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El Gato

Violinista

Lilith Cohen

© 2019
Dedico esta historia a mi hermosa bolita de
pelo y a todos mis amiguitos felinos que un día
cerraron sus ojitos para siempre y se fueron a
dar una vuelta por el Universo.
Capítulo I

Hace ya algunos años vivió en una hermosa ciudad

costera un joven huérfano, esmirriado y desgarbado

llamado Oswaldo a quien todos conocían simplemente

por el mote de "Waldo". Waldo era muy pobre y los

paupérrimos ingresos que obtenía en el puerto

descargando cajas de mercancía que procedían de

diversas partes del mundo apenas le alcanzaban lo

suficiente para pagar el alquiler de una pequeña y

mohosa buhardilla, la cual era extremadamente

calurosa en el verano y condenadamente fría durante

el invierno, ubicada en uno de los antiguos edificios

del centro a donde únicamente llegaba a dormir hasta


bien entrada la noche cuando terminaba con su

pesada y agotadora jornada de trabajo.

Cada domingo, que era su único día de descanso, se

sentaba en una de las bancas de la plaza principal a

tocar su violín, el único objeto valioso que poseía y

que había heredado de su difunto abuelo quien en

vida había sido un afamado concertista, para así

ganar un poco más de dinero. Sin embargo, Waldo no

había heredado ni una pizca del talento de su abuelo,

sino todo lo contrario, era un completo desastre

como músico. El ingenuo muchacho pensaba que su

torpeza para interpretar el violín se debía a su falta

de práctica y no a su evidente ausencia de habilidad

musical.

A pesar de su pésima forma de tocar, nunca faltaban


las personas que se compadecían de su miseria y le

depositaban unas insignificantes monedas dentro de

su sombrero viejo y remendado, lo cual él siempre

agradecía enormemente.

Tal parecía que la suerte de Waldo no iba a cambiar

nunca, y si lo hacía, seguramente sería para

empeorar.

Como cada otoño, las aguas llegaron y no paró de

llover en toda la ciudad durante varias semanas. Muy

poca gente se paseaba por la plaza y el escaso dinero

que el joven llegaba a recibir se redujo a casi nada.

Uno de esos días que resultó ser aún más lluvioso,

frío y triste que los demás, no logró recolectar ni

una miserable moneda; a nadie le apetecía salir a

pasear con el mal tiempo. En cuanto oscureció,


Waldo emprendió el camino de regreso a su edificio

cruzando las calles adoquinadas enfundado en su

desgastado impermeable de un horrendo tono amarillo

chillón saltando los numerosos charcos con sus botas

negras de plástico para evitar que la lluvia lo

empapara hasta los huesos y pescara un resfriado.

Waldo iba maldiciendo su suerte para sus adentros,

cuando una suave melodía de violín, interrumpió

bruscamente sus pensamientos. Alguien tocaba con

maestría y profundo sentimiento una pieza

melancólica y exquisita que el chico nunca antes había

escuchado y decidió averiguar su procedencia.

Corrió por las calles, doblando a diestra y siniestra,

guiándose por el sonido de la música que cada vez se

escuchaba más claro y fuerte, lo cual le indicaba que


estaba muy cerca de encontrar al prodigioso

intérprete. Siguió andando hasta que la melodía lo

condujo hacia un estrecho y oscuro callejón sin salida.


Capítulo II

Menuda sorpresa se llevó Waldo al descubrir que

aquel virtuoso violinista que había estado buscando

desesperadamente no era nada más que un gato

flacucho de color negro con el hocico y las patas

blancas que vestía un viejo esmoquin de cola de pato

y llevaba un sombrero de copa roto de la parte de

arriba como una vieja lata de conservas. El felino se

encontraba sentado sobre un desvencijado y apolillado

barril con los ojos entrecerrados sosteniendo entre

sus patas delanteras un pequeño violín al que

conseguía arrancar las notas más sublimes y

armoniosas.
El muchacho se aproximó lentamente para observar

de cerca al gato, pero como el callejón estaba tan

oscuro, no reparó en que se encaminaba directo a un

bote que estaba a rebosar de basura maloliente y

chocó contra él provocando un gran estruendo que

asustó al singular músico el cual dejó de tocar y bajó

de su barril dando un gran salto presto para huir lo

más rápido que le dieran sus ágiles patas.

— ¡Espera! ¡No te vayas! — le suplicó Waldo

tratando de levantarse del suelo y sacudiéndose de

encima una cáscara de plátano y un esqueleto de

pescado que ya apestaba a podredumbre. — Nunca

antes había escuchado a un gato tocar el violín como

lo haces tú. Bueno, la verdad es que nunca antes

había conocido a un gato violinista.


El gato detuvo su carrera y dio media vuelta para

mirar a su interlocutor de frente, y para sorpresa de

éste, se acercó y le respondió. — Tienes razón

muchacho, un felino que tiene la extraña afición de

tocar el violín no es algo que se encuentre todos los

días.

