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Teología Sistemática II

Teontología y Antropología
(Basado en los libros El Ser de Dios y sus atributos de Heber Campos y Razón de la
Esperanza de Leandro Antonio de Lima)

Rev. Juan Pablo Juica H.


Parte 1: Teontología

El Ser de Dios

Introducción

La doctrina de Dios es el comienzo de la Teología propiamente dicha. Esta


teología parte de Dios, pues obedece a la revelación que el mismo Dios ha dado
acerca de Su persona.

La labor del teólogo bíblico es buscar lo que la Biblia, que es la Palabra de


Dios, dice respecto al Dios supremo que se ha revelado (Hb. 1:1-2; Jn. 14:23-24).

Las nociones que tengamos del Ser Divino y de sus obras serán el
fundamento para todas las demás doctrinas de la fe cristiana. Todo lo que
estudiemos en teología estará asociado a nuestra concepción de Dios. Lo que
creemos sobre Dios determinará nuestros patrones de moralidad, porque la Palabra
de Dios es el patrón de la moralidad. Todo lo que podamos saber sobre Dios
determinará todas las otras relaciones en variados campos de la teología.

1. La singularidad de Dios

La teología llama a este aspecto de Dios, Unitas Singularitatis. Esta unidad


tiene relación con la singularidad de Dios; es decir, Él es único, sin igual. Dios es
uno, no hay ningún otro fuera de Él. Todos los demás seres tienen existencia por
causa de Él, y en Él.

Hay muchos textos de la Escritura que muestran este aspecto singular de


Dios. Él es uno – Dt. 6:4; 32:39; 1 R. 8:60; por lo tanto, sólo a Él le debemos
adoración – 1 R. 8:61; Is. 37:16; 43:10-11; 44:6,8; Mr. 12:29-32; 1 Co. 8:4,6; Gá.
3:20; Ef. 4:6; 1 Ti. 2:5.

Si hubiera más de un Dios, de hecho no habría Dios. El politeísmo niega lo


Absoluto, niega la Última Causa, niega la independencia, la inmutabilidad y la
eternidad de Dios. La unidad de Dios singulariza la religión revelada. Ninguna otra
religión afirma categóricamente la unidad de Dios.

2. La Inmanencia y la Trascendencia de Dios

El Dios de las Escrituras es el Dios del teísmo, aquel que es al mismo tiempo
inmanente (que se relaciona con la creación) y trascendente (que está por sobre
toda la creación).

Éstas dos ideas teístas deben estar en equilibrio en la mente de todo aquel
que estudia las Sagradas Escrituras. Si hay un énfasis exagerado en una de las dos
ideas, la creencia teísta se perjudica. Si, por un lado, se enfatiza exageradamente la
inmanencia, se pierde la noción de un Dios personal, porque existe el peligro de
caer casi en una identificación de Dios con su creación, como sucede con los que
tienen tendencia panteísta. Si, por otro lado, hubiera un énfasis excesivo en la
trascendencia, se incurre en el error de perder la noción de un Dios activo en la
historia, como es el caso de aquellos que tienen tendencias deístas.

A. La Inmanencia

La inmanencia de Dios tiene que ver con su relación con el mundo creado,
especialmente con el ser humano y su historia. Dios está profundamente
involucrado con la historia humana. Él actúa de modo simple, directa e
indirectamente, e incluso interviene de manera especial en la vida de los seres
humanos que creó, especialmente con los cuales tiene una relación de pacto, a
quienes Jesucristo vino a redimir (Jer. 23:24; Éx. 3:7-8; Job 34:14-15).

B. La Trascendencia de Dios

La doctrina de la trascendencia de Dios está presente en todas las religiones


teístas. Esta idea se destaca en el judaísmo, en el islamismo y, de una manera
especial, en todas las manifestaciones del cristianismo. Es la doctrina que dice que
Dios está sentado en las alturas, en su trono, siendo un Dios separado de su
creación e independiente de ella.

Dios, al ser separado e independiente de nosotros, está por sobre toda su


creación. Las Escrituras se refieren a Dios como el “Altísimo”, como aquel que está
sobre todas las cosas, “elevado”, indicando su superioridad sobre todas las cosas
que vemos y de las cuales sabemos. Dios no está limitado a las mismas cosas que
los seres humanos, es decir, el tiempo y el espacio, por esto, no se puede medir por
ellos (Is. 55:8-9; Job 11:7).

C. Inmanencia y Trascendencia lado a lado

Las Escrituras contienen algunos pasajes donde estos dos importantes aspectos
de la Divinidad están juntos.

El texto de Isaías 6:1-5 habla de Dios como aquel que está en “un trono alto
y sublime”, indicando que Dios está en una posición elevada sobre su creación,
como el Soberano altísimo e inefable. Al mismo tiempo, el texto dice que “¡Toda la
tierra está llena de su gloria!”, mostrando el carácter inmanente de este Dios que se
hace presente de manera gloriosa en la plenitud de su creación.

El texto del Salmo 113:5-7 presenta a Dios como aquel que habita las alturas,
el Trascendente, tiene preocupación por lo que sucede en el mundo de los
hombres. Observe el pasaje: “¿Quién como Jehová nuestro Dios, que se sienta en
las alturas, que se humilla a mirar en el cielo y en la tierra? Él levanta del polvo al
pobre, y al menesteroso alza del muladar”. Perciba que la palabra “alturas” (v.5)
excede lo que conocemos como “cielo” (v.6). Estos son creados, y las “alturas” no.
El término “alturas” no es designativo de lugar, pues Dios habita la eternidad, sino
que es significativo de lo que está más allá de lo creado, pues Dios ya estaba allí
antes que hubiera cielo y tierra. Su trono existe desde siempre. No obstante, a pesar
de ser elevado por sobre toda la creación, y separado de ella, se preocupa con lo
que ocurre aquí y está involucrado en todos los acontecimientos de la historia,
socorriendo de un modo especial a los que son parte de “su pueblo”, que en este
texto se les llama “pobres” y “menesterosos”.

El pasaje de Isaías 57:15 es aún más claro en la demostración de las dos


verdades en conjunto. La primera verdad, la de la trascendencia, se revela al
comienzo del versículo: “Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la
eternidad, y cuyo nombre es el Santo: "Yo habito en la altura y la santidad...” Esta
parte evidencia la grandeza, la altura y la sublimidad de Dios que está fuera de la
esfera espacial y temporal, las dos categorías propias de las cosas creadas. En la
segunda parte del versículo, podemos ver el carácter inmanente de Dios
relacionándose con el mundo creado, especialmente con los seres humanos
carentes de su asistencia: “... y con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer
vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados”.

Jesucristo deja claro que hay un gran abismo entre lo que pertenece a la
esfera de las cosas creadas y el de las cosas no creadas, entre las cosas temporales y
las cosas eternas, pues dijo: “Vosotros sois de abajo, yo soy de arriba; vosotros sois
de este mundo, yo no soy de este mundo” (Jn. 8:23). Sin embargo, a pesar de haber
una gran distancia entre estas dos esferas, Dios, en el Verbo Divino, cruzó el
abismo que había entre la esfera de la eternidad y la del tiempo, haciéndose uno de
nosotros e involucrándose con nuestro mundo. Teniendo compasión de nosotros,
se unió para siempre con esta esfera temporal y finita, a fin de que pudiéramos ser
redimidos y el cielo y a la tierra fueran unidos.

Este es el Dios que vamos a estudiar en este curso: El Ser que es


trascendente e inmanente (su existencia, sus nombres, su carácter tripersonal, sus
atributos) y sus obras (sus decretos: creación, predestinación y providencia).
La existencia de Dios

Introducción

Las Escrituras contienen algunas presuposiciones básicas las cuales no están


en discusión: la de que Dios existe, que es creador y que es soberano. Éstas no
tienen la preocupación de probarlas, sino simplemente las afirman.

La Biblia fue escrita con la perspectiva de que Dios existe y que Él es vivo y
activo en el mundo que creó. Esta perspectiva combina plenamente con la idea
generalizada de la conciencia humana sobre la existencia de la Divinidad.

La teología cristiana cree en lo que el propio Dios informa acerca de sí


mismo. Es por esto que, en nuestra vida, todas las cosas que se relacionan con Dios
se tienen que aceptar por fe, “Pero sin fe es imposible agradar a Dios” (He. 11:6).

El teólogo holandés Abraham Kuyper dijo con mucha propiedad:

El intento de probar la existencia de Dios puede tener un resultado inútil e innecesario.


Inútil, si el investigador cree que Dios es galardonador de los que le buscan; innecesario, si
se busca forzar a una persona que no tiene fe, haciendo que, a través de argumentos, llegue
al convencimiento en el sentido lógico.1

1. La Existencia de Dios en las Escrituras

Como ya vimos, las Escrituras no se proponen probar la existencia de Dios. De


hecho, la existencia de Dios no puede ser probada como se prueba algo en un
laboratorio, a través de la observación de las experiencias. Su gran presuposición es
la de que Dios existe. Así comienzan las Sagradas Escrituras: “En el principio creó
Dios los cielos y la tierra”.2 La Biblia fue escrita por personas que creían
incuestionablemente en la existencia de Dios. Aun cuando, dichas personas
hicieron hincapié en demostrar que Dios se revela. La revelación que Dios hizo de

1
Citado por Louis Berkhof, Teología Sistemática, 5ª ed. español (Grand Rapids: T.E.L.L., 1981), 21.
2 Gn. 1.1 (ver también Salmo 19; Ro. 1:18; Hch. 14:14; 17:16; He. 11:6; Mt 11:27; 1 Jn. 2:23; Gá. 4:8-9).
sí mismo se volvió el fundamento de todo lo que creemos respecto a Él y es la base
para la formulación de la teología cristiana.

No hay nada tan evidente en las Escrituras como la existencia de Dios. En ellas
esto es un hecho consumado, simplemente porque comienzan con la afirmación
categórica de la existencia de Dios. En ningún lugar de las mismas hay alguna
sugerencia de lo contrario. ¿Cuál es la razón de eso? La razón es la abundante
evidencia acerca de la existencia de Dios encontrada en el propio universo, el hecho
de que los cielos “cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus
manos” (Sal. 19:1). Las Escrituras también acentúan la existencia de Dios al
mostrar que los hombres tienen el deber de creer en Dios de la forma en como Él
se revela. El ser humano requiere fe para aproximarse a Dios.

La evidencia bíblica más fuerte de la existencia de Dios viene a través de


Jesucristo. Él afirma de manera categórica quien es Dios. De hecho, su misión
principal fue revelar a su Padre Celestial. El Hijo unigénito es el revelador supremo
de Dios. Él es la expresión exacta del Ser Divino. Negar la existencia de Dios es
repudiar al Cristo revelado en las Santas Escrituras. Por desgracia, esto es
exactamente lo que muchos han hecho. “Todo aquel que niega al Hijo, tampoco
tiene al Padre...” (1 Jn. 2:23). Esta afirmación de Juan es absolutamente verdadera.

Además de la evidencia que trajo Jesucristo, existe la gran evidencia


proporcionada por el Espíritu Santo. Él, personalmente, comunica a nuestro
espíritu que somos hijos de Dios (Ro. 8:16). La función del Espíritu Santo es
traernos convicción, no solamente de la existencia de Dios, sino también que le
pertenecemos por derecho de filiación.

2. Los argumentos racionales sobre la existencia de Dios

Aun sabiendo de la gran presuposición de las Escrituras que afirman de que


Dios existe, aparecieron en la Historia de la Iglesia aquellos que intentaron elaborar
pruebas sobre la existencia de Dios, por causa del intento que algunos tuvieron de
negarla. Estos argumentos se conocieron como “pruebas racionales de la existencia
de Dios”. En verdad, estos argumentos son innecesarios para los cristianos e
innecesarios, además de ineficaces, para los incrédulos, pues no hay ningún
argumento lógico que los haga creer en Dios. No obstante, es prudente que no
ignoremos estos argumentos, pues son importantes aún para gran parte de los
cristianos.

A. El Argumento Ontológico:

Este argumento parte del supuesto que la existencia real de Dios resulta de
su existencia necesaria en nuestro pensamiento. Si tenemos la idea de Él en nuestra
mente, es prueba de que Él existe. Fue Anselmo quien produjo su formulación más
clásica3.

Este argumento se apoya en el siguiente silogismo:

Premisa Mayor – Una creencia intuitiva universal entre los hombres debe ser
verdadera.

Premisa Menor – La creencia de que hay un Dios es universal e intuitiva entre los
hombres.

Conclusión – La creencia de que hay un Dios es verdadera.

No podemos admitir que el simple hecho de que las personas crean que hay
un Dios todopoderoso pruebe que realmente exista. La existencia de Dios en el
pensamiento de las personas es diferente de su existencia en la realidad. “La existencia
en el pensamiento y la existencia en la realidad son dos categorías distintas y
diferentes.”4 El hecho de alguien piense en un objeto o lo imagine no significa que
exista en realidad. El hecho de que las personas crean en alguna cosa no hace que
tal cosa exista. Por ejemplo, aunque todos los hombres conciban un caballo con
alas, esto no significa que existe. Por lo tanto, el argumento ontológico, no importa

3 En su Proslogion, II- IV.


4 Bavinck, The Doctrine of God, 72.
cuan lógico sea, no prueba la existencia de Dios. No obstante, es admirable que el
hombre necesariamente posea una idea de Dios y piense en Dios como realmente
existente. Aun así, esto no es prueba de que Dios realmente existe, por lo menos
para aquel que no cree en Él.

B. El Argumento Moral:

El argumento moral se deriva de la existencia de un Legislador Supremo, que


es Dios, y del hecho de que una ley moral está presente en el universo.

El ser humano posee una naturaleza intelectual y moral que presupone la


existencia de un Creador y Legislador. Algunas personas le dan énfasis al hecho de
que hay una voz de la conciencia actuando en cada ser humano, de la cual nadie
puede librarse. Esta conciencia, que es la ley de los seres humanos, exige que haya
un Dador de esta ley. Otros ponen énfasis en la capacidad que las personas tienen
de distinguir entre lo bueno y lo malo, entre el pecado y el castigo, y terminan
concluyendo que existe Alguien que da orden y armonía a toda la creación, ahora y
en el futuro. Nuestra constitución moral, que nos permite saber lo que es bueno y
malo, nos lleva a entender que ningún gobierno moral sería posible si no hubiese
Alguien que imprimió estas leyes en nosotros.

C. El Argumento Teleológico:

El argumento teleológico afirma que hay un propósito en el universo. Por lo


tanto, debe haber Alguien que estableció este propósito, que es Dios.

La palabra “teleológico” tiene que ver con designio o fin (telos). El universo
tiene un propósito. No es caótico y fue hecho para un determinado fin, lo que
implica que hay un diseñador de este fin. Si entendemos que todas las cosas existen
para determinados fines, es lógico y correcto pensar que existe Alguien que
determinó estos fines. Si este mundo es perfecto en sus fines y propósitos, debe
haber Alguien mayor que lo haya creado. Si quisiéramos formular un silogismo para
mostrar este argumento, usaríamos las siguientes premisas correctas, para llegar a
una conclusión razonable:

Premisa Mayor – El orden y la armonía del universo sólo se pueden explicar cuando
presuponemos un arquitecto inteligente, o una causa inteligente mayor.

Premisa Menor – El universo como un todo y en todas sus partes es un gran


proyecto que demuestra orden y simetría.

Conclusión – El mundo tiene un arquitecto o diseñador inteligente que es Dios.

Este argumento teleológico es poderoso porque las Escrituras nos muestran


que existe un propósito en todas las cosas, sobre todo en la creación.

D. El Argumento Cosmológico:

La palabra griega kosmos significa una “composición ordenada”. Este


argumento se remonta al tiempo de Aristóteles y también se encuentra en otros
escritores antiguos, como Cicerón, por ejemplo. En el tiempo del escolasticismo,
este argumento fue desarrollado por Anselmo5 y por Tomás de Aquino6.

Este argumento se resume en el siguiente silogismo:

Premisa Mayor – “Cada nueva existencia o cambio en cualquier cosa previamente


existente debe haber tenido una causa preexistente y adecuada”7. En otras palabras,
cada efecto tiene una causa adecuada.

Premisa Menor – “El universo como un todo y en todas sus partes es un sistema de
cambios”8. O sea, el mundo es un efecto.

Conclusión – “El universo debe haber tenido una causa exterior a sí mismo; la causa
última o absoluta debe ser externa, no causada e inmutable”9. Por lo tanto, el
mundo tiene una causa adecuada, fuera de sí mismo, que lo produjo – Dios.

5 Monologion, I-VII.
6 Suma contra os Gentios, I, xiii.
7 Formulada por A. A. Hodge, Outlines of Theology (Edimburgo: Banner of Truth, 1983),33.
8 Ibid.
E. El Argumento de Consenso Universal:

Este argumento deriva la existencia de Dios de la universalidad de la religión.


No hay noticia de que haya existido alguna tribu en el mundo, por más remota que
fuera, que no haya tenido una religión. El factor religión está inserto en el alma
humana y ningún ser humano puede escapar del fenómeno religioso. La religión es
intrínseca en el ser humano. Cicerón, el gran pagano admirado por Calvino,
consideró este argumento de gran valor, y el estudio de la religión ha fortalecido la
relevancia de este argumento10.

F. Argumento Estético:

Hay belleza en el universo. Los seres humanos son creados con la gran
capacidad de apreciar la belleza de la creación. Ahora, si hay tanto una cosa como la
otra, es decir, la creación y el hombre, sólo puede haber una inteligencia y una
sabiduría para hacer algo tan bello, o sea, Dios.

9 Ibid.
10 Bavinck, The Doctrine of God, 76.
El Conocimiento de Dios

Introducción

En esta lección trataremos la posibilidad de que Dios sea conocido. Sin


embargo, a pesar de este conocimiento posible, Dios no puede ser comprendido,
como veremos también más adelante. Estas dos cosas son perfectamente
plausibles, aunque aparentemente se contradigan. Decir que Dios es conocible
significa que, aunque incomprensible, algún conocimiento de Él es posible, y este
conocimiento puede crecer cada vez más, según la medida de la revelación divina y
de nuestra relación con Él.

1. El Dios Cognoscible

El conocimiento de Dios presupone incuestionablemente el hecho de que


Dios se revela. Es imposible algún conocimiento de Él sin que Él se revele. Si Dios
no se revelara, por causa de su naturaleza infinita y majestuosa, jamás podríamos
tener algún conocimiento de Él. Él se despojó a sí mismo a fin de que los hombres
pudieran conocerlo. Los seres humanos serían totalmente ignorantes de Dios si Él
se enajenara. La mente humana, aunque tenga el sensus divinitatis, no puede concebir
a Dios, a menos que Él se revele. Los hombres jamás podrían emitir concepto
alguno sobre Dios si no fueran impactados por las obras de la naturaleza, que son
una revelación silenciosa, o por la revelación verbal.

A. El Conocimiento Innato:

Este conocimiento tiene relación con el conocimiento a priori (el semen


religionis y el sensus divinitatis), que no tiene nada que ver con la revelación verbal de
Dios.

La palabra “innato” indica la procedencia del conocimiento, que es nuestra


naturaleza. Nacemos con este conocimiento. Entre los protestantes escolásticos,
este conocimiento se llama cognitio indita (conocimiento implantado)11 que se vincula
a lo que Calvino denomina semen religionis.

Dios hizo al hombre de tal modo que es capaz de conocer a Dios, y este
conocimiento resulta de la constitución de la mente humana, y no de sus sentidos.
La idea de la divinidad está intuitivamente colocada en la mente del hombre. Este
conocimiento no es producto de la observación o de la deducción en virtud de
factores externos al ser humano. Hay ciertas verdades que la mente percibe
inmediatamente, sin necesidad de la demostración lógica. El conocimiento innato
tiene que ver con la constitución de la mente de modo que “ella percibe ciertas
cosas como verdaderas sin la necesidad de prueba o instrucción”12. Este
conocimiento puede ser desarrollado a medida que ocurre el desarrollo mental. Sin
embargo, no nos olvidemos de que todo conocimiento de Dios presupone la
revelación general. Éste no es producto del raciocinio de la mente.

El conocimiento innato de Dios, a pesar de estar perjudicado por la Caída, es


un conocimiento que hace al hombre responsable delante de Dios. A pesar de
todas las dificultades que el pecado causó al hombre, las Escrituras afirman que
tuvo desde el principio de las cosas creadas, el conocimiento de Dios. No quiso el
conocimiento que Dios le dio de sí mismo. Él cambió la verdad de Dios por
mentira, pero no se puede negar que tuvo este conocimiento. Por esta razón,
después de haber argumentado sobre este asunto, Pablo dice: “de modo que (los
hombres) no tienen excusas. Pues habiendo conocido a Dios, no lo glorificaron
como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y
su necio corazón fue entenebrecido” (Ro. 1:20b-21). Por la actitud que tomaron
delante del conocimiento de Dios, estos hombres tuvieron el juicio parcial de Dios
sobre sus vidas, cuando fueron entregados a la inmundicia (Ro. 1:24). Esta punición
ocurrió porque habían recibido un conocimiento que los hacía responsables delante
de Dios.

11 Richard A. Muller, Dictionary of Latin and Greek Theological Terms (Grand Rapids: Baker, 1986), 70.
12 Charles Hodge, Systematic Theology (Grand Rapids: Eerdmans, 1981), vol. 1, 192.
B. El Conocimiento Adquirido:

Este conocimiento se relaciona con el conocimiento a posteriori, es decir, el


conocimiento que viene después de la observación de la creación y de los eventos
redentores demostrados en las Sagradas Escrituras. Son producto de la revelación
verbal de Dios a los hombres.

El conocimiento innato y el conocimiento adquirido no están en oposición el


uno con el otro, aunque haya distinción entre ellos. El conocimiento innato es
inherente a la constitución del alma humana, mientras que el conocimiento adquirido
se deriva o es producto de la observación, estudio o reflexión. Él es producto de la
argumentación y del raciocinio, siempre con base en la revelación de Dios,
particularmente la revelación especial. Este conocimiento se le llama técnicamente
cognitio Dei acquisita.

2. El Dios incomprensible

Dios puede ser conocido, como vimos en el capítulo anterior, pero lo que
nos intriga es que Dios, aun siendo conocido, no puede ser comprendido. En su
esencia, Dios es incomprensible, aunque conozcamos muchas cosas que Él reveló
de sí.
La incomprensibilidad de Dios es un misterio de la dogmática cristiana.
Nuestro conocimiento de Él es limitado a las informaciones que de Él recibimos.
En otras palabras, Dios puede ser conocido hasta donde Él se nos revela, pero no
puede ser comprendido, porque la comprensión de su Ser interior involucra un
conocimiento exhaustivo, y esto, obviamente, no es posible, por dos razones: 1)
porque no nos dio a conocer todo lo que es; 2) porque no seríamos capaces de
absorber todo lo que es, debido a nuestra finitud.
A. La Biblia y la Incomprensibilidad de Dios:

La incomprensibilidad de Dios se deriva de ciertos textos de las Escrituras que


tratan de algunos de sus atributos incomunicables, como su inmensidad y
omnipresencia (1 R. 8:27). Sin embargo, la doctrina de su incomprensibilidad es
afirmada claramente en textos como:

Job 26:14 – “He aquí, estas cosas son sólo los bordes de sus caminos; ¡Y cuán
leve es el susurro que hemos oído de él! Pero el trueno de su poder, ¿quién lo puede
comprender?”.

La naturaleza de Dios es infinitamente distinta a la nuestra, cuantitativa y


cualitativamente. No hay en nosotros posibilidad de comprender lo que está muy
por encima de nosotros. No conseguimos comprender la grandeza de Dios, porque
nuestro concepto de grandeza está ligado a la mensurabilidad. Dios no es
mensurable espacial ni temporalmente. Él es infinito en su grandeza. Por esto, no
podemos tener noción de su grandiosidad majestuosa. ¡Dios excede a nuestro
entendimiento! (Job 36:26).

Los hechos de Dios incluyen las grandes cosas que no existían, pero que
llegaron a existir por su palabra, como el universo creado y los seres vivos (Is. 41:4).

No solamente los atributos de Dios incomunicables (como autoexistencia,


inmutabilidad, eternidad e infinidad) hacen a Dios incomprensible para nosotros.
Aún los atributos comunicables que más se cantan en la iglesia tienen una cierta
dosis de incomprensibilidad.

Vea lo que Pablo dice del amor de Dios, que es el atributo más deseado en
todos los creyentes: “... y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento,
para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios” (Ef. 3:19). No podemos
comprender cómo Dios ama, pues el modo en que ama es muy diferente al
nuestro. La base de su amor está en Él mismo, y nunca en las razones que el objeto
amado ofrece. Con nosotros pasa exactamente lo contrario y, por esto, lo que Él
hace por nosotros se vuelve incomprensible (Job 37:5).

Las profundidades de Dios no pueden ser sondadas por nosotros. Los


pensamientos de Dios están muy por encima de nuestros pensamientos y sus
caminos son mucho más altos que nuestros caminos (Is. 55:8-9). Por esta razón,
Pablo, después de exponer los misteriosos caminos del Señor en la soberana
salvación de algunos, así como en la reprobación de otros, dice:

Ro. 11:33-34 – “¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios!


¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos! Porque ¿quién entendió la
mente del Señor? ¿O quién fue su consejero?”.
Los nombres de Dios

Introducción

En los días y en la cultura en que vivimos, los nombres personales no son


nada más que rótulos que nos hacen distintos a otras personas que conviven con
nosotros. Los nombres de las personas no tienen nada que ver con lo que son o
con lo que hacen. Algunas veces, los sobrenombres que se les dan a las personas
son más significativos que sus nombres, pues dicen algo de lo que la persona es o
hace. Aun así, la importancia de un sobrenombre en nuestro mundo occidental está
muy lejos de la importancia atribuida a los nombres de las personas en el contexto
del Medio Oriente, especialmente en Israel.

Como regla, los nombres que las personas reciben en las Escrituras vienen
siempre acompañados de un significado específico relacionado con eventos
especiales de su vida.

Dar nombres a las personas en los tiempos de la Biblia era un hecho muy
significativo. Tenía mucho que ver con la experiencia de los propios padres y de lo
que ellos querían que sus hijos fueran. Dar nombres a las personas era una gran
responsabilidad – una especie de poder.

Estas cosas se vuelven aún más claras cuando se trata de los nombres de
Dios. Para algunas personas, los nombres que Dios tiene no significan nada más
que simples designaciones del Ser Divino. Por causa de nuestra cultura occidental,
no acostumbramos a prestar atención a la relación que hay entre los nombres de
Dios y su carácter, su modo de actuar, y el significado de los nombres con respecto
a la relación entre Dios y nosotros.

La gran diferencia entre los nombres dados a los hombres y los dados a Dios
es que éstos últimos fueron dados por el mismo Dios. Dios reveló sus propios
nombres a su pueblo.
Los nombres de Dios en el Antiguo Testamento

A. Elohim (Dios Poderoso)

Elohim es el plural de “El”, que significa “aquel que es fuerte”. Este nombre
también se le atribuye a los falsos dioses, pero, cuando se refiere al Dios verdadero,
es el plural de majestad y puede ser un gran indicador de la idea de trinidad, cuando
se entiende a la luz de otros textos, especialmente del Nuevo Testamento. Este
nombre se usa especialmente cuando se trata de la soberanía divina, en el ejercicio
de su obra creadora, o cuando opera poderosa y soberanamente en la salvación de
Israel (Gn. 1:1; Dt. 5:24; 8:15; Sal. 68:7; Is. 45:18; 54:5; Jer. 32:27).

Nombres compuestos con “El”:

a. El-Shaddai = “Dios Todopoderoso”.

Esta designación es más propia del período patriarcal. Fue el nombre que
Dios usó para revelarse a Abraham, y tiene bastante importancia pactual. Fue usado
por primera vez en el establecimiento formal del pacto de Dios con Abraham (Gn.
17:1-2). El poder de este Dios indica su protección al pueblo del pacto. Dios
prometió que guardaría y protegería a su pueblo, que debía adorarlo con
exclusividad. En algunas ocaciones, el nombre El-Shaddai es usado por los
patriarcas para recordar a sus oyentes las promesas de Dios hechas a Abraham y,
así, proporcionarles ánimo y consuelo (Gn. 28:3; 43:14; 48:3).

b. El-Elyón = “Dios Altísimo”.

Este nombre indica la fuerza, la soberanía y la supremacía de Dios. Como


El-Shaddai, El Elyón enfatiza la majestad y el poder de Dios. Sin embargo, este
término tiene más relación con Dios como poseedor de todas las cosas. Dios es
descrito como el “Altísimo”, aquel que se eleva por sobre toda la creación o que
reina absoluto sobre ella (Dt. 32:8; Sal. 9:2-8ss; Sal. 27; 47:2ss; 57:1ss).
c. El-Olam = “Dios Eterno”.

Hay solamente dos referencias a este nombre en el Antiguo Testamento (Gn.


21:33 e Is. 40:28). Este nombre indica la inmutabilidad y la constancia de Dios, y
también se relaciona a la idea de su inagotabilidad. Además, indica que las
consecuencias de su eternidad son sustanciales: Dios siempre fue lo que siempre
será; nada se esconde de su vista.

B. Adonai (Dios Gobernador)

Este nombre significa “Señor, Maestro, Poseedor”. La palabra hebrea


“Adon” también se refiere a los hombres que están en posición de autoridad, de
señorío o de dominio. No obstante, este nombre se aplica de manera especial a
Dios. Por esta razón, se le llama “Señor” en muchos textos de la Biblia.

La palabra Adonai da énfasis a la superioridad del Dios de Israel sobre los


otros dioses. Es por esta razón que Moisés señala: “Porque Jehová vuestro Dios es
Dios de dioses, y Señor de señores, Dios grande, poderoso y temible...” (Dt. 10:17).
Moisés describe a Dios como el Gobernador último de todas las cosas y como la
autoridad máxima de todos los reinos. Este nombre indica que no hay nadie como
Él en poder y gloria, y nadie puede desafiarlo. Todos los reinos de este mundo
están sujetos a su autoridad suprema. Uno de los grandes pecados de Israel era la
adoración a falsos dioses. Por esta razón, Adon no admite que su pueblo adore a
otros dioses inventados por la imaginación humana, porque nadie puede ser dios
como Él y, por lo tanto, digno de adoración y obediencia.

C. YHWH (Dios Redentor)

YWHW es el nombre personal de Dios y, es el usado con más frecuencia en


las Escrituras. Aparentemente, la raíz de este nombre tiene relación con el verbo
“ser”, enfatizando la presencia y la existencia constantes de Dios.
Dios se reveló con este nombre a Moisés, en la zarza ardiente, mientras
pastoreaba las ovejas de su suegro Jetro, diciendo ser el Dios de los patriarcas
Abraham, Isaac y Jacob (Ex. 3:1-4). YHWH es un nombre que revela el carácter
redentor de Dios, que iba a liberar a los hebreos del cautiverio.

El nombre YHWH indica una eterna presencia en un contexto de redención,


un Dios que cumple las promesas del pacto hecho con nuestros antepasados de la
fe. Porque Dios es el YO SOY, el Dios siempre presente, sus promesas de
salvación son eternas. Es el nombre que une a Dios con los hijos de Abraham. Este
nombre enfatiza la relación infalible entre Dios y la descendencia de Abraham para
siempre, porque es el eterno “Yo Soy”. Conviene recordar que esta relación entre
Dios y su pueblo es siempre de carácter redentor. ¡YHWH es el Dios de la
liberación!

Nombres compuestos con YHWH:

Hay muchos nombres compuestos con YHWH en el Antiguo Testamento.


Sólo a título de información, daremos algunos ejemplos que por sí explican quien
es el Señor:

a. YHWH-Jireh = “El Señor proveerá” (Gn. 22:14).

