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¿Cómo Pudo Jesús Ser un Niño Sin Pecado?

Índice

1.- ¿Tenemos un
Problema? ........................................................................................................
1

2.- ¿Es Realmente Tan


Importante? ............................................................................................ 3

3.- Definamos Nuestros Términos: ¿Cuál Fue la Perfecta Naturaleza Humana Sin Pecado de
Cristo? 4

4.- El Único Niño Sin Pecado de Toda la


Historia ........................................................................ 7

5.- ¿Cuán Profundo es el Pecado en la Naturaleza Humana?


....................................................... 13

6.- ¿Qué Tipo de Influencia Prenatal le Dio María a


Jesús? ....................................................... 17

7.-

Conclusión ..............................................................................................................................
19

8.- Apéndice: ¿Resistió Cristo (y conquistó) Tentaciones Internas a Pecar?


................................ 20

Capítulo 1: ¿Tenemos un Problema?

¡Si! Aquí tenemos un Niño diferente de cualquier otro que haya nacido en este
mundo. Este pequeño niño es puro, sin pecado, dulce, no egoísta, sin rabietas. Como niño, no le
dio problemas a su madre. Y de acuerdo a Isa. 9:6 (que nos dice que “un Niño se nos dio”) “el
gobierno” de la tierra y del cielo fue colocado “sobre Sus hombros”.
¿Lo entendió? ¡Esos son los hombros de un Infante débil que ni aún puede sujetar su
mamadera! Si Él como un Niño cae en nuestro pecado universal, ese “gobierno” se derrumbaría.
Todo ha llegado a depender de Él y de Su perfecta impecabilidad, ya que Él nació “entre
nosotros” que somos todos pecadores.
¿Cómo y por qué es Él tan diferente de todos los otros niños?
El Catolicismo Romano dice tener la respuesta: “Su impecabilidad se debe a que nació de una
madre no pecadora la cual experimentó una Inmaculada Concepción en el vientre de su madre.
Esto quebró el vínculo genético, lo cual le dio una naturaleza sin pecado, de tal manera que ella
nunca tuvo un deseo sexual. De esta manera le dio a Él su naturaleza sin pecado y sin deseo
sexual”.
Algunos Adventistas del Séptimo Día también responden que Jesús no pudo ser sin
pecado cuando niño, a menos que estuviera exento de la herencia genética que todos nuestros
niños tienen que compartir.

¿Existe alguna otra solución? “Aunque era en forma de Dios”, Cristo dejó Su hogar celestial y
“se despojó a Sí mismo” para “nacer en la semejanza de hombre (y) se humilló a Sí mismo” (Fil.
2:7-8, RSV).
¿Es posible que Él “tomó” o “asumió” la misma herencia de la carne caída o
pecaminosa, la misma naturaleza que toda la humanidad tiene, y aún así haya sido un niño sin
pecado?
El ángel le dijo a la virgen María que Él es “aquella cosa santa que nacerá de ti”. Pablo
dice de Él que era “santo, inofensivo, inmaculado, separado de los pecadores” (Luc. 1:30; Heb.
7:26).
Y Ellen White habla de Su niñez sin pecado: “Cristo ... no era como todos los niños ...
Su inclinación hacia la justicia era una constante gratificación para sus padres ... Ninguno, que
contemplase el rostro del Niño, brillando de animación, podía decir que Cristo era como los otros
niños” (5 CBA:1117).
Un temperamento con rabietas lo hubiera hecho un pecador; y eso Lo habría destruido
como Salvador, ya que entonces habría tenido “una propensión al mal”. Un “salvador” pecador
no puede salvar a nadie. La pregunta es, ¿por qué era Él tan diferente cuando Niño?

El Problema no es Trivial. Está mucho más allá de una mera contienda teológica. Ellen White
nos dice que “la humanidad del Hijo de Dios es todo para nosotros. Es la cadena de oro que une
nuestras almas a Dios” (1MS:144). Debe tener una importante relación con nuestra diaria manera
cristiana de vivir.
Nuestros amigos Católicos Romanos también piensan que “la humanidad del Hijo de
Dios” es “todo” para ellos. Han estado ponderando este problema por más de mil años. Es por
eso que salieron con su idea de una “Inmaculada Concepción” para Su madre. Para ellos, esta
tiene que ser una “excepción” genética pre-programada, de la línea hereditaria de la humanidad
caída. Su idea es una separación santa, lo opuesto a una identificación con nosotros. No se Le
permite acercarse mucho al problema del pecado humano.
En otras palabras, María tiene que tener carne santa de manera que pueda pasársela a
su Hijo, para que Él pueda venir al mundo con una naturaleza sin pecado, diferente a la nuestra.
Para los Católicos Romanos, eso responde nuestra pregunta: desde niño, lo único que podía hacer
Cristo era el bien, incluso antes de ser capaz de razonar o pensar. Ningún condicionante genético
lo ligaba al Adán caído.
Nosotros naturalmente asumimos que un niño no puede razonar, no puede juzgar entre
lo correcto y lo errado; y también es verdad que todos nuestros niños nacen pecadores, egoístas
por naturaleza. Así, ¿necesitamos esa “exención” para librar a Jesús del legado que reciben todos
los otros niños?
Los Adventistas del Séptimo Día reflexivos están perplejos. Algunos no encuentran
ninguna salida para que Jesús haya sido un niño sin pecado, a menos que fuese “exento” de
nuestra herencia. Esta idea se denomina normalmente de “pre-lapsaria”, esto es, Cristo “tenía” la
naturaleza espiritual no pecaminosa de Adán antes de la caída, diferente de la nuestra.
Otros (igualmente reflexivos) ven que Cristo aceptó la plenitud de nuestra herencia
humana desde el inicio de Su encarnación y “tomó” sobre Sí mismo la misma carga de nuestra
pecaminosidad genética, aunque era santo y sin pecado aún cuando era un niño, y durante toda
Su vida. Esto se conoce como la posición “post-lapsaria”, y es idéntica al punto de vista del
mensaje de 1888.
Los Protestantes en general dicen rechazar el dogma de la Inmaculada Concepción,
pero también ellos demandan algún tipo de “exención” en algún lugar de la línea genética de
Jesús. Ellos aún cargan un considerable bagaje de Roma, tal como la santidad del Domingo y la
inmortalidad natural del alma. ¿Es su visión de la humanidad de Cristo algo igualmente prestado
de Roma?

La Biblia y los escritos de Ellen White son claros. Jesús “tomó” o “asumió” nuestra naturaleza
caída y pecaminosa, una idea diametralmente opuesta tanto a la Inmaculada Concepción como
a la “exención”. El problema que ha ocupado siglos de discusión encuentra su foco en la
impecabilidad de Cristo como un Niño. ¿Cómo pudo estar “el gobierno” sobre Sus “hombros”
aún entonces? Preguntémonos reverentemente por qué. Si existe alguna respuesta para nuestra
pregunta, debe formar parte de las Buenas Nuevas del evangelio.

Capítulo 2: ¿Es Realmente Tan Importante?

¿Es importante el error y la verdad? Muchos Adventistas del Séptimo Día


informados saben que hemos tenido una polarización en los puntos de vista, durante los últimos
cincuenta años.
Para decir la verdad, el problema comenzó unos cien años atrás, ya que los mensajeros
de 1888, Jones y Waggoner, fueron enfáticos en su comprensión de que Cristo tomó nuestra
naturaleza caída y pecaminosa, pero vivió en ella una vida perfecta sin pecado, y estuvo
totalmente sin pecado. Su punto de vista recibió oposición en aquella época y aún hoy hay
oposición. Algunos hoy en día dicen que les gusta el “énfasis general” en sus “mensajes más
preciosos”, pero insisten en que en este punto estaban errados.
Otros escritores concienzudos se esfuerzan por armonizar ambos puntos de vista. En la
Conferencia de Palmdale en 1976 quedó evidente que era imposible unirlos, de tal manera que la
Conferencia General declaró ambos como aceptables.

Pero Ninguna de las dos Partes Quiere dar su Brazo a Torcer.

Aquellos que dicen que Cristo “tuvo” una naturaleza sin pecado, se preguntan si la
idea post-lapsaria esconde en ella misma una blasfemia. ¿Descalifica esto a Cristo como siendo
nuestro Substituto sin pecado, de tal manera que tengamos que concluir que no tenemos un
Salvador? Tal es la implicación, según varios escritores Adventistas recientes:
“¿Pudo Jesús haber tenido la misma naturaleza que nosotros recibimos del Adán pecaminoso
y aún así ser nuestro Salvador? ... ¿Pudo Jesús salvar a niños nacidos con la “herencia” de
“egoísmo ... escrita” en su “propio ser” si Él hubiese nacido con la misma “herencia” de
“egoísmo”? ... Pudo Jesús tener una naturaleza igual a la nuestra y aún así ser nuestro Abogado
intercesor y Sumo Sacerdote? ... Pudo Jesús interceder por nosotros si Su naturaleza humana
estaba también manchada y corrupta?” (Woodrow Whidden II, Ellen White y la Humanidad de
Cristo, páginas 71-72; Review and Herald, 1997).

“Si Él fuese totalmente igual a nosotros - 100% - si Él compartió exactamente de la misma


manera la herencia del pecado y la culpa que todos nosotros recibimos de Adán, entonces Él
habría sido mutilado como Salvador. Pero más que eso, Él mismo habría estado necesitando de
un Redentor” (Roy Adams, La Naturaleza de Cristo, página 71; Review and Herald, 1994).

“¿Cómo puede uno decir que Cristo tomó la naturaleza humana después de 4.000 años de
degeneración y aún así permanecer no afectado por esta enfermedad, este cáncer, este virus que
ciertamente nos ha infectado a todos nosotros?” (página 68).

