Está en la página 1de 8

Extraños en un tren: apuntes sobre

la convivencia de lenguas en textos literarios

Francisco Javier ÁVILA

Universidad Complutense de Madrid


fjavila@filol.ucm.es

Querido José Antonio:

Han pasado cinco años, y aquí estamos otra vez escribiéndote, con el
absoluto convencimiento de que nos escuchas. Nos escuchas porque te
escuchamos. Te escuchamos decir, por ejemplo:

La inserción en el cifrado de un texto literario de palabras o secuencias


tomadas de diversas lenguas extranjeras, constituye un particular artificio
discursivo que, desde sus iniciales apariciones en algunos géneros
literarios de la antigüedad grecolatina, ha venido presentando muy
diversas y variadas formas de manifestación en el devenir de las
tradiciones literarias occidentales.1

A algunas de esas muy diversas y variadas formas de manifestación del


plurilingüismo en literatura queremos dedicar estos minutos, aportando así unas
modestas notas a las sabias reflexiones que el propio José Antonio Mayoral
dedicó al asunto en sus Estructuras retóricas en el discurso poético de los siglos
XVI y XVII. En este libro nuestro querido amigo cita a Fernando de Herrera en
sus Anotaciones a Garcilaso:

Lícito es a los escritores de una lengua valerse de las voces de otra;


concédeseles usar las forasteras y admitir las que no se han escrito antes,
y las nuevas y las nuevamente fingidas, y las figuras del decir,
pasándolas de una lengua a otra. Y quiere Aristóteles que se admitan en
la poesía voces extranjeras, y que se mezcle de las lenguas para dar
gracia a lo compuesto y hacerlo más agradable, y más apartado del hablar
común. Porque, como él dice en el libro tercero de la Retórica, las
dicciones extrañas hacen que la oración parezca más grande […] porque
los hombres admiran las cosas extrañas y ajenas […].2

Los vocablos “extranjeros” de un texto suelen ser, en efecto, los extraños


en el tren de las palabras comunes, y a menudo brillan entre ellas como piedras
raras en un río cuyo lecho está repleto de piedras conocidas y desgastadas por el
paso de los siglos. Se abre así la vía que podríamos llamar, en el mejor de los
sentidos, artificiosa, que busca, como decía Herrera, “dicciones extrañas”, y
apartarse del habla común. José Antonio Mayoral estudió con detalle los diversos

1
J. A. Mayoral (2002), p. 13.
2
J. A. Mayoral (2002), pp. 15-16.
1
“grados de artificiosidad”3 en muy distintos textos de los Siglos de Oro, y aquí
aportaremos algunos otros casos, dentro y fuera de estas dos centurias.
Junto a esta vía “artificiosa” –que alguien podría asociar a lo culto y
“libresco”, a muchos libros en muchas lenguas, a escritores sabios que conocen
muchos textos y diversos idiomas y se sirven de ellos al componer– se podría
pensar en otra cuyo origen está en palabras que no se mezclan en los libros, sino
en las calles y las plazas, y en las vidas habladas de las gentes, y en esa mezcla
llegan al escritor, que las recoge de forma que su texto refleje esta convivencia de
lenguas. En el primer caso imaginamos a un poeta recogiendo de tal libro un
verso raro y peregrino que no entienden los hablantes comunes; en el segundo, al
escritor que en la calle escucha tres palabras ajenas a su lengua materna, y las
incorpora a lo que escribe porque le parecen imprescindibles para lo que quiere
crear. En seguida veremos que estas dos supuestas vías tienen mucho más en
común de lo que a primera vista pudiera parecer.
Por otro lado, que en un texto aparezcan palabras en más de una lengua no
ha de sorprendernos en España. Pensemos en las jarchas: nos han llegado en
moaxajas árabes o hebreas, posiblemente porque sus autores quedaron
impresionados ante la belleza de ciertas cancioncillas entonadas por muchachas
mozárabes, y decidieron escribir sus poemas para cerrarlos en lengua romance
con aquellas palabras. Esto nos lleva a interesarnos no sólo por las
manifestaciones plurilingües en los propios textos literarios, sino además por las
situaciones, actitudes o procesos a partir de los cuales se han producido estas
peculiares mezclas. El singular científico y escritor alemán Georg Christoph
Lichtenberg escribió en el siglo XVIII, entre otros muchos, el siguiente aforismo:
“En realidad fui a Inglaterra para aprender a escribir en alemán”4. El paradójico
pensamiento de Lichtenberg captó con brillantez lo que Goethe formuló de otra
forma: “ningún monolingüe llega a conocer verdaderamente la propia lengua”; lo
cita María Amalia Barchiesi5, que también aporta a través de Julia Kristeva unas
palabras de Mallarmé, quizás con un punto muy mallarmeano de desmesura:

