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Dictados: Uso de «b»/«v»

1 Llevaba ya varios años en El Dragón, pensando algunas veces en abandonar aquella vida.
La tripulación cambiaba constantemente; nosotros los vascos, en un período largo seguimos siendo los
mismos, hasta que en uno de los viajes se fue Ugarte, el piloto, y lo sustituyó otro, con el mismo nombre y
apellido.

En barcos como aquel no había que fiarse de los nombres ni pedir los papeles a nadie. Cada cual se
llamaba como le parecía; yo mismo cambié de nombre; no quería que, si me llegaban a ahorcar, el
apellido de mi padre saliera a la vergüenza pública.
Entró el nuevo Tristán en Batavia, adonde habíamos ido a desembarcar unos negros. No era el nuevo piloto
un canalla, como el anterior, insolente y envidioso; parecía, sí, un poco sombrío y triste. Había navegado en
barcos de buenas compañías; pero se le había muerto la mujer, según dijo, y estaba desesperado, deseando
vivir a la ventura para olvidar sus tristezas.
El nuevo Tristán calculaba los errores de la estima de las observaciones del sextante, tomaba la altura del
sol, y en unas tablas hacía sus comprobaciones para encontrar la altura y la latitud. Zaldumbide, que conocía
bien a la gente, le trataba con gran consideración, y el piloto y el capitán se reemplazaban en las guardias,
como iguales.
Pío Baroja, Las inquietudes de Shanti Andía.

2 Yo había alquilado, el verano pasado, una casita de campo a orillas del Sena, a varias leguas de París, e iba
a dormir allí todas las noches. Al cabo de unos días, trabé conocimiento con uno de mis vecinos, un hombre
de treinta o cuarenta años, que era el tipo más curioso que nunca había visto. Era un viejo remero, pero un
remero empedernido, siempre en el agua. Debía de haber nacido en un bote, y seguramente morirá en la
remadura final.

Una tarde que paseábamos a orillas del Sena, le pedí que me contara algunas anécdotas de su vida
náutica. De inmediato mi buen hombre se animó, se transfiguró, se volvió elocuente, casi poeta.
Albergaba en el pecho una gran pasión, una pasión devoradora, irresistible: el río.

¡Ah!, me dijo, ¡cuántos recuerdos conservo de este río que ve usted deslizarse ahí, cerca de nosotros!
Ustedes, los habitantes de las calles, no saben lo que es el río.

Guy de Maupassant, Sobre el agua.

3 A veces, de las ventanas vuelan aviones vacíos y a través de las puertas se muere el viento, y las bicicletas
te llevan veloces contra las nubes porque hasta el abrigo sobra en invierno. Cuando te inventas la lluvia y el
barco se aleja, la comadreja se vuelve nutria. Y desde el alba hasta el ombligo se dibujan tus vuelos de
verano. Porque pedaleas en la palabra y te peleas con su viejo vacío, porque de los papiros nace el Nilo y
las pirámi- des fueron de arena. Debes lavar tus viejos verbos antes de verlos desbocados, debes librar tus
batallas antes de que te libere la muerte.

Vine a decirte que me iba, de vuelta al valle, donde crece la hierba, frente a la cabaña en el bosque.
Brillas y te levantas, con el balón entre las manos, y en tu boca viven sus lágrimas furtivas. Olvidas los
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besos, las verrugas y el sabor del sable en la arena. El gran vidrio te espera.
Enrique Lobo
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Dictados: Uso de «ll»/«y»

1 Yo también era un niño cuando vi aquella película, dijo Antonio Ventura. Mucho más pequeño que el de la
película. Los pies me colgaban de la butaca. Lo recuerdo todo como si fuese hoy. Era la tarde de un
domingo de febrero, uno de esos días agripados, de luz doliente, que empalman una noche con la otra. El
mar rompía en el espigón queriéndose salir, con la furia de una bestia en las tablas del cercado. Yo llevaba
un abriguito de cheviot de bolsillos muy profundos y, camino del cine, no sacaba las manos, muy apretadas
las monedas de real, por miedo a que me las llevase el viento del nordeste como si fuesen dos petirrojos.

Y allí estábamos todos, dijo Antonio Ventura, sumergidos en la oscuridad del cine Rex, encogidos en las
butacas, con las llamas de la pantalla lamiéndonos la cara. El pescador Manuel tocaba una zanfona y le
cantaba al niño rico con un cariño que nos daba envidia.

¡Ay, mi pescadito, deja de llorar!

¡Ay, mi pescadito, no llores ya más!

Y entonces fue cuando Charo A'Rubia lloró.

Era el suyo al principio un llorar manso que se confundía con el gemido melancólico de la zanfona. Me di
cuenta porque ella estaba muy cerca, justo a mi lado, dijo Antonio Ventura. Cogió un pañuelo blanco y trató
de contenerse tapándose los ojos. Pero el llanto iba a más hasta que sus sollozos desbordados ocuparon
todo el cine como si saliesen de la propia pantalla. Las cabezas giraron pero después volvieron a su sitio.
Los mayores se llevaron el índice a los labios para acallar las preguntas inquietas de los niños. Lloraba
Charo A'Rubia y hasta pareció que Spencer Tracy dejaba la zanfona para mirar con melancólica lástima
hacia el patio de butacas. Me estremezco al recordar aquel llanto, el mar de lágrimas cayendo sin consuelo,
salpicando mi abriguito de cheviot.

Manuel Rivas, «Charo A'Rubia», Ella, maldita alma.

2 Sus miembros y su talle no son para callar,


me podéis creer, era gran yegua caballar;
quien con ella luchase mal se habría de hallar,
si ella no quiere, nunca la podrán derribar.
[…]

Tenía la cabeza mucho grande y sin guisa


cabellos cortos, negros, como corneja lisa,
ojos hundidos, rojos; ve poco y mal divisa;
mayor es que de osa su huella, cuando pisa.

Las orejas, mayores que las de añal borrico,


el su pescuezo, negro, ancho, velludo, chico;
las narices, muy gordas, largas, de zarapico,
¡sorbería bien pronto un caudal de hombre rico!
[…]

Más en verdad, yo no pude ver hasta la rodilla,


los huesos mucho grandes, zanca no chiquitilla;
de cabrillas del fuego una gran manadilla,
sus tobillos mayores que de una añal novilla.
[…]
© grupo edebé

Arcipreste de Hita, Libro de buen amor.

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Dictados: Uso de «h»

1 El humor de aquel granjero cambió cuando vio aparecer al humilde campesino que le debía el alquiler de
sus tierras. Le humilló hasta el infinito. Y aunque le pidió un poco de humanidad porque había habido se-
quía aquel invierno y no había ganado mucho dinero, el dueño no tuvo compasión. Le obligó a entregarle el
dinero que le debía. La humillación fue tan grande que todo el pueblo se enteró en apenas cinco minutos de
lo sucedido entre los dos hombres.

2 Mis padres siempre nos dicen a mí y a mi hermano que tomemos mucha leche porque va bien para los
huesos. A mí no me gusta mucho, pero intento desayunar todas las mañanas un vaso con magdalenas. En
el colegio nos han explicado que debemos tener una dieta equilibrada para el buen funcionamiento del
organismo. Por ejemplo, nos han enseñado que una vez a la semana debemos comer lentejas porque
tienen mucho hierro, muy necesario para el cuerpo humano. Aunque yo le he dicho a la profesora que una
de las cosas que más me gusta es beber un refresco con hielo, especialmente en verano.

3 Los textos literarios se dividen en prosa y verso. Sabemos que estamos ante un poema porque se com-
pone de versos y normalmente tienen una rima. Cada verso tiene un número limitado de sílabas, como los
hexasílabos o los heptasílabos. Es decir, los de seis y siete sílabas. A lo largo de los siglos ha habido
muchos escritores que se han convertido en auténticos maestros de la poesía, como Garcilaso de la Vega y
Rafael Alberti.

4 Rosa, la tía de Dani, cocinó en el horno un postre especial, elaborado a base de higos, harina, chocolate y
manzanas. Era un día especial porque habían ascendido a su tío Héctor en el trabajo y lo querían celebrar.
Sin embargo, todo se convirtió en un desastre. Empezó a salir humo de la cocina y se dieron cuenta de
que se había quemado. Se habían echado a perder varias horas de trabajo. En el intento de salvar aquella
delicia, Rosa se cortó y empezó a sangrar. La tuvieron que llevar al hospital, donde le dijeron que había
sufrido un pequeño corte que le había provocado una leve hemorragia. Cuando abandonamos el hospital,
nos fuimos a un restaurante para olvidar aquel horrible suceso. Acabamos pidiendo un postre de hojaldre.

5 La familia Hernández viajó a Andalucía a pasar las vacaciones del verano de 2006 en su vehículo. Después
de cinco horas de viaje y a mitad de camino, decidieron hospedarse en un hotel a pasar la noche. Las
habitaciones eran muy lujosas y amplias. El cuarto de baño estaba equipado con los últimos avances e
incluso se podían relajar en el hidromasaje que había. Todo iba de maravilla cuando, de repente, uno de los
niños gritó. Su cama estaba repleta de hormigas. Llamaron al dueño y le exigieron la hoja de reclamaciones.
Hicieron rápidamente las maletas y abandonaron aquel lugar. No podían creerse lo que les había sucedido.
Se sentían humillados y heridos por aquella falta de higiene.

6 Los representantes del pueblo, los diputados, se reúnen cada semana en el hemiciclo. Allí hablan, debaten y
discuten sobre las cuestiones que afectan directamente a los ciudadanos. Cada cuatro años son elegidos y
renovados por los ciudadanos mayores de dieciocho años. Mucha gente huye de esa votación, no acude y
se abstiene. Se quejan de que no les resuelven sus problemas, por eso prefieren salir a la calle a protestar y
en ocasiones convocan huelgas. Creen que así hacen más presión y consiguen que les hagan caso antes.
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Dictados: Uso de «g»/«j»

1 El abrigo que trajo la invitada se lo había tejido en un almacén de Gijón especializado en hacer trajes de
lentejuelas. Era una prenda que abrigaba mucho, acorde con las bajas temperaturas que se vivían durante
aquellos días en el gélido país. También llevaba guantes escogidos especialmente para la gala. Pero lo
que más llamó la atención entre los elegantes invitados fue el jersey, con unos dibujos muy extraños en las
mangas. El reloj también era llamativo.

2 Lucía debe escoger carrera este curso. La gente le dice que estudie psicología o geología. Aunque lo que a
ella le gusta es la ornitología, es decir, la parte de la zoología que estudia las aves. Ha descubierto que un
grupo de estos animales está en peligro de extinción y sueña con protegerlas de las peligrosas garras del
ser humano. En general sabe poco de estos animales. El año pasado hojeó un libro en el que se explicaba
que la vida de los loros es más corta en lugares salvajes.

3 Había comprado berenjenas y guisantes para el guiso que iba a preparar. El verdulero le sugirió y aconsejó
algunos de los mejores alimentos. Quería hacer una comida ligera, porque después se iba de viaje y no
quería tener una digestión pesada. Era un importante ejecutivo con una vida muy ajetreada. Su agenda le
hacía presagiar que iba a tener que gestionar una infinidad de asuntos.

4 David pidió hospedaje en aquel hostal alejado del pueblo. Su origen era genovés, pero sus progenitores le
trajeron de pequeño a Gerona. Le dijo al conserje que le entregara la llave de la habitación más lujosa. De
equipaje sólo llevaba una bolsa. Le enseñaron varias y escogió la más grande. Pagó al momento con una
tarjeta de crédito. Una vez instalado, escribió un mensaje urgente y lo envió por Internet. David era un
testigo protegido en el juicio que se seguía en la Audiencia. El juez había ordenado que le alejaran de la
ciudad y que no viera ni a sus amigos. Era una exigencia necesaria para que no le pasara nada.

5 Mi hijo es muy ingenioso y tiene unas ocurrencias geniales. Su imaginación supera generalmente a la de los
niños de su edad; aunque a veces le animamos a que se relaje. Sus profesores aseguran que los ejercicios
de lógica siempre los ejecuta rápidamente y sin dudar. En el equipo del colegio marca goles que dejan
fuera de juego a todo el equipo contrario. Si todo sigue así, de mayor será un jugador de la liga de fútbol. Se
convertirá en un gran fichaje. Quizá sea un niño prodigio que conseguirá llegar muy lejos en un breve
espacio de tiempo. Y no son cosas de mi imaginación.

