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Viaje al centro de la Tierra

Un antiquísimo manuscrito encontrado por el profesor Liddenbrock prueba que es


posible viajar a las entrañas de la Tierra. El científico y su sobrino Axel, parten con Antes de leer
rumbo a la costa occidental de Islandia, más precisamente hacia un volcán extinto
que funcionará como acceso a las profundidades del globo. Ya en Islandia, contra- Según el título, ¿de qué crees que
tan como guía a Hans, un lugareño que se convertirá en un compañero incondi- se trata la historia?
cional. En su descenso por el interior del volcán, vivirán increíbles aventuras que
pondrán a prueba su valor y su obstinación por cumplir su sueño. En este capítulo,
Axel y su tío continúan su recorrido por una caverna que les deparará grandes
sorpresas.

Capítulo XXXIX ¿Has leído algún libro de ciencia


Al cabo de media hora, caminábamos aún sobre capas de osamentas. Seguíamos ficción? ¿Cuál?
adelante poseídos por una ardiente curiosidad. ¿Qué otras maravillas, qué otros
tesoros para la ciencia guardaría aquella caverna? Mi vista estaba preparada para
todas las sorpresas, y mi imaginación, para todos los asombros.
Hacía largo rato que las costas se habían perdido detrás de las colinas del osario. El
imprudente profesor, sin pensar adónde íbamos, me arrastraba lejos. Avanzábamos
sin hablar, bañados por las ondas eléctricas. Por un fenómeno que no me pude
explicar, la luz, gracias a su difusión, entonces completa, iluminaba uniformemente
las diversas superficies de las cosas. No se veía el foco en ningún punto determi-
nado del espacio y no producía ninguna clase de sombra. Se habría pensado que
nos encontrábamos en medio del día, a mitad del verano y en algún punto de
las regiones ecuatoriales, bajo los rayos verticales del Sol. Todo vapor se había
esfumado. Las rocas, las montañas lejanas, algunas zonas confusas de bosques
distantes tomaban un extraño aspecto bajo la igual distribución luminosa. Nos
parecíamos a aquel increíble personaje de Hoffmann que perdió su sombra.
Después de una marcha de una milla, llegamos a los límites de un grandioso
bosque, pero no un bosque de hongos como el que hallamos cerca de la ensenada
Graüben.
Era la vegetación de la época terciaria en todo su esplendor. Grandes palmeras
de especies hoy extintas, soberbios guanos, pinos, tejos, cipreses y hayas repre-
sentaban noblemente la familia de las coníferas, y se unían entre sí mediante una
intrincada red de lianas. Un tapiz de musgos alfombraba mullidamente el terreno.
Algunos arroyos corrían bajo las suaves sombras, no muy dignas de este nombre,
porque, realmente, no había tales sombras. En las márgenes brotaban helechos
arborescentes similares a los de los invernaderos del mundo habitado. Pero aque-
llos árboles, arbustos y plantas, al carecer del vivificador influjo del Sol, no tenían
color. Todo se mezclaba en una tinta uniforme y pardusca. Las hojas no mostraban
su habitual verdor, y las mismas flores, tan numerosas en la lejana época Terciaria
que las vio nacer, ahora pálidas y sin perfume, se veían como hechas de un papel
descolorido por el paso del tiempo.
—¡Ven! ¡Ven! —grité arrastrando a mi tío quien, por primera vez en su vida, se
sometió mansamente a una voluntad que no fue la suya.
Mi tío se aventuró bajo aquellos enormes vegetales. Yo lo seguí, con una cierta aprensión, puesto que si la naturaleza había
realizado allí los esfuerzos de una alimentación vegetal, ¿por qué no encontrar también terribles mamíferos? En los anchos
claros que dejaban los árboles caídos y carcomidos por el tiempo, advertía leguminosas, aceríneas, rubiáceas y otros mil arbustos
comestibles, soñados por los rumiantes de todas las épocas. Después asomaban, confundidos y mezclados, los árboles de las más
diversas comarcas del globo: la encina que se elevaba junto a la palmera, el eucalipto australiano que creció junto al abeto de
Noruega, el abedul del norte que mezclaba sus gajos con los del kauris zelandés; tan heterogéneo conjunto era capaz de perturbar
a los más hábiles clasificadores de la botánica terrestre.
De repente, me paré y con la mano detuve a mi tío.
La luz difusa dejaba entrever, en la profundidad del bosque, las formas más diversas. Había creído ver... ¡No! ¡Había visto, en reali-
dad, formas gigantes que se movían debajo de los árboles! ¡Eran, en efecto, animales enormes, un rebaño entero de mastodontes,
no fósiles, sino vivos, y similares a aquellos cuyos restos se descubrieron en 1801 en los pantanos de Ohio! Observaba a aquellos
grandiosos elefantes, cuyas enormes trompas danzaban bajo los árboles como una legión de serpientes. Sentía el rumor de sus
largos colmillos, cuyo marfil arrasaba los seculares troncos. Las ramas crujían y las hojas, arrancadas en grandes masas, desapa-
recían en las bocas de tales monstruos.
¡Aquel sueño en que vi renacer todo el mundo de la era prehistórica, de la época Terciaria y de la Cuaternaria, se transformaba en
realidad! ¡Y estábamos allí, solos, en las entrañas de nuestro mundo, a merced de unos feroces habitantes!
Mi tío observaba.
—¡Adelante! —me dijo súbitamente, tomándome de un brazo—. ¡Adelante! ¡Adelante!
—¡No! —grité yo—. ¡No! ¡Estamos desarmados! ¿Qué haríamos en medio de ese rebaño de cuadrúpedos gigantescos? ¡Ven,
tío, vuelve! ¡Ningún ser humano puede desafiar impunemente la cólera de estas terribles criaturas!