Acaso no parece a primera vista que, para percibir un idioma y abarcarlo


en su conjunto, sea preciso conocer todos los que existen e incluso
aquellos que existieron.6

Unas décadas más tarde, el peruano César Vallejo, exiliado en París, va a


expresarse en términos no muy distintos:

¿No será que las palabras que debían servirme para expresarme […]
estaban dispersas en todos los idiomas de la tierra y no uno solo de
ellos?7

El niño grande deslumbrado con las palabras al que llamamos “escritor”, o


“escritora”, se maravilla ante los nuevos términos de una segunda, tercera, o
cuarta lengua. Sopesa esas nuevas palabras, acaricia su textura, las compara con

3
J. A. Mayoral (2002), p. 14.
4
G. Ch. Lichtenberg (1989), p. 164.
5
M. A. Barchiesi (2010), pp. 21-22.
6
M. A. Barchiesi (2010), p. 22. Sobre plurilingüismo y literatura véase también
L. Forster (1970) y G. Steiner (1998), pp. 105-132.
7
M. A. Barchiesi (2010), p. 49.
2
las palabras viejas que conoce, y aspira a fabricar palabras nuevas y brillantes con
todas, las nuevas y las viejas. También se maravilla ante los vínculos –fónicos,
morfosintácticos y semánticos– que se establecen entre estas nuevas palabras,
experimenta con esos vínculos, juega con “las figuras del decir –como diría
Herrera–, pasándolas de una lengua a otra”. Puede estudiarse el fenómeno en
escritores perfectamente bilingües, pero también en quienes, perdiendo el cómodo
hogar de su lengua materna, han querido o han debido enfrentarse a la intemperie
de un idioma distinto. Hablamos del cómodo hogar de la lengua materna, y acaso
no siempre sea así. Es cierto que el escritor puede sentirse en casa con la lengua
de sus mayores, pero también lo es que quien contempla su propia lengua como
un territorio problemático, abierto a experimentaciones que a veces desembocan
en territorios inexplorados, no se siente jamás del todo en casa, porque tiene la
suerte o la desdicha de percibir en lo habitual lo extraordinario, y de ver en lo
extraordinario una apabullante normalidad que los demás no ven. De esta forma
la sensación de extrañeza derivada de la inmersión en una lengua nueva no es el
punto opuesto a la comodidad de la lengua de la niñez, sino el llevar a las últimas
consecuencias la sensación de extrañeza, inestabilidad o vulnerabilidad, también
de aventura, que ya se percibía en la propia lengua. Esta puerta abierta a las
aventuras literarias y a las experimentaciones conduce a una tercera vía de
convivencia entre lenguas: a veces los seres extraños que son los términos
extranjeros de un texto se disfrazan de seres “normales”, pierden su forma rara
pero conservan la rareza por dentro: estamos ante muchos tipos de calcos
semánticos, ante asociaciones inesperadas que tienen su raíz en una lengua ajena a
aquella en la que se formulan, en suma, ante maneras de ensanchar o enriquecer
una lengua –los puristas acaso dirían corromperla, y es cierto que hay siempre
terrenos peligrosos–, pero digamos ensanchar o enriquecer una lengua con
aportaciones, más o menos palpables, más o menos secretas, de otras.
Citaremos ahora algunos ejemplos de los caminos que hemos presentado.

