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9:22 ¿Y qué, si Dios, queriendo mostrar su ira y hacer notorio su poder, soportó con mucha

paciencia los vasos de ira preparados para destrucción,

La palabra “ira” se refiere a la severidad de Dios y al disgusto divino contra el pecado. No se trata
de un mero arranque de enojo, sino de un sólido y permanente estado de enojo contra el pecado.

Mostrar su ira y hacer notorio lo poderoso de Él. Esta aseveración ha de vincularse con lo
dicho antes para Faraón (v .17).

No es que Dios lo levantara para que fuese objeto visible de la omnipotencia divina, como mero
instrumento sin posibilidad alguna para otra cosa.

Dios confirmó la dureza del corazón de Faraón después de hacer notar la Escritura que él se
había endurecido cinco veces.

De la misma manera debe entenderse que Dios dejó bajo reprobación a Israel, a causa de la
dureza de su corazón (Jn. 12:37-39).

En ese sentido, no fue Dios quien los preparó como vasos destinados a ira, sino que fueron
ellos los que llegaron por rebeldía a esa situación, que el Señor confirmó para ellos.

Estos vasos de ira (se refiere a los que pasan a la eternidad sin haber sido salvos)
demostrarán la santidad y la rectitud y la perfecta justicia de Dios (Apocalipsis 16:5).

Su paciencia. El Señor estuvo soportando, literalmente siendo longánimo, con ellos.

Dios soporta pacientemente al malo sin derramar inmediatamente su ira sobre él (Gn. 6:3; 7:4;
Sal. 86:15; 145:8-9; Is. 5:1-4; Ez. 18:23, 32; 1 Ti. 2:4; 2 P. 3:9).

Como en el caso de Faraón, el propio endurecimiento personal y la rebeldía contra Dios los está
preparando para la ira.

Estos vaso de ira servirán para mostrar en un acontecer escatológico la ira divina y, literalmente, lo
poderoso de Él. Su final será una eterna visitación de la ira divina (2 Ts. 1 :8, 9) –
(Ejm los malos Salmos 73, 37).

9:23 y para hacer notorias las riquezas de su gloria, las mostró para con los vasos de misericordia
que él preparó de antemano para gloria,

A modo de contraste, de los vasos de ira preparados para destrucción, pasa ahora a la
consideración de otros vasos llamados vasos de misericordia, o vasos de compasión.

Ambas cosas son determinaciones divinas; en el primer caso una determinación de juicio, y en el
segundo una exhibición de su gracia.

(Ef. 2: 1 O). Quiere decir, que en ambos casos, la acción divina produce un resultado establecido
de antemano para los creyentes.

Ninguno de los salvos se preparó a sí mismo para serlo.

Fue la acción soberana de Dios quien actuó en el pecador perdido para que llegase a ser salvo.
No fue el hombre alejado quien buscó a Dios, sino Dios que le buscó a Él (Gn 3.9).

No fue la acción humana quien le capacitó para la salvación, sino la operación divina llevada a cabo
por Dios mismo (1 P. 1 :2).

La preparación a salvación, el llamado al pecador, la regeneración del Espíritu, la esperanza de


gloria, procede de Dios.

El versículo nos conduce a una conclusión: Todo lo que es de salvación proviene de la iniciativa
soberana de Dios; todo lo que es de condenación procede de la responsabilidad del hombre
(Jn. 3:36).

9:24 a los cuales también ha llamado, esto es, a nosotros, no sólo de los judíos, sino también de
los gentiles?

El calificativo de llamados, comprende a todos los creyentes, ya que ningún hombre viene a la
verdadera fe y alcanza la salvación en gracia, que no haya sido llamado por Dios (8:30).

Los que fueron llamados y ejercieron la fe, también recibida como don (Ef. 2:8-9), fueron
justificados (Romanos 5.1).

Los judíos creían que la elección tenía que ver sólo con ellos, confundían también promesas con
salvación.

No podían ellos admitir que Dios también llamase, de la misma manera a gentiles y a judíos.

El apóstol enfatiza aquí que el ámbito de la elección, antes limitado a Israel, tiene ahora un
alcance universal.

Son los judíos a quienes Dios llama, pero son también los gentiles objetos de ese mismo
llamamiento (Ef. 2:14-18).

No existen, en la esfera de la salvación, dos pueblos, sino "un solo y nuevo hombre" en Cristo
(Ef. 2: 15).

La Cruz provee del medio para reconciliar a los dos pueblos -en el sentido genérico- en un solo
cuerpo (Ef. 2: 16).

Es por medio del Señor que todos los salvos, tanto judíos como gentiles, tienen acceso al Padre
(Ef. 2: 18), ya que Jesús mismo dijo que "nadie viene al Padre, sino por mí" (Jn. 14:6).

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