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Lenguas Castellana I 2023

Comisiones A-D-E-F-G
Profs. Martín Tapia Kwiecien, María Laura Galliano, Juan Pablo Scherzer Frasno y Andrea Cabral

DICTADOS
Dictado I- «Al cruzar el zigzagueante río, alcanzo a divisar...»

Al cruzar el zigzagueante río, alcanzo a percibir la casa que se yergue sobre la montaña. Los
árboles aún velan las persianas desvencijadas. La puerta de entrada ha perdido algunas porciones y
solamente un poco de alambre asegura lo que el tiempo ha violado sin compasión. Los escalones,
cubiertos de malezas insensibles, conservan cierta distinción de lo que fue esa entrada en sus años
mozos. En el muro, un cartel enlozado, un poco enmohecido, recuerda: “No se reciben enfermos”.
En ese momento de zozobra, vienen a mi mente las imágenes de no sé qué recuerdo de esa
época en que la tuberculosis, esa larga convalecencia de los pechos consumidos por la fiebre y por los
espasmos de la tos, reinaba en esos caseríos. Mi mano en el bolsillo aprieta la llave y, en un arrebato
de coraje, me acerco a la puerta y la abro. El vacío se agranda por la ausencia de muebles, a un
costado se halla la estufa de piedras y, sobre la viga de madera que la corona, veintidós cuadros
deshilachados. En uno, se puede ver la silueta de un ciervo, al que le dio el impacto de una bala y,
detrás, la manada que huye desasosegada. Una ráfaga de escenas se agolpa en mi mente y me
transporta a la niñez, cuando con mis hermanos, nos creíamos dueños del bosque. Cierro los ojos y
fluyen los recuerdos de un viaje que han quedado grabados, atravesados en mi memoria.

Dictado II- «Las palabras»

Si algo sabemos los escritores, es que las palabras pueden llegar a cansarse y a enfermarse,
como se cansan y se enferman los hombres o los caballos. Hay palabras que, a fuerza de ser repetidas,
y muchas veces mal empleadas, terminan por agotarse, por perder poco a poco su vitalidad. En vez de
brotar de las bocas o de la escritura como lo que fueron alguna vez, flechas de la comunicación,
pájaros del pensamiento y de la sensibilidad, las vemos o las oímos caer como piedras opacas,
empezamos a no recibir de lleno su mensaje, o a percibir solamente una faceta de su contenido, a
sentirlas como monedas gastadas, a perderlas cada vez más como signos vivos y a servirnos de ellas
como pañuelos de bolsillo, como zapatos usados.
Los que asistimos a reuniones como esta sabemos que hay palabras-clave, palabras-cumbre,
que condensan nuestras ideas, nuestras esperanzas y nuestras decisiones, y que deberían brillar como
estrellas mentales cada vez que se las pronuncia. Sabemos muy bien cuáles son esas
palabras en las que se centran tantas obligaciones y tantos deseos: libertad, dignidad, derechos
humanos, pueblo, justicia social, democracia, entre muchas otras.
Julio Cortázar

Dictado III- «El gaucho»

La palabra gaucho tiene su origen en el mapuche "huacho", que significa huérfano o nómade.
Su origen es el resultado de la mezcla de dos razas: la europea y la indígena.
El gaucho, de naturaleza errante, fue una especie de vagabundo de la pampa, rústico y varonil
quien sabía defender su honor, demostrando valentía en circunstancias de peligro. El caballo era su
único amigo, con el que recorría grandes áreas, abocado a encontrar alimento y arroyos para tomar
agua. Luchó durante doscientos años contra las hostilidades de los indígenas y la tierra. Forjó un
espíritu noble y osado. Vivió nómada, sin apegos ni prejuicios, cantó su rebeldía y amó la libertad.
Nunca tuvo patrones y se ganó el sustento trabajando en el campo arreando ganado. Hábil jinete se
caracterizaba por su destreza física, su altivez y su carácter reservado y melancólico.
El guacho se dirigía hacia la vasta región pampeana, yendo de rancho en rancho con sus
infaltables lazos y facones, vestido con calzoncillos blancos, chiripá, ponchos y sombreros. Su
primitiva casa era un miserable refugio con paredes de barro y puertas hechas de cuero.
Como le bastaba matar una vaca o novillo para alimentarse, comía exclusivamente carne asada
y sin sal, y aprovechaba los restos de cueros, con los que se hacía botas o canjeaba por comida. Solía
reunirse en las pulperías, donde se realizaban los intercambios y socializaba. Allí no podían faltar el
mate, las bebidas alcohólicas, las cartas y la guitarra, instrumento indispensable para sus interminables
payadas.
El gaucho fue gran personaje que recorrió nuestro país y que hoy forma parte de nuestro
acervo cultural.
Dictado IV- «Hacía calor, era una noche estrellada y luminosa...»

