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Fragmentos Seleccionados Nietzsche
Fragmentos Seleccionados Nietzsche
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„Hasta ahora los hombres más poderosos han venido inclinándose siempre con
respeto ante el santo como ante el enigma del vencimiento de sí y de la renuncia
deliberada y suprema: ¿por qué se inclinaban? Atisbaban en él - y, por así
decirlo, detrás del signo de interrogación de su apariencia frágil y miserable - la
fuerza superior que quería ponerse a ,prueba a sí misma en ese vencimiento, la
fortaleza de la voluntad, en la que ellos reconocían y sabían venerar su propia
fortaleza y su propio placer de señores: honraban algo de sí mismos cuando
honraban al santo. A esto se añadía que el »espectáculo de un santo los volvía
suspicaces: tal monstruo de negación, de anti-naturaleza, no será deseada en
Vano, así se decían, haciéndose preguntas. ¿Acaso hay un motivo para hacer
eso, un peligro muy grande, que el asceta conoce más de cerca, gracias a sus
secretos consoladores y visitantes? En suma, los poderosos del mundo aprendían
un nuevo temor en presencia del santo, atisbaban un nuevo poder, un enemigo
extraño, todavía no sojuzgado: - la «voluntad de poder» era la que los obligaba a
detenerse delante del santo. Tenían que hacerle preguntas - - .“ (Más allá del
bien y del mal, 51).
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espiritual, aquel ideal vuelto total y completamente exoterico, despojado de todo
aparejo exterior, y, en consecuencia, no es tanto el resto de aquel ideal cuanto
su núcleo. El ateismo incondicional y sincero (—y su aire es lo unico que
respiramos nosotros, los hombres mas espirituales de esta epoca) no se
encuentra, segun esto, en contraposicion a aquel ideal, como a primera vista
parece; antes bien, es tan solo una de sus ultimas fases de desarrollo, una de sus
formas finales y de sus consecuencias
logicas internas, —es la catástrofe, que impone respeto, de una bimilenaria
educacion para la verdad, educacion que, al final, se prohibe a si misma la
mentira que hay en el creer en Dios. (Este mismo proceso evolutivo
se ha dado en la India, con total independencia, y, por tanto, demuestra algo: el
mismo ideal forzando a la misma conclusion; el punto decisivo alcanzado cinco
siglos antes de la era europea, con Buda, o, mas exactamente:
ya con la filosofia sankhya126 que luego Buda popularizo y convirtio en
religion.) ¿Qué es aquello que, si preguntamos con todo rigor, ha alcanzado
propiamente la victoria sobre el Dios cristiano? La respuesta se
encuentra en mi libro ≪La moralidad cristiana misma, el concepto de veracidad
tomado en un sentido cada vez mas riguroso, la sutilidad, propia de padres
confesores, de la conciencia cristiana, traducida y sublimada en conciencia
cientifica, en limpieza intelectual a cualquier precio. Considerar la naturaleza
como si fuera una prueba de la bondad y de la proteccion de un Dios; interpretar
la historia a honra de la razon divina, como permanente testimonio de un orden
etico del mundo y de intenciones eticas ultimas; interpretar las propias vivencias
cual las han venido interpretando desde hace tanto tiempo los hombres piadosos,
como si todo fuera una disposicion, todo fuese un signo, todo estuviese pensado
y dispuesto para la salvacion del alma: ahora esto ha pasado ya, tiene en contra
suya la conciencia, todos los espiritus mas finos consideran esto indecoroso,
deshonesto, lo consideran mentira, feminismo, debilidad, cobardia, —y
precisamente en virtud de este rigor somos, si lo somos en virtud de algo,
buenos europeos y herederos de la autosuperacion mas prolongada y mas
valerosa de Europa...≫ Todas las grandes cosas perecen a sus propias manos,
por un acto de autosupresion: asi lo quiere la ley de la vida, la ley de la
≪autosuperacion≫ necesaria que existe en la esencia de la vida, —en el ultimo
momento siempre se le dice al legislador mismo: patere legem, quam ipse tulisti
[sufre la ley que tu mismo promulgaste]. Asi es como perecio el cristianismo, en
cuanto dogma, a manos de su propia moral; y asi es como ahora tambien el
cristianismo en cuanto moral tiene que perecer, —nosotros nos encontramos en
el umbral de este acontecimiento. Despues de que la veracidad cristiana ha
sacado una tras otra sus conclusiones, saca al final su conclusión más fuerte, su
conclusion contra si misma; y esto sucede cuando plantea la pregunta «¿qué
significa toda voluntad de verdad?»... Y aqui toco yo de nuevo mi problema,
nuestro problema, amigos mios desconocidos (-— pues todavia no se de ningun
amigo): .que sentido tendria nuestro ser todo, a no ser el de que en nosotros
aquella voluntad de verdad cobre consciencia de si misma como problema?...
