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SIMÓN RODRÍGUEZ Y LA ESCUELA FILOSÓFICA POPULAR

Maximiliano Durán
Walter Kohan

En este encuentro nos proponemos pensar en torno a la potencia de una


invención escolar del siglo XIX. En las próximas líneas, presentamos la escuela
filosófica popular de Simón Rodríguez entendida como una invención radical que
afirma una manera original de entender la igualdad y la formación del pueblo. Para
lograr nuestro objetivo estructuramos la clase en cuatro momentos:

a. contexto educativo de la época.


b. la igualdad como axioma en el marco de la escuela filosófica popular.
c. análisis del sentido de lo “popular” en la escuela filosófica de Chuquisaca.
d. conclusiones.

a. Contexto de surgimiento de la escuela filosófica popular: Chuquisaca 1826


La escuela popular es una invención latinoamericana del siglo XIX. Simón
Rodríguez inventó una escuela filosófica popular en 1826 en la ciudad de Chuquisaca,
entonces capital de Bolivia, donde llega acompañado por Simón Bolívar como su
Director de Enseñanza Pública. Dicha institución se convierte en un medio de
emancipación de las nuevas repúblicas americanas, una especie de locus para una
revolución educativa necesaria. A diferencia del resto de las instituciones educativas de
la época, la escuela de Rodríguez recibe a todos los niños y niñas de la ciudad sin exigir
condición identitaria alguna.
La llegada de los Borbones al trono de España provoca en la región, a mediados
del siglo XVIII, una serie de reformas tendientes a la modernización del Imperio. Entre
ellas, la educación ocupa un papel central. Para intelectuales, políticos y ministros, es
uno de los medios fundamentales para el progreso económico, social y cultural de una
España que pierde terreno frente a países como Inglaterra, Francia y los Países Bajos.
Autores como, Ward, Campomanes, Jovellanos, Cabarrús hacen de la educación un
tema central de sus reflexiones, considerando que la capacitación de las masas
populares puede generar la mano de obra necesaria para la modernización del Imperio.
Para los ilustrados españoles, las causas del atraso del Imperio no obedecen a
motivos políticos, ni sociales, sino a razones de índole económica. Por tal razón,
consideran que la regeneración del país solo puede provenir de una acción sostenida de
fomento de la economía y educación vinculada con la producción (ESCOLANO, 1999,
p. 375). Con este propósito, se produce una revisión y crítica de la educación
tradicional, anclada en la “esterilidad literaria y especulativa” (376). La mayoría de los
intelectuales de la época acuerdan en la necesidad de una educación vinculada con el
trabajo y la utilización de las nuevas tecnologías.
En este contexto, en América, se crean diversas instituciones educativas que
reproducen el orden de castas colonial. En este territorio, el mundo escolar se constituye
de forma especular al contexto para el que son creadas: hay escuelas para la élite blanca,
otras para las élites de los pueblos originarios, otras para el común de los pueblos
originarios, otras para niños blancos pobres, otras para niños cristianos y otras para
huérfanos. Por ejemplo, el Colegio de San Cristóbal de Chuquisaca acoge en su interior
exclusivamente a niños varones españoles o hijos de españoles (VERA PEÑARANDA,
2009; ESCOBARI DE QUEREJAZU, 2012). Al Colegio del Sol de Cuzco solo asisten
hijos de la nobleza de los pueblos originarios e hijos de blancos pobres (ESCOBARI
DE QUEREJAZU, 2012). Hay también escuelas de doctrina para los niños no nobles de
los pueblos originarios (GARCÍA SÁNCHEZ, 2005). A las escuelas Cabildales, asisten
los niños bautizados y reconocidos debidamente por sus padres, en general, blancos
pobres y mestizos (GARCÍA SÁNCHEZ, 2005). Finalmente, los huérfanos van a
escuelas que funcionan en el interior de los hospicios.
En todas estas escuelas, la condición para ingresar está dada por la pertenencia
social de los niños, en función de su identidad de castas. Así, durante la colonia y los
primeros años de los gobiernos independientes en América, las instituciones educativas
se ordenan por jerarquía identitaria. Las mejores escuelas están reservadas para los
niños de las élites y las peores para los que ocupan el escalón más bajo de la sociedad.
La escuela filosófica popular creada por Simón Rodríguez rompe con este orden
jerárquico de las identidades. El Colegio de Huérfanos y Muchachos de Carpintería es
la base sobre la que el maestro afirma su proyecto de educación popular para la
República de Bolivia. En ella, son recibidos niños y niñas de todas las castas en calidad
de iguales. Esta institución niega el principio identitario sobre el que las escuelas de la
época se estructuran. Esta negación da lugar a la afirmación de un principio igualitario
nunca antes visto en América.

