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PRIMO LEVI, Sobre Katzenelson:

EL HECHO DE QUE SEA EN ESAS CONDICIONES Y CON ESE


ESTADO DE ÁNIMO COMO EL QUE VA A MORIR CANTA Y SE
REVELA POETA, PROVOCA UN ESTREMECIMIENTO DE
EXECRACIÓN Y DE EXALTACION AL MISMO TIEMPO. SON
POEMAS NECESARIOS, AUNQUE HAYA HABIDO OTROS: A
MENUDO NOS PREGUNTAMOS, FRENTE A UNA PÁGINA, SI LAS
COSAS ESCRITAS DEBERÍAN O NO DEBERÍAN SER ESCRITAS, SI
PODRÍAN O NO PODRÍAN SER ESCRITAS DE OTRA MANERA. ES
ESTE CASO SE DESVANECE TODA DUDA”.

Si esto es un hombre.

“proporcionar documentación para un estudio sereno de algunos


aspectos del alma humana”
“Y llegó la noche, y fue una noche tal que se sabía que los ojos humanos
no habrían podido contemplarla y sobrevivir. Todos se dieron cuenta de
ello, ninguno de los guardianes, ni italianos ni alemanes, tuvo el ánimo
de venir a ver lo que hacen los hombres cuando saben que tienen que
morir.”

“Allí recibimos los primeros golpes: y la cosa fue tan inesperada e


insensata que no sentimos ningún dolor, ni en el cuerpo ni en el alma.
Sólo un estupor profundo: ¿cómo es posible golpear sin cólera a un
hombre?”

“Aquí estaba, ante nuestros ojos, bajo nuestros pies, uno de los famosos
trenes de guerra alemanes, los que no vuelven, aquéllos de los cuales,
temblando y siempre un poco incrédulos, habíamos oído hablar con
tanta frecuencia. Exactamente así, punto por punto: vagones de
mercancías, cerrados desde el exterior, y dentro hombres, mujeres,
niños, comprimidos sin piedad, como mercancías en docenas, en un
viaje hacia la nada”

“Pocos son los hombres que saben caminar a la muerte con dignidad, y
muchas veces no aquéllos de quienes lo esperaríamos. Pocos son los
que saben callar y respetar el silencio ajeno.”

“Entonces por primera vez nos damos cuenta de que nuestra lengua no
tiene palabras para expresar esta ofensa, la destrucción de un hombre.
En un instante, con intuición casi profética, se nos ha revelado la
realidad: hemos llegado al fondo. Más bajo no puede llegarse: una
condición humana más miserable no existe, y no puede imaginarse. No
tenemos nada nuestro: nos han quitado las ropas, los zapatos, hasta
los cabellos; si hablamos no nos escucharán, y si nos escuchasen no
nos entenderían. Nos quitarán hasta el nombre: y si queremos
conservarlo deberemos encontrar en nosotros la fuerza de obrar de tal
manera que, detrás del nombre, algo nuestro, algo de lo que hemos
sido, permanezca.”
“Sabemos que es difícil que alguien pueda entenderlo, y está bien que
sea así, pero pensad cuánto valor, cuánto significado se encierra aun
en las más pequeñas de nuestras costumbres cotidianas, en los cien
objetos nuestros que el más humilde mendigo posee: un pañuelo, una
carta vieja, la foto de una persona querida. Estas cosas son parte de
nosotros, casi como miembros de nuestro cuerpo; y es impensable que
nos veamos privados de ellas, en nuestro mundo, sin que
inmediatamente encontremos otras que las substituyan, otros objetos
que son nuestros porque custodian y suscitan nuestros recuerdos.

“Imaginaos ahora un hombre a quien, además de a sus personas


amadas, se le quiten la casa, las costumbres, las ropas, todo,
literalmente todo lo que posee: será un hombre vacío, reducido al
sufrimiento y a la necesidad, falto de dignidad y de juicio, porque a quien
lo ha perdido todo fácilmente le sucede perderse a sí mismo; hasta tal
punto que se podrá decidir sin remordimiento su vida o su muerte
prescindiendo de cualquier sentimiento de afinidad humana; en el caso
más afortunado, apoyándose meramente en la valoración de su utilidad.
Comprenderéis ahora el doble significado del término «Campo de
aniquilación», y veréis claramente lo que queremos decir con esta frase:
yacer en el fondo”.

“La explicación es sencilla, aunque revuelva el estómago: en este lugar


está prohibido todo, no por ninguna razón oculta sino porque el campo
se ha creado para ese propósito. Si queremos seguir viviendo tenemos
que aprenderlo rápidamente:”
“Vienen en columnas de cinco: tienen un modo de andar extraño,
inhumano, duro, como fantoches rígidos que sólo tuviesen huesos: pero
andan marcando escrupulosamente el tiempo de la música.”

“Si fuésemos razonables tendríamos que resignarnos a esta evidencia:


que nuestro destino es perfectamente desconocido, que cualquier
conjetura es arbitraria y totalmente privada de cualquier fundamento
real. Pero los hombres son muy raramente razonables cuando lo que
está en juego es su propio destino; en cualquier caso prefieren las
posturas extremas; por ello, según su carácter, entre nosotros los hay
que se han convencido inmediatamente de que todo está perdido, de
que no podemos seguir viviendo y de que el fin está cerca y es seguro;
otros, que por muy dura que sea la vida que nos espera aquí, la
salvación es probable y no está lejos, y que si tenemos fe y fuerza
volveremos a ver nuestro hogar y a nuestros seres queridos. Los dos
grupos, los pesimistas y los optimistas, no están, por otra parte, tan
diferenciados: no ya porque los agnósticos sean muchos sino porque la
mayoría, sin memoria ni coherencia, oscila entre las dos posturas limite
según sus interlocutores del momento.

“Heme aquí, por consiguiente, llegado al fondo. A borrar con una


esponja el pasado, el futuro se aprende pronto si os obliga la necesidad.
Quince días después del ingreso tengo ya el hambre reglamentaria, un
hambre crónica desconocida por los hombres libres, que por la noche
nos hace soñar y se instala en todos los miembros de nuestro cuerpo;
he aprendido ya a no dejarme robar, y si encuentro una cuchara, una
cuerda, un botón del que puedo apropiarme sin peligro de ser castigado
me lo meto en el bolsillo y lo considero mío de pleno derecho. Ya me
han salido, en el dorso de los pies, las llagas que no se curan. Empujo
carretillas, trabajo con la pala, me fatigo con la lluvia, tiemblo ante el
viento; ya mi propio cuerpo no es mío: tengo el vientre hinchado y las
extremidades rígidas, la cara hinchada por la mañana y hundida por la
noche; algunos de nosotros tienen la piel amarilla, otros gris: cuando no
nos vemos durante tres o cuatro días nos reconocemos con dificultad.
Habíamos decidido reunirnos los italianos todos los domingos en un
rincón del Lager: pero pronto lo hemos dejado de hacer porque era
demasiado triste contarnos y ver que cada vez éramos menos, y más
deformes, y más escuálidos. Y era tan cansado andar aquel corto
camino: y además, al encontrarnos, recordábamos y pensábamos, y
mejor era no hacerlo.”

“—Ruhe, Ruhe!
Entiendo que me imponen silencio, pero la palabra es nueva para mí, y
como no conozco su sentido y sus complicaciones, mi inquietud
aumenta. La confusión de las lenguas es un componente fundamental
del modo de vivir aquí abajo; se está rodeado por una perpetua Babel
en la que todos gritan órdenes y amenazas en lenguas que nunca se
han oído, y ¡ay de quien no las coge al vuelo! Aquí nadie tiene tiempo,
nadie tiene paciencia, nadie te escucha; los que hemos llegado últimos
nos reunimos instintivamente en los rincones, contra las paredes, para
sentirnos con la espalda materialmente resguardada.”
“En este lugar, lavarse todos los días en el agua turbia del inmundo
lavabo es prácticamente inútil a fines de limpieza y de salud; pero es
importantísimo como síntoma de un resto de vitalidad, y necesario como
instrumento de supervivencia moral.”

“precisamente porque el Lager es una gran máquina para convertirnos


en animales, nosotros no debemos convertirnos en animales; que aun
en este sitio se puede sobrevivir, y por ello se debe querer sobrevivir,
para contarlo, para dar testimonio; y que para vivir es importante
esforzarse por salvar al menos el esqueleto, la armazón, la forma de la
civilización. Que somos esclavos, sin ningún derecho, expuestos a
cualquier ataque, abocados a una muerte segura, pero que nos ha
quedado una facultad y debemos defenderla con todo nuestro vigor
porque es la última: la facultad de negar nuestro consentimiento.
Debemos, por consiguiente, lavarnos la cara sin jabón, en el agua sucia,
y secarnos con la chaqueta. Debemos dar betún a los zapatos no
porque lo diga el reglamento sino por dignidad y por limpieza. Debemos
andar derechos, sin arrastrar los zuecos, no ya en acatamiento de la
disciplina prusiana sino para seguir vivos, para no empezar a morir.
“Estas cosas me dijo Steinlauf, hombre de buena voluntad: cosas
extrañas para mi oído desacostumbrado, entendidas y aceptadas sólo
en parte, y mitigadas por una doctrina más fácil, dúctil y blanda, la que
hace siglos que se respira más acá de los Alpes y según la cual, entre
otras cosas, no hay vanidad mayor que esforzarse en tragarse enteros
los sistemas morales elaborados por los demás, bajo otros cielos. No,
la prudencia y la virtud de Steinlauf, ciertamente buenas para él, no me
bastan. Frente a este complicado mundo inferior mis ideas están
confusas: ¿será realmente necesario establecer un sistema y
practicarlo? ¿No será más saludable tomar conciencia de no tener
sistema?”

“Ay de quien sueña: el momento de conciencia que acompaña al


despertar es el sufrimiento más agudo. Pero no nos ocurre con
frecuencia, y los sueños no son largos: no somos más que bestias
cansadas.”

“Nosotros nos miramos unos a otros desde las camas, porque todos
sentimos que esta música es infernal.
Los motivos son pocos, una docena, cada día los mismos, mañana y
tarde: marchas y canciones populares que les gustan a todos los
alemanes. Están grabadas en nuestras mentes, serán lo último del
Lager que olvidemos: son la voz del Lager, la expresión sensible de su
locura geométrica, de la decisión ajena de anularnos primero como
hombres para después matarnos lentamente.”

“tienen las almas muertas y la música los empuja, como el viento a las
hojas secas, y es un sustituto de su voluntad. La voluntad ya no existe:
cada latido se convierte en un paso, en una contracción refleja de los
músculos deshechos. Los alemanes lo han conseguido. Son diez mil y
son sólo una máquina gris: están determinados exactamente; no
piensan y no quieren, andan.”
“También los del Ka-Be conocen este ir y volver del trabajo, la hipnosis
del ritmo interminable que mata el pensamiento y calma el dolor; lo han
experimentado y volverán a experimentarlo. Pero es preciso salir del
encantamiento, oír la música fuera como ocurría en el Ka-Be o como la
recordamos ahora, luego de la liberación y el renacimiento, sin
obedecerla, sin sufrirla, para comprender lo que era; para comprender
por qué calculada razón los alemanes habían creado este mito
monstruoso y por qué, todavía hoy, cuando la memoria nos restituye
alguna de aquellas inocentes canciones, se nos hiela la sangre en las
venas y nos damos cuenta de que haber vuelto de Auschwitz no ha sido
suerte pequeña.”

“Al día siguiente, en lugar del grupo acostumbrado de curados, han


salido dos grupos distintos. A los primeros los han afeitado y rapado y
se han duchado. Los segundos han salido como estaban, con la barba
larga, sin que se les haya renovado la medicación, sin haberse duchado.
Nadie ha despedido a estos últimos, nadie les ha dado recados para los
compañeros sanos.
Entre los últimos estaba Schmulek.
De esta manera discreta y ordenada, sin aparato y sin cólera, por el
barracón del Ka-Be se pasea todos los días la catástrofe, y le toca a
éste o a aquél. Al irse Schmulek me dejó la cuchara y el cuchillo, Walter
y yo hemos evitado mirarnos y nos hemos quedado en silencio durante
mucho tiempo.”

“El Ka-Be es el Lager sin las incomodidades materiales. Por eso, al que
todavía le queda un germen de conciencia, allí la recupera; porque
durante las larguísimas jornadas ya vacías se habla de otra cosa que
de hambre y de trabajo, y llegamos a reflexionar en qué hemos sido
convertidos, cuánto nos han quitado, qué es esta vida. En este Ka-Be,
paréntesis de relativa paz, hemos aprendido que nuestra personalidad
es frágil, que está mucho más en peligro que nuestra vida; y que los
sabios antiguos, en lugar de advertirnos «acordáos de que tenéis que
morir» mejor habrían hecho en recordarnos este peligro mayor que nos
amenaza. Si desde el interior del campo algún mensaje hubiese podido
dirigirse a los hombres libres, habría sido éste: no hagáis nunca lo que
nos están haciendo aquí.”

“Cuando se está trabajando se sufre y no queda tiempo de pensar:


nuestros hogares son menos que un recuerdo. Pero aquí tenemos todo
el tiempo para nosotros: de litera a litera, a pesar de la prohibición, nos
visitamos, y hablamos y hablamos. El barracón de madera, cargado de
humanidad doliente, está lleno de palabras, de recuerdos y de otro
dolor. Heimweh se llama en alemán este dolor, es una bella palabra y
quiere decir «dolor de hogar».”

“Sabemos de dónde venimos: los recuerdos del mundo exterior pueblan


nuestros sueños y nuestra vigilia, nos damos cuenta con estupor de que
no hemos olvidado nada, cada recuerdo evocado surge ante nosotros
dolorosamente nítido.
Pero adónde vamos no lo sabemos. Tal vez podamos sobrevivir a las
enfermedades y escapar a las selecciones, tal vez hasta resistir el
trabajo y el hambre que nos consumen: ¿y luego? Aquí, alejados
momentáneamente de los insultos y de los golpes, podemos volver a
entrar en nosotros mismos y meditar, y entonces se ve claro que no
volveremos. Hemos viajado hasta aquí en vagones sellados; hemos
visto partir hacia la nada a nuestras mujeres y a nuestros hijos;
convertidos en esclavos hemos desfilado cien veces ida y vuelta al
trabajo mudo, extinguida el alma antes de la muerte anónima. No
volveremos. Nadie puede salir de aquí para llevar al mundo, junto con
la señal impresa en su carne, las malas noticias de cuanto en Auschwitz
ha sido el hombre capaz de hacer con el hombre.”

“Porque así es la naturaleza humana, las penas y los dolores que se


sufren simultáneamente no se suman por entero en nuestra
sensibilidad, sino que se esconden, los menores detrás de los mayores,
según una ley de perspectiva muy clara. Es algo providencial y que nos
permite vivir en el campo. Y también es ésta la razón por la cual con
tanta frecuencia, en la vida en libertad, se oye decir que el hombre es
insaciable: mientras, más que de una incapacidad humana para el
estado de bienestar absoluto, se trata de un conocimiento siempre ”
MIKLOS RADNOTY

No puedo saber qué significa para otros este paisaje,


mi patria, este pequeño país abrazado al fuego,
el mundo de mi niñez que lejana se mece.
Crecí de él, como una tierna rama del tronco de un árbol,
y espero ver mi cuerpo hundirse en él un día.
Estoy aquí, en casa. Y si alguna vez a mis pies se arrodilla
un arbusto, conozco su flor y hasta su nombre,
sé adónde van y quiénes van por el camino,
y sé qué significa en la madrugada del verano
ese dolor rojo que nace en el muro de las casa.
Para el piloto que lo sobrevuela, este paisaje es tan sólo un mapa
y no sabe en qué lugar vivió Mihäly Vörösmarty,
¿qué esconde para él esta región? fábricas y áridos cuarteles.
Yo veo un saltamontes, un buey, la torre, una granja apacible,
pero él ve fábricas con los prismáticos y campos de labranza;
yo veo trabajadores que tiemblan por lo suyo,
temporeros que silban, bosques, viñedos y tumbas,
y entre las tumbas madres que lloran en silencio.
Y lo que desde arriba son raíles y fábricas indemnes que hay que
destruir
es el guardagujas y el ferroviario dando la señal
rodeado de niños y con una bandera roja en la manos,
y en el patio de la fábrica se revuelca un perro pastor,
y allí está el parque, la huella de los viejos amores,
y el sabor a miel y arándano de los besos en mi boca,
y aquí la piedra que puse al borde de la acera
para que el maestro no me preguntara,
la piedra que ahora piso y nadie pude ver desde lo alto.

Es verdad, somos culpables, mas no más que el resto de los pueblos,


y sabemos bien cuándo hemos pecado, dónde y de qué modo,
pero aquí vive gente que trabaja, y poetas sin culpa,
y niños de pecho en los que la razón madura,
la misma que ahora los alumbra y protege en los sótanos oscuros
hasta que el delo de la paz dibuje de nuevo una señal en nuestra tierra
y con su fresca voz responda a las palabras nuestras tan ahogadas.
Oh, nube del amanecer, cúbrenos ya con tu extensas alas.

A unos pocas millas a lo lejos están quemando


los montones de heno y las casas,
y mientras, agachados en la orilla de este placentero prado,
los campesinos asustados fuman sus pipas.
Aquí, ahora, la pequeña pastora se adentra en el estanque
y juega con los plateados rizos del agua,
mientras se inclina a beber su lanuda oveja
y mira las nubes pasar nadando a la deriva.

Lo ves, anochece y el barracón, el salvaje cerco de roble


que abraza la alambrada parece flotar, absorbido por la noche.
El marco de nuestro cautiverio lo dibuja lentamente la mirada
y sólo el cerebro, sólo él conoce la tensión del alambre.
Lo ves, mi amor, aquí hasta nuestra fantasía se libera únicamente
de este modo, nuestro quebrado cuerpo lo libera el sueño,
el bello redentor, y el campo de presos se encamina a casa.

Andrajosos y descarnados, desde la cima ciega de Serbia


los presos vuelan roncando hacia el paisaje solapado de casa.
¡Paisaje solapado de casa! Ah, ¿existe aún el hogar?
¿A salvo quizá de las bombas? ¿Está como cuando nos alistaron?
El que gime a la derecha, el que duerme a la izquierda, ¿volverán?
Dime, ¿existe allá aún una patria, donde conozcan el hexámetro?

Sin acentos, palpando a ciegas verso a verso,


así escribo el poema en la tiniebla, lo mismo que vivo,
a tientas, arrastrándome sobre el papel como un gusano;
linterna, libro, todo lo quitaron los guardianes del campo,
y tampoco llega el correo, sólo la niebla cubre nuestro barracón.

Aquí, en los montes, entre rumores e insectos vive el francés,


el polaco, el ruidoso italiano, el serbio disidente, el judío caviloso,
viven, el cuerpo febril hecho pedazos, una misma vida,
aguardan buenas noticias, no las bellas palabras de una mujer
sino las de su liberación,
y aguardan el final, que se precipita en la espesa penumbra, o el
milagro.

Heme aquí tumbado en una tabla, cautivo animal entre parásitos, el


asalto
de las pulgas se renueva, mas se ha calmado la legión de las moscas.
Es de noche, un día menos, ya ves, de cautiverio
y también un día menos para vivir. El campamento duerme. Bañado
de luna el paisaje, el alambre refulge tenso, y por la ventana,
proyectándose sobre la pared en las voces de la noche,
se ve la sombra de los centinelas armados.

El campo está dormido, lo ves, amor, zumban los sueños,


ronca uno, se sobresalta, se da la vuelta en su angosto espacio,
se duerme de nuevo, brillante el rostro. Tan sólo yo velo sentado,
siento un resto de colilla en mi boca en lugar del sabor
de tus besos y el sueño no acude para dispensar su caricia,
pues sin ti vivir no puedo ya, ni sé morir tampoco…

Viví sobre esta tierra en un tiempo en que el hombre cayó


tan bajo que mataba por placer, sin que nadie lo ordenara.
Locas obsesiones tejían su vida, adoraba falsos dioses
sin ninguna ilusión, manadero de espuma era su boca.
Viví en esta tierra en una edad
en la que traicionar era un gesto honorable,
y eran héroes el traidor y los ladrones,
y quien guardaba silencio y no podía regocijarse
fue odiado como un hijo de la peste.
Yo viví en esta tierra en una época
en la que el hombre debía ocultar su voz
y morderse los puños con vergüenza;
borracha de sangre y escoria, enloqueció la nación
y sonreía ante su horrible destino.
Yo viví sobre esta tierra en una edad
en la que un hijo era la maldición de su madre
y una madre era feliz cuando abortaba,
y un vaso de denso veneno espumeaba en las mesas,
y los vivos envidiaban el silencio podrido de los muertos.
Viví sobre esta tierra, sí, en una época
en la que los poetas se acostumbraron a callar
y esperaban que Isaías, el sabio de terribles palabras,
cantara de nuevo, pues nadie sino él sabía entonar
la justa maldición, la maldición ardiente de los justos.

Está loco el que, habiéndose desplomado se levanta y reanuda el


paso,
y como dolor flotante mueve tobillo y rodilla,
y retoma la marcha, como llevado en alas,
y en vano lo llama la cuneta, no se atreve a quedarse,
y si preguntas ¿por qué no? quizá conteste aún
que una mujer le espera y una muerte más sabia y más
hermosa.
Pero está loco el infeliz, porque allí sobre los hogares
hace tiempo ya que sólo el viento abrasado remolina,
se ha vencido la pared de la casa, el ciruelo se tronchó,
y el viento eriza el vello de la noche vernácula.
Oh, si pudiera creerlo: que no sólo llevo en mi corazón
todo lo que aún vale la pena y hay un hogar al que volver;
¡si aún existiese! y como antaño en el fresco y viejo porche
zumbase la pacífica abeja en tanto se enfría la confitura
de ciruela,
y el silencio de los fines de verano tomase el sol en los jardines
soñolientos,
entre el follaje los frutos desnudos se meciesen,
y Fanny me esperase rubia ante el seto bermejo,
y escribiese sombras lentamente la lenta mañana,
–pero ¡sí, es posible todavía! ¡la luna hoy luce tan redonda!
No sigas andando, amigo, ¡repréndeme a gritos y me levantaré!

Los bueyes babean saliva y sangre.


Nosotros todos orinamos sangre.
Somos una horda sudorosa y salvaje.
Nuestro hedor se suma al que sopla la muerte.

Caí junto a él, junto a su cuerpo entregado


y tenso como una cadena recién ajustada,
tenía un disparo en la nuca. “Así acabaré”
–me dije– “acostado e inmóvil,
como una flor que aguarda en medio de la muerte."
Entonces una voz cercana me dijo desde arriba
“florecerás de nuevo”,[1]
mientras el barro y la sangre sellaban mis oídos.
JANOS PILINSZKY (HUNGRÍA)

El desierto del amor

Un puente, una ardiente vía de asfalto,


el día está vaciando sus bolsillos,
sacando afuera todo lo que tiene.
Estás a solas al ocaso catatónico.
Como fondo de zanja es el paisaje;
marca ardiente en lo oscuro deslumbrado.
Se hace sombrío. Hiela el esplendor,
ciega el sol. Nunca olvido que es verano.
Es verano y el calor relampaguea.
Están de pie, y yo sé que ni aletean
las aves del corral, ardientes querubines
en sus jaulas de tablas astilladas.
¿Aún recuerdas? Fue primero el viento;
después la tierra; la jaula fue luego.
Excrementos y fuego. Y por momentos
nada más un reflejo, un aleteo.
Y la sed. Pedí entonces de beber.
Aún hoy siento los tragos afiebrados,
todavía soporto los destellos
inerme como piedra y los apago.
Los años van pasando, y la esperanza -
como un tarro de lata tirado entre la paja.

Impromptu

Estoy vagando sin rumbo


desde meses sin parar,
un sol asesino y dulce
me ciega y duele noche y día.
¿Desde dónde tantas visiones?
Ella surge al lado del agua,
en juventud esplendorosa,
flotando en lo súbito oscuro,
su sonrisa rompe en la costa.
Lejos se encienden los veleros.
Calor a plomo a mediodía
en cabina dispersas llueve.
¡Y los detalles, las minucias!
Sólo una flor al viento blando,
como si en manos asombradas
la girara en silencio un crío.
¡Las melodías! ¡Por filas de cuartos
la misma melodía resonante,
como si el mar descalzo
paseara en sus paredes!
Pero son los amantes los más bellos,
sus crines, tolda última y hermosa
del pudor, iluminan la penumbra.
Amantes, y el ocaso,
filas de casas apagándose,
y entre las casas, en la arena,
la mole inmensa de una torre.
¿Quién puede imaginarse algo más triste?

Basta

Así sea muy ancho lo creado,


es más estrecho que un establo.
De aquí hasta allá. Piedra, árbol, casa.
Actuando estoy. Llego temprano, me retraso.
Pero alguien entra a veces
y lo que existe se abre de repente.
Basta ver una faz, una presencia,
y ya sangra el papel de las paredes.
Sí, sí, basta una mano, como cuando
revuelven el café o hacen el gesto
de abandonar la escena,
para olvidar entonces dónde estamos,
la hilera de ventanas sin aire, y luego
regresar en la noche a nuestro cuarto
para aceptar lo inaceptable.

Espacios

El infierno es sentir un espacio. Lo es el cielo.


Diferentes espacios. El paraíso es libre;
vemos al otro bajo nuestros ojos,
como un cuarto de sótano;
desde lo alto, bajo nuestros ojos,
como atisbando por una escalera,
por una puerta de un cuarto de sótano dejada
a propósito abierta (¿o por olvido?).
Pasa allí lo que yo, precisamente,
no puedo soportar. Tal vez apenas abran
un cajón lleno de guiñapos,
midan un cisne, cuántos kilos pesa,
o hablen de aquello, una y mil veces,
con ese único ser a quien yo amo,
de lo que no se puede ni se debe
ni hablar, ni escribir.

Alguien

Por un perfecto círculo, o mejor,


por un óvalo imperfecto
está mirando Dios al monstruo. Un millón
de caras, manos y uñas en conjunto.
En el fondo una cama larga y muda;
una vulgar cobija y una almohada.
La pezuña del monstruo perfora el pavimento,
y alguien rompe a llorar.
A perpetuidad

La cama se comparte.
La almohada no.

El prisionero francés

Si sólo pudiera olvidarlo, el francés


Vi fuera de nuestras habitaciones, arrastrándose
Cerca del amanecer en esa densidad de jardín
Como si casi estuviera en el suelo.
Estaba mirando hacia atrás, mirando a su alrededor
Para comprobar que estaba a salvo aquí y solo:
Una vez que estaba seguro, su botín era todo suyo!
Fuera lo que fuera, no seguiría adelante.

Ya estaba comiendo. Estaba wolfing


Un nabo robado escondido en sus harapos.
Comer la alimentación cruda del ganado. Pero no lo haría antes
Tragó un bocado de lo que le hizo gag;
Y el alimento dulce encontrado en su lengüeta
Deleite y luego repugnancia, como podría ser
Los infelices y los felices, reunidos en
El éxtasis consumidor de sus cuerpos.

Sólo olvidar ese cuerpo. . . Omóplatos


Temblor, y una mano toda la piel y el hueso,
La palma de la mano tapando su boca de tal manera
Que también parecía alimentarse en aferrarse.
Y luego la vergüenza furiosa y desesperada
De órganos entrelazados, forzados
Desgarrarse el uno del otro lo que debe atarlos
Juntos en la comunidad por fin.

La forma en que sus pies torpes se habían dejado de lado


De toda esa alegría bestial que gibbering; y cómo
Estaban parados y paralizados por debajo
La tortura del cuerpo y el rapto feroz ahora.
Y su mirada también ... ¡si pudiera olvidar eso!
Retching, continuó engullendo como si estuviera conducido
Y así sucesivamente, sólo para comer, no importa qué,
Cualquier cosa, esto o aquello, él mismo.
¿Por qué continuar? Resultó que había escapado
Desde el campo de prisioneros cerca, los guardias vinieron por él.
Vago, como hice entonces en ese jardín,
Entre mis sombras de jardín aquí en casa.
"Si sólo pudiera olvidarlo, el francés" -
Estoy mirando a través de mis notas, leí una,
Y de mis oídos, mis ojos, mi boca,
La memoria hierve en su grito:

"¡Tengo hambre!" Y de inmediato me siento


El hambre inmortal que esta miserable criatura
Desde hace tiempo ha dejado de sentir, por lo que
Ningún alimento mitigante en la naturaleza.
Se alimenta de mí. Más y más hambriento!
Y soy menos y menos suficiente, por mi parte.
Ahora él, que se habría contentado una vez
Con cualquier tipo de comida, exige mi corazón.

En el muro de un KZ Lager

Donde has caído, te quedarás.


En todo el universo este
Y sólo el lugar es el único lugar
Que usted ha hecho su propio.

El país huye de ti.


Casa, molino, álamo, todo
Está luchando contigo aquí, como si
En la nada mutación.

Pero ahora eres tú quien no va a rendirse.


¿Te hemos molestado? Te has enriquecido.
¿Te hemos cegado? Tú todavía nos observas.
Tú testificas sin hablar.
El rezo de Van Gogh

Una batalla perdida en los campos de maíz


Y en el cielo una victoria.
Aves, el sol y los pájaros de nuevo.
Por la noche, ¿qué quedará de mí?

Por la noche, sólo una hilera de lámparas,


Una pared de arcilla amarilla que brilla,
Y por el jardín, a través de los árboles,
Como velas en una fila, los cristales;

Allí moré una vez y no moré más,


No puedo vivir donde alguna vez viví, aunque
El techo que solía cubrirme.
Señor, me cubrieron hace mucho tiempo.

apócrifo

1
Debido a que todos se fueron.

Los cielos están separados y para siempre


en el fin del mundo ha caído tierras,
y de nuevo separar las perreras silencio.
pájaro menekvő de la guerra aérea.
Y vamos a ver el sol naciente,
como pupila en silencio y demente
como ver una bestia, tan tranquilo.

Pero el számkivettetésben virrasztván,


porque no se puede dormir por la noche,
Lancé un millar de cartas,
y hablo como un árbol Ejido:

Conocida la migración en los últimos años,


los años de la arrugada en el suelo?
Y entender las arrugas transitoriedad,
sabes manos que cuidan?
Y conoce el nombre de la realidad orfanato?
Y usted sabe qué tipo de dolor
pisar fuerte en la oscuridad perpetua
corrientes divididas, pies palmeados?
La noche, el frío, el agujero
ronda fegyencfejet de la pendiente,
Usted sabe que el canal congelado,
Sabes que el mundo profunda angustia?

El sol salió. árboles Vesszőnyi oscuramente


el cielo en infrarrojo enojado.

Así que me voy. Entrevista con la destrucción


un hombre pisando en silencio.
No tiene nada, es una sombra.
Es su personal. Es rabruhája.

Por lo tanto, he aprendido a caminar! Por estas


la tarde, amargo para la promoción.

S estará en la noche, y Sara rámkövül


noche y me vuelvo una persiana debajo de las pestañas
Puedo comprobar si ese salario, esta fiebre
fácskákat y ágacskáikat.
Por cada letra del bosque caliente, pequeña.
En algún momento del tomate era aquí.
renovar el dolor medio dormido:
escuchar árboles gigantes!

Inicio quería llegar a casa con el tiempo,


al llegar a la Biblia.
Yum precio temible en el patio.
Se preocupaba, ancianos padres tranquilos en la casa.
Y han llegado, se le ha llamado, la mala
También han de llorar, tropezando cubierta.
Respuesta a la antigua orden.
Kikönyöklök las estrellas Windy -
Sólo ahora que pudiera hablar con usted otra vez,
a la que amaba. Año tras año,
pero no dicen limp
¿Qué niño llorando deszkarésbe,
la esperanza casi sin aliento
que yo venga y os encuentro.
Mi enfoque garganta palpitante.
Tengo miedo, como un animal salvaje.

Sus palabras de la voz humana


No hablo. Las aves vivas,
corazón roto que huyen Ahora
Bajo el cielo, bajo un cielo de fuego.
paneles cosidas bombilla de la caja del orfanato,
y todavía quema jaulas.
No entiendo el lenguaje humano,
y usted no habla su idioma.
Hazátlanabb la palabra es mi palabra!

No hay ninguna palabra.


una carga terrible
colapsar bajo el aire
Torre ofrece un cuerpo sano.

o incluso ninguna parte. Cómo vaciar el mundo.


A sillas de jardín, una kinnfeledt tumbona.
Entre sombra sostenido traqueteo de las piedras.
Estoy cansado. Mirando por la tierra.

Dios me ve de pie en el sol.


Yum ver precio y vallas de piedra.
Él ve ninguna respiración de pie
mi sombra en la prensa sin aire.

Para entonces, yo soy como una piedra;


ruck muertos, atrayendo a miles de primera clase,
un buen puñado de escombros
para entonces el rostro de la criatura.
Y en vez de lágrimas en los rostros de las arrugas,
bajo el goteo, goteo de la fosa vacía.
CHARLOTTE DELBO
I
Se los suplico
hagan algo
aprendan un paso
una danza
algo que los justifique
que les de derecho
a estar vestidos con su piel y su pelo
aprendan a caminar y a reír
porque sería demasiado tonto
al final
que tantos hayan muerto
y que ustedes vivan
sin hacer nada de su vida.

II
Oh, ustedes que saben
¿Sabían que el hambre hace brillar los ojos
y la sed los opaca?
Oh, ustedes que saben
¿Sabían que uno puede ver a su madre muerta
y permanecer sin lágrimas?
Oh, ustedes que saben
¿Sabían que en la mañana uno quiere morir
y en la tarde uno tiene miedo?
Oh, ustedes que saben
¿Sabían que las piernas son más vulnerables que los ojos,
los nervios más duros que los huesos,
el corazón más sólido que el acero;
sabían que las piedras del camino no lloran
que no sólo hay una palabra para el espanto,
una palabra para la angustia,
¿Sabían que el sufrimiento no tiene límite,
el horror no tiene frontera?
¿Lo sabían,
ustedes que saben?
LOS VIVOS PARA PERDONARLES QUE ESTÉN VIVOS

Vosotros que pasáis

bien vestidos con todos vuestros músculos

un vestido que os va bien

que os va mal

que os va regular

vosotros que pasáis

animados de vida tumultuosa en las arterias

y bien pegada al esqueleto

con paso alegre deportivo torpe

reidores enfurruñados, sois guapos

tan anónimos

tan anónimamente cualquiera

tan guapos por ser anónimos

tan diversos

con esa vida que os impide

notar vuestro tronco que sigue a la pierna

vuestra mano en el sombrero

vuestra mano sobre el corazón

la rótula girando suavemente en la rodilla

cómo perdonaros que estéis vivos...


Vosotros que pasáis

bien vestidos con todos vuestros músculos

cómo perdonaros

todos han muerto

Pasáis y bebéis en las terrazas

sois felices ella os quiere

mal humor problemas de dinero

cómo

perdonaros que estéis vivos

cómo

vais a haceros perdonar

por los que han muerto

para que paséis

bien vestidos con todos vuestros músculos

bebáis en las terrazas

seáis más jóvenes con cada primavera

Os lo suplico

haced algo

aprended un paso

una danza

algo que os justifique


que os dé derecho

a ir vestidos con vuestra piel con vuestro pelo

aprended a caminar y a reír

porque sería demasiado estúpido

al final

que tantos hubieran muerto

y vosotros vivierais

sin hacer nada con vuestra vida

.* * * *

Vuelvo

de más allá del conocimiento

ahora hay que desaprender

tengo claro que de otro modo

no podría seguir viviendo.

* * * *

Y después de todo

vale más no creer

en esas historias

de gente que vuelve

nunca más podréis dormir

si llegáis a creer
a esos espectros que vuelven

a esa gente que vuelve

que vuelve

sin poder siquiera

explicar cómo.

Poema para los que miraban. Auschwitz

Vosotros que sabéis

sabíais que el hambre hace brillar los ojos

que la sed los empaña?

Vosotros que sabéis

sabíais que se puede ver a la madre muerta

y no derramar lágrimas?

Vosotros que sabéis

sabíais que por la mañana uno quiere morir

y por la tarde tiene miedo?

Vosotros que sabéis

sabíais que un día dura más que un año

un minuto más que una vida?

Vosotros que sabéis


sabíais que las piernas son más vulnerables que los ojos

los nervios más duros que los huesos

el corazón más sólido que el acero?

Sabíais que las piedras del camino no lloran

que sólo hay una palabra para el espanto

sólo una palabra para la angustia?

Sabíais que el sufrimiento no tiene límite

ni el horror frontera?

Lo sabíais

vosotros que sabéis?

Poema sobre Auschwitz

Ese punto en el mapa

Esa mancha negra en el centro de Europa

esa mancha roja

esa mancha de fuego esa mancha de hollín

esa mancha de sangre

esa mancha de cenizas

para millones
un lugar sin nombre.

De todos los países de Europa

de todos los puntos del horizonte

convergían los trenes

hacia lo innombrado

cargados de millones de seres

que eran descargados allí y no sabían dónde estaban

eran descargados con su vida

con sus recuerdos

con sus pequeños dolores

y su gran asombro

con su mirada que preguntaba

y no veía sino fuego,

que ardieron allí sin saber dónde estaban.

Hoy se sabe

Desde hace algunos años se sabe

Se sabe que ese punto del mapa

es Auschwitz

Se sabe eso

Y se cree saber el resto.


Ciudad de Auschwitz

“La ciudad por la que pasábamos era una ciudad extraña. Las mujeres llevaban
sombrero sobre el cabello peinado en bucles. Llevaban también zapatos y medias
como en las ciudades. Ninguno de los habitantes de la ciudad tenía rostro y para
no confesarlo todos volvían la espalda a nuestro paso incluso un niño que llevaba
en la mano una lata de leche tan alta como sus piernas de esmalte violeta y que
huyó al vernos. Mirábamos a aquellos seres sin rostro y éramos nosotras las
asombradas. Estábamos también desilusionadas esperábamos ver frutas y
hortalizas en los comercios. Pero no había tiendas sólo escaparates en los que
hubiera querido reconocerme entre las figuras reflejadas en el vidrio. Levanté un
brazo pero todas querían reconocerse todas levantaron el brazo y ninguna supo
cuál era ella. El reloj de la estación marcaba la hora nos sentimos felices al verla
la hora era cierta y aliviadas al llegar a los silos de remolacha en los que íbamos a
trabajar al otro lado de la ciudad que habíamos atravesado como una oleada de
malestar matinal.” (Charlotte DELBO : Auschwitz y después I. Ninguno de
nosotros volverá. Ed. Turìal. 2004 (1ª edi. 1965). Pág. 125-126)

Cobayas humanas. El médico de Auschwitz

“¿Qué clase de peligro? Nunca se sabe. Peligro.

Se acerca un SS al que reconocemos de inmediato. El médico. Enseguida las más


fuertes se deslizan hacia delante, las más azules se pellizcan las mejillas. Viene

hacia nosotras, nos mira. ¿Sabe cuánto nos angustia que nos mire?

Pasa.

Recuperamos la respiración.

Se detiene más allá, en las filas de las griegas. Pregunta:

-¿Qué mujeres de veinte a treinta años han tenido un hijo vivo?

Hay que renovar los cobayas del bloque de experimentos.

Las griegas acaban de llegar.


Nosotras llevamos aquí demasiado tiempo. Unas semanas. Estamos demasiado
delgadas o demasiado debilitadas para que nos abran el
vientre.”. (Charlotte DELBO : Auschwitz y después I. Ninguno de nosotros
volverá. Ed. Turìal. 2004 (1ª edi. 1965). Pág. 77)

Comunicación entre presos

“Bajamos del metro en otra estación de ferrocarril. Prisioneros de guerra vigilados


por dos soldados ale-manes -viejos- desescombraban ruinas. Estaban verdosos,
del mismo color que sus uniformes hechos jirones. Los saludamos. Eran italianos
y estaban real-mente flacos. No tanto como los deportados, sin embargo.
Queríamos hablar con ellos -entre presos se encuentra siempre una lengua en la
que hablar; eso al menos habíamos aprendido en Auschwitz- pero los viejos
soldados que los vigilaban empezaron a gritar.” (Charlotte DELBO : Auschwitz y
después I. Ninguno de nosotros volverá. Ed. Turìal. 2004 (1ª edi. 1965). Pág.
104)
El amor en Auschwitz

“Dos SS habían venido a buscar a Lily por la mañana. Estaba de pie delante de
una balanza. Pesaba tierra en unos cubiletes y anotaba el peso de cada cubilete
en una hoja. Los SS habían dicho su nombre en voz alta desde el umbral. Ella
había dejado de pesar, había anotado una cifra más y había preguntado en
alemán:

-¿Yo? -Lily hablaba alemán muy bien.-¡Komm [ven]! -había dicho uno de los SS.

-¿Ahora?

-Ja. Schnell.

Sí, tú, deprisa. Lily se había quitado la bata. Una compañera la había ayudado.
Era una bata de auxiliar de laboratorio abotonada por detrás. Por la mañana nos
ayudábamos unas a otras a abrochar todos aquellos botones a lo largo de la
espalda y por la tarde a desabrocharlos. Lily se había quitado la bata. Debajo, su
vestido de rayas bien limpio, bastante ajustado, un poco corto incluso. Lily tenía
veinte años. Su coquetería desafiaba la cautividad. Se había acortado el vestido
de rayas.
Los SS tenían prisa pero no se mostraban violentos. Los impresionaba estar en un
laboratorio donde todo les parecía científico y complicado, ver a las químicos con
bata blanca y gestos exactos, el silencio, la atmósfera de seriedad. ( ... )

Los jardineros venían cada mañana desde el campo de los hombres a trabajar en
el jardín. Nos estaba prohibido hablarles. Pero, naturalmente, les hablábamos. (
... )

Algunas tenían entre ellos un amigo, incluso un novio. Como Lily. Su novio era
polaco. Se habían hecho novios intercambiando miradas cuando él se inclinaba
sobre las plantas. Se habían hecho novios intercambiando palabras sin mirarse,
sin que pareciera que hablaban: podía presentarse el SS y sorprenderlos. Era
para él, para su novio, para quien se arreglaba Lily. Cuando salía del laboratorio
con una cesta de raíces que fingía llevar a alguna parte, después de haber
divisado a su novio por la ventana y haber visto que se arrodillaba junto a una
cajonera, justo al borde del camino por el que iba a pasar ella, Lily se colocaba
sobre el vestido un cuello blanco que guardaba oculto en el escote. Estaba
prohibido ponerle cuello blanco al vestido de rayas. Encontrar un trozo de tela
para hacer un cuello, hilo y aguja, era una empresa difícil y complicada, pero
existía una verdadera cadena entre el taller de confección que había en el campo
de los hombres -con presas que trabajaban para las SS- y el laboratorio; el
destacamento de jardinería era uno de los eslabones de esa cadena.

Cuando el novio de Lily le llevaba algo -cigarrillos de su ración, un pepino robado-,


lo dejaba escondido bajo las hojas de las calabazas, cerca del pozo. Agregaba
una notita. Lily cogía lo que su novio le había dejado, lo deslizaba dentro de la
cesta, con las raíces de koksaghyz, y colocaba bajo las hojas de calabaza otra
notita que su novio recogería después. Estaba prohibido escribir a los hombres,
escribir en general. Pero, ¿cómo hablar, cómo hablarse al pasar, aunque fuera
varias veces, con una cesta de raíces en el brazo -la cesta siempre llena de las
mismas raíces que cada una de las que salían a hablar con los hombres cogía y
volvía a dejar detrás de la puerta cuando regresaba, para la siguiente? Lily
también escribía. Se pasaba las veladas escribiendo. Era feliz escribiendo todas
las noches.

Aquel día el novio de Lily no había venido. Lo habían enviado a otro


destacamento. Había explicado a un compañero dónde encontrar la carta de Lily.
Al franquear la puerta de entrada al campo -la puerta coronada por la divisa "El
trabajo libera"- aquella tarde, al volver del trabajo, al compañero se le había caído
la nota, muy bien doblada, que llevaba en el pantalón -no en el bolsillo, nunca nos
guardábamos nada en los bolsillos; los registros comenzaban siempre por ahí-. Un
SS había recogido el papel, había llamado al compañero y lo habían interrogado
en la Politische. Había dicho que la nota era suya. Bien. ¿Y quién era esa Lily que
la firmaba? Él no había querido decirlo. Lo habían golpeado una y otra vez. Era
muy fácil para los policías buscar a una mujer llamada Lily en el laboratorio. A
pesar de todo, lo habían golpeado. Después habían reunido a todos los hombres
en la plaza del campo, delante de las cocinas. El comandante había anunciado
que iban a fusilar al hombre al que habían sorprendido con una carta firmada por
una tal Lily en la que le transmitían consignas políticas -porque para la Gestapo
todo estaba cifrado y las palabras de amor traducían forzosamente consignas
políticas-. Entonces el novio de Lily había dado un paso al frente para que no
fusilaran al compañero en su lugar. Habían encerrado a los dos hombres en el
calabozo. Al día siguiente dos SS habían venido a buscar a Lily. Ella se había ido
entre los SS, por la carretera bañada de sol, quizá sabiendo, quizá sin dudar. Y a
los tres los habían fusilado.

En la carta de Lily a su novio había una frase: "Somos como plantas llenas de vida
y de savia, como plantas que podrían brotar y vivir, y no puedo evitar pensar que
esas plantas no van a vivir".