6 El gato se había colado en el garaje por un agujero y se había instalado allí por trigésima vez. Sólo quería un
refugio donde alojarse y resguardarse del frío. El dueño le daba agua con la manguera. Y le dejaba alimen-
tos en un pequeño refugio, cerca de un hormiguero. Cojeaba de una pata. El hombre se la curó, aunque el
animal se quejaba de dolor. Se la tapó con gasas y un vendaje apropiado.

7 El concejal aconsejó a los consejeros que acudieran a visitar su pueblo. Les ofreció incluso cobijo gratuito.
Les envió un reportaje en el que se mostraban las hermosuras del lugar, como las callejuelas. La agricultura
era la principal fuente de ingresos de los hogareños y también la extracción de granito. Era todo un
personaje. Luchaba hasta que conseguía sus objetivos. Contagiaba a todos de su optimismo. Contaba que
de joven había sido legionario y que aquella disciplina le marcó para tener claro cómo conseguir buenos
resultados de su gestión.
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Dictados: Uso de «x»/«s»

1 Úrsula lloró de consternación. Aquel dinero formaba parte de un cofre de monedas de oro que su padre
había acumulado en toda una vida de privaciones, y que ella había enterrado debajo de la cama en espera
de una buena ocasión para invertirlas. José Arcadio Buendía no trató siquiera de consolarla, entregado por
entero a sus experimentos tácticos con la abnegación de un científico y aún a riesgo de su propia vida.
Tratando de demostrar los efectos de la lupa en la tropa enemiga, se expuso él mismo a la concentración de
los rayos solares y sufrió quemaduras que se convirtieron en úlceras y tardaron mucho tiempo en sanar. Ante
las protestas de su mujer, alarmada por tan peligrosa inventiva, estuvo a punto de incendiar la casa. Pasaba
largas horas en su cuarto, haciendo cálculos sobre las posibilidades estratégicas de su arma novedosa,
hasta que logró componer un manual de una asombrosa claridad didáctica y un poder de convicción
irresistible. Lo envió a las autoridades acompañado de numerosos testimonios sobre sus experiencias y de
varios pliegos de dibujos explicativos, al cuidado de un mensajero que atravesó la sierra, se extravió en
pantanos desmesurados, remontó ríos tormentosos y estuvo a punto de perecer bajo el azote de las fieras, la
desesperación y la peste.

Gabriel García Márquez, Cien años de soledad.

2 Ahora una mujer sola dobló la esquina. Rápidamente, el vampiro se ocultó tras una columna de anuncios.
Taconeando, la mujer se aproximaba con la noche; una mujer alta y fornida. Una extraña sensación en el
estómago le recordó al vampiro que aún tenía que comer algo. Mientras masticaba una rebanada de pan
reflexionó intensamente. Permaneció de pie y aspiró el aire, examinante e indeciso. La mujer se acercaba.
El vampiro se dejó deslizar por la columna y, de pronto, apareció frente a la mujer. Arrojó la rebanada al
suelo, se limpió los labios con el dorso de la mano izquierda y mostró sus colmillos abriendo extrañamente la
boca debajo del haz de luz hexagonal de una farola. No podía hacerlo, cerró la boca, se apartó de la luz.
La mujer pasó de largo antes de que sus colmillos desaparecieran detrás de sus labios cerrados. Era
excesivo, pero tampoco le gustaban los tomates. La mujer dobló otra esquina y desapareció. El pequeño
vampiro convino que a él le había tocado un papel exótico en la vida y en la muerte. La sangre no le parecía
estupenda, pero reconocía que una exigua rebanada de pan no era suficiente para un vampiro decente.
Además se reconocía con tristeza un extranjero en su especie.

Angela Sommer-Bodenburg, El pequeño vampiro se cambia de casa


(adaptación).

3 Apenas se enteró el Rey de tan inicua trama, cuando estrechó con lágrimas de gozo a los niños en sus
brazos; mandó venir albañiles, que abrieron el hueco en el que por tantos años había estado emparedada la
buena Reina, y del cual salió la pobrecita tan blanca, que parecía una Reina de mármol; pero apenas vio a
sus hijos, cuando brotó en sus mejillas la sangre de su corazón y se puso más hermosa que nunca lo había
estado. El Rey la abrazó y la sentó en el trono, y a su lado los Príncipes, sus hijos. Mandó venir al buen
pescador, al que hizo jefe del Ministerio de la Pesca; a la fiel y bondadosa ama se la jubiló, se la sentó en un
sillón de muelles, con un rosario en una mano y un abanico en la otra, y se la nombró «Duquesa de la
Huelga». Repartiéronse muchas gracias y dones, y yo fui y vine y no me dieron nada.

Fernán Caballero, Cuentos, adivinanzas y refranes populares.


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Antología de textos: La narración
Cuando Bobby despertó, la luz en la habitación era más débil, y cuando miró al suelo, apenas vio la sombra del
árbol que se alzaba frente a su ventana. Llevaba tres horas dormido inconsciente, quizá cuatro. Estaba empapado
de sudor y tenía las piernas entumecidas; no había llegado a extenderlas sobre la cama.

Intentó hacerlo, y apenas pudo contener un grito al notar el repentino hormigueo. Optó por deslizarse hasta el
suelo, y el hormigueo le subió por los muslos hasta la entrepierna. Se sentó con las rodillas a la altura de las
orejas, la espalda dolorida, las piernas dormidas, la cabeza embotada. Algo horrible había ocurrido, pero en un
primer momento no recordó de qué se trataba. Mientras estaba apoyado contra la cama, contemplando la
fotografía de Clayton Moore con su antifaz de Llanero Solitario, todo volvió a su memoria: el brazo dislocado de
Carol; su madre magullada y enloquecida, sacudiendo el llavero verde ante su cara, furiosa con él; y Ted…

A esas horas Ted se habría marchado ya, y probablemente era lo mejor, pero resultaba doloroso pensarlo.
Recorrió de nuevo el perímetro de su habitación para desentumecerse las piernas, con la misma sensación de
un preso paseándose por su celda. Su puerta —al igual que la de su madre— carecía de cerrojo, pero Bobby se
sentía de todos modos como un recluso. Le daba miedo salir. Su madre no lo había llamado para la cena, y
aunque tenía hambre —no mucha, en realidad—, le daba miedo salir. Temía el estado en que encontraría a su
madre… […]

Tendió la mano hacia el pomo de la puerta, pero vio un papel en el suelo y se detuvo. Se agachó a cogerlo. Había
aún luz suficiente para leer la nota con facilidad.

Querido Bobby:

Cuando leas esto, ya me habré ido…, pero te llevaré en mi pensamiento.

Por favor, quiere a tu madre y recuerda que ella te quiere a ti. Esta tarde estaba
asustada, dolida y avergonzada, y cuando vemos así a una persona, vemos lo peor de
ella. Te he dejado una cosa en mi habitación.

No olvidaré mi promesa. Con todo mi cariño,

Ted

Las postales, eso prometió, se dijo Bobby. Enviarme postales.

La puerta de Ted estaba abierta y la habitación casi desnuda. Los escasos elementos decorativos incorporados por
él —una fotografía de un hombre pescando al atardecer, una imagen de María Magdalena lavando los pies a
Jesús, un calendario— habían desaparecido. En la mesa, junto al cenicero vacío, se hallaba una de las bolsas de
papel de Ted. Contenía cuatro libros encuadernados de papel en rústica: Rebelión en la granja, Las semillas del
mal, La isla del tesoro y De ratones y hombres. Escrito en el exterior de la propia bolsa, con la letra vacilante pero
perfectamente legible de Ted, rezaba el siguiente mensaje: «Lee primero el Steinbeck. “Los tipos como nosotros”,
dice George cuando cuenta a Jenny la historia que éste siempre ha deseado oír. ¿Quiénes son los tipos como
nosotros? ¿Quiénes eran para Steinbeck? ¿Quiénes son para ti? Hazte tú también estas preguntas».

Stephen King, Corazones en la Atlántida.


Plaza&Janés Editores S. A. Barcelona, 2000
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Antología de textos: La narración (en primera persona)
Cuando llegué al hotel eran más de las dos. No seguí el consejo de mi amigo y volví andando bajo un terrible sol.
Fueron sólo quince minutos de paseo, pero tenía la sensación de llevar una semana tratando de cruzar el Sáhara.
Mi aspecto debía de ser patético porque nada más traspasar la puerta el chico de recepción me miró con cara de
susto y llamó a uno de los camareros para que me acompañara hasta mi cuarto.

—Hay levante, amigo —me decía mientras se empeñaba en ayudarme a subir, como si yo fuera un anciano en
rehabilitación—. El levante es muy malo para la cabeza. Ahora, una ducha de agua fría. No acostarse nunca des-
pués de que el levante te haya pegado. Agua fría, mucha agua fría y hielo aquí —repetía llevándose las yemas de
los dedos a las sienes.

—Tus amigos están en la playa. A la sombra de los parasoles —dijo con tono de burla.

No tenía la más mínima intención de asomar la cabeza hasta que el sol dejara de abrasar. Había quedado con
Zohra y Mohamed en la puerta grande de la medina sobre las ocho para que me enseñaran la puesta de sol más
bella de toda la costa atlántica. Tenía seis horas y no pensaba perderlas terminando de deshidratarme con mis
amigos en la playa. Miré la cama con deseo, conseguí vencer la tentación de arrojarme sobre ella. Hice caso al
camarero y me preparé para darme una ducha. Me desnudé con cuidado, temiendo que la ropa se me hubiera
quedado pegada a la piel. Abrí el grifo y mientras dejaba que el agua corriese para que saliera bien fría, observé mi
imagen reflejada en el espejo de la puerta. Parecía una cerilla: el cuerpo delgado blanquecino y resbaladizo, y el
cuello y la cara a punto de convertirse en llama. Tenía los párpados hinchados y el blanco de los ojos lleno de
venillas sanguinolentas. Entendí el susto del chico de recepción y me pregunté si Zohra me había visto también
así, si al entrar en la casa palaciega tenía ya esa pinta o si esa descomunal congestión había sido producto del
paseo hasta el hotel. Juré que nunca más volvería a salir sin sombrero ni gafas de sol, por mucho aspecto de
turista de oferta que tuviera.

Estuve más de quince minutos debajo de la ducha. Había estado perdido en un bosque incendiado y milagrosa-
mente descargaba sobre mí una tormenta de agua limpia y fresca. Me sentía flotar en el paraíso hasta que cogí la
toalla y vi un enorme cartel que decía en múltiples lenguas: «Ahorre agua, la sequía nos ahoga». Podía haber
dicho simplemente: «Ahorre agua, hay sequía», pero aquel cartel era de lo más dramático. Las letras estaban
impresas sobre una tierra agrietada con un par de rastrojos escuálidos, al fondo se veía un grupo de gente me- dio
agonizante. El recepcionista nos había dado a entender muy sutilmente que todo Asilah, salvo el hotel, sufría
restricciones de diez de la mañana a diez de la noche. Probablemente había utilizado en mi ducha más agua de la
que consumía una familia una semana. Me sentía un delincuente. Me quedé mirando el desagüe de la bañera
como si se hubiera tragado una cadena de oro. Para tranquilizar mi conciencia juré que no volvería a ducharme en
una semana, o hasta que llegáramos a un sitio en el que no hubiera sequía. Mi mala conciencia se relajó y pude
dedicarme a planificar el tiempo que me quedaba hasta volver a encontrarme con Zohra.

Yolanda González, Las dunas azules.


Editorial Espasa.
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Antología de textos: La narración (en tercera persona)
Elsie Bucket se apresuró hacia el panel de control y se sentó en la silla. Levantó las manos y flexionó los dedos
igual que si fuera una pianista a punto de empezar un concierto. Joe sentía cómo le crujían los huesos.

Bajó las manos.

La máquina vibró e hizo ruido. El líquido verde empezó a soltar burbujas. Las bombillas se encendían y se apaga-
ban. Las correas de cuero que le ataban se tensaron, seguramente por la tensión de su propio cuerpo. Sintió la
electricidad a través del casco de la tuba, porque comenzaba a desprender calor. Joe se aferró a la silla mientras
las agujas hipodérmicas, lentamente, una tras otra, temblaban y avanzaban. La flecha del indicador VACÍO y
LLENO se movió como una loca. Traqueteaba y temblaba tanto como las viejecitas que miraban expectantes el
proceso.

Las agujas hipodérmicas se acercaban cada vez más.

Elsie Bucket tiró de la palanca, con los ojos fuera de las órbitas y el rostro crispado de placer.

El líquido verde se agitaba y hervía dentro de las botellas. La electricidad hacía parpadear las bombillas. Las
agujas avanzaban.

Joe abrió la boca para gritar.

Y en aquel mismo instante se apagaron las luces y la máquina se detuvo.