b. Escuela popular y la afirmación de la Igualdad


Bolívar nombra a Rodríguez, el 18 de noviembre de 1825, con el título de
Director de Ciencias Físicas, Matemáticas y Arte (VERA PEÑARANDA, 2009, p.95).
Entre las funciones que debe desempeñar, se encuentra la creación de una escuela en
cada capital Departamental. La primera, en Chuquisaca, presenta modificaciones
sustanciales respecto de los intereses de la oligarquía de la ciudad. Lejos de preservar
las correspondientes divisiones, la escuela las niega. Rodríguez acepta a los niños y
niñas de las distintas castas en el mismo lugar en el que los poderosos pensaban educar
exclusivamente a sus hijos. Tira paredes, abre ventanas para que las niñas se
comuniquen con los niños, recibe inválidos, desamparados y a todos aquellos que
necesitan de resguardo. En la Defensa de Bolívar, escribe: “todos debían estar
decentemente alojados, vestidos, alimentados, curados y recibir instrucción moral,
social y religiosa” (RODRÍGUEZ, 1999, TII, p. 356).
En la escuela filosófica popular, por primera vez en América, la igualdad
ciudadana es afirmada como un principio general y no como un objetivo: “escuela para
todos porque todos son ciudadanos” (RODRÍGUEZ, 1999, TI, p. 284). La escuela no se
propone como una formación para la ciudadanía, sino que se afirma sobre una
ciudadanía igualitaria incondicional. La escuela filosófica popular no forma ciudadanos
como afirman pretender las escuelas de nuestros días; son los ciudadanos, sin distinción
de género, clase, etnia y edad los que la conforman. Las diferencias sociales, culturales,
económicas, religiosas y de género no son un elemento relevante para la aceptación o no
del estudiantado, sino que, al contrario, quedan suspendidas en una institución que no
requiere de identidades específicas para entrar en ella. Todos, todas son bienvenidos,
bienvenidas en un espacio común que los (las) recibe y afirma como ciudadanos(as)
iguales. La igualdad ciudadana no es una suerte de verdad de otro mundo, modelo
únicamente presente en una escuela perfecta o una idea regulativa. Tampoco es un error
útil para la vida cotidiana. La igualdad ciudadana es, para Rodríguez, una convicción
afirmada como principio político para una vida en común que la escuela deberá nutrir y
experimentar.

La escuela afirmada por Rodríguez, lejos de constituir un gesto ingenuo y


utópico, como algunos señalan (RAWICZ, 2003; CIRIZA; FERNÁNDEZ, 1999),
constituye un aporte original, no solo a la historia de la institución escolar, sino al
pensamiento educativo de todos los tiempos. La “igualdad” que afirma Rodríguez es un
principio que se despliega en una vida escolar concreta, y no apenas, un programa o una
teoría. Para Rodríguez, la igualdad no es algo a conseguir por los supuestamente
desiguales, sino un principio a partir del cual se abre una vida escolar común para todos.
De la igualdad nace la escuela y no al contrario. A partir de ella, Rodríguez se pregunta:

“¿Cómo se hará creer a un hombre, distinguido por ventajas


naturales, adquiridas o casuales, que el que carece de ellas es su
igual? ¿Cómo por el contrario, creerá otro que nada le falta,
cuando está viendo que carece de todo?...Y ambos, ¿como se
persuadirán que han pasado a otro estado, si se ven siempre en el
mismo” (1999 I: 271).

