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29 de octubre de 2017
Ernesto Junior Martínez Avelino Historia de las Fuentes Canónicas | 1
ÍNDICE
I. Introducción……………………………………………………...……………………2
b. Lengua y original………………………………………………...……………………4
IV. Bibliografía…………………………………………………………………………..12
Ernesto Junior Martínez Avelino Historia de las Fuentes Canónicas | 2
I. Introducción.
Y puesto que, “Ubi societas, ibi ius”, es decir, donde hay sociedad, hay derecho, y donde
hay derecho, hay personas que crean las leyes, las aplican y vigilan su fiel cumplimiento,
precisamente sería Pedro, quien recibiría tal potestad: «Tú eres Pedro y sobre esta piedra
edificaré mi Iglesia (...) A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra
quedará atado en los cielos…» (Mt 16, 18-19). Pero no sólo sería la necesidad de una mejora
organizativa lo que motive la existencia del Derecho en la Iglesia, sino que es la expresa
voluntad del Señor la que manifiesta la naturaleza jurídica de la comunidad eclesial.
Sin embargo, en el itinerario del estudio del Derecho Canónico, no se puede ignorar
aquella tesis de Rudolph Sohm, quien decía que «la esencia del Derecho Canónico está en
contradicción con la esencia de la Iglesia»,1 o aquella otra expresión del mismo Sohm que
decía que «cualquier derecho eclesiástico divino en el cristianismo primitivo sería contrario al
evangelio» porque «el cristianismo primitivo aparece como la comunidad de aquellos que están
unidos en el amor (…) Lo que hace de la Iglesia un cuerpo de naturaleza exclusivamente
religioso».2 Para Sohm, es claro que la Iglesia estaba fundada no en el Derecho, sino en los
carismas, contrarios a cualquier dimensión jurídica, y por ello, sólo sería posible hablar
propiamente de Derecho en la Iglesia a partir del s. IV. Esto es, a juicio de algunos expertos,
una anticipación de la reticencia posconciliar al ámbito jurídico.
Por ello, para un conocimiento fundamental y básico del ser y origen de la Iglesia, y del
lugar teológico que tiene el Derecho Canónico y de su función pastoral, es menester recurrir al
testimonio de «aquellos santos que, con la fuerza de la fe, con la profundidad y riqueza de sus
enseñanzas la engendraron y formaron (a la Iglesia) en el transcurro de los primeros siglos
(…) Son también sus constructores, ya que por ellos -sobre el único fundamento puesto por los
Apóstoles, es decir, sobre Cristo- fue edificada la Iglesia de Dios en sus estructuras
primordiales» (“Patres Ecclesiæ”, 2 de enero de 1980).
Así pues, los “Padres de la Iglesia” son testigos privilegiados de la Tradición, ya que están
próximos a la pureza de la Iglesia desde sus orígenes, y un notable testigo es San Ignacio mártir,
Obispo de Antioquía, de quien nos ocuparemos en el presente trabajo mediante un breve estudio
1 Citado en RUOCO VARELA Antonio Ma., “Teología y Derecho”, Ediciones Cristiandad, Madrid 2003,
p. 136.
2 Citado en FANTAPPIÈ Carlo, “Storia del diritto canonico e delle istituzioni della Chiesa”, Il Mulino,
de sus Cartas camino al martirio en Roma, consideradas como fuente histórica del Derecho
Canónico, con atención particular a la “Carta a los Esmirniotas” y a la “Carta a Policarpo”.
Esta sencilla labor consta de tres partes: la primera parte trata sobre una breve
introducción al estudio de la Obra de Ignacio; la segunda parte comprende el estudio a las dos
Cartas antes señaladas; por último, la tercera parte consiste en la identificación de los elementos
disciplinares y canónicos en la misiva a los Esmirniotas y a Policarpo que, aunque no se hallan
sistemáticamente, pero ya están presentes.
Nuestro estudio comienza en la Iglesia de Antioquía, de donde fue obispo San Ignacio.
La vida de fe de Antioquía hunde sus raíces en la primera persecución que los cristianos de
Jerusalén padecen tras la muerte de Esteban,3 y que se expandieron hacia el norte, no sólo por
Judea y Samaría (cfr. Hch 8, 1), sino más allá, por la región de Siria: «Los que se habían
dispersado cuando la tribulación originada a la muerte de Esteban, llegaron en su recorrido
hasta Fenicia, Chipre y Antioquía, sin predicar la Palabra a nadie más que a los judíos. Pero
había entre ellos algunos chipriotas y cirenenses que, venidos a Antioquía, hablaban también
a los griegos y les anunciaban la Buena Nueva del Señor Jesús» (Hch 11, 19-20).