Durante un rato, que a Joe le pareció muy largo, nadie reaccionó. Después el muchacho escuchó la voz de Elsie
Bucket que chillaba en la oscuridad.

—¡Abuelas, no temáis! Se han fundido los plomos. ¡En seguida estará arreglado!

Mientras pronunciaba estas palabras, Joe notó que alguien se situaba a su lado. Sentía el aliento de esa persona
en la mejilla. Unas manos le desataron la correa del cuello y después la de los brazos. Al mismo tiempo, una voz le
susurró algo, una voz de mujer que le resultaba familiar, pero a la que no podía ver.

—Márchate, Joe —susurraba la voz—. Sal de aquí y vuelve a Londres. ¡No tengas miedo!

Las correas se soltaron. La camisa de fuerza cedió con un simple movimiento. Al instante Joe se dio cuenta de
que su misteriosa salvadora se había ido y que volvía a estar solo. Se levantó.

Las luces se encendieron. El Extractor de Enzimas Abuelamático se puso en funcionamiento. Elsie Bucket estaba
a su lado, mirándole con el rostro encendido por la rabia.

—Cogedle —gritó con un alarido capaz de romper los cristales—. ¡Se escapa!

Anthony Horowitz, El regreso de la abuelita.


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Antología de textos: La narración (el cuento)
Un cronopio va a abrir la puerta de calle, y al meter la mano en el bolsillo para sacar la llave lo que saca es una
caja de fósforos; entonces este cronopio se aflige mucho y empieza a pensar que

si en vez de la llave encuentra los fósforos, sería horrible que el mundo se hubiera desplazado

de golpe, y a lo mejor si los fósforos están donde la llave, puede suceder que encuentre la billetera llena de fós-
foros, y la azucarera llena de dinero, y el piano lleno de azúcar, y la guía del teléfono llena de música, y el ropero
lleno de abonados, y la cama llena de trajes, y los floreros llenos de sábanas, y los tranvías llenos de rosas, y los
campos llenos de tranvías.

Así es que este cronopio se aflige horriblemente y corre a mirarse al espejo, pero como el espejo está algo
ladeado lo que ve es el paragüero del zaguán, y sus presunciones se confirman y estalla en sollozos, cae de
rodillas y junta sus manecitas no sabe para qué. Los famas vecinos acuden a consolarlo, y también las
esperanzas, pero pasan horas antes de que el cronopio salga de su desesperación y acepte una taza de té, que
mira y examina mucho antes de beber, no vaya a pasar que en vez de una taza de té sea un hormiguero o un
libro de Samuel Smiles.

Julio Cortázar, Historias de cronopios y de famas.

A un señor le cortaron la cabeza; pero, como después estalló una huelga y no pudieron enterrarlo, este señor tuvo
que seguir viviendo sin cabeza y arreglárselas bien o mal.

En seguida notó que cuatro de los cinco sentidos se le habían ido con la cabeza. Dotado solamente de tacto,
pero lleno de buena voluntad, el señor se sentó en un banco de la plaza Lavalle y tocaba las hojas de los árboles
una por una, tratando de distinguirlas y nombrarlas. Así, al cabo de varios días pudo tener la certeza de que había
juntado sobre sus rodillas una hoja de eucalipto, una hoja de plátano, una de magnolia foscata, y una piedrecita
verde.

Cuando el señor advirtió que esto último era una piedra verde, pasó un par de días muy perplejo. Piedra era co-
rrecto y posible, pero no verde. Para probar imaginó que la piedra era roja, y en el mismo momento sintió como
una profunda repulsión, un rechazo de esa mentira flagrante, de una piedra roja absolutamente falsa, ya que la
piedra era por completo verde y en forma de disco, muy dulce al tacto.

Cuando se dio cuenta de que además la piedra era dulce, el señor pasó cierto tiempo atacado de gran sorpresa.
Después optó por la alegría, lo que siempre es preferible, pues se veía que, a semejanza de ciertos insectos que
regeneran sus partes cortadas, era capaz de sentir diversamente. Estimulado por el hecho, abandonó el banco de
la plaza y bajó por la calle Libertad hasta la Avenida de Mayo, donde, como es sabido, proliferan las frituras
origina- das en los restaurantes españoles. Enterado de este detalle que le restituía un nuevo sentido, el señor se
encaminó hacia el este o hacia el oeste, pues de eso no estaba seguro, y anduvo infatigable, esperando de un
momento a otro oír alguna cosa, ya que el oído era lo único que le faltaba. En efecto, veía un cielo pálido como de
amanecer, tocaba sus propias manos con dedos húmedos y uñas que se hinchaban en la piel, olía como a sudor,
y en la boca tenía mal gusto a metal y a coñac. Sólo le faltaba oír y justamente entonces oyó, y fue como un
recuerdo porque lo que oía era otra vez las palabras del capellán de la cárcel, palabras de consuelo y esperanza
muy hermosas en sí, lástima que con cierto aire de usadas, de dichas muchas veces, de gastadas a fuerza de
sonar y sonar.

Julio Cortázar, Historias de cronopios y de famas.


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Antología de textos: La narración (el cuento)
EL ECLIPSE
Cuando Fray Bartolomé Arrazola se sintió perdido aceptó que ya nada podría salvarlos. La selva poderosa de
Guatemala lo había opresado, implacable y definitiva. Ante su ignorancia topográfica se sentó con tranquilidad a
esperar la muerte. Quiso morir allí, sin ninguna esperanza, aislado con el pensamiento fijo en la España distante,
particularmente en el convento de Los Abrojos, donde Carlos Quinto condescendiera una vez a bajar de su
eminencia para decirle que confiaba en el celo religioso de su labor redentora.

Al despertar se encontró rodeado por un grupo de indígenas de rostro impasible que se disponían a sacrificarlo
ante un altar, un altar que a Bartolomé le pareció como el lecho en que descansaría, al fin, de sus temores, de su
destino, de sí mismo.

Tres años en el país le habían conferido un mediano dominio de las lenguas nativas. Intentó algo. Dijo algunas
palabras que fueron comprendidas.

Entonces floreció en él una idea que tuvo por digna de su talento y de su cultura universal y de su arduo conoci-
miento de Aristóteles.

Recordó que para ese día se esperaba un eclipse total de sol. Y dispuso, en lo más íntimo, valerse de ese cono-
cimiento para engañar a sus opresores y salvar la vida.

—Si me matáis —les dijo— puedo hacer que el sol se oscurezca en su altura.

Los indígenas lo miraron fijamente y Bartolomé sorprendió la incredulidad en sus ojos. Vio que se produjo un pe-
queño consejo, y esperó confiado, no sin cierto desdén.

Dos horas después el corazón de fray Bartolomé Arrazola chorreaba su sangre vehemente sobre la piedra de los
sacrificios (brillante bajo la opaca luz de un sol eclipsado), mientras uno de los indígenas recitaba sin ninguna
inflexión de voz, sin prisa, una por una, las infinitas fechas en que se producirían eclipses solares y lunares, que los
astrónomos de la comunidad maya habían previsto y anotado en sus códices sin la valiosa ayuda de Aristóteles.

Augusto Monterroso

EL PERRO QUE DESEABA SER UN SER HUMANO


En la casa de un rico mercader de la Ciudad de México, rodeado de comodidades y de toda clase de máquinas,
vivía no hace mucho tiempo un Perro al que se le había metido en la cabeza convertirse en un ser humano, y
trabajaba con ahínco en esto.

Al cabo de varios años, y después de persistentes esfuerzos sobre sí mismo, caminaba con facilidad en dos patas
y a veces sentía que estaba ya a punto de ser un hombre, excepto por el hecho de que no mordía, movía la cola
cuando encontraba a algún conocido, daba tres vueltas antes de acostarse, salivaba cuando oía las campanas de
la iglesia, y por las noches se subía a una barda a gemir viendo largamente a la luna.

Augusto Monterroso

El DINOSAURIO
Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.

Augusto Monterroso
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Antología de textos: El diálogo (estilo indirecto)

El amo, que es el amo de la casa, aunque en la casa esta hay otros amos también, que son sus hijos, sus nueras
y sus nietos, el amo más amo es él, que fue el primero, los otros vinieron luego. Mi madre me dijo que manda más
que nadie, más que el alcalde, que el cura, que todo el Ayuntamiento y que todos, casi que como los civiles, y
hasta más, acaso. Pero yo aquel día no le conocía todavía al amo, ni sabía que le tenía que conocer, pensaba que
nunca le vería, cuando mi madre me hablaba de él lo decía todo en voz baja, como si estuviéramos en misa, yo le
dije, ¿por qué me hablas así de bajo?, y ella me tapó la boca con la mano, me hizo daño y encima no me contestó,
no dijo por qué hablaba así, es que no contesta nunca, o contesta despropósitos. Así es casi todo, por aquí.

Manda tanto el amo que cuando la guerra que hubo, hace mucho tiempo, ni había yo nacido ni nada, y madre
dice que ella era una chiquita, sólo se acuerda del bombardeo aquel, el amo mandaba tanto, que hizo matar a
todos los que le acomodó, con sólo señalar con el bastón, decía el Gallo eso, que lo recuerda muy bien, que ya era
mozo, y fue a filas, dice, que es pegar tiros al enemigo de Dios y de la Patria, aunque no mató a nadie, él dice que
cree que no mató a nadie. Ya no hay guerra, pero el Gallo dijo que, aunque no haya guerra, el amo sigue diciendo
éste quiero, éste no quiero, como entonces, como yo con las moscas, que tengo buen tino, a ésta quiero, a ésta
espachurro. Y todavía ahora dice el Gallo que el amo dice, éste que se quede, éste que se vaya, éste bien, éste
mal, aunque ya no los matan, ya no hay guerra. Quién pudiera ser el amo, ojalá yo pudiera decir eso, esto no
quiero, esto sí, ahora mismo me marcho, no quiero vivir con éstos, me vuelvo a la Escuela, que resucite la tía
Vitorina aunque me pegue, que más daba, teníamos la huerta y el árbol, para nosotras solas.

Ana María Matute, «Cuaderno para cuentas», Los niños de la guerra.


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Antología de textos: El diálogo (estilo directo)
—Buenos días —dijo el principito.
—Buenos días —dijo el guardagujas.
—¿Qué haces aquí? —dijo el principito.
—Clasifico los viajeros por paquetes de mil —dijo el guardagujas—. Despacho los trenes que los llevan, tanto
hacia la derecha como hacia la izquierda.
Y un rápido iluminado, rugiendo como el trueno, hizo temblar la cabina de las agujas.
—Llevan mucha prisa —dijo el principito—. ¿Qué buscan?
—Hasta el hombre de la locomotora lo ignora —dijo el guardagujas. Y un segundo rápido iluminado rugió, en
sentido inverso.
—¿Vuelven ya? —preguntó el principito.
—No son los mismos —dijo el guardagujas—. Es un cambio.
—¿No estaban contentos donde estaban?
—Nadie está nunca contento donde está —dijo el guardagujas. Y rugió el trueno de un tercer rápido iluminado.
—¿Persiguen a los primeros viajeros? —preguntó el principito.
—No persiguen absolutamente nada —dijo el guardagujas—. Ahí adentro duermen o bostezan. Sólo los niños
aplastan sus narices contra los vidrios.
—Sólo los niños saben lo que buscan —dijo el principito—. Pierden tiempo por una muñeca de trapo y la muñeca
se transforma en algo muy importante, y si se les quita la muñeca, lloran...
—Tienen suerte —dijo el guardagujas.
Antoine de Saint-Exupéry, El principito
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Antología de textos: La descripción (ambientes)
El ascenso es pronunciado, el sendero zigzagueante permite escalar la enorme perpendicularidad de la montaña.
Es un paraje de terrible desolación. Múltiples lugares muestran el rastro de aludes invernales; hay árboles tron-
chados esparcidos por el suelo; unos están totalmente destrozados, otros se apoyan en rocas protuberantes o en
otros árboles. A medida que se asciende más, el sendero cruza varios heleros, por los cuales caen sin cesar
piedras desprendidas. Uno de entre ellos es especialmente peligroso, pues el más mínimo ruido —una palabra
dicha en voz alta— produce una conmoción de aire suficiente para provocar una avalancha. Los pinos no son
enhiestos ni frondosos, sino sombríos, y añaden un aire de severidad al panorama.

Miré el valle a mis pies. Sobre los ríos que lo atraviesan se levantaba una espesa niebla, que serpenteaba en es-
pesas columnas alrededor de las montañas de la vertiente opuesta, cuyas cimas se escondían entre las nubes.
Los negros nubarrones dejaban caer una lluvia torrencial, que contribuía a la impresión de tristeza que desprendía
todo lo que me rodeaba. [...]

