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Introducción

Por Omar Rincón*

De una manera simplista, casi de fórmula, se intenta contar qué es la cultura. Precaución: Todo es muy
complejo en la cultura, y cuando se simplifica se pierden los matices, las ambigüedades, los juegos de
sentido y poder. De entrada pido disculpas por simplificar la complejidad, pero eso es lo que hacemos las
profesiones con p (periodistas, políticos, profesores, publicistas, prostitutos, psicólogos, padres…). Se
afirma que hay que hablar de culturas en plural, que cada uno las comprende según su lugar de
enunciación y sus modos de practicarla, que no hay culturas mejores ni peores, que lo que sí hay es juegos
de poder, manifestaciones de clase, raza, sexualidad y género. Se describen diversos modos de adentrarse
en los sentidos de la cultura, enfatizando cuatro: las Artes, las identidades densas, la coolture que es la
cultura común del entretenimiento mundializado y la interculturalidad y las culturas del común en el
territorio como lugar de libertad y creación. Al final se propone un diálogo “freireano” entre jurásicos y
zombis.

¿Qué es la cultura?
La cultura es nuestra alma política en la lucha por existir con dignidad en nuestra sociedad del capital
financiero donde las acciones en la bolsa valen más que lo seres humanos. Su performance es espiritual,
por eso, se dice que cultura es “lo que queda antes del olvido”. Se expresa vía las artes o las identidades
localizadas en los diversos modos de habitar, decir y significar la vida. Se construye políticamente a
través de las interseccionalidades de clase, raza, género, sexualidad. Se masifica e industrializa vía la
matriz del entretenimiento y lo que se llamaba la industria cultural. Resiste y se libera en la práctica del
diálogo intercultural. La cultura es, sobre todo, poder ya que juega con capitales simbólicos que describen
qué es tener cultura, cuáles son los referentes de interpretación de una sociedad y actúa como estrategia
de intervención de la sociedad desde lo simbólico.
La cultura es lo que sabemos entre todos, dice un viejo refrán. Pero la cultura se define, describe y
explica de modo diverso según el campo del saber desde donde enunciemos: La Antropología la
comprende desde los juegos políticos de la identidad, la Sociología busca las razones y modos del
juntarse en sentidos comunes, los Estudios Culturales y postcoloniales la imaginan como un campo de
batalla política, las Artes problematizan a la belleza y el buen gusto, la Comunicación la narra como clave
de enunciación para ganar audiencias, la Economía la asume como un negocio…. y así podríamos seguir
simplificando sobre qué es y cómo se hace cultura, pero todo depende de los modos de ingreso a la
cultura.
La primera idea que hay que asumir es que no hay una cultura, sino habitamos culturas, diversas y
plurales. En palabras del maestro Jesús Martín-Barbero (1987) lo cultural es más “la mirada” que lo
que se mira; más los conceptos, historias, relatos, experiencias desde donde se asigna sentido que los
contenidos en sí mismos. Así cultura sería más eso que Geertz (1991) denomina actos colectivos de
significados públicos, colectivos y abiertos; hay cultura en las experiencias donde se produce, comparte y
reconoce conciencia y sentido. Según Geertz, la cultura es esa red de significados que el hombre mismo
ha tejido: tejido de significados, compartidos, colectivos, públicos, abiertos. Y afirma que “algo le está
sucediendo al modo en que pensamos sobre lo que pensamos”, y eso que le está pasando lo denomina “el
giro cultural” porque, ahora, hemos pasado de un modelo “científico” de explicación de leyes y ejemplos
a otro “cultural” de casos e interpretaciones; por eso, ya no nos referimos a distinciones absolutas y
binarias como verdad y falsedad, objetivo y subjetivo, intuición y conocimiento, nosotros y otros, sino a
“categorías intersticiales” propias de la cultura como son ficción, figurativo, simulacro, simulación,
virtualidad, interdisciplinariedad y la transculturalidad. Así, el énfasis pasa de los datos y hechos a la
experiencia, el relato, la narración.
Otra manera de comprender la cultura es contando sus modos de constitución como campo. Raymond
Williams (1976) dice que el término Cultura nace en el siglo XVIII, y aparece al mismo tiempo que
civilización, mientras civilización nos indica el orden de lo material, cultura se refiere al orden de lo
espiritual. Entonces, la cultura sería ese proceso de 'cultivar(se)´ como ser humano. También en el siglo
XVIII, cultura pasó de la persona al colectivo y daba cuenta de los procesos generales de desarrollo
intelectual, espiritual y estético. En el siglo XIX, la cultura se convirtió en una forma particular de vida,
de gente, de un período o de un grupo. En el siglo XX, la cultura dio cuenta de los trabajos y prácticas de
actividades intelectuales y especialmente artísticas (artes). En este simplista recorrido enunciado, la
complejidad no está en la palabra cultura, sino en los problemas que significantemente indican sus
variaciones de uso.
Una tercera manera de comprender la(s) cultura(s) es averiguando para qué sirve o se usa. Y ahí
tenemos que la cuestión de la cultura es el poder, ya que no es una cosa, objeto o sustancia, dice
Appadurai (2001), sino un adjetivo que lleva a estrategias de poder basadas en la distinción entre
civilizados y bárbaros, ilustrados e ignorantes, buen y mal gusto, culto o entretenido; la cultura expresa
juegos de poder basados en las diferencias. También sirve para describir un “aire de época” porque da
cuenta de los modos de sentir y significar en una sociedad y un tiempo. Su valor cotidiano está en que es
el pegante social por medio del cual articulamos sentidos alrededor de estrategias de estar juntos que se
expresan en prácticas, rituales, ceremonias, modos de percibir, representar y narrar.
Otra manera de entrarle al sentido de la cultura es comprendiendo de qué está hecha. Macionis y
Plummer (2007) establece como componentes principales de la cultura
(i) Símbolos como modos de producción de significados a través de la representación de una idea con
rasgos asociados por una convención socialmente aceptada.
(i) Lenguajes como los modos que se percibe y experiencia el mundo y permiten comunicarse y
reproducirse culturalmente.
(ii) Valores como pautas abstractas que se utilizan para juzgar la bondad, belleza, espiritualidad de una
sociedad.
(iii) Normas como reglas y expectativas por las cuales una sociedad guía la conducta de sus miembros.
(iv) Capital que según Pierre Bourdieu describe prácticas y relatos que exhiben posiciones de poder y
estatus en virtud de sus credenciales, conocimientos y preferencias.
(v) Poder o como se imponen modos de comprender, interpretar y actuar “correctamente” en los mundos
de la vida, aquí se da el juego entre el etnocentrismo que tiene como privilegio lo occidental, masculino y
blanco y la diversidad cultural que enfatiza en modos particulares de sentir y significar la vida.
(vi) Prácticas de sentido que se juegan en el flujo de bienes (economía), flujo de información (medios de
comunicación), modos de gozar (entretenimiento), flujo de personas (emigración).
(vii) Subculturas como pautas que diferencian a algún segmento de la población de una sociedad, p.e.,
los jóvenes, las mujeres, las sexualidades.
(viii) Contracultura o modos culturales de resistencia e impugnación a los modos más generalizados
aceptados por una sociedad.