— No, claro que no ¿y sabes? — le dijo Waldo. —

Yo también soy violinista, toco todos los domingos

en la plaza principal, aunque no soy tan bueno como

lo era mi abuelo.

— No te aflijas por eso, jovencito — replicó el gato

tratando de animarlo. — Todo es cuestión de tener

habilidad y ponerla en práctica.

— Ya lo sé, pero es que trabajo todo el día en el

puerto para ganar un raquítico salario que apenas me


da para malvivir y rara vez dispongo de tiempo libre

para perfeccionar mi talento.

— Me apena mucho oír eso — se lamentó el minino.

— Si yo pudiera echarte una mano, o más bien una

pata, para mejorar tu situación, con gusto lo haría.

A Waldo se le iluminaron los ojos de emoción al

escuchar eso y una idea comenzó a brotar en su

cabeza. — ¿Sabes? Creo que existe una forma en que

puedes ayudarme.

— Muy bien muchacho, dime ¿de qué se trata?

— Estaba pensando, esto... se me había ocurrido que

quizá... — titubeó el chico al tratar de explicarse

— ...que quizá tú podrías enseñarme a tocar.

El gato meditó aquella propuesta durante unos

segundos que a Waldo le parecieron eternos. — Si


quieres que sea tu maestro particular de música

tendría que exigirte un salario, y tú no tienes

suficiente dinero para pagármelo. Pero no te

preocupes por eso, te daré unas buenas lecciones de

violín a cambio de dos condiciones que no tendrás

problema en cumplir.

— ¡Soy todo oídos! — replicó Waldo frotándose las

manos con gran regocijo. — Te prometo que cumpliré

al pie de la letra cada una de las condiciones que me

pidas.

— La primera de ellas es que quiero que me des

alojamiento en tu vivienda, este barril en el que vivo

es viejísimo y cuando llueve se cuela toda el agua y

no me vendría mal tener un mejor techo donde

dormir; y la segunda condición es que compartas


conmigo una cuarta parte de tus alimentos ¿Estás de

acuerdo?

— Bueno, mi buhardilla no es la gran cosa ni mi

comida tampoco, sin embargo creo que las condiciones

que me pides son justas. Vendrás a vivir conmigo

pues, y cuando vuelva a casa por las noches me

ayudarás a practicar con el violín.

— Entonces ¿trato hecho? — preguntó el gato

extendiendo su pata derecha para que el joven la

estrechara entre su mano.

— ¡Trato hecho! — respondió Waldo tomándole la

pata.

— Por cierto, todavía no nos hemos presentado

formalmente. Mi nombre es Wenceslao ¿y tú cómo

te llamas?
— Oswaldo, pero todos me dicen Waldo.

— Muy bien Waldo, ahora ¡Llévame a mi nuevo

hogar, por favor!

El felino y el muchacho emprendieron el camino a

casa, y éste último se regodeaba para sus adentros

pensando en que al fin, después de haber pasado por

tantas penurias, la suerte le sonreía.


Capítulo III

Al día siguiente, Waldo caminó de regreso a su

edificio con una enorme sonrisa de oreja a oreja a

pesar de que había tenido una jornada de trabajo

más pesada que de costumbre. Como aquel era el

último lunes del mes, y por lo tanto era el día en

que recibía su paga mensual, pasó por la tienda de

comestibles y compró cuatro latas de sardinas y una

gran botella de jugo de manzana para compartir con

su nuevo compañero de cuarto.

Wenceslao lo estaba esperando con ansias, a pesar de

que se había zampado un par de ratones que vivían

en uno de los agujeros de la pared de la buhardilla,


éstos no habían logrado satisfacer su hambre en

absoluto pues estaban muy flacos porque en ese lugar

no encontraban suficiente comida como para

engordar. En cuanto Waldo llegó, le abrió su

correspondiente lata de sardinas y le convidó la mitad

del jugo de manzana, y cuando quedaron los dos

satisfechos, se dispusieron a empezar con las lecciones

de música.

El gato trataba de enseñarle al chico lo mejor que

podía, pero él no consiguió mejorar en nada, sus

notas seguían siendo tan chirriantes como siempre. A

pesar de eso, no quiso darse por vencido y siguió

practicando hasta muy entrada la madrugada hasta

que se dejó vencer por el cansancio.

Los siguientes días transcurrieron igual: Waldo volvía


del trabajo con comida y bebida para los dos, y al

terminar la cena, se sentaban en el alféizar de la

ventana para practicar con el violín. Wenceslao se

desgañitaba enseñándole a Waldo con suma paciencia

y él seguía sin hacer ningún progreso, por el

contrario, parecía que sus notas eran cada vez más y

más desafinadas.