Era casi mediodía cuando llegué a la cima. Permanecí un rato sentado en la roca que dominaba aquel mar de hie-
lo. La neblina lo envolvía, al igual que los montes circundantes. De pronto, una brisa disipó las nubes y descendió
al glaciar. La superficie es muy irregular, levantándose y hundiéndose como las olas de un mar tormentoso, y está
surcada por grandes grietas. Este campo de hielo tiene casi una legua de anchura, y tardé cerca de dos horas
en atravesarlo. La montaña del otro extremo es una roca desnuda y escarpada. Desde donde me encontraba,
Mont Anvert se alzaba justo enfrente, a una legua, y por encima de él se levantaba el Mont Blanc, en su tremenda
majestuosidad. Permanecí en un entrante de la roca admirando la impresionante escena. El mar, o mejor dicho el
inmenso río de hielo, serpenteaba por entre sus circundantes montañas, cuyas altivas cimas dominaban el gran-
dioso abismo. Traspasando las nubes, las heladas y relucientes cumbres brillaban al sol.

Mary W. Shelley, Frankenstein o El moderno Prometeo (adaptación).


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Antología de textos: La descripción (ambientes)

En la época que nos ocupa reinaba en las ciudades un hedor apenas concebible para el hombre moderno. Las
calles apestaban a estiércol, los patios interiores apestaban a orina, los huecos de las escaleras apestaban a ma-
dera podrida y excrementos de rata; las cocinas, a col podrida y grasa de carnero; los aposentos sin ventilación
apestaban a polvo enmohecido; los dormitorios, a sábanas grasientas, a edredones húmedos y al penetrante
olor dulzón de los orinales. Las chimeneas apestaban a azufre; las curtidurías, a lejías cáusticas; los mataderos, a
sangre coagulada. Hombres y mujeres apestaban a sudor y a ropa sucia; en sus bocas apestaban los dientes
infectados, los alientos olían a cebolla y los cuerpos, cuando ya no eran jóvenes, a queso rancio, a leche agria y a
tumores malignos. Apestaban los ríos, apestaban las plazas, apestaban las iglesias y el hedor se respiraba por
igual bajo los puentes y en los palacios. El campesino apestaba como el clérigo; el oficial de artesano, como la
esposa del maestro; apestaba la nobleza entera y, sí, incluso el rey apestaba como un animal carnicero y la reina
como una cabra vieja, tanto en verano como en invierno, porque en el siglo xviii aún no se había atajado la activi-
dad corrosiva de las bacterias y, por consiguiente, no había ninguna acción humana, ni creadora ni destructora,
ninguna manifestación de vida incipiente o en decadencia que no fuera acompañada de algún hedor.

Patrick Süskind, El perfume.

De los siete hermanos de mamá, ninguno queda en Aita. Eso sí, se pasan el día hablando de Aita. Aita por aquí,
Aita por allá, pero nadie da un duro por la paz de Aita. En la casa de piedra sólo viven la vieja, la abuela Herminia,
y una perrilla llamada Princesa, que tiene ojos de vaca. La casa en verano está llena de moscas. Miles de moscas
idiotas que van a pegarse a las cintas amarillas que cuelgan del techo, junto a las bombillas, el unto y la rama de
laurel. Cuantas más moscas se enganchan al adhesivo, más vienen al relevo, como si parieran en la trampa. Mos-
cas en la leche, en el vaso de tinto, en el plato de sopa, moscas en busca de no sé qué en la piel. Un día, en
otoño, justo un día, se van las moscas y viene la lluvia. El aire empieza a revolverse a la altura de los pies. Los
animales se ponen al acecho. Algo pasa en la piedra y en la madera. De pronto, por las cumbres del Faro y del
Castillo asoma el ejército imperial. Primero bravamente, a cañonazos, con destello de relámpagos. Luego en forma
de ráfagas, a caballo del viento, durante meses oculto como un bandido tras los Regatiños dos Congos. Y más
tarde, mansa y obstinada, el agua va copando la pantalla, hasta que entras en su frecuencia, una tristeza
entumecida. Entonces es cuando escuchas todo los quejidos con nitidez hiriente. Maldita paz, no hay dónde
esconderse. La polea del pozo, el hacha cortando la leña contra el cepo, el carro, el mugido, la cancilla, las
campanas, los cuervos, el motor lejano, la noche en la boca de los perros y los viejos que llaman a los chiquillos.

Manuel Rivas, Los comedores de patatas.


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Antología de textos: Personajes (cotidianos y heroicos)
Un día corrió la voz entre la gente de que últimamente vivía alguien en las ruinas. Se trataba, al parecer, de una
niña. No lo podían decir exactamente, porque iba vestida de un modo muy curioso. Parecía que se llamaba Momo
o algo así.

El aspecto externo de Momo ciertamente era un tanto desusado y acaso podía asustar algo a la gente que da
mucha importancia al aseo y el orden. Era pequeña y bastante flaca, de modo que ni con la mejor voluntad se
podía decir si tenía ocho años sólo o ya tenía doce. Tenía el pelo muy ensortijado, negro como la pez, y con todo
el aspecto de no haberse enfrentado jamás a un peine o unas tijeras. Tenía unos ojos muy grandes, muy
hermosos y también negros como la pez y unos pies del mismo color, pues casi siempre iba descalza. Sólo en
invierno llevaba zapatos de vez en cuando, pero solían ser diferentes, descabalados, y además le quedaban
demasiado grandes. Eso era porque Momo no poseía nada más que lo que encontraba por ahí o lo que le
regalaban. Su falda estaba hecha de muchos remiendos de diferentes colores y le llegaba hasta los tobillos.
Encima llevaba un chaquetón de hombre, viejo, demasiado grande, cuyas mangas se arremangaba alrededor de
la muñeca. Momo no quería acortarlas porque recordaba, previsoramente, que todavía tenía que crecer. Y quién
sabe si alguna vez volvería a encontrar un chaquetón tan grande, tan práctico y con tantos bolsillos.

Michael Ende, Momo.

Tiempo después, cuando en realidad ya era tarde, muchas organizaciones presentaron sus informes con la des-
cripción de ese hombre.

La comparación de dichos informes no puede dejar de causar asombro. En el primero se lee que el hombre era
pequeño, que tenía dientes de oro y cojeaba del pie derecho. En el segundo, que era enorme, que tenía coronas
de platino y cojeaba del pie izquierdo. El tercero, muy lacónico, dice que no tenía rasgos particulares. Ni que decir
tiene que ninguno de estos informes sirve para nada.

Primero: el hombre descrito no cojeaba de ningún pie, no era ni pequeño ni enorme; simplemente alto. En lo que
se refiere a su dentadura, tenía a la izquierda coronas de platino y a la derecha, de oro. Vestía un elegante traje
gris, unos zapatos extranjeros del mismo color, y una boina, también gris, le caía sobre la oreja con estudiado
desaliño. Llevaba bajo el brazo un bastón negro con la empuñadura en forma de cabeza de caniche. Aparentaba
cuarenta años y pico. La boca, algo torcida. Bien afeitado. Moreno. El ojo derecho, negro; el izquierdo, verde.
Las cejas, oscuras, y una más alta que la otra. En una palabra: extranjero.

Mijail A. Bulgakov, El maestro y Margarita.

Entre los mitos griegos no encontramos heroínas muy a menudo: las mujeres griegas, salvo alguna excepción,
vivían muy discretamente en su casa hilando y tejiendo... o a ratos tocando la cítara. Por eso es destacable el
personaje de Atalanta, que no era ninguna diosa, sino una mujer mortal.

Cuenta la tradición que, de pequeña, su padre no la quería, porque hubiera deseado un varón. Por esa razón no le
prestaba atención alguna y la niña fue criada por una osa. Al hacerse mayor, se hizo amiga de un grupo de
cazadores y, como una nueva Ártemis, siempre corría por los campos y bosques, con un carcaj lleno de flechas.
De este modo adquirió fuerza y una gran habilidad.

En una ocasión, Ártemis creó un enorme jabalí que devastaba todos los sembrados y mataba a personas y
animales. Unos cuantos cazadores intrépidos se reunieron para darle caza, y por supuesto, entre ellos se
encontraba Atalanta, la única mujer, quien los ayudó con gran destreza y coraje. Desde aquel día, Atalanta se hizo
muy famosa, y su padre, la mandó llamar a palacio y se mostró muy orgulloso de su hija.

Mitología clásica: héroes y heroínas.


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172
Antología de textos: El teatro (la comedia)

De repente, una alegre música llena el pasillo, sobresaltando a Remigio, y vemos acercarse a Merche y Pía,
las heroínas de nuestra historia. Van vestidas con batas propias de encargadas de limpieza, y llevan un amplio
muestrario de fregonas, escobas, cubos, trapos y otros enseres propios de su labo r. Pía lleva, además, un gran
radiocasete del que sale una canción a todo volumen que ella canta al mismo tiempo y a voz en cuello. Remigio
se acerca a ellas.

Remigio. —(A gritos.) ¡Buenas noches!


Merche. —(Idem.) ¡Buenas noches!
Remigio. —¿Y este ruido?
Merche. —¡Cosas de la nueva! ¡Está loca con lo de la música! ¡Lleva así toda la noche!
Remigio. —(A Pía.) ¡Buenas noches!
Pía. —¿Eh?
Remigio. —¡Que buenas noches!
Pía. —¿Eh?
Remigio. —¿No podías apagar la música?
Pía. —¿Eh?
Remigio. —¿Que si no podías apagar la música?
Pía. —¿Eh?
Remigio. —¡La música!
Pía. —¡Ah! Te gusta, ¿eh?
Remigio. —¡No! ¡Que si no puedes bajar la música!
Pía. —¡Espera un momento que apago la música, que no te oigo!

Pía apaga la música. En el interior del despacho, el desconocido sigue a lo suyo.

Remigio. —¡Menos mal!


Pía. —Ya. ¿Qué decías?
Remigio. —Que si podías apagar la música.
Pía. —Ya la he apagado.
Remigio. —Ya lo sé.
Pía. —¿Entonces, para qué me dices que si podía apagarla? (A Merche.) ¿Quién es éste? ¿Trabaja aquí?
Merche. —Es Remigio, el vigilante. Remigio… Pía.
Remigio. —¿Yo? ¿Por qué voy a piar? ¡Ni que fuera un pollo!
Pía. —¿Qué dice éste?
Merche. —No, no. Digo que se llama Pía; Pía, de Pía.
Remigio. —Ah… Encantado. Soy Remigio.
Pía. —Ya lo sé, me lo acaba de decir Merche, ¿no la has oído?
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Remigio. —¿Yo? Claro que lo he oído. Lo que digo es que soy Remigio.

173
Antología de textos: El teatro (la comedia)
Pía. —Ya, ya lo sé: Tú eres Remigio, ésta es Merche y yo soy Pía. ¿Lo repetimos? Tú eres Remigio, ésta es
Merche y yo soy Pía. ¿Está claro? Pues encantada. Buenas noches.
Remigio. —Buenas noches. (Se encoge de hombros y se va.)
Pía. —Oye, Merche…, ¿aquí sois todos así?
Merche. —¿Cómo?
Pía. —Encima sorda. ¡Que si aquí sois todos así!
Merche. —¿Así, cómo?
Pía. —Así de raros.
Merche. —¿Raros? La rara eres tú.
Pía. —¿Yo? ¿Por qué?
Merche. —¿A ti te parece normal llegar nueva a un sitio y ponerte a cantar y a dar gritos como una energúmena?
Pía. —¿Como una qué?
Merche. —¡Como una energúmena! ¡Madre mía, qué gritos!
Pía. —A ver… si una no ensaya, no podrá llegar nunca a ser una estrella.
Merche. —Y si una no friega, no podrá llegar nunca al final del pasillo. Hala, vamos.
Pía. —¡Jopelines, Mari! Aquí lo único que se hace es fregar.
Merche. —A ver qué remedio…

En el interior del despacho, el desconocido deja caer algo que hace ruido.

Pía. —¿Qué ha sido eso?


Merche. —¿El qué? Pía. —Ese ruido. Merche. —¿Qué ruido?
Pía. —Pues uno que se ha oído… algo así como «cataplum».
Merche. —¿«Cataplum»?
Pía. —Bueno, puede haber sido «Cataplaf» o «Catacroc»…

El desconocido ha vuelto a quedarse inmóvil. Al ver que no sucede nada, revisa un montón de papeles.

Merche. —Pues yo no he oído nada.


Pía. —Lo que decía; eres un poco sorda.
Merche. —¡Sorda que me habrás dejado tú con la música!

