Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
, “La institución de la
pedagogía como racionalización de la educación”, en Díaz Barriga y
otros: “El discurso pedagógico. Análisis, debates y perspectivas”,
Universidad Autónoma de México, México, 1989. (Pág. 29-38)
Alfredo Furlán
Miguel Ángel Pasillas
Introducción:
1
Esta se juega su posibilidad en la captación del choque de los
significados habitualmente asignados a las palabras y los interrogantes
que en torno a ellos se proponen.
Educación y pedagogía.
2
Esta instancia la constituye el discurso pedagógico y con el correr de los
siglos, se cristaliza en la aparición de la noción de “Pedagogía” como
demarcación de un campo de saber.
3
Totalidad en Pedagogía.
4
las disyuntivas más notorias, por ejemplo: la educación ¿debe satisfacer
las expectativas o debe adaptarlo a los requerimientos de la sociedad? o
la referida a promover la autonomía en un medio educativo abierto o
sutilmente directivo. Una mirada superficial a los planteamientos
pedagógicos es suficiente para identificar otros más, pero lo que
interesa destacar aquí es el surgimiento de problemas que en muchos
casos no tienen fácil solución y que se derivan directamente de la
aspiración a la totalidad, unidad, armonía.
5
problemáticas o esferas que constituyen la naturaleza humana y que
han sido mostradas desde ámbitos del saber o espacios de la práctica.
6
peculiaridad que el problema o esfera de lo humano sea construible,
susceptible de ser mejorado, perfeccionado.
7
evaluar y plemizar las parcialidades (Pág. 37) en juego, no de evadirlas
tras una promesa mesiánica o una verdad imparcial.
Nota: La digitalización del texto comprende lo expresado por los autores desde
la página 29 hasta la página 38 en la obra original.
8
JOHN DEW EY
LA
RECONSTRUCCIÓN
DE LA FILOSOFÍA
41
Ahora bien, ese revivir de la m em oria ra ra vez es literal.
R ecordam os n atu ralm en te aquello que nos interesa y p re
cisam ente porque nos interesa. No recordam os el pasado
por sí m ism o, sino po r lo que agrega al presente. Por esa
razón, la vida prim itiva de la m em oria es de tipo em otivo
m ás bien q u e miéTec U ^ El salvaje recordaba
suTTucha del día a n terio r con un anim al, pero no lo hacía
p a ra e stu d iar de una m anera científica las cualidades del
anim al o p a ra calcular el modo de lu ch ar m ejor al día
siguiente, sino p ara escapar al aburrim ien to de hoy revi-
} viendo la em oción del ayer. El recuerdo encierra toda la
V“ excitación del com bate sin su peligro ni su angustia. Re-
! vivirlo y recrearse en el m ism o es realzar el m om ento ac
tual con un sentido nuevo, un sentido distin to del que en
realidad tiene, y d istinto tam bién del pasado. (Recordarles
una experiencia su stitutiva que encierra todoWlos^vaiores
em otivos de la experiencia auténtica, sin sus esfuerzos,
vicisitudes y m olestias. La victoria obtenida en un com
bate viene a ser m ás em ocionante en la danza guerrera
conm em orativa, que lo que fue en el m om ento m ism o del
triunfo; la experiencia consciente y au tén ticam en te h u
m ana de la caza tiene lugar cuando se h ab la de ella y se
reproduce en el relato, al am or de la hoguera del cam p a
m ento. En el m om ento m ism o en que tiene lugar, la a ten
ción está concentrada en los detalles de carácter práctico
y absorta en la tensión de la incertidum bre. Los detalles
no se com paginan h asta m ás tarde p ara form ar u n a his
toria, fundiéndose en el significado del conjunto. El hom
bre, m ientras tiene lugar la experiencia real, preocupado
con el hacer de cada instante, vive como saltan d o de un
m om ento a otro. Cuando repasa todos esos m om entos en
el pensam iento, surge el d ram a con su principio, su m edio
y con un m ovim iento en dirección al clím ax del éxito o del
fracaso.
