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Si esto es un hombre.
“Aquí estaba, ante nuestros ojos, bajo nuestros pies, uno de los famosos
trenes de guerra alemanes, los que no vuelven, aquéllos de los cuales,
temblando y siempre un poco incrédulos, habíamos oído hablar con
tanta frecuencia. Exactamente así, punto por punto: vagones de
mercancías, cerrados desde el exterior, y dentro hombres, mujeres,
niños, comprimidos sin piedad, como mercancías en docenas, en un
viaje hacia la nada”
“Pocos son los hombres que saben caminar a la muerte con dignidad, y
muchas veces no aquéllos de quienes lo esperaríamos. Pocos son los
que saben callar y respetar el silencio ajeno.”
“Entonces por primera vez nos damos cuenta de que nuestra lengua no
tiene palabras para expresar esta ofensa, la destrucción de un hombre.
En un instante, con intuición casi profética, se nos ha revelado la
realidad: hemos llegado al fondo. Más bajo no puede llegarse: una
condición humana más miserable no existe, y no puede imaginarse. No
tenemos nada nuestro: nos han quitado las ropas, los zapatos, hasta
los cabellos; si hablamos no nos escucharán, y si nos escuchasen no
nos entenderían. Nos quitarán hasta el nombre: y si queremos
conservarlo deberemos encontrar en nosotros la fuerza de obrar de tal
manera que, detrás del nombre, algo nuestro, algo de lo que hemos
sido, permanezca.”
“Sabemos que es difícil que alguien pueda entenderlo, y está bien que
sea así, pero pensad cuánto valor, cuánto significado se encierra aun
en las más pequeñas de nuestras costumbres cotidianas, en los cien
objetos nuestros que el más humilde mendigo posee: un pañuelo, una
carta vieja, la foto de una persona querida. Estas cosas son parte de
nosotros, casi como miembros de nuestro cuerpo; y es impensable que
nos veamos privados de ellas, en nuestro mundo, sin que
inmediatamente encontremos otras que las substituyan, otros objetos
que son nuestros porque custodian y suscitan nuestros recuerdos.
“—Ruhe, Ruhe!
Entiendo que me imponen silencio, pero la palabra es nueva para mí, y
como no conozco su sentido y sus complicaciones, mi inquietud
aumenta. La confusión de las lenguas es un componente fundamental
del modo de vivir aquí abajo; se está rodeado por una perpetua Babel
en la que todos gritan órdenes y amenazas en lenguas que nunca se
han oído, y ¡ay de quien no las coge al vuelo! Aquí nadie tiene tiempo,
nadie tiene paciencia, nadie te escucha; los que hemos llegado últimos
nos reunimos instintivamente en los rincones, contra las paredes, para
sentirnos con la espalda materialmente resguardada.”
“En este lugar, lavarse todos los días en el agua turbia del inmundo
lavabo es prácticamente inútil a fines de limpieza y de salud; pero es
importantísimo como síntoma de un resto de vitalidad, y necesario como
instrumento de supervivencia moral.”
“Nosotros nos miramos unos a otros desde las camas, porque todos
sentimos que esta música es infernal.
Los motivos son pocos, una docena, cada día los mismos, mañana y
tarde: marchas y canciones populares que les gustan a todos los
alemanes. Están grabadas en nuestras mentes, serán lo último del
Lager que olvidemos: son la voz del Lager, la expresión sensible de su
locura geométrica, de la decisión ajena de anularnos primero como
hombres para después matarnos lentamente.”
“tienen las almas muertas y la música los empuja, como el viento a las
hojas secas, y es un sustituto de su voluntad. La voluntad ya no existe:
cada latido se convierte en un paso, en una contracción refleja de los
músculos deshechos. Los alemanes lo han conseguido. Son diez mil y
son sólo una máquina gris: están determinados exactamente; no
piensan y no quieren, andan.”
“También los del Ka-Be conocen este ir y volver del trabajo, la hipnosis
del ritmo interminable que mata el pensamiento y calma el dolor; lo han
experimentado y volverán a experimentarlo. Pero es preciso salir del
encantamiento, oír la música fuera como ocurría en el Ka-Be o como la
recordamos ahora, luego de la liberación y el renacimiento, sin
obedecerla, sin sufrirla, para comprender lo que era; para comprender
por qué calculada razón los alemanes habían creado este mito
monstruoso y por qué, todavía hoy, cuando la memoria nos restituye
alguna de aquellas inocentes canciones, se nos hiela la sangre en las
venas y nos damos cuenta de que haber vuelto de Auschwitz no ha sido
suerte pequeña.”
“El Ka-Be es el Lager sin las incomodidades materiales. Por eso, al que
todavía le queda un germen de conciencia, allí la recupera; porque
durante las larguísimas jornadas ya vacías se habla de otra cosa que
de hambre y de trabajo, y llegamos a reflexionar en qué hemos sido
convertidos, cuánto nos han quitado, qué es esta vida. En este Ka-Be,
paréntesis de relativa paz, hemos aprendido que nuestra personalidad
es frágil, que está mucho más en peligro que nuestra vida; y que los
sabios antiguos, en lugar de advertirnos «acordáos de que tenéis que
morir» mejor habrían hecho en recordarnos este peligro mayor que nos
amenaza. Si desde el interior del campo algún mensaje hubiese podido
dirigirse a los hombres libres, habría sido éste: no hagáis nunca lo que
nos están haciendo aquí.”
Impromptu
Basta
Espacios
Alguien
La cama se comparte.
La almohada no.
El prisionero francés
En el muro de un KZ Lager
apócrifo
1
Debido a que todos se fueron.
II
Oh, ustedes que saben
¿Sabían que el hambre hace brillar los ojos
y la sed los opaca?
Oh, ustedes que saben
¿Sabían que uno puede ver a su madre muerta
y permanecer sin lágrimas?
Oh, ustedes que saben
¿Sabían que en la mañana uno quiere morir
y en la tarde uno tiene miedo?
Oh, ustedes que saben
¿Sabían que las piernas son más vulnerables que los ojos,
los nervios más duros que los huesos,
el corazón más sólido que el acero;
sabían que las piedras del camino no lloran
que no sólo hay una palabra para el espanto,
una palabra para la angustia,
¿Sabían que el sufrimiento no tiene límite,
el horror no tiene frontera?
¿Lo sabían,
ustedes que saben?
LOS VIVOS PARA PERDONARLES QUE ESTÉN VIVOS
que os va mal
que os va regular
tan anónimos
tan diversos
cómo perdonaros
cómo
cómo
Os lo suplico
haced algo
aprended un paso
una danza
al final
y vosotros vivierais
.* * * *
Vuelvo
* * * *
Y después de todo
en esas historias
si llegáis a creer
a esos espectros que vuelven
que vuelve
explicar cómo.
y no derramar lágrimas?
ni el horror frontera?
Lo sabíais
para millones
un lugar sin nombre.
hacia lo innombrado
y su gran asombro
Hoy se sabe
es Auschwitz
Se sabe eso
“La ciudad por la que pasábamos era una ciudad extraña. Las mujeres llevaban
sombrero sobre el cabello peinado en bucles. Llevaban también zapatos y medias
como en las ciudades. Ninguno de los habitantes de la ciudad tenía rostro y para
no confesarlo todos volvían la espalda a nuestro paso incluso un niño que llevaba
en la mano una lata de leche tan alta como sus piernas de esmalte violeta y que
huyó al vernos. Mirábamos a aquellos seres sin rostro y éramos nosotras las
asombradas. Estábamos también desilusionadas esperábamos ver frutas y
hortalizas en los comercios. Pero no había tiendas sólo escaparates en los que
hubiera querido reconocerme entre las figuras reflejadas en el vidrio. Levanté un
brazo pero todas querían reconocerse todas levantaron el brazo y ninguna supo
cuál era ella. El reloj de la estación marcaba la hora nos sentimos felices al verla
la hora era cierta y aliviadas al llegar a los silos de remolacha en los que íbamos a
trabajar al otro lado de la ciudad que habíamos atravesado como una oleada de
malestar matinal.” (Charlotte DELBO : Auschwitz y después I. Ninguno de
nosotros volverá. Ed. Turìal. 2004 (1ª edi. 1965). Pág. 125-126)
hacia nosotras, nos mira. ¿Sabe cuánto nos angustia que nos mire?
Pasa.
Recuperamos la respiración.
“Dos SS habían venido a buscar a Lily por la mañana. Estaba de pie delante de
una balanza. Pesaba tierra en unos cubiletes y anotaba el peso de cada cubilete
en una hoja. Los SS habían dicho su nombre en voz alta desde el umbral. Ella
había dejado de pesar, había anotado una cifra más y había preguntado en
alemán:
-¿Yo? -Lily hablaba alemán muy bien.-¡Komm [ven]! -había dicho uno de los SS.
-¿Ahora?
-Ja. Schnell.
Sí, tú, deprisa. Lily se había quitado la bata. Una compañera la había ayudado.
Era una bata de auxiliar de laboratorio abotonada por detrás. Por la mañana nos
ayudábamos unas a otras a abrochar todos aquellos botones a lo largo de la
espalda y por la tarde a desabrocharlos. Lily se había quitado la bata. Debajo, su
vestido de rayas bien limpio, bastante ajustado, un poco corto incluso. Lily tenía
veinte años. Su coquetería desafiaba la cautividad. Se había acortado el vestido
de rayas.
Los SS tenían prisa pero no se mostraban violentos. Los impresionaba estar en un
laboratorio donde todo les parecía científico y complicado, ver a las químicos con
bata blanca y gestos exactos, el silencio, la atmósfera de seriedad. ( ... )
Los jardineros venían cada mañana desde el campo de los hombres a trabajar en
el jardín. Nos estaba prohibido hablarles. Pero, naturalmente, les hablábamos. (
... )
Algunas tenían entre ellos un amigo, incluso un novio. Como Lily. Su novio era
polaco. Se habían hecho novios intercambiando miradas cuando él se inclinaba
sobre las plantas. Se habían hecho novios intercambiando palabras sin mirarse,
sin que pareciera que hablaban: podía presentarse el SS y sorprenderlos. Era
para él, para su novio, para quien se arreglaba Lily. Cuando salía del laboratorio
con una cesta de raíces que fingía llevar a alguna parte, después de haber
divisado a su novio por la ventana y haber visto que se arrodillaba junto a una
cajonera, justo al borde del camino por el que iba a pasar ella, Lily se colocaba
sobre el vestido un cuello blanco que guardaba oculto en el escote. Estaba
prohibido ponerle cuello blanco al vestido de rayas. Encontrar un trozo de tela
para hacer un cuello, hilo y aguja, era una empresa difícil y complicada, pero
existía una verdadera cadena entre el taller de confección que había en el campo
de los hombres -con presas que trabajaban para las SS- y el laboratorio; el
destacamento de jardinería era uno de los eslabones de esa cadena.
En la carta de Lily a su novio había una frase: "Somos como plantas llenas de vida
y de savia, como plantas que podrían brotar y vivir, y no puedo evitar pensar que
esas plantas no van a vivir".
“No puedo mirar a la gente sin indagar en su rostro. Es así desde mi regreso.
Indago en sus labios, en sus ojos, en sus manos. A sus ojos, a sus labios, a sus
ma-nos, les pregunto. Ante cualquiera que encuentre, me pregunto: ¿me habría
ayudado a caminar éste?, ¿me habría dado aquél un poco de su agua? Indago en
toda la gente que veo: viandantes, desconocidos, el cartero, los amigos de antes,
la vendedora; indago en todos, en todas partes, en cualquier sitio, en todos
aquellos con quienes me rozo, o a quienes eludo o fre-cuento a lo largo de la vida.
No puedo evitar mirarlos e indasar. Así es como divido a la &ente desde que
regresé. De algunos sé a primera vista que no me ha-brían ayudado a caminar,
que no me habrían dado un sorbo de agua, y no necesito que hablen para saber
que su voz es falsa y son falsas sus palabras. A éstos los sigo escrutando aunque
haya leído de inmediato su respuesta. Indago en ellos con desesperación por lo
mucho que desearía que fuesen de los que me habrían ayudado, por lo mucho
que desearía poder amarlos: mi padre, cuando volví... Intento descubrir en un
pliegue de sus labios, en un destello involuntario de su mirada un signo de
posibilidad. Lo intento con desesperación. Sus labios, sus ojos se mantienen ava-
ros. Ellos también... ¿Entonces quién? ¿Quién me queda? Y sigo indagando.
