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Las Artes Visuales en Venezuela. Desde la Colonia Hasta el Siglo XX, de Simón Noriega.

La

Colonia y el Siglo XIX

La Colonia

El período colonial está comprendido entre la fundación de las primeras ciudades, en el siglo

XVI, y la Declaración de la Independencia, en el siglo XIX. El imperio español y el catolicismo

dominan la cultura del territorio nacional. Las artes, por tanto, están principalmente al servicio de

la difusión religiosa.

La arquitectura colonial venezolana es, en general, pobre, en comparación con la de los

virreinatos de México y Perú, y se debe a sus tímidas dimensiones, sus materiales modestos y su

mano de obra poco capacitada. A pesar de esto, presenta un nivel de abstracción aceptable

respecto de los modelos hispanos referenciales, lo que le confiere autonomía.

Junto con los templos, las viviendas son las construcciones más representativas de este

período. Como siempre, al factor ambiental influyó de tal manera en su construcción que definió

ciertos rasgos dependiendo de la zona geográfica. En el centro, oriente y la región llanera del

país se prefirieron los techos de paja y las paredes de bahareque, mientras que en la región

andina se prefirió el uso de la piedra y la tapia. El modelo de vivienda más emblemático es aquel

que, producto de la presencia andaluza, posee amplios patios, jardines, y corredores distribuidos

en torno a un patio central.

Entre los ejemplos más significativos de este modelo está la «Casa de las ventanas de

hierro», ubicada en la ciudad de Coro. La tradición barroca es su principal fuente, pero comparte

lugar con elementos arquitectónicos criollos, y hasta holandeses, como el hastial de una de sus

fachadas y las columnas bulbosas de sus corredores.

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Los templos, según las Leyes de Indias, se construían al lado del Ayuntamiento o de la

Gobernación, en alguno de los ángulos de la Plaza Mayor. Muy pocos tienen forma de cruz

latina; la mayoría sigue una estructura rectangular, y la cantidad de sus naves varía entre tres,

cinco, o incluso una. El sistema de pares, tirantes y nudillos, heredado de la cultura mudéjar, es

el más común para la construcción de techos, pues representa un costo considerablemente

reducido, y su ejecución es sencilla. Ahora bien, en casi todos los casos estos techos no estaban

coronados por cúpulas, pues, al igual que las bóvedas, fueron elementos muy poco usados. En las

iglesias en que aparecieron adquirieron singularidades importantes, como la ausencia de tambor

y un pronunciado achatamiento. La Iglesia de Paraguachí ilustra muy bien este último rasgo.

En las fachadas se concentran los esfuerzos productivos: se perciben con mayor claridad los

vestigios de las corrientes y culturas que conforman el corpus estilístico, cuyos preceptos estaban

siempre sujetos a la modestia de la sociedad colonial, y sus condiciones económicas.

Mientras el Renacimiento y el Barroco nutren la arquitectura, la Edad Media se cuela en la

pintura. En la colonia las obras pictóricas cumplían una función puramente instructiva, a través

de las imágenes religiosas. Son el medio de difusión del programa cultural del imperio español

para una población mayoritariamente analfabeta. Venezuela importa gran número de imágenes

religiosas provenientes de Europa, especialmente grabados, y los pintores venezolanos realizan

sus obras a partir de estas. La reproducción de la reproducción desemboca en composiciones

opacas y de volúmenes tímidos.

El paisaje, las naturalezas muertas y el retrato son en esta época modalidades marginales que,

no obstante, encuentran cierto espacio para la enunciación. Es en el retrato donde la calidad

técnica y el manejo de las dimensiones son mucho más exhaustivos. Lo más cercano a la pintura

academicista dentro de este género puede ser el retrato de Fray Antonio González de Acuña.

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A pesar de las dificultades terminológicas, son innegables los vestigios del manierismo en la

pintura venezolana, en especial en la religiosa. Obras como Visitación y La visión del Beato

Alonso Rodríguez son de los mejores ejemplos de su influencia. La primera, de 1660, muestra

uno de los temas más comunes en la producción manierista europea, y se conjuga con las formas

esbeltas, la elegancia y la sinuosidad. El manierismo propicia una complejización del estatismo

renacentista, presente hasta cierto punto en la pintura colonial. La «linea serpentinata» es uno de

los artificios más afectivos para romper el hieratismo de los personajes, proporcionándoles una

estructura similar a una “S”.

Dentro de la producción pictórica religiosa sobresale un autor anónimo, conocido como

«Pintor de El Tocuyo». Sus obras muestran un tratamiento singular de los colores y los

volúmenes, logrados en gran parte mediante ángulos muy agudos en los ropajes.

Juan Pedro López, por su parte, es considerado el pintor con mayor influencia barroca

durante el período colonial venezolano. Aunque sus obras a simple vista difieren

significativamente entre sí, el tratamiento del espacio, el color y la gestualidad de los personajes

—incluyendo la “mirada visionaria”— traza una autoridad. Tal es el caso de obras tan

aparentemente disímiles como El Cristo de la caña, La Inmaculada Concepción, Martirio de San

Bernabé y Jesús Cautivo.

En cuanto a la escultura, se sabe que su producción estuvo totalmente condicionada por la

iglesia, y su desarrollo no fue tan vistoso como lo fue el de la pintura o la arquitectura. De ella se

ocuparon artesanos, incluyendo talladores y pintores, y adquirió relevancia a partir del siglo

XVIII. Entre los más resaltantes exponentes de esta época se encuentran el ebanista Domingo

Gutiérrez, el pintor José Francisco Rodríguez y el mismo Juan Pedro López, cuya producción

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pictórica y escultórica, según Carlos F. Duarte, no está nítidamente distinguida debido a que su

pintura se inspira en la imaginería tallada y su escultura en la pintada.

