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Trabajo Social Individualizado

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El presente trabajo tiene como objetivo realizar un análisis de las relaciones entre los
hombres y las mujeres pertenecientes a una comunidad específica, que es presentada
en la historia que tiene lugar dentro de la novela “El clan del oso cavernario” de Jean M.
Auel.

Para realizar un correcto abordaje de las relaciones entre hombre y mujeres se debe
tener presente la influencia que ejercen los diversos campos que conforman el orden
socio cultural sobre éstas. Para la elaboración de este escrito se abordarán
específicamente el ámbito del trabajo, conocimiento y cotidianidad del clan, entendiendo
que el proceso de sexualización determina la internalización y el ejercicio de los roles
diferenciados para hombres y mujeres.

Proceso de sexualización e internalización.

Para llevar a cabo un análisis sobre las relaciones entre los hombres y las mujeres del
clan del oso cavernario, es necesario entender que estas se encuentran antecedidas y
atravesadas por un proceso de sexualización.

La fecundación, entendida como la formación de un cigoto producto de dos gametos


sexuales (masculino y femenino), se presenta como el punto de partida del proceso de
sexualización, que se configura y desarrolla durante toda la vida de un individuo.

La brecha que permite diferenciar a hombres y mujeres no solamente está relacionada


con lo orgánico, con la genitalidad, sino también con el modo en que el cuerpo se halla
atravesado por un orden, por un universo simbólico que determina una manera de ser
femenino o masculino, y que implica la existencia de una serie o conjunto de
condicionamientos o pautas que establecen un modo de ser, actuar, pensar y sentir para
cada individuo, y que corresponde a los sexos.
“El individuo debe aprender a gobernar su comportamiento tal y como la sociedad espera
que lo haga” (Mena, Lorite pp 308). El control que cada sujeto debe tener sobre sus
acciones está mediado por un saber del mundo que aprehende con su inscripción en él.
Sin embargo, la adquisición de ese saber no es suficiente para lograr un desarrollo
exitoso de la identidad sexual, es decir no basta con que el individuo sepa y aprenda el
modo en que debe comportarse según su sexo, sino que debe además internalizar y
naturalizar ese saber. Eso último nos remite a 3 requisitos, que permiten reconocer la
conformación de una sexualidad: 1. Saber cómo comportarse de acuerdo con su papel
sexual 2. Querer comportarse del modo correcto. 3. Ejecutar las pautas de
comportamiento de su sexo.

En ese sentido, la internalización evoca a una construcción inconsciente de la identidad


sexual, en dónde el sujeto interioriza y normaliza ese saber brindado por el orden socio
cultural, y asume psicológicamente un sexo, ya sea correspondiente o no a su cuerpo.

Respecto a la situación Ayla dentro de la historia desarrollada en la novela, se puede


decir que a pesar de que su aprendizaje sobre la estructura simbólica del clan no
comenzó desde el momento de su concepción, fue adquirido gracias a la orientación que
Iza y Creb le brindaron para asegurar la inserción de la niña en el orden socio cultural, y
por tanto, en las reglas y las normas que regían al clan. A pesar de que Ayla se
identificaba a si misma como mujer, no quiso cumplir con muchas de las reglas que la
condicionaban a actuar o ser de un modo determinado. Un ejemplo bastante claro y de
hecho el más importante que el libro ilustra de lo último dicho es el deseo y la ejecución
de la actividad de cacería por parte de Ayla. Existía una consciencia y un saber sobre la
implicación que el ejercicio de esta actividad tenía si las mujeres la llevaban a cabo, e
incluso había un conocimiento que le fue propiciado por Creb y por Iza sobre la
prohibición en torno a la cacería. Sin embargo, en Ayla no hubo una correspondencia
entre ese saber y el querer ejecutar. Ella no interiorizó aquello que sabía en torno a las
reglas que giraban alrededor de esa actividad, y que establecían un modo de actuar
correspondiente a una mujer del clan. A pesar de que en varias ocasiones se vio obligada
a dejar de lado su actividad de cacería e incluso su comportamiento que distaba mucho
del determinado para una mujer del clan, el deseo de seguir llevando a cabo la actividad
no se extinguió, incluso siendo consciente de que transgredía lo establecido para su sexo.
En esa medida, Ayla cumplía con el primer paso de la conformación de la sexualidad,
pero con respecto al segundo y al tercer paso hubo una ruptura.

Respecto a las demás mujeres y hombres del clan, al encontrarse inmersos en ese orden
y en ese universo simbólico desde el nacimiento, existía una evidente internalización y
naturalización de el modo de ser, actuar, pensar y sentir correspondiente a su sexo. De
hecho, eso era lo que les permitía juzgar a Ayla porque ésta no actuaba según lo
normativo impuesto en el clan.

Trabajo, conocimiento y cotidianidad.

Trabajo.