2. Primera vía
Hemos hablado de una primera vía “artificiosa” y “libresca”. En los
orígenes de la lírica europea, artificiosa puede considerarse una composición,
“Era quan vey verdejar”, del trovador Raimbaut de Vaqueiras 8, con la primera
estancia en provenzal, la segunda en italiano, la tercera en francés, la cuarta en
gascón y la quinta en gallegoportugués; para colmo del artificio la sexta estrofa,
de cierre, recupera las cinco lenguas con dos versos cada una, hasta llegar a las
diez líneas. Lo curioso es que semejante precisión se despliega en lo que es nada
menos que un descort, es decir, un poema que muestra el desconcierto del poeta-
amante, aunque esta vez no sea confusión de números poéticos sino de las lenguas
utilizadas. Mucho habría que decir sobre el descort y su poética9, pero sigamos
adelante y tracemos en esta vía artificiosa un puente de muchos siglos, del XII de
Raimbaut de Vaqueiras al XX o XXI con un poeta vivo de más de ochenta años,
Aquilino Duque, en una forma poética también de origen provenzal, y artificiosa
como pocas: la sextina. En la antología titulada Sextinas, publicada por la
editorial Hiperión en 2011, se ofrece un deslumbrante cortejo de esas
composiciones, y como muestra de las sextinas plurilingües se incluye una

8
M. de Riquer (2011), pp. 840-842.
9
F. J. Ávila (1994), pp. 707-746.
3
compuesta por Duque en 1981, “Un canto solo va a ser nuestro canto”, que se
reparte entre italiano, castellano y portugués10.
Un par de casos más en esta vía. Puede parecer libresco y artificioso
poner un título en latín a un poema castellano. Lo hizo Garcilaso para
experimentar con la oda horaciana, y tituló la mal llamada “Canción Quinta” con
palabras latinas, “Ode ad Florem Gnidi” –ya saben: “Si de mi baja lira / tanto
pudiese el son…”11–, una oda a la flor de Gnido, que es una dama y es más cosas;
parece título sabio y serio, y es la primera ironía de una composición que aúna el
saber y la retranca, la sorna y la honda sensibilidad. Más de cuatro siglos
después, otro poeta puso un título latino a un poema en español. Es Jaime Gil de
Biedma; el título latino del poema es “De vita beata”, y estas tres palabras nos
llevan por la vía libresca y vital a Séneca, y también a Horacio o Fray Luis. Sólo
ocho versos siguen al título latino; como son pocos podemos leerlos:

De vita beata

En un viejo país ineficiente,


algo así como España entre dos guerras
civiles, en un pueblo junto al mar,
poseer una casa y poca hacienda
y memoria ninguna. No leer,
no sufrir, no escribir, no pagar cuentas,
y vivir como un noble arruinado,
entre las ruinas de mi inteligencia.12

3. Segunda vía
Vayamos ya a la segunda vía. El escritor no reúne en sus textos palabras
de la lengua A y la B, que estaban separadas en los libros, sino que refleja la
convivencia de lenguas que se produce en lugares, situaciones o conciencias. La
famosa frase de Stendhal presenta a la novela como espejo que se pasea a lo largo
del camino, y si en el camino conviven las lenguas, también en las novelas
convivirán. Aportaremos tres ejemplos entre muchos que podrían citarse.
Primero: Rayuela de Cortázar. El mundo plurilingüe de París invade la
mente de Oliveira. La historia de un paraguas roto es en el fondo una historia rota
de amor, y como eco del francés de la calle suenan, aún con cierto saborcillo
libresco, palabras francesas de Jean de Joinville:

[…] Y en el fondo del barranco [el paraguas] se hundió como un barco


que sucumbe al agua verde, al agua verde y procelosa, a la mer qui est
plus félonesse en été qu’en hiver, a la ola pérfida, Maga […].13

En otro momento, los traviesos gatos de la Maga aparecen por calles o


casas en diversos idiomas caseros o callejeros, y por alguna razón parecen primos
de los gatos de Baudelaire:

[…] y los gatos, siempre inevitablemente los minouche morrongos


miaumiau kitten kat chat cat gatto grises y blancos y negros y de albañal,

10
Ch. Arellano, J. Munárriz, S. Rhei, eds. (2011), pp. 280-281.
11
Garcilaso de la Vega (1981), pp. 203-215.
12
J. Gil de Biedma (1990), p. 137.
13
J. Cortázar (1984), p. 121.
4
dueños del tiempo y de las baldosas tibias, invariables amigos de la Maga
que sabía hacerles cosquillas en la barriga y les hablaba un lenguaje entre
tonto y misterioso, con citas a plazo fijo, consejos y advertencias.14

Posiblemente ese lenguaje misterioso era el que también buscaba Cortázar.