¿Qué podemos desprender de este pasaje? Que la igualdad hay que vivirla para
que sea incorporada, que precisamos instituciones que la verifiquen y no que intenten
alcanzarla porque, en ese caso, será una quimera. La igualdad, para Rodríguez, no es un
concepto que debe ser alcanzado o demostrado, sino una creencia cuyas consecuencias
se verifican en cada acto educativo. La vida que se vive en la escuela de primeras letras
de Chuquisaca, es un despliegue práctico de esta afirmación igualitaria: allí niñas y
niños de todos los estamentos sociales, de todas las etnias que habitan esa parte de
América, disfrutan igualmente del mismo tiempo y espacio escolar. Ninguno vale más
que otro, tiene privilegios u obligaciones especiales por el lugar que ocupa en el
entramado social.
Lo realmente novedoso y transformador de la escuela filosófica popular no es la
inclusión de un número mayor de personas de distintos estamentos, sino la forma en que
se hace. La función política de la escuela filosófica popular es postular la igualdad como
principio indemostrable pero también innegociable y seguir todas las consecuencias que
se desprenden de esa afirmación. En ello se orienta todo su accionar político y
pedagógico. La postura de Rodríguez no se limita a la escuela creada en Chuquisaca.
Sabedor que la República no se va a constituir exclusivamente en el interior de los
salones de la gente decente, decide poner en práctica un proyecto de educación popular
sin precedentes en América. Con el aval de Bolívar, proyecta muchas otras escuelas
para recibir a todos los niños y niñas de esta tierra.
La novedad de esta decisión es imposible de aceptar por los sectores
conservadores de la ciudad. La escuela de Rodríguez es demolida solo unos meses
después de abrir sus puertas, cuando el maestro se encuentra de viaje en Cochabamba
para fundar otra escuela del mismo tipo (VERA PEÑARANDA, 2008). En lugar de la
escuela filosófica popular, se abren en Chuquisaca tres instituciones al precio de una:
Escuela Lancaster para niños pobres, escuela de señoritas y asilo para ancianos
(RODRÍGUEZ, 1999 TII, 358).
La igualdad ciudadana es vista como amenazadora del orden todavía más
colonial que republicano imperante en nuestras tierras. Precisamente, porque la igualdad
ciudadana crea pueblo, en la medida que se despliegan sus consecuencias en el tiempo y
en el espacio.

c. Lo popular de la escuela filosófica popular de Simón Rodríguez

Lograda la independencia de España la soberanía popular no es un elemento de


discusión. Nadie discute que el pueblo es el soberano. Sin embargo, no es tan claro
quiénes componen este soberano ni de qué forma lo hacen. Durante los primeros años
de la república las divisiones de castas son eliminadas formalmente, aunque en la
práctica continúan con toda su vigencia. Las antiguas estratificaciones son
aparentemente diluidas en un supuesto colectivo homogéneo denominado pueblo. No
obstante, en el interior de este colectivo se introduce una división para marcar las
mismas diferencias sociales que existen durante el período colonial. Así, la élite
gobernante habla, por un lado, de “pueblo”, “parte sana de la sociedad” “parte ilustrada”
y, por otra, de “populacho”, “plebe”, “gentuza”, “bajo pueblo”. De forma análoga a la
colonia se diferencia entre los que mandan y los que obedecen. La diferencia más
significativa es que se reduce la estratificación de la sociedad: durante el período
borbónico las posibles combinaciones raciales ascienden a más de cien tipos, con sus
correspondientes castas. Mientras que, en la república esa combinación se reduce a dos:
los que mandan (pueblo) y los que obedecen (populacho, plebe, gentuza).
El desafío, entonces, consiste, para muchos pensadores y políticos de la época, en
incluir en el interior de lo que se entiende por pueblo a sectores cada vez más amplios
de la sociedad. La escuela y la educación son un lugar central donde se libra la batalla
de acceso a la soberanía efectiva de estos sectores.
Dentro de los diversos proyectos educativos que tienen lugar durante la conformación
de los diversos estados nacionales americanos nos interesa destacar el de la República
de Bolivia dado que sostiene una concepción de pueblo inclusiva e igualitaria. En uno
de sus escritos más bonitos, Simón Rodríguez hace una referencia crítica a lo que se
entiende generalmente por pueblo:
“Por distinguirse a poca costa, gustan muchos demócratas que haya pueblo bajo: por no
conocer sus intereses creen ensalzarse abatiéndolo.
Obsérvese que del amor a la comodidad nace el amor del poder, y que dos afectos tan a
acordes en el individuo, producen una discordancia en la sociedad- todos se abajan a ser
comunes por participar de los bienes de la comunidad; pero cuando se trata de refundir
méritos particulares en la masa, para darle valor, cada uno se sustrae para hacerse
considerar solo.
Según el sentir general, Pueblo es un extraño colectivo: los individuos son todos
bonísimos… y el todo detestable”. (RODRÍGUEZ, 1999, P. 271).