—¡Ningún ser humano!... —contestó mi tío, bajando la voz—. ¡Te equivocas, Axel! ¡Mira, allá abajo!, ¡creo ver un ser viviente!
¡Un ser semejante a nosotros! ¡Un ser humano!
Miré, encogiéndome de hombros, decidido a llevar la incredulidad hasta sus últimas consecuencias. Pero hube de rendirme a la
evidencia.
¡Realmente, a menos de un cuarto
de milla, recostado sobre un kauris
enorme, había un ser humano, un
Proteo de esas regiones subterrá-
neas, un nuevo hijo de Neptuno que
cuidaba aquel inmenso rebaño de
mastodontes!
¡Inmanis pecoris custos, inmanior
ipse! ¡Sí!... ¡Inmanior ipse! Aquel
no era ya el ser fósil cuyo cuerpo
habíamos hallado en el osario, sino
un gigante capaz de dominar a tales
monstruos. Su talla era de más de
doce pies. Su cabeza, del tamaño
de la de un búfalo, se perdía en la
maraña de una cabellera inculta.
Era una real melena parecida a la
del elefante de las primeras edades.
Tenía en la mano un gran tronco,
digno cayado de un pastor antedi-
luviano. Nos quedamos inmóviles,
absortos. Nos podían ver. Era preciso
desaparecer.
—¡Ven! ¡Ven! —grité arrastrando a mi tío quien, por primera vez en su vida, se sometió mansamente a una voluntad que no fue
la suya. Un cuarto de hora después, habíamos perdido de vista al terrible enemigo.
Hoy que pienso en él, tranquilamente, ahora que mi corazón se ha calmado y que han pasado varios meses desde aquel extraño
y sobrenatural hallazgo, ¿qué debo pensar?, ¿qué debo creer? ¡No! ¡No es verdad! ¡Nos engañaron los sentidos! ¡Nosotros no
vimos eso! ¡No existe ninguna criatura humana en tal mundo subterráneo! ¡Ninguna generación de humanos habita aquellas
cavernas interiores de la Tierra sin protegerse de los habitantes de su superficie, sin comunicarse con ellos! ¡Afirmar otra cosa es
una insensatez, una locura!
Prefiero aceptar la existencia de algún animal cuya imagen se aproxime a la del ser humano, algún simio de las primeras épocas
geológicas, algún protopiteco, algún mesopiteco similar al descubierto por el señor Lartet en el manto osífero de Sansan.
¡Mas la talla del que tomamos por un ser humano superaba todas las medidas ofrecidas por la paleontología moderna! ¡No
importa! ¡Un mono, sí, un mono, por increíble que parezca! ¡Pero un ser humano, un ser humano vivo, y con él toda una genera-
ción perdida en las profundidades de la Tierra...! ¡Jamás!
Sin embargo, nos alejamos rápidamente del bosque claro y luminoso, mudos de asombro, mareados por un estupor que era
casi embrutecimiento. Corríamos a pesar de todo. Nuestra huida semejaba la sucesión de espantosos saltos que nos parece dar
durante ciertas pesadillas. Instintivamente, nos orientábamos hacia el mar Liddenbrock. Y no sé en qué senderos se habría extra-
viado mi mente si no hubiese surgido un problema que me llamó a la realidad.
Aunque estaba seguro de que pisaba un terreno virgen para mí, observaba frecuentemente grupos de rocas de forma similar a
las de la ensenada Graüben, lo que se confirmaba además por la indicación de la brújula y nuestra involuntaria desviación al norte
del mar Liddenbrock. Era cosa de no fallar. Centenares de arroyos y cascadas caían desde las vertientes. Me parecía volver a ver
la capa de Surtarbrandur, nuestro fiel HansBach y la gruta en que volví a la vida. Unos metros más adelante, la disposición de las
piedras, la presencia de un arroyo, el sorprendente perfil de un acantilado, terminaron por sumergirme en un mar de dudas.
Hice saber mi indecisión a mi tío, el cual también dudó. No podía guiarse en aquel panorama tan uniforme.
—Es evidente —aclaré— que no hemos regresado a nuestro punto de partida, pero la tormenta nos ha desviado un poco hacia
el sur y, bordeando la costa, hallaremos la ensenada Graüben.
—Entonces —respondió mi tío— es inútil continuar esta exploración, y lo mejor que se puede hacer es regresar a la balsa. Pero,
¿estás seguro de no equivocarte, Axel?
—No me animo a decir tanto, tío, porque todas estas rocas son iguales. Creo, sin embargo, reconocer el promontorio debajo
del cual fabricó Hans el navío. Debemos hallarnos cerca del ancón, si no está aquí mismo —agregué, examinando una pequeña
ensenada que creí haber visto antes.
—No, Axel; al menos, encontraríamos nuestras propias huellas, y yo no distingo nada...
—¡Pues yo veo algo! —contesté, dirigiéndome hacia algo que brillaba en la arena.
—¿Qué es?
—¡Esto! —contesté.
Y enseñé a mi tío un puñal que acababa de recoger.
—¡Ser humano...! —expresó el profesor—. ¿Habías tú traído esta daga?
—¿Yo? ¡No! ¿Y tú?
—Que yo recuerde, tampoco —respondió el profesor—. Nunca he tenido en mi poder semejante objeto.
—Y menos en el mío, tío.
—¡Pues es extraño!
—No, muy sencillo. Los islandeses acostumbraban usar armas de este tipo; esta pertenecía a Hans y la habrá olvidado... —¡Hans!
Mi tío movió la cabeza y estudió el arma atentamente.
—Axel —me dijo bastante serio—, este puñal es un arma del siglo XVI, una antigua daga como las que portaban en su cintura
los caballeros para asestar el golpe de gracia. Es de origen español. No te perte-
nece, ni tampoco a mí, ni al cazador, ni a los seres humanos que viven, quizás, en Thesaurus
las entrañas del planeta.
Arborescente: que tiene forma o
—¿Puedes creer...?
aspecto que recuerda a un árbol.
—¡No! Este puñal no se ha mellado perdiéndose en la garganta de nadie. Cubre su
hoja una capa mohosa que no se formó en un día, ni en un año, ni en una centuria. Daga: arma blanca, de hoja corta.