Aquellos de los que sé a primera vista que me habrían ayudado a caminar son tan
pocos... Me digo que soy una estúpida. Ya no ne-cesito que me ayuden a caminar,
ya no necesito que me den de beber, ya no necesito que nadie comparta su pan
conmigo. Eso terminó. Pero no puedo dejar de indagar en los rostros y en las
manos, en las manos y en los ojos. Es una indagación miserable. No son va esas
preguntas las que hay que hacer a la gente con la que uno se encuentra en la
vida, pero cuando he vis-to adelgazarse los labios de alguien, ensombrecerse su
mirada, ya no he tenido nada que decirle. Me digo: es una tontería, no hay que
hacer caso. Me digo que realmente eso, hoy, no tiene ya importancia. ;Qué tie-ne
importancia hoy? Lo cierto es que sé de los seres humanos más de lo que hay
que saber para vivir a su lado, y que entre ellos y yo estará siempre este cono-
cimiento inútil.” (Delbo, Charlotte: Auschwitz y después. III. Ed. Turpial- 2004 ( 1ª
ed. fr. 1974) – pp. 36/7)
“Me pregunto cómo se las arreglarán los demás que han regresado. Tú, por
ejemplo. Sin duda como yo. Aparentando. Viven de apariencias. Van, vienen,
eligen, deciden. Deciden dónde pasan las vacaciones, deciden de qué color será
el papel de la habitación. Cuando hemos tenido que decidir a cada minuto entre
vivir y morir. Hago lo que hace todo el mundo en la vida, pero sé que la vida no es
eso, porque conozco la diferencia entre antes y después. Allí teníamos todo
nuestro pasado, todos nuestros recuerdos, incluso recuerdos lejanos que venían
de nuestros padres; nos armamos de nuestro pasado para protegernos, lo
erigimos entre el horror y nosotras para mantenernos enteras, para conservar
nuestro verdadero yo, nuestro ser. Bebíamos de nuestro pasa-do, de nuestra
infancia, de lo que había conformado nuestra personalidad, nuestro carácter,
nuestros gustos, nuestras ideas, para reconocernos en nosotras mismas, para
mantenernos, para no dejarnos reducir, para no dejarnos aniquilar. Nos aferramos
a nosotras mismas. Cada una contó su vida mil y una veces, re-sucitó su infancia,
el tiempo de la libertad y la felicidad para estar segura de que lo había vivido, de
que había sido como lo contaba. Nuestro pasado fue para nosotras salvaguarda y
tranquilidad. Pero cuando regresé, lo que era antes, mis recuerdos de antes, todo
se disolvió, se deshizo. Es como si lo hubiera desgastado allí. No me queda nada
de antes. Mi verdadera hermana eres tú. Mi verdadera familia sois vosotras, las
que estuvisteis allí conmigo. Hoy, mis recuerdos y mi pasado son aquello. Cuando
miro hacia atrás nunca sobrepaso ese hito. Choco con él. Todos los esfuerzos que
hicimos para impedir nuestra destrucción, para perseverar en nosotras mismas,
para conservar nuestro ser de antes, todos esos esfuerzos sólo sirvieron allí. Al
regreso, aquel núcleo duro que habíamos forjado en el centro de nuestro corazón,
y que creíamos sólido por-que nos había costado mucho, se disolvió. Sin más. Mi
vida comenzó allí. Antes no hay nada. Ya no tengo lo que tenía allí, lo que tenía
antes, lo que era antes. Todo me ha sido arrebatado. ¿Qué me queda? Nada. La
muerte. Cuando digo que conozco la diferencia entre antes y después, quiero
decir que antes vivía y que ahora he olvidado todo de esa vida, mi vida de antes.
Ahora ya no estoy viva. Tengo la medida exacta de esa diferencia, su
conocimiento sensible, pero mi lucidez no me sirve de ayuda. Nada puede
suprimir la distancia entre los otros y yo, entre mí misma y yo. Nada puede
suprimir la diferencia ni reducirla. ¿Será quizá que antes era joven y después mi
experiencia, y mi cansancio o mi desgaste, estuvieron por encima de mi edad?
¿He sido joven? Cuando tuve edad de ser joven estábamos en guerra. No, no fui
joven. Tonta, ingenua, sí. Exaltada. Exaltada por la acción, por la lucha, por la
apuesta en juego y por el propio juego mortal, por su dureza, por su ley
inexorable, en la que el menor error era definitivo y se pagaba de inmediato;
exaltada hasta la locura. No sé si recuerdas algo que ya te he contado. En una de
las no-tas que lanzamos desde el vagón, durante el viaje, esas notas para
nuestros padres que los ferroviarios encontraron junto a las vías y echaron al
correo, en una de aquellas notas escribí: "Me han deportado. Es el día más bello
de mi vida". Estaba loca, completamente loca. La heroína con su aureola, el mártir
que va a la muerte cantando. Sin duda era necesaria esa exaltación para soportar
la clandestinidad poniendo cara de ser como todo el mundo y rozando la muerte.
Es lo que hago hoy. Pongo cara de ser como todo el mundo y rozo la vida. El día
más bello de mi vida... En realidad era el último día de mi vida. No he cambiado de
edad, no he envejecido. El tiempo no pasa. El tiempo se ha detenido. No estoy
desgastada. Estar vacía de vida es peor que estar desgastada. Desengañada, por
emplear una palabra. Digo "desengañada" con mi espíritu lógico, con mi
pensamiento calcado del de la gente normal, de quienes no han ido allí. No tengo
la palabra que sería necesaria. ¿Cómo no estar desengañada cuando, después
de haber sufrido lo que hemos sufrido, y de haber sacrificado y esperado tanto,
vemos que no ha servido de nada, que continúan las guerras, que amenazan
guerras aún más terribles, que reinan la injusticia y el fanatismo, que el mundo
sigue igual? Al hablar así estoy razonando. Es un yo distinto y extraño al mio el
que razona. Debería conmoverme la angustia inexpresada de los hombres ante
los cataclismos que están a punto de abatirse sobre ellos, aunque solo fuera por
mi hijo, que se adentra en la vida y tendrá que luchar contra los mismos
monstruos, contra los monstruos no aniquilados por nosotros. Aun sabiéndolo, es
algo que no afecta a mi yo profundo. ¿Cómo explicarlo? No puedo expresarlo de
otro modo: no estoy viva. La voluntad sobrehumana de volver que conseguimos
imponernos a nosotras mis-mas nos abandonó al regreso. Se había agotado
nuestra provisión. Volvimos, ¿para qué? Queríamos que la lucha, los muertos, no
hubieran sido inútiles. ¿No sería horrible pensar que Mounette murió para nada,
que Viva murió para nada? ¿Para que tú, yo y algunas más regresáramos? Así
que es necesario, imprescindible, que nuestro regreso sirva. Por eso explico cómo
era aquello a quienes me rodean. Se lo cuento a mis colegas, sobre todo a los
jóvenes. Me detengo cuando los veo a punto de llorar. Los veo a punto de llorar y,
sin embargo, tengo la impresión de contarles las cosas con tranquilidad, con
frialdad, sin adornos. Pero se lo cuento a los demás, no a mi marido. Me gustaría
sentir que él comprende. De los demás no espero que comprendan. Quiero que
sepan, aunque no sientan lo que yo siento. Es lo que quiero decir cuando digo que
no comprenden, que nadie puede comprender. Al menos deben saber. No estoy
viva. Estoy encerrada en recuerdos y repe-ticiones. Duermo mal y el insomnio no
me pesa. Por la noche tengo derecho a no estar viva. Tengo derecho a no poner
cara de nada. Me reencuentro con las demás. Aparezco en medio de ellas, soy
una de ellas. Están como yo, mudas y despojadas. No creo en la vida eterna, no
creo que vivan en un más allá en el que me reúno con ellas por la noche. No.
Vuelvo a verlas en su agonía, vuelvo a verlas como eran ames de morir, como han
quedado en mí. Y cuando llega el día estoy triste. ¿No es terrible que hayan
muerto tan llenas de ilusiones, que hayan muerto creyendo que las que
regresaran estallarían de alegría, recuperarían todos los placeres de la vida; no es
terrible que hayan muerto con la certeza de que la libertad triunfaría y de que
morían un instante ames de asistir a su victoria? Es verdad que se recuperó la
libertad, pero sólo en parte, en una parte muy pequeña, miserable. ¿No es terrible
que hayan muerto creyendo que morían un instante antes de alcanzar la meta,
que morían un instante antes de que se alzara en triunfo nuestra deslumbrante
verdad? ¿No es terrible? Por todas partes guerra, violencia, miedo.” (DELBO,
Charlotte: Auschwitz y después III. Ed. Turpial – 2004 (1ª ed. fr. 1971) – pp. 43/7)
“Cuando escucho a los prisioneros de guerra, por una parte los compadezco por
haber sido víctimas de acontecimientos fuera de su alcance, pues mi sensación es
la de haber sido víctima por propia elección; pero por otra parte, cuando cuentan
cómo colmaron la nada de tantos años, les tengo envidia. Recibían libros, hacían
teatro, montaban espectáculos. Tenían clavos y cola. Pudieron vivir con la
imaginación. Algunas veces, algunas horas, escasas pero importantes.
Diréis que a un ser humano se le puede quitar todo salvo la facultad de pensar y
de imaginar. No sabéis. Se puede hacer de un ser humano un esqueleto
borboteante de diarrea, quitarle el tiempo para pensar, la fuerza para pensar. La
imaginación es el primer lujo del cuerpo que recibe alimentos suficientes, disfruta
de un margen de tiempo libre, dispone de elementos rudimentarios para dar forma
a sus sueños. En Auschwitz no soñábamos, delirábamos.
Sin embargo, objetaréis, ¿no tenía cada uno su bagaje de recuerdos? No. El
pasado no nos era de ninguna ayuda, de ninguna utilidad. Se había convertido en
irreal, en increíble. Todo lo que había sido nuestra existencia anterior se
deshilachaba. La única evasión, nuestro delirio, era hablar. ¿De qué hablábamos?
De cosas materiales y consumibles, o realizables. Había que apartar todo lo que
despertara dolor o añoranza. No hablábamos de amor.
La sed.
“Tenía sed desde hacía días y días, una sed como para perder la razón, una sed
que me impedía comer porque no tenía saliva en la boca, que me impedía hablar
porque no se puede hablar cuando no hay saliva en la boca. Tenía los labios
agrietados, las encías hinchadas, la lengua como un trozo de madera. La
hinchazón de las encías y la lengua me impedía cerrar la boca, que llevaba
siempre abierta, como una perturbada, con las pupilas dilatadas y la mirada
huraña, como una perturbada. Al menos eso me dijeron después las demás.
Creían que me había vuelto loca. Yo no oía nada ni veía nada. Creían incluso que
me había quedado ciega. Más tarde me llevó mucho tiempo explicarles que no
estaba ciega pero no veía nada. Tenía los sentidos anulados por la sed. ( ... )
Sólo la idea del agua me mantenía alerta. La buscaba por todas partes. La vista
de un charco, de un reguero de barro semilíquido, me hacían perder la cabeza y
ellas me sujetaban para que no me arrojara al charco o al barro. Habría sido como
arrojarme a las fauces de los perros. ( ... )
Sostenida por Viva, rodeada y oculta por las demás, fingía trabajar. Iba y venía al
mismo tiempo que ellas con un arbusto en la mano, pero no tenía fuerzas para
agacharme y dejarlo junto al surco de donde un polaco tomaba los arbustos para
plantarlos. Apenas me sostenía en pie y no sabía lo que hacía. Creo incluso que
ya ni siquiera tenía sensación de sed. Inconsciente, atontada, no sentía, no
percibía nada. Volvió Carmen. Ella y Viva, después de asegurarse de que todo
estaba en orden, me agarraron cada una por un brazo y me llevaron a un rincón
que formaban un lienzo de muro y el montón de arbustos que teníamos que
plantar. "¡Ahí está!", dijo Carmen señalándome el cubo de agua. Era un cubo
grande de zinc de los que usan los campesinos para sacar agua del pozo. Estaba
lleno. Me solté de Carmen y Viva y me lancé sobre el cubo. Me lancé literalmente.
