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Fábula asiática

Leonel Delgado Aburto

ldelgadoa@u.uchile.cl

Rey Rosa, Rodrigo. Fábula asiática. Alfaguara, 2016

Cuando uno compra un Rey Rosa editado por Alfaguara, es publicitariamente recibido

por Roberto Bolaño en solapas y contraportadas. Dice Bolaño, el publicista, que Rey Rosa es el

mejor de su generación. Junto a Bolaño, hay toda una serie de recomendaciones más, sobre todo

de medios españoles (Babelia, El País, etc.) y autores internacionales. (La edición que tengo es

la de Alfaguara de Argentina, pero imagino que se trata de una edición simultánea en varias

capitales. No me consta que Alfaguara Guatemala, si es que aún existe, la edite paralelamente.)

La solapa sirve también para detallar la carrera, y obra publicada (sobre todo por Alfaguara) del

guatemalteco, que originalmente publicaba, según entiendo, en varias editoriales diversas

(incluyendo, al menos, una obra en Anagrama: pero se sabe que todo migra hacia la

concentración editorial). En resumen: Bolaño nos corteja para comprar el producto mientras los

peritextos nos convencen de la internacionalidad y prestigio del autor. (Hago notar esto porque

también hay circulación de Rey Rosa en editoriales de origen centroamericano, y de consumo

“interno”; siempre es bueno mantener esa tensión entre circulación y recepción “provinciana” y

consagración internacional; por ejemplo, hay una versión de La orilla africana editada por F&G

en Guatemala.)

Se diría que Rey Rosa es el mejor novelista centroamericano de la actualidad. Por los

temas amplios que ha abordado y por su capacidad de “deslocalizarse” frente a los expedientes
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identitarios e insertarse en la globalización, resulta mucho más dúctil y moderno que Sergio

Ramírez. Por la calidad de su prosa (que no elude la simbolización poética) y virtuosismo

narrativo (con gran apoyo en el uso de elipsis y silencios) resulta mucho más significativo que

Horacio Castellanos Moya. Ahí donde Ramírez o Castellanos Moya aparecen atrapados por los

fantasmas de lo nacional (Ramírez rearmando, Castellanos Moya despotricando), la soltura de

Rey Rosa para transgredir esos referentes sin dejar de aludir a expedientes identitarios, sobre

todo en obras específicas, es notable. A propósito, el volumen recogido por Alfaguara, Imitación

de Guatemala: cuatro novelas breves (2013), que contiene, entre otras, El cojo bueno.

En Fábula asiática (2016) tanto la internacionalización del autor como sus mejores

cualidades de narrador parecen contemplarse desde una mirada auto-irónica, y quizá

secretamente desesperada. (La autoironía es una característica de Rey Rosa y sus obras, por

ejemplo cuando enfrentó la realidad biopolítica guatemalteca en El material humano.) Esa

especie de doble del autor, Rubirosa en Fábula asiática (se entiende el juego con el nombre),

escritor de origen mexicano, ingresará a una especie de jet set internacional de radicales que

buscan una suerte de eutanasia del mundo, o una desactivación parcial de las comunicaciones

que retarde la decadencia mundial. Es irónico, en efecto, que el comportamiento a lo jet set

(gente que viaja en jet) haga colindar a burgueses más o menos filantrópicos, científicos de

punta, aunque no necesariamente primermundistas, artistas contemporáneos, mafias y

organizaciones terroristas. Las orillas (“orilla africana”) no son esos espacios eutópicos que se

podían imaginar desde los estudios culturales, sino verdaderas líneas de combate por la

supervivencia, el destino del mundo o la reproducción de lo subjetivo y lo humano. La orilla se

ha vuelto biopolítica.
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Se trata, por supuesto, de una novela distópica que coquetea con la ciencia ficción.

Reinstala, además, en intención o alegóricamente, las preocupaciones en torno a las relaciones

entre ciencia y novela. ¿Puede una novela tener estatus científico? ¿Qué frontera es esa que

divide el conocimiento científico y su diseminación social o cultural? ¿Cómo entra el género

novela en tal problema? ¿Se puede descentrar, en un contexto unipolar de globalización, el

conocimiento científico desde el Sur? ¿Implica este descentramiento automáticamente derivar en

“terrorismo”?

Estas preguntas han sido respondidas diversamente por autores tan disímiles como

Houellebecq, Sebald o Pámuk, y más cercana y contemporáneamente por Pedro Cabiya. (Rey

Rosa podría estar más cercano a Pámuk y Cabiya. En La casa del silencio (1983), Pámuk

advierte el provincialismo del científico colonial, pero con horizontes nacionales determinados.

En Malas hierbas (2010), Cabiya mezcla archivos epistemológicos diversos con conocimientos

tradicionales para “transculturizar” el expediente de los zombies.

Rey Rosa, por su parte, afila el enfoque sobre las interrelaciones entre ciencia, poder,

terrorismo y mercado del arte, en un estado postcontemporáneo del mundo en que ciertas elites

liberales o radicales, podrían unirse en una utopía salvadora (frente al problema de las

migraciones desde el sur, esa orilla africana o asiática). Este horizonte post-nacional no deja de

ser aterrador, y ahí es donde colindan utopía y destrucción. (Uno de tantos códigos narrativos

que Rey Rosa integra en la novela es Gravity, la conocida película de Alfonso Cuarón. Me

pregunto si el origen mexicano de Cuarón y su estrellato internacional no son parcialmente

ironizados en la figura del mexicano Rubirosa.)