Ignacio del Moral, Un día de espías, o el caso del repollo con gafas.
Castilla Ediciones.
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174
Antología de textos: El teatro (el drama)
Mario. —Cerveza, por favor. (El camarero asiente y se retira. Mario sonríe, pero le tiembla la voz.) Habrá
pensado que somos novios.
Encarna. —Pero no lo somos.
Mario. —(La mira con curiosidad.) Sólo confidentes…, por ahora. Cuéntame.
Encarna. —Si no hay otro remedio…
Mario. —(Le sonríe.) No hay otro remedio.
Encarna. —Yo… soy de pueblo. Me quedé sin madre de muy niña. Teníamos una tierruca muy pequeña; mi
padre se alquilaba de bracero cuando podía. Pero ya no había trabajo para nadie, y cogimos cuatro cuartos por la
tierra y nos vinimos hace seis años.
Mario. —Como tantos otros…
Encarna. —Mi padre siempre decía: tú saldrás adelante. Se colocó de albañil y ni dormía por aceptar chapuzas.
Y me compró una máquina, y un método, y libros… y cuando me veía encendiendo la lumbre, o barriendo, o aca-
rreando agua —porque vivíamos en las chabolas—, me decía: «Yo lo haré. Tú, estudia». Y quería que me
vistiese lo mejor posible, y que leyese mucho, y que…

(Se le quiebra la voz.)

Mario. —Y lo consiguió.
Encarna. —Pero se mató. Iba a las obras cansado, medio dormido, y se cayó hace tres años del andamio. (Calla
un momento.) Y me quedé sola, ¡Y asustada! Un año entero buscando trabajo, de pensión en pensión… (A media
voz.) Hasta que entré en la editora.
Mario. —No sólo has sabido defenderte. Has sabido luchar limpiamente, y formarte… Puedes estar orgullosa.
Encarna. —(De pronto, seca.) No quisiera seguir hablando de esto.

(Él la mira, intrigado. El camarero vuelve con una caña de cerveza, la deposita ante Mario y va a retirarse.)

Mario. —Cobre todo.

(Le tiende un billete. El camarero le da las vueltas y se retira. Mario bebe un sorbo.)

Encarna. —Y tú, ¿por qué no has estudiado? Los dos hermanos sois muy cultos, pero tú… podrías haber hecho
tantas cosas…
Mario. —(Con ironía.) ¿Cultos? Mi hermano aún pudo aprobar parte del bachillerato; yo, ni empezarlo. La guerra
civil terminó cuando yo tenía diez años. Mi padre estaba empleado en el Ministerio y lo depuraron… Cuando vol-
vimos a Madrid hubo que meterse en el primer rincón que encontramos: en ese sótano… de donde ya no hemos
salido. Y años después, cuando pudo pedir el reingreso, mi padre ya no quiso hacerlo. Yo seguí leyendo y
leyendo, pero… hubo que sacar adelante la casa.
Encarna. —¿Y tu hermano?
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Antología de textos: El teatro (el drama)
Mario. —(Frío.) Estuvo con nosotros hasta que lo llamaron a filas. Luego, decidió vivir por su cuenta.
Encarna. —Ahora os ayuda…
Mario. —Sí. (Bebe.)
Encarna. —Podrías haber prosperado como él…Quizá entrando en la editora…
Mario. —(Seco.) No quiero entrar en la editora.
Encarna. —Pero… Hay que vivir…
Mario. —Ésa es nuestra miseria: que hay que vivir.
Encarna. —(Asiente, después de un momento.) Hoy mismo por ejemplo…
Mario. —¿Qué?
Encarna. —No estoy segura… Ya sabes que ahora entra un grupo nuevo.
Mario. —Sí.
Encarna. —Yo creo que a Beltrán no le editan la segunda novela que entregó. ¡Y es buenísima! [¡La acabo de
leer!]
¡Y a tu hermano también le gustaba!
Mario. —(Con vivo interés.) ¿Qué ha pasado?
Encarna. —Tu hermano hablaba con Juan por teléfono y me hizo salir. Después dijo que en esa novela Beltrán
se había equivocado. Y de las pruebas que te ha llevado hoy, quitó un artículo que hablaba bien de él.
Mario. —El nuevo grupo está detrás de eso. Lo tienen sentenciado.
Encarna. —Alguna vez lo han elogiado.
Mario. —Para probar su coartada… Y mi hermano, metido en esas bajezas. (Reflexiona.) Escucha, Encarna. Vas
a vigilar y a decirme todo lo que averigües de esa maniobra. ¡Tenemos que ayudar a Beltrán!
Encarna. —Tú eres como él.
Mario. —(Incrédulo.) ¿Cómo Beltrán?
Encarna. —Esa manera suya de no pedir nada, allí, donde he visto suplicar a todo el mundo.
Mario. —(Sonríe.) Él ha salido adelante sin mancharse. Alguna vez sucede… (Sonríe.) Pero yo no tengo talento.
Ni quizá su bondad.

Antonio Buero Vallejo, El tragaluz.


Editorial Castalia didáctica.
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Antología de textos: La lírica (la prosa poética)
I. PLATERO
Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría de algodón, que no lleva huesos. Sólo los
espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal.
Lo dejo suelto y se va al prado, y acaricia tibiamente su hocico, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celeste y
gualdas… Lo llamo dulcemente: «¿Platero?», y viene a mí con un trotecillo alegre que parece que se ríe, en no sé
qué cascabeleo ideal…
Come cuando le doy. Le gustan las naranjas mandarinas, las uvas moscateles, todas de ámbar; los higos mora-
dos, con su cristalina gotita de miel…
Es tierno y mimoso igual que un niño, que una niña…; pero fuerte y seco por dentro, como de piedra. Cuando
paseo sobre él, los domingos por las últimas callejas del pueblo, los hombres del campo, vestidos de limpio y
despaciosos, se quedan mirándolo:
—Tien’ asero…
Tiene acero. Acero y planta de luna, al mismo tiempo.

XIX. PAISAJE GRANA


La cumbre. Ahí está el ocaso, todo empurpurado, herido por sus propios cristales, que le hacen sangre por do-
quiera. A su esplendor, el pinar verde se agria, vagamente enrojecido; y las yerbas y las florecillas, encendidas y
transparentes, embalsaman el instante sereno de una esencia mojada, penetrante y luminosa.
Yo me quedo extasiado en el crepúsculo. Platero, granas de ocaso sus ojos negros, se va, manso, a un charquero
de aguas de carmín, de rosa, de violeta; hunde suavemente su boca en los espejos, que parece que se hacen
líquidos al tocarlos él; y hay por su enorme garganta como un pasar profuso de umbrías aguas de sangre.
El paraje es conocido, pero el momento lo trastorna y lo hace extraño, ruinoso y monumental. Se dijera, a cada
instante, que vamos a descubrir un palacio abandonado… La tarde se prolonga más allá de sí misma, y la hora,
contagiada de eternidad, es infinita, pacífica, insondable…
—Anda Platero…

LXXIX. ALEGRÍA
Platero juega con Diana, la bella perra blanca que se parece a la luna creciente, con la vieja cabra gris, con los
niños…
Salta Diana, ágil y elegante, delante del burro, sonando su leve campanilla, y hace como que le muerde los hoci-
cos. Y Platero, poniendo las orejas de punta, cual dos cuernos de pita, la embiste blandamente y la hace rodar
sobre la yerba en flor.
La cabra va al lado de Platero, rozándose a sus patas, tirando con los dientes de la punta de las espadañas de la
carga. Con una clavellina o con una margarita en la boca, se pone frente a él, le topa en el testuz, y brinca luego,
y bala alegremente, mimosa, igual que una mujer…
Entre los niños, Platero es de juguete. ¡Con qué paciencia sufre sus locuras! ¡Cómo va despacito, deteniéndose,
haciéndose el tonto, para que ellos no se caigan! ¡Cómo los asusta, iniciando, de pronto, un trote falso!
¡Claras tardes de otoño moguereño! Cuando el aire puro de octubre afila los límpidos sonidos, sube del valle un
alborozo idílico de balidos, de rebuznos, de risas, de ladreos y de campanillas… […]
Juan Ramón Jiménez, Platero y yo.
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Antología de textos: La lírica (rima asonante)
A SOLAS SOY ALGUIEN

A solas soy alguien, A solas existo,


en la calle, nadie. a solas me siento,
a solas parezco
A solas medito
siento que me crezco. rico de secretos.
Le hablo a Dios. Responde En la calle, todos
cóncavo el silencio. me hacen más pequeño
Pero aguanta siempre, y al sumarme a ellos,
firme frente al hueco, la suma da cero.
este su seguro
servidor sin miedo. A solas soy alguien,
valgo lo que valgo.
A solas soy alguien, En la calle, nadie
valgo lo que valgo. vale lo que vale.
En la calle, nadie
vale lo que vale. A solas soy alguien,
entiendo a los otros.
En la calle reinan Lo que existe fuera,
timbres, truenos, trenes dentro de mí doblo.
de anuncios y focos,
de absurdos peleles. En la calle todos
Pasan gabardinas, nos sentimos solos,
pasan hombres «ene». nos sentimos nadie,
Todos son como uno, nos sentimos locos.
pobres diablos: gente.
A solas soy alguien,
En la calle, nadie en la calle nadie.
vale lo que vale, Gabriel Celaya,
pero a solas todos Entre el clavel y la rosa.
resultamos alguien. Antología de la poesía española.
Editorial Espasa.
© grupo edebé

178
Antología de textos: La lírica (rima consonante)

CANCIÓN

Tres cosas me tienen preso Alega Inés su beldad;


de amores el corazón: el jamón, que es de Aracena;
la bella Inés, el jamón el queso y la berenjena,
y berenjenas con queso. su andaluza antigüedad.
Y está tan en fil el peso
Una Inés, amante, es que, juzgado sin pasión,
quien tuvo en mí tal poder todo es uno: Inés, jamón
que me hizo aborrecer y berenjenas y queso.
todo lo que no era Inés.
Trajote un año sin seso,
hasta que en una ocasión Servirá este nuevo trato
me dio a merendar jamón de estos mis nuevos amores
y berenjenas con queso. para que Inés sus favores
nos los venda más barato,
Fue Inés la primera palma; pues tendrá por contrapeso
pero ya juzgarse ha mal si no hiciere razón,
entre todos ellos cuál una lonja de jamón
tiene más parte en mi alma. y berenjenas con queso.
En gusto, medida y peso
no les hallo distinción: Baltasar de Alcázar,
Entre el clavel y la rosa.
ya quiero Inés, ya jamón, Antología de la poesía española
Editorial Espasa.
ya berenjenas con queso.
© grupo edebé

179
Antología de textos: Los mensajes personales (la carta)
Carta de Gloria Fuertes a los mayores

Señores:
Deseo que se encuentren bien, y, al terminar de oírme, mejor.
Os recuerdo que nada de arrinconar ni estar callados, tenemos mucho que hacer y que hablar.
Tenemos que hacer todo lo que no pudimos hacer durante años; tenemos la jubilación, ahora tenemos todo el
tiempo del mundo, y sabemos todo lo que NO nos ha enseñado.
¡Somos casi de la misma quinta! Más o menos (más bien menos, yo aún); pero pienso llegar a los noventa en
buen estado.
Yo estoy en buen estado porque mi estado de soltera es saludable (saludo a todo el mundo).
No tengo hijos pero tengo libros. No tengo disgustos pero tengo algo de soledad... No me tengáis pena, porque
gracias a la soledad, hago los poemas que me da la gana.
¡Señores, por fin, tenemos tiempo! Tiempo para salir a pasear, visitar amistades, ir al teatro y, en casita si llueve,
¡leer!, escribir, ver la tele, hacer flores de mentira y dar besos de verdad, nada de arrinconarnos.
Señores mayores, si ustedes tienen familia, vuelvan a ser jóvenes con sus hijos, y vuelvan a ser niños con sus
nietos. Señores, sonrían, enhorabuena por ser mayor (peor sería no serlo). Además, setenta añitos los tiene cual-
quiera.

Recuerden que les recuerdo.

Reciban versos y besos de vuestra amiga.

Gloria Fuertes
Extraído de http://gloriafuertes.sanferweb.com/gloria.htm
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edebé
Antología de textos: Los mensajes personales
Por la tarde, hecha un mar de confusiones, se metió en el ordenador, en Internet, en el chat de siempre.
Esta vez no temía que le hubieran suplantado el nick porque lo había registrado. Seguiría siendo Roma para todo
el mundo.
—Ola wapa ocupada?