Tras esta lúcida crítica a la idea de pueblo imperante en América en el siglo XIX,
propone otra forma de pensar, sentir y vivir el concepto pueblo. En la Defensa de
Bolívar sostiene ante gran parte de sus contemporáneos que: “todos componen el pueblo
y cada uno debe obedecer al pueblo porque el pueblo es el soberano” (RODRÍGUEZ,
1999, p. 289).
Coherente con esta afirmación, Rodríguez piensa su proyecto de educación. Vera
Peñaranda (2008) lo describe con detalles. Sostiene que “en el transcurso de las
primeras semanas, Rodríguez puso de manifiesto que su intención era romper con la
tradicional forma de ver la educación” (VERA PEÑARANDA, 2008, p. 103). A
diferencia de la educación tradicional, diferenciada y jerárquicamente ordenada según el
origen de los niños, Rodríguez abre una escuela en la que todos y todas eran recibidos
sin distinción ni exigencia alguna. Para el maestro venezolano las razones son simples, a
la escuela no se va a aprender a ser ciudadano, sino que se asiste a ella precisamente
porque se es ciudadano. En otras palabras, la escuela es popular no porque forme a un
pueblo sino porque es el pueblo el que hace la escuela.
Rodríguez afirma categóricamente que para que una república exista es imprescindible
un pueblo republicano y esto no se logra sólo con palabras. De allí la necesidad de
actuar. Para Rodríguez, el ciudadano se sostiene al afirmar prácticamente la inexistencia
de dos tipos de pueblos, uno superior y otro inferior. Así es su escuela, asumiendo que
sólo hay un pueblo soberano y está constituido por todos, sin excepción (RODRÍGUEZ,
1999, Pp. 274-275). Este carácter inclusivo puede verse en la edición de 1842 de
Sociedades americanas. Allí escribe:

“los hombres no están en sociedad para decirse que tienen necesidades -ni para
aconsejarse que busquen como remediarlas- ni para exhortarse a tener paciencia; sino
para consultarse sobre los medios de satisfacer sus deseos... Para tratar de su bienestar,
no deben perder consultores, ni medios de consultar = cada hombre excluido del
Consejo es un voto de menos, y un perjuicio” (RODRÍGUEZ, 1999, p. 324).

Al igual que muchos de sus contemporáneos, para Rodríguez, el concepto de ciudadano


