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LA CASA DE LOS EUCALIPTUS

Luciano Lamberti
192p. 2017
Literatura Random House

Hace tiempo que quería leer a Luciano Lamberti. Me enteré en algún lado que Mariana Enríquez,
la maestra argentina del terror, lo recomendaba y, picado por la curiosidad, fui detrás de La casa de
los eucaliptus. Este libro es la primera incursión en el género del cordobés (Lamberti ha pasado por
el Perú, pero no como un escritor de horror) y, la verdad, está muy bien. No logra superar a
Enríquez —los ránkings son odiosos, lo sé— pero está cerca. Lo que Enríquez tiene de desaforado
y flamígero, Lamberti lo tiene de contenido y riguroso. Se percibe mucha disciplina en esta
literatura y por eso estos textos son altamente disfrutables, aunque no produzcan tantos choques
eléctricos.

La casa de los eucaliptus es una colección de cuentos, pero Lamberti ha buscado ser unitario creando
un pequeño universo de horror con referencias mutuas entre relatos, motivos que se repiten,
símbolos transversales que no se sabe si están ahí para explicar o inquietar. Están los espejos, las
ventanas misteriosas y, claro, la casa siempre cerca de los eucaliptus, una suerte de arquetipo
espacial del terror, el lugar donde suceden los eventos desencajantes o sobrenaturales. Lo de
Lamberti va decididamente por el horror fantástico, aunque no siempre desde una misma plantilla
previsible. Hay distintos énfasis que pueden recordar lo fantástico del XIX, otras veces lo
cortazariano, otras lo maravilloso.

Cada autor usa lo fantástico, esa violentación de las leyes habituales de la realidad, para sus
propios intereses. Samanta Schweblin en Distancia de rescate, por ejemplo, hizo de la contaminación
del paisaje rural el origen de lo sobrenatural. Enríquez exploró en Las cosas que perdimos en el fuego,
con un cariz muy político, en la marginalidad de la villa del gran Buenos Aires y en la violencia
contra la mujer. Lamberti hace de la pequeña ciudad y el ambiente rural argentino su microcosmos
del terror. Es un terreno que los propios personajes consideran versiones frustradas de la gran
ciudad, uno donde se puede oler el fracaso, los sueños rotos y la decadencia.

En el cuento inicial, “Los caminos internos”, un médico que lo intentó todo por sobresalir se
resigna como médico pueblerino y, mientras maldice su mala suerte, busca con su auto,
absolutamente desorientado, a una paciente. De pronto, llega al mismo lugar de su infancia en el
que, increíblemente, no ha pasado el tiempo. El protagonista cabalga entre la sorpresa y la
aceptación medio ensoñada de la situación, busca a sus padres ya fallecidos —vivos en la magia
del género— y se queda a descansar con ellos. Poco sabe que, en realidad, sus padres no son sus
padres, ni nadie en ese pueblo son realmente sus recuerdos. El relato parece un episodio de The
Outer Limits, salvo que Lamberti prefiere no explicar nada y dejarnos con el sutil indicio de alguna
especie de aquelarre que se apresta a iniciar un ritual, una ceremonia, o quizá, un horrendo
crimen.

“La ciudad de los eucaliptus” es la historia de un asesino en serie que pasa desapercibido a través
de los años por llevar una doble vida: “su doble fondo: el hermoso hombre atlético, el profesor
dedicado y, corriendo como un río subterráneo, esa zona pantanosa y hedionda que aunque no
saliera a la luz, lo habitaba como una enfermedad secreta”, se cuenta de él. Es una reescritura de
Jeckyll y Hyde (o de la historia de Jack el Destripador), aunque la fuerza que lleva al protagonista
al crimen no es una sustancia, sino La Visita, una presencia demoníaca que aparece en el espejo y
que lo insta a matar mujeres disolutas. El puritanismo misógino parece ser aquí el objetivo de
Lamberti. El relato está contado en tercera persona, pero focalizada en el asesino, por lo que nunca
sabemos si la presencia es real o la proyección de una psicología enferma. Es un cuento fantástico
clásico.
La misoginia masculina es un tema que se explora en varios títulos. En “Muñeca”, uno de los
cuentos más duros, la violencia contra la mujer es tan incapacitante que justamente el silencio, el
no decir nada ni denunciar nada, parece la única salida razonable. Este relato, en estricto, no tiene
ningún elemento fantástico, pero en el horror de la tortura se intuye una furia diabólica en juego.
En “Santa”, una adolescente tiene un encuentro sobrenatural con la Virgen María, pero ser la
elegida implica sufrir los peores suplicios. En algún momento, Alicia, la tocada por la divinidad
dice: “Dios es el diablo”. El cuento lo relata un periodista de Buenos Aires, convenientemente
llamado Luciano, que quisiera creer en todo el caso, pero no halla una solo prueba, solo atisbos del
mal en la imaginación rural.

Pero más allá de estas ingeniosas vueltas literarias alrededor de la idea del pueblo chico con
infiernos grandes, y del gran conocimiento del género, La casa de los eucaliptus es, sobre todo, un
libro estilísticamente sólido, escrito con total seriedad y convencimiento. Vale la pena reeleerlo.

4/5

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