Otra forma es mirando cómo actúa la cultura. Y ahí sabemos que es:
(i) un asunto de re-conocimientos más que de conocimientos; o sea, a la cultura vamos y la practicamos
más que para aprender para encontrarnos en relatos de sentido, identificarnos con prácticas cercanas y
experimentar los modos de estar juntos.
(ii) un asunto de narrativas y emociones más que de realidades y razones; sus juegos de poder y
seducción se dan por lo vivido, lo sentido, lo contado; por eso, su valor está en los modos de goce, festejo
y celebración, más en los cuerpos que en sus contenidos.
(iii) una estética de la repetición más que de la innovación, donde el placer está en el goce de un ritual,
práctica o experiencia conocida, y la creatividad se da por las variaciones sobre lo conocido; por eso, las
culturas significan desde y en las experiencias que provee el habitarla.
(iv) un asunto de diversidad de gustos y placeres ya que el canon que definía lo culto y la cultura desde
criterios modernos ya no sirve para “comprenderla”, ya que la cultura se comprende como actualidad
donde la pasamos bien y ganamos posibilidades de agencia política.

¿Cómo tener en cuenta ese re-conocimiento y la diversidad?


Les proponemos dos videos para reflexionar:
Proyecto Comunicarnos. Ahora si.
https://www.youtube.com/watch?v=FLo8Fo2PHVA
Proyecto Comunicarnos - Zapping Kolla
https://www.youtube.com/watch?v=LedeSDMCtVE

La cultura, también, es un sector económico que describe muy bien la categoría “industria cultural” o
cuando la autonomía de la obra de arte fue abolida al convertirse en mercancía. Este concepto se debe a
los teóricos alemanes Theodor Adorno y Max Horkheimer en el artículo "La industria cultural.
Iluminismo como mistificación de masas", escrito entre 1944 y 1947, y publicado en el libro "Dialéctica
de la Ilustración”. Este concepto expresa una mirada crítica y profundamente pesimista sobre la función
de los medios de comunicación (cine, radio, fotografía) ya que llevan a que la cultura pierda el ámbito de
lo sublime y el sujeto para ganar el del entretenimiento ("amusement") y lo masivo: "El placer se petrifica
en aburrimiento, pues, para que siga siendo placer, no debe costar esfuerzos y debe por lo tanto moverse
estrechamente a lo largo de los rieles de las asociaciones habituales. El espectador no debe trabajar con su
propia cabeza: toda conexión lógica que requiera esfuerzo intelectual es cuidadosamente evitada”.
Adorno (1967) afirma que la industria cultural significa “la primacía inmediata y confesada del efecto”,
“una síntesis de Beethoven con el Casino de París”. Este ha sido uno de los conceptos más potentes para
describir lo que le pasa a la cultura cuando se masifica, tanto que ya se usa de manera regular para
describir a la cultura como recurso económico, siendo uno de los sectores más dinámicos en
productividad, empleo y capital en nuestras sociedades.