No lo pudo evitar. Lo más normal hubiera sido ignorar al que se dirigiera a ella de esa manera, pero aquella tarde
estaba de mal humor.
—Hola se escribe con H.
—Eres una finolis.
—Y tú un idiota.
La charla no había podido empezar peor. Tal vez sería conveniente encerrarse en su cuarto y soñar con las estre-
llas del techo mientras escuchaba música.
—Eres italiana?
—No.
—X q ese nick?
—Me gusta.
—A mí tb. Cuántos años tienes? Yo 20.

Demasiado mayor para ella. No quería hablar con chicos mayores. Pero, si lo pensaba bien, tampoco con los de
su edad. Entonces, ¿qué hacer? ¿A quién buscar entre los usuarios que en ese momento chateaban? ¿A una
chica como ella para contarle sus penas? ¿A uno de su edad para quedar en Las Rosas o en Alcalá Norte el
próximo sábado?
—Wenas.
—Buenas —corrigió Noelia sin querer.
—Quieres charlar un poco?
—Ok.
—De q hablamos
—De lo que quieras
—Te gusta el fútbol?
—No.
—Pues vaya. Yo soy del Real Madrid, Zidane es mi ídolo.
—No me gusta el fútbol.
—Soy delantero centro en el equipo de mi barrio.
Noelia lo borró de su charla. No quería volver a hablar con aquel obseso del fútbol, como su padre.
Afortunadamente, otra persona quería conversar con ella.
—¿Por qué te has puesto ese seudónimo?
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Antología de textos: Los mensajes personales
A Noelia le sorprendió la pregunta. Nadie hablaba en un chat de seudónimo, sino de nick.
—Es bonito, ¿no?
—¿Eres chico o chica?
—Chica.
—Muy bien.
Le extrañó que no respondiera Ok o, en todo caso, Vale.
—Y tú, q eres?
—Chico —y antes de que ella pudiera decirle que también bien, él continuó—: ¿Cómo te llamas de verdad?
—Noe…
Noelia se detuvo sin estar muy segura de si quería dar su verdadero nombre. Borró lo de Noe y puso en su lugar:
—Es un misterio, por ahora.
—Lo que tú quieras.
—Tu nombre? O tb es un misterio?
Noelia sólo veía su nick o, como decía el interlocutor, su seudónimo: Digital. Y también su extraña forma de
escribir correctamente, sin faltas de ortografía ni abreviaturas.
—¿Te importa que yo también guarde mi secreto… por ahora?
—Ok, Digital.
—Gracias, Roma. Estoy seguro de que eres una chica muy sensata.
—No tanto.
—No seas modesta. ¿Cuántos años tienes? Noelia sintió un escalofrío y la necesidad de mentir:
—20.
—Bonita edad, yo 25. ¿Muy mayor para ti?
—No.

Carlos Puerto, Navegando por aguas turbulentas.


Ediciones SM.
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Antología de textos: Los mensajes personales (la carta
literaria)
Buenos Aires, lunes 4 de noviembre de 1957

Querido Jean:

Ustedes se habrán preguntado por qué nuestro avión tardó tanto en despegar. El episodio es divertido y vale
como muestra de la organización rioplatense. Ocurrió que nos sentamos todos, y entonces vino un señor y nos
contó cómo se cuentan las ovejas de un rebaño. Al llegar al último dio un salto de sorpresa. En su lista había 29
pasajeros y no éramos más que 28.
Todo el mundo miró debajo de los asientos, en los bolsillos, etc., pero siempre faltaba uno. Consultadas las listas,
el ausente resultó ser una señora llamada Isabel Olo. Por más que gritaban su nombre, nadie respondía. Hubo
una pausa dramática y subió al avión un funcionario de aire policial, que nos miró como si fuera a electrocutarnos
séance tenante y luego pronunció las siguientes palabras: «Señores, no me explico lo que ocurre. Voy a leer la
lista de pasajeros y ustedes levantarán la mano a medida que los nombre». Con gran espíritu de colaboración y
maldi- ciendo a la señora Isabel Olo, empezamos a levantar la mano como chicos de cuarto grado. La lista parecía
haber sido escrita por un chico de quinto grado, de modo que el ambiente escolar era perfecto. Para darle una
idea de cómo la gastaban los empleados de Aerolíneas, Pluna, o quien sea, le diré que Aurora se convirtió en
«señora Aurora Beralde» y yo en señor «Julio Carlaza». Varios otros pasajeros reconocieron con idénticas
dificultades sus nombres, pero al final todos menos uno levantamos las manos. El menos uno se levantó, rojo
como un pimiento, y dijo que él era el señor Israel Boló. No era necesario un gran esfuerzo intelectual para darse
cuenta de que el pobre Israel Boló había sido transformado por el autor de la lista en la señora Isabel Olo. Ya se
puede imaginar las risas de algunos, la indignación de otros, y el ambiente general de tomada de pelo que
reinaba en la aeronave.
El resto del viaje fue sans histoire...

Julio

Julio Cortázar. Cartas 1937-1963. Alfaguara.


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Antología de textos: Los textos periodísticos (opinión,
internacional)
Grecia, el coyote y el correcaminos
Ha habido un error de diagnóstico: el problema griego es de solvencia, no de liquidez

JOAQUÍN ESTEFANÍA 6 JUL 2015 - 01:36 CEST

En los albores de la Gran Recesión se discutió si el problema bancario era de liquidez o de solvencia. Sus
dificultades se resolvieron inyectando liquidez a paladas y recapitalizando los bancos con cantidades
ingentes de dinero público. Con Grecia no se ha actuado del mismo modo: se ha insistido en la urgencia
de dinero a corto plazo y se ha olvidado que el país no tendrá salida sin una reestructuración de su ingente
deuda pública. Pocos siguen insistiendo en que los créditos son pagables en cómodos plazos, como
todavía se decía hace escasas semanas. Ha aumentado el consenso acerca de que cualquier salida pasa
por una quita (en cantidades, tipos de interés o plazos). Hasta el FMI ha reconocido el fin de la ilusión
económica. Como ha escrito con ironía el politólogo Fernández-Albertos alguien debería confirmar si el
departamento de investigación y el departamento de operaciones del FMI se hablan.

Ha cambiado el terreno de juego de las negociaciones: ya no serán sólo reformas a cambio de dinero, sino
reformas a cambio de dinero más alguna modalidad de reestructuración de la deuda. Así lo ha expresado,
por ejemplo, la economista Mariana Mazzucato, continuando su labor de desmontar falsos mitos, como por
ejemplo que de la crisis se sale con más austeridad o que la normalidad volverá con el rescate de los
bancos.

El Gobierno griego tuvo que empezar a negociar desde el minuto uno de su llegada al poder. Ni cien ni un
sólo día de tregua. Apenas sabemos de su calidad como gobernantes del día a día. Quizá sea cierto su
amateurismo, pero es seguro que la otra parte —de la que disponemos de más elementos de juicio— no ha
sido un modelo de eficiencia. Cada vez que las instituciones de la UE abordan un problema importante
(Grecia, Ucrania, la inmigración mediterránea...) dan síntomas de una ineficacia alarmante. Suspendamos
por ahora el juicio de que a la UE no le gusta la democracia y valorémosla en términos de resultados.

Para explicar lo que es un «momento Minsky» —cuando se derrumba el castillo de naipes— el gran
economista del mismo nombre usó la metáfora del coyote y el correcaminos. El primero no sólo nunca coge
al último sino que en su persecución tropieza una y mil veces: cada vez que el coyote está a punto de
caerse al precipicio hay un

«momento Minsky». No es fácil determinar en este caso quién es el coyote y quién el correcaminos pero,
como en los dibujos animados, las simpatías están del lado del perdedor, que no sólo no coge nunca al
correcaminos sino que a veces sufre sus propias técnicas para alcanzarlo. Mala para Europa esa sensación
de antipatía.

Joaquín Estefanía, «Grecia, el coyote y el correcamino» [en línea]. En El País Digital. 5-7-2015.
http://internacional.elpais.com/internacional/2015/07/05/actualidad/1436112147_707887.html [7/7/2015
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Antología de textos: Los textos periodísticos (opinión, crítica)

Piso de vampiros a compartir

La comedia ‘Lo que hacemos en las sombras’ retrata en un falso documental la hilarante y dura vida de
cuatro chupasangres centenarios en el siglo xxi
Tinieblas con derecho a cocina, crítica de JORDI COSTA
Los vampiros son como nosotros. Sí, de acuerdo, viven cientos de años y beben la sangre de sus víctimas. Pero,
por lo demás, padecen nuestros mismos problemas. Comparten piso con compañeros que no friegan sus platos,
no saben qué ponerse para salir por la noche ni mucho menos entienden las nuevas tecnologías. Al fin y al cabo
hay que comprenderlos: nacieron hace siglos. Para contar su cotidianeidad, un equipo televisivo se introdujo con
cámaras en el día a día de Viago, Deacon, Vladislav y Petyr, cuatro amigos que comparten un apartamento en
Wellington y la pasión por la sangre ajena. El resultado de tan delirante planteamiento es Lo que hacemos en las
sombras, etiquetada por The Guardian como mejor comedia del año y que se estrena hoy en España, un estu-
pendomockumentary (filme de ficción rodado como si fuera un documental).
«De pequeño, estaba obsesionado con los vampiros, así que fuimos muy respetuosos con su mitología. No
intentamos romper ninguna regla, sino llevarlos a la actualidad y tratar con honestidad el folclore y la tradición ci-
nematográfica que los rodean», defendió Jemaine Clement, codirector junto con Taika Waititi, en el estreno. Lejos
de la saga Crepúsculo, los cineastas revisaron Nosferatu, se inspiraron en el Drácula de Gary Oldman y en falsos
documentales como This is Spinal Tap. Además, sus musas abarcaron desde los programas de History Channel
hasta Gran Hermano.
Ocho años para el largo
En el fondo, Clement le debía mucho a la televisión: el dúo cómico musical Flight of the Concords, que compone
junto con Bret McKenzie, acabó protagonizando una serie de HBO. Tanto él como Waititi, en todo caso, tenían
experiencias en teatro, cine y pequeña pantalla, delante de la cámara y también detrás.
Ambos, sin embargo, arrastraban su gran proyecto, ya que la idea se les ocurrió hace 12 años. Convencidos de
que era un tesoro, la custodiaron sin apenas comentarla. Llegaron a rodar un corto homónimo pero les costó
otros ocho años dar a luz el largo, que se estrenó en Sundance en 2014. Hasta tuvieron que lanzar una campaña
de crowdfunding para llevar el filme a Estados Unidos. Desde entonces, casi solo ha habido aplausos. Y risas,
muchas risas.
«Escribimos un guion pero no lo entregábamos a los actores. Más bien lo describíamos, pero a menudo no les
dábamos frases que decir, básicamente porque no las teníamos», ha contado Clement. De ahí que buena parte
de las secuencias sean fruto de la improvisación y la química entre los actores, amigos también en la vida real. En
Lo que hacemos en las sombras hay bromas de lo más disparatadas, desde un paralelismo entre un sándwich y
la virginidad, hasta una pelea callejera entre vampiros y hombres lobos. Lo absurdo reina en cada minuto.
El límite del humor
La película cuenta incluso con un apenado vampiro nazi, que añora los buenos tiempos del Führer. En tiempos de
debates sobre los límites del humor, Clement ha reivindicado el derecho a mofarse de todo: «Los que no quieren
que te rías de los nazis son los auténticos nazis. Si no hiciéramos b romas sobre ellos, habrían ganado, y no po-
demos permitirlo».
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Antología de textos: Los textos periodísticos (opinión, crítica)
Mucho se rieron los protagonistas también durante el rodaje. Tanto que los directores mantuvieron la cámara
encendida todo el tiempo. Por un lado, así no había manera de perderse una ocurrencia tan espontanea como
genial. Por otro, claro, se encontraron con 130 horas de metraje. Tras un primer corte que solo incluía gags, y un
segundo demasiado centrado en la historia, finalmente lograron condensar ambas almas de la comedia en 83
minutos.
También consiguieron, quizás, ampliar el mapa cinematográfico de su país. Porque últimamente Nueva Zelanda
en la gran pantalla solo es sinónimo de Peter Jackson y de El Señor de los Anillos. En realidad, el cineasta
colaboró en la producción de Lo que hacemos en las sombras, y los filmes hasta comparten un escenario: la
colina donde Frodo se escondía de los Espectros del Anillo en el filme de Jackson. Aunque aquella era una
historia fantástica de magos, hobbits y orcos. Esta, en cambio, es de coinquilinos vampiros: es decir, totalmente
real.
Jordi Costa, «Piso de vampiros a compartir» [en línea]. En El País Digital. 5 - 7- -2015.
http://cultura.elpais.com/cultura/2015/07/02/actualidad/1435856139_561074.html [7/7/15]
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Antología de textos: Los textos periodísticos (cultura)
La esposa y ‘guardiana del templo’ del artista vasco, fallecida el sábado, levantó junto a él el museo que
atesora su obra en Hernani y en cuya reapertura trabaja el Gobierno vasco

Cómplice y coautora. Por FRANCISCO CALVO SERRALLER

INÉS P. CHÁVARRI San Sebastián 7 JUL 2015 - 00:02 CEST

Pilar Belzunce (Ilolío, Filipinas, 1925 – San Sebastián, 2015) conoció a Eduardo Chillida cuando era una
adolescen- te. Comenzaron a salir juntos muy pronto, aunque ella le dijera entonces al escultor que hasta cumplir
los 18 años no quería ser su novia. Belzunce, que falleció el pasado sábado, con 89 años, fue mucho más que la
mujer detrás de un genio. El artista levantó con ella Chillida-Leku, el caserío museo donde el escultor quiso que
«descansaran» sus obras, cerrado desde diciembre 2010 por problemas económicos. Las instituciones vascas se
han marcado como objetivo la reapertura del centro para el próximo año, con motivo de la celebración en San
Sebastián de la Capital Europea de la Cultura.