Me arrodillé junto al cubo y bebí como beben los caballos, hundiendo la nariz en el
agua, hundiendo toda la cara. No sabría decir si el agua estaba fría -debía de
estarlo, recién sacada y a comienzos de marzo- yo no notaba la cara fría ni
mojada. Bebía y bebía hasta quedarme sin respiración y de vez en cuando tenía
que sacar la nariz del agua para tomar aire. Lo hacía sin dejar de beber. Bebía sin
pensar en nada, sin pensar en el riesgo de que tuviera que parar, de que me
golpearan si aparecía una kapo. Bebía. Carmen, que estaba de vigilancia, dijo:
"Es suficiente por ahora". Me había bebido la mitad del agua. Hice una pequeña
pausa sin dejar de abrazar el cubo. "Ven", dijo Carmen, "ya es suficiente". Sin
contestar -habría podido hacer un gesto, una seña-, sin moverme, volví a hundir la
cabeza en el cubo. Bebí y bebí. Como un caballo, no como un perro. Los perros
dan lengüetadas. Forman con su ágil lengua una cuchara en la que transportan el
líquido. Los caballos beben. El agua se agotaba. Incliné el cubo para apurarlo
hasta el fondo. Casi tumbada en el suelo, aspiré hasta la última gota sin derramar
ni una sola. Hubiera querido incluso lamer el borde del cubo. Tenía la lengua
demasiado rígida. Demasiado rígida también para lamerme los labios. Me enjugué
la cara con la mano y me pasé luego la mano por los labios. "Tienes que venir ya",
dijo Carmen, "el polaco reclama su cubo", y al mismo tiempo hacía señas a
alguien que estaba detrás de ella. Yo no quería soltar el cubo. No podía moverme
de tanto como me pesaba la barriga. Se había convertido en algo independiente,
en una especie de lastre o fardo que colgaba de mi esqueleto. Estaba muy
delgada.
Durante días y días no había comido pan porque, sin saliva en la boca, no podía
tragar nada; durante días y días no había podido tomarme la sopa porque, aunque
era bastante líquida, estaba salada y se convertía en fuego para las úlceras
sangrantes de mi boca. Había bebido. Ya no tenía sed, aunque no estaba
completamente segura. Me había bebido todo el cubo. Sí, como un caballo.
Viva me condujo junto a las demás mientras Carmen devolvía el cubo. A medida
que se me humedecía la boca, recuperaba la vista. De nuevo tenía la cabeza
ligera. Podía mantenerla derecha. Vi que Lulu miraba con inquietud mi barriga
enorme y oí que le decía a Viva: "Quizá no deberíais haber dejado que bebiera
tanto". Notaba cómo se me formaba saliva en la boca. Notaba que me volvían las
palabras. Mover los labios seguía siendo difícil. Por fin pude decir, con una voz
extraña porque todavía me molestaba la lengua, que apenas había recuperado
ligereza, por fin pude decir: "Ya no tengo sed". "¿Estaba buena el agua, al
menos?", preguntó alguien.
Hay gente que dice: "Tengo sed", entra en un café y pide una
cerveza.” (Charlotte DELBO : Auschwitz y después I. Ninguno de nosotros
volverá. Ed. Turìal. 2004 (1ª edi. 1965). Pág. 39-45)
“Nuestro tren estaba entrando en Berlín. A lo largo de las vías, los edificios
destruidos por los bombardeos albergaban todavía algún habitante. Aquí y allá
asomaba el cañón de una estufa por el tragaluz de un sótano o en un abrigo jumo
a un lienzo de muro que había quedado en pie. La ciudad ofrecía una imagen
terrible.
El trayecto era largo. Deseábamos que fuera muy, muy largo. Teníamos la
impresión de estar atravesando la ciudad. Ruinas por todas partes. La desolación
del espectáculo nos llenaba de esperanza: "La victoria no está lejos. No podrán
seguir aguantando mucho tiempo". Pedir que nos enterneciéramos por los niños
que sin duda yacían bajo los escombros habría sido demasiado. Sólo teníamos
compasión para los niños de Auschwitz. Nos habían endurecido para los
demás.” (Charlotte DELBO : Auschwitz y después I. Ninguno de nosotros
volverá. Ed. Turìal. 2004 (1ª edi. 1965). Pág. 100-104)
“Habíamos esperado que se hiciera de día para salir. Todos los días
esperábamos que se hiciera de día para salir. No podíamos salir antes de que
hubiera claridad, antes de que los centinelas de las torres de vigilancia pudieran
disparar contra quienes huyeran. La idea de huir no se le ocurría a nadie. Hay que
estar fuerte para querer escapar. Hay que estar seguro de contar con todos los
músculos y con todos los sentidos. Nadie pensaba en huir.” (Charlotte DELBO :
Auschwitz y después I. Ninguno de nosotros volverá. Ed. Turìal. 2004 (1ª edi.
1965). Pág. 66)
Sobrevivir. Auschwitz
“Tendremos que estar inmóviles durante horas en medio del frío y del viento. No
hablamos. Las palabras se nos hielan en los labios. El frío sume en el estupor a
una muchedumbre de mujeres que permanecen inmóviles de pie. En medio de la
noche. En medio del frío. En medio del viento.
Estoy de pie en medio de mis compañeras y pienso que si un día vuelvo y quiero
explicar lo inexplicable contaré: "Me decía: 'tienes que aguantar, tienes que
aguantar en pie todo el recuento. Tienes que aguantar también hoy. Si algún día
vuelves, volverás por haber aguantado también hoy". Y será mentira. No me decía
nada. No pensaba en nada. La voluntad de resistir estaba sin duda en algún
resorte mucho más oculto y secreto que se quebró después, nunca lo sabré. Y si
las muertas hubieran pedido cuentas a las que iban a volver, estas no habrían
podido rendirlas. No pensaba en nada. No miraba nada. No sentía nada. Era un
esqueleto de frío con el frío soplando en todas las simas que se abrían entre las
costillas. ( ... )
Cada bocanada de aire que aspiramos es tan fría que deja en carne viva todo el
circuito respiratorio. El frío nos desnuda. La piel no es ya, ni siquiera en el cálido
vientre, esa envoltura bien cerrada que protege el cuerpo. Los pulmones crepitan
con el viento de hielo. Ropa tendida en una cuerda. El corazón está encogido de
frío, contraído, contraído hasta el dolor, y de repente noto que algo se rompe ahí,
en mi corazón. Mi corazón se desprende del pecho y de todo lo que lo rodea y lo
mantiene en su sitio. Noto una piedra que cae de golpe en mi interior. Es mi
corazón. Y me invade un maravilloso bienestar. Qué bien se está sin ese corazón
frágil y exigente. Se descansa con una ligereza que debe de ser la de la felicidad.
Todo en mí se funde, todo adquiere la fluidez de la felicidad. Me abandono y es
dulce abandonarse a la muerte, más dulce que al amor, y saber que se ha
acabado el sufrir y el luchar, se ha acabado el pedir lo imposible a este corazón
que no puede más. El vértigo dura menos que un relámpago, lo suficiente para
rozar una felicidad que no sabía que existiera.
Dice y repite mi nombre, que me llega lejano des-de el fondo del vacío -es la voz
de mí madre la que oigo-. La voz se endurece: "Animo. Ponte de pie". Y siento
que dependo de Viva como un niño de su madre. Estoy cosida a ella, que me ha
sujetado para que no cayera en el barro, en la nieve de la que es imposible
levantarse. Y tengo que luchar para elegir entre la conciencia, que es sufrimiento,
y el abandono, que era felicidad, y elijo porque Viva me dice: "Ánimo. Pon-te de
pie". No discuto su orden aunque deseo ceder una vez, sólo una vez que sería la
única. Es tan fácil morir aquí. Basta dejar que el corazón escape.
Pasan cortejos alucinantes. Son las muertas de la noche; las sacan de los revirs
para llevarlas al depósito de cadáveres. Van desnudas sobre una parihuela de
ramas unidas de cualquier manera, una parihuela demasiado corta. Las piernas -
las tibias-, flacas y des-calzas, cuelgan por un extremo. La cabeza cuelga por el
otro, huesuda y afeitada. En medio han echado una manta harapienta. Cuatro
presas sostienen las varas de la parihuela y es cierto que nos vamos con los pies
por delante: siempre las llevan así. Caminan penosamente por la nieve o el barro,
arrojan el cadáver al montón que hay junto al bloque 25, vuelven con la camilla
vacía que apenas pesa menos y pasan de nuevo con otro cadáver. Es su trabajo
de todo el día todos los días.
Las miro pasar y me enderezo. Hace poco me abandonaba a la muerte. Todos los
días al amanecer, la tentación. Cuando pasa la camilla me enderezo. Quiero morir
pero no que me lleven en esa camilla tan pequeña. No quiero pasar en esa camilla
con las piernas y la cabeza colgando, desnuda bajo la manta de harapos. No
quiero pasar en esa camilla.
Entonces sé que todas las que pasan pasan para mí, que todas las que mueren
mueren para mí. Las miro pasar y digo que no. Dejarse deslizar hacia la muerte,
aquí en la nieve. Déjate deslizar. No, porque está la camilla. Esa camilla. No
quiero pasar en esa camilla.
Las sombras se disuelven del todo. Hace más frío. Escucho a mi corazón y le
hablo como Arnolphe habla al suyo. Le hablo.
¿Cuándo llegará el día en que cese esta tutela del corazón, de los pulmones, de
los músculos? ¿El día en que termine esta solidaridad obligada del cerebro, de los
nervios, de los huesos y de todos los órganos que hay en el vientre? ¿Cuándo
llegará el día en que dejemos de conocernos, mi corazón y yo?
El rojo del cielo se apaga y todo el cielo palidece y a lo lejos en el cielo pálido
aparecen los cuervos, que se abaten negros sobre el campo en densas bandadas.
Esperamos que termine el recuento.
Solidaridad de grupo.
Caen algunas mujeres. Las furias las sacan de la fila y las arrastran hasta la
puerta del 25. Allí está Taube. La confusión aumenta. Las judías son cada vez
más numerosas entre nosotras. A cada vuelta se deshace el grupo. Conseguimos
seguir juntas de dos en dos. Esas dos no se separan, se sostienen mutuamente y
tiran una de la otra cuando al pasar la entrada se les contagia el pánico de las
pisoteadas y de las que tienen miedo a caer encima de ellas. Una carrera
alucinada.
Para pensar en algo contamos los golpes. Hasta treinta la vuelta no ha sido dura.
Al llegar a cincuenta dejamos de contar.
Al francés no le quitan ojo. Hay un kapo a su lado. Ya no podemos hacer que nos
abastezca él. A veces intercambiamos una mirada. Dice entre dientes: "Qué
cerdos, qué cerdos". Es nuevo. Tiene lágrimas. Nos compadece. Para él es
menos doloroso. No se mueve del sitio y no hace frío. ( ... )
Cada una de nosotras ve que cómo empeora por momentos el semblante de las
demás y no se reconoce en ellas.
A nuestro lado una judía sale de la fila. Va hacia Taube, le habla. Taube abre la
puerta y, de una bofe-tada, lanza a la mujer contra el suelo del patio del 25. Ha
abandonado. Cuando Taube se da la vuelta, hace señas a otra mujer y la arroja
también al patio del 25. Corremos todo lo que podemos. No vaya a creer que no
podemos seguir corriendo. ( ... )
Cuando Taube tocó el silbato, cuando las furias gritaron: "¡Al bloque!", volvimos
apoyándonos unas en otras. Sentadas en nuestros cuadrados, no teníamos fuerza
para descalzarnos. No teníamos fuerza para hablar. Nos preguntábamos cómo lo
habíamos conseguido también esta vez.
(Los del destacamento del cielo tienen privilegios. Van bien vestidos, comen hasta
saciarse. Durante tres meses. Transcurrido ese plazo, son sustituidos por otros
que los despachan a ellos. Al cielo. Al horno. Así cada tres meses. Son ellos
quienes mantienen las cámaras de gas y las chimeneas).
Los otros dos empujan a las mujeres hacia él. Se quita el cinturón, que sujeta con
fuerza por los extremos; lo pasa bajo los brazos de una mujer tras otra y las carga.