El profesor se entusiasmaba, algo común en él, dejándose llevar por su imagina- Escollera: obra hecha con piedras
ción fogosa. echadas al fondo del agua, para
formar un dique de defensa contra
—¡Axel! —exclamó—. ¡Vamos por la ruta acertada, por el camino del gran descu- el oleaje.
brimiento! ¡Este puñal ha quedado abandonado en la costa hace cien, doscientos,
trescientos años, y se melló entre las piedras de este mar subterráneo! —¡Pero no Osamenta: esqueleto del ser hu-
habrá llegado solo ni se habrá mellado por sí mismo! ¡Alguien estuvo aquí antes! mano y de los animales.
—¡Sí! Un ser humano. Osífero: relativo a la formación de
los huesos.
—¿Y ese ser humano?
Protopiteco: primate primitivo.
—¡Ese ser humano esculpió su nombre con esta hoja! ¡Ese ser humano quiso
marcar, con su propia mano, la ruta del centro de la Tierra! ¡Busquemos! ¡Busque-
mos!
Y vivamente interesados, buscamos por la escollera, examinando las más peque-
ñas hendiduras susceptibles de ser origen de una galería.
Por fin arribamos a un lugar en que se angostaba la playa. El mar bañaba la esco-
llera y dejaba un paso que llegaba apenas a una toesa. Entre dos rocas avanzadas,
hallamos la entrada de un túnel oscuro.
Y allí, en una placa de granito, había dos letras extrañas, toscamente grabadas.
Eran las dos iniciales del misterioso y fantástico viajero.
—¡A. S.! —exclamó el profesor—. ¡Arne Saknussemm! ¡Siempre Arne Saknus-
semm!
Julio Verne, Viaje al centro de la Tierra.

