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Discurso pronunciado por Emilia Pereyra en la ceremonia de

aceptación del Premio Nacional de Periodismo 2019

Señoras y señores:

Me complace compartir estos gratos momentos con todos ustedes, a quienes


agradezco la gentileza de asistir a esta ceremonia.

Agradezco profundamente la entrega de este Premio Nacional de Periodismo


2019 al Ministerio de Educación y al Colegio Dominicano de Periodistas,
gracias a la decisión de un acreditado jurado que valoró mi trayectoria
profesional iniciada a finales de los años 80, antes de que obtuviera mi
grado de licenciatura en Comunicación Social en la Universidad Autónoma
de Santo Domingo.

De manera especial dedico este galardón a la memoria de mi madre, Minerva


Pérez, quien estimuló muy tempranamente mi interés por la lectura y la
literatura, a mi padre Luis Emilio (Bolívar) Pereyra, por respaldarme
incondicionalmente, a mis hermanos Diliana, Hamlet e Israel y a mi hijo
Eduardo.

Además, evoco con gratitud a mi maestra de la secundaria, la hermana


Dionne Mañón, quien enseñaba español y literatura en el Colegio San José,
de Azua, donde ella descubrió que yo tenía habilidades para la escritura y me
motivó a seguir mi naciente vocación.

También recuerdo con mucho cariño a mis compañeros y compañera del


colegio y de la época universitaria, de los cuales tenemos aquí muy buena

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representación. Con ellos compartí mucho tiempo, así como con mis
maestros y superiores y colegas de los ambientes académicos y laborales.

Lo cierto es que fue motivo de regocijo recibir la inesperada nueva sobre


este reconocimiento, feliz resultado de una propuesta de candidatura que
hicieran hace algunos años dos queridas amigas y colegas de la etapa
universitaria al comité evaluador.

Y a propósito, algunas personas han advertido que con la entrega de este


premio se resalta por primera vez a alguien de una generación de periodistas
que ingresó a los medios tras la caída de la dictadura de Trujillo, el
derrocamiento de Juan Bosch, la guerra del 1965 y los gobiernos de
Balaguer. También se ha resaltado que es la cuarta vez que el galardón se le
otorga a una mujer, luego de haberlos ganado las prestigiosas colegas
Minerva Isa, Margarita Cordero y Carmenchu Brusiloff.

Aunque llegué al periodismo a través de la literatura, gracias a las buenas


perspectivas que este arte le proporcionó a mi vida, en la adolescencia,
cuando residía en Azua, donde nací, mi vocación periodística ha sido tan
robusta como la literaria. Además, me ha llevado a explorar diversas
facetas, ya que no solo he ejercido el reporterismo con intensidad, sino que
también he podido desempeñar otros roles y cultivar la investigación en
diversas etapas de mi carrera.

Por fortuna, en este ciclo de mi vida se me ha dado la oportunidad en Diario


Libre, medio para el cual laboro, de continuar explorando otra faceta que me
ha cautivado. Me refiero a la indagación sobre el pasado, a la que llegué
luego de hacer una especialización en investigación histórica e historia del
Caribe.

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Como habrán podido percibir, mi ejercicio profesional ha atravesado
diversos períodos, desde que empecé a andar por estos complejos caminos,
cuando escribíamos en las ruidosas maquinillas Olympia y ni por asomo
suponíamos que en unos años usaríamos las revolucionarias tecnologías
de la información hoy omnipresentes y que han determinado que el
periodismo enfrente grandes retos en vista de que trabajamos en ambientes
cambiantes y exigentes, no exceptos de riesgos e incertidumbres, que a
menudo nos hacen pensar en cuál será el rumbo de esta profesión a la que se
les han multiplicado los competidores gracias al avance tecnológico que
intercomunica en tiempo real a todos los rincones del planeta y que ha
democratizado la difusión de la información, de las creencias y estilos de
vida, lo cual ha despojado a los medios tradicionales del control de la
divulgación.

Conviene recordar que está en nuestras manos la práctica idónea de la


profesión, revistiéndola de dignidad y fortaleza para que aporte con mayor
certeza al progreso cultural y material de nuestro país, necesitado de
paradigmas, en todas las áreas, pues para la supervivencia de la nación se
requiere no solo mucho esfuerzo si no de figuras inspiradoras, que proyecten
su genuino interés por el avance colectivo, tal como en el pasado lo
demostraron personas de gran reciedumbre, visión progresista, espíritu
democrático, integridad probada y firme determinación.

Una de las mayores riquezas que proporciona el periodismo a quien lo ejerce


es que ensancha sus horizontes, porque permite observar y analizar los
contrastes y complejidades de la sociedad.

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Esta experiencia agudiza la sensibilidad y enriquece el conocimiento, pues
en la mañana podemos cubrir inundaciones, accidentes o huelgas en lugares
pocos favorecidos y más tarde asistir a grandes eventos, lo cual da la
sensación de que vivimos yendo de un extremo a otro.