Este nombre enfatiza las provisiones de Dios para la vida de su pueblo. Éste
es uno de los nombres más preciosos entre todos los nombres compuestos de las
Escrituras. Abraham percibió este nombre de Dios cuando experimentó una gran
provisión liberadora de Dios, al ser su hijo sustituido por el cordero, en el monte
Moriah. ¡Moriah es el memorial de la intervención providencial divina! Los
creyentes siempre son confrontados cuando descubren ¡cuán proveedor es su Dios!

b. YHWH-Mecadishken = “El Señor que los santifica” (Éx. 31:13).

El Señor no es solamente aquel que separa a su pueblo para sí, sino también
es el que lo santifica, es decir, lo limpia moral y espiritualmente (Lv. 20:8). Dios
hace que todas las cosas que están relacionadas con Él o con su culto sean
santificadas, es decir, separadas exclusivamente para su servicio, y que no haya en
ellas nada impuro, porque todo lo que se relaciona con Él tiene que poseer sus
características. ¡Por esto se dice que el Señor es santificador (Lv. 21:8,23; 22:15,16)!

c. YHWH-Nissi = “El Señor es mi estandarte” (Éx. 17:15).

Las banderas siempre identificaban la lealtad del alma de los hombres que se
preparaban para defender a un país o a un reino. Cuando la bandera caía, el ejército
era humillado. La bandera en el asta era señal de victoria. Este nombre enfatiza que
Dios es el punto de referencia y, al mismo tiempo, el símbolo de victoria en las
luchas de su pueblo (Ex. 17:15,16). Jehová es el Señor de las batallas y la victoria es
sólo de Él; nosotros somos exhortados a “pelear las guerras del Señor”, ¡luchando
del lado de la justicia y de la descendencia!

d. YHWH-Roy = “El Señor es mi pastor” (Sal. 23:1).

Este nombre presenta al Señor que tiene preocupación por sus ovejas,
dándoles lo necesario para su subsistencia. Tal vez ésta sea la expresión más amada
sobre Dios que se afirma en las Escrituras. Dios es la protección, el sustento y el
refrigerio de su pueblo. Tanto el Padre como el Hijo se les llama “pastor” de su
pueblo (Sal. 23:1 y 1 P. 2:25). Dios es el pastor cualitativamente: Él es el Buen
Pastor (Jn. 10:11,14) y Él es el Supremo Pastor (1 P. 5:4). Como Dios es pastor de su
pueblo, así los que son dotados con el don de pastor deben servir al pueblo de Dios
con el mismo interés y preocupación amorosa que Dios tiene para con nosotros.

e. YHWH-Shalom = “El Señor es paz” (Jue. 6:24).

Este nombre retrata al Señor como la paz y el descanso de su pueblo. “Paz”


aquí es más que ausencia de beligerancia, sino es la armonía plena e identificada con
el propio Dios (Ro. 15:33; 1 Ts. 5:23; He. 13:20). Él es el Dios de la paz, así como
su Hijo es Príncipe de Paz y su Espíritu ¡es lo que genera en nosotros el fruto de la
paz! La paz es la condición más deseada entre las naciones, dentro de una nación y
en el corazón de los hombres. Por esta razón, la salutación de los hebreos era: “Paz
sea contigo”.

f. YHWH-Tsidkenu = “El Señor nuestra justicia” (Jer. 23:6).

Este nombre presenta al Señor como aquel que es absolutamente recto por
naturaleza, que no hace nada contra su constitución santa. Al mismo tiempo, Dios
exige que los hombres vivan de manera recta y santa (Lv. 19:35,36). La palabra
justicia, cuando se aplica a nosotros, tiene que ver con el andar conforme a la ley de
Dios, y es sinónimo de rectitud.

g. YHWH-Shamah = “El Señor está aquí” (Ez. 48:35).

Este nombre retrata la presencia constante del Señor en medio de su pueblo.

h. YHWH Elohim Israel = “El Señor, Dios de Israel”.

Este es el nombre que distingue al Dios de Israel en contraste con los falsos
dioses de las otras naciones (Jue. 5:3 e Is. 17:6).

Como hemos dicho, en la Escritura los nombres de Dios son una revelación
personal del propio Dios, pues sólo él puede llamarse a sí mismo. Sus nombres son
idénticos a los atributos que él exhibe en el mundo.

La Sagrada Escritura no sólo describe los atributos divinos, sino que también
nos revela los nombres personales de Dios. Ya hemos visto estos nombres en el
Antiguo Testamento. Ahora vamos a tratar los nombres de Dios en el Nuevo
Testamento.

Los Nombres de Dios en el Nuevo Testamento

Los nombres de Dios presentados en el Antiguo Testamento describían


varias de las facetas o atributos de Dios. Estos indicaban su personalidad en
variados matices. En este sentido, los nombres del Antiguo Testamento eran más
ricos en significado que los presentados en el Nuevo Testamento. La variedad de
los nombres divinos es mucho más rica y abundante, especialmente cuando los
nombres presentaban una forma compuesta.

A. Theós = Dios

Esta es la palabra griega que se traduce como “dios” sin que se refiera
necesariamente al Dios de la Biblia. Todas las personas con algún tipo de autoridad
eran llamadas “dioses” (Jn. 10:34). Sin embargo, esta palabra griega “Theós”, cuando
se usa en las Escrituras con referencia al Dios verdadero, contiene la esencia de los
nombres mencionados en el Antiguo Testamento, como El, Adon y Jehová,
estudiados anteriormente. No obstante, esta esencia no se explicita por el nombre
en sí.

a. Theós = Todopoderoso:

El contexto de algunos versículos muestran que la connotación de Theós es la


de alguien Todopoderoso. Dios tiene la característica de El-Shaddai del Antiguo
Testamento. La connotación de poder atribuido a Dios casi siempre está ligada a la
salvación del pecado (ver 1 Co. 1:18-24; 15:20-28).

b. Theós = Redentor:

Hay numerosas referencias a Dios como el Redentor de su pueblo. Aunque


haya un sentido en que su Hijo encarnado es el redentor de los hombres, el Nuevo
Testamento también aplica la connotación de redentor a Dios, que es llamado
Padre.

B. Kyrios = Señor

Después del nombre Theós, que aparece con mayor frecuencia en el Nuevo
Testamento, el nombre de mayor importancia es Kyrios = Señor. La palabra Kyrios
tiene relación con aquel que legalmente posee poder. En el Nuevo Testamento este
es un título que Theós recibe. Éste califica a Theós. Si relacionamos este título con los
nombres de Dios en el Antiguo Testamento, comprobamos que tiene las mismas
cualidades de Adon y Jehová. Como Adon, se asocia con la idea de señor, gobernador,
poseedor. Adon es identificado en el Antiguo Testamento como el que gobierna
todas las cosas y que posee un poder inigualable. Como Jehová, el título Kyrios se
asocia con la idea de su presencia y de sus promesas consoladoras, aquel que está
preocupado de su pueblo. Así, el nombre Kyrios está asociado a estos dos nombres
del Antiguo Testamento que tienen la noción de redentor.

El título Kyrios no es prerrogativa exclusiva de Dios el Padre. Al Hijo de Dios


también se le llama Señor. En el texto de Lucas 10, los discípulos llaman a
Jesucristo, Señor (v.17). Jesús, como Señor, comparte con su Padre el poder de
liberar a los hombres del dominio de los demonios (v.17). Es bueno recordar que
Jesús fue enviado por el Kyrios, el Padre, y su poder no está vinculado sólo a su
mesianidad, sino también al hecho de que es, en su totalidad, el reflejo exacto del
Ser Divino ahora encarnado. Aquí se le llama Señor como Dios-hombre. Si Él no
hubiera tenido el poder que tenía, jamás hubiera sido reconocido por sus discípulos
como Kyrios (Fil. 2:5-11).

La divinidad de una persona la califica para este título. Como veremos más
adelante, Dios es tripersonal y el Espíritu Santo es una de las personas de la
Trinidad, recibiendo, por lo tanto, el título de Señor. El texto más claro con
respecto al señorío del Espíritu Santo está en 2 Corintios 3:17-18.

C. Pater = Padre

La palabra griega Pater, que significa Padre, es un título distintivo de Dios en


el Nuevo Testamento. Sólo el Nuevo Testamento revela este aspecto de Dios tan
amado por todos nosotros, los cristianos. Es verdad que a Dios se le llama Padre
de la nación israelita en el Antiguo Testamento13, pero la noción de la paternidad
divina está explícita en el Nuevo Testamento por la enseñanza directa de su Hijo
Jesucristo. No obstante, esta enseñanza está explícita en el Nuevo Testamento e
implícita en el Antiguo. El comportamiento de Dios como Padre en el Antiguo
Testamento se recuerda en el Salmo 103:13, donde dice “como el padre se
compadece de los hijos, se compadece Jehová de los que le temen”, pero a Él no se
le llama comúnmente Padre de sus hijos en el Antiguo Testamento, aunque se
comporte como tal.

13 Ex. 4:22; Dt. 32:5-6; Jer. 31:9; Os. 11:1; Mal. 2:10.
La Trinidad de Dios

Introducción

Un capítulo la Trinidad es extremadamente esencial para el estudio del Dios


de las Escrituras. Esta materia, que es propia del cristianismo, siempre ha sido
motivo de ataques por parte de otras religiones por causa de las grandes dificultades
que presenta. Éste es uno de los mayores misterios de la fe cristiana. Sin embargo, a
pesar de ser un asunto de difícil comprensión, justamente porque excede a nuestro
entendimiento, merece ser estudiado, porque las Escrituras nos proveen datos
importantes y algunos de sus textos dan muestra inequívoca de la existencia de tres
personas en un solo ser. Esta lección no promete resolver todos los problemas
relativos a la Trinidad, pero se esfuerza en analizar la mayoría de los datos bíblicos
que, de una manera u otra, tratan del Dios que subsiste en tres personas de forma
que, al contrario de ver un triteísmo, podemos ver una sola unidad.

1. La doctrina de la Trinidad en la Biblia

El término “Trinidad” no se encuentra en la Biblia. Es un término teológico


usado por primera vez probablemente por Tertuliano, alrededor del año 220. A
pesar de que este término no aparece en las Escrituras, lo que esta lección intenta es
hacer justicia a su enseñanza global sobre esta manera tan decisiva para el
cristianismo ortodoxo, y demostrar bíblica, teológica e históricamente que la
Trinidad existe. Ambos Testamentos hacen referencia a esta materia, y nosotros la
estudiaremos de manera sistemática, aunque algunas veces adoptemos, de manera
muy clara, el método de la teología bíblica.

Cuando examinamos las Sagradas Escrituras en su totalidad, percibimos que


la evidencia de la doctrina de la Trinidad en el Nuevo Testamento es mucho más
clara que en el Antiguo Testamento. Este entendimiento más claro del Nuevo
Testamento se debe al carácter progresivo de la revelación redentora de Dios. Por
lo tanto, en esta parte de la base bíblica entenderemos los textos sobre la Trinidad
en el Antiguo Testamento a la luz que los textos del Nuevo Testamento nos dan.
Para decirlo de otra manera, a la luz de los textos del Nuevo Testamento es que
entenderemos los textos del Antiguo Testamento sobre la Trinidad. Tenemos que
hacer justicia a los énfasis y a las limitaciones específicas del Antiguo Testamento
con relación a esta materia.

A. La doctrina de la Trinidad en el Nuevo Testamento

Es relativamente más fácil elaborar la doctrina de la Trinidad a partir de dos


grandes eventos redentores, es decir, la encarnación del Verbo y el derramamiento
del Espíritu Santo en el día de Pentecostés, que elaborarla a partir de la enseñanza
del Antiguo Testamento. En el Nuevo Testamento, la revelación ya está completa,
por lo tanto, nuestro punto de partida es un entendimiento retroactivo, partiendo
de lo más claro a lo más oscuro. Al contrario de seguir el camino del carácter
progresivo de la revelación, haremos lo inverso. Partiremos de lo que fue revelado
más plenamente, volviendo por el camino de la revelación histórica, con el fin de
ver los elementos de la doctrina de la Trinidad en sus inicios en el Antiguo
Testamento. La tentativa de este estudio es partir de lo que está patente en el
Nuevo Testamento a lo que está latente en el Antiguo Testamento.

A continuación veremos algunas evidencias textuales de la doctrina de la


Trinidad en el Nuevo Testamento.

a. El Bautismo de Jesús:

Mt. 3:13-17; Mr. 1:9-11; Lc. 3:21-23; Jn. 1:32-34. Estos pasajes hablan del
Hijo encarnado que está frente a Juan Bautista para ser bautizado, mientras el
Espíritu Santo baja del cielo tomando la forma corpórea de una paloma, y al mismo
tiempo se oye la voz del Padre diciendo algo sobre el Hijo amado. En estos textos
se perciben tres personas que aparecen simultáneamente, y no tres maneras
distintas de la misma persona, como piensan los modalistas. Aunque el énfasis
mayor de la idea de persona recaiga sobre el Padre (que habla) y el Hijo (que está
siendo bautizado), no obstante, el Espíritu se presenta de forma diferente a las otras
dos personas.

b. La fórmula bautismal:

Mt. 28:16-20 (Mr. 16:15-18). Los textos sobre el bautismo de Jesús muestran
la presencia simultánea de las tres personas de una manera muy distinta. Pero la
unidad de estas tres personas no es evidente en aquellos pasajes. Sin embargo, la
unidad del Ser Divino se evidencia en el hecho de que los atributos de la divinidad
son aplicados indistintamente a cada una de las tres personas. Y el hecho que cada
una de ellas presente obras puramente divinas es, otra vez, la evidencia de la
divinidad de cada una. La singularidad de la fórmula bautismal está en el énfasis que
da a la unidad de las tres personas en el nombre de aquella que es bautizada.

c. La bendición apostólica:

2 Co. 13:14 muestra de manera clara a las tres personas como las
favorecedoras de los redimidos de Dios. Se debe observar que este texto muestra
que las funciones bendecidoras de cada una de las personas tiene un carácter
personal. La gracia, el amor y la comunión son propiedad de las personas de la
Trinidad, no de energías o poderes. Hay tres personas distintas señaladas
claramente en este pasaje.

Ap. 1:4-5 muestra también a las tres personas juntas, pero con
nomenclaturas diferentes. En este texto, al Padre se le llama “el que es y que era y
que ha de venir” y “quién está en el trono”; al Hijo, Jesucristo, se le llama “el
testigo fiel”, “el primogénito de los muertos” y “el soberano de los reyes de la
tierra”; al Espíritu Santo se le llama “los siete espíritus”. Por lo tanto, gracia, paz y
amor vienen de este Dios trino.

Lo curioso es que la bendición aarónica de Números 6 también muestra una


especie de trinidad, si la vemos a la luz de la enseñanza del Nuevo Testamento,
pues en ella el nombre santísimo aparece tres veces, cada vez que aparece una
promesa de bendición.

d. Otros textos:

1 Co. 12:4-6 – En este pasaje nuevamente se menciona las tres personas


ejerciendo funciones diferentes en la capacitación de la iglesia. El Espíritu Santo es el
mismo que distribuye los dones a los miembros del cuerpo (v.4); el Hijo, que aquí
se le llama Señor, es quien determina el lugar en donde los miembros del cuerpo
van a trabajar (v.5), y el Padre es quien da la diversidad de operaciones de los
miembros del cuerpo (v.6), determinando el éxito del trabajo de los mismos.

Ef. 4:4-6 – En este pasaje, Pablo trata de la unidad del cuerpo, dando varias
evidencias de la misma. La característica importante es que esta unidad gira en
torno a las tres personas de la Trinidad. Hay un solo Espíritu, un solo Señor y un
solo Dios y Padre de todos. La Trinidad, como en el texto de 1 Co. 12:4-6, es el eje
de la vida del cuerpo. Sin las personas de la Trinidad el cuerpo no puede funcionar.

1 P. 1:1-2 – Mientras los dos pasajes de arriba tienen que ver con la
capacitación de la iglesia, éste tiene relación con la obra soteriológica de las
personas de la Trinidad. El Padre es el responsable de la elección, según su
presciencia; la obra de la redención de los pecadores se realiza por medio de la
“aspersión de la sangre de Jesucristo”, el Hijo; y la santificación de los escogidos y
redimidos es hecha por el Espíritu Santo.

Judas 20-22 – Este pasaje nuevamente muestra a las tres personas ejerciendo
funciones diferentes en la vida de los santos. Es el Padre quien guarda a los santos
en su amor. El Hijo es la expresión de la misericordia divina, en la que los santos
deben esperar. El Espíritu Santo es el que edifica a los santos en la fe santísima, es
decir, en el cuerpo de doctrina recibido, la misma “fe que ha sido una vez dada a
los santos” (Judas v.3).
B. La doctrina de la Trinidad en el Antiguo Testamento

Todos los textos del Antiguo Testamento que serán citados aquí, quedan
mucho más claros cuando los entendemos a la luz de una revelación posterior.
Ellos se entienden mejor cuando reciben la luz que viene de los textos más claros
del Nuevo Testamento, donde la revelación progresiva se vuelve más evidente.

a. Textos Generales:

Is. 48:16 – nos parece que las palabras de este versículo fueron puestas en la
boca de la segunda persona de la Trinidad, el Verbo aún no encarnado. Dios envió
a su Hijo y a su Espíritu Santo para realizar la obra de salvación en la historia del
mundo y en la vida personal del pecador. Obviamente, la primera obra le
corresponde al Hijo encarnado y, la segunda, al Espíritu Santo que opera en lo
íntimo del pecador.

Is. 49:20-21 – estos versículos son palabras directas de Dios, el Padre, aquí
llamado “Señor”, que establece un pacto con su pueblo. Como parte de este pacto,
el Espíritu Santo estaría sobre el mediador del pacto, el Salvador Jesucristo que es el
Redentor que viene de Sion.

Is. 61:1-3 – las tres personas aparecen en forma clara en este pasaje. Éste es
citado en el Nuevo Testamento (Lc. 4:16) para mostrar la unción del Mesías por el
Espíritu que viene de Dios. Por lo tanto, al comienzo del versículo 1, el texto dice:
“El Espíritu del Señor (Dios el Padre) esta sobre mí (el Hijo, Cristo)”.

b. Textos que apuntan a la pluralidad de personas en el Ser divino:

En los textos que vienen a continuación, aunque aparezca la idea de


pluralidad de personas, no existe necesariamente el indicio de que sean tres
personas. No obstante, no podemos dejar de notar que en el judaísmo había un
fuerte énfasis en el monoteísmo. El énfasis en el monoteísmo y, al mismo tiempo,
la pluralidad de personas involucradas en el nombre de Dios prueban que Él es un
ser que tiene más de una personalidad.

Aunque hay un énfasis en la unidad de Dios, las Escrituras indican la


pluralidad de personas en la Divinidad. El nombre incomunicable de Dios, Jehová,
siempre está en singular enfatizando la naturaleza esencial de Dios que es la misma
en las tres personas, mientras que el primer nombre de Dios mencionados en las
Escrituras revelan la pluralidad de personas que hay en Él. El nombre usado por
Dios en Gn.1:1 (Elohim) es un plural de majestad. Aunque este texto no indique que
son tres personas, ciertamente indica la pluralidad de personas en la Divinidad.
Entendiendo este versículo de acuerdo con el contexto general de las Escrituras,
incluyendo al Nuevo Testamento, es como si Moisés hubiera dicho: “en el
principio, cada una de las personas de la Divinidad (Elohim = plural de majestad)
creó los cielos y la tierra”. Esto es perfectamente posible, pues podemos ver en las
enseñanzas de la Biblia que tanto el Padre como el Hijo y el Espíritu Santo,
participaron activamente de la obra de la creación, como veremos más adelante. La
pluralidad de personas en la Divinidad es manifiesta desde inicio de la revelación
bíblica.

En textos como Job 35:10; Sal. 149:2; Ec. 12:1 e Is. 54:5, la
traducción en nuestra lengua presenta al Creador en singular, pero el texto hebreo
presenta el término en plural – Creadores. El mundo fue hecho por un solo Dios,
pero fue hecho por el Padre, Hijo y por el Espíritu Santo.
Los Atributos de Dios

Introducción

La doctrina de Dios es asunto fundamental para la comprensión de todas la


demás doctrinas de la fe cristiana. No obstante, el punto central de la doctrina de
Dios son los atributos de Dios porque son la única cosa revelada que nos dice algo
sobre la naturaleza del Ser Divino. Como ya vimos, nadie puede penetrar la esencia
de Dios – de ahí que sea incomprensible –, pero sus atributos nos indican algo de
su naturaleza esencial, como veremos luego. Hay muchos conceptos distorsionados
sobre Dios porque los conceptos sobre los atributos son distorsionados.

1. Definición de Atributos

Los atributos son “cualidades”, “propiedades”, “virtudes” o “perfecciones”


de una persona particular o de un ser. Como Dios es un ser, posee cualidades o
características que hacen que él sea lo que es. Los atributos no son cosas añadidas a
Dios, sino son cualidades esenciales de él. Berkhof define atributos como “las
perfecciones atribuidas al Ser Divino en las Escrituras, o las que son visiblemente
ejercidas por él en las obras de la Creación, Providencia y Redención”14.

¿Qué es el Ser Divino? Cuando pensamos en Dios, tenemos la tendencia de


querer definirlo. Como regla general, cuando definimos alguna cosa, siempre lo
hacemos por comparación, pero este sistema no funciona en el caso de Dios,
porque él es incomparable. Él pregunta: “¿A qué, pues, me haréis semejante o me
compararéis? dice el Santo” (Is. 40:25). No hay posibilidad de compararlo por
definición. Si pudiéramos definirlo, podríamos comprenderlo perfectamente, pero a
Dios no se le puede definir, porque no cabe completamente en nuestras mentes. Su
naturaleza excede a nuestro entendimiento.

14 Berkhof, Teología Sistemática, 59.


2. Los atributos de Dios revelan su Ser

De la simplicidad de Dios se deduce que Dios y sus atributos son uno solo.
Los atributos no pueden ser considerados como piezas que son parte de la
composición de Dios, pues él no está compuesto de varias partes como los seres
humanos15.

Se acostumbra a decir en teología que los atributos de Dios son Dios mismo
según como se revela16. No está mal decir, no obstante, que la esencia de Dios se
encuentra en cada uno de sus atributos.

Naturalmente debemos estar atentos contra la idea de separar la esencia


divina de sus atributos o perfecciones, y también contra el falso concepto de la
relación que guardan entre sí. Los atributos son verdades determinativas y
cualidades inherentes del Ser Divino.

3. Los atributos de Dios revelan su carácter

Aunque el conocimiento de Dios sea proporcional a lo que él revela de sí, los


atributos de Dios revelan como es él, su carácter y como funciona. Las Escrituras
revelan la mente de Dios, abren nuestros ojos para que veamos de manera correcta.
Todas las informaciones que las Escrituras dan acerca de Dios corresponden a la
realidad. Por esto, Gruden afirma que: “a pesar de que todo lo que las Escrituras
nos dicen con respecto a Dios sea verdadero, no es, sin embargo, exhaustivo”17.

4. Clasificación de los Atributos de Dios

Varias clasificaciones se han sugerido en la historia de la teología sistemática:

A. Atributos Naturales y Morales – los naturales son atributos tales como: auto-
existencia, simplicidad e infinidad, que no dependen de la voluntad de Dios. Los

15 Berkhof, Teología Sistemática, 50.


16 Ibid., 51.
17 Gruden, Systematic Theology, 160.
morales son atributos como bondad, verdad, misericordia, justicia y santidad, que
caracterizan a Dios como un ser moral.

La objeción a esta clasificación es que todos los atributos son naturales en Dios
y son parte de su constitución.

B. Atributos Absolutos y Relativos – los primeros corresponden a la esencia de


Dios considerado en sí mismo (auto-conciencia, inmensidad, eternidad, etc.),
mientras que los atributos relativos corresponden a la esencia divina en relación a la
creación (omnipresencia, omnisciencia).

La objeción en contra de esta clasificación es que todas las cualidades de


Dios tienen que ver de algún modo con el mundo que él creó, aunque ya existieran
en Dios antes de que el mundo haya sido creado. Todas son parte del Ser de Dios.

C. Atributos Inmanentes (intransitivos) y Emanentes (transitivos) – los


primeros son los atributos que no se proyectan ni operan fuera de la esencia divina
(inmensidad, simplicidad, eternidad, etc.); los segundos son aquellos que se irradian
y producen efectos externos a Dios (omnipresencia, benevolencia, justicia, etc.)

La objeción contra esta clasificación es que si algunos fueran estrictamente


inmanentes, el conocimiento de los mismos sería totalmente imposible.

D. Atributos Comunicables e Incomunicables – los últimos son aquellos que no


encuentran ninguna analogía en el ser humano, y tienen que ver con el Ser
Absoluto de Dios (auto-existencia, inmensidad, simplicidad, etc.), señalando a Dios
como el Deus Absconditus (Dios Escondido); los primeros son los que encuentran
alguna significación en los seres humanos. Estos son transmitidos, de alguna
manera, a los seres humanos, y tienen que ver con el Ser Personal de Dios (poder,
amor, bondad, justicia, etc.), indicando al Deus Revelatus, el Dios revelado que se nos
da a conocer con más facilidad.
5. Los Atributos de Dios en los Símbolos de Fe de Westminster

La definición contenida en la respuesta del Catecismo Menor de Westminster a la


pregunta 4 (“¿Quién es Dios?”) dice lo siguiente: “Dios es espíritu infinito, eterno e
inmutable en su ser, sabiduría, poder, santidad, justicia, bondad y verdad”.

La Confesión de Fe de Westminster muestra los atributos incomunicables y los


comunicables (aunque ésta no use esta distinción clásica) en las siguientes palabras:

“Existe un solo Dios vivo y verdadero, el cual es infinito en su Ser y perfecciones. Él es


un espíritu purísimo, invisible, sin cuerpo, miembros o pasiones; es inmutable, inmenso,
eterno, incomprensible, omnipotente, omnisciente, santísimo, completamente libre y absoluto, haciendo
todo para su propia gloria y según el consejo de su propia voluntad, que es recta e
inmutable. Es lleno de amor, de gracia, misericordioso, longánimo, muy bondadoso y verdadero
galardonador de los que le buscan y, no obstante, justísimo y terrible en sus juicios, pues
odia todo pecado; de igual modo no tendrá por inocente al culpable” (II, 1)

La primera lista de palabras en cursiva, en la cita anterior, dice relación a los


atributos incomunicables, mientras que la segunda muestra los atributos
comunicables. En el próximo capítulo comenzaremos con los atributos
incomunicables, pues expresan la singularidad de Dios, es decir, aquello en lo que
es absolutamente sin igual.

6. Los Atributos Incomunicables

Los atributos incomunicables son aquellos que distinguen a Dios como


Dios, sin igual en aquello que es y hace. Estos atributos son la marca distinta del
Altísimo ¡que se hace absolutamente inigualable! Ellos son exclusivos de Dios y no
tienen ninguna correspondencia con la criatura. Estos atributos no pueden ser
transferibles a los seres humanos, pues la finitud de éstos impide que los posean.
Los teólogos del escolasticismo protestante entendieron la imposibilidad de Dios
de comunicar estas cualidades a los hombres y usaron un axioma latino que expresa
esta idea: Finitum non capax infiniti (lo finito es incapaz de lo Infinito). Con esto ellos
pretendieron decir que los seres humanos son incapaces de captar, comprender o
recibir lo infinito18.

Estos atributos se llaman incomunicables porque indican que, de ningún


modo, podemos ver trazos de ellos en nuestra personalidad. Dios no nos
transmitió o comunicó ningún aspecto de ellos. No hay ninguna analogía en
nuestro ser que sea propia y exclusiva de la Divinidad. Por lo tanto, los atributos
incomunicables pertenecen solamente a Dios, sin ninguna correspondencia de ellos
con la criatura. Estos atributos presentan la singularidad de Dios.

A. Espiritualidad:

Dios es un Ser espiritual, purísimo e infinito. En este sentido él es sin igual,


diferente incluso a los ángeles, que también son seres espirituales. En la
conversación de Jesús con la mujer Samaritana está la afirmación del propio Jesús
sobre la naturaleza de su Padre. Dijo él: “Dios es espíritu” (Jn. 4:24) – esto
significa que él no posee naturaleza corpórea como los hombres, y que no hay en él
ninguna mezcla con lo físico o material.

Obviamente, hay otras criaturas suyas que también son seres únicamente
espirituales, sin ninguna connotación corpórea, como los ángeles, por ejemplo (He.
1:13-14). Pero Dios es un espíritu muy diferente de otros seres espirituales, porque,
juntamente con el hecho de ser espíritu purísimo, él es infinito, inmensurable,
omnipotente, teniendo todos los demás atributos incomunicables, justamente
porque es un ser eminentemente espiritual.

18 Muller, Dictionary of Latin and Greek Theological Terms, 119.


B. Independencia:

Este atributo incomunicable también se conoce como auto-existencia. Dios


es un ser que existe por necesidad, como ya se sabe, nunca existió por voluntad
propia o de alguien. Él existe por sí mismo y siempre fue de la manera como es, no
necesitando de nada y de nadie fuera de sí mismo. El ser humano no existe por
necesidad. Él existió por voluntad de alguien, pero no se puede decir lo mismo de
Dios. El hombre existe, pero Dios es. La naturaleza de Dios exige que él sea auto-
existente, porque todas las otras cosas existieron por su voluntad (Ap. 4:11). Dios
es el Creador no creado y libre de cualquier necesidad. Él es auto-suficiente,
mientras que todas las cosas que existieron son siempre dependientes. La finitud
aquí está en contraste con la infinitud de Dios que se evidencia en su auto-
existencia (Éx. 3:13-15; Jn. 5:26; Hch. 17:25).

C. Inmutabilidad:

La inmutabilidad de Dios está estrechamente ligada con su independencia.


Este atributo manifiesta que en Dios no hay cambio, no solamente en su Ser, sino
que también en sus perfecciones, en sus propósitos y en sus promesas19 (Sal.
102:25-28; Is. 40:8; 51:6; Mal. 3:6; Stg. 1:17).
La “inmutabilidad” no es sinónimo de “inmovilismo”. Así como el agua del mar –
sin perder ninguna de sus propiedades– esta en continuo movimiento, también
Dios esta en movimiento eterno, por cuanto la vida se muestra en el movimiento.
Dios lo mueve todo y, aunque nada ni nadie puede “mover” a Dios –en el sentido
de obligarle o inducirle a hacer algo que Él no esté dispuesto de antemano a hacer–,
puede, sin embargo, sentirse afectado. “conmovido”, por la conducta del ser
humano. La Biblia nos lo presenta con sentimientos como el amor y la ira, y con
emociones como los celos y el furor. Es “un Dios celoso” (véase Ex. 20:5; 34:14;

19 Berkhof, Teología Sistemática, 58.


Dt. 4:24; 5:9; 6:15; Nah. 1:2), pero sin las imperfecciones de los celos humanos,
pues sus celos son siempre santísimos y plenamente justificados20.

D. Infinidad:

La infinidad es el atributo por medio del cual Dios está exento de toda y
cualquier limitación. Él no es limitado en manera alguna por el universo existente21.

Porque el espacio es obra de sus manos, las leyes que lo rigen no se aplican a
Dios. Él no necesita recorrer los puntos sucesivos de una línea recta para alcanzar
la otra extremidad del universo que Él creó. Él está en todo lugar y en todo tiempo
(Sal. 139:7-12). Salomón revela que comprendía la naturaleza ilimitada de Dios al
exclamar: “Pero ¿es verdad que Dios morará sobre la tierra? He aquí que los cielos,
los cielos de los cielos, no te pueden contener; ¿cuánto menos esta casa que yo he
edificado?” (1 R. 8:27; cfr. Hch. 17:24)22.

La infinidad de Dios se relaciona con la inmanencia y transcendencia, temas


que ya estudiamos anteriormente en otra lección.

20 Lacueva, Curso Práctico de Teología Bíblica, 87.


21 Berkhof, Teología Sistemática, 59.
22 Anglada, Soli Deo Gloria, 61.
Los Atributos de Dios

Introducción

Como ya mencionamos anteriormente, los atributos comunicables son los


atributos que existen en alguna semejanza en el hombre. Debemos notar, sin
embargo, que lo que vemos en el hombre es una semejanza finita (limitada) e
imperfecta de aquello que en Dios es infinito (ilimitado) y perfecto23.

