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NOTAS:
(*)Texto de la ponencia desarrollada en el encuentro de estudio organizado por el Consejo
Superior de la Magistratura sobre “Administración Pública y Riesgo Pena” (Roma, 9-11 de
octubre de 2006). Agradezco a los participantes en el encuentro por las vivaces e interesantes
observaciones críticas.
(**)Profesor asociado de Derecho Penal en la Universidad de Palermo, Italia. Traducción a cargo
de Karen Ventura Saavedra, asistente de Cátedra de Derecho Penal de la Universidad Inca
Garcilaso de la Vega, Lima- Perú.
(1) V. para todas la fundamental sentencia 62/1986, en GC, 408 ss. (en part. 415), en la cual se
puede leer lo que sigue: “Puede ciertamente discutirse sobre la constitucionalización o menos
del principio de ofensividad: pero que el mismo principio deba regir cada interpretación de normas
penales es ya canon unánimemente aceptado. Compete al juez, después de haber recavado del
sistema todo y de la norma particular interpretada, el bien o los bienes tutelados a través de la
incriminación de un determinado tipo penal, determinar en concreto, aquello (...) que, no ha
alcanzando el umbral de la ofensividad de los bienes en discusión, está fuera de lo penalmente
relevante”.
(2) V. p. ej. Cas. pen., Secc. VI, 10-06-1993, Ferolla y otros, GP, 1994, II, 193, y CP, 1995, 285
(El delito de peculado tiene naturaleza pluriofensiva. Este en efecto tutela no solo la legalidad,
eficiencia, probidad e imparcialidad de la actividad de la Administración Pública, sino también el
patrimonio de la misma Administración Pública o de terceros).
(3) Cas. pen., Secc. VI, 10.06.1993, cit.: el caso en particular era el del radiólogo de un hospital
que había distraído a favor de terceros algunas placas radiográficas de propiedad de la USL
sustituyéndolas con otras de marca distinta, próximas al vencimiento, que por otra parte habían
sido utilizadas en el mismo hospital antes del vencimiento; el juez de apelación había
considerado que la falta de un perjuicio económico para la USL y la fungibilidad entre las
diferentes placas implicaban la inexistencia del delito, sin embargo la casación ha censurado tal
decisión en mérito, entre otros, del principio en mención. En mérito, por otra parte, el
pronunciamiento parecería compartible: contradictorio es, en cambio, el razonamiento que la
sostiene. La solución del caso, en efecto, está demostrando precisamente que la incriminación
del peculado no tutela el patrimonio estáticamente entendido, sino la actividad funcional –y por
lo tanto la imparcialidad y el buen funcionamiento– de la Administración Pública y que la
presencia o menos de un perjuicio patrimonial asume relevancia solo en los límites en los cuales
se traduzca en un perjuicio funcional a cargo de la Administración Pública. en el mismo sentido,
aún recientemente, Cas. pen., Secc. VI, 02.03.1999, n. 4328, Abate, CP, 2001, 166.
(4) Mantovani, Diritto penale. Delitti contro il patrimonio, 2a ed., Padova, 2002, 17.
(5) Cas. pen., Sez. VI, 19.09.2000, n. 10797, Mazzitelli, CP, 2001, 2381, en la cual la Corte ha
acogido la petición del imputado al que, en sede de mérito, se le había considerado responsable
de haberse apropiado de tres estuches procedentes de cartuchos de la A.P., detonados en el
curso de los prescritos ejercicios de tiro de las fuerzas policiales.
(6) Sobre la misma estela se han introducido sucesivamente otros pronunciamientos. V. por ej.:
Cas. pen., Sez. VI, 11.11.2004, n. 47193, CED (rv 230466) (que ha excluido la configurabilidad
del peculado en la conducta del agente de la Policía de Estado que, al estallar sin necesidad un
tiro de la pistola de ordenanza, había utilizado un cartucho en dotación); Cas. pen., Sez. VI,
22.03.2001, n. 21867, Ioia, CED., 2001, rv 219021, (que ha excluido la configurabilidad del
peculado en la hipótesis de utilización de los modelos prepublicados por los libretos de idoneidad
sanitaria, con el fin de cometer el delito de falsedad material en acto público); Cas. pen., Sez. VI,
14.11.2001, n. 1905, Manzo y M. y altri, GI, 2003, 996 (que ha excluido la subsistencia del delito
de peculado, y ha reconocido en cambio el de abuso de oficio, en la conducta de apropiación a
propia ventaja por parte de algunos empleados de una conservaduría inmobiliaria de material de
consumo y de energía eléctrica necesaria para el funcionamiento de maquinaria del oficio); Cas.
pen., Sez. VI, 15.10.2002, n. 37018, Treviglio, RP, 2003, 456 (que sin embargo ha considerado
que un valor necesario subsistiría en la hipótesis de billetes bancarios falsos, ya que estos
tendrían valor económico ya sea para el Funcionario Público, que tiene interés en eliminar el bien
de la circulación monetaria, o ya sea para el sujeto activo del delito teniendo este un indudable
valor comercial).
(7) Compartible por lo tanto, si se está de acuerdo en este sentido, Cas. pen., Sez. VI,
02.11.1999, n. 694, Piperita, Cas. pen., 2001, 166, RGPo, 2001, 340, por la cual; comete delito
de peculado el funcionario público que, teniendo por razones de su oficio la posesión y la
disponibilidad de las armas comunes de disparo pagadas por los privados para fines de
destrucción, en los sentidos del art. 6, inciso 3 de la Ley del 22 de mayo de 1975, n. 152, se
apropia de ellas, no importando para nada la circunstancia de que el arma tuviese un valor
(económico) prácticamente nulo, siendo suficiente, para que se configure el peculado, que la
cosa tenga una utilidad cualquiera.
(8) Contra, sin embargo, Cas. pen., 31.10.1986, Vacca, RP, 1987, 427 (por la cual con el fin de
la configurabilidad del delito de peculado es necesario que la cosa, objeto material del delito,
tenga un valor económico intrínseco propio, es decir que sea susceptible de adquirir o readquirir
una utilidad cualquiera por el hecho del agente o de otros, convirtiéndose así en objeto de
provecho); Cas. pen., Sez. VI, 04.02.1988, Galluccio, RP, 1989, 422 (las recetas que prescriben
medicamentos y las etiquetas de precio despegadas desde la confección de los medicamentos
y unidas a las recetas mismas, después del depósito para el pago del importe de la prestación,
se vuelven propiedad del funcionario público y su sustracción producida con la concurrencia del
funcionario público dependiente del ente constituye peculado); Cas. pen., 25.10.1989,
Moceni, RP, 1991, 99: una cosa es susceptible de peculado ya sea cuando tenga un propio valor
económico intrínseco (puesto que las cosas privadas de valor no pueden en cuanto tales revestir
interés para el derecho) o ya sea por cualquier utilidad que la misma pueda adquirir o readquirir
por el hecho del agente o de otros (en particular, la casación ha considerado que representarían
una utilidad económica para la A. P. algunos recibos por honorarios de prescripción de
prestaciones sanitarias en las estructuras públicas de las cuales el imputado se había apropiado).