Segundo ejemplo: La conexión Bellarosa (1989), una novela corta del
judío norteamericano Saul Bellow. El mundo de los judíos europeos que
aprenden una lengua tras otra a medida que huyen del nazismo, de país en país;
cruzan el Atlántico: Cuba, Estados Unidos. Cito: “Fonstein añadió rápidamente el
español y el inglés a su polaco, su alemán, su italiano y su yiddish” 15. Cuando
Fonstein conoce en Nueva York a la señora Hamet, una cincuentona tuberculosa,
no puede no asociarla a una collera de caballo, porque khomet en yiddish significa
“collera de caballo”16; es decir, la realidad se filtra a través de una lengua distinta,
y se contempla por tanto de distinta manera; Fonstein pensará no en la señora
Hamet sino en la señora Collera17. A lo largo de la novela van surgiendo palabras
no inglesas que son el reflejo de un mundo que se vive en más de un idioma.
Ejemplo tercero. Releo estos días La casa sin palabras, una novela de
nuestro amigo Ángel García Galiano, aquí presente. Posguerra española;
emigrantes manchegos en Guinea Ecuatorial. Las palabras africanas irrumpen en
la novela porque resonaron con fuerza, como las divinas y misteriosas palabras de
Valle-Inclán, en los oídos de aquellas mujeres y aquellos hombres. No sé si
pronuncio bien o mal, y eso es parte del juego: “Meküa mboka, me nanga mboka:
He abandonado mi morada y a mi morada he regresado”18.
Pero no sólo las novelas recogen las palabras que viven juntas en el aire.
La poesía, que según Cortázar no sólo es hermana del cuento sino que debe
invadir la novela19, también refleja palabras que conviven en las plazas públicas.
Aquí podrían volver a citarse casos de Garcilaso y Gil de Biedma que han de
quedar para otra ocasión. Vayamos al judío rumano –Czernowitz, la Bucovina–
de lengua alemana Paul Celan. En De umbral en umbral –Von Schwelle zu
Schwelle– titula un poema de la tercera y última sección del libro, “Hacia la isla”
–“Inselhin”–, con una extraña palabra hebrea, “Schibboleth” –“Shibboleth”–, que
según el relato bíblico (Reyes, 12, 5 y ss.) tuvo una trágica utilidad, porque los
vencedores gileaditas obligaban a pronunciarla a quienes se encontraban para
reconocer a los derrotados efrainitas en fuga, que no eran capaces de pronunciarla
bien –si- en lugar de shi–; a todo aquel que fracasaba en aquella tarea lingüística
“lo degollaban junto a los vados del Jordán”. En el poema de Celan se recuerdan
–señala su traductor, Jesús Munárriz20– las revoluciones obreras de 1934 en
Austria y en España, y entre palabras alemanas aparece en castellano el “No
pasarán” de Madrid en 1936. El texto se cierra con una misteriosa mención, en
español también, de Extremadura. Cito los versos finales:

[…] […]
Herz: Corazón:

14
J. Cortázar (1984), p. 146.
15
S. Bellow (1991), p. 26.
16
S. Bellow (1991), p. 24.
17
S. Bellow (1991), p. 25.
18
Á. García Galiano (2012), p. 11.
19
J. Cortázar (1994), vol. II, pp. 222-224 y 367-369.
20
P. Celan (1994), p. 119.
5
gib dich auch hier zu erkennen, date a conocer también aquí,
hier, in der Mitte des Marktes, aquí, en el centro del mercado.
Ruf’s, das Schibboleth hinaus Grita el Shibboleth,
in die Fremde der Heimat: grítalo hacia lo extranjero de la patria:
Februar. No pasaran. Febrero. No pasarán.

