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Viaje al centro de la Tierra

Un antiquísimo manuscrito encontrado por el profesor Liddenbrock prueba


VOCABULARIO
que es posible viajar a las entrañas de la Tierra. El científico y su sobrino
Axel, parten con rumbo a la costa occidental de Islandia, más precisamente Arborescente: que tiene forma o aspecto
hacia un volcán extinto que funcionará como acceso a las profundidades que recuerda a un árbol.
del globo. Ya en Islandia, contratan como guía a Hans, un lugareño que se Osamenta: esqueleto del ser humano y de
convertirá en un compañero incondicional. En su descenso por el interior los animales.
del volcán, vivirán increíbles aventuras que pondrán a prueba su valor y su
obstinación por cumplir su sueño. En este capítulo, Axel y su tío continúan
su recorrido por una caverna que les deparará grandes sorpresas...

Capítulo XXXIX
Al cabo de media hora, caminábamos aún sobre capas de osamentas.
ANTES de leer
Seguíamos adelante poseídos por una ardiente curiosidad. ¿Qué otras Lectura
maravillas, qué otros tesoros para la ciencia guardaría aquella caverna? Según el título, ¿de qué crees que se trata
Mi vista estaba preparada para
globo:todas
la encinalas
que sorpresas,
se elevaba juntoya mi imaginación,
la palmera, para la historia?
el eucalipto australiano
todos los asombros. que creció junto al abeto de Noruega, el abedul del norte que mezclaba sus
¿Qué animales antediluvianos encontraron
en aquel lugar y cuáles eran sus características?
gajos con los del kauris zelandés; tan heterogéneo conjunto era capaz de per-
Hacía largo rato que las costasturbarsea loshabían
más hábilesperdido
clasificadoresdetrás de las
de la botánica colinas del
terrestre.
De repente, me paré y con la mano detuve a mi tío.
osario. El imprudente profesor, sin pensar adónde íbamos, me arrastraba ¿Has leído algúnGLOSARIO libro de ciencia ficción?
La luz difusa dejaba entrever, en la profundidad del bosque, las formas más di-
lejos. Avanzábamos sin hablar, bañados
versas. Había por
creído ver... ¡No! las
¡Habíaondas eléctricas.
visto, en realidad, Por un
formas gigantes que se ¿Cuál?
osamenta. Esqueleto del ser humano
fenómeno que no me pudemovían explicar,
debajo la luz,árboles!
de los gracias a efecto,
¡Eran, en su difusión, entonces
animales enormes, un rebaño y de los animales.
entero de mastodontes, no fósiles, sino vivos, y similares a aquellos cuyos restos arborescente. Que tiene forma o aspecto
completa, iluminaba uniformemente
se descubrieron en las1801
diversas superficies
en los pantanos de lasa aquellos
de Ohio! Observaba cosas.gran- que recuerda a un árbol.