El trabajo, entendido como la intervención que el hombre ejerce sobre la naturaleza para
poder suplir el conjunto de necesidades que como ser vivo posee, tiene 4 momentos que
se explicarán a continuación.

El trabajo se concibe en primera instancia como un hacer que se repite, se reproduce y


se convierte en una experiencia que permite la acumulación de saber. Ese saber hacer
nos permite llegar a la segunda instancia del trabajo en donde el sujeto conoce y aprenda
la eficacia y la utilidad de un objeto o cosa. El tercer momento nos remite a un deber
hacer, es decir, a la mejor manera de hacer algo. Por último, encontramos que ese deber
hacer nos aproxima al último momento que es el deber ser. El deber ser está determinado
por el trabajo, tipos del mismo, instrumentos, pero sobre todo por el cuerpo. A partir del
deber ser se configura la asignación de los tipos de trabajos que cada sexo debe realizar.
Además de ello ese deber ser atraviesa el modo en que la persona se percibe a si misma
y cómo la perciben los demás, lo que constituye maneras de hacer y ser socialmente
legitimadas en el mundo.

La cacería, como actividad que suplía las necesidades del clan, no solo en términos
alimenticios, era ejercida única y exclusivamente por los hombres. A las mujeres no se
les consideraba aptas para la actividad, mucho menos para usar o elaborar herramientas
alusivas a la misma. Sus labores se limitaban a la cocina, recolección de plantas,
verduras y frutas para el consumo y a la elaboración de algunos utensilios destinados al
hogar. Los roles determinados para hombres y mujeres en el ámbito del trabajo son
notoriamente marcados por la normalidad inscrita en el orden socio cultural del clan, pero
sobre todo por las características físicas del cuerpo de cada quién, que relegaban
acciones y espacios para unos y otros.

Aunque Ayla llevaba a cabo las actividades propias de una mujer del clan, se esforzaba
por llevarlas a cabo de la mejor manera gracias al aprendizaje que adquirió en torno al
modo en que debía comportarse, la transgresión de la regla acerca de la prohibición de
la cacería para las mujeres, le acarreó una maldición de muerte. La sanción fue
sustentada en razones que obedecían a las tradiciones y las normas del clan, pero
también a su comportamiento que se alejaba de la normalidad impuesta para las mujeres.

Conocimiento.

La adquisición de este implica una transmisión del otro semejante, que se encarga de
ingresar al ser humano que nace en la realidad y en el saber que gira en torno a la misma.
Es necesario que exista una “progresiva apertura del niño hacia las cosas y a la paulatina
penetración del mundo en el niño” (Mena, 1982. Pág. 298).

La madre, como filtro entre el niño y el mundo, es el otro semejante más cercano al que
se le delegan las funciones más importantes respecto a esa apertura del mundo. Con ella
la afectividad, los gustos y la sexualidad del ser humano se configuran.

Iza, al igual que las demás mujeres del clan fue la encargada de introducir a Ayla en la
estructura que regía a los demás miembros, y le enseñó el modo en que debía
comportarse y ser. La instruyó como curandera, pero también lo hizo en las diferentes
actividades que, como mujer Ayla debía realizar.

Respecto a los demás miembros del clan, la diferencia que existía entre el conocimiento
al que accedían los hombres y las mujeres se ve atravesado por su sexo. Las mujeres,
por ejemplo, poseían conocimiento sobre la cocina, es decir, sobre la cocción y
preparación de alimentos, como de las características de estos. Habían adquirido
además conocimiento sobre la elaboración de algunos utensilios para la cocina y para la
vestimenta, entre otros. Los hombres, por su parte, poseían un conocimiento amplio
sobre cacería, estrategias para abordar los animales y del uso y la elaboración de
herramientas para dicha actividad. Aunque en el libro no se evidencia la existencia de
algún tipo de sanción para los hombres que ejercían o tenían conocimiento sobre las
actividades correspondientes a las mujeres, contrario a ellos, a estas si se les negaba de
manera radical el saber y ejecutar las actividades de ellos, porque su femineidad se veía
trastocada al hacerlo.

El conocimiento en el clan se manifestaba como recuerdos sobre los saberes que como
mujeres o hombres debían poseer, por ello cualquier persona que naciera con un
recuerdo correspondiente al sexo opuesto lo perdía con el pasar del tiempo. Aprender las
habilidades del otro no era posible, debido a que la persona no tenía los recuerdos
correspondientes para hacerlo.

Cotidianidad

“Si tuviéramos que hablar de dominio, de sujeción, de subordinación, de explotación (…)


la mujer sería la primera en encontrarse en esa situación” (Mena, 1982. Pág. 298). La
frase anterior recoge en un sentido bastante general la posición en la que se encontraban
las mujeres del clan respecto a los hombres. Desde el trabajo, conocimiento y acceso al
mismo, e incluso en el ámbito de la sexualidad y de la maternidad, la mujer se encontraba
sujeta siempre a la voluntad del hombre.