Γ Por revivir el hom bre sus pasadas experiencias a fin de
poner un interés dentro de lo que sería de otro m odo el
vacío de la holganza p re s e n te ra vida p rim itiv a deia.-me-
m oría está hecha de fantasía y de im aginación , m ás bien
42
que de exactitud de recuerdos. En fin de cuentas, lo que
tiene im portancia es la historia, el dram a. Elígense tan
sólo aquellos incidentes que ofrecen un valor em otivo ac
tual, y se hace eso p ara d a r m ayor intensidad al relato
actual, que está representándose en la im aginación o que
se cuenta a un oyente lleno de adm iración. Se prescinde
de lo que nada agrega a la emoción del com bate ni co n tri
buye a realzar el éxito o el fracaso. Se disponen de nuevo
I los incidentes h asta que encajan dentro del esp íritu del
cuento. Por eso el hom bre prim itivo, abandonado a sí
m ism o, cuando no se hallaba enzarzado en la au tén tica
lucha por la existencia, vivía en un m undo de recuerdos
que era un m undo de sugestiones .[La sugestión se diferen- *
cia del recuerdo en que no realizam os ninguna ten tativ a
p ara com probar su exactitud^ El que sea o no exacta es
cosa relativ am ente indiferente. La nube nos sugiere la fi
gura de un cam ello o la cara de un hom bre. No podría
sugerir estas cosas si en alguna ocasión no hubiésem os
tenido una experiencia real y auténtica de un cam ello y de
una cara. El auténtico parecido no tiene im portancia. Lo
principal es el interés em otivo de d ib u jar el cam ello o de
seguir las vicisitudes de la cara a m edida que se form a o
se deshace.
Los investigadores de la historia prim itiv a del género
hum ano nos hablan del enorm e papel que representaron
lascjiistorias de anim ales, los m itos y los culto^>En ocasio
nes, se ha pretendido hacer un problem a difícil de este
hecho histórico, como si fuese una indicación de que el
hom bre prim itivo actuaba con una psicología d istin ta de
la que hoy anim a a la hum anidad. Yo creo que la expli
cación es sencilla. H asta que se desarrollaron la agricul
tu ra y las artes industriales m ás elevadas, los períodos
largos de vacía holganza se altern ab an con otros perío
dos relativam ente cortos en que se ponía en juego la ener
gía p ara conseguir alim ento o p ara defenderse de un a ta
que. Nosotros, debido a nuestras propias costum bres, te
nemos tendencia a im aginarnos a la gente ataread a y ocu
pada, o por lo menos entregada a la m editación y a tra z ar
<tvo Li tk V&rhí' 43
' t *de C-Λ , '*'* -K fc5VK'*‘"
planes. Pero los hom bres sólo estaban atareados entonces
cuando cazaban, pescaban u organizaban una expedición
guerrera. Ahora bien, cuando se está despierto, la m ente
tiende a tener algo que la ocupe; no puede perm anecer
literalm ente en blanco porque el cuerpo esté</ocioso»>¿Y
qué pensam ientos iban a llenar la m ente h u m an a sino los
de las experiencias con los anim ales, experiencias trans
form adas bajo la influencia del interés dram ático p ara
que los incidentes típicos d e Ja jc a z a adquiriesen mayor
viveza y coherencia? En el m om ento en que los hom bres
revivían dram áticam ente en la fantasía las partes in tere
santes de sus auténticas vidas, lqs.ani m ales mismos^resul
ta b an inevitablem ente d ram atizad o s; ^
“"ά,. E ra rTloT an i m a 1es~ünos auténticos personajes de d ram a
y como tales se revestían de los rasgos de las personas.
T am bién ellos tenían deseos, esperanzas y tem ores, una
vida em ocional, am ores y odios, victorias y derrotas. Ade
m ás, siendo como eran esenciales p ara el m antenim iento
de la com unidad, sus actividades y sufrim ientos los con
vertían, dentro de la im aginación que revivía d ra m á tic a
m ente el pasado;(en verdaderos p articip an tes de la vida
de la c o m u n id a d E ran am igos y aliados porque, a pesar
de que se les perseguía, se dejaban cazar. En un sentido
literal, esos anim ales se consagraban al sustento y al bie
n estar del grupo de la com unidad a que pertenecían. Así
fue como surgieron la m u ltitu d de cuentos y leyendas que
se referían a las actividades y condición de los anim ales,
y tam bién los ritos y cultos com plicados que convirtieron
a los anim ales en antepasados, héroes, figuras represen
tativas de tribus, y divinidades.