Julio Verne
Julio Verne nació en Nantes, Francia, en 1828. A los diecinueve años viajó a París para estudiar leyes con el objetivo de convertirse
en abogado, como su padre. Por aquel entonces, Francia vivía un momento muy relevante de su historia y París era el epicentro:
luego de la Revolución de 1848, se proclamó la Segunda República y el príncipe Luis Napoleón asumió el gobierno; se estableció
el sufragio universal, y la abolición de la esclavitud llegó a las colonias francesas. Verne encontraría en París la magia y el encanto
de una ciudad bulliciosa, por cuyas calles tendría el gusto de pasearse junto con escritores como Alejandro Dumas y Honoré de
Balzac. En 1857, ya graduado como abogado, se casó con Honorine de Viane, con quien tuvo a su único hijo, Michel.
Pero, en realidad, la vocación de Verne no eran las leyes, sino la literatura. Él, que era un viajero incansable y un estudioso de diver-
sas materias, como Matemática, Física, Química, Oceanografía, Geología y Astronomía, se adelantó a su tiempo a través de la fanta-
sía: narró viajes espaciales, travesías en submarino y hasta videoconferencias, cuando la ciencia apenas soñaba con estos avances.
Por todo esto, se lo considera como uno de los precursores de la ciencia ficción. Entre sus obras más importantes se encuentran
Cinco semanas en globo, De la Tierra a la Luna, Veinte mil leguas de viaje submarino y Viaje al centro de la Tierra. Murió en Amiens,
en 1905.
Nombre: David Alejandro Buitrago Matamoros
Grado: 6° Fecha: 25/08/2021
1 Marca la respuesta correcta.
●● La narración ocurre en
una caverna.
un planeta lejano.
un bosque.
x un laboratorio.
●● La vegetación que encontraron era igual a la de la época
secundaria.
cuaternaria.
x terciaria.
primaria.

2 El Sol influye en el color de las plantas. Escribe el fragmento de la historia que confirma esta afirmación.

Sólo faltaba el color a aquellos árboles, arbustos y plantas, privados del calor vivificante del sol.

3 Responde. ¿Cómo eran las flores que encontraron en el bosque?

sin color ni perfume a la sazón, parecían hechos de papel descolorido bajo la acción de la luz.

4 Escribe dos indicios que los personajes encontraron y que indicaban que un ser humano había pasado tiempo
atrás por aquel lugar.

los indicios que encontraron fueron una viejo bolso y un viejo libro lleno de polvo

5 Escribe al frente de cada afirmación V, si es verdadera, o F, si es falsa.


F Los personajes encontraron grandes edificaciones construidas por el ser humano.
V La fauna y la flora eran gigantescas.
V El profesor Liddenbrock y Axel hicieron contacto con el ser que cuidaba a los mastodontes.
F Los personajes se desviaron hacia el sur.
F El profesor Liddenbrock y Axel conocieron en persona a Arne Saknussemm.
6 Dibuja lo que pasó antes y después del pasaje citado.
Antes Después

¡Aquel sueño en que vi renacer todo


el mundo de la era prehistórica, de la
época Terciaria y de la Cuaternaria, se
transformaba en realidad! ¡Y estábamos
allí, solos, en las entrañas de nuestro
mundo, a merced de unos feroces
habitantes!

7 Responde.
●● ¿Qué crees que les habría pasado a los protagonistas si se hubieran presentado ante aquel ser humano gigante?
yo creo que el ser humano gigante los hubiera aplastado

●● ¿Por qué crees que el protagonista negó tan contundentemente la existencia de un ser humano gigantesco en las
profundidades de la Tierra?
porque es prácticamente imposible que exista un ser humano de esa estatura

8 A partir del siguiente fragmento, escribe una cualidad que crees tenía el tío de Axel.

«Grité arrastrando a mi tío quien, por primera vez en su vida, se sometió mansamente
a una voluntad que no fue la suya».

●● El tío de Axel era muy tranquilo así que el no se puso en estado de panico

9 Indica qué tipo de conocimientos debió tener el profesor Liddenbrock para reconocer el origen de la daga.
el tipo de conocimientos del profesor liddenbrock para reconocer el origen de la daga fue la historia ya que el puñal es
un arma del siglo XVI, una antigua daga como las que portaban en su cintura

10 Responde. ¿Te gustó este tipo de relato? ¿Por qué?

si porque son muy interesantes los relatos de aventuras

11 Escribe el nombre de una narración que hayas leído en la que el personaje principal descubre un mundo asom-
broso.

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