El Siglo XIX

El siglo XVIII es el año de consolidación de la vida colonial en Venezuela. A partir de esta

fecha se convierte en la colonia agrícola más productiva del imperio español, hasta que llega la

Guerra de Independencia. El contexto bélico entorpece el desarrollo de las artes en general, hasta

la tercera década del siglo XIX, cuando comienza a florecer la actividad pictórica y se dan a

conocer las obras de artistas como Juan Lovera. Por estas mismas fechas, la Sociedad Económica

de Amigos del País funda una escuela de dibujo y pintura, en 1835. Hubo, a partir de ese

momento, un incremento de la actividad artística, no sólo de venezolanos, sino también de

extranjeros. Estos últimos, además de retratistas, fueron los primeros antecedentes de la pintura

paisajística en el país, como es el caso de Ferdinand Bellermann.

Alejados de un ideal de perfección formal, están aquellos artistas que, como propuesta de

Francisco Da Antonio, se han llamado «arclásicos», quienes prefirieron continuar con el

imaginario colonial en lugar de seguir preceptos academicistas. De los cambios que introducen

se cuenta una mayor carga de realismo.

Concibiendo la historia como crónica, Juan Lovera se interesa en mostrar los personajes de la

sociedad colonial, y lo hace en obras como El tumulto del 19 de abril de 1810 y La firma del

acta de la independencia de 1811. Simultáneamente comienza a masificarse el uso de la

fotografía, y surge un interés por contribuir con el desarrollo de la ciencia; cosa que lleva a

Carmelo Fernández, dibujante, a realizar mapas.

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A partir de los años cuarenta y cincuenta se realizan proyectos de construcción y

remodelación, lo cual representa una oportunidad para introducir un estilo neoclásico y

neogótico. Olegario Meneses, quien considera que la arquitectura tiene como meta la comodidad

pública y privada, realiza, entre otros proyectos, el Palacio de Gobierno de Maracaibo. El

neogótico es el documento principal de José G. Solano, quien diseña la remodelación de la

Iglesia de la Santísima Trinidad, más tarde convertida en Panteón Nacional.

Durante el mandato de Guzmán Blanco, el pensamiento se posa sobre la historia patria.

Resalta Martín Tovar y Tovar gracias a sus escenas bélicas de la Guerra de Independencia, junto

con otros pintores cuyo interés es inmortalizar los sucesos de la historia de Venezuela,

conformando una tradición épica. Estos tuvieron como principal mecenas a Antonio Guzmán

Blanco, quien desde 1870 hasta 1888 promovió el enriquecimiento de la cultura, con el decreto

de instrucción pública obligatoria y gratuita. Una de las obras más importantes de este período es

La Batalla de Carabobo, de Tovar, donde los hombres son indistinguibles de la naturaleza, en

una especie de sacralización del contexto independentista.

En 1884, en los sectores oficiales de París, surge un interés por el contenido social —que

decenios atrás, con el Romanticismo, había sido elevado—, pero rechazando, sin embargo, un

realismo contestatario como el Courbet, esencialmente rebelde. Cristóbal Rojas, quien tensiona

entre lo épico y el realismo academicista, tiene la oportunidad de formarse en la capital francesa,

y pronto es aceptado por sus obras de contenido social, que no estaban destinadas a provocar

protestas sino a transmitir compasión, como en el caso de El violinista enfermo. Se considera que

en obras siguientes, como Dante y Beatriz, Rojas exhibe su contacto con el simbolismo, y deja

en evidencia su concepción de la pintura, definida por él como la impresiones del color en la

visión.

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A partir de esta obra se establece una distinción marcada entre Tovar y Rojas, ya que el

primero prefiere los trazos definidos, sólidos y lisos, mientras que el segundo adopta cierta

rebeldía propia del Romanticismo, procurando mostrar lo que no está presente, lo inacabado, a

través de trazos más difusos y las sombras.

La tensión entre la historia y la mitología se hace presente en la obra de Arturo Michelena,

quien explora la tradición clásica, al mismo tiempo que transmite la historia de Venezuela. Su

artificio media entre lo neoclásico y la expresividad barroca, como en la pintura: Leda y el cisne.

Junto con la pintura, la arquitectura experimenta un cambio radical durante el gobierno de

Guzmán Blanco: es el afrancesamiento que impulsa lo que permite la circulación de las estéticas

neoclásicas, neogóticas y neobarrocas en las edificaciones de Caracas, y masifica la construcción

de bulevares, puentes e iglesias. El arquitecto más destacado de esta época es Juan Hurtado

Manrique, quien diseñó, entre otras obras, el Templo Masónico.

El final del mandato de Guzmán Blanco coincide con la proliferación de un fenómeno que

venía gestándose desde mediados de siglo: la pintura paisajística, a través de los mismos

Cristóbal Rojas y Arturo Michelena, claramente influenciados por el impresionismo de Degas,

Monet, Renoir, y otros autores con los que tuvieron contacto en Francia. Formalmente consiguen

una luminosidad sin precedentes en la pintura venezolana, y Techos de París, de Rojas, se

reconoce como el primer antecedente del paisaje urbano en el país.

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