Fue uno de los hombres que trabajaban en la Politische quien nos lo


contó.” (Charlotte DELBO : Auschwitz y después I. Ninguno de nosotros
volverá. Ed. Turìal. 2004 (1ª edi. 1965). Pág. 75-76)

El conocimiento inútil que da el läger de distinguir a los justos

“No puedo mirar a la gente sin indagar en su rostro. Es así desde mi regreso.
Indago en sus labios, en sus ojos, en sus manos. A sus ojos, a sus labios, a sus
ma-nos, les pregunto. Ante cualquiera que encuentre, me pregunto: ¿me habría
ayudado a caminar éste?, ¿me habría dado aquél un poco de su agua? Indago en
toda la gente que veo: viandantes, desconocidos, el cartero, los amigos de antes,
la vendedora; indago en todos, en todas partes, en cualquier sitio, en todos
aquellos con quienes me rozo, o a quienes eludo o fre-cuento a lo largo de la vida.
No puedo evitar mirarlos e indasar. Así es como divido a la &ente desde que
regresé. De algunos sé a primera vista que no me ha-brían ayudado a caminar,
que no me habrían dado un sorbo de agua, y no necesito que hablen para saber
que su voz es falsa y son falsas sus palabras. A éstos los sigo escrutando aunque
haya leído de inmediato su respuesta. Indago en ellos con desesperación por lo
mucho que desearía que fuesen de los que me habrían ayudado, por lo mucho
que desearía poder amarlos: mi padre, cuando volví... Intento descubrir en un
pliegue de sus labios, en un destello involuntario de su mirada un signo de
posibilidad. Lo intento con desesperación. Sus labios, sus ojos se mantienen ava-
ros. Ellos también... ¿Entonces quién? ¿Quién me queda? Y sigo indagando.
Aquellos de los que sé a primera vista que me habrían ayudado a caminar son tan
pocos... Me digo que soy una estúpida. Ya no ne-cesito que me ayuden a caminar,
ya no necesito que me den de beber, ya no necesito que nadie comparta su pan
conmigo. Eso terminó. Pero no puedo dejar de indagar en los rostros y en las
manos, en las manos y en los ojos. Es una indagación miserable. No son va esas
preguntas las que hay que hacer a la gente con la que uno se encuentra en la
vida, pero cuando he vis-to adelgazarse los labios de alguien, ensombrecerse su
mirada, ya no he tenido nada que decirle. Me digo: es una tontería, no hay que
hacer caso. Me digo que realmente eso, hoy, no tiene ya importancia. ;Qué tie-ne
importancia hoy? Lo cierto es que sé de los seres humanos más de lo que hay
que saber para vivir a su lado, y que entre ellos y yo estará siempre este cono-
cimiento inútil.” (Delbo, Charlotte: Auschwitz y después. III. Ed. Turpial- 2004 ( 1ª
ed. fr. 1974) – pp. 36/7)

El regreso del läger y la memoria

“Me pregunto cómo se las arreglarán los demás que han regresado. Tú, por
ejemplo. Sin duda como yo. Aparentando. Viven de apariencias. Van, vienen,
eligen, deciden. Deciden dónde pasan las vacaciones, deciden de qué color será
el papel de la habitación. Cuando hemos tenido que decidir a cada minuto entre
vivir y morir. Hago lo que hace todo el mundo en la vida, pero sé que la vida no es
eso, porque conozco la diferencia entre antes y después. Allí teníamos todo
nuestro pasado, todos nuestros recuerdos, incluso recuerdos lejanos que venían
de nuestros padres; nos armamos de nuestro pasado para protegernos, lo
erigimos entre el horror y nosotras para mantenernos enteras, para conservar
nuestro verdadero yo, nuestro ser. Bebíamos de nuestro pasa-do, de nuestra
infancia, de lo que había conformado nuestra personalidad, nuestro carácter,
nuestros gustos, nuestras ideas, para reconocernos en nosotras mismas, para
mantenernos, para no dejarnos reducir, para no dejarnos aniquilar. Nos aferramos
a nosotras mismas. Cada una contó su vida mil y una veces, re-sucitó su infancia,
el tiempo de la libertad y la felicidad para estar segura de que lo había vivido, de
que había sido como lo contaba. Nuestro pasado fue para nosotras salvaguarda y
tranquilidad. Pero cuando regresé, lo que era antes, mis recuerdos de antes, todo
se disolvió, se deshizo. Es como si lo hubiera desgastado allí. No me queda nada
de antes. Mi verdadera hermana eres tú. Mi verdadera familia sois vosotras, las
que estuvisteis allí conmigo. Hoy, mis recuerdos y mi pasado son aquello. Cuando
miro hacia atrás nunca sobrepaso ese hito. Choco con él. Todos los esfuerzos que
hicimos para impedir nuestra destrucción, para perseverar en nosotras mismas,
para conservar nuestro ser de antes, todos esos esfuerzos sólo sirvieron allí. Al
regreso, aquel núcleo duro que habíamos forjado en el centro de nuestro corazón,
y que creíamos sólido por-que nos había costado mucho, se disolvió. Sin más. Mi
vida comenzó allí. Antes no hay nada. Ya no tengo lo que tenía allí, lo que tenía
antes, lo que era antes. Todo me ha sido arrebatado. ¿Qué me queda? Nada. La
muerte. Cuando digo que conozco la diferencia entre antes y después, quiero
decir que antes vivía y que ahora he olvidado todo de esa vida, mi vida de antes.
Ahora ya no estoy viva. Tengo la medida exacta de esa diferencia, su
conocimiento sensible, pero mi lucidez no me sirve de ayuda. Nada puede
suprimir la distancia entre los otros y yo, entre mí misma y yo. Nada puede
suprimir la diferencia ni reducirla. ¿Será quizá que antes era joven y después mi
experiencia, y mi cansancio o mi desgaste, estuvieron por encima de mi edad?
¿He sido joven? Cuando tuve edad de ser joven estábamos en guerra. No, no fui
joven. Tonta, ingenua, sí. Exaltada. Exaltada por la acción, por la lucha, por la
apuesta en juego y por el propio juego mortal, por su dureza, por su ley
inexorable, en la que el menor error era definitivo y se pagaba de inmediato;
exaltada hasta la locura. No sé si recuerdas algo que ya te he contado. En una de
las no-tas que lanzamos desde el vagón, durante el viaje, esas notas para
nuestros padres que los ferroviarios encontraron junto a las vías y echaron al
correo, en una de aquellas notas escribí: "Me han deportado. Es el día más bello
de mi vida". Estaba loca, completamente loca. La heroína con su aureola, el mártir
que va a la muerte cantando. Sin duda era necesaria esa exaltación para soportar
la clandestinidad poniendo cara de ser como todo el mundo y rozando la muerte.
Es lo que hago hoy. Pongo cara de ser como todo el mundo y rozo la vida. El día
más bello de mi vida... En realidad era el último día de mi vida. No he cambiado de
edad, no he envejecido. El tiempo no pasa. El tiempo se ha detenido. No estoy
desgastada. Estar vacía de vida es peor que estar desgastada. Desengañada, por
emplear una palabra. Digo "desengañada" con mi espíritu lógico, con mi
pensamiento calcado del de la gente normal, de quienes no han ido allí. No tengo
la palabra que sería necesaria. ¿Cómo no estar desengañada cuando, después
de haber sufrido lo que hemos sufrido, y de haber sacrificado y esperado tanto,
vemos que no ha servido de nada, que continúan las guerras, que amenazan
guerras aún más terribles, que reinan la injusticia y el fanatismo, que el mundo
sigue igual? Al hablar así estoy razonando. Es un yo distinto y extraño al mio el
que razona. Debería conmoverme la angustia inexpresada de los hombres ante
los cataclismos que están a punto de abatirse sobre ellos, aunque solo fuera por
mi hijo, que se adentra en la vida y tendrá que luchar contra los mismos
monstruos, contra los monstruos no aniquilados por nosotros. Aun sabiéndolo, es
algo que no afecta a mi yo profundo. ¿Cómo explicarlo? No puedo expresarlo de
otro modo: no estoy viva. La voluntad sobrehumana de volver que conseguimos
imponernos a nosotras mis-mas nos abandonó al regreso. Se había agotado
nuestra provisión. Volvimos, ¿para qué? Queríamos que la lucha, los muertos, no
hubieran sido inútiles. ¿No sería horrible pensar que Mounette murió para nada,
que Viva murió para nada? ¿Para que tú, yo y algunas más regresáramos? Así
que es necesario, imprescindible, que nuestro regreso sirva. Por eso explico cómo
era aquello a quienes me rodean. Se lo cuento a mis colegas, sobre todo a los
jóvenes. Me detengo cuando los veo a punto de llorar. Los veo a punto de llorar y,
sin embargo, tengo la impresión de contarles las cosas con tranquilidad, con
frialdad, sin adornos. Pero se lo cuento a los demás, no a mi marido. Me gustaría
sentir que él comprende. De los demás no espero que comprendan. Quiero que
sepan, aunque no sientan lo que yo siento. Es lo que quiero decir cuando digo que
no comprenden, que nadie puede comprender. Al menos deben saber. No estoy
viva. Estoy encerrada en recuerdos y repe-ticiones. Duermo mal y el insomnio no
me pesa. Por la noche tengo derecho a no estar viva. Tengo derecho a no poner
cara de nada. Me reencuentro con las demás. Aparezco en medio de ellas, soy
una de ellas. Están como yo, mudas y despojadas. No creo en la vida eterna, no
creo que vivan en un más allá en el que me reúno con ellas por la noche. No.
Vuelvo a verlas en su agonía, vuelvo a verlas como eran ames de morir, como han
quedado en mí. Y cuando llega el día estoy triste. ¿No es terrible que hayan
muerto tan llenas de ilusiones, que hayan muerto creyendo que las que
regresaran estallarían de alegría, recuperarían todos los placeres de la vida; no es
terrible que hayan muerto con la certeza de que la libertad triunfaría y de que
morían un instante ames de asistir a su victoria? Es verdad que se recuperó la
libertad, pero sólo en parte, en una parte muy pequeña, miserable. ¿No es terrible
que hayan muerto creyendo que morían un instante antes de alcanzar la meta,
que morían un instante antes de que se alzara en triunfo nuestra deslumbrante
verdad? ¿No es terrible? Por todas partes guerra, violencia, miedo.” (DELBO,
Charlotte: Auschwitz y después III. Ed. Turpial – 2004 (1ª ed. fr. 1971) – pp. 43/7)

La imaginación y el delirio en el läger.

“Cuando escucho a los prisioneros de guerra, por una parte los compadezco por
haber sido víctimas de acontecimientos fuera de su alcance, pues mi sensación es
la de haber sido víctima por propia elección; pero por otra parte, cuando cuentan
cómo colmaron la nada de tantos años, les tengo envidia. Recibían libros, hacían
teatro, montaban espectáculos. Tenían clavos y cola. Pudieron vivir con la
imaginación. Algunas veces, algunas horas, escasas pero importantes.

Diréis que a un ser humano se le puede quitar todo salvo la facultad de pensar y
de imaginar. No sabéis. Se puede hacer de un ser humano un esqueleto
borboteante de diarrea, quitarle el tiempo para pensar, la fuerza para pensar. La
imaginación es el primer lujo del cuerpo que recibe alimentos suficientes, disfruta
de un margen de tiempo libre, dispone de elementos rudimentarios para dar forma
a sus sueños. En Auschwitz no soñábamos, delirábamos.

Sin embargo, objetaréis, ¿no tenía cada uno su bagaje de recuerdos? No. El
pasado no nos era de ninguna ayuda, de ninguna utilidad. Se había convertido en
irreal, en increíble. Todo lo que había sido nuestra existencia anterior se
deshilachaba. La única evasión, nuestro delirio, era hablar. ¿De qué hablábamos?
De cosas materiales y consumibles, o realizables. Había que apartar todo lo que
despertara dolor o añoranza. No hablábamos de amor.

Pero en el campo pequeño volvíamos a la vida y todo volvía a nosotras (nota:


después de ser trasladadas de Auschwitz a Ravensbrück). Todos los deseos,
todas las exigencías. Habríamos querido leer, escuchar música, ir al teatro,
íbamos a montar una obra. ¿No teníamos libres los domingos y una hora por las
noches?. Charlotte DELBO : Auschwitz y después I. Ninguno de nosotros
volverá. Ed. Turìal. 2004 (1ª edi. 1965). Pág. 80-81)

La sed.

“Tenía sed desde hacía días y días, una sed como para perder la razón, una sed
que me impedía comer porque no tenía saliva en la boca, que me impedía hablar
porque no se puede hablar cuando no hay saliva en la boca. Tenía los labios
agrietados, las encías hinchadas, la lengua como un trozo de madera. La
hinchazón de las encías y la lengua me impedía cerrar la boca, que llevaba
siempre abierta, como una perturbada, con las pupilas dilatadas y la mirada
huraña, como una perturbada. Al menos eso me dijeron después las demás.
Creían que me había vuelto loca. Yo no oía nada ni veía nada. Creían incluso que
me había quedado ciega. Más tarde me llevó mucho tiempo explicarles que no
estaba ciega pero no veía nada. Tenía los sentidos anulados por la sed. ( ... )

Sólo la idea del agua me mantenía alerta. La buscaba por todas partes. La vista
de un charco, de un reguero de barro semilíquido, me hacían perder la cabeza y
ellas me sujetaban para que no me arrojara al charco o al barro. Habría sido como
arrojarme a las fauces de los perros. ( ... )

Sostenida por Viva, rodeada y oculta por las demás, fingía trabajar. Iba y venía al
mismo tiempo que ellas con un arbusto en la mano, pero no tenía fuerzas para
agacharme y dejarlo junto al surco de donde un polaco tomaba los arbustos para
plantarlos. Apenas me sostenía en pie y no sabía lo que hacía. Creo incluso que
ya ni siquiera tenía sensación de sed. Inconsciente, atontada, no sentía, no
percibía nada. Volvió Carmen. Ella y Viva, después de asegurarse de que todo
estaba en orden, me agarraron cada una por un brazo y me llevaron a un rincón
que formaban un lienzo de muro y el montón de arbustos que teníamos que
plantar. "¡Ahí está!", dijo Carmen señalándome el cubo de agua. Era un cubo
grande de zinc de los que usan los campesinos para sacar agua del pozo. Estaba
lleno. Me solté de Carmen y Viva y me lancé sobre el cubo. Me lancé literalmente.
Me arrodillé junto al cubo y bebí como beben los caballos, hundiendo la nariz en el
agua, hundiendo toda la cara. No sabría decir si el agua estaba fría -debía de
estarlo, recién sacada y a comienzos de marzo- yo no notaba la cara fría ni
mojada. Bebía y bebía hasta quedarme sin respiración y de vez en cuando tenía
que sacar la nariz del agua para tomar aire. Lo hacía sin dejar de beber. Bebía sin
pensar en nada, sin pensar en el riesgo de que tuviera que parar, de que me
golpearan si aparecía una kapo. Bebía. Carmen, que estaba de vigilancia, dijo:
"Es suficiente por ahora". Me había bebido la mitad del agua. Hice una pequeña
pausa sin dejar de abrazar el cubo. "Ven", dijo Carmen, "ya es suficiente". Sin
contestar -habría podido hacer un gesto, una seña-, sin moverme, volví a hundir la
cabeza en el cubo. Bebí y bebí. Como un caballo, no como un perro. Los perros
dan lengüetadas. Forman con su ágil lengua una cuchara en la que transportan el
líquido. Los caballos beben. El agua se agotaba. Incliné el cubo para apurarlo
hasta el fondo. Casi tumbada en el suelo, aspiré hasta la última gota sin derramar
ni una sola. Hubiera querido incluso lamer el borde del cubo. Tenía la lengua
demasiado rígida. Demasiado rígida también para lamerme los labios. Me enjugué
la cara con la mano y me pasé luego la mano por los labios. "Tienes que venir ya",
dijo Carmen, "el polaco reclama su cubo", y al mismo tiempo hacía señas a
alguien que estaba detrás de ella. Yo no quería soltar el cubo. No podía moverme
de tanto como me pesaba la barriga. Se había convertido en algo independiente,
en una especie de lastre o fardo que colgaba de mi esqueleto. Estaba muy
delgada.

Durante días y días no había comido pan porque, sin saliva en la boca, no podía
tragar nada; durante días y días no había podido tomarme la sopa porque, aunque
era bastante líquida, estaba salada y se convertía en fuego para las úlceras
sangrantes de mi boca. Había bebido. Ya no tenía sed, aunque no estaba
completamente segura. Me había bebido todo el cubo. Sí, como un caballo.

Carmen llamó a Viva. Me ayudaron a incorporarme. Tenía una barriga enorme. Y


de repente noté que me volvía la vida. Era como si recuperara la conciencia de
que mi sangre circulaba, de que mis pulmones respiraban, de que mi corazón
latía. Estaba viva. La saliva me volvía a la boca. Se calmaba la quemazón de mis
párpados; cuando las glándulas lagrimales se secan los ojos arden. Mis oídos
oían de nuevo. Vivía.

Viva me condujo junto a las demás mientras Carmen devolvía el cubo. A medida
que se me humedecía la boca, recuperaba la vista. De nuevo tenía la cabeza
ligera. Podía mantenerla derecha. Vi que Lulu miraba con inquietud mi barriga
enorme y oí que le decía a Viva: "Quizá no deberíais haber dejado que bebiera
tanto". Notaba cómo se me formaba saliva en la boca. Notaba que me volvían las
palabras. Mover los labios seguía siendo difícil. Por fin pude decir, con una voz
extraña porque todavía me molestaba la lengua, que apenas había recuperado
ligereza, por fin pude decir: "Ya no tengo sed". "¿Estaba buena el agua, al
menos?", preguntó alguien.

No contesté. No había notado el sabor del agua. Había bebido.

-Intentaremos volver mañana -dijo Lulu.

-Tendremos que guardar pan esta tarde -añadió Cécile.

Al día siguiente, desorientadas por los empujones que seguían al recuento, no


conseguimos colarnos en el destacamento del vivero. Ya no importaba. Me había
curado.

Hay gente que dice: "Tengo sed", entra en un café y pide una
cerveza.” (Charlotte DELBO : Auschwitz y después I. Ninguno de nosotros
volverá. Ed. Turìal. 2004 (1ª edi. 1965). Pág. 39-45)

La venganza desde Auschwitz

“Nuestro tren estaba entrando en Berlín. A lo largo de las vías, los edificios
destruidos por los bombardeos albergaban todavía algún habitante. Aquí y allá
asomaba el cañón de una estufa por el tragaluz de un sótano o en un abrigo jumo
a un lienzo de muro que había quedado en pie. La ciudad ofrecía una imagen
terrible.

-Parece que está totalmente destruida...

-Ellos se lo han buscado.

Experimentábamos la misma satisfacción que cuando en Auschwitz veíamos los


interminables trenes sanitarios, con grandes cruces rojas pintadas en el techo
blanco, que volvían del este cargados de heridos. Avanzaban muy despacio, y a
veces se detenían duran-te largo rato y podíamos ver a los heridos en sus literas y
a las enfermeras por los pasillos. "Ellos se lo han buscado". Algunos llevaban la
cabeza vendada e iban de pie, mirando por las ventanillas. ¿Qué dirían al
vernos? ( ... )

El trayecto era largo. Deseábamos que fuera muy, muy largo. Teníamos la
impresión de estar atravesando la ciudad. Ruinas por todas partes. La desolación
del espectáculo nos llenaba de esperanza: "La victoria no está lejos. No podrán
seguir aguantando mucho tiempo". Pedir que nos enterneciéramos por los niños
que sin duda yacían bajo los escombros habría sido demasiado. Sólo teníamos
compasión para los niños de Auschwitz. Nos habían endurecido para los
demás.” (Charlotte DELBO : Auschwitz y después I. Ninguno de nosotros
volverá. Ed. Turìal. 2004 (1ª edi. 1965). Pág. 100-104)

“Nadie pensaba en huir”

“Habíamos esperado que se hiciera de día para salir. Todos los días
esperábamos que se hiciera de día para salir. No podíamos salir antes de que
hubiera claridad, antes de que los centinelas de las torres de vigilancia pudieran
disparar contra quienes huyeran. La idea de huir no se le ocurría a nadie. Hay que
estar fuerte para querer escapar. Hay que estar seguro de contar con todos los
músculos y con todos los sentidos. Nadie pensaba en huir.” (Charlotte DELBO :
Auschwitz y después I. Ninguno de nosotros volverá. Ed. Turìal. 2004 (1ª edi.
1965). Pág. 66)

Sobrevivir. Auschwitz

“Tendremos que estar inmóviles durante horas en medio del frío y del viento. No
hablamos. Las palabras se nos hielan en los labios. El frío sume en el estupor a
una muchedumbre de mujeres que permanecen inmóviles de pie. En medio de la
noche. En medio del frío. En medio del viento.

Permanecemos inmóviles de pie y lo admirable es que sigamos en pie. ¿Por qué?


Nadie se pregunta si sirve de algo, o no lo dice. Al límite de nuestras fuerzas,
seguimos en pie.

Estoy de pie en medio de mis compañeras y pienso que si un día vuelvo y quiero
explicar lo inexplicable contaré: "Me decía: 'tienes que aguantar, tienes que
aguantar en pie todo el recuento. Tienes que aguantar también hoy. Si algún día
vuelves, volverás por haber aguantado también hoy". Y será mentira. No me decía
nada. No pensaba en nada. La voluntad de resistir estaba sin duda en algún
resorte mucho más oculto y secreto que se quebró después, nunca lo sabré. Y si
las muertas hubieran pedido cuentas a las que iban a volver, estas no habrían
podido rendirlas. No pensaba en nada. No miraba nada. No sentía nada. Era un
esqueleto de frío con el frío soplando en todas las simas que se abrían entre las
costillas. ( ... )

Cada bocanada de aire que aspiramos es tan fría que deja en carne viva todo el
circuito respiratorio. El frío nos desnuda. La piel no es ya, ni siquiera en el cálido
vientre, esa envoltura bien cerrada que protege el cuerpo. Los pulmones crepitan
con el viento de hielo. Ropa tendida en una cuerda. El corazón está encogido de
frío, contraído, contraído hasta el dolor, y de repente noto que algo se rompe ahí,
en mi corazón. Mi corazón se desprende del pecho y de todo lo que lo rodea y lo
mantiene en su sitio. Noto una piedra que cae de golpe en mi interior. Es mi
corazón. Y me invade un maravilloso bienestar. Qué bien se está sin ese corazón
frágil y exigente. Se descansa con una ligereza que debe de ser la de la felicidad.
Todo en mí se funde, todo adquiere la fluidez de la felicidad. Me abandono y es
dulce abandonarse a la muerte, más dulce que al amor, y saber que se ha
acabado el sufrir y el luchar, se ha acabado el pedir lo imposible a este corazón
que no puede más. El vértigo dura menos que un relámpago, lo suficiente para
rozar una felicidad que no sabía que existiera.

Y cuando vuelvo en mí es por el impacto las bofetadas que me da Viva en las


mejillas, con todas sus fuerzas, apretando la boca, desviando los ojos. Viva es
fuerte. No se desvanece durante el recuento. Yo, todas las mañanas. Es un
momento de felicidad indecible. Viva no debe saberlo nunca.

Dice y repite mi nombre, que me llega lejano des-de el fondo del vacío -es la voz
de mí madre la que oigo-. La voz se endurece: "Animo. Ponte de pie". Y siento
que dependo de Viva como un niño de su madre. Estoy cosida a ella, que me ha
sujetado para que no cayera en el barro, en la nieve de la que es imposible
levantarse. Y tengo que luchar para elegir entre la conciencia, que es sufrimiento,
y el abandono, que era felicidad, y elijo porque Viva me dice: "Ánimo. Pon-te de
pie". No discuto su orden aunque deseo ceder una vez, sólo una vez que sería la
única. Es tan fácil morir aquí. Basta dejar que el corazón escape.

Tomo de nuevo posesión de mí, tomo de nuevo posesión de mi cuerpo como de


un vestido que me en-fundara frío y mojado, de mi pulso que vuelve a latir, de mis
labios quemados por el frío y con las comisuras agrietadas. Tomo de nuevo
posesión de la angustia que me habita y de la esperanza a la que me obligo.

Viva ha borrado la dureza de su voz y pregunta: "¿Estás mejor?". Y su tono es de


una ternura tan re-confortante que respondo: "Sí, Viva, ya estoy mejor". Son mis
labios los que responden, desgarrando un poco más sus grietas de fiebre y frío.

Estoy en medio de mis compañeras. Recupero mi lugar en la pobre comuna de


calor que crea nuestro contacto y, como tengo que volver en mí de inmediato,
vuelvo al recuento y pienso: es el recuento de la mañana, es el recuento de la
mañana. Ya no sabía si era por la mañana o por la tarde. ( ... )

Pasan cortejos alucinantes. Son las muertas de la noche; las sacan de los revirs
para llevarlas al depósito de cadáveres. Van desnudas sobre una parihuela de
ramas unidas de cualquier manera, una parihuela demasiado corta. Las piernas -
las tibias-, flacas y des-calzas, cuelgan por un extremo. La cabeza cuelga por el
otro, huesuda y afeitada. En medio han echado una manta harapienta. Cuatro
presas sostienen las varas de la parihuela y es cierto que nos vamos con los pies
por delante: siempre las llevan así. Caminan penosamente por la nieve o el barro,
arrojan el cadáver al montón que hay junto al bloque 25, vuelven con la camilla
vacía que apenas pesa menos y pasan de nuevo con otro cadáver. Es su trabajo
de todo el día todos los días.

Las miro pasar y me enderezo. Hace poco me abandonaba a la muerte. Todos los
días al amanecer, la tentación. Cuando pasa la camilla me enderezo. Quiero morir
pero no que me lleven en esa camilla tan pequeña. No quiero pasar en esa camilla
con las piernas y la cabeza colgando, desnuda bajo la manta de harapos. No
quiero pasar en esa camilla.

La muerte me tranquiliza: no la sentiré. "No tienes miedo del crematorio, ¿qué


puedes temer entonces?". Qué fraternal es la muerte. Quienes la pintaron con
rostro horrible nunca la habían visto. La repugnancia puede más que la muerte.
No quiero pasar en esa camilla.

Entonces sé que todas las que pasan pasan para mí, que todas las que mueren
mueren para mí. Las miro pasar y digo que no. Dejarse deslizar hacia la muerte,
aquí en la nieve. Déjate deslizar. No, porque está la camilla. Esa camilla. No
quiero pasar en esa camilla.

Las sombras se disuelven del todo. Hace más frío. Escucho a mi corazón y le
hablo como Arnolphe habla al suyo. Le hablo.

¿Cuándo llegará el día en que cese esta tutela del corazón, de los pulmones, de
los músculos? ¿El día en que termine esta solidaridad obligada del cerebro, de los
nervios, de los huesos y de todos los órganos que hay en el vientre? ¿Cuándo
llegará el día en que dejemos de conocernos, mi corazón y yo?

El rojo del cielo se apaga y todo el cielo palidece y a lo lejos en el cielo pálido
aparecen los cuervos, que se abaten negros sobre el campo en densas bandadas.
Esperamos que termine el recuento.

Esperamos que termine el recuento para ir a trabajar.” (Charlotte DELBO :


Auschwitz y después I. Ninguno de nosotros volverá. Ed. Turìal. 2004 (1ª edi.
1965). Pág. 93-98)

Solidaridad de grupo.

“Sin embargo, ambos bandos coincidían en un punto: nadie debía separarse de


su grupo. Irse todas juntas o quedarse todas juntas. Cada una de nosotras había
aprendido por experiencia propia que, aisladas, estábamos indefensas, que era
imposible sobrevivir sin las demás. Las demás eran las otras componentes del
grupo, las que sostenían o llevaban a la que ya no podía caminar, las que la
ayudaban a resistir cuando llegaba al límite de sus fuerzas o de su valor.

En mi grupo la decisión era firme: no nos iríamos.” (Charlotte DELBO : Auschwitz


y después I. Ninguno de nosotros volverá. Ed. Turìal. 2004 (1ª edi. 1965). Pág.
116)
Solidaridad entre políticas bajo los golpes .Auschwitz

“Nos inspiran ( las judias ) compasión pero no queremos separarnos. Nos


protegemos mutuamente. Todas queremos permanecer cerca de una compañera,
unas delante de una más débil para recibir los golpes en su lugar, otras detrás de
una que ya no puede correr para sujetarla si se cae.

El francés ha llegado hace poco. Es de Charonne. La Resistencia se extiende por


Francia. Afrontaríamos cualquier cosa por hablar con él. ( ... )

Al principio es más doloroso reducir la velocidad que mantenerla. En cuanto


bajamos un poco el ritmo se redoblan los golpes. Después preferiríamos que nos
golpearan a seguir corriendo, las piernas ya no nos obedecen. Pero si bajamos el
ritmo nos llueven golpes tan terribles, que echamos a correr otra vez.

Caen algunas mujeres. Las furias las sacan de la fila y las arrastran hasta la
puerta del 25. Allí está Taube. La confusión aumenta. Las judías son cada vez
más numerosas entre nosotras. A cada vuelta se deshace el grupo. Conseguimos
seguir juntas de dos en dos. Esas dos no se separan, se sostienen mutuamente y
tiran una de la otra cuando al pasar la entrada se les contagia el pánico de las
pisoteadas y de las que tienen miedo a caer encima de ellas. Una carrera
alucinada.

Caen algunas mujeres. La ronda continúa. Correr. Correr siempre. No perder


velocidad. No detenerse. A las que caen no las miramos. Nos apoyamos una en la
otra y eso exige toda nuestra atención. No podemos ocuparnos de las demás. ( ...
)

Para pensar en algo contamos los golpes. Hasta treinta la vuelta no ha sido dura.
Al llegar a cincuenta dejamos de contar.

Al francés no le quitan ojo. Hay un kapo a su lado. Ya no podemos hacer que nos
abastezca él. A veces intercambiamos una mirada. Dice entre dientes: "Qué
cerdos, qué cerdos". Es nuevo. Tiene lágrimas. Nos compadece. Para él es
menos doloroso. No se mueve del sitio y no hace frío. ( ... )

Cada una de nosotras ve que cómo empeora por momentos el semblante de las
demás y no se reconoce en ellas.

A nuestro lado una judía sale de la fila. Va hacia Taube, le habla. Taube abre la
puerta y, de una bofe-tada, lanza a la mujer contra el suelo del patio del 25. Ha
abandonado. Cuando Taube se da la vuelta, hace señas a otra mujer y la arroja
también al patio del 25. Corremos todo lo que podemos. No vaya a creer que no
podemos seguir corriendo. ( ... )

La tarde avanza. La ronda continúa. Los golpes. Los aullidos.

Cuando Taube tocó el silbato, cuando las furias gritaron: "¡Al bloque!", volvimos
apoyándonos unas en otras. Sentadas en nuestros cuadrados, no teníamos fuerza
para descalzarnos. No teníamos fuerza para hablar. Nos preguntábamos cómo lo
habíamos conseguido también esta vez.

Al día siguiente varias de las nuestras entraron en el revir. Se las llevaron en la


camilla.

El cielo era azul, había reaparecido el sol. Era un domingo de marzo.”


(Charlotte DELBO : Auschwitz y después I. Ninguno de nosotros
volverá. Ed. Turìal. 2004 (1ª edi. 1965). Pág. 132-134)

Un trabajo bien hecho

“El primer camión se ha detenido junto a la puerta.

Hay un preso de pie en la caja del camión, un gigante enfundado en un chaquetón


de piel con el cuello levantado; lleva un gorro de astracán con orejeras.

(Los del destacamento del cielo tienen privilegios. Van bien vestidos, comen hasta
saciarse. Durante tres meses. Transcurrido ese plazo, son sustituidos por otros
que los despachan a ellos. Al cielo. Al horno. Así cada tres meses. Son ellos
quienes mantienen las cámaras de gas y las chimeneas).

En la espalda de su chaquetón se ve una cruz de minio. Las mujeres también


llevan esa cruz roja; cada vez hay más uniformes de rayas entre ellas.

Los otros dos empujan a las mujeres hacia él. Se quita el cinturón, que sujeta con
fuerza por los extremos; lo pasa bajo los brazos de una mujer tras otra y las carga.
Las lanza contra el suelo del camión. Cuan-do se recobran, se levantan. Hay
reflejos inalterables.

üf. Uf. Otra, otra. Uf. Uf. Otra.


Trabaja deprisa, como alguien que conoce su trabajo y desea hacerlo cada vez
mejor. El camión está lleno. No lo suficiente. Empujando con los ríñones,
amontona y amontona y luego sigue cargando. Las mujeres se aplastan unas
contra otras. Ya no gritan, ya no tiemblan.

Agotado por completo el espacio en el camión, salta al suelo, levanta el batiente


trasero, lo asegura con las cadenillas. Echa una última ojeada a su trabajo como si
fuera un trabajo cualquiera. Ayudándose con el cuerpo, carga a unas pocas
mujeres más lanzándolas por encima de las otras, sobre sus cabezas, sobre sus
hombros. No gritan, no tiemblan. Finalizada la carga, se sienta al lado del
conductor. ¡Vamos! El SS se pone en marcha.

Drexier asiste a la salida. Con los puños en las caderas, vigila como un jefe que
vigilara un trabajo cual-quiera y estuviera satisfecho.” (Charlotte DELBO :
Auschwitz y después I. Ninguno de nosotros volverá. Ed. Turìal. 2004 (1ª edi.
1965). Pág. 74-75.)

Venganzas individuales de los kapos. Auschwitz

“Una de las mujeres sobresale de los adrales con el pecho henchido. Muy
derecha. Erguida. Sus ojos centellean. Mira a Drexler con odio, con desprecio, un
desprecio que debería matar. No ha aullado con las otras, su rostro sólo está
hundido por la enfermedad.

El camión arranca. Drexler lo sigue con la mirada.

Cuando el camión se aleja, mueve la mano en señal de despedida y ríe. Ríe. Y


dice adiós con la mano durante mucho rato.

Es la primera vez que la vemos reír.

Otro camión avanza hasta la puerta del bloque 25.(nota: es el bloque para las
moribundas)

“¡Vosotros qué sabéis!


¿Sabíais que el hambre hace centellear los ojos
y que la sed los hace ensombrecer?
¡Vosotros qué sabéis!
¿Sabíais que se puede ver morir a la propia madre sin llorar?
¡Vosotros qué sabéis!
¿Sabíais que por la mañana se desea la muerte
y por la tarde se le teme?
¡Vosotros qué sabéis!
¿Sabíais que un día es más largo que un año,
que un minuto es más largo que una vida?
¡Vosotros qué sabéis!
¿Sabíais que los huesos son más frágiles que los ojos,
los nervios más fuertes que los huesos,
que el corazón más duro que el acero?
¿Sabíais que el sufrimiento es infinito
que el horror no tiene límites?
¿Lo sabíais?
¡Vosotros qué sabéis!”
VARLAM SHALAMOV

Soy pobre, solitario, desnudo,


estoy privado de fuego.
Alrededor de mí,
la oscuridad lila polar.
Le confío mis poemas
a la pálida oscuridad.
Mis pecados
apenas rozan su mente.
El frío arranca mis pulmones,
reduce mi boca.
Las lágrimas y el sudor helado
son como piedras.
Pronuncio mis poemas,
los grito.
Los árboles, desnudos y sordos,
terribles un poco.
Solo el eco de las montañas lejanas
silba en los oídos,
y es fácil respirar de nuevo
con el pecho lleno.

***

Así camino —
a un paso de la muerte.
Cargo mi vida
en un sobre azul.

Aquella carta está escrita


hace mucho, desde el otoño.
En ella siempre la misma
pequeña palabra.

Quizás por eso


no muero,
no sé la dirección
de esa carta.

***

Romperé el círculo de los arbustos,


saldré del claro.
Las ramas ciegas me golpean la cara,
dejan heridas.

El rocío helado corre


por la piel caliente,
pero no puede enfriar
mi tibia boca.

Toda la vida marché sin senderos,


casi sin luz.
En el bosque mis caminos son
imperceptibles y ciegos.

¿Llorar? No es necesario decidir


esta pregunta.
Como caudales de amargas lágrimas
corren todos los ríos del infierno.

Alexandr Solyenitsin
30 junio 2001
Sobre Shalamov
Para mis amigos Irina y Mijail OstraúmovEl patriarca de la literatura
rusa de los años sesenta Kornéi Chukovski (1882-1969), padre de
Lidia Chukovskaya (autora de un memorable libro de conversaciones
con Anna Ajmátova), escribió en su diario el 13 de abril de 1962:
"Tvardovski me dio a leer el manuscrito Un día en la vida de Iván
Denísovich, extraordinario reflejo de la vida en los campos
correccionales en el tiempo de Stalin. Quedé extasiado y escribí una
corta nota sobre el manuscrito. Tvardovski me contó que el autor es un
matemático que tiene escrito otro relato, pero que sus poemas son
malos". La corta nota de Chukovski se tituló "Una maravilla literaria" y
constituyó, de hecho, la primera recensión crítica del relato del
"matemático", que resultó llamarse Alexandr Solzhenitsin. Chukovski
escribió en su nota crítica: "Con este relato entra a la literatura un
escritor fuerte, original y maduro". Tvardovski envió a Nikita Jruschov
el comentario de Chukovski, logrando así su aval para la publicación
del relato en la revista Novy Mir, en noviembre de 1962. Por el tono del
diario de Chukovski —"el autor es un matemático"— se desprende que
Solzhenitsin era, a la sazón, un completo desconocido en los medios
literarios rusos. Sin duda, la publicación de su relato en la principal
revista literaria de la época y las circunstancias que la rodearon
cambiaron para siempre el destino del autor, como hombre y como
escritor.
Un autor que no tuvo la misma suerte para publicar sus relatos, ni
contó con el apoyo de Chukovskis ni Tvardovskis, fue el infortunado
Varlam Shalámov (1907-1982). Su obra, casi desconocida en
Occidente, consta apenas de dos libros de relatos (Cuentos de
Kolymá y Grafito), un diario y varios poemas sueltos, publicados en
revistas. Shalámov, abogado de formación, pasó primero tres años de
reclusión (1929-1932) en Solovski y luego 17 años en Kolymá (1937-
1954). Kolymá, al noroeste de Siberia, donde las temperaturas en
invierno pueden sobrepasar los 500C bajo cero, fue uno de los peores
campos correccionales, si no es que el peor. Cálculos conservadores
estiman que solo en Kolymá murieron tres millones de personas en
reclusión, durante los años de Stalin en el poder. Al regresar a Moscú,
a partir de 1955, Shalámov comenzó a escribir sus relatos sobre sus
vivencias al límite en el Gulag y algunos de sus poemas se publicaron
en las revistas Juventud y Moscú. Sus cuentos empezaron a pasar de
mano en mano desde 1966, después de largas retenciones y
negativas en la redacción de las revistas, hasta que fueron publicados
por primera vez en Londres en 1972. Obligado a abjurar de esa
edición, escribió una retractación incomprensible y humillante, a la que
se refiere en el presente artículo Solzhenitsin. Solitario, pobre y
enfermo (padeció en sus últimos años el mal de Parkinson), murió a
consecuencia de una pulmonía en un manicomio, sin ver su prosa
publicada en su país, en el que aparecería tan sólo en 1987.
La obra de Alexandr Solzhenitsin (1918), por el contrario, es bien
conocida en Occidente, a excepción —tal vez— de los cuentos,
miniaturas líricas y ensayos sobre otros escritores, que ha publicado
en su país en los últimos años. Según parece, recibió el Nobel en
1970 por algunos relatos excepcionales como "Iván Denísovich" y "La
casa de Matriona" y las novelas Pabellón de cancerosos y En el primer
círculo. A finales de 1973 se publicó en París Archipiélago Gulag, tres
tomos de investigación documental que, sin embargo, no
sobrepasarían en calidad literaria a sus primeros relatos. En su obra
posterior Solzhenitsin se inclinaría más por la historia y se enfrascaría
en proyectos epopéyicos (La rueda roja) que lo alejarían cada vez más
de la fuerza y calidad de su literatura inicial. En sus artículos sobre
otros escritores, como Andréi Bieli, Joseph Brodski y el propio
Shalámov, Solzhenitsin cae con frecuencia en opiniones injustas y
desproporcionadas, que muestran bien las ásperas aristas de su
personalidad.
Los encuentros entre Solzhenitsin y Shalámov tuvieron lugar entre
noviembre de 1962 y septiembre de 1965. En estos escasos tres años
los dos escritores se conocieron, se aproximaron y se distanciaron con
una rapidez inusitada. A pesar de haber padecido experiencias
semejantes en los campos de trabajos forzados (con más dureza y por
más tiempo en el caso de Shalámov), eran, sin embargo, dos
temperamentos muy diferentes, con visiones distintas sobre la vida y
los acontecimientos históricos que sacudieron a Rusia durante la
primera mitad del siglo XX. La obra y la vida de estos dos escritores,
como las de Osip Mandelstam, Isaak Bábel, Boris Pilniak, Nikolái
Kliúiev, Andréi Platónov y los más de dos mil escritores y artistas
reprimidos por el estalinismo, representan lo más digno de la condición
humana ante los abusos del poder demente en el siglo que acaba de
terminar.
El presente artículo de Solzhenitsin sobre Shalámov apareció en la
revista mensual Novy Mir, correspondiente a abril de 1999. -

Los dos fuimos auténticos "hijos del Gulag". Aunque por tiempo y
pruebas padecidas yo lo fui en menor grado, por lealtad estábamos a
la par. Esta circunstancia nos unía como un imán. Cuando leí sus
versos en Samizdat, en 1956, fue sorprendente:

Yo mismo sé que esto no es un juego


Que esto es la muerte. Pero incluso por la vida
Como Arquímedes, no soltaré la pluma
No destrozaré el cuaderno abierto.

Sentí, sencillamente, que esos versos hablaban de mí, ¡de mi


secreto! —y Shalámov era copartícipe. Con espíritu semejante él leyó
en Samizdat, en 1962, mi "Iván Denísovich"1 y su visión pesimista no
le permitió entrever que algún día sería publicado.
Un día, a mediados de noviembre, cuando apenas "Iván
Denísovich" había sido publicado, me encontré por primera vez con
Shalámov en la sección de prosa de la revista Novy Mir. Él estaba
extremadamente inquieto por un suceso relacionado con el destino de
sus Cuentos de Kolymá: con nerviosismo, mostraba un ligero tic en el
extenso rostro afeitado, como si mordiera con el maxilar desencajado,
y manoteaba con sus largos brazos. Desde sus primeras frases se
refirió a la discusión que había por todos lados sobre si mi narración
sería un rompehielos, que despejaría el camino hacia la verdad de los
campos de concentración y de la vida real, ya que según lo entendía
esto era sólo el punto de partida en un extremo del movimiento del
péndulo, que en cualquier momento se inclinaría hacia el otro lado. Yo
creía, sin embargo, que la ruptura continuaría y sería significativa,
aunque por la agudeza reveladora de "Iván Denísovich" esperaba que
pronto me impusieran la mordaza. El tiempo daría la razón a
Shalámov: su pesimismo resultó ser certero.
Por aquellos días me escribió a Riazan una larga y fogosa carta,
por no llamarla casi tierna, porque, aunque eso fuera ajeno a su
carácter, había ese espíritu en su misiva: "mucho, mucho habían
elogiado su relato, pero sólo al leerlo veo que los elogios se quedan
infinitamente cortos"; "debo reconocer que hace mucho no tenía la
suerte de encontrar un trabajo de tan delicada y elevada factura
artística"; "es un relato para lectores atentos: en cada frase hay una
revelación"; "los detalles y pormenores de la vida cotidiana, el
comportamiento de todos los personajes, son muy precisos y frescos,
deliciosamente frescos". Sobre la "escuela del gulag" para
Shújov,2 afirmaba: "Todo esto en el relato grita a voz en cuello, para mi
oído [...]". "El entramado es tan fino, que distingues a un estonio de un
letón"; "la obra es extraordinariamente concisa, tensa, como un
resorte, como los versos". E incluso, transgrediendo su profunda
convicción de la absoluta maldad de la vida en los campos de
concentración, reconocía: "Es probable que semejante pasión por el
trabajo (como la de Shújov) salve a la gente".
El motivo era "Iván Denísovich", y en su carta Shalámov compartía
los sentimientos literarios comunes experimentados por cada uno en
reclusión. Yo, desde luego, le respondí cálidamente y poco tiempo
después, atendiendo a una invitación suya, lo visité en Moscú.
Casualmente Shalámov vivía en aquella misma ciudadela de
escritores, en la calzada Jorochevski, en donde hacía poco yo había
visitado a Ajmátova. Resultó que estaba casado y que su mujer tenía
un hijo adulto, pero eran extrañas las circunstancias de esta unión,
que parecía fundarse en una economía independiente entre los
cónyuges. Sólo esa vez los vi juntos, ya que siempre encontraba a
Varlam Tíjonovich solitario, en su cuartito aislado, parecido a una
celda.
No recuerdo si fue en nuestro primer encuentro en la redacción
de Novy Mir, o si fue en su casa aquella vez, pero en todo caso muy
temprano surgió entre nosotros la discusión sobre la
palabra zek,3 introducida por mí en "Iván Denísovich". Shalámov
decididamente la objetó, porque esta palabra no se usaba con
frecuencia en los campos; incluso era rara donde los presidiarios, casi
en todas partes esclavizados, utilizaban el administrativo zyk.
Consideraba que yo no debía introducir esta palabra, porque no tenía
sentido hacerlo. Pero yo estaba seguro de que sí pegaría (es ágil, se
puede declinar y tiene plural), que la lengua y la historia le darían su
lugar, que era necesaria. Con el tiempo resultó que yo tenía razón
(Shalámov nunca, en ningún texto, utilizó esta palabra).
Aquella vez tomé para leer varios de sus Cuentos de
Kolymá (después regresé por más) y convenimos que él haría una
selección de sus poemas que yo mismo entregaría a Tvardovski.4 Los
versos de Shalámov ya por entonces me llegaban al alma. Los
primeros meses después de la publicación de "Iván Denísovich", tal
vez un año, mientras no empecé intensivamente a compilar material
para La rueda roja, yo no conocía mayor deber que el de los antiguos
presos del Gulag.
La verdad era que los relatos de Shalámov no me satisfacían
desde el punto de vista artístico. En ellos no me convencía del todo el
carácter de los personajes, ni su pasado, ni algunas de sus
concepciones sobre la vida. En sus relatos que no eran sobre los
campos correccionales, con frecuencia se narraba algún caso
anecdótico, lo que es insuficiente para alimentar la literatura. Y en los
que abordaban el tema de los campos no actuaba gente concreta y
peculiar, sino simples nombres que se repetían, a veces, de relato en
relato, pero sin acumulación de rasgos individuales. Supongamos que
en ello radica precisamente la intención de Shalámov: mostrar que la
brutal vida cotidiana de los campos correccionales aplasta a la gente,
que las personas dejan de ser individualidades para convertirse en
objetos que el Gulag utiliza. Por supuesto que el autor escribió sobre
sufrimientos extremos, sobre la enajenación de la personalidad al
límite, todo ligado a la lucha por la sobrevivencia. Pero, en primer
lugar, no estoy de acuerdo en que a tal grado y hasta el final se
destruyan todos los rasgos de la personalidad y de la vida pasada: así
no sucede, sino que algo particular debe mostrarse en cada cual. En
segundo lugar, esto le sucedió a Shalámov de manera muy directa y
ahí vislumbro un defecto de su escritura. Por ejemplo, en "La palabra
fúnebre" parece sugerir que todos los héroes de sus relatos son él
mismo. Entonces se entiende por qué todos ellos corresponden a un
mismo patrón. El cambio de nombres es sólo un procedimiento
externo para ocultar el carácter biográfico.
Otro desacierto de sus relatos es que su composición se disipa,
porque se incluyen fragmentos que, por lo visto, simplemente da
lástima omitir. Muchos relatos ("La corbata", "La tía Polia", "La taiga
dorada" y otros) están compuestos por una suerte de trozos
caleidoscópicos, sin unidad, y que pareciera que la memoria recuerda,
aunque el material sea sólido y verdadero. A veces, por no desarrollar
bien el tema, el autor refiere razonamientos que también se esfuman,
como en "La cruz roja". Sin embargo, en todos estos aspectos yo
encuentro no tanto el proyecto creativo de Shalámov como el
resultado de su agotamiento, por su estadía en el Gulag durante
tantos años. En ellos también están los rasgos de su autenticidad.
Muy valiosa fue su especial investigación "fisiológica" sobre el
mundo del argot.
Los versos de Shalámov siempre me parecieron de mayor
grandeza que su prosa (como él mismo lo creía).
En los días de año nuevo de 1963 nos visitó, en una de las
"lujosas" e incómodas habitaciones del hotel Budapest, en la calle
Petrovski. Cenamos en el cuarto y discutimos vivamente dos obras: mi
"El cornudo y la mujerzuela", que Shalámov ya había leído, y una
pieza suya de Kolymá, cuyo nombre no recuerdo. En su pieza había
tanta dramaturgia como en la mía, pero en la de él vibraba la carne
viva del Gulag: su pieza me conmovió.
Hasta ese momento yo no había escrito nada sobre nuestros
encuentros. La primera vez que escribí algo al respecto fue en mayo
de 1963. Prácticamente era sobre sus juicios literarios muy
particulares. No sé, quizá ya fueron publicados, pero de todas
maneras expondré aquí algunos fragmentos, como aparecen en mis
apuntes:
—"Andréi Platónov es un gran escritor, destrozado por Gorki, en
quien confiaba y que le aconsejaba un disparate: 'No publique'".
—"Gorki fue el padre de la 'espontaneidad' en las revistas.
Proclamaba que el talento es sólo el trabajo, que con el trabajo todo se
puede alcanzar, y engañó a muchos escribanos infértiles. Pero el
trabajo es ya una exigencia del talento, y no el padre del talento"
(¡cierto!).
—"El escritor debe ser un poco 'extranjero' en relación con el
material que describe. No debe saber demasiado sobre ese material,
una gran experiencia tampoco le hace falta; no debe profundizar en
exceso, pues de lo contrario se volverá incomprensible para sus
lectores". (Entiendo que esto último es un peligro, aunque el talento y
el gusto deben ayudar a evitarlo. Pero no estoy de acuerdo en que no
debe conocer el material lo suficiente: si así fuera todo sería
superficial. Varlam Tíjonovich decía esto, por lo visto, con amargura
sobre sí mismo, pues él profundizó en exceso en el material de los
campos correccionales, hasta tal punto que los lectores ya no creen o
se sienten demasiado incómodos. Y yo lo puedo probar con la historia
de la revolución: ¿cómo se podría escribir sobre ella sin conocerla lo
suficiente?).
—"En el ritmo y la métrica de la poesía rusa existe una variedad
infinita, el yambo no es parecido al yambo, etc. Por eso no hay que
buscar en la novedad, ni en ciertas formas de ruptura. ¡Sólo hay
que entregar la sangre y se obtendrá el poema!" (Totalmente de
acuerdo). Esta era una de las firmes convicciones de Shalámov,
incluso tiene unos versos que dicen:
La poesía es asunto de los mayores
No de los chicos, sino de los hombres
Que han sobrevivido cien vidas enteras.

