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La soberana elección de Dios Capítulos 9-11

9:1 Verdad digo en Cristo, no miento, y mi conciencia me da testimonio en el Espíritu Santo,


9:2 que tengo gran tristeza y continuo dolor en mi corazón.
9:3 Porque deseara yo mismo ser anatema, separado de Cristo, por amor a mis hermanos, los
que son mis parientes según la carne;

Al comenzar el capítulo Pablo expresa que siente gran tristeza y continuo dolor por la situación
de Israel. Son sus parientes según la carne (v. 3), por lo que su identificación con ellos es
verdadera y profunda.

Algunos acusaban a Pablo de haber dejado de amar a sus compatriotas judíos. El cambio radical
de su forma de pensar, que pasó de la propia de un fariseo legalista a la de un cristiano levantó
contra él a muchos de quienes antes eran sus compañeros. De ser un hombre respetado pasó a
ser considerado como una plaga (Hch. 24:5).

 Datos Generales de Pablo:

Oriundo de Tarso, fue ciudadano romano por nacimiento.

Su familia era de la tribu de Benjamín, y fue educado como fariseo.

Fariseo:
La secta judía (heb. "los separados") debido a una manera de vivir diferente a la de la
generalidad de la gente.

Contaba entre sus miembros a la totalidad de los escribas y de los doctores de la ley, como
también a cierto número de sacerdotes.

Estudió bajo Gamaliel (Hechos 22:3) y era muy culto (dominaba varios idiomas y conocía las
literaturas hebrea y griega).

Gamaliel era el rabí (Doctor, maestro, enseña) más honorable del primer siglo. Reconocido y
respetado como un experto en leyes religiosas (5.34) y como un gran moderador. Pablo mostró
sus credenciales como un hombre bien educado y preparado por el rabí judío más respetado.

Saulo, su nombre en lengua hebrea, fue un gran perseguidor de la Iglesia, como lo demuestra
su aprobación de la muerte de Esteban (Hechos 7:58-8: 1).

Se convirtió más tarde cuando iba rumbo a Damasco, luego de quedar ciego (Hechos 9:1-19;
22:5-16; 26:12-18).

Es el autor de la mayoría de las epístolas del Nuevo Testamento.

Se ha dicho que Pablo es la más poderosa personalidad humana del Nuevo Testamento, y
ciertamente su capítulo sobre el amor (1 Corintios 13) no tiene rival.

Hay una antigua descripción tradicional de Pablo que lo presenta como "hombre de pequeña
estatura, cejijunto, de nariz larga, calvo, de piernas arqueadas, fornido, lleno de bondad, pues a
veces tiene aspecto de hombre y a veces su rostro parece de ángel".
Enseguida Pablo dice: “deseara yo mismo ser anatema, separado de Cristo, por amor a mis
hermanos” (v. 3).

El significado de la palabra “anatema” es “maldito” y está explicado en el mismo texto:


“separado de Cristo”. No hay peor situación que estar separado, muerto para Dios, y esto como
consecuencia de la maldición del pecado.

Pablo, por su parte, está afirmando que estaría dispuesto a ser condenado si con ello Israel
pudiera ser salva.

9:4 que son israelitas, de los cuales son la adopción, la gloria, el pacto, la promulgación de la
ley, el culto y las promesas;

Israelitas (origen)
Descendientes de Jacob, el hombre que luchó con Dios y con los hombres y venció, y a quien
el ángel le dio el nombre de Israel, que significa “el que lucha con Dios” (Gn. 32:28).

El nombre Israel le fue dado a Jacob cuando dejó de luchar y pasó a depender sólo de Dios.

El poder victorioso de Jacob no fue el de su fuerza personal, sino el del ruego en que pidió ser
bendecido (Gn. 32:26).

Jacob era hijo de Isaac y nieto de Abraham, y cuando Dios se apareció a Moisés en la zarza, se
le reveló como el Dios de Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob (Ex. 3:6).

