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Artículos que explican con plastilina los

errores de la izquierda radical y mamerta

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Jueves 28 De Noviembre

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El precio de ahuyentar los ricos

Por: Mauricio Botero Caicedo

El precio de ahuyentar a los ricos

En el artículo de la semana pasadaponíamos en evidencia que en una sociedad


donde no hay ricos, solo hay pobres. Hoy, basados en un escrito del
estadounidense Adrian Rogers, mostramos un ejemplo de lo que puede ocurrir
cuando una sociedad ahuyenta a los ricos. Asumamos que, en un país muy
similar al nuestro, hay 100 habitantes que están divididos en seis estratos y
que entre todos ellos pagan 100 millones de pesos anuales en impuestos. Las
16 personas del estrato uno, al tener el menor poder adquisitivo, no tributan;
las 29 personas del estrato dos pagan tres millones de pesos; las 35 personas
del estrato tres pagan siete millones de pesos; el estrato cuatro, con 11
habitantes, paga 12 millones de pesos; el estrato cinco, con siete ciudadanos,
contribuye 18 millones de pesos, y las dos personas del estrato seis, las más
ricas de la población, pagan 59 millones de pesos.

Un día el gobierno del hipotético país les comunicó a los ciudadanos que, al
haber descubierto unas minas de coltán que le generan ingresos adicionales
de 20 millones de pesos por año, decidió (en proporción directa a los
impuestos que pagaban) pasar este “ahorro” directamente a los
contribuyentes. El estrato uno, que no pagaba nada, siguió sin pagar nada. El
estrato dos, en vez de pagar tres millones de pesos, disminuía su carga en 33
% y pagaría sólo dos millones. El estrato tres redujo su carga tributaria de siete
a cinco millones de pesos (ahorro del 28 %). El estrato cuatro quedó pagando
nueve millones de pesos en vez de 12, ahorrando el 25 %. El estrato cinco bajó
sus impuestos a 14 millones de pesos en vez de 18, generando un ahorro del
22 %. Y el estrato seis, en vez de pagar 59 millones, pasaría a pagar 49 millones
de pesos, ahorrando el 18 %. En la repartición proporcional de este “ahorro”
en los impuestos se armó la gorda. Los del estrato uno, que no pagan
impuestos, se enfurecieron al no recibir nada del “ahorro”, alegando que era
“un sistema injusto que explota a los pobres”. Los de los estratos dos, tres y
algunos del cuatro también argumentaron que el sistema era inequitativo
porque la mayor parte del “ahorro” en gasto se lo habían entregado al estrato
seis. Los representantes de los primeros tres estratos convocaron un “paro
nacional” para exigir que ni un solo peso del “ahorro” beneficiara al estrato
seis, y para presionar sus exigencias empezaron a destruir las estaciones del
transporte público, los centros comerciales y las sedes de las grandes
empresas. En los meses subsiguientes al “paro nacional”, en medio del caos y
el desorden, las turbas se concentraron en hacerle la vida imposible al estrato
seis. En menos de un año, los dos ricos habían liquidado sus negocios y
emigrado. Pero, para la enorme sorpresa de los estratos uno, dos y tres, el
nuevo recaudo de impuestos ya no alcanzaba ni siquiera a cubrir la mitad de
los gastos del Estado. Cerca del 60 % de los colegios, de las universidades, de
los hospitales y del trasporte público tuvo que cerrar las puertas. Y el 60 % de
los funcionarios, incluyendo los policías y los maestros, fueron despedidos
porque el Estado sencillamente ya no contaba con los recursos para pagar sus
sueldos. Los estratos más bajos nunca entendieron que el precio de aburrir a
los ricos era alto.

La anterior historia parece una fábula. Pero en verdad no está tan alejada de
la realidad: con algunos cambios de modo y lugar, eso es exactamente lo que
ha ocurrido en Venezuela… y puede ocurrir en Colombia.

3 Nov 2019 - 12:00 AM

Por: Mauricio Botero Caicedo

¿Acabar con los ricos o terminar con los pobres?

Una anécdota —que ilustra la mediocridad de la izquierda radical— cuenta que


cuando Otelo Saraiva de Carvalho (artífice en 1974 de la llamada Revolución
de los Claveles en Portugal) se encontró con Olaf Palme, el primer ministro
sueco, le dijo: “En Portugal queremos acabar con los ricos”, a lo que Palme le
respondió: “Qué curioso, nosotros en Suecia solo aspiramos a terminar con los
pobres”.

La vigencia de la anterior anécdota ilustra la dicotomía entre los profetas de la


igualdad de los países como los escandinavos, en donde se practica un
capitalismo vigoroso y responsable, en los que la envidia y el resentimiento
son la excepción y no la regla, la corrupción tiene poca cabida y aspiran es a
terminar con los pobres, y América Latina, en donde impera un capitalismo de
instituciones extractivas (según la acertada definición de Acemoglu y
Robinson), reina la corrupción, la envidia y el resentimiento se dan silvestres,
y el objetivo es acabar con los ricos. La izquierda, como lo ha hecho en Cuba y
Venezuela, en su patológica obsesión de acabar con los ricos está más que
dispuesta a sacrificar, en el altar de la igualdad, la casi totalidad de las
libertades individuales. Nuestros mamertos, que no entienden sus drásticas
políticas redistributivas, terminan es en la repartición equitativa de la miseria,
insisten en que las personas son pobres por culpa de los ricos, convicción tan
peregrina como asumir que los Renaults son lentos por culpa de los Ferraris.

Dicho lo anterior, si en Colombia pretendemos terminar con los pobres, no


podemos seguir con una legislación laboral obsoleta que nos ha llevado a una
informalidad por encima del 60 % y un desempleo entre los jóvenes del 20 %.
Parte del problema es que los costos laborales de contratación en Colombia
son muy altos, costos que naturalmente inciden en lo que puede llegar a ser
uno de los más altos niveles de informalidad en el mundo. Para Fenalco,
cuando una empresa quiere contratar a una persona, pero no la necesita de
tiempo completo, muchas veces prefiere no contratarla, porque el exceso de
costos encarece su nómina. Adicionalmente, no parece ser muy realista acabar
con la pobreza sin haber simultáneamente estrangulado la corrupción. Muy
pocos se dan cuenta de que es el mismo Gobierno, que expide leyes, decretos,
normas y reglamentos muchas veces insensatos, el que contribuye a alimentar
la corruptela. En los países con alto nivel de corrupción, 70 de cada 100
personas son pobres, mientras que en aquellos con muy bajo nivel de
sobornos, menos de una persona de cada 100 lo es. Tercero, como lo acaba de
señalar la OPEC, “las transferencias monetarias a la población más
desfavorecida son escasas” y gran parte de los subsidios “van a parar a la
población más rica”. En Colombia se nos hizo creer que se estaba
implementando un “Estado de bienestar”, cuando en realidad lo que se había
impuesto era un “bienestar del Estado”, en donde los políticos, los legisladores
y los magistrados, acompañados de los altos burócratas …

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