(9) M. Romano, I delitti dei pubblici ufficiali contro la P.A., Milano, 2002, 23.
(10) Castigado en los sentidos del segundo inciso del art. 314 del C.P.
(11) La distinción entre peculado y mero abuso de la posesión emerge, ahora y siempre, también
en la jurisprudencia. Cas. pen., Sez. VI, 22.04.1987, Craffonara, RP, 1988, 403: para los fines de
la configurabilidad del peculado por distracción, no basta el uso irregular del dinero, sino que es
preciso el doloso empleo para la realización de un fin diverso e incompatible con su destino legal
(en particular, se ha considerado que no se reconoce el delito de peculado por distracción en las
deliberaciones con las cuales la junta de la comunidad de Fiemme había decidido distribuir
sumas de dinero en provecho de numerosos empresarios privados de Val di Fiemme, para
incentivar actividades económicas: se ha considerado, en efecto, que tales sumas hubiesen sido
utilizadas en el ámbito de la destinación a ellos atribuida por una reglamentación veintenal
considerada legítima); Cas. pen., Sez. VI, 13.05.2003, n. 27007, Grassi, CP , 2004, 1626: no es
configurable la apropiación, como conducta de peculado, en el uso por parte del funcionario
público de los automóviles de servicio, a falta de las condiciones que prevén la autorización fuera
del ámbito comunal, en caso de que tal uso esté exclusivamente predispuesto en las exigencias
de servicio, por cuanto, en tal caso, el bien del cual el funcionario público tenga la disponibilidad,
por razones de su oficio, permanezca, de cualquier modo, en el ámbito de su normal destino
jurídico, y esto es en la esfera de la A. P., quedando claro que se trata de una conducta que tiene
relieve en el plano disciplinario (en aplicación de tal principio, la S.C. ha excluido que integrase
el delito del art. 314 del C.P. la conducta del magistrado que –en calidad de presidente del
tribunal– utilizaba el auto de servicio exclusivamente para el recorrido casa-oficina, incluso
tratándose de recorridos extracomunales en cuanto la vivienda del magistrado estaba ubicada
fuera de la comuna en la que tenía lugar la oficina).
(12) El mismo principio ha sido aplicado en jurisprudencia en cuanto se ha considerado que una
apropiación relevante en los sentidos del art. 314 del C.P. faltase en el caso del funcionario
público que, aun llevándose dinero o bien mueble poseídos por razones del oficio, los hubiese
contextualmente sustituido con dinero del mismo valor nominal o con cosas que tengan la misma
aptitud funcional: en tal caso, se evidencia, el agente no convierte nada en su propio patrimonio
y ningún interés del Estado-administración es correlativamente mellado, excepto realizando con
la mencionada conducta, según la finalidad ilícita que el sujeto se establezca alcanzar, un diverso
título de delito, donde se repitan los presupuestos: Cas. pen., Secc. VI, 17.04.1989, Collorafi,RP,
1990, 501.
(13) “Para la configurabilidad del peculado o de la malversación no es necesario que el
funcionario público tenga la detención material o la disponibilidad directa e inmediata del dinero
o del bien mueble del cual se apropia, sino que es suficiente, para integrar el elemento de la
posesión, que aquel tenga la disponibilidad jurídica en consecuencia de la función por él
desarrollada, o bien la posibilidad de disponer del bien mediante un acto o un hecho que
corresponda a la competencia del oficio del cual está envestido” (Cas. pen., Secc. II, 22.11.1983,
n. 2509, Taverneni, CED (rv 163211)).
(14) El razonamiento, por otro lado, no está entendido en términos rígidamente formales: es
ciertamente posible como generalmente se admite, que la disponibilidad del bien se encuentre
sin embargo entre las competencias del funcionario público, pero en fuerza de una simple praxis
o de costumbres adoptadas en el Funcionario Público, o también de actos afectados por vicios
administrativos (incompetencia relativa, ilegitimidad, violación de deberes, etc.), o de una orden
del superior, o que el ejercicio del poder en cuestión constituya una circunstancia tolerada por el
Funcionario Público, con tal que, en todos estos casos, se pueda de cualquier modo considerar
expresión de la función ejercida por el funcionario público, y no constituya el resultado de un acto
penalmente ilícito. Compartible, por tanto, Cas. pen., Secc. VI, 10.04.2001, n. 27850, La
Torre, RPo, 2003, 19; Cas. pen., Secc. VI, 10.07.2000, n. 9443, Vergene, CP, 2001, 2382; Cas.
pen., 19.05.1987, Mollo, RP, 1987, 1063; Cas. pen., 14.04.1987, Verazzo, RP, 1988, 83; Cas.
pen., Secc. VI, 17.02.1983, n. 8652, Cameli, CED (rv 160784).
(15) V. por ej. Cas. pen., Sez. VI, 25.02.1994, Fumarola y otros, CP, 1995, 1853, MPC, 1994,
fasc. 10, 122 (es suficiente para constituir la posesión “por razones de oficio” cualquier relación
que de cualquier modo se refiera a las incumbencias ejercitadas por el agente y que le consienta
manejar dinero, ya sea ocasionalmente y en vía de hecho); Cas. pen., Secc. VI, 13.05.1992,
Vassena, MCP, 1993, fasc. 2, 24, y CP, 1994, 1854, e Cas. pen., Secc. VI, 08.11.1988,
Mandozzi, GP, 1989, II, 499 (suficiente que la posesión de bien mueble por parte del funcionario
público sea fruto incluso de ocasional coincidencia con la función ejercitada); Cas. pen.,
17.12.1987, Damato, GP, 1989, II, 229 (es suficiente una relación de simple ocasionalidad con
el bien mueble, en el sentido de que basta que la relación ocasional de posesión tenga origen en
el ejercicio de incumbencias conexas con la pertenencia al oficio del sujeto activo del delito); Cas.