El código de comportamiento configura un predominio masculino a través del manejo


utensiliar porque está basado en características físicas como la fuerza, la resistencia,
velocidad. A pesar de que son elementos que pertenecen al ámbito de lo orgánico,
adquieren un sentido y un significado que los hace ingresar al plano de lo simbólico. Las
cualidades propias del macho, que son exaltadas y magnificadas son reprimidas y
minimizadas en las hembras para asegurar su supervivencia.

En el clan esto se refleja en todos y cada uno de los aspectos que conforman la
cotidianidad de los miembros. Usualmente una mujer debía obedecer a los mandatos de
un hombre, incluso aceptando como normal el ser golpeada. Su posición de
subordinación e inferioridad se ve reflejada no solamente en la división sexual del trabajo,
sino también en el modo de comunicarse con los hombres. Esa comunicación exigía un
lenguaje corporal de sumisión en dónde la mujer debía inclinarse y nunca mirar a los ojos
al hombre al que se dirigía. El hombre, por su parte debía mantener la disciplina, proveer
por medio de la caza, controlar sus emociones, pero sobre todo mandar a las mujeres.

Incluso en el plano de lo ritual y lo religioso, las mujeres se encontraban aisladas debido


a que ese ámbito correspondía únicamente a lo masculino. Sus tótems debían ser menos
poderosos que los de los hombres, para que pudiera quedar en estado de embarazo, lo
que refleja una vez más la inferioridad de lo femenino respecto a lo masculino.

En el ámbito de la sexualidad, que es entendida como “el desplazamiento del código


natural al código social: una práctica sexual unida a la liberación del deseo y del placer”
(Mena, 1982. Pág. 326), se encuentran inscritos una serie de caracteres sexuales
secundarios que son entendidos como un conjunto de características o propiedades
físicas que regulan la actividad sexual. Respecto a la práctica sexual de los hombres y
las mujeres del clan, se evidencia con notoriedad que no hay una vinculación entre el
coito y la fecunación, porque las razones por las cuales una mujer quedaba en embarazo
estaban ligadas al orden de lo espiritual. Se podría afirmar que el único motivo por el que
la práctica sexual era llevada a cabo respondía al deseo y como el libro mencionaba; a
las “necesidades que el hombre tenía”. Sin embargo, la satisfacción de ese deseo solo
era llevada a cabo por los hombres, porque eran ellos los que tomaban la iniciativa en el
acto sexual y quienes decidían el momento de su realización. Existía una disponibilidad
permanente de todas las mujeres del clan que ya se hubiesen desarrollado, para llevar a
cabo el acto de copulación. Los hombres podían disponer de ellas a su antojo, en las
ocasiones en que deseasen, inclusive con la mujer que quisieran. Las mujeres por su
parte debían aceptar el acto tomando una posición específica que era interpretada por el
hombre como disposición al acto sexual. De nuevo, la relación de las mujeres respecto a
los hombres se ve marcada por una evidente sujeción a la voluntad de lo masculino.

Respecto a los caracteres sexuales secundarios del clan, es importante destacar que,
aunque si bien estos correspondían inicialmente a características físicas del sujeto
también recogían aquellas ligadas al modo de ser y de comportarse de una persona. En
ese sentido las mujeres, por ejemplo, no solo debían contar con una serie de elementos
que las hacían más atractivas ante los hombres, como la estatura, la complexión del
cuerpo, el color del cabello, sino que también debían responder a un modo específico de
comportarse que apuntara a la construcción del concepto, que el orden socio cultural del
clan había establecido, con respecto a la femineidad. Por ello, en determinadas
ocasiones se hizo mención dentro de la novela, sobre las escasas o nulas posibilidades
que Ayla tenía para conseguir pareja debido a que ella se alejaba de los estándares de
belleza impuestos y porque su comportamiento y su modo de ser no eran atractivos para
los hombres del clan.

Para finalizar y a modo de conclusión, se puede afirmar que las relaciones de hombres y
mujeres del clan son influenciadas por un proceso de sexualización que determina tanto
la internalización de la normatividad para cada sexo como el ejercicio de roles
diferenciados para ambos. La división sexual en ámbitos como el trabajo, conocimiento
y la cotidianidad establecen una evidente jerarquía del hombre con respecto a la mujer,
en donde se posiciona a lo masculino por encima de lo femenino en términos del hacer y
ser. Los modos de actuar, pensar, sentir y ser se encuentran atravesados por el universo
simbólico, del orden social y cultural forjado y configurado por los mismos miembros del
clan.

Bibliografía:

 Auel, J. (1980). El clan del oso cavernario. Maeva Ediciones.


 López, Y. (2018). Apuntes de la clase de Trabajo Social Individual.
 Lorite Mena, J. (1982). El animal paradójico. Fundamentos de Antropología.
Capítulos “Los fundamentos de la inmadurez” y “Sexo y sexualidad”. Alianza
Editorial. Madrid. Pág. 276 – 304 7 305 – 373.

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