—"El poema no debe ser pensado de antemano, sino que debe


nacer en el transcurso de la escritura".
— "Ajmátova es una gran poeta, mayor que Gumiliov, incluso
limitando su obra a 1921.5 Su único defecto es cierto academicismo,
cierta frialdad. Tsvetáieva es más grande que Ajmátova, porque puso
calidez a la sangre y al alma. Pero perdió mucho en búsquedas
formales innecesarias".
—"Esenin poseía una voz poética auténtica, por ello se
diferenciaba. Y Severianin6 tenía sólo una voz auténtica".
—"Lo mejor de Tvardovski es 'La casa y el camino' porque ahí hay
una resonancia trágica en tono menor. Las grandes obras no se crean
en tono mayor. 'Tiorkin en el frente' tiene más cualidades que 'Tiorkin
en el otro mundo'; en esta última hay muchos méritos (algunos
fragmentos, ciertas reflexiones, lugares), pero su principal defecto
radica en que la época de Stalin no es un tema para la farsa y
Tvardovski no toca este tema, sino que se desliza en él con liviandad,
como sobre un trineo". (Shalámov conservó hasta el final una
completa tensión propia de un preso del Gulag. Tal vez por eso no
advertí que la fría negativa de Tvardovski lo predispusiera
personalmente contra el director de Novy Mir. Es una lástima que
Tvardovski no valorara y no publicara aquellos poemas de Shalámov).
A "Tras la lejanía está la lejanía", poema de Tvardovski, Shalámov lo
consideraba un completo fracaso.
—"Los poetas no se dan en 'mayor' o 'menor' cantidad. No hay
'mayor' o 'menor' cosecha de poetas. Se producen más o menos en
igual número en cada generación". (Esta idea, además de extraña, es
discutible).
Alguna vez discutimos sobre el uso del punto y coma. Shalámov
consideraba que este signo ortográfico era anticuado, por lo que no
había que usarlo. Pero yo lo defendía, porque con frecuencia pasa
inadvertido y ahora no se le utiliza en balde.
La ventana del cuartito de Shalámov siempre estaba
herméticamente cerrada: daba a la calle Begavaya, en la horrible
calzada de Jorochevski, con permanente olor de gasolina de los
camiones de volteo y el continuo tintineo de vidrios desde la
madrugada hasta la noche, pero a Varlam le "ayudaba" la fuerte
sordera adquirida en el Gulag. Precisamente en ese año (1963) me
liberé de la escuela7 y pasé una primavera maravillosa en Solotche, en
un tiempo desbordado, en una cabañita aislada en el bosque, y en el
otoño regresé de nuevo a ese lugar para entregarme de lleno a la
escritura de Pabellón de cancerosos. Tenía tanta pena de Varlam, de
que él estuviera privado del silencio y el aire, que lo invité a trabajar a
esa cabañita una semana. Y él aceptó con gusto. Era un septiembre
todavía tibio. La isba no tenía cuartos independientes; la chimenea y
los tabiques no alcanzaban el techo; todo lo que yo podía ofrecerle era
un rincón, ciertamente claro, con una ventana al sur, una cama y una
pequeña mesita.
Al invitarlo creí hacer por él lo que me gustaría que hicieran por mí:
que me permitieran tan sólo trabajar en silencio y con aire puro, de la
mañana a la noche, con tal de que nadie molestara, y yo pensaba que
lo que Shalámov necesitaba era precisamente eso. Pero resultó que lo
entendió de otra manera: pensaba que todo un mediodía o al menos
hacia la tarde íbamos a conversar largamente. Supuso que tendríamos
largas pláticas literarias. Necesitaba mucho este tipo de comunicación
y, en verdad, sus opiniones eran muy interesantes. Pero en general a
mí no me gusta "hablar de literatura", prefiero leer en silencio e
impregnarme de lo que leo, escribir en silencio lo mío. En mi
permanente travesía por escabrosos territorios telúricos, 16 horas al
día sin levantar cabeza, yo no estaba dispuesto a pasar el tiempo así.
Me rehusé una, dos, tres veces, a lo sumo podría platicar hacia la
noche una media hora. Quizás él se ofendió, tal vez no, pero
comprendió nuestra incompatibilidad y al cabo de dos días
inesperadamente dijo que se marchaba. Sin embargo, en Solotche
alcanzó a escribir dos o tres poemas ("Tal vez allá, en los jardines de
Platón,/ se prolonga este diálogo..."). Esta experiencia desafortunada
no produjo una abierta desavenencia entre nosotros, pero tampoco
nos acercó de ningún modo.
Tuvimos otros encuentros después, pero hubo uno muy importante
el 30 de agosto de 1964 que tuve a bien anotar. Yo había regresado
de Estonia, después de trabajar todo el verano, donde me desboqué
inconteniblemente en la construcción del gran armazón
del Archipiélago Gulag. Definí sus partes y muchos capítulos y distribuí
una gran cantidad de material acumulado en la preparación de estos
capítulos. No creía que iba a poder arreglármelas solo y simplemente
no me atrevía a abordar a Varlam con semejante idea: él tenía todo el
derecho de participar. Así que lo invité a encontrarnos en Chapaievski,
en casa de Verónica Turkina-Schtein, donde me había hospedado. Por
teléfono, claro está, no pude ni siquiera insinuarle el asunto y, aunque
era temprano en la mañana, Shalámov llegó a visitarme muy aseado,
con una camisa azul impecable, como nunca lo había visto en el
abandono de su casa. Y yo, en lugar de ofrecerle una mesa solemne,
me lo llevé a un gran jardín en las cercanías en donde nos tendimos
sobre la hierba y, alejados de todo el mundo, tuvimos una
conversación supersecreta.
Le expuse con entusiasmo todo el proyecto y mi propuesta de
escribir el libro en colaboración. Si era necesario podíamos mejorar mi
plan y después repartir los capítulos que cada uno escribiría. Pero
recibí inesperadamente una negativa inmediata y categórica. Conocía
la costumbre de Varlam de insinuar sutilmente, en lugar de hablar sin
rodeos (yo tenía la sensación de que era abierto con él, mientras él
era medio cerrado conmigo), pero en esa ocasión contestó sin
ambages: "Quiero tener garantía de para quién escribo". Quedé
estupefacto: hasta ese mismo momento estaba seguro que tanto para
él como para mí lo principal era guardar la memoria, sencillamente
escribir para quienes vinieran después, aunque no hubiera esperanza
de publicar en vida. Mas él agregó:
—"¿Pero para qué voy a escribir eso? ¿Qué diferencia hay si lo
que escriba se va a quedar sin publicar en algún otro lugar?"
Lo tenía bien claro: un libro como el que le proponía escribir sería
imposible de publicar. La idea de la fama, por lo visto, lo inquietaba
fuertemente.
Su respuesta fue tan categórica que convencerlo era inútil. Ahora
todo el peso del proyecto caía sobre mis hombros. Ese día escribí:
"No, a pesar de todo, en nuestra relación no existe una transparencia
abierta; entre nosotros hay una especie de muro que nos aleja y es
poco probable que alguna vez podamos sobrepasarlo [...]". Me fui muy
agobiado, aunque entendía que él estaba enfermo de sí mismo. Pero
había también un alivio: que ahora, de esta manera, podría conservar
la individualidad de la pluma.
Sólo entonces entendí que, principalmente desde el punto de vista
artístico, era difícil que nos metieran en un mismo costal. Nuestra
escritura es muy diferente. Sobre cuántos principios, tendencias,
proporciones, tonos, lugares y párrafos habríamos tenido que discutir,
tal vez hasta el agotamiento mutuo. Pero en ese momento me pareció
más importante la unidad y el abarcamiento de nuestra experiencia
común en el Gulag. Y sólo mucho tiempo después, cuando ya
trabajaba en el Archipiélago Gulag, pensé: ¿y nuestras opiniones?
¿Acaso habría sido posible conjuntar nuestras concepciones del
mundo? ¿Cómo unirme a su pesimismo encarnizado y a su ateísmo?
¿Y las ideas políticas? Pues a pesar de toda la experiencia de Kolymá,
en el alma de Varlam quedaban residuos de simpatía hacia la
revolución y los años veinte. Sobre los eseristas se expresaba con
conmiseración, decía que habían perdido muchas fuerzas en
desbaratar el trono y que después de Febrero8 ya no contaban con
energías para llevar a Rusia tras de sí (tampoco les alcanzaba
inteligencia, ni alma, ni responsabilidad ante el país y el Estado). Más
allá del tema del Gulag, teníamos —por supuesto— opiniones
demasiado distintas sobre la historia rusa y soviética en su conjunto.
Qué bueno que Shalámov se negó, de otro modo habríamos
fracasado en el libro.
Por los apuntes de aquel día deduzco que en ese encuentro
tuvimos también otras conversaciones. La redacción de El escritor
soviético había regresado a Varlam sus Cuentos de Kolymá, 34
relatos, que retuvo durante varios años, tal vez desde 1958. Junto le
enviaron cuatro o seis recensiones internas positivas (que él ya
conocía), todas reservadas, y sólo dos negativas, la más importante
de las cuales pertenecía al "octubrista" Driómov, quien escribía que
estos relatos eran perniciosos para el lector soviético. En su recensión
Driómov intentaba también contraponer los Cuentos de Kolymá y Un
día en la vida de Iván Denísovich(narración por la que, entre otras
cosas, me denigraba: "un fracaso", "en donde se muestra una débil
individualidad artística de los personajes"). Varlam Tíjonovich propuso,
y estuvimos de acuerdo, que semejantes recensiones (en las que se
indicaba la dirección del crítico) habría que difundirlas
en Samizdat junto con las obras rechazadas, para que la gente
conociera la esencia de estas críticas y así sus autores lo pensaran
diez veces antes de censurar tan vilmente. Con irritación hacia
Driómov, Varlam comentó:
—"¿Cómo podría yo polemizar con Iván Denísovich, cuando lo mío
fue escrito diez años antes?" (A propósito, yo tuve la idea de Iván
Denísovich en 1950, así que nos desarrollamos paralelamente).
La irritación de Varlam Tíjonovich se trasladó involuntariamente
hacia mí, hacia el éxito de Iván Denísovich, ¡y yo podía entenderlo!
Haber pasado semejantes sufrimientos, por años madurando relatos
sobre esas experiencias, para que no lo publicaran. Sin duda, desde la
primera aparición de Iván Denísovich Shalámov se apesadumbró
mucho: qué significaba eso de ser personalidad emérita de los campos
de concentración, no fue el primero en salir con ese tema. Pero aun
así, por entonces, no permitió que se desarrollara en él la envidia, ni la
ofensa, sino que se comportó noblemente.
Nos encontramos varias veces después y yo anoté un encuentro
más, a comienzos de junio de 1965, en su cuarto de la calzada
Jorochevski, donde los vidrios no cesaban de tronar por el horrible
ruido de los camiones de carga. En esa ocasión Varlam narró su
participación en una velada literaria dedicada a Mandelstam, de la que
se sentía orgulloso. Tengo escrito que dijo literalmente: "¡Mi hora
llegará!"
Sí, tenía todo el derecho para esa esperanza. Pero la existencia es
demasiado cruel, la vida decae y la salud se derrumba.
Tras la apertura de mi proceso, en septiembre de 1965, se iniciaron
años de acoso y de lucha ardua, y ya no volvimos a vernos. Cuando
aparecieron sus poemas en Literaturnaya Gaceta, en el verano de
1966, de inmediato le escribí: "Fue muy agradable e inesperado ver
sus poemas en la Gaceta. ¡Me alegro! Me gustaron. Los poemas
'Sobre una canción', especialmente el 1 y 4, ¡son grandiosos, muy
significativos!" Ese mismo año tuve una intervención en el Instituto de
Asuntos Orientales y Shalámov me escribió: "Lo felicito. Así había que
actuar desde hace tiempo". (No se había apagado su fuego político
bajo la ceniza...).
Luego, de pronto, se produjo su penosa renuncia de los Cuentos de
Kolymá en Literaturnaya Gaceta, en febrero de 1972: "revistas
nauseabundas" (las de la emigración), "soy un ciudadano soviético
honesto, que se da cuenta muy bien del significado del xx Congreso
del Partido Comunista" y "la problemática planteada en los Cuentos de
Kolymá hace tiempo fue rebasada por la vida [...]". En voz alta
renuncia a todas las cosas importantes de su vida...
Esto me golpeó fuertemente. ¿Quién? ¿Shalámov? ¿Entregaba
nuestro Gulag? Era inimaginable: ¿reconocer que Kolymá "fue
rebasada por la vida"? Y se publicó en la Gaceta, en un recuadro
negro, como si Shalámov hubiera muerto. Por mi parte, en esos
mismos días, difundí en Samizdat el Archipiélago Gulag.
El final fue cruel, como toda la vida que le tocó vivir en Kolymá y
después de Kolymá. Sí, y fue como la expresión permanente de unos
ojos desorbitados en su rostro delgado. Shalámov representó una de
las figuras más trágicas de nuestra literatura. -— Nota y traducción de
Jorge Bustamante García
SHALAMOV

Soy un pequeño hito de la vida,

un palo hundido en la nieve,

una voz que el eco ha extraviado

en los hielos de este siglo.

Entre los gritos y las disputas

nunca se me pasó por la cabeza

estudiar la naturaleza haciendo trampa.

Esa es toda mi desgracia.

Me entran escalofríos.

Es por eso que en mi destino

soy más crítico

y severo

conmigo mismo que con mi prójimo.

"Del escalofrío,
como una navaja
de niebla,
siento la incisiva hoja adentrándose en mi pecho, atravesando mi
espalda, helándome los brazos.

Poco hay
que sea más triste
que mis errores
contra la vida
ajena, es decir,
contra mi propia memoria."

Entrevista traductor Shalamov

Varlam Shalámov (1907-1982) se consumió durante casi dos décadas


en los campos de trabajo de Kolimá, donde la supervivencia estaba
reservada a los guardias y los minerales. A su retorno milagroso del
infierno blanco, dejó por escrito un testimonio que hoy no se lee
únicamente como una descripción detallada de las inhumanas
condiciones del sistema penitenciario soviético, sino también como
una proeza literaria que reivindica la experiencia vital como material
indispensable en la creación artística.
Conversamos con Ricardo San Vicente, experto en literatura rusa,
profesor de la Universidad de Barcelona y responsable de esta
soberbia traducción. sa
¿Qué ha supuesto en su dilatada trayectoria la traducción de estos
cinco volúmenes de relatos?
En el campo editorial, el proyecto de Relatos de Kolimá es el segundo
más importante en el que he estado involucrado después de la
“Biblioteca de Plata de los clásicos rusos”, que dirigí en la década de
1990, de mayor calado que “La tragedia de la cultura”.

En lo personal, es lo más importante que he hecho después de mi


tesis doctoral sobre la literatura rusa del Deshielo. A estos cinco
volúmenes faltaría añadir un sexto que recoge la obra ensayística. Fue
prácticamente lo primero que escribió Shalámov en los años 50,
después de salir en libertad.

Ricardo San Vicente. Fuente: ACEC


Hay muchas hipótesis al respecto porque hay poca documentación,
pero leyendo sus diarios o por lo que se intuye de sus textos, se diría
que lo primero que hace en estos ensayos es describir un estado de la
cuestión, centrándose en el submundo de los presos comunes del
sistema del Gulag.
Según tengo entendido, en un principio Shalámov daba por concluido
su ciclo de relatos con los primeros cuatro volúmenes.
Shalámov vuelve a los relatos en su último periodo de creación. Por
eso titula el quinto volumen El guante o RK-2.
Lea más
“Había muerto Stalin: un hombre al que queríamos más que a
nuestros padres, un dios"
Al principio no reparé en ello y luego caí en la cuenta de que RK-2
significa una continuación a los cuatro primeros volúmenes que, por
sus problemas de salud, consideraba ya un ciclo cerrado. Pero por
distintas razones vuelve a ellos.
La obra anterior a su liberación, sin embargo, se ha perdido.

Entre la primera y la segunda vez que es detenido, Shalámov decide


que quiere ser escritor y colabora en distintas revistas literarias. Pero
cuando se produce la segunda detención su mujer, por precaución,
quema todos los manuscritos.
Relatos de Kolimá se salvó por completo gracias a que Irina
Sirotínskaya, amiga del autor, guardó sus escritos en el Archivo
Central de Literatura y Arte. Y eso quiere decir que se conservan tanto
los manuscritos como los borradores, además de otros textos
variados. De hecho, el editor ruso prevé la publicación de un séptimo
volumen de material diverso, que yo considero menor. Con esto quiero
decir que su obra ha tenido mejor suerte que la de otros escritores
como Platónov o Bábel.
Sirotínskaya recuerda cuando conoció a Shalámov en marzo de 1966.
Había leído el relato Cuarentena de tifus (vol. 1)ensamizdat y quedó
tan impresionada que quiso conocerlo mediante un amigo común para
proponerle que legara sus manuscritos al archivo donde ella trabajaba.
Lo describe como un poeta que sabía desentrañar las relaciones
secretas que existen en el universo y que, en el ámbito intelectual,
estaba interesado absolutamente por todo.

Esa capacidad queda plasmada en los relatos. Hay, en cada uno de


ellos, el esfuerzo de plantearse cuál es la mejor manera de abordar los
temas. Él dice que, en cierto modo, formula los relatos en su fuero
interno hasta que llega un momento que los ‘vomita’ entre lloros y
gritos, de una tacada, como un puñetazo contra la sociedad de su
tiempo.
Aunque si observamos los manuscritos encontramos que están muy
corregidos, hay una labor de revisión muy
intensa. Mandelstam describía la poesía como un ruido que se crea
en la cabeza y que no te abandona hasta que no logra trasladarse al
papel.
La manera de escribir de Shalámov es cercana a esta tradición
mandelstamiana, la de un hombre que digiere, prepara mentalmente el
material y luego lo expulsa.
Eso me recuerda una imagen en el relato El ajedrez del doctor
Kuzmenko (vol. 5) donde explica que los presos mastican pan durante
el día hasta que lo decide un zek escultor llamado Kulaguin, que sabe
cuándo la mezcla con saliva alcanza el punto justo para después con
esa pasta moldear cualquier forma… como las piezas de ajedrez.
Como obra, Relatos de Kolimá está concebida como un gran mosaico.
La estructura de los diferentes volúmenes es muy libre. Cada uno lleva
un título que a veces coincide con un relato. Shalámov llenó con su
caligrafía muchos cuadernos escolares e iba guardándolos en
carpetas. En ese sentido, los títulos de cada volumen son decisión
suya. Los primeros relatos suelen ser una metáfora o resumen del
conjunto, que recuerda a “El paso de Zbrucz” de Isaak Bábel
en Caballería roja. Los últimos suelen coincidir con finales de las
distintas etapas como prisionero. Pero, fuera de esto, no percibo
ninguna lógica especial.
¿Veía claro desde un principio que el conjunto tendría la forma que
finalmente tuvo?

Creo que no. Cuando consigue salir de campo y se pone a trabajar


de practicante formula en su cabeza una serie de temas y poesías
que luego, cuando vive primero a las afueras de Moscú hasta su
rehabilitación, vuelca en cuadernos en sus ratos libres.

No sabemos hasta qué punto le ayudó alguien a crear un orden, pero


lo que sí hay desde un principio es la voluntad de construir ese gran
mosaico en el que incluir todos los detalles del Gulag.

Precisamente su enfado cuando salieron las primeras traducciones en


el extranjero está motivado porque no respetaron ni el orden ni la
importancia de esta obra, entendida como un todo unitario: o se
publicaba un relato suelto o unos pocos. Según él, se perdía toda la
contundencia física. Tal vez no se entendió entonces su estructura
aparentemente aleatoria, con continuos cambios de tema y maneras
de abordarlo. En eso parece una cinta de Moebius. Pero no hay duda
de que es una obra muy medida. Esta traducción sí sigue el orden que
eligió el autor.
¿Qué provoca esa aparente falta de orden interno?
Es una idea astuta y hábil. Como en Caballería roja, se inicia un
camino hacia alguna parte, una evolución hacia un final durante el cual
el personaje va transformándose. Y en ese camino cabe hablar de
todo: del carácter letal de la violencia, de la debilidad de nuestra
cultura, de la importancia del mundo sanitario, del odio como último
sentimiento que abandona al hombre… Insiste en que el ser humano
es lo que es gracias a su fortaleza física y mental, ya que ni los
animales sobrevivían a las condiciones de Kolimá.
}
Una labor, la traducción de estas más de dos mil páginas en la edición
española, especialmente ardua.

Hace tiempo que tenía ganas de acometerla. Es la primera vez que se


edita toda la obra en español.
En un principio quería dejar de lado el volumen de ensayos, pero la
editora, Valeria Bergalli, está dispuesta a publicarlo. Cabe destacar
que también ha sido posible, por una parte, porque soy profesor
universitario y mi sustento no depende de la traducción. Esto me
permite ejercerla con más tranquilidad. Y, por otra, porque ésta ha
recibido el apoyo económico de la Fundación Mikhail Prokhorov.
Respecto a lo de la dificultad, en mis cursos siempre recuerdo un
fragmento del prólogo de Brodsky a una edición de La excavación de
Platónov: “Feliz el pueblo a cuya lengua no se puede traducir este
relato”. Porque significa que no ha pasado por la misma experiencia.
En Shalámov hay este tipo de dificultad. En Grossman, por ejemplo,
tenemos un marco más reconocible, pero en Relatos de Kolimá el
traductor explora algo nuevo y ajeno a la lengua destino.
Con Relatos de Kolimá, el lector en español, junto con las
traducciones de Herling, de Solzhenitsyn, de Nadiezhda Mandelstam
o, próximamente, de Gueorgui Vladímov, tiene al alcance las obras
fundamentales sobre la experiencia el Gulag.

Es cierto que ahora ya están accesibles obras de gran calidad para


quien quiera aproximarse a la cuestión. El problema es que no estoy
muy seguro de que interese.

Aún hay cierta resistencia a hablar de los horrores del comunismo.


Cuando Emmanuel Carrère habla de Limónov, para acusarlo lo llama
fascista, porque para el autor francés el término “comunista” no es
peyorativo, ignorando todos los experimentos sociales que ese
régimen llevó a cabo.

En algunos aspectos ha pasado algo parecido con Grossman, que


tuvo que pasar un tiempo para que los lectores apreciaran su obra. Sí,
ahora hay mucho material de gran relevancia, sólo falta que el lector
esté dispuesto a recoger el guante. El hecho diferenciador de
Shalámov es que está cosechando lectores que van más allá de los
interesados en el tema. Es una época feliz en cuanto a literatura
documental se refiere. Y en ese saco también metería a Dovlátov.
¿Cómo sitúa a Shalámov en esta pléyade?

Es un caso aparte. En sí, es la experiencia personal más demoledora


y a la vez milagrosa, por el hecho de haber vivido para contarlo. En
eso pervive la idea que aparece entre los supervivientes de los
campos de concentración nazis. El testimonio se convierte en una
obligación moral.
Tal vez El fiel Ruslán de Gueorgui Vladímov se aproxime en cuanto a
textura literaria. Pero lo que es evidente es que tanto el tratamiento
formal como el despojamiento ideológico le otorgan una calidad
artística y un valor como en ningún otro autor que se ha acercado al
tema.

Aparece de forma muy testimonial el nombre de Stalin, más bien


parece que lanza una acusación a toda una sociedad. Me hace pensar
en esas palabras de Ajmátova cuando dice que, en un momento dado,
se encontraron dos Rusias, la que denunció y la que fue denunciada.
O en el protagonista de Todo fluye, de Grossman, cuando vuelve del
Gulag.
Todos los verdugos aparecen en Relatos de Kolimá con su verdadero
nombre, al igual que el de los hombres y las mujeres que le ayudaron
a sobrevivir.

La obra no deja de ser una reflexión atemporal de alguien que no ha


dejado de darle vueltas al tema durante veinte años. Es el gran drama
ruso, en el que una parte mayoritaria de la población participó de
forma directa. Muchos detenidos estaban convencidos de que su caso
era fruto de un malentendido. Es incontable la cantidad de cartas que
enviaban a Stalin para intentar resolver su situación personal porque
seguían creyendo ciegamente en él.
Las encuestas recientes todavía muestran mucha nostalgia y una
opinión sobre Stalin en absoluto negativa. Las experiencias por las
que pasó Shálamov, como es natural, dejaron huella en su carácter.
Sirotínskaya cuenta que antes de conocerlo la avisaron de que tuviera
cuidado con él, porque a la mínima podía salir rodando escaleras
abajo.

Hay que entender que su carácter difícil responde a la psicología del


prisionero. Era terriblemente injusto e intransigente con los demás y,
aunque le causaba un profundo dolor, no lo podía evitar.

Se alejó de todo el mundo: de sus mujeres, de Pasternak –al que


había endiosado-, de Nadiezhda Mandelstam, de Olga Ivínskaya… Se
quedó en la más absoluta y abominable soledad, acentuada por una
salud delicada. Y lo peor fue el último capítulo, en el que un poder
desalmado persigue sin tregua al disidente hasta el último rincón.
El KGB lo trasladó, –ciego, sordo y enfermo– a una clínica para
pacientes psiquiátricos en la que no duró ni dos días. Aun así, estuvo
dictando poesías hasta el último hálito de vida. Acaba de salir, por
cierto, una biografía suya de la misma persona que modera la
página webdedicada al autor, un proyecto digital encomiable.
Le ponía muy nervioso no poder tener el control de su obra,
fundamentalmente cuando empezó a ver la luz en el extranjero, pero
sobre todo si se utilizaba como arma de choque contra el régimen.
Llegó a publicar una carta en la que se desentendía de todas esas
ediciones e incluso decía que el tema había quedado obsoleto. Esta
acción lo sumió aún más en la soledad.
Era un hombre convencido de su genialidad y, como muchos
escritores, se sentía incomprendido. Cuando ya estaba muy
deteriorado se publicó su obra en francés, pero con muchas erratas, e
incluso recibió un premio, el PEN. Pero en el último tramo de su vida
sólo luchaba por la subsistencia y, cuando se lo anunciaron, contestó
algo así como: “Sí, un premio, ¿y el dinero?”. Desde luego, su penuria
económica no contribuyó en nada a aliviar su vida.
Esas obsesiones también se notan en el estilo, en las repeticiones.

Sí, hay una pulsión obsesiva en cuanto a los temas, que se traduce en
repeticiones de relatos con diferentes puntos de vista hasta agotarlos,
como si fuera un ejercicio de estilo. Pero no hay que olvidar que
muchos textos literarios rusos están marcados por las condiciones en
las que fueron escritos.
El maestro y Margarita es una obra inacabada; tal vez Grossman, si
hubiera tenido más tiempo, hubiera corregido Vida y destino. Cuando
detienen a Bábel dice aquello de: “No me han dejado acabar…”.
El último volumen, sin embargo, parece mucho más crudo.

Sí, es más cruel con los verdugos e intenta recordar a los que
contribuyeron a su salvación. Se nota la urgencia por dejar testimonio.
El guante al que se refiere el título alude a la piel que se desprende de
su mano por la pelagra y es una visión sobrecogedora de lo que fue el
Gulag y de los extremos físicos a los que llegaba el hombre.

La edición en francés iba acompañada de un prólogo titulado “La


resistencia de los materiales”, refiriéndose a que en el campo se pone
a prueba el ‘material humano’, como si fuera una asignatura de
ingeniería. Pero caemos en otra contradicción: el hombre es algo
insignificante, pero a la vez puede sobrevivir a la situación más
extrema.
Se afirma que es imposible hablar de esa experiencia y, con todo, se
intenta. Como Tolstói, que dice que no se puede contar la Historia y
ahí está Guerra y paz.
No puede no hacerlo… pero también les ocurre a muchos otros.
Recoge el guante de Relatos de Sebastopol, de Chéjov, de los autores
del Siglo de Plata -sobre todo de Bieli-, y culmina un nuevo género que
incluso se extiende hasta Limónov. En el caso de Solzhenitsyn,
encontramos un escritor con unos objetivos políticos y personales,
mientras que Shalámov no da concesiones a su prosa, quiere que su
obra sea un puñetazo sin marcas ideológicas.
Para él, Solzhenitsyn, en el Archipiélago Gulag, manipula un material
que no le pertenece. Prefiere que cada testimonio decida por sí mismo
lo que tenga que decir y no que un tercero instrumentalice su dolor.
Digamos que no le sentó muy bien que publicaran a Solzhenitsyn y a
él no, cuando se creía un autor muy superior.
A lo que no está dispuesto es a hacer concesión de ningún tipo por
el mundo del hampa en el Gulag.
No considera humanos a los presos comunes. Mucha gente murió a
sus manos y abomina de la utilización que hizo el poder de ellos.
Como de la brutalidad de Beria, que los pone en libertad en la amnistía
decretada tras la muerte de Stalin, provocando así una conmoción en
todo el país. Shalámov se queja de que la literatura rusa ha idealizado
el crimen. Cuando Chéjov visita Sajalín, Shalámov escribe que le
cambió hasta la caligrafía, y ya no miró con los mismos ojos a la
delincuencia. Shalámov no estaba para “buenismos”.

Un palo hundido en la nieve,

una voz que el eco ha extraviado

en los hielos de este siglo.

Entre los gritos y las disputas

nunca se me pasó por la cabeza

estudiar la naturaleza haciendo trampa.

Esa es toda mi desgracia.

Me entran escalofríos.

Es por eso que en mi destino

soy más crítico

y severo
conmigo mismo que con mi prójimo.

LAMENTOS DE ISIS POR OSIRIS

Habla Isis, dice:


¡Ven a tu casa, Ven a tu casa!
Tú, el de On(3), ven a tu casa,
¡No están tus enemigos!
¡Oh, buen músico, ven a tu casa!
Obsérvame, soy tu querida hermana,
¡No te alejarás de mí!

¡Oh, buen joven, ven a tu casa!


Hace mucho tiempo que no te he visto,
Mi corazón se lamenta por ti, mis ojos te buscan,
¡Yo te busco para verte!

¿No podré verte, no podré verte,


Buen rey, no podré verte? (4)
Es bueno contemplarte, bueno observarte,
¡Tú, el de On, es agradable verte!
¡Ven a tu amada, ven a tu amada!
¡Unnefer, justificada, ven a tu hermana!
Ven a tu esposa, ven a tu esposa
¡Alma abatida, ven a tu señora de la casa!

Soy tu hermana por tu madre,


(10)¡No me abandonarás!
Los dioses y los hombres te buscan,
Y lloran juntos por ti.
Mientras pueda verte te llamaré,
¡Llorando a lo alto del cielo!
Pero tú no oyes mi voz,
Aunque yo sea tu hermana a quien amaste en la tierra,
¡No amaste a nadie más que a mí, la hermana, la hermana!

(3,1) Neftis habla, dice:


¡Oh, buen Rey, ven a tu casa!
¡Complace a tu corazón, no hay ninguno de tus enemigos!
Junto a ti, tus Dos Hermanas protegen tu féretro,
¡Te llaman llorando!
¡Vuélvete sobre tu féretro!
¡Observa a las mujeres, háblanos!
Rey, nuestro Señor, ¡aleja cualquier pena de nuestros corazones!

Tu séquito de dioses y de hombres te observa,


¡Muéstrales tu faz, Rey, nuestro señor!
¡Nuestros rostros viven de contemplar tu cara!

¡Que tu rostro no evite los nuestros!


(10) ¡Nuestros corazones se alegran de verte, Rey!
¡Nuestros corazones están felices de contemplarte!
Yo soy Neftis, tu amada hermana,
Tu enemigo está derrotado, no estará,
Estoy contigo, el guardián de tu cuerpo,
Por toda la eternidad.

(4,1) Isis habla, dice:


¡Salve a ti!, el de On, asciendes por nosotros cada día en el cielo,(5)
No dejamos de ver tus rayos,
Thot, tu guardián, eleva tu ba,
En la barca diurna, en ese tu nombre de ‘Luna’.
He venido para contemplar tu belleza en el Ojo de Horus,
En tu nombre de ‘Señor del festival del sexto día’.
Junto a ti, tus cortesanos no te abandonarán,
Conquistaste el cielo por tu deseo de majestad,
En ese tu nombre de ‘Señor del festival del decimoquinto día’.

Asciendes por nosotros como (en la forma de) Ra cada día,


Brillas por nosotros como Atum,
Dioses y hombres viven de contemplarte.

Cuando te elevas por nosotros iluminas las Dos Tierras,


La tierra se ilumina completamente con tu presencia,
Los dioses y los hombres miran hacia ti,
Ningún mal acontece sobre ellos cuanto tú brillas.

(10) Cuando atraviesas el cielo tus enemigos no están,


Yo soy tu guardián todos los días,
Vienes a nosotros como niño en la Luna y el Sol,
¡No dejamos de contemplarte!
Tu sagrada imagen, Orión, en el cielo,
Amanece y se establece cada día;
Yo soy Sothis, quien le sigue,
¡No me apartaré de él!

(5,1) La noble imagen surge de ti,


Alimenta a dioses y hombres;
Los reptiles y rebaños viven de ella.
Fluyes de tu caverna para nosotros, justo a tiempo,
Vertiendo agua a tu ba,
Haciendo ofrendas a tu ka,
Para alimentar a dioses y hombres por igual.
¡Salve, mi Señor, no hay ningún otro dios como tú!
El cielo tiene tu ba, la tierra tu forma,
El Más Allá está repleto de tus secretos.
Tu esposa es tu guardiana.
¡Tu hijo Horus gobierna las tierras!

Neftis habla, dice:

¡Oh, buen Rey, ven a tu casa!


Unnefer, justificada, ven a Dyedet,
¡Oh, toro robusto, ven a Anpet!(6)
¡Oh, amante de mujeres,(7) ven a Hat-mehyt!
¡Ven a Dyedet, el lugar que tu ba ama!
Los bas de tus padres(8) son tus compañeros,
Tu joven hijo Horus, el niño de tus Hermanas, se encuentra ante ti;
Yo soy la luz que te protege cada día,
¡No te abandonaré nunca!
¡Oh tú, el de On, ven a Sais!
‘Saita’ es tu nombre;
Ven a Sais para ver a tu madre Neith,
Buen niño, ¡no te alejarás de ella!

Ven a sus colmados senos,


Buen hermano, ¡no te alejarás de ella!
¡Oh, hijo mío, ven a Sais!
Osiris Tentruty, llamada Nyny, nacida de Persis, justificada.

¡Ven a Sais, tu ciudad!


Tu lugar está en el Palacio(9),
¡Descansarás para siempre al lado de tu madre!
Ella prtege tu cuerpo, repele a tus enemigos,
¡Ella guardará tu cuerpo para siempre!
¡Oh, buen Rey, ven a tu casa,
Señor de Sais, ven a Sais!
Isis habla, dice:

¡Ven a tu casa, ven a tu casa!


Buen Rey, ¡ven a tu casa!
Ven, observa a tu hijo Horus
¡Como Rey de dioses y hombres!

Ha conquistado ciudades y nomos


Por la grandeza de su gloria.
(10) El cielo y la tierra le temen,
La Tierra del Arco(10) siente temor ante él.(11)
Tu séquito de dioses y hombres es suyo,
En las Dos Tierras, ejecutando tus ritos;
Tus Dos Hermanas (que están) junto a ti hacen libaciones a tu ka,
Tu hijo Horus te presenta tus ofrendas,
De pan, cerveza, bueyes y aves.

Thot recita tu liturgia,


Y te llama con sus hechizos;
Los Hijos de Horus guardan tu cuerpo(12),
Y bendicen tu ka cada día.
Tu hijo Horus, defensor de tu nombre y tu capilla,
Hace oblaciones a tu ka;
Los dioses, con jarras de agua en sus manos,
Vierten agua para tu ka.
¡Ven a tus cortesanos, Rey, nuestro señor!
¡No te alejes de ellos!
LA TAREA INACABADA DE DAVID ROUSSET

Lo que convierte a David Rousset en excepcional –escribe Tzvetan


Todorov– no es su condición de militante, deportado, superviviente o
testigo, sino el hecho de que fuera él, entre todas las antiguas
víctimas, quien emprendiera el combate político contra los campos que
seguían existiendo en aquel momento”. Todorov se refiere, por
descontado, al gulag de Stalin, del que los intelectuales europeos
tuvieron puntual noticia poco después de la segunda guerra mundial.
Es decir, en plena controversia sobre la conducta política a seguir en
relación con el régimen soviético.

David Rousset nació en 1912 y, antes de la ocupación, había


ingresado en el partido socialista, acercándose a los grupos que se
inspiraban en el trostkismo. Tras la fulminante derrota de Francia en
1940, se incorporó a la Resistencia, desarrollando una intensa
actividad clandestina de oposición al nazismo. En 1943 es detenido y
trasladado sucesivamente a los campos de Porta, Westphalica,
Neuengamme, a las minas de sal de Helmstedt y, por último, a
Buchenwald, donde le sorprenderá el hundimiento del Reich y la
liberación. Las penalidades de los dos años de cautiverio le
provocarán una severa pérdida de memoria, diagnosticada tras un
ataque de tifus y de la que sólo se irá recuperando, ya bajo el cuidado
de su mujer y de los médicos franceses en un hospital de Saint Jean
des Monts, en Vendée, al ritmo de una alimentación adecuada y de la
progresiva reincorporación a la vida y los afectos de los que había
disfrutado antes de la guerra. Restablecida su salud, Rousset se
instala en una casa solitaria en mitad de los bosques que rodean Saint
Jean de Monts, intentando rehacer su ánimo. Y es allí donde recibe la
noticia de que sus antiguos camaradas han creado una publicación, La
Revue International, y de que esperan una colaboración suya acerca
de los campos. Rousset rechaza ponerse a la tarea, incapaz de
enfrentarse aún a unos dramáticos recuerdos recién recuperados.
Pero la amistosa insistencia de Maurice Nadeau y, sobre todo, de
Merleau-Ponty, acabaría doblegando su negativa, regularmente
amparada tras la excusa, o tal vez la convicción, de que había ya
demasiadas páginas escritas sobre la materia. ¿Demasiadas páginas?
El argumento no deja de resultar sorprendente si se tiene en cuenta
que corría la primavera de 1945.

Durante el mes de agosto, finalmente, Rousset accede a dictar lo que,


en principio, debería ser un artículo para La Revue International. Su
mujer, Sue, le acompañará en este descenso retrospectivo a los
infiernos, tomando nota del texto que, de acuerdo con el propósito
inicial, debería resumir su experiencia de deportado. Rousset, sin
embargo, se ve pronto sobrepasado por el caudal de sus recuerdos y,
en particular, por la variedad de reflexiones de índole general que le
provocan. El universo concentracionario, el libro que resultará después
de varias jornadas de trabajo y que La Revue International publicará
en tres números sucesivos, entre diciembre de 1945 y febrero del año
siguiente, se convertirá, así, en un testimonio singular sobre los
campos. En lugar de sumergirse en su percepción personal,
conjurando mediante la escritura los demonios de una vivencia que,
como al resto de los deportados, le acompañará hasta el fin de sus
días, Rousset se propone desentrañar los mecanismos de poder que
operan en ese mundo aparte, o como él mismo lo denomina, en ese
universo concentracionario. A medida que va dictando su colaboración
para La Revue International, la autobiografía se va poco a poco
transformando en un género particular de reflexión, que es la que
viene avalada por el testimonio, por el conocimiento directo de los
hechos. Rousset esclarece de este modo los procedimientos
psicológicos, y más aún, políticos, que los responsables de los
campos utilizan para someter a una población reclusa de varias
decenas de miles de personas que, aun conociendo su suerte, aun
sabiendo que será difícil escapar a una muerte casi segura, se
encuentran sin embargo imposibilitadas para interponer una
resistencia eficaz. Unos procedimientos que, por otra parte, y siempre
según Rousset, servirán para que los propios guardianes acaben
aceptando tarde o temprano lo inaceptable.

“La burocracia nace con los campos –escribe en El universo


concentracionario–. Es un componente esencial”. Y a continuación
añade, después de haber recordado que los primeros internos fueron
los propios disidentes del Reich, liberales, socialdemócratas y
comunistas: “En el pasado, desempeñó un papel decisivo en la
desagregación moral y la destrucción física del medio político alemán.
Con la guerra, su campo de acción se ha extendido y diversificado
considerablemente”. Ésta y otras observaciones diseminadas a lo
largo del texto redactado para La Revue International vienen a
demostrar que Rousset no consideraba los campos como un
fenómeno sin antecedentes ni consecuentes, repentinamente ideados
y puestos en práctica con todos y cada uno de los caracteres con que
los descubren los ejércitos aliados en su avance hacia Berlín. Se trata,
por el contrario, de un proceso en el que la crueldad hacia las víctimas
y la indignidad de los verdugos van creciendo en paralelo y que, como
tal proceso, se va nutriendo, según haría un monstruoso parásito, de
las necesidades generadas por la ocupación nazi del poder en
Alemania y, después, por la guerra total y en todos los frentes. Aunque
Rousset no niega en ningún momento los rasgos específicos, únicos,
que reviste el propósito de exterminar a los judíos y otras minorías,
como los gitanos, entiende que entre los “campos de destrucción y los
campos “normales”, no existe una diferencia de naturaleza, sino
solamente de grado”. Es decir, entiende que el horror admite
comparación y que, por tanto, la inconcebible y atroz iniquidad
perpetrada por el nazismo no debe abotargar la conciencia moral y los
sentidos, impidiendo que se identifiquen los rasgos que comparte con
otras iniquidades.

La doble aproximación desde la que Rousset abordó la experiencia de


los campos de concentración, trascendiendo por un lado su condición
individual de deportado y admitiendo, por otro, la posibilidad de
establecer una gradación del horror y, en consecuencia, la posibilidad
de comparar fenómenos similares, está sin duda en el origen de su
lucha contra los campos levantados y mantenidos por orden de Stalin.
Cuando Rousset hace efectiva su denuncia y coloca a los militantes de
la izquierda europea en situación de pronunciarse sin concesiones
acerca de lo que está ocurriendo al otro lado del Muro, será
precisamente Merleau-Ponty, el viejo camarada que le había animado
a relatar su experiencia de la deportación, quien con más encono se
sume a la campaña de descalificación personal que se inicia entonces,
acusándolo de agente de los Estados Unidos. En un artículo de Les
temps modernes, escrito en colaboración con Jean Paul Sartre e
irónicamente titulado Les jours de notre vie en contraposición al título
de la obra más conocida de Rousset, Les jours de notre mort,
Merleau-Ponty sostendrá que el hecho de haber vivido la experiencia
de los campos no garantiza una especial sabiduría política. Y desde el
punto de vista de esa sabiduría, desde el punto de vista de esa
política, la denuncia del gulag emprendida por Rousset representaba,
siempre de acuerdo con la opinión de Merleau-Ponty y de Jean Paul
Sartre, un grave y gratuito revés a la causa del proletariado y la
revolución. Mejor callar, aceptar las medidas transitorias y los errores,
los “accidentes de recorrido”, y confiar en que, llegado el día en que la
utopía se convierta en realidad, los supervivientes puedan concluir que
el sacrificio de los demás valió la pena. Rousset responde recurriendo
al más clásico, al más concluyente de los argumentos del humanismo:
la vida es superior a cualquier proyecto político, a cualquier ideología.