El concepto Industria Cultural da cuenta de la prioridad del negocio y sus procesos de comercialización,
de su sistema de mercado masivo y de producción en serie que lleva al recorte por lo simple y
comprensible para todos, mientras el arte busca la obra única, el “extrañamiento” y “la imposibilidad” de
lectura. Así fue que la obra de arte perdió “su aura” o “esa manifestación irrepetible de una lejanía (por
cercana que pueda estar)” para ganar a las masas y que ellas mismas puedan organizar y controlar su
disfrute como indica Benjamin (1936): “la presencia masiva en el lugar de lo irrepetible” y el
surgimiento de una nueva aura que se expresa en la personality. Mientras Adorno concibe esta
“masificación” como una pérdida para la cultura, Benjamin afirma que es un cambio de
percepción y sensibilidad de y sobre la cultura.
A continuación se presentan cuatro modos de comprender lo cultural: las artes, la identidad, lo
intercultural en territorio y lo coolture entretenido.

Cultura es artes
Las “7 artes liberales” que nacen en la Edad Media indicaban todo lo que un ser humano debería saber
para ser libre; o sea, cultura es lo que nos hace libres. Son llamadas liberales (Lat.liber, libres) porque
sirven al propósito de entrenar al hombre libre, en contraste con las artes illiberales, que tienen fines
económicos; su fin es preparar al ciudadano no para ganarse la vida, sino la búsqueda de la ciencia en el
sentido estricto del término, es decir, la combinación de filosofía y teología conocida como escolástica.
Estas 7 artes liberales eran la gramática (saber escribir y usar el lenguaje), la retórica (saber hablar y usar
la oratoria), la dialéctica (saber argumentar y usar la lógica), la aritmética (saber hacer cálculos
numéricos), la geometría (saber sobre los espacios), la astronomía (saber leer el mundo físico) y la
música (saber el lenguaje abstracto de lo sonoro).
En 1911, Ricciotto Canudo, convierte al cine en arte y propone “El Manifiesto de las Siete Artes” que
convierte a las artes en el canon de lo que es lo bello y el buen gusto; la cultura entonces es saber de artes.
Así, el cine es elevado a arte total ya que es una síntesis de todas las artes anteriores: arquitectura,
escultura, pintura, música, danza y poesía. La cultura es, entonces, esa experiencia en la que el hombre
puede olvidarse de sí mismo a través de la estética para experimentarse espiritualmente.
El literato T.S. Eliot (1948) en Notas para la definición de cultura dice que tiene que ver con la
formación del sujeto y tiene que ver con la erudición, las buenas maneras, la pericia en el manejo de ideas
abstractas y la sensibilidad para las artes. Por lo tanto, la cultura es un conjunto de saberes transmisible a
conciencia, tiene como base la religión que “da un significado visible a la vida”, “provee el cimiento para
una cultura y protege a la humanidad del tedio y la desesperación” y constituye un modo humano de
diferenciarse de los salvajes. Así mientras la religión enseña la “verdadera” fe, la cultura forma al
“verdadero” hombre.
Les proponemos este texto para continuar reflexionando:
Geopolítica del rufián en Micropolítica. Cartografías del deseo de F. Guattari y S. Rolnik