Confío en que no pensarán ustedes que me he alejado
dem asiado de m i tem a, que es el del or i gen de la s filoso^.
fías,. Yo creo que no es posible com prender bien el venero
histórico de las filosofías si no se hace hincapié con m ayor
extensión y detalle todavía, en reflexiones de esta clase.
Es preciso que nos convenzam os de que la conciencia o r
d in aria del hom bre ordinario dejado a sí propio, es u n ser
de deseos m ás bien que de estudio, investigación o espe-
44
X i t
culación intelectual. Ú nicam ente cuando el hom bre está
som etido a unaTdTsciplina que es extraña a la n aturaleza
hum ana, que es artificial, desde el punto de vista del hom
bre natu ral, deja de m overse de una m anera p rim aria p or
las esperanzas y los tem ores, por los cariños y los odios.
Como es n atu ral, nuestros libros, nuestros libros científi
cos y filosóficos, están escritos por hom bres que se han
som etido a un grado superior de disciplina y de cu ltu ra
intelectual. Sus pensam ientos son IRabitualm enfe razo
nables. H an aprendido a som eter sus fantasías a la prueba
de los hechos, y a organiza r sus ideasHfóglc^meñte, m ás
bien que em otiva o d r a m á t ic a merite .T!ua ri3 ^ -
nan a! e n su e n o y abarrobatfiiehto —lo que probablem ente
ocurre más a m enudo de lo que los convencionalism os p er
m iten reconocer— ellos se dan perfecta cuenta de lo que
hacen. Colocan su etiqueta respectiva a esas excursiones,
y no confunden sus resultados con las experiencias obje
tivas. Tenemos la tendencia a juzgar a los dem ás por no
sotros mism os, y como los libros científicos y filosóficos
son obra de hom bres en los que predom inan los hábitos
razonadores, lógicos y objetivos, se ha atrib u id o idéntica
tendencia razonadora al hom bre de tipo m edio y ordina-
rio.j^l hacerlo no se ha tenido presente que el racionalism o
y el irracionalism o desem peñan por lo com ún un p a pel
sin im portancia y episodico en la naturaleza hum ana in-
j lftCjpljpflda- que los hom bres se rigen por la m em oria
m ás bien que por el pensam iento, y que la m em oria no es
un recuerdo de los hechos reales, sino fantasía d ram ática,
asociación, sugestión. El patrón em pleado p ara m edir el
valor de las sugestiones que bro tan dentro de la m ente no
es la concordancia con el hecho real, sino la afinidad emo-
Tiva /E stim u lan y vigorizalI^Ps^elTrtTnlen y encajan
dentro del relato dram ático? ¿Entonan bien con el ru m o r
dom inante, y pueden ser encajados dentro de las esperan
zas y tem ores tradicionales de la com unidad? Si querem os
d a r al vocablo sueños cierta latitud, no creo que sea m ucho
el afirm ar que el hom bre, fuera de sus m om entos aislados
de trabajo y de lucha actuales, vive en un m undo de sue-
ñost, m ás bien que en un m undo de realidades, y en un
m undo de sueños-organizado-en tomode-deseos-cuvo éxito
o lra c aso constituye la m ateria de que está form ado.
El tra ta r las prim itivas creencias y tradiciones del gé
nero hum ano como tentativas p ara una explicación cien
tífica del m undo, pero tentativas erróneas y absurdas, es
in cu rrir en un m agno erro r jjEl m aterial de que b rota fi
nalm ente la filosofía, nada tiene que ver con la ciencia o
con la explicaciónj Está hecho de representaciones, de
sím bolos, de tem ores y esperanzas, de fantasías y de su
gestiones; no se refiere a un m undo de realidad objetiva
com probada intelectualm ente. Más que ciencia, es poesía
y dram a, y es independiente de la verdad o falsedad cien
tífica, de la racionalidad y del absurdo de la realidad, tal
y como la poesía es independiente de estas cosas.