No se veía el foco en ningúndiosos


punto determinado
elefantes, cuyas enormes trompasdel espacio y no
danzaban bajo producía
los árboles como una
legión de serpientes. Sentía el rumor de sus largos colmillos, cuyo marfil arrasa-
ninguna clase de sombra. Se habría
ba los secularespensado quecrujían
troncos. Las ramas nos yencontrábamos en
las hojas, arrancadas en grandes BUEN VIVIR
medio del día, a mitad del verano y en algún punto de las regiones ecua-
masas, desaparecían en las bocas de tales monstruos.
¡Aquel sueño en que vi renacer todo el mundo de la era prehistórica, de la épo- Convivencia
toriales, bajo los rayos verticales del Sol. Todo vapor se había esfumado. Las
ca Terciaria y de la Cuaternaria, se transformaba en realidad! ¡Y estábamos allí, El compañerismo es un valor humano que nos
rocas, las montañas lejanas,solos,
algunas zonas
en las entrañas confusas
de nuestro mundo,de bosques
a merced distantes
de unos feroces habitantes! permite convivir con nuestros semejantes, a través
de la confianza y la comunicación.
tomaban un extraño aspecto Mi bajo la igual distribución luminosa. Nos pare-
tío observaba. CONEXIÓN
Conversa con un compañero acerca de cómo
se manifiesta este valor entre los personajes
cíamos a aquel increíble personaje
—¡Adelante!de —me Hoffmann
dijo súbitamente, quetomándome
perdió desuunsombra.
brazo—. ¡Adelante! de la lectura.
Eje o área
¡Adelante!
Después de una marcha de—¡No!
una—grité
milla,yo—.llegamos
¡No! ¡Estamos adesarmados!
los límites de unengran-
¿Qué haríamos medio de
INDICADORES:
ese rebaño de cuadrúpedos gigantescos? ¡Ven, tío, vuelve! ¡Ningún ser humano
dioso bosque, pero no un bosque deimpunemente
puede desafiar hongos como elestas
la cólera de que hallamos
terribles criaturas! cerca Desarrolla su imaginación.
de la ensenada Graüben. —¡Ningún ser humano!... —contestó mi tío, bajando la voz—. ¡Te equivocas, Participa durante la lectura.
Participa activamente en conversaciones.
Axel! ¡Mira, allá abajo!, ¡creo ver un ser viviente! ¡Un ser semejante a nosotros!
Era la vegetación de la época terciaria en todo su esplendor. Grandes
¡Un ser humano!
palmeras de especies hoy extintas, soberbios
Miré, encogiéndome guanos,
de hombros, decidido pinos,
a llevar tejos, cipreses
la incredulidad hasta sus
últimas consecuencias. Pero hube de rendirme a la evidencia.
y hayas representaban noblemente la familia de las coníferas, y se unían
¡Realmente, a menos de un cuarto de milla, recostado sobre un kauris enorme,
entre sí mediante una intrincada
había un red de lianas.
ser humano, un ProteoUn tapiz
de esas de subterráneas,
regiones musgos un alfom-
nuevo hijo
braba mullidamente el terreno. Algunos arroyos corrían bajo las suaves
de Neptuno que cuidaba aquel inmenso rebaño de mastodontes!

sombras, no muy dignas de ¡Inmanis


este nombre, porque, realmente, no había tales
pecoris custos, inmanior ipse! ¡Sí!... ¡Inmanior ipse! Aquel no era ya el ser
fósil cuyo cuerpo habíamos hallado en el osario, sino un gigante capaz de do-
sombras. En las márgenes brotaban helechos
minar a tales monstruos. arborescentes
Su talla era de más de doce pies. similares
Su cabeza,adellos
tama-
ño de la de un búfalo, se perdía en la maraña de una cabellera inculta. Era una
de los invernaderos del mundo habitado. Pero aquellos árboles, arbustos
real melena parecida a la del elefante de las primeras edades. Tenía en la mano
y plantas, al carecer del vivificador influjo
un gran tronco, del Sol,
digno cayado de unno pastortenían color.NosTodo
antediluviano. se in-
quedamos
móviles, absortos. Nos podían ver. Era preciso desaparecer.
mezclaba en una tinta uniforme y pardusca. Las hojas no mostraban su
—¡Ven! ¡Ven! —grité arrastrando a mi tío quien, por primera vez en su vida, se
habitual verdor, y las mismassometió
flores, tan numerosas
mansamente a una voluntad enquelanolejana época Tercia-
fue la suya.
ria que las vio nacer, ahora pálidas
Un cuarto dey sin
hora perfume,
después, habíamos se perdido
veíandecomo hechas
vista al terrible de
enemigo.
un papel descolorido por el paso del tiempo.
Hoy que pienso en él, tranquilamente, ahora que mi corazón se ha calmado y
que han pasado varios meses desde aquel extraño y sobrenatural hallazgo, ¿qué
debo pensar?, ¿qué debo creer? ¡No! ¡No es verdad! ¡Nos engañaron los sentidos!
¡Nosotros no vimos eso! ¡No existe ninguna criatura humana en tal mundo
subterráneo! ¡Ninguna generación de humanos habita aquellas cavernas inte-
riores de la Tierra sin protegerse de los habitantes de su superficie, sin comuni-
carse con ellos! ¡Afirmar otra cosa es una insensatez, una locura!