Para el viernes, a Waldo le quedaba tan poco dinero

que únicamente le bastaba para comprar una lata de

sardinas y medio litro de jugo, si su situación

económica seguía así no podría mantener el trato que

había hecho con el gato. El sábado por la noche,

dando vueltas sobre su incómodo catre mientras

trataba inútilmente de conciliar el sueño, su mente

se iluminó e ideó un plan que podría sacarlo de su

apuro.
El domingo, Waldo se levantó muy temprano por la

mañana y se alistó para ir a la plaza como de

costumbre. Wenceslao lo observaba con una mirada

confusa. — ¿Vas a salir a tocar? ¿No crees que

deberías esperar un poco hasta que logres

perfeccionar lo que has aprendido? — le preguntó

sutilmente para no ofenderlo, porque a esas alturas

él ya se había dado cuenta que el chico era un caso

perdido y no había nacido para ser violinista.

— No me queda otra opción, el dinero escasea y no

lograremos llegar a fin de mes — respondió Waldo

fingiendo una preocupación que en realidad no tenía

ya que estaba muy seguro del éxito de su plan. —

Además, mañana vendrá el casero a cobrar el alquiler

y si no le entrego su paga nos echará a los dos a la

calle sin ninguna contemplación.


— Eso no suena nada bien — dijo Wenceslao

meneando tristemente la cabeza.

— Claro que no, es por eso que tengo que ir a la

plaza, aunque no creo que logre juntar suficientes

monedas para sufragar todos los gastos ¡Oh! ¡Si no

fuera tan patoso con el violín otra cosa sería!

— No te desesperes, muchacho — replicó el felino

para tratar de darle ánimos. — Debe haber alguna

manera en que podamos salir de ésta.

Waldo sonrió disimuladamente, pues sus palabras

habían surtido el efecto deseado. — Bueno, he

estado pensando en algo... pero no creo que sea una

buena idea...

— ¿Qué? ¿Qué es? — inquirió Wenceslao muerto de

la curiosidad. — ¡Vamos, explícamelo!


— Olvídalo... es una mala idea, te lo digo en serio.

— Y yo te digo en serio que quiero saberla.

— Está bien, si insistes... — respondió el chico

encogiéndose de hombros. — Había pensado en que

podríamos ir los dos juntos a la plaza, tú tocas el

violín tan maravillosamente bien que con toda

seguridad la gente nos dará muchísimas monedas.

— Hmm... Pues no es tan mala tu idea.

— Claro, pero hay un pequeño inconveniente...

— ¿Cuál?

— Que la mayoría de la gente no está acostumbrada

a escuchar gatos violinistas, y si te vieran tocando,

lo más probable es que se asustarían.

— No había pensado en eso — comentó Wenceslao


un tanto desilusionado.

— Pero creo que he dado con la solución... — agregó

Waldo muy seguro de sí mismo.

— ¿Y cuál es esa solución? ¡Anda, déjate de

misterios!

— La solución es que yo simule tocar mi violín

mientras tú te escondes en un rincón donde nadie

pueda ver que eres el verdadero intérprete.

Wenceslao se quedó callado mientras analizaba

detenidamente aquella cuestión. — Creo que ya lo

pillo: lo que quieres es que la gente crea que tú eres

quien está tocando y no un gato, de ese modo en

vez de salir corriendo y desmayarse por el susto se

acercarán y nos dejarán dinero.

— ¡Gato listo!
— Pues bien, creo que tu idea puede dar resultado

por esta vez. Sin embargo, esto amerita que te

ponga una tercera y última condición.

— Ya sabes que soy todo oídos.

— Te ayudaré con la nueva condición de que me des

la mitad de las ganancias que logres juntar al finalizar

el día ¿te parece justo?

— ¡Me parece justo!

Una vez cerrado el nuevo trato, Waldo y Wenceslao

se encaminaron a la plaza con la esperanza de que

aquel astuto plan diera resultados positivos.


Capítulo IV

Aunque afuera seguía soplando viento frío y el cielo

estaba nublado al menos la lluvia había dado una

pequeña tregua, y con toda seguridad, la gente se

animaría a salir y dar una vuelta por la plaza

principal. Waldo y Wenceslao se apostaron en la

banca donde el chico solía sentarse a tocar, el gato

se ocultó detrás de un gran buzón de correspondencia

donde nadie pudiera verlo; Waldo sacó su violín de su

estuche y se preparó para la simulación que tendría

lugar a continuación, levantó un pulgar en dirección a

Wenceslao para hacerle saber que estaba preparado

para comenzar.
El felino eligió como primera pieza una melodía suave

y alegre que él mismo había compuesto hacía poco

tiempo atrás y que al oírla hacía pensar en hermosos

campos floridos en primavera. La gente que pasaba

por ahí se detenía completamente cautivada por

aquel armonioso sonido, Waldo sonrió complacido al

escucharlos murmurar entre sí.

— ¡Oh, pero qué hermosa melodía!

— ¡Es divina, sencillamente sensacional!

— ¡Nunca antes había escuchado algo tan hermoso!

— El intérprete es todo un prodigio, sin duda

alguna.

Y cuando algunas personas que solían frecuentar la

plaza los domingos se percataron de que era Waldo

quien creían que estaba tocando, las murmuraciones


fueron en aumento.

— Oye ¿pero que no es ese el joven que hasta hace

poco tiempo tocaba terriblemente mal?

— ¡Sí, es él! ¿Quién lo diría?