Cultura es identidades
A mitad del siglo XX, la cultura se aleja de las artes hacia la identidad, las diferencias y la diversidad; la
cultura, entonces, describe los modos propios de experimentar el mundo que es atravesado por lo étnico,
lo sexual, lo territorial, lo popular, la memoria, el patrimonio, y lo industrial-masivo. La cultura como
identidad nos sirve porque nos asigna el repertorio de relatos, símbolos, prácticas que requerimos para
“no perdernos”. Y es que la identidad es la lucha por la afirmación de un lugar en el mundo, uno propio,
uno en el cual uno siente que pertenece. La identidad es, así, un acto político porque consiste en afirmarse
diferente, con necesidades y expectativas propias, con posibilidad de mundos propios; un acto
intencionado de construirse un lugar en lo público y en los juegos de poder. ¿Cómo? A través de la
producción de la diferencia y la conciencia crítica que afirma lo que lo hace a uno único. ¿Cómo se hace?
Vía la narración, la oralidad, los rituales, las performances de lo que uno es como colectivo. Por eso, una
cultura es sus historias (mitos + leyendas + saberes + experiencias), se localiza en enclaves de territorio,
memoria, lo patrimonial, lo folclórico, lo popular, lo étnico, lo sexual.
El antropólogo Marshall Sahlins (2001) comprende las culturas como órdenes significativos para modos
de existencia. Y describe los modos como la teoría y la política proponen nuevas formas de comprender
lo cultural. Según Sahlins hasta los años 40s, los indígenas, eso que llamamos prioritarios otros, habitaban
el vacío cultural, morían de aburrimiento y perdían el gusto por la vida en la perspectiva occidental,
blanca y machista. Luego se da el giro cultural, White (1949) propone que lo cultural manda sobre lo
biológico y lo social porque la existencia humana está simbólicamente constituida, por tanto,
culturalmente ordenada. Así lo cultural se convierte en el lugar privilegiado de la comprensión y
explicación de la sociedad.
En los años 90 es cuando lo otro, lo indígena y ancestral, se reivindica como “la cultura auténtica”, se
produce “la nostalgia por las culturas perdidas”. De repente, todos tenemos una cultura. La cultura se
convierte en el modo de definir desde la diferencia y la identidad, habitamos la diversidad cultural
porque como informan los habitantes de Nueva Guinea “si no tuviésemos costumbres seríamos como
Hombres Blancos”. Así la identidad asume su lugar político para luchar por el poder de nombrar,
representar, expresar. Por eso, la cultura se convirtió en una categoría política, se tenía cultura o se
mitificaba, sino se buscaba y se fabricaba. Surge, entonces, las ciencias sociales que hacen la crítica al
poder occidental, blanco y machista y proponen modos de emancipación localizados en lo cultural.
En el siglo XXI, la identidad es desde donde se juega el poder y por eso deviene relato, discurso, lucha
política. Así ya no hay cultura, hay discursos. Surgen los estudios afterological o poslógicos. Todo es
juegos discursivos de poder desde la voces disidentes, las culturas otras; se produce una “subversión de la
autoridad” enunciativa y política, aparece la heteroglosia de discursos contestatarios. De alguna forma se
asiste a la esencialización de la identidad: rituales, prácticas, objetos, relatos que deben conservarse puros,
higiénicos e incontaminados de lo occidental. Se denuncian las manipulaciones colonialistas de las
tradiciones y se privilegia la polifonía de voces contestatarias. Aparece una moralidad política sobre las
sabidurías ancestrales. Asistimos a una descanonización de las convenciones de autoridad y de los
códigos maestros en la sociedad, entran en desuso las metanarraciones, subvierten las historias mínimas.
Sahlins (2001) critica esta adoración esencialista de la identidad, por eso afirma que “las tradiciones son
inventadas en los términos específicos de los pueblos que las construyeron y de sus condiciones de su
forma de vida”, por lo tanto, las culturas no son “algo que debe permanecer incontaminado” sino que se
producen en contextos políticos y sociales. Esto lo lleva a decir que una cultura está viva cuando “ha sido
capaz de atravesar la historia”, en su potencia para “ser reinventada para cada ocasión”, luego
transformarse es un signo de vitalidad para la cultura, no su decadencia. Así, antes que mantenerse puras,
las identidades como órdenes significativos y modos de existencia buscan “su propio espacio cultural en
el esquema global de las cosas”, y concluye que lo que “las culturas indígenas están buscando es la
indigenización de la modernidad”, hacer posible la interculturalidad como el mezclarse con otros,
incluido lo moderno y occidental.
En este contexto, el siglo XXI es sobre todo cuando la innovación, la transgresión, la creación de relatos
se localiza en nuevos sujetos y agencias de enunciación como son las mujeres, los jóvenes, las
etnicidades, las diversidades sexuales y las ciudadanías digitales. García Canclini (1990) dice que
cultura es el conjunto de prácticas que tienen que ver con la producción, la circulación y la apropiación
del sentido en la vida social. Y afirma que habitamos culturas híbridas en las cuales lo culto, lo popular y
lo masivo no se oponen sino que se hibridan en un juego de mezclas interculturales, de heterogeneidad
multitemporal y de heterogeneidad cultural; por lo tanto, ser cultos significa manejar repertorios de
contenidos tanto de la elite como de lo masivo y de lo popular, pero sobre todo ser culto es participar en
la conversación entre culturas.
Una película que trata sobre la comprensión de otro y las diversas culturas es EL GUSTO DE LOS
OTROS.