se articula con los de universalidad e igualdad. Sin embargo, los interpreta de modo
singular, inédito. La proposición “todos son ciudadanos” (RODRÍGUEZ, 1999, p. 284)
no expresa apenas una propiedad por todos compartida. Es una invitación
incondicionada, que trasciende cualquier condición social, étnica o cultural de las
personas. Para Rodríguez, independientemente de la condición de indio, criollo, cholo,
negro, zambo, mulato o peninsular una persona es ciudadana. Muchos pasajes de su
obra apoyan esta idea, por ejemplo, en La defensa de Bolívar (RODRÍGUEZ, 1999)
afirma, en referencia al sistema republicano: “por el pueblo y para el pueblo se hace
todo – todos componen el pueblo y cada uno debe obedecer al pueblo, porque el pueblo
es el soberano” (RODRÍGUEZ, 1999, p. 289).
En una verdadera república nadie podía quedar fuera. En este sentido, para
Rodríguez todos y cada uno de los habitantes de Bolivia son ciudadanos y al mismo
tiempo todos constituyen el pueblo de la república. Por eso, es necesario una escuela
para todos.
Se suele pensar que popular es un adjetivo derivado del sustantivo pueblo. Las
acepciones de este término así lo indican y la historia pareciera convalidarlo. Sin
embargo, a partir del pensamiento de Rodríguez, existe otra forma de pensar esa
condición de la educación, más potente y novedosa. Lo popular es un verbo, es la
acción de inventar pueblo. La escuela filosófica popular es aquella escuela que, al
asumir al pueblo como una totalidad de iguales sin exclusiones, inventa pueblo a cada
instante, no como un objetivo indeterminado, sino como una consecuencia práctica
cotidiana.
Inventar pueblo no significa crear ciudadanos. Tampoco es dotar a los hombres
y mujeres de los contenidos y herramientas necesarias para vivir en democracia. Es algo
anterior. Un examen del verbo inventar puede ayudarnos. Ese verbo tiene, al menos, dos
sentidos: uno, más habitual, relacionado a la creación, en general, individual. Se habla
así de personas inventivas, creativas, y se piensa la creación o invención como algo que
emana de una subjetividad, un movimiento de adentro hacia fuera. Sin embargo, si
revisamos la etimología de la palabra invento, derivada del latín inventus, veremos otra
señal. In-ventus, de la preposición in, “en”, “dentro” y del participio pasado del verbo
venire, significa literalmente “que ha llegado, arribado, venido dentro”, o sea, la
invención es una acción de afuera hacia adentro. Inventar, en este sentido, requiere la
fuerza no de una emanación sino de un abrirse, hacer lugar, dar espacio.
En este otro sentido, la acción de inventar pueblo, el popular como verbo, es una
invitación irrestricta a todos y cualquiera para participar de un espacio común donde
todos son bienvenidos en calidad de iguales y nadie vale más. Es un abrir las puertas y
ventanas de forma incondicionada a todas, todos, cualquiera, en el interior de una
escuela. Todos/as adentro de la escuela, porque todos/as son ciudadanos/as. Así la
educación inventa escuela, inventa al pueblo en la escuela, la abre a todo el pueblo. Esto
no quiere decir que no haya otros espacios populares: políticas, músicas, deportes,
culturas. Pero la escuela tiene un lugar singular porque es la propia construcción por el
pueblo de un espacio y tiempo común para pensarse y vivir como pueblo.
El ofrecimiento es incondicionado: todas, todos, cualquiera puede (tiene poder
para) ser parte activa en la problematización y construcción de una nueva forma de vida
común, de un nuevo presente. Es una invitación para todas, todos, por igual. Todos
somos igualmente invitados. Es una invitación igualitaria de las diferentes identidades,
sexualidades, etnias, saberes, fortunas, lugares sociales, religiones, etc.
En el mundo desigualitario que vivimos, esta invitación igualitaria tiene un
carácter subversivo. Frente a la evidencia de las desigualdades que inundan la realidad,
se afirma la igualdad sin condiciones, se afirma un mundo educativo de iguales, con la
igualdad como principio.
Pueblo, en este contexto, es el colectivo compuesto por todos los seres humanos
dispuestos a ser parte activa en la invención de una escuela, en la creación del propio
presente a partir del despliegue de una invitación igualitaria. Es una totalidad abierta,
una entre tantas posibles. No es cerrada, como cuando es asociada a una nacionalidad,
por ejemplo, el pueblo brasileño, argentino, venezolano, etc. Esta utilización, como
señala Badiou, “… arrastra el lastre de una identidad cerrada – siempre ficticia – de tipo
racial o nacional” (BADIOU, 2014, p. 18). Los que no cumplen la condición identitaria
se quedan afuera del pueblo.
Diferentemente, pueblo en la escuela popular es una totalidad no identitaria,
abierta, siempre dispuesta a modificarse. Lo popular de la escuela es esa acción, en la
forma de apertura, una invitación a todos y a cualquiera de vivir una vida en común, de
ser autores de su propio presente.