Belzunce también fue quien entendió que cualquier cosa dibujada por Chillida debía guardarse y rescató muchas,
también, quien se ocupó de cuestiones prácticas, como llevar las cuentas. «Él era lo que era gracias a Pili», resu-
mía un allegado de la familia este fin de semana.

«Mi fe en él era inmensa; siempre conseguía lo que buscaba. Siempre le decía que era un caballito ganador. Y
cuando comprendió que su camino era el arte, le apoyé sin vacilaciones y le di el aliento, el apoyo y la compañía
en la aventura que íbamos a emprender», recordó en más de una ocasión Belzunce cuando Chillida le confesó su
intención de abandonar sus estudios de Arquitectura.

Belzunce tuvo que convencer a Aimé Maeght, propietario de la mejor galería de París en los 50 —llevaba a Bra-
que, a Miró y a Chagall, entre otros—, y la persona que ayudó a Chillida en sus comienzos en la capital francesa,
que con quien tenía que hablar de dinero era con ella, no con el escultor. Belzunce, por el contrario, instruida por
el mecenas, aprendió que nada que hubiese salido de las manos de Chillida debía acabar en una papelera. «Los
artistas buscan la perfección», le dijo el galerista, y desde entonces guardó meticulosamente todo. De hecho,
pocas de las obras de la etapa inicial del escultor se conservan.

«A mi manera, siempre he sido especialista en quitar preocupaciones a Eduardo, desde que un día, siendo novios,
me dijo: ‘Pilar, te pido una cosa: que te encargues tú de los asuntos materiales. No quiero unir el dinero con el
arte, porque son dos mundos que no tienen nada que ver el uno con el otro», contó Belzunce a la periodista
Begoña Aranguren, para la elaboración del libro La mujer en la sombra. La vida junto a los grandes hombres.

Chillida y Belzunce, que tuvieron ocho hijos, trabajaron juntos cerca de 20 años en el acondicionamiento del ca-
serío Zabalaga, del siglo XVI, en Hernani, el lugar donde el escultor soñó con levantar un museo donde el
visitante descubriera su obra, repartida entre la edificación y unos terrenos de 12 hectáreas, unos prados que
habían ser- vido de pasto para caballos y ovejas. Chillida-Leku abrió sus puertas en septiembre de 2000.
Entonces, Belzunce era la voz de un Chillida ya enfermo, aquejado de Alzheimer. El escultor falleció dos años
más tarde.
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Antología de textos: Los textos periodísticos (cultura)
Precisamente, la reapertura del Museo es uno de los principales retos del Departamento de Cultura del Gobierno
vasco, la institución que negocia con la familia del escultor la compra de las obras, el caserío y los terrenos. El
Ejecutivo autonómico, mientras guarda un silencio absoluto sobre la marcha de las conversaciones, al igual que la
familia, se ha mostrado confiado en que Chillida-Leku pueda volver a visitarse en 2016.
El Museo sería viable con una aportación pública de 400.000 euros al año, según un estudio encargado por el
Departamento. El viceconsejero de Cultura, Joxean Muñoz, ya avanzó a este periódico en el verano de 2014 que
la firma del acuerdo se produciría una vez se encontrasen los recursos económicos suficientes. El coste de la ope-
ración se desconoce. El anterior Gobierno vasco ofreció a la familia, en unas negociaciones fallidas, 80 millones,
el Ejecutivo precedente valoró el centro en 112, mientras que un peritaje de Sotheby´s estimó en 168 millones el
conjunto escultórico, más otros 12 por los terrenos.
La única opción que barajan los herederos es la venta, a pesar de que el estudio proponía una fórmula similar a la
empleada con la colección Carmen Thyseen; una administración pública de la Fundación que gestiona el centro,
mientras colección y bienes siguen siendo propiedad de la familia. El informe también recomendaba la implica-
ción de otras administraciones como la Diputación de Gipuzkoa y el Ministerio de Cultura, ya que, si finalmente la
compra del centro es innegociable, el Gobierno vasco, sin el apoyo de otras instituciones difícilmente pueda hacer
frente a la misma.
Francisco Calvo Serraller [en línea]. En El País Digital. 5-7-2015
http://cultura.elpais.com/cultura/2015/07/06/actualidad/1436206254_600359.html [7/07/15]
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Antología de textos: Los textos periodísticos (artículo del
director)
La dimisión del ministro sin corbata
Los ministros de Economía griegos no acostumbraban a ocupar las portadas de la prensa internacional hasta que
llegó Yanis Varufakis. Este tipo con aire de galán posmoderno (se le han buscado semejanzas con Bruce Willis)
se ha presentado a las reuniones en Bruselas o Washington sin corbata, con la camisa por fuera y zapatillas
depor- tivas. Así que pronto consiguió captar la atención de la prensa que vio en el personaje a un nuevo héroe
griego capaz de plantar cara a la troika con su aspecto de Poseidón rasurado. Supimos que era de buena familia,
que estaba casado con una artista de éxito y que se paseaba por Atenas con una Harley-Davidson. Y no sólo
eso: Paris Match publicó un reportaje con su pareja cenando en su terraza al pie de la Acrópolis, como si fuera
una estrella del cine.
Economista formado en el Reino Unido, fue profesor en Austin (Estados Unidos). Varufakis se califica de marxista
libertario, lo que no es poco. Cuando Syriza accedió al poder hace cinco meses, fue el encargado de negociar con
las autoridades europeas, a pesar de que había sido poco amable con ellas en los mítines. Bromista, sarcástico e
hiperactivo, ha acabado por convertirse en un personaje aborrecible para Wolfgang Schäuble, el todopoderoso
ministro de Finanzas alemán, de quien dijo en uno de los primeros encuentros: «No nos hemos puesto de acuerdo
en nada, ni siquiera en lo que estamos en desacuerdo». Cuentan que, en lugar de comprometerse a reformas,
solía hacer discursos sobre la aportación de Grecia a la civilización. No tuvo un buen día cuando fue saludado
por la directora del FMI, Christine Lagarde, con estas palabras: «Hola, te saluda la criminal en jefe», con las que
respondía a una desafortunada frase suya. Su dimisión ayer «para facilitar las negociaciones» es una manera de
reconocer que no supo jugar sus cartas. El acuerdo con Grecia no será fácil, pero la salida de Varufakis es un
signo de las ganas de Tsipras de alcanzarlo.
La Vanguardia digital [en línea]
http://www.lavanguardia.com/opinion/20150707/54433257702/dimision-ministro-corbata-mariuscarol.
html#ixzz3fBvqrLBL
[7/7/2015]
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Antología de textos: Los textos periodísticos (cultura)
Luis Eduardo Aute: sin móviles ni ordenadores, el tiempo se dilata
Sin estos artilugios, como así los denomina, el cantautor consigue tener muchos momentos libres, lo que
le permite "crear"

Eduardo Villanueva

Cáceres, 4 jul (EFE).- No tiene ordenador, ni tampoco móvil y «eso de la tableta» le suena de oídas.

Sin estos artilugios, como así los denomina, el cantautor Luis Eduardo Aute consigue que "el tiempo se dilate
mucho", lo que le permite «crear».

A pesar de estar sumergido en numerosos proyectos de «creación» en el mundo de la poesía, el cine, la música y
la pintura, entre otros muchos, Aute tiene tiempo para todos ellos merced, según ha afirmado a EFE, a que «no
ha sido abducido por toda esa nueva tecnología, que es tan estupenda como diabólica».

Aute comparte este fin de semana cartel con gentes tan diversas como Juan Perro, Jeannette y Sínkope en el
Fes- tival Europa Sur, que se celebra en Cáceres. «Es la dinámica actual. Festivales grandes, con estilos muy
diversos. Me parece bien, pues todo lo que sea mover la música y generar conciertos es positivo», ha agregado el
cantautor.

Sin embargo, Aute (Manila, Islas Filipinas, 1943) sostiene que, en líneas generales, «hay una especie de aversión
a todo lo que tenga que ver con la cultura». Este hecho «empieza a ser muy grave. Siento que hay menos
sensibili- dad cultural». «Vivimos en un clima en el que cualquier tipo de inquietud cultural queda marginada», ha
apuntado el artista, quien se muestra crítico con el hecho de que los libros o el cine, por citar algunos ejemplos,
«han pasado de ser cultura a entretenimiento».

Ajustado a esta reflexión, Aute, que asegura no ver la televisión, ha expuesto que en EE.UU. la palabra cultura
«no se dice. Se utiliza entretenimiento (entertainment)». «Y en esas estamos, que vamos un poco a la rémora de
lo que diga el Imperio», ha lamentado el cantautor.

Aute no recalaba en la ciudad de Cáceres desde hace 30 años. «Yo creo que he estado medio vetado en Ex-
tremadura», ha dicho el músico, quien ha recordado que con motivo de la presentación de su álbum La belleza,
realizó «unos comentarios al PSOE de Ibarra». «Parece que no encajaron bien las críticas», ha agregado. Por
eso le resulta curioso que sea la capital cacereña la que abra su nueva gira de conciertos con motivo de la
publicación Giralunas, un trabajo musical y visual en el que también participan jóvenes artistas españoles y
latinoamericanos.

Su concierto en Cáceres se articula como un recorrido antológico por su obra más significativa e incluirá la proyec-
ción de un cortometraje de animación de 30 minutos titulado Vincent y el Giraluna, dibujado, escrito, «musicado»
y dirigido por el propio Aute.

Se trata de un trabajo que pone de relieve su devenir por numerosas facetas artísticas y en la que trabaja «a ra-
chas». «Cuando me siento saturado de un trabajo, me voy a otra disciplina», ha manifestado. «Trabajo de forma
caótica y a rachas», ha añadido.

La Vanguardia. Edición digital- [en línea]


http://www.lavanguardia.com/cultura/20150704/54433210634/luis-edua rdo-aute-sin-moviles-niordenadores-
el-tiempo-se-dilata.html#ixzz3fC0mnmo3 [7/7/2015]
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Antología de textos: Los anuncios (propaganda)
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191
Antología de textos: Los anuncios (publicidad)
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192
Antología de textos: El cómic
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193
Antología de textos: El cómic
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Antología de textos: El texto expositivo
Botellón, botelleo o botellona es conocido como la costumbre establecida desde finales del siglo xx, sobre
todo entre los jóvenes, de tomar, principalmente, bebidas alcohólicas, refrescos, snacks y tabaco, entre otros,
en lugares públicos, al no haber ningún lugar destinado a ello, como parques o zonas abiertas de la vía pública.
En algunas ciudades, donde el botellón se ha centralizado en algún punto en concreto, se llega a atraer
centenares de personas cada fin de semana, siendo estos lugares llamados botellódromos por los medios.
La denominación hace referencia a que, para abaratar el coste de la bebida, se consume el alcohol mediante
botellas y tetra brik de aproximadamente 1 litro, hielo y vasos de tubo o cachis (también llamados minis), antes
de dirigirse más tarde a pubs, discotecas, o conciertos donde el precio de las bebidas suele ser más caro. Se
practica principalmente en España.
También existe la tendencia entre los abstemios de acudir a estos lugares por la concentración de gente y con-
sumir refrescos, zumos y otras bebidas no alcohólicas en lo que ellos mismos han venido a denominar botellón
light o botellón sin.