Hacía calor, era una noche estrellada y luminosa. Estaba dubitativa. No tenía ganas de
acostarme y empezar a pensar en alguna operación inmobiliaria que no terminaba de concretar. Por
aquel entonces, no sé si era el sino o si todas las operaciones estaban destinadas a caerse antes de
cobrar una comisión. Veníamos de varios meses de crisis económica.
Fui a mi pieza a buscar un cigarrillo y salí; me gustaba caminar zigzagueando por las calles
vacías. Esa noche, todo fue distinto de lo planeado. Ahogué mis lamentos en un bar: El mozo subió la
escalera con un vaso y la botella de whisky.
Regresé a casa, decidida a ahondar en mis problemas. Pero, me susurraban frases hechas,
palabras que iban llenando el silencio. Palabras huecas, caparazones de palabras. Cuando me quejaba,
Román argumentaba que hablábamos poco.

Dictado V- «Un sueño extraño»

Soñé que las cosas y animales cobraban vida y sucedían hechos como estos: un mimo de Asia
me hacía un mimo, mientras un perro de caza buscaba un lugar donde vivir. Una ola de mar
saludándome, mientras un sobre cerrado se apoyaba sobre mi regazo con algún mensaje que jamás
supe de qué se trataba porque no lo abrí.
Un ciervo se rebeló contra las autoridades de la ONU y reveló internas del Consejo/consejo.
Por haber infringido políticas de privacidad fue multado y condenado a prisión, pero luego un juez
procedió a absolverlo (…)
Había una sirena que le gustaba coser prendas y cocer judías para la cena. Quién sabía que su
deplorable sino no era casarse con su príncipe azul, sino con la soledad. También había una sabia
anciana que llevaba mucho tiempo enferma, finalmente, espiró entrecortadamente.
Yo quería tomar un té de alguna rica hierba, pero no pude porque esta huyó.
Me miraba los vellos del brazo, dándome cuenta de que nada bellos me parecían y de pronto
escucho un ruido muy fuerte. Alguien grita “¡Ay!” y yo pregunto: “¿Hay alguien por allí? Me doy
cuenta de que el tubo de ensayos con el que estaba haciendo experimentos cayó al suelo y me
pregunto qué motivos había tenido para haberse caído, pero me callo y lo pienso en silencio.
Escucho una voz muy extraña, alguien me llama, pero no me doy cuenta quién es.
Es una vaca que me dice: Cerrá la ventana, niño, veo la sierra y me pongo nostálgica.
De pronto, estoy en el campo con muchos caballos y debo herrar herraduras, son muchas y
tengo miedo de errar. Cuando termino mi tarea, le digo a mi caballo preferido: Vaya, vaya, corra tras
las vallas porque él también estaba cansado y necesitaba distraerse.
Como este sueño es muy extraño, voy a tomar nota de él. Me sentaré en un banco y mientras
canto una linda canción, haré una lista de todos los personajes que han intervenido.

Dictado VI- «La vida de una tribu entera de ogros...»

La vida de una tribu entera de ogros puede estar concentrada en una colmena de abejas. El
secreto, sin embargo, fue revelado por un ogro a una princesa cautiva, que fingía temer que este no
fuera inmortal. Los ogros no morimos, dijo el ogro para tranquilizarla. No somos mortales, pero
nuestra muerte depende de un secreto que nadie es capaz de adivinar. Te lo revelaré, y verás que mi
vida no corre peligro.
Mira ese estanque: en su parte más honda, en el centro, hay un pilar de cristal, en cuya cima,
bajo el agua, reposan cien abejas. Si un hombre puede sumergirse en las aguas y volver a la tierra con
las abejas y darle libertad, todos los ogros moriremos. Pero solo un vate podría adivinar este secreto.
No te apesadumbres; pues, puedes considerarme inmortal. La princesa reveló el secreto al héroe. Este
liberó las abejas y de repente, el ogro expiró y cayó.

Dictado VII- «Se despertó cuando atardecía, el 1 de enero de 1984...»

