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El Pecado, La Culpa y La Gracia:

Martín Lutero y la Doctrina de la


Restauración
Por: Daniel K. Judd

El psiquiatra americano Karl Menninger publicó en el año 1973 un libro


interesante con el llamativo título Whatever Became of Sin? [¿Qué Pasó con el
Pecado?] Lo oportuno de la publicación de Menninger fue una de las razones
por las que llegó a ser importante; la comunidad académica y la cultura
popular se estaban distanciando de la religión en lo general y del concepto
del pecado y la culpa en lo particular. Menninger, el fundador de la
mundialmente reconocida clínica Menninger, y muy bien versado en los
orígenes biológicos y sociológicos de la enfermedad mental, escribió: “En
todos los lamentos y los reproches que hacen nuestros [líderes], uno extraña
el que no haya mención alguna del ‘pecado,’ una palabra que era una
contraseña auténtica de los profetas. . . . Sabemos que se cometen actos
malos; durante las noches se siembran cizañas en los trigales. Pero, ¿no hay
algún culpable o alguien que se responsabilice de esos actos? Todos
reconocemos la ansiedad y la depresión, y hasta unos vagos sentimientos de
culpabilidad; pero ¿nadie ha cometido algunos pecados? De hecho, ¿a dónde
se ha ido el pecado? ¿Qué pasó con él?” [1]

El punto de vista de Menninger enfrentó mucha oposición. Albert Ellis,


contemporáneo de Menninger y un muy respetado teórico y psicólogo,
representó a quienes hablaron en contra de las creencias religiosas al
declarar: “La religiosidad, por tanto, en muchos aspectos es equivalente al
pensamiento irracional y al disturbio emocional. . . . La solución terapéutica
elegante para los problemas emocionales es ser bastante anti-religioso. . . .
Mientras menos religiosos sean, serán más sanos emocionalmente.” [2] Esta
declaración de Ellis hace eco a los escritos de Sigmund Freud, que
consideraba que la religión era “la neurosis compulsiva universal de la
humanidad.” [3] Los escritos de Freud y Ellis se adelantaron a muchas de las
críticas de las creencias y las prácticas religiosas actuales, tales como las que
hizo el Profesor Richard Dawkins, que describe a la religión como una
“infección maligna.” [4]

Sin embargo, con muy pocas excepciones, las investigaciones desde la


primera parte del siglo veinte hasta el presente han producido muy poco
apoyo para el argumento que vincula la religión a la enfermedad
mental. [5] La mayoría significativa de los estudios apoyan la conclusión de
que las creencias y las prácticas religiosas, y muy especialmente la devoción
religiosa intrínseca, facilitan la salud mental, la cohesión marital y la
estabilidad familiar. [6]

Aunque muchas de las investigaciones sobre la salud mental son positivas


con respecto a la influencia religiosa, hay lecciones importantes que
aprender de la minoría de los estudios que sugieren que algunas creencias y
prácticas religiosas son perjudiciales para la salud mental. Hay pocas
influencias más destructivas en la vida de los individuos, las familias y de las
naciones que la religión “descompuesta.” A la inversa, como este artículo lo
sugerirá, en general la religión es una influencia benéfica en la vida de los
individuos, las familias y las naciones.

El principal interés de este artículo es enfocarse en los principios doctrinales


básicos del pecado, la culpa, y la gracia y las bendiciones que vienen por
medio de la Expiación de Jesucristo ya que contribuyen al bienestar temporal
y eterno de la familia humana. También se da atención especial a las
enseñanzas doctrinales, que si se mal interpretan y se aplican
equivocadamente, pueden contribuir a la inestabilidad individual, familiar y
global. Una gran parte del artículo incluye ejemplos de la vida famoso
reformador protestante Martín Lutero como ilustraciones de las influencias,
positivo y negativas, de las creencias y prácticas religiosas genuinas y de las
distorsionadas.

LA DOCTRINA DEL PECADO

El escritor inglés G. K. Chesterton notorio por sus conocimientos de la cultura


occidental, escribió un libro titulado What’s Wrong with the World [Qué es
lo Malo del Mundo] [7] La leyenda indica que el título para esa publicación
en el año 1910 se inspiró en la invitación, que él y otros escritores ingleses
recibieron del muy conocido periódico londinense Times para escribir acerca
de los problemas que estaba enfrentando el mundo. Aparentemente, se
recibieron muchas respuestas, pero la más notoria fue la de Chesterton. En
respuesta a la pregunta “¿Qué es lo Malo del Mundo?” él simplemente
contestó: “Estimados Señores: Yo Soy. Sinceramente, G. K.
Chesterton.” [8]

Es cierto que no todos los problemas del mundo tienen su origen en el


pecado (ver Juan 9: 1-3), pero el ignorar la moralidad de la mortalidad y re-
etiquetar todos esos problemas como dolencias, enfermedad mental, o hasta
crimen, es cometer un grave error. Si no entendemos la relación entre el
pecado, la culpa, el arrepentimiento, y la gracia de Jesucristo, es posible que
nunca estaremos libres de nuestras cargas individuales. La consecuencia de
eliminar el pecado como una fuente de sufrimiento es quitar también el único
remedio que traerá la curación que muchos buscan.