Ahora, por ejemplo, podríamos entrevistar al vendutero de la esquina o al


más encumbrado político, empresario o cantante que suele figurar en las
portadas y en las webs más populares.

Y ese ir y venir desde los niveles donde prevalecen la pobreza y el dolor,


hasta los escenarios más deslumbrantes, donde parecen eternizarse las
riquezas y los aplausos, nos acerca a las realidades de nuestro entorno.

En esos ambientes ejercemos el periodismo, entre precariedades y


tentaciones, entre grandezas y miserias, situaciones que deben motivarnos a
nosotros, los periodistas, a mantener la curiosidad y la prudencia y a
centrarnos en la misión básica que es indagar e informar eludiendo los
intereses particulares, centrándonos en el propósito de contribuir para que
se puedan resolver los problemas comunes.

En este tiempo de cambios vertiginosos es necesario que nos ocupemos de


lo fundamental y se fomenten los valores más elevados, se proteja a la
población, se fortalezca la educación y se estimule la lectura.

Las extraordinarias transformaciones de los últimos años han traído grandes


beneficios, que sin dudas impulsan el progreso económico y social y son
capitales para la medicina, la comunicación, la ingeniería y la aeronáutica,
entre muchos otros campos, pero también están causando problemas,
muchos de los cuales atañen al periodismo. Y mencionamos, por ejemplo,

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la casi incontable cantidad de medios de comunicación de todo tipo que
coexisten y a la torrentosa difusión de contenidos y audiovisuales en webs
y redes sociales que convierten el día a día en una babel, que nos deja
sin posibilidad de digerir los caudales de datos, sonidos e imágenes que
recibimos donde quiera que estemos, sin que en determinados casos
podamos discernir si reflejan la realidad o la falsía.

Las noticias engañosas, las famosas fake news, se han convertido en


auténticos problemas, que han afectado incluso campañas políticas y
generado investigaciones de alto nivel en varios países, pero nadie sabe
exactamente cómo enfrentarlas.

Nosotros no somos ajenos a estos fenómenos de la posmodernidad. No


podemos eludir la aldea global del docto McLuhan. También en nuestros
territorios se manifiesta la manipulación relacionada con la política, la
economía y otros ámbitos, desde los que se difunden noticias farsas y se
busca cambiar percepciones e incidir en la llamada posverdad, una forma
eufemística de llamar a la tergiversación y a la mentira.

El panorama es muy complicado. Sin embargo, no existen vías de retorno.


Esta es la realidad y tenemos que afrontarla, ejerciendo con responsabilidad
nuestro oficio y comprendiendo que ahora lo único garantizado es el cambio
y que la calidad siempre abre caminos.

Estas nuevas realidades, parte del espectáculo de luces y sombras del que
somos protagonistas y testigos, no deben enmascarar el lamentable hecho
de que, como país, tenemos que superar muchos problemas y mejorar, pues
es sabido por todos que seguimos manteniendo prácticas negativas, como es
la cultura política clientelar, el frecuente incumplimiento de las leyes, la

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injusta distribución de las riquezas, la inseguridad ciudadana y el dolo y
también el ejercicio banal del periodismo.

Gobernantes y gobernados debemos ocuparnos con valentía para que en


este siglo XXI nuestra nación pueda dar un verdadero salto hacia la
organización efectiva, la sólida institucionalización, la equidad social, la
educación de calidad y al ejercicio responsable de la comunicación, campo
en que tenemos gran incidencia los periodistas.

Es estimulante reconocer que podemos superar males y deficiencias si


realmente lo queremos. Hay que confiar en la capacidad de nuestra gente de
revertir situaciones desfavorables e injusticias, sin esperar que desde fuera
nos indiquen cuándo y cómo hacerlo, pues los dominicanos hemos
demostrado en momentos difíciles que podemos superarnos.

En el periodismo, debemos apostar a la honestidad, a la calidad, a la


revaloración de la cultura y al aprecio y al cuidado de nuestro idioma, al
ejercicio de la libertad de pensar, denunciar y criticar hechos y conductas
censurables, con sentido de la responsabilidad, tomando en consideración
que la sociedad deben recibir informaciones fiables e ideas que
contribuyan a su desarrollo.

El periodismo debe tomar lo mejor de las experiencias pasadas, del legado


de sus hombres y mujeres preclaros, y usar los recursos de la revolución
tecnológica para seguir aportando al progreso en todos los campos.

Nuestra profesión no debe renunciar, de ninguna manera, al poder de


contribuir a que nuestra sociedad sea más humana, justa e inclusiva y esté
mejor comunicada.

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Esperamos, pues, que confiemos más en nosotros mismos y en la capacidad
que tenemos para transformar el presente y delinear un futuro esperanzador.

Muchas gracias

6 de diciembre del 2019.


Palacio Nacional, Santo Domingo

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