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Capítulo XXXIX
Al cabo de media hora, caminábamos aún sobre capas de osamentas.
ANTES de leer
Seguíamos adelante poseídos por una ardiente curiosidad. ¿Qué otras Lectura
maravillas, qué otros tesoros para la ciencia guardaría aquella caverna? Según el título, ¿de qué crees que se trata
Mi vista estaba preparada para
globo:todas
la encinalas
que sorpresas,
se elevaba juntoya mi imaginación,
la palmera, para la historia?
el eucalipto australiano
todos los asombros. que creció junto al abeto de Noruega, el abedul del norte que mezclaba sus
¿Qué animales antediluvianos encontraron
en aquel lugar y cuáles eran sus características?
gajos con los del kauris zelandés; tan heterogéneo conjunto era capaz de per-
Hacía largo rato que las costasturbarsea loshabían
más hábilesperdido
clasificadoresdetrás de las
de la botánica colinas del
terrestre.
De repente, me paré y con la mano detuve a mi tío.
osario. El imprudente profesor, sin pensar adónde íbamos, me arrastraba ¿Has leído algúnGLOSARIO libro de ciencia ficción?
La luz difusa dejaba entrever, en la profundidad del bosque, las formas más di-
lejos. Avanzábamos sin hablar, bañados
versas. Había por
creído ver... ¡No! las
¡Habíaondas eléctricas.
visto, en realidad, Por un
formas gigantes que se ¿Cuál?
osamenta. Esqueleto del ser humano
fenómeno que no me pudemovían explicar,
debajo la luz,árboles!
de los gracias a efecto,
¡Eran, en su difusión, entonces
animales enormes, un rebaño y de los animales.
entero de mastodontes, no fósiles, sino vivos, y similares a aquellos cuyos restos arborescente. Que tiene forma o aspecto
completa, iluminaba uniformemente
se descubrieron en las1801
diversas superficies
en los pantanos de lasa aquellos
de Ohio! Observaba cosas.gran- que recuerda a un árbol.
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MÁS INFORMADOS
Julio Verne nació en Nantes, Francia, en 1828. A los diecinueve años viajó a París para estudiar leyes con el objetivo de convertirse
en abogado, como su padre. Por aquel entonces, Francia vivía un momento muy relevante de su historia y París era el epicentro:
luego de la Revolución de 1848, se proclamó la Segunda República y el príncipe Luis Napoleón asumió el gobierno; se estableció
el sufragio universal, y la abolición de la esclavitud llegó a las colonias francesas. Verne encontraría en París la magia y el encanto
de una ciudad bulliciosa, por cuyas calles tendría el gusto de pasearse junto con escritores como Alejandro Dumas y Honorato de
Balzac. En 1857, ya graduado como abogado, se casó con Honorine de Viane, con quien tuvo a su único hijo, Michel.
Pero, en realidad, la vocación de Verne no eran las leyes, sino la literatura. Él, que era un viajero incansable y un estudioso de
diversas materias, como Matemática, Física, Química, Oceanografía, Geología y Astronomía, se adelantó a su tiempo a través de
la fantasía: narró viajes espaciales, travesías en submarino y hasta videoconferencias, cuando la ciencia apenas soñaba con estos
avances. Por todo esto, se lo considera como uno de los precursores de la ciencia ficción. Entre sus obras más importantes se
encuentran Cinco semanas en globo, De la Tierra a la Luna, Veinte mil leguas de viaje submarino y Viaje al centro de la Tierra. Murió en
Amiens, en 1905.
—¡Ven! ¡Ven! —grité arrastrando a mi tío quien, por primera vez en su vida,
VOCABULARIO
se sometió mansamente a una voluntad que no fue la suya.
Un cuarto de hora después, habíamos perdido de vista al terrible enemigo. Daga: arma blanca, de hoja corta.
Escollera: obra hecha con piedras echadas
Hoy que pienso en él, tranquilamente, ahora que mi corazón se ha calmado al fondo del agua, para formar un dique de
y que han pasado varios meses desde aquel extraño y sobrenatural hallazgo, defensa contra el oleaje.
¿qué debo pensar?, ¿qué debo creer? ¡No! ¡No es verdad! ¡Nos engañaron
Osífero: relativo a la formación de los hue-
los sentidos! ¡Nosotros no vimos eso! ¡No existe ninguna criatura humana
sos.
en tal mundo subterráneo! ¡Ninguna generación de humanos habita aque-
llas cavernas interiores de la Tierra sin protegerse de los habitantes de su Protopiteco: primate primitivo.
superficie, sin comunicarse con ellos! ¡Afirmar otra cosa es una insensatez,
una locura!
Prefiero aceptar la existencia de algún animal cuya imagen se aproxime a
la del ser humano, algún simio de las primeras épocas geológicas, algún
protopiteco, algún mesopiteco similar al descubierto por el señor Lartet en
el manto osífero de Sansan.
¡Mas la talla del que tomamos por un ser humano superaba todas las medi-
das ofrecidas por la paleontología moderna! ¡No importa! ¡Un mono, sí, un
mono, por increíble que parezca! ¡Pero un ser humano, un ser humano vivo,
y con él toda una generación perdida en las profundidades de la Tierra...!
¡Jamás!
Sin embargo, nos alejamos rápidamente del bosque claro y luminoso,
mudos de asombro, mareados por un estupor que era casi embruteci-
miento. Corríamos a pesar de todo. Nuestra huida semejaba la sucesión de
espantosos saltos que nos parece dar durante ciertas pesadillas. Instintiva-
mente, nos orientábamos hacia el mar Liddenbrock. Y no sé en qué sende-
ros se habría extraviado mi mente si no hubiese surgido un problema que
me llamó a la realidad.