— Al parecer si heredó el talento de su difunto

abuelo.

Las monedas comenzaron a caer a raudales dentro del

viejo y remendado sombrero del muchacho, y en

menos de media hora, logró reunir el dinero

suficiente para pagar el alquiler de ese mes y la

comida de una semana entera. Waldo se sentía tan

satisfecho por el resultado de su treta y por los

halagos inmerecidos que la gente le hacía que ni

siquiera tuvo el más mínimo remordimiento de

conciencia por robarse un mérito que no era suyo.


Para el mediodía habían logrado juntar tantas

monedas que ya no cabían dentro del sombrero y

Waldo decidió que volverían a casa para disfrutar de

una buena comida después de tocar una última pieza,

un vals lento que Wenceslao había titulado "Festival

Otoñal." Mientras Waldo simulaba tocar aquella

sentimental melodía, se acercó a escuchar un señor

calvo y con bigote que iba vestido con elegancia a

quien el joven reconoció inmediatamente como uno de

los ricos comerciantes que solían comprar mercancía

en el puerto donde él trabajaba.

El hombre se abrió paso entre la multitud que se

había aglomerado en torno al falso músico, y cuando

la pieza terminó de sonar, aplaudió con más

entusiasmo que los demás. Waldo agradeció al público

con una reverencia, acomodó el violín en su estuche y


antes de que pudiera abandonar la plaza, el

comerciante lo detuvo tomándolo por el brazo

derecho.

— ¡Aguarda un minuto, jovencito! Necesito hablar un

momento contigo.

— Claro, dígame ¿en qué puedo servirle, señor? —

respondió Waldo un poco intimidado por el hecho de

que un hombre importante se dirigiera a él.

— Me ha impresionado mucho tu manera de tocar

¿Sabes? ¡Eres realmente un virtuoso del violín!

El muchacho se sonrojó al recibir semejante cumplido

inmerecido. — ¡Muchísimas gracias, señor! Me alegra

saber que le gustó mi interpretación.

— Así es, me ha gustado tanto que quisiera hacerte

una proposición.
Waldo abrió los ojos como platos al escuchar eso. —

Pues usted dirá.

— El próximo fin de semana es el cumpleaños de mi

hija Wilma y la orquesta que había contratado para

animar la fiesta me acaba de cancelar el compromiso

y necesito encontrar un músico suplente con

urgencia, dime muchacho ¿estarías interesado en

tocar? Te prometo que te pagaré muy bien por tu

servicio.

— Eh... bueno, yo... — balbuceó el chico pensando

en si debía aceptar la propuesta que acababa de

recibir que sin duda alguna era muy tentadora; el

único problema era que necesitaría de nuevo la ayuda

de Wenceslao y no estaba seguro de que el gato

quisiera colaborar otra vez, pero de todos modos


aceptó. — ¡Por supuesto que sí! ¡Cuente conmigo!

— ¡Gracias, muchas gracias, muchacho! — replicó el

comerciante estrechando la escuálida mano de Waldo

con mucha fuerza. — El sábado a las cuatro de la

tarde te espero en mi mansión, aquí te dejo mi

tarjeta con la dirección ¡Por favor, no me falles!

Cuando el hombre se alejó, Wenceslao salió de su

escondite para poder hablar con Waldo mientras

emprendían el camino de regreso a la buhardilla a

través de calles poco transitadas donde nadie pudiera

verlos. — ¡Pero chico! ¿En qué lío te acabas te

acabas de meter? ¡Tú no sabes tocar, harás un

terrible papelón en esa fiesta!

— No te preocupes, ya verás que con tu ayuda todo

saldrá a pedir de boca.


— ¡Ah no! ¡Olvídalo! — replicó Wenceslao cruzando las

patas delanteras sobre su pecho. — ¡No pienso

echarte una mano, quiero decir, una pata en esta

ocasión! Tendrás que arreglártelas tú solo!

— ¡Por favor, ayúdame! — le suplicó Waldo. — Te

prometo que te daré la mitad de la paga que reciba

¿o es que acaso no he estado cumpliendo con tus

condiciones?

El gato suspiró resignado. — Está bien, has ganado

de nuevo ¡Pero más te vale que sea la última vez

que te saco de un apuro!

Waldo asintió con la cabeza aunque en realidad no le

importaba nada, su mente se encontraba ocupada

pensando en lo que haría con todo el dinero que

obtendría gracias a la ingenua y buena voluntad del


pobre Wenceslao.
Capítulo V

En cuanto Waldo terminó de zamparse la exquisita

comida que había conseguido gracias a su bien

elaborada treta, repartió las monedas entre él y

Wenceslao a partes iguales como lo había prometido y

se dirigió al centro de la ciudad a buscar una

indumentaria adecuada para poder presentarse el

sábado en la mansión del comerciante.

Anduvo recorriendo varios negocios y al final se

compró un frac de segunda mano con sombrero de

copa y guantes incluidos, también dio un paseo por

las zapaterías y consiguió un par de zapatos decentes

de charol. De su compañero felino, en cambio, no se


acordó ni siquiera para comprarle un sombrero que al

menos no estuviera roto.