Ahora bien, este m aterial prim itivo tiene que p a sa r al
menos por dos etapas antes de convertirse en filosofía pro
piam ente dicha. Una de estas etapas es aquella en que los
cuentos, leyendas y sus correspondientes dram atizaciones
4 se consolidan. Al principio, los relatos em otivizados de las
experiencias son en gran p arte casuales y transitorios. Los
acontecim ientos que excitan las emociones del individuo
son recogidos y revividos en forma de cuentos y p an to m i
m as. Pero algunas de estas experiencias son tan frecuentes
y se repiten tanto, que afectan al grupo en conjunto. E stán
socialm ente generalizadas. La aventura única del indivi
duo aislado es reconstruida h asta que llega a ser represen-
tativajy típica de la vida em ocional de la tribu. Ciertos
incidentes afectan al bienestar y a los sentim ientos del
X* dolor del grupo en su totalidad, y por esta razón adquieren
un énfasis y una elevación extraordinarios. De ese modo
va adquiriendo contextura la tradición; el relato pasa a
ser herencia y propiedad social; la pantom im a se con-
• La tradición que de este modo
se ha form ado llega a ser una especie de norm a a la que se
conform an la fantasía y la sugestión individuales. Se crea
un arm azón im aginativo duradero. Se desarrolla u n a jn a -
nera de concebir la vida que es com ún al grupo, y se en-
46
cuadra dentro de ella a los individuos p o r rtiedio de la
educación. Los recuerdos individuales son asim ilados por
el recuerdo o tradición del grupo, de u n a m anera incons
ciente o por exigencia social concreta, y las im aginaciones
individuales se van am oldando al cuerpo de creencias ca
racterístico de una com unidad. Q ueda fijada y sistem ati-
^ zada la poesía. Se convierte en norm a social el hecho re-
** ’ latado. El d ram a original que revive un a experiencia em o
tivam ente im portante se in^ti tucionaliza, convirtiéndose
en culto.. Las sugestiones que eran an terio rm en te espon- .
táneas adquieren consistencia de d o ctrin as. -J
Las conquistas y la consolidación política activan y con-
λ- firm an la naturaleza sistem ática y obligatoria de tales
'■
47
Esta organización y generalización de las ideas y de los
principios de las creencias, aunque es antecedente nece
sario, no es el engendrador único y b astan te de la filosofía.
\ Fáltanos todavía el móvil p ara el sistem a lógico y la
Iprueba intelectual. Podemos suponer que ese móvil nació
ctela necesidad de poner de acuerdo las reglas de m oral y
los ideales encarnados en el código tradicional, con el co
nocim iento positivo de la realidad que poco a poco va h a
ciéndose m ayor. No puede el hom bre seguir siendo siem
pre un ser de sugestión y de fantasía. Las exigencias de la
continuidad de la existencia obligan a p restar alguna
atención a las realidades actuales del m undo. Sorprende
cuán escaso es el control que ejerce realm ente el medio
---------- ----------------------------------------
> sobre la form ación de las ----------- ideas,, ya
, — que
— h asta las m ás a b
. \ x|s u r d a s han sido aceptadas por algunas gentes; pero, a pe-
\ sar de ello, ese m edio im pone un m ini ínim um de exactitud^
Ibajo pena de extinción. El que ciertas cosas son alim en-
Ttos, que esos alim entos se encuentran en determ inados
sitios, que el agua ahoga, el fuego quem a, los objetos p u n
tiagudos penetran y cortan, que los objetos pesados se vie
\ji-L nen abajo si no se les pone un apoyo, que existe cierta
regularidad en los cam bios del día a la noche y en las
altern ativ as de calor y de frío, de hum edad y de sequedad:
esa clase de hechos tan prosaicos se im ponen incluso a la
atención m ás prim itiva. Algunos de esos hechos son tan
evidentes y tan im portantes que no se prestan a contextos
im aginativos. Augusto Comte dice en algunas de sus obras
que no sabe de ningún pueblo salvaje que haya tenido un
Dios de la pesantez, aunque casi todas las dem ás cualida
des y fuerzas naturales hayan sido deificadas. Se va for
m ando gradualm ente un cuerpo de generalizaciones que
recogen y transm iten la sabiduría de la raza en lo relativo
a los hechos observados y a las secuencias de la N a tu ra
leza. Este conocim iento se relaciona especialm ente con las”7
industrias, artes y oficios en los que el exam en de los ma-
teriales y de los procesos es indispensable p ara el buen
re su ltad o , y en los que la acción es tan continua y tan
regular que no b astaría la m agia espasm ódica. Son e li- j
l e e '*··- {.A
48 I
m inadas las ideas de una fantasía extravagante porque se
las com para con lo que ocurre en la realidad que se tiene
delante de los ojos.