Las lanza contra el suelo del camión. Cuan-do se recobran, se levantan. Hay
reflejos inalterables.
Drexier asiste a la salida. Con los puños en las caderas, vigila como un jefe que
vigilara un trabajo cual-quiera y estuviera satisfecho.” (Charlotte DELBO :
Auschwitz y después I. Ninguno de nosotros volverá. Ed. Turìal. 2004 (1ª edi.
1965). Pág. 74-75.)
“Una de las mujeres sobresale de los adrales con el pecho henchido. Muy
derecha. Erguida. Sus ojos centellean. Mira a Drexler con odio, con desprecio, un
desprecio que debería matar. No ha aullado con las otras, su rostro sólo está
hundido por la enfermedad.
Otro camión avanza hasta la puerta del bloque 25.(nota: es el bloque para las
moribundas)
***
Así camino —
a un paso de la muerte.
Cargo mi vida
en un sobre azul.
***
Alexandr Solyenitsin
30 junio 2001
Sobre Shalamov
Para mis amigos Irina y Mijail OstraúmovEl patriarca de la literatura
rusa de los años sesenta Kornéi Chukovski (1882-1969), padre de
Lidia Chukovskaya (autora de un memorable libro de conversaciones
con Anna Ajmátova), escribió en su diario el 13 de abril de 1962:
"Tvardovski me dio a leer el manuscrito Un día en la vida de Iván
Denísovich, extraordinario reflejo de la vida en los campos
correccionales en el tiempo de Stalin. Quedé extasiado y escribí una
corta nota sobre el manuscrito. Tvardovski me contó que el autor es un
matemático que tiene escrito otro relato, pero que sus poemas son
malos". La corta nota de Chukovski se tituló "Una maravilla literaria" y
constituyó, de hecho, la primera recensión crítica del relato del
"matemático", que resultó llamarse Alexandr Solzhenitsin. Chukovski
escribió en su nota crítica: "Con este relato entra a la literatura un
escritor fuerte, original y maduro". Tvardovski envió a Nikita Jruschov
el comentario de Chukovski, logrando así su aval para la publicación
del relato en la revista Novy Mir, en noviembre de 1962. Por el tono del
diario de Chukovski —"el autor es un matemático"— se desprende que
Solzhenitsin era, a la sazón, un completo desconocido en los medios
literarios rusos. Sin duda, la publicación de su relato en la principal
revista literaria de la época y las circunstancias que la rodearon
cambiaron para siempre el destino del autor, como hombre y como
escritor.
Un autor que no tuvo la misma suerte para publicar sus relatos, ni
contó con el apoyo de Chukovskis ni Tvardovskis, fue el infortunado
Varlam Shalámov (1907-1982). Su obra, casi desconocida en
Occidente, consta apenas de dos libros de relatos (Cuentos de
Kolymá y Grafito), un diario y varios poemas sueltos, publicados en
revistas. Shalámov, abogado de formación, pasó primero tres años de
reclusión (1929-1932) en Solovski y luego 17 años en Kolymá (1937-
1954). Kolymá, al noroeste de Siberia, donde las temperaturas en
invierno pueden sobrepasar los 500C bajo cero, fue uno de los peores
campos correccionales, si no es que el peor. Cálculos conservadores
estiman que solo en Kolymá murieron tres millones de personas en
reclusión, durante los años de Stalin en el poder. Al regresar a Moscú,
a partir de 1955, Shalámov comenzó a escribir sus relatos sobre sus
vivencias al límite en el Gulag y algunos de sus poemas se publicaron
en las revistas Juventud y Moscú. Sus cuentos empezaron a pasar de
mano en mano desde 1966, después de largas retenciones y
negativas en la redacción de las revistas, hasta que fueron publicados
por primera vez en Londres en 1972. Obligado a abjurar de esa
edición, escribió una retractación incomprensible y humillante, a la que
se refiere en el presente artículo Solzhenitsin. Solitario, pobre y
enfermo (padeció en sus últimos años el mal de Parkinson), murió a
consecuencia de una pulmonía en un manicomio, sin ver su prosa
publicada en su país, en el que aparecería tan sólo en 1987.
La obra de Alexandr Solzhenitsin (1918), por el contrario, es bien
conocida en Occidente, a excepción —tal vez— de los cuentos,
miniaturas líricas y ensayos sobre otros escritores, que ha publicado
en su país en los últimos años. Según parece, recibió el Nobel en
1970 por algunos relatos excepcionales como "Iván Denísovich" y "La
casa de Matriona" y las novelas Pabellón de cancerosos y En el primer
círculo. A finales de 1973 se publicó en París Archipiélago Gulag, tres
tomos de investigación documental que, sin embargo, no
sobrepasarían en calidad literaria a sus primeros relatos. En su obra
posterior Solzhenitsin se inclinaría más por la historia y se enfrascaría
en proyectos epopéyicos (La rueda roja) que lo alejarían cada vez más
de la fuerza y calidad de su literatura inicial. En sus artículos sobre
otros escritores, como Andréi Bieli, Joseph Brodski y el propio
Shalámov, Solzhenitsin cae con frecuencia en opiniones injustas y
desproporcionadas, que muestran bien las ásperas aristas de su
personalidad.
Los encuentros entre Solzhenitsin y Shalámov tuvieron lugar entre
noviembre de 1962 y septiembre de 1965. En estos escasos tres años
los dos escritores se conocieron, se aproximaron y se distanciaron con
una rapidez inusitada. A pesar de haber padecido experiencias
semejantes en los campos de trabajos forzados (con más dureza y por
más tiempo en el caso de Shalámov), eran, sin embargo, dos
temperamentos muy diferentes, con visiones distintas sobre la vida y
los acontecimientos históricos que sacudieron a Rusia durante la
primera mitad del siglo XX. La obra y la vida de estos dos escritores,
como las de Osip Mandelstam, Isaak Bábel, Boris Pilniak, Nikolái
Kliúiev, Andréi Platónov y los más de dos mil escritores y artistas
reprimidos por el estalinismo, representan lo más digno de la condición
humana ante los abusos del poder demente en el siglo que acaba de
terminar.
El presente artículo de Solzhenitsin sobre Shalámov apareció en la
revista mensual Novy Mir, correspondiente a abril de 1999. -
Los dos fuimos auténticos "hijos del Gulag". Aunque por tiempo y
pruebas padecidas yo lo fui en menor grado, por lealtad estábamos a
la par. Esta circunstancia nos unía como un imán. Cuando leí sus
versos en Samizdat, en 1956, fue sorprendente:
Me entran escalofríos.
y severo
"Del escalofrío,
como una navaja
de niebla,
siento la incisiva hoja adentrándose en mi pecho, atravesando mi
espalda, helándome los brazos.
Poco hay
que sea más triste
que mis errores
contra la vida
ajena, es decir,
contra mi propia memoria."
Sí, hay una pulsión obsesiva en cuanto a los temas, que se traduce en
repeticiones de relatos con diferentes puntos de vista hasta agotarlos,
como si fuera un ejercicio de estilo. Pero no hay que olvidar que
muchos textos literarios rusos están marcados por las condiciones en
las que fueron escritos.
El maestro y Margarita es una obra inacabada; tal vez Grossman, si
hubiera tenido más tiempo, hubiera corregido Vida y destino. Cuando
detienen a Bábel dice aquello de: “No me han dejado acabar…”.
El último volumen, sin embargo, parece mucho más crudo.
Sí, es más cruel con los verdugos e intenta recordar a los que
contribuyeron a su salvación. Se nota la urgencia por dejar testimonio.
El guante al que se refiere el título alude a la piel que se desprende de
su mano por la pelagra y es una visión sobrecogedora de lo que fue el
Gulag y de los extremos físicos a los que llegaba el hombre.
Me entran escalofríos.
y severo
conmigo mismo que con mi prójimo.
Las breves anotaciones del diario son sólo un pálido reflejo de lo que
debió de ser aquel verdadero infierno en la tierra, un lugar de
dementes en el que todos, guardianes demoniacos y confinados
endemoniados, colaboran en aumentar el horror mutuo que campa a
sus anchas por doquier como realidad única y posible. La pobre
Hanna parece ser casi la única persona que conserva un poco de
dignidad en medio de aquella vorágine de miseria, egoísmo y
brutalidad que la rodea; es capaz de pensar y hasta de escribir -sobre
minúsculos pedazos de papel pescados aquí y allá entre la inmunda
suciedad-, en aquel lugar en donde "lo humano se ha reducido a cero".
Ella era también quien lograba dar clase a los niños confinados,
realizando junto a ellos el milagro de olvidar por unas horas el terror,
aunque, al cabo, cualquier esfuerzo al respecto fue inútil y también a
los pequeños lo único que les cupo fue esperar la muerte colectiva,
que sólo respetó a los más fuertes.
Hanna, voluntariosa e idealista por naturaleza, sobrevivió a Bergen-
Belsen. Intentó rehacer su vida en Belgrado. No lo consiguió,
demasiadas heridas continuaban abiertas: el antisemitismo había
calado hondo en la población de la nueva Yugoslavia. Después de la
Segunda Guerra Mundial, Hanna mecanografió su diario a fin de que
lo leyeran sus conocidos; mas sólo cosechó indiferencia; a nadie le
importaban sus sufrimientos pasados.
El poeta ofreció su visión de aquella cronología del horror que tan bien
conocemos después de leer otros tantos testimonios estremecedores
en prosa acerca de aquel maremagno de iniquidad que fue el gueto
varsoviano: la brutalidad gratuita de los SS, asistidos por la infame
policía judía del gueto irrumpiendo en las casas para sacar a
empellones a sus moradores; la espera terrible de los seleccionados
para la muerte en la Umschlagplatz (lugar de reunión de aquellas
"reses humanas" para el matadero); la llegada de los trenes de
ganado, el asfixiante viaje de los desdichados en los vagones hacia
Auschwitz o Treblinka... Y, sobre todo lo demás, la agonía
desesperanzada de aquellas personas inocentes e impotentes; la
mirada apagada de los niños y la desazón desquiciada de los
mayores. También la resistencia final de algunos heroicos jóvenes que
se enfrentaron a los alemanes en la famosa calle de Mila, poco antes
de que arrasaran el gueto entero. Katzenelson participó en aquella
última resistencia, a la que sobrevivió en vano.
REPORT THIS AD
Comentario
El intelectual austriaco-belga somete a una lectura
crítica «Madame Bobary» de Flaubert y la interpretación de la
novela por Sartre.
Hans Mayer había nacido en Viena en 1912, de donde se escapó a raíz
de la anexión (Aunschluss) de Austria por la bestia parda germana, para
entonces ya había cursado en su ciudad natal estudios de filosofía y
literatura. Fue ya en su país de refugio, Bélgica, en donde cambió de
nombre pasando a llamarse, como se le conoció, Jean Améry. En
Bélgica se implicó con la resistencia contra el nazismo, siendo detenido
en un par de ocasiones, en una de ellas fue llevado al campo bearnés
de Gurs de donde logró huir. De vuelta en Bélgica volvió a implicarse en
la lucha antifascista lo que hizo que fuese detenido por la Gestapo, y
tras ser torturado brutalmente dio con sus huesos en diferentes campos
de concentración (Auschwitz, Buchenwald, Bergen-Belsen). De esta
experiencia dio cuenta en su imprescindible Más allá de la culpa y la
expiación, en donde se reúnen diferentes ensayos, sobre la tortura,
sobre su judeidad (él que era de orígenes familiares judíos, no
practicantes)… bajo el denominador común de la nula importancia que
tiene la cultura en tal situación, ya que los intelectuales – según
afirmaba – estaban peor preparados que otros para resistir las infames
condiciones de vida que se estilaban en tales lugares de encierro,
llegando a defender que la única salida a tal problema era el suicidio (tal
asunto condujo a Primo Levi a mantener una postura radicalmente
crítica con él, en su Los hundidos y los salvados). Su tajante afirmación,
no obstante, no perduraba tras la liberación de los campos; es decir, si
era así su valoración acerca de la nulidad de la cultura, ya en la calle
todo el resto de su vida, dedicada al periodismo, a la escritura y a la
agitación social, la literatura jugó un amplio papel en su quehacer hasta
el punto de poder considerarse que ésta era una provisional tabla de
salvación para mantenerse agarrado a la vida.