Extraído de http://es.wikipedia.org

El cerebro

Cerebro, parte constitutiva del encéfalo, el cual a su vez es la porción del sistema nervioso central de los
vertebra- dos contenida dentro del cráneo. El cerebro está en íntima relación con el resto de las partes del
encéfalo, esto es, cerebelo y tronco cerebral. El cerebro en la especie humana pesa aproximadamente 1,3 kg y es
una masa de tejido gris-rosáceo que se estima está compuesta por unos 100.000 millones de células nerviosas
o neuronas, conectadas unas con otras y responsables del control de todas las funciones mentales. Además de
las neuronas, el cerebro contiene células de la glía o neuroglia (células de soporte), vasos sanguíneos y
órganos secretores (véase Neurofisiología). Es el centro de control del movimiento, del sueño, del hambre, de la
sed y de casi todas las actividades vitales necesarias para la supervivencia. Todas las emociones humanas,
como el amor, el odio, el miedo, la ira, la alegría y la tristeza, están controladas por el cerebro. También se
encarga de recibir e interpretar las innumerables señales que le llegan desde el organismo y el exterior.

Anatomía del encéfalo

Desde el exterior el encéfalo aparece dividido en tres partes distintas pero conectadas: el cerebro, el cerebelo y el
tronco cerebral. El término tronco o tallo cerebral se refiere, en general, a todas las estructuras que hay entre el
cerebro y la médula espinal, esto es, el mesencéfalo o cerebro medio, el puente de Varolio o protuberancia y el
bulbo raquídeo o médula oblongada. El encéfalo está protegido por el cráneo y además cubierto por tres
membranas denominadas meninges. La más externa, la duramadre, es dura, fibrosa y brillante, está adherida a
los huesos del cráneo, por lo que no aparece espacio epidural, como ocurre en la médula; emite prolongaciones
que mantienen en su lugar a las distintas partes del encéfalo y contiene los senos venosos, donde se recoge la
sangre venosa del cerebro. La intermedia, la aracnoides, cubre el encéfalo laxamente y no se introduce en las
circunvoluciones cerebrales. En la membrana interior, la piamadre, hay gran cantidad de pequeños vasos
sanguíneos y linfáticos y está unida íntimamente a la superficie cerebral.

http://es.encarta.msn.com/
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Antología de textos: El texto argumentativo

La lengua hablada y la lengua escrita


Pensemos ahora en otra cualidad del valor social del lenguaje. En la relación del lenguaje, el individuo y el
tiempo. Ahora nos referimos especialmente a la lengua escrita. Es ésta muy diferente de la hablada. Porque la
actitud del ser humano cuando escribe, su actitud psicológica, es distinta de cuando habla. Cuando escribimos
se siente, con mayor o menor conciencia, lo que llamaría yo la responsabilidad ante la hoja en blanco; es porque
percibimos que ahora, en el acto de escribir, vamos a elevar el lenguaje a un plano distinto del hablar, vamos a
operar sobre él, con nuestra personalidad psíquica, más poderosamente que en el hablar. En suma, hablamos
casi siempre con descuido, escribimos con cuidado.

Casi todo el mundo pierde su confianza con el lenguaje, su familiaridad con él, apenas coge una pluma. El idioma
se le aparece, más que como la herramienta dócil del hablar, como una realidad imponente, el conjunto de todas
las posibles formas de decir una cosa, con la que el que escribe tendrá que luchar hasta que halle su modo. Igual
sucede eso al poeta que al muchacho que empieza una carta a la novia. Sí, las lenguas hablada y escrita son
diferentes, pero no viven alejadas una de otra, en distintas órbitas1. Sería imposible, porque perteneciendo las dos
al espíritu del hombre, han de reunirse siempre en la unidad del hombre.

De la lengua hablada se nutre, se fortifica, la lengua escrita, sin cesar, y de ella suben energías, fuerzas
instintivas del pueblo, a sumarse a las bellezas acumuladas de la lengua escrita. Y de ésta, de la escritura, nacen
continua- mente novedades, aciertos que, en toda sociedad bien organizada culturalmente, deben poder
difundirse en se- guida entre todos, para aumento de su capacidad expresiva. Es el pueblo el que ha dicho:
«Habla como un libro». Frase que evidencia cómo el habla popular admira y envidia al habla literaria, cómo las
dos se necesitan; y es que, según Vendryes ha dicho: «en la actividad lingüística de un hombre civilizado normal
están en juego todas las formas del lenguaje a la vez». Y yo, por mi parte, no sé a veces distinguir si una frase
feliz que está en mi memoria la aprendí de unos labios, en palabra dicha, o de un libro, de la palabra impresa.

Sería insensatez oponer las dos formas del habla; y toda educación como es debido debe ponerse como finalidad
una integración profunda del lenguaje hablado y el escrito. Si las dos lenguas se separan, dice Amado Alonso, la
escrita acabaría en lengua muerta2, la hablada en patois3, en dialecto4, sin valor general.

Pedro Salinas
Extraído de www.lengua.profes.net

1 órbita: Espacio, ámbito o área de influencia.

2 lengua muerta: La que antiguamente se habló y no se habla ya como propia y natural de un país o nación.

3 patois: Se da este nombre a hablas locales modernas, muy circunscritas, de cualquier región dialectal.

4 dialecto: Estructura lingüística, simultánea a otra, que no alcanza la categoría social de lengua.
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Antología de textos: El texto argumentativo
Los mimos siempre han sabido que los movimientos corporales de un hombre son tan personales como su firma.
Los novelistas también saben que, con frecuencia, reflejan su carácter.
Las investigaciones acerca de la comunicación humana a menudo han descuidado al individuo en sí. No obstante,
es obvio que cualquiera de nosotros puede hacer un análisis aproximado del carácter de un individuo basándose
en su modo de moverse —rígido, desenvuelto, vigoroso—, y la manera en que lo haga representa un rasgo bas-
tante estable de su personalidad.
Tomemos por ejemplo la simple acción de caminar: levantar en forma alterna los pies, llevarlos hacia adelante y
colocarlos sobre el piso. Este solo hecho nos puede indicar muchas cosas. El hombre que habitualmente taconee
con fuerza al caminar nos dará la impresión de ser un individuo decidido. Si camina ligero, podrá parecer impa-
ciente o agresivo, aunque si con el mismo impulso lo hace más lentamente, de manera más homogénea, nos
hará pensar que se trata de una persona paciente y perseverante. Otra lo hará con muy poco impulso —como si
cruzando un trozo de césped tratara de no arruinar la hierba— y nos dará una idea de falta de seguridad. Como el
movimiento de la pierna comienza a la altura de la cadera, hay otras variaciones. El hecho de levantar las ca-
deras exageradamente da impresión de confianza en sí mismo; si al mismo tiempo se produce una leve rotación,
estamos ante alguien garboso y desenfadado. Si a esto se le agrega un poco de ritmo, más énfasis y una figura
en forma de guitarra, tendremos la forma de caminar que, en una mujer, hará volverse a los hombres por la calle.
Esto representa el «cómo» del movimiento corporal, en contraste con el «qué»: no el acto de caminar sino la
forma de hacerlo.
Flora Davis, La comunicación no verbal.

Una madre relata a sus amigos el caso de su hija de doce años, que, con ocasión de encontrarse junto a un río
con otros pequeños, y habiendo caído uno de éstos al agua, se lanzó valerosamente a la corriente y salvó su vida.
La madre, orgullosa, terminó su relato con esta frase admirativa: «Desde luego, mi hija se ha portado como un...».
Llegada aquí, la madre titubea y termina diciendo: «se ha portado fantásticamente».
¿Qué ha pasado en esta hablante? El lector lo habrá imaginado. (¿Por qué el lector y no la lectora?) Su primer
im- pulso fue decir «como un hombre» o «como un verdadero hombre», pero en seguida comprendió que la
expresión no cuadraba. Intentó sustituir «hombre» por «mujer», pero el resultado no era el que ella quería. Al final,
tuvo que recurrir a otra frase.
Una persona ofendida escribe al director de una revista: «Espero de su caballerosidad que usted publicará esta
carta...». Pero el director de la revista resulta ser una mujer, cosa que ignora quien escribe. ¿Qué pensar de la
palabra caballerosidad empleada en este contexto?
Con estos ejemplos triviales se pone de manifiesto el hecho de cómo muchas palabras que expresan cualidades,
actitudes, etc., tradicionalmente tenidas por viriles, han quedado acuñadas tan masculinamente que cuando que-
remos aplicarlas a una mujer (o mejor todavía, a persona de sexo no conocido) el resultado es un titubeo. Es el
caso de voces como hidalguía, caballerosidad, hombría de bien, etc. Su existencia es expresiva de la
identificación subconsciente de varón con persona, típica de toda sociedad patriarcal.
Álvaro García Messeguer, Lenguaje y discriminación sexual.
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Antología de textos: El texto instructivo
Tarta de chocolate
Ingredientes para 6 personas
— 300 gramos de azúcar
— 300 gramos de chocolate negro
— 1 chorrito de Cointreau
— 125 gramos de harina
— 7 huevos
— 3 vasos de leche
— 1 cucharadita de levadura en polvo
— 150 gramos de mantequilla
— 1 pizca de vainilla en polvo

Dificultad: Media
Preparación: 65 min.
Nivel de calorías: Alto

Instrucciones de elaboración:
En una cazuela, a ser posible de doble fondo, se ponen dos partes de la leche, dos partes de azúcar, la mante-
quilla menos una cucharada destinada al fondo de chocolate y dos partes de chocolate. Se pone a fuego suave y
se va removiendo hasta conseguir una mezcla homogénea.
Se añaden entonces fuera del fuego las yemas y posteriormente la harina pasada por un tamiz, más la levadura.
Se remueve bien y se deja reposar hasta que se entibie, se añaden las claras a punto de nieve removiendo con
cuidado para que no baje.
Se tiene preparado y engrasado con mantequilla un molde de tamaño mediano y se deposita en él la mezcla. Se
pone al horno previamente calentado unos 30 minutos a unos 175º centígrados.
Una vez fría se desmolda y se baña con un fondo que se habrá preparado con chocolate restante más el azúcar,
diluido todo, a fuego suave, con la leche sobrante, una cucharada de mantequilla, el Cointreau y la vainilla, procu-
rando extenderlo rápidamente antes de que se ponga duro. Estará en su punto cuando, dejando caer una gota en
un vaso con agua, conserve su forma.
Según gustos, se puede adornar con alguna fruta.
Extraído de www.recetas.net
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Textos divulgativos en la Red
Marcas heroicas

Existen una serie de marcas heroicas, es decir, unos rasgos o características que determinan si ese recién nacido
va a ser un héroe. Son las siguientes: La precocidad. Se cuenta que Heracles, siendo todavía un bebé, mató
con sus manos a unas serpientes.

• Todos los héroes son educados por el centauro Quirón para aprender todo lo necesario.
• La doble paternidad, es decir, muchos héroes tienen un padre humano y otro divino. Se cuenta que la madre de
Heracles tuvo relaciones con un dios pero también con un mortal esa misma noche.
• La resolución de empresas imposibles se encuentra en todos los héroes: han matado monstruos, descifrado
enigmas, etc. que otros no han podido o ni siquiera han intentado. El premio por esto normalmente es un trono
o la mano de una princesa.
No es necesario que estas marcas se den todas juntas, ya que puede coincidir que sólo se dé una.
Al lado de estos héroes, que podríamos relacionar con genealogías divinas, están los fundadores de una dinastía
heroica que casi siempre actúan o realizan sus hazañas en las principales ciudades del imperio micénico. Todas
estas dinastías heroicas vienen marcadas por una maldición que se transmite de generación en generación. Esto
demuestra que estas ciudades tenían héroes, fundadores, reyes, guerreros, etc. que se recordaban desde siem-
pre en la memoria colectiva.

Tipos de héroes

Hay una clasificación enorme, pero se pueden hacer tres grandes grupos:
• Héroes culturales o civilizadores. Son todos aquellos que hicieron algo de provecho para la vida humana. Los
héroes médicos, por ejemplo, que inventaron técnicas para mejorar la salud de los hombres; los que se
dedicaron a limpiar caminos entre ciudades porque no se podía pasar, o a matar monstruos para fundar
ciudades o templos.
• Héroes guerreros. Son aquellos que se destacan en el mundo guerrero o los que quieren alcanzar la gloria
imperecedera en la guerra. Son todos los de la guerra de Troya y por supuesto, Aquiles.
• Héroes explicativos. Son aquellos que sirven para explicar, por medio de su actuación o sufrimiento, situaciones
humanas universales, como el amor, el dolor, etc. Son los de la tragedia griega, como Edipo.
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