pen., 27.02.1985, Staltari, RP, 1986, 163, y Cas. pen., 16.01.1981, Geneseni, GP, 1981, II, 719
(el requisito de la posesión por parte del agente por razones de oficio o de servicio recurre
también cuando la razón de oficio dependa de simple ocasionalidad y, para interrumpir la relación
de oficio, es preciso que la asignación sea contrastante con una expresa prohibición de ley o
bien que derive de acto ilícito); Cas. pen., 14.12.1982, Flagiello, GP, 1983, II, 431 (la posesión
calificada por la razón de oficio o de servicio puede depender también de simple ocasionalidad y
no estar unido a la competencia específica, formal o funcional del funcionario público o del
encargado del servicio público). Solo nominalmente diferente Cas. pen., Sez. VI, 04.11.1994,
Russo, CP, 1996, 1444 (que de la res objeto de apropiación y el ejercicio de las funciones del
funcionario público; pero luego provee de tal ocasionalidad un concepto demasiado mezquino,
considerando que esta vaya “entendida en su significado literal de evento fortuito y ligado al caso,
y no puede denominarse subsistente cuando el ejercicio de las funciones o sea la simple
asignación puesta por el particular en la calificación pública del sujeto ha representado la
contingencia que ha favorecido la insurrección de la posesión, por parte de este último, del bien
ajeno”: con la consecuencia de calificar como peculado el caso de la apropiación de sumas
sacadas de libretas y bonos postales confiados fiduciariamente a dependiente de la
administración de los correos para el cobro).
(16) Cas. pen., Secc. VI, 29.11.1993, Solaroli, GP, 1994, II, 400, MPC, 1994, fasc. 3, 38 (es
suficiente que la asignación, que puede ser también facultativa y ocasional, sea de cualquier
modo dependiente del oficio ejercitado).
(*) Policía del Estado.
(17) (Cas. pen., Secc. VI, 22.11.1983, n. 943, Marulli, CED (rv 162465)).
(*) Impuesto al valor agregado.
(18) Mantovani, Diritto penale. Parte generale, 2a ed., Padova, 1992, 428.
(19) Una, aun accidental, referencia a la duración (generalmente) implícita en la realización de
conductas de apropiación se encuentra por ej. en Cas. pen., Secc. VI, 17. 04. 1989, n. 10386,
Callofari, CED (rv 181842): “El peculado por apropiación de dinero o bien mueble, perteneciente
a la Administración Pública, se realiza cada vez que el funcionario público o el encargado del
servicio público que tiene la posesión del bien por razones de oficio, convierta en las propias
disponibilidades –por un tiempo mínimo, que sea apreciable – el bien mismo también si ello
ocurre con la intención de restituirlo y que luego efectivamente se restituya”.
(20) He confrontado las cuestiones de las cuales trataré en este parr. 3 en mi Il “turpe mercato”,
Milano, 2003, al cual me remito, a quien lo quisiese, para mayores argumentaciones.
(21) En doctrina se han presentado dudas también respecto a la consistencia ofensiva de la
corrupción pasiva impropia subsecuente, de la cual en el art. 318, segundo enciso, del C.P.:
Bricola, Tutela penale della pubblica amministrazione e principi costituzionali, en Studi en onore
di Santoro Passatelli, VI, Milano, 1970, 148.
(22 ) La propuesta legislativa ha sido probablemente debido a la dificultad de probar la
anterioridad o la posterioridad de la corrupción respecto al cumplimiento del acto contrario a los
deberes de oficio: no es inverosímil creer que normalmente un funcionario público que favorezca
indebidamente a un particular lo haga porque ha sido estimulado, cuando menos, por la promesa
de una remuneración. Esto, sin embargo, traduce este razonamiento en una unificación de la
pena prevista para la corrupción antecedente y para la subsecuente equivale a sancionar una
verdadera y propia presunción de antecedencia de la corrupción respecto al acto retribuido, y por
lo tanto a determinar las alternativas de dosimetría sancionatoria inspirándolas en el principio in
dubio contra reum. Una corrupción antecedente, en efecto, es evidentemente más insidiosa que
una corrupción subsecuente: solo la primera, realmente, está en grado de influir de manera
indebida en la formación de la voluntad del Estado; mientras la segunda anula completamente el
propio desvalor en el hecho de la indebida retribución. Cfr. Para todos Grosso, Commento all’art.
7 l. 26 aprile 1990 n. 86, en LP, 1990, 290; Seminara, Gli interessi tutelati nei reati di corruzione,
en Riv. it. dir. proc. pen., 1993, 982-3; Fiandaca, Musco, Diritto penale. Parte speciale, vol. I, 3a
ed., Bologna, 2002, 216; Manna, Corruzione e finanziamento ai partiti politici, en Studi en ricordo
di Giandomenico Pisapia, vol. I, Diritto penale, Milano, 2000, 122; Spena, op. cit., 261-80.
(23) A esta se contrapone la concepción clientelar de la corrupción, que puede estar
simbólicamente representada por la figura contractual de la donación causal: en el ámbito de ella
es suficiente que el ir y venir de utilidades suceda en razón de la calidad o del rol revestidos por
el agente.
(24) Esto se deduce, antes que nada, de dos circunstancias muy evocadas en la normativa
italiana vigente. Como deriva de lo dispuesto en los arts. 318, 319, 321 y 322 del C.P.: a) el delito
consiste, ya no en el cumplimiento (eventualmente indebido) de un acto del oficio, sino en el
trueque que lo tenga por objeto, y en efecto, respecto a su consumación, no tiene incidencia
alguna el hecho de que el acto trocado sea luego efectivamente realizado (Principio
indiscutiblemente reconocido en la jurisprudencia v. Por ej.: Cas. pen. 29 de octubre de 1992, CP,
1994, 1518 y GP, 1994, II, 27; Cas. pen. 29 de octubre de 1985, Rass. Avv. Stato, 1985, I, 682;
Cas. pen. 26 de enero de 1982, GP, 1982 III, 551; Cas. pen. 25 de enero de 1982, CP, 1983,
1966, con nota de Ferraro); b) es además necesario en la estructura del hecho de corrupción el
establecimiento de una acabada relación jurídica ilícita de “prestación y contraprestación” entre
dos partes, una de las cuales interviene en razón de haber tenido o de tener la posibilidad de
mantener una conducta correspondiente a una función pública.