Cultural es diálogo intercultural


La cultura es una experiencia del mismo y el otro, de la identidad y la alteridad, de la diversidad y las
sensibilidades, de culturas altas y bajas, de folclore y populares, de las identidades densas y las en flujo,
de las culturas/nación y las culturas/globo. Pero hay que diferenciar acerca de la diversidad cultural
porque no es lo mismo lo multicultural, lo pluricultural y lo intercultural. Lo multicultural y lo
pluricultural reconocen la diversidad pero no las mezclas, las pone una al lado de la otra sin asumirlas
como parte de un diálogo. Lo intercultural, en cambio, asume el diálogo, la mezcla, el gozarse y vivenciar
todas las culturas.
Lo intercultural en su perspectiva más política y crítica da cuenta de una experiencia de enunciación
desde abajo, con la gente y en las identidades en territorio. Lo intercultural significa desde y en las
epistemologías del sur como resistencia, descolonialidad, subversión y salir del ninguneo; últimamente se
le relaciona con lo que conecta con la tierra, las identidades y el buen vivir (Escobar, 2016). Jesús
Martín-Barbero, Pablo Freire, Carlos Monsiváis, Néstor García-Canclini, Pablo Alabárces y Pablo
Semán son maestros latinoamericanos que han reflexionado y dado cuenta de esas prácticas de las
culturas populares y sus heterogeneidades temporales, de sentido y de expresión. Y asumen que la
cultura está siendo reinventada, “en su más fuerte sentido ritual, el de tiempo denso de lo comunitario”
(Martín Barbero, 2008) porque es “memoria de una experiencia sin discurso que se deja decir solo en el
relato” (Martín-Barbero y Muñoz, 1992, 23).
La interculturalidad incluye lo ancestral y territorializado; dialoga críticamente con lo mediático, lo
masivo, las redes y los espectáculos. Lo intercultural no es higiénico en lo político, ni transparente en los
juegos de poder-resistencia; por eso, se hace en juegos de sumisiones y resistencias, en prácticas de otro
gusto al hegemónico que permite otros modos más ambiguos y emocionales para gestionar la vida
cotidiana. Michel de Certeau (1979) nos lleva a comprender la vida de las comunidades en sus “marcas
del hacer”, en sus “maneras de practicar”, en sus “tácticas” del cotidiano: que son “esas fiestas móviles,
elusivas, poéticas” llamadas “inventivas del más débil”. La noción “ch’ixi” que propone Silvia Rivera
Cusicanqui (2010) aporta una vuelta de tuerca mayor, ya que lo ch’ixi es algo que es y no es a la vez:
“La noción de ch’ixi plantea la coexistencia en paralelo de múltiples diferencias culturales que no se
funden, sino que antagonizan o se complementan. Cada una se reproduce a sí misma desde la profundidad
del pasado y se relaciona con las otras de forma contenciosa” (Rivera Cusicanqui, 2010, pp. 69-70). En
este sentido, Adichie (2009) afirma que diversificar historias, estéticas, narrativas y entretenimientos es
un asunto de dignidad para los sujetos otros. El asunto es ser capaz de hablar por uno mismo desde y con
las estéticas y entretenimientos de la propia identidad. La búsqueda es por esas otras comunicabilidades,
esas inscriptas en otros entretenimientos, en otras sensibilidades culturales, en otras memorias. Y esa re-
significación tiene que ver sobre todo con los tonos y modos del contar desde abajo.
García Canclini (2015) se refiere a la cultura como convivencia y sentido social. Antanas Mockus
como cultura ciudadana donde la regulación colectiva prima sobre la moral del yo. García Canclini
afirma que la cultura realiza “contribuciones valiosas” como “creadora de sentido y espacio de
convivencia”, solo que debemos “reconocer procesos que en gran parte son secretos, que están
escondidos en la trama social”. Y sugiere que hay que trabajar “a favor de la interculturalidad
democrática: el problema no es apenas que a cada uno le permitan hablar su lengua con su grupo, cantar
sus canciones y filmar sus fiestas en el ámbito local; el desarrollo cultural pone hoy en juego qué significa
convivir entre nativos y migrantes, entre distintas religiones, gustos y concepciones de la familia. Las
preguntas no se refieren sólo a cómo reivindicar lo propio. Hay que trabajar, además de los derechos a la
diversidad, sobre los derechos interculturales”. Y concluye que “la transversalidad de las culturas con
otras zonas de la vida social es un requisito para su desarrollo sustentable. Para consolidarlo se necesita
estimular otras estructuras, otras lógicas de producción y difusión, que las promovidas por las
megacorporaciones... Hay que tomar en cuenta sus diferentes modos de volverse visibles, sobrevivir y
convivir”.
Por eso, “la apuesta sigue siendo cambiar el lugar de las preguntas para hacer investigables los procesos
de comunicación y las prácticas culturales desde las mediaciones y los sujetos, es decir, desde la
articulación entre procesos de comunicación y movimientos sociales populares” (Martín-Barbero,
1987). La lucha es por la soberanía cultural, por descubrir cómo la cultura es la vida en el territorio, es
diversidad de modos de saber y de estilos de poner el cuerpo, millones de formas de la esperanza. Y
cuando uno va al Sur aprende porque se encuentra otros modos de imaginación social. Por eso es urgente
desmovilizarnos del norte y el centro para pasar a habitar el territorio; imprescindible abandonar las
teorías modernas para habitar con los otros y vivenciar las culturas desde abajo. Así podemos descubrir
que la cultura es eso que teje comunidad, inventa protagonismos de la gente común, gana visibilidades
para los invisibles del poder. Se imagina la vida poniendo el cuerpo a la cultura en diversidad de formas
culturales. En el territorio la cultura es mágica porque genera encuentro y pone a la gente del común en el
centro, se genera nuevos modos de lo público, se inventa formas inéditas de ser ciudadanos, triunfa la
diversidad de saberes y se vivencian las prácticas de proximidad.
La dignidad del territorio nos obliga a repensar los modos como la Universidad, las onges, los gestores
culturales, las políticas públicas deben diluir su comodidad para pasar a practicar todas las cultura(s) en
común de la gente. Menos teorías y más realidades. Y esto es muy político. Así que los del centro, los del
poder, debemos ir al territorio a escuchar, escuchar y escuchar las culturas comunes; a conversar y
articular esperanzas; a vivir los modos en que se goza desde los gustos de la gente. Si vamos,
descubrimos que en el territorio, hay otros mapas de la vida, la política y la cultura. Sabremos que la
cultura es clave para narrar y conectar políticamente los territorios. Aprenderemos a decir e imaginar que
somos culturas en común. Practicaremos lo político al descubrir que lo común es una aventura cotidiana,
un descubrir sentimental, un practicar las culturas otras e imaginar que podemos ser unas ciudadanías
diversas. Y reconoceremos que hay otras maneras de ser ricos, que tiene que ver con el decir, el narrar, el
contar, el bailar, el reír, el poner el cuerpo, el solidarizar, el estar en común. Nunca más diremos que hay
pobres, sino que hay muchas formas de ser ricos, una de ellas es la cultura. La cultura en común es juntar,
tejer, articular entre la diversidad de saberes, prácticas y expresiones. Practicar todas las culturas es el
des-cubrir los modos de los otros.
Red Latinoamericana de Arte para la Transformación Social: 15 proposiciones para el debate
Archivo Red latinoamericana de Arte para la Transformación social. Clic aquí.