Ambos autores comprenden evidentemente mal el punto de vista de 1888 al cual se


oponen, pero no tomaremos tiempo aquí para discutir sus distorsiones (1). El propio Adams
responde su retórica pregunta un par de páginas más adelante con un razonamiento muy cercano
al punto de vista de los Católicos Romanos: Antes de Su nacimiento Cristo “evitó esta infección
universal del pecado” y estaba “exento” de nuestro legado “hereditario” (página 71). Fue como
tomar un camino lateral (bypass) que te libra de tener que pasar por el centro de la ciudad. Él
cree que Ellen White concuerda con él cuando ella dice que Cristo “viniendo a habitar en la
humanidad, no recibió ninguna contaminación” DTG: 266). La pregunta es: ¿qué es lo que
significa “recibir”? ¿Significa sortear (bypasear) el ejercicio de Su propia voluntad humana?
Su declaración difícilmente puede ayudar a resolver el problema de “sin pecado cuando
niño”, ya que ella no está hablando aquí de una “excepción” o “exención” genética de Cristo
que sorteara Su propia voluntad humana y Le diese una carne sin pecado, sino de cómo el Gran
Médico –siendo adulto– tocó la lepra y “no recibió ninguna contaminación”. El significado es
claro: “viniendo a habitar en la humanidad” Cristo nunca pecó. Él no pudo venir a “habitar en la
humanidad” en caso de haber evitado la identidad con la humanidad allá donde ésta está.
Aquellos que creen en el punto de vista de 1888 ven que “exceptuar” a Cristo
genéticamente de tener que enfrentar el problema del pecado en una naturaleza o carne igual a
la nuestra, lógicamente compromete Su victoria sobre Satanás. Jesús no puede ser excusado de
nuestra batalla de la manera como nosotros tenemos que pelearla. El punto de vista de 1888 ve
un antinomianismo acechando en el punto de vista pre-lapsario, que es contrario al evangelio.
Si el Salvador no puede “vencer” o “condenar” el pecado en caso de "tomar” nuestra naturaleza
caída, ¿cómo podemos nosotros esperar vencer? ¿Conclusión? No podemos. Sigan la lógica a
través de todo el camino, y verán que es un asunto serio.
Jones y Waggoner reconocieron que este punto de vista está muy cercano al punto de
vista Católico Romano, si es que no es virtualmente idéntico. Ellos vieron a Cristo como un Niño
compartiendo de la misma herencia genética que todos los hijos e hijas, tanto de “David” como
de “Abraham”, han tenido que tomar, desde Adán (Rom. 1:3; Heb. 2:16, la palabra “simiente”
es “spermatos” en Griego) (Nota del traductor: la KJV usa en ambos versículos la palabra
“simiente” (seed), mientras que la RV95 usa primero la palabra “linaje” y después la palabra
“descendencia” en los dos versículos citados).
Pero eso no significa que Él tuviera que ser un pecador como lo somos nosotros. Y las
Buenas Nuevas, dijeron, consisten en que nosotros con nuestra herencia caída y pecaminosa
podemos vencer por la fe en Él, “así como (Él) venció” (Apoc. 3:21). Ellos lo vieron como
Buenas Nuevas llenas de sentido cuando se trata de prepararse para la segunda venida de Cristo.
Cuando las discusiones aparecen (como inevitablemente lo hacen), siempre surge la
pregunta: si eso es verdad, ¿cómo pudo Cristo ser sin pecado cuando niño, antes de que Él
tuviera edad como para ser responsable? Su santidad como niño es un problema. Debe haber sido
naturalmente, no volicionalmente, “exento” de nuestra herencia genética que hace de nuestros
niños (¡y de todos nosotros!) egoístas y rabiosos, y con toda suerte de pecados.
¿Existe alguna respuesta en la que los Católicos Romanos y nuestros amigos
Protestantes no hayan pensado? Si nosotros la encontramos, seguramente tienen que ser Buenas
Nuevas. El mensaje de 1888 apunta hacia una respuesta.

(1) = Esto es discutido en “La Verdad en Juicio” de Robert J. Wieland y Donald K. Short (1997).

Capítulo tres: Definamos Nuestros Términos: ¿Cuál Fue la Perfecta Naturaleza Humana
Sin Pecado de Cristo?

No hubo pecado en Él. Esa es la definición más simple posible. A continuación siguen algunas
definiciones clásicas:

Por lo cual también el Santo Ser que va a nacer será llamado Hijo de Dios (Luc. 1:35). Santo,
inocente, sin mancha, apartado de los pecadores (Heb. 7:26).

“Al tomar sobre Sí mismo la naturaleza humana en su condición caída, Cristo no participó en lo
más mínimo en su pecado ... No debemos tener dudas en relación a la perfecta impecabilidad de
la naturaleza humana de Cristo” (5CBA:1131).

“Es un misterio que ha sido dejado inexplicado a los mortales que Cristo pudo ser tentado en
todos los puntos así como lo somos nosotros, y sin embargo ser sin pecado ... Que todo ser
humano sea advertido de hacer a Cristo totalmente humano, como uno de nosotros mismo;
porque no puede ser ... En ninguna ocasión hubo una respuesta a las múltiples tentaciones (de
Satanás). Nunca Cristo se puso en el terreno de Satanás, para darle alguna ventaja” (5CBA:1128-
1129).

Cuando Ellen White habla de la “perfecta naturaleza humana sin pecado de Cristo”
ella rodea su declaración de varios verbos volitivos. Cristo “no participó ... en pecado”, Él “no
conoció pecado”, Él no “pecó”, “si hubiese sido tocada la cabeza de Cristo, la esperanza de la
raza humana habría perecido”. Ninguna “mancha de, o inclinación hacia la corrupción había
(rested) en Cristo”, y Él de ninguna “manera se rindió a la corrupción”. “En ninguna ocasión
hubo una respuesta a las múltiples tentaciones” (de Satanás). “Nunca se puso Cristo en el terreno
de Satanás”. Nunca le “dio alguna ventaja”.
Eso no significa que ella definiese el “pecado” como actos meramente externos, sino
que parece claro que la volición tiene que estar implicada en la perfecta impecabilidad de Cristo.
Una constante elección de justicia requiere un estado interno de impecabilidad, una santidad de
corazón que fue básica para Su carácter externo.
Estas expresiones dejan claro cómo Cristo no “tuvo” “propensiones al pecado”, o
cómo “ni por un momento hubo en Él una propensión hacia el mal” (1). Su idea de la naturaleza
sin pecado de Cristo, no habría sido un asunto de exención de la herencia genética, sino de no
“participación” en el pecado. Es así como Su naturaleza fue perfectamente impecable.
Pero todos asumimos que los niños recién nacidos no son capaces de decidir a respecto
de ningún tipo de “verbo” volitivo. De esta manera es fácil concluir que Él necesitara algún tipo
de “exención” para su impecabilidad como niño.

Pero debemos preguntar: ¿es transmitido el pecado en sí genéticamente? Decir que “todos
pecaron” (excepto Cristo) no prueba que así sea. Una excepción genuina anularía esta asunción.
Y si entendemos esto correctamente, una excepción tal probaría que todo nuestro continuo pecar
es innecesario. Las generaciones que creyeron en el pecado original no deben prejuiciarnos.
Como Adventistas debiéramos aprender del “gran chasco” de 1844 nuestra lección de no
asumir que los conceptos teológicos que hemos heredado de la Cristiandad son necesariamente
verdaderos (la suposición ingenua de que la tierra era el “santuario” nos llevó al doloroso gran
chasco). Tras haber sido "castigados" de esa manera, estamos en condiciones de poder darle al
“pecado original” un escrutinio más profundo.
A menos que Ellen White fuese dada a usar un lenguaje Jesuítico ambiguo, debemos
aceptar sus enseñanzas, de que en Su encarnación Jesús no recibió una “exención” programada
de nuestra herencia genética normal del Adán caído:

“Hubiera sido una humillación casi infinita para el Hijo de Dios el tomar la naturaleza del
hombre, aún cuando Adán permeneció en su inocencia en el Edén. Pero Jesús aceptó la
humanidad cuando la raza había sido debilitada por cuatro mil años de pecado. Como cualquier
hijo de Adán Él aceptó los resultados del trabajo de la gran ley de la herencia. Lo que estos
resultados eran, está mostrado en la historia de Sus ancestrales terrestres” (DTG:49).

“Cristo no hizo como si hubiese tomado la naturaleza humana; Él realmente la tomó. Él


realmente poseyó la naturaleza humana. “Así como los hijos (no Adán) son participantes de
carne y sangre, Él también semejantemente tomó parte de lo mismo”, Él era el Hijo de María; Él
era de la simiente de David de acuerdo a la descendencia humana” (5CBA:1130; énfasis suplidos
aquí y en todas las citas a continuación).

El testimonio consistente de la Escritura es el mismo. Nunca encontramos una


insinuación de que Cristo tuviese una “exención”. Note la acumulación de citas repetitivas de las
Escrituras (itálicos suplidos):

“Dios envió Su propio Hijo en la semejanza de carne pecaminosa, y por el pecado, condenó el
pecado en la carne” (Rom. 8:3).

“Referente a Su Hijo Jesús Cristo nuestro Señor, el cual fue hecho de la simiente (spermatos en
Griego) de David de acuerdo a la carne” (Rom. 1:3).

“Vemos a Jesús, el cual fue hecho un poco menor que los ángeles para el sufrimiento de
muerte ... Porque convenía que Dios ... perfeccionara por medio de las aflicciones al autor de
la salvación de ellos. Porque el que santifica y los que son santificados, de uno son todos; por
lo cual no se avergüenza de llamarlos hermanos ... Así que, por cuanto los hijos participaron de
carne y sangre, Él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que
tenía el imperio de la muerte ... Porque verdaderamente Él no tomó sobre Sí la naturaleza de los
ángeles, sino que tomó sobre Sí la simiente (spermatos en Griego) de Abraham. Por lo cual debía
ser en todo semejante a sus hermanos ... Pues en cuanto Él mismo padeció siendo tentado, es
poderoso para socorrer a los que son tentados” (Heb. 2:9-18).

Aquí Pablo tuvo la oportunidad áurea de enfatizar la desemejanza de Cristo con nuestra
herencia genética, para mostrar cómo Él era diferente de nosotros en la naturaleza que Él recibió
“de la simiente (spermatos) de David”. Pero Pablo detalla una perfecta semejanza con nosotros a
través de la “spermatos” caída y pecaminosa de la humanidad.
Pero en Cristo “no hay pecado” porque Él “no conoció pecado”. “Su cabeza” no fue
“tocada” por el tentador, solamente “Su calcañar”. Su “calcañar” fue el nuestro, nuestra carne;
pero Su mente era de Él - “santa, inocente, inmaculada”. Él mismo era Su santo y justo carácter,
el que vistió con “la semejanza” de nuestra carne pecaminosa.

Pero, ¿qué es pecado? Ciertamente algo más profundo que actos externos o palabras, y aún que
pensamientos. Es profunda alienación del corazón hacia Dios (NT: de nuestro corazón), y no
simplemente una separación espiritual de Él, sino que una enemistad de corazón contra Él.
Podemos ver esta verdad definida en la cruz. Cristo experimentó, sin pecar, la
separación espiritual de Dios cuando exclamó, “Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”.
Pero Su corazón no estuvo “ni por un momento” en enemistad con Él. La separación de Dios
no necesariamente tiene que forzarnos a pecar. La penosa experiencia de desamparo que sufrió
Cristo, le dio la misma excusa para enemistarse contra Dios que todos hemos tenido, pero Él
escogió decir No a ella. Él no permitió que la separación se volviese alienación. Él creyó en Dios
aún estando en total oscuridad.
Ahora entra en escena un nuevo elemento que nunca ha estado presente en cualquier
otro niño que hayan nacido en este mundo. Cristo era agape en la carne humana, porque “Dios
es agape”, dice Juan (1 Juan 4:8). De tal manera que Su impecabilidad como niño significa que
Él siempre estuvo en una comunión de corazón con Su Padre. En Él confluyeron el legado de la
humanidad pecaminosa, junto a aquella divina cualidad de agape la cual prestamente “condenó
el pecado en la carne”. Esta clase especial de amor siempre genera una cruz cuando se encuentra
con el problema del pecado en la naturaleza humana, y en esa cruz el yo es crucificado. En Él,
Dios no huyó de nuestra batalla; Él la enfrentó de lleno.
¿El resultado?
Él “tomó” nuestra “carne con todas sus desventajas” pero resolvió el problema del
“pecado en la carne” (Rom. 8:3).