Aunque estaba seguro de que pisaba un terreno virgen para mí, obser-
vaba frecuentemente grupos de rocas de forma similar a las de la ensenada
Graüben, lo que se confirmaba además por la indicación de la brújula y
nuestra involuntaria desviación al norte del mar Liddenbrock. Era cosa de
no fallar. Centenares de arroyos y cascadas caían desde las vertientes. Me
parecía volver a ver la capa de Surtarbrandur, nuestro fiel HansBach y la
gruta en que volví a la vida. Unos metros más adelante, la disposición de las
piedras, la presencia de un arroyo, el sorprendente perfil de un acantilado,
terminaron por sumergirme en un mar de dudas.
Hice saber mi indecisión a mi tío, el cual también dudó. No podía guiarse en
aquel panorama tan uniforme.
—Es evidente —aclaré— que no hemos regresado a nuestro punto de
partida, pero la tormenta nos ha desviado un poco hacia el sur y, bordeando
la costa, hallaremos la ensenada Graüben.
—Entonces —respondió mi tío— es inútil continuar esta exploración, y lo
mejor que se puede hacer es regresar a la balsa. Pero, ¿estás seguro de no
equivocarte, Axel?
—No me animo a decir tanto, tío, porque todas estas rocas son iguales.
Creo, sin embargo, reconocer el promontorio debajo del cual fabricó Hans
el navío. Debemos hallarnos cerca del ancón, si no está aquí mismo —agre-
gué, examinando una pequeña ensenada que creí haber visto antes.
—No, Axel; al menos, encontraríamos nuestras propias huellas, y yo no distingo nada...
—¡Pues yo veo algo! —contesté, dirigiéndome hacia algo que brillaba en la arena.
—¿Qué es?
—¡Esto! —contesté.
Y enseñé a mi tío un puñal que acababa de recoger.
—¡Ser humano...! —expresó el profesor—. ¿Habías tú traído esta daga?
—¿Yo? ¡No! ¿Y tú?
—Que yo recuerde, tampoco —respondió el profesor—. Nunca he tenido en mi poder semejante objeto.
—Y menos en el mío, tío.
—¡Pues es extraño!
—No; muy sencillo. Los islandeses acostumbraban usar armas de este tipo; esta pertenecía a Hans y la habrá olvidado...
—¡Hans!
Mi tío movió la cabeza y estudió el arma atentamente.
—Axel —me dijo bastante serio—, este puñal es un arma del siglo XVI, una antigua daga como las que portaban en
su cintura los caballeros para asestar el golpe de gracia. Es de origen español. No te pertenece, ni tampoco a mí, ni al
cazador, ni a los seres humanos que viven, quizás, en las entrañas del planeta.
—¿Puedes creer...?
—¡No! Este puñal no se ha mellado perdiéndose en la garganta de nadie. Cubre su hoja una capa mohosa que no se
formó en un día, ni en un año, ni en una centuria.
El profesor se entusiasmaba, algo común en él, dejándose llevar por su imaginación fogosa.
—¡Axel! —exclamó—. ¡Vamos por la ruta acertada, por el camino del gran descubrimiento! ¡Este puñal ha quedado
abandonado en la costa hace cien, doscientos, trescientos años, y se melló entre las piedras de este mar subterráneo!
—¡Pero no habrá llegado solo ni se habrá mellado por sí mismo! ¡Alguien estuvo aquí antes!
—¡Sí! Un ser humano.
—¿Y ese ser humano?
—¡Ese ser humano esculpió su nombre con esta hoja! ¡Ese ser humano quiso marcar, con su propia mano, la ruta del
centro de la Tierra! ¡Busquemos! ¡Busquemos!
Y vivamente interesados, buscamos por la escollera, examinando las más pequeñas hendiduras susceptibles de ser
origen de una galería.
Por fin arribamos a un lugar en que se angostaba la playa. El mar bañaba la escollera y dejaba un paso que llegaba
apenas a una toesa. Entre dos rocas avanzadas, hallamos la entrada de un túnel oscuro.
Y allí, en una placa de granito, había dos letras extrañas, toscamente grabadas. Eran las dos iniciales del misterioso y
fantástico viajero.
—¡A. S.! —exclamó el profesor—. ¡Arne Saknussemm! ¡Siempre Arne Saknussemm!
Julio Verne, Viaje al centro de la Tierra.
ACTIVIDADES para aprender
1. Marca la respuesta correcta.
●● La narración ocurre en
una caverna.
un planeta lejano.
un bosque.
un laboratorio.
●● La vegetación que encontraron era igual a la de la época
secundaria.
cuaternaria.
terciaria.
primaria.
2. El Sol influye en el color de las plantas. Escribe el fragmento de la historia que confirma esta afirmación.
4. Escribe dos indicios que los personajes encontraron y que indicaban que un ser humano había pasado tiem-
po atrás por aquel lugar.
7. Responde.
●● ¿Qué crees que les habría pasado a los protagonistas si se hubieran presentado ante aquel ser humano gigan-
te?
●● ¿Por qué crees que el protagonista negó tan contundentemente la existencia de un ser humano gigantesco
en las profundidades de la Tierra?
8. A partir del siguiente fragmento, escribe una cualidad que crees tenía el tío de Axel.
«Grité arrastrando a mi tío quien, por primera vez en su vida, se sometió mansamente
a una voluntad que no fue la suya».
9. Indica qué tipo de conocimientos tenía el profesor Liddenbrock para reconocer el origen de la daga.
11. Escribe el nombre de una narración que hayas leído en la que el personaje principal descubre un mundo
asombroso.