Einhorn: Unicornio:
du weiβt um die Steine, tú sabes de las piedras,
du weiβt um die Wasser, tú sabes de las aguas,
komm, ven,
ich führ dich hinweg yo te llevaré de aquí
zu den Stimmen hacia las voces
von Estremadura. de Extremadura.21

Para terminar esta vía segunda sólo una mención rápida de la


norteamericana Sylvia Plath en Ariel. El poema “Daddy” –“Papi”, “Papaíto”– es
la construcción poético-ficcional de la relación problemática de una hija –que no
es exactamente Sylvia Plath– con un padre de origen alemán, asociada a la
problemática relación con otro hombre o esposo problemático. Las palabras
alemanas brotan entre el inglés:

[…] […]
I used to pray to recover you. Solía rezar para recuperarte.
Ach, du. Ach, du.
[…] […]
I could never talk to you. Nunca me pude dirigir a ti.
[…] […]
ich, ich, ich, ich, ich, ich, ich, ich,
I could hardly speak. apenas lograba hablar.22

4. Tercera vía y conclusión


Para la tercera vía apenas tenemos tiempo. Dos o más lenguas conviven
sigilosamente; a primera vista sólo percibimos una, y sin embargo, por dentro una
se renueva con sangre de la otra. El gran interés de este camino reside justamente
en su discreción. También en el hecho de que se intenta sacar partido estético en
los textos literarios de lo que en la lengua común a menudo funciona como un
cáncer que devora nobles palabras o construcciones para cambiarlas por las de
una lengua poderosa y omnipresente. Son los “falsos amigos” semánticos o
sintácticos. Gracias a las malas traducciones de películas y series, las adolescentes
ya no son “amigas íntimas” sino “mejores amigas”, es decir, “best friends”; por
las traducciones apresuradas de las agencias de noticias los cambios son
“dramáticos” –“dramatic changes”– y no radicales; aun así habrá quien diga que
los idiomas están vivos y tienen derecho a desplazarse hacia donde los lleven los
hablantes o la industria audiovisual. Pero los escritores se baten en otro terreno y
beben de otras lenguas, no para erosionar o destruir la suya, sino para renovarla.
Y esto desde antiguo. La sintaxis latina es uno de los grandes motores del cambio
en los versos de Góngora, y ya antes en los de Garcilaso, o en la prosa de La
Celestina. Léxicamente una buena muestra de la imbricación entre lenguas son
los cultismos: un término castellano recoge una acepción latina que se suma a su

21
P. Celan (1955), pp. 94-97.
22
S. Plath (1985), pp. 112-113.
6
significado habitual; esconde por tanto una palabra latina bajo la castellana;
cuando Garcilaso habla de “Leandro el animoso” (soneto XXIX)23, en ese
adjetivo subyace una trágica ironía: Leandro tiene ánimos para llegar hasta Hero
nadando cueste lo que cueste, pero en latín el animoso por antonomasia, el que de
verdad tiene “animus” y puede soplar terriblemente es el viento, y es el “animoso
viento” –“Ode ad Florem Gnidi”, v. 4– el que levantará las olas que acabarán con
la vida del bueno de Leandro; estos detalles son pequeños regalos casi secretos,
para lectores familiarizados con los clásicos latinos. Pero los mecanismos de
transacciones o imbricaciones entre lenguas siguen vivos hoy, a menudo de forma
más explícita. El amante poeta suplica en un soneto a su díscola amante que “le
llame p’atrás”, pues en inglés “she must call him back”; el poeta viajero detecta
que el oriental Jimmy “ha caído en amor con una foca”, porque en inglés “he has
fallen in love with someone”; Carolina, la brillante investigadora brasileña que
vive en París escribe sobre “longas deambulaciones en busca de trabajo”, sobre
“idas y regresos a la casa maternal”, y afirma que “después de reverlo, Tess
desestabilízase totalmente”; el joven nigeriano declara que “Mi llamo es
Christopher y mi llamo de mi familia es Kamalú”, y concluye que “Ese es el
mucho por ahora”. El poeta lo escucha todo con suma atención, y se pregunta si
los errores son hallazgos. El idioma vive y se ensancha en contacto con otros.
Por otra parte, eso que llamamos “realidad” es un galimatías enrevesado y
paradójico. En un tiempo los escritores salían a países más o menos lejanos para
encontrarse con las extrañas palabras, porque en muchos casos –no siempre– el
país de origen se asociaba a un territorio homogéneo donde cabían pocas
sorpresas. Las cosas han cambiado. Hoy en día en la vieja Europa, y en concreto
en la antaño monolítica España, las extrañas palabras llaman a nuestras puertas,
llenan nuestros metros e inundan nuestras escuelas; la gran ensalada lingüística
que asociábamos a París, Londres o Nueva York ha inundado Madrid, Barcelona,
Alicante, Getafe o Sant Cugat del Vallès. Las extrañas palabras están aquí,
viviendo con nosotros, recordándonos antiguos tiempos en lejanos países, e
invitando cada día a cada escritor a que les abra paso en lo que escribe, o a que
sopese y contemple las viejas palabras de siempre a la luz o destello sonoro de los
términos nuevos, que han venido a forjar un mundo más complejo y más rico.