1. El Conocimiento de Dios

Es aquel atributo por el cual Dios se conoce a sí mismo y a todas las cosas
actuales y posibles. Dios tiene de por sí este conocimiento propio y no lo obtiene
de nada ni nadie exterior. Es un conocimiento total y está siempre presente en su
mente. Ha sido llamado como omnisciencia. Dios conoce todas las cosas pasadas,
presentes, futuras y no tan sólo aquellas que tienen una existencia real, sino también
las que son meramente posibles (1 Reyes 8:29; Sal. 139:1-16; Isa. 46: 10; Ez. 11:5;
Hechos 15:18; Juan 21:17; Hebreos 4:13)24.

2. La sabiduría de Dios

La sabiduría es un aspecto del conocimiento de Dios. Es el atributo divino


que se manifiesta en la selección de dignos fines y en la selección de los mejores
medios para la realización de tales fines. El propósito final y al cual Dios hace que
todas las cosas se subordinen es su propia gloria (Rom. 11:33; 1 Cor. 2:7; Efesios
1:6, 12, 14; Col. 1:16)25.

3. La bondad de Dios

Dios es bueno, esto es, santo a la perfección en su modo de Ser. Sin


embargo, esta no es la clase de bondad a la que nos referimos aquí. Esta bondad a

23 Berkhof, Sumario de Doctrina Cristiana, 26.


24 Ibid.
25 Ibid., 27.
la que hacemos referencia es aquella bondad que se revela en hacer el bien a otros.
Es el atributo o perfección divina que lo impulsa a obrar con bondad y generosidad
para con todas sus criaturas. La Biblia habla de ello repetidamente (Sal. 36:6:
104:21; 145:8, 9,16; Mt. 5:45; Hch. 14:17)26.

4. El amor de Dios

A éste atributo se la ha calificado como el atributo más importante, sin


embargo, es dudoso que sea más importante que cualquier otro. En virtud del
amor, Dios se deleita en sus propias perfecciones y también en el hombre, como
reflejo de su imagen. Podemos considerarlo desde diferentes puntos de visita. El
amor inmerecido de Dios, que se revela en el perdón de los pecados, recibe el
nombre de gracia (Ef. 1:6-7; 2:7-9; Tito 2:11). El amor que se revela en aliviar la
miseria de aquellos que sufren las consecuencias del pecado, lo llamamos su
misericordia o tierna compasión (Lucas 1:54.72, 78; Rom. 15:8; 9:16, 18; Efesios 2:4).
Cuando este amor tiene paciencia con el pecador que no escucha las instrucciones y
avisos divinos, lo llamamos su longanimidad o paciencia (Rom. 2:4; 9:22; 1 Pedro
3:20; 2 Pedro 3:15)27.

5. La Santidad de Dios

La santidad de Dios es ante todo aquella perfección divina por la cual Dios
es absolutamente distinto de todas sus criaturas y elevado muy por encima de ellas
en infinita majestad (Éxodo 15:11, Isaías 57:15). En segundo lugar denota también
que Dios es libre de cualquier impureza moral o pecado, y que por tanto es
moralmente perfecto. En la presencia de un Dios santo, el hombre siente su pecado
muy profundamente (Job 34:10; Isaías 6:5; Habacuc 1:13)28.

26 Ibid.
27 Ibid.
28 Ibid.
6. La Justicia de Dios

La justicia de Dios es aquel atributo divino por el cual Dios se mantiene


santo en frente de cualquier violación de su santidad. En virtud de ello, Dios
mantiene su gobierno moral en el mundo e impone al hombre una ley justa,
recompensando la obediencia y castigando la desobediencia (Sal. 99:4; Isaías 33:22;
Rom. 1:32). La justicia de Dios que se manifiesta en dar recompensas recibe el
nombre de justicia remunerativa; la que se revela al ejecutar su castigo se llama justicia
retributiva. La primera es una expresión de su amor y la segunda de su ira.

7. La Veracidad de Dios

Este atributo denota que Dios es verdadero en su mismo Ser, en su


revelación y en las relaciones para con su pueblo. Dios es verdadero en contraste
con los ídolos, conoce las cosas tal como son, y es fiel en el cumplimiento de sus
promesas. Esta última característica recibe también el nombre de fidelidad de Dios
(Núm. 23:19; 1 Cor. 1:9; Tim. 2: 13; Heb. 10:23).

8. La Soberanía de Dios

Este atributo puede ser considerado desde dos puntos de vista, su soberana
voluntad y su soberano poder. La voluntad de Dios, según las Escrituras, es la causa
final de todas las cosas (Efesios 1:11; Ap. 4:11). De acuerdo con Dt. 29:29 ha sido
costumbre distinguir entre la voluntad secreta de Dios y la voluntad revelada. La
primera ha sido llamada la voluntad del decreto divino, está escondida en Dios
mismo y sólo puede ser conocida a través de sus efectos. La segunda es la voluntad
de sus preceptos y nos ha sido revelada en la ley y en el evangelio. La voluntad de
Dios es absolutamente libre en su relación con sus criaturas (Job 11:10; 33:13; Sal.
115:3; Prov. 21:1; Mateo 20:15; Rom. 9:15-18; Ap. 4:11). Aun las acciones
pecaminosas del hombre están bajo el control de su soberana voluntad (Génesis 50:
20; Hechos 2:23). Al poder de ejecutar su voluntad se le ha llamado omnipotencia.
Decir que Dios es omnipotente, no significa que Dios puede hacer cualquier cosa.
La Biblia nos enseña que hay ciertas cosas que aun Dios mismo no puede hacer.
Dios no puede mentir, pecar, ni negarse a sí mismo (Núm. 23:19; 1 Sam. 15: 29; 2
Tim. 2:13; He. 6:18; Stgo. 1:13, 17). Significa en cambio, que Dios puede, por el
mero ejercicio de su voluntad, realizar cualquier cosa que Él ha decidido llevar a
cabo, y que si Él lo quisiera, podría aun hacer más que esto (Gen. 18:14; Jer. 32:27,
Zac. 8:6; Mateo 3:9; 26 :53).
El Decreto de Dios

Introducción

El decreto de Dios es su eterno plan o propósito, por el cual ha predestinado


todas las cosas que suceden. Puesto que tal definición incluye muchos particulares,
hablamos con frecuencia de los decretos divinos en plural, aunque en realidad
existe sólo un decreto. Este decreto cubre todas las obras de Dios en la creación y
la redención, y abarca todas las acciones de los hombres, sin excluir sus acciones
pecaminosas. Mientras este decreto hizo cierta la entrada del pecado al mundo, no
hace a Dios responsable de nuestras acciones pecaminosas. Con respecto al pecado
este decreto es un decreto permisivo29.

1. Características del Decreto

a. El decreto está fundamentado en la Sabiduría de Dios, a pesar de que para


nosotros resulte difícil de comprender (Ef. 3:9-11).

b. El decreto de Dios fue establecido en la eternidad.

c. El decreto de Dios es eficaz, es decir, que todo lo que está incluido en él va


acontece (Is. 46:10).

c. El decreto de Dios es inmutable (Job 23:13-14; Lc. 22:22).

d. El decreto de Dios es incondicional, pues no depende de la acción del hombre


(Ef. 2:10; Hch. 2:23; Gn. 50:20).

2. La Predestinación

La predestinación es el plan o propósito de Dios con respecto a sus criaturas


morales. La predestinación tiene que ver con todos los hombres, buenos y malos,

29 Berkhof, Sumario de la Doctrina Cristiana, 36.


los ángeles y los demonios, y con Cristo como Mediador. La predestinación incluye
dos partes: la elección y la reprobación.

A. La Elección:

La Biblia cuando se refiere a la elección lo hace en uno u otro de los


siguientes sentidos:

(1) Elección del pueblo de Israel (Dt. 4:37; 7:6-8; 10:15; Os. 13:5).

(2) Elección de ciertas personas para el cumplimiento de un oficio especial (Dt.


18:5; 1 Sam. 10:24; Sal. 78:70).

(3) La elección de ciertos individuos para salvación (Mt. 22:14; Ro. 11:5; Ef. 1:4).
Esta elección es definida como el propósito eterno de Dios por medio del cual él
decide salvar a algunas personas por medio de Cristo.

La doctrina de la elección siempre ha sido motivo de disputa en el medio


evangélico. Uno de los grandes motivos de este acalorado debate es que hecho de
que ésta doctrina, según algunos, desincentiva la santificación.

Pablo en Efesios 1:1-14 trata sobre: el fundamento de la elección; del objeto


de la elección y del propósito de la elección. Veamos cada uno de estos puntos:

(1) El fundamento de la elección:

El fundamento de la elección es el propio Cristo (Ef. 1:3-4). Dios nos


escogió en Cristo desde la eternidad y en determinado momento nos bendijo en
Cristo dándonos la salvación y todas las bendiciones espirituales que de ella se
siguen.

Al afirmar que el fundamento de la salvación es Cristo, el apóstol Pablo


automáticamente descarta toda participación humana en la salvación. Es el propio
Dios quien nos capacita para creer a fin de que nos apropiemos de la salvación que
fue plenamente realizada por Cristo en nuestro lugar y a nuestro favor.

La elección es fruto de la gracia de Dios y no es el resultado de una previsión


hecha por Dios de que éste o aquél pecador tendría fe. Dios no apenas previó que
un determinado pecador tendría fe, sino que también determinó dar fe a un
determinado pecador para que él creyese en Cristo y fuese salvo.

Lo anterior significa que la elección es incondicional y no depende en nada


de las obras humanas (Ro. 3:28; Gá. 2:16; 3:11; Ef. 2:8-9).

El cristiano, por lo tanto, debe alabar a Dios por haber sido escogido en
Cristo, ya que si su elección dependiese de sí mismo, él nunca creería.

(2) El Objeto de la elección:

En el texto de Efesios 1:3-14 el pronombre “nos” debe ser entendido a la luz


de su contexto. Pablo está escribiendo a los “santos y fieles en Cristo Jesús” (Ef.
1:1). Poco después dice que Dios nos ha bendecido y que nos escogió (Ef. 1:3-4).
Como se puede observar Pablo está diciendo que él mismo y los santos y fieles son
bendecidos con toda bendición espiritual y que fueron escogidos en Cristo. Esta
clara enseñanza de las Escrituras nos lleva a la siguiente conclusión: La elección es
limitada por la voluntad de Dios, pues Dios no quiso salvar a todo el género
humano, sino que a una parte de él (Ro. 8:31-33; Ef. 5:25; Jn. 10:27; 1 P. 1:1; 2:9).

(3) El propósito de la elección:

Dios en su infinita sabiduría y poder tiene un propósito bien definido tanto


en la creación, cuanto en la redención del pecador. Ese propósito es mencionado
en diversos textos de la Escritura (2 Ti. 1:9; Sal. 33:11; Is. 37:26; 46:9-10; Mt. 25:34;
Is. 14:24).
El propósito de la elección es manifestar la gloria de Dios. No existe
propósito mayor y más sublime que éste. Fue para eso que fuimos creados y fue
para eso que todo el universo fue creado. Dios, queriendo revelar su propia gloria,
determinó crear al mundo y permitir la caída del hombre, que fue creado sin
pecado, pero con libertad absoluta. Al usar su libertad para rebelarse contra Dios el
hombre automáticamente perdió toda la libertad que poseía y se transformó en un
esclavo del pecado (Jn. 8:35; Ro. 6:6, 17, 20: Tit. 3:3; 2 P. 2:19) e hijo de Satanás
(Gn. 3:15; Jn 8:44; Hch. 13:10; 1 Jn. 3:10), tornándose merecedor del castigo
reservado por Dios (Mt. 25:41). El primer pecador generó una raza de pecadores.
De la masa de pecadores, igualmente merecedores del infierno, puesto que todos
pecaron y están destituido de la gloria de Dios (Ro. 3:23; 6:26), además de estar
muertos en delitos y pecados (Ef. 2:1-2), el Señor escogió, en base de su libre y
soberana gracia (Ef. 2:8-9), un grupo de personas para que tuvieran su comunión
restaurada con su Creador, comunión que se había perdido por causa de la caída.

No debemos pensar que por escoger a una persona y no escoger a otra Dios
es injusto, puesto que “Mas antes, oh hombre, ¿quién eres tú, para que alterques
con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: Por qué me has hecho así? ¿O no
tiene potestad del alfarero sobre el barro, para hacer de la misma masa un vaso para
honra y otro para deshonra? (Ro. 9:20-21).

El pecador no es visto por Dios como un ciudadano que tiene los mismos
derechos que sus pares, sino que como un criminal culpable y condenado, que no
tiene derecho a la libertad y que aguarda el momento de la ejecución de la pena. El
pecador condenado va para el infierno no por culpa de Dios, sino por causa de su
propio pecado. Al condenar al pecador, el Señor ejecuta su justicia de forma plena,
dando al pecador lo que él merece. El escogido, por su parte, va para el cielo
debido al propósito de Dios en salvarlo por gracia. En ese caso, la justicia de Dios
también es satisfecha, pues Cristo pagó el precio por los escogidos de Dios. La
justicia de Cristo es imputada a los escogidos, declarándolos justos a los ojos de
Dios (Ro. 5:1-2).

B. La Reprobación:

La doctrina de la elección implica por naturaleza que Dios no se propuso


salvar a todos los hombres. Si era su propósito salvar solamente a algunos, era
también natural que no salvara a los otros. También esto está de acuerdo con las
enseñanzas de las Escrituras (Mateo 11:25-26; Romanos 9:13, 17, 18, 21; 11:7, 8; 2
Pedro 2:9; Judas 4).

La reprobación ha sido definida como al propósito eterno de Dios de pasar


por alto en la operación de su gracia especial a algunos hombres, y de castigarlos
por sus pecados.

Existe, pues, en la reprobación un doble propósito: 1) pasar a algunos por


alto con respecto al don de su gracia salvadora; y 2) castigarlos por sus propios
pecados.

Se ha dicho con frecuencia que la doctrina de la predestinación abre las


puertas a la acusación de que Dios es injusto, pero no podría existir un equívoco
mayor que éste. El único motivo que nos permitiría hablar de injusticia divina sería
solamente en el caso de que el hombre tuviera algún derecho sobre Dios, y en el
caso de que Dios le debiera al hombre su eterna salvación. Pero puesto que todos
los hombres, sin excepción, han perdido el derecho a las bendiciones de Dios, la
situación es muy diferente. Nadie tiene el derecho más mínimo a pedir cuentas a
Dios por el hecho de haber elegido a algunos y rechazado a otros. Dios habría
continuado siendo perfectamente justo, si no hubiera salvado a ninguno (Mateo
20:14-15; Rom. 9: 14-15).
La Creación de Dios

Introducción

La palabra creación no siempre se usa en la Biblia con el mismo significado.


En su sentido estricto tal palabra denota la obra de Dios por la cual produjo el
universo y todo lo que en él hay, en parte sin el uso de materiales pre-existentes,
pero también usando materiales que por su naturaleza son inapropiados para la
manifestación de Su gloria. La creación es obra del Dios trino (Génesis 1:2, Job.
26:13; 33:4; Salmo 33:6; Isaías 40:12-13; Juan 1:3; 1 Cor. 8:6; Col. 1:15-17). En
contra del Panteísmo debemos sostener que la creación fue un acto libre de Dios.
Es decir, Dios no necesitaba al universo material (Efesios 1:11; Ap. 4:11). Contra el
deísmo afirmamos que Dios creó al universo de tal modo que dependiera de El
para siempre. Es, pues, Dios quien debe sostenerlo de día en día (Hechos 17:28;
Hebreos 1:3)30.

1. El Mundo Material

La Biblia nos enseña que Dios creó el mundo “en el principio”, es decir, al
principio de todas las cosas temporales. Detrás de este “principio” nos hallamos
frente a una eternidad infinita. La primera parte de la obra creadora nos es
mencionada en Génesis 1:1 y fue la creación sin material pre-existente o mejor
dicho creación de la nada. La expresión “crear de la nada” no se encuentra en la
Biblia, sino solamente en uno de los libros apócrifos (2 Macabeos 7:28). La idea de
creación de la nada se encuentra encerrada en los pasajes siguientes: Génesis 1:1;
Salmo 33:9; 148:5; Romanos 4:7 y Hebreos 11:331.

Dios es la causa única, total y absoluta de todo lo que existe. Él ha creado


todas las cosas por su Palabra y su Espíritu (Gén. 1:2, 3; Sal. 33:6; 104:29, 30; 148:5;
Job 26:13; 33:4; Isa. 40:13; 48:13; Zac. 12:1; Juan 1:3; Col. 1:16; Heb. 1:2, etc.). No

30 Berkhof, Sumario de Doctrina Cristiana, 40.


31 Ibid.
había sustancia o principio de algún tipo que se le opusiera; ningún material que le
obligara a hacer algo o le restringiera de hacerlo; ninguna fuerza que limitara su
libertad. Él habla y las cosas empiezan a existir (Gén. 1:3; Sal. 33:9; Rom. 4:17). Él
es, sin ninguna restricción, el poseedor del cielo y de la tierra (Gén. 14:19, 22; Sal.
24:2; 89:12; 95: 4, 5). No hay límites para su poder; Él hace todo lo que mira
apropiado hacer (Isa. 14:24, 27; 46:10; 55:10; Sal. 115:3; 135:6). De Él, por medio
de Él y para Él son todas las cosas (Rom. 11:36; 1 Cor. 8:6; Heb. 11:3). El mundo
es el producto de su voluntad (Sal. 33:6; Apoc. 4:11); es la revelación de sus
perfecciones (Prov. 8:22ss.; Job 28:23ss.; Sal. 104:1; 136:5ss.; Jer. 16:12) y encuentra
su propósito en su gloria (Isa. 43:17; Prov. 16:4; Rom. 11:36; 1 Cor. 8:6)32.

Se ha deliberado mucho sobre la cuestión de si los días de la creación fueron


días ordinarios o no. Los geólogos y los proponentes de la teoría de la evolución
nos hablan de largos períodos de tiempo. Es cierto que la palabra “día” en la
Escritura no siempre significa un día de 24 horas (p. ej. Génesis 1:5; 2:4; Salmo 50:
15; Eclesiastés 7:14; Zac. 4:10). Sin embargo, creemos que las siguientes
consideraciones favorecen el interpretar los días de la creación como días de 24
horas:

a. La palabra hebrea yom (día) denota normalmente un día ordinario, y a menos que
el contexto requiera otra interpretación, deberíamos entenderlo como un día de 24
horas.

b. La repetición de las expresiones “mañana” y “tarde” favorece esta interpretación.

c. Fue también un día de 24 horas que Dios separó como a día de descanso al final
de la creación.

d. Éxodo 20:9-11 nos enseña que Israel debe trabajar seis días y descansar el
séptimo, porque Jehová hizo los cielos y la tierra en seis días y descansó el séptimo.

32 Bavinck, Reformed Dogmatics, vol. 2, 407.


e. Es evidente que los tres últimos días fueron días de 24 horas porque se hallaban
determinados por la relación de la tierra al sol.

Ahora bien, si los tres últimos días eran de 24 horas, ¿por qué no los cuatro
primeros? En el primer día Dios creó la luz y formó el día y la noche al separar la
luz de las tinieblas. Esto no contradice el hecho de que el sol, la luna y las estrellas
fueron creados en el cuarto día, ya que los astros no son la misma luz sino
solamente lumbreras. La obra del segundo día fue también una obra separadora.
Dios separó las aguas superiores e inferiores y estableció el firmamento. En el
tercer día la obra de separación continuó con la separación del mar y la tierra seca.
Además, Dios estableció en este día el reino vegetal, los árboles y las plantas. Por el
poder de su Palabra Dios hizo que la tierra produjese plantas sin flor, vegetales y
árboles frutales cada uno según su simiente y clase. En el cuarto día Dios creó el
sol, la luna y las estrellas para varios fines, es decir, para dividir el día de la noche,
ser señales de las condiciones atmosféricas, regular la sucesión de días, meses y
años y de las estaciones, pero al mismo tiempo para ser lumbreras de la tierra. La
obra del quinto día fue la creación de pájaros y peces, los habitantes del aire y del
agua. Finalmente, el sexto día marcó el clímax de la obra creadora. Dios creó los
animales superiores, y como corona de esta creación puso al hombre hecho a la
imagen de Dios. El cuerpo del hombre fue hecho del polvo de la tierra, pero su
alma fue producto de la creación inmediata de Dios. En el séptimo día Dios
descansó de su obra y se alegró al contemplar la misma33.

2. Creación de la nada (ex nihilo)

La iglesia Cristiana de manera unificada sostuvo firmemente la confesión:


“Creo en Dios el Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra.” Y al decir
creación quería dar a entender aquel acto de Dios por el cual, por su soberana
voluntad, produjo el mundo entero sacándolo de un estado de no ser hacia el estado
de un ser que es distinto de Su propio ser. Y esta es, de hecho, la enseñanza de la

33 Berkhof, Sumario de Doctrina Cristiana, 46.


Sagrada Escritura. La palabra barah originalmente significa separar, dividir, partir o
cortar (usada en piel para referirse a hacer un claro en el bosque, Jos. 17:15, 18), y
luego para formar, producir, crear34.

Crear es una obra divina, un acto de poder infinito y por lo tanto es


incomunicable, ya sea en lo natural y en la gracia a cualquier criatura, cualquiera que
esta sea. Pero la teología Cristiana atribuyó de la manera más unánime la obra de la
creación a todas las tres personas en la Trinidad. La Escritura no dejaba dudas en
este punto. Dios creó todas las cosas por medio del Hijo (Sal. 33:6; Prov. 8:22; Juan
1:3; 5:17; 1 Cor. 8:6; Col. 1:15-17; Heb. 1:3) y a través del Espíritu (Gén. 1:2; Sal.
33:6; Job 26:13; 33:4; Sal. 104:30; Isa. 40:13; Luc. 1:35)35.

La doctrina de la creación de la nada, de hecho, le da a la teología Cristiana


un lugar entre el Gnosticismo y el Arrianismo, esto es, entre el panteísmo y el
Deísmo. El Gnosticismo no conoce creación sino solamente emanación y por lo
tanto convierte al mundo en el Hijo, la sabiduría, la imagen de Dios en un sentido
anticuado. El arrianismo, por otro lado, no sabe nada de emanación sino solo de
creación y por lo tanto convierte al Hijo en una criatura. En el primer caso el
mundo es deificado; en el segundo Dios es hecho mundano. Pero la Escritura, y
por lo tanto la teología Cristiana, conoce tanto la emanación como la creación, una
doble comunicación de Dios – una dentro de y la otra por fuera del ser divino; una
hacia el Hijo quien estaba en el principio con Dios y era él mismo Dios, y otra a las
criaturas quienes se originaron en el tiempo; una desde el ser y otra por la voluntad
de Dios. La primera es llamada generación; la segunda, creación. Por generación,
desde toda la eternidad, la plena imagen de Dios es comunicada al Hijo; por la
creación se comunica a la criatura sólo una débil y pálida imagen de Dios. Sin
embargo, las dos están conectadas. Sin la generación la creación no sería posible. Si
en un sentido absoluto Dios no pudiera comunicarse Él mismo al Hijo, él sería

34 Bavinck, Reformed Dogmatics, 409.


35 Ibid.
incluso menos capaz, en un sentido relativo, de comunicarse Él mismo a su
criatura. Si Dios no fuera trino, la creación no sería posible36.

3. El Mundo Espiritual

Dios no tan sólo creó un universo material sino que creó también un mundo
espiritual angélico. La Biblia asume la existencia de los ángeles y les atribuye una
personalidad real (2 Samuel 14:20; Mateo 24:36; Judas 6; Ap. 14:10). Algunos
enseñan que los ángeles tienen cuerpos etéreos, pero esto es contrario a las
Escrituras. Los ángeles son seres espirituales y puros (aunque algunas veces se nos
presentan en formas materiales), (Efesios 6:12; Hebreos 1:14), sin carne y huesos
(Lucas 24:39), y por tanto invisibles (Col. 1:16). Algunos de ellos son buenos,
santos y elegidos (Marcos 8:38; Lucas 9:26; 2 Cor. 11:14; 1 Tim. 5:21; Ap. 14:10) y
otros cayeron de su estado original y consecuentemente son seres malos (Juan 8:44;
2 Pedro 2:4; Judas 6).

Es evidente que existen diferentes clases de ángeles. La Biblia nos habla de


los querubines, quienes revelan el poder, majestad y gloria de Dios, y guardan su
santidad en el jardín del Edén, en el tabernáculo y el templo (Génesis 3:24; Ex
25:18; 2 Sam 22:11; Sal. 18:10; 80:1; 99:1; Isaías 37:16). Además, encontramos a los
serafines mencionados solamente en Isaías 6:2, 3. 6. Los serafines son los siervos de
Dios en su trono, cantan alabanzas a El y están siempre listos para hacer sus
propósitos. Su fin es reconciliar y preparar a los hombres para que se acerquen
debidamente a Dios.

Dos de los ángeles los conocemos por su nombre. El primero es Gabriel


(Dan. 8:16; 9:21 Lucas 1:10, 26). Su tarea especial era comunicar a los hombres
revelaciones divinas e interpretadas. El segundo es Miguel (Daniel 10:13, 21; Judas
9; Ap. 12:7). En la carta de Judas recibe el nombre de arcángel. Es un luchador

36 Ibid.
valiente que pelea las batallas de Dios contra los enemigos de Su pueblo y los
poderes malos en el mundo espiritual.

La Biblia menciona, también, varios términos generales a saber, principados,


potestades, tronos, dominios, señoríos (Efesios 1:21; 3:10; Col. 1 :16; 2:10; 1 Pedro
3 :22). Estos nombres denotan diferencias en jerarquía y dignidad entre los ángeles.

Los ángeles adoran y alaban a Dios sin cesar (Salmo 130:20; Isaías 6, Ap.
5:11). Desde que el pecado entró en el mundo, los ángeles sirven a los herederos de
la salvación (Hebreos 1:14), se gozan en la conversión de los pecadores (Lucas 15
:10), guardan a los creyentes (Salmo 34:7; 91 :11), protegen a los pequeños (Mateo
18:10), se hallan presentes en la iglesia (1 Cor. 11 :10; Efesios 3 :10; 1 Tim. 5 :21) y
conducen a los creyentes al seno de Abraham (Lucas 16 :22). A menudo son los
portadores de revelaciones especiales de Dios (Daniel 9:21-23, Zac. 1:12-14).
Imparten las bendiciones de Dios a su pueblo (Salmo 91:11-12; Isaías 63:9; Dan
.6:22; Hechos 5:19) y ejecutan los juicios de Dios contra sus enemigos (Génesis 19:
1, 13; 2 Reyes 19:35; Mateo 13:41). Aparte de los ángeles buenos hay también
ángeles malos que se gozan en oponerse a Dios y destruir su obra. Estos ángeles
fueron creados buenos, pero no llegaron a retener su posición original (2 Pedro 2:4;
Judas 6). No sabemos exactamente cuál fue su pecado, pero probablemente se
rebelaron contra Dios y aspiraron a su divina autoridad (2 Tes. 2:4, 9). Satanás, que
era un príncipe entre los ángeles, vino a ser el jefe de los que cayeron en pecado
(Mateo 25:41; 9:34; Efesios 2:2). Con sus poderes sobrenaturales Satanás y sus
huestes tratan de destruir la obra de Dios. Sabemos que tratan de cegar y engañar
hasta a los elegidos, y dan ánimo a los pecadores para que sigan en sus malos
caminos37.

37 Berkhof, Sumario de Doctrina Cristiana, 42.


La Providencia de Dios

Introducción

Puesto que Dios no sólo creó al mundo sino que también lo sostiene, la
doctrina de la creación nos conduce lógicamente a la doctrina de la
providencia. Podemos definirla así: La providencia es aquella operación divina
por la cual Dios cuida de todas sus criaturas, manifiesta su actividad en todo
lo que ocurre en el mundo y dirige todas las cosas hacia un fin
predeterminado. Esta doctrina incluye tres elementos, el primero es el ser
divino, el segundo su actividad, y el tercero es el propósito de todas las
cosas38.

La obra preservadora de Dios necesita ser diferenciada de la obra de


creación aunque son inseparables. La preservación es una obra divina grande y
grandiosa, no menos que crear nuevas cosas de la nada. La creación produce
la existencia; la preservación es persistencia en la existencia. La providencia es
conocida por toda la gente de alguna forma, aunque no como el cuidado
misericordioso y cariñoso de un Padre Celestial. La providencia no es
meramente presciencia sino que involucra la voluntad activa de Dios
gobernando todas las cosas e incluye la preservación, la concurrencia y el
gobierno39.

La preservación misma, después de todo, es también una obra divina,


no menos grande y gloriosa que la creación. Dios no es un Dios ocioso. Él
siempre trabaja (Juan 5:17) y el mundo no tiene existencia por sí mismo.
Desde el momento que llegó a ser ha existido solo en y a través y para Dios
(Neh. 9:6; Sal. 104:30; Hch. 17:28; Rom. 11:36; Col. 1:15; Heb. 1:3; Apoc.
4:11). Aunque distinto de su ser no tiene una existencia independiente; la
independencia equivale a la no-existencia. Todo el mundo con todo lo que es

38 Berkhof, Sumario de Doctrina Cristiana, 47.


39 Bavinck, Reformed Dogmatics. Vol. 2, 591.
y ocurre en él está sujeto al gobierno divino. El verano y el invierno, el día y la
noche, los años fructíferos y los no fructíferos, la luz y las tinieblas – todo es
su obra y todo es formado por Él (Gén. 8:22; 9:14; Lev. 26:3s.; Deut. 11:12s.;
Job 38; Salmo 8, 29, 65, 104, 107, 147; Jer. 3:3; 5:24; Mat. 5:45, etc.). La
Escritura no conoce de criaturas independientes; eso sería una incongruencia.
Dios cuida de todas sus criaturas: por los animales (Gén. 1:30; 6:19; 7:2; 9:10;
Job 38:41; Sal. 36:7; 104:27; 147:9; Joel 1:20; Mat. 6:26, etc.), y particularmente
por los humanos. Él las ve a todas (Job 34:21; Sal. 33:13, 14; Prov. 15:3);
forma el corazón de todas ellas y observa todos sus hechos (Sal. 33:15; Prov.
5:21); todas ellas son la obra de sus manos (Job 34:19), el rico lo mismo que el
pobre (Prov. 22:2). Él determina los límites de su habitación (Deut. 32:8; Hch.
17:26), inclina los corazones de todos (Prov. 21:1), dirige los pasos de todos
(Prov. 5:21; 16:9; 19:21; Jer. 10:23, etc.), y trata, según su voluntad, a las
huestes de los cielos y a los habitantes de la tierra (Dan. 4:35). Ellos son en su
mano como barro en las manos de un alfarero, y como una sierra en la mano
de quien la usa (Isa. 29:16; 45:9; Jer. 18:5; Rom. 9:20, 21)40.

1. Elementos de la Providencia

A. Conservación:

Es aquella obra continua de Dios por la cual sostiene todo lo que existe.
Aunque el mundo tiene una existencia diferente del ser divino y no es parte de
Dios, a pesar de todo, la base de esta existencia continua del mundo es Dios
mismo. Permanece así porque Dios manifiesta continuamente su poder, por el
cual todas las cosas retienen su ser y su actividad. Encontramos tal doctrina en
los pasajes siguientes: Salmo 136:25; 145:5; Nehemías 9: 6; Hechos 17:28;
Colosenses 1:17; Hebreos 1:341.