No obstante su borde distópico, el planteamiento inicial de Fábula asiática no aparenta

la frivolización narrativa que alguien podría suponer de mi descripción. En 2015, Alfaguara


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publicó Tres novelas exóticas, que incluye la novela que es quizá el mejor logro literario de Rey

Rosa: La orilla africana (1999). Su calificación de novela exótica es sugerente del pródigo filón

orientalista de la literatura del guatemalteco, tocado sobre todo por la vida en Tánger y su

conocida vinculación con (la literatura de) Paul Bowles, a quien la novela homenajea en la figura

de Jonh Field, pintor de celajes. “Pintó el último el día de su muerte.” (49). La imagen que ofrece

Rey Rosa de Bowles, es decir, Field, no es inocente o mero adorno. Bowles (el artista o novelista

por antonomasia) funciona como engarce entre mundos. Así cuando se refiere a Osama Bin

Laden: “A mí me gusta la idea de ese hombre escapando de los americanos a caballo por el

desierto a la luz de la luna. Podría ser un buen cuadro, ¿no?, si, digamos, Delacroix la hubiera

pintado.” (42). En esta ironía se deja ver que ningún expediente orientalista podría ser inocente,

incluida la novela que leemos. Este cuestionamiento implica que la localización del

artista/novelista contemporáneo es una de contradicciones y perspectivas ambiguas.

Al igual que en otras de sus obras, la estructura de esta novela de Rey Rosa se basa en el

montaje. En este caso, la tecnología funciona como “manuscrito” encontrado: casetes, memorias

electrónicas (correos electrónicos), sueños más o menos psicotrópicos que tienen que ver con

profecías o movilidad en el mundo del Mediterráneo (la gran orilla europea, se diría). Uno

espera, sobre todo en la primera parte, el desarrollo más o menos distante y contrastante con el

mundo árabe, entrelazado hábilmente por las dotes editoriales del ficcional autor mexicano

Rubirosa. Pero lo que sobreviene después es mucho más perturbador.

A partir de la Segunda Parte, sobreviene un relato poliédrico, si bien elíptico, sobre la

potencia de los hijos de la periferia, genios infantiles que juegan con la ciencia e imaginan una

eutanasia universal. Hay cierto riesgo “Harry Potter” en estas partes (grupo juvenil entusiasmado

por alguna alquimia, y agrupados en torno a un secreto). Pero el otro gran tema es la frontera
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biopolítica (ilustrado por los inmigrantes muriendo de meningitis en Patmos). Patmos nos indica,

obviamente, el apocalipsis del presente.

Aunque “orientalista” podría tener un deje peyorativo, en este caso reviste una compleja

relación cosmopolita, e incluso de relación sur-sur o entre expedientes coloniales, que relativiza

la dominante estudiada por Edward Saíd. (Sobre este aspecto, remito a las lecturas de la obra de

Rey Rosa que ha hecho Alexandra Ortiz, por ejemplo, “Literaturas sin residencia fija: poéticas

del movimiento en la novelística centroamericana contemporánea”, Revista Iberoamericana No.

242).

En Fábula asiática la distopía se ve incrustada en el archivo exótico. Cuando se piensa la

ciencia en esta novela, con algunos de sus tópicos popularizados por los medios (por ejemplo, la

del genio científico), el foco se desplaza hacia el sur (Marruecos, Grecia, Guatemala, México)

sin perder la relación con los centros tecno-científicos (la NASA, el Silicon Valley,

¿Hollywood?). Estos vínculos apuntan a una relación potencialmente destructiva o

potencialmente salvadora; esa indecisión es lo que ofrece al lector un rescoldo de desesperación,

que suponemos ha sufrido el autor también.

La incrustación de la distopía en la narración más o menos orientalista (que en cierto

sentido ya se presentía en La orilla africana), deja la sensación que uno ha comenzado a leer una

versión actualizada de aquella otra novela (La orilla africana) y que algunos de sus presupuestos

han entrado en crisis. Me parece que principalmente está en cuestión o en discusión en la novela,

la función estética de la obra de arte en general. Queda indicado el poder biopolítico de lo que

potencialmente es hoy obra artística, sobre todo, para el caso de un novelista, la cuestión de la

narración de/sobre los otros. Con qué ética acercarse a esos otros, y cómo imaginar futuro junto a

ellos. Esta crisis de representación está circundada por un mundo borgeano, específicamente el
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de “El Aleph”, que extiende sus tentáculos en el presente a través de la tecnología y la ciencia,

las redes, los satélites y los drones. (Además, este expediente borgeano es explicitado como

genealogía en los epígrafes: Luciano de Samosata, Jenofonte, Voltaire).

Al igual que El material humano, Fábula asiática parece una novela escéptica con

respecto al poder que tradicionalmente se le ha asignado a la literatura y el escritor,

particularmente en los espacios latinoamericanos marcados por el modelo de “ciudad letrada”.

Rey Rosa parece decir que la literatura se ha movido a espacios no tradicionales y que sus

efectos y posibilidades requieren ser repensados. Su politización es problemática, tanto como la

de la obra de arte en general, en un mundo en que las orillas y bordes se multiplican. El escritor,

tal y como lo ilustra Rubirosa en la novela, puede convertirse en el sujeto más ingenuo de todos

dentro de un sistema de poder descentrado en que elites científicas, artísticas y financieras

colindan y se entremezclan.

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