Desde esta perspectiva, no se da corrupción, en el sentido penal del concepto, donde un
funcionario público cumpla un acto injusto en daño o en ventaja de terceros, sin ninguna previa
o sucesiva retribución, sino simplemente por motivo de odio o favor. Como tampoco no es
corrupción –ni aquella pasiva del agente público, ni aquella activa del privado–, pero si quizás
(estructuralmente) una tentativa de uno o de otro delito, donde falte el acto de dar o de prometer
una retribución indebida y/o el acto de recibirla o de aceptar la promesa.
(25) Así Giannini, Istituzioni di diritto amministrativo, Milano, 2000, xxiii; del mismo autor v.
También el vocablo Amministrazione pubblica, en Enciclopedia delle scienze sociali, I, Roma,
1991, 182 ss. Véase también Poggi, vocablo Stato moderno, en Enciclopedia delle scienze
sociali, VIII, Roma, 1998, 356 ss. (part. 362, para las relaciones con la “burocratización
administrativa”); Schiera, vocablo Stato moderno, en Bobbio, Matteucci (dir.), Dizionario di
politica, Torino, 1976, 1006 ss. Sobre el concepto de “burocracia” y sobre el fenómeno de la
“burocratización administrativa”, v. Pastori, La burocrazia, Padova, 1967; Id., vocablo Burocrazia,
en Digesto delle discipline pubblicistiche, II, Toreno, 1992, 403 ss.; Benceni,
vocablo Burocratizzazione, en Bobbio, Matteucci (dir.), Dizionario di politica, cit., 112 ss.; Giglioli,
vocablo Burocrazia, en Bobbio, Matteucci (dir.), Dizionario di politica, cit., 116 ss.; Albrow,
vocablo Burocrazia, en Enciclopedia delle scienze sociali, I, cit., 591 ss.
(26) En efecto, “si (...) la activación del funcionario supusiese la retribución privada; habrían
graves consecuencias. El funcionario, para cumplir el acto, atendería la retribución privada; y, en
esta espera, podría retardar la realización del interés público conexo al acto, además, este estaría
inducido a anteponer el cumplimiento de actos que interesan a los privados susceptibles de
ofrecer remuneraciones mayores, al cumplimiento de actos que interesan a otros particulares
(…) En fin, podría cumplir hasta, si son adecuadamente retribuidos, actos contrarios a su deber
de oficio” (Pagliaro, Principi di diritto penale, PE, I: Delitti contro la Pubblica amministrazione,
Milano, 2000, 150).
(27) Seminara, Gli interessi, cit., 976.
(28) Con base en la naturaleza (corrupción propia o impropia) y/o al mismo tiempo (corrupción
antecedente o subsiguiente) de los actos de compraventa, el contenido de ilícito de la corrupción
pasiva, ya emergente del simple hecho de la recepción de utilidades indebidas, se enriquece de
ulterior significado, según la mayor o menor inminencia o consistencia del peligro acarreado a
los bienes de la imparcialidad y/o del buen funcionamiento del funcionario público.
(29) Spena, op. cit., 265 ss., 598-9. Análogamente Balbi, I delitti di corruzione, Napoli, 2003, 52-
3. También Fornasari (I delitti di corruzione, en Bondi, Di Marteno, Fornasari, Reati contro la
Pubblica Amministrazione, Toreno, 2004, 202) concuerda con el hecho de que en los casos de
corrupción subsecuente “no parece connotada por una particular ofensividad la conducta
del extraneus”, y que esta circunstancia pueda “ser valorizad[a] de jure condendo”.
(30) Así Mantovani, Diritto penale, PG, Padova, 1992, 231-2, el cual además incluye
expresamente entre los delitos de sospecha la corrupción pasiva impropia subsecuente: inclusión
que no parece del todo correcta, puesto que –como se ha demostrado– los hechos punidos por
el art. 318, segundo inciso, del C.P. poseen indudablemente una propia, autónoma y bien definida
carga ofensiva.
(31) Cfr. Spena, op. cit., 280 ss., 595.
(32) Por ej., por el funcionario público que amenace con no cumplir el acto debido, o que pretenda
ser remunerado por haber hecho un favor al particular, amenazando futuras retorsiones.
(33) Así en efecto Balbi, I delitti, cit., 53, nt. 90, con relación a una propuesta interpretativa que
yo había presentado en Il “turpe mercato”, cit., 261 ss.
(34) Sintetiza felizmente el punto M.S. Giannini (Istituzioni di diritto amministrativo, cit., 268): “la
disposición administrativa viene a presentarse con algunos elementos vinculados –o sea
predeterminantes por la norma– y con otros discrecionales”.
(35) Barone, Discrezionalità: I, Enciclopedia giuridica, XI, Roma, 1989, 8, y allí una clara
ejemplificación de lo antes dicho.
(36) V. por ej. M.S. Giannini, Istituzioni di diritto amministrativo, cit., 266.
(37) V. Cas. pen. del 14.2.1970 y Cas. pen. del 20.3.1968, citadas en Pagliaro, Corruzione per il
compimento di atto discrezionale, en Il processo Lockheed, Suplemento de GC, 1979, 443; y
Cas. pen. n. 154250 del 12.6.1982, citada –junto a otras– en Romano, I delitti dei p.u. contro la
P.A., Milano, 2002, 169.
(38) Sobre esta idea, v. Barone, vocablo Discrezionalità: I, cit., 1 s.
(39) Piras, vocablo Discrezionalità amministrativa, en Enciclopedia del diritto, XIII, Milano, 1964,
72.
(40) Pagliaro, Corruzione per il compimento di atto discrezionale, cit., 443; Romano, I delitti dei
p.u., cit., 169. Además, la tesis en mención no considera que la distinción entre corrupción propia
e impropia se fundamente, ya no en la parcialidad o imparcialidad del funcionario público, como
en la ilegitimidad o legitimidad del acto vendido. La tendencia a proyectar inevitablemente sobre
el acto la naturaleza no imparcial del funcionario público, de cualquier modo, deriva una vez más
del hecho de configurar el ejercicio de un poder discrecional como expresión de una absoluta
libertad del funcionario público, al punto de considerar que en el acto por realizarse por parte del
funcionario público se reflejan ineluctablemente las cualidades personales adquiridas, por efecto
de la corrupción, de su “autor”.
(41) Esta es la reconstrucción que hace Vassalli (en Corruzione propria e corruzione impropria,
en GP, 1979, II, 318) del planteamiento subentendido a las dos sentencias RGSt. 74,251 del
1940 y RGSt. 77,75 del 1943.