Caminando de vuelta a la buhardilla, Waldo iba

pensando en cómo podría ocultar al gato en la fiesta

mientras él fingía tocar el violín, hasta que le salió al

paso una tienda de antigüedades donde tenían en

exhibición un gran biombo traído desde el lejano

Oriente que súbitamente llamó la atención del

muchacho. Entró al local, preguntó por el precio, que

era un poco elevado, pero no le importó ya que

había logrado juntar el dinero suficiente en la plaza

para poder comprarlo, y se lo llevó.

Aquella semana pasó tan rápido, que cuando menos lo

esperaron, había llegado el sábado. Waldo se arregló y

lo preparó todo desde muy temprano, y a la hora en


que el comerciante lo había citado, llegó a la lujosa

mansión donde toda la servidumbre andaba por los

jardines para arriba y para abajo completamente

atareados, algunos colocaban arreglos florales en las

mesas mientras otros preparaban enormes bandejas

con canapés y copas de vino blanco.

El mayordomo condujo a Waldo, que llevaba a

Wenceslao oculto dentro de una enorme mochila, al

escenario que habían improvisado al fondo del jardín

donde él (o mejor dicho, el gato) iba a dar el

concierto de violín. El chico colocó el biombo oriental

sobre la plataforma para que nadie pudiera ver a

Wenceslao mientras él representaba su pantomima

frente al público.

A las cinco en punto los invitados empezaron a llegar


a la fiesta y Waldo se preparó para dar inicio al

espectáculo. La agasajada salió al jardín de la mano

de su padre vestida con un largo y elegante vestido

rojo que combinaba perfectamente con el color de su

cabello, el chico se impresionó mucho al verla y se

arregló el moño de la corbata para causarle una

buena impresión también a ella.

Waldo comenzó su actuación (o más bien, su fingida

actuación) con algunas melodías lentas para que los

comensales pudieran relajarse y conversar mientras

disfrutaban el banquete, y al cabo de una hora,

siguió con los valses para que todos pudieran

levantarse de sus lugares a bailar. El comerciante

condujo a Wilma al centro de la pista, y mientras

iban girando al compás de la música, la festejada le

dirigía miradas furtivas al muchacho que había logrado


impresionarla con su falso talento.

La fiesta se prolongó hasta muy entrada la noche, y

cuando los últimos invitados se marcharon, Waldo

metió a Wenceslao nuevamente dentro de la mochila

y la ocultó detrás del biombo. Antes de retirarse, el

dueño de la mansión lo llevó a su despacho privado

para darle su pago correspondiente. — ¡Gracias a ti

la fiesta ha sido todo un éxito, realmente te

mereces una buena paga! Aquí tienes muchacho:

quinientas monedas por tu magnífica actuación de

esta noche.

Al joven le brillaron los ojos de codicia cuando el

comerciante le entregó un pesado saco lleno de

tintineantes monedas en sus manos. — ¡Muchísimas

gracias, señor! Me alegra saber que ha quedado


satisfecho con mi trabajo.

Waldo se retiró del despacho dando saltos de

felicidad, pero antes de volver al sitio donde había

dejado escondido a Wenceslao, sacó las monedas del

saco y las contó. Quinientas monedas eran demasiadas

para compartir la mitad con aquel insignificante gato,

así que decidió embolsarse doscientas monedas

repartidas entre los amplios bolsillos de su frac para

que Wenceslao no notara nada.

De vuelta en la buhardilla, Wenceslao salió de la

mochila y se plantó frente a Waldo con la cabeza en

alto, lo fulminó con sus felinos ojos verdes y le

espetó. — Muy bien jovencito, ya que fue un

verdadero martirio permanecer escondido dentro de

esta incómoda y asfixiante bolsa, quiero que me des


lo prometido ahora mismo sin excusa ni pretexto.

— Descuida, amigo... — lo tranquilizó Waldo — ya

mismo te daré la parte que te corresponde. —

Dicho esto, vació el contenido del saco sobre la mesa

para comenzar a repartirlo. — El comerciante me

pagó con trescientas monedas de las cuales a ti te

tocan ciento cincuenta.

— ¿¿Sólo trescientas monedas te dio ese riquillo

tacaño?? — protestó el gato enseguida. — ¡Qué

mezquino! Esperaba que por lo menos pagara con

cuatrocientas.

— Sí, pero ya sabes como son los ricos de codiciosos.

— Lo sé, la avaricia y el amor por el dinero los

termina corrompiendo al punto de convertirlos en

personas sin escrúpulos.


Después de cenar, Wenceslao decidió salir a dar un

paseo por los tejados, y aprovechando su ausencia,

Waldo sacó un maletín que ocultaba debajo de su

catre y escondió las doscientas monedas que aún

llevaba guardadas en los bolsillos de su frac y se

frotó las manos maliciosamente. Si conseguía sacar

provecho del talento y la candidez del gato violinista

por mucho tiempo más, podría llegar a ser tan rico

como los comerciantes del puerto.


