario de nuestros esfuerzos, que no puede ser
otro que el ser humano, los hombres y las mujeres de mañana.
Luego puede considerarse el con quién y el cómo y el cuándo y por
último, sólo por último, el cuánto. Hoy día, cada vez que es
preciso llevar a vías de hecho una idea o un proyecto, siempre
hay alguien que empieza por preguntar ¿cuánto cuesta?, ¿a cuánto
asciende el presupuesto disponible? ¡Cómo si los valores
fundamentales de la especie humana pudieran reducirse al cálculo,
como si pudiera ponerse precio a la voluntad y al entusiasmo, a
la dignidad, a la igualdad y el respeto mutuo entre las personas!
Ya lo advertía Don Antonio Machado en sus Proverbios y cantares:
"Es de necio confundir valor y precio".

Señoras y señores:

La importancia capital que la UNESCO le asigna a la educación


con miras al siglo que viene, se vio refrendada en las Cumbres de
Jomtien, Tailandia, en 1990, y de Nueva Delhi, en 1993, donde la
comunidad internacional fijó los objetivos estratégicos de la
política educativa para finales de siglo y suscribió el
compromiso de procurar los medios adecuados para alcanzarlos.
Estas metas pueden resumirse así: educación para todos, por
todos, a lo largo de toda la vida. Éste es el desafío que no
admite dilaciones, si queremos cambiar el rumbo actual de esta
civilización que acumula opulencia y desidia en un extremo de la
sociedad, y miseria y exclusión en el otro.

¡Educación de calidad para todos durante toda la vida! Sólo


así se evitará la exclusión que produce el propio sistema
educativo formal. Muchos ciudadanos quedaron apartados, al
margen, del sistema educativo, desde muy temprana edad. Junto a
la exclusión por razones geográficas, económicas, de sexo,
cultural, lingüística, política.... tenemos que evitar la
"exclusión educativa": por esta razón, la adición de la expresión
"a lo largo de toda la vida" es crucial.

A menudo las estructuras educativas se han convertido en


fuente de exclusión más que de integración. La rigidez del
sistema tradicional de estudios y diplomas, la marginación de
lenguas y culturas autóctonas, la imposición de normas y modelos
ajenos a la sensibilidad nacional, han facilitado esta función
segregatoria de la enseñanza oficial. De ahí que una de las
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grandes preocupaciones de la UNESCO sea la transformación gradual
de estos sistemas, para convertirlos en verdaderos instrumentos
de integración social y política, que permitan la plena
participación de los ciudadanos en la vida pública. La necesidad
de proporcionar oportunidades de educación permanente a todos
durante toda la vida: éste es uno de los objetivos que nos
permitirá incluir a los excluidos y alcanzar a los inalcanzables,
en particular mediante los recursos que la tecnología moderna
pone a nuestra disposición.

La televisión, los ordenadores, la comunicación vía satélite,


los sistemas como Internet --todo eso que ahora se condensa en el
concepto de "autopistas de la información"-- abren un universo de
posibilidades inéditas a la creatividad y la iniciativa en este
campo. Pero al tiempo que aplicamos con osadía y entusiasmo estas
herramientas novedosas, conviene no olvidar a los marginados, a
los millones de indígenas, a los "niños de la calle", a los
pacientes de adicción a la droga o a las sectas que esclavizan.
A los millones de personas que carecen de los instrumentos más
elementales para acceder a la educación, para compartir
conocimientos. Saber y sabiduría. No sólo podemos darles
nosotros. ¡Pueden darnos tanto! Es, por ende, en la interacción
donde podemos hallar recíprocos beneficios. Sí, beneficiarnos
mutuamente y aumentar la calidad de vida en el medio rural o
entre los grupos urbanos más desprotegidos, porque la lógica del
mercado casi siempre hace que los principales beneficiarios sean
los habitantes acaudalados de las ciudades, con lo que se
refuerza la espiral de exclusión y empobrecimiento de las capas
sociales menos favorecidas.

Cuando se examinan los problemas más perentorios a los que se


enfrenta el mundo contemporáneo -deterioro del medio ambiente,
crecimiento demográfico desbocado, asimetrías económicas,
desequilibrios sociales, violación de los derechos humanos,
situación de la mujer, tráfico de armas y drogas, resurgimiento
del fanatismo y la violencia-, resulta ineluctable la conclusión
de que la educación es la clave para transformar esas tendencias
negativas que ensombrecen el futuro.

Señoras y señores:

Ante la necesidad de replantear los objetivos y métodos


docentes para lograr una acción más eficaz en los próximos años,
la UNESCO constituyó en 1993 una Comisión Internacional sobre la
Educación para el Siglo XXI, dirigida por quien fuera Presidente
de la Comisión Europea, el Sr. Jacques Delors. En su informe
final, esta entidad destaca cuatro pilares que son la base de la
educación: aprender a conocer, aprender a hacer, aprender a ser
y aprender a convivir.

"Aprender a conocer", porque la rapidez de los cambios


inducidos por el progreso científico y las nuevas modalidades de
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actividad económica y social exigen, ahora más que nunca,
conciliar una cultura general suficientemente amplia con la
posibilidad permanente de ahondar en un reducido número de
materias.

El segundo de estos pilares es "aprender a hacer". Es decir,


que más allá del aprendizaje de un oficio o de una profesión,
conviene, en un sentido más amplio, adquirir competencias que
permitan hacer frente a nuevas situaciones y que faciliten el
trabajo en equipo, dimensión que tiende a descuidarse con
frecuencia en los actuales sistemas de enseñanza.