(42) Gianniti, Il problema della corruzione del pubblico ufficiale dotato di potere discrezionale, en
SP, 1969, 180.
(43) La teoría, además, –al menos en la versión que aquí se recuerda– yerra también al hacer
referencia al juicio en cuanto a la contrariedad o la conformidad del acto en los deberes de oficio
(y, en consecuencia, al juicio respecto a la naturaleza impropia o propia de la corrupción) en la
prueba del comportamiento (rectas: del comportamiento) tenido por el funcionario público en el
momento del efectivo cumplimiento del acto, antes que en el tipo de comportamiento que este,
en el momento del pacto ilícito, se empeña en cumplir.
(44) Pagliaro, Corruzione per il compimento di atto discrezionale, cit., 445; Vassalli, Corruzione
propria, cit., 315 y 329 ss.
(45) Pagliaro, Corruzione per il compimento di atto discrezionale, cit., 445.
(46) Vassalli, Corruzione propria, cit., 329. En el mismo sentido, ya Romano, Fatto di corruzione
e atto discrezionale del pubblico ufficiale, en Riv. it. dir. proc. pen., 1967, 1315.
(47) Vassalli, Corruzione propria, cit., 330 ss.
(48) Este es, en síntesis, el núcleo esencial de la denominada teoría de la motivación objetivada,
tematizada sobre todo por Levi, Delitti contro la Pubblica amministrazione, en E. Florian
(coord.), Trattato di diritto penale, 4a ed., Milano, 1935, 138 ss., y por consiguiente retomada y
ulteriormente desarrollada por Romano, Fatto di corruzione, cit., 1317 (para el cual “el acto
discrecional … es siempre contrario … por el solo hecho de que han confluido en él la
consideración de intereses privados”). V. también Id., I delitti dei p.u., cit., 169.
(49) Se tendrá en cambio corrupción impropia, siempre que no puedan configurarse los extremos
de una concusión (a cargo del funcionario público y a descargo del privado), en el caso en el que
la retribución sea efectuada con el fin de que el funcionario público actúe exactamente en el
modo en el que este habría de otro modo actuado, y cumpla el acto, por tanto, “sin ninguna
interferencia del interés ajeno, solo después del escrupuloso sopesamiento de todo otro
interés pertinente, y solo en grado de efectuar el mejor interés genera” (Romano, I delitti dei
p.u., cit., 169).
(50) Cas. pen., Sez. VI, 19/09/1997, C.E.D. Cas. 210301; Cas. pen., Sez. VI, 27/05/1998, C.E.D.
Cas. 212236.
(51) V. por ejemplo Trib. de Milano, Sez. VII, 26/01/2000.
(52) V. por ej. las máximas de: Cas. pen., Sez. VI, 30/11/95, Varvarito (anotada por
Grosso, Dazione o promessa di denaro al pubblico ufficiale “en ragione delle funzioni esercitate”:
condotta punibile o fatto penalmente atipico?, en FI, 1996, II, 414 ss.); Cas. pen., Sez. VI,
05/02/1998, C.E.D. Cas. 210381; Cas. pen., Sez. VI, Lombardi, 06/03/98, en CP, 1999, 3405
(con nota crítica de Rampioni).
(53) Para análogas indicaciones, v. ya Cas. pen., Sez. II, 20/07/1934, en GP, 1934, II, 1182 ss.
(part. 1192 ss.).
(54) “Se piensa en el funcionario de los impuestos que es retribuido periódicamente para que
ayude de modo continuado a un contribuyente a la evasión fiscal, o en el magistrado a libro-
talonario de un grupo empresarial dispuesto a interferir, en el interés del ente pagador, sobre la
actividad judicial del oficio al cual pertenece. Verdaderamente en estas hipótesis ¿se puede ser
igualmente cautos al sostener que la eventual fallida individualización de las singulares
intervenciones ilícitas del funcionario público impide considerar realizado el delito de
corrupción?”Grosso, Dazione, cit., 415-6.
(55) En el mismo sentido Romano, I delitti dei p.u., cit., 171, para quien el concepto de “acto de
oficio”“bien comprende (...) una actividad también diluida en el tiempo que se traducirá en
actos y comportamientos de los contornos aún no integralmente previstos en el momento del
pacto igualmente presupuestable” (negrilla en original).
(56) Otro es, por ejemplo, que un comerciante obsequie, para Navidad y para Pascua, a los
carabineros de la estación local con una bella bandeja de dulces, pura y simplemente con el fin
de mantener relaciones de “buen vecindario”; otro es, en cambio, que el mismo comerciante,
evasor empedernido, cada tres meses haga llegar al financiero X una suma tot de dinero, con el
tácito acuerdo de que, cuando al primero se le debiese ser objeto de controles fiscales, el
segundo se activaría indebidamente en su favor.
(57) En este sentido Cas. pen. 15/5/1985, en CP, 1987, 285, n. 197. En doctrina, Grosso, Nodi
controversi en tema di riforma dei delitti di corruzione e concussione, en CP, 1999, 3281.
(58) Cas. pen., Sez. VI, 19/11/1997, C.E.D. Cas. 210084: “En la estructura del delito de
corrupción, dado que entre la ilícita compensación y el acto administrativo “vendido” debe
intercurrir una relación de sinalagmaticidad y por consiguiente una cierta proporción, el acto o el
comportamiento administrativo, objeto del ilícito acuerdo, si no individualizado ab origene debe
ser al menos individualizable; se precisa por otra parte que, ya que la individualización bien puede
ser limitada al género de actos por cumplir, dicha individualización se realiza también cuando la
contraprestación de la promesa o de la dación de dinero o de otra utilidad sea integrada por un
genérico comportamiento del funcionario público, con tal que entre en la competencia o en la
esfera de intervención del mismo y sea susceptible de especificarse en una pluralidad de actos
singulares, no preventivamente prefijados o programados, sino pertenecientes aún siempre
al genus previsto”. También en doctrina por otra parte es más bien difundida la idea de que la
individualización, requerida para la consumación de los delitos de corrupción, pueda limitarse al
género de los actos: v. por todos, Pagliaro, Principi, PE, I, cit., 173.
Dentro de estos límites, además, parece posible también la consideración, emergida en algunas
recientes máximas de la Casación, que “para los fines de la configurabilidad del delito de
corrupción propia ex art. 319 del c.p., para valorar si la conducta del funcionario público es o no
contraria a sus deberes, es preciso tener en consideración no en los singulares actos, sino en el
conjunto del servicio prestado al particular” (así, por ej. Cas. pen., Sez. VI, 14/07/1998, C.E.D.