El contraste entre los dos puntos de vista es interesante. Uno dice que Cristo no pudo ser
nuestro impecable Substituto, nuestro Salvador del pecado, nuestro Sumo Sacerdote intercesor,
si es que Él se acercó demasiado a nosotros, ya que en ese caso hubiera sido forzado a pecar.
Si el pecado está arraigado en la carne humana, entonces es invencible. La invención diabólica
del pecado es demasiado fuerte como para que Dios para enfrentarla, si es que Él se acerca
demasiado a ella. (Lógicamente, este punto de vista entregaría la gran controversia en las manos
del enemigo).
El otro punto de vista ve que Cristo no puede ser nuestro Substituto y salvador a
menos que Él realmente se acerque a nosotros, identificándose con nosotros donde nosotros
estamos, y resolviendo el problema del pecado justamente donde éste está, en nuestra naturaleza
pecaminosa caída. Él tiene que ser nuestro segundo Adán, la nueva Cabeza de la raza humana
caída.. no puede salvar aquello que Él no toma o no asume. No puede ganar una victoria
simulada.
Ahora, volvamos a nuestra pregunta: ¿Puede haber comenzado en la niñez de Cristo
aquella obra de condenar el pecado “en semejanza de carne de pecado”?
Si no fue así, ¿cuándo comenzó?

(1) = Una propensión hacia el mal es más que una disposición a pecar, una tendencia hacia ello,
o una inclinación hacia ello. Estas tendencias constituyen tentaciones, pero pueden ser resistidas
y negadas (NT: o rechazadas). Jesús sintió la presión de todas nuestras disposiciones, tendencias
e inclinaciones, “pero sin pecado” porque Él las rechazó o negó todas. Una propensión hacia el
mal es un deseo de pecar, el cual ha sido acariciado y satisfecho. No hubo una propensión hacia
el mal en la mente de Jesús, cuyo continuo propósito era ser justo, “aún hasta la muerte de cruz”.

Capítulo Cuatro: El Único Niño Sin Pecado de Toda la Historia

¡El más interesante Carácter de todos los tiempos! Puesto que Cristo fue concebido por el
Espíritu Santo, Dios tuvo que ser Su Padre desde el primer momento de la concepción. Pero “un
niño se nos ha dado”. Él se hizo un miembro de nuestra raza caída.
Esta paternidad divina realmente Le impartió una ventaja que ningún otro niño ha
tenido nunca. Pero no tenemos que entender mal. Cuando tenemos la fe de Jesús, tenemos
la misma ventaja. Si esto no fuese verdadero, todas las declaraciones inspiradas que leímos
acerca de Cristo siendo nuestro “ejemplo” quedarían sin significado. Cristo nunca supo que
Él tuvo esta ventaja, excepto por la fe (DTG:81-82). La “ventaja” no fue una “exención” de
nuestra naturaleza humana o carne; fue una unión de la naturaleza divina con nuestra naturaleza
pecaminosa caída. Eso es lo que hizo toda la diferencia.
Además, Su así llamada “ventaja” no Lo excusó de nuestros más terribles conflictos con
la tentación a pecar. Si alguna cosa hizo, Su “ventaja” en ser concebido por el Espíritu Santo, es
solamente exponerlo a un conflicto mucho más severo que cualquier descendiente caído de Adán
haya tenido que enfrentar. Vista así, Su “ventaja” puede entenderse como una desventaja.
Nunca Su paterna divinidad Le impartió ningún carácter preprogramado como tal,
porque Su vida tuvo que ser una vida de fe:

“Aunque era el Hijo, Él aprendió a obedecer a través de las cosas que Él sufrió. Y siendo hecho
perfecto, Él se hizo el Autor de eterna salvación para todos aquellos que Le obedecen” (Heb. 5:8-
9).

“Cristo, viniendo a la tierra como hombre, vivió una vida santa, y desarrolló un carácter
perfecto” (DTG:762).

“Él rindió perfecta obediencia a los mandamientos de Su Padre. Al venir a la tierra en la forma
humana, al sujetarse a la ley, al revelarle al hombre que Él cargó sus enfermedades, su pena, su
culpa, Él no se hizo un pecador” (Hijos e Hijas de Dios:25).
Él desarrolló un carácter perfecto a través de un constante conflicto con las tentaciones a
pecar. ¿Cómo operó Su “ventaja”? Un principio bíblico puede ayudarnos a entender:
En cada alma convertida se libra una continua batalla entre dos motivaciones, una
hacia el mal, y la otra hacia la santidad. Una viene de la herencia genética de una naturaleza
pecaminosa (y en nuestro caso por nuestras propias tendencias cultivadas hacia el mal); la otra es
otorgada por la obra del Espíritu Santo, el cual contiende contra estas motivaciones hacia el mal.
Cristo, siendo el Dios-hombre, experimentó este mismo conflicto constantemente. No
habiendo nunca pecado, no tenía “propensiones hacia el mal”, ni tendencias cultivadas hacia el
mal, que son pecado. Pero debido a que heredó nuestra naturaleza genética a través de Su madre
humana, conoció la fuerza de las motivaciones hacia el mal que constantemente nos asaltan. Él
no solamente cargó de forma real (no solo vicariamente) nuestra naturaleza pecaminosa caída; Él
también cargó “nuestros pecados en Su propio cuerpo en la cruz”, “se hizo pecado por nosotros”
(1 Pedro 2:24; 2 Cor. 5:21). Aquellos que dicen que Cristo estaba “exento” de pelear con el
terrible poder de las adicciones pecaminosas, necesitan considerar lo que Pedro dice. Si eres
adicto a alguna cosa (¿y quién no es adicto al pecado?), cobra ánimo; tienes un Salvador que
venció en tu carne y conoce la fuerza de tu adicción.
Siendo concebido del Espíritu Santo, Jesús también conoció la motivación hacia la
santidad que es nuestro privilegio conocer a través de la fe. Pero el ser concebido del Espíritu
Santo no Lo forzó automáticamente a ser justo. Su “ventaja” no hizo más que habilitarlo para
que pudiera escoger libremente:

“A menos que exista la posibilidad de complacencia, la tentación no es tentación. La tentación


es resistida cuando el hombre es poderosamente influenciado a hacer algo malo, sabiendo
que puede hacerlo, resiste, por la fe, firmemente agarrado del poder divino. Esta fue la prueba
rigurosa que tuvo que atravesar Cristo ...En Sus horas finales, mientras colgaba en la cruz,
experimentó hasta lo máximo lo que el hombre tiene que experimentar cuando lucha contra el
pecado” (5CBA:1082). (Si, Él conoció la fuerza que tiene la terrible lucha contra las adicciones).

“Como un agente libre, Él fue colocado a prueba, con libertad para ceder a las tentaciones de
Satanás y obrar en contra de los propósitos de Dios” (idem).

En otras palabras, Cristo no fue “programado” ni para el pecado ni para la santidad;


pero Él sintió toda la fuerza de la contracorriente que nos ha arrastrado a todos al pecado, y Él
simplemente se rehusó a ser arrastrado a ello. “Él sabe cuan fuertes son las inclinaciones del
corazón natural” (5T:177).

Es triste decirlo, pero muchos han comprendido tan equivocadamente el evangelio, que lo
convierten en malas nuevas.

De estas dos motivaciones contrapuestas, casi todos piensan que la motivación de la


naturaleza pecaminosa es la más fuerte. Ellos esperan ser derrotados por la tentación, asumiendo
que el pecado es más fuerte que el poder del Espíritu Santo para vencerlo. Pero esta suposición
es en sí misma el corazón del pecado, porque ella descubre un antagonismo interno contra la
justicia de Dios. Una convicción de ese tipo está dirigida por una disposición del corazón hacia
la idea de que Dios merece ser vencido en el gran conflicto con Satanás (esta convicción puede
ser completamente inconsciente). Suponemos que nuestro pecado es demasiado fuerte para Dios,
y entonces demostramos esta convicción pensando de que es imposible para “un pobre como
yo”, en mis circunstancias, poder obedecer la ley de Dios; y entonces cedemos a la tentación. Es
así como funciona el pecado.
Después es cuestión de dar un simple paso para decir que sería imposible para Cristo
en Su encarnación hubiese podido obedecer la ley de Dios, si es que Él “tomó” nuestra misma
naturaleza pecaminosa y habiendo sido tentado en circunstancias idénticas a las nuestras. Si
nosotros no podemos vencer, entonces Él tampoco puede, a menos que Le haya sido dada
aquella “exención” especial.
Aquí está el corazón de la derrota, descubriendo por qué la naturaleza de Cristo es un
asunto de vida o muerte. Esta es la raíz de nuestra profunda simpatía oculta hacia las acusaciones
de Satanás, ya que si el pecado es realmente más fuerte que el poder del Espíritu Santo para
vencerlo y condenarlo en nuestra naturaleza caída y pecaminosa, entonces Satanás debe estar en
lo correcto en su campaña contra el gobierno de Dios. Entonces ese gobierno tiene que sucumbir.
Un voto a favor de Satanás es en sí mismo la esencia del pecado. No podemos ser neutrales;
nosotros “votaremos” de una u otra manera, a través de nuestra fe o de nuestra incredulidad.

Un principio bíblico puede ayudarnos a decidir este asunto. Puede darnos muy Buenas
Nuevas. Pablo insiste de que el Espíritu Santo es el más fuerte en las dos motivaciones
conflictivas, que todos experimentamos. Cristo también las experimentó. En el siguiente pasaje,
por favor ve cuidadosamente qué es aquello que “no podemos hacer” (NT: “no hagáis” en la
RV95; el final del versículo 17 dice en inglés: “de manera que no podemos hacer las cosas que
queremos”). Son cosas buenas o cosas malas? No puedes quedarte apenas mirando; no son
ambas. Tu respuesta es importante:

“Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne, porque el deseo de la
carne es contra el Espíritu y el del Espíritu es contra la carne; y estos se oponen entre sí, para que
no hagáis lo que quisierais” (Gal. 5:16-17).

Si tomamos la posición de que “no podemos hacer” las cosas buenas que “queremos”
aún cuando escogemos “andar en el Espíritu”, ¡entonces tenemos la religión más desalentadora!
En ese caso lo mejor sería desistir y resignarse a la derrota. Muchos han razonado de esa manera
y se han entregado a Satanás, porque han encontrado Malas Nuevas.
¡Ciertamente que Pablo no ha apoyado tal derrotismo! Él dice que lo que “no podemos
hacer” son las “cosas malas que queremos hacer”, que están dispuestas o motivadas por nuestra
naturaleza pecaminosa heredada y por nuestras propias propensiones malas cultivadas. Y él nos
dice por qué: el Espíritu Santo “combate contra la carne” y Él es más poderoso. ¡Más poderoso
aún que nuestras propias tendencias cultivadas hacia el mal, el resultado de años de haber
cultivado nuestros propios malos hábitos! Si esto no es verdad, entonces no hay Buenas Nuevas.
Nadie cuestiona el que no podemos hacer las cosas buenas “que queremos” si andamos
“en la carne”. Pero Pablo está hablando aquí acerca de “andar en el Espíritu”. Entonces él nos
garantiza que “no debemos satisfacer los deseos de la carne”. La carne va a “desear” (NT: “lust”
quiere decir también “lujuria”, “lascivia”, “concupiscencia”, “codicia”, “anhelo vehemente”,
“contacto carnal”, “voluptuosidad”, “obscenidad”, “impudicia”) pero en vano. Va a tocar a
nuestra puerta, sí, pero nosotros le diremos No. Al final, ¡nosotros somos los que mandamos!
La persona que “anda en el Espíritu” puede desde luego escoger pecar; pero la preciosa
verdad es que si él ejercita la fe, simplemente no puede hacer las cosas malas que su naturaleza
carnal “lo motiva” a hacer. La victoria fue ganada en nuestra carne, que es la carne de Cristo
en Su encarnación. Esa batalla en Su carne fue peleada en la carne corporativa de toda la
humanidad. Tu carne es la carne de Cristo. Es por esto que Ellen White dice que “la humanidad
del Hijo de Dios es todo para nosotros”.
El Espíritu Santo le impartió a Cristo las mismas altas y fuertes motivaciones en Su
concepción, que la que Él nos imparte a nosotros cuando aprendemos a creer. Ninguno de
nosotros nace creyendo; pero Cristo sí. Y antes de que concluyamos precipitadamente que
Su “ventaja” nos excusa de nuestra continua participación en el pecado, recordemos que si
vamos a “andar en el Espíritu”, la misma alta motivación va a cancelar dentro de nosotros
nuestra cautividad a aquellos “deseos de la carne y de la mente” que son ambos adicciones
y propensiones hacia el mal. Aún tendremos que enfrentarlas en la tentación, pero ahora las
enfrentamos como triunfantes victoriosos.
Lo que Cristo “tomó” o “asumió” es esto:

“Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos ... Pues en cuanto Él mismo padeció
siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados” (Heb. 2:17-18).