Capítulo VI

Waldo logró convencer a Wenceslao de que

continuaran acudiendo los domingos a la plaza para

ganar dinero. Mientras él fingía tocar, el gato se

escondía detrás del buzón y las personas que pasaban

le dirigían halagos inmerecidos y le depositaban

monedas en el sombrero, que ya no era el remendado

y viejo de siempre, sino uno nuevo que había logrado

comprarse gracias a las sucias jugarretas que le

gastaba al ingenuo minino.

Cada vez que tenía oportunidad, Waldo sustraía una

buena cantidad de monedas del sombrero y se las


escondía en los bolsillos de los pantalones para que al

final de la jornada, cuando tocaba repartir el dinero a

partes iguales como había acordado en un principio,

Wenceslao se llevara una cantidad mucho menor a la

que en realidad le correspondía. Y así transcurrió el

resto del otoño y todo el invierno.

Cuando llegó la primavera, la hija del comerciante fue

a la plaza para buscar a Waldo. En cuanto el joven

logró distinguirla entre la muchedumbre aglomerada

frente a él, se puso tan nervioso que por poco deja

caer su violín al suelo, lo cual hubiera dejado al

descubierto su embuste. Wilma aguardó

pacientemente a que terminara de tocar sus últimas

piezas y lo interceptó antes de que se retirara.

— Eh... ¡Hola! Di... disculpa, no sé si me recuerdas;


hace tres meses mi padre te contrató para que

tocaras en mi fiesta de cumpleaños — lo saludó la

chica tímidamente con las mejillas completamente

encendidas como el color de su cabello.

— ¡Pe... pero por supuesto que me acuerdo de ti! —

respondió Waldo muy nervioso y a la vez lleno de

entusiasmo por volver a hablar con ella. — ¡Cómo

podría olvidar tan fácilmente a una muchacha tan

encantadora como tú!

— Gra... gracias por el cumplido — replicó Wilma con

el rostro aún más colorado que antes. — Vine a

buscarte porque necesito que me hagas un gran

favor, si no es mucha molestia.

— ¡Claro! ¡Será un gran placer ayudarte! Dime ¿qué

se te ofrece?
— Sucede que en mi colegio estamos organizando el

Festival de Primavera y necesitamos un músico para

la representación teatral que vamos a presentar mis

compañeras de clase y yo ¿Querrías apoyarnos?

Obviamente, yo no puedo pagarte tanto dinero como

mi padre, pero al menos puedo ofrecerte unas cien

monedas.

— No te preocupes por el dinero, te echaré una

mano con tu presentación; tú solo dime dónde y

cuándo.

— Mi colegio es el que se encuentra tres cuadras

detrás de la plaza, te espero mañana a la hora de la

salida que es cuando nos reunimos en el auditorio

para ensayar ¿está bien?

— ¡Muy bien! ¡Ahí estaré puntual!


— ¡Muchas gracias, te estaré esperando! Por favor,

no me quedes mal.

Wilma se despidió de Waldo estampándole un sonoro

beso en la mejilla que lo dejó mirando estrellas de

colores por un buen rato hasta que Wenceslao lo hizo

volver a la realidad. — ¿Otra vez metiéndote en

problemas? Chico, recuerda que tú no eres un músico

talentoso, tarde que temprano podrían descubrirte.

— Tranquilízate, hasta ahora todo nos ha salido a

pedir de boca, no veo por qué habría de cambiar

nuestra suerte.

Al día siguiente, Waldo se presentó en el colegio de

Wilma a mediodía cargando con Wenceslao escondido

dentro de su mochila y con el biombo plegado sobre

la espalda. La chica lo estaba esperando en la entrada


y lo llevó al auditorio donde iban a tener lugar los

ensayos y el espectáculo.

— Miren chicas... — dijo Wilma dirigiéndose a sus

compañeras — él es el violinista del que les he

hablado, su nombre es Waldo.

Las otras muchachas comenzaron a parlotear al

mismo tiempo completamente emocionadas. — ¡Ah,

sí! Yo ya lo he escuchado tocar en la plaza, lo hace

muy bien.

— A mi madre le gusta mucho como interpreta los

valses.

— Tendré que pedirle un autógrafo, porque estoy

segura de que muy pronto será un concertista

famoso.

Waldo estaba sintiéndose en su elemento, pero tenía


que preparar todo muy bien para lograr engañarlas a

todas. Desplegó el biombo al fondo del escenario y

ocultó la mochila detrás de éste para que Wenceslao

pudiera salir sin ser visto.

— ¿Por qué cargas ese biombo contigo a todas

partes? — le preguntó Wilma con mucha curiosidad,

pues recordaba que el joven lo había llevado el día de

su fiesta también.

— Es que... — balbuceó Waldo pensando a toda prisa

en una justificación que resultara convincente — es

que así como el violín me lo heredó mi abuelo, el

biombo es un legado de mi difunta abuela y siempre

que voy a tocar en algún sitio importante lo llevo

conmigo para que me dé buena suerte.

