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Estrategia política del hostigamiento frente al Terrorismo de Estado

07-11-2019

El presidente legal pero ya ilegítimo, Sebastián Piñera, evidencia hoy el desfondamiento de


sus funciones. Mientras el pueblo exige el programa social con participación democrática
y popular, éste responde con agenda de orden público, con represión. Ley anti-saqueos,
anti-encapuchados, contra barricadas y otras obstrucciones del tránsito, mayor cantidad de
abogados al servicio del Ministerio del Interior y sus querellas, mayores facultades
extraordinarias de Carabineros y PDI; y en consecuencia fortalecimiento y tecnificación de
su aparato de Inteligencia. El terrorismo de Estado sigue siendo el santo y seña de la acción
gubernamental; esto no debe olvidarse, y ha de ser considerado dato empírico de cualquier
análisis objetivo en que se funde nuestra práctica política. No esperemos por tanto, como
parte de las masas populares que somos, que el Estado deje de ejercer ese terror
sistemático; no lo hará. No dejó de hacerlo desde 1990. Todos los líderes sindicales
muertos en estos 30 años no son más que crímenes políticos llevados a cabo por los
aparatos de inteligencia del Estado.

El pueblo de Chile —y en él cuentan las masas inmigrantes politizadas— no por lo


anterior debe renunciar a los instrumentos técnico-jurídicos: acusación constitucional,
destitución ministerial, querella por violación sistemática de los DDHH, recurso de amparo
ante cortes internacionales, etc. Pero sin dejar de comprender que son éstas no más que
herramientas, medios para cercar o minimizar la impunidad del Terror Estatal, formando
parte de una estrategia política de hostigamiento mayor. No debemos entonces temer a este
concepto: política de hostigamiento. Porque se hace evidente cada día que Piñera y sus
cipayos no están dispuestos a soltar no sólo el gobierno de turno (la administración), sino el
Estado mismo, aquella noción-proyecto-de-país en que fundaron la tecno-democracia de la
transición: el Estado subsidiario. Piñera y sus círculos directos, los tecnócratas del
consenso transicional, no son ni “ciegos”, ni “insensibles”, ni “cobardes”, ni un largo
etcétera de faltas morales indudables pero que no se hallan en el centro del problema, a
saber: que todo lo que hacen no es más que la defensa intransigente y plenamente
consciente de la institucionalización de los privilegios de su victoria militar sobre las masas
populares y su proyecto histórico-nacional, derribado en 1973.

Nos referiremos, entonces, brevemente a esta política de hostigamiento sin


pretensión de agotar el problema, que, es más, abrirá un sin número de otras caras que la
vanguardia organizada del pueblo deberá seguir teorizando; no se trata de un sistema
acabado, pero sí de aportar líneas generales para el actual proceso de organización de las
masas. La política de hostigamiento se propone la desestabilización del gobierno, primero,
y el asalto del Estado, después. Para ello deberá establecer los procedimientos reales,
materialmente determinados, que permitirán tales fines.
Las masas populares han de establecer como una método de lucha la simultaneidad
de sus frentes, siguiendo en este punto la tesis general del filósofo Nikos Poulantzas: la de
saturar su presencia revolucionaria tanto dentro como fuera de las instituciones del Estado.

Por una parte, entonces, a continuar con la movilización. La movilización de las masas
debe no sólo continuar, sino fortalecerse, robustecer su intervención directa, a través de la
cual hacen saber el grado de soberanía efectiva que les corresponde. Es lo que refiere hoy a
su ‘legitimidad’ fáctica que no espera ni requiere de ninguna legalidad. La protesta
ciudadana debe continuar. El concepto de marcha debe sin embargo si no desechado, ser al
menos reducido en su determinación de todos los ámbitos de protesta, como es la
concentración. Las concentraciones sin duda tienen un efecto estético, sensible e
irreductible que expresa el grado de energías con las que cuentan las masas. Ellas no son lo
mismo que las marchas, aunque tampoco su opuesto, lo mismo que la noción aún mayor y
propia de las multitudes como sería la movilización.

A su efecto estético-político indudable, al de la concentración, no se puede restar, sin


embargo, su más radical potencial de hostigamiento: la interrupción de las actividades que
se desarrollan bajo la normalidad del status quo; es decir, bajo el funcionamiento efectivo
de la normativa vigente. La concentración puede verse disminuida o depotenciada si no
alcanza este fin, el de interrumpir el status quo.

Lo que el status quo normativiza no es otra cosa que la producción y su consumo, y


por eso la huelga general es la máxima fase de hostigamiento de la concentración popular.
La huelga general hoy deberá asumir en Chile la formulación de Huelga Nacional Popular:
utilizando todos los medios basales y democráticos para ganar la adhesión voluntaria y
programática de los trabajadores (los sectores estratégicos de la producción son ahora
transportes, minería, portuarios y comercio ambulante nacional e inmigrante). También
deben intensificarse todos los esfuerzos por plegar a la huelga a las instituciones
educacionales (salas-cuna, jardines infantiles, colegios, universidades, etc.) como a sus
usuarios. Este punto estratégico ha de ser analizado detalladamente en otro momento, pero
adelantemos que no hace falta que las universidades, institutos técnicos y escuelas cierren
necesariamente, pues podrían operar sin mayores dificultades como sedes asamblearias,
poniendo sus horarios de funciones docentes y administrativas al servicio tanto de la
organización de los estudiantes, como de los profesores y funcionarios, estamental y
triestamentalmente. En el caso de salas-cuna, jardines infantiles y colegios de ciclo escolar
básico, pueden suspender clases, pero disponer funcionalmente de sus dependencias como
sedes, convocando apoderados y autoridades municipales.

El sabotaje, en otro aspecto, forma parte esencial de la estrategia política del


hostigamiento, y también debe incrementarse:
a) cortes del tránsito no sólo en sectores céntricos de la ciudad, sino en arterias
principales en distintos puntos estratégicos de las periferias, evitando el
desplazamiento normal de las masas trabajadoras desde allí hasta las
dependencias céntricas;
b) el corte estratégico de la electricidad, e incluso de los recursos hídricos. Esta
cuestión es de extremada delicadeza y no podrá bajo ningún punto de vista
quedar entregada al espontaneísmo, pues si su merma gira hacia la propia
seguridad de las masas, entonces legitimará al gobierno en su función de orden y
restará apoyo de las bases, que tenderán a replegarse por el miedo. Esta
herramienta, hemos de insistir, si llegase la determinación concreta que la exige,
debe ser objeto de la más rigurosa formalización científica de sus rendimientos
revolucionarios, jurídicos, económicos, institucionales, etc.
c) Por último, hemos de considerar el cibersabotaje en todas sus modulaciones
como un elemento hoy fundamental –aun, decisivo– en la estrategia de
hostigamiento (remitimos al estudio de la obra de activismo político cibernético
de Hakim Bey y el concepto global de sus planteamientos, la Zona
Temporalmente Autónoma, TAZ, en su sigla anglosajona).

Movimiento Dieciocho de Octubre


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