Precisamente sería Antioquía (actual Turquía), situada a orillas del río Orontes, capital de
la Provincia Romana de Siria, tercera ciudad más importante del Imperio después de Roma y
Alejandría, y residencia del gobernador romano de Siria,4 el lugar donde el cristianismo se
desplazaría tras la persecución en Jerusalén. La ciudad de Antioquía juega un papel importante
no sólo en el ámbito cultural y económico, sino también cristiano, pues se convertiría en el
centro operativo de las misiones al mundo pagano.5
De esa gran urbe del mundo antiguo, la Iglesia Madre habría tenido noticias de la
presencia de cristianos, y envió a Bernabé (cfr. Hch 11, 22) para que, como “Hijo de la
exhortación” (cfr. Hch 4, 36), incorporase a esa porción de creyentes al nuevo rebaño. Entre el
año 45-46 d.C., y ante el ingente trabajo que se habría de realizar en aquella ciudad, Bernabé
se hizo acompañar de Saulo (Pablo), y realizaron una valiosa labor, a tal grado, que «en
Antioquía fue donde, por primera vez, los discípulos recibieron el nombre de “cristianos”»
(Hch 11, 26). Esa primera semilla sembrada en tierra fértil, y el posterior trabajo misionero del
Apóstol de los gentiles en y desde ese lugar (cfr. Hch 13, 1-2; 14, 26; 15, 22, 30, 35; 18, 22),
significaría el comienzo de la Iglesia en Antioquía que redundaría en abundantes frutos.
De esa fecunda Iglesia antioquena, fue obispo Ignacio, quien se presentaba a sí mismo en
sus misivas como “Theophoros” (Θεοφóρος), es decir, “Portador de Dios”. De la vida del
obispo Ignacio tenemos noticia gracias a algunos testimonios como el de Eusebio de Cesarea,
un historiador del s. IV, que refiere que fue el «segundo en obtener la sucesión de Pedro en el
episcopado de Antioquia»,6 y que sucedió al primer obispo antioqueno llamado Evodio;7 este
3 Cfr. HUBER Sigfrido, “Las cartas de Ignacio de Antioquia y de San Policarpo de Esmirna”, Ediciones
Desclée, De Brouwer, Buenos Aires 1945, p. 19.
4 Cfr. Comentario bíblico “San Jerónimo”, Tomo III, Nuevo Testamento I, Ediciones Cristiandad, Madrid
1972, p. 484.
5 Cfr. Sagrada Biblia: Comentario, EUNSA, Pamplona 2010, p. 1168.
6 EUSEBIO de Cesarea, “Historia Eclesiástica”, BAC, Madrid 2002, III, 36, 2.
7 Ibidem, III, 22.
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historiador antiguo también relata que Ignacio «fue trasladado de Siria a la ciudad de Roma
para ser pasto de las fieras, en testimonio de Cristo».8 Otro testimonio es el de Ireneo sobre el
martirio de Ignacio, que es presentado como «uno de los nuestros, condenado a las bestias, a
causa del testimonio dado por él a Dios: “Porque trigo soy de Cristo y por lo dientes de las
fieras he de ser molido, a fin de ser presentado como limpio pan de Dios”».9 También Orígenes
se refiere a Ignacio como «mártir, segundo obispo de Antioquia después de Pedro, quien en la
persecución en Roma, luchó contra las bestias».10 Sin embargo, la mejor fuente para saber de
la vida y pensamiento de este obispo mártir son sus siete cartas que durante su viaje hacia el
martirio en Roma dedicó a las Iglesias de las ciudades por donde pasaba.