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Este hecho de que la voluntad de verdad cobre consciencia de si hace perecer de
ahora en adelante —no cabe ninguna duda— la moral: ese gran espectaculo en
cien actos, que permanece reservado a los dos proximos siglos de Europa, el
mas terrible, el mas problematico, y acaso tambien el mas esperanzador de todos
los espectaculos... .“ (La genealogía de la moral III, 27).
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Corta explicación de voluntad de poder:
[«¿Queréis saber qué es para mí “el mundo”? […] Es un monstruo de fuerza, sin
principio ni fin, una magnitud férrea y fija de fuerzas que ni crece ni disminuye,
y que únicamente se transforma, […] un juego de fuerzas y ondas de fuerza […]
un mar de fuerzas tempestuosas que se agitan y transforman desde toda la
eternidad y vuelven eternamente sobre sí mismas en un enorme retorno de los
años […] Éste es mi mundo dionisíaco, que se-crea-eternamente-a-sí-mismo y
que se destruye-eternamente-a-sí-mismo, este mundo-enigmático de la doble
voluptuosidad, mi “más allá del bien y del mal”, sin meta, a no ser que exista
una meta en la felicidad del círculo, sin voluntad; a menos que un anillo tenga
buena voluntad respecto a sí mismo. ¿Queréis un nombre para este mundo? ¿Y
una solución para todos sus enigmas? ¿Queréis una solución para todos
vosotros, los desconocidos, los fuertes, los impávidos, los hombres de
medianoche? –Este mundo es la voluntad de poder, y nada más que eso. ¡Sed
vosotros también esa voluntad de poder- y nada más que eso!»].
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„Al principio se llama buenas o malas a acciones sin ninguna relación con sus
motivos, sino exclusivamente por las consecuencias útiles o enojosas que tienen
para la comunidad. Pero en seguida se olvida el origen de estas designaciones, y
uno se imagina que las acciones en sí, en relación a sus consecuencias, entrañan
la calidad de «buenas» o de «malas», cometiéndose el mismo error que al llamar
dura a la piedra y verde al árbol, tomando la consecuencia como causa.“
(Humano, demasiado humano, KSA 2, 62).
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cosas, la identidad de la misma cosa en diferentes puntos del tiempo; pero esta
ciencia ha nacido de la creencia opuesta (que existían ciertamente cosas de este
género en el mundo real). Lo mismo sucede con las matemáticas, que
seguramente no habrían nacido si se hubiera sabido desde el primer momento
que no hay en la Naturaleza ni línea exactamente recta, ni círculo verdadero, ni
grandeza absoluta.“ (Humano, demasiado humano, KSA 2, 30f.).
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semejantes. Pero creo que respecto a razas enteras y a generaciones sucesivas,
cuando la necesidad y la penuria han forzado a los hombres a comunicarse y a
entenderse mutuamente con rapidez y sutileza, termina por darse un excedente
de esa fuerza y de ese arte de la comunicación, algo así como un tesoro
progresivamente acumulado que aguarda que el heredero haga de él un uso
derrochador. Los llamados artistas son esos herederos, lo mismo que los
oradores, los predicadores, los escritores; todos ellos son los últimos eslabones
de una larga cadena, "nacidos tardíamente" en el mejor sentido de la palabra,
derrochadores (por naturaleza). Si se considera correcta esta observación, se me
permitirá continuar en el sentido de mi supuesto; la conciencia, en general, sólo
ha podido desarrollarse bajo la presión de la necesidad de comunicación; desde
un principio la conciencia sólo era necesaria y útil en las relaciones
interpersonales, sobre todo entre el que mandaba y el que obedecía, llegando a
desarrollarse en función del grado de dicha utilidad. La conciencia no es, en
definitiva, más que una red de vínculos entre los hombres, y sólo en cuanto tal
debió desarrollarse (si hubiera vivido aislado como un animal salvaje, el
hombre habría podido pasar muy bien sin ella). El hecho de que nuestros actos,
nuestros pensamientos, nuestros sentimientos y hasta nuestros movimientos se
nos hagan conscientes no es sino el resultado del imperio espantosamente largo
que un "debe" ha ejercido en el hombre; él, el animal más amenazado,
necesitaba ayuda, protección, necesitaba a sus semejantes, era preciso que
supiera ser inteligible para expresar su angustia –y para todo esto necesitaba
antes que nada la "conciencia", incluso para "saber" lo que le hacía falta, para
"saber" lo que experimentaba, para "saber" lo que pensaba–. Es que, por decirlo
una vez más, el hombre, como toda criatura viviente, piensa constantemente,
aunque lo ignora; el pensamiento que llega a ser consciente no es sino una
ínfima parte, y podríamos decir que la más superficial y más mediocre –pues
sólo este pensamiento consciente se da a conocer con palabras, es decir, con
signos de comunicación, por lo que se revela el origen de la conciencia
misma–. En pocas palabras, el desarrollo del lenguaje y el desarrollo de la
conciencia (no de la razón) se dan la mano. A esto se agrega que no es sólo el
lenguaje quien tiende un puente entre un hombre y otro, sino también la mirada,