El tiempo terminaría dando la razón a Rousset, lo mismo que se la


daría a Camus. Y aunque el recuerdo del gulag no haya merecido
hasta la fecha una atención equivalente a la de los campos del
nazismo, es probable que haya de llegar un tiempo en el que, puestos
a establecer el balance del siglo XX, resulte inconcebible que se
mantenga la distinción entre “los campos de destrucción y los campos
“normales””, sea cual sea la categoría en la que se deba incluir a los
soviéticos. Ése será sin duda el mérito de David Rousset, entre tantos
otros deportados que, como señala Tzvetan Todorov, supieron
trascender la experiencia del universo concentracionario. Aun así, la
tarea que seguirá pendiente cuando llegue ese día, la tarea a la que
Rousset no pudo poner término, es la de explicar, no lo que ocurrió
una vez creados los campos, sino el camino que siguieron algunos
regímenes para llegar hasta ellos. En esa indagación resultará tal vez
patente la sobrecogedora inconsciencia con la que se aceptaron
medidas que, en nombre de la defensa de la democracia, la
destruyeron. También la existencia de víctimas que nadie reivindica,
como los alemanes que lucharon y dieron la vida contra Hitler, a los
que Rousset dedica la última frase de El universo concentracionario:
“Internados durante más de diez años, deberían ser nuestros
preciosos compañeros de lucha”.
KATZENELSON Y HANNA LEVI

El Diario de Bergen-Belsen, de Hanna Lévy Hass (1913-2000), judía


sefardita nacida en Sarajevo, y el extenso canto del poeta Itsjok
Katzenelson (1886-1944), judío bielorruso asesinado en Auschwitz,
son dos estremecedores testimonios del Holocausto; divulgados en
Europa desde hace décadas, aparecen ahora en castellano en sendas
versiones muy cuidadas.

A la joven Hanna Lévy, maestra en un pueblo de Montenegro, los


nazis la deportaron al campo de concentración de Bergen-Belsen, al
norte de Alemania, en agosto de 1944. Allí permanecería hasta la
llegada de los rusos en abril de 1945. Los meses de confinamiento
que tuvo que padecer aquella mujer extraordinaria, lista, lúcida y
afable fueron espantosos, y más horribles todavía conforme se iba
acercando el final de la guerra y los nazis abandonaban a su suerte a
los judíos -miles de hombres, mujeres, ancianos y niños- que morían
de inanición o acometidos por diversas enfermedades, hacinados en
barracones pestilentes tras largas agonías.

Las breves anotaciones del diario son sólo un pálido reflejo de lo que
debió de ser aquel verdadero infierno en la tierra, un lugar de
dementes en el que todos, guardianes demoniacos y confinados
endemoniados, colaboran en aumentar el horror mutuo que campa a
sus anchas por doquier como realidad única y posible. La pobre
Hanna parece ser casi la única persona que conserva un poco de
dignidad en medio de aquella vorágine de miseria, egoísmo y
brutalidad que la rodea; es capaz de pensar y hasta de escribir -sobre
minúsculos pedazos de papel pescados aquí y allá entre la inmunda
suciedad-, en aquel lugar en donde "lo humano se ha reducido a cero".
Ella era también quien lograba dar clase a los niños confinados,
realizando junto a ellos el milagro de olvidar por unas horas el terror,
aunque, al cabo, cualquier esfuerzo al respecto fue inútil y también a
los pequeños lo único que les cupo fue esperar la muerte colectiva,
que sólo respetó a los más fuertes.
Hanna, voluntariosa e idealista por naturaleza, sobrevivió a Bergen-
Belsen. Intentó rehacer su vida en Belgrado. No lo consiguió,
demasiadas heridas continuaban abiertas: el antisemitismo había
calado hondo en la población de la nueva Yugoslavia. Después de la
Segunda Guerra Mundial, Hanna mecanografió su diario a fin de que
lo leyeran sus conocidos; mas sólo cosechó indiferencia; a nadie le
importaban sus sufrimientos pasados.

El canto del pueblo judío asesinado apareció manuscrito en el campo


de concentración francés de Vitell, dentro de tres botellas selladas y
enterradas; Katzenelson llegó allí en 1944 junto al único sobreviviente
de sus tres hijos, después de huir del gueto de Varsovia en donde
había vivido confinado con su mujer y los niños desde 1942; los nazis
habían capturado a su esposa y a dos de sus pequeños en una de sus
espeluznantes redadas que terminaban en los crematorios. Durante
sus años en el gueto, Katzenelson, poeta y escritor conocido desde
sus primeras obras de juventud, escribía como un poseso poemas que
corrían manuscritos por el gueto, y hasta escenificaba obras de teatro
con los niños judíos. Finalmente, ebrio de dolor sin su familia,
compuso esta impresionante elegía que Herder publica ahora con
tanto acierto en tres versiones: ídisch (o yídisch), la lengua común de
los judíos centroeuropeos, judeo español -admirable traducción, por
cierto, a esta lengua arcaica-, y castellano. Son cuartetos desgarrados
sobre la espeluznante tragedia del gueto de Varsovia; Katzenelson,
cual un desdichado Job moderno de alma rota por el llanto, no es una
víctima desdichada de Dios sino de asesinos inhumanos sin piedad, a
los que él ni comprende ni les perdona tanto sufrimiento y tanto
crimen.

El poeta ofreció su visión de aquella cronología del horror que tan bien
conocemos después de leer otros tantos testimonios estremecedores
en prosa acerca de aquel maremagno de iniquidad que fue el gueto
varsoviano: la brutalidad gratuita de los SS, asistidos por la infame
policía judía del gueto irrumpiendo en las casas para sacar a
empellones a sus moradores; la espera terrible de los seleccionados
para la muerte en la Umschlagplatz (lugar de reunión de aquellas
"reses humanas" para el matadero); la llegada de los trenes de
ganado, el asfixiante viaje de los desdichados en los vagones hacia
Auschwitz o Treblinka... Y, sobre todo lo demás, la agonía
desesperanzada de aquellas personas inocentes e impotentes; la
mirada apagada de los niños y la desazón desquiciada de los
mayores. También la resistencia final de algunos heroicos jóvenes que
se enfrentaron a los alemanes en la famosa calle de Mila, poco antes
de que arrasaran el gueto entero. Katzenelson participó en aquella
última resistencia, a la que sobrevivió en vano.

En suma, dos lecturas absorbentes en su horror, pero necesarias para


cauterizar la herida del desconocimiento de esa catástrofe humana y
moral que fue el Holocausto, y aun otra peor: la de la indiferencia.
Sobre Amery

Jean Améry, la Ilustración apasionada


Viajó a Salzsburgo, alquiló una habitación de hotel – Hotel
Österreichischer/Corte Austriaca – y allá ingirió una fuerte dosis de
somníferos. La decisión de «levantar la mano contra sí mismo» sobre
la que tanto había pensado y escrito fue puesta en práctica el 17 de
octubre de 1978.
No era, desde luego, la alegría de la fiesta Hans Mayer. Según sus
propias palabras, solo el tiempo de la infancia y la bucólica juventud
escapaba a la seriedad que había revestido su vida, forzada por los
acontecimientos y circunstancias que se amontonaron sobre su
persona y también sobre otras claro, pero nuestro hombre era una
persona de una sensibilidad extrema y desde joven fue conducido a
tomarse la vida en serio, muy en serio. Por de pronto, él, que nunca se
había preocupado de su judeidad, ni se había sentido como tal, la
descubrió en 1935 cuando estando leyendo la prensa en la sala de un
peluquero vienés vio un artículo sobre las leyes raciales de
Nuremberg, y comprendió que podrían aplicársele a él, pues el estado
nazi era el representante legítimo del pueblo alemán y era el que
decidía acerca del carácter ario o no de los los habitantes de tierras
germanas, y otras. Decía Hannah Arendt que respondía como judía
cuando era atacada como tal, lo mismo podría aplicársele a nuestro
hombre, o al mismo Primo Levi… «judíos por obligación».
Quien hasta entonces había cursado estudios de filosofía y letras, sin
culminarlos, y que habiendo sido empleado en una librería/editorial
había comenzado a frecuentar los cursos de los componentes del
círculo de Viena, deviniendo un abanderado de las posturas
positivistas, ademas de un sesudo crítico literario al devorar todos los
libros que caían en sus manos que eran muchos y de calidad; pues
bien, como decía, Mayer hubo de tomar las de Villadiego dejando su
ciudad natal con motivo de el Anschluss (anexión/incorporación de su
país a Alemania) para desplazarse a Bélgica, en 1938, que es donde
cambiaría de nombre, en 1955, pasando a llamarse Jean Améry
(jugando con las letras de su nombre original y afrancesándolo) como
queriendo romper amarras con su patria. Este también fue el momento
en que se implicó con las redes de la Resistencia belga, al ser
arrestado por la Gestapo fue deportado al campo bearnés de Gurs, de
donde logró escapar. Volvió a tomar contacto con la Resistencia y fue
detenido otra vez por los alemanes que tras torturarlo brutalmente le
llevaron al campo de Auschwitz, en donde estuvo confinado, hasta ser
trasladado a otros campos, ante la cercanía del ejército rojo… hasta la
liberación por los británicos del campo de Bergen-Belsen meses
después de la liberación de Auschwitz.
Así como otros – Robert Antelme, Primo Levi o David Rousset – que
habían pasado por tal experiencia concentracionaria dieron testimonio
en caliente, él tardó veinte años para entregar sus «tentativas de
superación de una víctima de la violencia» en su libro «Más allá de la
culpa y la expiación» (1966). Tras la salida del lager, vuelve a Bélgica,
a Bruselas más en concreto, en donde comienza a escribir como
ensayista y crítico literario hasta el final de sus días (ejemplar en este
orden de cosas es un excelente libro firmado con su verdadero
nombre con significativo título: «Historia maldita de la literatura. La
mujer, el homosexual, el judío». Taurus, 1975). Indudablemente la
experiencia del nacionalsocialismo le va a dejar una honda huella y va
a suponer un giro radical en sus preocupaciones a la hora de escribir.
«En Auschwitz no nos hemos hechos más sabios, siempre que por
sabiduría se entienda un saber positivo sobre el mundo: nada de
cuanto comprendimos en el interior del campo nos habría sido
imposible comprenderlo también fuera; nada se nos transformó en una
guía práctica. Tampoco en el campo hemos llegado a ser más
“profundos”, suponiendo que la fatal profundidad sea una dimensión
espiritualmente definible. Salta a la vista, creo, que en Auschwitz ni
siquiera nos hemos hecho mejores, más humanos, más filantrópicos ni
más maduros moralmente. No se puede ser testigo de los crímenes
del hombre deshumanizado sin cuestionar todas las nociones sobre la
dignidad innata del ser humano. Del campo salimos desnudos,
expoliados, vacíos, desorientados-y tuvo que pasar mucho tiempo
antes que reprendiésemos el lenguaje cotidiano de la libertad. Por
cierto, todavía hoy lo contamos con malestar y sin verdadera confianza
en su validez».
La reflexión sobre lo padecido, sobre su propio existir – la huella del
existencialismo sartreano se va a dejar notar en sus análisis y en sus
referencias autobiográficas – va a pasar a constituir el eje de su
quehacer que no sirve sólo a modo de terapia o aclaración propia de
Améry consigo mismo – que también – sino que adquieren un nivel
más generalizable o universalizable a la hora de enfocar aquellos años
oscuros, enfocados por una mirada que vivió todo aquello en primera
persona, y con una lucidez extraordinaria y apasionada. Desde sus
dolorosas reflexiones sobre la tortura como proceso de
despersonalización, el rapto de lo germano por los bárbaros pardos, y
la deshumanización programada en el campo de exterminio, situación
para la que los intelectuales estaban peor preparados, y el
padecimiento del exilio, son expuestos en la obra ya citada, sus
cavilaciones no van a cesar, así sobre el paso del tiempo en «Revuelta
y resignación. Acerca del envejecer» (1968) o sobre el suicidio,
«Levantar la mano sobre sí mismo. Discurso sobre la muerte
voluntaria» (1976), siempre utilizando un “yo” narrador que es
«sustituido en ocasiones por un “tú” crítico-polémico o también por un
“él” distanciador», pues si Améry nombrase a Primo Levi como «el que
perdona» – siendo puntualizado por éste en un magnífico texto, «El
intelectual en Auschwitz» recogido en «Los hundidos y los salvados» –
la verdad es que desde luego él no perdonaba a quienes habían
dirigido aquella masacre brutal («A diferencia de Levi no soy un
perdonador y no tengo ninguna comprensión con respecto a los
señores que formaban parte del “personal dirigente” de Auschwitz»),
pero es que no se perdonaba ni a sí mismo como puede verse en su
texto autobiográfico «Años de andanzas nada magistrales» (1971), en
especial al recordar las veleidades de juventud cuando flirteó con
cierto sabor campestre prefascista.
REPORT THIS AD
La obra de Améry se convierte así en el análisis genealógico de la
constitución de su yo como sujeto – sujetado – por las circunstancias
que fueron acumulándose en su vida, experiencias difíciles de asumir
y soportar por un solo sujeto y por una única vida; podría hablarse de
un exceso de realidad, y qué realidad, y su escritura da cuenta de todo
ello entreverándose con una naturalidad increíble lo autobiográfico,
con lo ensayístico y lo literario, y hasta lo novelístico, ahí está su
soberbia novela ensayo «Lefeu o la Demolición» (1974). Y en toda su
escritura la lucidez deslumbrante asoma con fuerza en todas sus
páginas pues la rumia del pensador no es de superficie sino que está
trazada desde las mismas vísceras, marcadas como queda dicho por
la atroz historia padecida de aquellos tiempos dominados por la
ignominia. Améry en el epicentro del huracán siempre mantuvo la
cabeza muy alta, sin caer en la desesperanza, ni el desánimo, aun sin
disimular para nada su angustia, y plasmándola con palabras
«desnudas y rugosas», siendo consciente de que la Ilustración, con
sus bellos principios, había sido negada por los hechos y era de un
insensato e irresponsable orgullo hacer propaganda de la Europa
como cuna y culminación de tales principios luminosos: el desastre
vivido y la decadencia posterior estaba en las antípodas de las
promesas de les philosophes des Lumières, pero por ello en vez de
renunciar Améry no cesa en su afán combativo por abrir paso a una
ilustración empujada por los sentimientos y por la pasión, y no solo por
la autosuficiente razón, una ilustración apasionada que lucha por
hacerse hueco en el conformismo complaciente de los ganadores, que
se arrogaban el monopolio de la verdad. «Auschwitz es el pasado, el
presente y el futuro de la humanidad o al menos de su parte llamada
“civilización occidental”».
«Uno estuvo allí, en un estado de relativa lucidez intelectual, como
testigo y actor, durante aproximadamente cuatro décadas», y
excavando como avezado arqueólogo de su propia existencia –
comenzada en Austria en 1912 – nos entrega una obra que es una
vida entera.
Jean Améry, resentir, resistir
+ Jean Améry
«Lefeu o la demolición»
Pre-Textos, 2006.
+ Jean Améry
«Años de andanzas poco magistrales»
Pre-Textos, 2006.
Tres célebres judíos suicidados, marcados por la presencia bárbara de
los nacionalsocialistas, y los dos últimos más concretamente por las
huellas que tales bárbaros dejaron en sus cuerpos y sus almas,
defendían – en líneas generales – un cierto humanismo ilustrado;
Stefan Zweig no resistió mucho y puso fin a sus días en 1972, en
Brasil, en donde permanecía cuando los nazis se anexionaron su
patria, Primo Levi se arrojó por el hueco de la escalera del portal de su
casa turinesa, del quinto piso, en 1987, Hans Mayer puso fin a sus
atormentados días en un hotel de Salzburgo en 1978. (Dejo de lado,
para evitar los excesivos tonos necrológicos a Kurt Tuckolsky que
puso fin a su vida en 1935 o a Walter Benjamin que ingirió la dosis
mortal de morfina en 1940 en Port-Bou). Si el primero fue tachado de
traidor por algunos de sus colegas comprometidos, los otros dos
mantuvieron entre ellos serias diferencias en lo que hace a la
valoración de los hechos sufridos en Auschwitz: Mayer llamaba a
Levi el que perdona, el italiano disgustado con el calificativo se situaba
en las antípodas a la hora de enjuiciar la experiencia
concentracionaria, como lo dejó claro en su Los hundidos y los
salvados, al considerando que las posturas del austríaco-belga eran
resentidas , desesperanzadas, y que llevaban a un callejón sin salida;
al criticado, por su parte, las posturas del italiano le parecían de una
blandenguería indefendible. No cabe duda de que los
posicionamientos de Améry (nombre que había adoptado Mayer,
alterando el orden las letras de su nombre y afrancesando su nombre
y apellidos) eran nítidos y claros, tanto en su Más allá de la culpa y la
expiación – escrito viente años después de los hechos – en que se
mostraba radicalmente combativo contra los asesinos y torturadores,
además de incidir en lo incurable de las heridas sufridas, llagas en la
que hurgó más todavía en sus gélidas y lúcidas reflexiones sobre el
suicidio y la vejez. No era la alegría del huerto, no, Hans Mayer.
Nacido en 1912 en Austria, y tras haber cursado estudios de letras, vio
cómo su país era anexionado por los alemanes, lo que le llevó a
refugiarse en Bélgica y cambiar de nombre para no dejar rastro de sus
orígenes lingüísticos germanos; desde entonces siempre firmó sus
escritos con tal nuevo nombre adoptado (y a pesar del rechazo de la
lengua alemana, siguió escribiendo en tal idioma). Detenido por los
alemanes fue llevado al campo bearnés de Gurs de donde logró
escapar, volviendo a Bélgica para unirse a la resistencia. En 1943, fue
detenido otra vez por la Gestapo, siendo torturado brutalmente para
finalizar dando con su huesos en Auschwitz. Ya luego tras recuperar la
libertad, todo sería escritura en la que además de publicar brillantes
ensayos críticos de literatura (recuerdo una libro publicado hace una
treintena de años por Taurus en el que detenía su afilada mirada en la
figura de las mujeres, los judíos y los homosexuales en distintas obras
literarias), todas las obras restantes son ensayos (si se exceptúan un
par de novelas y las entregas autobiográficas); [no se ha de olvidar
que el inventor del género, Michel de Montaigne, tomó la
palabra essais del latín esse, que significa ser; o también se puede
buscar el origen del término en sais-je, lo que yo sé], ensayos en los
que se cruzan retazos de su propia vida, en algunos casos lo literario,
y las hondas reflexiones sobre temas vividos en su ajetreada
existencia, pretendiendo con ello dar cuenta del verdadero ser de los
asuntos tratados, de la visión que él tenía sobre ellos.
Resistir
En una de las dos novelas que escribió, el protagonista Lefeu coincide
en algunos aspectos esenciales con el propio escritor: haber sufrido
por su condición de judío y haber padecido en propia carne, o en las
de su familia, la experiencia de los Lager. Tal personaje, que es pintor,
vive en un inmueble del centro de la capital del Sena y el barrio va a
ser demolido, ante la aparente conformidad de los inquilinos de
aquellas casa, el artista se mantiene firme en su decisión de seguir
viviendo en donde había habitado y había pintado, manteniéndose en
sus habituales formas de vida y en sus cánones artísticos, aun
manteniendo que «no hay bienes que sean sagrados ni valores
artísticos que sean eternos», tampoco está dispuesto a ser pasto de la
decadencia, de la demolición y de la anulación de todo tipo de normas
en aras de un negocio creciente y de una nihilización de la existencia.
La metáfora es obvia, y la novela exige la atención del lector pues es
un híbrido de géneros, eso sí perfectamente ligados.
Examen de una vida
Inquietante hasta los topes es la obra que se puede considerar una de
las entregas de su autobiografía, con todas las puntualizaciones que
se quiera por la peculiaridad del modo de escritura y de estilo, en la
que repasa su existencia, especialmente en lo que hace a los años
que van de los treinta hasta los años finales de los sesenta; el autor no
tiene piedad ni para consigo mismo, si bien el yo que ha vivido pasa a
ser secundario con respecto a los tiempos, a los contemporáneos, y a
las ideas de la época. Verdadero capítulo de culpas en el que Améry
repasa sus juveniles compromisos con posturas protofascistas
(sangre, tierra, raza), sueño dogmático del que fue despertado por la
bestia parda, quien con sus garras le dejó grabado su empeño por
orientar su quehacer – juzgando que era por otra parte la única salida
para la dañada humanidad – en pro de un humanismo ilustrado,
haciendo que todo lo que supusiese obstáculo a tal añorada meta
fuese siendo dejado de lado por él, y vilipendiado sin pelos en la
lengua. Así ahí quedan los dardos contra ciertas tendencias tecnicistas
dentro de su admirado neopositivismo, la aceptación y admiración del
existencialismo sartreano hasta que el autor de «La náusea» derivase
por algunas posturas que no gustaron en absoluto al austriaco, lo cual
le llevó a una ruidosa ruptura de Améry con el maestro francés y
también con cualquier forma de izquierdismo; qué decir del
surgimiento del estructuralismo que con su «anti-humanismo
teórico»ponía en solfa el sacrosanto sujeto, postura que obviamente le
supo a cuerno quemado… Desde luego, Jean Améry no se casaba
con nadie, ni – como queda dicho – consigo mismo, dicho lo cual,
haya algunas referencias laudatorias al sionismo y al subsiguiente
Estado, o algunos zarpazos recién nombrados que hacen que en
algunos momentos la lectura resulte, al menos para servidor,
incómoda… si bien la comodidad no es la materia prima de la que está
hecha su prosa toda que es como una feroz y desasosegante voz de
la conciencia.
Geografías de la huida
+ Jean Améry
«Lugares en el tiempo»
Pre-Textos, 2011.
157 págs. / €..
No era ningún espíritu nómada , ni que fuera un culo inquieto lo que
hizo que la vida de Hans Mayer (1912-1978) – rebautizado por él
mismo con el nombre de Jean Améry – fuese movimiento permanente,
sino las circunstancias de su existencia que le llevó a correr de un lado
para otro tratando de evitar caer en manos del enemigo, huyendo
hasta de su propio idioma pues éste, aun siendo el de Goethe, había
sido pervertido por los ideólogos del III Reich. El escritor vienés
despertó a su condición de judío debido a la anexión de su país por las
hordas pardas. De allá se fue a Bélgica en donde cambiaría de
nombre posteriormente, tras la guerra, y en donde fue detenido y
sometido a torturas por la temible Gestapo. De Gurs se escapó y más
tarde fue encerrado en Auschwitz de donde fue liberado coincidiendo
con la liberación del campo; allá coincidió con Primo Levi al que llegó a
calificar como «el que perdona». Desde entonces toda la vida de este
superviviente del «naufragio» fue un combate, guiado por el deber de
memoria, contra los culpables del desastre vivido… hasta que
«levantó su mano contra él mismo» en un hotel de Salzburgo.
El libro que ahora se presenta recoge las intervenciones radiofónicas
que el escritor mantuvo dando cuenta de varias estaciones, de
distintos escenarios de su vida: Viena, Colonia, Amberes, Gurs,
Bruselas, Zurich, Londres, París, son los lugares retratados desde la
óptica del testigo que rememora el lujoso modo de vida en un
floreciente y exquisito balneario en donde disfrutaban los miembros de
la corte del emperador del imperio austro-húngaro y lo asocia con el
hundimiento de dicho imperio, o la visión de quien busca refugio
atravesando clandestinamente fronteras , o del escapado del campo
bearnés lo que le da ocasión para hablarnos de su periplo por tierras
galas; en el caso belga nos es presentada una ciudad en tiempos de
ocupación, mientras que de las tres últimas se da cuenta en los
momentos posteriores a la finalización de la guerra. Viene a ser así el
libro una afilada y crítica mirada que traduce una toma del pulso de los
tiempos vividos. Paisajes habitados por humanos de quienes quedan,
aunque la primera persona sea la dominante, reflejados los
sentimientos y las duras vivencias en aquellos «tiempos oscuros». Es
el yo de un perseguido, de un exiliado, de un testigo, que en vez de
quedarse en sus cuitas personales extiende su mirada en abanico
hasta un sujeto plural que era el que pasaba hambre, frío y miserias
sin cuento; lo subraya la introductora del libro: «la biografía del autor
desaparece tras la realidad de los lugares y los acontecimientos de la
época» y así, al desaparecer el «héroe» toman la escena las cosas. El
escritor se convierte en el cedazo a través del que se filtran todos unos
años que él malvivió en absoluta sintonía con la mala vida a la que se
vieron sometidos los europeos en general, aunque algunos menos que
otros (los suizos, por ejemplo).
Un expresionista cuadro de lo observado, pintado con unas certeras
pinceladas por un ser convertido en «judío errante» y sumido en una
enorme soledad en su pertinaz lucha contra tirios y troyanos.
Jean Améry, la ilustración apasionada
«El campo de concentración era el laboratorio en el que la Gestapo
aprendía a desintegrar la estructura autónoma de los individuos […] el
fenómeno concentracionario debería ser utilizado por todas las
personas que quieren comprender lo que pasa en una población
sometida a métodos análogos a los que eran utilizados por el sistema
nazi».
(Bruno Bettelheim. Sobrevivir. Crítica, 1981)
«Auschwitz es el pasado, el presente y el futuro de la humanidad o al
menos de su parte llamada “civilización occidental”»
(Jean Améry. «Más allá de la culpa y la expiación». Pre-Textos, 2004)
El 31 de octubre de 1912 nació en Viena, de padre judío y madre
católica convertida al judaísmo, Hans Mayer, quien luego devendría,
por decisión propia, forzada por las circunstancias y por su dolor con
respecto a su lengua materna, Jean Améry. No fue, desde luego, la
alegría de la fiesta Hans Mayer. Según sus propias palabras, solo el
tiempo de la infancia y la bucólica juventud escapaba a la seriedad
que había revestido su vida, provocada por los acontecimientos y
circunstancias que se amontonaron sobre su persona y también sobre
otras claro; pero nuestro hombre era una persona de una sensibilidad
extrema y desde joven fue conducido a tomarse la vida en serio, muy
en serio. Por de pronto, él que nunca se había preocupado de su
judeidad, ni se había sentido como tal, la descubrió en 1935 cuando
estando leyendo la prensa en la sala de un peluquero vienés vio un
artículo sobre las leyes raciales de Nuremberg, recién promulgadas, y
comprendió que podrían aplicársele a él, pues el estado nazi era el
representante legítimo del pueblo alemán y era el que decidía acerca
del carácter ario o no de los germanos. Decía Hannah Arendt que
respondía como judía cuando era atacada como tal, lo mismo podría
aplicársele a Primo Levi, o a nuestro hombre… «judíos por
obligación».
Quien hasta entonces había cursado estudios de filosofía y letras, sin
culminarlos, y que habiendo sido empleado en una librería/editorial
había comenzado a frecuentar los cursos de los componentes del
círculo de Viena, deviniendo un abanderado de las posturas
positivistas, ademas de un sesudo crítico literario al devorar todos los
libros que caían en sus manos que eran muchos y de calidad; pues
bien, como decía, Mayer hubo de tomar las de Villadiego dejando su
ciudad natal con motivo de la Anschluss (anexión/ incorporación de su
país a Alemania) para desplazarse a Bélgica, en 1938, que es donde
cambió de nombre pasando a llamarse Jean Améry (jugando con las
letras de su nombre original y afrancesándolo) al tiempo que entró en
crisis con respecto a su idioma vehicular a la hora de escribir, como
queriendo romper amarras con su patria. Este también fue el momento
en que se implicó con las redes de la Resistencia belga, siendo
arrestado, cuando repartía propaganda entre las tropas invasoras, por
la Gestapo y deportado al campo bearnés de Gurs, de donde logró
escapar. Volvió a tomar contacto con la Resistencia belga y fue
nuevamente detenido por los alemanes que tras torturarlo brutalmente
en la fortaleza de Breendonk, le llevaron al campo de Auschwitz, en
donde pasó un año en el campo de Auschwitz III- Monowitz,
trabajando en la fabrica de IG-Farben (la misma en la que había
ejercido de químico-es un decir- Primo Levi) siendo evacuado
posteriormente a Buchenwald y finalmente al siniestro lager de
Bergen-Belsen, hasta la liberación en enero de 1945 por el ejército
rojo.
Así como otros – Robert Antelme, Primo Levi o David Rousset – que
habían pasado por tal experiencia concentracionaria dieron testimonio
en caliente, él tardó más de veinte años para entregar sus «tentativas
de superación de una víctima de la violencia» en su libro «Más allá de
la culpa y la expiación» (1966 / Pre-Textos, 2001). En este híbrido de
literatura y ensayo, aborda el papel de los intelectuales en los campos,
llegando a la conclusión de que éstos estaban peor preparados que el
común de los detenidos para poder conllevar las penalidades del
siniestro lugar: por una parte, ya que les faltaba fuerza y habilidad para
desenvolverse en los trabajos manuales y prácticos, a lo que había de
sumarse, por otra parte, el tipo de educación recibida. que no les
preparaba para vivir entre tramposos y seres violentos… Añadía
más inri a las dificultades de adaptación la finura a la hora de
plantearse las situaciones y cavilar sobre ellas, haciendo que uno se
sintiera más raspado por las situaciones vividas que quienes no
estaban acostumbrados a analizar los hechos que les sucedían o les
rodeaban. La obra deja asomar, todo hay que decirlo, una definición
de los intelectuales absolutamente escorada hacia las humanidades,
literatura, filosofía, etc.; igualmente rezuma en sus reflexiones, un
dolor enorme – él que era de cultura germánica – ante la usurpación
de todos los grandes maestros de las letras y las artes por parte de los
verdugos alemanes.
Améry nunca negó la herida que había sufrido al ser torturado, herida
profunda que le hacía sentir «que ya no podía ver el mundo como su
hogar». Dolor que venía a sumarse al sufrido anteriormente al sentirse
un extraño con respecto a cualquier tipo de comunidad (la vienesa, la
judía…) que había permanecido casi impasible ante la amenaza
creciente de ruptura de la civilización que traducía una «pérdida de
confianza en el mundo», lo que le llevaba a considerar que los pilares
ilustrados y liberales de la civilización occidental no estaban
demasiado arraigados en la sociedad como para poderse sentir
vacunados contra la reaparición de la barbarie. Hasta podría decirse
que su implicación en la resistencia fue, tal vez, un intento
desesperado por recuperar la identidad de una comunidad ausente o
perdida, con sus lazos de compañerismo y solidaridad.
Con el fin de luchar contra esta situación de falta de defensas, Améry
no se cansó de proponer la obligación de que libros sobre Auschwitz
pasasen a formar parte de las lecturas obligatorias en los centros de
enseñanza superior como necesaria formación para los tiempos
posteriores a la Shoah.
Su palabra se convirtió infatigable en la propia de una víctima que no
pide compasión sino justicia y si ésta no llega, sólo el resentimiento
sería el arma que le quedaría ante la pasividad de una sociedad
enferma y olvidadiza. Si para el autor de «la genealogía de la moral»
el resentimiento era la base de la moral judeo-cristiana, para Améry –
el propio título de su obra esencial supone un guiño inversor del «más
allá del bien y del mal» – el resentimiento era la única manera de
mantener presente aquel pasado, en lucha permanente contra el
olvido y frente a la minimización de los hechos, forjado de ignominia,
que no debía ser considerado como un mero accidente sino como una
señal de un grave rompimiento histórico.
Tras la salida del lager, volvió a Bélgica, a Bruselas más en concreto,
en donde comenzó a escribir como ensayista y crítico literario hasta el
final de sus días (ejemplar en este orden de cosas es un excelente
libro firmado con su verdadero nombre, con significativo título:
«Historia maldita de la literatura. La mujer, el homosexual, el judío».
Taurus, 1975/traducción en Taurus). Indudablemente la experiencia
del nacionalsocialismo le va a dejar una honda huella y va a suponer
un giro radical en sus preocupaciones a la hora de escribir. «En
Auschwitz no nos hemos hecho más sabios, siempre que por
sabiduría se entienda un saber positivo sobre el mundo: nada de
cuanto comprendimos en el interior del campo nos habría resultado
imposible comprenderlo también fuera; nada se nos transformó en una
guía práctica. Tampoco en el campo hemos llegado a ser más
“profundos”, suponiendo que la fatal profundidad sea una dimensión
espiritualmente definible. Salta a la vista, creo, que en Auschwitz ni
siquiera nos hemos hecho mejores, más humanos, más filantrópicos,
ni más maduros moralmente. No se puede ser testigo de los crímenes
del hombre deshumanizado sin cuestionar todas las nociones sobre la
dignidad innata del ser humano. Del campo salimos desnudos,
expoliados, vacíos, desorientados – y tuvo que pasar mucho tiempo
antes que reaprendiésemos el lenguaje cotidiano de la libertad. Por
cierto, todavía hoy lo hacemos con malestar y sin verdadera confianza
en su validez».
La reflexión sobre lo padecido, sobre su propio existir-la huella del
existencialismo sartreano se va a dejar notar en sus análisis y en sus
referencias autobiográficas- va a pasar a constituir el eje de su
quehacer que no sirve sólo a modo de terapia o aclaración propia de
Améry consigo mismo – que también – sino que adquiere un nivel más
generalizable o universalizable a la hora de enfocar aquellos años
oscuros, enfocados por una mirada que vivió todo aquello en primera
persona, y con una lucidez extraordinaria y apasionada. Desde sus
dolorosas reflexiones sobre la tortura como proceso de
despersonalización, el rapto de lo germano por los bárbaros pardos, y
la deshumanización programada en el campo de exterminio, situación
para la que los intelectuales – como queda dicho – estaban peor
preparados, y el padecimiento del exilio, son expuestos en la obra ya
citada, sus cavilaciones no van a cesar, así sobre el paso del tiempo
en «Revuelta y resignación. Acerca del envejecer» (1968/hay
traducción en Pre-Textos, 2001) o sobre el suicidio, «Levantar la mano
sobre sí mismo. Discurso sobre la muerte voluntaria» (1976/Pre-
Textos, 1999), siempre utilizando un “yo” narrador que es «sustituido
en ocasiones por un “tú” crítico-polémico o también por un “él”
distanciador», pues si Améry nombrase a Primo Levi como «el que
perdona» – siendo puntualizado por éste en un magnífico texto, «El
intelectual en Auschwitz» recogido en «Los hundidos y los salvados» –
la verdad es que desde luego él no perdonaba a quienes habían
dirigido aquella masacre brutal («a diferencia de Levi no soy un
perdonador y no tengo ninguna comprensión con respecto a los
señores que formaban parte del “personal dirigente” de Auschwitz»),
pero es que no se perdonaba ni a sí mismo como puede verse en su
texto autobiográfico «Años de andanzas poco magistrales» (1971/Pre-
Textos, 2006), texto en el que se ve la dureza del pensador para
consigo mismo, en especial al recordar las veleidades de juventud
cuando flirteó con cierto sabor campestre prefascista.
La obra de Améry se convierte así en el análisis genealógico de la
constitución de su yo como sujeto – sujetado – por las circunstancias
que fueron acumulándose en su vida, experiencias difíciles de asumir
y soportar por un solo sujeto y por una única vida; podría hablarse de
un exceso de realidad, y qué realidad, y su escritura da cuenta de todo
ello entreverándose con una naturalidad increíble lo autobiográfico,
con lo ensayístico y lo literario, y hasta lo novelístico, ahí está su
soberbia novela- ensayo «Lefeu o la Demolición» (1974/Pre-Textos,
2006). Y en toda su escritura la lucidez deslumbrante asoma con
fuerza en todas sus páginas pues la rumia del pensador no es de
superficie sino que está trazada desde las mismas vísceras, marcadas
como queda dicho por la atroz historia padecida de aquellos tiempos
dominados por la ignominia. Améry en el epicentro del huracán
siempre mantuvo la cabeza muy alta, sin caer en la desesperanza, ni
el desánimo, aun sin disimular para nada su angustia, y plasmándola
con palabras «desnudas y rugosas», siendo consciente de que la
Ilustración, con sus bellos principios, había sido negada por los hechos
y era de un insensato e irresponsable orgullo hacer propaganda de la
Europa como cuna y culminación de tales principios luminosos: el
desastre vivido y la decadencia posterior estaba en las antípodas de
las promesas de les philosophes des Lumières, pero por ello en vez de
renunciar, Améry no cesa en su afán combativo por abrir paso a una
ilustración empujada por los sentimientos y por la pasión, y no solo por
la autosuficiente razón, una ilustración apasionada que lucha por
hacerse hueco frente al conformismo complaciente de los ganadores,
que se arrogaban el monopolio de la verdad.
Un grito a favor de la memoria y contra el olvido de «uno [que] estuvo
allí, en un estado de relativa lucidez intelectual, como testigo y actor,
durante aproximadamente cuatro décadas», y excavando como
avezado arqueólogo de su propia existencia-comenzada en Austria en
1912- nos entrega una obra que es una vida entera. Vida de la que por
cierto hay una lograda biografía de la alemana Irène Heildeberger-
Leonard: «Jean Améry, revuelta en la resignación» (Universitat de
Valéncia, 2010).
Vida de compromiso airado que quedó truncada a resultas del
persistente dolor del «naufragio»: viajó a Salzsburgo, alquiló una
habitación de hotel – Hotel Österreichischer/ Corte Austriaca – y allá
ingirió una fuerte dosis de somníferos. La decisión de «levantar la
mano contra sí mismo», sobre la que tanto había pensado y escrito,
fue puesta en práctica el 17 de octubre de 1978, confirmando con tal
acto la calificación que de él había hecho Primo Levi, «el filósofo
suicida»; el italiano seguiría su senda nueve años después en un abril
de 1987. En la tumba de ambos supervivientes, conciencia trágica de
la Ilustración desdichada, consta su número de matrícula
concentracionaria
N.B.: A fuer de sincero añadiré que en los últimos tiempos este
intelectual adoptó algunas posturas que, a mi modo de ver, suponen
un giro hacia posturas menos plausibles. Su admiración por el
existencialismo sartreano fue abandonado y el apoyo del autor de
«Crítica de la razón dialéctica» a las movilizaciones de mayo del 68, y
otras, hicieron que Améry le criticase duramente. También es de
subrayar su enfurecida crítica a las posturas anti-sionistas de la
izquierda radical europea, muy en concreto de la francesa; crítica en la
que la amalgama salía a relucir haciendo que las posturas anti-
colonislistas contra la política del Estado de Israel – del que él era un
acérrimo defensor – fueran encasilladas por el pensador como “anti-
semitas”, y como tal asimilables a los posicionamientos cercanos al
fascismo… crítica absolutamente injusta y desmedida ya que es obvio
que no es lo mismo la judeofobia o el anti-judaísmo, que el anti-
semitismo, que el anti-sionismo, o que el anti-colonialismo, como lo
han mostrado algunos «judíos-gentiles» como, por ejemplo, Edgar
Morin en su soberbio ensayo: «Le monde moderne et la question
juive» (Seuil, 2006 / Hay traducción castellana en Nueva Visión, 2007).
Viena 1933, tiempos de zozobra
+ Jean Améry
«Los náufragos»
Pre-Textos, 2014.
Hans Mayer ( Viena, 1912- Salzburgo, 1978), que transformó su
nombre afrancesándolo, tras moverse en el seno de las redes de la
resistencia belga al nazismo, vivió una existencia francamente intensa:
huyendo de las peste parda con motivo de la anexión de su país
(Anschluss), se refugia en Belgica, allá es detenido por los alemanes
en 1940, se escapa del campo de Gurs y, de nuevo, entra en la
fracción germanoparlante de la resistencia belga, siendo detenido y
torturado otra vez por la Gestapo antes de ser trasladado a Auschwitz
en 1944. Tras la guerra se instaló en Bruselas y dedicó su vida a
escribir sobre su experiencia – torturas y encierro, y cavilaciones sobre
el suicidio – además de dedicarse a la elaboración de obras de crítica
literaria de primera importancia. Además de los ensayos, también
escribió algunas obras narrativas, que reflejan en gran medida su
entrega autobiográfica «Años de andanzas poco magistrales», esto
puede observarse en su novela «Lefeu o la demolición» en la que el
protagonista es un judío que ha sufrido por su condición y que ha
padecido las “bondades” de los lager, manteniendo luego una postura
resistente ante los atropellos del llamado progreso urbanístico
(decadencia brillante); igualmente en la novela que ahora se publica
vemos, es el año de 1933, a un sujeto que es judío, Eugen Althager,
que no tiene trabajo y que mantiene unas relaciones con una joven,
Ághata, que le paga el alquiler de la casa además de dedicarse a
amarle perdidamente siempre que el aburrido intelectual estuviese de
humor para corresponder a la chica, y quien, de la noche a la mañana
en medio de su confusión mental observa cómo en la calle, junto a la
universidad, se maltrata sin piedad a unos seres indefensos, mientras
él mira sin chistar a pesar de que es consciente de que pertenece al
mismo grupo religioso de los atacados; por singulares circunstancias
de la vida la mujer abandona a nuestro hombre que se ve sumido en
una creciente soledad y en una maraña de ideas dispares y
variopintas relaciones (recuperando y luego alejándose de un amigo
de juventud), confusión que va a hacer masa con los acontecimientos
que se desarrollan con una velocidad de vértigo: llamadas a la huelga
general y a la revolución que son respondidas a sangre y fuego por la
brutal represión policial, en un escenario en el que los desmanes
racistas aumentan en un fatal torbellino en el reino de la imbecilidad
que va imponiendo los valores guerreros y arrinconando los grandes
principios de libertad, humanidad…
El hombre se ve sumergido en aquel panorama en el que la crisis de
valores, espirituales, sociales y políticos parece haberse adueñado del
país, y en consecuencia de algunos seres con los que se codea. El
desbrujule le puede, y la conciencia, cual incesante pepitogrillo, le
corroe por los infames comportamientos que observa y le conduce a
interrogarse de continuo sobre el sentido – o la falta de sentido – de la
existencia y por el camino para poder sobrevivir ante tanta ignominia y
poder salir de aquel intrincado laberinto. Eugen se balancea entre la
duda, la culpabilidad y un cierto espíritu auto-crítico que del mismo
modo que lo hacía el propio Améry, como lo relata en el libro
autobiográfico antes mentado y como puede verse en la biografía del
autor escrita por Irène Heildeberger-Leonard: «Jean Améry, revuelta
en la resignación» (Universitat de Valéncia, 2010). Si alguien habló de
los «judíos por obligación» (ejemplar en este orden de cosas aquello
que dijese Hannah Arendt de que ella respondía como judía cuando
era atacada como tal; o la teorización de Jean-Paul Sartre que
afirmaba que los judíos eran creación de los anti-semitas en la medida
que al atacar delimitaban y fortalecían al grupo) aquí asistimos a un
caso explícito…
La escritura del autor es una hibridación entre la narrativa, propia de
una novela, junto a las rumias y reflexiones cercanas al ensayismo, lo
que exige una atención lectora ante las hondas cavilaciones del
protagonista de la historia.
Jean Améry, el filósofo de Auschwitz
De tal manera se ha catalogado a Hans Mayer, que, nacido en Viena
el día 31 de octubre de 1912, cambió de nombre forzado por las
adversas circunstancias que vivió su país al ser anexionado por las
autoridades nacional-socialistas; el Anschluss supuso un giro absoluto
en la vida de este joven, y de otros muchos claro, al hacerle tomar
conciencia de un aspecto que a él nunca le había preocupado
anteriormente : su condición de judío. Algo parecido a lo que le
sucediese a Hannah Arendt que – como ella misma afirmase – se veía
obligada a responder como judía cuando era atacada como tal, o a
Primo Levi, o a muchos otros «judíos por obligación», cuyas posturas
vienen a confirmar aquella aseveración sartreana de que son los anti-
semitas los que crean a los judíos. Quien hasta entonces había
estudiado y abandonado los estudios académicos para trabajar entre
otros empleos en una librería que también se dedicaba a labores
editoriales, veía cumplidos en parte sus afanes lectores, si bien
insatisfechos por su enorme ansia de saber, con las labores que
desempeñaba, ocupación que era compaginada con la frecuente
asistencia a los cursos que en aquellos años impartían en la
universidad austríaca los más prominentes e innovadores
representantes del Círculo de Viena. El contagio de los aires
positivistas marcó al joven que durante toda su existencia no hizo otra
cosa que reivindicar el conocimiento y la educación como ineludibles
métodos para emancipar a la humanidad, posturas que le ubicaban en
la senda de la Ilustración, mas alejado de cualquier optimismo
progresista, ya que lo que le tocó vivir hizo que se convenciese que no
se podía cantar victoria de una vez por todas, amén de que la tarea de
ilustrar a los humanos era una lucha permanente y sin fin, ajena a
cualquier tipo de complacencia.
La llegada de la bestia parda al poder, como queda señalado, forzó a
Hans Mayer a escapar, y en Bélgica es en donde buscó refugio, y en
donde más adelante cambiaría de nombre, adoptando el de Jean
Améry (jugando con las letras de su nombre original de modo que
quedase afrancesado). Este pseudónimo que es con el que realmente
ha pasado a la historia del pensamiento le vino provocado con el fin de
desmarcarse de su originaria identidad, al comprometerse con la
resistencia antifascista, además de que quería huir de su idioma
materno (el de Kant, Goethe o Schiller) que había sido usurpado /
monopolizado por la barbarie germana.
Su implicación resistente le supuso detenciones varias: la primera,
cuando repartía propaganda entre las tropas invasoras. Trasladado a
diferentes centros de reclusión, acabó con sus doloridos huesos en el
campo bearnés de Gurs, de donde escapó volviendo a Bélgica para
unirse nuevamente a las redes de la resistencia. Esta segunda vez no
tuvo tanta suerte y la detención por parte de la Gestapo, le valió
terribles sesiones de tortura en la fortaleza de Breendonk de donde le
llevaron al campo de Auschwitz en donde pasó un año, más
concretamente, en el lager de Auschwitz III – Monowitz, trabajando –
es un decir, y lo digo ya que aquella fábrica de caucho sintético no
llegó a elaborar ni un gramo de tal producto – en la fábrica de IG-
Farben (la misma en la trabajó de químico el italiano Primo Levi). De
allá fue evacuado posteriormente a Buchenwald, para concluir su
experiencia concentracionaria en el siniestro stalag de Bergen-Belsen,
de donde fue liberado en enero de 1945 con la llegada del Ejército
Rojo.
Nunca ocultó Jean Améry la incurable herida provocada por la
hondura de la sufrida. Por una parte, la tortura tras la cual, según sus
palabras, nadie podía ya ser capaz, tras haberla padecido, de «sentir
el mundo como su hogar»; por otra, la empresa de deshumanización
impuesta, y sufrida, en el siniestro campo de Auschwitz suponía para
él, y para los demás, según su opinión, una llaga imborrable. La que
se convertiría en su obra mayor, «Más allá de la culpa y la expiación»
(1966), mantenía precisamente que los intelectuales estaban peor
preparados que el resto de internos para poder soportar ya que la falta
de costumbre en lo que hace al trabajo manual les situaba en
dificultades mayores, a lo que había de añadirse que el hábito de
analizar lo que les acontece les convertía en seres más sensibles y
menos impermeables al dolor que se les infringía; allá ya se dejaba ver
el suicidio como salida del doloroso impasse.
El testimonio de este superviviente tardó una veintena de años en ver
la luz, al contrario de otros que narraron el infierno vivido justo
después de salir de él (Robert Antelme, Primo Levi y David Rousset,
los primeros). La diferencia entre su testimonio y el de los otros
destaca por la fusión que se da entre literatura y reflexión en las
«tentativas de superación de una víctima de la violencia»; la forma
ensayo predomina sin ignorar la importancia de la literatura, ocupando
la primera persona y lo concreto de lo vivido su inevitable lugar, no
pudiendo mantener, como era su propósito inicialmente, la distancia
«prudente y distanciada» y una «caballerosa objetividad», para dar
cabida a la confesión personal provocada por las largas cavilaciones;
manteniendo en alto la bandera del odio contra los verdugos, aspecto
que le enfrentaba con Primo Levi que era catalogado por él como «el
que perdona». Resulta así el ensayo de una claridad y una cercanía
ejemplares que destaca frente a los intentos de filosofar sobre
la Shoa de otros filósofos de profesión que aun sin pretenderlo han
visto sus pensamientos abocados al campo de la abstracción; ahí
están los Adorno, Lévinas, Jankélevitch, Lacoue-Labarthe o Jean-
François Lyotard.
Toda su vida fue una absoluta entrega a alertar sobre los peligros de
no valorar en su debida medida las atrocidades organizadas
precisamente en el país de la Afklärung, país de gran nivel cultural que
se vio sacudido por aquella oleada de brutalidad; para ello
precisamente dedicó gran parte de su actividad a dar testimonio y a
luchar por el asentamiento y la profundización de los valores del
humanismo ilustrado.
Su compromiso airado se fue a pique debido al persistente dolor del
«naufragio»: viajó a Salzsburgo, alquiló una habitación de hotel – Hotel
Österreichischer/ Corte Austriaca – y allá ingirió una fuerte dosis de
somníferos. La decisión de «levantar la mano contra sí mismo» (tema
al que dedicó clarividentes páginas), el 17 de octubre de 1978,
confirmó la etiqueta que le dedicó Primo Levi, «el filósofo suicida»,
nueve años después, en abril de 1987, le seguiría él.
Jean Améry , lector crítico y comprometido
El intelectual austriaco-belga somete a una lectura crítica «Madame
Bobary» de Flaubert y la interpretación de la novela por Sartre
Hans Mayer había nacido en Viena en 1912, de donde se escapó a
raíz de la anexión (Aunschluss) de Austria por la bestia parda
germana, para entonces ya había cursado en su ciudad natal estudios,
inacabados, de filosofía y literatura. Fue ya en su país de refugio,
Bélgica, en donde cambió de nombre pasando a llamarse, como se le
conoció, Jean Améry. En Bélgica se implicó con la resistencia contra el
nazismo, siendo detenido en un par de ocasiones, en una de ellas fue
llevado al campo bearnés de Gurs de donde logró huir. De vuelta en
Bélgica volvió a implicarse en la lucha antifascista lo que hizo que
fuese detenido por la Gestapo, y tras ser torturado brutalmente dio con
sus huesos en diferentes campos de concentración (Auschwitz,
Buchenwald, Bergen-Belsen). De esta experiencia dio cuenta en su
imprescindible Más allá de la culpa y la expiación, en donde se reúnen
diferentes ensayos, sobre la tortura, sobre su judeidad (él que era de
orígenes familiares judíos, no practicantes)… bajo el denominador
común de la nula importancia que tiene la cultura en tal situación, ya
que los intelectuales – según afirmaba – estaban peor preparados que
otros para resistir las infames condiciones de vida que se estilaban en
tales lugares de encierro, llegando a defender que la única salida a tal
problema era el suicidio (tal asunto condujo a Primo Levi a mantener
una postura radicalmente crítica con él, en su Los hundidos y los
salvados). Su tajante afirmación, no obstante, no perduraba tras la
liberación de los campos; es decir, si era así su valoración acerca de
la nulidad de la cultura, ya en la calle todo el resto de su vida,
dedicada al periodismo, a la escritura y a la agitación social, la
literatura jugó un amplio papel en su quehacer hasta el punto de poder
considerarse que ésta era una provisional tabla de salvación para
mantenerse agarrado a la vida.
La literatura y algunos de sus más destacados autores y textos le
sirvieron de agarradero, utilizándolos con sus ejemplos y enseñanzas
para sacar lecciones y ejemplos de cara a la actualidad. No hay más
que ver el título de algunas de sus obras para constatar, en paralelo, la
utilización de algunos títulos elegidos: así en la obra citada en el
párrafo anterior se observa el deje nietzscheano, al igual que en otras
puede palparse el goetheano, etc. Amén de esto ahí están sus
ensayos sobre obras clásicas (pueden verse unos ejemplos de lo que
digo en el libro firmado por Hans Mayer, «Historia maldita de la
literatura. La mujer, el homosexual, el judío»), además de sus citas en
otras obras y su propia obra narrativa (Lefeu o la demolición, Los
náufragos, etc.).
Ahora se presenta el que fue su último libro publicado el mismo año en
que levantó la mano contra sí mismo (título de uno de sus libros,
centrado en el suicidio), en octubre de 1978; había ido a recibir un
distinguido nombramiento a Salzburgo, cuando se dirigió a un hotel en
donde puso fin a sus días. Parecía que el destino irremediable que
había anunciado en la obra antes citada pasaba de la potencia al acto
dieciséis años después, si en cuenta se tiene que el texto nombrado
se publicó originalmente en 1966. El libro del que hablo, el último, es
«Charles Bovary, médico rural» (Pre-Textos, 2017). El personaje
flaubertiano ya tiene quien le defienda, y es que Améry se presenta,
siempre al lado de las víctimas, como él mismo fue, como fogoso
abogado defensor del personaje citado, al que según su opinión, tanto
su autor, Gustave Flaubert, como su comentador Jean-Paul Sartre, no
habían tratado como era debido, obviando que según su punto de
vista era un médico del alma .
Para afrontar dicha tarea, el autor va a recurrir a su estilo propio en el
que no resultan discernibles los límites, del ensayo, de la narrativa, en
una fusión entre crítica literaria y literatura crítica, y su labor
deconstructora, casi podría hablarse de demoledora como la que
rodeaba a su personaje de ficción, alter-ego suyo, Lefeu, su empresa
es la propia de un buldozzer, empeñado en limpiar el camino de
materiales innecesarios o que impiden el paso a la verdadera pista
interpretativa y correctora. El ajuste de cuentas es realmente potente y
podría decirse que se va a apoyar en tres objetivos: centrado en
recuperar la centralidad protagonista de Charles frente la infiel Emma,
para lo cual ha dedesdecir al mismo autor de la obra, Flaubert, ya que
a su modo de ver, su fidelidad a mantenerse dentro de la concepción
del arte por el arte, conduce a dar brillo a quien no se debe, dejando
en la sombra a la víctima que es tratado como un verdadero ser
paniaguado e insignificante, y, por último, y no lo digo por ninguna
consideración de índole jerárquica en el orden de importancia,
estaría Jean-Paul Sartre y la interpretación que de la obra flaubertiana
daba en El idiota de la familia.
La obra así, tomando como pre-texto o casi más adecuado sería decir
trampolín, el personaje de la novela del autor francés, va a abarcar
cuestiones realmente de fondo, fondo ideológico, artístico y político. La
reivindicación del engañado Charles sirve pues para criticar una
concepción del arte, más en concreto de la literatura, que le lleva a
mantenerse fiel al compromiso del escritor, lo que le conduce, sin
muchas revueltas, a enfrentarse a Sartre y su concepción del
compromiso (engagement) al que – según su visión, la de Améry – en
su momento defendió dicha postura para posteriormente pasar a
traicionarla, comportándose como un mero escritor burgués, como
deja ver en su interpretación de la obra de la que hablamos. Se
muestra – y permítaseme la expresión – más papista que el papa, al
reivindicar la figura del escritor comprometido que piensa que con sus
escritos se puede colaborar en la empresa de cambiar el mundo en el
sentido emancipatorio. Estos tajantes y duros juicios con respecto al
filósofo francés suponen una ruptura abierta con quien había sido su
guía en el terreno del pensar existencialista; es la definitiva acta de
ruptura que ya se anunciaba en la novela-ensayo Lefeu o la
demolición y que se traducía en los abismales desacuerdos que
Améry mantenía de manera creciente con las derivas sartreanas que
le conducían a zambullirse en las filas del izquierdismo… Améry, por
su parte, se mantenía firme en su reivindicación de un humanismo
ilustrado.
La empatía que Améry mostraba con respecto a la obra revisada, e
invertida, y más en especial con el engañado esposo, le llevaba a
ponerse en la piel de éste; soñaba con la pareja, se acostaba, sufría
con Emma y con su marido, si Gustave Flaubert afirmaba madame
Bovary c´est moi, Jean Améry bien podría afirmar Charles Bovary
c´est moi… Mas la puesta en práctica de lo que años antes ya
mantenía, en 1955, le hace corregir al escritor y a su intérprete: «la
estética y la ética son las dos formas de una única y misma doctrina.
La estética nos enseña lo bello que está a nuestro alrededor la ética lo
bello que está en nosotros», queda plasmada en la ocasión que le/nos
ocupa en su posicionamiento del lado de la víctima, en este caso el
marido engañado, que pasa a ser la representación de los sin voz, los
marginados, los despreciados… las víctimas. Con este propósito va a
contextualizar la obra en su época, y señala cómo el retrato que
Flaubert hace del médico rural, esposo de Emma, es el propio del
realizado por alguien que no ha tenido que trabajar en su vida, con
respecto a un pequeñoburgués, mostrando hacia éste una mirada
despectiva, y frente al defensor de Flaubert ante los tribunales –
debido a la supuesta inmoralidad de la novela – que hablaba de la
novela como una novela moral, Améry juzga que «Madame Bobary no
es una novela moral, no en el sentido de una moral convencional de la
época, ni mucho menos en el sentido de una moral más elevada, de
orden kantiano o social», ya que el himno a la sensualidad que exalta
el autor da cuenta de un inmoralismo sin ambages… que se balancea
indecisamente, en su tendencia erótica, entre las ideas de un artista
burgués y anti-burgués al tiempo…
Este texto resulta en cierta medida testamentario al dejar
meridianamente clara su concepción de la escritura y los fallos que
encuentra en Flaubert y más todavía en su interpretación –
considerada por el propia autor de La náusea, como la justa versión de
la novela de Flaubert, la verdadera novela – de su antes admirado
Jean-Paul Sartre que resulta elitista, esotérica y que da muestras de
una gran ceguera con respecto a la realidad, lo cual se traducía en su
último escoramiento político.
Y si los personajes del novelista francés son los personajes del
escritor francés, el Flaubert de Sartre es el Flaubert de Sartre y cada
uno ha de crear, o recrear, su Flaubert, según el crítico radical. Jean
Améry se pone en la piel de los personajes de la novela, los retoca, les
conduce a donde piensa que deberían estar para resultar bien
retratados, comme il faut, y concluyendo su tarea, finaliza su repaso
con un Yo acuso, título del último capítulo de la obra, en abierto guiño
al texto de Émile Zola, como modelo del comprometido papel de los
intelectuales, lejos, eso sí, de posturas totalizadoras.