40 Ibid. 592.
41 Berkhof, Sumario de Doctrina Cristiana, 47.

55
B. Concurrencia:

Es aquella obra divina por la cual Dios coopera con todas sus criaturas
y hace que obren precisamente tal como obran. Ello implica que hay causas
secundarias en el mundo como los poderes de la naturaleza y la voluntad
humana, pero afirma que los tales no actúan independientemente de Dios.
Dios obra en cada acto de sus criaturas, no solamente en sus actos buenos
sino también en los malos. Dios los estimula para la acción, acompaña tal
acción en todo momento y hace que tal acción sea eficaz. De todos modos no
debemos suponer que Dios y hombre sean causas iguales; Dios es la causa
primaria y el hombre la causa secundaria. Tampoco debemos concebir tal
cooperación como si cada agente hiciera una parte de la misma. Toda obra es
enteramente un acto de Dios y un acto del hombre en su totalidad. Además,
deberíamos tener presente que esta cooperación no hace a Dios responsable
de los actos malos del hombre. Encontramos las bases de tal doctrina en las
Escrituras (Deuteronomio 8:18; Salmo 104:20, 21, 30; Amos 3:6; Mateo 5:45;
10:29; Hechos 14:17; Filipenses 2:13)42.

C. Gobierno:

Es la actividad continua de Dios por la cual gobierna todas las cosas de


modo que sirvan para el objeto por el cual fueron creadas. Tanto el Antiguo
como el Nuevo Testamento nos presentan a Dios como Rey del universo.
Dios adapta su gobierno a la naturaleza de las criaturas que El rige. Así su
gobierno físico difiere de su gobierno del mundo espiritual. El gobierno
divino es universal (Salmo 103: 19; Daniel 4:34-35), e incluye los seres más
insignificantes (Mateo 10:29:31), y aun aquello que parece accidental
(Proverbios 16:33). Asimismo tiene que ver con las obras buenas y malas del
hombre (Filipenses 2:13: Génesis 50:20 y Hechos 14:16)43.

42 Ibid.
43 Ibid. 48.

56
2. Los Milagros

El milagro es una obra sobrenatural de Dios, es decir, una obra que


Dios ejecuta sin la mediación de causas secundarias. Aun cuando Dios
aparentemente usa causas secundarias en la ejecución de milagros, lo hace de
forma tan extraordinaria, que tal obra es siempre algo sobrenatural. Algunos
niegan los milagros diciendo que rompen las leyes de la naturaleza, pero se
hallan en un grave error. Las leyes de la naturaleza simplemente representan la
forma ordinaria en el método de obrar divino. El hecho de que Dios obra
generalmente de acuerdo a un orden definido no significa que Dios no pueda
apartarse del orden establecido sin frustrarlo o estorbarlo para efectuar obras
extraordinarias. Por ejemplo, cualquier hombre puede levantar su mano y
arrojar al aire una pelota a pesar de la ley de la gravedad, y sin estorbarla.
Ciertamente, los milagros no son imposibles para un Dios omnipotente.
Además, los milagros son medios de la revelación divina (Números 16:28;
Jeremías 32:20; Juan 2.11; 5:36)44.

En la actualidad hay tres puntos de vista distintos de entender los


milagros. El primer punto de vista es escéptico y niega la posibilidad de que
los milagros hayan ocurrido alguna vez. El segundo punto de vista considera
que los milagros ocurrieron en los tiempos bíblicos y que todavía ocurren hoy
en día. Y el tercer punto de vista considera que hubo milagros verdaderos en
la Biblia, pero que una vez que Dios terminó de establecer su revelación en la
Escritura, dejó de realizar milagros. Según este punto de vista, Dios todavía
obra en el mundo de manera sobrenatural, pero no le otorga el poder de
realizar milagros a los seres humanos45.

44 Ibid. 48-49.
45 Sproul, Las Grandes Doctrinas de la Biblia, 72.

57
Parte 2: Antropología
El Propósito de la Creación

Introducción:

Una teoría popular dice que Dios creó el mundo porque se sentía solo.
Esta teoría nos parece absurda, puesto que implica afirmar que Dios necesita
de los seres humanos para llenar un vacío que existe en su propio ser. El que
posee este vacío es el hombre después de la caída. ¿Cómo podría la divina
trinidad sentirse sola? La trinidad se basta a si misma, pues existe en ella una
perfecta relación en amor. No es Dios quien está solo sin el ser humano, es el
ser humano quien está solo sin Dios.

Otra teoría dice que Dios creó a los seres humanos porque quería tener
alguien que lo amase libremente. Esa teoría dice que los ángeles amaban a
Dios no de libre voluntad, sino que compulsivamente. Eso es dar demasiado
crédito al ser humano. Además, ¿cómo, entonces, buena parte de los ángeles
se rebelaron contra Dios? (2 P. 2:4; Jud. 6; Ap. 12:7). Debemos buscar el
propósito de la creación en la idea de relación.

1. Para alabanza de su gloria

Alguien puede pensar que esta discusión no tiene mucha importancia,


pero de ella se desprende nuestra visión de la creación y del propio hombre. A
fin de cuentas, ¿la creación está centrada en el hombre o está centrada en
Dios? ¿Dios existe para nuestro propósito o nosotros existimos para él? La
respuesta bíblica es que nosotros existimos por causa de él, para alabanza de
Su gloria (Ef. 1:6). La Escritura dice que Dios tiene placer en sus obras. El
Salmo 104 dice: “Sea la gloria de Jehová para siempre; alégrese Jehová en sus
obras” (v. 31). Como el artista se alegra en su obra, así Dios se alegra en las
cosas que creó. “¿Cuál es el fin principal del hombre?”. Esa es la pregunta
número uno del Catecismo Menor de Westminster y la respuesta es: “El fin

58
principal del hombre es glorificar a Dios y gozarlo para siempre”. Existimos
para glorificar a Dios y alegrarnos en Él. Dios nos creó para tener placer en
nosotros, y nosotros, de la misma manera, debemos tener placer en Él. Es por
eso que nos fueron otorgados los placeres terrestres. Ellos sirven para elevar
el verdadero sentido de la alegría en él. Eso significa que nuestra búsqueda por
placeres fue calculada para ser algo como una motivación para una búsqueda
de Dios. Imagine la implicación de este tipo de pensamiento. ¿Por qué Israel
tenía tantas fiestas en su calendario litúrgico? Piense en la historia del Dios-
hombre, que no solamente vio una bendición en la unión de un hombre y de
una mujer, pero, más aún proporcionó un milagro a fin de que hubiese vino
para celebrar la aquella ocasión (Jn. 2:1-11). Tal vez usted pregunte: “¿Pero
nosotros no somos instruidos a abandonar al mundo y a sus placeres?”. De
hecho la Biblia enseña eso, pero lo hace justamente porque la caída desfiguró
todo el orden de la vida. En realidad, lo que estamos queriendo afirmar es que
el mundo en sí no es el problema, ni la humanidad en sí, ni sus placeres. El
problema es la rebelión del mundo y de la humanidad contra su Creador. Un
antiguo culto, conocido como Maniqueísmo, que fue grandemente
influenciado por el Gnosticismo, afirmaba que toda la materia era mala y que
solamente el espíritu era puro. De esa manera el cuerpo, la inteligencia y los
apetitos físicos eran inherentemente demoniacos. Contra eso, el Calvinismo,
con base en la Escritura, afirmó que toda la depravación, o los pecados que
surgen de ella, no se levantan de la naturaleza humana, sino de la corrupción
de esa naturaleza. Por lo tanto, no son naturales sino completamente
anormales. El problema no es la materia, sino el pecado. Necesitamos
considerar el propósito de nuestra creación como centrado en Dios. Él nos
hizo para alabanza de su gloria. Solamente cuando entendemos eso podemos
comprender el significado del trabajo y del descanso, del placer y de la
restricción, de la vida y de la muerte, de la risa y del temor. La creación

59
muestra que Dios tiene un inmenso propósito para la vida de cada ser
humano que es llamado a ser un imitador de Dios.

2. La Creación y Relación

Dios idealizó para la corona de su creación tres relaciones que


resumirían el sentido de la existencia humana. Esas tres relaciones son:
espiritual, social y cultural. En la integración de esos elementos el hombre
encontraría su plena realización y felicidad. La primera y más importante
relación es la espiritual. Hay tres particularidades en la creación que apuntan
para el hecho de que Dios desea tener una relación íntima con el ser humano.

A. Primeramente, el hombre fue creado a imagen de Dios. Eso no habla de una


semejanza y de una posibilidad plena de relación que ninguna de las otras
criaturas poseía. Dios eligió al ser humano para reflejar la grandeza divina.

B. La segunda particularidad fue la institución del Día de Descanso. Al establecer el


sábado Dios proporcionó no sólo un día de descanso para el hombre, sino
que también de un día para una íntima relación con Él.

C. La tercera particularidad fue la orden divina para el ser humano de no comer del fruto
del árbol de la ciencia del bien y del mal. Si esa orden hubiese sido obedecida, Dios,
Adán y Eva, continuarían manteniendo una linda relación personal. Nada se
opondría a eso.

El Mandato Espiritual:

El Mandato Espiritual tiene que ver con nuestra relación personal con
Dios. Él necesita ser lo más importante para nosotros, pues es la base de
todos las demás relaciones. Dios debe ocupar el lugar central en nuestra vida.
El objetivo principal de obedecer el mandato espiritual consiste en
gradualmente conocer, aceptar y creer en la realidad de la presencia de nuestro
Dios Trino en todas las áreas. No existe área de la vida o aspecto que Dios no
conozca, no comprenda o no vea.
60
El Mandato Social:

El aspecto espiritual necesitaba transbordar para todos los demás


aspectos de la vida humana, especialmente para la próxima relación que Dios
instituyó: la relación familiar, que también es llamada de mandato social. La
responsabilidad social del hombre es una bendición de Dios para su vida: “Y
creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios los creó; varón y hembra
los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la
tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y
en todas las bestias que se mueven sobre la tierra” (Gn. 1:27-28).

(1) Dios les dio la bendición de ser fructíferos, de poder multiplicarse y poblar
la tierra, también a fin de dominarla. Por tanto, el mandato de constituir
familia, de tener hijos y educarlos en el camino del Señor es una gran
bendición.

(2) Dios le dio al hombre la bendición del compañerismo. Dios notó que no
era bueno para el hombre permanecer solo y, por eso, le hizo una auxiliadora
idónea que lo complementara como ninguna otra criatura lo podría hacer (Gn
2:18).

(3) Dios también le concedió la bendición de perpetuarse en los hijos. No


podemos olvidar que Adán y Eva pecaron contra Dios y el Señor les había
dicho que si pecasen morirían. Por lo tanto, el hecho de Dios permitir que
ellos tuvieran hijos es una prueba de que la maldición fue disminuida, pues los
hijos representan continuidad.

(4) Dios concedió la bendición de la relación sexual. Muchos afirman que el


pecado original fue un pecado sexual. Nada puede estar más equivocado que
eso. Fue Dios quien instituyó el sexo. Él bendijo al hombre y a la mujer y les
ordenó que fuesen fecundos, que se multiplicasen y después declaró que eso
esa “bueno en gran manera”. Dios no inventó el sexo a penas para procrear.

61
El hombre y la mujer se realizan perteneciendo uno al otro dentro del
matrimonio, y eso agrada a Dios.

El Mandato Cultural:

La familia es la unidad básica más importante y ordenada por Dios


dentro de la sociedad. A partir de la familia sumisa a Dios, el ser humano
debería desarrollar el tercer mandato, el Mandato Cultural. Ese mandato
engloba la vida llamada “común”, pero que de común no tiene nada. Dios
dice al hombre que sojuzgase la tierra y señorease sobre “los peces del mar, en
las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se
arrastra sobre la tierra” (Gn. 1:26). Cabe al ser humano ser el administrador de
todos los bienes que Dios le confió.

El trabajo se encaja en esto como un don de suprema importancia. Ese


mandato tiene implicaciones sociales, económicas, culturales y ecológicas.
Pero todo necesita estar debajo del Mandato Espiritual. Generalmente, las
personas hacen una gran distinción entre lo secular y lo sagrado. Pero el hecho
es que la obediencia al Mandato Cultural está íntimamente ligada a la
obediencia a los Mandatos Social y Espiritual. Dios es el creador de todo. Fue
él quien nos dio todos esos aspectos culturales en la creación.

Dios quiere ser honrado, servido y adorado en todas las esferas de la


vida. Las personas no deben separar las dimensiones sociales, espirituales y
culturales de la vida, sino considerar todos esos aspectos como una unidad,
pues todo está bajo el dominio y señorío de Dios. Todos los aspectos de la
vida son establecidos por él y le pertenecen. No podemos pensar que sólo por
ser espirituales y socialmente obedientes ya hemos cumplido nuestro servicio
y obedecido al Señor. Como ya afirmamos, el hombre fue hecho para
administrar el mundo de Dios, y “esa administración es parte de la vocación

62
humana en Cristo”46, de modo que no podemos agradar a Cristo si no
estamos involucrados de forma saludable en todas las cosas.

Dominando bajo Dios

El dominio que Dios concedió al hombre implica un privilegio y una


responsabilidad, como todas las demás bendiciones de Dios. Además del
derecho explícito del hombre para utilizar todas las cosas creadas, de explotar
sus recursos, de dominar, de ser príncipe de Dios, existe la responsabilidad de
hacer eso de forma coherente. Existe una grande responsabilidad en la
declaración “os he dado”. Eso quiere decir que el mundo, antes que todo,
pertenece a Dios, pero el Señor lo dio a nosotros para que hagamos buen uso
de él. Aunque Dios haya dado todas las cosas al hombre, “no implica que la
humanidad, como imagen de Dios en la tierra, pueda vivir como bien le
parece”47. El buen uso implica un empleo equilibrado de las cosas de Dios.

Dios estableció los tres mandatos a fin de tornar nuestra vida completa.
Eso significa que existe gozo para nosotros cuando desarrollamos el mandato
cultural. El error es vivir en busca del placer que el aspecto cultural ofrece.
Pero, cuando el equilibrio es respetado, podemos decir con Salomón: “Yo he
conocido que no hay para ellos cosa mejor que alegrarse, y hacer bien en su
vida; y también que es don de Dios que todo hombre coma y beba, y goce el
bien de toda su labor” (Ec. 3:12-13). Sin embargo, todo esto debe ser
integrado. Por esta razón, el sabio Salomón ya había dicho antes: “No hay
cosa mejor para el hombre sino que coma y beba, y que su alma se alegre en
su trabajo. También he visto que esto es de la mano de Dios. Porque, ¿quién
comerá, y quién se cuidará, mejor que yo? (Ec. 2:24-25).

46 Packer, Teología Concisa, p. 217.


47 Van Dyke, A Criação Redimida, p. 99.

63
Tenemos la responsabilidad de vivir una vida integral, haciendo pleno y
adecuado uso de todos los bienes y dones que Dios colocó a nuestra
disposición. No podemos agradarlo si no vivimos la plenitud que él nos da.

3. Implicaciones de la Creación

A. Respeto y responsabilidad:

Hay muchas implicaciones de la creación y ahora podemos seleccionar


algunas.

Primeramente, implica respeto por sus semejantes. No importa se


nuestro prójimo es cristiano o no, él merece respeto. Además, implica que
tengamos relaciones comunes con los no cristianos en prácticamente todas las
esferas de nuestra vida. Podemos construir casas juntos, participar de
reuniones escolares sin ser adversarios, pues de hecho la vida cívica encuentra
su origen en la Creación más que en la Redención. Es una vergüenza, para
nosotros los evangélicos, que los no cristianos sean los que lideren las
campañas contra el aborto, contra la destrucción de la naturaleza, contra las
drogas o contra el VIH. ¿Será que esas funciones no deberían ser nuestras
también? Cuanto más nos apegamos a la doctrina de la creación más
seriamente tomaremos nuestra responsabilidad social.

B. Alegría en el Trabajo:

También implica alegría en el trabajo. La idea popular es que debemos


trabajar en la semana para disfrutar del fin de semana. Sin embargo, Dios
estableció el trabajo antes de la Caída para ser santo, algo como un culto a
Dios, una actividad creativa (en el sentido de usar la creatividad) como la del
propio Dios. La doctrina de la creación nos habla en términos de alegría en
nuestro trabajo, considerándolo como algo positivo, loable y de gran
importancia. Es indiferente que alguien sea un ingeniero, un físico nuclear, un
empleado doméstico o un guardia. El trabajo deber ser considerado como un

64
llamado de Dios y todos deben buscar alegrarse en él y glorificar a Dios,
colocando en práctica la creatividad que Dios nos concedió.

Evidentemente que eso no significa “conformarse a la sociedad”, pues


todos pueden usar sus dones y creatividad para crecer social y culturalmente,
sin embargo, no deben esperar llegar a la posición que desean para ser buenos
cristianos, antes deben ser desde ya, aunque desempeñen funciones humildes.
Eso significa que un buen cristiano deber ser necesariamente un buen
profesional y un buen integrante de la familia. Si alguno de estos aspectos
falla, todos fallarán.

C. El Sentido de la Vida:

Finalmente implica que tenemos el verdadero sentido de la vida. Es


solamente cuando entramos en contacto con lo eterno que el significado de
esta vida puede ser adecuadamente comprendido. De acuerdo con la ideología
religiosa científica no existe perspectiva eterna y por eso todo es permitido.
Pero, la Escritura nos explica el significado de cada acción diaria como
formando parte de una larga trayectoria. En una perspectiva a largo plazo
todo tiene sentido. Cada cabello está contado, cada palabra tendrá que ser
explicada y cada acto será evaluado.

La imagen divina en nosotros y en el prójimo debe nortear nuestro


comportamiento y acentuar nuestra responsabilidad. La doctrina de la
creación nos muestra lo maravilloso que es el ser humano.

65
LA DIGNIDAD DE SER HUMANO

Introducción

Es en la creación que encontramos el verdadero sentido y valor del ser


humano. La creación es la llave para entender al hombre más que la propia
redención. Cuando las personas comienzan la presentación del evangelio a partir de
la caída, casi pueden decir “errar es humano”, como Shakespeare solía decir. Sin
embargo, errar no es humano, o sea, no es algo propio de la humanidad por
creación, sino que es algo que sobrevino con el ingreso del pecado en el mundo.
Por eso, el problema no está en el Creador de la humanidad, ni en la creación en sí,
mas en lo que la criatura decidió hacer con la libertad que el Creador
soberanamente le concedió. Es muy importante estudiar la creación, pues
solamente así podremos entender al hombre y a la redención.

1. La Teoría de la Evolución

El concepto popular asociado a la evolución es que el hombre vino del mono.


Eso es una reducción equivocada de la teoría. El concepto evolucionista fue
popularizado por Charles Darwin en su obra El Origen de las Especies, publicada en
1859. Todavía, hubo muchos desarrollos posteriores de esta teoría.

La teoría de la evolución entiende que el mundo está en constante


transformación y progreso. Los seres humanos son un producto de millones de
años de evolución cuyo origen se remonta a la materia inanimada. La vida, según la
teoría de la macro-evolución, debe haber surgido de una única célula, que por su
parte, se originó de alguna posible transformación química48. La vida sería, por
tanto, un accidente cósmico y nosotros, seres humanos, no pasaríamos de
“amebas” súper desarrolladas. Nada fue creado con un propósito, ya que, según

48 Hay una diferencia entre macro evolución y micro evolución. Son dos teorías, la primera dice que todas las cosas

surgieron de la evolución mientras que la segunda enfatiza que, de cierta forma, muchas cosas evolucionan en este
mundo. La macro evolución es decididamente anti-bíblica, pero la micro evolución aparentemente no contradice los
principios bíblicos, puesto que es una realidad que el hombre se adapta a varios lugares y hay un claro progreso en la
historia de la humanidad atestado por la propia Biblia.

66
ésta teoría, las criaturas surgieron del acaso. Habríamos venido de la nada y vamos
en dirección a la nada. Por lo que, podemos decir que, nada somos. Si
consideramos verdadera la teoría de la evolución la vida, como un todo, carece de
sentido.

Las personas piensan que, por causa de su fe, los cristianos rechazan la teoría
de la evolución. Sin embargo, el motivo es otro. Rechazamos la teoría de la
evolución porque ella es irracional. Así, necesitamos de una inmensa dosis de fe
para creer en ella. Se trata de un gran mito. De hecho, es necesario tener mucha
más fe para creer en la teoría de la evolución de la que se necesita para creer en lo
que la Biblia dice. No causa asombro que para muchos la ciencia se transformó en
una especie de religión. Lamentablemente, la teoría de la evolución es enseñada en
las escuelas y universidades como si fuese la más pura verdad científica.

Está totalmente engañado quien piensa que la teoría de la evolución


remplazó al creacionismo, que afirma que Dios creó todo el cosmos. La teoría de la
evolución deja un gran vacío en su exposición, pues si las cosas evolucionan,
necesariamente tendrían que haber evolucionado desde un punto. No es posible
evolucionar de la nada. Algo debe haber existido antes. La teoría de la evolución no
consigue responder la cuestión del origen de todas las cosas y, a menos que
defienda la eternidad de la materia, cosa que es un absurdo, tendrá que creer en
algún “creador” en última instancia. Por eso, la teoría de la evolución sólo puede
argumentar fundamentado en errores acerca del desarrollo de las cosas creadas. Por
tanto, erra, y mucho, cuando intenta explicar el origen de las cosas creadas.

Algunas cosas en particular tornan esta teoría aún más inaceptable. ¿Cómo
algo muerto puede dar origen a la vida? ¿Cómo de algo simple puede surgir lo
complejo?

Una broma se hace con relación a la teoría de la evolución: una vez que se
dice que del Big-Bang, una gran explosión, se originaron todas las cosas, se pide que
se lance una bomba en una relojería y que se verifique que todos los relojes están

67
sincronizados luego de que la polvareda baja. ¿Cómo puede una explosión generar
un universo sincronizado?

En realidad la teoría de la evolución contradice leyes científicas como, por


ejemplo, la termodinámica, cuyo segundo principio dice que el universo tiende al
caos. Una llama de fuego no tiende a aumentar más y más, ella se quema hasta
extinguirse. Una teoría de la “des-evolución” sería mucho más probable. Las cosas
solamente evolucionan mientras son alimentadas. El agua se calienta cuando se
coloca en el fuego, y el fuego calienta mientras hay leña u otro combustible que lo
alimente. Para sustentar la teoría de la evolución es necesario suponer que hay un
mantenedor detrás de cada acto evolutivo y, nuevamente, Dios es necesario. Los
hombres no pueden dejar a Dios de lado, necesitan de él para que algo tenga
sentido. Si lo dejan de lado, estarán dejando de lado a la razón.

2. Marca Registrada

Habiendo Dios creado todas las cosas, solamente en relación al hombre dice:
“hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza…” (Gn.
1:26). Por eso “se debe notar también que la creación del hombre fue precedida por
una deliberación o consejo divino: ‘Hagamos al hombre’. Eso demuestra
nuevamente la idea de la singularidad de esta creación. Ese consejo divino no es
mencionado en relación a ninguna otra criatura”49.

Al crear a las otras criaturas, Dios habló y esa palabra las trajo a existencia.
Pero cuando Dios está presto a crear al hombre, el primero delibera consigo mismo
y decide hacer al hombre a su imagen y semejanza. Eso indica que especialmente la
creación del hombre descansa sobre la deliberación, sabiduría, bondad y
omnipotencia de Dios. El consejo divino y la decisión de Dios son más claramente
manifiestos en la creación del hombre que en todas las demás criaturas50.

49 Hoekema, Creados a imagen de Dios, p. 24.


50 Bavinck, Our Reasonable Faith, p. 184.

68
La marca divina, por lo tanto, es una característica exclusiva de la
humanidad. ¿Qué hace del hombre tan especial? En un cierto sentido nosotros
somos iguales a muchas especies de seres vivos. Los pájaros vuelan en bandadas,
las bestias viajan en manadas y nosotros vivimos en tribus. Sin embargo, hay algo
que nos hace diferentes de todas las demás criaturas de Dios. Nosotros sabemos y
sentimos eso. La Biblia explica lo que es: Dios nos creó a su imagen y semejanza.

A. Imitador de Dios

Cuando Dios terminó la obra de la creación, que incluía al hombre, vio que
todo era “bueno en gran manera” (Gn. 1:31). O sea, Dios no vio cualquier defecto
moral en el hombre, porque de hecho, no existía. Había justicia, santidad y piedad
en todas las actitudes. Todo lo que el hombre hiciera, sería parte de la adoración a
Dios. Planear el futuro, dar nombre a los animales, dar a luz hijos, construir
ciudades, escribir músicas, practicar deportes, reflexionar sobre el significado de
cada cosa, etc., todo debería estar centrado en Dios. Además de la perfección
moral, Adán y Eva fueron dotados de la misma creatividad de su creador. Dios
imaginó un mundo perfecto y lo trajo a existencia. Él creó el mundo de la nada (ex
nihilo), con más variedades de tonos, colores y formatos de lo que se podría
imaginar. Él creó tanto el macrocosmos como el microcosmos en todos sus
detalles, tamaño, color y función.

El plan de Dios era que la humanidad se tornase imitadora de él en ese


sentido. Claro es que el hombre no podría crear cosa alguna “de la nada”, pero,
como fue creado a imagen de Dios, podría reflejar la creativa imaginación del
Creador en singular e impresionante imitación. Aprendemos eso en Génesis. Dios
dijo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y
señoree en los peces del mar…” (Gn. 1:26). Note la expresión “señoree”. Señorear
es algo propio de Dios, pero el hombre que fue creado a imagen divina también
tenía la función de dominar en una clara imitación a Dios. Una de las primeras
funciones del hombre fue dar nombre a los animales (Gn. 2:19-20). Dios estaba

69
estimulando la creatividad del ser humano. Dios quería un imitador suyo, pero que
tuviese cualidades originales. “Dios trajo la humanidad para su familia real. Él no
les concedió su deidad; los dotó con el privilegio y la responsabilidad de ser
cooperadores en las tareas reales que debían ser ejecutadas en la creación”51.

B. Aspectos de la imagen divina

Resumidamente, la imagen divina en el hombre puede ser vista en cuatro


sentidos52.

(1) La primera idea es la de personalidad. Dios es un ser personal y el hombre que fue
hecho a Su imagen dispone de esa misma personalidad. Eso no hace del hombre
“algo más” que los animales, hace de él algo sin igual. La personalidad presupone
consciencia, conocimiento y responsabilidad.

(2) La segunda idea es la de la espiritualidad. Dios es un ser espiritual y los seres


humanos también son personalidades espirituales. A pesar de ser criatura en un
sentido material, pues es parte de la materia creada, el hombre es también extra-
material, puesto que posee en sí el elemento espiritual, que lo impele a vivir una
vida más allá de la materia. Cuando Dios hizo al hombre a su imagen, colocó en él
un sentido insuperable por la eternidad (Ec. 3:11). Es aquello que Pablo dice a los
atenienses: “…en él vivimos, y nos movemos, y somos…” (Hch. 17:28). Todos
aspiran por lo divino. Nadie consigue negar eso de forma completa. Es por eso que
no existe un ateo en el sentido exacto. Aun cuando las personas las personas las
personas niegan la existencia de Dios, bien en el fondo saben que Dios existe. La
imagen de Dios nos hace personas espirituales capaces de relacionarse y
comunicarse con Él.

(3) La tercera idea de la imagen de Dios en el ser humano es la de libertad. Como ser
personal y espiritual Dios es un ser libre. Dios creó al hombre con libertad para

51 Van Groningen, Criação e Consumação, p. 84.


52 Ibid.

70
amar, conocer, confiar, desear, obedecer y, también, para negarse a hacer estas
cosas.

(4) La cuarta característica puede ser llamada expresividad. Dios posee la capacidad
de expresarse, de hacer que su voluntad sea conocida y de ejecutarla. Dios expresa
su personalidad porque tiene la capacidad para eso. La Biblia dice que Dios tiene
ojos, nariz, boca, oídos, manos, cabello, etc. Evidentemente que ese es un lenguaje
figurado (antropomórfica –cualidades humanas aplicadas a la divinidad) para
sugerir que él consigue expresarse. El ser humano se expresa igualmente por medio
de partes de su cuerpo y puede transmitir su personalidad, espiritualidad y virtudes.

3. Privilegio y Responsabilidad

De todo lo que fue dicho hasta ahora, ya podemos entender que la creación
es la llave para entender al hombre. Cuando pensamos en la redención, necesitamos
limitarla a un número de personas, pues ella se restringe a aquellos a quienes Dios
en el curso de la Historia movió y llamó para sí mismo. Pero, cuando pensamos en
la creación, tenemos que incluir tanto a cristianos, como a no cristianos, puesto que
todos son criaturas de Dios. Eso quiere decir que todos fueron hechos a imagen de
Dios. No es que el ser humano posea la imagen divina, él es la propia imagen.
Normalmente nos olvidamos de eso.

La Universalidad de la creación, que puso la imagen divina en todos los seres


humanos, implica que nuestro prójimo, sea él el más obstinado de los ateos o la
más dedicada anciana de la iglesia, fue hecho igualmente a imagen divina, entonces,
es necesario que las respetemos y reconozcamos su dignidad, independientemente
de quienes sean, de lo que crean y de lo que hagan. Además, si la imagen es común,
entonces, significa que todos los seres humanos tienen una común dimensión
moral, creativa y religiosa que, a pesar de ser imperfecta, no puede ser removida.
Haber sido creado a imagen de Dios es una ventaja para el hombre, puesto que le
da una dignidad y por otro lado es una grande responsabilidad.

71
Las impresiones digitales que Dios dejó sobre el ser humano lo hacen muy
significativo para el universo, pero, al mismo tiempo, lo hacen responsable delante
de Dios. Por eso el ateo como una persona sin Dios es una imposibilidad absoluta,
toda vez que la imagen de Dios está grabada en cada uno de nosotros. De hecho,
Dios dejó tan grabado en el corazón del hombre el sentido de su existencia que
nadie podrá argumentar delante de Él: “yo no sabía”. En estos tiempos modernos,
tal vez antes de hablar a las personas sobre aceptar a Jesús como Señor y Salvador,
debiésemos hablar sobre aceptar a Jesús como Creador53. Parte de la ciencia ha
intentado negar esa verdad esencial.

53 Horton, As doutrinas da maravilhosa graça, p. 30.

72
LA PERSONALIDAD DEL SER HUMANO

Introducción

Como bien sabemos, una de las características del ser humano es que él fue creado
por Dios. Existe algo en el hombre que lo diferencia de todas las otras criaturas y
que lo asemeja a Dios. Tal singularidad reside en el hecho de que Dios colocó en el
ser humano Su imagen y semejanza. Podemos decir que, además de ser una criatura
creada por Dios, el ser humano es también una persona, o sea, él posee una
personalidad de la misma forma como Dios también la tiene.

Ahora nos interesa entender un poco más sobre el significado de esta relación entre
criatura y persona en el ser humano54.

1. El ser humano como criatura

Génesis afirma de forma coherente los dos aspectos del ser humano, a saber: el
aspecto de criatura y el ser persona.

Queda claro que el ser humano no es el resultado de algún proceso evolutivo. Dios
creó al hombre “del polvo de la tierra”. Dice la Escritura: “Entonces Jehová Dios
formó al hombre de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un
ser viviente” (Gn. 2:7). Dios usó material que ya existía para formar al hombre.
Aquí no tenemos un ejemplo de creación “de la nada”. Aun así, es la mano del
Creador la responsable por la formación del ser humano. El profeta dice: “Ahora
pues, Jehová, tú eres nuestro padre; nosotros barro, y tú el que nos formaste; así
que obra de tus manos somos todos nosotros” (Is. 64:8). Dios podría renovar la
situación del pueblo de Israel como el alfarero renueva el vaso de barro. Eso es
posible porque nuestra imagen fue siendo literalmente formada del barro por las
manos de Dios. Es precioso entender que, como el alfarero, Dios tuvo “el
derecho” de hacernos como él quiso. Eso significa que somos el resultado de un
deseo exacto de Dios. Dios nos quiso hacer tal cual somos. No podríamos ser

54
Ver Hoekema, Creados a la imagen de Dios, p. 16-22.

73
diferentes, puesto que la maravillosa complejidad que es el cuerpo humano sólo
puede ser obra de un artista como Dios.