La segunda etapa es en Troas, desde donde envió tres cartas: una a la Iglesia de Filadelfia,
otra a la Iglesia de Esmirna y una más, de manera particular, al obispo Policarpo, que la presidía,
y a quien reconoce como varón apostólico y a quien le confía su rebaño de Antioquia.14
b. Lengua y original:
San Ignacio escribe sus cartas en lengua “koiné”, que es el griego corriente que servía a
todo el Imperio como idioma universal. Pero a juicio de Möhler, conocedor de los Padres de la
Iglesia, escribe al respecto:
• La primera es la recensión breve que se compone de las siete cartas que Eusebio reporta
en su “Historia Eclesiastica” (III, 36, 4ss). Es la recensión original; existe sólo en griego
y se halla en el “Codex Mediceus Laurentianus” (57, 7) y data del s. II.
• La segunda es la recensión larga. Data del s. IV y surge porque la colección original sufrió
alteraciones e interpolaciones. Esta recensión consta de las siete cartas de la recensión
breve, pero de una forma más amplia y a las cuales se han sumado seis más, consideradas
espurias. Esta recensión larga se encuentra en manuscritos latinos y griegos. De hecho,
esta fue la primera en conocerse, se imprimó en latín en 1489 y en griego en 1557.
• La tercera es la recensión brevísima pero que en realidad se trata de un resumen en siriaco
publicado por Cureton en 1845, que compendia sólo tres cartas: “A los Efesios”, “A los
Romanos” y “A Policarpo”.
Ahora bien, ¿cuál de estas tres recensiones es la auténtica? Desde el s. XVI se debate este
problema al cual se le ha llamado “Cuestión Ignaciana”, pero a partir de los estudios de algunos
expertos como Lightfoot, Harnack, Zahn y Funk, se puede concluir que la recensión breve, es
decir, las siete cartas que describe Eusebio, es la más aceptada.16
Sin embargo, para algunos la cuestión continúa abierta. En 1977, el patrólogo catalán
Rius-Camp, afirmó que sólo la “Carta a los Romanos” había llegado hasta nosotros
correctamente y que eran auténticas “A los Tralianos”, “A los Magnesios” y “A los Efesios”,
aunque fueron reelaboradas por un falsario del s. II, cuya preocupación principal era justificar
la constitución jerárquica tripartita de la Iglesia, de manera que era necesaria una restructuración
de esas cartas. Incluso, otros más osados han llegado a negar la existencia real de Ignacio. Con
todo, la recensión breve (o la de Eusebio), se impone como la de mayor aceptación.17
RIUS-CAMPS Josep, “Las cartas auténticas de Ignacio, el obispo de Siria”, Revista Catalana de Teología
2, Facultat de Teología de Barcelona, Barcelona 1977, pp. 31-149, (el estudio completo en:
http://www.raco.cat/index.php/RevistaTeologia/article/viewFile/65831/99503&a=bi&pagenumber
=1&w=100).
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En esta obra, el obispo Ignacio se dirige a la Iglesia de Esmirna, que es una ciudad del
Asia Menor (actual Izmir, Turquía). Esta ciudad situada a orillas del Mar Egeo, fue colonizada
por los eolios hacia el s. X a.C., pero sin alguna relevancia especial, hasta que Alejandro Magno
reconoce su ubicación privilegiada como vía comercial de Oriente. Fue reedificada por el rey
Lisímaco hacia el s. IV a.C., y pronto se convirtió en el puerto comercial más importante del
Asia Menor, y desde el año 133 a.C., junto con la ciudad de Pérgamo, se convirtió en un centro
importante del culto imperial.18
La misiva que el obispo antioqueno dirige a los cristianos de Esmirna, consta de trece
capítulos, que se van agrupando conforme a los temas que se van desarrollando. Con ocasión
de la herejía del docetismo, Ignacio presenta su doctrina cristológica y su doctrina eucarística;
recomienda la unión con el obispo y habla sobre la jerarquía de la Iglesia; por último, trata sobre
la hospitalidad y la fraternidad entre los fieles.19
b. “Carta a Policarpo”.
