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14/1/2020 Cuando viajar exageradamente fue considerado una enfermedad - Aleph

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CUANDO VIAJAR
 
EXAGERADAMENTE FUE
CONSIDERADO UNA
ENFERMEDAD
MAYO 23, 2019 POR FAENA ALEPH
PUBLICADO EN: VIAJES Y VIAJEROS

¿Puede un acto tan nutritivo volverse una


adicción o, incluso, una patología? Esta es la
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el de Jean-Albert
Dadas…
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La peculiar palabra alemana wanderlust no tiene traducción literal al español, pero podría
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definirse como un deseo profundo, una especie de lujuria, por viajar. Los verdaderos COMPARTIR
viajeros, esos que anhelan así la travesía, saben que esta actividad es tan espacial como
metafísica: todo viaje es, también, un movimiento interior y, si así lo disponemos, espiritual
(por eso, el viaje puede ocurrir sin un cambio necesario de geografía). Esta práctica incluye
también a los personajes que encontramos y las experiencias que coleccionamos a nuestro
paso —implica, incluso, un fenómeno invisible en el que es posible convertirse en el lugar
que visitamos. Pero la obsesión por viajar fue, durante algunos años del siglo XIX,
clasificada como una enfermedad mental.

La década de los 1890 en Europa vio la proliferación de lo que se conoció como “viajeros
patológicos”, personas que deambulaban sin un destino aparente (como si la dirección no
fuera importante, sino simplemente la acción de cambiar de lugar). Muchos de ellos —
personas que dejaban a sus familias, desertores del ejército o víctimas de brotes repentinos
de amnesia— terminaron bajo la custodia de las autoridades o, incluso, recluidos en
manicomios; estos segundos diagnosticados con un padecimiento altamente específico: la
dromomanía, también conocida como “turismo patológico”, algo parecido a la cleptomanía
(urgencia de robar), la piromanía (la necesidad de quemar cosas) o la dipsomanía (la
necesidad de ingerir bebidas alcohólicas). Esta enfermedad azotó a Francia durante dos
décadas como una nueva forma de locura.

Todo empezó con un hombre, el caso más famoso de dromomanía: Jean-Albert Dadas,

 nacido en Burdeos, en 1860. Huérfano de madre desde que tenía 17 años e hijo de un padre
enfermo, él había caído de un árbol a la edad de 8 años, sufriendo una contusión en la

cabeza que le generó problemas neurológicos, migrañas y vómitos, una de las probables
causas, de acuerdo a sus biógrafos, de su obsesión por viajar. Mientras trabajaba en una
compañía de gas, a los 12 años de edad, Dadas desapareció, para luego aparecer en un
pueblo cercano. Cuando su hermano lo encontró y lo confrontó, el joven trabajaba para un
vendedor de paraguas y no parecía recordar lo que había sucedido o cómo había terminado
en dichas circunstancias.

Durante el resto de su vida (registrada en la biografía ficcional The Man Who Walked Away
de Maud Casey), Dadas realizó viajes espontáneos que venían con la pérdida de memoria.
Alguna vez despertó en una banca en París, otras varias bajo la custodia de policías o en
trenes que lo llevaban a ciudades que nunca antes había visitado, y frecuentemente debía
tomar empleos para reunir el suficiente dinero para volver a casa. Durante su singular vida,
incluso viajó en un barco a Argelia y, en una ocasión, fue arrestado en la ciudad francesa de
Aix por trabajar ilegalmente en plantaciones. Tras estos episodios, normalmente, Dadas
volvía a casa y a su empleo en la compañía de gas.
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Praga, Berlín, Poznan y Moscú. En algún punto, cuando se encontraba en Prusia, fue
mordido por un perro y terminó en el hospital. Como el zar acababa de ser asesinado y
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prisioneros fueron llevados a Estambul y, una vez ahí, el cónsul francés le dio dinero para
comprar un boleto de tren que lo llevaría de vuelta a casa. REGRESAR COMPARTIR

Años después, en 1886, Dadas caería en manos del doctor Phillipe Auguste Tissié, quien lo
diagnosticó con dromomanía y documentó obsesivamente su caso, planteando que su
paciente sólo podía recordar sus episodios de viajero cuando estaba bajo los efectos de la
hipnosis. La esposa de Dadas eventualmente murió de tuberculosis y su hija fue adoptada
por una familia de jardineros. Él solía visitarla cuando volvía de sus andanzas, hasta que un
día ella se fugó de su casa adoptiva. Dadas fue encontrado muerto dentro de un pozo poco
tiempo después.

A pesar de su aparente pérdida de memoria, algunos creen que Dadas fue, sencillamente,
un estafador —no importaba a qué ciudad llegara, siempre lograba encontrar a un cónsul o
un medio para volver a casa. Esto invita a pensar que sus supuestos episodios eran, más
bien, intentos deliberados por borrar su presencia, por escapar de algo.

Después de Dadas vinieron otros casos de dromomanía (que no necesariamente fueron


estafadores). Casi siempre eran pacientes masculinos, generalmente de pocos recursos
económicos y de clase trabajadora. La Francia de entonces era un lugar perfecto para estos
viajeros; tal vez, se trataba de hombres que no deseaban cumplir con lo que se esperaba de
ellos o soldados desertores que usaban la enfermedad mental para escapar del castigo, que
muchas veces implicaba su ejecución.