La literatura y algunos de sus más destacados autores y textos le
sirvieron de agarradero, utilizándolos con sus ejemplos y enseñanzas
para sacar lecciones y ejemplos de cara a la actualidad. No hay más
que ver el título de algunas de sus obras para constatar, en paralelo, la
utilización de algunos títulos elegidos: así en la obra citada en el párrafo
anterior se observa el deje nietzscheano, al igual que en otras puede
palparse el goetheano, etc. Amén de esto ahí están sus ensayos sobre
obras clásicas (pueden verse unos ejemplos de lo que digo en el libro
firmado por Hans Mayer, «Historia maldita de la literatura. La mujer, el
homosexual, el judío»), además de sus citas en otras obras y su propia
obra narrativa (Lefeu o la demolición , Los náufragos, etc.).
Ahora se presenta el que fue su último libro publicado el mismo año en
que levantó la mano contra sí mismo (título de uno de sus libros,
centrado en el suicidio), en octubre de 1978; había ido a recibir un
distinguido nombramiento a Salzburgo, cuando se dirigió a un hotel en
donde puso fin a sus días. Parecía que el destino irremediable que
había anunciado en la obra antes citada pasaba de la potencia al acto
dieciséis años después, si en cuenta se tiene que el texto nombrado se
publicó originalmente en 1966. El libro del que hablo, el último, es
«Charles Bovary, médico rural» (Pre-Textos, 2017). El personaje
flaubertiano ya tiene quien le defienda, y es que Améry se presenta,
siempre al lado de las víctimas, como él mismo fue, como fogoso
abogado defensor del personaje citado, al que según su opinión, tanto
su autor, Gustave Flaubert, como su comentador Jean-Paul Sartre, no
habían tratado como era debido, obviando que según su punto de vista
era un médico del alma.
Para afrontar dicha tarea, el autor va a recurrir a su estilo propio en el
que no resultan discernibles los límites, del ensayo, de la narrativa, en
una fusión entre crítica literaria y literatura crítica, y su labor
deconstructora, casi podría hablarse de demoledora como la que
rodeaba a su personaje de ficción, alter-ego suyo, Lefeu, su empresa
es la propia de un buldozzer, empeñado en limpiar el camino de
materiales innecesarios o que impiden el paso a la verdadera pista
interpretativa y correctora. El ajuste de cuentas es realmente potente y
podría decirse que se va a apoyar en tres objetivos: centrado en
recuperar la centralidad protagonista de Charles frente la infiel Emma,
para lo cual ha de desdecir al mismo autor de la obra, Flaubert, ya que
a su modo de ver, su fidelidad a mantenerse dentro de la concepción
del arte por el arte, conduce a dar brillo a quien no se debe, dejando en
la sombra a la víctima que es tratado como un verdadero ser
paniaguado e insignificante, y, por último, y no lo digo por ninguna
consideración de índole jerárquica en el orden de importancia,
estaría Jean-Paul Sartre y la interpretación que de la obra flaubertiana
daba en El idiota de la familia.
La obra así, tomando como pre-texto o casi más adecuado sería decir
trampolín, el personaje de la novela del autor francés, va a abarcar
cuestiones realmente de fondo, fondo ideológico, artístico y político. La
reivindicación del engañado Charles sirve pues para criticar una
concepción del arte, más en concreto de la literatura, que le lleva a
mantenerse fiel al compromiso del escritor, lo que le conduce, sin
muchas revueltas, a enfrentarse a Sartre y su concepción del
compromiso (engagement) al que – según su visión, la de Améry – en
su momento defendió dicha postura para posteriormente pasar a
traicionarla, comportándose como un mero escritor burgués, como deja
ver en su interpretación de la obra de la que hablamos. Se muestra – y
permítaseme la expresión – más papista que el papa, al reivindicar la
figura del escritor comprometido que piensa que con sus escritos se
puede colaborar en la empresa de cambiar el mundo en el sentido
emancipatorio. Estos tajantes y duros juicios con respecto al filósofo
francés suponen una ruptura abierta con quien había sido su guía en el
terreno del pensar existencialista; es la definitiva acta de ruptura que ya
se anunciaba en la novela-ensayo Lefeu o la demolición y que se
traducía en los abismales desacuerdos que Améry mantenía de manera
creciente con las derivas sartreanas que le conducían a zambullirse en
las filas del izquierdismo… Améry, por su parte, se mantenía firme en
su reivindicación de un humanismo ilustrado.
La empatía que Améry mostraba con respecto a la obra revisada, e
invertida, y más en especial con el engañado esposo, le llevaba a
ponerse en la piel de éste; soñaba con la pareja, se acostaba, sufría con
Emma y con su marido, si Gustave Flaubert afirmaba madame Bovary
c´est moi, Jean Améry bien podría afirmar Charles Bovary c´est moi…
Mas la puesta en práctica de lo que años antes ya mantenía, en 1955,
le hace corregir al escritor y a su intérprete: «la estética y la ética son
las dos formas de una única y misma doctrina. La estética nos enseña
lo bello que está a nuestro alrededor la ética lo bello que está en
nosotros», queda plasmada en la ocasión que le / nos ocupa en su
posicionamiento del lado de la víctima, en este caso el marido
engañado, que pasa a ser la representación de los sin voz, los
marginados, los despreciados… las víctimas. Con este propósito va a
contextualizar la obra en su época, y señala cómo el retrato que Flaubert
hace del médico rural, esposo de Emma, es el propio del realizado por
alguien que no ha tenido que trabajar en su vida, con respecto a un
pequeñoburgués, mostrando hacia éste una mirada despectiva, y frente
al defensor de Flaubert ante los tribunales – debido a la supuesta
inmoralidad de la novela – que hablaba de la novela como una novela
moral, Améry juzga que «Madame Bobary no es una novela moral, no
en el sentido de una moral convencional de la época, ni mucho menos
en el sentido de una moral más elevada, de orden kantiano o social»,
ya que el himno a la sensualidad que exalta el autor da cuenta de un
inmoralismo sin ambages… que se balancea indecisamente, en su
tendencia erótica, entre las ideas de un artista burgués y anti-burgués
al tiempo…
Este texto resulta en cierta medida testamentario al dejar
meridianamente clara su concepción de la escritura y los fallos que
encuentra en Flaubert y más todavía en su interpretación – considerada
por el propia autor de La náusea, como la justa versión de la novela de
Flaubert, la verdadera novela – de su antes admirado Jean-Paul Sartre
que resulta elitista, esotérica y que da muestras de una gran ceguera
con respecto a la realidad, lo cual se traducía en su último escoramiento
político.
Y si los personajes del novelista francés son los personajes del escritor
francés, el Flaubert de Sartre es el Flaubert de Sartre y cada uno ha de
crear, o recrear, su Flaubert, según el crítico radical. Jean Améry se
pone en la piel de los personajes de la novela, los retoca, les conduce
a donde piensa que deberían estar para resultar bien retratados, comme
il faut, y concluyendo su tarea, finaliza su repaso con un Yo acuso, título
del último capítulo de la obra, en abierto guiño al texto de Émile Zola,
como modelo del comprometido papel de los intelectuales.
JAIM NAJMAN BIALIK
(fragmento)
Tachadores
Chillido de la Musa
chillido del coro de los ángeles
graznido en las cortes
sobre el origen
sobre los desarrollos
sobre lo proliferante
sobre el endulzamiento, pez piloto de la cercana blasfemia
sobre sí
sobre ti
sobre el eje
tachadura
tachadura
tachadura
Catedrales de la zozobra
de la rabia
de la boñiga
del absceso
de la injuria
de la llaga adentro
del odioso traidor que se divierte como la flecha que huye
espinosas
verrugosas
apofísicas
amorfas
polimorfas
locas
arrebatadas
inflamadas
catedrales no benditas no ungidas
del absurdo
de la exasperación
del sufrimiento
del hambre del salvaje
de la sed del traicionado
del mejoramiento imposible
del crujido de los dientes
del grito
del grito
del grito
catedrales, ¿cuándo podremos verlas?
Al fin erigidas
al fin a la imagen de nuestra medida inmedida
dominando vertiginosamente metrópolis y poblados
unidos, nosotros y ellas, a pesar de su masa y su dureza
como hermanos siameses pegados por la boca
por la rabia, por los riñones, por el ano
por la abyección común difícil de olvidar
por todo lo que se ha perdido implacablemente desde los inicios
catedrales
monstruosamente encajadas de cara al cielo
nuestras catedrales
¿cuándo podremos verlas?
Distante
Permanece distante, tú
distante
distante
distante
neutralizada
paralizada
¡Toneles rodando sobre tu frente para que nunca más puedas dormir
escombros y muladares sobre tu frente para que nunca más puedas
dormir
hormigas trotadoras, caléndulas, caléndulas
carromatos de Liliput sobre tu frente para que nunca más puedas
dormir
honda dando vueltas, arco estirado ante tus oídos
para que nunca más puedas oír!
Chalupa alocada
madre de enanos
reír de los marineros
distante
distante
¡distante!
Distante tú trepas los montes interminables
caes en un bosque de cuerdas
eres raptada por un onagro
por una manada de bisontes
por un rinoceronte furioso
por cualquier cosa
cualquier cosa
cualquier cosa
por viudez
por atoramiento
por glaciación
distante
distante
distante
No más cielo
Han arrancado las cintas
Ascua y abertura
¡Horrible esta ascua!
Allí estaba mi brazo, antes
Fuego. Fuego. Fuego. Fuego incesantemente fuego.
En este país
y en los países que rodean a este país
y en los países del otro lado
y en los países que rodean a los países
del otro lado de este país
ahora
muchedumbre
por todos lados, muchedumbre
Ruido
Ruido aumenta
devorando el silencio
de modo que nada quede
La sangre del silencio
corre sin cesar
En la cabeza
una divinidad viuda
En todos los rincones del mundo
perros recorren las estepas de los lobos
para hacer de estos nuevos perros
Lugares lejanos
Los muertos de otros planetas vienen a residir aquí, esos que en otros
lugares no hallaron espacio. Llegan silenciosos, lejos de los exigentes,
de los eternos exigentes, vienen a retirarse para volver a morir, para
volver a morir en calma.
Esta es la patria de los que no han hallado su patria, cabellos del alma
flotando libremente.
EVA PICKOVA
EL MIEDO
EL JARDIN
FRANTA VASS
El Jardín es pequeño
y fragrante y está lleno de rosas.
Un niño camina
por una senda estrecha.
Un niño dulce y pequeño
que crece como una flor.
Cuando la flor madure
El niño ya no estará aquí.
ILSE WEBER
Ilse Weber:
un refugio en el cielo de Theresienstadt
.
Editado en
Arquivo Maaravi
Brasil 2013
Dedicado a mi esposa Irene Zamorano
________________________________
Un momento del "estreno" en Theresienstadt de Brundibar - El
abejorro-.
Paul Eppstein
El 23 de junio de 1944, y después de una amplia y pormenorizada
visita a sus instalaciones en amable compañía del teniente coronel de
las SS Karl Rahm y del alcalde de la comunidad judía Paul Eppstein, los
tres delegados de la Cruz Roja Internacional y de la de Dinamarca
abandonaron al campo de concentración de Theresienstadt. Tal y como
anotaron en sus cuadernos de viaje, las condiciones “reales” en las que
vivían los judíos daneses y de otras nacionalidades tras sus gruesos
murallones nada tenían que ver con el infierno que dibujaban los
mismos rumores que recorrían Europa. En las pocas horas que duró la
visita, los observadores internacionales tuvieron la suerte de poder
asistir a un juicio contra un ladrón, que “casualmente” se celebraba ese
mismo día, y cuya vista ante el Consejo de Ancianos se celebró sin
interferencias de las autoridades alemanas y de acuerdo con un
razonable procedimiento judicial; pasearon entre los jardines bien
cuidados que flanqueaban las calles del gueto, en las que pudieron
encontrar todo tipo de establecimientos comerciales y viviendas que no
tenían nada que envidiar a las de una población normal y alejada de los
frentes de guerra; igualmente pudieron advertir que, en las escuelas,
dirigidas por profesores muy bien preparados, los niños judíos estaban
visiblemente bien alimentados y recibían sus clases en condiciones muy
alejadas del hacinamiento y la insalubridad de las que se habían hecho
eco los rumores. Concluyeron su visita asistiendo en un teatro local a la
escenificación de una ópera infantil, El abejorro, que fue ejecutada a
las órdenes de su mismo autor, el prestigioso músico checo Hans
Krása (1899- 1944),[1] y contemplaron por sí mismos la grabación de
algunas de sus escenas musicales de la mano del famoso actor y
director judío de origen alemán Kurt Gerron (1897-1944), que al parecer
estaba empeñado –“por iniciativa propia”– en fijar en celuloide las
condiciones “reales” en que los judíos estaban siendo tratados en el
modélico campo de Theresienstadt, del que él era uno de los más
destacados residentes…[2]
A casa
Adiós, compañero,
se separan aquí nuestros caminos,
pues mañana he de partir.