En la ruta hacia su martirio, Ignacio se detiene en Troas, desde donde escribe además de
la Carta a los hermanos de Filadelfia y de Esmirna, una misiva a Policarpo, quien, según el
testimonio de Eusebio de Cesarea e Ireneo fue discípulo de los Apóstoles y le confiaron el
episcopado de la Iglesia de Esmirna del Asia.20 Tertuliano cuenta que fue Juan quien le puso al
frente de la Iglesia de los Esmirniotas.21 Interesante también es un testimonio de Ireneo que
Eusebio recoge en su “Historia Eclesiastica”, en el que describe las relaciones que tuvo
Policarpo con Juan (Ireneo no conoce otro Juan que el apóstol) y con todos los que habían visto
al Señor.22 La fecha de su martirio es muy discutida, sin embargo, el testimonio más aceptado
es el reportado por Eusebio de Cesarea, hacia el año 167 d.C.23
Antes de recibir la palma del martirio, Ignacio, como tercer obispo de la Iglesia, realizó
el último acto apostólico de enseñar, consolidar en la fe y confirmar el orden de los bienes
eclesiales para salvaguardar la unidad en Cristo. Y aunque sus cartas no ofrecen un sistema
completo de doctrina teológica, sin embargo, representan un tesoro para el conocimiento de la
vida de la Iglesia primitiva de aquellos siglos y de sus relaciones internas.26
a. La Iglesia es “una”.
Para el obispo Ignacio la unidad es, ante todo, una prerrogativa de Dios, que es Uno. 28
Por ello, los cristianos deben imitar esta unidad propia de Dios en su comunión con el obispo,
ya que él representa a Cristo, y quien está unido al obispo, está unido a Cristo, de modo que
todos, ya sean fieles, judíos o gentiles, forman un solo Cuerpo eclesial (Communio Fidelium).
«Bien está que sepamos de Dios y del obispo, el que honra al obispo es
honrado por Dios. El que a ocultas del obispo hace algo, rinde culto al
diablo» (Ad Smyrn., IX, 1).
Magnesios” (VIII, 2), “A los Filadelfios” (VIII, 1), “A los Efesios” (IV, 2).
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b. La Iglesia es “particular”.
Para Ignacio, la unidad de la Iglesia no es una idea abstracta, sino expresión viva y
concreta de la comunión de las Iglesias particulares (Communio Ecclesiarum), ya sea en
“Éfeso del Asia”,29 ya en “Magnesia del Meandro”,30 ya en “Trales del Asia”,31 ya en Roma
a la que reconoce el lugar prevalente que posee entre todas las Iglesias al considerarla «puesta
a la cabeza de la caridad»,32 ya en “Filadelfia del Asia”,33 ya en Esmirna.
c. La Iglesia es “jerárquica”.
A fin de que esta unidad propia de la Iglesia se viva con la garantía de la verdadera fe,
esta se constituye de manera “jerárquica”, esto es, formada por el obispo acompañado por el
colegio de los presbíteros y ayudado en el servicio por los diáconos (Communio Hierarchica).
Esta jerarquía ejerce una responsabilidad peculiar en la edificación de la comunidad eclesial.
Además, esta Communio Hierarchica –que parte de la unión con Cristo, Principio y
Fundamento de toda Communio– posee rasgos de confianza y fraternidad cuando se comparte
una tarea en común. Con deseos propios de un hermano en el ministerio del episcopado, se
dirige Ignacio al obispo Policarpo, al momento del consejo y la exhortación.
«Yo, en efecto, confío en la gracia, que estáis prontos para toda buena
obra que atañe a Dios. Como sé vuestro fervor por la verdad, he
reducido mi exhortación a estas breves líneas» (Ad Polyc., VII, 3).
d. La Iglesia es “católica”.
Puesto que el obispo es el representante visible del Obispo Invisible, que es Cristo, él es
también custodio y administrador de los Sacramentos. Por ello, Ignacio recomienda que la
celebración del Bautismo, Eucaristía y Matrimonio se realice con su conocimiento y anuencia;
además, dispone que, quienes no profesan la verdadera fe, se abstengan de participar de la
Eucaristía.
IV. BIBLIOGRAFÍA
➢ AYÁN CALVO Juan José (Dir.), “Tertuliano. «Prescripciones» contra todas las herejías”,
Fuentes Patrísticas 14, Ed. Ciudad Nueva, Madrid 2001.
➢ AYÁN CALVO Juan José (Intro. y Trad.), “Ignacio de Antioquía, Cartas. Policarpo de
Esmirna, Carta. Carta de la Iglesia de Esmirna a la Iglesia de Filomelio”, Fuentes Patrísticas
1; Ed. Ciudad Nueva, Madrid 1991.
➢ ORÍGENES, “Homilías sobre el Evangelio de Lucas”, Tomo 97, Ciudad Nueva, Madrid
2014.
➢ RUIZ BUENO Daniel, “Padres Apostólicos”, Edición bilingüe completa, BAC, Madrid
1965.