Por otro lado, si Dios es el alfarero y nosotros somos el barro, queda implícita
nuestra dependencia de Dios. Pablo usa esa imagen del alfarero modelando el barro
para explicar por qué Dios tiene el poder de predestinar a las personas: “¿O no
tiene potestad el alfarero sobre el barro, para hacer de la misma masa una vaso para
honra y otro para deshonra?” (Ro. 9:21). Aquí notamos que, una vez que somos
criaturas, somos absolutamente dependientes de la voluntad de Dios. Pablo dijo
eso a los atenienses: “El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay,
siendo el Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por manos
humanas, ni es honrado por manos de hombres, como si necesitase de algo; pues él
es quien da a todos vida y aliento y todas las cosas. Y de una sangre ha hecho todo
el linaje de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la tierra; y les ha
prefijado el orden de los tiempos, y los límites de su habitación; para que busquen a
Dios, si en alguna manera, palpando, puedan hallarle, aunque ciertamente no está
lejos de cada uno de nosotros. Porque en él vivimos, y nos movemos, y somos;
como algunos de vuestros propios poetas también han dicho: Porque linaje suyo
somos” (Hch. 17:24-28). Cada actitud durante toda nuestra existencia es,
maravillosamente, “en Dios”. Somos totalmente dependientes de Dios y no
conseguimos vivir lejos de él de la misma forma como un pez no puede vivir fuera
del agua.

2. El ser humano como persona

Génesis destaca que Dios colocó dentro del hombre su aliento divino, razón por la
cual el hombre pasó a ser un “ser viviente” (o “alma viviente”). Así, “el hombre no
es solamente criatura, también es persona”55. Esa singularidad lo distingue de los
animales que no recibieron el “soplo de Dios”.

55
Hoekema, Creados a la imagen de Dios, p. 16.

74
Es necesario resaltar la actitud íntima de Dios al aproximarse y soplar en los labios
del hombre, pues el ser divino infunde en el hombre un poco de su propia vida. La
expresión “ser viviente” es un equivalente para “persona”. Eso destaca la
singularidad del hombre como creación de Dios. Él es más que una simple criatura,
él recibe el don de la personalidad. ¿Por qué Dios hizo eso? Ya vimos que fue para
que el hombre fuese un “imitador de Dios”. Dios quería tener una relación
personal con el hombre. Ahora, eso nos lleva a una implicación aún mayor. Como
persona, el hombre goza de libertad para actuar. Si como criatura él es totalmente
dependiente de Dios, como persona él es libre. Aquí nos enfrentamos con una
paradoja (cuando hay dos verdades aparentemente contrarias, siendo difícil para
nosotros conciliarlas por causa de nuestra mente finita).

La Biblia revela con claridad que Dios determinó todas las cosas y que ellas suceden
según un plan prestablecido, donde incluso están determinados los que serán
salvos. Por otro lado, la Biblia enseña igualmente que cada hombre es
absolutamente responsable por sus acciones y jamás podrá atribuir a Dios culpa
alguna. También se ve la paradoja en el hecho de que el hombre fue hecho como
persona y criatura. Tal característica configuraría la base de toda la paradoja de la
vida humana: “Este es el misterio fundamental del hombre: ¿Cómo puede el ser
humano ser igualmente una criatura y una persona? Ser criatura, como ya vimos,
significa dependencia absoluta de Dios, ser persona significa independencia
relativa”56. De hecho, aquí tenemos la clave para comprender al hombre en su
relación con Dios. Debemos recordar siempre que el ser humano es al mismo
tiempo una criatura, o sea, que está totalmente bajo la dirección de Dios y que él es
una persona, o sea, Dios le concedió una cierta libertad para actuar y tiene toda la
responsabilidad por sus actos.

56
Ibid., p. 17.

75
3. ¿Dicotomía o Tricotomía?

El aspecto espiritual que Dios colocó en el ser humano es una de las características
más destacadas del hombre. Él es un ser compuesto de cuerpo y alma. Esa es la
visión dicotómica del hombre.

Hay muchos que sustentan una tricotomía, insistiendo que el hombre está compuesto
de cuerpo, alma y espíritu. La tricotomía se originó con los griegos, especialmente
con Platón, que veía al ser humano como compuesto por tres partes. El alma sería
el medio de unión entre el cuerpo y la mente (nous)57. Entre los cristianos, Ireneo
enseñó que mientras los incrédulos tienen apenas cuerpo y alma, el creyente tiene
alma, cuerpo y espíritu, este último, creado por el Espíritu Santo. Hay dos textos en
la Escritura que sugieren una división tripartita del hombre. Uno de ellos es 1
Tesalonicenses 5:23: “Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo
vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de
nuestro Señor Jesucristo”. El otro es Hebreos 4:12: “Porque la Palabra de Dios es
viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; que penetra hasta partir
el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las
intenciones del corazón”.

Sin embargo, la posición dicotómica es más coherente con la Biblia. Es posible


constatar que los textos citados anteriormente no están enseñando una división
tripartita del ser humano. Pablo, en el pasaje citado, está hablando en términos
generales, intentando acumular palabras para expresar la idea de que el cristiano
como un todo será guardado hasta el fin58. El autor de la carta a los Hebreos, por
otro lado, está hablando del poder que la Palabra tiene de colocar ciertas cosas unas
contra las otras dentro del ser humano. Él no está hablando en términos literales,
sino enfatizando que la Palabra penetra en lo recóndito de nuestro ser, trayendo a la
luz las razones secretas de nuestras acciones59. Allí, “el escritor (inspirado) recurre

57
Ibid., p. 228.
58
Machen. La visión cristiana del Hombre, p. 143.
59
Hoekema. Creados a la Imagen de Dios, p. 230.

76
al simbolismo para decir que lo que el hombre no puede dividir, la Palabra de Dios
sí puede”.

De allí que la dicotomía es la visión más bíblica, pues las Escrituras usan
indistintamente las palabras alma y espíritu (Mt. 10:28; 1 Co. 7:34; Stg. 2:26).

(1) Los mismos sentimientos son atribuidos al alma y al espíritu (1 Sm 1:10; Is.
54:6; Jn. 12:27; 13:21; Hch. 17:16; 2 P 2:8).

(2) La alabanza y el amor a Dios son atribuidos tanto al alma cuanto al espíritu (Lc.
1:46-47; Mc. 12:30).

(3) La salvación es asociada tanto al alma cuanto al espíritu (Stg. 1:12; 1 Co. 5:3, 5).

(4) La muerte es descrita como el partir del alma y del espíritu (Gn. 35:18; 1 R.
17:21; Mt. 10:28; Lc. 8:55; 23:46; Hch. 7:59). Los muertos son llamados como
“almas” y como “espíritus” (Mt. 10:28; Ap. 6:9; He. 12:23).

El autor de Eclesiastés describe la muerte del ser humano con las siguientes
palabras: “y el polvo vuelva a la tierra, como era, y el espíritu vuelva a Dios que lo
dio” (Ec. 12:7). En este texto el hombre se compone solamente de esas dos partes.

Por lo tanto, y en vista de los pasajes citados arriba, es bueno preguntarse, ¿si el
hombre tuviese todavía más una tercera parte, para dónde esa parte iría cuando se
muere? Si el cuerpo vuelve para el polvo de la tierra y el espíritu vuelve a Dios (sea
al cielo o al infierno), ¿para dónde iría el alma en el caso de que ella fuese diferente
del espíritu? Parece más correcto decir que el ser humano está compuesto de
cuerpo y alma. Todavía, debemos evitar tratar de esas cosas como si fuesen
separadas. El ser humano debe ser considerado como un todo indivisible. No
significa que el alma sea más valiosa que el cuerpo, como pretendían Platón y los
griegos. El cuerpo y el alma poseen el mismo valor y ambos cayeron en Adán y
necesitan ser redimidos. Por esa razón la Biblia enfatiza la resurrección. No basta al
hombre estar en espíritu junto de Dios después de la muerte. Para ser completo, él

77
necesita tener de nuevo su cuerpo y, así, con cuerpo y alma restaurados, el ser
humano vivirá feliz para siempre.

4. El origen del alma

Vimos que el hombre posee la característica distintiva de tener alma. La pregunta


que necesita ser respondida es: ¿Cómo surge el alma del ser humano? ¿Acaso Dios
tiene un “stock” de almas en el cielo y las hace encarnarse en algún momento?

Entendemos que el alma humana no tiene una especie de “prexistencia”. O sea, ella
comienza a existir juntamente con el cuerpo. Más aún, necesitamos identificar
como sucede ese “surgimiento” del alma. Dos son las principales teorías sobre este
tema, a saber: creacionismo y traducianismo.

A. Creacionismo

El creacionismo dice que cada alma es una creación inmediata de Dios. El


momento de esa creación no se puede deducir con total seguridad, pero en algún
momento en la formación del feto ella se produce. Según esta teoría el alma es una
“criatura pura” unida a un cuerpo depravado. Eso no significa que en el momento
de la unión el alma sea corrompida por el contacto con el cuerpo y sí que el alma es
creada juntamente con el cuerpo, en la generación hecha por los padres y, entonces,
es formada dentro de la complejidad del pecado que pesa sobre toda la
humanidad60.

B. El Traducianismo

El traducianismo dice que el alma es heredada de los padres. Ella es producida


juntamente con el cuerpo por la generación natural. Ambas teorías encuentran
alguna base bíblica y es difícil escoger entre las dos. Nosotros nos inclinamos un
poco más por el traducianismo porque ésta teoría parece tener mejor concordancia
con lo registrado en Génesis. Dios sopló en Adán el alma y, así, ella fue pasando a

60
Berkhof, Teología Sistemática, p. 199.

78
todos los descendientes que, generalmente, son vistos como estando en los
“lomos” de los padres (Gn. 46:26; He. 7:9, 10). Cuando la mujer fue creada, nada se
dice del alma, lo que puede significar que ella la heredó de Adán. El problema
mayor con el traducianismo es que parece hacer del alma un objeto que se divide,
pues se origina del alma del padre, de la madre o de ambos. Tal vez una forma de
salir de ese problema sea decir que en el surgimiento del alma sucede tanto una
herencia natural cuanto un acto creador de Dios. ¿Acaso no podemos afirmar esto
también del propio cuerpo humano? De cierta manera el cuerpo es a penas el
resultado de herencias genéticas, ¿pero eso significa que Dios no participa
activamente en la formación del cuerpo humano? El salmista dice: “Porque tú
formaste mis entrañas; tú me hiciste en el vientre de mi madre” (Sal. 139:13). Él
está describiendo la manera como Dios lo formó dentro del vientre de su madre.
Así, afirmamos que el alma es tanto resultado de un traducianismo, una especie de
herencia de los padres, como un acto creador de Dios.

79
EL MUNDO ESPIRITUAL

Introducción

El estudio del ser humano implica estudiar la caída, ya que ella afectó todo lo que el
ser humano es y lo que hace. Sin embargo, antes de hablar sobre la caída, es decir,
del primer pecado, necesitamos retroceder un poco en el tiempo y hablar del origen
del mal en sí mismo, puesto que él surgió antes que el hombre pecara. El origen del
mal está estrechamente relacionado con la creación del mundo espiritual y, por ese
motivo, es importante que hablemos sobre ese asunto primero.

1. El mundo invisible

Antes de crear la tierra y todo lo que en ella hay, Dios creó algo de lo cual no
tenemos muchas informaciones, excepto por las pequeñas indicaciones que la
Biblia nos da. Estamos hablando del mundo espiritual. En el primer versículo de la
Biblia está escrito: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra” (Gn. 1:1). El
segundo versículo dirige la atención completamente para la tierra: “Y la tierra
estaba desordenada y vacía…” (Gn. 1:2). A partir de allí poco se dice sobre el cielo.
De alguna forma la creación del mundo espiritual está incluida en el primer
versículo. El libro de Job da a entender que los ángeles fueron creados antes que la
tierra: “¿Dónde estabas tú cuando yo fundaba la tierra? Házmelo saber, si tienes
inteligencia. ¿Quién ordenó sus medidas, si lo sabes? ¿O quién extendió sobre ella
cordel? ¿Sobre qué están fundadas sus bases? ¿O quién puso su piedra angular,
cuando alababan todas las estrellas del alba, y se regocijaban todos los hijos de
Dios?” (Job 38:4-7).
Para la Biblia existen dos realidades: una visible y otra invisible. La mayoría de los
hombres sólo consiguen ver y entender la realidad visible que es básicamente el
mundo material. Por esta razón, los hombres conducen su vida a penas dentro de
esa esfera y les parece inaceptable imaginar que existan realidades invisibles, como
la vida después de la muerte, el cielo o el infierno. La Biblia, en cambio, habla del
mundo invisible como siendo mayor que el mundo visible. Es más, para la Biblia,

80
aunque esas dos realidades se influencian mutuamente, es el mundo invisible el que
más influencia al mundo visible, sea para bien o para mal. El mundo invisible no
sólo existe antes del mundo visible, sino que es determinante para todo lo que
existe o sucede aquí.

Existe en el mundo invisible un lado bueno y un lado malo. No queremos decir que
exista una especie de “dualismo”, donde fuerzas antagonistas se equilibran entre sí.
Para la Biblia hay a penas una esfera de soberanía, la del Reino de Dios, pues Dios
es el único soberano. Sin embargo, dentro de la esfera de soberanía existen fuerzas
invisibles que son sumisas a Dios y las fuerzas invisibles que están en rebelión
contra Dios; el dominio del mal, el imperio de las tinieblas, que aún está dentro de
la esfera de la soberanía de Dios. Antes que comencemos a estudiar al ser humano
(y como el pecado entró en el mundo), debemos considerar estas dos fuerzas que
existen en el mundo invisible, fuerzas que son representadas por los ángeles buenos
y por los ángeles malos (o demonios).

2. Los ángeles escogidos

Los ángeles buenos son llamados de “escogidos” (1 Ti. 5:21). Ellos fueron dotados
de una capacidad para no ser atraídos por el mal, o sea, Dios los preserva de caer. Si
Dios no hiciese eso con los ángeles que no siguieron a Satanás en su rebelión,
siempre existiría la posibilidad que algún ángel fuese engañado por el Diablo y,
entonces, hasta hoy los ángeles podrían abandonar el cielo para seguir al Dragón.
Eso no sucede porque Dios preserva a sus ángeles del pecado por un proceso
semejante a la elección de los hombres. Los hombres también son escogidos (Ef.
1:3-12), sin embargo, son escogidos para salvación. Los ángeles, diferentemente,
son escogidos para que no pierdan el estado que ya poseen.

La Biblia dice que los ángeles son seres incorpóreos (Mt. 8:16; Lc. 7:21; 24:39) que
pueden estar en grandes cantidades en un lugar al mismo tiempo (Lc. 8:30)61. Ellos

61
En este caso la referencia es a demonios, es decir, ángeles caídos.

81
no se casan (Mt. 22:30), son seres racionales (2 S. 14:20; Ef. 3:10; 2 P. 2:11),
extremamente numerosos (Dt. 33:2; Sal. 68:17; Mt. 26:53; Ap. 5:11). Son
grandemente poderosos e inteligentes, pero no son omniscientes ni omnipotentes.
Son clasificados en: Querubines (Gn. 3:24; 2 S. 22:11; Sal. 18:10; 80:1; Ez. 1; Ap. 4);
Serafines (Is. 6:2, 6); Principados, potestades, tronos y dominios (Ef. 3:10; Col. 2:10; 1:16;
Ef. 1:21; 1 P. 3:22)62.

En la Biblia sólo dos ángeles reciben nombres: Gabriel y Miguel (Dn. 8:16; 9:21;
Lc. 1:19, 26; Jud. 9; Ap. 12:7). El último es llamado de Arcángel, que literalmente
significa “al ángel principal” (Jud. 9). Él es el comandante de los ejércitos celestiales
(Ap. 12:7) y ya actuaba en el Antiguo Testamento defendiendo al pueblo de Israel
de las huestes malignas invisibles (Dn. 10:13, 21). Esos elementos bíblicos con
relación a los ángeles muestran que hay una gran diversidad y que estamos en un
asunto que puede generar muchas especulaciones. Refiriéndose a eso Calvino
escribió: “Ahora, a pesar que de la diversidad de nombres concluimos que hay
varias órdenes, sin embargo, investigarlos más minuciosamente, fijar su número y
determinar sus jerarquías, no sería mera curiosidad y sí, temeridad impía y
peligrosa”63.

Los ángeles cumplen diversas funciones, entre ellas la de alabar a Dios (Job 38:7; Is.
6:3; Sal. 103:20; 148:2; Ap. 5:11). Tal vez ésta es la función principal de ellos. Los
ángeles también desempeñan la función de auxilio para los creyentes y se alegran
grandemente cuando un pecador se arrepiente (Lc. 15:10). Hebreos 1:14 dice que
los ángeles son “espíritus ministradores, enviados para servicio a favor de los que
serán herederos de la salvación”. Según este texto, de algún modo los ángeles
ayudan a aquellos que serán salvos. Sabemos que no es función de los ángeles
predicar el evangelio y, al contrario, de lo que se piensa comúnmente, la Biblia no
dice que ellos desean predicar, sólo se limita a informarnos que ellos desean
conocer más sobre el asunto (1 P. 1:12). De cualquier forma, los ángeles

62
Estos últimos títulos son aplicados también a los ángeles caídos.
63
CALVINO, Efesios, p. 46.

82
contribuyen obedeciendo las órdenes de Dios. Otra función de los ángeles es la
protección de los creyentes (Sal. 34:7; 35:4, 5; 91:11-13; Mt. 18:10; Hch. 5:19).
Mediante la acción de los ángeles en la Biblia, Dios proporcionó protección física
para Elías (1 R. 19:5-7), dio valor a Pablo durante sus viajes (Hch. 27:23-25), liberó
a Pedro de la cárcel (Hch. 5:19), dirigió a Pedro para encontrarse con Cornelio
(Hch. 8:26). Una tarea peculiar que la Biblia parece atribuir a los ángeles es la
función de encaminar a los creyentes muertos para el cielo (Lc. 16:22) y, en el día del
Señor, serán los ángeles los que reunirán a los escogidos del Señor (Mt. 24:31; Mc.
13:27). Además, los ángeles se involucran en las actividades judiciales de Dios
como sus ejecutores. Fueron ellos los que anunciaron la destrucción de Sodoma y
Gomorra (Gn. 19:12, 13). Uno de ellos hirió al rey Agripa debido a su blasfemia
(Hch. 12:23). Los ángeles recogerán a los impíos para llevarlos al infierno (Mt. 13:39-
42). En este sentido, ellos también cumplen la función de derramar los juicios de
Dios sobre la tierra (Ap. 16:2-17) y la voz de un Arcángel anunciará el día de la
venida del Señor (1 Ts. 4:16).

Vemos que los ángeles cumplen diversas funciones y son extremamente


importantes para la consumación de los propósitos de Dios para este mundo. A
pesar que no podamos verlos y que ni siquiera necesitemos eso, podemos estar
seguros que ellos siempre están cerca, obrando en nuestro favor según las órdenes
de Dios. La invisibilidad de los ángeles obedece a un propósito estratégico. Ellos
no desean llamar la atención para sí mismos. Ellos trabajan silenciosamente. Ellos
no quieren recibir adoración por parte de los hombres. Cuando el apóstol Juan
recibió la revelación del Apocalipsis por intermedio de un ángel tuvo una actitud de
reverencia para con el ángel, conforme está registrado en Apocalipsis 22:8: “Yo
Juan soy el que oyó y vio estas cosas. Y después que las hube oído y visto, me
postré para adorar a los pies del ángel que me mostraba estas cosas”. La reacción
del ángel fue inmediata: “Pero él me dijo: Mira, no lo hagas; porque yo soy
consiervo tuyo, de tus hermanos los profetas, y de los que guardan las palabras de
este libro. Adora a Dios” (v. 9).

83
3. Los ángeles caídos

Dios creó a los ángeles antes que al ser humano. Sabemos, también, que existió una
caída en el mundo de los ángeles. Esa caída probablemente ocurrió luego de que la
creación fue completada, puesto que la Biblia dice que al terminar la obra de la
creación “Dios vio que todo era bueno en gran manera” (Gn 1:31). Si todo era
bueno en gran manera esto nos hace pensar que la rebelión de Satanás aún no había
ocurrido. De esta manera, “el diablo, al caer, se transformó en la cabeza de aquella
esfera que se encuentra fuera de la vida de Dios y, así, podemos describirlo como el
imperio de la muerte”64. No sabemos exactamente como sucedió la caída de los
ángeles, porque nada sobre eso está registrado en la Biblia. Por no menos no
directamente. Todavía, algunas deducciones pueden ser hechas a partir de textos
indirectos. Sabemos que de alguna forma un grupo de ángeles liderados por Satanás
se rebeló contra Dios. Satanás significa “adversario” y es el gran líder de esa
rebelión.

El Diablo recibe muchos nombres en la Biblia y el más conocido, Lucifer (portador


de la luz) no está en la Biblia. Ese nombre viene del latín y era aplicado al planeta
Venus. El motivo de haber sido asociado con Satanás se debió a que las versiones
latinas de la Biblia dieron ese nombre ese nombre al título “estrella de la mañana”
que aparece en Isaías 14:12 (en hebreo Hallel). El texto de Isaías dice: “¡Cómo caíste
del cielo, oh Lucero, hijo de la mañana! Cortado fuiste por tierra, tú que debilitabas
a las naciones. Tú que decías en tu corazón: Subiré al cielo; en lo alto, junto a las
estrellas de Dios, levantaré mi trono, y en el monte del testimonio me sentaré, a los
lados del norte; sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo.
Mas tú derribado eres hasta el Seol, a los lados del abismo” (Is. 14:12-15).
Generalmente este texto se ha interpretado como una referencia a la caída de
Satanás. Lo que no puede ser ignorado es que, en principio, este texto se refiere al

64
D.M. Lloyd-Jones, Dios el Padre, Dios el Hijo. P. 436.

84
rey de Babilonia. Es una profecía respecto al rey de Babilonia y no una explicación
directa sobre el origen de Satanás. Cierto es, sin embargo, que el rey de Babilonio
descrito en Isaías tiene semejanzas con Satanás y, por lo menos, es un representante
de él en la tierra. Por este motivo, es posible que por detrás de lo que está siendo
dicho sobre el rey de Babilonia haya alguna referencia al propio Satanás. El texto
describe la caída de ese rey quien en su orgullo quería ser semejante a Dios y,
realmente, parece haber sido ese el motivo principal de la caída de éste ángel.

Otro texto que generalmente se aplica a Satanás es Ezequiel 28:11-19, que registra
una profecía contra el rey de Tiro. Lo que dijimos respecto al rey de Babilonia se
aplica a este texto también. La profecía dice: “Vino a mí palabra de Jehová,
diciendo: Hijo de hombre, levanta endechas sobre el rey de Tiro, y dile: Así ha
dicho Jehová el Señor: Tú eras el sello de la perfección, lleno de sabiduría, y
acabado de hermosura. En Edén, en el huerto de Dios estuviste; de toda piedra
preciosa era tu vestidura; de cornerina, topacio, jaspe, crisólito, berilo y ónice; de
zafiro, carbunclo, esmeralda y oro; los primores de tus tamboriles y flautas
estuvieron preparados para ti en el día de tu creación. Tú, querubín grande,
protector, yo te puse en el santo monte de Dios, allí estuviste; en medio de las
piedras de fuego te paseabas. Perfecto eras en todos tus caminos desde el día que
fuiste creado, hasta que se halló en ti maldad. A causa de la multitud de tus
contrataciones fuiste lleno de iniquidad, y pecaste; por lo que yo te eché del monte
de Dios, y te arrojé de entre las piedras del fuego, oh querubín protector. Se
enalteció tu corazón a causa de tu hermosura, corrompiste tu sabiduría a causa de
tu esplendor; yo te arrojaré por tierra; delante de los reyes te pondré para que miren
en ti. Con la multitud de tus maldades y con la iniquidad de tus contrataciones
profanaste tu santuario; yo, pues, saqué fuego de en medio de ti, el cual te
consumió, y te puse en ceniza sobre la tierra a los ojos de todos los que te miran.
Todos los que te conocieron de entre los pueblos se maravillarán sobre ti; espanto
serás, y para siempre dejarás de ser”. Algunas expresiones de este texto son
interesantes como: “En Edén, en el huerto de Dios estuviste”, “Tú, querubín

85
grande, protector”, “yo te puse en el santo monte de Dios”, “Perfecto eras en
todos tus caminos desde el día que fuiste creado, hasta que se halló en ti maldad”.
De hecho esas expresiones extrapolan en mucho lo que se podría afirmar de un
hombre. Parece que el texto tiene alguna aplicación al propio Satanás, del cual el rey
de Tiro era un representante. Pero no es posible afirmar eso con total seguridad.

Se puede deducir, partiendo de la interpretación de un texto de Pablo, donde él


habla sobre el cuidado en la elección de los presbíteros, que el pecado de Satanás
fue la soberbia (1 Tm. 3:6).

Sea cual sea la aproximación que hagamos al asunto una cosa clara salta a la vista.
Hubo una rebelión en el mundo espiritual, rebelión que fue liderada por Satanás.
Esto llevó a un número indeterminado de ángeles a caer junto con él, ángeles que
reciben el nombre de demonios.

86
EL ENIGMA DEL MAL

Introducción

Una de las preguntas que frecuentemente hacen las personas son las
siguientes: ¿Por qué Dios permitió y permite la existencia de Satanás? No existe
duda de que Dios podría haber impedido la caída de los ángeles o, también, los
podría haber exterminado a fin de que no causasen todo el mal que han venido
causando a lo largo de los años. Esas criaturas son perversas, no hay una pisca de
bondad o justicia en el carácter de Satanás y sus ángeles, son absolutamente malos.
Entonces, ¿Por qué Dios permitiría la existencia de una ser tan malo en el mundo?
Esa pregunta nos trae de vuelta al asunto del propio origen del mal. ¿De dónde
vino?

Hablar sobre el origen del mal es entrar en uno de los caminos más obscuros
y poco explorados por la teología. Pocos son los que se aventuran en esa estrecha
senda llena de trampas y dificultades, donde fácilmente se puede tropezar y caer en
la herejía e, incluso, en la blasfemia. La pregunta “¿quién creó el mal?” es una de
aquellas cuestiones de la cual todo profesor de Seminario o de Escuela Dominical
preferiría huir. Considerar ese asunto puede ser útil para entender muchas cosas,
especialmente la relación de Dios y el nuestro con el mal.

I. El Origen del Mal

Cuando leemos la Biblia, somos enterados de que tenemos un adversario


feroz (1 P. 5:8). Al oír esta verdad inmediatamente nos preguntamos, ¿cómo fue
que Satanás se hizo malvado?

En el mundo Antiguo, siempre se creyó que había un dios bueno y un dios


malo. Modernamente esa creencia se denomina dualismo. El dualismo ha resucitado
en muchos lugares, especialmente en los movimientos relacionados con la Nueva
Era. El dualismo identifica esas dos fuerzas como iguales o independientes una de
la otra, como si una completase a la otra, la que no podría existir sola. Ese concepto

87
está lejos de ser bíblico. Según la Biblia, Satanás no es igual a Dios. Dios es el único
Soberano, Satanás es una criatura rebelde de Dios. No existe comparación, Dios es
el Rey por excelencia, Satanás no es más que un usurpador.

En lo que dice relación con el origen del mal, tal vez esa sea la cuestión más
difícil de responder. Nunca tendremos una respuesta completamente satisfactoria,
por lo menos en esta vida.

Para comenzar a responder, una cosa necesita quedar bien clara: Dios no es
el autor del mal. Sea cual sea la respuesta que demos para el origen del mal, ella
necesita excluir a Dios como su causa, ya que si Dios fuese el autor del mal, no
podría ser el Dios bueno y justo en el cual creemos. Dios es el creador de todas las
cosas, pero no el creador del mal.

Entonces, ¿sería Satanás el creador del mal? Si Satanás fuese el creador del
mal, eso haría de él alguien que está directamente en competencia contra Dios. La
verdad es que el mal no fue necesariamente creado. Lo que queremos decir es que
nadie lo creó de la nada y de forma específica. Por lo tanto, el mal es lo que puede
ser llamado una “derivación”; o sea, fruto del uso de cosas que ya existían, como
por ejemplo, el libre albedrío, la personalidad y el poder de Satanás. En ese sentido,
Dios dotó a Satanás con esas cualidades y él las usó para originar el mal. Eso es lo
máximo que podemos decir, es el límite hasta donde podemos ir. Frente a eso,
podemos entender que el pecado no tiene origen, mas sólo un inicio. Lo que de allí
se desprende es que no podemos determinar el origen del pecado o del mal,
solamente podemos constatar su inicio.

Algunos apelan para la expresión de Isaías, donde Dios dijo: “que formo la luz
y creo las tinieblas, que hago la paz y creo la adversidad. Yo Jehová soy el que hago todo esto” (Is.
45:7), como una prueba de que Dios es el autor del mal. El contexto del pasaje en
cuestión sugiere que ese mal no se refiere al mal último, metafísico, sino que a una
situación específica, que en el caso de los judíos, sería el arribo de los caldeos que
invadirían a la nación. El mal en ese texto se refiere más bien a algo como

88
calamidad y no al pecado. El hecho de que la Escritura no dé una explicación
directa sobre el origen del mal sino que muestre el papel del mal, es una poderosa
indicación de que eso último debe ser el foco de nuestra atención. El origen del mal
siempre será una incógnita para nosotros.

II. El Propósito del Mal

Volver a la cuestión del porqué Dios permite el mal nos lleva a transitar en
un terreno más sólido. De alguna forma, el mal puede ser usado por Dios en sus
propósitos. De nada sirve cerrar los ojos ante el hecho de que al conceder libre
albedrío a los ángeles y, después, a Adán, la existencia del mal vino a ser una
posibilidad. Sin embargo, no podemos imaginar que Dios permitiría algo que
pudiese de hecho arruinar sus propósitos. El Señor siempre mantuvo el control,
nada colocó en riesgo su gran proyecto. La Confesión de Fe de Westminster dice:

“Dios desde la eternidad, por el sabio y santo consejo de su voluntad, ordenó libre e
inalterablemente todo lo que sucede. Sin embargo, lo hizo de tal manera, que Dios ni es
autor del pecado, ni hace violencia al libre albedrío de sus criaturas, ni quita la libertad ni
contingencia de las causas secundarias, sino más bien las establece”65.

Esa es, tal vez, la afirmación más exacta que ya fue formulada sobre el origen
de todas las cosas. Existe una tensión (paradoja) admitida en la frase, la de que por
un lado todo sucede según la voluntad de Dios y, por otro, la de que eso no hace a
Dios el autor del pecado, ni elimina la libertad del hombre. La única
responsabilidad por el mal que puede ser atribuida a Dios es que Él creó un mundo
en el cual el mal era posible y eso para demostrar Su gloria, por el hecho de que Él
sabía lidiar con eso y, al final, conducir todo para el bien.

La verdad es que la existencia del mal sigue los propósitos de Dios para este
mundo. Una cosa necesita quedar bien clara: el Señor no tiene ningún placer en
Satanás y no acepta ninguna de sus maldades, sin embargo, Dios puede usar a
Satanás para cumplir sus propósitos. No es que Satanás gentilmente sirva a Dios,

65 La Confesión de Fe de Westminster. III, 1.

89
en realidad, él lucha desesperadamente contra Dios, pero tal es la soberanía del
Creador, que aún en su lucha desesperadora, Satanás termina contribuyendo para
que el supremo propósito de Dios se cumpla.

En ese sentido, una de las maneras que Dios usa el mal es para probar a su
pueblo. La prueba es una prueba de cualidad. Cualquier producto, para que sea
confiable, necesita ser colocado bajo alguna presión a fin de que se pruebe su
resistencia. Los creyentes reciben sobre sí la presión de Satanás y esa es una buena
forma de probarlos. Dios puede usar a Satanás como un instrumento de castigo
también. Satanás es un instrumento de castigo divino por causa de la maldad del
mundo, y hasta de los creyentes. Hay por lo menos dos casos en la Biblia en que
personas fueron “entregadas a Satanás” como un castigo por sus pecados, un
creyente y un incrédulo (1 Co. 5:5; 1 Ti. 1:20).