la presión, el gesto. La toma de conciencia de nuestras impresiones sensibles, la
capacidad de fijarlas y de situarlas, por así decirlo, fuera de nosotros han
aumentado en proporción a la necesidad creciente de transmitirlas a otro
mediante signos. El hombre, inventor de signos, es a la vez el hombre que
adquiere una conciencia cada vez más aguda de sí mismo. Sólo en cuanto animal
social aprendió el hombre a ser consciente de sí mismo, y sigue aprendiéndolo
aún de forma creciente. Mi opinión, como puede verse, es que la
conciencia no pertenece al fondo de la existencia individual del hombre, sino
más bien a todo lo que hace de él una naturaleza comunitaria y gregaria; que la
conciencia se ha desarrollado, de esta manera, sutilmente en relación con la
utilidad comunitaria y gregaria, y que cada uno de nosotros, sí o sí, a pesar de la
mejor voluntad de comprenderse individualmente todo lo posible, de "conocerse
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a sí mismo", no haremos sino llevar a nuestra conciencia lo no individual, lo que
es "medio". Nuestro pensamiento se ve más valorado por el carácter de la
conciencia –por el "genio de la especie", que reina en ella– y vuelve a traducirse
según la perspectiva del rebaño. Nuestros actos son, en el fondo, íntegra e
incomparablemente personales, únicos, individuales en un sentido ilimitado, eso
está fuera de duda; pero ni bien los traducimos a la conciencia, dejan de
parecerlo... Tal es, a mi juicio, el fenomenalismo, el perspectivismo propiamente
dicho. La naturaleza de la conciencia animal implica que el mundo del que
podemos llegar a ser conscientes no es más que un mundo superficial, un mundo
de signos, un mundo generalizado, vulgarizado; todo lo que llega a ser
consciente se vuelve al mismo tiempo chato, endeble, reducido hasta la
estupidez del estereotipo gregario; toda toma de conciencia remite a una
operación de generalización, de banalización, de falsificación, a una operación
profundamente corruptora. Para acabar, la conciencia, por su nacimiento mismo,
constituye un peligro, y quien viva entre los europeos más conscientes sabrá que
es también una enfermedad. No es, como puede adivinarse, la oposición entre el
sujeto y el objeto lo que aquí me preocupa; dejo esta distinción a los teóricos del
conocimiento que se han dejado atrapar en los nudos corredizos de la gramática
(esa metafísica para el pueblo). Menos aún es la oposición entre la "cosa en sí" y
el fenómeno, pues estamos lejos de conocer lo suficiente para poder hacer esta
distinción. El hecho es que no disponemos de ningún órgano propio para el
conocimiento, para la "verdad"; no "sabemos" (o creemos o imaginamos) sino lo
que puede ser útil al interés del rebaño humano, de la especie, y lo que aquí
llamamos "utilidad" no es a fin de cuentas más que creencia, imaginación, tal
vez hasta esa estupidez tan sumamente funesta por la que un día moriremos.“
(La gaya ciencia 354).
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„Lo que llamamos el «yo». El lenguaje y los prejuicios sobre los que
éste se configura, impiden muchas veces profundizar en el estudio de los
fenómenos internos y de los instintos, habida cuenta de que sólo
disponemos de palabras para designar los grados superlativos de éstos. De
este modo, nos hemos acostumbrado a no observar con exactitud cuando
carecemos de palabras, dado que sin ellas resulta extremadamente
laborioso discurrir con precisión. En otras épocas hasta se llegó a
pensar que donde acaba el reino de las palabras termina también el de la
existencia. Las palabras «ira»,«amor», «compasión», «deseo», «conocimiento»,
«alegría», «dolor» son términos que hacen referencia a situaciones extremas; los
grados más mesurados e intermedios se nos
escapan, y no digamos ya los grados inferiores, pese
a q u e e s t á n a c t u a n d o constantemente y a que son los que tejen la tela
de nuestro carácter y de nuestro destino. S u c e d e a v e c e s q u e e s t a s
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e x p l o s i o n e s e x t r e ma s — y e l p l a c e r o e l d e s a g r a d o má s vulgares
de los que tengamos conciencia pueden formar parte de estas
explosiones extremas, según una valoración exacta— desgarran
la tela y constituyen violentas erupciones, la mayoría de las veces como
resultado de represiones. ¡A cuántos errores inducen entonces al observador,
incluyendo al hombre activo! En cuanto que somos, no somos lo que
parecemos ser de acuerdo únicamente con las condiciones de las que
tenemos conciencia y para las que disponemos de palabras, de censuras
y alabanzas. Haciendo uso sólo de esas explicaciones burdas, que es lo único
que conocemos, nos desconocemos a nosotros mismos; sacamos
conclusiones en un terreno en el que las excepciones superan a la regla;
nos equivocamos al interpretar el enigma de nuestro yo, que sólo resulta
claro aparentemente. Sin embargo, la opinión que tenemos de nosotros mismos
, opinión que nos hemos formado por esta vía falsa, lo que llamamos nuestro
Yo, actúa desde ese momento para configurar nuestro carácter y nuestro
destino.“ (Aurora 115).
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