En el Nuevo Testamento, la palabra griega más común que ha sido traducida


como “pecado” es hamartia, que significa más exactamente “errar el
blanco.” [9] Frecuentemente interpretamos que “errar el blanco; “cuando
pecamos es violar los mandamientos de Dios; el élder Neal A. Maxwell
enseñó que “el blanco” no es solamente un mandamiento o un principio, sino
que “el blanco es Cristo.” [10] Cristo es el blanco; los principios doctrinales
que se encuentran en Su evangelio son las manifestaciones de su mismo Ser.
Los principios, los preceptos, y las leyes doctrinales son vitales, pero el
Salvador no fue solamente un maestro de la ley; Él fue y es la ley: “He aquí,
yo soy la ley y la luz. Mirad hacia mí, y perseverad hasta el fin, y viviréis;
porque al que persevere hasta el fin, le daré vida eterna” (3 Nefi 15: 9).

Así como llegamos a ser discípulos de Jesucristo por seguir sus enseñanzas,
también adquirimos sus atributos y llegamos a ser como Él es. Pablo enseño
a los primeros santos en Filipo: “Prosigo a la meta, al premio del supremo
llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Filipenses 3: 14; énfasis agregado). El
pecado nos separa del Salvador; seguir sus enseñanzas y su ejemplo nos
conduce a Él.

TRASPASAR LO SEÑALADO

Pablo les enseñó a los santos en Roma: “Por cuanto todos pecaron y están
destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23; énfasis agregado). Jacob, el
profeta del Libro de Mormón, enseñó que nosotros también podemos
transgredir las leyes de Dios por “traspasar lo señalado.” Jacob enseñó que
“traspasar lo señalado” fue la razón por la que los antiguos judíos perdieron
la verdad con la una vez fueron bendecidos al tenerla: “Pero he aquí, los
judíos fueron un pueblo de dura cerviz; y despreciaron las palabras de
claridad, y mataron a los profertas, y procuraron cosas que no podían
entender. Por tanto, a causa de su ceguedad, la cual vino por traspasar lo
señalado, es menester que caigan; porque Dios les ha quitado su claridad y
les ha entregado muchas cosas que no pueden entender, porque así lo
desearon; y porque así lo desearon, Dios lo ha hecho, a fin de que tropiecen”
(Jacob 4:14; énfasis agregado).

Los judíos buscaban un salvador, pero la mayoría no estaban buscando el


ser salvos del pecado. El salvador que esperaban los liberaría de la opresión
romana y les brindaría una salvación temporal. Erraron el blanco al no
aceptar y seguir a Jesucristo como el Mesías.

En nuestra propia época, hay quienes también “traspasan lo señalado” como


el medio para colocarse arriba de los demás y colocar a la ley arriba del
Legislador. Ellos, como algunos de los fariseos de la antigüedad, hacen las
cosas correctas por las razones equivocadas. La crítica de Cristo a los
fariseos, que se encuentra en el libro de Mateo, no se refiere a las acciones
sino a los motivos: “. . . . hacen todas sus obras para ser vistos por los
hombres. . . .” (Mateo 23: 5). Robert L. Millet ha escrito: “A medida que los
miembros de la Iglesia rebasan los límites del decoro y traspasan lo señalado,
se exponen a la decepción, y al final, a la destrucción. El desequilibrio lleva
a la inestabilidad. Si Satanás no puede hacer que mintamos, o robemos o que
fumemos o que seamos inmorales, es posible que solamente hará que
nuestra fortaleza—nuestro celo por la bondad y la rectitud—se convierta en
nuestra debilidad. Él fomentará el exceso, porque ciertamente, cualquier
virtud, llevada al extremo, se convierte en un vicio.” [11]