Eso demuestra cuán incomparable es Dios. Él usa la maldad de Satanás para


el bien de su pueblo y para el cumplimiento de su supremo propósito. Dios permite
la continua existencia de Satanás porque él es, de hecho, su “azote” para este
mundo y, sobre todo, Dios lo usará personalmente para demostrar su poder. Dios
hará una gran demostración de su poder sobre el mayor enemigo cuando lo
aprisione definitivamente en el lago de fuego. Mientras tanto, Dios ya ha
demostrado su poder sobre Satanás hoy, rescatando a las víctimas del imperio de
las tinieblas y trayéndolas a salvo para el reino celestial. Aún podemos decir que,
por el hecho de haber dejado que el mal se originase, Dios creó la oportunidad de
expresar más plenamente su gracia y misericordia. Ese carácter tan gracioso y
misericordioso de Dios jamás habría sido demostrado si el mal no se hubiese
originado.

III. La Duración del Mal

El mal no es eterno, pues no forma parte de la esencia de las cosas que


existen. El mal es un parásito, un impostor, y la certidumbre de su existencia es la
garantía de su destrucción. El hecho de que Dios vencerá el mal hace de la

90
existencia de éste razonable. Dios permitió el mal para que su poder fuese probado,
pero el mal no tendrá continuidad en la creación de Dios. El mal cumple un papel
establecido por Dios y cuando ese papel se acabe, Dios lo eliminará y nunca más
permitirá que el mal reaparezca. En el mundo venidero el mal nunca más será una
posibilidad.

Los que intentan explicar la existencia del mal fundamentados en el libre


albedrío no tiene respuesta para la cuestión: ¿el hombre podrá pecar nuevamente?
Si el libre albedrío de hecho forma parte de la constitución humana siendo esencial
para que el hombre sea hombre, entonces, no hay garantías de nuestra salvación ni
en esta vida ni en la venidera. En esta vida, en cualquier momento, podríamos
perder la salvación por un acto deliberado de nuestra voluntad, y en el futuro, a
pesar de que no tengamos más motivos para pecar, siempre tendremos la
posibilidad de pecar, si el libre albedrío continuase existiendo. So alguien quiere
afirmar que en el futuro no tendrá más libre albedrío, podríamos preguntar
entonces, ¿Por qué debe haber hoy? Si en el mundo venidero no habrá libre
albedrío es porque él no es esencial al ser humano. Después de todo lo que sucedió,
Dios no permitiría que el mal pudiese de nuevo entrar en su creación y corromperla
otra vez. Esta es una certidumbre que podemos tener: “…y ya no habrá muerte, no
habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron” (Ap. 21:4).

IV. La Actitud Correcta Hacia el Mal

Debemos ser equilibrados en todas las cosas. Por lo tanto, al tratar el


problema del mal, debemos también demostrar moderación. Dos errores deben ser
evitados: El primero, es que no debemos darle al mal mayor importancia de la que
tiene y; segundo, el de exagerar su importancia. Muchos, hoy en día, prácticamente
niegan la existencia de mal. Los teólogos liberales han negado la existencia del
Diablo y con eso han extendido una capa donde él puede actuar de forma
encubierta. La teología liberal que hizo que grandes denominaciones se alejasen de
la Biblia. Esa lejanía es una de las mayores victorias de Satanás. El vaciamiento de

91
las iglesias es una prueba incontestable de eso. El apóstol Pablo dijo que debemos
siempre tener una postura íntegra “para que Satanás no gane ventaja alguna sobre nosotros;
pues no ignoramos sus maquinaciones” (2 Co. 2:11). Ignorar sus designios es
prácticamente decretar su victoria.

Por otro lado están los que exageran la importancia de Satanás. Los monjes
en la Edad Media se enclaustraban en monasterios para evitar se fascinados por el
Diablo. En los días de hoy, al contrario de eso, muchos están desafiando al Diablo
abiertamente y hasta supuestamente entrevistándolo en la televisión. El Diablo ha
sido el blanco principal de muchos movimientos evangélicos, que lo ven
prácticamente en todo. En muchos casos la responsabilidad personal de cada uno
es minimizada y todo lo que sucede de malo es atribuido al Diablo. Ellos dicen:
para tener prosperidad, reprenda al Diablo; para tener salud, reprenda al Diablo;
para tener un matrimonio feliz, reprenda al Diablo. Hay una verdadera obsesión
por el Diablo, lo que por cierto le agrada mucho a él. Es una equivocación gastar
tiempo del culto a Dios para promover la lucha contra el Diablo. Equilibrio, por lo
tanto, es necesario. No debemos exagerar ni minimizar la importancia del Diablo.

Seguir la Biblia siempre será la mejor opción para que no seamos


sorprendidos en nuestra lucha contra el mal. La actitud del cristiano es descrita en
la Biblia en términos de resistencia: “Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el
diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar; al cual resistid firmes en la
fe, sabiendo que los mismo padecimientos se van cumpliendo en vuestros hermanos en todo el
mundo” (1 P. 5:8-9). Santiago comparte esa opinión: “Someteos, pues, a Dios; resistid al
diablo, y huirá de vosotros” (Stg. 4:7). También esa es la gran explicación del apóstol
Pablo: “Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y
habiendo acabado todo, estar firmes” (Ef. 6:13). No necesitamos ir tras él, necesitamos
resistir a sus ataques. Resistencia es la palabra clave.

92
EL ENEMIGO DE NUESTRAS ALMAS

Introducción:

La mejor arma de Satanás es la pasividad de las personas. Porque no conocen la


verdad, niegan la existencia del Diablo o viven totalmente despreocupadas como si
él no existiese. Las personas que piensan y actúan de ese modo dan el espacio que
el enemigo necesita para actuar sin ser notado, ya que cuando somos atacados por
sorpresa, tenemos pocas oportunidades para vencer. Pablo les escribe a los
creyentes de Corinto de que todos debían tener cuidado “para que Satanás no gane
ventaja alguna sobre nosotros; pues no ignoramos sus maquinaciones” (2ª Co.
2:11).

Muchas personas han ignorado los designios del Diablo. Muchos pintan un retrato
mitológico de él, todo rojo, con cachos y un tridente en la mano. La Biblia, en
cambio, dice que él prefiere presentarse como “ángel de luz” (2ª Co. 11:14). De
hecho, actuando a escondidas, ha conseguido grandes victorias.

Por otro lado, hay muchos creyentes que prestan más atención al Diablo que a
Dios. Parece que ven al Diablo en todo y atribuyen todo lo malo al enemigo.
Nuestro adversario le encanta estar en el centro de las atenciones y, por cierto, le
agrada tener toda esa publicidad, ya que la recibe como si fuese un homenaje.
Encontrar demonios en todas partes es una obsesión personal que Satanás usa
como una cortina de humo, desviando la atención de su verdadero plan: la
corrupción espiritual.

Como en casi todos los asuntos espirituales, también en este existe la necesidad de
equilibrio. Querámoslo o no, todos estamos involucrados en una batalla espiritual
contra el Diablo, ya que, como dice Pedro, él es nuestro adversario (1ª P. 5:8). La
mejor táctica en esa guerra es: conozca al enemigo, no lo sobrestime ni lo
subestime.

93
I. Las Características del Enemigo:

El primer problema es: ¿Cómo conocer al enemigo? Creemos que el primer paso es
conocer bien a Dios. ¿Quién es Dios para nosotros? ¿Un tío celestial a quien nos
dirigimos cuando necesitamos alguna cosa? Entonces, el Diablo es el mal genio
cósmico que le gusta echar a perder todo. Si Dios es un Ser poderoso, pero no
Todopoderoso, entonces el Diablo tiene casi que el mismo poder que Dios y
disputa mano a mano con Él. Sin embargo, si entendemos que Dios es el único
Soberano, el Todopoderoso, el Incomparable (Is. 40:25); el Diablo, por lo tanto,
sólo puede ser un usurpador que intenta beneficiarse de la gracia de Dios, antes que
la justicia divina sea ejecutada sobre él de forma definitiva.

Para que tengamos una comprensión clara con respecto al enemigo, tenemos que
conocer bien a Dios primero. Hoy en día muchos creyentes quedan fascinados con
revelaciones de personas que practicaban brujería, magia negra o que eran
satanistas. Piensan que esas personas pueden enseñarnos algo más con respecto al
Diablo. ¿Por qué creeríamos en ellas? El Diablo es el padre de la mentira (Juan
8:44). ¿Quién garantiza que esas personas no fueron engañadas todo el tiempo? Lo
más importante es conocer a Dios y Su Palabra, pues las informaciones que
tenemos en la Palabra de Dios son infalibles y dignas de todo crédito. De esa forma
no seremos sorprendidos por el Diablo.

A pesar de que las informaciones que tenemos en la Escritura con respecto al


Diablo no sean muchas, son suficientes para que entendamos quién es él y lo que
puede hacer. El libro de Job identifica al Diablo como siendo uno de los ángeles de
Dios (Job 1:6). Pedro y Judas lo identifican como un ángel que pecó (2 P. 2:4; Jud.
6). Pablo lo llama como “príncipe de la potestad del aire” (Ef. 2:2). Es el
gobernador de un mundo de tinieblas (Col. 1:13; Lc. 22:53). Desde el punto de
vista de Cristo, el mundo es un territorio bajo el poder del enemigo (Jn.12:31;
14:30; 16:11). Eso significa que, de alguna forma, Satanás consiguió usurpar el
dominio de este mundo. No es un dominio absoluto, puesto que el único que está

94
en control de todas las cosas es Dios. Satanás gobierna el corazón de los hombres
que se mantienen alienados de Dios. Debemos pensar que él consiguió ese
“derecho” cuando convenció al primer hombre y a la primera mujer a romper con
Dios, pasándose así para las filas de él. Es en ese sentido que él es el príncipe de
este mundo, pues es el jefe de la estructura mundana que intenta negar a Dios de
todas las formas posibles. Pablo llama a Satanás de “el dios de este siglo” (2 Co.
4:4), ya que dicta las normas y los valores para la vida de aquellos que están lejos del
Dios verdadero. Él intenta substituir el verdadero lugar de Dios en la vida de las
personas.

Satanás es el comandante de los demonios (Mt. 9:34; 25:41; Ef. 2:2). A pesar de
recibir los títulos de príncipe de este mundo (Jn. 12:31; 14:30; 16:11) y de dios de
este siglo (2 Co. 4:4), no se debe pensar que él es el jefe de toda la creación divina.
Es Dios quien está en absoluto control de este mundo como un todo. Satanás
controla el mundo malo, el sistema separado de Dios66.

II. Su Esfera de Actuación:

El Apocalipsis describe al Diablo como alguien que se rebeló contra Dios y que,
junto con sus aliados, fue expulsado del cielo (Ap. 12:7-9) y “ha descendido a
vosotros con gran ira, sabiendo que tiene poco tiempo” (Ap. 12:12). A pesar de que
ese texto haya sido escrito en forma simbólica, es posible entender que el Diablo
fue expulsado del cielo y que está en la Tierra, actuando con furia, porque sabe que
sus días están contados. Es importante entender que Satanás y sus ángeles están en
la Tierra. Ellos no están ni en el cielo ni en el infierno. Las figuras mitológicas del
diablo como siendo el jefe del infierno no son bíblicas. Tanto el cielo como el
infierno están bajo el control de Dios, pues el infierno es el lugar de castigo. El
Diablo será lanzado en el lago de fuego que es el infierno definitivo después de la
segunda venida de Jesús (Ap. 20:10). Hasta ese momento, él actúa en este mundo,
ferozmente, sabiendo que su tiempo no es muy largo.

66
Cfr. BERKHOF, Louis. Teología Sistemática, p. 149.

95
Es necesario considerar cuál es la libertad que él tiene para actuar en este mundo.
No es una libertad ilimitada, ya que Dios le impone serias restricciones. En el A.T.,
cuando Satanás quiso colocar a Job a prueba, necesitó de la expresa autorización de
Dios para tocar a Job (Job 1:12; 2:6). El N.T. deja más claro que existen serias y
pesadas restricciones sobre el enemigo. Jesús dijo que su venida fue para “atar al
hombre fuerte” y que, por eso, se puede saquear su casa (Mt. 12:29). Mediante su
muerte y su resurrección Jesús impuso una derrota definitiva a Satanás. Pablo
describe los efectos de la obra de Jesús con las siguientes palabras: “y despojando a
los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos
en la cruz” (Col. 2:15). Y el autor a los Hebreos dice que él fue destruido: “Así que,
por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo
mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte,
esto es, al diablo” (He. 2:14).

El diablo, por lo tanto, no fue destruido totalmente aún, ni ha sido impedido


totalmente de actuar. La obra de Jesús en la Cruz ya le impuso la derrota, pero aún
falta la capitulación final. Por eso Juan dice que él fue expulsado del cielo y que
descendió a la tierra con gran ira sabiendo que tiene los días contados (Ap. 12:12).
Ya está derrotado, pero tienes algunos días para hacer sus maldades.

Es evidente que todo el poder que Satanás puede demostrar depende de un


permiso de Dios. A pesar de que él no lo quiera admitir, el Diablo es una
herramienta en las manos de Dios. Como un hombre puede usar un perro bravo,
Dios usa a Satanás para disciplinar al mundo. La Biblia dice que los demonios están
encadenados (Jud. 6; Mt. 25:41; Ap. 20:10). Eso significa que hay limitaciones
impuestas sobre ellos. O sea, ellos no pueden hacer lo que quieren, puesto que
Dios tiene el absoluto control sobre este mundo. A Satanás le encanta ser llamado
de gobernante (Mt. 4:6), pero su poder está limitado por el poder de Dios.

96
III. Métodos Malignos:

Pedro lo llama de adversario: “Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el


diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar” (1 P. 5:8).
Falta de atención puede ser fatal. Satanás es un ser totalmente malvado. En él no
hay ni un vestigio de bondad o de verdad, sólo hay en él odio en su máxima
expresión. Un ser malvado, seguido por una hueste dotada de maldad inimaginable.
Esos son nuestros enemigos: ellos son más crueles, malvados, orgullosos,
jactanciosos, pervertidos, destructivos, repugnantes, inmundos y despreciables de lo
que la mente humana puede llegar a imaginar.

Es necesario recordar que él está en prisión, o sea, no tiene absoluta libertad para
actuar, pero sí tiene una cierta libertad, pues la Biblia dice eso. Ya dijimos que él
puede presentarse como “ángel de luz” (2 Co 11:14). Eso significa que fealdad no
es necesariamente una característica de Satanás. Su mayor arma es parecerse lo más
que pueda con lo verdadero. Por eso los creyentes tienen que tener mucho cuidado,
ya que sus falsos maestros se presentan disfrazados como ovejas, siendo que por
dentro son lobos voraces (Mt. 7:15). Es dicho que él puede manipular eventos
físicos (2 Tes. 2:9; Job 1:12), puede sugerir pensamientos errados en nuestra mente
(Mt. 4:3), puede causar enfermedades (Lc. 13:16), puede cegar a los incrédulos (2
Co. 4:4), causar sufrimiento (Hch. 10:38), inducir a caer (1 Tes. 3:5), engañar a los
hombres (2 Ti. 2:26), robar la palabra sembrada (Mr. 4:15), impedir y resistir a los
siervos de Dios (1 Tes. 2:18; Zac. 3:1) y hasta poseer el cuerpo de los hombres (Jn.
13:27). Una de las afirmaciones más espantosas sobre Satanás es que él “tenía el
imperio de la muerte” (He. 2:14). Eso no quiere decir que él es quien decide quien
muere. Esa es una prerrogativa divina. Lo que el texto está diciendo es que por
causa del pecado la muerte entró en el mundo. Satanás fue el instrumento por
medio del cual la muerte entró, entonces, en ese sentido, él tenía “el imperio de la
muerte”. Sin embargo, por medio del sacrificio de Jesús, Satanás perdió ese poder,
por lo menos en la vida de los salvos. Aun así, el mundo entero está bajo el maligno
(1 Jn. 5:19). Él ve al creyente como un fugitivo de su imperio (Col. 1:13) y va a
97
hacer de todo para hacerlo cautivo nuevamente. Él puede operar por medio de
deseos inocentes (Gn. 3:6; Lc. 4:2-3), de consejos bien intencionados (Mt. 16:22-23)
y hasta tiene sus siervos dentro de la iglesia (Mt. 13:38).

Si él pudiese producir el engaño, habría alcanzado la victoria, por eso concentra su


fuerza en la tentativa de desacreditar la Biblia, o como mínimo, dejarla de lado. Su
intención es siempre llevar al pecado. Él hace eso induciendo al error o
distorsionando lo cierto. Si somos firmes en un punto de la muralla, él atacará los
otros y así sucesivamente, todos los días.

Satanás y sus ángeles aparentemente forman un ejército con un cierto tipo de


organización: “Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra
principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este
siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes” (Ef. 6:12).
Parece que existe una especie de jerarquía sugerida por los términos principados,
potestades, gobernadores y huestes. El A.T. ya sugiere alguna jerarquía maligna. El
libro de Daniel habla de algunos “príncipes” que probablemente no sean personas
humanas y que dominaban ciertas regiones del mundo antiguo. Se nos habla del
“príncipe de Persia” (Dn. 10:13) y del “príncipe de Grecia” (Dn. 10:20). Esos
príncipes resistieron al mensajero de Dios que fue enviado a Daniel, pero el
príncipe del pueblo de Israel, identificado con el Arcángel Miguel, salió al auxilio
del mensajero (Dn. 10:21).

IV. ¿Cómo vencer al enemigo?

A veces se dice que la mejor defensa es un poderoso ataque. Este principio que
fluye del sentido común constituye la mejor estrategia en la batalla contra el
enemigo. Pero somos llamados para una lucha de resistencia, porque el enemigo
ataca constantemente. La palabra de orden es: “Someteos, pues, a Dios; resistid al
diablo, y huirá de vosotros” (Stg. 4:7).

98
La conversión nos coloca en el centro de una batalla de la que no podemos huir: la
batalla espiritual. Pablo dice: “Por lo demás, hermanos míos, fortaleceos en el
Señor, y en el poder de su fuerza. Vestíos de toda la armadura de Dios, para que
podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo. Porque no tenemos lucha
contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los
gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en
las regiones celestes” (Ef. 6:10-12). La carta a los Efesios demuestra el maravilloso
plan de Dios para su iglesia, que fue escogida antes de la fundación del mundo, que
experimenta la salvación por la gracia mediante los méritos de Cristo y que servirá
como demostración pública del poder y de la sabiduría de Dios. Pero las cosas no
serán fáciles, puesto que una guerra sin treguas se hace la realidad del cristiano.
Pablo dice que el maligno usa “asechanzas” para atrapar a los creyentes (Ef. 6:11).
Una asechanza es una especie de trampa. Es un engaño ingenioso que hace que las
personas caigan sin darse cuenta.

En dos pasajes Pablo habla sobre el “lazo del diablo”. En uno de ellos dice que el
presbítero debe tener buen testimonio de los de fuera, a fin de no caer en el
descrédito y en el lazo del diablo (1 Ti. 3:7). En el otro pasaje, habla de personas
que se oponían al evangelio, las cuales necesitaban ser liberadas de los lazos del
diablo, pues habían sido hechas cautivas por él para hacer su voluntad (2 Ti. 2:25-
26). El engaño, por tanto, es su principal táctica de guerra y eso tanto en relación
con los incrédulos como en relación con los creyentes. Las recomendaciones de
Pablo siguen el siguiente orden:

1. Necesitamos fortalecernos en el Señor.


2. Necesitamos entender que estamos en medio de una batalla contra enemigos
que no son de “carne y sangre”.
3. Necesitamos entender que estos enemigos juegan sucio y no desisten
fácilmente.

99
4. Necesitamos revestirnos de la armadura de Dios para enfrentar este combate
(Ef. 6:13-18).

Es necesario conocer bien y usar bien la armadura de Dios compuesta de virtudes


espirituales que nos ayudarán a resistir a los ataques malignos. Podemos dividir la
armadura en siete partes:

1. El cinturón de la verdad apunta para la seguridad basada no en falsas


ilusiones, sino que en la sinceridad y en la certidumbre de la verdad que es el
propio Jesús (Jn. 14:6).
2. La coraza de justicia apunta para la necesidad de vivir aquello que se cree, o
sea, la necesidad de una vida justa.
3. Calzar los pies con el apresto del evangelio de la paz sólo puede significar
estar firme en el Evangelio y estar listo para anunciarlo.
4. Tomar el escudo de la Fe y usarlo como defensa contra los dardos malignos
que inducen a pensamiento de duda, de rebeldía, de maldad, etc.
5. El yelmo de la salvación muestra que nuestra cabeza está segura y no
podemos ser heridos fácilmente.
6. La espada de la Palabra parece ser la única arma que sirve tanto para
defenderse como para atacar. De hecho, fue la Palabra el arma que Jesús usó
para defenderse de la tentación de Satanás (Mt. 4).
7. La oración, aunque no parezca como un aspecto específico de la armadura
puede indicar la manera como cada una de las piezas de la armadura debe ser
vestida y utilizada. Es interesante que esa armadura no tiene defensas para la
espalda, tal vez porque el enemigo necesita ser encarado de frente, en la
fuerza del Señor, con la armadura sin brechas para que no seamos
alcanzados en el talón de Aquiles. Algo que debe ser dicho es que en una
guerra la victoria sólo viene después de largas horas de combate y
dedicación, con entrenamiento y con lucha. No existe una palabra mágica,
sino que la fuerza viene del Señor y usando la armadura.

100
LA CAÍDA DEL HOMBRE

Introducción:

La creación habla de la gloria del hombre creado a imagen de Dios. Sin embargo,
luego de la creación una gran tragedia sucedió: el hombre cayó. Ese es un hecho
determinante para entender al hombre y a la sociedad en el estado en que
actualmente se encuentran. De esa forma, todas las explicaciones dadas por la
filosofía, por la psicología y, también, por la genética para los problemas de la
humanidad que no consideran la caída en el pecado y el pecado del hombre, no
consiguen diagnosticar el verdadero mal de la humanidad. Y, sin un diagnóstico
preciso, no existe un tratamiento adecuado para los males que tocan al ser humano.

I. Rebeldes sin Causa:

La Biblia dice que Dios luego de haber creado al hombre a su imagen y semejanza
lo colocó en el jardín del Edén y le dio la tarea de cultivar y guardar ese jardín. En
seguida le dio una orden: “Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo
árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no
comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Gn. 2:16-17).
Pocas veces pensamos en todos los privilegios que el hombre tenía en el jardín, él
podía comer libremente de todos los frutos con excepción de uno. O sea, nada le
faltaría y podía disfrutar abundantemente de todas las bendiciones de Dios. Esa
descripción es útil para que notemos que la caída no tuvo justificación alguna. Fue
una verdadera rebelión sin causa.

La primera rebelión del ser humano fue injustificada. No es posible encontrar un


motivo que justifique lo que pasó. Debemos pensar en la posición de extrema
importancia que Dios le confirió al hombre, hecho a la propia imagen y semejanza
del Ser divino. En esa condición, el hombre administraba toda la creación,
pudiendo explotar libre y responsablemente todos los recursos naturales del
cosmos. Dios apenas deseaba una prueba de la fiel obediencia del hombre a su

101
Creador. Para ello, “el árbol de la ciencia del bien y del mal” fue puesto en medio
del jardín. Aquella era la única excepción, todo lo demás estaba a disposición del
hombre.

Como sabemos, el ser humano desobedeció a Dios, haciendo parecer que es propio
de la naturaleza humana no ver las bendiciones de Dios cuando hay algo que la
descontenta.

II. La Estrategia del Enemigo:

El maligno, fue muy hábil en desviar la atención de nuestros primeros padres.


Primero intentó corromper la afirmación divina torciendo las palabras: “¿Conque
Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto?” (Gn. 3:1). Dios no había
dicho eso, pero la mujer mordió el anzuelo: “Y la mujer respondió a la serpiente:
Del fruto de los árboles del huerto podemos comer; pero del fruto del árbol que
está en medio del huerto dijo Dios: No comeréis de él, ni le tocaréis, para que no
muráis” (Gn. 3:2-3).

El gran plan de Satanás fue transformar a Dios en un dictador. En el caso de que el


ser humano pensara que Dios estaba siendo extremamente exigente, sería mucho
más fácil inducirlo al pecado. Fue exactamente eso lo que sucedió. Inducida por la
astucia de Satanás, la mujer comenzó igualmente a torcer la palabra de Dios. El
Señor no había prohibido mirar para el árbol, ni tocar en él, sino que simplemente,
había prohibido “comer” del árbol. Esa no fue la única distorsión, pues Dios había
dicho: “Porque el día que de él comieres, ciertamente moriréis” (Gn. 2:17). La
muerte no era una mera posibilidad, sino que se trataba de una certidumbre
absoluta, sin embargo, en la respuesta de la mujer apenas pareció una posibilidad:
“para que no muráis”. Cuando Satanás vio que había conseguido enredar al ser
humano con su argumento, se opuso directamente a la palabra de Dios: “Entonces
la serpiente dijo a la mujer: No moriréis” (Gn. 3:4). En otras palabras, le dijo a Eva:
“Dios habla y no cumple”. Así vemos que “el segundo paso en el plan de Satanás

102
fue usar, en Eva, la misma línea que había usado efectivamente en sí mismo en su
propia rebelión. Eva mordió el anzuelo y los humanos han seguido su ejemplo
desde entonces: Ustedes serán como Dios” (Gn. 3:5)67. Gran ilusión.

III. Huyendo de Dios:

Satanás había dado su golpe final. El próximo paso, una vez que la duda ya estaba
enraizada en el corazón, fue sucumbir a la tentación y comer del fruto (Gn 3:6).

La mujer, atraída por la belleza del fruto y por las promesas mentirosas del diablo,
comió del fruto y lo dio a su marido que también comió. El texto dice que
“Entonces fueron abiertos los ojos de ambos, y conocieron que estaban desnudos;
entonces cosieron hojas de higuera, y se hicieron delantales” (Gn. 3:7). A partir de
ese momento comenzó la película más repetida en la historia de la humanidad: La
Fuga. El pecado cortó de una forma precoz y dolorosa la relación personal del
hombre con Dios. Conscientes de su error, avergonzados de su desnudez y
temerosos de encontrarse con Dios, sólo podían intentar huir de la presencia de Él,
escondiéndose en medio de los árboles del jardín (Gn 3:8). Esa es la escena más
trágica que ha sido descrita. Ella demuestra cómo es profundo el pozo en que el
hombre cayó.

De hecho, quien antes se encontraba alegremente con el Señor para conversar


sobre la creación y para disfrutar de su presencia santa, ahora sólo puede huir
desesperadamente. La última cosa que deseaba el hombre era encontrarse
nuevamente con el Creador. La ruptura de esa relación fue el mayor prejuicio con el
pecado y muestra el verdadero carácter del pecado. Por lo tanto, “pecado no es
solamente infringir la ley, sino también quebrantar la alianza con el Salvador.
Pecado es un nudo en la relación personal, una ofensa al Padre divino y
Bienhechor, una traición del compañero al cual se está unido por lazos santos”68. El
pecado destruyó la más importante de nuestras relaciones, nuestra relación con

67
Michael Horton, Las Doctrinas de la Maravillosa Gracia, p. 42.
68
Cornelius Plantinga Jr. No era para ser así, p. 26.

103
Dios. Luego estarían afectados los aspectos sociales (familiares) y culturales
(trabajo).

IV. El Origen del Pecado:

La narrativa de Génesis no se preocupa en decirnos quien es el autor del pecado,


ella simplemente narra el hecho de que el pecado entró en el mundo. Si queremos
entender su origen debemos considerar algunas cosas.

En primer lugar necesitamos recordar que ya había sucedido una caída, la caída de
Satanás y, por lo tanto, el mal ya existía. En seguida, necesitamos considerar la
actuación de Satanás junto al ser humano, despertando la codicia en él. De alguna
forma, el pecado nació dentro del ser humano. Dios debe ser excluido de todo esto,
puesto que como Génesis muestra, todo sucedió en la relación ser humano-Satanás.
A pesar de que el decreto permisivo de Dios asegurase la entrada del pecado en el
mundo, el mal se originó en Satanás y en el ser humano.

Santiago nos da una explicación para este tema: “Cuando alguno es tentado, no
diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal,
ni él tienta a nadie; sino que cada uno es tentado, cuando de su propia
concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha
concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte.
Amados hermanos míos, no erréis. Toda buena dádiva y todo don perfecto
desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra
de variación” (Stg. 1:13-17).

Santiago está refiriéndose de la tentación para los cristianos ya regenerados, pero es


posible trazar un paralelo con la Caída. Santiago se preocupa de decir que la
tentación no puede venir de Dios, porque Dios no es tentado, ni tienta a nadie. Esa
declaración demuestra una antítesis absoluta entre Dios y el mal. Por lo tanto, Dios
no puede ser el autor de la tentación y mucho menos de la consumación por el
pecado. En seguida, Santiago dice de dónde viene la tentación: ella viene del

104
interior del ser que peca. Primero surge la codicia. La codicia como que se
“embaraza” y, entonces, genera el pecado, que por su parte lleva a la muerte. Luego
viene una advertencia: No se engañen. Es un grave engaño imaginar que el pecado
y el mal pueden venir de Dios. De Dios sólo pueden venir cosas buenas, él es el
Padre de las luces, la sombra no es una posibilidad en su carácter.

Lo que queda muy claro en las palabras de Santiago es que el origen del pecado está
dentro del propio hombre. Si eso lleva a preguntarse si Dios colocó ese deseo en
nosotros, sólo podemos decir que Dios concedió libertad al primer hombre para
que escogiese. El pecado se originó dentro del hombre, eso es todo lo que
podemos decir.

V. Los Intentos por Escapar de la Culpa:

Algo que el pecado deja dentro de nosotros es la sensación de culpa. No estamos


hablando aquí de la culpa legal, sino de aquello que ocurre dentro del ser humano,
en términos de consciencia. El ser humano no sabe cómo lidiar con la culpa. Gasta
mucho dinero con terapeutas para intentar liberarse de algo que tanto lo atormenta.

Un método más barato es culpar a los otros. Fue exactamente eso lo que hicieron
Adán y Eva. Cuando Dios interrogó a la pareja, Adán respondió que la mujer que
Dios le había dado era la responsable por todo y la mujer trató de responsabilizar a
la serpiente (Gn. 3:12-13). Cada uno se colocó como la víctima. Responsabilizar a
otros nunca nos hará inocentes. Si la película más repetida de la historia es La Fuga,
la segunda más repetida es Yo no fui. Evidentemente, esa es una forma de
autoengaño: “fenómeno sombrío por medio del cual colocamos una cubierta sobre
alguna parte de nuestra psique. No nos movemos dentro de nosotros. Negamos,
suprimimos o minimizamos lo que debemos saber sobre la verdad. Afirmamos,
adornamos y elevamos lo que sabemos que es falso. Hacemos bellas las realidades
feas y compramos una versión maquillada”69. Esa es la imagen que el hombre

69
Ibid., p. 113.

105
intenta producir de sí mismo, desde el inicio. La gran defensa es: No soy el responsable
de eso. Y, entonces, el hombre sigue su camino como si nada hubiese hecho. Pero
ese es un engaño muy tonto.

Sin embargo, en lo más íntimo de nuestro ser, sabemos que somos culpables.
Sabemos que el sentimiento que nos atormenta proviene del hecho de que
realmente somos responsables por nuestras acciones y, por lo mismo, somos
culpables y estamos en deuda. Aunque gastemos todo el dinero del mundo en
terapias o en distracciones nunca podremos cambiar esa realidad.

VI. Las Consecuencias:

El ser humano fue influenciado por la serpiente (Satanás), pero fue él mismo fue el
responsable por su pecado, ya que cambió la libertad y todo el estatus que Dios le
concedió por la ambición de ser independiente. Él hombre usó su personalidad
para el mal.

