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GUBER, R. (2001) La observación participante. En: La etnografía: Método, campo y reflexividad.

Colombia: Grupo Editorial Norma.

En el presente capítulo, Rosana Guber presenta las particularidades de la observación participante


como técnica de obtención de información. Como esta engloba actividades muy diversas a la vez, se
marca como una cualidad distintiva de esta, la ambigüedad o inespecificidad. La técnica se nutre de
dos factores constitutivos: por un lado, la experiencia - que consiste en la participación en el grupo,
comportarse “como uno más”, dentro de la sociedad estudiada - y, por otro lado, la testificación - una
observación sistemática y controlada, que normalmente sitúa al investigador fuera de la sociedad en
cuestión-.
Una de las alternativas para leer la epistemología de esta técnica es el positivismo, que concibe como
contrarias y disyuntivas estas dos formas de acceso a la información. Pero Guber argumentará que
estas diferencias son “más analíticas que reales” (p.58). Las miradas positivistas preferirían la
observación - externa y aséptica, como en un laboratorio - por sobre la participación, pues esta
introduce obstáculos a la objetividad debido al excesivo acercamiento con los informantes. Sería, pues,
un “mal necesario” aplicable sólo cuando la colectividad de estudio así lo requiera. Pero las otras
opciones epistemológicas, de corte naturalista e interpretativista, sostendrán que el entendimiento de
los significados que los sujetos intercambian en la vivencia no se puede dar de manera externa (incluso
la observación requiere siquiera un grado mínimo de participación para obtener información
significativa). Los seguidores de estas posturas defienden que “una cultura se aprende viviéndola” (p.
60), mostrando a la participación como una manera de acercarse más al objeto de estudio, en lugar de
empañarlo con obstáculos para el acceso. Al final de esta sección, Guber enuncia como la tensión
epistemológica distintiva de la investigación etnográfica la consideración como distante de “una
especie a la que se pertenece” (p.61), la cual se muestra tanto en la lógica práctica como en la teórica.
Guber menciona que el valor de la observación participante reside - entre otras cosas - en la evasión
del incontrolado sentido común de mediadores y, por tanto, en el acceso más directo a la complejidad
de la sociedad a investigar. Y continuando con la discusión sostiene que “se participa para observar y
que se observa para participar, esto es, que involucramiento e investigación no son opuestos sino
partes de un mismo proceso de conocimiento social” (p.62). No obstante, se debe notar que ninguna
de estos dos elementos se da de manera pura en la realidad: no es posible, pues, una observación
neutral y totalmente externa (en tanto siempre se involucran nuestras categorías y prenociones para
aprehender el mundo); así como la participación nunca se trata de una inmersión total (incluso cuando
se estudia la propia cotidianeidad, en el momento en que nos ponemos en el rol de “investigador”, la
forma de participar y observar cambia).
Cuando se trata de una colectividad distinta a la propia, la presencia directa de un investigador siempre
suscitará un proceso de significación para los pobladores, que los llevará a actuar de determinada
manera frente a este actor. Sobre ello, Guber sostiene que a lo largo del campo se irán aclarando estos
sentidos, y, en este mismo proceso, el investigador irá ganando alternativas distintas para asumir roles
que en un principio no son conocidos (en lugar de investigador, el de agricultor, ayudante, cuidador,
etc).
Guber prosigue resaltando una de las enseñanzas del trabajo de Malinowski, quien resalta la ventaja
e importancia de valorar “cada hecho cotidiano como un objeto de registro y de análisis, aun antes de
ser capaz de reconocer su sentido en la interacción y para los nativos” (p. 66). Como ejemplo expondrá
la picadura de insecto a una investigadora que le llevó a entender la cosmovisión de la colectividad y
contribuyó en la constitución de un vínculo afectivo y comunicacional más profundo.
Cabe resaltar que la idea de “participación correcta”, que siga pulcramente las normas y valores
locales, no es la única manera - ni la más deseable - de aproximación al campo, pues la transgresión
a estas mismas permitirá conocer los “distintos ángulos de la conducta social y evaluar su significación
en la cotidianeidad de los individuos” (p. 66). Estas transgresiones arman en gran medida el conjunto
de casualidades que define a la experiencia de campo, que se hilan finalmente bajo una lógica
argumental por la capacidad del investigador con la información recaudada.
Guber añade que “la participación no siempre abre puertas” (p.69), pues hay ocasiones donde las
reacciones viscerales, los medios de comunicación y acción empleados por el investigador son muy
distintos a los pobladores, y así no es tan fácil reconocer el sentido y uso de categorías para expresar
lo que se hace o viceversa (ejemplo del gesto de asco con Graciela sirvió como aprendizaje para el
investigador pese a la confusión). El científico debe, pues, ensayar la reciprocidad de sentidos con sus
informantes para recoger información más pertinente y real.
Hacia la sección final del texto, Guber comenta los matices que puede tomar la participación: desde
‘estar allí’ como testigo de los hechos hasta asumir un rol activo dentro de la actividad. Pero hay casos
donde el investigador no será aceptado por los objetivos que expone, y en esos casos se deberá optar
por “mimetizarse” en la práctica. Esto conlleva a convertirse en un participante pleno (que es más un
tipo ideal que una realidad concreta), aunque como desventajas la autora menciona el descuidar roles
estructural o contextualmente opuestos al adoptado, así como la incompatibilidad que se presentará
en ciertas ocasiones donde los atributos del investigador serán determinantes (por ejemplo, la
participación de una mujer investigadora en un ritual de hombres no podrá mimetizarse). Se concluye
que podemos encontrar en lo empírico tanto “participantes observadores” como “observadores
participantes”, pero esta elección será centralmente del investigador y de los pobladores. Guber
finalizará argumentando que la técnica de observación participante es ante todo un proceso (que
conlleva límites, avances, retrocesos, e inserciones sobre la comunidad de estudio).
La exploración analítica que ofrece Guber me pareció una propuesta interesante en tanto defiende la
valiosa ambigüedad de esta técnica, en lugar de mostrarla como una particularidad que se supera en
pro de un fin mayor. A nivel epistemológico, creo que me ubicaría más dentro de la segunda tendencia
que Guber presenta, porque la idea de permanecer totalmente externo y aséptico en la observación
como alguien que pasa desapercibido me parece inviable en la realidad; y, además, creo que siempre
habrá un espacio de separación entre el investigador participante y la comunidad (por más que
compartan muchos elementos y sentidos recíprocamente, los procesos de socialización son distintos
y, sobre todo, la intención con la que se entablan las relaciones en este contexto marcan pautas
diferenciadas entre ambos). Guber invita a abrir la mente y experimentar cada experiencia de campo
no rígidamente, sino como una mezcla única en cada ocasión, según la medida que se requiera por
los actores en estudio.

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