Me despido de ti, hostigada,
me obligan a dejar este lugar,
salgo con el transporte hacia Polonia.
Adiós, compañero,
cómo me pesa tu pérdida,
cuán difícil se me hace despedirme.
No pierdas el ánimo:
¡tanto que te he querido
y ya no volveré a verte más!
Wiegala, wiegala, weier
La noche
Camino porTheresienstadt
Cinco años
Versión de Carlos Morales
Pequeña elegía
Traducción de Clara Janés
16 de septiembre de 1939
Los amigos partieron. Mi amada duerme en la lejanía.
Y fuera hay una gran oscuridad.
Me digo palabras, son blancas por la lámpara,
y ya casi dormido
recuerdo a mi madre. El recuerdo otoñal.
En verdad, como el frío, como si yo supiera
todo lo que ahora sin duda hace mamá.
Está en casa, en su habitación. La estufa de mi infancia,
hacia la cual el caballito de balancín siempre conmigo trotará,
la estufa de mi infancia, que hace ya tiempo no se enciende.
Le da calor. A mamá. Mi mamá. Está silenciosa,
junta las manos, piensa en mi padre
que ya murió.
Y luego pela fruta para mí.
Estoy a su lado. Con ella. Sin duda nos verás,
Dios, cruel, que tanto nos quitaste.
¡Qué oscuridad hay fuera! ¿Qué es lo que decía?
Ah, ya sé, quería decir
por todas las horas, en las que dormí tranquilamente
y por todos los seres queridos que descansan,
que ahora, cuando llega el otoño
y todo, hasta los días, se acorta,
no sé estar solo, sólo con la lámpara que ilumina,
y que a pesar de haber sembrado la tierra
no viviré ya.
Del libro
Solo al atardecer
Prólogo, traducción y notas de Clara Janés
Pre-textos, Valencia, 1996.
Pavel Friedmann
(7 de enero de 1921 – 29 de septiembre de 1944)
La última
mariposa
Versión de Carlos Morales
Robert Desnos
(Paris, 1900 –Theresiendtath, 1945)
El último poema
(1944)
Made in Auschwitz
Antología de la poesía del Holocausto
(En preparación, por Carlos Morales)
Miklós Radnoti
(1909- 1944)
La Recherche
Versión de Carlos Morales y Jaime Vándor.
Postal 1ª
30 de Agosto de 1944
No puedo sabeR
17 de enero 1944.
6 de Octubre de 1944.
Cerca de Crvenka, Serbia.
A unos pocas millas a lo lejos están quemando
los montones de heno y las casas,
y mientras, agachados en la orilla de este placentero prado,
los campesinos asustados fuman sus pipas.
Aquí, ahora, la pequeña pastora se adentra en el estanque
y juega con los plateados rizos del agua,
mientras se inclina a beber su lanuda oveja
y mira las nubes pasar nadando a la deriva.
24 de octubre de 1944.
Mohács.
Miklós Radnóti
Última postal
31 de octubre de 1944.
Cerca de de Szentkiralyszabadja.
Fue el último poema que escribió.
Nelly Sachs
Estamos tan lastimados
Amo a mi amo
Amo a mi amo.
Recolecto broza cada día para encender su fuego.
Amo sus ojos azules.
Soy un cordero en sus manos.
Derramo miel en sus oídos.
Amo sus manos,
las pócimas de hierbas que me ofrece.
Mi amo me muerde y me subyuga.
Y mientras aviento su cuerpo
me narra leyendas secretas y olvidadas.
Nelly Sachs
Coro de los consoladoreS
Oh vosotros, dedos
que vaciasteis la arena del zapato de los muertos,
¡seréis mañana el polvo
que llene los zapatos de los que han de venir!
Nelly Sachs
Estamos tan lastimados
El tren negro
Piedra
Y vino el viento
pálido,
fuerte,
alado
pero yo era piedra
ciega,
sorda,
muda
y gimió en mis pliegues
y besó mis manos
pero yo era piedra
muda,
sorda,
ciega.
Sombras
Puertas, puertas
grito puertas desespero
– ¡Ábranse!
Aun corro por las calles grito.
Las golpeo de un lado las puertas
acaricio el otro
– ¡Ábranse!
llamo a la gente:
– Miren, ¡no se abren!
Las abrazo y lloro,
me arrodillo y ruego
– Puertas, puertas.
¿Por qué no se abren
las puertas?
Con voz extraña
escucho decir:
– las cerré en mi infancia
y ya no quiero abrirlas.
Rosas rojas siempre
El cuarto soleado
***
Jaime Vándor
In nomine Auschwitz
(Antología de la poesía del Holocausto)
Estudio, selección y notas de Carlos Morales.
(En preparación)
Jaime Vandor
(Austria, 1933 – España, 2014)
Hijos
31 de octubre de 1993
Ya sé que os ahoga
mi densidad
conozco eso y vuestra
impaciencia
vuestras ganas de abrir
la ventana –
Korczak, borboto,
decís ya sé, papá.
Y es cierto. Me recrimino
queréis volar y yo os mojo las alas
no importa que las lágrimas fluyan
–grietas demasiado conocidas–
hacia adentro.
y vosotros impotentes
estáis tan lejos –
felizmente a salvo.
No se trata de saber
en esto estamos de acuerdo
vuestro torrente y mi río
corren hacia eras distintas
salta el vuestro, espeso el mío
me arrastra aguas arriba
sería ésa mi auténtica patria?
Reizl Zhijlinsky
(¿?)
El ropero vacio
Como oye.
Como bebe y oye.
Anna Rossell
(1951)
Sangre en el brazalete
Traducción de Anna Rossell
El Masnou, 10-10-2012
Los oíste llegar con sus mastines.
Y eran de hierro los golpes
Jugabas en la calle, las voces
de los pequeños se rompieron.
Y eran de plomo los golpes
Pintaron el estigma en el cristal,
profanaron tu casa,
un día de sol para tantos ojos.
Y eran para padre los golpes
Ríen los hombres de cinturón de cuero,
sus botas vomitan el veneno,
descargan truenos sus muecas.
Y tantos ojos sin la boca y sin el gesto.
Y eran para padre los golpes
En el suelo, un manojo de todo y de ruina.
Sangre en el brazalete.
Humildad
El precio
El vagón
La sonrisa en el frío
Aquí
No hay palabras,
aquí.
Querido padre,
quiero decirte adiós,
adiós por siempre, padre,
ya nos llegó la muerte, padre,
y yo quiero vivir, y tengo tanto miedo
de esta muerte de esta muerte dicen
que a los niños los tiran vivos
a la fosa.
Adiós por siempre padre padre
ich habe solche Angst
vor diesem Tod.
ANTONELLA ANEDDA
I
Echa tu pan a la superficie del agua, lo encontrarás en los días: no
encontraremos el alimento, ni la recompensa, no la levedad sino el
hacha pesada de la bendición.
Quien pierde tiene la espalda libre para cargar con el mundo. Ningún
equipaje para arrastrar mejor el hierro y la madera de un carro, y dejar
que en el dorso se amontonen el aire y la lluvia, la multiplicidad, el
desorden de las cosas. No es la resignación terrena sino la fuerza dócil
de Cristo que en Getsemaní responde a los soldados: sí soy yo; la
pobreza de la roca, de la mortaja vacía por el peso de los pecados
humanos.
Tal vez la santidad sea hacerse burro: ser la borrica que siente en los
ijares la espina de los olivos, en la fatiga de la mañana, bajo el gran
cuerpo de Dios, en el gran casco de Jerusalén.
II
Tenemos muy poco para no pecar a través de los seres humanos, para
impedir que el rencor se mueva entre los cuerpos y recorra un trayecto
hasta crear un horizonte.
Un ser humano obedece por miedo y por angustia, por incapacidad para
imaginar un estado distinto a aquel en que se encuentra, y sin embargo
espera sobrevivir, transformarse en alguien capaz de estar cerca de
quien, por el momento, lo ha perdonado. Como quien se abstiene del
mal, una vez más es el tiempo con el que se enfrenta: tiempo para
quedarse, tiempo para justificarse y justificar. Un tiempo privado, sin
derroche, el tiempo seco del cálculo y el escalofrío de la ilusión.
Arturo BorraHatikva
(Esperanza)
Avner Trainin
Regreso a AuschwitZ
Recordaba sólo:
rumor de ruedas,
rieles brillantes,
brillantes,
brillantes…
Sabía sólo:
no habré de morir
hasta que los vuelva a ver:
silenciosos,
herrumbrosos,
cubiertos de maleza, de maleza.
Y regresé:
silenciosos,
herrumbrosos,
cubiertos de maleza...
¡Oh, cuántas flores!
CARLOS DE LA RICA
Carlos de la Rica
(España, 1929 – 1997)
Yad Vashem
I
Tras Guival Ram y de repente
están los pinos, refulgen rápidas
las aves transitivas y el paisaje;
embravecido el cemento llega;
llegan al encuentro enhebrados
los personajes de piedra y la madera
quemada, como quemadas fueran
las viviendas un día.
Se abren la voz y su argamasa,
el cemento y su zócalo de esféricos
pedruscos primordiales;
aparece del centro una hoguera,
el río que corre y es un lago
negro, profundo y en sus aguas
–nacidas de inmisericordia antaño–
las tablas de un no usado naufragio.
Está mi pueblo, los plintos en el suelo,
los latidos invisibles del dolor,
los prohibidos nombres están
escritos en hebreo. No hablo alemán,
pero también puedo leer:
Dachau que es él un grito,
un astro metálico abatido;
el hambre de las bocas y
consumidos los cuerpos, las muñecas
con las manos ceñidas por las cuerdas.
Auschwitz hirsuto y de granizo,
fuego lento de gases, nubes
de cabañas arrasadas según costumbre.
La fosa silenciosa donde bajara el ave,
mujeres y los niños que desnudos
los himnos cantan como antes,
–cuando una madre anciana
con su dedo crecido y largo
al cielo señalaba y humo
de incienso a la pradera de arriba
se echaba a andar y rezaba–.
Los montones de zapatos y ropa,
la fauna de la risa fría,
el estallido de Treblinca;
Meidenek y la pechuga inmunda
de la coz y la viga gamada.
Desconozco el idioma, lleva plomo
como llevábalo la vida
segada de un ave libre que volaba
y abatida al suelo cae por el tiro
del cazador. ¡Cuál cómo cada nombre
escrito ha sido en su lugar!
El calofrío del animal con sed,
de la paloma y de sus crías;
digo que no alcanza mi voz
en circundar el pretensado cemento:
fluye, clava y grita la alambrera.
Ocurre que la corriente pasa debajo,
es un pozo que brota, lanza su voz
a lo alto y el pie mío
en movimiento pongo.
Oh pueblo, enciende la lumbre
y la llama deja perenne
en funeral fluir de la epopeya.
Y de Yad Vashem salgo, de la pared
me traigo el jeroglífico
donde tropezar suelen los hombres.
No olvides nunca, pueblo mío,
que en Yad Vashem hay un lago
manso y no conviene dejarlo
nunca que vuelva
y embravecido se repita.
II
Oh pueblo:
Yo he sido un niño ignorante,
pero el río crece y va a parar al mar,
un ruido corre produciendo: yo he contado
los caudales de agua gota a gota,
pues en mi intención siempre pensaba
volver de la tormenta y en la paz
penetrar.
Judíos de Europa:
me siento agarrado del brazo de todas las criaturas,
tú has sido embadurnado de amarillo
y rápido corro hacia el montón apilado,
hacia el humano fardo que de ti hicieran
¡Oh qué lluvia de muerte en vuestra lápida
penetra!