REPORT THIS AD
Comentario
El intelectual austriaco-belga somete a una lectura
crítica «Madame Bobary» de Flaubert y la interpretación de la
novela por Sartre.
Hans Mayer había nacido en Viena en 1912, de donde se escapó a raíz
de la anexión (Aunschluss) de Austria por la bestia parda germana, para
entonces ya había cursado en su ciudad natal estudios de filosofía y
literatura. Fue ya en su país de refugio, Bélgica, en donde cambió de
nombre pasando a llamarse, como se le conoció, Jean Améry. En
Bélgica se implicó con la resistencia contra el nazismo, siendo detenido
en un par de ocasiones, en una de ellas fue llevado al campo bearnés
de Gurs de donde logró huir. De vuelta en Bélgica volvió a implicarse en
la lucha antifascista lo que hizo que fuese detenido por la Gestapo, y
tras ser torturado brutalmente dio con sus huesos en diferentes campos
de concentración (Auschwitz, Buchenwald, Bergen-Belsen). De esta
experiencia dio cuenta en su imprescindible Más allá de la culpa y la
expiación, en donde se reúnen diferentes ensayos, sobre la tortura,
sobre su judeidad (él que era de orígenes familiares judíos, no
practicantes)… bajo el denominador común de la nula importancia que
tiene la cultura en tal situación, ya que los intelectuales – según
afirmaba – estaban peor preparados que otros para resistir las infames
condiciones de vida que se estilaban en tales lugares de encierro,
llegando a defender que la única salida a tal problema era el suicidio (tal
asunto condujo a Primo Levi a mantener una postura radicalmente
crítica con él, en su Los hundidos y los salvados). Su tajante afirmación,
no obstante, no perduraba tras la liberación de los campos; es decir, si
era así su valoración acerca de la nulidad de la cultura, ya en la calle
todo el resto de su vida, dedicada al periodismo, a la escritura y a la
agitación social, la literatura jugó un amplio papel en su quehacer hasta
el punto de poder considerarse que ésta era una provisional tabla de
salvación para mantenerse agarrado a la vida.
La literatura y algunos de sus más destacados autores y textos le
sirvieron de agarradero, utilizándolos con sus ejemplos y enseñanzas
para sacar lecciones y ejemplos de cara a la actualidad. No hay más
que ver el título de algunas de sus obras para constatar, en paralelo, la
utilización de algunos títulos elegidos: así en la obra citada en el párrafo
anterior se observa el deje nietzscheano, al igual que en otras puede
palparse el goetheano, etc. Amén de esto ahí están sus ensayos sobre
obras clásicas (pueden verse unos ejemplos de lo que digo en el libro
firmado por Hans Mayer, «Historia maldita de la literatura. La mujer, el
homosexual, el judío»), además de sus citas en otras obras y su propia
obra narrativa (Lefeu o la demolición , Los náufragos, etc.).
Ahora se presenta el que fue su último libro publicado el mismo año en
que levantó la mano contra sí mismo (título de uno de sus libros,
centrado en el suicidio), en octubre de 1978; había ido a recibir un
distinguido nombramiento a Salzburgo, cuando se dirigió a un hotel en
donde puso fin a sus días. Parecía que el destino irremediable que
había anunciado en la obra antes citada pasaba de la potencia al acto
dieciséis años después, si en cuenta se tiene que el texto nombrado se
publicó originalmente en 1966. El libro del que hablo, el último, es
«Charles Bovary, médico rural» (Pre-Textos, 2017). El personaje
flaubertiano ya tiene quien le defienda, y es que Améry se presenta,
siempre al lado de las víctimas, como él mismo fue, como fogoso
abogado defensor del personaje citado, al que según su opinión, tanto
su autor, Gustave Flaubert, como su comentador Jean-Paul Sartre, no
habían tratado como era debido, obviando que según su punto de vista
era un médico del alma.
Para afrontar dicha tarea, el autor va a recurrir a su estilo propio en el
que no resultan discernibles los límites, del ensayo, de la narrativa, en
una fusión entre crítica literaria y literatura crítica, y su labor
deconstructora, casi podría hablarse de demoledora como la que
rodeaba a su personaje de ficción, alter-ego suyo, Lefeu, su empresa
es la propia de un buldozzer, empeñado en limpiar el camino de
materiales innecesarios o que impiden el paso a la verdadera pista
interpretativa y correctora. El ajuste de cuentas es realmente potente y
podría decirse que se va a apoyar en tres objetivos: centrado en
recuperar la centralidad protagonista de Charles frente la infiel Emma,
para lo cual ha de desdecir al mismo autor de la obra, Flaubert, ya que
a su modo de ver, su fidelidad a mantenerse dentro de la concepción
del arte por el arte, conduce a dar brillo a quien no se debe, dejando en
la sombra a la víctima que es tratado como un verdadero ser
paniaguado e insignificante, y, por último, y no lo digo por ninguna
consideración de índole jerárquica en el orden de importancia,
estaría Jean-Paul Sartre y la interpretación que de la obra flaubertiana
daba en El idiota de la familia.
La obra así, tomando como pre-texto o casi más adecuado sería decir
trampolín, el personaje de la novela del autor francés, va a abarcar
cuestiones realmente de fondo, fondo ideológico, artístico y político. La
reivindicación del engañado Charles sirve pues para criticar una
concepción del arte, más en concreto de la literatura, que le lleva a
mantenerse fiel al compromiso del escritor, lo que le conduce, sin
muchas revueltas, a enfrentarse a Sartre y su concepción del
compromiso (engagement) al que – según su visión, la de Améry – en
su momento defendió dicha postura para posteriormente pasar a
traicionarla, comportándose como un mero escritor burgués, como deja
ver en su interpretación de la obra de la que hablamos. Se muestra – y
permítaseme la expresión – más papista que el papa, al reivindicar la
figura del escritor comprometido que piensa que con sus escritos se
puede colaborar en la empresa de cambiar el mundo en el sentido
emancipatorio. Estos tajantes y duros juicios con respecto al filósofo
francés suponen una ruptura abierta con quien había sido su guía en el
terreno del pensar existencialista; es la definitiva acta de ruptura que ya
se anunciaba en la novela-ensayo Lefeu o la demolición y que se
traducía en los abismales desacuerdos que Améry mantenía de manera
creciente con las derivas sartreanas que le conducían a zambullirse en
las filas del izquierdismo… Améry, por su parte, se mantenía firme en
su reivindicación de un humanismo ilustrado.
La empatía que Améry mostraba con respecto a la obra revisada, e
invertida, y más en especial con el engañado esposo, le llevaba a
ponerse en la piel de éste; soñaba con la pareja, se acostaba, sufría con
Emma y con su marido, si Gustave Flaubert afirmaba madame Bovary
c´est moi, Jean Améry bien podría afirmar Charles Bovary c´est moi…
Mas la puesta en práctica de lo que años antes ya mantenía, en 1955,
le hace corregir al escritor y a su intérprete: «la estética y la ética son
las dos formas de una única y misma doctrina. La estética nos enseña
lo bello que está a nuestro alrededor la ética lo bello que está en
nosotros», queda plasmada en la ocasión que le / nos ocupa en su
posicionamiento del lado de la víctima, en este caso el marido
engañado, que pasa a ser la representación de los sin voz, los
marginados, los despreciados… las víctimas. Con este propósito va a
contextualizar la obra en su época, y señala cómo el retrato que Flaubert
hace del médico rural, esposo de Emma, es el propio del realizado por
alguien que no ha tenido que trabajar en su vida, con respecto a un
pequeñoburgués, mostrando hacia éste una mirada despectiva, y frente
al defensor de Flaubert ante los tribunales – debido a la supuesta
inmoralidad de la novela – que hablaba de la novela como una novela
moral, Améry juzga que «Madame Bobary no es una novela moral, no
en el sentido de una moral convencional de la época, ni mucho menos
en el sentido de una moral más elevada, de orden kantiano o social»,
ya que el himno a la sensualidad que exalta el autor da cuenta de un
inmoralismo sin ambages… que se balancea indecisamente, en su
tendencia erótica, entre las ideas de un artista burgués y anti-burgués
al tiempo…
Este texto resulta en cierta medida testamentario al dejar
meridianamente clara su concepción de la escritura y los fallos que
encuentra en Flaubert y más todavía en su interpretación – considerada
por el propia autor de La náusea, como la justa versión de la novela de
Flaubert, la verdadera novela – de su antes admirado Jean-Paul Sartre
que resulta elitista, esotérica y que da muestras de una gran ceguera
con respecto a la realidad, lo cual se traducía en su último escoramiento
político.
Y si los personajes del novelista francés son los personajes del escritor
francés, el Flaubert de Sartre es el Flaubert de Sartre y cada uno ha de
crear, o recrear, su Flaubert, según el crítico radical. Jean Améry se
pone en la piel de los personajes de la novela, los retoca, les conduce
a donde piensa que deberían estar para resultar bien retratados, comme
il faut, y concluyendo su tarea, finaliza su repaso con un Yo acuso, título
del último capítulo de la obra, en abierto guiño al texto de Émile Zola,
como modelo del comprometido papel de los intelectuales.
JAIM NAJMAN BIALIK
(fragmento)

Levántate y marcha hacia la ciudad de la matanza.


Ve a sus plazas,
observa con tus propios ojos,
palpa con tus propias manos
las cercas, los árboles, las rocas.
Mira: sobre la cal del muro
la sangre coagulada,
los sesos endurecidos de las víctimas.

Encamínate hacia las ruinas,


salta por encima de los desechos,
atraviesa las paredes rotas
y las cocinas incendiadas
en donde la piqueta ha perforado quiebres
y agrandado, ensanchado vacíos,
donde la negra piedra se descubre,
la desnudez del ladrillo calcinado,
abiertas, desesperadas bocas de heridas negras
a las que no puedes aplicar ya cura o medicina,
tus piernas se hunden en plumas y cascotes,
entre pilas de escombros y de astillas,
en la derrota de los libros y los manuscritos,
el despojo del trabajo inhumano,
el redoblado fruto de unas arduas labores…

No te detengas ante los destrozos, sigue tu camino.


Renacen las acacias frente a ti,
derraman su perfume,
entre sus brotes penachos como flechas,
su aroma es el aroma de la sangre;
a tu pesar aspiras el perfume extraño,
la suavidad de la lozanía en tu corazón no te asquea;
con mil flechas doradas te lacera el sol,
siete rayos agreden en esquirlas de vidrios,
pues mi señor convocó, a un mismo tiempo,
a la matanza y a la primavera.
Sale el sol, florece la acacia y degüella el matarife.

Acógeme bajo tus alas.


Sé mi madre, sé mi hermana,
sea tu pecho refugio de mi frente,
nido de mi plegaria lejana.

Y en el ocaso, en la hora tierna,


el secreto sabrás de mi inquietud.
Dicen que la juventud existe.
¿Adónde fue mi juventud?

Habré de hacerte aun otra confesión:


arde mi alma en violento fulgor.
Dicen que el amor existe,
pero ¿qué es el amor?

Me mintieron los astros,


tuve una vez un sueño que se ha ido.
No me queda ya nada.
Estoy ahora solo y vacío.
Acógeme bajo tus alas
sé mi madre, sé mi hermana,
sea tu pecho refugio de mi frente,
nido de mi plegaria lejana.

al trabajo y a la labor. DEL POEMA DE JAÍM NAJMAN BIALIK:


“TRAS LA MASACRE”
“Si existe la Justicia, ¡que se haga presente ya!
Porque si lo hace
cuando yo haya desaparecido de la tierra
¡Que su trono se haga pedazos y sea derribado!
¡Que los cielos envilecidos se desvanezcan!
¡Y a ustedes, asesinos, que los conquiste el crimen,
y que permanezca en su ser, hasta que regurgiten la sangre
derramada!
Quien grite “¡Venganza! ¡Venganza!” ¡maldito sea!
El diablo aún no ha ideado
una venganza apropiada por la sangre derramada de un niño…
¡No, que esa sangre llegue hasta las profundidades del mundo,
que siga sus mortificaciones en lo más hondo,
y que desde allí busque su camino en la oscuridad, y destruya
los nefastos cimientos de la tierra!

Canción del trabajo y la labor

¿Quién nos salvará del hambre?

¿Quién nos alimentará con mucho pan?

Y ¿quién nos dará un vaso de leche?

¿A quién agradeceremos? ¿a quién bendeciremos?

¡Al trabajo y a la labor!

¿Quién nos brindará abrigo cuando haga frío?

Y ¿quién en la oscuridad nos ofrecerá luz?


¿Quién extraerá agua del pozo?

¿A quién agradeceremos? ¿a quién bendeciremos?

¡Al trabajo y a la labor!

Y ¿quién plantó árboles en el jardín?

para frutos y para sombra, toda clase y especie.

Y ¿quién en los campos sembró cereales?

¿A quién agradeceremos? ¿a quién bendeciremos?

¡Al trabajo y a la labor!

¿Quién nos preparó una pequeña morada,

una cerca para el jardín, una barda para el viñedo?

Y ¿quién se esforzó y quién se preocupó,

en honrar el Shabat y las festividades?

¿A quién agradeceremos? ¿a quién bendeciremos?

¡Al trabajo y a la labor!

Por eso trabajaremos, por eso nos cansaremos,

siempre, durante los días laborables.

¡Pesado es el yugo, agradable es el yugo!

y en los momentos de ocio, entonaremos a viva voz


canciones de agradecimiento, canciones de bendición
HENRY MICHAUX

Poemas de Henri Michaux


Por
GERARDO FERNÁNDEZ FE
-
febrero, 2019

Henri Michaux, ‘Untitled’, 1944, GUGGENHEIM BILBAO


Entre las varias traducciones del francés que Gerardo Fernández Fe
colocara a finales de la década de los noventa en los suplementos
literarios cubanos se encuentra esta de poemas de Henri Michaux,
publicada por la revista Unión en su número octubre-diciembre de
1998. Los textos seleccionados en esa ocasión pertenecían a la por
entonces reciente edición A distance (Mercure de France, 1997), que
compilaba textos aparecidos parcialmente en publicaciones periódicas
entre 1922 y 1984, año de la muerte del autor, en París. La versión de
esa traducción que presentamos en Rialta Magazine incluye, además,
los poemas “Tachadores” y “Distante”, que, hasta donde sabemos,
permanecían inéditos en español hasta el momento.

Tachadores

Fustas de fuego, de agujero, de hiel


fusta contra los buenos y los malos
contra las órdenes y contra los ojos
contra las manos del suplicante

Brasas sobre la camisa del Rey


brasa sobre la boca del monje

Crujido en los mil espejos


crujido sobre los charcos de laca

Chillido de la Musa
chillido del coro de los ángeles
graznido en las cortes

Manchas sobre las doctrinas


tripas sobre las doctrinas
salivazos sobre las doctrinas

Tapón para la voz anónima


para la inflamada voz anónima
para los molinos que fabrican estrellas

Llagas sobre el acero


llagas sobre las estructuras
llagas sobre los planes para el futuro
Tachadura
sobre los hermanos y los padres
y sobre los nuevos padres disfrazados de hijos

sobre la puerta de la paz


hacedora de almas descuartizadas

sobre las calles que espían


sobre las filas que aplauden

sobre las voces de terciopelo


sobre los limpia-miserias
preparadores de la más innoble miseria

sobre las voces que rigen la momentánea ciencia


sobre los liquidadores del Edipo

sobre los discípulos, los discípulos de los discípulos


nacidos esclavos ávidos de otros esclavos

Tachadura sobre los rasgos del rostro


sobre la huella del objeto
sobre la huella del hecho

sobre los innumerables enemigos sobre los que nunca se ha vomitado


suficiente
tabla rasa no una vez sino mil veces mil veces por rehacer

sobre el origen
sobre los desarrollos
sobre lo proliferante
sobre el endulzamiento, pez piloto de la cercana blasfemia

sobre sí
sobre ti
sobre el eje
tachadura
tachadura
tachadura

Catedrales de la zozobra
de la rabia
de la boñiga
del absceso
de la injuria
de la llaga adentro
del odioso traidor que se divierte como la flecha que huye

del submarino que se hunde asfixiado


de la rata que muere de arsénico
del pene quemado
del anzuelo en la aorta

espinosas
verrugosas
apofísicas
amorfas
polimorfas
locas
arrebatadas
inflamadas
catedrales no benditas no ungidas
del absurdo
de la exasperación
del sufrimiento
del hambre del salvaje
de la sed del traicionado
del mejoramiento imposible
del crujido de los dientes
del grito
del grito
del grito
catedrales, ¿cuándo podremos verlas?
Al fin erigidas
al fin a la imagen de nuestra medida inmedida
dominando vertiginosamente metrópolis y poblados
unidos, nosotros y ellas, a pesar de su masa y su dureza
como hermanos siameses pegados por la boca
por la rabia, por los riñones, por el ano
por la abyección común difícil de olvidar
por todo lo que se ha perdido implacablemente desde los inicios

por la desdicha de la postura


por toda la vieja cola reumática
por la nueva instalación aún más hiriente
aún más deformante
por la sin embargo inextinguible tendencia a sublimarlo todo

catedrales
monstruosamente encajadas de cara al cielo
nuestras catedrales
¿cuándo podremos verlas?

Distante

Permanece distante, tú
distante
distante

sin poder lanzar hasta aquí tu larga lanza telefónica

distante

neutralizada
paralizada

Que mi nombre se borre sobre ti


que mis rasgos se embrollen sobre ti
que mi persona desaparezca de ti
en ti, llamando, perdida
llamando al foro
llamando a falsos números
números imposibles
números que no responden
que no responden a nada
que ya no existen
números de barrios abandonados

siempre llamando, loca


como el dolor de una pierna partida tras un descarrilamiento
llama, llama, bajo el eje que la aplasta
que se ha detenido sobre ella
y tú también detenida
lejos de mí
lejos de mí que aquí respiro un aire perfecto
un aire lleno de polvo
pero tan puro para mis aliviados pulmones
fuera de alcance
fuera del alcance de los clavos en tus dedos
clavos de tus designios sobre mí

Que el dolor entre en ti, masa idiota


Llama vinosa

¡Que el dolor entre en ti


trastornada por el humo
desparramando clamores
atropellada por los búfalos!

¡Ascuas sobre tu boca ávida


Ascuas sobre tus cartas que chochean
¡A grandes trazos, grandes arranques, grandes tajazos!

¡Pulpo sobre tus pechos demasiado pesados


agujeros sobre tu mejilla
mazazo sobre tus dedos fríos
mazazo sobre tu paso horripilante
de cien rostros, cien trampas, cien pequeños estruendos!
¡Máquinas sobre ti
para devastar
para romper
para derribar
para demoler
para volverte loca
máquinas incoercibles, infatigables
para asesinar a la que merece serlo!

¡Toneles rodando sobre tu frente para que nunca más puedas dormir
escombros y muladares sobre tu frente para que nunca más puedas
dormir
hormigas trotadoras, caléndulas, caléndulas
carromatos de Liliput sobre tu frente para que nunca más puedas
dormir
honda dando vueltas, arco estirado ante tus oídos
para que nunca más puedas oír!

¡Ladridos ante tu cuello


ladridos ante los sueños que te aplauden
ante los simplones que sueles asombrar
ante tu memoria que se hace trizas
ante la envoltura de tu ego mimado!

¡Que los lisiados te tomen como acera


que las aves zambas que devoran las ramas de los árboles
te tomen por cocotero
que tu interminable lengua
aún más larga inmensamente estirada
sirva en las fábricas de correas de transmisión
sirva en las grúas que estiban las mercancías
sirva en el puerto eslingando barcazas y barricas!

Chalupa alocada
madre de enanos
reír de los marineros
distante
distante
¡distante!
Distante tú trepas los montes interminables
caes en un bosque de cuerdas
eres raptada por un onagro
por una manada de bisontes
por un rinoceronte furioso
por cualquier cosa
cualquier cosa
cualquier cosa

pasando del mundo de la pasión al mundo del horror


de la infección
de la putrefacción
de la disociación

por viudez
por atoramiento
por glaciación

por estremecimiento indefinidamente repetido

distante
distante
distante

Una vez más venid

Venid, palabras miserables


para expresar lo más miserable aún
para expresar al caído, al devastado, al desfigurado
al tres veces más temible que en la sombra se prepara.

Para expresar los montes de vergüenza que han surgido de súbito


a cortarle el paso al horizonte
la jaula por todos lados, para expresar a Judas,
para expresar a un Judas multiplicado, a un Judas compañía
a los denarios que no les queda mucho por correr tras los Judas.
Para expresar las hojas caen
los frentes crujen
las estaciones se apagan
los caminos se agotan
el invierno a golpes de cuero azota a la gran manada.

Para expresar brazos, estómagos, juicios en el torno


y millones de millones de hombres enteros en el torno
y millones y millones carcomidos por la plaga
la plaga, la plaga de la caída
o clavados, silenciosos, contemplando el lomo partido de sus futuros.

Contemplando sobre todo la alta Estatua que tras la derrota de los


suyos
se ha venido abajo sobre su propio pedestal
sus restos duelen. Sus restos torturan. Sus restos nos persiguen.
Llega la noche. Los ecos se alejan. El frío crece.
Un gran cuerpo desgarrado, torpe, tendido permanece.

Puertas que dan al fuego

El agua ya no corre para mí


La vida ya no tiene días para mí
Vasallo del brazo partido, vivo insularmente

Mis puertas dan al fuego


La ropa desgarrada sobre mi carne, mi piel ya no me envuelve
Ya nada me envuelve
Batalla furiosa librada en el interior de mis fronteras

¡Cuán débiles las patas de las nevatillas!


Pero así les bastan

Como una herramienta caída de un carretón


he quedado en el camino
Mis aves ya no vuelan
Un solo hueso partido ha apresado mi vida

De mi cuerpo escucho relaciones que aúllan


El dolor de mi llaga hunde su escorpina

Hospital y momias del mañana


¡Oh! Cuán profundamente cercado todo

Noches sin fin


Lentamente, lentamente las agujas tornan la noche en alba

Tiempo inexorable que debo recorrer sin perder un minuto


¿Quién me concederá tan sólo uno?

Noches como un toldo sobre la plaga


Cuando el sufrimiento se refleja en sufrimientos
cuando el sufrimiento sobre mil espejos resuena y repercute
…y todos los grados que faltan por ascender

No más cielo
Han arrancado las cintas

Una quilla caída, todas las quillas oscilan

Sufrimiento nunca controlado


su loca fanfarria
su trompeta desgarradora sólo para mí
entre nosotros, cortinas corridas

Sufrimiento que a todos sobrevive, como un culto inepto


transmitido incomprendido
que a todos somete
Ascua

Ascua y abertura
¡Horrible esta ascua!
Allí estaba mi brazo, antes
Fuego. Fuego. Fuego. Fuego incesantemente fuego.

La lengua fría del cuchillo


vaga sola entre los labios del hombre solo

Abejas liban flores de hierro


Pájaros vuelan entre árboles de hierro

Perros muerden. Jaurías de perros


olas incesantes de perros

En pleno día, espero la salida del sol

En este país
y en los países que rodean a este país
y en los países del otro lado
y en los países que rodean a los países
del otro lado de este país
ahora
muchedumbre
por todos lados, muchedumbre

Enfermedad de los conjuntos


Este es el tiempo de las oleadas
Masa aumenta
Todos piensan que juntos piensan
Ciudades
Ciudades
Y más ciudades
Estratos. Estratos
Estratos sin fin
pero estratos para anivelar

Ruido
Ruido aumenta
devorando el silencio
de modo que nada quede
La sangre del silencio
corre sin cesar

Entre altos muros


se acarrean los deseos
El tiempo de permanecer en el mundo
de ser parricida
fraticida
Entre dos edades
se izan los colores
El curso ya no puede ser cambiado.
Viene de todos lados
la capa que a ningún lugar conduce

En la cabeza
una divinidad viuda
En todos los rincones del mundo
perros recorren las estepas de los lobos
para hacer de estos nuevos perros

Bajo el frente ya no pueden disiparse


las plantas luminosas
Un tic es el más pequeño de los prodigios
Hasta los leones en la sabana
han comprendido que ya no son los reyes

Lugares lejanos

Los muertos de otros planetas vienen a residir aquí, esos que en otros
lugares no hallaron espacio. Llegan silenciosos, lejos de los exigentes,
de los eternos exigentes, vienen a retirarse para volver a morir, para
volver a morir en calma.

Nadie aquí quiere la carta maestra. Nadie quiere ser la sombra de


nadie. El vivo es el amigo del difunto y, si es necesario, será su padre
o si lo prefiere su hijo. Todo igual, con una pizca de todo colmando la
vida eterna.
El agua dócil nos envuelve. ¡Qué bellas las tardes antes de la
sepultura! Olvido, olvido bajo las palmas.

Los espíritus nos guían, maravillan nuestros corazones y nuestra


voluntad, nos muestran la grandeza tras la pequeñez, la grandeza.

Como consecuencia de nuestro abandono los espíritus nos sostienen,


a veces como rinocerontes que cargan, intensos a veces, como para
hacer gritar, locos a veces, como una danza sobre un hilo de chispas.

Hay que dejar de luchar. La prudencia, la experiencia, la sed de lo


insensato así lo ordenan. Por el golfo, el mundo lejano.
………………………………………………………

Esta es la patria de los que no han hallado su patria, cabellos del alma
flotando libremente.
EVA PICKOVA
EL MIEDO

El miedo no deja de extenderse por el gueto.


La terrible enfermedad libera nuestro espanto.
Su fría guadaña agita de nuevo la muerte,
y todos temblamos bajo su afilada sombra.

Hoy, el corazón de los padres tiembla de terror


y las madres ocultan su rostro entre las manos.
El tifus se anuda en el cuello de los niños
y como una serpiente exige su tributo.

En mi pecho late todavía el corazón,


pero mis compañeros han partido ya hacia otros mundos,
y a veces me digo que sería mejor morir ahora
antes que seguir aquí, de uno en uno viéndolos marchar.

¡Pero no, D-s mío, no, nosotros queremos vivir!


No queremos que nada asole nuestras filas.
El mundo es nuestro, y queremos labrarlo.
Tenemos mucho que hacer como para morir ahora.

EL JARDIN
FRANTA VASS

El Jardín es pequeño
y fragrante y está lleno de rosas.
Un niño camina
por una senda estrecha.
Un niño dulce y pequeño
que crece como una flor.
Cuando la flor madure
El niño ya no estará aquí.

ILSE WEBER
Ilse Weber:
un refugio en el cielo de Theresienstadt

.
Editado en
Arquivo Maaravi
Brasil 2013
Dedicado a mi esposa Irene Zamorano

Quienes la vieron, cuentan que Ilse Weber, su pequeño muchacho


Tommy y los niños que ella había cuidado en el hospicio de
Teheresienstadt, iban cantado camino de las cámaras de gas: la
“luna” es una “linterna” –cantaban–, “refugio en el cielo negro”,
“duérmete niño, también”, que nada turbe tu sueño, …Eso cantaban
los niños de Ilse, eso no más cantaban, cantaban y cantaban…

________________________________
Un momento del "estreno" en Theresienstadt de Brundibar - El
abejorro-.
Paul Eppstein
El 23 de junio de 1944, y después de una amplia y pormenorizada
visita a sus instalaciones en amable compañía del teniente coronel de
las SS Karl Rahm y del alcalde de la comunidad judía Paul Eppstein, los
tres delegados de la Cruz Roja Internacional y de la de Dinamarca
abandonaron al campo de concentración de Theresienstadt. Tal y como
anotaron en sus cuadernos de viaje, las condiciones “reales” en las que
vivían los judíos daneses y de otras nacionalidades tras sus gruesos
murallones nada tenían que ver con el infierno que dibujaban los
mismos rumores que recorrían Europa. En las pocas horas que duró la
visita, los observadores internacionales tuvieron la suerte de poder
asistir a un juicio contra un ladrón, que “casualmente” se celebraba ese
mismo día, y cuya vista ante el Consejo de Ancianos se celebró sin
interferencias de las autoridades alemanas y de acuerdo con un
razonable procedimiento judicial; pasearon entre los jardines bien
cuidados que flanqueaban las calles del gueto, en las que pudieron
encontrar todo tipo de establecimientos comerciales y viviendas que no
tenían nada que envidiar a las de una población normal y alejada de los
frentes de guerra; igualmente pudieron advertir que, en las escuelas,
dirigidas por profesores muy bien preparados, los niños judíos estaban
visiblemente bien alimentados y recibían sus clases en condiciones muy
alejadas del hacinamiento y la insalubridad de las que se habían hecho
eco los rumores. Concluyeron su visita asistiendo en un teatro local a la
escenificación de una ópera infantil, El abejorro, que fue ejecutada a
las órdenes de su mismo autor, el prestigioso músico checo Hans
Krása (1899- 1944),[1] y contemplaron por sí mismos la grabación de
algunas de sus escenas musicales de la mano del famoso actor y
director judío de origen alemán Kurt Gerron (1897-1944), que al parecer
estaba empeñado –“por iniciativa propia”– en fijar en celuloide las
condiciones “reales” en que los judíos estaban siendo tratados en el
modélico campo de Theresienstadt, del que él era uno de los más
destacados residentes…[2]

Tras concluir la representación de la ópera infantil El abejorro,


que fue dirigida por su autor, el prestigioso músico checo Hans
Krása, los niños actores posaron ante las cámaras de los
delegados de la Cruz Roja en el escenario, muy bien decorarado,
del "Teatro" de Theresienstadt. Ninguno sobrevivió.
A la luz del minucioso informe de carácter secreto remitido por los
observadores de la Cruz Roja a los órganos rectores de su
organización, y cuyas conclusiones permanecieron ocultas en
los archivos de las cancillerías europeas hasta después de la guerra,
el éxito que los organizadores nazis obtuvieron de aquella auténtica
«visita turística» puede ser calificado de monumental. Una vez
concluida la “gran farsa”,[3] y con los ojos de la opinión pública europea
definitivamente alejados de Theresienstadt, todo volvió a la más
absoluta rutina. Presionadas por las negros presagios que ofrecían las
noticias que llegaban de los frentes, las autoridades del campo
reforzaron la frecuencia y la capacidad de transporte de los convoyes
dirigidos a Auschwitz, en cuyas cámaras de gas los nazis estaban
procurando la «solución final» al «problema judío» que había podrido
la sociedad alemana y la civilización entera de Occidente. Hacinados en
uno de esos dantescos convoyes, el 6 de octubre de 1944 comenzaron
el que habría de ser su último viaje un pequeño muchacho llamado
Tommy y una mujer demacrada pero todavía hermosa de poco más de
cuarenta años de edad, la poeta y compositora checa Ilse Weber. Era
su madre. Ninguno de los dos habría de volver.
Los delegados de la Cruz Roja Internacional tomaron algunas
fotografías de los niños mientras jugaban en los cuidados
jardines de Theresienstadt, comprobando que estaban bien
alimentados. Para dar esa impresión, desde semanas antes de su
visita fueron literalmente cebados como reses. Cuando
abandonaron el campo, las reses fueron llevadas a Auschwitz y
sus cámaras de gas.
Como demuestran los versos de su «Adiós, compañero», que
probablemente fuera el último poema que escribió, Ilse Weber no
ignoraba adónde iba.[4] Es probable, también, que se reprochara
amargamente y hasta la desesperación el no haber hecho caso de
quienes, una y otra vez, la aconsejaron abandonar Checoslovaquia
camino de Suecia cuando todavía era posible, tal y como ella y su
esposo habían consentido hacer con Hanus, su hijo mayor y ya casi
adolescente, en una decisión providencial que salvaría su vida. Estuvo
en su mano evitar la tragedia. Decidieron quedarse. O dudaron
demasiado: lo suficiente como para que en el invierno húmedo y
especialmente frío de 1942 la Gestapo pudiera detenerlos y
concentrarlos en la ciudad de Praga. En un poema escrito, tal vez, en el
invierno de 1943 –«A casa»– Ilse dibujaría con austero realismo aquel
pabellón mojado y cubierto por la nieve en que fueron confinados en
condiciones inhumanas y en el que una legión de niños a duras penas
pudo sobrevivir en medio del hambre, la desesperación y el
desconcierto. El 6 de febrero de 1942 los tres subieron a un tren que la
transportaría a Theresienstadt con no más delicadeza que a unas
cabezas de ganado arrastradas a un remoto matadero. Estuvo en sus
manos evitar la tragedia, pero no la evitaron. ¿Por qué?
En la fotografía tomada por los delegados de la Cruz Roja,
aparece –de pie y sonriente– el propio Hans Krása, con los
miembros –alguno mal encarado– de la orquesta que le
acompañó en la representación de su ópera infantil El abejorro.
El “éxito” fue total. Y lo fue hasta tal punto que ninguno de los
músicos sobrevivió.

Ilse Weber había nacido en 1903 en la ciudad morava de Witkowicz,


dentro de lo que hoy conocemos como República de Chequia, pero que
entonces formaba parte del Imperio Austro-Húngaro. La suya era una
familia de clase media muy ilustrada cuya vinculación al judaísmo no le
había impedido integrarse plenamente en los valores culturales de la
sociedad burguesa de ascendencia mayoritariamente alemana de la
que se sentían miembros. Heredó un apellido genuinamente alemán –
Herlinger– de su mismo padre, un hombre que tenía contactos
relevantes en los medios de comunicación más prestigiosos de la zona,
y que sintonizaba con las corrientes intelectuales que impulsaban la
«emancipación» de los lazos de naturaleza exclusivamente religiosa
que, hasta entonces, habían convertido a la comunidad judía en un
grupo exclusivo y encerrado en sus propias tradiciones, distinto y muy
distante del cuerpo social en que habitaban. Las costumbres familiares
que respiró de niña eran las propias de una familia relativamente
acomodada y de mentalidad avanzada y tolerante, como demuestra el
hecho de que su propia madre regentara de modo independiente un
prestigioso café de la localidad, en el que se daban cita los intelectuales
más conocidos de la comunidad checa y de la minoría polaca, en un
ambiente culto, plurilingüe, cosmopolita y multicultural que sería
decisivo en su formación personal y literaria.

Dotada de un intenso instinto maternal, a los catorce años –y una vez


comenzada la Primera Guerra Mundial– empezó a escribir una serie de
cuentos infantiles y obras de teatro centradas en el mundo de la
infancia. Acabado el conflicto, su nombre había alcanzado ya la
suficiente notoriedad en los ambientes culturales de la época como para
permitirle la edición regularizada de sus obras en revistas y periódicos
de habla alemana de Austria, Checoslovaquia, Suiza y Alemania. Con
estos antecedentes, nada tenía de particular que tanto ella como su
marido, Willi Weber, con el que se había casado en el año 1930, fueran
incapaces de imaginarse el apocalipsis que se avecinaba, y que tantos
comenzaron a intuir tras el ascenso de Hitler a la cancillería del Reich,
en 1933. Tras estallar de nuevo las hostilidades en 1939, y renuentes a
dar crédito a los rumores que hablaban de asesinatos masivos de
judíos en los territorios ocupados por el Reich, decidieron quedarse con
su pequeño vástago, Tommy, en su tierra natal. Así hasta que, en aquel
frío 6 de febrero de 1942, y tras una corta estancia en Praga, fueron
enviados al campo concentración de Theresienstadt.