R esulta probable que el m arinero sea m ás inclinado a
lo que hoy calificam os de supersticiones que el tejedor, y
eso porque las actividades del prim ero se hallan m ás a la
m erced de cam bios súbitos y de vicisitudes im previstas.
Pero hasta el m ism o hom bre de m ar, aunque quizá tenga
al viento por m anifestación incontrolable de los caprichos
de algún gran espíritu, acab ará forzosam ente por fam ilia
y rizarse con ciertos principios p uram en te m ecánicos p ara
acom odar el barco, las veías y los rem os a la acción del
viento. Es posible representarse al fuego como un dragón
sobrenatural, porque la llam a b rillante y devoradora su
girió en alguna ocasión a la visión m ental la figura de una
peligrosa serpiente de rápidos m ovim ientos. Pero la m ujer
de su casa que cuida del fuego y de las cacerolas en que se
cocinan los alim entos no ten d rá m ás rem edio que darse
cuenta de ciertos hechos m ecánicos relacionados con el
tiro del aire y el sum inistro de com bustible, y con la tra n s
form ación de la m adera en cenizas. El que tra b a ja en m e
tales acum ulará en cantidad todavía m ayor ciertos d eta
lles com probables sobre las condiciones y las consecuen
cias del calor a que están som etidos. Quizá conserve p a r a l
ciertas ocasiones especiales y de rito las creencias tradi- ·
cionales, pero la práctica cotidiana le h ará d escartar esas
ideas la m ayor p arte del tiem po, cuando el fuego es p ara
él una cosa de m anipulación uniform e y prosaica, capaz
de ser controlada m ediante relaciones p rácticas de causa nXo
y de efecto. A m edida que adquieren m ayor desarrollo las
artes, y los oficios se van haciendo m ás com plicados, el
cuerpo del conocim iento positivo y com probado se
agranda, y las secuencias observadas adquieren m ayor
com plejidad y am plitud. E sta clase de tecnologías son las
que proporcionan el conocim iento de sentido com ún sobre
la N aturaleza del que se origina la ciencia. No solam ente
su m inistran todo un conjunto de hechos positivos, sino
que proporcionan destreza en el m anejo de los m ateriales
(Aot 49
¿ r äii.
50
tem peram ento de las creencias tradicionales e im ag in ati
vas. Sin e n tra r en la desagradable cuestión del cómo y del
porqué, no cabe duda de que eso fue lo que ocurrió en lo
que llam am os el m ovim iento de los sofistas en Grecia,
dentro del cual tuvo su origen la llamacTa propiam ente
filosofía, en el sentido que el m undo occidental da a este
vocablo. El que los sofistas tuviesen m ala reputación, y se
la debieran principalm ente a Platón y a Aristóteles —de la
que jam ás consiguieron librarse—, viene a d em o strar que
lo fundam ental en ellos era la lucha entre los dos tipos de
creencias, y que ese conflicto ejercía un efecto p ertu rb ad o r
sobre el siste m a d e las religiosas y el código m oral de con
ducta ligado a ellas. Aunque Sócrates sentía sin duda un
sincero interés por la reconciliación de los dos bandos, el
hecho de h ab er abordado el tem a desde el bando del m é
todo realista, dando la prim acía a sus cánones y criterios,
fue suficiente p a ra que lo condenasen a m uerte por me-
nospreciador de los dioses y corruptor de la juventud.