Por tanto, a menudo el “traspasar lo señalado” es una expresión de legalismo


o de “la rectitud de las obras” con la cual las personas intentan salvarse a sí
mismas mediante la obediencia a la ley. El “traspasar lo señalado” puede ser
tan destructivo como el no guardar los mandamientos. Esta forma externa
de creencia y práctica religiosa, en la que el enfoque está en el
comportamiento en público más que en la adoración en privado, es una
característica común de muchos de los miembros de las comunidades
religiosas que experimentan una creciente inestabilidad mental y
emocional. [12] Quienes son religiosos externamente tienden a ver la religión
como el medio para lograr la aceptación pública y otros objetivos centrados
en sí mismos. Las personas religiosas internamente, ponen la voluntad de
Dios y el bien de los demás antes de sí mismos. Las creencias y prácticas
religiosas internas son las formas de religión que se relacionan más
comúnmente con la creciente salud mental. [13]
Los fariseos del Nuevo Testamento que eran motivados externamente, son
ejemplos de quienes adoraron la ley pero rechazaron al Legislador. El Apóstol
Pablo describió esta misma rectitud falsa de los de su época que tenían “celo
por Dios, pero no conforme al conocimiento” (Romanos 10: 2). Pablo
continuó con esa descripción al enseñar que tales individuos estaban
“ignorando la justicia de Dios, y procurando establecer la suya propia, [y] no
se han sujetado a la justicia de Dios” (Romanos 10: 3). Estas advertencias de
las escrituras, junto con los hallazgos de las investigaciones de la ciencia
social, nos advierten de los peligros de tener exceso de celo en las creencias
y las prácticas religiosas (ver Mosíah 9: 3).

MARTÍN LUTERO

Aunque existen individuos que ven y viven “traspasando lo señalado” como


el medio de gratificar su “orgullo [y] vana ambición” (D y C 121:37), otros
pecan por ignorancia en su sincero pero mal dirigido intento de vivir con lo
que entienden que es el evangelio de Cristo (ver Mosíah 3:11). Es una triste
realidad el que podemos pecar por ignorancia, y aunque no seamos
culpables moralmente por pecar, de todas formas sufrimos las
consecuencias de la ley que hemos violado.

Uno de los ejemplos más sorprendentes en la historia cristiana de alguien


que empezó su ministerio enfocado en los sacramentos externos de su
religión, en lo que erróneamente pensaba que era una devoción religiosa
genuina, es Martín Lutero, uno de los padres de la Reforma Protestante. Su
lucha personal, y posteriormente pública, en contra de las falsedades del
legalismo, el celo excesivo, y (discutiblemente) una obsesión clínica con la
escrupulosidad, influyeron en la Reforma Protestante y la posterior
Restauración por medio del Profeta José Smith. Las personas de todas las
religiones pueden aprender mucho de los errores de Martín Lutero así como
de sus contribuciones importantes a las creencias y las prácticas religiosas.

En sus propios escritos leemos que Martín Lutero comenzó su ministerio


como un fiel monje agustino: “Fui un buen monje, y cumplí las reglas de mi
orden tan estrictamente que podría decir que si alguna vez un monje llegaba
al cielo por su vida monástica, ese era yo. Todos mis hermanos en el
monasterio que me conocieron bien lo respaldarán. Si hubiera seguido por
más tiempo, me hubiera matado con vigilias, ayunos, lecturas y otras
obras.” [14]

Los monjes agustinos fueron conocidos por su disciplina física y moral.


Dormían y estudiaban en cuartos pequeños y por lo general no tenían
calefacción. Además de hacer votos de castidad, de obediencia y de pobreza,
Lutero y los otros monjes de esa orden participaban en adoración formal que
empezaba entre la una y las dos de la mañana. Estas sesiones normalmente
duraban 45 minutos cada una y se efectuaban siete veces a lo largo del día.
Aunque se ha citado que el joven Lutero dijo: “El primer año en el monasterio,
el diablo está muy tranquilo,” [15] las cosas cambiaron dramáticamente en
los años siguientes. Después de un año inicial de paz, Lutero empezó a tener
sentimientos de culpa y desesperación:

Cuando era monje, hice un gran esfuerzo por vivir de acuerdo a los requisitos
de las reglas monásticas. Practicaba la confesión y la mención todos mis
pecados, pero siempre con un acto de contrición previo; iba a confesarme
frecuentemente y cumplía fielmente las penitencias asignadas. Sin embargo,
mi conciencia no podía lograr la certeza sino que siempre dudaba y decía:
“No lo has hecho correctamente.

No estabas lo suficientemente contrito. No mencionaste esto en tu


confesión.”