“Cristo no hizo como si tomase la naturaleza humana; Él realmente la tomó. Él realmente poseyó
la naturaleza humana (se cita Heb. 2:14). Él era el Hijo de María; Él era de la simiente de David
de acuerdo a la descendencia humana. Se declara que Él es un hombre, el hombre Cristo Jesús”
(Lift Him Up:74; Exaltadlo:75).

“Él tomó sobre Su naturaleza sin pecado nuestra naturaleza pecaminosa, para que supiese como
socorrer a aquellos que son tentados” (Medical Ministry:181).

Note la constante repetición del verbo “tomó”. Nuestra batalla es tanto interna como
externa. “El Cristiano tiene que entender que ... sus más fuertes tentaciones vendrán desde
adentro; porque él tiene que batallar contra las inclinaciones del corazón natural. El Señor
conoce nuestras debilidades” (Christ Tempted As We Are:11).
¿Pero cómo pudo un niño, aún siendo un Infante Santo, “batallar contra las
inclinaciones del corazón natural”? ¿Cómo pudo Él resistir los impulsos de la carne? ¿Cómo
pudo Él conocer “los deseos de la carne” y aún así no satisfacerlos? “Cristo no era como todos
los niños ... Él era Dios en carne humana” (5CBA:116, 1117).
El pasaje citado continúa diciendo que Su paternidad divina Le dio una introspección
instantánea en la naturaleza de la tentación que Él estaba experimentando. Aunque Él fue un
“agente moral libre con libertad para obrar en oposición contra con Dios”, el asunto es que Cristo
“rehusó decididamente” a hacerlo. Note nuevamente:

“No es correcto decir, como mucho escritores lo han hecho, que Cristo era como todos los
niños. Él no era como todos los niños. Muchos niños son mal guiados y mal gobernados ... Su
inclinación hacia lo justo era una constante gratificación para Sus padres ...
Nadie, que mirase el rostro infantil, brillando de animación, podría decir que Cristo era
exactamente igual a otros niños. Él era Dios en carne humana. Cuando era urgido por sus
compañeros a hacer algo malo, la divinidad irradiaba a través de la humanidad, y se oponía
decididamente. En un momento distinguía entre lo correcto y lo errado, y colocaba el pecado a la
luz de los mandamientos de Dios, manteniendo la ley como un espejo que reflejaba luz sobre lo
errado. Era esta aguda discriminación entre lo correcto y lo errado que frecuentemente provocaba
a los hermanos de Cristo a la ira” (idem).

Lo que esto no dice es importante: Aquí no dice que Su paternidad divina excusó a Cristo de
la total fuerza de nuestras tentaciones. Sino que, “en un momento Él distinguía entre lo correcto
y lo errado”. Aquí no dice que Cristo no sintió ninguna motivación, ninguna seducción hacia lo
malo; sino que dice que Él tenía una “aguda discriminación entre lo correcto y lo errado” y que
escogía lo correcto inmediatamente. Aquí no dice que Él no tomó nuestra naturaleza humana
caída, o que Él no conociese los “deseos de la carne”; sino que dice que cuando Él era tentado
“Él rehusaba decididamente” ceder a ellos.

¿Quién se atrevería a decir que un infante no puede “rehusar decididamente” en


cualquier capacidad que un infante puede experimentar? Todos conocemos niños que “rehusan
decididamente” comer esto o aquello, o de ir a dormir, o de estar quieto; ¿por qué no podría
este Infante Santo “rehusar decididamente” rendirse a la impaciencia, a la rebelión, y por ende
a los sentimientos o espíritus pecaminosos que todos nosotros como niños tenemos? ¿Por qué
no puede Él con una “voluntad santificada” infantil rehusarse a condescender a los impulsos
de un carácter rabioso? Si existen tentaciones humanas que nosotros conocemos, ¿no son estas
tentaciones infantiles? El hecho de que ellas estén más allá de nuestro recuerdo consciente, no
quiere decir que no existan.
Si “aquella cosa santa” que nació de la virgen María era santa en Su momento más
maduro al colgar de la cruz, ¿por qué no puede ser Él santo en Su infancia? Y si concedemos que
en cualquier momento de Su vida terrestre Él fue “enviado en la forma de carne pecaminosa, y
por el pecado, condenó al pecado en la carne”, ¿por qué no pudo Él comenzar esa gloriosa obra
en Su concepción, cuando “comenzó a vivir”? Si no es así, ¿cuándo comenzó Él esa obra?
Frecuentemente hablamos de lo que significa el término “la edad de la responsabilidad”.
Asumimos que los niños pueden ser excusados de su pecado de egoísmo, hasta que alcancen
alguna edad; ¿pero no podría ser esto otra herencia de Babilonia, carente de autoridad divina?
Ellen White parece creer que no existe edad muy temprana para que nuestros hijos sean
Cristianos:

“Le fue preguntado una vez a un eminente divino, cuántos años tenía que tener un niño para que
fuese razonable que él pudiese ser un Cristiano. “La respuesta fue, que “la edad no tiene nada
que ver con eso”.
“El amor a Jesús, la confianza, el reposo, la confidencia, son todas cualidades que
concuerdan con la naturaleza del niño. Tan luego como un niño puede amar y confiar en su
madre, entonces también puede amar y confiar en Jesús como el Amigo de su madre. Jesús será
su amigo querido y honrado”.
“En vista de la declaración verdadera anteriormente expuesta, ¿pueden los padres ser
muy cuidadosos en presentarles preceptos y ejemplos ante esos pequeños ojitos escrutadores y
sentidos agudos?” (Orientación del Niño:486).

¿Cuándo comenzó a tener Jesús “pequeños ojitos escrutadores y sentidos agudos”?


Si bien es una “declaración verdadera” que “la edad no tiene nada que ver con eso”, tanto la
influencia prenatal como la postnatal son importantes. El mundo le debe mucho a María y a José,
porque ellos, y “especialmente María, mantuvieron ante ellos el recuerdo de la Paternidad divina
en su hijo” (5CBA:1116).

Debe ser verdad que María no envolvió a su no nacido Infante en violencia, odio, pasiones,
propensiones hacia el mal. Aún cuando no hayamos tenido la ventaja de una paternidad divina
y un ambiente prenatal ideal durante nueve meses, alabemos al Señor que la fe en Cristo nos
libera de la cautividad de “la ley del pecado que está en mis miembros” (Rom. 7:23). La victoria
fue ganada en la carne humana de Cristo durante toda Su vida y en Su muerte en la cruz. Eso
significa que ninguna adicción puede jamás ser una batalla tan severa como aquella que Él tuvo,
“Él mismo llevó nuestros pecados en Su cuerpo sobre el madero” (1 Pedro 2:24, énfasis mío).
¿Qué es lo que Él cargó? Tu adicción. Tu pecado. Tus malos hábitos. No digas que la victoria no
es para ti; es tuya por creer la verdad, porque fue ganada en tu carne.
Ellen White llegó al corazón del problema:

“Jesús Cristo es nuestro ejemplo en todas las cosas. Él comenzó la vida, pasó a través de su
experiencia, y terminó su camino, con una voluntad humana santificada. Él fue tentado en todos
los puntos así como nosotros lo somos y sin embargo, debido a que Él mantuvo Su voluntad
rendida (entregada por completo) y santificada, Él nunca se inclinó en el menor grado a hacer
el mal, o a manifestar una rebelión contra Dios ... Aquellos que tienen una voluntad santificada,
que están al unísono con la voluntad de Cristo, tendrán día tras día sus voluntades ligadas
a la voluntad de Cristo ... La más alta aspiración de la vida de Cristo era hacer la voluntad
de Su Padre celestial. Él nunca se ofendió con Dios; porque Él no vivió para complacerse a
Sí mismo. La voluntad humana de Cristo no le habría permitido ... soportar la humillación,
desprecio, reproche, sufrimiento, y la muerte. Su naturaleza humana rehuía todas estas cosas tan
decididamente como nuestras naturalezas las rehuyen” (ST, 29 de Octubre de 1894).

Esto nos muestra algo importante:

a) Cristo tuvo una voluntad propia que “rehuía” la obediencia sacrificial del Padre “tan
decididamente como la nuestra la rehuye”. ¡Eso es algo significativo!
b) Él negó Su “propia voluntad”, ya que Él no vivió para complacerse a Sí mismo.
c) Él mantuvo su propia voluntad rendida (entregada) y santificada a través de una elección de
auto-negación.
d) Así “Él nunca se inclinó en el menor grado hacia hacer el mal, o hacia manifestar una
rebelión contra Dios”, porque Él se rehusó a ser “ofendido con” Él, aún cuando haya tenido
toda la razón humana para creer que Dios lo había “abandonado” injustamente (vea Mat. 27:46;
Salmo 22:1-6).
e) Este “ejemplo” de entrega de Su voluntad y de “fomentar una voluntad santa” tuvo que
comenzar con Sus primeros momentos de la encarnación. Fue allí donde Él comenzó a “vivir”.
Cómo pudo hacer esto al ser un feto o un bebé es realmente un “misterio”, pero con una
gran reverencia tenemos que confesar que es verdad, Él lo hizo. Habiendo sido concebido por el
Espíritu Santo, la santa motivación del agape prevaleció sobre las malas motivaciones que nos
han llevado a todos al pecado. Esa misma santa motivación prevalecerá sobre las nuestras, en la
medida en que “caminemos en el Espíritu” , viviendo una vida de fe ante ellos.
Sea cual sea el conflicto o la “lucha” que haya existido en la experiencia prenatal de
Cristo o en Su infancia, fue naturalmente infantil. La santidad de Su Padre fue reproducida en Él
a través de Su fe infantil en esos primeros momentos cuando Él comenzó a “vivir”. La siguiente
cita nos resumirá lo que hemos encontrado hasta aquí:

“Así como todos los seres humanos tienen vida a través de Cristo, así también cada alma humana
recibe a través de Él algún rayo de luz divina. No solamente un poder intelectual, sino espiritual,
una percepción de lo correcto, un deseo de bondad, existe en cada corazón. Pero contra estos
principios existe un poder antagónico y que opone resistencia. El resultado de haber comido del
árbol del conocimiento del bien y del mal se manifiesta en la experiencia de cada ser humano.
Existe en su naturaleza una inclinación hacia el mal, una fuerza que, sin ayuda, él no puede
resistir. Para oponerse a esta fuerza, para alcanzar aquel ideal que él acepta, en lo más íntimo de
su ser, como siendo lo más valioso, él no puede encontrar ayuda en ningún otro poder. Ese poder
es Cristo” (Ed:29).