Lo ocurrido a Sócrates y la m ala fam a de los sofistas,
puede servirnos p ara sugerir algunos de los contrastes
m ás notables entre las creencias tra d icionales em otivas.
por un lado, y el prosaico saber realista, p o r el otro. L aJ
fTnairdádde iésa com paración será poner de relieve que, si I
bien todas las ventajas de lo que llam am os ciencia estaban j
del lado del últim o, en cam bio, l_as ventajas d e ja consi
deración y de la au to rid ad social, y las del íntim o contacto
con lo que da a la vida sus valores m ás hondos, se h allab an J
del lado de la creencia tradicional. Según toda apariencia,
el conocim iento específico y com probado de lo que nos
rodea sólo tenía entonces un ám bito lim itado y técnico.
U nicam ente se relacionaba con las artes, y después de
todo, los propósitos y el beneficio del artesano no a b arca
ban m ucho.lEran subalternos y casi servi les f ¿Iba nadie a
colocar el arte del zapatero en el m ism o plano que el arte
de gobernar el Estado? ¿Iba nadie a colocar ni siquiera el
arte, ya m ás elevado, del m édico que sanaba el cuerpo, al
m ism o nivel del sacerdote que sanaba el alm a? Platón trae^
a cada instante en sus diálogos ese contraste. El zap atero j
51
A ^ ’ ή 'j
I EL &
1 "
puede juzgar de la bondad de un p a r de zapatos, pero no
puede ser juez en una cuestión m ucho m ás im portante: la
de si conviene llevar zapatos y cuándo hay que llevarlos;
/ el médico es un buen juez en m ateria de salud, pero n a d a N
sabe sobre si la salud es un bien o si es preferible m o rir./
M ientras se tra ta de cuestiones lim itadas a lo p uram ente
técnico, el artesano está en su terreno, pero cuando se en
tra en las cuestiones de verdadera im portancia, en las
V 1 Icuestiones m orales acerca de los valores^” no sabe por
Hóñde se anda. Por consiguiente, el tipcTde saber del a rte
sano es intrínsecam ente inferior y debe ser controlado por
rj-Sp* \ un tipo superior de saber que h ab rá de revelarle los fines
\y propósitos últim os, y de ese m odo q u ed arán en el puesto
í que les corresponde los conocim ientos técnicos y m ecáni-
eos. Además, como Platón posee un sentido suficiente de
^lo dram ático, nos encontram os en sus páginas con una
vivaz p in tu ra de las repercusiones, dentro de d eterm in a
dos individuos, de aquel choque entre la tradición y las
I nuevas pretensiones de saber puram ente intelectual. Ef
hom bre conservador siente una repugnancia desm edida
jante la idea de que se enseñe el arte m ilitar p or m edio de
¿reglas abstractas, científicam ente. No se lucha a secas,
jsino que se lucha por la p a tria de uno. La ciencia a b strac ta ^
es incapaz de inyectar el am or y la fidelidad, y tam poco
puede ser un sustitutivo —ni siquiera en el aspecto m ás
técnico— de los sistem as y medios de co m b atir en que ha
quedado tradicionalm ente encarnado el am or abnegado
al propio país.
Se aprende a defender a la p a tria viviendo en íntim o
contacto con los hom bres que aprendieron antes que uno
a defender el país, im pregnándose de sus ideales y costum
bres; en una p alabra, convirtiéndose en un adepto p rác
tico de la tradición griega de hacer la guerra. El tra ta r de
sacar form as ab stractas de guerrear m ediante la com pa
ración entre las propias norm as de co m b atir y las del ene
migo, equivale a em pezar a pasarse a las tradiciones y a
los dioses enemigos; equivale a em pezar a jtraicionarj al
propio pueblo. , :f
52
Este criterio, expuesto con gran vivacidad, nos perm ite
calib rar el antagonism o despertado por el punto de vista
positivista al chocar con el trad icio n al. Este últim o hallá-
* base profundam ente arraigado en los hábitos y lealtades
sociales; hallábase recargado con los fines m orales que los
hom bres perseguían en su vida y con las reglas m orales de
acuerdo con las cuales vivían. Por esa razón era tan fun
dam ental como la vida m ism a y tenía el ám bito de ésta, y
vibraba con los cálidos y brillantes colores de la vida de
la com unidad en la que los hom bres d ab an realidad a su
propio ser. Form ando contraste, el saber positivista sólo
se preocupaba de lo que sim plem ente tenía u tilid ad p rác
tica, faltándole la fogosa asociación de u n a fe santificada
por los sacrificios a los antepasados y el culto a los con
tem poráneos. Ese conocim iento era seco, duro, frío, de-/
bido a su carácter lim itado y concreto. «
λ— Sin em bargo, las m entes m ás agudas y activas, como la
del m ism o Platón, no podían satisfacerse aceptando las
viejas creencias, al viejo estilo, tal como las aceptaban los
, ciudadanos conservadores.(El progreso del saber positivo
y el del espíritu crítico e investigador socavaron las viejas
creencias en su vieja formad Del lado del nuevo saber es-'**!