Y de Bolivia nos viene una propuesta, aún más radical y política, practicar la interculturalidad, o sea
meterse con el otro, mixturarse con el otro, escuchar y practicar al otro, descolonizar la mirada, asumir la
mirada de los otros. En un taller sobre periodismo cultural creamos este manifiesto por la cultura en clave
intercultural (Tapia Anaya, 2013), esto es:
1. LUCHAR CONTRA LA COLONIALIDAD esto de “no valemos y que tenemos que desear lo
otro”, esto de una estructura del ascender socialmente excluyendo.
2. PRACTICAR EL DESCOLONIZAR para ver al otro desde otro lugar y desde el mirarme a mí.
3. SABER QUE LA DESCOLONIZACIÓN es múltiple, diversa y en flujo… no solo indígena…
sino mestiza, urbana, territorial.
4. LUCHAR CONTRA EL NINGUNEO y LA AUTONEGACIÓN, contra el de arriba codea al
de abajo, contra el que niega la madre, la lengua, la cultura.
5. DISPUTAR LAS ESTRUCTURAS Y FORMAS, el contar de otras maneras, con otras miradas
más oral-visuales que escritural, más de ritual que de razón; una lucha contra el paternalismo
letrado, ilustrado y cristiano.
6. QUERELLA DE HISTORIAS para evitar el peligro de una sola historia sobre lo que somos.
7. HISTORIAS DE RE-CONOCIMIENTO o esas en las que somos como somos, esas en las que
tenemos un papel en la existencia.
8. DEJAR DE SER JUEZ, para ser parte del proceso de reconstrucción y trabajar la propia
colonización personal/profesional para intentar ver la realidad con miradas distintas a la habitual.
9. UN GESTOR CULTURAL QUE NO DELEGA LA RESPONSABILIDAD… sino que
asume su posición política en la cultura que produce.

Terminemos este aparte con Gramsci, quien nos recuerda que las clases subalternas tienen su propia
visión del mundo y de la vida pero no está sistematizada como la de la clase dominante y que habitamos
una lucha cultural contra la clase dominante, ya que es en el terreno de la cultura donde se construye la
hegemonía a través de la construcción del sentido común.