Los israelitas son la descendencia que Dios mismo le había prometido a Abraham. ¡Qué
privilegio tenemos al saber que por la fe también hemos Llegado a ser hijos de Abraham,
y que tenemos el derecho de llamar a Dios nuestro Padre celestial!

La adopción
No debemos confundir con “la adopción de hijos” (Gá. 4:5) que disfrutamos los creyentes
en Jesucristo; acá se trata de la adopción que Dios hizo de Israel como nación, como pueblo.

Esta adopción le dio a Israel los privilegios distintivos de conocer y adorar al Dios único y
verdadero, y de esa manera diferenciarse de los pueblos paganos, adoradores de ídolos
(ver Ex. 4:22, 23; Dt. 14:1, 2; Is. 63:16; 64:8; Jer. 31:9; Os. 11:1; Mal. 1:6; 2:10).

La gloria
La morada de Dios en medio de su pueblo significó para ellos la bendición de ver la
manifestación misma de la gloria de Dios. La experimentaron primero al salir de Egipto, cuando
Dios guiaba al pueblo en la columna de nube de día, y en la columna de fuego en la noche del
desierto.

Luego la tuvieron cuando se erigió el tabernáculo. La gloria de la presencia de Dios se hacía


visible dentro del lugar santísimo cuando la sangre inocente era rociada sobre la cubierta de oro
del arca.

¡Qué poco apreció la nación de Israel el privilegio de esa gloria! Sin embargo, ¿nos gozamos
debidamente nosotros de seguir a Aquel que dijo: “Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no
andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn. 8:12)?
El pacto
Puede ser una expresión plural y referirse a la suma de todos los pactos que Dios hizo con
los padres de la nación.

Y ¿qué diremos, los creyentes en Cristo, de las bendiciones del nuevo pacto? ¡Ese nuevo pacto
fue sellado con la sangre de Cristo, derramada por nosotros, en garantía de su cumplimiento y
de nuestra presente y eterna bendición! (1 Co. 11:25). Es lo que recordamos vez tras vez al
celebrar la Cena del Señor.

La promulgación de la ley
Recibieron una ley que como lo haría un espejo, les mostró el pecado pero no tuvo la capacidad
de ayudarlos a evitar las consecuencias de condenación por su continuo incumplimiento.

Era la historia transmitida de padres a hijos (leyes morales, Ceremoniales y Civiles).

El culto
¿No son acaso mayores nuestros privilegios en Cristo? Tantas veces como nos juntemos para
adorar a Dios, y lo hagamos en Espíritu y en verdad, podremos disfrutar la gloria de la presencia
de Dios manifestada por el Espíritu Santo.

Podemos entrar, con plena certidumbre de fe, al santuario celestial, a la presencia del Padre,
mediante el camino nuevo y vivo que Cristo nos preparó por el derramamiento de su sangre.
(Hebreos 9:13-15; 10:20-22)

Decidamos levantar la mirada por sobre las limitaciones humanas y materiales, y entrar por la fe
al lugar celestial donde Cristo entró por nosotros y se ha sentado, sobre la base de su obra
terminada. ¡Esos son los adoradores que el Padre busca (¿será que hay pocos?), que le
adoremos en Espíritu y en verdad!

Las promesas
Las promesas (plural) se sintetizan en la promesa de la venida del Mesías.

Para Pablo eran las promesas dadas a Abraham y a su descendencia espiritual (Gá. 3:16–18).

Era también la promesa del evangelio prometido (Ro. 1:2–5) que tuvo su cumplimiento en la
persona de Jesucristo.

Incontables promesas nos han sido dadas para este tiempo presente, y hacemos bien en
aferrarnos a cada una de ellas. Pero la gran promesa final, que reúne todas las bendiciones
prometidas, es su segunda venida, “la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de
nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo” (Tit. 2:13).

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