taban todas las ventajas de ía concreción, exactitud y com
probabilidad. La tradición tenía finalidades y alcance
magníficos, pero su base era insegura. Sócrates dijo que
una vida aceptada sin discusión no conviene al hom bre,
que es un ser p lanteador de interrogantes, por el hecho
de que es un ser racional. Debe, pues, ind agar la razón de
las cosas, y no sim plem ente aceptarlas por im posición de
la costum bre y de la autoridad. ¿Qué había que hacer?
, D esarrollar un m étodo de investigación racional y de com-
probación que colocase los elem entos esenciales de las
I creencias tradicionales sobre una<,Sase in q u e b ra n tab le^
desarrollar un m étodo de pensar y de conocer que, al
m ism o tiem po que purificaba la tradición, m antuviese in
tactos sus valores m orales y sociales; m ás aún, que, con
esa purificación, acrecentase su potencia y su autoridad.
Dicho en pocas palabras: era p reciso llevar a, cabo.ama
-y (JO
53
restauración, y lo que h asta entonces tenía por base las
eostumBres*i3eI pasado sé apoyarfá én la m etafísica m ism a
del Ser y del Universa. La Metafísica"e s u n
, costum bre en el papel de fuente y g aran tía de los m ás altos ?
„valores sq£ijj|£<x..y m orales. Ése es el tem a rector de la fi- v
losofía clásica de Europa, tal como fue desarrollado por
Platón y Aristóteles. Y nunca perdam os de vista que esa
filosofía fue renovada y reafirm ada por la filosofía c ris -?
tiana de la E uropa m edieval. -4
De esa situación surgió, si no me equivoco, toda la tra
dición'reférefíté á las tareas y funciones de la filosofía que
h asta hace muy poco tiem po ha ejercido un control sobre
las filosofías sistem áticas y constructivas del m u n do oc-
cidental /^ t^ o ~ e s fo y ^ ^ en mi tesis principaTcfe^j
f-qlíe^el origen de la filosofía hay que buscarlo en una ten-J X
tativa de,Jiicoiiciliaci.Q.n.dti los rtosJ-mos dislintos.SFprÓ -
ductos de la m ente, tenem os en nuestras m anos la clave
de los rasgos m ás destacados de la filosofía que de ese
m odo se creó, m ientras ésta no fue de una clase negativa
y heterodoxa. En p rim er lugar, vemos que la filosofía no
J u v o en su origen un desarrollo libre de prejuicios y abso-
lutam ente espontáneo. Desde su iniciación le fue señalada
Θ
una tarea concreta. Tenía que realizar una m isión d eter
m inada, y se le exigió por adelantado el ju ram en to de ser
leal a esa m isión. Tenía que extraer el núcleo esencial de
la m oral de e n tre las creencias tra d iH d ñ a lH ^ e rp a s a d o *
que se veían en peligro. H astaaK T nóT ^^ de m alo enj
ello; se tra ta b a de hacer crítica en beneficio del único con-
servadurism o auténtico, el que conserva y no m algasta los
~várkyré£~fór]adó Pero esa m isión la
obligaba tam bién a extraer la esencia de la m oral, ac
tuando con un espíritu que sim patizase con el de las creen
cias del pasado. El entrelazam iento de ese espíritu con la
im aginación y con la autoridad social, resultaba dem a
siado íntim o para p e rm itir que fuese profundam ente p e r
turbado. E ra im posible concebir el contenido de las ins
tituciones sociales en una form a radicalm ente d istin ta de
la que había existido hasta entonces. Correspondió a la
ία í. [■¿«.i fia fißC£ CSU
54
J
filosofía la ta re a d ejjustificar/desde el p u n to de vista ra-
cfórial, el espíritu, ya que no la form a, de las creencias j
aceptadas y de las costum bres tradicionales. ]