La consecuencia del pecado realmente fue la muerte. Aunque el hombre y su mujer


no murieron físicamente en el día que desobedecieron, aquel acto selló la entrada
de la muerte en el mundo. Es necesario recordar que la advertencia divina: “porque
en el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Gn. 2:17), no implicaba una
muerte física de inmediato. La expresión simplemente quiere decir que la muerte se
transformaría en algo cierto en el momento en que ellos transgrediesen la orden del
Señor. Pero es importante recordar que hubo una muerte verdadera en ese día. El
ser humano murió en el sentido de transformarse en un ser alienado
espiritualmente de Dios.

En seguida, Dios pronunció una serie de maldiciones sobre el ser humano y sobre
la tierra. La maldición fue reducida, pues Dios aseguró la continuidad de la
existencia humana, pero no dejó de ser maldición. La mujer, el hombre y la propia
tierra fueron maldecidos (ver Gn. 3:16-19). Necesitamos ver en esa maldición

106
divina lanzada sobre el ser humano y sobre la tierra la razón de todas las tragedias
de la vida humana.

Al desacreditar la Palabra de Dios y confiar en la palabra de Satanás, el ser humano


atrajo sobre sí la muerte y el mal. Luego de pronunciada la maldición, Dios expulsó
al hombre y a la mujer del jardín del Edén (Gn. 3:22-24). Ahora la vida del ser
humano sería fuera del jardín. Allá fuera nacerían sus hijos y allá tendría que vivir
hasta el día en que la muerte llegara a buscarlo. Esa es la herencia de todos los seres
humanos. Todos viven fuera del jardín de Dios.

107
HEREDEROS DE ADÁN

Introducción:

El espíritu de nuestra época se caracteriza por romper tabús. Las personas dicen
que la única cosa que debe ser prohibida es prohibir, que debe existir libertad para
hacer lo que las personas quieran. Ahora, si las personas son dejadas que hagan lo
que quieran, ¿serán verdaderamente libres?

¿Qué es la libertad? ¿Qué libertad tiene un drogadicto en el hecho de poder usar


drogas donde, cuando y como quiera? ¿Cuál es la libertad que tiene un
dependiente? ¿Será que hay libertad en la esclavitud?

I. Mala Elección:

Cuando vemos la caída en contraste con la gloria de la creación podemos entender


un poco la tragedia del pecado. Todas las áreas de la vida humana fueron afectadas
por la caída y nada de lo que fue creado por Dios quedó intacto. La caída en el
pecado nos dejó corruptos, pues la depravación significa que el mal contaminó cada
aspecto de la humanidad –corazón, mente, personalidad, emociones, consciencia,
razones y voluntad (Jer. 17:9; Jn. 8:44)70. La caída nos dejó corruptos física,
emocional, psicológica, moral y espiritualmente.

Cuando rompemos nuestra relación con Dios, no perdemos apenas nuestra religión
o devoción, sino que también nuestra salud, nuestra felicidad y todas las cosas que
pertenecen a la vida social y cultural. Dios dijo: “maldita será la tierra por tu causa”
(Gn. 3:17). Toda la creación se corrompió por causa del pecado del hombre. Por
eso Pablo dice que la naturaleza “gime a una y a una está con dolores de parto hasta
ahora” (Ro. 8:22). Todas las tragedias del mundo, toda la violencia y corrupción del
hombre y de la naturaleza son consecuencia del pecado. Y el pecado genera más
tragedias, violencia y corrupción. De hecho “el pecado es tanto la causa como el

70
MacARTHUR, John, Sociedad sin Pecado, p. 81.

108
resultado de la miseria humana”71. Toda la miseria comenzó con el pecado y la
consiguiente caída, y ahora el hombre no consigue exterminarlo, ya que él origina la
miseria y la miseria se origina de ella, lo que termina en un círculo vicioso. Eso
muestra que Adán escogió muy mal.

II. El Pecado Original:

Estamos todos juntos en Adán y Eva, puesto que heredamos de ellos el veneno del
pecado. El pecado corre por nuestra sangre. Eso es lo que los teólogos llaman de
pecado original. Adán incluyó a todos en su decisión y esa decisión fue fatal para
toda la raza. La enseñanza bíblica es que todas las personas nacen pecadoras. Todos
los hombres heredan el pecado como si fuese una especie de enfermedad
hereditaria. David, cuando reconoció el terrible pecado cometido con Betsabé,
entendió que su estado de pecado iba mucho más lejos de su acto malvado, ya que
el pecado era una realidad desde su nacimiento. David dijo: “Porque reconozco mis
rebeliones, y mi pecado está siempre delante de mí. Contra ti, contra ti solo he
pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos; para que seas reconocido justo en
tu palabra, y tenido por puro en tu juicio” (Sal. 51:3-4). Pero él notó que en
realidad había algo mucho más profundo: “He aquí, en maldad he sido formado, y
en pecado me concibió mi madre” (Sal. 51:5).

La elección de Adán alcanza a todos, sin embargo, en un sentido, no podemos


decir que cada uno de nosotros es considerado personalmente responsable por lo
que Adán hizo, como si cada uno de nosotros hubiese cometido el pecado de
Adán. El hecho es que Adán actuó como nuestro representante, por esa razón su
elección nos afecta. En esta cuestión no tenemos libertad de elegir. Adán fue
nuestro representante delante de Dios, él actuó por nosotros y, por lo tanto, su
caída fue la nuestra. Su elección nos llevó a todos a la muerte.

71
Cornelius Plantinga Jr. No era para ser así, p. 17.

109
Ninguno de los efectos de la caída, como el pecado, el dolor, el sufrimiento o
tragedias pueden ser atribuidas a Dios. El Señor creó un mundo perfecto, fue la
elección deliberada del hombre lo que trajo el caos, por lo tanto, la humanidad es
absolutamente responsable por todo lo malo que sucede en este mundo. Y
continuamos destruyendo la tierra con el proceso de explotación desenfrenada. La
ironía es que nosotros contaminamos el mundo y colocamos la culpa en Dios
cuando ocurren desastres naturales.

Pablo escribiendo a los Romanos dice: “Por tanto, como el pecado entró en el
mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los
hombres, por cuanto todos pecaron” (Ro. 5:12). Según el texto, el pecado entró en
el mundo por medio de “un hombre”. Es imposible no identificar ese hombre con
Adán. La consecuencia del pecado es la muerte. Así, la muerte pasó a todos los
descendientes de Adán, “porque todos pecaron”. Pablo está hablando en términos
representativos. Muchas veces Pablo usó la imagen del representante, tanto para
Adán como para Cristo. Él dice a los Corintios: “Porque por cuanto la muerte
entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos.
Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán
vivificados” (1 Co. 15:21-22). Aquí está la idea de representación. Todos los
hombres mueren o viven en su representante: Adán o Cristo. Por lo tanto,
interpretamos la expresión “todos pecaron” como “todos pecaron en Adán”.

La clara intención del apóstol es demostrar la conexión que existe entre la justicia
de Cristo y su pueblo en contraste al pecado de Adán y a la condenación de la
humanidad. Eso es evidente en los versículos 13 y 14: “Pues antes de la ley, había
pecado en el mundo; pero donde no hay ley, no se inculpa de pecado. No obstante,
reinó la muerte desde Adán hasta Moisés, aun en los que no pecaron a la manera de
la trasgresión de Adán, el cual es figura del que había de venir” (Ro. 5:13-14). El
argumento de Pablo es que la muerte, como consecuencia del pecado estuvo en el
mundo desde el inicio, aún para aquellos que pecaron antes de la promulgación de

110
la ley y, en ese sentido, no pecaron como Adán, quien recibió un mandamiento
específico para no pecar. Eso sólo adquiere sentido si el versículo 12 se refiere al
pecado de Adán. En los versículos siguientes, queda aún más evidente que el
pecado que causa la muerte es el pecado de Adán, puesto que Pablo repetidamente
habla de la ofensa de uno solo que resultó en muerte para todos en contraste a la
obediencia de uno solo que trae la vida (Ro. 5:15-19). Por lo tanto, si no es
verdadero el principio de que todos pecaron en Adán, sería imposible afirmar que
todos pueden ser justos en Cristo.

Concluimos, según lo que Pablo enseña, que el pecado en nuestra vida se originó
en Adán. Como nuestro representante él pecó y así todos nosotros caímos. El
pecado de Adán es nuestro pecado. Somos culpables en Adán, “pues ahora no
nacemos tal como Adán fue originalmente creado, sino que somos la simiente
adulterada del hombre degenerado y pecaminoso”72. Por lo tanto, nacemos
pecadores.

III. Totalmente Depravados:

No somos pecadores solamente por elección, sino por naturaleza. No nacemos


como si fuésemos un “tabla rasa”, o una hoja en blanco, ni en una zona neutra,
sino como enemigos de Dios, siendo “por naturaleza hijos de ira” (Ef. 2:3).
Nosotros no solamente practicamos el mal; nosotros somos malos. No solamente
caemos; tenemos una naturaleza caída. No solamente nos perdemos; estamos
perdidos. Pecamos porque nuestra naturaleza es pecar y, así, nacemos esclavos,
pues el Señor dice: “de cierto, de cierto os digo, que todo aquel que hace pecado,
esclavo es del pecado” (Jn. 8:34). No podemos abandonar el pecado cuando
queremos. En realidad, ni siquiera queremos. Podemos hasta controlar algunas
actitudes pecaminosas, pero no podemos dejar de ser pecadores.

72
Juan Calvino, Efesios, p. 56, Ef. 2:3.

111
Claramente eso no significa que cada uno de nosotros realiza todo el mal
imaginable, sino que significa que tenemos capacidad para ello. Y, más aún,
significa que estamos completamente perdidos, ya que Dios requiere de nosotros la
perfección con que nos capacitó cuando nos creó, sin embargo, no hay área de
nuestra vida que no haya sido afectada por el pecado. De ninguna manera podemos
dar aquello que Él espera de nosotros.

Esa incapacidad de dar a Dios lo que Él exige ha recibido el nombre de


“depravación total”. Eso no representa alguna incapacidad física, ni significa que las
personas no puedan hacer algo bueno en este mundo, pues no es una completa
ausencia del bien relativo. La cuestión es que para que algo sea aceptable delante de
Dios como bueno requiere de tres elementos: una fe verdadera de quien realiza la
acción, estar en conformidad con la ley de Dios y ser hecho para la gloria de Dios.
Ningún heredero de Adán puede hacer eso naturalmente. Una obra puede parecer
buena externamente, pero Dios sabe lo que pasa en el corazón. La depravación
total significa que el hombre jamás puede hacer algo que agrade a Dios, de modo
que el Señor lo salve por causa de sus méritos. En estricto rigor, el hombre es
“incapaz de hacer cualquier bien espiritual”73.

El ser humano no peca de la peor forma posible, pero peca en todo lo que hace,
puesto que el pecado está arraigado en nuestra naturaleza. Según la Biblia, el
hombre no puede hacer el bien (Mt. 7:17-18; 1 Co. 12:3; Jn. 15:4-5; Ro. 8:7), no
puede entender el bien (Hch. 16:14; 2 Co. 3:15-16; Jn. 8:43; 1 Co. 1:18; 2:14; 2 Co.
4:3-4), ni puede desear el bien (Jn. 5:40). Está claro, entonces, que las Escrituras
ven al ser humano como sumergido en un profundo océano y no apenas como uno
que lucha contra un mar de pecados. Él ni sabe que necesita ayuda. Para salvarlo es
necesaria una obra sobrenatural de Dios, es necesario traerlo a la superficie e
introducir vida en su corazón.

73
Louis Berkhof, Teología Sistemática, p. 249.

112
La depravación total explica los problemas básicos de nuestro mundo y nos dice
que la sociedad no resolverá esos problemas hasta que todos nazcan de nuevo. Sin
embargo, ni la conversión del mundo resolvería todos los problemas, pues los
cristianos continúan pecando. La doctrina de la depravación total, por otro lado,
nos enseña sobre el inmenso amor de Dios por nosotros. Nunca podríamos ser
salvos por nosotros mismos, fue solamente el amor de Dios el que posibilitó
nuestra salvación.

IV. La Libertad que Esclaviza:

La gran ironía de la Historia reside en el hecho de que la pretendida declaración de


independencia de Dios, configurada en la desobediencia de Adán, fue un fracaso
total. De hecho, continuamos necesitando a Dios desesperadamente, pues “no
podemos vivir independientemente de Dios, así como un pez no puede vivir sin
agua”74. El grito de independencia de Adán no lo hizo libre, al contrario, lo
esclavizó totalmente, ya que él pasó a servir al pecado (Jn. 8:34) y,
consecuentemente, a Satanás (Ef. 2:2). La tan anhelada libertad nunca vino.

En Romanos 1:18-3:23 Pablo argumenta de forma extensa sobre el pecado y sus


consecuencias. Pablo escribe: “Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra
toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad”
(1:18). El mayor pecado del hombre es ignorar osadamente la existencia de Dios,
vivir como si Él no existiera y, más aún, sustituirlo por ídolos creados por el propio
hombre, a pesar de todo el testimonio que la creación da con respecto a la
existencia y al poder de Dios (1:19-23). Como consecuencia de esta actitud “Dios
los entregó a la inmundicia” (1:24). Ese acto de “entregar” debe ser entendido
como una ausencia de restricciones divinas al pecado del hombre. Dios los
abandonó para que sean cada vez más cautivos de sus propios pecados, tal como
Pablo lo declara (1:28-31). Esa es la única libertad que el ser humano posee: la
libertad de pecar cada vez más y más.

74
Michael Horton, Las Doctrinas de la Maravillosa Gracia, p. 48.

113
Tal vida prisionera de las pasiones pecaminosas es una forma de manifestación de
la muerte en el ser humano pecador. Lo más impresionante, según Pablo, es que las
personas saben que están caminando hacia la muerte, pero ni así cambian de
rumbo: “…quienes habiendo entendido el juicio de Dios, que los que practican
tales cosas son dignos de muerte, no sólo las hacen, sino que también se complacen
con los que las practican” (1:32). Eso demuestra aún más vívidamente el estado de
muerte como consecuencia del pecado, puesto que ese conocimiento de la
condenación no “introduce, de ninguna manera, algún cambio en su existencia,
pero sí debe ser considerada una parte de esa muerte”75.

75
Herman Ridderbos. La Teología del Apóstol Pablo, p.121.

114
CADA VEZ MÁS PROFUNDO

Introducción:

En la concepción humanista popular de los días actuales, el hombre se estructura


como el fundamento de todos los valores y de toda excelencia. Eso es consecuencia
del grito de independencia de Adán, una actitud de rebelión al Creador, un grito de
desafío a Dios y, a fin de cuentas, una búsqueda enfermiza por ser igual a Dios. Es
el hombre intentando ser dios para sí mismo.

Génesis dice que desde el inicio, la tentación de Adán y Eva fue “ser como Dios”
(Gn. 3:5) y, así, ser independientes de Él. La frustración que siguió a la Caída no
retiró ese deseo del corazón del hombre. Desde el ingreso del pecado en el mundo,
los hombres han intentado vivir sin Dios. La base del relativismo moderno es el
humanismo pues, para el humanismo, el hombre no es criatura y, por lo tanto, no
debe satisfacción a nadie. La existencia humana tiene como objetivo solamente el
propio hecho de existir y el hombre, según el humanismo, posee inteligencia y
capacidades suficientes para tener una buena vida aquí y nada más que aquí. El
secularismo ve como extremamente prejudicial a la mayor parte de los credos
religiosos del mundo. Entiende que la idea de Dios debe ser abandonada para la
construcción de una existencia humana libre y autónoma.

I. La Ciudad de los Hombres:

Caín, el primer hijo de Adán y Eva, desafió el juicio divino de andar errante y
edificó una ciudad, comenzando así un “estilo de vida” donde Dios no ocuparía
ningún “papel” de importancia (Gn 4:12-17). Esa fue la primera ciudad que el ser
humano edificó y, de cierta manera, prefigura también la última. Alejándose de
Dios, Caín y sus descendientes intentaron hallar “sentido” a la vida e hicieron eso
por medio de las realidades de lo cotidiano y de la lucha por sobrevivir,
estableciendo relaciones para sí. La primera y más básica relación fue la relación
amorosa, tanto la lícita (matrimonio) como la ilícita (lo que Lamec hizo cuando

115
tomó a dos mujeres para sí –Gn. 4:19). Lamec tuvo tres hijos; uno fue empresario,
el otro músico y el otro artesano (Gn. 4:20-22). El cultivo de rebaños, la música y
los instrumentos de producción, etc., se transformaron en la principal ocupación de
la vida. Ese desarrollo de los recursos y de los dones naturales no era ilícito, pues
estaba en la orden dada en la creación, pero esas cosas deberían haber sido
desarrolladas en sumisión a Dios, sin embargo, ahora, servían como instrumentos
para que el hombre viviese y encontrase sentido para la vida independiente de Dios
y se hicieron la base de la ciudad de los hombres.

La consecuencia de ese vivir “independiente” de Dios fue trágica. La violencia


dominaba (Gn. 6:11), los casamientos inaceptables imperaban (Gn 6:1) hasta el
momento en que “…la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo
designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el
mal” (Gn. 6:5). Dios “entregó” al hombre a sí mismo. Aquellos tiempos que
precedieron a los días de Noé fueron los tiempos en que la actuación de la gracia
común de Dios menos se manifestó. Tal fue la degeneración que Dios entendió
que no debería pensar en restauración, el mejor camino sería la aniquilación.

Luego del diluvio, la ciudad de los hombres volvió a ser edificada. A partir de los
hijos de Noé surgen las naciones que fueron separadas después que Nimrod
construyó la Torre de Babel. La degeneración del hombre se manifestó una vez
más y tuvo su ápice en la construcción de la torre que ansiaba por establecer la
notoriedad humana, figuradamente “alcanzar los cielos” (Gn. 11:3-4). Cuando Dios
destruyó la torre, estaba demostrando que no dejaría al hombre entregado a sí
mismo, ni le permitiría llegar a la cúspide de su pecado. Pero es necesario recordar
que Jesús dijo que en los últimos días los hombres volverían a ser como “en los
días de Noé” (Lc. 17:26-27). Eso sólo puede significar que en los tiempos finales el
egocentrismo volvería con fuerza total, pues el hombre sería entregado “a sí
mismo” una vez más. Si no estamos en ese tiempo, ciertamente no estamos lejos.

116
Una ciudad en la Biblia se transformó en el estereotipo de la “ciudad de los
hombres”: Babilonia. Sea la primera Babilonia de Nimrod o la de Nabucodonosor
que llevó cautivo a Judá y lo hizo aprender la cultura de los caldeos, o la última
Babilonia descrita en Apocalipsis, todas ellas representan el poderío humano en su
máxima expresión. Los profetas Isaías y Jeremías predicaban al pueblo para que
“saliera de Babilonia” (Is. 48:20; Jer. 50:8). En el Apocalipsis, Juan describe la
ciudad de los hombres, Babilonia, como “LA GRANDE, LA MADRE DE LAS
RAMERAS Y DE LAS ABOMINACIONES DE LA TIERRA” (Ap. 17:5). La
condenación de ella es anunciada: “Y clamó con voz potente, diciendo: Ha caído,
ha caído la gran Babilonia, y se ha hecho habitación de demonios y guarida de todo
espíritu inmundo, y albergue de toda ave inmunda y aborrecible. Porque todas las
naciones han bebido del vino del furor de su fornicación; y los reyes de la tierra han
fornicado con ella, y los mercaderes de la tierra se han enriquecido de la potencia de
sus deleites” (Ap. 18:2-3).

Hoy, la ciudad de los hombres es esplendorosa y aparentemente indestructible. Los


hombres han vivido tranquilamente dentro de sus muros y de sus torres que casi
alcanzan los cielos. Todo el sentido de la vida humana emana de los
emprendimientos, funciones y ocupaciones de esa ciudad. Dios se hace una
realidad más vaga a cada día que pasa. Pero, en el fundo, todos saben que la
seguridad de esa ciudad no es tan segura, puesto que sus fundamentos son
extremadamente frágiles.

II. La Ciudad de la Desesperación:

“Dios está muerto”. Básicamente eso fue lo que Caín y sus hijos dijeron cuando
partieron para su viaje sin Dios. Ellos no estaban dispuestos a vivir en conformidad
con el patrón divino, por eso, Dios estaba muerto para ellos. Ellos estaban
haciendo sus propias leyes. Lamec mató a dos hombres y adaptó la legislación
divina respecto a Caín para su propio caso: “Si siete veces será vengado Caín,
Lamec en verdad setenta veces siete lo será” (Gn. 4:24). Fue éste el momento

117
donde la moral circunstancial nació, esto es, la ética que se adapta a las
circunstancias, puesto que el patrón divino absoluto fue abandonado. Fue aquí que
cada ser humano comenzó a hacer sus propias leyes. El mundo de Dios ya no tenía
significado para ellos, por eso, crearon su propio y personal significado.

La consciencia de la finitud y transitoriedad de todos los emprendimientos


humanos lleva al hombre a la desesperación. Como él no deseaba levantar los ojos
para el Dios que podría darle esperanza, sólo le resta la agonía. El mundo creado
por el hombre está destinado al fracaso y al sufrimiento. Adán y Eva pensaban en
vivir una vida llena de significado y desafíos después de su grito de independencia
de Dios, sin embargo, lo que consiguieron fue traer la tragedia para dentro de sus
vidas. La existencia humana se transformó en una lucha desesperada por la
sobrevivencia en un mundo maldecido (Gn. 3:7). La tierra que fue creada para ser
subyugada por el hombre, o sea, para que éste ejerciera el dominio sobre ella, ahora
se vuelve contra él, produciendo “espinos y cardos” indeseables y muchas veces
fatales. Todo esfuerzo humano, todo sudor, finalmente se demuestran inútiles, pues
la tierra, finalmente, vence la lucha y el polvo vuelve a ser polvo (Gn. 3:19).

Frente a eso, todos los proyectos y toda la gloria humana están destinados a la
aniquilación. No existe declaración más realista sobre el hombre que la bíblica:
“Porque: toda carne es como hierba, y toda gloria del hombre como flor de la
hierba. La hierba se seca, y la flor se cae” (1 P. 1:24). No hay construcción o
artefacto construido por la mano del hombre que no contenga fallas y que al final
de cuentas no camine para la destrucción. La tierra vence al hombre no solamente
por medio de los grandes cataclismos de la naturaleza, sino que hasta el micro-
universo, donde los virus y bacterias muchas veces están fuera de control. En la
lucha enfermiza por la sobrevivencia, finalmente, el hombre comete su mayor
crimen, cuando destruye la vida de su semejante, como lo hizo Caín con Abel y, al
hacer esto, se está destruyendo a sí mismo. Eso se da no solamente cuando las
armas son disparadas o cuando las bombas detonan en los campos de batalla, sino

118
que también cuando las figuras públicas desvían dineros que salvarían vidas o
cuando personas comunes practican el más simple y cruel de todos los crímenes: la
indiferencia. En la ciudad de los hombres reina la desesperanza.

III. Nuevos Tiempos, Viejos Anhelos:

Hay una historia con respecto al famoso filósofo del Pesimismo Arthur
Schopenhauer (1788-1860). Se dice que estaba sentado en un banco en un parque
de Frankfurt y que un guardia del parque que lo confundió con un mendigo le
preguntó: “¿Quién es usted?”. El filósofo respondió: “¡Cómo me gustaría saber
eso!”76. Cuando el ser humano dio la espalda para Dios, dio la espalda para aquello
que le daba significado. Cuando se lanzó solo en el viaje por el desierto, comenzó
una búsqueda por lo inalcanzable, un espejismo que siempre está a algunos metros,
pero que permanece inaccesible. Volver a tener sentido implica una readecuación
del entendimiento de la propia esencia del hombre. La respuesta para la terrible
duda de Schopenhauer está muy clara en la Biblia.

John Stott resumió la búsqueda del ser humano como siendo triple. Una búsqueda
por transcendencia, por significado y por comunión. Él dice que la transcendencia
es la búsqueda por Dios; el significado es la búsqueda por nosotros mismos; y la
comunión es la búsqueda por el prójimo77. Ninguna de estas cosas puede ser
encontrada sin un repudio al sistema humano de vida distanciado de Dios, sin un
abandono de la ciudad de los hombres.

Con efecto, el primer aspecto, el transcendental, es imposible de ser apagado de la


mente humana. Hay dentro de nosotros un anhelo por algo más que lo que el
simple materialismo ofrece y explica. Ese “sentido de la divinidad”, que Calvino
enseñó, hace al hombre mirar más allá de este mundo y a buscar la realidad última
de todas las cosas. Por eso, las personas nunca estarán satisfechas con lo que
poseen. Aquellos que llegan a las alturas de la riqueza, fama y poder, acaban,

76
John Stott, Oiga al Espíritu, p. 35.
77
Idem., p. 263-264.

119
muchas veces, hundidos en el alcohol, en las drogas y en el sexo, que son formas de
escape de los miserables de las poblaciones. Nada satisface al ser humano. La
explosión de la religiosidad en el siglo XIX es una demostración de eso. Las
multitudes que se arrastran tras de tantos “predicadores nuevos” dejan claro que las
personas están en búsqueda de “algo más”. El humanismo nunca consiguió ni
conseguirá satisfacer verdaderamente esa necesidad del ser humano.

El segundo aspecto de esta búsqueda que involucra el significado personal, nutre de


fuerzas al ser humano para su larga jornada en la tierra. Pero el mundo moderno ha
masificado al ser humano y ha reducido sus expectativas en relación a esta vida. Las
máquinas substituyen a los hombres y los héroes verdaderos son los de la
televisión, que está por sobre de aquello que las personas comunes pueden hacer.
Cabe a los miserables mirar para aquellas grandes e importantes personas en la
televisión y verlas como sus representantes.

El último aspecto de la búsqueda del ser humano, que involucra la comunión,


ansias por proximidad con el semejante, está bien retratado en el tema de la
mayoría de las músicas y de las películas en la actualidad cuando abordan la
cuestión del “amor”. Sin duda, encontrar a alguien para amar y ser amado es el gran
deseo de la humanidad. Las personas suspiran por eso y se desintegran
emocionalmente en relaciones frustrantes llenas de egoísmo y odio, en constantes
cambios de pareja, porque en el fondo, no saben amar.

Interesantemente, esas búsquedas que mueven al ser humano fueron planeadas por
Dios desde el inicio. Según Génesis, cuando Dios creó al ser humano, lo colocó
dentro de una esfera de tres relaciones. El hombre debía relacionarse con Dios, con
su mujer y con la creación en la tarea de cultivar el jardín. Siendo creado a imagen
de Dios (Gn. 1:26), el hombre fue dotado de la capacidad de conversar con Dios y
de relacionarse íntimamente con Él. El hombre debería construir una familia,
tomando a una mujer con la cual establecería una relación estable de amor,
compañerismo, entendimiento y ayuda mutua, lo que serviría de base para crear

120
hijos integrados al todo. La alienación de la juventud actual no es nada más que un
resultado de la desintegración familiar, cultural y espiritual. A partir de la relación
con Dios y de la familia estructurada, el hombre debería cultivar la creación, pues el
Señor determinó que tuviese dominio sobre todas las cosas creadas.
Desempeñando funciones en estrecha relación con Dios, el hombre se sentiría
completamente útil e integrado con la obra divina y totalmente satisfecho consigo
mismo, pues era una satisfacción derivada del Creador.

En la actualidad, cuando los naturalistas y naturistas intentan colocarse en armonía


con la naturaleza, tal vez sólo estén reflejando un deseo primitivo del hombre
creado por Dios, sin embargo, cuando no consideran al Señor como la base de esa
relación, deifican a la naturaleza y nadan en un mundo de contradicciones y
excesos. La caída no eliminó esa noción de “dominio” sobre la creación. Eso se
hace evidente en la medida que el hombre descubre más y más los secretos del
universo y progresa en los avances tecnológicos y culturales. El hombre continúa
trabajando para producir, mas ahora, él no sabe para quien está haciendo eso y, de
cierta forma, ni para qué. En la orden de Génesis, el ser humano trabajaría para
Dios y ayudaría a construir la ciudad de Dios, un lugar maravilloso y lleno de
sentido y significado, donde el Señor y el ser humano podrían relacionarse en
perfecta armonía. Pero ahora que Babilonia fue construida, Dios tendrá que
destruirla para que la ciudad de Dios descienda de los cielos, radiante, invicta,
espléndida (Ap. 21:2). No es posible restaurar la ciudad de los hombres, es
necesario destruir la Babilonia para que la nueva Jerusalén “descienda del cielo”.
Mientras ella no desciende, aquellos que desean tener una vida realmente llena de
significado deben “salir de Babilonia”.

En la propia esencia del ser humano está la búsqueda por Dios, la búsqueda por
amor familiar y por significado en el trabajo. Esas son excelentes oportunidades
para que la iglesia proclame su mensaje al mundo. El mensaje de Jesús es el único
que va al corazón del problema del ser humano. Es el único que tiene condiciones

121
de ofrecer una respuesta satisfactoria a todos los dilemas de la existencia humana,
por eso el narcisismo eclesiástico es tan injustificado como el narcisismo secular.
Predicar el evangelio al mundo moderno puede transformarse en una tarea muy
gratificante cuando estamos dispuestos a ver las señales que Dios ha dejado en la
sociedad, como pistas que podemos seguir para conquistar grandes resultados para
Dios.

122
EL PECADO Y LA GRACIA COMÚN

Introducción:

Jesús enseñó que Dios muestra su favor incluso al malvado: “Pero yo os digo:
Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os
aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de
vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y
que hace llover sobre justos e injustos” (Mt. 5:44-45). En la bondad de Dios existe
un espacio que es de libre acceso para todos los seres humanos, sin embargo, ese
especio no tiene que ver con la salvación.

El ser humano después de la caída fue expulsado del jardín. A partir de ese
momento, siguió su vida y construyó su existencia casi siempre lejos de Dios. De
esa forma, la situación humana es de total depravación, que implica la sumisión del
mundo al maligno y la esclavitud del hombre al pecado. Así, “por causa de la caída,
cada ser humano es fundamentalmente egocéntrico y sin amor, odiando a Dios,
odiando a los otros y devastando a la naturaleza”78. De hecho, esa descripción no
nos parece muy distante de lo que sería el infierno.

Sin embargo, al ver a nuestro alrededor, encontramos muchas personas en este


mundo que nos parecen dignas, responsables y capaces. Sin duda no todos nuestros
vecinos son asesinos, traficantes o violadores. Al contrario, muchos de ellos, a
pesar de que no sean cristianos, demuestran compasión y amor por sus semejantes.
¿Cómo podemos explicar que exista una cierta medida de bondad en las personas a
la luz de la enseñanza bíblica del pecado y de la depravación de la humanidad?

I. ¿De qué bondad estamos hablando?

Existe una histórica discusión teológica respecto al nivel en que el pecado afectó al
ser humano. Desde el inicio del Cristianismo, hubo posiciones divergentes. Un

78
Anthony Hoekema, Creados a la Imagen de Dios, p. 208.

123
monje llamado Pelagio enseñaba que el hombre no había heredado ningún pecado
de Adán. Lo que sucedía era que el hombre generalmente imitaba a Adán. El
pelagianismo, por lo tanto, defiende que la naturaleza humana no es esencialmente
mala, al contrario, es buena. Posteriormente, una especie de semipelagianismo
sustentó que las personas eran apenas inclinadas al pecado, pero que no eran
necesariamente corruptas del todo. Esa fue la posición dominante en el catolicismo
romano. En el tiempo de la Reforma, calvinistas y arminianos volvieron a debatir
sobre el asunto. Los arminianos negaron la depravación total, quedando así, bien
próximos al semipelagianismo, sustentando que la naturaleza humana, a pesar de
ser corrupta, no era totalmente corrupta. El Calvinismo siguió la línea de Agustín
enfatizando la depravación total del ser humano.

