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SALMO 130
La confianza filial en Dios

1
Señor, mi corazón no es ambicioso,
ni mis ojos altaneros;
no pretendo grandezas
que superan mi capacidad;
2
sino que acallo y modero mis deseos,
como un niño en brazos de su madre.
3
Espere Israel en el Señor
ahora y por siempre.

NOTA INTRODUCTORIA
Nada de abstracto ni retórico en este breve salmo, del que se ha dicho que es el
más hermoso de la Biblia. Su contenido es límpido y llano, como el agua que mana de
una fuente. Su lenguaje, evocador y entrañable.

En el Oficio divino, un par de subsidios preceden al texto del salmo 130: el título,
escrito en caracteres rojos y la sentencia del nuevo Testamento, escrita en cursiva. El
primero señala la disposición interior idónea -el ethos- con la que acceder al poema: “po-
ner la confianza en Dios como los niños”. La segunda funda la posibilidad de cristificar
el salmo: “aprended de mí que soy manso y humilde de corazón”.1 En esta línea, el texto
tiene el encanto de presentarnos con suma sencillez la confianza en Dios, el abandono en
sus manos, la paz que experimenta aquel para quien Jesucristo lo es todo, lo dirige y
recapitula todo en la propia vida.

EL SALMO 130, ORACIÓN CRISTOLÓGICA Y MARIOLÓGICA


El salmo presenta un diálogo entre un yo y un tú. Si cristificamos el texto y, como
hacían frecuentemente los Padres, contemplamos en ese yo a Jesús y en ese tú a su Padre,
entonces el poema aparece como una expresión, inspirada por el Espíritu Santo, del aban-
dono confiado de Jesús, como una cierta prefiguración de su seguridad inquebrantable en
el amor fiel de su Padre. Para resaltar más y más esa acción paterna amorosísima, quiso
rebajar para Sí mismo los niveles de seguridad humana, escogiendo una cueva para nacer,
una aldea desconocida para vivir, un patíbulo para morir; pero tenía con Él al Padre.

En cuanto hebreo, Jesús debió escuchar de labios de su Madre -y cantar Él mismo-


este salmo en muchas ocasiones.2 Hoy, poner en labios de Jesús: Padre, mi corazón no
es ambicioso, ni mis ojos altaneros (...); es un modo de orar con la Escritura que nos
introduce en la humildad del Corazón de Cristo. El mismo que no rechaza la adoración
que le ofrecen los apóstoles en la barca tras haber calmado la tempestad con dominio
señorial, ese mismo se presenta ante su Padre como un niño en brazos de su madre, que

1
Cf. Mt 11, 29.
2
Cf. CCE 2599: “el Hijo de Dios hecho Hijo de la Virgen aprendió a orar conforme a su corazón de hom-
bre. Y lo hizo de su Madre que conservaba todas las “maravillas” del Todopoderoso y las meditaba en su
corazón”.
2

acalla y modera sus deseos.3 Este contraste apunta al misterio insondable de la humildad
de Cristo. Y, contemplando esta realidad, Agustín confesaba: “pero yo no era humilde,
no tenía a Jesús humilde por mi Dios, ni sabía de qué cosa pudiera ser maestra su fla-
queza”.4

Resulta, además, admirable la delicada intuición de Agustín de Canterbury (†604)


cuando, aludiendo a este salmo, afirma: “es la voz de santa María”.5 Y, por medio de esta
intuición, “marianiza” el salmo, es decir, consiente una relectura del poema inspirado en
clave mariológica. Ella, en efecto, se considera la esclava del Señor y, cierto día, en el
pórtico de la casa de su prima Isabel, afirmó que el Señor había mirado su humildad.
Señor, mi corazón no es ambicioso, ni mis ojos altaneros. De esta forma, la tradición de
la Iglesia nos abre una ventana a través de la cual podemos rezar con el salmo 130 y
contemplar las dimensiones de humildad y confianza en Dios, presentes en el misterio de
María.