Por tanto, mientras más trataba de sanar a mi incierta, débil y atribulada


conciencia con las tradiciones humanas, la hice más incierta, débil y
atribulada. De esta forma al observar las tradiciones humanas, las
transgredía aún más; y por seguir la rectitud de la orden monástica, nunca
pude lograrlo. [16]

Durante diez años Lutero trabajó con crecientes sentimientos de duda y


culpabilidad. Sus escritos revelan que otros monjes con quienes había
servido experimentaron sentimientos similares: “Vi a muchos que intentaban
con gran esfuerzo y la mejor de las intenciones hacer todo lo que era posible
para pacificar sus conciencias. Usaban camisas de pelos; ayunaban, oraban,
se atormentaban y agotaban sus cuerpos con varios ejercicios tan
severamente que si estuvieran hechos de hierro, habrían sido molidos. Y sin
embargo, por más que se esforzaban, sus tormentos se hicieron más
grandes.” [17]

LA BÚSQUEDA DE LA PAZ

Martín Lutero buscó en su religión y a sus líderes religiosos para que le


ayudaran con su culpa. Específicamente, se volvió a los sacramentos de la
Iglesia Católica pero halló que no le dieron la paz que buscaba. Al comentar
acerca de su participación en los sacramentos de la Iglesia, Lutero registró
lo siguiente: “Después de la confesión y de celebrar la Misa nunca pude hallar
descanso en mi corazón.” [18]
Las confesiones se convirtieron en un suplicio infructuoso para Lutero y para
aquellos a quienes se confesaba. Sus biógrafos anotaron que Lutero “se
confesaba frecuentemente, a veces a diario, y se tardaba hasta seis horas en
una sola ocasión.” [19] Johannes von Staupitz, el mentor en quien confiaba
Lutero y vicario de la Orden de los Agustinos en la cual servía Lutero, fue uno
de quienes recibieron sus confesiones. Acerca de esta relación, Lutero
escribió: “Con frecuencia me confesaba con Staupitz. . . . Él [Staupitz] dijo,
‘no te entiendo.’ ¡Esto fue un consuelo real! Después al ir con otro confesor
tuve la misma experiencia. En breve, ningún confesor quería escucharme.
Entonces pensé: ‘Nadie tiene esta tentación, solo tu,’ y estaba tan muerto
como un cadáver.” [20] El padre Staupitz procuró reducir la culpa de Lutero:
“Si esperas que Cristo te perdone, ven con algo que se pueda perdonar—
parricidio, blasfemia o adulterio—en vez de todos estos pequeños
pecados.” [21]

Si la confesión no resolvió la culpa de Lutero, tampoco lo lograron los ayunos


en que se abstenía de alimento y bebida, lo que hacía con frecuencia y
durante varios días a la vez. Lutero registró: “Ayuné casi hasta morir, porque
una y otra vez estuve sin tomar una sola gota de agua o una bocado de
alimento.” [22] Aunque reconoció que el ayuno tenía un lugar legítimo en la
adoración cristiana, Lutero advirtió que quienes practicaran el ayuno más allá
del propósito establecido (como él lo había hecho) “simplemente arruinarían
su salud y se volverían locos.” [23] Parece ser que la mayor devoción de
Lutero hacia la oración, una parte central de la rutina diaria de los monjes,
solamente aumentó su carga. Lutero declaró: “Escogí a veintiún santos y cada
día les oraba a tres al celebrar la misa; por tanto terminaba los veintiuno
cada semana. Especialmente le oraba a la Virgen Bendita, quien con su
corazón de mujer podría calmar a su Hijo.” [24] Lutero reportó que en vez de
traer la paz que buscaba, esta devoción adicional al ayuno y la oración “hizo
que se partiera [su] cabeza.” [25]