Cas. 213054). Menos condivisible, en cambio, es el relieve que se desprende de éste, según el
cual, “también si todo acto de por sí considerado corresponda a los requisitos de ley, el
sometimiento de la función, por dinero u otra utilidad, a los intereses del particular concreta el
delito en cuestión, realizándose de tal modo la violación del deber de imparcialidad”. Tal
consecuencia, verdaderamente, no deriva necesariamente de la premisa, ya que ésta al contrario
requiere que “el conjunto del servicio” retribuido por el particular sea, en su totalidad, contrario a
los deberes de oficio, ello en cambio no puede decirse para el caso en el que alguien retribuya a
un funcionario público para que ejercite de modo legítimo los propios poderes.
(59) V. Pagliaro, Principi, PE, I, cit., 164 ss.; Benussi, I delitti contro la pubblica amministrazione,
tomo I, I delitti dei pubblici ufficiali, Padova, 2001, 395-402; Spena, op. cit., 357 ss.
(60) De concusión, en cambio, no se puede hablar si la iniciativa real (no meramente formal) del
cambio retributivo es del particular, antes que del funcionario público: el de concusión, en efecto
es, estructuralmente, un delito por iniciativa del funcionario público (v., también para las
aclaraciones necesarias en cuanto al modo en el que se necesita entender el concepto de
“iniciativa”, Spena, op. cit., 371-83, 435-40).
(61) Así, por todos, Di Vico, Il delitto del corruttore, I, en Annali di diritto e procedura penale, 1936,
397.
(62) Manzini, Trattato di diritto penale italiano, V, 5a ed., Toreno, 1982, 213–5. Cfr. del mismo
modo Di Vico, Il delitto, cit., 397 ss.
(63) Cfr. Levi, Delitti, cit., 280.
(64) Cas. pen., Sez. VI, 13/01/00, C.E.D. Cas. 215641.
(65) El hecho de que estos datos cruciales terminen en segundo plano, en el interior de la teoría
en discurso, es adscribible, viéndose bien a aquella errada concepción de fondo en orden a la
estructura de los delitos de corrupción, estando a la cual la conducta del corruptor en su íntima
esencia no sería otra que una forma calificada de instigación y, por tanto, en último análisis, no
obstante, su especial calificación jurídica a comparación de un delito autónomo, una verdadera
y propia forma de “complicidad” en el delito del corrupto (así, expresamente, Manzini, Trattato,
V, cit., 214; Di Vico, Il delitto, cit., 397). De esta idea desciende ineluctable el criterio de la
iniciativa, ya que sería absolutamente paradójico creer que el instigado (o sea el corrupto) pueda
solicitar al propio instigador (el corruptor) que lo instigue (es decir, que lo corrompa).
(66) Benussi, En tema di concussione e corruzione, IP, 1985, 413.
(67) Cfr. por ej. Cas. pen., Sez. VI, 19/01/98, C.E.D. 211708: “en materia de distinción entre los
delitos de concusión y corrupción, elemento determinante es la actitud de las voluntades
respectivas del funcionario público y del particular y consecuentemente del tipo de relación que
se instaura entre los dos sujetos”.
(68) Por ej., en jurisprudencia, Cas. pen., Sez. VI, 17/10/1994 C.E.D. Cas. 199991.
(69) Aún reciente, en jurisprudencia, Cas. pen., Sez. VI, 13/01/00, C.E.D. 215639: “la diferencia
entre los delitos de corrupción y de concusión se atiene a la diversa posición que el particular y
el f.p. asumen en la relación recíproca. Mientras en la corrupción –típico para concurso
necesario– los sujetos tratan paritariamente con manifestaciones de voluntad convergentes en
el pactum sceleris, en la concusión –que es delito unisubjetivo– el dominus del ilícito es el f.p.”.
(70) En jurisprudencia cfr., por ej., Cas. pen., Sez. VI, 06/12/1994, C.E.D. Cas. 201044: “la línea
divisoria entre la concusión y la corrupción se da por el modo con el cual se determina la voluntad
del particular, o sea libremente o por efecto del metus publicae potestatis”. V., además, Cas.
pen., Sez. VI, 25/02/94, C.E.D. Cas. 198497; Cas. pen., Sez. VI, 14/04/94, C.E.D. Cas. 199155;
Cas. pen., Sez. VI, 17/10/94, C.E.D. Cas. 199989.
(71) Así, por ej., Cas. pen., Sez. VI, 18/04/94, C.E.D. Cas. 199521.
(72) El único relieve que en el estado normativo actual puede reconocerse al elemento en
mención consiste, por tanto, en la posibilidad de ser valorado por el juez como atenuante
genérica ex art. 62- bis del C.P. (cfr. Cas. 15/11/82, citada en Ferracuti/Giarrizzo, vocablo Stati
emotivi e passionali, en Enciclopedia del diritto , XLII, Milán, 1990, 668) y/o a los efectos del juicio
sobre la intensidad del dolo (art. 133, primer inc., n. 3, del C.P.), o también sobre los motivos
para delinquir (art. 133, segundo inc., n. 1, del C.P.), en sede de determinación de la pena: no
ciertamente para excluir la responsabilidad penal del corruptor.
(73) “No disponiendo la ley nada sobre la intensidad del metus, no es posible considerar como
tal solo lo extremo” (Cas. pen., sez. VI, 11/01/94, C.E.D. Cas. 199185). En el mismo sentido,
antes Cas. pen., Sez. VI, 04/02/94, C.E.D. Cas. 199144.
(74) V. Cas. pen., Sez. VI, 17/02/00, C.E.D. Cas. 217116, y por último Cas., 4 de noviembre de
2004, n. 1505, Zamberlan, en CP, 2006, 93.
(75) Pagliaro, Principi, PE, 121.
(76) Por último, Cas. pen. (17/02/00, C.E.D. Cas. 217116) excluye explícitamente que –para los
fines de la concusión del funcionario público– el particular deba “necesariamente encontrarse en
un estado subjetivo de temor”.
(77) Cfr., por todos, Fiandaca/Musco, Diritto penale, PE, I, Bologna, 1999, 208. En jurisprudencia,
reciente, v. Cas. pen., Sez. VI, 17/02/00, C.E.D. 217116.
(78) Fiandaca/Musco, op. loc. ult. cit.
(79) Tanto más que un cierto temor “corresponde a cada contratación del particular del que
depende el éxito de una práctica”: Pagliaro, Principi, PE, I, cit., 166.