 La dromomanía desapareció tan rápido como había aparecido, pues se descifró no como
una enfermedad psiquiátrica sino, más bien, como una práctica que se encontraba fuera de

las normas sociales más aceptadas. También se catalogó como un posible síntoma de otra
clase de enfermedades, como la esquizofrenia. Tras 23 años de existir, el padecimiento
desapareció, en parte por la definición y supervisión mayor de las fronteras en Europa, y en
parte por los cambios en la medicina psiquiátrica. Actualmente, la enfermedad es
mencionada poco, cuando se habla de personas sin hogar, vagabundos o ciertos tipos de
desorientación relacionados con la demencia.

Hoy, paradójicamente, los viajeros incansables viven una vida envidiable, al menos en
muchas sociedades. La dromomanía, una enfermedad que existió brevemente y luego
desapareció como un fantasma, recuerda que todo exceso corre el peligro de volverse
patológico y, también, nos habla del fervor, tan humano de huir, de fugarse, de cambiar de
lugar, como un acto profundo y muchas veces esencialmente interior.

Imagen: Dominio público

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que visitamos. Pero la obsesión por viajar fue, durante algunos años del siglo XIX, COMPARTIR
clasificada como una enfermedad mental.

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patológicos”, personas que deambulaban sin un destino aparente (como si la dirección no
fuera importante, sino simplemente la acción de cambiar de lugar). Muchos de ellos —
personas que dejaban a sus familias, desertores del ejército o víctimas de brotes repentinos
de amnesia— terminaron bajo la custodia de las autoridades o, incluso, recluidos en
manicomios; estos segundos diagnosticados con un padecimiento altamente específico: la
dromomanía, también conocida como “turismo patológico”, algo parecido a la cleptomanía
(urgencia de robar), la piromanía (la necesidad de quemar cosas) o la dipsomanía (la
necesidad de ingerir bebidas alcohólicas). Esta enfermedad azotó a Francia durante dos
décadas como una nueva forma de locura.

Todo empezó con un hombre, el caso más famoso de dromomanía: Jean-Albert Dadas,
nacido en Burdeos, en 1860. Huérfano de madre desde que tenía 17 años e hijo de un padre
enfermo, él había caído de un árbol a la edad de 8 años, sufriendo una contusión en la
cabeza que le generó problemas neurológicos, migrañas y vómitos, una de las probables
causas, de acuerdo a sus biógrafos, de su obsesión por viajar. Mientras trabajaba en una
compañía de gas, a los 12 años de edad, Dadas desapareció, para luego aparecer en un
pueblo cercano. Cuando su hermano lo encontró y lo confrontó, el joven trabajaba para un

 vendedor de paraguas y no parecía recordar lo que había sucedido o cómo había terminado
en dichas circunstancias.

Durante el resto de su vida (registrada en la biografía ficcional The Man Who Walked Away
de Maud Casey), Dadas realizó viajes espontáneos que venían con la pérdida de memoria.
Alguna vez despertó en una banca en París, otras varias bajo la custodia de policías o en
trenes que lo llevaban a ciudades que nunca antes había visitado, y frecuentemente debía
tomar empleos para reunir el suficiente dinero para volver a casa. Durante su singular vida,
incluso viajó en un barco a Argelia y, en una ocasión, fue arrestado en la ciudad francesa de
Aix por trabajar ilegalmente en plantaciones. Tras estos episodios, normalmente, Dadas
volvía a casa y a su empleo en la compañía de gas.

La travesía más impresionante de Dadas sucedió en 1881 cuando éste se enlistó en el


ejército francés para luego abandonarlo. Hizo entonces un recorrido a pie que pasó por
Praga, Berlín, Poznan y Moscú. En algún punto, cuando se encontraba en Prusia, fue
mordido por un perro y terminó en el hospital. Como el zar acababa de ser asesinado y
Dadas era un evidente nihilista, éste terminó en prisión. Tres meses más tarde, él y algunos
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A pesar de su aparente pérdida de memoria, algunos creen que Dadas fue, sencillamente,
un estafador —no importaba a qué ciudad llegara, siempre lograba encontrar a un cónsul o
un medio para volver a casa. Esto invita a pensar que sus supuestos episodios eran, más
bien, intentos deliberados por borrar su presencia, por escapar de algo.

Después de Dadas vinieron otros casos de dromomanía (que no necesariamente fueron


estafadores). Casi siempre eran pacientes masculinos, generalmente de pocos recursos
económicos y de clase trabajadora. La Francia de entonces era un lugar perfecto para estos
viajeros; tal vez, se trataba de hombres que no deseaban cumplir con lo que se esperaba de
ellos o soldados desertores que usaban la enfermedad mental para escapar del castigo, que
muchas veces implicaba su ejecución.

La dromomanía desapareció tan rápido como había aparecido, pues se descifró no como
una enfermedad psiquiátrica sino, más bien, como una práctica que se encontraba fuera de
las normas sociales más aceptadas. También se catalogó como un posible síntoma de otra
clase de enfermedades, como la esquizofrenia. Tras 23 años de existir, el padecimiento
desapareció, en parte por la definición y supervisión mayor de las fronteras en Europa, y en
parte por los cambios en la medicina psiquiátrica. Actualmente, la enfermedad es

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desorientación relacionados con la demencia.

Hoy, paradójicamente, los viajeros incansables viven una vida envidiable, al menos en
muchas sociedades. La dromomanía, una enfermedad que existió brevemente y luego
desapareció como un fantasma, recuerda que todo exceso corre el peligro de volverse
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