LECTURA CELEBRATIVA DEL SALMO 130


Resulta enriquecedor apreciar el empleo que la liturgia hace de este salmo a lo
largo del año litúrgico en el Leccionario de la Misa.6 El salmo 130 consta como salmo
responsorial en las memorias de santa Mónica y santa Teresa de Lisieux, dos santas emi-
nentes la primera por su abandono confiado en Dios, y la segunda por su progreso en el
camino de la infancia espiritual. En ambos casos también, la respuesta de la asamblea a
los sentimientos de Mónica y Teresa, expresados en las palabras del salmo 130, cierra un
bucle perfecto: “guarda mi alma, Señor, junto a ti en la paz”.7

El salmo 130 muestra, de alguna manera, el rostro genuino de la vida cristiana,


entretejida de realidades ordinariamente prosaicas y, a la vez, traspasada por el abandono
filial en la providencia amorosa del Padre, en la paz serena del corazón. Nada extraño,
pues, que este salmo ejerciera una particular fascinación entre las almas santas. Juan
XXIII escribía: “he dejado hacer al Señor. Dios ha pensado en todo para mí”. Teresa de
Lisieux escribía también: “Dios me ha concedido todo cuanto yo he deseado, o mejor,
me ha hecho desear todo lo que Él me quería conceder”. San Josemaría Escrivá escribió:
“A veces, nos sentimos inclinados a hacer pequeñas niñadas. -Son pequeñas obras de
maravilla delante de Dios, y, mientras no se introduzca la rutina, serán desde luego esas
obras fecundas, como fecundo es siempre el Amor”.8

Se diría que esta theologia sanctorum, estas vivencias espirituales de los santos
y santas de Dios no son sino glosas particulares a este salmo, uno de los más cortos y
sencillos del Salterio. Hacerse niño, en el sentido de Cristo, es sinónimo de madurez en
la vocación cristiana.

3
Cf. Mt 14, 33: “los que estaban en la barca le adoraron diciendo: -«verdaderamente eres Hijo de Dios»”.
4
AGUSTÍN DE HIPONA, Confessiones 7, 18.
5
P. SALMON, Les 'Tituli psalmorum' des manuscrits latins, Paris, 1959, Serie II (Agustín de Cantorbery),
109, p. 91: “Vox Sanctæ Mariæ Vírginis et Matris Dómini nostri Iesu Christi”.
6
El salmo 130 no consta -ni como antífona de entrada ni como antífona de comunión- en ningún momento
del Misal Romano.
7
El Leccionario de la Misa presenta el salmo 130 en nueve ocasiones, y en todas ellas el estribillo es el que
acabamos de indicar, tomado del Ps 24, 20 iuxta Vulgatam.
8
JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino 859.
3

*** 000 ***

Tras las consideraciones precedentes, es fácil dirigirnos a Dios con palabras de


una antigua colecta sálmica, tomada de la serie Effice nos. El texto subraya un aspecto de
la meditación que la Iglesia ha venido haciendo sobre el salmo 130:

No consientas, Señor, que la soberbia del mundo


nos engría y convierta en arrogantes;
por el contrario, enséñanos, Tú,
que eres manso y humilde de corazón,
a complacerte mediante una vida humilde y grata a tus ojos.
Amén.9

Bibliografía
FACULTAD DE TEOLOGÍA - UNIVERSIDAD DE NAVARRA, Libros proféticos y sapienciales,
vol. 3, Eunsa, Pamplona 20052, 558-559.
J. C. NESMY, I Padri commentano il Salterio de la Tradizione, Gribaudi, Torino 1983,
719-723.
SAN JUAN PABLO II - BENEDICTO XVI, Vísperas con el Papa: la catequesis de Juan Pablo
II y Benedicto XVI sobre los salmos y canticos de vísperas, BAC, Madrid 2006,
ad loc.
F. M. AROCENA, Psalterium liturgicum, vols. I y II, Libreria Editrice Vaticana, Città del
Vaticano 2005, 466-467 y 110-111.
S. RINAUDO, I Salmi, preghiera di Cristo e della Chiesa, Elle Di Ci, Torino-Leuman 1987,
714-716.

9
F. M. AROCENA, Psalterium liturgicum, vol. I, Libreria Editrice Vaticana, Città del Vaticano 2005, n.
3237: Ne permittas nos exaltari in superbiis sæculi, omnipotens Pater, sed, qui mitis es et humilis corde,
doce nos humilibus tibi placidisque moribus consentire.

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