La teología católica de esa época incluía “una visión individualista del


pecado,” pero una “visión corporativa de la bondad.” [26] A Lutero se le había
enseñado que aunque todos deben ser responsables por cada pecado que
hayan cometido, también tenían derecho a la bondad colectiva de los justos
que habían muerto habiendo adquirido mayor rectitud de la que necesitarían
para recibir la salvación en el reino de Dios. Este conjunto de rectitud estaba
disponible a cambio de un precio. La transferencia de crédito de esta rectitud
colectiva de los santos a una persona que lo necesitara se conocía
como “indulgencia.” [27]
Una de las maneras en que podía ocurrir esta “transferencia” de rectitud de
una persona a otra era haciendo una contribución monetaria. Otros métodos
incluyeron el visitar los lugares santos y el ver las reliquias sagradas. Durante
su primer visita a Roma, Lutero subió (de rodillas) la “Scala Santa” [la escalera
santa], veintiocho escalones de mármol que, supuestamente, Jesús ascendió
cuando fue llevado ante Poncio Pilato para ser juzgado. Estos escalones
habían sido transportados de Jerusalén a Roma para recordarle a la gente lo
injusto del juicio y la crucifixión del Salvador. El biógrafo de Lutero, Richard
Marius, dijo que quienes subían esos escalones, ofreciendo una oración en
cada escalón, lo hacían con la creencia de que estarían “exentos de la
necesidad de pagar por los pecados que habían cometido.” Marius registró
que cuando Lutero termino su ascensión puso en duda la validez de que de
esa forma se le hubieran perdonado sus pecados al preguntar “¿Quién puede
saber que así es?” [28] Al final, Lutero concluyó que “quienes creen que
pueden estar seguros de su salvación porque tienen las cartas de
indulgencia, serán condenados eternamente, junto con sus maestros.” [29]

El psiquiatra cristiano Ian Osborn dice que Lutero estaba sufriendo de un


trastorno obsesivo-compulsivo. [30] Un diagnóstico clínico más exacto es
“escrupulosidad,” la cual el psiquiatra Santo de los Últimos Días, Dawson
Hedges y su colega Chris Millet describen como “un trastorno psicológico
caracterizado principalmente por una culpa u obsesión patológica asociada
con temas morales o religiosos que frecuentemente es acompañada por una
obediencia compulsiva a los asuntos morales o religiosos y produce
angustia y es de difícil adaptación.” [31]

El trastorno obsesivo-compulsivo, la escrupulosidad, o cualquier otro


trastorno psicológico no lo “causa” la religión. Más bien, las personas tienden
a expresar su confusión mental por medio de los aspectos en su vida que
son importantes para ellos. [32] “Los antecedentes culturales (religiosos o
de otro tipo) proporcionan el escenario en el cual los problemas emocionales
crean el drama.” [33] Aunque ningún mortal puede definir exactamente el
origen de la culpa y la desesperación de Lutero, está claro que estaba ansioso
por entender y resolver lo que el llamó “Anfechtungen” [34] o lo que otros
han descrito como “la noche obscura del alma.” [35]

LA JUSTICIA DE DIOS

La experiencia de Martín Lutero con la gracia de Cristo, eventualmente le


traería paz y al final sería la inspiración para la Reforma Protestante. El viaje
de Lutero hacia la gracia empezó formalmente cuando su vicario, Johannes
von Staupitz, lo invitó a que buscara un doctorado y diera conferencias de la
Biblia en la Universidad Wittenberg. Lutero se sorprendió por la invitación
pero aceptó la nueva asignación y comenzó un estudio serio de la Biblia,
empezando con el libro de Salmos y siguiendo con los libros de Romanos y
Gálatas.

Lo que resultó cambió el curso de la historia. Lo que Lutero llamó “la


experiencia en la torre” fue en gran parte una revelación personal que recibió
al estudiar y enseñar las escrituras durante varios años. [36] La “torre” era un
cuarto pequeño en la torre del Claustro Negro en el monasterio de
Wittenberg. Lutero hizo una lista de muchos textos de las escrituras que
fueron importantes para que “renaciera,” pero el texto que fue central en su
transformación personal vino del libro de Romanos: “Porque en el evangelio
la justicia de Dios se revela por fe y para fe; como está escrito: Mas el justo
por la fe vivirá” (Romanos 1:17). Al principio, Lutero luchó para entender la
frase “la justicia de Dios.” Inicialmente esas palabras le causaron enojo al
punto de que “odió al Dios justo que castiga a los pecadores.” [37] Pero su
nueva comprensión de “la justicia de Dios” fue lo que al final cambió todo:

Las palabras “justo” y “la justicia de Dios” llegaron a mi conciencia como si


me hubiera alcanzado un rayo. Cuando las escuché estaba bastante
asustado. Si Dios es justo [pensé], entonces debe castigar. Pero cuando por
la gracia de Dios medité, en la torre y en el cuarto caliente de este edificio,
las palabras “mas el justo vivirá por la fe” [Romanos 1:17], y “la justicia de
Dios” [Romanos 3:21], muy pronto llegué a la conclusión de que si nosotros,
como hombres justos, debemos vivir por la fe y si la justicia de Dios
contribuye en la salvación de todos los que creen, entonces la salvación no
será por nuestros méritos sino por la misericordia de Dios. Mi espíritu se
alegró por eso. Porque es por la justicia de Dios que somos justificados y
salvos por medio de Cristo. Estas palabras [que antes me llenaron de terror]
ahora fueron muy agradables para mí. El Espíritu Santo me reveló las
Escrituras en esta torre. [38]