"Aprender a ser", el tercer pilar, es fundamental si queremos


hablar de democracias genuinas, si realmente aspiramos a la
renovación democrática, a mejorar cada día nuestro proceder de
ciudadanos en democracia. El siglo XXI exigirá de todos una mayor
capacidad de autonomía y de juicio, que irán a la par con el
fortalecimiento de la responsabilidad personal en la realización
del destino colectivo.

"Aprender a convivir", por último, es la clave para la paz.


Para lograrlo, debemos crear un nuevo sistema educativo que
desarrolle el conocimiento de los demás, de su historia, sus
tradiciones y su espiritualidad. Gracias a la comprensión de
nuestra creciente interdependencia y a un análisis compartido de
los riesgos y los desafíos del futuro, puede abrirse paso una
mentalidad renovadora, que impulse a realizar proyectos comunes,
así como a poner en práctica una gestión inteligente y pacífica
de los conflictos.

A los cometidos que plantea este Informe me gusta añadir otra


exigencia que considero será cada vez más relevante en el futuro
inmediato: aprender a emprender. Una exigencia que viene a
complementar con un imperativo de solidaridad el imperativo de
autenticidad implícito en las otras cuatro tareas. Tenemos que
forjar generaciones de jóvenes emprendedores, capaces de aplicar
los conocimientos adquiridos, capaces de tener iniciativas
propias; ciudadanos autónomos que no esperen siempre que alguien
les tienda la mano y les indique a dónde deben dirigirse. Albert
Einstein solía repetir que “en momentos de crisis, sólo la
imaginación es más importante que el conocimiento”. Sólo la
imaginación y la audacia permitirán a la humanidad superar la
crisis ética que atraviesa en estos años.

De modo que al consejo de Horacio - "sapere aude"- o sea,


“atrévete a saber” habría que añadir hoy el de saber atreverse,
la urgencia de aprender a emprender, de asumir el riesgo y dar
respuestas creativas a los desafíos de la contemporaneidad. En
una sociedad planetaria como la nuestra, donde el rápido
desarrollo tecnológico se yuxtapone a los desequilibrios y las
asimetrías más intolerables, las soluciones sólo pueden provenir
de quienes aceptan los retos y proceden con osadía, siempre y
cuando su actuación se fundamente en el saber y la experiencia.
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Porque, a fin de cuentas, "el riesgo sin conocimiento es
peligroso, pero el conocimiento sin riesgo es inútil". Es inútil
culturalmente, es inútil socialmente. Por tanto, cuando tenemos
el conocimiento, tenemos que arriesgarnos.

Señoras y señores:

La democracia y la complejidad son las señas de identidad del


siglo que alborea. Su dinámica social se verá condicionada por la
incorporación de grandes masas humanas a la vida pública y por la
especialización derivada del rápido avance científico y
tecnológico. Al mismo tiempo, persistirá la amenaza implícita en
las desigualdades y las carencias de amplios sectores de la
población.

Ante esta perspectiva, una de las claves para forjar una


sociedad más pacífica y solidaria está en la prevención. A medida
que el mundo crece en número y complejidad, los vínculos entre la
necesidad de compartir, la posibilidad de participar y la
capacidad de prevenir resultan cada día más evidentes.

La tarea de anticipación y prevención que nuestra


responsabilidad nos exige -como maestros, expertos o políticos,
pero también como simples ciudadanos- viene a ser una verdadera
“gestión de intangibles”. Hay que modular los valores, los usos
y las creencias que constituyen nuestro patrimonio ético y
conforman la conducta cotidiana. Sólo así podremos construir un
mundo más libre y más humano, donde el bienestar y la alegría de
vivir sean para el disfrute de la mayoría y no el privilegio de
unos pocos; donde la ciencia y la tecnología, la cultura y la
economía, estén al servicio de lo único realmente importante: la
libertad y la dignidad de cada hombre y cada mujer.

La Constitución de la UNESCO, redactada al final de la guerra


más atroz que la humanidad ha padecido, nos encomienda la tarea
de elevar los baluartes de la paz en el espíritu de todos los
seres humanos, porque -dice textualmente- “las guerras nacen en
la mente de los hombres”. El trabajo que ustedes realizan es una
contribución de la máxima relevancia a este cometido de “desarmar
la Historia” y forjar una cultura de paz para el nuevo siglo.

Porque la paz sólo se construye con las armas de la paz: con


educación y con amor; con tolerancia y generosidad; con voluntad
de concordia y disposición a compartir con el prójimo. Sólo
cuando estos valores lleguen a modular la vida cotidiana de todos
los pueblos, se hará realidad la visión del profeta Isaías: “de
sus espadas harán rejas de arado y de sus lanzas, hoces. No
alzarán la espada unos contra otros ni se ejercitarán para la
guerra...”

Para concluir esta intervención, quisiera compartir con


ustedes un poema que escribí hace unos años, durante una visita
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a la localidad de Tarim, en Yemen, donde una riada acababa de
arrasar la única escuela del poblado.

“Por el Wadi lunar y fértil


la lluvia se convirtió en torrente
y la escuelita de Muna
se fue navegando
por el ancho cauce.
Tus ojos negros,
niña sin libros
ni lapiceros,
viajarán conmigo
a países ricos:
les diré
¡ que la escuela de Muna
se fue
Wadi abajo !
Ah, los niños
de aquellos países
no saben
que hay escuelas
que se las lleva el agua”.

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