¿Vino Cristo a socorrernos donde realmente está nuestro problema? ¿O hizo Él apenas
unos “movimientos legales” (movimientos de papeles) millones de años luz lejos de nosotros, sin
ninguna relación con el verdadero problema (conflicto) interno que todos nosotros tenemos que
enfrentar?
A menos que Él demostrase aquí, dentro del corazón de aquellos que creen en Él, un
“poder” con el cual podamos “enfrentar este poder” de tentación interno, el problema del pecado
no será jamás solucionado en toda la eternidad, y el “gobierno” de Dios habrá fallado. Separados
de Él, los seres humanos no tienen ninguna solución. Pero esta victoria que Él obtuvo “en Su
carne” será reproducida en Su pueblo en sus carnes. La siguiente cita retrata vívidamente Su
conflicto:

“En beneficio de la raza humana, con las debilidades de la raza caída sobre Él, (Cristo) tuvo que
enfrentar las tentaciones de Satanás en todos los puntos en que el hombre sería asaltado ...
Para poder elevar al hombre caído, Cristo tiene que alcanzarlo donde éste estaba. Él tomó la
naturaleza humana, y cargó las enfermedades y la degeneración de la raza. Él, que no conoció
pecado, se hizo pecado por nosotros. Él se humilló a Sí mismo a las más bajas profundidades
de la desgracia humana, para que estuviese cualificado para alcanzar al hombre, y lo pudiera
levantar de la degradación en la cual el pecado lo había hundido (5CBA:1081).
La tentación es resistida cuando el hombre es poderosamente influenciado a hacer algo malo y,
sabiendo que lo puede hacer, resiste, por la fe, con una firme confianza en el poder divino. Esta
fue la prueba rigurosa por la cual tuvo que pasar Cristo ... En sus horas finales, mientras colgaba
en la cruz, Él experimentó al máximo lo que el hombre tiene que experimentar cuando lucha
contra el pecado. Él comprendió cuan malo puede llegar a ser un hombre al rendirse al pecado ...
La iniquidad de todo el mundo estaba sobre Él” (5CBA:1082).

Cristo conoció la tentación, sintió la fuerza dentro de ella, que el Adán no caído nunca
sintió:

“Adán fue tentado por el enemigo, y cayó. No fue el pecado que habitaba en él el que lo hizo
rendirse; ya que Dios lo hizo puro y recto a Su propia imagen. Él era tan sin falta como los
ángeles delante del trono. No había en él ningún principio de corrupción, ninguna tendencia
hacia el mal. Pero cuando Cristo vino a enfrentarse a la tentación de Satanás, Él cargó “la
semejanza de la carne pecaminosa” (ST, 17 de Octubre de 1900).

No puede ser blasfemia confesar que Él “condenó el pecado en la carne”. Pero si Lo


hacemos "exento" de la lucha con el mismo “poder antagónico” contra el que nuestra naturaleza
caída tiene que luchar, y si clamamos solamente una victoria simulada para Él, entonces estamos
llegando terriblemente cerca de la blasfemia.
Esta verdad de la victoria de Cristo en “semejanza de carne pecaminosa” son las
maravillosas Buenas Nuevas para nosotros que estamos batallando con el pecado e nuestra carne
pecaminosa.

Capítulo Cinco: ¿Cuán Profundo es el Pecado en la Naturaleza Humana?

¿Y cuán profunda es la limpieza que Cristo hace de él? La conocida definición de pecado es
“transgresión de la ley”. La palabra en Griego traducida de esa frase de 1 Juan 3:4 es anomaia,
la cual significa un estado de rebelión contra la ley de Dios, y no solamente un acto. ”Toda
la cabeza está enferma y todo el corazón desfallecido. Desde la planta del pie hasta la cabeza
no hay en él cosa sana, sino heridas, y contusiones y podridas llagas” (Isa. 1:5-6). “Yo he sido
formado en iniquidad; y en pecado me concibió mi madre” (Salmo 51:5).
Pero Pablo deja claro que la posesión (o asunción) de una naturaleza pecaminosa
no es en sí misma pecado. Muchos asumen superficialmente que cualquiera que tenga una
naturaleza pecaminosa tiene que participar automáticamente en pecado. Es verdad que todos los
caídos hijos e hijas de Adán así lo han hecho, pero no es verdad de Él “que tomó la simiente de
Abraham”, del “que fue hecho de la simiente de David de acuerdo con la carne” y sin embargo
fue “sin pecado”. Y aquellos que vivirán “a la vista de un Dios santo sin un Mediador” a través
del tiempo de angustia, aún retendrán su “carne pecaminosa” mientras por otro lado habrán
vencido “así como Cristo venció” (GC:425, 614, 623). Note como Pablo enfatiza que el pecado
es volición más bien que herencia genética:

“En tiempos pasados anduvisteis de acuerdo al curso de este mundo, de acuerdo al príncipe
del poder del aire, el espíritu que ahora trabaja en los hijos de la desobediencia, entre los
cuales también nosotros nos conducimos en tiempos pasados en los deseos de nuestra carne,
obedeciendo los deseos de la carne y de la mente; y éramos por naturaleza hijos de la ira, así
como los demás” (Efe. 2:2-3).

Pecado no significa poseer una naturaleza que es tentada por los “deseos de nuestra
carne”. Es “obedecer los deseos de la carne y de la mente”. Argumentar de otra manera es
concordar con la herejía de la “carne santa”:

“La enseñanza dada en relación al término “carne santa” es un error. Todos pueden obtener
corazones santos, pero no es correcto querer tener en esta vida carne santa ... porque no podemos
tener perfección de la carne, sino que debemos tener perfección Cristiana del alma” (GCB:419,
1901).

Debido a que tenemos carne o naturaleza pecaminosa, conocemos “deseos” que nacen del
interior de nuestra “carne”. Y sin embargo por la gracia de Cristo podemos tener “corazones
santos”: no necesitamos obedecer estos “deseos”. Aquellos que “andan de acuerdo al curso de
este mundo”, los “hijos de la desobediencia”, que “se conducen a sí mismos ... en los deseos de
la carne, obedeciendo los deseos de la carne y de la mente ... (son) por naturaleza hijos de la ira”.
Nosotros estamos encerrados en la “ira” como resultado de nuestras elecciones de desobediencia.
Algunos suponen que si Cristo “tomó” nuestra naturaleza pecaminosa Él también habría
sido automáticamente “por naturaleza hijo de la ira”, y debería morir por Su propio pecado.
Pero esto no es verdad si Él “condenó el pecado en la carne” y escogió decir “no” a la tentación.
“Todos han pecado”, dice Pablo, eso quiere decir “todos” los que han “obedecido los deseos de
la carne y de la mente”. Esto nos da “propensiones hacia el pecado” las cuales Cristo no tuvo,
porque Él no “obedeció los deseos de la carne”:

“Nunca, en ningún sentido, deje la mínima impresión en las mentes humanas de que hubo una
mancha o una inclinación hacia la corrupción en Cristo, o que Él de alguna manera se rindió a la
corrupción ... Su fe ... no vaciló en ningún momento ... En ninguna ocasión hubo una respuesta
a las múltiples tentaciones de Satanás. Nunca se puso Cristo en el terreno de Satanás, para darle
alguna ventaja” (5CBA:1128-1129).

Esto debería explicar la cita de Ellen White, “Ni por un momento hubo en Él una
propensión al mal”. Nuestra rendición a los malos deseos ha pervertido cada aspecto de nuestro
ser de tal manera que “desde la planta del pie hasta la cabeza no hay nada bueno” en nosotros.
Pero no fue así con Él.
Anomia casi siempre es traducida como “iniquidad” en la KJV. Una vez se traduce
como “injusticia”. Nunca es usada para la naturaleza pecaminosa caída heredada. En 2 Cor. 6:14
se la asimila con la incredulidad (Rom. 14:23 nos da de hecho una definición más profunda de
pecado, “lo que no proviene de fe es pecado” y la fe de Cristo nunca “vaciló”). En Mat. 7:23 y
13:41 anomia es algo que uno ejecuta. En Mat. 23:28 es hipocresía. En Mat. 24:12 se dice que la
anomia abunda (pletho, de la cual nosotros sacamos nuestra palabra “plétora”), algo inapropiado
para referirse a la naturaleza pecaminosa.
En todas las otras partes en el Nuevo Testamento, anomia es una rebelión volitiva del
corazón contra Dios. Describe aquella actitud del corazón bien profunda en los recesos psíquicos
del alma que es enemistad contra la ley de Dios. Esa santa ley se expresa como agape (Rom.
13:10; 8:7). Si se entiende como fe una apreciación del corazón de agape, debemos concluir que
pecado es nuestra profunda, universal, resistencia del corazón natural al agape. Una anomia
tal lleva naturalmente frutos de desobediencia a la ley de Dios en su propósito, sentimiento,
pensamiento, elección y acción.
Ellen White también describe anomia como “sentimientos y motivos pecaminosos,
como también actos externos ... Los libros del cielo anotan los pecados que podrían haber
sido cometidos si hubiese habido la oportunidad” (5CBA: 1085). Esto es un hervidero interno,
esperando solamente una oportunidad para aparecer externamente. Pero esto es volicional, y
no puede ser igualado con las tendencias heredadas o una inclinación hacia el pecado, lo cual
puede ser negado o “condenado”. Note la siguiente cita (las palabras que expresan volición están
enfatizadas):

“El pecado de hablar mal comienza con acariciar malos pensamientos ... Un pensamiento
impuro tolerado, un deseo no santificado acariciado, y el alma está contaminada, su integridad
está comprometida ... Si no queremos cometer pecado, tenemos que evitar (rehuir) los propios
comienzos. Cada emoción y deseo tiene que ser mantenido en sujeción de la razón y de la
conciencia. Cada pensamiento no santificado (impuro) tiene que ser instantáneamente repelido ...
Mediante la fe y la oración todos pueden alcanzar los requerimientos del evangelio. Ningún ser
humano puede ser forzado a transgredir. Su propio consentimiento tiene que ser ganado primero;
el alma tiene que proponerse el acto pecaminoso, antes que la pasión pueda dominar sobre la
razón, o que la iniquidad pueda triunfar sobre la conciencia. La tentación, aunque sea fuerte,
nunca es una excusa para pecar ... El Señor ... sabe cuan fuertes son las inclinaciones del corazón
natural, y Él ayudará en cada instante de tentación” (5T:177).

“Las tentaciones van a llover delante de nosotros; porque a través de ellas seremos
probados mientras estemos en esta tierra. Esta es la prueba de Dios, la revelación de nuestros
propios corazones. No hay ningún pecado en tener tentaciones; pero el pecado viene cuando
cedemos a la tentación” (4T:358).

“Cada hombre es tentado cuando es arrastrado y seducido por sus propias concupiscencias.
Cuando es alejado del camino de la virtud y del bien al seguir sus propias inclinaciones ... Es un
acto de Satanás el que te tienta, pero tu propio acto es ceder. Todo el poder de todas las huestes
de Satanás no pueden forzar al tentado a transgredir” (4T:623).

“Satanás ... no puede forzar al hombre a hacer lo malo. Él los tienta a pecar, y hace parecer al
pecado seductor y placentero; pero él tiene que dejar que ellos escojan a través de su propia
voluntad, si van a hacerlo o no ... El hombre es un agente moral libre para aceptar o rehusar”
(2T:294).