Vamos a terminar, querido José Antonio, con uno de esos breves poemas
que se encuentran por la calle, en los bancos de ciertos parques, en trenes o
autobuses donde nos encontramos casi sin saberlo. Un breve poema que algo
tiene que ver con lo que venimos comentando y lleva el mismo título: “Extraños
en un tren”, de forma que en este tren o este río incesante del arte y la literatura se
recogen o se traducen las palabras –Strangers on a Train– que dieron título a la
novela de Patricia Highsmith y a la famosa película de Hitchcock. Y tiene algo
que ver con lo que venimos diciendo porque en el pequeño tren del poema viven
seres casi desconocidos y algunos extraños términos. En fin, ahí va el poemita,
José Antonio. A ver qué te parece.

Extraños en un tren

Bella la mano entre sus piernas,


como una flor entre las manos
heridas del invierno.

23
Garcilaso de la Vega (1981), pp. 142-144.
7
Bella la forma de decir: “No tengo apenas nada”.
Bella la triste mueca, la coleta rebelde, la juventud sin tacha, la ilusión
del futuro.
What a surprise! Quelle surprise! Bellissima
miseria!
Y si mañana
hubiera que morir,
mejor dejarlo escrito en esta noche.

OBRAS CITADAS

ARELLANO, Chús, Jesús MUNÁRRIZ y Sofía RHEI, eds.: Sextinas. Pasado y


presente de una forma poética. Madrid, Hiperión, 2011.
ÁVILA, Francisco Javier: El texto de Garcilaso: métrica, poética y contexto
literario. Tesis doctoral, City University of New York, 1992, Ann Arbor,
UMI, 1994.
BARCHIESI, María Amalia: Borges y Cortázar: lo fantástico bilingüe. 1ª ed. rev.
Roma, Aracne, 2010.
BELLOW, Saul: La conexión Bellarosa. Trad. de José Manuel Álvarez Flórez.
Barcelona, Península, 1991 [1989].
CELAN, Paul: De umbral en umbral. Trad. de Jesús Munárriz. 2ª ed. Madrid,
Hiperión, 1994 [1955].
CORTÁZAR, Julio: Obra crítica. Ed. de Jaime Alazraki. Madrid, Alfaguara, 1994,
3 vols.
CORTÁZAR, Julio: Rayuela. Ed. de Andrés Amorós. Madrid, Cátedra, 1984
[1963].
FORSTER, Leonard: The Poet’s Tongues: Multilingualism in Literature.
Cambridge / Dunedin, Cambridge University Press / University of Otago
Press, 1970.
GARCÍA GALIANO, Ángel: La casa sin palabras. Madrid: Dhyana Arte, 2012.
GARCILASO DE LA VEGA: Obras completas con comentario. Ed. de Elias L.
Rivers. Madrid, Castalia, 1981 [1543].
GIL DE BIEDMA, Jaime: Volver. Ed. de Dionisio Cañas. Madrid, Cátedra, 1990.
LICHTENBERG, Georg Christoph: Aforismos. Selección, traducción, prólogo y
notas de Juan Villoro. México, FCE, 1995 [1902-1908].
MAYORAL, José Antonio: Estructuras retóricas en el discurso poético de los
siglos XVI y XVII. Valencia, Tirant lo Blanc, 2002.
PLATH, Sylvia: Ariel. Trad. de Ramón Buenaventura. Madrid, Hiperión, 1985
[1965].
RIQUER, Martín de: Los trovadores. Historia literaria y textos. Prólogo de Pere
Gimferrer. Barcelona, Ariel, 2011 [1975].
STEINER, George: Errata. El examen de una vida. Trad. de Catalina Martínez
Muñoz. Madrid, Siruela, 1998 [1997].

También podría gustarte