d. Conclusiones
Si recuperamos la escuela filosófica popular de Simón Rodríguez es porque la
pensamos como un aporte original. Se trata, no solo de una novedad para el
pensamiento educativo del siglo XIX, sino también un poderoso interlocutor para
pensar la educación de nuestros días. Una forma muy diferente a la impulsada por las
políticas neoliberales vigentes, que ven en la educación un elemento de
mercantilización y consumo, encargada, principalmente, de proveer la mano de obra
que le requiere el mercado laboral.
Escuela filosófica popular es un concepto que tiene una localización histórica,
antropológica y social. Tal como hemos escrito, se trata de una invención en el campo
de la educación en la ciudad de Chuquisaca durante las primeras décadas del siglo XIX.
Al igual que toda creación, se inscribe en el devenir general de lo humano y establece
relaciones particulares y específicas con el resto de las invenciones de ese género. Por
ejemplo, existe un vínculo muy estrecho entre los conceptos de escuela filosófica
popular y de ciudadano tal como es expresado en la constitución de Haití de 1806.
Ambos generan efectos políticos y filosóficos comunes a partir de la igualdad como
principio.
Si bien, el énfasis de esta clase es de carácter filosófico, en este caso se imponen
algunas pinceladas históricas para situar el surgimiento de la escuela filosófica popular
que queremos manifestar en este trabajo. Con todo, pensamos que este concepto posee
una fuerza filosófica y política que excede su contexto histórico y que lo proyecta a
otros tiempos, como el nuestro. Es creado, aparece, en un momento histórico
determinado: Chuquisaca, naciente República de Bolivia, en el año 1826, en el interior
del grupo criollo dominante de la ciudad. Pero puede ser pensado en cualquier momento
de la historia y provocar efectos; puede incluso romper con los modos dominantes de
pensar en otro tempo, como el nuestro. Si bien es producido en un tiempo concreto,
mensurable e inscripto en una lengua particular, el mismo puede ser rescatado del
olvido y asumido por cualquier persona en cualquier momento. La escuela filosófica
popular de Rodríguez nos interesa como dato vivo de la educación. Queremos pensar y
vivir una escuela filosófica que afirme la igualdad en cada una de sus prácticas y que se
anime a crear pueblo a partir de ellas. En un contexto hostil a lo popular, deseamos
explorar los rasgos y posibilidades de esta escuela como apertura creativa a nuevos
presentes.
A lo largo de esta clase presentamos la escuela filosófica popular. Pensamos en
torno a la afirmación igualitaria y la creación de pueblo. Respecto del primer punto, nos
interesa destacar el carácter axiomático de la igualdad que afirma la escuela de
Rodríguez. De acuerdo con esta postura, la igualdad es un principio que no necesita
demostrarse, sino practicarse. Se trata de vivir cotidianamente de acuerdo al despliegue
de las consecuencias que supone esa afirmación. Es decir, vivir como iguales, afirmados
como iguales, donde todos y todas tienen cabida.
El segundo punto, la creación de pueblo, se apoya precisamente sobre el
anterior. Popular es considerado como acción y no como adjetivación. La acción de lo
popular es la encarnación de ese vivir igualitario. Es la creación de un nuevo presente
en el que nadie vale más que nadie y todos, todas son bienvenidos.
Bienvenidos y bienvenidas a la escuela filosófico popular.

Bibliografía citada
BADIOU, A. “Veinticuatro notas sobre los usos de la palabra “pueblo””. In: A.A.V.V. ¿Qué es
un pueblo?. Buenos Aires: Eterna Cadencia, 2014, p. 9-20.
____ . La Filosofía frente al comunismo. Buenos Aires: Siglo XXI, 2016
CIRIZA, A; FERNÁNDEZ, E. “El dispositivo discursivo del socialismo utópico. Los escritos
de Simón Rodríguez”. Revista de Filosofía, Nº 18, Maracaibo, Universidad de Zulia,
1993, p. 77-85.
ESCOBARI DE QUEREJAZU, L. Cacique, yanaconas y extravagantes. Sociedad y educación
colonial en Charcas s. XVI-XVIII. La Paz: Plural, 2012.
ESCOLANO, A. Economía y educación técnica en la ilustración española. In: Revista de
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391.
GARCÍA SÁNCHEZ, Y. La educación Colonial en la Nueva Granada: entre lo doméstico y lo
público. Revista de Historia de la Educación Latinoamericana, vol 7, 2005, p. 219-240.
MANRIQUE FIGUEROA, C. Libros, lectores y bibliotecas en el México colonial.
Iberoamérica global, vol. 1, n. 3, 2008, p. 190-200.
RAWICZ, D. Ensayo e Identidad cultural en el siglo XIX latinoamericano. Simón Rodríguez y
Domingo F. Sarmiento. México: Universidad de la Ciudad de México, 2003.
RODRÍGUEZ, Simón. Obras completas. T.I; T.II. Caracas: Presidencia de la República, 1999.
VERA PEÑARANDA, P. Simón Rodríguez y sus ideas de educación popular en Bolivia. La
Paz: IEB, Inst. Estudios Bolivianos, 2009.

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