Eventualmente, Lutero formuló lo que ahora se conoce como la doctrina de


la “justificación por la fe.” Lutero llegó a creer que la “justicia de Dios” en
Romanos 1:17 no era una descripción de la ira de Dios hacia el pecador, sino
de su misericordia y perdón disponible para los que creyeran en Él. Lutero
enseñó que la doctrina de la justificación era el ‘artículo principal de la
doctrina cristiana’ y que todos debemos ser justificados solamente por la fe
en Jesucristo, sin ninguna contribución de la ley o ayuda de nuestras
obras. [39] El pastor y erudito protestante John F. MacArthur Jr. define la
doctrina de la justificación como “un acto de Dios por el cual Él le atribuye al
pecador creyente la justicia completa y perfecta de Cristo, perdonando al
pecador de toda injusticia, declarándolo perfectamente justo a la vista de
Dios, librando así al creyente de toda condenación. [40]

Lo que Lutero no había podido comprender inicialmente, y lo que vió como


una falla del catolicismo, fue que la paz y la salvación eterna no eran la
recompensa por sus propias buenas obras, sino que solamente podrían venir
por motivo de “la justicia de Dios” que era posible mediante la Expiación de
Jesucristo. Todas las oraciones que Lutero había hecho, los ayunos que hizo,
las incontables horas de confesión que había hecho, y las indulgencias que
había recibido no podrían ganarle el favor de Dios y traerle las bendiciones
de paz y redención.

Parece ser que las obsesiones y compulsiones de Lutero con la oración, el


ayuno, el estudio de las escrituras, y cosas por el estilo, no fueron motivadas
por un deseo fariseo de buscar la alabanza de sus semejantes sino por su
deseo de ser aceptado por Dios y estar libre de la culpa y el temor a la muerte
y la condenación que lo consumía. Sin embargo, su obsesión religiosa con
sus propios problemas fue en gran parte lo que evitaba su progreso. John
MacArthur escribe: “La raíz de la las enfermedades psicológicas y espirituales
es la preocupación por sí mismo. Irónicamente, el creyente que es consumido
por sus propios problemas—aún sus propios problemas espirituales—deja
de preocuparse por otros creyentes, sufre de un egoísmo destructivo que no
sólo es la causa de sus problemas, sino la barrera suprema para la solución
de ellos.” [41]

El nuevo conocimiento de Lutero le permitió aceptar el perdón de Dios y


enfocarse en las necesidades de otros. El siguiente es el consejo que Lutero
le dio a un hombre que estaba cometiendo los mismos errores que él había
hecho. Los comentarios de Lutero nos dan a conocer la profundidad de su
nuevo conocimiento: Hermano, te es imposible, en esta vida, llegar a ser tan
justo y que tu cuerpo esté tan claro y sin mancha como el sol. Tendrás
manchas y arrugas (Efesios 5:27), pero aún así eres santo. Pero dices: “. . . .
¿pero cómo seré liberado del pecado?” Corre hacia Cristo, El Médico que sana
al contrito de corazón y salva a los pecadores. Cree en Él.

Si crees, eres justo, y porque le atribuyes a Dios la gloria de ser todo


poderoso, misericordioso, verídico, etc., justificas y alabas a Dios. En breve,
le atribuyes a Él divinidad y todo lo demás. Y el pecado que aún permanece
en tí no se te imputa sino que es perdonado por la gloria de Cristo, en quien
crees y que es perfectamente justo en un sentido formal. Su justicia es tuya;
tus pecados son de Él. [42]

Lutero ya no permitió que sus pecados lo consumieran, porque después de


años de desesperación él tenía la convicción de que había sido perdonado
mediante su fe en Cristo y que la justicia de Dios, se le había imputado. Este
poder redentor y habilitador le permitió a Lutero, y a cada uno de nosotros,
el ser perdonados de nuestros propios pecados y hace lo que nosotros no
podemos hacer por sí mismos, y es el medio por el que Dios “consagrará
[nuestras] aflicciones para [nuestro] provecho” (2 Nefi 2:2).

DOCTRINAS FALSAS

El Presidente Joseph F. Smith enseñó: “Satanás es un imitador muy hábil, y


cuando una verdad del evangelio es dada al mundo en abundancia creciente,
él extiende una doctrina falsa. . . ‘para engañar, de ser posible, aún a los
elegidos.’” [43] Las doctrinas de la gracia de Cristo y del lugar correcto de
las buenas obras han sido el tema de los engaños más eficaces y destructivos
del adversario. Debido a que estas doctrinas son tan importantes en el
evangelio de Jesucristo, el adversario ha conjurado falsedades seductoras
que han engañado y continuarán desorientando a quienes escuchen el
mensaje del evangelio.