“La religión pura tiene que ver con la voluntad ... La voluntad no es el gusto o la inclinación,
sino que es el poder que decide, el cual obra en los hijos de los hombres para la obediencia a
Dios o para la desobediencia” (5T:513).

“A menos que Cristo haya consentido con la tentación, Él no podía ser vencido ... El tentador
nunca nos puede compeler a hacer lo malo. Él no puede controlar las mentes a menos que estas
cedan a su control. La voluntad tiene que consentir, la fe tiene que soltarse de Cristo, antes
que Satanás pueda ejercer su poder sobre nosotros. Pero cada deseo pecaminoso que nosotros
acariciamos le proporciona un asidero” (DTG:125).

Aunque el punto de vista de los “ortodoxos” Católicos y Protestantes es que el pecado


se hereda genéticamente, Ellen White nunca usó el término “pecado original” en un sentido
teológico. Aquí está el único lugar donde Ellen White usa la frase “el pecado original” (note que
ella la usa en un estricto sentido histórico, no en un sentido teológico, y note también cómo ella
enfatiza la manera en que se transmite el pecado a través de la historia humana):

“A través del medio de la influencia, tomando ventaja de la acción de la mente sobre la mente,
él (Satanás) prevaleció para que Adán pecase. Así su misma naturaleza humana se corrompió. Y
a partir de ahí el pecado ha continuado su trabajo odioso, alcanzando una mente tras otra. Cada
pecado cometido despierta los ecos del pecado original.
La dependencia mutua es una cosa maravillosa. La influencia recíproca debiera ser estudiada
cuidadosamente. Debiéramos saber sin ninguna duda en qué lado estamos ejercitando nuestra
influencia. Cuando se coloca del lado de lo justo, la influencia es un poder de Dios; cuando se la
coloca en el lado del mal, es un poder de Satanás. Un ser humano bajo el control de Satanás se
vuelve un medio de tentación para otro ser humano. Así crece el mal en inmensas proporciones”
(Review and Herald, 16 de Abril de 1901).

Ninguna palabra en el artículo apoya la idea de una transmisión genética del pecado
a través de la reproducción biológica. Ya que está hablando acerca del “pecado original”, esta
habría sido la oportunidad áurea para que Ellen White apoyase el punto de vista “ortodoxo” de
los Católicos y Protestantes.
Note su énfasis: la transmisión del pecado en las generaciones siguientes a las de
Adán es específicamente “a través del medio de la influencia, ... alcanzando una mente tras
otra”. Ella fomenta aquí el “estudio cuidadoso” de la “influencia recíproca”. A través de esto
el mal “crece en inmensas proporciones”, esto es, la “iniquidad abunda”. (No olvidemos que la
“influencia” comienza a jugar su parte desde el momento de la concepción; la ciencia confirma
esto abundantemente).
Pablo llega muy cerca del “pecado original” en la siguiente cita: “Por tanto, como el
pecado entró en el mundo por un hombre y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos
los hombres, por cuanto todos pecaron ... Así que, como por la transgresión de uno vino la
condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de Uno vino a todos los
hombres la justificación que produce vida. Así como por la obediencia de un hombre muchos
fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de Uno, muchos serán constituidos
justos” (Rom. 5:12,18-19).

Así, ¡Pablo es tan cauteloso como Ellen White! Con su “luz menor” iluminando nuestra
visión oscurecida de la “luz mayor”, el pasaje de Pablo aparece en perfecta armonía con la cita
de la Review and Herald expuesta anteriormente. Él está a punto de articular el “pecado original”
en el verso 12 pero se contiene y dice “la muerte vino por el pecado, y la muerte pasó a todos los
hombres”. “Yo iba a decir” en efecto, “que el fenómeno de la muerte pasando a todos los
hombres requiere una transmisión genética del pecado y de la culpa a través de los genes y
cromosomas; bien, la verdad es, que todos pecaron!” (E.H. (Jack) Sequeira entiende eph ho de
una manera diferente, como queriendo decir “en eso” o “en quien todos pecaron” (citando el
tiempo aorista). La interpretación del Emphatic Diaglot concuerda: “Así como por un hombre el
pecado entró en el mundo (en el cual todos pecaron), y a través del pecado, la muerte; así
también, la muerte pasó a todos los hombres”. Pero al traducir así el verso, tiene que traducir la
cláusula eph ho en otro lugar, mientras que en el original Griego viene al final del verso. Es
verdad que todos estamos incorporados “en Adán”, de tal manera que cuando él cayó, nosotros
caímos, tal como lo indica el tiempo aorista del verbo. Pero también es verdad que todos
nosotros hemos repetido su caída. Mientras que el verbo para “la muerte pasó a todos los
hombres” (dielthen) también es aorista, como lo es “todos pecaron” en Rom. 3:23, el siguiente
verbo de Rom. 3:23 está en el tiempo presente, “están destituidos”. De tal manera que parece
evidente que Pablo reconoce tanto nuestra implicación corporativa en el pecado de Adán como
siendo la raza humana, como nuestra continua implicación volicional en el pecado como
individuos. Al hacerse hombre, Cristo “tomó sobre Sí mismo toda esa identidad corporativa
“pero sin pecado”, esto es, sin participar volicionalmente en nuestro pecado). Tal vez él llegó a
estar a un triz de articular la doctrina del pecado original, pero no lo hizo. Los proponentes del
“pecado original” erradamente evocan el bautismo de infantes para eliminar sus manchas, pero
fallan en ver como Pablo dice que cualquiera que sea la manera por la cual esa mancha es
transmitida de Adán a la raza humana, es cancelada por Cristo en favor de la raza humana:

“Así que como por la ofensa de uno (Adán) el juicio vino sobre todos los hombres la
condenación; así también por la justicia de Uno (Cristo) el don gratuito vino sobre todos los
hombres para justificación de vida” (Rom. 5:18-19, KJV). “Así que también el resultado de un
acto de justicia fue justificación que trae vida a todos los hombres” (NIV).

El pecado es trasmitido a través de la “dependencia mutua”, “la acción de una mente


sobre otra ... alcanzando de una mente a otra” de tal manera que “cada pecado cometido debilita
los ecos del pecado original”. “La influencia recíproca debiera ser cuidadosamente estudiada ...
Así el pecado crece en inmensas proporciones” (idem) (El pelagianismo enseña que cada niño
nace en este mundo impecable y neutro, pero se vuelve pecador en cuanto reconoce (tal como
enseña la Biblia) que nacemos pecadores y “se apartaron los impíos desde la matriz” (Salmo
58:3). Esto se debe a que nosotros somos concebidos y nacemos separados de Dios, desprovistos
de agape, y así somos automáticamente egoístas. Y egoísmo es pecado).

Sumario: No hay “exención” para Cristo como el santo embrión de un infante. Desde el tiempo
en que Él “comenzó a vivir”, Él es libre de “aceptar los resultados de la obra de la gran ley de
la herencia”, “pero sin pecado”. Él no va a “participar” en nuestro pecado a menos que esté en
anomia contra Dios, donde Pablo incluye en Rom. 5:12 a todos nosotros en anomia. Cuando
él dice “todos pecaron” quiere decir claramente que todos “participaron”. El que Cristo “tome”
o “asuma” toda nuestra herencia genética, no Lo hace “totalmente humano, así como uno de
nosotros” “lo cual no puede ser”, porque nosotros hemos pecado, y Él “no pecó”. Nosotros
somos solamente humanos; Él es divino-humano. “La perfecta impecabilidad de la naturaleza
humana de Cristo” es consistente con Su aceptación de nuestra total herencia genética.
¿Pero cómo puede Cristo ser perfectamente sin pecado mientras Él hereda nuestra
naturaleza pecaminosa a través de María?

Capítulo Seis: ¿Qué Tipo de Influencia Prenatal le Dio María a Jesús?

Aquí está la mujer más feliz de todos los tiempos. Aún cuando el dogma Católico Romano de
la Inmaculada Concepción de María sea obviamente un error, no hay necesidad de asumir que
durante el tiempo en el cual ella estaba preñada con Jesús, María estaba viviendo en pecado,
satisfaciendo pasiones no santas, sujeta a emociones Satánicas, como sucede con tantas mujeres
preñadas. Leemos que Dios siempre ha tenido “algunos” que han demostrado una perfección de
carácter a través del ejercicio de la fe:

“Algunos pocos en cada generación desde Adán han resistido (de Satanás) cada artificio y han
permanecido en pie como nobles representantes de lo que hubo en el poder del hombre para
hacer y para ser, Cristo obrando con los esfuerzos humanos, ayudando al hombre a vencer el
poder de Satanás ... Satanás quedó grandemente perturbado a causa de estos nobles hombres que
permanecieron sin mancha ante la polución moral que los rodeaba, (y) perfeccionaron caracteres
justos” (Review and Herald, 3 de Marzo de 1874).
La virgen María estaba obviamente entre estos “algunos”. La historia de la Anunciación
en Luc. 1:26-38 deja claro que ella “creyó”, y por esa sola razón fue justa, solamente por la
fe. Cuando el ángel Gabriel hizo su anuncio, ella dijo: “Aquí está la sierva del Señor; hágase
conmigo conforme a tu palabra” (Luc. 1:38).

“A través del Espíritu Santo ella (María) recibió sabiduría para cooperar con las agencias
celestiales en el desarrollo de este niño que podía clamar solamente a Dios como Su Padre”
(DTG:69).

“El efecto de la influencia prenatal es por muchos padres mirada como una cosa de poca
trascendencia; pero el cielo no lo ve de esa manera” (Ministerio de Curación:372).

“Aún el niño en los brazos de la madre habita bajo la sombra del Todopoderoso a través de la fe
de una madre suplicante” (DTG:512).

Puede parecer difícil para nosotros entender la relación de María con la ausencia de
una “propensión al mal” en Cristo, porque pasamos por alto la influencia prenatal que ella le dio
a Él. Innumerables artistas la han pintado como una muchacha bonita en el establo de Belén,
sujetando al Niño Santo en sus juveniles brazos. Pero nada en la Biblia o en el Espíritu de
Profecía requiere que nosotros creamos en estas tarjetas de Navidad. Las enseñanzas Católicas
Romanas insisten que María careció casi por completo de una niñez:

“En una de estas rudas moradas (en Nazaret) vivía una muchacha de unos 13 años más o
menos, de nombre María, la cual ya había sido dada en casamiento a un joven carpintero que
tenía aproximadamente 20 años. La ceremonia aún no se había efectuado. La pareja estaba
comprometida en matrimonio y tenían que esperar casi un año hasta poder juntarse como esposo
y esposa” (Padre Warren H. Rouse, O.F.M., en “La Cruz del Sur”, cuadernillo Diocesano de San
Diego, Diciembre de 1973).

“De acuerdo con las costumbres de su tiempo y de su pueblo, María tenía probablemente no más
de 14 años cuando sus padres le arreglaron un matrimonio y José tenía probablemente unos 18
años” (Carta Pastoral de la Conferencia Nacional de Obispos, Noviembre de 1973).