Oh ángeles:
busco de la tarde los perfiles,
la simiente de tanta figura destrozada;
tu nombre busco santo, Sión,
y peregrino recorro las calles y callejones de las ciudades,
en las aldeas tembladas por el viento;
la alambrada repaso de los espinos. Pero busco
igualmente
la sombra de mi pueblo que un gemido lanza,
de tu pueblo, Miguel, del pueblo tuyo,
cuyo destino te fuera confiado y la cinta
aún sostienes con la mano de plumas.
Jersusalem:
escombrada y partida, arrasada,
bufanda arrastrada por los suelos;
oh Tito incendiador, déspota humano,
¡qué lento el desplomarse las torres y las columnas bellas,
los plintos! Y –saltamontes– el humo ennegrecía
las grandes y doradas paredes del Templo.
Massada, oh Massada:
amasada para el placer y la defensa;
pero, ante todo, masa del valor, génesis
de aquel rebaño cuyos corderos signos fueron
del encuentro del grillo y el alfiler que pincha.
Armario de la memoria, lugar
donde el joven llora aún cuando
la emoción penetra en su torso desnudo.
Menorat:
lluvia de luz, estrellas siete en el cobre o el oro,
sobre los viejos hombros transportada
y en las sortijas recordada por cuantos tocan
el sol fulgiendo encima de las cúpulas
de Sión.
Tierra:
humus testigo
de la sangre y la savia
que luego convertida en árboles de las colinas son;
como un abrazo amoroso rodeando con sus dedos,
cercando; y envuelven la ciudad,
Jerusalem
oliendo a hierbaluisa y cedro.
Oh sombras,
ángeles otra vez,
descansad, la caracola de Esther,
ha vuelto
la lentejuela que como recua de cabras tintinea
y es Judit.
Creced,
oh naranjos,
montes poblados de cipreses y rosas,
de cedros y otros árboles más cuyo
nombre ahora no es menester recordar.
Y bajad de la colina donde quedan
el holocausto y el perdón también.
Pero tú, pueblo mío,
vosotros, pueblos de toda tribu, condición y raza,
de toda
familia-especie-humana, recordad siempre
y no olvidéis este nombre
y no lo repitáis más.
Atrás queda el cemento
cuadrado, la arquitectura
exacta en paralelepípedo,
el poderoso sol que su luz desploma
sobre las losas y la yerba;
queda el astro quemante de Yad Vashem,
grano caído en los surcos
de la tierra,
Madre-de-todos-los-pueblos
DAVID ALBERTO FUKS
Fucks, Fukman, Foox…
David Avidan
La mancha quedó en el muro
Traducción de Arey Comey
Dispararon
y yo que tanto creí que la sangre cubriría la mancha.
Segunda andanada.
Y yo que tanto creí, que la sangre cubriría la mancha.
De cualquier manera – la mancha quedó en el muro.
FERNANDO NOMBELA
Fernando Nombela
(Toledo, 1978)
Todnauberg
I
Mirar sin verte,
tantas veces mirada
que no es vista, reflejo
sombrío del sombrío
desaliento, aliento
ensombreciente que vacila
en sombras: asombro.
De negrura, fatigado vaivén.
II
Qué o quién, si hecha
la luz, arrojará luz?
¿Será, ya depuestos,
desaparecidos dioses
—no en ti, nuestros—
o se hará ángel
la gracia?
III
Estábamos, nosotros
estábamos
y —¿se puede?— no,
no podíamos respirar.
En busca
de aire, hacia
arriba, nadando
en desaliento,
cielo de óxido,
cánticos de ceniza,
encontramos fragmentos.
Nos atragantamos.
No podíamos respirar.
Arriba, encontramos
—¿en el fondo,
encuentro
del fondo?—
pecios,
un mundo, no
el nuestro
y nuestro, fragmentado.
Fragmentos
que no eran
nuestros: éramos
nosotros.
Y estábamos,
estaban muertos.
IV
Astillas, herida
aún abierta, luminosa
herida aun lejanas
las palabras
renacientes.
El tiempo, ¿qué guarece?
Otro tiempo
en que siempre:
siempre los días,
venidero siempre.
Y deseo.
(Sol y mente).
La cabaña, la herida:
astillas solamente.
V
Enfermo,
in-
curable-
mente enfermo.
El dolor
de algunos hombres,
incomprensible.
Dolor,
hombres,
incomprensibles
maestros de Alemania.
Tu pelo, Sulamita,
memoria frágil.
Ceniza doliente.
Tu ensangrentado pelo.
DAVID AVIDAN
David Avidan
La mancha quedó en el muro
Traducción de Arey Comey
Dispararon
y yo que tanto creí que la sangre cubriría la mancha.
Segunda andanada.
Y yo que tanto creí, que la sangre cubriría la mancha.
De cualquier manera – la mancha quedó en el muro.
(De su libro
HECTOR BERENGUER
III
Isla Correyero
(1957)
Diarios de honor y guerra de una fatua inhumana funcionaria nazi
Nevó ayer y anteayer. Hoy es el día 15 de febrero del año más salvaje.
Las gafas que utilizo eran son las de un judío moribundo
Escribo aquí en el campo de Auschzwitz
el que llaman de las atrocidades más eficaces
y graves de la historia.
Como enfermera funcionaria pasé paso trabajando/ aunque no
(estuve especialmente de ayudante
ni aún había nacido
pero sí estuvo mi alma en otro cuerpo
observando cómo se hacían
deshaciendo muertes manipulaciones genéticas
se hacían
respirando experimentos
sin respirar
hice el amor y el odio
pederastia
abortos ascos
metros de agujas cráneos agujeros
en niños niñas
adultos sometidos a los mismos trasplantes pruebas
nuevas medicinas de mis S.S.
Voilà
Necedad suplementaria es mencionar detalles vulgares
como
cuándo una oreja es oreja
o si en una nariz cabía otro orificio
Abismada por el Doctor Clauberg
adoré su alba sobriedad al decidir qué técnica de esterilización
(sobre mujeres hombres
observamos: (Nada ha sido dicho aún de aquello Yo lo digo porque soy
muy rubia.)
Llegamos demasiado pronto ¿verdad?
Pero continuamos aquí. Aquí.
Fuimos los bárbaros que pusimos ponemos
sílabas agudas en bocas de cobayas
se leyeron diccionarios chinos japoneses con química en la bioquímica
del libro de los Muertos y el Dioscórides.
Arte más ciencia dijeron es
sembrar la viruela
el cólera Intoxicar y desintoxicar
con Phenol. Cegar. Ensordecer.
Quemar una divina mano orfebre violinista
Vi casos y casos de asombroso rigor médico clínico.
Nunca me involucré yo tuve
tengo una doble moral para cada pensamiento
en cuanto a belleza y arte se refiere
Llevé y no llevé cuentas de Economía Sanitaria
mobiliario algodón productos mortuorios
carretas de azucenas coronas bandas de registro
cabellos lentes dentaduras oro prótesis
uniformes blancos mascarillas dos gramófonos
era importantísimo escuchar los sonidos
venideros del Más Allá
de Nietzsche a Wagner
o cualquier mancha humana racial
algún defecto
escuchar si es posible la succión del amor.
Al doctor Clauberg debo mi capacidad de murmullo
por Baltutz y sus doce adolescentes nacaradas.
Se escuchó se escuchaba la dispersión magnífica del Dante
por los altavoces de todo el pabellón
largos sonidos salidos del infierno humano
caminaban lentamente por la nieve
como pacientes aves negras iban como personas
desnudas desnutridas a ninguna estrella
fueron a la muerte.
Mas
con un halo de malestar al lado estaba esa columna de horneado aire
con olor a ciclón B
y a carne semihumana
haciendo el equivocado diagnóstico de Europa
de mi germana patria deshonrada
Y ahora ¿qué decir al mundo? ¿Quién? ¿Por qué?
¡Heil!
Si uso las gafas que fueron son de un judío moribundo por ejemplo
¿hay una prueba más bonita de confraternidad?
Si aquello fue como ir a dar un paseo a mi Jacob...
De su libro
Género Humano
2014
JAQUELINE GOLDBERG
Jacqueline Goldberg
Majdanek y los sarmientoS
León Felipe
(1884-1968)
Auschwitz
De su libro
Oh, este viejo y roto violín
México, 1965
MARIO DOBRY
Mario H. Dobry
(Argentina, 1941)
Trino de los horrores de la noche
(Auschwitz, 1941)
La sordidez de la barraca
hiede a miedo.
Alguno de nosotros mañana
habrá de ver el volumen de la noche
en sus uñas mugrientas y afligidas
y su boca exhalará el vaho
de la angustia.
Trino de la desesperanza
de la razón,
trino amortajado del odio.
Salvador Negro
(España)
Esther Stein tras un plácido sueño en AuschwitZ
Desayuno
la luz caliente de los pájaros
que aún no despertaron
y en sigiloso vuelo
dan color a la aurora
Ahora me arrepiento
de todas las palabras
en que yo misma
creé el infierno,
de todas las palabras
que esperan un milagro,
de todas las memorias abrasadas
que fueron una vez
animales salvajes,
de toda la espesura de mi cuerpo
lentamente molido para que
muera lo justo para conservar
una gota de vida,
de todos los capítulos
en que tuvo el final
la verdad que no tuvo el principio.
Padre, madre, ausentes
dioses del corazón, tan confundido,
germinal llama de niñez,
venid a verme,
posad en mi ataúd las manos blancas.
En esos hijos
que nunca tuve pero siento
la fuerza de mis propias manos
Ahí está mi futuro:
pasos, leche
como la leche agria de los huérfanos,
como la leche
de los campos de esclavos,
todo exprimido,
jugo
del trigo negro de los senos,
jugo de las tenazas y el alambre
listos para abortar.
En este mundo
ahora
1941, marzo, frío
sobre los pies descalzos, sangre
de la placenta sin su flor,
la nieve
cae sobre mi sien de virgen
mientras los cuervos limpian
la ceniza del foso;
traen
las madres cada noche
a sus hijos envueltos
en cortinas que un día
envolvieron cadáveres.
Esto fue orden del fuhrer,
orden suprema, exacta,
nos han dicho los ojos
precisos de las sogas.
Salvatore Qusasimodo
(Italia, 1901-1968)
Auschwitz
Traducción de Antonio Colinas
De la Oscuridad
Traducción de Berta Vias Mahou
Made in Auschwitz
Yevgueni Yevtushenko
(Rusia, 1932– 2017)
Babi Yar
Versión de Heberto Padilla
Me siento dentro
de la piel de Anna Frank que es transparente
como un ramo de abril.
No hacen falta palabras. Siento amor
y sólo necesito que uno a otra
nos miremos de frente.
Separados del cielo y el follaje.
***
MATAR NIÑOS
Un relato verídico
[Se plantea un problema]
20 de agosto, 14:30 h
Ante el relato de sus colegas, los capellanes de división deciden ir también a
conocer la suerte reservada a los niños. Los primeros capellanes los acompañan,
de forma que ahora son cuatro directores espirituales cristianos de la Wehrmacht
los que se ocupan del destino de los hijos de los judíos.
El informe del capellán católico Reuss es el más preciso.
Reuss decide pedir a los soldados alemanes que prohíban la entrada en la casa, al
menos a los civiles ucranianos. Como ahora ya no hay centinela ucraniano, y
todavía no hay vigilancia alemana, los soldados pueden visitar el lugar en todo
momento, criticar, indignarse. Reuss decide dirigirse urgentemente al oficial de
Estado mayor de mayor rango de la 295ª división en Bielacerkiev, el General-
leutnant Helmut Groscurth. Su informe está junto al de su colega protestante que
termina con estas palabras: “como encuentro absolutamente inadmisible que
semejantes cosas se desarrollen ante los ojos del público, me permito informarle de
este asunto”.
20 de agosto, 16:30 h
Después de haber recibido la información de los capellanes, Groscurth contacta con
el comandante de la plaza, quien responde que no tiene la intención de intervenir.
Entonces Groscurth decide a su vez ir a ver a los niños.
Va acompañado de su ordenanza, el teniente Spoerphase, de su intérprete y del
doctor Reuss, el capellán católico. Si bien los niños carecen de todo lo que es
necesario para unos niños, no carecen de visitas.