Algunos, al citar la tradición de Agustín, Lutero y Calvino, se enfocan en


pasajes bíblicos tales como el consejo del Apóstol Pablo a los efesios:
“Porque por gracia sois salvos por medio de la fe;. . . . no por obras, para
que nadie se gloríe” (Efesios 2: 8-9). Muchos de estas mismas personas
ignoran la siguiente frase en el texto que dice: Porque somos hechura suya,
creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de
antemano para que anduviésemos en ellas” (Efesios 2:10; énfasis agregado).

Otros, siguiendo la tradición de los clérigos y eruditos como el monje


británico Pelagio, deciden no enfatizar la gracia sino que resaltan la
importancia de las buenas obras y se enfocan en lo escrito en la Epístola de
Santiago: “Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe,
y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle? . . . . Así también la fe, si no tiene
obras, es muerta en sí misma” (Santiago 2: 14, 17). Al igual que el joven
Lutero, muchas de estas personas creen erróneamente que sus buenas obras
los salvarán y no entienden la importancia de “confiando solamente en los
méritos de Cristo, que era el autor y consumador de su fe” (Moroni 6:4;
énfasis agregado).
Tomando las escrituras como un todo, el Salvador y sus antiguos Apóstoles
enseñaron que las buenas obras no pueden salvarnos, pero que tampoco
podemos ser salvos sin ellas. Los debates contenciosos acerca de la relación
entre la gracia y las buenas obras, muy raramente son instructivos o
edificantes. Quienes apoyan los argumentos de ambas partes concluyen por
lo general que el debate fortalece sus propias versiones de qué es lo que el
Salvador y sus siervos enseñaron sobre la relación entre la gracia y las obras.
C. S. Lewis describió el principio de la dinámica doctrinal como sigue: “Él [el
diablo] siempre manda al mundo errores en pares opuestos. Y siempre nos
anima a que pasemos mucho tiempo decidiendo cual es el peor. ¿Pueden ver
porqué? Él confía en tu disgusto por uno de los errores para llevarte,
gradualmente, hacia el otro. Pero no nos engañemos. Debemos poner
nuestros ojos en la meta y seguir hacia adelante entre esos dos errores.” [44]

Llevar la doctrina de la gracia más allá de lo que el Salvador y sus siervos han
enseñado, degrada y cambia el principio más importante a una distorsión
que destruye el propósito principal de la Expiación de Jesucristo. El pastor y
teólogo Dietrich Bonhoeffer enseñó:

La gracia barata, significa la justificación del pecado sin la justificación del


pecador. . . . La gracia barata es la predicación del perdón sin requerir el
arrepentimiento, el bautismo sin la disciplina de la iglesia. La comunión sin
la confesión, la absolución sin la confesión personal. La gracia barata es la
gracia sin el discipulado, la gracia sin llevar la cruz, la gracia sin Jesucristo. .
. . La gracia [cara] es costosa porque nos llama a seguir, y es gracia porque
nos llama a seguir a Jesucristo. Es costosa porque le cuesta la vida a un
hombre, y es gracia porque le da a un hombre la única vida verdadera. Es
costosa porque condena el pecado, y gracia porque justifica al pecador.
Sobre todo, es costosa porque a Dios le costó la vida de Su Hijo. [45]

A la inversa, si se sobre estima el lugar y la importancia de las buenas obras,


se lleva erróneamente a la humanidad a creer equivocadamente que
podemos salvarnos a nosotros mismos. El élder M. Russell Ballard ha escrito:

No importa que tanto trabajemos, no importa que tanto obedezcamos, no


importa cuántas cosas buenas hagamos en esta vida, no sería suficiente si
no fuera por Jesucristo y Su gracia amorosa. No podemos ganar el reino de
Dios por nosotros mismos—no importa lo que hagamos—.
Desafortunadamente, hay algunos dentro de la Iglesia que han llegado a
preocuparse tanto por hacer buenas obras que se olvidan que esas obras—
tan buenas como puedan ser— están vacías si no van acompañadas de una
total dependencia en Cristo. [46]