Se despertó cuando atardecía el uno de enero de 1984. Estaba desnudo, sobre la cama,
destapado, tenía frío, pero sentía íntimo regocijo por no haber casi vivido aquel día. El primero de
enero debería estar prohibido, y el dos de enero también. El año debería empezar el 21de marzo.
Explorando con mi padre los fondos dormidos alrededor de la isla habíamos descubierto una
ristra de torpedos amarillos, encallados desde la última guerra; habíamos rescatado un ánfora griega
de casi un metro de altura, con guirnaldas petrificadas, en cuyo fondo yacían los rescoldos de un vino
inmemorial y venenoso, y nos habíamos bañado en un remanso humeante, cuyas aguas eran tan
densas que casi se podía caminar sobre ellas.
A Esteban le gustaba la leche migada, la lumbre alta, las filas de hormigas y el peinarse de
mañanita hacia atrás con el peine muy bien mojado en agua fría. También le encantaba ir con sus
padres al pueblo las tardes de domingo y pasear por la plaza donde olía a escabeche en lata y a tela en
piezas, a celofanes de caramelos de menta y a galletas de helado al corte, a cerveza, a raciones y a
pólvora quemada.
Una taza dorada, de fino estilo, una taza de té... Aparece siempre una sola, una impar, de
distintos juegos en distintos rincones... Las que más atraen son las que tienen los bordes y el asa de
ese dorado antiguo, que resulta inverosímil, tan indeleble, en tazas tan usadas, y que es como el
residuo de aquel sol mañanero que presidió los desayunos de su primer dueño...

Dictado VIII- «El ovillo» (M. E. Walsh)

Voy a contarles un cuento que me no sé si lo recuerdo bien porque la memoria se pasea mucho,
los cuentos cambian todo el tiempo, y los chicos no se quedan quietos. Este era un pueblo chico y feo.
No llovía y el suelo estaba reseco alrededor del rancho de la familia Chumpi. La bomba no tiraba una
gota más. De noche, en vez de rocío, caían espinas de cacto. El padre se había ido a cazar peludos o lo
que encontrara. La madre lidiaba con un montón de hijos en vacaciones. Estaban tan sucios que no se
sabía si eran rubios o morochos, nenas o varones. Al fin la madre dijo: -Vayan todos a buscar algo de
comer, por ahí desentierran una batata, pero cuidadito con robar. La madre se pone a amasar su último
pan, con harina de hierbas secas y un poco de baba de cabra.
Rocío muestra el puño, le da vergüenza abrirlo, pero al fin estira los dedos uno por uno.
- ¿Qué es? ¡Bah! Un ovillito de hilo celeste muy enredado.
-Ni para remiendo sirve –dice la madre, mas no acaba de hablar cuando el ovillo escapa de la
mano de Rocío… se desanuda solo y resulta que es un hilito de agua, que empieza a viborear y rodar.

Dictado IX- «El retrato oval» (E. A. Poe)

Era una joven de peregrina belleza, tan graciosa como amable, que en mala hora amó al pintor
y se desposó con él. Él tenía un carácter apasionado, estudioso y austero, y había puesto en el arte sus
amores; ella, joven, de rarísima belleza, toda luz y sonrisas, con la alegría de un cervatillo, amándolo
todo, no odiando más que el arte, no temiendo más que la paleta, los pinceles y demás instrumentos
importunos que le arrebataban el amor de su adorado. Terrible impresión causó a la dama oír al pintor
hablar del deseo de retratarla. Mas era humilde y sumisa, y se sentó pacientemente, durante largas
semanas, en la sombría y alta habitación de la torre, donde la luz se filtraba sobre el pálido lienzo
solamente por el cielo raso.
El artista cifraba su gloria en su obra, que avanzaba de hora en hora, de día en día. Y era un
hombre vehemente, extraño, pensativo y que se perdía en mil ensueños; tanto que no veía que la luz
que penetraba tan lúgubremente en esta torre aislada secaba la salud y los encantos de su mujer. Ella,
no obstante, sonreía más y más, porque veía que el pintor, que disfrutaba de gran fama, experimentaba
un vivo y ardiente placer en su tarea, y trabajaba noche y día para trasladar al lienzo la imagen de la
que tanto amaba, la cual se tornaba más débil y desanimada.

Dictado X- «Se acercaba la Navidad...»

Se acercaba la Navidad; las calles de la ciudad habían sido invadidas por centenares de
personas, de las cuales la mayoría eran mujeres preocupadas por conseguir los regalos con los que el
Niño Dios iba a complacer a cada uno.
Esa tarde, el calor era insoportable y en el cielo, sin que nadie lo advirtiera, espesos nubarrones
corrían presurosos. La lluvia empezó a caer a baldazos y la gente, presa de un enloquecimiento
repentino, furioso y descontrolado, se dejaba tragar por los ómnibus, taxis, techos y bares.
Claudia se refugió en un café al paso que, seguramente, estaba ahí hacía mucho tiempo; pero
de cuya existencia ella no se había dado cuenta. En diagonal a su mesa, ese hombre joven pero
canoso, tan cargado de paquetes como ella, que no dejaba de mirarla y al que ella no podía dejar de
mirar.

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