Así eran las calles del gueto modélico gueto de Theresienstatd


que vieron los delegados de la Cruz Roja Internacional.
El actor cómico y cineasta
Kurt Gerron
Tras la ocupación en el verano de 1941 de la pequeña ciudad
de Terezín, a 60 kilómetros de Praga, la Gestapo aprovechó su
pequeña y amurallada fortaleza para instalar un gueto tristemente
célebre, que empezó a funcionar de un modo oficial el 24 de noviembre
de 1941. El campo de concentración de Theresienstadt fue diseñado
por los nazis para albergar a presos políticos y a judíos alemanes y de
otros países ocupados con cuyos gobiernos colaboracionistas
deseaban mantener buenas y fluidas relaciones, como Dinamarca,
Luxemburgo, Bélgica, Austria y Checoslovaquia.
Aparte de esas consideraciones geopolíticas y diplomáticas, los
judíos que fueron a parar a él ostentaban en muy distinto grado algunas
y muy precisas peculiaridades que les hacían merecedores, si no de un
destino distinto, sí, al menos, de un trato relativamente especial: la
mayoría tenían el “privilegio” de llevar sangre aria en diversas
proporciones, participaban de la lengua y de la cultura alemanas con
notoria afección, y habían combatido con fiero patriotismo durante la
guerra del catorce en defensa de la gloria de Alemania; y, además, y
por encima de todo, gozaban de suficientes recursos económicos como
para permitirse el lujo de comprar la esperanza de retrasar por unos
días más su propia muerte. Todo este conjunto de circunstancias
obligaron a las autoridades alemanas a aflojar los cinchos del terror, lo
que, dada la notable presencia de intelectuales, músicos y escritores,
hizo posible en Theresienstadt una vasta «cultura para la
supervivencia» cuyas realizaciones en el campo de la literatura y de la
música han merecido la atención de muchos estudiosos. [5]
Los delegados de la Cruz Roja e ilustres ciudadanos y
ciudadanas de Terezin, así como alguna de las esposas de los
guardianes del campo, animan a los equipos que se enfrentaron
en un partiddo de futbol

En ese impresionante –e insólito también– impulso cultural Ilse Weber


jugó un papel de enorme envergadura. Su reputación como poeta y
dramaturga del mundo infantil le facilitó, sin duda, una rápida integración
en el amplio círculo de artistas e intelectuales checos que malvivían
como podían en aquel «gueto especial». Convertida en enfermera jefe
de la comunidad judía del campo, durante los casi dos años que duró
su residencia en el infierno utilizó la literatura como una herramienta
terapéutica más orientada, casi obsesivamente, a ofrecer un poco de
sentido a las vidas humilladas de quienes se hacinaban en la miserable
enfermería que tenía a su cargo y, de un modo muy especial, a paliar
con una guitarra en la mano, el profundo desconcierto emocional de los
niños que aguardaban en Theresienstadt el turno de su muerte. Ya sea
como receptores, o bien como focos de luz que irradiaba sobre su propio
mundo, ellos serían los protagonistas indiscutibles de una gran parte de
la obra que dejó entre los farallones de aquel campo, y que, gracias al
trabajo incansable de su esposo –que logró sobrevivir– nos ha sido
posible conservar. [6]

Ilse con uno de sus dos hijos


Su poesía tenía, pues, unos claros objetivos, y estaba orientada en
una precisa dirección y hacia un mundo –el de la infancia– igualmente
concreto. Tomando en consideración estas circunstancias, nada tiene
de extraño que Ilse Weber adoptase para su escritura un lenguaje
sencillo y cercano a la experiencia cotidiana, y que huyera –como aceite
del agua– de toda vehemencia retórica que acentuase por la vía del
dramatismo los tintes sombríos de la realidad o que ayudase con el
soplo de la épica a ensanchar los límites de un espacio para la
esperanza. La poeta objetiva en la «patria» ese espacio de esperanza,
sí, pero ¿a qué «patria», a qué «lugar en el mundo» se refiere? La
«patria» que Ilse Weber ofrece en sus canciones a los niños de
Theresienstadt –y a sí misma– no hace referencia sólo ni
principalmente a un lugar concreto; tampoco proyecta sobre sí misma
un vínculo religioso o de cualquier otra naturaleza que no sea la
experiencia misma y compartida del dolor. En su poema «A casa», el
«hogar» comparece como la única «patria», un lugar imaginario que no
tiene más limites que los propios de ese mundo de seguridad y de
certezas que un día les fue arrebatado y al que podrán volver un día. En
su impresionante «Canción de cuna de Theresienstadt»,ese marco
de seguridades cristaliza en la imagen de un padre que se sienta a los
pies de su cama, pero cuya ausencia –“tu padre ha muerto en el lager”–
insta a los niños a aceptar, pues sólo desde la asunción de la realidad
se puede construir un espacio perdurable de esperanza. Lo mismo
ocurre cuando traza las fronteras de su propio “lugar en el mundo”.
En «Camino por Theresienstadt», por ejemplo, las fronteras las marca
“mi hogar – tú, maravillosa palabra que ahogas por completo mi
corazón”; los hijos lo hacen en sus «Cinco años», y el esposo en
su «Adiós, compañero»: ellos, y sólo ellos, constituyen la única
«patria» de Ilse Weber, la «patria» cuya “ausencia me ha rendido y
pintado de blanco mis cabellos”…
Una familia judía dirigiéndose en Auschwitz a las Cámaras
de Gas, (© Yad Vashem), que ilustra la portada de la novela La
Cicatriz del Humo, de Amela Einat, editada en el año 2002 por El
Toro de Barro.

Sin embargo, conforme el agotamiento y la esperanza van


domando su espíritu, el «hogar» que acoge, la «patria» que a ella y a
los niños les espera, se transforma poco a poco en la propia muerte.
En «Libertad pequeña», de hecho, se concreta en un “campo lejano
lleno de hierbajos / que nos ceden generosamente los guardianes /
cuando en él, sombríos, nos dan la sepultura”. La metáfora del “campo”
cede su puesto a una ”luna” dibujada en el negror del cielo, y cuya luz
se alza por encima del humo de las chimeneas como el hogar final al
que los niños y ella misma se dirigen. En los últimos instantes de su
vida, quienes en Auschwitz la vieron caminar hacia la cámara de gas
con su pequeño Tommy en brazos, y rodeada de la famélica legión de
niños sucios y asustados que ella misma había cuidado en el hospicio
de Theresienstadt, recuerdan que iba cantando con ellos una canción
tan hermosa como sobrecogedora, «Wiegala, wiegala, weier»; una
canción en la que Ilse se permitió, por primera vez, dejarse llevar por
esas metáforas desbordantes de imaginación que tanto agracen los
chavales –y también los poetas verdaderos; una canción cuyos versos
nos han llegado milagrosamente intactos, y de la que resultan muy difícil
hablar sin que la emoción te rompa como un tazón de loza arrojado por
las escaleras. La “luna” es una “linterna” –cantaban–, “refugio en el cielo
negro”, “duérmete niño, también”, que nada turbe tu sueño…Eso
cantaban los niños de Ilse, eso no más cantaban y cantaban. El «hogar»
es la muerte…
«la luna es una linterna
de pie contemplando el mundo
refugio en el cielo negro»

Ellos –los niños– y las circunstancias dramáticas en que abrasaban su


vida, fueron hasta el final los grandes protagonistas de sus versos, a los
que despojó voluntariamente durante su cautiverio de cualquier
perturbación lingüística que debilitara la comunicabilidad de una
escritura nacida con una sólida vocación de realismo y de verosimilitud.
Con la sola excepción de su “Wiegala”, la poeta checa hizo un
verdadero ejercicio de contención, reduciendo el lenguaje poético a los
márgenes estrictos del lenguaje hablado, y situando en la anécdota la
fuente primordial de la emoción literaria: la tensa relación entre la
sobriedad antirretórica de la expresión y la dramática circunstancia que
le sirve como punto de partida, multiplica los efectos emocionales de la
vida contada hasta límites sobrecogedores, y convierte el dolor en un
dolor más ancho y en un seco lanzazo de verdad. Su poesía, en este
sentido, no quiso trascender la realidad, sino ser «testimonio» de una
vida sometida a “cerco” y de una experiencia personal y compartida de
orfandad que aglutinaba a los seres en un “yo” poético colectivo cuya
cualidad venía dada más por las circunstancias que en común se
soportaban que por la conciencia de pertenecer a un pueblo –el judío–
perseguido por la fatalidad. Un cerco, en fin, del que no habría otra
salida que la deportación definitiva hacia la muerte.
Shalom, Ilse, que Dios te abrace en su seno.
Canción de cuna de Theresienstadt

Versión de Carlos Morales

Ro-ro-ro, niños, a dormir!,


chiquillo de Bohemia, muchacha del Rin.
Llegasteis aquí como extraños,
y de patria carecéis.
Dormís serenos ahora en la misma estancia
un placentero sueño de vuestra niñez,
lejos del dolor y de nuestra congoja.

¿Qué miras con esos ojos abiertos,


tan serio tú, muchachito de Viena?
Tu padre está muerto. Murió en el lager.
Le gustaba sentarse en tiempos sobre tu cama...
¡Debes olvidar! Eres pequeño aún.
Seremos buenos contigo y con nuestra ayuda
todo te será más fácil de sobrellevar.
Ahora duérmete, mi niño, y no pienses.

Dormid todos, pequeños, los rubios y los morenos


de Moravia y de Bohemia, de los campos de Alemania,
perdido ya vuestro rumbo, arrojados de vuestra vía,
abandonados, enfermos, famélicos y huérfanos.
Compartimos las mismas calamidades, el mismo destino;
Pero habréis de crecer, si Dios lo quiere,
y aunque ahora nos tambaleamos en nuestro desamparo,
siempre amanece tras la noche.

Ro-Ro-Ro, alguna vez dejará de ser un sueño


y tendremos de nuevo un lugar en el mundo.
Caerán las cadenas, volveremos a ser libres
¡y toda pesadumbre será cosa del ayer!
Las heridas se cierran y cicatrizan,
pronto olvidaréis tanta miseria.
Y saldréis cogidos de la mano,
a conquistar un hogar y una nueva patria.

A casa

Versión de Carlos Morales

"¡Quiero volver a casa¡" –la primera vez


que escuché este grito lastimero de angustia
fue en el edificio ferial, antes de abandonar Praga.
Era invierno. La nieve alta cubría
los árboles y las casas
y sucia se derretía en el pabellón.
Ninguna estufa daba calor, la puerta no cerraba,
ateridos de frío nos disponíamos a descansar.
Sobre las tablas húmedas, embozados y anudados,
el bullicio había cesado ya.
De pronto la aguda queja sonó
desde un lejano rincón de la sala miserable,
la inocente voz de un niño: "¡quiero volver a casa!"

Ha pasado un año, un año fecundo de dolor.


El muro invisible del gueto nos envuelve.
Los días ensartan una larga cadena de pesares;
la envidia y la torpeza aportan nuevos golpes.
Atormentados y hambrientos, perseguidos y acosados,
por mil heridas las entrañas lastimadas,
expoliados, humillados, privados de los seres que quisimos,
pisoteado aquello en que creíamos,
a menudo nos agobia tanto todo
que no creemos poderlo resistir.
Y en medio ese horror, como una plegaria,
lucha por salir del pecho: "¡querría volver a casa!"
Adiós compañero

Versión de Carlos Morales

Adiós, compañero,
se separan aquí nuestros caminos,
pues mañana he de partir.
Me despido de ti, hostigada,
me obligan a dejar este lugar,
salgo con el transporte hacia Polonia.

A menudo me has dado tu valor.


Me has sido leal y bondadoso,
dispuesto siempre a prestarme ayuda.
Apretabas mi mano
y ahuyentabas mi zozobra.
Compartíamos juntos el dolor.

Adiós, compañero,
cómo me pesa tu pérdida,
cuán difícil se me hace despedirme.
No pierdas el ánimo:
¡tanto que te he querido
y ya no volveré a verte más!
Wiegala, wiegala, weier

Versión de Carlos Morales

Wiegala, wiegala, weier,


el viento toca la lira,
dulce entre juncos verdes.
Silba el ruiseñor su canto.
Wiegala, wiegala, weier,
el viento toca la lira.

Wiegala, wiegala, werne,


la luna es una linterna
de pie contemplando el mundo
refugio en el cielo negro.
Wiegala, wiegala, werne,
la luna es una linterna.

Wiegala, wiegala, wille,


¡qué silencioso está el mundo!
Nada turbe su quietud.
Duermete, niño, también,
Wiegala, wiegala, wille,
¡el mundo todo es silencio!

La noche

Versión de Carlos Morales

Por la noche, cuando volvemos del trabajo,


no hay ningún lugar que nos acoja, ninguna cálida luz.
Nos entretenemos titubeantes en los corredores
porque nos desespera la oscuridad de nuestro cuarto.
Ahora, y como pena, nos han quitado hasta la luz,
alguien habrá infringido alguna de las normas.
¿Cuál? Los del campo nunca lo sabremos.
Hace semanas que nos movemos en la oscuridad.

Así que nos demoramos bajo los soportales


y alzamos la mirada al firmamento.
Las noches ahora son duraderas y hermosas
por más que las voces retumben dentro del cuartel:

es como si hasta ahora no hubiéramos comprendido


cuánto maravilla el resplandor de los astros.
Bien mirado, más sabio sería arrojarnos al sueño
y no llorar y llorar, noche tras noche…

Camino porTheresienstadt

Versión de Carlos Morales

Camino perdida por Theresienstadt,


con el corazón rebosante de plomo,
hasta que abruptamente mi paso se detiene
cerca del bastión.

Ahí me quedo, paralizada en el puente,


y miro hacia el valle:
¡Cuánto me gustaría seguir caminando,
y poder volver de nuevo al hogar!

Mi hogar! –tú, maravillosa palabra,


ni corazón ahogas por completo,
te llevaron lejos,
nada tengo ya.
Doliente y apagada doy vueltas y vueltas,
oh, cuánto me pesa el infinito girar:
Theresienstadt, Theresienstadt,
¿cuándo cesará el dolor,
cuándo seremos libres de nuevo?

Cinco años
Versión de Carlos Morales

A veces, cuando camino por la calle


Intentando escapar del bullicio del cuartel,
me encuentro de pronto con los niños, y recuerdo:
también tú tienes niños, perdidos en la lejanía.

La limpia mirada de una muchacha desconocida


dolorida y dulce reaviva mi memoria.
Cómo se parece al mío aquel niño que juega,
detengo entonces mis pasos y vuelvo la vista atrás.

Hace cinco años que se fueron, para vivir


con gentes extrañas en un extraño país.
Nosotros seguimos aquí, despojados de nuestra dicha
seguimos aquí, arrojados al dolor, y miserables.

Cinco años ya, me cuesta concebirlo.


Su ausencia me ha rendido y pintado de blanco mis cabellos.
El niño ya será un mozuelo, y la que fue una niña
se habrá abierto como una muchacha en flor.

¿Volveré a verlos algún día?


Mi vida ya no es sino una larga espera
y, mientras tanto, acumulo tristezas y fatigas
¿Quién me compensará los años que perdí?
JIRI ORTEN
Jirí Orten
(Checoslovaquia, 1919-1941)

Pequeña elegía
Traducción de Clara Janés
16 de septiembre de 1939
Los amigos partieron. Mi amada duerme en la lejanía.
Y fuera hay una gran oscuridad.
Me digo palabras, son blancas por la lámpara,
y ya casi dormido
recuerdo a mi madre. El recuerdo otoñal.
En verdad, como el frío, como si yo supiera
todo lo que ahora sin duda hace mamá.
Está en casa, en su habitación. La estufa de mi infancia,
hacia la cual el caballito de balancín siempre conmigo trotará,
la estufa de mi infancia, que hace ya tiempo no se enciende.
Le da calor. A mamá. Mi mamá. Está silenciosa,
junta las manos, piensa en mi padre
que ya murió.
Y luego pela fruta para mí.
Estoy a su lado. Con ella. Sin duda nos verás,
Dios, cruel, que tanto nos quitaste.
¡Qué oscuridad hay fuera! ¿Qué es lo que decía?
Ah, ya sé, quería decir
por todas las horas, en las que dormí tranquilamente
y por todos los seres queridos que descansan,
que ahora, cuando llega el otoño
y todo, hasta los días, se acorta,
no sé estar solo, sólo con la lámpara que ilumina,
y que a pesar de haber sembrado la tierra
no viviré ya.

Del libro
Solo al atardecer
Prólogo, traducción y notas de Clara Janés
Pre-textos, Valencia, 1996.
Pavel Friedmann
(7 de enero de 1921 – 29 de septiembre de 1944)
La última
mariposa
Versión de Carlos Morales

Theresientadt, 4 de junio de 1942

La última, precisamente la última,


era de un brillante amarillo que aún me deslumbra.
Era como si el sol no pudiera dejar de llorar sobre las piedras...
Tan amarilla era, y volaba ligera hacia lo alto
Seguramente quería despedirse del mundo, con un beso.
Hace siete semanas que vivo encerrado en este gueto,
al lado de mi gente, y las flores me llaman,
y la rama blanca del castaño del patio.
Pero ya no he vuelto a ver más mariposas.
Aquella fue la última mariposa que yo vi.
Aquí, en el gueto, las mariposas ya no saben, no pueden volar.
La última mariposa…

Robert Desnos
(Paris, 1900 –Theresiendtath, 1945)
El último poema
(1944)

Robert Desnós murió de Tifus el 8 de junio de 1945,


poco después de que fuera liberado el campo de
Theresienstadt. Tenía 44 años de edad.
He soñado tan fuertemente contigo,
he caminado tanto, conversado tanto,
de tal forma amado tu sombra,
que ya no me queda nada de ti.
Me queda solamente el ser, la sombra
entre las sombras,
ser cien veces más sombra que la sombra,
de ser la sombra que vendrá y volverá a venir
a tu vida extendida bajo el sol.
He soñado tanto contigo,
dormido y despierto he soñado tanto contigo,
que tiemblo al pensar que no eres más que un sueño.
Que tu dulce realidad jamás será la realidad para mis brazos,
que tu boca seguirá lejana de la mía,
como si ya te hubiese enterrado,
o fantasmal erraras más allá de la luna.
¿Acaso sabes tú lo que es vivir en sueños?
tener al lado una mujer dormida,
y estrecharte a ti contra mi pecho,
y estrechar no más que sombra y noche,
aunque mi ser, todo mi ser, suspirara por tu ser.
He conversado tanto contigo,
marchado tantas veces, tu mano entre la mía,
bajo árboles, estrellas, nubes, que nunca has existido,
que no es tiempo talvez de despertarme todavía.
Temo la realidad, la tierna realidad tuya,
y sin embargo por ella he vivido como llama,
como llama sedienta de envolver el contorno de tu cuerpo,
de encontrar, al fin, la tibia carne de tu boca,
no el sueño de tu boca.
Dime que sí, que ya despierte:
Que no sea un sueño, sólo un sueño,
esta desesperada esperanza de mi vida.
«La Recherche», de MIklós Radnóti

Made in Auschwitz
Antología de la poesía del Holocausto
(En preparación, por Carlos Morales)
Miklós Radnoti
(1909- 1944)
La Recherche
Versión de Carlos Morales y Jaime Vándor.

(Lager Heidenau, montañas de Zagubica , 17 de agosto de 1944)

Recuerda también las viejas y suaves tardes


Y sus brillantes mesas coronadas por los poetas y sus jóvenes
esposas.
¿Dónde queda el barro del recuerdo en que te deslizas, dónde está la
noche en la que los exuberantes amigos bebían alegremente el vino
natal
que brillaba en sus ojos bellísimos?.

Los versos nadaban alrededor del resplandor de las lámparas.


Y los adjetivos verdes y brillantes se balanceaban sobre la cresta
espumosa de su música, y los muertos estaban vivos, y los prisioneros
en sus casas, los poemas de los viejos amigos cuyos corazones se
perdieron bajo la tierra en España, Flandes y Ucrania.

Algunos se lanzaron hacia el frente, apretando sus dientes contra el


fuego, y lucharon porque nada pudieron hacer para evitarlo,
mientras dormía la alarma de un mundo adormecido y sucio,
Bajo la cubierta de la noche, recordando los viejos hogares del
pasado,
sus cuevas e islas tranquilas, alejadas de este tiempo.
Algunos de ellos viajaron indefensos en vagones sellados de ganado
a lugares donde se quedaron aturdidos y rígidos, esperando
desarmados en los helados campos de minas, otros marcharon
voluntariamente y silenciosos con un arma en la mano al lugar que
escogieron, donde estaba su lucha y ahora el ángel de la libertad
guarda sus sueños en la noche.
Algunos, no importa ya. ¿De dónde vienen los vinos sabios?
Llegaron los invasores y se multiplicaron. Y se multiplicaron las
arrugas alrededor de las sonrisas de sus labios y de sus ojos de las
mujeres. Y se cansaron de las hadas las muchachas en medio del
silencio de la guerra.

Dónde está la noche, la taberna, los tres, debajo de esta mesa.


Y quienes viven aún, dónde están cayendo ahora los que combaten.
Mi corazón oye sus voces, mis manos se anudan a sus manos,
su valor y sus torsos se despliegan ante mi
-prisionero silencioso- en las terribles montañas de Serbia.

Dónde está la noche. Esa noche ya nunca volverá.


La Muerte lo mira todo desde otra perspectiva.
Todavía se sientan a la mesa, se esconden en la sonrisa de las
mujeres.
Y volverán a beber de nuevo en nuestras copas, los amigos aún sin
sepultar en los bosques remotos, dormidos ya en pastos extraños…

Postal 1ª

Versión de Carlos Morales

30 de Agosto de 1944

Más allá de Bulgaria,


el salvaje rugido de la artillería estalla como un trueno
en la cima de los montes, y sus ecos atraviesan el silencio,
espantando a los hombres, los carros y las bestias;
los potros relinchan en la carretera y sus crines galopan en el cielo,
mas nunca me abandonas, amor, en este caos sin límite
que brilla en mi conciencia –incandescente y denso,
en algún lugar, querida, que permanecerá por siempre–
así, inmóvil y mudo como un ángel asustado por la mudez de la
muerte,
como un escarabajo escondido en el corazón de un árbol que se
pudre.

No puedo sabeR

Versión de Carlos Morales

17 de enero 1944.

No puedo saber qué significa para otros este paisaje,


mi patria, este pequeño país abrazado al fuego,
el mundo de mi niñez que lejana se mece.
Crecí de él, como una tierna rama del tronco de un árbol,
y espero ver mi cuerpo hundirse en él un día.
Estoy aquí, en casa. Y si alguna vez a mis pies se arrodilla
un arbusto, conozco su flor y hasta su nombre,
sé adónde van y quiénes van por el camino,
y sé qué significa en la madrugada del verano
ese dolor rojo que nace en el muro de las casa.
Para el piloto que lo sobrevuela, este paisaje es tan sólo un mapa
y no sabe en qué lugar vivió Mihäly Vörösmarty,
¿qué esconde para él esta región? fábricas y áridos cuarteles.
Yo veo un saltamontes, un buey, la torre, una granja apacible,
pero él ve fábricas con los prismáticos y campos de labranza;
yo veo trabajadores que tiemblan por lo suyo,
temporeros que silban, bosques, viñedos y tumbas,
y entre las tumbas madres que lloran en silencio.
Y lo que desde arriba son raíles y fábricas indemnes que hay que
destruir
es el guardagujas y el ferroviario dando la señal
rodeado de niños y con una bandera roja en la manos,
y en el patio de la fábrica se revuelca un perro pastor,
y allí está el parque, la huella de los viejos amores,
y el sabor a miel y arándano de los besos en mi boca,
y aquí la piedra que puse al borde de la acera
para que el maestro no me preguntara,
la piedra que ahora piso y nadie pude ver desde lo alto.
Es verdad, somos culpables, mas no más que el resto de los pueblos,
y sabemos bien cuándo hemos pecado, dónde y de qué modo,
pero aquí vive gente que trabaja, y poetas sin culpa,
y niños de pecho en los que la razón madura,
la misma que ahora los alumbra y protege en los sótanos oscuros
hasta que el delo de la paz dibuje de nuevo una señal en nuestra tierra
y con su fresca voz responda a las palabras nuestras tan ahogadas.

Oh, nube del amanecer, cúbrenos ya con tu extensas alas.

Miklós Radnóti, "Séptima égloga"

Miklós Radnóti adoraba a su esposa, Fanny, a la que escribía


casi todas las noches cartas y postales y poemas que nunca
llegarían a sus manos,Su recuerdo era el único impulso que le
animaba a sobrevivir a la barbarie. ¡Cuánto la amó!...

Negra leche del alba:


Antología de la poesía del Holocausto
(En preparación, por Carlos Morales)
Miklós Radnóti
Séptima égloga
Versión de Carlos Morales

Julio de 1944, en las montañas de Zagubica.

Lo ves, anochece y el barracón, el salvaje cerco de roble


que abraza la alambrada parece flotar, absorbido por la noche.
El marco de nuestro cautiverio lo dibuja lentamente la mirada
y sólo el cerebro, sólo él conoce la tensión del alambre.
Lo ves, mi amor, aquí hasta nuestra fantasía se libera únicamente
de este modo, nuestro quebrado cuerpo lo libera el sueño,
el bello redentor, y el campo de presos se encamina a casa.

Andrajosos y descarnados, desde la cima ciega de Serbia


los presos vuelan roncando hacia el paisaje solapado de casa.
¡Paisaje solapado de casa! Ah, ¿existe aún el hogar?
¿A salvo quizá de las bombas? ¿Está como cuando nos alistaron?
El que gime a la derecha, el que duerme a la izquierda, ¿volverán?
Dime, ¿existe allá aún una patria, donde conozcan el hexámetro?

Sin acentos, palpando a ciegas verso a verso,


así escribo el poema en la tiniebla, lo mismo que vivo,
a tientas, arrastrándome sobre el papel como un gusano;
linterna, libro, todo lo quitaron los guardianes del campo,
y tampoco llega el correo, sólo la niebla cubre nuestro barracón.

Aquí, en los montes, entre rumores e insectos vive el francés,


el polaco, el ruidoso italiano, el serbio disidente, el judío caviloso,
viven, el cuerpo febril hecho pedazos, una misma vida,
aguardan buenas noticias, no las bellas palabras de una mujer
sino las de su liberación,
y aguardan el final, que se precipita en la espesa penumbra, o el
milagro.

Heme aquí tumbado en una tabla, cautivo animal entre parásitos, el


asalto
de las pulgas se renueva, mas se ha calmado la legión de las moscas.
Es de noche, un día menos, ya ves, de cautiverio
y también un día menos para vivir. El campamento duerme. Bañado
de luna el paisaje, el alambre refulge tenso, y por la ventana,
proyectándose sobre la pared en las voces de la noche,
se ve la sombra de los centinelas armados.

El campo está dormido, lo ves, amor, zumban los sueños,


ronca uno, se sobresalta, se da la vuelta en su angosto espacio,
se duerme de nuevo, brillante el rostro. Tan sólo yo velo sentado,
siento un resto de colilla en mi boca en lugar del sabor
de tus besos y el sueño no acude para dispensar su caricia,
pues sin ti vivir no puedo ya, ni sé morir tampoco…

Miklós Radnóti. "Postal Segunda"


Negra leche del alba:
Antología de la poesía del Holocausto
(En preparación, por Carlos Morales)
Miklós Radnóti
Postal 2ª

Versión de Carlos Morales

6 de Octubre de 1944.
Cerca de Crvenka, Serbia.
A unos pocas millas a lo lejos están quemando
los montones de heno y las casas,
y mientras, agachados en la orilla de este placentero prado,
los campesinos asustados fuman sus pipas.
Aquí, ahora, la pequeña pastora se adentra en el estanque
y juega con los plateados rizos del agua,
mientras se inclina a beber su lanuda oveja
y mira las nubes pasar nadando a la deriva.

Miklos Radnôti, "Marcha forzada"

Negra leche del alba:


Antología de la poesía del Holocausto
(En preparación, por Carlos Morales)
Miklós Radnóti
Marcha forzada

Versión de Carlos Morales

Está loco el que, habiéndose desplomado se levanta y reanuda el


paso,
y como dolor flotante mueve tobillo y rodilla,
y retoma la marcha, como llevado en alas,
y en vano lo llama la cuneta, no se atreve a quedarse,
y si preguntas ¿por qué no? quizá conteste aún
que una mujer le espera y una muerte más sabia y más
hermosa.
Pero está loco el infeliz, porque allí sobre los hogares
hace tiempo ya que sólo el viento abrasado remolina,
se ha vencido la pared de la casa, el ciruelo se tronchó,
y el viento eriza el vello de la noche vernácula.
Oh, si pudiera creerlo: que no sólo llevo en mi corazón
todo lo que aún vale la pena y hay un hogar al que volver;
¡si aún existiese! y como antaño en el fresco y viejo porche
zumbase la pacífica abeja en tanto se enfría la confitura
de ciruela,
y el silencio de los fines de verano tomase el sol en los jardines
soñolientos,
entre el follaje los frutos desnudos se meciesen,
y Fanny me esperase rubia ante el seto bermejo,
y escribiese sombras lentamente la lenta mañana,
–pero ¡sí, es posible todavía! ¡la luna hoy luce tan redonda!
No sigas andando, amigo, ¡repréndeme a gritos y me levantaré!
Miklós Radnóti."Postal tercera"

Negra leche del alba:


Antología de la poesía del Holocausto
(En preparación, por Carlos Morales)
Miklós Radnóti
Postal 3ª
Versión de Carlos Morales

24 de octubre de 1944.
Mohács.

Los bueyes babean saliva y sangre.


Nosotros todos orinamos sangre.
Somos una horda sudorosa y salvaje.
Nuestro hedor se suma al que sopla la muerte.

Miklós Radnóti. "Última postal"


Negra leche del alba:
Antología de la poesía del Holocausto
(En preparación, por Carlos Morales)

Miklós Radnóti
Última postal

Versión de Carlos Morales

31 de octubre de 1944.
Cerca de de Szentkiralyszabadja.
Fue el último poema que escribió.

Caí junto a él, junto a su cuerpo entregado


y tenso como una cadena recién ajustada,
tenía un disparo en la nuca. “Así acabaré”
–me dije– “acostado e inmóvil,
como una flor que aguarda en medio de la muerte."
Entonces una voz cercana me dijo desde arriba
“florecerás de nuevo”,[1]
mientras el barro y la sangre sellaban mis oídos.
NELLY SACHS

Nelly Sachs
Estamos tan lastimados

Versión de Carlos Morales

Estamos tan lastimados


que creemos morir
si la calle nos arroja una palabra maligna.
La calle no lo sabe,
pero ella no soporta nuestra carga;
no está acostumbrada a que alguien descerraje sobre ella
un Vesubio de dolores.
Los recuerdos de los tiempos antiquísimos fueron extirpados
cuando la luz se hizo artificial,
y los ángeles juegan ya solamente con pájaros y flores
o sonríen en los sueños de un niño que duerme.

Amo a mi amo

Versión de Carlos Morales

Amo a mi amo.
Recolecto broza cada día para encender su fuego.
Amo sus ojos azules.
Soy un cordero en sus manos.
Derramo miel en sus oídos.
Amo sus manos,
las pócimas de hierbas que me ofrece.
Mi amo me muerde y me subyuga.
Y mientras aviento su cuerpo
me narra leyendas secretas y olvidadas.

"Coro de los consoladores", de Nelly Sachs, Nobel de Literatura de


1962.

Liberación del campo de Bergen Belsen, el 15 de abril de 1945

Negra leche del alba:


Antología de la poesía del Holocausto
(En preparación)

Nelly Sachs
Coro de los consoladoreS

Versión de Carlos Morales

Somos jardineros y nos hemos quedado sin flores...


No podemos plantar en el ayer un brebaje que sane
nuestro mañana.
En las cunas he envejecido la salvia
ante los nuevos muertos,
y también el ajenjo estuvo amargo ayer.
Las flores del consuelo brotaron para morir temprano
y no alcanzan para el dolor de un niño que llora.
Quizá un nuevo polen
arraigue en el corazón de quien canta en la noche.
¿Quién puede consolar de entre nosotros?
En lo más profundo del desfiladero
abierto entre el mañana y el ayer
un ángel pulveriza con sus alas los rayos del dolor,
pero sus manos mantienen separadas las rocas
del ayer y del mañana
como los bordes de una herida
que debe aún permanecer abierta
y que sanar no puede todavía.
Los rayos del dolor
no dan tregua al campo del olvido

¿Quién puede consolar de entre nosotros?


Jardineros somos,
y nos hemos quedado sin flores,
y estamos sobre una estrella que luce,
y lloramos.

Quién vació la arena de vuestros zapatoS

Versión de Carlos Morales

Quién vació la arena de vuestros zapatos


cuando debíais levantaros de la muerte?
La arena que Israel se trajo a casa
¿su arena errante?
La arena ardiente del Monte Sinaí,
fundida en la garganta de los ruiseñores,
fundida en las alas de las mariposas,
fundida en el ansia de polvo de las serpientes,
fundida en todo lo que mana de la sabiduría de Salomón,
fundida en el sabor amargo del ajenjo escondido.

Oh vosotros, dedos
que vaciasteis la arena del zapato de los muertos,
¡seréis mañana el polvo
que llene los zapatos de los que han de venir!

"Estamos tan lastimados", de Nelly Sachs


Negra leche del alba:
Antología de la poesía del Holocausto
(En preparación por Carlos Morales del Coso)

Nelly Sachs
Estamos tan lastimados

Versión de Carlos Morales

Estamos tan lastimados


que creemos morir
si la calle nos arroja una palabra maligna.
La calle no lo sabe,
pero ella no soporta nuestra carga;
no está acostumbrada a que alguien descerraje sobre ella
un Vesubio de dolores.
Los recuerdos de los tiempos antiquísimos fueron extirpados
cuando la luz se hizo artificial,
y los ángeles juegan ya solamente con pájaros y flores
o sonríen en los sueños de un niño que duerme.
Elsa Langer
(Alemania, 1933)
La mesa

Por qué no cierra la puerta?


Los rincones vacíos.
También el sol se fue.
Olvidó los colores en el suelo y se fue.
Pasaron las horas.
Las siete velas se consumían.
Y yo
bajo la mesa recordaba otra mesa
donde la sangre cálida caía sobre mí.
Sabía sin saber,
sabía sin comprender,
comprendía sin hablar.
Sola,
con los colores del piso que el sol había olvidado.

El tren negro

Corro y corro, por favor.


El tren es negro.
Golpeo las puertas, una a una,
y todas las ventanillas.
– ¡Necesito viajar! Tengo los boletos ¡los boletos!
El tren está quieto.
El tren está caliente.
– ¿Quién viaja? Pasajeros, ¡pasajeros!
El tren bufa.
Corro y corro.
Por favor las puertas
yo viajo, tengo los boletos, ¡los boletos!
– ¿No hay pasajeros?
El tren cierra los ojos.
Corro y corro, ¡por favor, yo viajo,
abran las puertas!
El tren exhala su caliente aliento,
queda mudo, chato queda,
ciego, muerto.
Golpeo las puertas, las ventanas.
Por favor, yo viajo,
mis boletos, mis boletos blancos.
Se apagan las luces,
acaricio las puertas,
me arrodillo
por favor, yo viajo.
Abrazo las ruedas, los hierros,
viajo.
Mis boletos, mis boletos blancos.

Piedra

Y vino el viento
pálido,
fuerte,
alado
pero yo era piedra
ciega,
sorda,
muda
y gimió en mis pliegues
y besó mis manos
pero yo era piedra

muda,
sorda,
ciega.

Sombras

Las sombras enormes reían.


Todos corrían con valijas, vestidos de negro.
El aeropuerto estaba en la meseta.
El avión de acero esperaba con su boca y sus ojos verdes.
Todos corrían hablando lenguas diferentes.
– ¡Hay que tomar el avión!
Una careta blanca sonriente
y otra careta blanca sonriente.
– ¡El avión va a partir!
Todos corrían sobre el piso perfecto.
– ¡El avión va a partir!
Todos corrían.
– ¡Pasajeros, pasajeros!
Las sombras se morían de risa.
Todos corrían vestidos de negro.
Una careta blanca se acerca a otra, sonriente.
¡Hablan, hablan! lenguas diferentes.
Todos corrían, corrían.
Las maletas pesaban.
– ¡El avión va a partir!
Ligero, ligero el avión zumbaba.
Ligero, ligero el avión de acero
de boca cerrada, de ojos verdes.
Las sombras gigantes se morían de risa
mientras todos corrían, corrían.
– ¡Señores, el avión parte!
Zumbido y risas lo ocupan todo.
Los vestidos negros corren, corren
con sus caretas blancas sonrientes
mientras hablan lenguas diferentes.
Las sombras ocupan todo el cielo.
Se mueven muertos de risa, corren, corren.
El avión, el avión de acero zumba, zumba.
– ¡Por favor, señores, el avión parte. El avión se aleja!
Los hombres vestidos de negro apretando sus maletas
se sientan en el suelo.
Las caretas blancas, sonrientes cuelgan.
Las sombras se mueren de risa.
El avión se aleja. Es un punto.
El silencio es perfecto.
Los vestidos de negro fatigados
con sus caretas blancas colgando
estrechando sus aletas
esperan, esperan...
En el suelo yacen las sombras muertas.
Las puertas

Puertas, puertas
grito puertas desespero
– ¡Ábranse!
Aun corro por las calles grito.
Las golpeo de un lado las puertas
acaricio el otro
– ¡Ábranse!
llamo a la gente:
– Miren, ¡no se abren!
Las abrazo y lloro,
me arrodillo y ruego
– Puertas, puertas.
¿Por qué no se abren
las puertas?
Con voz extraña
escucho decir:
– las cerré en mi infancia
y ya no quiero abrirlas.
Rosas rojas siempre

Quité de mi cintura el lazo


y lo extendí en el suelo.
Descalza dancé,
besé despacio los escalones
y bajé.
Temblé de pinos negros,
recogí bastones
y tuve miedo.
Grité, grité,
giré, giré.
Mi eco encendió luces
en las gotas del rocío.
Recogí mi vientre entre las manos
y corrí, corrí
por las arenas blancas.
Me estrellé en los espejos.
Subí a una pluma blanca y navegué.
Todas las luces giraron
y las sombras agigantadas
se murieron de horror.
Pero el lago era implacable,
frío.
El caballo blanco,
el de las crines rojas
lloraba.
Besé mi silencio.
Vibró una nota.
Se quebraron los espejos
en miles, en millones.
De pronto fui estatua.
En mis hombros palomas.
A mis pies rosas rojas siempre.
Un vestido en la floresta

Si el alma mía te contara


serían las gotas frescas de un cántaro,
verías mi imagen entre los juncos,
buscarías mi vestido
en la penumbra de la floresta.
Sabrías que mi cuerpo fue
un caracol marino calcinado por el sol,
blanqueado de salitre
recostado en las dunas.
Oirías las mañanas solitarias de agosto
en que las olas pierden sus espumas
y se van sordas de frío.
Amarías un cuerpo azul marino
que caminaba las horas
entre las dunas blancas.
Si te contara mi alma
quedarías mordido
de sal, y de blancura,
sobre las dunas de silencio

El cuarto soleado

Dónde nació mi tristeza.


Entre las vastas paredes amarillas
de un alto y soleado cuarto
sólo miro los trenes.
Entre los árboles acurrucados y oscuros,
allá en la parte baja,
los horizontes están lejos, lejos,
y los trenes vienen,
pero el mío no viene.
El mío, ese de madera y hierro negro,
el que cruje caliente,
el que lleva dentro una mujer
vestida de negro.
La colcha blanca me tapa,
las voces tiernas me duermen,
pero el tren no viene.
No viene,
la escalera no tiene los pasos que quiero,
el tren no viene.
El sol blanco, mi vestido blanco,
la ciudad dormida, mi colcha blanca y las voces tiernas
pero mi tren no viene.
Mi madre no viaja y su vestido es negro,
mis rizos son negros.
Mis lágrimas en noches blancas, en colchas blancas
me sellaron de tristeza
porque el tren no viene
y no vino.
Desde entonces espero con ojos llenos de lejanías
con oídos sordos pero atentos a los pasos y a los trenes.
Mi alma se transformó
en un cuarto soleado y desolado,
blanco de vacío
con voces tiernas
sin trenes y sin pasos.
La tristeza de mi espera
los infinitos horizontes de los mares
no ha podido ahogar.
Immanuel Weissglas
(Rumanía, 1920-1979)
Él
Traducción de Javier Galarza
(1944)
Elevamos tumbas en el aire y nos asentamos al fin
Con mujeres y niños en el lugar que se nos pide.
Cavamos con diligencia, otros tocan el violín,
Se crea una tumba y la danza ya sigue.
Él quiere que sobre esas tripas con más osadía
El arco roce tan severo como su faz:
Tocad suavemente la muerte, es un maestro alemán.
Que a través de los campos suavemente se desliza.
Y cuando el crepúsculo con sangre surge a la tarde
Abro yo rumiando la boca ensañada,
Cavando para todos una casa en los aires:
Amplia como el ataúd, apretada como la hora de la muerte.
Él juega en la casa con serpientes, amenaza, hace versos;
En Alemania el crepúsculo como en los cabellos de Gretchen.
La tumba que se prepara en las nubes no tendrá ya estrechez:
Porque la muerte era ya, desde lejos, un maestro alemán,
Jaime Vándor
(Austria, 1933 – España, 2014)
Nunca Korczak llegó a Jerusalén

Callejuelas, cúpulas, valles


colinas, tumbas
santuarios
la estela de Seti en el Museo Rockefeller
piedras con mensaje
olivos de cintura dolorida
ramas jóvenes de troncos cansados
fecundos dedos índice, hinneni elocuente
testimonio -
muralllas, zoco, bullicio
un jazmín y un fusil
silencio ocre
Jerusalén.

"Si un día te perdieras"


tez apagada, ojos encendidos
resonancias de yeshivot en la voz
imagen clásica del jasid dijo
"si un día te perdieras,
ven aquí y te encontrarás"
al curioso intruso
desierta la plazoleta, polvo y calor
parado el tiempo, el sol en el cénit
clavado
parado el tiempo en las noches de las yeshivot
había aprendido el inglés
para regalar la frase al turista, sonriente se la lleva
anécdota
inadvertido le cala en las entretelas.
Repetís con orgullo el nombre de vuestras luminarias
empezad ya la famosa lista
el airado profeta de la clase
reivindicador del derecho proletario
y el que encontró nombres para
sus complejos y abrió puertas
al amordazado interior
y el sabio que intuyó la fórmula
para bien o para mal
y renunció a ser presidente
y los otros todos que siempre olvidáis
por tener a éstos demasiado en la memoria
filosofía medieval, medicina de todas las épocas,
música serial, dodecafonía concisa,
el narrador tuberculoso del horror concentrado
que tan bien presagió nuestro callejón sin salida
cierto, cierto, no digo que no
y la Ethica More Geometrico Demonstrata
Rachel en Phèdre, Eisenstein tras la cámara
y el teatro de Reinhardt y el pincel de Liebermann
el inventor por docenas, de investigadores un centenar
un centenar de primera fila
pálido siempre frente al fulgor del artista
liso e incoloro el hombre de ciencia.
Engordáis de contento, qué pueblo el nuestro
qué desproporción
nunca tan pocos hicieron tanto.
Recitad, reiterad, sorbed la retahila
(de paso lucís el cencerro cultural)
afirmaos crasos nombradlos con unción
mullida coraza es el orgullo
cada nombre un timbre de gloria
adoquín macizo, mojón inamovible
qué cómodo no recordar el mérito de los demás.
El nombre que falta es el sacrificio
y la soledad, la soledad que
se ofrece para compañía
compasión activa, solidaridad.
El sendero que falta bordeado de lirios
ascensión-descenso a lo irrespirable.
Falta Henryk Goldszmit alias Janusz Korczak
judío pese a sus padres y quizá pese a sí mismo
personaje, si los hubo, inverosímil
que renunció a encontrarse en Jerusalén
por compartir en Polonia una fosa común.
Vida muerte, palabra obra pensamiento
"…sesenta y cuatro años de pluma y de ejemplo…"
no le va al doctor el discurso con chistera
pobre figura, dolicocéfalo tenaz
huraño amoroso inquebrantable
mirada de dádiva contumaz acrisola
dureza dolor dulzura desdén.

No viste su recuerdo domingos académicos,


otra cosa, otra intención, otras páginas
para lomos que no adornan las estanterías
catálogos que omiten la K como la G.
Otra intención, otra comezón, otras lágrimas
no siempre sitiales prescinden de escritos,
libros hay que ignoran el sitio de honor.
El arte le importaba de un modo secundario
la ética no desdeña reñir con la estética
su ciencia es apenas un párrafo
de un grueso código en vías de creación
apenas un palmo de vidriera en la fortaleza-catedral
que el tiempo levanta para hacer justicia al niño.
Ya está dicha la palabra clave
estandarte de una trágica existencia
niño, infante, desvalido, rapaz, niño,
débil, inerme, mocoso, puer, niño,
insospechada clase oprimida
clan de ignoradas leyes propias
niño, sí, es la palabra clave
menospreciado, manipulado, el objeto niño
pero si creías que con niño estaba todo dicho
habías agotado el repertorio de las resonancias
los ecos que van de la cruzada inconcebible
a los niños suizos del idiota Mishkin
a la entrañable caterva de Alíosha Karamásov
contén la respiración y dí:
huérfano.

Niño, y además, huérfano -


salvoconducto al corazón de Janusz
indefenso, él también, pero ante la compasión
huracán que arrastra tierra que cede
fuego que arrasa agua que anega
fuerza inmisericorde de los elementos la compasión -
niño, huérfano, guerra, hambre, miedo
niño
huérfano
guerra
hambre
miedo
espacia las palabras, no huyas, deja que penetren
y, sombrío, multiplícalas por tres mil,
tres mil huérfanos cercados por la muralla
dí mil novecientos cuarenta y dos,
total no hace tanto,
ni está tan lejos
ni puede archivarse
el ghetto de Varsovia.
Callejuelas, cipreses, valles
rosadas piedras
santuarios
aire que pugna por subir desde el mar
mirada que el Scopus desliza hacia el desierto
brumas lejanas -
olor a pita, incienso, alquitrán
obras de alcantarillado
autobuses, polvo, gentío
arqueología, hálito de siglos
horas de visita y un muecín
silencio tenso
Jerusalén.
En vano buscarías la lápida
AQUÍ HABITÓ JANUSZ KORCZAK
¿cómo habrían sido la mesa, el camastro
papel, lápiz, la Biblia y un diccionario
el cuarto que él soñaba pequeño y callado
donde ser un viejo estudiante pobre
ser, aprender hebreo y descubrir el por qué?
Son palabras textuales que con sello de Polonia
entre esperanza y desaliento a Eretz dirigió.
Hoy existen sellos polacos con su efigie
y sellos del Estado de Israel
piadosa Antígona es la filatelia
hasta Alemania conmemora el centenario.
Hoy tiene calle el doctor en Jerusalén
pero casa no llegó a tenerla
"mi vocabulario no incluye la palabra desertar"
son muchos los niños judíos de la calle Krochmalna
y muchos los niños cristianos de Bielany
muchas las bocas que alimentar, los ojos sedientos
las fichas pediátricas, los orinales que vaciar.
Y cada día son más los niños huérfanos
y los que se encargan de que así sea,
los estómagos contraídos aprenden modestia -
en el ghetto
la cuestión estriba en procurarse el mínimo
ah, el mínimo sin el cual
ya ni el sano puede tenerse.
Sylvanus nos habla del niño que sueña con el perro
ser de fábula conocido sólo por las ilustraciones -
en el ghetto
los perros hace tiempo fueron sacrificados
el amigo del hombre convertido en el mínimo.