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Mi tío se aventuró bajo aquellos enormes vegetales. Yo lo seguí, con una cierta aprensión, puesto que si la Naturaleza
había realizado allí los esfuerzos de una alimentación vegetal, ¿por qué no encontrar también terribles mamíferos? En
los anchos claros que dejaban los árboles caídos y carcomidos por el tiempo, advertía leguminosas, aceríneas, rubiá-
ceas y otros mil arbustos comestibles, soñados por los rumiantes de todas las épocas. Después asomaban, confun-
didos y mezclados, los árboles de las más diversas comarcas del globo: la encina que se elevaba junto a la palmera,
el eucalipto australiano que creció junto al abeto de Noruega, el abedul del norte que mezclaba sus gajos con los
del kauris zelandés; tan heterogéneo conjunto era capaz de perturbar a los más hábiles clasificadores de la botánica
terrestre.
De repente, me paré y con la mano detuve a mi tío.
La luz difusa dejaba entrever, en la profundidad del bosque, las formas más diversas. Había creído ver... ¡No! ¡Había
visto, en realidad, formas gigantes que se movían debajo de los árboles! ¡Eran, en efecto, animales enormes, un rebaño
entero de mastodontes, no fósiles, sino vivos, y similares a aquellos cuyos restos se descubrieron en 1801 en los panta-
nos de Ohio! Observaba a aquellos grandiosos elefantes, cuyas enormes trompas danzaban bajo los árboles como
una legión de serpientes. Sentía el rumor de sus largos colmillos, cuyo marfil arrasaba los seculares troncos. Las ramas
crujían y las hojas, arrancadas en grandes masas, desaparecían en las bocas de tales monstruos.
¡Aquel sueño en que vi renacer todo el mundo de la era prehistórica, de la época Terciaria y de la Cuaternaria, se trans-
formaba en realidad! ¡Y estábamos allí, solos, en las entrañas de nuestro mundo, a merced de unos feroces habitantes!
Mi tío observaba.
—¡Adelante! —me dijo súbitamente, tomándome de un brazo—. ¡Adelante! ¡Adelante!
—¡No! —grité yo—. ¡No! ¡Estamos desarmados! ¿Qué haríamos en medio de ese rebaño de cuadrúpedos gigantes-
cos? ¡Ven, tío, vuelve! ¡Ningún ser humano puede desafiar impunemente la cólera de estas terribles criaturas!
—¡Ningún ser humano!... —contestó mi tío, bajando la voz—. ¡Te equivocas, Axel! ¡Mira, allá abajo!, ¡creo ver un ser
viviente! ¡Un ser semejante a nosotros! ¡Un ser humano!
Miré, encogiéndome de hombros, decidido a llevar la incredulidad hasta sus últimas consecuencias. Pero hube de
rendirme a la evidencia.
¡Realmente, a menos de un cuarto de milla, recostado sobre un kauris enorme, había un ser humano, un Proteo de
esas regiones subterráneas, un nuevo hijo de Neptuno que cuidaba aquel inmenso rebaño de mastodontes!
¡Inmanis pecoris custos, inmanior ipse! ¡Sí!... ¡Inmanior ipse! Aquel no era ya el ser fósil cuyo cuerpo habíamos hallado en
el osario, sino un gigante capaz de dominar a tales monstruos. Su talla era de más de doce pies. Su cabeza, del tamaño
de la de un búfalo, se perdía en la maraña de una cabellera inculta. Era una real melena parecida a la del elefante de las
primeras edades. Tenía en la mano un gran tronco, digno cayado de un pastor antediluviano. Nos quedamos inmóvi-
les, absortos. Nos podían ver. Era preciso desaparecer.