Al parecer, Wilma quedó satisfecha con la explicación,


aunque en el fondo estaba comenzando a pensar que

Waldo, como buen músico, era un tanto excéntrico.

Mientras las estudiantes repasaban sus respectivos

diálogos y ensayaban los ademanes y posturas de la

representación teatral, Waldo (o mejor dicho,

Wenceslao) tocaba una delicada melodía que a todas

les pareció encantadora.

Todo marchaba estupendamente, hasta que el falso

violinista comenzó a sufrir retortijones a causa de los

frijoles que había comido a la hora del almuerzo; y

cuando sintió que su cuerpo no podría resistir más,

pidió tiempo fuera y preguntó a Wilma. — Disculpa

¿me podrías decir dónde queda el baño más cercano?

— Hay uno aquí a la izquierda.

— ¡Muchas gracias, regresaré enseguida!


Y salió disparado con las manos cruzadas sobre el

abdomen como alma que lleva el diablo.

Mientras tanto, Wenceslao rogaba en silencio para

que ninguna de las muchachas se asomara detrás del

biombo y lo fuera a ver. Pero para su mala suerte,

empezó a sentir un intenso cosquilleo en la nariz que

lo hizo lanzar un estornudo tan furioso que hizo caer

el biombo hacia adelante y quedó descubierto a la

vista de todo el mundo.


Capítulo VII

Wilma y sus amigas que se quedaron completamente

patidifusas al ver a Wenceslao y comenzaron a

cuchichear muy alarmadas entre ellas.

— ¿Y este gato cómo entró aquí?

— ¿De dónde salió?

— ¡Mira! ¡Va vestido y lleva un violín!

Wilma se acercó al gato y procedió a interrogarlo

directamente. — ¿Quién eres tú y qué hacías ahí

escondido?

El felino se puso nervioso, y como no encontró

ninguna buena excusa para justificar su presencia en


ese lugar, decidió decir toda la verdad y nada más

que la verdad.

— Me llamo Wenceslao y desde hace varios meses soy

el compañero de cuarto de Waldo. Ambos hicimos un

trato: yo le enseñaría a tocar el violín a cambio de

darme alojamiento y alimento; pero como el chico es

realmente un desastre con la música, se empezó a

quedar en la ruina. — El gato hizo una pausa para

tomar aire y prosiguió con su relato. — Y como casi

no le quedaba dinero para comer ni pagar el alquiler,

me propuso que fuéramos a la plaza, yo tocaría mi

violín escondido en un rincón mientras él fingía tocar

el suyo y así la gente nos daría mucho dinero a

cambio. Yo acepté con la condición de que me diera

la mitad de las monedas que ganara, y como ves, no

nos fue nada mal.


— ¿O sea qué..? — lo interrumpió Wilma

bruscamente — ¿quieres decir que tú eres quien en

realidad ha tocado el violín todo este tiempo?

— Así es — admitió Wenceslao asintiendo lentamente

con la cabeza. — Waldo compró el biombo en una

tienda de antigüedades para que yo pudiera

esconderme mientras él simulaba tocar en tu

cumpleaños.

— ¡Vaya embustero! ¿Con que el biombo "un legado

de su difunta abuela" eh? ¡Pero cuando regrese me

va a tener que oír!

— ¡Por favor, muchacha! — trató de tranquilizarla el

minino. — El chico no lo hizo con mala intención,

solo necesitaba dinero para llegar a fin de mes, y

después se fueron presentando otras oportunidades,


como tu fiesta de cumpleaños.

— ¡Fiesta por la que mi padre le pagó quinientas

monedas que no merecía recibir en absoluto!

Al escuchar eso, Wenceslao abrió los ojos como

platos. — ¿¿Quinientas monedas?? ¡Pe... pero él me

dijo que solo le habían pagado trescientas!

— ¿Conque eso te dijo? ¡Pues te engañó! Ese

muchacho es un sinvergüenza y al parecer se ha

aprovechado de ti y te ha estado viendo la cara todo

este tiempo.

— ¡No puede ser! ¡Qué tonto he sido! — se lamentó

el gato con profundo pesar en el corazón. — ¿Y

ahora qué voy a hacer?

La hija del comerciante se quedó pensando un

momento, y al poco rato, se le iluminó el rostro de


alegría. — ¡Se me acaba de ocurrir un plan estupendo

para darle una buena lección a ese mequetrefe

abusivo!

— ¿En serio? — inquirió Wenceslao con suma

curiosidad. — ¿Y cuál es ese plan?

Antes de responder, Wilma levantó el biombo y lo

colocó otra vez en su lugar. — No hay tiempo para

explicártelo con detalles, Waldo regresará en cualquier

momento; por ahora solo te pediré que actúes con

normalidad y le hagas creer que nadie lo ha

descubierto aún. Espera hasta el día del festival.

El gato hizo lo que la muchacha le ordenó y le hizo

creer a Waldo que nada había sucedido.