(80) Así, si un agente de policía judicial, cogido en fragancia, pide al autor de un hurto
agravado ex art. 625, primer inc., nº 1 un tot de dinero, ofreciendo a cambio no cumplir con el
arresto a su cargo que ex art. 380, segundo inc., del C.P.P. tendría la obligación de cumplir, el
hecho de que el particular reciba con esto alguna turbación de orden psíquico no da cuenta del
motivo por el cual él no debe responder por corrupción activa una vez aceptada la iniciativa del
funcionario público.
Tampoco el temor de la potestad pública logra orientar hacia una adecuada solución de casos
como el siguiente: un empresario al borde de la ruina participa en el concurso de licitación
pública; uno de los miembros de la comisión llamada a decidir sobre el concurso se acerca a él
y le dice claramente que su oferta es del todo inadecuada y no tendría alguna chance de ganar;
sin embargo, la comisión se dispone a asignarle la buena pro: ¿es quizás inverosímil imaginar
que, en tal caso, el empresario pruebe un verdadero y propio temor de las consecuencias para
él desfavorables proyectadas por el funcionario público y que derivan del ejercicio legítimo de los
propios poderes por obra de este último? Y ¿es menos inverosímil admitir que él pueda
convencerse de la prestación precisamente por causa de un estado semejante de objetivo temor
respecto a las determinaciones del funcionario público? La verdad es que, en este caso, el
particular está en manos del funcionario público, y la contratación no ocurre ciertamente sobre la
base de la paridad entre las partes. No obstante ello, no hay duda de que en el caso en particular
él sea responsable de corrupción activa, desde el momento que retribuye al administrador público
con la finalidad de que este cumpla un acto contrario a los deberes del propio oficio y para sí
favorable.
(81) V., por ej., Cas. pen., Sez. VI, 08/11/96, C.E.D. Cas. 206226, publicada, con nota adhesiva
de Laghi, en GP 1997, II, 648; Cas. pen., Sez. VI, 10/12/96, C.E.D. Cas. 207507; Cas. pen., Sez.
VI, 05/10/98, C.E.D. Cas. 211745; Cas. pen., Sez. VI, 05/05/98, C.E.D. Cas. 213044. En
doctrina, v. por ej. Ronco, Sulla differenza, 616.
(82) V. Carrara, Programma del corso di diritto criminale, PE, V, 2a ed., Lucca, 1870, 141 (§
2581). Cfr. Del mismo modo Ronco, Sulla differenza tra concussione e corruzione: note tra ius
conditum e ius condendum, en GP, 1998, II, 612.
(83) V. por ej., en jurisprudencia, Cas. pen., Sez. VI, 17/10/94, C.E.D. Cas. 199990; Cas. pen.,
Sez. II, 01/12/95, C.E.D. Cas. 204363; Cas. pen., Sez. VI, 08/11/96, C.E.D. Cas. 206226. Esta
teoría es hoy generalmente desestimada, con base en la consideración de que “hay casos, en
los cuales el particular certat de demno vitato, pero que son seguramente de corrupción. Se tiene,
con tal propósito, el ejemplo del particular que ofrece dinero a un funcionario público para
inducirlo a no presentar denuncia por un delito efectivamente cometido” [Pagliaro, Principi, PE,
cit., 166].
(84) Mareni, vocablo Concussione, en Enciclopedia giuridica, Roma, 1995, 14 y 15.
(85) Así Silva Sánchez (Sobre las actuaciones en una “situación de necesidad” que no implican
deberes de tolerancia, en Luzón Peña, Mir Puig (dir.), Cuestiones actuales de la teoría del delito,
Madrid, 1999, 164), con referencia en general a las tesis normativas sobre la exclusión de la
responsabilidad penal de quien actúa en “situación de necesidad”.
(86) V., por ej., Insolera, Corruzione e concussione nella riforma del diritto e del processo penale,
en Studi en ricordo di Giandomenico Pisapia, I, Diritto penale, Milano, 2000, 664.
(87) Es muy posible, en efecto, que –consideradas las circunstancias concretas en las cuales se
desarrolla la comunicación entre el funcionario público y el particular– aquella amenaza no tenga
ya ex ante alguna efectiva idoneidad para obligar al destinatario. Así, por ej., si el funcionario
público pidiese al particular una remuneración indebida, amenazando en caso de rechazo con
retardar algunos días el cumplimiento de un cierto acto debido favorable al segundo, este último
podría efectivamente decirse obligado a cumplir la prestación solicitada solo en caso de que el
retardo pudiese perjudicar su facultad de gozar de los beneficios del acto, o bien en caso de que
él tuviese cualquier otra fundada razón de emergencia respecto al conseguimiento del acto
mismo: en caso contrario, no se podría ciertamente afirmar que la conducta del funcionario
público haya asumido el alcance de una real constricción.
(88) V. Fiandaca, Esigenze e prospettive di riforma dei reati di corruzione e concussione, en Riv.
it. dir. proc. pen., 2000, 883 ss.
(89) Cas., VI, 18.11.1999.
(90) Cas., VI, 3.7.2000.
(91) Por otra parte, si realmente la relación entre el art. 321 del C.P. y los arts. 318-
320 del C.P. contemplase instaurar una interdependencia entre las respectivas conductas
ilícitas, la letra del primero debería recitar así:
En los casos del primer inciso del art. 318, en el art. 319, en el art. 319-ter, en el art. 320 en
relación con las susodichas hipótesis de los articulos 318, 319 y 319-ter, las mismas penas
allí previstas se aplican también a quien da o promete al funcionario público o al
encargado de un servicio público dinero u otra utilidad.
Como se sabe, en cambio, la disposición reza de otro modo:
Las penas establecidas en el primer inciso del art. 318, en el art. 320 en relación con las
susodichas hipótesis de los arts. 318 y 319, se aplican también a quien da o promete al
funcionario público o al encargado de un servicio público dinero u otra utilidad.
(92) Doctrina casi uniforme: v., ad es., Manzini, Trattato, V, cit., 178; Grispigni, I delitti contro la
Pubblica amministrazione, Roma, 1953, 146-7; Pagliaro, Principi, PE, cit., 106; Cerquetti, Tutela
penale della Pubblica amministrazione, Napoli, 1996, 41-2; Pioletti, vocablo Concussione,
en Digesto delle discipline penalistiche, III, Torino, 1989, 3. Contra, pero sin particulares
justificaciones, Fiandaca/Musco, Diritto penale, PE, I, cit., 202. En jurisprudencia por ej., Cas.
pen., Stc. VI, 03/09/92, en C.E.D. Cas. 191972.