Si uno toma en cuenta ciertos hechos bíblicos, hay graves problemas en aceptar esta
idea popular. Mateo dice que Jesús tenía cuatro “hermanos” y algunas “hermanas”, haciendo
un total de por lo menos seis (Mat. 13:55-56). Juan deja claro que los “hermanos” de Jesús
eran mayores que Él; ellos eran “los hijos e hijas de José” pero no de María (Juan 7:3-5; conf.
DTG:87,90). Obviamente, los “hijos e hijas” de José eran de un matrimonio previo, y María fue
prometida en matrimonio a José, para que les sirviese a ellos de madrastra. Más tarde, ella fue
la madre natural de Jesús. ¿Qué padre viudo, de por lo menos seis hijos sin madre, escogería
sabiamente una jovencita para que sea la madrastra, aún cuando ella haya sido muy bonita?

La propia María revela un detalle de su vida que nos puede ayudar a entender que debe
haber sido una mujer mayor, que aparentemente se le había negado el mayor deseo que una
mujer Judía podía tener: casarse y tener un hijo varón:
“Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador, porque ha mirado
la bajeza de su sierva, pues desde ahora me dirán bienaventurada todas las generaciones, porque
me ha hecho grandes cosas el Poderoso” (Luc. 1:46-49).

La palabra Griega traducida como “bajeza” es “humillación” en Hechos 8:33. No


hay ninguna razón para aceptar el punto de vista Católico y Protestante, de que María era una
jovencita popular cuando tuvo a Jesús. Ella bien que pudo ser una mujer más adulta, tal vez
no tan bella, que conocía la pena interna que produce el rechazo y la “humillación”, y que sin
embargo venció su auto-compasión y desarrolló una linda fe. Ella fue la madre de Uno que se
volvió “un hombre de sufrimientos, y conocedor del dolor”. Ella sugiere de que tal vez ella
también “conoció el dolor”. Ciertamente, ella tenía una enorme capacidad para sufrir, porque el
viejo Simeón le dijo en el Templo que una “espada” gigante, tan grande como Goliat, “traspasará
tu misma alma” (Luc. 2:35; la Septuaginta usa esa palabra para describir la espada de Goliat).
¿Cómo pudo el Señor dejar que eso sucediera con una mujer inocente a menos que hubiese sido
especialmente entrenada para soportar el dolor y los sufrimientos?
La recién preñada María solamente podía encontrar un amigo en quien confiar su
glorioso secreto, una mujer que también había conocido el sufrimiento, “bien afligida en años”
(vea Luc. 1:7 en relación a Elisabet). Esto podría indicar que María era una mujer madura que
buscaba ese tipo de compañía.
Los hechos de la Biblia apoyan el punto de vista según el cual María estaba entre
aquellos “algunos pocos en cada generación ... que perfeccionaron caracteres justos”. Así la
influencia prenatal que ella le dio a Cristo no Lo implicó en participar en las pasiones humanas
de ira, incredulidad, u odio, como es tan a menudo el caso de madres preñadas infelices,
rebeldes, de caracteres malignos, drogadictas o alcohólicas.
Elisabet nos da un indicio de lo que hizo que María fuese tan excepcional:
“Bienaventurada la que creyó”(Luc. 1:45). El error Católico Romano es siempre un hábil engaño
que encubre una verdad importante que de otra manera nosotros habríamos negligenciado. El
dogma de la Inmaculada Concepción procura esconder una linda lección aquí:
María era pecadora, pero salva por la gracia. De todas las mujeres en todos los
tiempos, ella es excepcional por una razón: como ninguna otra mujer “ella ... creyó”. Abraham
es “el padre de los fieles” (aquellos que creen), pero aún él mismo tropezó y tambaleó en su
aprendizaje hacia arriba y hacia abajo de cómo creer. Pero no esta mujer. Desde el momento en
que el ángel hace el magnífico anuncio, ella dijo con inmediata presteza, “Aquí está la sierva del
Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra” (Luc. 1:38). La “fe” prenatal que le dio a su Hijo
fue diferente a la de otra madre cualquiera en la historia. Pero lo singular fue lo ambiental, no lo
genético. Y lo singular no Lo hizo “exento” de tener que enfrentar las más terribles tentaciones
que cualquier hombre pecaminoso puede experimentar.
Informes en la prensa indican que al Papa Juan Pablo II le gustaría declarar como un
nuevo dogma una creencia ampliamente divulgada en la Iglesia Católica Romana, la de que
María es la Co-Redentora de la humanidad y Mediadora de toda la gracia. El informe del “U.S.
News and World Report” dice “que eso la haría a ella participante en la salvación” (16 de Junio
de 1997). Nuevamente, un error papal encubre una preciosa verdad: María cuidó muy bien
del Niño Jesús. Ella protegió a su santo feto de drogas, alcohol y de otros venenos. Esto no
contribuyó de ninguna manera en Su justicia, pero Le dio un cuerpo humano saludable en el cual
pudo sufrir por nosotros, vivir por nosotros, y morir por nosotros.
Te haría muy feliz si algún día el Señor pudiera decir de ti, “¡Bendito (o bendita) aquel
que cree!”

Capítulo Siete: Conclusión.-

¡Cristo nos ha salvado! Esta es la mejor Buena Nueva que tú nunca jamás vas a escuchar. El
tomar Cristo una naturaleza pecaminosa no es equivalente a participar en el pecado. El pecado
tiene que ver con la voluntad, un ejercicio volicional, por más inconsciente o embrionario que
pueda ser. Y Cristo rehusó “decididamente” el pecar en cualquier forma, en sentimiento, en
pensamiento, en propósito, en imaginación, en fantasía, en palabra, en acción.
Su madre no fue una mujer que no pecara, porque ella confesó que era una pecadora
necesitada de un Salvador (Luc. 1:47). La teoría de la Inmaculada Concepción no es bíblica.
Pero María era excepcional en un punto: ella tenía una fe inusual. Es por eso que “todas las
generaciones” la llaman “bendita”.
El ser concebido Cristo por el Espíritu Santo no disminuyó Su completa identidad
con nosotros a través de Su madre pecadora, ni amortiguó el poder de las tentaciones a pecar
tal como nosotros las conocemos; sino que Lo proveyó con un poder mayor que cualquier
ser humano no convertido ha tenido para resistir el impulso o la tentación a pecar que nos ha
arrastrado a todos nosotros en su poder. Y nosotros podemos tener ese mismo poder por la fe.
Fue demostrado en la completa victoria de Cristo sobre el pecado en Su carne, que era
idéntica a la nuestra, ya que “Él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la
pared intermedia de separación, aboliendo en Su carne la enemistad”. “También a vosotros que
erais en otro tiempo extraños y enemigos en vuestra mente por vuestras malas obras, ahora os
ha reconciliado en Su cuerpo de carne, por medio de la muerte, para presentaros santos y sin
mancha e irreprochables delante de Él” (Efe. 2:14-15; Col. 1:21-22).

Si bien Cristo creció hasta la edad que nosotros llamamos de responsabilidad, Él dejó
a un lado todas las prerrogativas divinas y peleó la batalla como nosotros tenemos que pelearla,
por la fe solamente. Él creció en una perfecta identidad con la familia humana hasta que pudiera
decirse que Dios “Lo hizo pecado al que no conoció pecado”. Más fuertes y fieras se hicieron
las tentaciones que Lo asaltaron; y Él las enfrentó en una creciente agonía de conflicto. Así
Su justicia no era estática o “natural”, innata, o “exenta” de nuestro esfuerzo. Era dinámica, el
resultado del conflicto con el enemigo más terrible que se pueda imaginar.
El hecho de que esta victoria comenzó en Su infancia, sí, aún en Su estado prenatal, no
es de extrañar. Antes que Él supiera “rehusar lo malo, y escoger lo bueno”, el Hijo virginal de
alguna manera “condenó el pecado en la carne”, porque Él era “Emanuel, lo cual quiere decir,
Dios con nosotros” (Isa. 7:14-16; Rom. 8:3). Si Él fue de alguna manera excusado de aquella
confrontación infantil con la tentación a pecar, Él no podría ser nuestro Salvador, porque no
podría ser entonces nuestro perfecto Substituto o Ejemplo. “Un niño ha nacido, un Hijo se nos ha
dado: y el gobierno estará en Sus hombros”.
¿Fue sobre las espaldas de un Infante que el “gobierno” fue colocado? Sí; el gobierno
de la tierra y del cielo fueron colocados sobre las “espaldas” de un Bebé, y si hubiera pecado
tan solo una vez como infante a través de un temperamento rabioso, o de una manifestación
o disposición egoísta, el “gobierno” hubiera sido destruido, y el plan de la redención hubiera
fallado. Aún como “un niño” “Su nombre debe ser llamado Maravilloso Consejero, Dios
Todopoderoso, Padre Eterno, Príncipe de la Paz” (Isa. 9:6). Aquí estamos pisando en terreno
santo.
Pero nunca se podría decir que “el gobierno estaría en Sus hombros” si Él hubiese
estado exento o excusado del problema que el “gobierno” enfrenta, el problema del pecado
habitando en la naturaleza humana caída. El Niño “nació entre nosotros” especialmente para que
resolviera el problema del pecado y nos redimiese de la penalidad y del poder del pecado. Por
esta razón fue enviado “en la semejanza de carne pecaminosa”, sí, aún desde el momento de Su
concepción en el vientre de la virgen María.
Nuestro problema no es nuestra niñez. Para todos nosotros que estamos leyendo esto,
esos días ya se fueron para siempre. El gran asunto que tiene que ser resuelto ahora, no es cómo
podemos volver a vivir nuestros días prenatales o nuestra niñez, o cambiar nuestra herencia. No
necesitamos llorar acerca del pasado. Echarle la culpa a otros o a nosotros mismos por nuestro
pasado es una futilidad. Cristo es un Salvador que nos encuentra donde nosotros estamos en este
momento, y nos salva plenamente.
¿Qué es lo que haremos a partir de este momento con una “salvación tan grande“? Para
todos nosotros, estas son Buenas Nuevas con las cuales no se puede jugar.

Apéndice: ¿Resistió Cristo (y Conquistó) Tentaciones Internas a Pecar?

Pregunta: ¿Hay alguna evidencia de que Cristo haya enfrentado tentaciones venidas desde
adentro? ¿Luchar contra las “desventajas” o “tendencias” a pecar? Dice Ellen White que Él tuvo
que resistir la atracción descendente de una tendencia al mal? ¿O fue la “inclinación” que tuvo
que "resistir" empleando a fondo todas sus facultades, una mera opción inocente, y por lo tanto
no fue una real tentación a pecar? (Vea 7CBA:930) ¿Qué es lo que muestra el contexto?

Tomemos primero la última pregunta. Lo siguiente muestra el contexto general de


aquella cita:

“Era una dificultad para Él (Cristo) mantener el nivel de la humanidad así como lo es para
el hombre levantarse del bajo nivel de sus depravadas naturalezas, y ser participantes de la
naturaleza divina.
Cristo fue colocado en la prueba más cercana (apretada, difícil), requiriendo la fuerza de todas
Sus facultades para resistir la inclinación cuando estaba en peligro, de usar Su poder para librarse
Él mismo del peligro, y triunfar sobre el poder del príncipe de las tinieblas. Satanás mostró su
conocimiento de los puntos débiles del corazón humano, y puso todo su poder para sacar ventaja
de las debilidades de la humanidad, la cual Cristo había asumido, para vencer Sus tentaciones en
favor del hombre” (7CBA:930; de Review and Herald, 1 de Abril de 1875).