Debilitado Korczak se apoya en la jamba


los miembros desfallecen, hosca la voz increpante
mendiga por las calles para sus niños sus niños
pan dinero mantas medicinas
el célebre doctor, escritor, publicista, pedagogo
disertante en Radio Varsovia, Universidad
el viejo luchador, ahora mendigo, cero, paria
ensaya una vía inédita de reivindicación social
cómo volver a sus niños sus niños
pan dinero mantas medicinas
no tiene christmas cards para vender
sólo un corazón llagado de conmiseración
para recordar doscientos picos de pajarillo inocente
no necesita el año internacional.

Quien dice muerte no dice liberación


hay muertes que son culminación:
escapar del mal por la tenaza de lo peor
culatazos-gritos-sobresalto-pavor
trenes hacinados-oscuridad-inmundicia
vértigo-hedor-estupor-inmundicia
horror inenarrable-desvarío-defecación
- dónde, cuándo, cuánto sin explicación
los desechos delirantes que el infierno embute
descoyuntados rotos el vagón los escupe
perros azuzados invaden el andén
órdenes de mando sacuden la sien
ya hincan los dientes empieza la diversión
a punto la charanga para cada ocasión
Ascensión es su nombre en la jerga local
claves religiosas para el odio brutal.
Vagón de muerte, andén de muerte, salida
carrera de muerte, acoso de muerte, batida
ciencia y experiencia hablan a la par
en cueros y sin aliento han de llegar,
la industria de la muerte engulle el convoy
el Reich de los Mil Años empieza hoy
a más jadeo menos tiempo menos gas letal
inocuas paredes lisas vislumbre genial
trampa, broma eficaz que un sabio concibió

- mas el cuarto de hora nadie lo describió ----------------

Los blancos huérfanos se fueron por la chimenea


los blancos huérfanos y su educador
doscientos niños de Krochmalna, no de Bielany
- o ciento noventa, o doscientos ocho
unos niños más o menos, por favor, es ridículo
donde Moloc se tragó a tres cuartos de millón.
Repliegue táctico, hay que borrar las huellas
los hornos son servidos desde la fosa común
sobre el estertor de los barracones se siembra alfalfa
donde Treblinka solucionó a tres cuartos de millón
el "campo" vuelve a ser campo cumplida su misión.
Disperso el humo reviven los pinos
en plácida campiña cantan los cuclillos
Alemania ignorante, Polonia resignada
si hubo judíos es cosa pasada
disperso el humo respira la conciencia
donde no hay memoria no hay penitencia
silente el bosque, campesinos en la huerta
crece la hierba en la vía muerta
reviven los pinos, la aldea callada
el sol en el cénit y aquí no pasó nada.
Callejuelas, cipreses, valles
colinas, nubes
campanarios…
¡Alto!, detente -
diríase… sí:
desde la Ciudad Nueva fluye en el viento
raudal sonoro magnificiencia festiva
prometeico y viril alterna el timbal,
vibrante el tutti de dos veces ciento
concluye la Novena, unidos gozosamente
cuerda y voces, madera y metal.
Escucha atento, recoge el eco
Schiller en hebreo y en
Jerusalén.

Y en la corte celestial ¿qué cantarán los niños?,


miríada que sobrevuela la luminosa ciudad?
No loan al Creador
no exaltan la Alegría
magnifican al Sumo Doctor Consolador.
Escucha atento, recoge el eco
- mas no te engañes, es imagen de poeta
apenas si propia de un fresco de Chagall
los mártires no vuelan
los mártires no cantan
el más allá ignora el diapasón
no te vayas con la impresión falaz
de que todo se resuelve en un acorde perfecto.
La Historia no acaba, y menos con la tónica
las aguas no menguan
el arco jamás luce
aplacando portentoso sañas anubadas
catarsis aquí no valen para salir reconfortado.
Moraleja cándido ciervo
brinco de la esperanza
salto ad astra del sin embargo
que ayudara a pasar la página,
moraleja en tal fábula no se facilita.

Pero si pones en tu lengua una gota de este dolor


destilarás quizá un extracto de la admonición:
una masacre nunca es la última
todavía no estamos sentados como hermanos y
sigue siendo un obsceno misterio
el Mal con mayúscula -
pero si pones en tu lengua una gota de este dolor
sabrás que el cabo es también para ti
la culpa final, cierto, a quién atribuirla
pero sí es nuestra la culpa finita sí
y mientras te creas al margen no tendrás las manos
limpias No busques culpables, tú mismo has
de cambiar
antes que las manos están los corazones
y mejor es no ensuciarse que pensar en la colada.
Cada resentimiento es una mancha
Cada palabra dicha sin piedad deja un morado
un nudo en el cordel, en el lienzo, en la garganta
Cada imposición es un grillete
y se engaña quien cree engendrar el Bien
atando su bien en las muñecas de otro.
Tu voluntad puede ser una ligadura
Vecino no dispongas del aire de tu vecino
Tu verdad no es un monopolio
"Misericordia quiero y no sacrificios"
Tu texto no es el único.
Moisés se quedó en el Monte Nebo
Alguna vez Salomón se equivocó
no vas a ser tú más perfecto
relaja los músculos abre el puño agacha la cabeza y
pide medita ofrece siembra amor.

Piedras con mensaje


olivos de cintura dolorida
ramas jóvenes de troncos cansados…
Mientras haya niños en el mundo
chiquillos ayunos de lo más elemental
el dolor del buen Korczak será para las almas
aura polen trigo miel lumbre caudal
pues en tanto nuestro barro no admita
una nueva cocción
la generosidad será
- simple, heroica, vulgar -
nuestra única opción
para extender por cúpulas valles
nubes santuarios
colinas tumbas
zocos campanarios
el rocío de la esperanza
el mantillo del bien
silencio distendido
Jerusalén.
Yad vashem
No olvidar

***

"Cuando los nazis desalojaron el ghetto de Varsovia y el orfanato, le


ofrecieron quedarse en el mismo, Korczak rehusó. Dijo a sus niños
que se vistieran de la mejor manera posible, representaron una obra
de teatro (La oficina de Correos, de Rabindranath Tagore), y cantando
al frente de ellos los acompaño a la Umschalagplatz (lugar desde
dónde los judíos eran conducidos a los trenes) y de allí junto con sus
niños fue a Treblinka, donde sufrió el mismo destino que ellos. Esto lo
presenció Irena Sendler, una enfermera polaca que es otro ejemplo
del BIEN. Dice Irena Sendler: "Subió al tren por la parte de delante.
Llevaba al más pequeño en brazos, y a otro de la mano...Los niños
iban vestidos de domingo. Llevaban un uniforme de dril azul. Iban de
cuatro en cuatro, a paso ligero, sin detenerse, con dignidad, hacia la
plaza de trasbordos: la plaza de la muerte. Y ¿que decía el mundo
entonces? ¡El mundo guardaba silencio!...Los niños no sabían nada
hasta el momento en que las manos asesinas de los criminales
alemanes cerraran las puertas de los vagones con destino a Treblinka.
Allí morirían....Los más pequeños aprietan muñecos en sus
manitas...Korczak echaba mano de su fantasía para distraer a los
niños de aquellas atrocidades. Tenía un gran corazón...Y yo lo vi con
mis propios ojos".
Fuente: http://medicinayholocausto.blogspot.com/2011/02/janusz-
korczak.html
Publicado por El Toro de Barro en 4:33 No hay comentarios:
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Etiquetas: (Nac) Austria, (Psª) Jaime Vandor
miércoles, 13 de agosto de 2014
«Hijos», de Jaime Vándor...

Jaime Vándor

In nomine Auschwitz
(Antología de la poesía del Holocausto)
Estudio, selección y notas de Carlos Morales.
(En preparación)

Jaime Vandor
(Austria, 1933 – España, 2014)
Hijos
31 de octubre de 1993

Ya sé que sufrís cuando


sufro
y lleno la habitación
hasta no caber
de mí mismo.

Ya sé que os ahoga
mi densidad
conozco eso y vuestra
impaciencia
vuestras ganas de abrir
la ventana –

Korczak, borboto,
decís ya sé, papá.

Aún vuestro no saber os pesa,


por favor ahora no,
de qué sirve, reconócelo

mas no puedo refrenarme


egoísta, lacerado
me arrimo para descargar
mi oneroso pesar en
hombros de juventud.

Miradas suplicantes déjanos ir


Por qué, papá, siempre tan dramático
lo que sea pasó hace ya mucho tiempo

Y es cierto. Me recrimino
queréis volar y yo os mojo las alas
no importa que las lágrimas fluyan
–grietas demasiado conocidas–
hacia adentro.

Por Dios no tracéis esta línea


Yo también sé reír en otros momentos
sois testigos
también yo comparto, creedme,
la alegre inconsistencia
os juro que puedo ser normal
como cualquier otro que nada sabe
ni piensa ni recuerda ni

Pero hay horas en que me rinde


la roca lúgubre
no es el águila que picotea,
es el cuco, ojo mudo
avasalla el cerebro

y vosotros impotentes
estáis tan lejos –
felizmente a salvo.

Mis palabras no os llegan


como no os llegan mis latidos
por más que os lleve dentro de mí
(nadie me absolverá de esa asintonía)
entiendo pero no me consuela:
ramas os mece la brisa y a la flor
qué habrían de importarle
las añejas anillas del tronco

No se trata de saber
en esto estamos de acuerdo
vuestro torrente y mi río
corren hacia eras distintas
salta el vuestro, espeso el mío
me arrastra aguas arriba
sería ésa mi auténtica patria?

Hijos del dolor


no es culpa vuestra
mi reloj asigna lejanos lutos
duelo de personas que ni he conocido
manecillas enloquecidas me hostigan
¡ay, ruta solitaria!
y esta alforja de plomo...

...idos, idos, ya hablaremos,


si no me molesto,
claro que hallaremos
el momento propiciado
y yo mismo seré otro
mañana.
Suave, mohína se cierra la puerta
vuelvo a quedarme
y más que antes, solo.

Qué oscuridad sin vosotros


qué frío de repente
qué simas sin eco.
Ya no sé, es Korczak
quien me aplasta o la ausencia
mejor cerrar los ojos
mientras sigue sofocante
esta densidad
cuando lleno la habitación
hasta no caber
de mí mismo.
-----
Querría vuestro perdón pero ya no estáis.

Reizl Zhijlinsky
(¿?)
El ropero vacio

El viento de setiembre repite el último pedido


de mi hermano Iukev:
—Voy a esconderme, Iashek, en tu casa,
en el ropero vacío;
solo necesitas traerme alguna vez
un poco de agua,
un trozo de pan
para sobrevivir.
Pero Iashek, nuestro vecino polaco,
guardó silencio.

De los árboles caen muertas, junto con las hojas amarillas,


las últimas palabras de mi hermano.
Todos los roperos vacíos del mundo
tienen ahora sus puertas abiertas de par en par,
y esperan que mi hermano venga a beber agua y a comer pan.
Amir Or
(Israel, 1956)
El crimenPerfecto

(Traducción Gerardo Lewin)

El crimen perfecto no conoce razones, dijo.


El crimen perfecto pide un objeto perfecto,
como se dio allá, en Auschwitz.
No me refiero a los crematorios, por supuesto,
sino a lo que sucedía después del horario laboral.

Luego calló: contemplaba la espuma y bebía unos sorbos.

El crimen perfecto es igual al amor, dijo.


El crimen perfecto no precisa nada perfecto
excepto el dar, tanto como se pueda.
La vida es eterna,
incluso en el recuerdo del espasmo,
incluso los alaridos que mecieron mi mano,
la orina que como misericordia cayó sobre la carne congelada,
el golpe de los tacos que despertaron otros infinitos.
Incluso el silencio, dijo
contemplando la espuma.

Es cierto: un trabajo bien hecho es muy liberador,


y sin embargo
un crimen perfecto no derrama
ni siquiera una gota.
Como los labios de un niño, me explicó.
Como la arena y la espuma de las olas.

Como oye.
Como bebe y oye.
Anna Rossell
(1951)
Sangre en el brazalete
Traducción de Anna Rossell

El Masnou, 10-10-2012
Los oíste llegar con sus mastines.
Y eran de hierro los golpes
Jugabas en la calle, las voces
de los pequeños se rompieron.
Y eran de plomo los golpes
Pintaron el estigma en el cristal,
profanaron tu casa,
un día de sol para tantos ojos.
Y eran para padre los golpes
Ríen los hombres de cinturón de cuero,
sus botas vomitan el veneno,
descargan truenos sus muecas.
Y tantos ojos sin la boca y sin el gesto.
Y eran para padre los golpes
En el suelo, un manojo de todo y de ruina.
Sangre en el brazalete.

Humildad

Aprende la humildad de un grano


de arena, hazte vacío, seno de curva
suave y poroso epitelio que acaricie.
Haz de tus límites el vientre
acogedor del extranjero,
aquella nada inmensa donde cualquier
Ulises encuentre su refugio.
Y una casa

Espérame, amor mío

Traducción de Anna Rossell

No hay espejos aquí,


pero yo he visto mis pechos
delante de mí,
después del recuento de la mañana.

Eran tantos y tan largos los pechos…

Copos de nieve nos caían


sobre el pelo. Los ojos azules me han mirado
a mí, entonces, y el dedo ha sentenciado
con un leve movimiento a la derecha.

Espérame, amor mío, que


ya voy.

Eran tan largos los pechos…

Berlin, Puerta de Brandemburgo

Traducción de Anna Rossell

Berlín, Cora-Berliner-Straße eins


son millones las voces de los muertos hablan
desde el cemento desde la piedra fría y uniforme
del horror clama ensordecedor un inmenso silencio
reclama la presencia de los muertos
es un cemento igual un mismo negro igual
infinita llanura homogénea de la muerte
de sufrimiento igualmente infinito y cotidiano
de incertidumbre igual no tiene nombres el cemento
son tantos millones los nombres gritan al cielo
los nombres y el cielo no responde a tantas voces
la razón enmudece ante estas muertes
la muerte me engulle poco a poco me lleva
por los oscuros pasillos del cemento tienen
un destino cierto es intricado pero cierto me aísla
del exterior la muerte me atrapa en el seno
del laberinto es de cemento de ceniza
esta muerte me atraviesa la piel con dedos finos
esta muerte me hace un nudo en la garganta
me ahoga con mano férrea y decidida esta muerte
la muerte tiene las paredes altas y oscuras
empequeñece reduce evapora del todo esta muerte
el suelo bajo mis pies es inseguro no es llano el miedo
que me posee el ahogo es ondulado no hay cielo
más allá de las paredes tan pequeña me siento en el seno
de la muerte falta el aire en esta oscuridad el cemento
el cemento lo invade todo presencia absoluta
del cemento presencia absoluta de la muerte
es vertical la muerte y horizontal horizontales
son las tumbas de los muertos no ocupan las tumbas
estos muertos ocupan el aire que no hay son de ceniza
de cemento son recuerdo de ceniza del pasado compañía
de ceniza en el presente ceniza por que no sea en el futuro
aquí los caminos son tantos y tantos caminos llevan
al destino cierto conducen al mismo lugar estos caminos
caminos que llevan a más y más caminos
que conducen de nuevo a más caminos repliegues
matizados del sufrimiento alguien de repente atraviesa
a lo lejos el mío alguien más allá me ve desde el suyo
un tercer hombre cruza mi camino vamos solos
son solitarios y de muchos los caminos es solitario y de millones
el destino el camino de la muerte es igual diversamente igual
proviene de distintos lugares aboca al mismo lugar aboca
al mismo lugar aboca al mismo lugar
aboca al mismo
lugar

El precio

Traducción de Anna Rossell

A qué precio paga un segundo el alma


para lograr un día más de vida?
Los cuerpos desnudos de los míos llenan
mis noches, llenan mis noches los gritos de los cuerpos
desnudos, el pánico de tantos al acarar la muerte, el burujo
de cadáveres de ancianos, niños y mujeres, la ceniza
que me bebe la piel a cambio de un segundo más
de vida.

Y sin embargo no quiero seguir vivo


cuando esta pesadilla haya acabado.
Aquí me he conocido, y ya nunca, ni yo ni nada, volverá a ser
como antes.

¿A qué precio paga un segundo el alma


para lograr un día más de vida?

El vagón

Traducción de Anna Rossell

La rendija ha dejado de sernos


esperanza. Ya no llora el bebé,
pero su madre lo estrecha
contra su pecho aún.

Agua, ha dicho todavía,


una vez más.

Y la noche ha caído definitivamente


en el vagón. Y el tren de carga
ha empezado a moverse de nuevo,
lentamente.

Como si no hubiera llegado a su destino


aún.

La sonrisa en el frío

Traducción de Anna Rossell

Hace tanto frío aquí, y todo


es yermo y gris, ninguna piel da calor
a otra piel, ninguna mano acaricia
otra mano.

Pero hoy, cuando cavábamos la zanja


junto a la alambrada, me ha parecido que me sonreías.
Y he visto que era cierto: cuando se han llevado
el cuerpo tenías un gesto plácido en los labios.

Aquí

Traducción de Anna Rossell


He aprendido que nada significa lo mismo,
aquí.
Aquí es necesario aprenderlo todo
otra vez.

Las palabras no son las palabras,


aquí.
Aquí es necesario un nuevo léxico
para todo. Decimos hambre,
y no es hambre lo que sentimos;
dolor, y no es dolor; maldad,
y no es maldad,
aquí.

Para decir nunca decimos Morgen früh,


aquí. Mañana carece de sentido.

No hay palabras,
aquí.

La última carta de Judith

Traducción de Anna Rossell

A Judith, una niña de doce años,


víctima de un genocidio

Querido padre,
quiero decirte adiós,
adiós por siempre, padre,
ya nos llegó la muerte, padre,
y yo quiero vivir, y tengo tanto miedo
de esta muerte de esta muerte dicen
que a los niños los tiran vivos
a la fosa.
Adiós por siempre padre padre
ich habe solche Angst
vor diesem Tod.
ANTONELLA ANEDDA

Las tres estaciones

Traducción de Emilio Coco

I
Echa tu pan a la superficie del agua, lo encontrarás en los días: no
encontraremos el alimento, ni la recompensa, no la levedad sino el
hacha pesada de la bendición.

Quien pierde tiene la espalda libre para cargar con el mundo. Ningún
equipaje para arrastrar mejor el hierro y la madera de un carro, y dejar
que en el dorso se amontonen el aire y la lluvia, la multiplicidad, el
desorden de las cosas. No es la resignación terrena sino la fuerza dócil
de Cristo que en Getsemaní responde a los soldados: sí soy yo; la
pobreza de la roca, de la mortaja vacía por el peso de los pecados
humanos.

Giotto vio todo esto en la Renuncia de los bienes de Asís. Francisco


está desnudo pero en torno a su privación, en el ángulo recto de su
cuerpo arrodillado todo pesa: las arquitecturas, el escudo del cielo, las
vestiduras; todo se espesa como si la ciudad con sus cuidados, sus
ganancias, su beneficio no esperaran más que su gesto.

Tal vez la santidad sea hacerse burro: ser la borrica que siente en los
ijares la espina de los olivos, en la fatiga de la mañana, bajo el gran
cuerpo de Dios, en el gran casco de Jerusalén.
II
Tenemos muy poco para no pecar a través de los seres humanos, para
impedir que el rencor se mueva entre los cuerpos y recorra un trayecto
hasta crear un horizonte.

Podemos sólo constreñir al odio a recaer en nosotros, exactamente,


simplemente, como el agua del jardín que la tierra vuelve oscura y
olvida. Un solo chorro. Es el misterio del miedo, hermano del pecado, el
tremendo asomar de los dos, el uno puente del otro, el uno empujado
por el otro. Sin embargo, existe la gracia de un punto oscuro y perfecto,
la posibilidad de que el mal permanezca en nosotros hasta
descomponerse, hasta morir antes de alcanzar a los demás.

No la huida, sino la espera que protege e impide al mal que nos


atraviese. Nosotros estamos en la mesa del Señor, estamos de lado,
todavía lejos de cualquier cruz, aunque volcada como la de Pedro. No
podemos redimir sino defender. Somos el perro ligero que el Veronés
pinta en la Última cena: tumbado y en vilo, su pequeño cuello golpeado
y bendecido por el mantel de hilo.
III
Al contestar a Gershom Scholem que le acusaba de falta de
Herzenstakt, de dureza e insensibilidad por haber estigmatizado la
colaboración de funcionarios judíos durante la “solución final”, Hannah
Arendt plantea una cuestión importante: “He sostenido”, escribe, “que
no existía ninguna posibilidad de oposición, pero existía la posibilidad
de no hacer nada”.

No hacer el mal, no acogerlo, significa de alguna manera obligarlo a un


trayecto más largo, retardarlo en una acción política que es posibilidad
de dilación, lentitud que puede salvar una vida.

Es verdad, no obedecer era la diferencia que probablemente hubiera


consentido: organización, huida, salvamento o rebelión. Sin embargo
esto no ocurrió y no ocurrió por lo que el mal promete y puntualmente
niega, por ese eterno “quizás” que oscila cosiendo la incertidumbre al
horror.

Un ser humano obedece por miedo y por angustia, por incapacidad para
imaginar un estado distinto a aquel en que se encuentra, y sin embargo
espera sobrevivir, transformarse en alguien capaz de estar cerca de
quien, por el momento, lo ha perdonado. Como quien se abstiene del
mal, una vez más es el tiempo con el que se enfrenta: tiempo para
quedarse, tiempo para justificarse y justificar. Un tiempo privado, sin
derroche, el tiempo seco del cálculo y el escalofrío de la ilusión.

Es la inútil astucia de hacerse comer el último. Es la ilusión de toda


vileza. El poder no necesita al justo sino al paria, matará al paria el
último y tendrá la justificación de su odio. Deslumbrado, antes aún de
cualquier amenaza, el paria ha ido hacia el odio y se ha entregado a él
generosamente, velozmente.

De esta velocidad, de esta trayectoria del alma y del cuerpo, se sirve


cualquier organización criminal a la que basta activar simplemente los
resortes del odio y del temor.

De esta velocidad no es, absolutamente, fácil escapar. A menudo para


no hacer nada, para conocer la libertad de la no participación es
necesario justamente ser “santo”, saber renunciar al tiempo de la ilusión,
saber distinguir en lo profundo de sí mismo la pálida diferencia que pasa
entre una atmósfera de terror y el choque inmediato del terror.

La lentitud necesita un coro de inteligencias, la resistencia precisa de


luz, la capacidad de espera se da a los hombres, raramente, como un
don.

Porque es verdad; el bien es profundo, pero el bien es frágil. A diferencia


del mal se esfuma lentamente entre los siglos, a diferencia del mal tiene
nostalgia también de una sola criatura.
ARTURO BORRA

"Ellos tienen derecho al olvido -pero la herida es imborrable.


Pueden pedir la dulzura que les fue arrebatada -pero nadie puede
ya concedérsela. Tienen derecho a no querer recordar. Nosotros
no." (Arturo Borra). A la derecha de la fotografía, observe el
lector a un niño desnudo que va a ser fusilado.

Negra leche del alba:


Antología de la poesía del Holocausto
(Carlos Morales. En preparación)

Arturo BorraHatikva
(Esperanza)

Con la punta del fusil en silencio los enfilaban.


Traían la promesa de Heydebreck pero la desmentía el trayecto
exiguo. Oscuramente lo sabían los cuerpos, las manos, la nuca.

Vendrá el amanecer pero el frío del metal sobre la espalda venía a


desmentirlo. La orden de desvestirse confirmó lo que todos temían:
una ducha blanca no es lluvia.

Entonces desobedecieron. Con el presentimiento de la ceniza


se destrabó la garganta.

Y cantaron. Y el canto llenó el vacío del vestuario y su miedo


también fue ceniza en un salmo de viento.

Y la noche blanca cantó


en la hora angosta donde se asfixia la última resistencia
entonando uno a uno sus himnos
desnudos de pura pérdida
desnudos en los márgenes del cielo.
Y en pie siguieron cantando "Hatikva"
mientras las culatas se empecinaban en acallar la canción
final.

Y cantaron los viejos las madres con sus hijos en


brazos cantaron
los hombres
todo el campo cantó
como pueden cantar 3792 muertos que enloquecen de esperanza.

(Alemania, 9 de marzo de 1944)


AVNER TRAININ

Avner Trainin
Regreso a AuschwitZ

Recordaba sólo:
rumor de ruedas,
rieles brillantes,
brillantes,
brillantes…
Sabía sólo:
no habré de morir
hasta que los vuelva a ver:
silenciosos,
herrumbrosos,
cubiertos de maleza, de maleza.
Y regresé:
silenciosos,
herrumbrosos,
cubiertos de maleza...
¡Oh, cuántas flores!
CARLOS DE LA RICA

Carlos de la Rica
(España, 1929 – 1997)
Yad Vashem

I
Tras Guival Ram y de repente
están los pinos, refulgen rápidas
las aves transitivas y el paisaje;
embravecido el cemento llega;
llegan al encuentro enhebrados
los personajes de piedra y la madera
quemada, como quemadas fueran
las viviendas un día.
Se abren la voz y su argamasa,
el cemento y su zócalo de esféricos
pedruscos primordiales;
aparece del centro una hoguera,
el río que corre y es un lago
negro, profundo y en sus aguas
–nacidas de inmisericordia antaño–
las tablas de un no usado naufragio.
Está mi pueblo, los plintos en el suelo,
los latidos invisibles del dolor,
los prohibidos nombres están
escritos en hebreo. No hablo alemán,
pero también puedo leer:
Dachau que es él un grito,
un astro metálico abatido;
el hambre de las bocas y
consumidos los cuerpos, las muñecas
con las manos ceñidas por las cuerdas.
Auschwitz hirsuto y de granizo,
fuego lento de gases, nubes
de cabañas arrasadas según costumbre.
La fosa silenciosa donde bajara el ave,
mujeres y los niños que desnudos
los himnos cantan como antes,
–cuando una madre anciana
con su dedo crecido y largo
al cielo señalaba y humo
de incienso a la pradera de arriba
se echaba a andar y rezaba–.
Los montones de zapatos y ropa,
la fauna de la risa fría,
el estallido de Treblinca;
Meidenek y la pechuga inmunda
de la coz y la viga gamada.
Desconozco el idioma, lleva plomo
como llevábalo la vida
segada de un ave libre que volaba
y abatida al suelo cae por el tiro
del cazador. ¡Cuál cómo cada nombre
escrito ha sido en su lugar!
El calofrío del animal con sed,
de la paloma y de sus crías;
digo que no alcanza mi voz
en circundar el pretensado cemento:
fluye, clava y grita la alambrera.
Ocurre que la corriente pasa debajo,
es un pozo que brota, lanza su voz
a lo alto y el pie mío
en movimiento pongo.
Oh pueblo, enciende la lumbre
y la llama deja perenne
en funeral fluir de la epopeya.
Y de Yad Vashem salgo, de la pared
me traigo el jeroglífico
donde tropezar suelen los hombres.
No olvides nunca, pueblo mío,
que en Yad Vashem hay un lago
manso y no conviene dejarlo
nunca que vuelva
y embravecido se repita.

II
Oh pueblo:
Yo he sido un niño ignorante,
pero el río crece y va a parar al mar,
un ruido corre produciendo: yo he contado
los caudales de agua gota a gota,
pues en mi intención siempre pensaba
volver de la tormenta y en la paz
penetrar.
Judíos de Europa:
me siento agarrado del brazo de todas las criaturas,
tú has sido embadurnado de amarillo
y rápido corro hacia el montón apilado,
hacia el humano fardo que de ti hicieran
¡Oh qué lluvia de muerte en vuestra lápida
penetra!
Oh ángeles:
busco de la tarde los perfiles,
la simiente de tanta figura destrozada;
tu nombre busco santo, Sión,
y peregrino recorro las calles y callejones de las ciudades,
en las aldeas tembladas por el viento;
la alambrada repaso de los espinos. Pero busco
igualmente
la sombra de mi pueblo que un gemido lanza,
de tu pueblo, Miguel, del pueblo tuyo,
cuyo destino te fuera confiado y la cinta
aún sostienes con la mano de plumas.
Jersusalem:
escombrada y partida, arrasada,
bufanda arrastrada por los suelos;
oh Tito incendiador, déspota humano,
¡qué lento el desplomarse las torres y las columnas bellas,
los plintos! Y –saltamontes– el humo ennegrecía
las grandes y doradas paredes del Templo.
Massada, oh Massada:
amasada para el placer y la defensa;
pero, ante todo, masa del valor, génesis
de aquel rebaño cuyos corderos signos fueron
del encuentro del grillo y el alfiler que pincha.
Armario de la memoria, lugar
donde el joven llora aún cuando
la emoción penetra en su torso desnudo.
Menorat:
lluvia de luz, estrellas siete en el cobre o el oro,
sobre los viejos hombros transportada
y en las sortijas recordada por cuantos tocan
el sol fulgiendo encima de las cúpulas
de Sión.
Tierra:
humus testigo
de la sangre y la savia
que luego convertida en árboles de las colinas son;
como un abrazo amoroso rodeando con sus dedos,
cercando; y envuelven la ciudad,
Jerusalem
oliendo a hierbaluisa y cedro.
Oh sombras,
ángeles otra vez,
descansad, la caracola de Esther,
ha vuelto
la lentejuela que como recua de cabras tintinea
y es Judit.
Creced,
oh naranjos,
montes poblados de cipreses y rosas,
de cedros y otros árboles más cuyo
nombre ahora no es menester recordar.
Y bajad de la colina donde quedan
el holocausto y el perdón también.
Pero tú, pueblo mío,
vosotros, pueblos de toda tribu, condición y raza,
de toda
familia-especie-humana, recordad siempre
y no olvidéis este nombre
y no lo repitáis más.
Atrás queda el cemento
cuadrado, la arquitectura
exacta en paralelepípedo,
el poderoso sol que su luz desploma
sobre las losas y la yerba;
queda el astro quemante de Yad Vashem,
grano caído en los surcos
de la tierra,
Madre-de-todos-los-pueblos
DAVID ALBERTO FUKS
Fucks, Fukman, Foox…

Reclinado, abrevia el kadish apresurado,


para ganarle la espantada a la asfixia,...
respira bestialidad, resopla aún en el fugaz estío,
pues el viento es fibroso allí y difícil de masticar.
Fukman, Fuksman, Fokse, Foox , Fux,
Fouks, Foks, Foukx, Foux, Fox, Fucas,
Fukx, Fusch, Fukss, Fuk, Fuksz,
Fuchs, Fucks, Fucs, Fuks.
Así se inscriben mis nombres
en las tablas de la ley interfecta,
y en el sonido de la sal,
olvida la savia su sabiduría en la cal,
se desgrana y pulveriza la simiente.
Corean mi nombre de rey,
destronado los espectros,
el rey que a Saúl aligeró
de sus pesares con el tañido de sus cuerdas.
Ahora, melodías antes de ingresar a las cámaras.
Asesinaron al David Fuks que nació en Vinnitsa,
y a otro Dawid en Szydlowiec.
¿Ya mencioné al David Fuks de Skerniewitz?
Caducó su expresión pero no agota su cuerpo las excretas.
Yo muero de amor y de odio
en estos otros de familiar extrañeza.
DAVID AVIDAN

David Avidan
La mancha quedó en el muro
Traducción de Arey Comey

Alguien trató de raspar la mancha del muro,


pero la mancha era más oscura (o al contrario – demasiado
clara)
Entonces mandé al pintor que cubriera el muro de verde,
mas la mancha era demasiado clara.
Llamé al albañil, para que encalara el muro a la perfección,
mas la mancha era demasiado oscura.
De cualquier manera – la mancha quedó en el muro.

Entonces, tomé un cuchillo y traté de raer la mancha del muro.


El cuchillo estaba demasiado afilado,
recién ayer lo afilaron.
De todas maneras
empuñé un hacha y le di al muro, pero paré a tiempo.
No sé por qué pensé de repente
que el muro se fuera a caer y la mancha quedar.
De cualquier manera – la mancha quedó en el muro.

Y cuando me pusieron a mí contra el muro, pedí estar cerca de


/ella
y la cubrí con mi ancho pecho (quién sabe: tal vez)
y cuando me rociaron por la espalda, salpicó mucha sangre,
/pero sólo por la espalda.

Dispararon
y yo que tanto creí que la sangre cubriría la mancha.
Segunda andanada.
Y yo que tanto creí, que la sangre cubriría la mancha.
De cualquier manera – la mancha quedó en el muro.
FERNANDO NOMBELA

Fernando Nombela
(Toledo, 1978)
Todnauberg

I
Mirar sin verte,
tantas veces mirada
que no es vista, reflejo
sombrío del sombrío
desaliento, aliento
ensombreciente que vacila
en sombras: asombro.
De negrura, fatigado vaivén.
II
Qué o quién, si hecha
la luz, arrojará luz?
¿Será, ya depuestos,
desaparecidos dioses
—no en ti, nuestros—
o se hará ángel
la gracia?
III
Estábamos, nosotros
estábamos
y —¿se puede?— no,
no podíamos respirar.
En busca
de aire, hacia
arriba, nadando
en desaliento,
cielo de óxido,
cánticos de ceniza,
encontramos fragmentos.
Nos atragantamos.
No podíamos respirar.
Arriba, encontramos
—¿en el fondo,
encuentro
del fondo?—
pecios,
un mundo, no
el nuestro
y nuestro, fragmentado.
Fragmentos
que no eran
nuestros: éramos
nosotros.
Y estábamos,
estaban muertos.
IV
Astillas, herida
aún abierta, luminosa
herida aun lejanas
las palabras
renacientes.
El tiempo, ¿qué guarece?
Otro tiempo
en que siempre:
siempre los días,
venidero siempre.
Y deseo.
(Sol y mente).
La cabaña, la herida:
astillas solamente.
V
Enfermo,
in-
curable-
mente enfermo.
El dolor
de algunos hombres,
incomprensible.
Dolor,
hombres,
incomprensibles
maestros de Alemania.
Tu pelo, Sulamita,
memoria frágil.
Ceniza doliente.
Tu ensangrentado pelo.
DAVID AVIDAN

David Avidan
La mancha quedó en el muro
Traducción de Arey Comey

Alguien trató de raspar la mancha del muro,


pero la mancha era más oscura (o al contrario – demasiado
clara)
Entonces mandé al pintor que cubriera el muro de verde,
mas la mancha era demasiado clara.
Llamé al albañil, para que encalara el muro a la perfección,
mas la mancha era demasiado oscura.
De cualquier manera – la mancha quedó en el muro.

Entonces, tomé un cuchillo y traté de raer la mancha del muro.


El cuchillo estaba demasiado afilado,
recién ayer lo afilaron.
De todas maneras
empuñé un hacha y le di al muro, pero paré a tiempo.
No sé por qué pensé de repente
que el muro se fuera a caer y la mancha quedar.
De cualquier manera – la mancha quedó en el muro.

Y cuando me pusieron a mí contra el muro, pedí estar cerca de


/ella
y la cubrí con mi ancho pecho (quién sabe: tal vez)
y cuando me rociaron por la espalda, salpicó mucha sangre,
/pero sólo por la espalda.

Dispararon
y yo que tanto creí que la sangre cubriría la mancha.
Segunda andanada.
Y yo que tanto creí, que la sangre cubriría la mancha.
De cualquier manera – la mancha quedó en el muro.

(De su libro
HECTOR BERENGUER

Mujeres en el cementerio juDío

Dedicado a la poeta catalana

Marta Pessarrodona y a José Germán.


I

Algo me hace amar este último rincón de nadie


viejo cementerio judío del pueblo que antes se llamaba Paganini,
tierra amurallada y enrejada donde los tmeim, los impuros,
podían imaginar su Jerusalén Celestial, a la manera de la Zwi Migdal
“conservando en el fondo su temor de Dios y queriendo observar el
pacto de Israel”. Así decía el periódico Mundo Israelita de esos años…
Esta no es la tierra prometida, ni la Praga donde Gustav Meyrinck
imaginó el Golem acechándolo todo. Aquí los cipreses esperan sin
tiempo ni memoria. Esto es el Sur de América, donde Gardel sonríe
con eterna cara de ángel y el hombre siempre fue huérfano y esclavo
de su santa madre.
La gran fuerza del silencio lo ha podido todo, la última inhumación fue
en 1968, año del señor. Ya no habrá Mikvá sagrado para “las pupilas”,
ninguna tumba tendrá alguien que diga kadish en su nombre.
II
Ellas venían de Varsovia, de Lodz, de Cracovia, no más que niñas
rubias, las polacas , "los contrabandistas de seda” las casaban con
papeles, eran una familia a los ojos del mundo y Dios tenia sus ojos
en otra parte, treinta mil dice el archivo de la asistencia pública, tan
solo por estos lugares, con rabino y templo para los creyentes, jueces,
políticos, escritores entre ellos Bioy y Borges como toda la canalla,
mientras el anarco Trauman, fue uno de los siete locos con el nombre
de Haffner en la pluma de Arlt, los estancieros viajaban rutinariamente
a París con sus queridas. Y en Argentina había un millón medio de
desocupados.
Violadas, sometidas, ultrajadas, obligadas a prostituirse, ahora sus
tumbas
hablan como piedras talladas contra el cielo y dicen : El mesías será
una mujer como fue Raquel Liberman o no será nada.
No sé que predijo Nostradamus
pero esta vez
dios será mujer.

III

En Pichincha hubo mercado de esclavas, cafisos, fiocas, panzones,


machos, explotadores, rufianes, proxenetas, reventados, cafiolos
así los llamaban.
Hubo gonorrea, blenorragia y el hospital Carrasco fue también
sífilocomio.
Mientras Malatesta brindaba con champaña entre alfombras y
gobelinos
en el “Madame Safó” las chicas daban todo por cinco pesos la
lata. En Rosario las pupilas, tenían más posiciones que en el
Kama Sutra.
Ahora están allí reunidos todos juntos, en un amasijo de historias
olvidadas el tiempo se repite mas allá de sus
muertos y sigue siendo fuente de toda corrupción.
ISLA CORREGERO

Isla Correyero
(1957)
Diarios de honor y guerra de una fatua inhumana funcionaria nazi

Nevó ayer y anteayer. Hoy es el día 15 de febrero del año más salvaje.
Las gafas que utilizo eran son las de un judío moribundo
Escribo aquí en el campo de Auschzwitz
el que llaman de las atrocidades más eficaces
y graves de la historia.
Como enfermera funcionaria pasé paso trabajando/ aunque no
(estuve especialmente de ayudante
ni aún había nacido
pero sí estuvo mi alma en otro cuerpo
observando cómo se hacían
deshaciendo muertes manipulaciones genéticas
se hacían
respirando experimentos
sin respirar
hice el amor y el odio
pederastia
abortos ascos
metros de agujas cráneos agujeros
en niños niñas
adultos sometidos a los mismos trasplantes pruebas
nuevas medicinas de mis S.S.
Voilà
Necedad suplementaria es mencionar detalles vulgares
como
cuándo una oreja es oreja
o si en una nariz cabía otro orificio
Abismada por el Doctor Clauberg
adoré su alba sobriedad al decidir qué técnica de esterilización
(sobre mujeres hombres
observamos: (Nada ha sido dicho aún de aquello Yo lo digo porque soy
muy rubia.)
Llegamos demasiado pronto ¿verdad?
Pero continuamos aquí. Aquí.
Fuimos los bárbaros que pusimos ponemos
sílabas agudas en bocas de cobayas
se leyeron diccionarios chinos japoneses con química en la bioquímica
del libro de los Muertos y el Dioscórides.
Arte más ciencia dijeron es
sembrar la viruela
el cólera Intoxicar y desintoxicar
con Phenol. Cegar. Ensordecer.
Quemar una divina mano orfebre violinista
Vi casos y casos de asombroso rigor médico clínico.
Nunca me involucré yo tuve
tengo una doble moral para cada pensamiento
en cuanto a belleza y arte se refiere
Llevé y no llevé cuentas de Economía Sanitaria
mobiliario algodón productos mortuorios
carretas de azucenas coronas bandas de registro
cabellos lentes dentaduras oro prótesis
uniformes blancos mascarillas dos gramófonos
era importantísimo escuchar los sonidos
venideros del Más Allá
de Nietzsche a Wagner
o cualquier mancha humana racial
algún defecto
escuchar si es posible la succión del amor.
Al doctor Clauberg debo mi capacidad de murmullo
por Baltutz y sus doce adolescentes nacaradas.
Se escuchó se escuchaba la dispersión magnífica del Dante
por los altavoces de todo el pabellón
largos sonidos salidos del infierno humano
caminaban lentamente por la nieve
como pacientes aves negras iban como personas
desnudas desnutridas a ninguna estrella
fueron a la muerte.
Mas
con un halo de malestar al lado estaba esa columna de horneado aire
con olor a ciclón B
y a carne semihumana
haciendo el equivocado diagnóstico de Europa
de mi germana patria deshonrada
Y ahora ¿qué decir al mundo? ¿Quién? ¿Por qué?
¡Heil!
Si uso las gafas que fueron son de un judío moribundo por ejemplo
¿hay una prueba más bonita de confraternidad?
Si aquello fue como ir a dar un paseo a mi Jacob...
De su libro
Género Humano
2014
JAQUELINE GOLDBERG
Jacqueline Goldberg
Majdanek y los sarmientoS

María Luisa fotografía mis pies,


más pequeños ya que los de mi hijo.
La imagen nada dice del frío.
Estábamos en uno de los grandes viñedos del Sur,
junto al costillar de un dinosaurio.
No aclara el retrato que me dolían los talones,
que la caminata del día anterior fue innecesaria.
Habría otras pisadas, ilegibles,
en el campo de exterminio cercano a Lublín,
donde persiste una barraca con zapatos:
de hombre, de bebé, de terciopelo,
sucios, muy sucios.
Se sabe que arribaron entre nupcias sangradas,
igualados por la consistencia de los odios.
Se sabe que la muerte recupera una simplicidad,
un tajo de luz.
(La parentela materna fue de Varsovia,
¿topé con la ceguera de un bisabuelo?)
Recorrí Majdanek con nerviada premura.
Me detuve bajo el ducto ensañado,
más dócil al acaso, a la belleza mutilada,
inmune a aquellas suelas aulladoras
que se dislocan, mienten,
rezan en lenguas desahuciadas.
El viaje sucedería apenas quince días
después del otro a los deshielos del Sur.
No presentía entonces que mis zapatos
—vigilados entre sarmientos—
conseguirían regresar
de la imprecante cárcava polaca,
del légamo, el ágrafo rencor.
LEON FELIPE

León Felipe
(1884-1968)
Auschwitz

A todos los judíos del mundo,


mis amigos, mis hermanos.

Esos poetas infernales,


Dante, Blake, Rimbaud...
Que hablen más bajo...
¡Que se callen!
Hoy
cualquier habitante de la tierra
sabe mucho más del infierno
que esos tres poetas juntos.
Ya sé que Dante toca muy bien el violín...
¡Oh, el gran virtuoso!...
Pero que no pretenda ahora
con sus tercetos maravillosos
y sus endecasílabos perfectos
asustar a ese niño judío
que está ahí, desgajado de sus padres...
Y solo.
¡Solo!
Aguardando su turno
en los hornos crematorios de Auschwitz.
Dante... tú bajaste a los infiernos
con Virgilio de la mano
(Virgilio, "gran cicerone")
y aquello vuestro de la Divina Comedia
fue un aventura divertida
de música y turismo.
Esto es otra cosa... otra cosa...
¿Cómo te explicaré?
¡Si no tienes imaginación!
Tú... no tienes imaginación,
acuerdate que en tu "Infierno"
no hay un niño siquiera...
Y ese que ves ahí...
Está solo
¡Solo! Sin cicerone...
Esperando que se abran las puertas del infierno
que tú ¡pobre florentino!
No pudiste siquiera imaginar.
Esto es otra cosa... ¿cómo te diré?
¡Mira! Este lugar donde no se puede tocar el violín.
Aquí se rompen las cuerdas de todos
los violines del mundo.
¿Me habéis entendido, poetas infernales?
Virgilio, Dante, Blake, Rimbaud...
¡Hablad más bajo!
¡Tocad más bajo! ...¡Chist!...
¡¡Callaos!!
Yo también soy un gran violinista...
Y he tocado en el infierno muchas veces...
Pero ahora aquí...
Rompo mi violín... y me callo.

De su libro
Oh, este viejo y roto violín
México, 1965
MARIO DOBRY

Mario H. Dobry
(Argentina, 1941)
Trino de los horrores de la noche
(Auschwitz, 1941)

En la calle hay un gorrión negro


que ha vomitado su trino
y el trino defeca olores nauseabundos de la tarde.

El gorrión se ha parado a la altura de una rama


y un niño con su rostro de muerte le sonríe.

Trino de la noche negra del sueño,


trino de la retaguardia del hambre,
trino obsceno.

Cuando marchamos al compás de los alaridos,


repiques de los gritos,
el silencio se hace más profundo en el pecho
y el otro es la oscuridad,
y el humo es la escoria de nuestros cuerpos
que sube
como una fumarola hedionda de las chimeneas
y tiñe los campos con nuestra humillación.

Trino de los gorriones malheridos


del alma.

Esta noche alguien ha muerto de una bala en el cráneo.


¿Pero qué importa esta muerte solitaria
para los conjurados de la muerte?
Esta noche he vomitado en mi camastro
y otro orinó cuando lo ahorcaban en el patio.
¿Acaso la muerte tiene un olor distinto?
Trino de los horrores melancólicos
de las penumbras.

La sordidez de la barraca
hiede a miedo.
Alguno de nosotros mañana
habrá de ver el volumen de la noche
en sus uñas mugrientas y afligidas
y su boca exhalará el vaho
de la angustia.

Trémulo gorgojeo del pájaro


que trina socarronamente.

Llueve sobre los techos de zinc


mal trazados
y arrastra la ceniza que fluye de nuestros pulmones,
el aire está lleno de voces que el humo no ha logrado mitigar
y el desgarrado baile de nuestros huesos crepitando
en las paredes de juntas desparejas
se marchita como una oración.

Trino de la desesperanza
de la razón,
trino amortajado del odio.

El otro ha descolorido mi semblante,


ha negado mi aliento
y estoy solo de soledad
y el hueco de la cama
contiene mi úlcera.

Trino del pájaro que ha huido


a la profundidad del bosque.