(93) Por todos, v. de cualquier modo Contento, Commento all’art. 317 c.p., en Padovani (dir.), I
delitti dei p.u. contro la Pubblica amministrazione, Torino, 1996, 94.
(94) Para una alusión en tal sentido, e incluso en el ámbito de un planteamiento en el cual de
cualquier modo, “en la economía estructural del tipo penal, el primer lugar concierne a la
exigencia de tutela de la libertad de motivación y de decisión (denominado libertad moral) que
debe ser inmune a interferencias y a presiones o solicitaciones que se relacionen, en cualquier
modo, a la posición del funcionario público”, v. Contento, La concussione, I, Milano, 1970, 29: “si
se confronta, en términos de sanción, la más modesta tutela que la misma exigencia recibe en
su previsión más general, es decir, en el art. 610 del c. p., respecto a la gravísima sanción legal
prevista por el art. 317, debe convenirse que la importancia (...) respecto a la posición central
que el requisito del abuso de la cualidad o de las funciones asume en el delito de concusión es
sin duda exacto ”.
(95) Levi, Delitti, cit., 280.
Desde esta única matriz, de fondo, derivan todos aquellos criterios de distinción entre concusión
y corrupción, los cuales toman sobre todo como punto de apoyo elementos relativos a la
intención, al fin o a la voluntad del particular. Así, dado el criterio del daño podría sostenerse que,
mientras el dolo del corruptor está propiamente caracterizado por el fin de obtener una ventaja
(de lucro captando), el concuso estaría en cambio movido exclusivamente por la voluntad de
evitar un mal amenazado (de damno vitando); considerando la teoría de las voluntades se podría,
por otra parte, adelantar la idea de que en el concuso falte una libre y espontánea voluntad de
retribuir al funcionario público donde en cambio el corruptor actúa sobre la base de una libre
elección, y que esta constituya un presupuesto del dolo del tipo penal; se podría finalmente
considerar que, mientras el dolo del corruptor se caracteriza por eso, que el deseo del sujeto está
dirigido a la obtención de la violación de los propios deberes por parte del funcionario público, el
deseo del concuso en cambio no tiene nunca como objeto el abuso del funcionario público.
(96) Cfr. Por todos De Marsico, Sul valore dell’iniziativa nella differenza tra concussione e
corruzione, en AP, 1948, II, 204.
(97) “En realidad, para poder sostener que la violencia y la amenaza excluyen el dolo, sería
necesario poder afirmar que ellas impidan reconocer en el comportamiento de la persona
necesitada la ‘voluntad’ del hecho realizado. Mientras es claro que ‘la violencia o la amenaza […]
motivan al agente al hecho, pero sin que este impulso tenga alguna eficacia sobre el proceso de
realización del evento’, que queda plenamente voluntario”: Padovani, Le ipotesi speciali di
concorso nel reato, Milano, 1973, 141 (la cita interna es sacada de Roxin, Täterschaft und
Tatherrschaft, Berlin, 1963, 133). El punto constituye por lo demás una asunción del todo
dominante en el pensamiento penal contemporáneo, especialmente en opinión de la doctrina
alemana. Ello, además, está en la base de la sistemática del delito característica de gran parte
del penalismo del último quinquenio, que reconoce un dolo de tipo penal como elemento de la
tipicidad, que consiste en la voluntad (y/o representación) de los elementos significativos del
hecho, y reenvía a la culpabilidad la consideración de la normalidad, o menos, de los procesos
de formación de la misma voluntad: cfr., por todos, Donini, Teoria del reato. Una introduzione,
Padova, 1996, 74 ss. y 252 ss.
(98) Más allá de las a continuación registradas, hay en verdad una ulterior hipótesis, en la que la
conducta del concuso es atípica, por falta del dolo de corrupción activa: se trata de la hipótesis
en la que el particular es engañado por el funcionario público sobre la naturaleza debida de la
remuneración requerida, y por esto es “inducido” a retribuirlo. En el texto, sin embargo, me estoy
ocupando solo de la concusión por constricción.
(99) Pagliaro, Principi, cit., 110; Seminara sub art. 317 c.p. , en Crespi, Stella, Zuccalà
(cur.), Commentario breve al codice penale, Padova, 2003, 906; Benussi, I delitti, cit., 355-6.
Es sin embargo necesario que la comunicación concusiva del funcionario público, en tal caso,
tenga lugar más allá de toda interacción fisiológica entre particular y funcionario público respecto
a la cual sea posible al funcionario público intervenir en virtud de la posición funcional cubierta;
en caso contrario, la iniciativa del funcionario público sucedería sobre la base de una selección
implícita de un campo de relieve, que tiene como objeto tanto la idea de los posibles intereses
del particular susceptibles de ser perjudicados por una acción del funcionario público, como en
el área de los posibles poderes explicables y conductas realizables; por parte de este último, en
dirección de aquel perjuicio. Así: otro es que un agente de policía judicial bloquee a un transeúnte
cualquiera, llamando la atención sobre la propia calidad; otro es, en cambio, que sea un oficial
de la GdF, en el curso de un control contable, llamando la atención del comerciante, que es
sometido, sobre la propia calidad. En este segundo caso hay, como en el primero, un reclamo
implícito en los propios poderes (que sin embargo son indeterminados), pero a diferencia de que
en ello, hay también, en virtud de la existencia de una específica relación entre particular y
funcionario público y por consiguiente de un preciso interés del primero para que esta relación
tenga cierto éxito, una implícita determinabilidad (si no hasta determinación) de los actos de oficio
para el cumplimiento de los cuales el particular está dispuesto a satisfacer los pedidos del
funcionario público.
(100) Conf. Levi, I delitti contro la Pubblica amministrazione nel diritto vigente e nel progetto,
Roma, 1930, 265: “Si se trata de hacer omitir un acto contrario al deber de oficio, en tanto ello no
podrá nunca constituir corrupción (...) habrá concusión aunque el particular, a ello inducido por
la perspectiva del acto arbitrario o dañoso (o en otra hipótesis del comportamiento del funcionario
público, desde sus antecedentes, etc.), haya hecho la oferta”.
(101) Cas. pen., Stc. VI, 13/07/1998, C.E.D. Cas. 213422.
(102) En sentido contrario, sin embargo, recientemente ha decidido la Cas. pen., Sez. VI,
13/07/1998, C.E.D. Cas. 231422.