MÁS INFORMADOS
Julio Verne nació en Nantes, Francia, en 1828. A los diecinueve años viajó a París para estudiar leyes con el objetivo de convertirse
en abogado, como su padre. Por aquel entonces, Francia vivía un momento muy relevante de su historia y París era el epicentro:
luego de la Revolución de 1848, se proclamó la Segunda República y el príncipe Luis Napoleón asumió el gobierno; se estableció
el sufragio universal, y la abolición de la esclavitud llegó a las colonias francesas. Verne encontraría en París la magia y el encanto
de una ciudad bulliciosa, por cuyas calles tendría el gusto de pasearse junto con escritores como Alejandro Dumas y Honorato de
Balzac. En 1857, ya graduado como abogado, se casó con Honorine de Viane, con quien tuvo a su único hijo, Michel.
Pero, en realidad, la vocación de Verne no eran las leyes, sino la literatura. Él, que era un viajero incansable y un estudioso de
diversas materias, como Matemática, Física, Química, Oceanografía, Geología y Astronomía, se adelantó a su tiempo a través de
la fantasía: narró viajes espaciales, travesías en submarino y hasta videoconferencias, cuando la ciencia apenas soñaba con estos
avances. Por todo esto, se lo considera como uno de los precursores de la ciencia ficción. Entre sus obras más importantes se
encuentran Cinco semanas en globo, De la Tierra a la Luna, Veinte mil leguas de viaje submarino y Viaje al centro de la Tierra. Murió en
Amiens, en 1905.
—¡Ven! ¡Ven! —grité arrastrando a mi tío quien, por primera vez en su vida,
VOCABULARIO
se sometió mansamente a una voluntad que no fue la suya.
Un cuarto de hora después, habíamos perdido de vista al terrible enemigo. Daga: arma blanca, de hoja corta.
Escollera: obra hecha con piedras echadas
Hoy que pienso en él, tranquilamente, ahora que mi corazón se ha calmado al fondo del agua, para formar un dique de
y que han pasado varios meses desde aquel extraño y sobrenatural hallazgo, defensa contra el oleaje.
¿qué debo pensar?, ¿qué debo creer? ¡No! ¡No es verdad! ¡Nos engañaron
Osífero: relativo a la formación de los hue-
los sentidos! ¡Nosotros no vimos eso! ¡No existe ninguna criatura humana
sos.
en tal mundo subterráneo! ¡Ninguna generación de humanos habita aque-
llas cavernas interiores de la Tierra sin protegerse de los habitantes de su Protopiteco: primate primitivo.
superficie, sin comunicarse con ellos! ¡Afirmar otra cosa es una insensatez,
una locura!
Prefiero aceptar la existencia de algún animal cuya imagen se aproxime a
la del ser humano, algún simio de las primeras épocas geológicas, algún
protopiteco, algún mesopiteco similar al descubierto por el señor Lartet en
el manto osífero de Sansan.
¡Mas la talla del que tomamos por un ser humano superaba todas las medi-
das ofrecidas por la paleontología moderna! ¡No importa! ¡Un mono, sí, un
mono, por increíble que parezca! ¡Pero un ser humano, un ser humano vivo,
y con él toda una generación perdida en las profundidades de la Tierra...!
¡Jamás!
Sin embargo, nos alejamos rápidamente del bosque claro y luminoso,
mudos de asombro, mareados por un estupor que era casi embruteci-
miento. Corríamos a pesar de todo. Nuestra huida semejaba la sucesión de
espantosos saltos que nos parece dar durante ciertas pesadillas. Instintiva-
mente, nos orientábamos hacia el mar Liddenbrock. Y no sé en qué sende-
ros se habría extraviado mi mente si no hubiese surgido un problema que
me llamó a la realidad.
Aunque estaba seguro de que pisaba un terreno virgen para mí, obser-
vaba frecuentemente grupos de rocas de forma similar a las de la ensenada
Graüben, lo que se confirmaba además por la indicación de la brújula y
nuestra involuntaria desviación al norte del mar Liddenbrock. Era cosa de
no fallar. Centenares de arroyos y cascadas caían desde las vertientes. Me
parecía volver a ver la capa de Surtarbrandur, nuestro fiel HansBach y la
gruta en que volví a la vida. Unos metros más adelante, la disposición de las
piedras, la presencia de un arroyo, el sorprendente perfil de un acantilado,
terminaron por sumergirme en un mar de dudas.
Hice saber mi indecisión a mi tío, el cual también dudó. No podía guiarse en
aquel panorama tan uniforme.
—Es evidente —aclaré— que no hemos regresado a nuestro punto de
partida, pero la tormenta nos ha desviado un poco hacia el sur y, bordeando
la costa, hallaremos la ensenada Graüben.
—Entonces —respondió mi tío— es inútil continuar esta exploración, y lo
mejor que se puede hacer es regresar a la balsa. Pero, ¿estás seguro de no
equivocarte, Axel?
—No me animo a decir tanto, tío, porque todas estas rocas son iguales.
Creo, sin embargo, reconocer el promontorio debajo del cual fabricó Hans
el navío. Debemos hallarnos cerca del ancón, si no está aquí mismo —agre-
gué, examinando una pequeña ensenada que creí haber visto antes.
—No, Axel; al menos, encontraríamos nuestras propias huellas, y yo no distingo nada...
—¡Pues yo veo algo! —contesté, dirigiéndome hacia algo que brillaba en la arena.
—¿Qué es?
—¡Esto! —contesté.
Y enseñé a mi tío un puñal que acababa de recoger.
—¡Ser humano...! —expresó el profesor—. ¿Habías tú traído esta daga?
—¿Yo? ¡No! ¿Y tú?
—Que yo recuerde, tampoco —respondió el profesor—. Nunca he tenido en mi poder semejante objeto.
—Y menos en el mío, tío.
—¡Pues es extraño!
—No; muy sencillo. Los islandeses acostumbraban usar armas de este tipo; esta pertenecía a Hans y la habrá olvidado...
—¡Hans!
Mi tío movió la cabeza y estudió el arma atentamente.
—Axel —me dijo bastante serio—, este puñal es un arma del siglo XVI, una antigua daga como las que portaban en
su cintura los caballeros para asestar el golpe de gracia. Es de origen español. No te pertenece, ni tampoco a mí, ni al
cazador, ni a los seres humanos que viven, quizás, en las entrañas del planeta.
—¿Puedes creer...?
—¡No! Este puñal no se ha mellado perdiéndose en la garganta de nadie. Cubre su hoja una capa mohosa que no se
formó en un día, ni en un año, ni en una centuria.
El profesor se entusiasmaba, algo común en él, dejándose llevar por su imaginación fogosa.
—¡Axel! —exclamó—. ¡Vamos por la ruta acertada, por el camino del gran descubrimiento! ¡Este puñal ha quedado
abandonado en la costa hace cien, doscientos, trescientos años, y se melló entre las piedras de este mar subterráneo!
—¡Pero no habrá llegado solo ni se habrá mellado por sí mismo! ¡Alguien estuvo aquí antes!
—¡Sí! Un ser humano.
—¿Y ese ser humano?
—¡Ese ser humano esculpió su nombre con esta hoja! ¡Ese ser humano quiso marcar, con su propia mano, la ruta del
centro de la Tierra! ¡Busquemos! ¡Busquemos!
Y vivamente interesados, buscamos por la escollera, examinando las más pequeñas hendiduras susceptibles de ser
origen de una galería.
Por fin arribamos a un lugar en que se angostaba la playa. El mar bañaba la escollera y dejaba un paso que llegaba
apenas a una toesa. Entre dos rocas avanzadas, hallamos la entrada de un túnel oscuro.
Y allí, en una placa de granito, había dos letras extrañas, toscamente grabadas. Eran las dos iniciales del misterioso y
fantástico viajero.
—¡A. S.! —exclamó el profesor—. ¡Arne Saknussemm! ¡Siempre Arne Saknussemm!
Julio Verne, Viaje al centro de la Tierra.
ACTIVIDADES para aprender
1. Marca la respuesta correcta.
●● La narración ocurre en
una caverna.
un planeta lejano.
un bosque.
un laboratorio.
●● La vegetación que encontraron era igual a la de la época
secundaria.
cuaternaria.
terciaria.
primaria.

