Escrito por Chahua Fernández, Sandra Belén (19150296)
Alumna de la sección 13, en la carrera de Trabajo Social
Cuando somos víctimas de la violencia, cuando matan a un ser querido, cuando
nos quitan algo de valor, cuando nos hacen daño, solo queremos que la persona que nos causó el dolor que sentimos, por cualquiera de los casos anteriores, se sienta de la misma manera. Queremos que sufra, que pague una condena, que vaya a la cárcel o en peor de los casos que muera.
La pena de muerte, pena capital o ejecución consiste en provocar la muerte a un
condenado por parte del Estado, como castigo por cometer un delito establecido en la legislación. Sin embargo, también, la pena de muerte es la forma más extrema de pena cruel, inhumana y degradante de castigar, sin contar que es irreversible. Lo que significa, que los errores cometidos no se pueden deshacer y una persona inocente podría ser juzgada injustamente. Pero dejando de lado el suponer una injusticia, nos preguntamos: Si matas a una persona, ¿no mereces morir tú también?, acaso ¿No tienen las víctimas de delitos violentos y sus familias derecho a justicia? Y si no es así ¿Cuál sería un correcto castigo para un asesinato, sino es la pena de muerte? Estas son las preguntas que circulan en nuestra mente, al intentar identificar si la pena de muerte para estos delincuentes es buena o mala. A continuación intentaré responderlas acatando mi punto de vista respecto a este tema.
En el Perú no es posible aplicar la pena de muerte, pues formamos parte del
Pacto de San José de Costa Rica conocido mundialmente como la Convención Americana sobre Derechos Humanos y éste en su artículo 4[1], que se refiere al derecho a la vida, no permite su ejecución. Aunque muchas veces observamos casos aberrantes en el país como la violación y asesinato de la pequeña Jimena que conmovió a todos y se deseaba la pena de muerte para su agresor. No podemos argumentar que la pena de muerte logrará que casos como este no se repitan o al menos disminuyan. No existen pruebas verosímiles de que la pena de muerte disuada de cometer delitos de forma más eficaz que la pena de prisión. De hecho, en los países en los que se ha prohibido la pena de muerte no han aumentado las cifras relativas a la delincuencia. En algunos casos, la realidad es que han disminuido. En Canadá, la tasa de asesinatos en 2008 fue inferior a la mitad de la de 1976, cuando se abolió la pena de muerte en el país. Las personas que han perdido a seres queridos en crímenes terribles tienen derecho a ver a la persona responsable rendir cuentas en un juicio justo con un castigo adecuado, sin embargo, como han dicho muchas familias que han perdido a seres queridos, la pena de muerte no puede verdaderamente aliviar su sufrimiento. Simplemente extiende ese sufrimiento a la familia de la persona condenada. Amnistía Internacional, la organización que promueve los derechos humanos, afirma en su página web “La venganza no es la respuesta. La respuesta se basa en reducir la violencia, no en ocasionar más muertes”.
Finalmente, como se ha dicho, no existen pruebas que justifiquen que la pena
de muerte reduzca la delincuencia, por el contrario la ejecución o la amenaza de la ejecución solo causan maltrato físico y psicológico, para la persona. En mi opinión una sociedad que ejecuta a delincuentes está cometiendo la misma violencia que condena.