Los dos continuaron yendo a los ensayos que duraron

una semana, conforme se iba acercando la fecha del


Festival de Primavera, Wenceslao se ponía cada vez

más ansioso por saber qué es lo que Wilma tenía

planeado para poner en su sitio al joven charlatán.

Cuando el tan esperado día llegó, Waldo se presentó

en el colegio muy temprano por la mañana con el

biombo y con Wenceslao dentro de su mochila antes

de que llegaran Wilma y sus compañeras. Iba

caracterizado de grillo con un leotardo verde que lo

hacía verse más esmirriado de lo que era, unas alas

transparentes y unas largas antenas de metal sobre

la cabeza. Se aseguró de colocar bien el biombo para

que el gato pudiera esconderse sin ser descubierto.

El telón del escenario se subió, el público aplaudió

entusiasmado y dio comienzo la obra teatral. Wilma

recitó sus líneas correspondientes disfrazada de


mariposa con un tutú color de rosa y unas alas

brillantes colgadas a la espalda mientras sus amigas

iban vestidas de flores, catarinas, abejas y colibríes.

Waldo no dejaba de sonreír satisfecho, todo parecía

marchar a la perfección.

En cuanto la representación terminó, todo el público

se puso de pie para ovacionar a Waldo y a las jóvenes

actrices. Los muchachos se tomaron de las manos

formando una media luna e hicieron una respetuosa

reverencia de agradecimiento. Sin que nadie se diera

cuenta, Wilma se escabulló en dirección al biombo

detrás del cual se ocultaba Wenceslao, lo pateó para

que cayera al suelo y todo el mundo pudiera conocer

al fin la verdadera identidad del violinista.

Los espectadores soltaron exclamaciones de asombro


al darse cuenta de que un simple y escuálido gato era

quien había estado tocando durante toda la función.

Al embustero se le cayó la cara de vergüenza al verse

descubierto y súbitamente echó a correr para huir lo

más lejos posible de las miradas que lo acusaban, pero

Wilma fue más rápida y le puso la zancadilla para

hacerlo tropezar y entre ella y las demás estudiantes

lo arrastraron hacia la orilla del estrado para exhibirlo

delante de todo el mundo. — Damas y caballeros,

como pueden ver, el chico a quien todos creíamos un

prodigio resultó ser todo un fraude, el verdadero

músico que merece nuestra admiración es el pequeño

minino.

El público comenzó a abuchear y rechiflar a Waldo.

Wilma se llevó el dedo índice a los labios para


pedirles que guardaran silencio. — Y no conforme con

apropiarse de los méritos del gato violinista, también

lo estafó al incumplir el trato que había hecho con él

y le robó una buena suma del dinero que mi padre

pagó a este farsante por tocar en mi fiesta.

— ¿Y bien, Waldo? — inquirió Wenceslao acercándose

al muchacho que en ese momento estaba deseando

ser tragado por la tierra. — ¿Qué tienes que

responder ante esas acusaciones?

Waldo fue incapaz de sostenerle la mirada al felino y

agachó la cabeza sintiéndose completamente

humillado. — Soy culpable.

— Me alegra que al menos hayas tenido el valor de

reconocer tu culpabilidad, pero eso no es suficiente

— espetó Wilma. — Tienes que prometer que le


devolverás a Wenceslao todo el dinero que le

quitaste, moneda por moneda.

— Sí, juro por la memoria de mi abuelo que lo haré

¡Pero por favor, déjenme marchar!

Las muchachas soltaron a Waldo para que pudiera

irse. Pero al bajar del escenario, toda la gente que

estaba más que enfurecida con él, comenzaron a

lanzarle toda clase de objetos que encontraban a la

mano para que así recibiera un merecido escarmiento

y no le quedaran más ganas de volver a aprovecharse

de los inocentes.
Epílogo

Después de haber quedado totalmente exhibido en

aquel Festival de Primavera, Waldo volvió a ser el

chico sin suerte y sin talento que malvivía en su

ruinosa buhardilla descargando cajas en el puerto.

Nunca más se atrevió a poner un pie en la plaza

donde ahora Wenceslao se dedicaba a deleitar a los

transeúntes con sus hermosas interpretaciones, y

gracias al buen dinero que recibía por su gran

talento, ya no era un gato flacucho y harapiento sino

que había ganado peso y vestía con los mejores fracs

y sombreros de copa.

A pesar de que su extraordinario talento le había


hecho ganar mucha popularidad, Wenceslao se

mantuvo en sus cabales y siguió siendo tan humilde

como siempre. Aunque incluso llegaron a ofrecerle

jugosos contratos para tocar con los mejores

directores en orquestas sinfónicas internacionales de

renombre, él prefirió continuar tocando en las calles

para la gente sencilla; porque gracias a su experiencia,

comprendió que la ambición desmedida por la fama y

el dinero podía llegar a corromper hasta a la más

pura y noble de las almas.


Amigo lector:

Te agradezco de todo corazón que hayas llegado

hasta el final de esta historia. Si tienes interés en

conocer los otros títulos que he publicado

anteriormente, los puedes encontrar en mi página

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Y si quieres hacerme algún comentario, me puedes

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