Calvino no concordó completamente con Agustín en la interpretación del


significado de las “buenas obras” que los caídos producen. Agustín entendía que
hasta las buenas acciones de las personas no regeneradas eran actitudes
pecaminosas, puesto que no eran hechas para la gloria de Dios y sí para mérito
personal. Calvino vio las cosas un poco diferentes. Él sustentó que el hombre está
totalmente caído, pero que Dios tiene una gracia “común” que hace con que las
personas no regeneradas hagan cosas buenas, de la perspectiva del sentido común.
Calvino entendía que la gracia especial es la única responsable por la salvación, sin
embargo, Dios usaba su gracia de una forma diferente, sin el objetivo de salvación,
pura y simplemente para hacer la vida de los seres humanos más soportable. Por lo
tanto, gracia común es la bondad de Dios sobre todas las personas, incluso las no
creyentes que, siendo criaturas de Dios, son objeto del cuidado divino.

Partiendo de esa enseñanza del Reformador de Ginebra, podemos definir “gracia


común” como la bondad de Dios por la cual Él, por medio de su Espíritu Santo,
concede beneficios como le place a todos los hombres, sin tomar en cuenta si son
convertidos o no, y sin cambiarles el corazón. La gracia común tiene que ver con la

124
preservación de la vida en este mundo. Es por eso que el ser humano no es tan
corrupto cuanto podría ser, porque la gracia común lo refrena.

II. La Gracia Común y la Continuidad de la Vida

La gracia común la podemos ver desde el inicio de la Biblia. Cuando Dios maldijo
al ser humano, su gracia común se manifestó en el hecho de que el hombre siguió
viviendo. Y no sólo eso, sino que la gracia común dio al hombre lo que necesitaba
para continuar viviendo. A pesar de que la tierra produjese “cardos y espinos” es un
hecho más que comprobado que ella no produce apenas cardos y espinos, sino que
también produce el alimento necesario para la sobrevivencia. Aun cuando Dios le
dijo a la mujer que ella tendría terribles dolores en la concepción, garantizó que la
propia concepción acontecería, o sea, la vida continuaría. La gracia común se
manifestó en la secuencia, cuando el ser humano comenzó a desarrollar los
recursos naturales del mundo. A fin de cuentas, ¿de dónde provino la habilidad
para criar ganado, hacer instrumentos musicales y trabajar los metales (Gn. 4:20-
22)?

Parece que poco antes del diluvio Dios disminuyó su poder en frenar al ser
humano. El capítulo 6 de Génesis describe la situación: “Aconteció que cuando
comenzaron los hombres a multiplicarse sobre la faz de la tierra, y les nacieron
hijas, que viendo los hijos de Dios que las hijas de los hombres eran hermosas,
tomaron para sí mujeres, escogiendo entre todas. Y dijo Jehová: No contenderá mi
espíritu con el hombre para siempre, porque ciertamente él es carne; mas serán sus
días ciento veinte años. Había gigantes en la tierra en aquellos días, y también
después que se llegaron los hijos de Dios a las hijas de los hombres, y les
engendraron hijos. Estos fueron los valientes que desde la antigüedad fueron
varones de renombre. Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la
tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo
solamente el mal” (Gn. 6:1-5).

125
La narrativa sugiere que Dios permitió que el ser humano se hundiese lo más
posible en el pecado. El resultado fue desastroso al punto que Dios entendió que la
única solución sería el aniquilamiento de la raza humana por medio del diluvio. El
diluvio, sin embargo, no extinguió nuestra raza, pues Dios separó y guardó a Noé.
Y cuando Noé salió del arca, Dios demostró su decisión de refrenar nuevamente el
pecado del ser humano. El hombre no viviría más de ciento veinte años, lo que
ciertamente refrenaría bastante su maldad (Gn. 6:3). Además, Dios estableció la
pena de muerte. Así, era requerida la sangre de aquel que derramaba la sangre de su
semejante (Gn. 9:6).

III. Cómo se Manifiesta la Gracia Común

El ser humano no es tan malo como podría ser. Eso se debe a que Dios le impuso
un freno. Esos frenos son internos y externos. Internamente está la ley de la
consciencia (Ro. 2:14-15). El ser humano sabe cuando está infringiendo esa ley y,
por más que luche contra ella, no puede escapar. Externamente, existe la autoridad
civil y la propia opinión pública. La Escritura dice que “no hay autoridad sino de
parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas” (Ro. 13:1). Dios
concedió poderes a las autoridades civiles para que ejecuten la justicia a fin de hacer
la vida humana más soportable. Por eso Pablo declara: “porque es servidor de Dios
para tu bien. Pero si haces lo malo, teme; porque no en vano lleva la espada, pues
es servidor de Dios, vengador para castigar al que hace lo malo” (Ro. 13:4).

La opinión pública también contribuye para refrenar el pecado del mundo. Existe
en la mayoría de las personas, cristianas o no, un consenso general sobre lo que es
correcto e incorrecto. Una persona no necesita ser cristiana para saber que matar,
robar, mentir, adulterar, etc., son cosas erradas. Esa opinión pública ayuda a
restringir el pecado y debe ser considerada como una actuación de la gracia común.
Sin embargo, esa manifestación de la gracia común de Dios parece estar cada vez
menos presente en el mundo. Frente a los ataques masivos de los medios de
comunicación, la moralidad que dominaba la opinión pública ha retrocedido. Eso

126
sólo puede ser explicado como la preparación maligna para la manifestación del
Anticristo y su reino inmoral. Son aquellos tenebrosos tiempos profetizados por la
Escritura, en que misterio de la iniquidad tendrá libre curso en este mundo. Parece
que ya podemos verlo a lo lejos.

Podemos también ver la manifestación de la gracia común en aquello que


denominamos cultura. Dios posibilitó que el hombre desarrollara talentos naturales
a fin de que por medio de la medicina, tecnología, artes, etc., pudiese hacer de la
vida humana algo menos penoso. Esas cosas no colaboran para la salvación de
nadie, pues no tienen carácter redentor, siendo simplemente beneficios que el
Señor concede a los hombres porque Dios es bueno. Por eso, personas como
Einstein, Leonardo da Vinci y otros, independiente de la vida que vivieron,
contribuyeron para el progreso de la humanidad. Es de resaltar, sin embargo, que
ello se debe exclusivamente a la actuación de la gracia común que concede talentos
a los hombres para que la vida sea un poco mejor.

IV. La Gracia Común en el Final de los Tiempos

Parece que en el fin de los tiempos la actuación de la gracia común se restringirá


aún más. Deducimos eso de la citación de Jesús en los evangelios. El Señor dio una
potente voz de alerta: “Como fue en los días de Noé, así también será en los días
del Hijo del Hombre. Comían, bebían, se casaban y se daban en casamiento, hasta
el día en que entró Noé en el arca y vino el diluvio y los destruyó a todos” (Lc.
17:26-27). Tal vez Jesús no esté alertando solamente contra la posibilidad de que
su venida sorprenda a las personas. La comparación que él hace con los días de
Noé es muy importante. Las personas de aquel tiempo no quedaron sin oír la
palabra, puesto que el propio Noé fue predicador (2 P. 2:5). El hecho es que no
creyeron en su testimonio. Las personas de aquel tiempo fueron abandonadas por
Dios para vivir al máximo en sus pecados. Es extremamente oportuno que Jesús
destaque la cuestión de los “casamientos”. Cuando leemos en Génesis 6, notamos
que la descendencia de Set (hijos de Dios) se estaba mezclando con la descendencia

127
de Caín (hijos de los hombres). La única preocupación de aquellas personas era con
la satisfacción de sus deseos y Dios no era tomado en cuenta. Los rabinos
entendían que las personas de aquel período fueron las peores que este mundo ya
vio. Dios las entregó a su pecado, entonces, la gracia común operó menos en aquel
tiempo.

Parece que en los días que antecederán a la segunda venida de Jesús, la gracia
común disminuirá para que el hombre sea tan malo como él es capaz de ser. Eso
parece ser hasta lógico, puesto que en este período se manifestará plenamente el
misterio de la iniquidad que, según Pablo, ya opera en este mundo, pero que
aguarda que sea retirado algo que aún lo detiene para manifestarse completamente
(2 Ts. 2:6-7). Cuando vemos para el mundo de nuestros días no es difícil notar que
todo camina para eso. A cada año la sociedad se hace más inmoral, pervertida y
corrupta. Cada año que pasa las personas rechazan de forma más consciente la
influencia de Dios en su vida. Si aún no estamos viviendo los “días de Noé”,
ciertamente ellos no están muy distantes.

V. El Valor de la Gracia Común

Como casi todas las doctrinas, es verdad que la doctrina de la gracia común puede
ser distorsionada. Ella puede, por ejemplo, ser utilizada como excusa para una vida
mundana, sin distinción alguna entre las cosas de Dios y las de los hombres o para
oscurecer la enseñanza bíblica de la depravación y la necesidad de redención.

Es un hecho que la doctrina de la gracia común es externamente valiosa y tiene


alcances muy buenos para los cristianos. Ella acentúa el poder destructivo del
pecado. No existe un terreno neutro entre Dios y el mal. La ciencia, el arte y la
tecnología no están en un terreno neutro como si pudiesen ser buscadas sin
preocupación con la distinción cristiana. Por otro lado, la gracia común demuestra
que los dones que vemos en los no cristianos son dones de Dios. Ellos pueden ser
usados para servir a Satanás, pero son dones que provienen de Dios que, usados

128
correctamente, ayudan a los hombres a vivir mejor. De ese modo, no necesitamos
rechazar todo aquello que los incrédulos producen. Existen muchas cosas buenas
en el campo de la cultura que son producidas por los incrédulos y que benefician
nuestra vida, aunque no necesitamos compartir las convicciones de ellos. Podemos
alabar a Dios por haber concedido esos dones, a pesar de que esas personas no
hagan esas cosas para glorificar a Dios.

Esta doctrina explica como es posible que exista una civilización y una cultura a
pesar de la condición caída del hombre. La tierra no es un verdadero infierno
porque la gracia común restringe la corrupción humana, haciendo que la vida, la
sociedad y la cultura sean posibles. Eso nos debe llevar a luchar por un mundo
mejor. A pesar de que sepamos que un día este mundo dejará de existir como existe
hoy, y debemos anhelar por aquella patria celestial que nos está reservada, aún
tenemos mucho que hacer y contribuir aquí. Es necesario que nos interesemos por
la política, por la economía, por la cultura, por la ecología, etc. No debemos hacer
eso con un sentimiento crédulo de que este mundo será totalmente cristiano algún
día, porque no está destinado a eso. Sin embargo, debemos luchar por un mundo
mejor aquí y ahora, pues Dios quiere que hagamos eso como parte de nuestro
llamado cristiano.

129
LA RENOVACIÓN DE LA IMAGEN DE DIOS

Introducción

El pecado no extinguió por completo la imagen de Dios en el ser humano, sino que
la corrompió. Como ilustración podemos decir que antes de la Caída el ser humano
era como un espejo perfecto que reflejaba nítidamente la imagen de Dios. Después
de la Caída, el ser humano aún es un espejo que refleja a Dios, pero ahora el espejo
está trizado y la imagen que refleja es bastante distorsionada. Luego de la caída, con
la imagen pervertida, el hombre comenzó a usar los dones de Dios de manera
equivocada. Por ejemplo, la adoración se transformó en idolatría. El amor se
transformó en egoísmo. La mayordomía se convirtió en tiranía y en el uso
irresponsable de los recursos que fueron dados por Dios. Tal vez aquí tengamos a
más comprensible definición de pecado que podríamos dar. El pecado es algo tan
terrible que corrompe aquello que fue creado para ser bueno. Es una distorsión de
los grandes dones y talentos que Dios concedió al ser humano. Por eso, la
renovación de la imagen de Dios en el ser humano implica la extinción del pecado.

I. Jesús, la imagen perfecta de Dios

Jesús de Nazaret vino a este mundo para restaurar la imagen de Dios en el hombre.
Él mismo es la mejor definición que podemos tener de lo que significa ser “imagen
de Dios”. Pablo escribió de Jesús: “Él es la imagen del Dios invisible, el
primogénito de toda la creación” (Col. 1:15). Cuando miramos la vida de Jesús
notamos que aquellos tres dones originales del ser humano están en clara y perfecta
operación.

Jesús vivía totalmente para Dios, o sea, la primera relación, la espiritual, estaba
perfectamente desarrollada en Jesús. Cuando leemos los evangelios no sólo
constatamos que Jesús pasaba noches enteras en oración, sino que él estaba todo el
tiempo en íntima comunión con el Padre. Él resistió a la tentación y se sometió a
Dios en todos los momentos (Jn. 4:34; Mt. 26:39).

130
Jesús también estaba conectado con el prójimo. A pesar de que él no se haya
casado, fue un hombre de familia. Su madre y sus hermanos aparecen
frecuentemente en la lectura de los evangelios. Además, él cuidó muy bien de los
suyos. Está muy claro en los Evangelios que Jesús jamás se alejó de sus familiares,
pues en el momento de su muerte se encargó de dejar a su madre al cuidado de uno
de sus discípulos (Jn. 19:26-27). Al mismo tiempo, Jesús siempre estuvo cercano de
otras personas. Siempre estuvo dispuesto a atenderlas. Él amó tanto a las personas
que se dispuso a morir en el lugar de ellas.

Jesús también desempeñó la tercera relación, pues fue un profesional. Es fácil notar
que Jesús era dedicado en todo lo que hacía. Fue un carpintero y sustentó a su
familia con su trabajo. Está claro que aún debemos ver su poder sobre la propia
naturaleza como un aspecto de eso. Él dominaba la naturaleza calmando la
tempestad, andando sobre las aguas, multiplicando los panes y los peces, etc. A
pesar de todas esas cosas, él aún estaba sujeto a limitaciones, ya que asumió un
cuerpo caído, pero sin pecado. Es su resurrección que nos da una idea completa de
lo que es la imagen perfecta de Dios. El cuerpo glorificado de Cristo es un
prototipo divino para el ser humano. Llegará el día cuando todos los fieles serán
revestidos de la misma incorruptibilidad (1 Co. 15:53-54).

III. El proceso de Renovación

Jesús vino al mundo para renovar en el hombre la imagen de Dios y hacernos


aquello que él es. Esto es redención. Pablo escribió que fuimos predestinados para
esto: “Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen
hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre
muchos hermanos” (Ro. 8:29). La redención final hará del hombre otra vez lo que
Adán fue antes de pecar.
La conversión es el comienzo de la renovación de la imagen de Dios en el hombre.
Decimos que es el comienzo no porque entendemos que no sea una obra suficiente
para la salvación. Entendemos que un convertido es salvo, pero aún no es aquello

131
para lo que fue destinado a ser. La santificación pos-conversión es la renovación
progresiva del hombre a la imagen de Dios. Por medio de la obra del Espíritu
Santo, Dios santifica al hombre retirando de él los efectos contaminantes del
pecado e implanta la obediencia de Cristo. Eso es un proceso que Pablo describe a
los corintios: “Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un
espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma
imagen, como por el Espíritu del Señor” (2 Co. 3:18). Existe una transformación
progresiva operada por el Espíritu en nuestra vida que nos hace subir de “gloria en
gloria”, como si fuese “de escalón en escalón”, hasta que lleguemos al máximo
nivel. Algo semejante es lo que Pablo escribe a los de Colosas: “No mintáis los
unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos, y
revestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando
hasta el conocimiento pleno” (Col. 3:9-10).

El nuevo hombre en el que fuimos transformados por la habitación del Espíritu en


nosotros no es un producto terminado. Necesita renovarse día a día para ser cada
vez más semejante a Jesús. Eso significa que aquellas tres relaciones originales
también comienzan a ser restauradas en nuestra vida. Nuestra relación con Dios,
nuestras responsabilidades familiares y sociales y nuestra responsabilidad para con
la creación son restaurados y potencializados por medio de Cristo. Claro está que
nada de eso será perfecto, pues aún estamos en un mundo caído y somos aún
limitados. La renovación es un proceso que será completado en la glorificación,
pero ya comenzamos, en gran parte, a obedecer a los tres mandatos que recibimos
de Dios en la creación, porque la imagen de Dios en nosotros está siendo
restaurada.

III. La consumación de la imagen de Dios en el hombre

Como ya mencionamos, fuimos predestinados para ser como Cristo (Ro. 8:29).
Juan dice que “Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo
que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a

132
él, porque le veremos tal como él es” (1 Jn. 3:2). Cuando Dios restaure al ser
humano en la resurrección final, seremos más que Adán. Adán era capaz de no
pecar, nosotros no seremos capaces de pecar. La diferencia es sustancial. Adán tuvo
una naturaleza pura. Era bueno y tenía la capacidad de mantenerse fiel como
también la capacidad de pecar y caer de su estado. El ser humano restaurado por
Dios será totalmente libre de imperfecciones y de la propia posibilidad de pecar.
Eso es absolutamente necesario, pues en caso contrario, siempre existiría la
posibilidad de pecar y de una nueva caída. Pero la Biblia deja bien claro que “nunca
más” existirán las cosas propias de un mundo caído (Ap. 7:16; 22:3). De alguna
forma, el cuerpo futuro será superior al cuerpo de Adán. Pablo explica esto
diciendo que el cuerpo de la resurrección tendrá características más “espirituales”
que el cuerpo de Adán y Eva: “Así también está escrito: Fue hecho el primer
hombre Adán alma viviente; el postrer Adán, espíritu vivificante. Mas lo espiritual
no es primero, sino lo animal; luego lo espiritual. El primer hombre es de la tierra,
terrenal; el segundo hombre, que es el Señor, es del cielo” (1 Co. 15:45-47).
Podemos imaginar como serán los tres mandatos originales después de la
resurrección final. En relación al mandato espiritual, que involucra nuestra relación
con Dios, su cumplimiento será perfecto. Juan describe esa relación con las
siguientes palabras: “Y no habrá más maldición; y el trono de Dios y del Cordero
estará en ella, y sus siervos le servirán, y verán su rostro, y su nombre estará en sus
frentes. No habrá allí más noche; y no tienen necesidad de luz de lámpara, ni de luz
del sol, porque Dios el Señor los iluminará; y reinarán por los siglos de los siglos”
(Ap. 22:3-5). Nuestra adoración a Dios será perfecta. No habrá más herejías o
falsas comprensiones con respecto a Dios.

El mandato social también encontrará su perfección porque nuestra relación con


los otros será perfecta. A pesar de que Jesús sugirió que no habrá matrimonio
después de la resurrección (Mt. 22:30), debemos imaginar que algún otro tipo de
relación superior al matrimonio tendrá que existir, pues Pablo dice que el amor

133
nunca acabará (1 Co. 13:8). Todas las barreras que separan a las personas
desaparecerán.

De la misma forma, el mandato cultural también será restaurado. Aquellos que


piensan que en el mundo venidero las personas no trabajarán pueden cambiar de
opinión. El trabajo siempre estuvo en el proyecto de Dios. Es verdad que no un
trabajo aburrido y doloroso, pues esas cosas sólo entraron en el mundo por causa
del pecado, pero ciertamente explotaremos con responsabilidad los potenciales de
un universo restaurado y perfecto. Pablo dice que “reinaremos con Cristo” (2 Ti.
2:12).

IV. La cuestión de la autoimagen

Finalmente sobre la cuestión de la imagen de Dios, debemos pensar en las


implicaciones para nuestra autoimagen. ¿Qué imagen debe tener el hombre de sí
mismo? Antes de la caída el hombre tenía una imagen muy positiva de sí mismo. El
texto de Génesis dice que el hombre y la mujer no se avergonzaban (Gn. 2:25).
Pero después de la caída las cosas cambiaron. Ellos se cubrieron con hojas, se
escondieron y se acusaron mutuamente (Gn. 3:7, 8, 10, 12). El pecado claramente
distorsionó la imagen de Dios en el hombre y la propia manera como éste se ve a sí
mismo.
Notamos dos tipos de distorsión en la forma como el hombre se ve. Por un lado
hay personas que tienen una autoimagen exageradamente elevada. Esas personas se
sienten autosuficientes y, en su orgullo, se sienten independientes de Dios. El rey
Nabucodonosor fue así. Dejó que la grandeza de sus construcciones subiera hasta
la cabeza y, por causa de eso, Dios lo humilló, haciendo que anduviese como
animal salvaje, comiendo hierbas como los bueyes (Dn. 4:30-33). Sólo cuando
“levantó los ojos al cielo” que volvió en razón y reconoció que solamente Dios es
el Altísimo y glorificó a Dios (Dn. 4:34-37). Orgullo y presunción son detestables a
los ojos de Dios (1 P. 5:5). Hay otro tipo de distorsión no menos peligrosa. Es la
autoimagen exageradamente baja. Eso sucede cuando una persona, percibiendo que está

134
muy lejos de ser lo que debía, se desprecia y hasta se odia. El pecado colocó en la
cabeza de esas personas que no son dignas de ser amadas. No debemos confundir
las cosas. Para que alguien sea salvo necesita reconocer su banca rota espiritual (Lc.
18:9-14; 2 Co. 7:10), pero ¿será que Dios quiere que tengamos una autoimagen
negativa? Evidentemente que no. Necesitamos mantener el equilibrio. Pablo nos
explica como: “Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre
vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que
piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno”
(Ro. 12:3). No debemos pensar en nosotros mismos más de lo que somos, pero
tampoco debemos pensar menos. Dios está renovando su imagen en nosotros en el
proceso de la Redención. Es así cómo nos debemos ver.

La Biblia tiene la corrección para esos dos excesos. El antídoto para el orgullo es
sólo recordar nuestra miseria espiritual sin Cristo (Ef. 2:12). El antídoto para la baja
autoestima es recordar que no somos apenas pecadores, sino que nuevas criaturas
en Cristo. Olvidar estas cosas es hacer una injusticia a la obra de Dios en nuestra
vida. Algo maravilloso sucedió en nosotros: Cristo murió en nuestro lugar, o sea,
fuimos perdonados; Cristo vivió en nuestro lugar, o sea, fuimos revestidos con su
justicia. Fuimos transportados del imperio de las tinieblas para el Reino de Jesús
(Col. 1:13). Ahora somos nuevas criaturas (2 Co. 5:17). Nuestra autoimagen
positiva no fluye del conformidad, sino de una compresión de lo que Dios hizo por
nosotros. Es cuestión de glorificar a Dios por su gracia, amor y misericordia para
con nosotros. Una autoimagen positiva es esencial para un buen ministerio y para
una adoración autentica.

135
La Antropología en los Estándares de Westminster
CAPITULO 6: DE LA CAIDA DEL HOMBRE, DEL PECADO Y DE SU
CASTIGO

I. Nuestros primeros padres, seducidos por la sutileza y tentación de Satanás,


pecaron al comer del fruto prohibido. (1) Quiso Dios, conforme a su sabio y santo
propósito, permitir este pecado habiendo propuesto ordenarlo para su propia
gloria. (2)
1. Génesis 3:13; 2 Corintios 11:3.
2. Romanos 11:32.

II. Por este pecado cayeron de su rectitud original y perdieron la comunión con
Dios, (1) y por tanto quedaron muertos en el pecado, (2) y totalmente corrompidos
en todas las facultades y partes del alma y del cuerpo. (3)
1. Génesis 3:6-8; Eclesiastés 7:29; Romanos 3:23.
2. Génesis 2:17; Efesios 2:1.
3. Tito 1:15; Génesis 6:5; Jeremías 17:9; Romanos 3:10-18.

III. Siendo ellos el tronco de la raza humana, la culpa de este pecado les fue
imputada, (1) y la misma muerte en el pecado y la naturaleza corrompida se
transmitieron a la posteridad que desciende de ellos según la generación ordinaria.
(2)
1. Hechos 17:26 con Romanos 5:12, 15-19 y 1 Corintios 15:21,22,49; Génesis
1:27,28; Génesis 2:16,17.
2. Salmos 51:5; Génesis 5:3; Job 14:4 y 15:14.

IV. De esta corrupción original, por la cual estamos completamente impedidos,


incapaces y opuestos a todo bien, (1) y enteramente inclinados a todo mal, (2)
proceden todas nuestras transgresiones actuales. (3)
1. Romanos 5:6, 8:7 y 7:18; Colosenses 1:21.
2. Génesis 6:5; Génesis 8:21; Romanos 3:10-12.
3. Santiago 1:14,15; Mateo 15:19; Efesios 2:2,3.

V. Esta corrupción de naturaleza permanece durante esta vida en aquellos que son
regenerados; (1) y, aun cuando sea perdonada y amortiguada por medio de la fe en
Cristo, sin embargo, ella, y todos los efectos de ella, son verdadera y propiamente
pecado. (2)
1. 1 Juan 1:8,10; Romanos 7:14,17,18,23; Santiago 3:2; Proverbios 20:9; Eclesiastés
7:20.
2. Romanos 7:5,7,8,25; Gálatas 5:17.

VI. Todo pecado, ya sea original o actual, siendo una transgresión de la justa ley de
Dios y contrario a ella, (1) por su propia naturaleza trae culpabilidad sobre el

136
pecador, (2) por lo que este queda bajo la ira de Dios, (3) y de la maldición de la ley,
(4) y por lo tanto sujeto a la muerte, (5) con todas las miserias espirituales, (6)
temporales (7) y eternas. (8)

1. 1 Juan 3:4.
2. Romanos 2:15; Romanos 3:9,19.
3. Efesios 2:3.
4. Gálatas 3:10.
5. Romanos 6:23.
6. Efesios 4:18.
7. Lamentaciones 3:39; Romanos 7:20.
8. Mateo 25:41; 2 Tesalonicenses 1:9.

Catecismo Mayor de Westminster (P. 21-29)


P. 21. ¿Permaneció el hombre en aquel primer estado en que Dios le creó?
R. Nuestros primeros padres dejados a su libre albedrío, por la tentación de
Satanás, transgredieron el mandamiento de Dios comiendo del fruto prohibido,
cayendo así del estado de inocencia en que fueron creados. j)
j) Gen. 3:6-8; 13; II Cor. 11:3; Ecles. 7:20.

P. 22. ¿Cayó todo el género humano en la primera transgresión?


R. Habiéndose hecho el pacto con Adán como con una persona pública, no para él
solo sino también para su posteridad, todo el genero humano, descendiendo de él
según la generación ordinaria, l) pecó en él y cayó con él en la primera transgresión.
ll)
l) Hch. 17:26, ll) Gen 2:17. Comp. con Rom. 5:12-20 y con I Cor. 15:21, 22.

P. 23. ¿A qué estado redujo la caída al hombre?


R. La caída redujo al hombre a un estado de pecado y de miseria. m)
m) Rom. 5:12: Ga1. 3:10.

P. 24. ¿Qué es el pecado?


R. El pecado es la falta de conformidad con la ley de Dios o la transgresión de la
misma, la cual ha sido dada como regla a la criatura racional. n)
n) Rom. 3:23; II Juan 3:4; Gal. 3:10-12.

P. 25. ¿En qué consiste, lo pecaminoso del estado en que cayó el hombre?
R. Lo pecaminoso del estado en que cayó el hombre consiste en la culpabilidad del
primer pecado de Adán, ñ) la falta de la justicia original en que aquel fue creado, la
corrupción de toda su naturaleza por lo cual está enteramente indispuesto,
incapacitado y en oposición a todo lo que es bueno espiritualmente, e inclinado de
un modo completo a lo malo, en cuyo estado permanece hasta el día de hoy, o) y al
cual se le llama, comúnmente pecado original, del que proceden todas nuestras

137
transgresiones actuales. p)
ñ) Rom. 5:l2, 19; I Cor. 15:22; o) Rom. 3:10, 20; 5:6; Efe. 2:1, 2, 3; Rom 8:7, 8; Gal.
6:5. p) Sant. 1:14, 15; Mat. 15:19.

P. 26. ¿Cómo se ha trasmitido el primer pecado de nuestros primeros padres a su


posteridad?
R. El pecado original se ha trasmitido de nuestros primeros padres a su posteridad
por la generación natural, pues todos los que proceden de ellos así de esta manera,
son concebidos y nacidos en pecado. q)
q) Sal. 51; Job 14:4; 15:14; Juan 3:6.

P. 27. ¿En qué consiste la miseria del estado en que cayó el hombre?
R. La caída hizo que el género humano perdiera la comunión con Dios, r) y
quedara bajo el desagrado de éste; así es que nosotros somos por naturaleza hijos
de ira, s) esclavos de Satanás t) y justamente expuestos a todo castigo tanto en este
mundo como en el venidero. u)
r) Gen. 3:8, 24. s) Efes. 2:2, 3. t) II Tim. 2:16; Luc. 11:21, 22; Heb. 2:14. u)
Rom. 5:14; 6:23.

P. 28. ¿Cuáles son los castigos del pecado en este mundo?


R. Los castigos del pecado en este mundo son en parte en lo íntimo, como la
ceguedad del entendimiento, v) un sentimiento perverso, x) fuerza de engaño, y)
dureza de corazón, z) horror a la conciencia, a) y afecciones viles: b) en lo externo,
cosas tales como la maldición de Dios a las criaturas por causa nuestra c) y todos
los males que vienen sobre nuestro cuerpo, nombre, estado, relaciones y empleos,
d) juntamente con la muerte misma. e)
v) Efes. 4:18. x) Rom. 1:28. y) II Tes. 2: 11. z) Rom. 2:5. a) Is. 33: 14; Gen 4:13, 14;
Mat. 27:4; Heb. 10:27; b) Rom. 1:26. c) Gen. 3:17. d) Deut. 28:15-68. “Y será, si no
oyeres a Jehová tu Dios –que vendrán sobre ti todas las maldiciones--. Maldito
serás tú en la ciudad" etc. Rom :21, 23.

P. 29. ¿Cuál será el castigo del pecado en el mundo venidero?


R. El castigo del pecado en el mundo venidero será la separación eternal de la
saludable presencia de Dios, y los tormentos más graves tanto en el alma como en
el cuerpo en el fuego de infierno por siempre y sin intermisión. f)
f) I Tes. 1:9; Mar. 9:43, 44. Luc. 16:24, 26; Mat. 25:41, 46; Rev. 14:11; Juan 3:36.

Catecismo Menor de Westminster (P. 13-19)


P. 13. ¿Permanecieron nuestros primeros padres en el estado en que fueron
creados?

R. Nuestros primeros padres, dejados a su libre albedrío, cayeron del estado en


que fueron creados, pecando contra Dios. Ro. 5:12; Gén. 3:6.

138
P. 14. ¿Qué es el pecado?

R. El pecado es la falta de conformidad con la ley de Dios o la transgresión de


ella. Ro. 4:15; Sant. 2:10; 4:17; I Juan 3:4.

P. 15. ¿Cuál fue el pecado por cuya causa nuestros primeros padres cayeron del
estado en que fueron creados?

R. El pecado por cuya causa nuestros primeros padres cayeron del estado en
que fueron creados fue el comer del fruto prohibido. Gn. 3:12,13.

P. 16. ¿Cayó todo el género humano en la primera transgresión?

R. Habiéndose hecho la alianza con Adán, no para él solo, sino también para
su posteridad, todo el género humano descendiendo de él según la generación
ordinaria, pecó en él y cayó con él en su primera transgresión. Gén. 1:28 Actos
17:26; I Cor. 15:21,22.

P. 17. ¿A qué estado redujo la caída al hombre?

R. La caída redujo al hombre a un estado de pecado y de miseria. Ro. 5:12,13.

P. 18. ¿En qué consiste lo pecaminoso del estado en que cayó el hombre?

R. Lo pecaminoso del estado en que cayó el hombre consiste en la culpabilidad


del primer pecado de Adán, la falta de justicia original y la depravación de toda su
naturaleza, llamada comúnmente pecado original, con todas las transgresiones
actuales que de ella dimanan. Ro. 5:18,19; Efes. 2:1; Ro. 8:7,8.

P. 19. ¿En qué consiste la miseria del estado en que cayó el hombre?

R. Todo el género humano perdió por su caída, la comunión con Dios, está
bajo su ira, y maldición, y expuesto a todas las miserias de esta vida actual, a la
muerte misma, y a las penas del infierno para siempre. Gén. 3:8,24: Efes. 2:3; Ro.
6:23; Mar. 9:47,48.

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