El pájaro se ha marchado con su estela


luminosa de arrogancia
y se ha llevado de nuestra herrumbre
nuestras miradas desvanecidas
sin comprenderlas
a la oscuridad del miedo
MAIR WESELTIER
Meir Wieseltier
(Rusia 1941)
Mamá y papá fueron al cine
Traducción de Gerardo Lewin
(De_Canta_Siom)

Está hojeándolo, hay señores desnudos.


Corren, desnudos, y están muy delgados,
también hay señoras con la cola al aire
y gente en pijamas, como en el teatro,
con estrellas de david hechas de tela.
Se veían todos tan feos, tan flaquitos,
con los ojos saltones, como de pollos.

Es muy raro, todo tan gris.


Ilana tiene unos lápices rojos
y azules, verdes, y amarillos y rosas.
Entonces ella va a su cuarto
y trae todos esos hermosos lápices
y les dibuja a todos, muy divertida,
anteojos y caritas sonrientes.

En especial a ese nene pelado y flaco,


le dibuja un enorme bigote rojo
y en la punta del bigote se posa un pajarito.
SALVADOR NEGRO

Salvador Negro
(España)
Esther Stein tras un plácido sueño en AuschwitZ

as uvas frías, el Champán,


a sábana de seda, la amapola
que dibujan los posos de ceniza,
L
restos de maquillaje en la gramola.

(no quiero despertar...)

Desayuno
la luz caliente de los pájaros
que aún no despertaron
y en sigiloso vuelo
dan color a la aurora

Ahora me arrepiento
de todas las palabras
en que yo misma
creé el infierno,
de todas las palabras
que esperan un milagro,
de todas las memorias abrasadas
que fueron una vez
animales salvajes,
de toda la espesura de mi cuerpo
lentamente molido para que
muera lo justo para conservar
una gota de vida,
de todos los capítulos
en que tuvo el final
la verdad que no tuvo el principio.
Padre, madre, ausentes
dioses del corazón, tan confundido,
germinal llama de niñez,
venid a verme,
posad en mi ataúd las manos blancas.

Ahora puedo decirlo, escribo


alucinada por la soledad;
ya mi palabra
es palabra de madre
que despide a los hijos
que no ha visto nacer,
y crujen
sus dientes en la sombra;
estoy
atravesando el mar,
casi ya llego, casi
ya llego y me lo arranca
de las manos el viento

En esos hijos
que nunca tuve pero siento
la fuerza de mis propias manos
Ahí está mi futuro:
pasos, leche
como la leche agria de los huérfanos,
como la leche
de los campos de esclavos,
todo exprimido,
jugo
del trigo negro de los senos,
jugo de las tenazas y el alambre
listos para abortar.

En este mundo
ahora
1941, marzo, frío
sobre los pies descalzos, sangre
de la placenta sin su flor,
la nieve
cae sobre mi sien de virgen
mientras los cuervos limpian
la ceniza del foso;
traen
las madres cada noche
a sus hijos envueltos
en cortinas que un día
envolvieron cadáveres.
Esto fue orden del fuhrer,
orden suprema, exacta,
nos han dicho los ojos
precisos de las sogas.

Esto que está doliendo


dolerá sin saberse,
dolerá desde donde
nadie sabe que existe,
no dolerá tan solo
como algo en la memoria,
dolerá en cada beso
y en cada pie desnudo
y en la raíz del amor
Dolerá, solo eso.
SALVATORE QUASIMODO

Salvatore Qusasimodo
(Italia, 1901-1968)
Auschwitz
Traducción de Antonio Colinas

Allá abajo, amor, en Auschwitz, lejos


del Vístula, a lo largo de la llanura nórdica.
en un campo de muerte: fría, fúnebre,
la lluvia sobre la herrumbre de los postes
y los revoltijos de alambre de las cercas:
ni árboles ni pájaros en el aire gris
o en nuestro pensamiento, sino inercia
y dolor que la memoria abandona
a su silencio sin ironía o ira.

Tú no quieres elegías, lirismos: sólo


razones de nuestra suerte, aquí,
tú, tierna a los obstáculos de la mente,
insegura ante una presencia
clara de vida. Y la vida está aquí,
en cada negación que certeza parece:
aquí oiremos llorar al ángel, al monstruo,
nuestras horas futuras
golpear el más allá, que aquí está, eterno
y en movimiento, no en una imagen
ensoñada, de posible piedad.
Y aquí la metamorfosis, aquí los mitos.
Sin nombres de símbolos o de un dios,
son crónicas, lugares de la tierra,
son Auschwitz, amor. ¡De qué manera súbita
se mutaron en sombrío humo
los amados cuerpos de Alfeo y Aretusa!
De aquel infierno que se abría
con la blanca inscripción “El trabajo os hará libres”,
salió con continuidad el humo
de miles de mujeres empujadas afuera,
al alba de los tugurios contra el muro
del tiro al blanco o ahogadas gritando
misericordia al agua con sus bocas
de esqueleto bajo las lluvias de gas.
Tú las encontrarás, soldado, en tu
historia bajo formas de ríos, de animales,
¿o también eres tú ceniza de Auschwitz,
medalla de silencio?
Quedan largas trenzas encerradas en urnas
de cristal aún ceñidas por amuletos
e infinitas sombras de pequeños zapatos
y bufandas de hebreos, son reliquias
de un tiempo de sabiduría, de sapiencia
del hombre hecho a la medida de las armas,
son los mitos, nuestras metamorfosis.

Sobre los espacios en los que el amor y llanto


y piedad se marchitaron, bajo la lluvia,
allá abajo, se rebelaba un no dentro de nosotros,
un no a la muerte, muerta en Auschwitz,
para no repetirme desde aquella fosa
de cenizas, la muerte.
TERESA COSTA - GRAMUNT
Teresa Costa-Gramunt
(España, 1951)
Cosa cierta

Esta historia es cosa cierta.


La sed de verdad del poeta es cosa cierta.
Sentada en la escalera de la sinagoga
mi sed de justicia es cosa cierta.
En las paredes, por orden alfabético,
los nombres de los encerrados en Terezin,
de los ajusticiados en los campos de exterminio,
son cosa cierta.

Casas, jardines con perfume a mimosa


y establos llenos de paja fresca quedaron vacíos
cuando marcharon como corderos con una maleta en cada mano.
Los fardos se vertieron sin miramientos
a las puertas de la muerte,
miles de vestidos y zapatos quedaron por el suelo.
Nunca más los vestirían ni los calzarían.
Es cosa cierta.
URI ZVI GRINBERG

Uri Zvi Grinberg


(1891-1981)
Bajo el diente del
arado
Versión de Carlos Morales

La nieve ha vuelto a derretirse,


pero los asesinos son ahora labradores.
Salen y labran su campo,
el mismo camposanto donde mi gente yace.
Con el diente de su arado han desenterrado
y volcado sobre el surco
uno de mis esqueletos.
No se aflige el labrador, no se espanta, continúa su tarea
y sonríe al reconocer la huella de sus herramientas.

La primavera ha llegado deslumbrante:


capullos, flores, pájaros que cantan,
rebaños sesteando al lado del arroyo
de aguas mansas y brillantes.

Ya no hay judíos errando en el camino con sus barbas y sus trenzas.


No se les ve rezar en las posadas con los flecos de su chal
cayendo sobre la camisa,
ya no venden en sus baratillos vestidos o pitanza,
ya no laboran en sus talleres ni en los ferrocarriles,
ya no pasean por los mercados ni se acercan a la sinagoga
pues el arado del gentil se cierne de continuo sobre ellos.

El Señor se ha derramado majestuosamente sobre los cristianos.


La primavera es en verdad una primavera
y el verano que anuncia parece exhuberante.
Los árboles despliegan su esplendor en la orilla del camino
como si hubieran crecido en un jardín.
Nunca estuvieron tan rojos los frutales como ahora
que no hay judíos ya.

Y es que los judíos no tenían campanas para cantar a Dios.


Benditos los gentiles porque tienen esbeltos campanarios.
Ahora, en primavera, su son flota por toda la llanura,
y se arrastra tranquilp sobre el vasto paisaje de luz y de perfumes
dominándolo todo con su majestdad,
en cualquier lugar se escuchan sus tañidos,
no como entonces,
cuando serpenteba por los tejados judíos...

Benditos sean los cristianos


por sus altas campanas
con que glorian al Señor
que les protege...

Reposan los judíos bajo el diente del arado,


o debajo de los pastizales,
o en las zanjas del bosque,
o al borde de un camino,
en la orilla del torrente,
...o en su hondura.
VERONICA PEDEMONTE
Verónica Pedemonte
(Uruguay, 1963)
Se escribe siempre desde Auschwitz

Para Silvia Loustau

Las cenizas Celan flotan en todas partes


larga noche, Celan, larga vida.
Largo exilio en tus ojos del color de la muerte.
Vértebras, huesos, pubis, occipital, húmeros tristes,
país invertebrado, amor insomne, tiempo.
De ti surgen y cantan y se aventan
crematorios de ayer hogueras de mañana.
El Sena un no lugar para tu despedida.
Sin arco del triunfo ni héroes conocidos.
Sin por fin la derrota del nazismo absoluto.
Tu adiós de rito oscuro para los bienpensantes que se ganan
su muerte de oro en la rive droite.
No increpan a la parca su impúdica costumbre
de sierva antigua y seca.
Cenizas con lacitos, cenizas con anillos.
Cenizas con idiomas, cenizas con silencios.
Los que hablan lenguas vivas con una lengua muerta.
Los que hablan lenguas muertas con una lengua viva.
Los gorriones de Piaf en el burdel antiguo
y sus ojos enfermos de mirar el amor
mancillado la matriz profanada la piel
que adorna y viste el cuerpo, la cama, la impudicia.
La Weltanshauung, el agudo zapato de aguja.
Pallack palack este abrigo de cuero el calabozo.
Tu cenizas Celan, Ingeborg Bachmann, Kafka.
Nunca después de Auschwitz siempre en Auschwitz.
Auschwitz aquí quinta avenida de los sin fortuna
Auschwitz allí Arrabal de La Miseria esquina La Derrota.
Se escribe con minúsculas tras los messerschmitt.
Larga noche de abril de tu inocencia que toman por delito.
Tu cuerpo propiedad tu cuerpo estigma de tu cuerpo.
Ellos tus dueños que no saben de tu propia mano
Ellos tus dueños que no saben de tu propio sueño.
Que dictan la sentencia condenatoria previa,
que dictan la sentencia condenatoria póstuma
ellos tus dueños, que no saben Celan, y viven muertos
Gertrud Kolmar
(Berlín, 1894 –Auschwitz, 1943)

De la Oscuridad
Traducción de Berta Vias Mahou

Made in Auschwitz

Antología de la poesía del Holocausto


(En preparación, por Carlos Morales)

De la oscuridad vengo yo, una mujer.


Llevo un niño, ya no sé de quién;
en otro tiempo lo supe.
Pero no hay más hombre para mí...
Todos se han hundido a mi paso, como un riachuelo
que la tierra bebió.
Avanzo más y más lejos.
Porque quiero alcanzar las montañas antes de que se haga de día,
y ya se apagan las estrellas.

De la oscuridad vengo yo.


Marchaba sola por oscuras callejas
cuando de pronto se abalanzó una luz, despedazando con sus garras
la blanda negrura,
el leopardo a la cierva,
y una puerta abierta del todo escupió una espantosa algarabía,
un griterío salvaje, un aullido animal.
Unos borrachos se revolcaron...
Todo esto lo sacudí del borde de mis ropas por el camino.

Y atravesé el mercado desierto.


Las hojas nadaban en los charcos, que reflejaban la luna.
Perros flacos, ansiosos, olisqueaban desperdicios sobre las piedras.
Pisoteadas, se podrían las frutas,
y un viejo cubierto de harapos seguía torturando su pobre
instrumento de cuerda.
Cantaba en voz baja un desafinado lamento,
sin ser oído.
Y aquellas frutas que en otro tiempo maduraron al sol, con el rocío,
aún soñaban con el perfume y la dicha de la amorosa flor,
pero el mendigo quejumbroso
hacía tiempo que lo había olvidado y no conocía ya
más que el hambre y la sed.

Ante el palacio del poderoso me detuve en silencio,


y cuando pisé el escalón más bajo,
el porfirio rojo carne estalló, partiéndose bajo mi suela.
Me volví
y miré hacia arriba, hacia la ventana vacía, la tardía vela del pensador,
que meditaba, meditaba, y jamás se libró de su pregunta,
y hacia la lamparilla velada del enfermo que, por supuesto, no estudió
la forma en la que habría de morir.
Bajo los arcos del puente
dos esqueletos horribles se pegaban por el oro.
Yo alcé mi pobreza como un escudo gris ante mi rostro
y seguí mi camino sin ser molestada.

A lo lejos el río habla con sus orillas.

Ahora tropiezo al subir por el sendero de piedra, recalcitrante.


Los guijarros, los matorrales de espinas hieren las manos
que tantean a ciegas:
espera una gruta,
que en la más profunda hendidura alberga al cuervo verde metálico,
el que no tiene nombre.
Entraré ahí,
me acurrucaré bajo la sombra de sus grandes alas y descansaré.
Amodorrada escucharé cómo crece la muda voz de mi hijo
y dormiré, con la frente inclinada hacia el este,
hasta la salida del sol.

De su libro Mundos, Traducido por Berta Vías Mahou, Acantilado,


España, 2005, 1º Edición de 1947.
Y YEVTUSHENKO

Yevgueni Yevtushenko
(Rusia, 1932– 2017)
Babi Yar
Versión de Heberto Padilla

No existe monumento en Babi Yar*,


sólo la agria ladera. Y tengo miedo.
Hoy me siento un judío en el desierto
que de Egipto escapó. Me crucifican
y mis manos conservan los estigmas.
Me parece ser Dreyfus, condenado,
al que juzgan, escupen, encarcelan;
pero de pie resiste la calumnia
y el grito filisteo. Con la punta
de sus sombrillas en mi rostro vejan
mi indefensión mujeres que se acercan
con vestidos de encaje de Bruselas.

O también soy un niño en Bielostok.


De pronto estalla el pogromo.
La sangre derramada cubre el suelo.
Los que huelen a vodka y a cebolla
salen de la taberna y gritan todos:

“Mata judíos: salvarás a Rusia”.


Un tendero se ensaña con mi madre.
Otro hombre me patea. En vano rezo
plegarias que se pierden en la nada.

Me siento dentro
de la piel de Anna Frank que es transparente
como un ramo de abril.
No hacen falta palabras. Siento amor
y sólo necesito que uno a otra
nos miremos de frente.
Separados del cielo y el follaje.

Solamente podemos abrazarnos


en este cuarto a oscuras.
Quiero besarte una vez más, acércate.
Ya vienen. Nada temas: el rumor
es de la primavera que se anuncia
y del témpano roto en el deshielo.

Y en torno a Babi Yar suena la hierba


que ha crecido salvaje desde entonces.
Los árboles nos juzgan. Todo grita
pero el grito está hecho de silencio.
Al descubrirme observo mi cabello.
También ha encanecido. También grito
por los miles de muertos inocentes
masacrados aquí. En cada anciano
y en cada niño al que mataron muero.

Pueblo ruso, mi pueblo: te conozco.


Tú no odias ni razas ni naciones.
Manos viles trataron de infamarte
al usurpar tu nombre y al llamarse
Unión del Pueblo Ruso** No perdono.
Que La Internacional llene los aires
cuando el último
antisemita yazga bajo la tierra.
No soy judío. Como si lo fuera,
me odian todos aquéllos.
Por su odio
soy y seré un verdadero ruso.

***

Babi Yar o Baby Yar es un barranco en las proximidades de Kiev.


En dos días de septiembre de 1941 más de treinta y cinco mil judíos
fueron asesinados allí por las tropas nazis.
Publicado por primera vez en 1961, este poema le valió la presión
al poeta. En esta versión de 1997, tomada del libro Adiós bandera roja
(Selección de poesía y prosa de 1953 a 1996), se tomaron en cuenta
los cambios introducidos por el propio Yevtushenko de la traducción
inglesa de Robert Milner.
Al evocar La Unión del Pueblo Ruso, el poeta recuerda el grupo
antisemita que actuó en Rusia entre el asesinato del zar Alejandro II y
el comienzo de la primera Guerra Mundial. Sus miembros
organizaron pogromos -linchamientos de judíos rusos y destrucción y
robo de sus propiedades- e, infiltrados en la policía secreta zarista,
fabricaron los apócrifos Protocolos de los sabios de Sión.

MATAR NIÑOS
Un relato verídico
[Se plantea un problema]

Martes, 19 de agosto [de 1941], a media tarde


A unos soldados alemanes acuartelados en el centro de la ciudad [Bielaia-Tserkov,
al sur de Kiev (Ucrania), germanizado como Bielacerkiev] les llaman la atención
llantos y gritos de niños que vienen de una casa vecina. Al atardecer, llegan tres
camiones, unos SS los cargan de niños y los camiones se vuelven a ir repletos. Los
soldados tienen plena libertad para asistir a la escena. Algunos conversan con el
conductor de uno de los camiones quien les informa de que se trata de los hijos de
los judíos fusilados y que ellos van a ser fusilados a su vez.
Sin embargo, los camiones no han podido llevarse a todos los niños antes del final
de la jornada de trabajo de los SS. Durante toda la noche, los gritos ininterrumpidos
de los niños que quedan no dejan dormir a los soldados.

Miércoles 20 de agosto, por la mañana.


Muchos hombres están afectados por esto. Su primera reacción es la de hablar con
las personas que les inspiran más confianza, los capellanes, católico y protestante,
del hospital militar, a 500 metros de la casa de los niños, los soldados Emst Tewes
y Gerhard Wilczeck.

20 de agosto, al terminar la mañana


Tras el relato de estos hombres, Tewes y Wilczeck deciden ir a ver ellos mismos lo
que pasa. Los soldados les señalan una pequeña casa de un piso, precedida por
un patio, a 50 metros de la orilla de la calle, al lado de las casas requisadas que
ellos ocupan. Al aproximarse, los capellanes escuchan efectivamente los gemidos
y los gritos de los niños. Constatan que varios soldados van, vienen y visitan la casa
libremente. Solamente un centinela ucraniano está ahí para vigilar a los niños. Los
capellanes entran en la casa, suben al piso por una pequeña escalera. Al llegar a
un corredor, abren una de las puertas y ven decenas de niños amontonados en dos
habitaciones. Constatan que algunos están agotados o inanes, en particular los
bebés. Al salir de la casa los capellanes encuentran de nuevo a los soldados que
expresan su indignación. Para Tewes y Wilczeck, semejante salvajismo no puede
ser obra sino de salvajes, es decir, de los ucranianos. Ven en ello un grave perjuicio
para la reputación del ejército alemán que se lo permite. Entonces van a la
Kommandantur —el puesto de mando local del ejército—, pero no logran ver a
ningún oficial competente disponible. Ante la urgencia de la situación, deciden refe-
rirlo a sus superiores directos, los capellanes de la 295ª división, los oficiales Joseph
Maria Reuss, sacerdote católico, y Kornrnann, pastor protestante.

20 de agosto, 14:30 h
Ante el relato de sus colegas, los capellanes de división deciden ir también a
conocer la suerte reservada a los niños. Los primeros capellanes los acompañan,
de forma que ahora son cuatro directores espirituales cristianos de la Wehrmacht
los que se ocupan del destino de los hijos de los judíos.
El informe del capellán católico Reuss es el más preciso.

No hay todavía ninguna presencia de la autoridad alemana delante de la casa. El


centinela de la milicia ucraniana no tiene el poder de prohibir el acceso a los
soldados alemanes que entran ahí como en un molino. Varios hombres están en el
patio, así como chiquillas ucranianas. Se oyen todavía los llantos de los niños, que
no han cesado desde hace unas veinte horas. Un suboficial enfermero confirma el
estado dramático de los niños, corno es de temer: no han recibido ningún alimento
ni sobre todo bebida desde al menos la víspera y el calor es tórrido. Un gendarme
alemán aparece al fin, pero sólo está ahí para arreglar un caso de robo cometido
por el centinela ucraniano. Los capellanes penetran en la casa. Reuss cuenta 90
niños de edades que van desde algunas semanas hasta seis años. Están sentados
o acostados en el polvo y la suciedad; algunos están desnudos, cubiertos de
moscas. Los mayores —dos, tres, cuatro años— rascan el revestimiento de los
muros y se lo comen. Los niños no dejan de llorar y de gemir. El aire
apesta “espantosamente”. Dos hombres «que parecen judíos» tratan de limpiar el
lugar. En una tercera habitación, se ve a través de una puerta-ventana a algunas
mujeres y a más niños “aparentemente judíos”. Un adolescente ucraniano armado
con un bastón se pasea entre las personas encerradas.

Al salir, los capellanes se enteran de que el gendarme ha resuelto su problema.


Está desarmando al centinela ucraniano sospechoso de pillaje y de destrucción de
documentos de identidad establecidos por las autoridades alemanas, documentos
cuyos pedazos se ven esparcidos por el suelo. Luego el gendarme hace que se
lleven al ucraniano y se va él mismo, una vez cumplido su deber.
En cuanto los soldados ven a los capellanes, se precipitan. Cada vez son más
numerosos y hay varios grupos ya que interpelan a los sacerdotes y a los pastores
gritando indignados. Reuss observa que los más vehementes son los hombres
casados y entre ellos todavía más los que tienen hijos. Un médico militar de
la Wehrmacht anuncia doctamente que es urgente arreglar el problema en razón
del riesgo de epidemia.

Reuss decide pedir a los soldados alemanes que prohíban la entrada en la casa, al
menos a los civiles ucranianos. Como ahora ya no hay centinela ucraniano, y
todavía no hay vigilancia alemana, los soldados pueden visitar el lugar en todo
momento, criticar, indignarse. Reuss decide dirigirse urgentemente al oficial de
Estado mayor de mayor rango de la 295ª división en Bielacerkiev, el General-
leutnant Helmut Groscurth. Su informe está junto al de su colega protestante que
termina con estas palabras: “como encuentro absolutamente inadmisible que
semejantes cosas se desarrollen ante los ojos del público, me permito informarle de
este asunto”.

20 de agosto, 16:30 h
Después de haber recibido la información de los capellanes, Groscurth contacta con
el comandante de la plaza, quien responde que no tiene la intención de intervenir.
Entonces Groscurth decide a su vez ir a ver a los niños.
Va acompañado de su ordenanza, el teniente Spoerphase, de su intérprete y del
doctor Reuss, el capellán católico. Si bien los niños carecen de todo lo que es
necesario para unos niños, no carecen de visitas.
Groscurth también escucha sus gritos, constata que la casa todavía no está vigilada.
Una veintena de oficiales y de hombres de la tropa están en el patio, desde donde
se ve a los niños apoyados contra las ventanas. Sube al primer piso, un ucraniano
le abre la puerta de las habitaciones que encierran a los niños. Puede hacer las
mismas constataciones que los capellanes. Una mujer se precipita hacia él,
afirmando en alemán que ella es inocente, que nunca ha hecho política y que no es
judía.

Al salir, Groscurth encuentra al fin a un oficial alemán responsable, el SS Obershar-


führer Karl Jáger del servicio de información de la SS (SD) y suboficial de una
sección de Waffen SS. Jäger anuncia que las familias de los niños han sido fusila-
das y afirma que también ellos deben ser eliminados.
Groscurth no hace comentarios. Se dirige de inmediato y de nuevo a la Komman-
dantur local (Ortkommandant) para pedir explicaciones más rigurosas. El
comandante de la plaza se declara incompetente. No tiene ningún poder en lo que
se refiere a las medidas tomadas por el SD y la SS.

20 de agosto, 17:30 h
Groscurth va entonces a ver al comandante en. jefe (Feld-
kommandant), el Oberleutenant Riedl, en compañía del comandante de la plaza y
de su oficial de ordenanza. El teniente coronel Riedl anuncia que ha recibido
informaciones sobre la misión que tienen los SS de matar a los judíos, hombres,
mujeres y niños. Con los Waffen SS, un subcomando del Einsatzkommando 4°
comandado por el SS Obersturmführer August Háfner está encargado de luchar
contra los espías, los francotiradores y en particular contra los judíos. Riedl no tiene
ninguna influencia sobre ellos. Groscurth insiste en saber de dónde viene la orden
de matar también a los niños. Riedl responde que esta orden precisa y necesaria
viene de muy arriba.
Groscurth decide entonces prohibir merodear por los alrededores de la casa y exige
la mayor discreción para el traslado de los niños hacia el lugar de su ejecución. Pero
constata que se enfrenta a reacciones cada vez más críticas en el seno de la tropa
y que la indignación se extiende entre los soldados.

Sobre todo, Groscurth no está convencido de la necesidad de matar a los niños.


Decide plantear la pregunta más arriba en la cadena del poder de la Wehrmacht, al
comandante supremo del VI ejército, al Feldmarschall Walter von Reichenau. Está
dividido. Tiene escrúpulos por interrumpir las operaciones en curso del
Einsatzkommando y de la Waffen SS. Entiende que hay ahí un “problema político”
que puede provocar “complicaciones”. Pero tiene otro problema, en este caso moral,
con su conciencia. Y así, cuando se acercan las 18 horas, la hora de las matanzas
en Bielacerkiev, y cuando Riedl le informa que el traslado de los niños es inminente,
Groscurth envía a August Háfner la orden de aplazar la ejecución de los niños, a la
espera de la respuesta del comando supremo del VI ejército.

20 de agosto, 18:30 h
Häfner, furioso, se presenta en la oficina de Groscurth para exigir una confirmación
escrita de la orden de diferir las ejecuciones. Groscurth rehúsa hacerlo y el tono
sube entre el general del ejército y el teniente de la SS. Háfner responde de manera
“poco militar” que tiene órdenes precisas. Groscurth le advierte que puede obligarlo
a obedecer, que conoce muy bien las instrucciones dadas por las autoridades
políticas pero que él, Groscurth, debía velar ante todo por la disciplina en el seno de
la tropa. Está claro que Groscurth ha encontrado un pretexto para esconder su
indecisión moral: la ejecución de los niños alteraría profundamente el ánimo de los
soldados, puesto que nada del caso se les ha ocultado.

20 de agosto, 19:30 h
Riedl aprueba las decisiones de Groscurth. Pero Háfner, seguro de sí mismo y de
sus órdenes venidas de muy arriba, decide desobedecer a Groscurth y envía un
camión en el que los SS comienzan a cargar a los niños.

20 de agosto, 20 h
La decisión del mariscal von Reichenau, el jefe supremo del VI ejército, por fin llega.
En tales condiciones, es preciso diferir la continuación de las operaciones. Por
escaso margen, Groscurth obliga a Háfner a soltar a sus presas. Riedl acepta
incluso una acción humanitaria: los niños reciben al fin agua y pan, a la caída de la
noche.

Jueves 21 de agosto, 11 h
Para encontrar una solución al problema de los niños, los responsables alemanes
se reúnen el día siguiente al final de la mañana con Riedl. Además del comandante
en jefe, están ahí Groscurth y Háfner. Llegan nuevos personajes: el capitán Luley,
un oficial del Abwehr (servicio de información del ejército —los judíos son
considerados como espías) y el jefe del Einsatzkommando 4.° enviado por el propio
von Reichenau, el SS Standartenführer Paul Blobel, de quien depende Háfner.
Groscurth es el primero que habla e insiste en el hecho de que no ha intervenido
sino debido a los métodos empleados y al estado emocional de la tropa. Háfner y
Blobel convienen en que ha habido “lagunas desde un punto de vista técnico”. Riedl
recuerda que los capellanes fueron los primeros en intervenir. Luley expone la idea
de que, si bien él mismo es un buen cristiano protestante, piensa que los pastores
harían mejor en ocuparse del alma de los soldados alemanes, más bien que de la
suerte de los niños judíos. Riedl y Luley acusan a los capellanes de haber
exagerado y de “husmear para encontrar lo que sea”.

Groscurth, hijo de pastor, protesta que ha visto los hechos con sus propios ojos.
Riedl le reprocha directamente, en nombre de la necesidad ideológica de exterminar
a las mujeres y a los niños, el haber retrasado inútilmente las operaciones. Blobel
propone a guisa de castigo que se haga matar a los niños “a los hombres de tropa
que husmeaban por doquier”, comandados por oficiales “que hacen retrasar el
cumplimiento de las órdenes”. Groscurth se siente aludido y rechaza esta propo-
sición. Blobel interviene de nuevo, recuerda lo convenido por todas las autoridades,
incluido von Reichenau, con respecto a la exterminación de los judíos, entre ellos
los niños. No se puede dar marcha atrás con respecto a esa decisión. Toma la
decisión con los hombres presentes que discretamente se matará a los niños al día
siguiente, 22 de agosto, por la tarde a más tardar. Groscurth, en minoría, no partici-
pa en la discusión para arreglar los detalles prácticos, pero obtiene que la tropa sea
cuidadosamente mantenida al margen.

21 de agosto, por la tarde


Groscurth redacta su informe de los acontecimientos, para el mariscal von
Reichenau. Es evidente que está todavía lejos de haber superado sus problemas
de conciencia y se enreda en sus contradicciones. Escribe: «los oficiales forman a
la tropa en la rectitud y en la conciencia de ser soldados, les enseñan a evitar toda
violencia y toda grosería para con las poblaciones sin defensa». «Matar mujeres y
niños», dice todavía, «son medidas que en nada se distinguen de las atrocidades
cometidas por el adversario». Luego se defiende. Se ha visto obligado a actuar a
favor de los niños para controlar a sus hombres, sobre todo a los soldados más
maduros, y casados. Se trataba únicamente de mantener la disciplina. Los
incidentes de Bielacerkiev tienen como causa el error del comando del ejército que
no mantuvo al margen a la tropa. Había que matar a los niños con los padres “para
no prolongar el suplicio de los soldados alemanes”.

Viernes 22 de agosto, por la mañana


Durante la reunión del 21 de agosto, se olvidó un detalle: ¿quién procederá a la
ejecución de los niños? La discusión entre Blobel y Háfner es tensa. Blobel quiere
que sean los Waffen SS, es decir el ejército, Háfner que sean los SS. El debate dura
diez minutos. Se dan cuenta de que, en julio, ya se entrenaron matando a los
hombres. Sin duda fue un poco más difícil en el plano moral el resolver la cuestión
de las mujeres, a principios de agosto. En lo que respecta a los niños, los escrúpulos
de Groscurth causan vacilaciones todavía en el ánimo de los jefes de los asesinos.
Temen que al pensar en sus hijos se perturbe a los hombres, por ahora debutantes,
se trate de los Waffen SS o de los propios SS. Para paliar ese riesgo, Háfner tiene
por fin una idea. Basta con confiar el trabajo a la milicia ucraniana de Riedl para
resolver el problema de los alemanes.

22 de agosto, 16 h
Soldados de la Wehrmacht cuidadosamente escogidos han sido requeridos para
cavar una fosa en un pequeño bosque , lejos de las miradas demasiado
sensibles. Se reúne a los ucranianos. Háfner observa que cuando éstos com-
prenden que tendrán que matar a niños tan pequeños, se quedan petrificados
alrededor de los SS, y luego se ponen a temblar.
Una última prueba esperaba al SS Obersturmführer August Háfner. Cuando
escoltaba a las víctimas, en la ruta de los camiones a la fosa, una chiquilla rubia se
apartó del grupo de niños, caminó hacia él y, antes que pudiera reaccionar, lo tomó
de la mano.
Hay una zona gris, de contornos mal definidos, la que separa y une a la vez los
dos campos de los señores y de los esclavos. Ésta posee una estructura interna
increíblemente complicada, y alberga en sí lo que basta para confundir nuestra
necesidad de juzgar. (Primo Levi).

Durante el verano de 1941 el VI ejército está todavía en la zona gris. Algunos de


sus oficiales como Groscurth, y muchos de sus soldados, dudan en pasar al campo
de los SS y ayudar en las masacres. Es útil mostrar cómo, por su determinación y
sin correr más riesgo que el de una amonestación, el general Groscurth pudo
bloquear durante algunas horas la máquina del exterminio. En una época en la que
los judíos morían ya por decenas de miles en Polonia, en los países bálticos, en los
Balcanes, Groscurth logró hacer llegar el problema de la vida de 90 pequeños
ucranianos judíos hasta la cumbre del III Reich, pero sin saber que se aproximaba,
de hecho, a quienes querían la muerte de los niños. Por encima del mariscal von
Reichenau, no hay más que von Rundstedt, el jefe del grupo de los ejércitos del sur,
Keitel y Hitler. Por encima de Blobel, no hay más que Otto Rasch, jefe
del Einzatgruppe C, y sobre todo Heydrich y Himmler, probablemente responsables
de las órdenes “venidas de muy arriba”, que habían sido dadas verbalmente desde
el mes de julio de 1941.

Sin embargo, el propio Himmler estuvo a punto de desmayarse al asistir a un


fusilamiento el 15 de agosto de 1941 en Minsk. En octubre de 1942, trató de
conservar una referencia moral distinguiendo las muertes autorizadas por motivos
políticos (como el asesinato de los niños de Bielacerkiev) de los crímenes prohibidos
por motivos personales (violación, sadismo...) o por conllevar una barbarie excesiva.
Así, en mayo de 1943, el SS Untersturmführer Max Taüber fue condenado por un
tribunal SS a una pena de prisión por haber dejado a sus hombres que mataran a
los niños sujetándolos por los cabellos por encima de las fosas, en Ucrania, en 1941.
Pero en el caos del III Reich, muchos otros crímenes más atroces todavía fueron en
ese mismo tiempo, de hecho, incitados, con el riesgo de producir “neuróticos y
brutos”, según las palabras de Erich von Dem Bach-Zelewski, jefe supremo de los
SS en Rusia central, dirigidas a Himmler, en el otoño de 1941. La invención de las
cámaras de gas secretas fue hecha precisamente para resolver ese tipo de
problema y permitió a Hitler, en su testamento político, pretender haber matado a
los judíos de manera “humana”.

El decreto de Hitler de 1 de septiembre de 1939 sobre el asesinato de los enfermos


mentales y de los inválidos físicos se da a sí mismo también una apariencia de
compasión al conceder una «muerte misericordiosa» a aquellos de quienes se
decía que la vida no valía la pena de ser vivida y matar a más de 70.000 personas,
particularmente en las cámaras de gas experimentadas en esa ocasión, hasta las
protestas de la opinión y de las autoridades religiosas que conducen a Hitler a
suspender la operación hasta la victoria. Pero cuando el personal y los métodos de
esta operación T4 fueron utilizados contra los judíos y los gitanos, no hubo protestas
que hicieran dudar a Hitler. Las masacres de los Einsatzgruppen se prolongan sin
problemas morales en los camiones de gas de Chelmno y las cámaras de gas de
Treblinka, Belzec, Sobibor, Majdanek, Auschwitz.
Los esfuerzos aislados de Helmuth Groscurth estaban efectivamente condenados
al fracaso.

Al día siguiente de la muerte de los niños de Bielacerkiev, el VI ejército recibe por


fin la orden de atravesar el Dniéper. Después participó en las grandes batallas de
Ucrania, bajo las lluvias torrenciales de septiembre de 1941. Las vacilaciones del
comienzo del verano van a ser olvidadas rápidamente" y, sobre todo tras la toma de
Kiev el 19 de septiembre, el VI ejército, como los otros ejércitos de la Wehrrnacht en
la Unión Soviética, va a jalonar su ruta con una multitud de masacres de gente
indefensa. Se pueden constatar las etapas de la destrucción de la conciencia moral
de los asesinos: en julio, las víctimas son con mayor frecuencia hombres, de pie,
vestidos, ante un pelotón de ejecución que dispara con fusil después de la lectura
de una sentencia y la orden de fuego dada por un oficial. Al final de septiembre, bajo
la autoridad de Blobel y de von Reichenau, los hombres del Einsatzgruppe C y de
las Waffen SS, ebrios con frecuencia, masacran en dos días (29 y 30 de
septiembre), utilizando armas automáticas, a 33.771 personas, hombres, mujeres,
niños, juntos y desnudos, en las hondonadas de Babi Yar, al sudoeste de Kiev.
Dieciséis meses después, el VI ejército, sus oficiales, sus soldados y sus capellanes
ardían en el infierno de Stalingrado.

Von Reichenau murió de una crisis cardíaca en 1942. Entre los supervivientes de
los combates, Groscurth, oficial de carrera, fue hecho prisionero por los soviéticos
y murió en cautiverio. Blobel, antiguo arquitecto, primer jefe del Einsatz-
kommando 4-A del Einsatzgruppe C, responsable de la masacre de Kiev, respon-
sable del Kommando 1005 encargado de abrir las fosas y de hacer desaparecer los
cuerpos de las víctimas, condenado a muerte en Nuremberg, fue colgado en
Landsberg en 1951. Háfner, SS desde 1933, fue condenado a ocho años de prisión
por el tribunal de Darmstadt en 1973. Jáger, arrestado en 1959, se suicidó en la
cárcel. Tewes se convirtió en obispo de Munich en 1968 y Reuss, director del
seminario y luego obispo de Maguncia en 1954. Wilczek fue pastor en una parroquia
en 1945.

[Hay que seguir alerta]


Quizás, en sus inicios, los asesinos serbios y hutus tuvieron los mismos problemas
de moral que sus antecesores. Sin duda también ellos encontraron justos en su
camino. Se dice que el general Ratko Mladic, responsable de ejecuciones masivas,
de torturas, de violaciones y de pillajes, proporcionó a su hija Ana, dulce y sonriente
estudiante de medicina, tan grandes desgarros de conciencia que se suicidó, a los
24 años de edad, la primavera de 1994."

En abril de 1999, en el hospital Connaught de Freetown, en Sierra Leona, unos


niños de los que nadie se ocupaba sufrían atrozmente ante los ojos de sus padres
impotentes, las manos cortadas con machete por los rebeldes del «Frente
Revolucionario Unido». El periódico Le Monde de 1 de diciembre de 1999 publicó
una foto patética de una pequeña niña mutilada cuyo rostro, icono inolvidable del
siglo xx, expresaba el dolor extremo.

El 30 de julio del 2003, Foday Sankoh, el canceroso y loco jefe de los criminales del
«Frente de Liberación Unido», murió impune en un hospital de Freetown.
Algunos días después, Charles Taylor, quien fue su aliado, sangriento verdugo de
Liberia, abandonó la capital, Monrovia, bajo presión de las Naciones Unidas, por un
exilio dorado en Nigeria.

En 2003, Jean Hatzfeld recoge las palabras de los asesinos de Rwanda: “En el
fondo un hombre es como un animal, le cortas la cabeza o el cuello, y se derrumba.
En los primeros días, aquel que había matado pollos y sobre todo cabras tenía
ventaja. Eso se entiende. Después, todo el mundo se acostumbró a esta nueva
actividad y se recuperó de su retraso”. (Tomado de: Jean-François Forges, Educar
contra Auschwitz. Historia y memoria).

GLORIA GERVITZ

avalancha de hojas

y su lamento seco y rojo

el río se inclina

hacia su sed
el tiempo va más aprisa que yo
la noche se desgaja
toco su desnudez de agua
y ella grita dentro del grito

y tú y tú

ella flota en el vientre de la tierra

boca abajo como los suicidas

tócame adentro de ti

con esa contención que se desborda

tócame

en esta oscuridad del pensamiento


en lo incomprensible de mí

en esa otra incomprensible yo

ah si pudieras tatuarme

si te quedaras ahí

si tan sólo te quedaras

como una perra ciega


amamantando

quédate
dame las palabras

he de arrancarte

he de pisarte

tú frágil

tú que tiemblas
reconcíliame conmigo

para que la tierra me sea leve

no sé cómo seguir

estoy seca

hablo para ti hablo desde ti

y el dolor resbalando como una gota de agua

y dije tu nombre
y el lugar era de aire
y la palabra

la presa

en la desolación de la fe

y la palabra cierva
en la amplitud del silencio

se desploma
dócil en su infinita contradicción
en su misericordia

y el corazón se cierra

y el corazón se abre

deslumbrándose

soy la última

en estar con ella

en asistirla
en morirla

suéltala —me dicen

pero si pudiera le daría mi pulso

si pudiera cubriría de flores su espanto

si pudiera le pediría a la mismísima tierra


que la absuelva

y la perdone

perdóname tú a mí

perdonada

beso tu miedo

beso lo solo de tu miedo

tu huérfano miedo
tu para siempre miedo

tu miedo dentro de mí

y la devoción como una hoja de obsidiana

corta

y quizás

y esto que soy


y cambia

y está en el centro

la intensidad de lo que es

así entra ella en la Mikveh

así se sumerje
así la ofrenda

así

en el corazón del agua


amanece

la ventana
se llena de luz

y el día
irrevocable

en la humanísima

mañana
se abre

y yo despierto
y las palabras

doblándose
dóciles

temblándose

dóciles

desampárandose

y en ese desamparo

en lo dócil

la mirada

y ahí besa

en ese desamparo besa

en eso desamparado besa

y abierta

invadida por la mirada


ella gime
y me quedo en eso roto y huérfano

con la lealtad de un perro

y mi mamá se hizo vieja y en un domingo

se puso un zapato azul y un zapato negro

y ella sin darse cuenta y con sus perlas


y su broche de jade y el absurdo de esos zapatos

y la desolada desoladísima desolación de esos zapatos

tuve respuestas más recónditas que las preguntas


lo que de veras soy escapa a mi entendimiento
no sé quién en mí decide por mí

y salto al abismo de las alturas


y me enredo en mis propias alas

y cada día es único imprevisible imperfecto

sólo el vacío es perfecto


y la vida está llena de imperfecciones

y no sé cómo vivirla

Sobre el viaje (HG ADLER)

El viaje de HG Adler. Traducido por Peter Filkins. 292 páginas. Casa al azar. $ 26.

He leído muchos libros, pero nada como este. Un intento de usar los instrumentos
de la literatura del siglo XX para representar las dislocaciones de espíritu y
conciencia causadas por el genocidio contra los judíos, su estilo podría llamarse
modernismo del Holocausto, una formulación improbable si alguna vez hubo una.

El destino de HG Adler fue tan inusual como su arte. Nacido en Praga en 1910, no
pudo huir antes de la toma del poder nazi y terminó en Theresienstadt, donde,
como escribió más tarde en una monografía sobre el "campo de exhibición", la
ilusión floreció salvajemente, y la esperanza, solo ligeramente atenuada por la
ansiedad, eclipsaría todo lo que estaba oculto bajo una bruma impenetrable
". Adler pasó dos años y medio allí con su familia. Más tarde, en Auschwitz, su
esposa decidió acompañar a su madre a las cámaras de gas para que no tuviera que
morir sola. En total, Adler perdió a 18 miembros de su familia, incluidos su propia
madre y su padre.

Por suerte, fue salvado. Al ser testigo de la toma de poder soviética de Praga y
deseando no correr más riesgos, huyó a Londres, donde se casó con un amor de la
infancia, tuvo un hijo y produjo 26 libros. "The Journey", escrita a principios de la
década de 1950, es la primera de sus seis novelas traducida al inglés.

Aunque Adler tenía sus admiradores - Elias Canetti llamó a "The Journey" una
"obra maestra" - logró poco renombre en Europa antes de su muerte en 1988. Parte
del problema de Adler era la visión predominante de la posguerra, formulada por el
filósofo Theodor Adorno, que después de Auschwitz la literatura era
imposible. Adler correspondió con Adorno, chocando apasionadamente con este
punto de vista y argumentando que la literatura ahora era más necesaria que
nunca. No, admitió, que el Holocausto pudiera entenderse alguna vez. Pero como el
personaje de "The Journey" que, como el autor, sobrevive a todo, dice: "No tienes
que entender. No hay nada que entender. Solo tienes que saberlo porque es
simplemente lo que sucedió. Ya no se nos permitió existir, y ahora mis seres
queridos están muertos! "

La novela sigue a los miembros de una familia, los Lustigs, algo así como Adler,
mientras viajan a través del Holocausto a un lugar como Theresienstadt. Termina
con un sobreviviente solitario deambulando en el paisaje inmediato de escombros y
personas desplazadas de la posguerra. Pero el tema real del libro es el
desplazamiento de las mentes empujadas hacia la falta de sentido.

La prosa de Adler busca captar los susurros y los chirridos de la locura en lugar de
las lamentaciones del sufrimiento. Con este fin, la voz narrativa cambia
continuamente, y tan transparente y lógicamente que al principio el lector puede
incluso no darse cuenta. Adler pasará de una descripción de los nazis, a la que
generalmente se hace referencia con ironía inexpresiva como "héroes", a las
propias voces de los nazis que hablan a sus víctimas: "Como niños pequeños, todo
tiene que hacerse por ti, aunque llegas a la cena sin pronunciar el más mínimo
agradecimiento ".

Lo mundano y lo surrealista chocan en una extraña lógica. "Pero no se llevan


ataúdes en un viaje", se les dice a las personas cuando comienzan a morir camino a
los campamentos. "Es demasiado costoso y la carga no vale la pena".

Adler es perfectamente capaz de acuñar oraciones que podrían colocarse en una


antología de aforismos

• "La tristeza es leve cuando no se permite que la vanidad la adorne", pero el


verdadero propósito de tales oraciones es solo aumentar la dimensión de la locura,
transmitir aún más la "bruma impenetrable".
La corriente de la novela y el juego verbal invitan a la comparación con Joyce, la
escala de ley y prohibición de enanismo individual recuerda a Kafka, y hay algo en
el pulso hipnótico de la prosa que recuerda a Gertrude Stein. Pero el libro se
tambalea cuando no logra mantener la delgada línea entre el trance y el tedio,
especialmente en los pasajes abstractos más largos. Se requiere que el lector preste
atención completa en todo momento; de lo contrario, se puede perder el hilo de la
narración, junto con un sentido de quién está hablando (registrado a través del
tono de voz, que a menudo es ligero y burlón). Aunque generalmente fuerte, la
traducción de Peter Filkins del alemán a veces rompe el hechizo hipnótico al
introducir americanismos anacrónicos - "bichos"; "Sin dolor no hay
ganancia"; "Sólo déjate llevar." Pero en última instancia, no importa si la atención
se desvía debido a deficiencias en el texto, la traducción o el lector. Al final, siempre
vuelves al paisaje parpadeante de basura y escombros en blanco y negro de Adler,
donde una persona es solo "un poco de locura que tiene un nombre".

Sin embargo, a pesar de su sombrío entorno, este no es un libro de desesperanza y


sin sentido. "La verdad es despiadada ... siempre victoriosa", nos informa Adler,
señalando el camino hacia un medio de sobrevivir a lo peor que la historia puede
arrojar a la gente: "Uno debe tener un centro, un espacio tranquilo inquebrantable
al que se aferre vigorosamente , incluso cuando uno está en medio del viaje, el viaje
inevitable ".

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