2. El Sol influye en el color de las plantas. Escribe el fragmento de la historia que confirma esta afirmación.

3. Responde: ¿Cómo eran las flores que encontraron en el bosque?

4. Escribe dos indicios que los personajes encontraron y que indicaban que un ser humano había pasado tiem-
po atrás por aquel lugar.

5. Escribe al frente de cada afirmación F, si es falsa, o V, si es verdadera.


Los personajes encontraron grandes edificaciones construidas por el ser humano.
La fauna y la flora eran gigantescas.
El profesor Liddenbrock y Axel hicieron contacto con el ser que cuidaba a los mastodontes.
Los personajes se desviaron hacia el sur.
El profesor Liddenbrock y Axel conocieron en persona a Arne Saknussemm.
6. Dibuja lo que pasó antes y después de la siguiente escena descrita.
Antes Después

¡Aquel sueño en que vi renacer todo


el mundo de la era prehistórica, de la
época Terciaria y de la Cuaternaria, se
transformaba en realidad! ¡Y estábamos
allí, solos, en las entrañas de nuestro
mundo, a merced de unos feroces
habitantes!

7. Responde.
●● ¿Qué crees que les habría pasado a los protagonistas si se hubieran presentado ante aquel ser humano gigan-
te?

●● ¿Por qué crees que el protagonista negó tan contundentemente la existencia de un ser humano gigantesco
en las profundidades de la Tierra?

8. A partir del siguiente fragmento, escribe una cualidad que crees tenía el tío de Axel.

«Grité arrastrando a mi tío quien, por primera vez en su vida, se sometió mansamente
a una voluntad que no fue la suya».

●● El tío de Axel era

9. Indica qué tipo de conocimientos tenía el profesor Liddenbrock para reconocer el origen de la daga.

10. Responde: ¿Te gustó este tipo de relato? ¿Por qué?

11. Escribe el nombre de una narración que hayas leído en la que el personaje principal descubre un mundo
asombroso.

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