Coolture es entretenimiento
La identidad podría pensarse desde dos perspectivas: una la densa que se construye a través de los “meta”
relatos y prácticas de memoria de cada identidad, esas de tradición larga y profunda. Pero hay otra
manera de ver la identidad, como algo inestable, en flujo, leve y en permanente “redefinición”; es la
identidad hecha de los relatos débiles, esos de los medios de comunicación y el orden del entretenimiento,
esos que se significan en el fútbol, las músicas, la fiesta, la televisión, las redes digitales, los videojuegos.
Estas identidades leves, fluidas y efímeras hacen que también sea muy político esto de la significación y
la asignación de sentido para vivir juntos.
Al final del siglo XX, las artes se han convertido en marginales a la vida cotidiana de los ciudadanos y las
identidades se expanden en discursos y prácticas de recuperación de la tierra, los territorios, las memorias,
los bailes, los rituales de lo propio. En el comienzo del siglo XXI se consolida como mainstream las
culturas del entretenimiento (Martel 2011); entonces, tener cultura es habitar el entretenimiento:
Hollywood (cine y series), pop (música), best sellers (libros), espectáculos (shows), moda, cocina,
turismo, deportes, parques temáticos, redes digitales, videojuegos. Las culturas juegan a entrar y salir del
orden del entretenimiento; las culturas del entretenimiento participan del juego político de la identidad,
practican la ironía y asumen la fusión y la mezcla como los modos políticos para existir.
La cultura mainstream (Martel 2011) hegemoniza el entretenimiento mundializado en música, cine,
televisión, videojuegos, parques temáticos, deportes. Sus criterios de calidad se basan en lo cool (lo más
emocional significativo), lo hip (la tendencia del momento), lo buzz (lo viralizado que hace más ruido), lo
fun (lo más divertido), lo being easy (lo más simple). Martel (2011) habla de una guerra cultural por el
softpower, por los sentidos de la cultura, una guerra por “el control de las imágenes y los sueños de los
habitantes del planeta”, por la cultura que se consume, por la cultura juvenil. Y esta guerra la gana los
Estados Unidos que produce más del 50% de las exportaciones culturales del mundo. Por eso, concluye,
que todos los habitantes de la tierra tenemos dos culturas: la propia y la estadounidense. Lo fuerte es que
los Estados Unidos no solo exporta sus productos culturales, también exporta su modelo de sociedad.
La coolture es la cultura común del siglo XXI. Esa del entretenimiento mundializado que establece como
criterio de gusto a lo cool. Más que de pensadores o intelectuales está guiada por “influencers” como
Oprah Winfrey y su discurso por la autonomía y el poder femenino, Beyoncé y su poder musical y de
política antirracista, Miley Cirus y su feminismo sexualizado, Maluma y su sexy ritmo, Neymar y su
modo de ir de fiesta mientras juega al futbol, el papa Francisco y el pepe Mujica con sus sonrisas
“humanas” y sus frases de “sentido común” que pregonan un dios o una democracia alegre para pobres y
jóvenes, Frida Kalho y cómo su arte se diluye ante su vida de sufrimiento convertido en texto pop.
El escenario de la coolture es la “media ecology” (la coolture habla, escribe –si escribir en redes es
escribir- en inglés), ese ecosistema hecho de pantallas, redes, internet, celulares, apps… que
pretenciosamente se autodenomina “transmedia & convergencia”. Los evangelizadores de la religión
cool son Hollywood, la música pop, los bestsellers, los parques temáticos, el fútbol, las series, los
videojuegos, las aplicaciones, las redes, las plataformas… apple, google, amazon, facebook, instagram,
twitter, snapchat, airbnb, uber… Sus valores juegan entre lo premoderno (sus creencias están en la
familia, la religión y el mercado, el control del sexo, la violencia y la fantasía) y lo conspirativo (Black
Mirror es su serie y Walter White (Breaking Bad) su ídolo ya que el mundo conspira contra el yo-
capitalista, ese del buenismo en sí mismo porque se milita en lo orgánico, lo vegano, los viajes).
Para comprender la coolture hay que leer Los bárbaros de Alessandro Baricco (2008) que nos dice que
esta nueva cultura se opone a la civilización letrada, ilustrada y moderna y que por eso practica la
superficie en vez de la profundidad, la velocidad en vez de la reflexión, las secuencias en vez del análisis,
la conexión en vez de la expresión, el multitasking en vez de la especialización, el placer en vez del
esfuerzo. Y se debería leer Cultura Mainstream de Frederick Martel (2011) que nos indica que hay una
guerra cultural por el softpower del entretenimiento (ya instalaron a Trump, ya viene Oprah). También
puede servir El puño invisible de Carlos Granés (2011) para saber cómo el mercado es tan sabio que
toda vanguardia la convierte en eslogan y estilo del consumo: contraculturales de la sociedad de consumo,
irónicamente en el consumo mismo.
La coolture tiene sus cooltos que orgullosamente se autodenominan milenials, hipster, nativos-digitales,
pragmáticos, like generation. Sujetos que viven en la selfie life, esa del yo en expansión o que Paula
Sibilia llama extimidad (intimidades en público). Mutantes, móviles, interactivos, fluidos, hipertextuales,
conectivos. Buscadores de experiencias como figura del sentido. Contraculturales del consumo en el
consumo al experimentar la diversidad normalizada. Despolitizados pero nueva eras de fórmulas de
felicidades instantáneas. Pregonan más que la autoridad, el derecho expresivo y de enunciación para
todos. Su filosofía es el pensar distraído más que pensar en uno mismo y la complejidad; su mantra es la
innovación y el emprendimiento, o el explótate a ti mismo en nombre del mercado. El resultado es una
sociedad donde las emociones son el capital, la terapia es el modo de vivir, todo es felicidades para
consumir. Todos, todas y tedes se definen por estar (bien)entretenidos, siendo el entretenimiento el
criterio que define lo que es de buen gusto.