Groscurth también escucha sus gritos, constata que la casa todavía no está vigilada.
Una veintena de oficiales y de hombres de la tropa están en el patio, desde donde
se ve a los niños apoyados contra las ventanas. Sube al primer piso, un ucraniano
le abre la puerta de las habitaciones que encierran a los niños. Puede hacer las
mismas constataciones que los capellanes. Una mujer se precipita hacia él,
afirmando en alemán que ella es inocente, que nunca ha hecho política y que no es
judía.
20 de agosto, 17:30 h
Groscurth va entonces a ver al comandante en. jefe (Feld-
kommandant), el Oberleutenant Riedl, en compañía del comandante de la plaza y
de su oficial de ordenanza. El teniente coronel Riedl anuncia que ha recibido
informaciones sobre la misión que tienen los SS de matar a los judíos, hombres,
mujeres y niños. Con los Waffen SS, un subcomando del Einsatzkommando 4°
comandado por el SS Obersturmführer August Háfner está encargado de luchar
contra los espías, los francotiradores y en particular contra los judíos. Riedl no tiene
ninguna influencia sobre ellos. Groscurth insiste en saber de dónde viene la orden
de matar también a los niños. Riedl responde que esta orden precisa y necesaria
viene de muy arriba.
Groscurth decide entonces prohibir merodear por los alrededores de la casa y exige
la mayor discreción para el traslado de los niños hacia el lugar de su ejecución. Pero
constata que se enfrenta a reacciones cada vez más críticas en el seno de la tropa
y que la indignación se extiende entre los soldados.
20 de agosto, 18:30 h
Häfner, furioso, se presenta en la oficina de Groscurth para exigir una confirmación
escrita de la orden de diferir las ejecuciones. Groscurth rehúsa hacerlo y el tono
sube entre el general del ejército y el teniente de la SS. Háfner responde de manera
“poco militar” que tiene órdenes precisas. Groscurth le advierte que puede obligarlo
a obedecer, que conoce muy bien las instrucciones dadas por las autoridades
políticas pero que él, Groscurth, debía velar ante todo por la disciplina en el seno de
la tropa. Está claro que Groscurth ha encontrado un pretexto para esconder su
indecisión moral: la ejecución de los niños alteraría profundamente el ánimo de los
soldados, puesto que nada del caso se les ha ocultado.
20 de agosto, 19:30 h
Riedl aprueba las decisiones de Groscurth. Pero Háfner, seguro de sí mismo y de
sus órdenes venidas de muy arriba, decide desobedecer a Groscurth y envía un
camión en el que los SS comienzan a cargar a los niños.
20 de agosto, 20 h
La decisión del mariscal von Reichenau, el jefe supremo del VI ejército, por fin llega.
En tales condiciones, es preciso diferir la continuación de las operaciones. Por
escaso margen, Groscurth obliga a Háfner a soltar a sus presas. Riedl acepta
incluso una acción humanitaria: los niños reciben al fin agua y pan, a la caída de la
noche.
Jueves 21 de agosto, 11 h
Para encontrar una solución al problema de los niños, los responsables alemanes
se reúnen el día siguiente al final de la mañana con Riedl. Además del comandante
en jefe, están ahí Groscurth y Háfner. Llegan nuevos personajes: el capitán Luley,
un oficial del Abwehr (servicio de información del ejército —los judíos son
considerados como espías) y el jefe del Einsatzkommando 4.° enviado por el propio
von Reichenau, el SS Standartenführer Paul Blobel, de quien depende Háfner.
Groscurth es el primero que habla e insiste en el hecho de que no ha intervenido
sino debido a los métodos empleados y al estado emocional de la tropa. Háfner y
Blobel convienen en que ha habido “lagunas desde un punto de vista técnico”. Riedl
recuerda que los capellanes fueron los primeros en intervenir. Luley expone la idea
de que, si bien él mismo es un buen cristiano protestante, piensa que los pastores
harían mejor en ocuparse del alma de los soldados alemanes, más bien que de la
suerte de los niños judíos. Riedl y Luley acusan a los capellanes de haber
exagerado y de “husmear para encontrar lo que sea”.
Groscurth, hijo de pastor, protesta que ha visto los hechos con sus propios ojos.
Riedl le reprocha directamente, en nombre de la necesidad ideológica de exterminar
a las mujeres y a los niños, el haber retrasado inútilmente las operaciones. Blobel
propone a guisa de castigo que se haga matar a los niños “a los hombres de tropa
que husmeaban por doquier”, comandados por oficiales “que hacen retrasar el
cumplimiento de las órdenes”. Groscurth se siente aludido y rechaza esta propo-
sición. Blobel interviene de nuevo, recuerda lo convenido por todas las autoridades,
incluido von Reichenau, con respecto a la exterminación de los judíos, entre ellos
los niños. No se puede dar marcha atrás con respecto a esa decisión. Toma la
decisión con los hombres presentes que discretamente se matará a los niños al día
siguiente, 22 de agosto, por la tarde a más tardar. Groscurth, en minoría, no partici-
pa en la discusión para arreglar los detalles prácticos, pero obtiene que la tropa sea
cuidadosamente mantenida al margen.
22 de agosto, 16 h
Soldados de la Wehrmacht cuidadosamente escogidos han sido requeridos para
cavar una fosa en un pequeño bosque , lejos de las miradas demasiado
sensibles. Se reúne a los ucranianos. Háfner observa que cuando éstos com-
prenden que tendrán que matar a niños tan pequeños, se quedan petrificados
alrededor de los SS, y luego se ponen a temblar.
Una última prueba esperaba al SS Obersturmführer August Háfner. Cuando
escoltaba a las víctimas, en la ruta de los camiones a la fosa, una chiquilla rubia se
apartó del grupo de niños, caminó hacia él y, antes que pudiera reaccionar, lo tomó
de la mano.
Hay una zona gris, de contornos mal definidos, la que separa y une a la vez los
dos campos de los señores y de los esclavos. Ésta posee una estructura interna
increíblemente complicada, y alberga en sí lo que basta para confundir nuestra
necesidad de juzgar. (Primo Levi).
Von Reichenau murió de una crisis cardíaca en 1942. Entre los supervivientes de
los combates, Groscurth, oficial de carrera, fue hecho prisionero por los soviéticos
y murió en cautiverio. Blobel, antiguo arquitecto, primer jefe del Einsatz-
kommando 4-A del Einsatzgruppe C, responsable de la masacre de Kiev, respon-
sable del Kommando 1005 encargado de abrir las fosas y de hacer desaparecer los
cuerpos de las víctimas, condenado a muerte en Nuremberg, fue colgado en
Landsberg en 1951. Háfner, SS desde 1933, fue condenado a ocho años de prisión
por el tribunal de Darmstadt en 1973. Jáger, arrestado en 1959, se suicidó en la
cárcel. Tewes se convirtió en obispo de Munich en 1968 y Reuss, director del
seminario y luego obispo de Maguncia en 1954. Wilczek fue pastor en una parroquia
en 1945.
El 30 de julio del 2003, Foday Sankoh, el canceroso y loco jefe de los criminales del
«Frente de Liberación Unido», murió impune en un hospital de Freetown.
Algunos días después, Charles Taylor, quien fue su aliado, sangriento verdugo de
Liberia, abandonó la capital, Monrovia, bajo presión de las Naciones Unidas, por un
exilio dorado en Nigeria.
En 2003, Jean Hatzfeld recoge las palabras de los asesinos de Rwanda: “En el
fondo un hombre es como un animal, le cortas la cabeza o el cuello, y se derrumba.
En los primeros días, aquel que había matado pollos y sobre todo cabras tenía
ventaja. Eso se entiende. Después, todo el mundo se acostumbró a esta nueva
actividad y se recuperó de su retraso”. (Tomado de: Jean-François Forges, Educar
contra Auschwitz. Historia y memoria).
GLORIA GERVITZ
avalancha de hojas
el río se inclina
hacia su sed
el tiempo va más aprisa que yo
la noche se desgaja
toco su desnudez de agua
y ella grita dentro del grito
y tú y tú
tócame adentro de ti
tócame
ah si pudieras tatuarme
si te quedaras ahí
quédate
dame las palabras
he de arrancarte
he de pisarte
tú frágil
tú que tiemblas
reconcíliame conmigo
no sé cómo seguir
estoy seca
y dije tu nombre
y el lugar era de aire
y la palabra
la presa
en la desolación de la fe
y la palabra cierva
en la amplitud del silencio
se desploma
dócil en su infinita contradicción
en su misericordia
y el corazón se cierra
y el corazón se abre
deslumbrándose
soy la última
en asistirla
en morirla
y la perdone
perdóname tú a mí
perdonada
beso tu miedo
tu huérfano miedo
tu para siempre miedo
tu miedo dentro de mí
corta
y quizás
y está en el centro
la intensidad de lo que es
así se sumerje
así la ofrenda
así
la ventana
se llena de luz
y el día
irrevocable
en la humanísima
mañana
se abre
y yo despierto
y las palabras
doblándose
dóciles
temblándose
dóciles
desampárandose
y en ese desamparo
en lo dócil
la mirada
y ahí besa
y abierta
y no sé cómo vivirla
El viaje de HG Adler. Traducido por Peter Filkins. 292 páginas. Casa al azar. $ 26.
He leído muchos libros, pero nada como este. Un intento de usar los instrumentos
de la literatura del siglo XX para representar las dislocaciones de espíritu y
conciencia causadas por el genocidio contra los judíos, su estilo podría llamarse
modernismo del Holocausto, una formulación improbable si alguna vez hubo una.
El destino de HG Adler fue tan inusual como su arte. Nacido en Praga en 1910, no
pudo huir antes de la toma del poder nazi y terminó en Theresienstadt, donde,
como escribió más tarde en una monografía sobre el "campo de exhibición", la
ilusión floreció salvajemente, y la esperanza, solo ligeramente atenuada por la
ansiedad, eclipsaría todo lo que estaba oculto bajo una bruma impenetrable
". Adler pasó dos años y medio allí con su familia. Más tarde, en Auschwitz, su
esposa decidió acompañar a su madre a las cámaras de gas para que no tuviera que
morir sola. En total, Adler perdió a 18 miembros de su familia, incluidos su propia
madre y su padre.
Por suerte, fue salvado. Al ser testigo de la toma de poder soviética de Praga y
deseando no correr más riesgos, huyó a Londres, donde se casó con un amor de la
infancia, tuvo un hijo y produjo 26 libros. "The Journey", escrita a principios de la
década de 1950, es la primera de sus seis novelas traducida al inglés.
Aunque Adler tenía sus admiradores - Elias Canetti llamó a "The Journey" una
"obra maestra" - logró poco renombre en Europa antes de su muerte en 1988. Parte
del problema de Adler era la visión predominante de la posguerra, formulada por el
filósofo Theodor Adorno, que después de Auschwitz la literatura era
imposible. Adler correspondió con Adorno, chocando apasionadamente con este
punto de vista y argumentando que la literatura ahora era más necesaria que
nunca. No, admitió, que el Holocausto pudiera entenderse alguna vez. Pero como el
personaje de "The Journey" que, como el autor, sobrevive a todo, dice: "No tienes
que entender. No hay nada que entender. Solo tienes que saberlo porque es
simplemente lo que sucedió. Ya no se nos permitió existir, y ahora mis seres
queridos están muertos! "
La novela sigue a los miembros de una familia, los Lustigs, algo así como Adler,
mientras viajan a través del Holocausto a un lugar como Theresienstadt. Termina
con un sobreviviente solitario deambulando en el paisaje inmediato de escombros y
personas desplazadas de la posguerra. Pero el tema real del libro es el
desplazamiento de las mentes empujadas hacia la falta de sentido.
La prosa de Adler busca captar los susurros y los chirridos de la locura en lugar de
las lamentaciones del sufrimiento. Con este fin, la voz narrativa cambia
continuamente, y tan transparente y lógicamente que al principio el lector puede
incluso no darse cuenta. Adler pasará de una descripción de los nazis, a la que
generalmente se hace referencia con ironía inexpresiva como "héroes", a las
propias voces de los nazis que hablan a sus víctimas: "Como niños pequeños, todo
tiene que hacerse por ti, aunque llegas a la cena sin pronunciar el más mínimo
agradecimiento ".