Creo que es justo ver lo siguiente en este pasaje:

1.- La necesidad de Cristo de “resistir la inclinación” fue la “prueba más difícil”, y por ello
definitivamente la “tentación”. (“Prueba” y “tentación” son sinónimos). Una prueba o una
tentación tal implica un potencial para pecar.
2.- Esta “inclinación” tenía relación con “los puntos débiles del corazón humano”, y por ello
no puede identificarse meramente con las debilidades físicas o con el cansancio. Mientras la
próxima cláusula habla de “las debilidades de la humanidad, la cual Cristo había asumido” y
que puede ser interpretada como mero cansancio físico, una interpretación tal viola el contexto,
ya que cualquiera que sea la “debilidad” a la que Ellen White se refiera, está definitivamente
relacionada con las “tentaciones a favor del hombre” de Satanás, y conciernen a “puntos débiles
del corazón humano”, y no meramente debilidades del cuerpo humano.
3.- Una “prueba” o “tentación” en este contexto no puede envolver meramente una opción
sin pecado, porque ello sería virtualmente una contradicción. El que Cristo haya sudado gotas
de sangre al resistir una opción sin pecado, sería incomprensible, y contradiría la perspicacia
(insight) inspirada en Su lucha: “Considérenlo a Él ... Nosotros no hemos resistido hasta
la sangre, combatiendo contra el pecado” (Heb. 12:2-4). “Cristo ... murió al pecado”, no
meramente a una enfermedad física (Rom. 6:10).
4.- Si Cristo hubiese cedido a esta “inclinación”, ¿habría sido el hecho de ceder un pecado?
Muchos parecen pensar que si Él hubiese enjugado el sudor sangriento de su frente, hubiese
rehusado la cruz, y hubiese vuelto sin ningún rasguñón al trono de Su Padre, después de haber
rechazado el sacrificio requerido, y así haber negado la voluntad de Su Padre, habría sido para Él
meramente una opción sin pecado (sin la posibilidad de pecar). Todo habría continuado aún bien.
Rehusarse a salvar al mundo al costo de Él mismo, no habría sido pecado para Él.
Pero esto no puede ser verdad. El problema que Él enfrentó fue un “peligro” o un
“riesgo”. La “inclinación” con la cual Él luchó fue los clamores del yo a escapar de ella. Si Él
hubiese cedido a esta “inclinación”, habría rechazado la cruz, lo cual era exactamente lo que
Satanás quería que hiciese. Solamente necesitamos preguntar, ¿Podía ser la voluntad de Satanás
para Él una voluntad sin pecado?
Si Cristo hubiese rehusado Su cruz, habría sido realmente un pecado para Él? Si en el
Getsemaní Él no hubiese “resistido hasta la sangre, luchando contra el pecado”, Ellen White
indica que habría sido un pecado para Cristo rehusar la cruz:

“Si hubiese sido encontrado un pecado en Cristo, si hubiese cedido en cualquier punto a Satanás
para escapar a la terrible tortura, el enemigo de Dios y del hombre habría triunfado” (DTG:761).

En otras palabras, “ceder a Satanás para escapar a la terrible tortura” habría sido “un
pecado ... encontrado en Cristo”. Él declaró ser sin pecado porque “Yo siempre hago aquellas
cosas que agradan” “al Padre” (Juan 8:46, 29). “Cristo no se agradó a Sí mismo” (Rom. 15:3).
Fue negando su propia voluntad y aceptando en su lugar la voluntad de Su Padre como “venció”
(Juan 5:30; Apoc. 3:21). Por eso, si Él hubiese rehusado la cruz no podría haber dicho, “Yo he
guardado los mandamientos de Mi Padre”.
Su camino hacia la cruz fue (hablamos reverentemente, en Sus propias palabras)
“no como Yo quiero, sino como Tú quieres” (ver Juan 15:10; Mat. 26:39). Si el “amor es el
cumplimiento de la ley” (Rom. 13:10), un Cristo sin cruz habría transgredido la ley, ya que
rehusar la cruz no habría sido amor (agape). “Si hubiese fallado en Su prueba y sufrimiento,
habría sido desobediente a la voz de Dios, y el mundo se habría perdido” (5CBA:1083). Esta
completa “prueba y sufrimiento” necesariamente incluía Su cruz. Desobediencia a la voluntad de
Dios es lo que el pecado realmente es.
5.- Tenemos que concordar que la “inclinación” que Cristo enfrentó fue terriblemente fuerte,
porque requirió “la fuerza de todas Sus facultades para resistirla”. Si el hecho de ceder hubiese
sido un pecado para Él, esto sería una “inclinación” interna a pecar, la cual Él perfectamente
(aunque penosamente) resistió. Él estuvo “en agonía ... y Su sudor fue como si fuesen gotas de
sangre cayendo al suelo” (Luc. 22:44).
Sí, Sus tentaciones fueron infinitamente mayores que cualquiera de las nuestras; pero
eso no significa que no tuvieron ninguna relación con las nuestras. De la misma forma en que
nosotros conocemos el deseo interno de la indulgencia pecaminosa, la terrible compulsión al
amor ilícito, o el deseo, o la adicción, así conoció Cristo el anhelo interno del alma para librarse
de la cruz. ¡Todas nuestras “inclinaciones” internas a pecar son compulsiones similares para
evadir la cruz en la cual el yo tiene que ser crucificado con Él! Es el pecado que hizo necesaria la
cruz, y para cualquiera de los dos (Cristo o nosotros) el evadirla es pecado.
Yendo ahora a la otra pregunta: Tenemos que notar lo que el propio Cristo dijo, lo cual
parece haber sido misteriosamente ignorado por siglos. Aún cuando sea la más clara y las más
autoritativa declaración jamás dada a nosotros en relación a la naturaleza humana que Cristo
“tomó” o “asumió” en Su encarnación. Estas son Sus propias palabras:

“No puedo Yo hacer nada por mí mismo; según oigo, así juzgo, y Mi juicio es justo, porque no
busco Mi voluntad, sino la voluntad del Padre, que me envió” (Juan 5:30).

“He descendido del cielo, no para hacer Mí voluntad, sino la voluntad del que me envió” (Juan
6:38).

“Padre Mío, si es posible, pase de Mí esta copa; pero no sea como Yo quiero, sino como Tú
quieres” (Mat. 26:39).

Así se sujetó Cristo a Sí mismo al conflicto interno que todos nosotros tenemos. Tomó
una voluntad que tuvo que ser negada. (Una voluntad tal es dependiente de una elección interna).
Esto no es imputar pecado a Cristo. El velo que ha ocultado por siglos a los teólogos esta
declaración Cristológica, puede ser el “pecado original” Agustiniano que muchos sostienen. Sin
un raciocinio claro sobre el problema, ellos asumen que la naturaleza humana, que incluye una
voluntad naturalmente opuesta a la voluntad de Dios, significa una participación automática en el
pecado. Pero no entendieron “el mensaje del tercer ángel, en verdad”. Tentación no es pecado, ni
aún la lucha con la seducción o el deseo en oposición a la voluntad de Dios.
Nuestra naturaleza pecaminosa no es meramente las consecuencias heredadas de seis
mil años de pecado; es la inclinación interna al amor a sí mismo, lo cual si es consentido, es
“enemistad contra Dios” (Rom. 8:7). Pero Cristo nunca consintió (condescendió).
“Mi propia voluntad” resistida, rechazada, vencida, “condenada ... en la carne”, no sería
pecado para Cristo. Igualmente para nosotros, la “inclinación” interna a pecar, perfectamente
resistida a través de la gracia de Cristo, no es pecado. (Separado de la fe en Él, eso es obviamente
imposible para el hombre caído).
Debido a que la idea popular es que una inclinación interna ya es pecado, muchos
razonan directamente hacia la tragedia:

Ya que la tentación a la fornicación o al adulterio ya ha hecho su llamado, entonces


creen que la tentación ya es pecado. Entonces concluyen que tienen que obedecer el deseo y
ceder al acto, ya que piensan que la completa obediencia a la ley de Dios es de cualquier forma
imposible. Si tú tienes que pedir perdón por un pecado, ¿por qué no pedir por dos? Y de esta
manera caen en una trampa mortal.
En otras palabras, si sentir el deseo interno de la tentación ya es pecado, lo que requiere
que Alguien vicariamente guarde la ley en tu lugar (excusándote a ti de ello), puedes muy
bien dejarle dar un paso más en esa dirección, y que “cubra” también tu acto sexual ilícito
consumado. ¿Es más molesto (fastidioso) para Él “cubrir” un acto pecaminoso que “cubrir”
un pensamiento pecaminoso? Esta es la lógica que excusa a una multitud de la inmoralidad,
inclusive a algunos que están dentro de la “iglesia remanente”. Es puro antinomianismo
disfrazado de “evangelio”.
Como el Peregrino de Bunyan caminando a través del Valle de la Sombra, a veces
no distinguimos entre las sugestiones susurradas por el enemigo posado en nuestras espaldas
(susurros que no son pecado) y nuestra propia implicación mental personal con el pecado a
través de una participación, o a través de una fantasía. Lutero sabiamente dijo que no podemos
evitar que los pájaros volasen sobre nuestras cabezas, pero podemos impedirlos de hacer un nido
en nuestro cabello. Es vano argumentar si toma un segundo o una milésima de segundo hasta que
un pensamiento maligno susurrado por Satanás se transforma en una participación nuestra; lo
que sí es importante es que a través de la fe en Cristo es posible “que la justicia de la ley puede
ser cumplida en nosotros, que no caminamos en la carne, sino que en el Espíritu” (Rom. 8:3-4).
Nosotros servimos a un Salvador que salva.
“¿Pero”, dirá alguien, “negar Su propia voluntad fue fácil para Él, pero es difícil para
mi!” En respuesta, mira hacia las agonías del Getsemaní y hacia la cruz. Es aquí donde Él fue
colocado en “la prueba más dura, requiriendo la fuerza de todas Sus facultades” para resistir.
Reconocer que el Getsemaní y el Calvario fueron “la prueba más dura”, no es negar que toda Su
vida fue una “prueba” sin fin. Identifícate con Él y morirás al pecado en Él.
Finalmente, Ellen White apoya totalmente la declaración de nuestro Señor acerca de la
realidad de Su lucha interna con Su “propia voluntad” e “inclinación”. En 1894 ella publicó su
pequeño tratado que demostró su apoyo a la idea de 1888 de la naturaleza de Cristo, el cual se
tituló, Cristo Tentado Como Nosotros Lo Somos. Extrañamente, ha permanecido oficialmente no
impreso a través de todo este siglo. En la página 11 ella dice: “El Cristiano tiene que entender
que ... sus más fuertes tentaciones vendrán desde adentro; porque él tiene que batallar contra
las inclinaciones del corazón natural. El Señor conoce nuestras debilidades ... ¡Si tan solo
pudiésemos comprender lo que Cristo es para nosotros ...!”.
Si nuestras “más fuertes tentaciones vendrán desde adentro”, entonces se concluye que
Cristo también batalló con las “tentaciones ... internas”. Es un axioma que las mismas cosas son
iguales entre sí.
Nunca Él acarició, entretuvo, o abrigó un pensamiento o un propósito malo. Y habiendo
sido así, Él “odiaba la iniquidad” o “retrocedía ante lo malo”.
Así podemos hacer nosotros a través de la gracia, mediante Su justicia imputada e
impartida. “No necesitamos retener ni una sola propensión pecaminosa” (7BC:943).

Autor: Pr. Robert J. Wieland


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