CONCLUSIÓN

El entender correctamente la relación entre el pecado, la gracia de Cristo, y


las buenas obras fue parte íntegra de la Reforma Protestante y de vital
importancia para la Restauración; y también es esencial para cada uno de
nosotros al tratar de hallar la paz en este mundo y la vida eterna en el mundo
venidero. Robert Millet sabiamente dijo: “Dios y el hombre trabajan juntos en
la salvación del alma humana. La verdadera pregunta no es si somos salvos
por gracia o por obras. Las verdaderas preguntas son estas: ¿En quién confío?
¿De quién dependo?” [47]

La distorsión de la importancia de las buenas obras trae un sentido de auto-


justicia a quienes tienen éxito en su obediencia, o la desesperación a
aquellos, como el joven Martín Lutero, que guardan los mandamientos
escrupulosamente sin recibir recompensa inmediata. La distorsión de la
gracia del Salvador crea el falso sentido de libertad con permiso para pecar,
o menos dramática pero igual de destructiva, la falsa noción de que la
mediocridad es aceptable. Estas distorsiones son las maneras en las que el
adversario nos tienta para que coloquemos este principio por encima de lo
que el Salvador y sus siervos escogidos han enseñado. El Presidente Spencer
W. Kimball advirtió: “Cualquier cosa en la que el ser humano ponga con
mayor fervor su corazón y su confianza pasa a ser su dios, y si su dios no es
el Dios verdadero y viviente de Israel, esa persona se encuentra en la
idolatría.” [48] Una doctrina, verdadera o falsa, se puede convertir en un ídolo
tan fácilmente como un objeto material.

Aunque no todos los problemas mentales y emocionales tienen un origen


moral, la comprensión distorsionada de la gracia o de las buenas obras,
ayuda a explicar las investigaciones que reportaron puntuaciones elevadas
en varios niveles de inestabilidad mental y de conflicto familiar entre las
religiones y denominaciones. [49] Al igual que el joven Martín Lutero antes
de que llegara a entender la misericordia de Cristo, algunas personas se
acaban a sí mismos hasta la desesperación en el intento de resolver los
problemas personales y familiares. Otras personas y familias fracasan en su
intento de hallar la paz porque son indisciplinados en su discipulado y no
desean guardar los mandamientos que Dios les ha dado pero reclaman las
bendiciones que vienen de la obediencia.
Aprendemos en el Libro de Mormón que la humanidad es . . . . “redimid[a] a
causa de la justicia [del] Redentor”. . . . (2 Nefi 2:3) y que “. . . . ninguna carne
puede morar en la presencia de Dios, sino por medio de los méritos del Santo
Mesías. . . . (2 Nefi 2:8). Nefi describió la relación entre la gracia y las obras
cuando escribió que “. . . . es por la gracia por la que nos salvamos, después
de hacer cuando podamos” (2 Nefi 25:23). Aunque es mucho lo que se ha
escrito al intentar interpretar lo que Nefi quiso decir con “hacer cuanto
podamos” quizás la mejor respuesta se encuentra en la interpretación del
líder lamanita, que antes fue inicuo, que había descubierto el perdón de Dios
“. . . . por los méritos de su Hijo” (Alma 24:10). Anti-Nefi-Lehi dijo: “Pues he
aquí, hermanos míos, en vista de (por ser nosotros los más perdidos de todos
los hombres) nos ha costado tanto arrepentirnos de todos nuestros pecados
y de los muchos asesinatos que hemos cometido, y lograr que Dios los
quitara de nuestros corazones, porque a duras penas pudimos
arrepentirnos lo suficiente ante Dios para que él quitara nuestra mancha”
(Alma 24: 11; énfasis agregado).

La clave es el arrepentimiento, que está disponible solamente mediante la


Expiación de Cristo, la cual nos permite pedir el don de la gracia. Quizás la
contribución más importante que proporciona El Libro de Mormón para
ayudarnos a entender la relación entre el pecado, la gracia de Cristo y
nuestras propias buenas obras se encuentra en el siguiente resumen del
sermón de despedida de Moroni:

Sí, venid a Cristo, y perfeccionaos en él, y absteneos de toda impiedad, y si


os abstenéis de toda impiedad, y amáis a Dios con toda vuestra alma, mente
y fuerza, entonces su gracia os es suficiente, para que por su gracia seáis
perfectos en Cristo; y si por la gracia de Dios sois perfectos en Cristo, de
ningún modo podréis negar el poder de Dios.

Y además, si por la gracia de Dios sois perfectos en Cristo y no negáis su


poder, entonces sois santificados en Cristo por la gracia de Dios, mediante
el derramamiento de la sangre de Cristo, que está en el convenio del Padre
para la remisión de vuestros pecados, a fin de que lleguéis a ser santos, sin
mancha. (Moroni 10: 32-33)

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