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FOTOGRAFÍA

El triángulo de Rembrandt, la clave para iluminar


correctamente tus retratos
José Antonio Luna

Además de ser un referente en la pintura barroca, el triángulo de Rembrandt también se ha


convertido en una de las mejores técnicas para iluminar las fotografías.

La fotografía y la pintura se encuentran estrechamente unidas. De hecho, cuando nacieron las cámaras
fueron muchos los artistas que, temerosos, contemplaban como su trabajo se veía amenazado por aquel
nuevo invento. Los fotógrafos, no solo tenían el poder para inmortalizar un momento una forma mucho
más eficaz, sino que también se empezaron a aplicar algunas de las técnicas utilizadas en la pintura.
Como ejemplo de ello tenemos la iluminación del triángulo de Rembrandt, un referente en el Barroco y,
más tarde, en la fotografía.
Autorretrato de Rembrandt (1659) | National Gallery of Art

En ambos casos hablamos de una imagen, la cual se encuentra afectada por la composición, los puntos
geométricos o las líneas de fuga. Todo esto sirve para componer un cuadro empleando diferentes
técnicas para ello. Así, era casi inevitable que las obras de Edward Hopper no terminasen influyendo en
muchos encuadres utilizados en el séptimo arte.

En lo que a la luz respecta, la pintura del Barroco destacó por su técnica del claroscuro, la cual
empleaba grandes contrastes para destacar las formas de los objetos representados. Uno de los autores
más representativos de esta época es Rembrandt, quien a lo largo de su trayecto también fue
modificando su técnica. Asimismo, durante su periodo como retratista destacaría por utilizar lo que con
el paso del tiempo se ha denominado como triángulo de Rembrandt, una técnica que serviría de
referencia para posteriores artistas.

¿Qué es el triángulo de Rembrandt?

Para detectar el triángulo e Rembrandt debemos fijarnos en el rostro de la persona retratada, justo
debajo de su ojo. Debido a la iluminación lateral, una parte de la cara se encuentra totalmente iluminada
mientras que en la otra se proyectan las sombras generadas a causa de la nariz. Así, se crea un triángulo
de luz en la parte inferior del ojo, lo cual otorga cierto dramatismo a la escena además de potenciar el
relieve de las facciones.

Una zona iluminada y otra en penumbra, así de sencillo (pero efectivo) es el esquema empleado por
Rembradt en muchos de sus cuadros y que, años después, también sería un estándar empleado en la
fotografía de estudio. No obstante, el pintor también pasaría por una etapa donde destacó por utilizar
una iluminación más frontal, pero esta que explicamos no dejaría de ser su técnica más reconocida.

¿Cómo conseguirlo?
Es bastante sencillo, y para conseguirlo no se necesitan demasiados conocimientos, solo hay que seguir
un esquema muy básico de iluminación. Para ello solo necesitamos nuestra cámara y una fuente de luz
que nos pueda servir como foco principal (ya sea natural o artificial).

Como vemos, solo hay que situar el foco de luz a unos 45º con respecto a la posición de la cámara.
Asimismo, lo recomendable es que se encuentra algo elevado con respecto a los ojos de la persona que
vamos a fotografiar, aunque tampoco demasiado.

Otro punto clave es el de la intensidad, ya que en función de ésta estableceremos cómo de duras serán
las sombras y, por lo tanto, también lo potenciado que será el contraste entre las zonas más claras y las
más oscuras. Normalmente, lo que se recomienda es que la luz principal sea suave, algo que podemos
conseguir reduciendo su intensidad, alejándola, aumentando el ángulo del haz de luz o con accesorios
como el softbox. Todo dependerá del resultado que deseemos conseguir.

Uno de los problemas habituales es que quizá el lado más oscuro de la cara es demasiado pronunciado
para nuestro gusto, algo que se puede intentar solucionar utilizando un reflector. No obstante, esa
fuente de luz no debe ser más potente que la principal, ya que de ser así eliminaríamos las sombras en
su totalidad y no conseguiríamos ningún efecto, sino una iluminación plana.

En todo momento, la clave será fijarnos en el triángulo de Rembrandt, es decir: en la luz formada debajo
del ojo. Eso ayudará a que la atención del espectador se dirija concretamente a esa zona, ya que el
contraste creado la convierte en el principal punto de interés. Como afirmaba Leonardo Da Vinci, “todo
nuestro conocimiento nos viene de las sensaciones”, sensaciones que pueden provocar que, incluso hoy
en día, se apliquen ciertas técnicas del Barroco surgido en el siglo XVII.

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