Jurasic Park dialoga con The Walking Dead


El asunto no es moralista. No es de buenos ni malos, de virtuosos o pecadores. Es. Y solo nos quedan tres
posibilidades: comprender a los coolsture para explicarlos; dialogar con esa coolture; intervenirla para
que sea distinta; no como nosotros, sino distinta. Por eso, creo que hay que poner en diálogo freiriano (de
Pablo Freire), cada uno desde sus códigos, saberes y prácticas culturales, a Jurasic Park (nosotros los
modernos, letrados, ilustrados) con The walking dead (esos cools que se creen muy vivos pero son zombis
que siguen sus pantallas). Los zombis nos enseñan esos nuevos modos de contar, expresar, sentir y pensar
que pasa por los videojuegos, las redes, las aplicaciones, las músicas, los viajes, las comidas, el sexo-
fusión… y nosotros los jurásicos les contamos de historias, derechos, solidaridades, política, ideales.
Cada uno aprendemos de los otros para poder imaginar una sociedad más lenta, con más paciencia y más
crítica donde lo contracultural no sea “consumir contracultura” sino practicar el aburrimiento, el no-
consumo, el buen vivir (que es lo más cool de lo cool porque viene de la madre tierra, los saberes
ancestrales y los modos otros de gozar la vida llamados feminismos, nuevas sexualidades, lo indígena, lo
afro, lo oriental). También significa poner en diálogos sucios y diversos a las artes con las identidades,
practicar la interculturalidad e intervenir la coolture.
Para intervenir la COOLTURE
1. Comprender esta coolture para poder explicarla… perder el moralismo para ganar la
intervención.
2. Un diálogo freiriano entre Jurasic Park (nosotros los modernos) con The walking dead (los
jóvenes y sus potencialidades para liberarse del amo).
3. Asumir lo propio, el territorio y la identidad de uno como lugar de enunciación.
4. Inspirarse en los otros que nos habitan en lo afro, lo indígena, lo femenino y esa vitalidad juvenil
que es América Latina para practicar la interculturalidad.
5. Activar emocionalmente al ciudadano, convertirlo en ciudadano celebrity desde nuestras lógicas,
estéticas y políticas; más que copiar, bastardear el mainstream.
6. Recordar que la estética, los géneros y los formatos tienen ideología por lo tanto hay que
romperlos e intervenirlos estética y narrativamente.
7. Ser mutantes que ponen el cuerpo, hackean los poderes, remixean los saberes, disjayn los sentires
de una sociedad, bailan para resistir.
8. Recuperar lo popular, o sea tener qué narrar/contar, poner el cuerpo y bailar, ironizar el poder al
reír.
AUTORES DE REFERENCIA para comprender LA CULTURA en perspectiva siglo XXI:
@ 1936. WALTER BENJAMIN. La obra de arte en la época de la reproductibilidad
técnica. Concepto: Mas que preguntarnos por el pasado debemos comprender en qué nos estamos
convirtiendo, cuál es la mutación de la sensibilidad y el cambio de sensorium que estamos habitando.
@ 1987. JESÚS MARTÍN-BARBERO. De los medios a las mediaciones.
Concepto: Las relaciones inestables y ambiguas entre la cultura popular y la cultura de masas.
@ 1990. NÉSTOR GARCÍA CANCLINI. Culturas hibridas.
Concepto: Habitar la heterogeneidad de temporalidades, estéticas y relatos.
@ 2006. HENRY JENKINS. Fans, blogueros y video-juegos.
Concepto: Cómo son y qué hacen los nativos digitales.
@ 2008. ALESSANDRO BARICCO. Los bárbaros.
Concepto: Descripción de la mutación cultural que habita el siglo XXI.
@ 2011. FREDERICK MARTEL. Cultura Mainstream.
Concepto: Valores universales del entretenimiento que nos hacen ser made in USA.
@ 2011. CARLOS GRANÉS. El puño invisible.
Concepto: Las vanguardias y la contracultura son valores del mercado.
@ 2011. JORGE CARRIÓN. Telehakespeare.
Concepto: las series como la cultura del siglo XXI.
@ 2013. CARLLOS SCOLARI. Narrativas Transmedia.
Concepto: los nuevos modos de narrar en el nuevo ecosistema de pantallas digitales.
@ 2016. MARTÍN CAPARRÓS. Lacrónica.
Concepto: el recuerdo de una vez cuando la vida consistía en contar historias.

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