La filosofía que resultó de todo ello les pareció a los
atenienses en general, a causa de la diferencia de form a y
\de m étodo, m uy radical e incluso m uy peligrosa. En
decto, era radical en cuanto que podaba excrecencias y
lelim inaba factores que p a ra el ciudadano m edio estaban
identificados con las creencias fundam entales. Ahora
bien, exam inándola dentro de la perspectiva histórica y
contrastándo la con los distintos tipos de pensam iento que
se desarrollaron andando el tiem po den tro de m edios so
ciales distintos, resulta hoy fácil darse cuenta de qu e Pla
tón y Aristóteles reflejaron, después de todo, de una m a*I
n era m uy profunda el sentido de la tradición y de los h á
bitos de Grecia, hasta el punto de que sus escritos siguen
siendo, a la p a r de los escritos de los grandes dram aturgos,
la m ejor introducción p a ra el que investiga los ideales y
las aspiraciones m ás íntim as de la vida característica-
I Jm ente griega. Sin la religión griega, el a rte jariego, y la
j f vida ciudadana griega, su filosofía no h a b ría sido posible: •V
en cam bio, la influencia de esa ciencia sobre lo que era el
m ayor orgullo de los filósofos m ism os resultó superficial
y desdeñable. Este espíritu apologético de la filosofía se
tra n sp aren ta aún m ás cuando el cristianism o m edieval,
hacia el siglo x i i , buscó la m anera de presentarse como
sistem áticam ente racional, sirviéndose de la filosofía clá
sica, especialm ente de la de Aristóteles, p ara justificarse
ante la razón. Un hecho que guarda sem ejanza con el an
terio r c aracteriza tam bién a los principales sistem as filo
sóficos de Alem ania en la prim era p arte del siglo xix,
cuando Hegel asum ió la tarea de justificar en nom bre del
idealism o racional ciertas doctrinas e instituciones que se
\ veían am enazadas por el nuevo espíritu de la ciencia y del
gobierno popular. La consecuencia de ello h a sido qué los
grandes sistem as filosóficos no se han visto libres de ¡Es
p íritu de partidcQ el que actuó en beneficio de ciertas
creencias preconcebidas. Como al m ism o tiem po que ocu-
55
rría esto, pregonaban esos sistem as una com pleta inde
pendencia intelectual y un com pleto racionalism o, la con
secuencia ha sido que la filosofía ha incluido con frecuen
cia un elem ento de doblez tan to m ás insidiosa cuanto quel
resu ltab a inconsciente en quienes defendían la filosofía. J
Esto nos lleva a señalar un segundo rasgp de la filosofía
'f
que a rran ca del origen m ism o de^stáTTfTproponerse ju s
tificar de una m anera racional ciertas cosas que habían
sido aceptadas previam ente por su sim p atía em otiva y por f
su prestigio social, tenía por fuerza que d ar gran impor-
tancia a todo el artilugio de la razón y de la dem ostración.
Al carecer de una racionalidad intrínseca en lo sp ro m e-
m as que tra ta b a , inclinábase, como si dijéram os, hacia
a trás cuando a lard eaba de form as lógicas.[Al tra ta r de
problem as de la realidad hubiera podido echarse m ano de
m aneras m ás sencillas y menos pulidas de dem ostración.
l'•e-B asta en tales casos con exhibir la realidad en cuestión y
*
Ο';· señalarla, lo cual constituye la form a fundam ental de toda
dem ostración. Pero cuando se tra ta de convencer a los
hom bres de la verdad de ciertas doctrinas que ya no pue
den ser aceptadas bajo la sim ple p alab ra de la costum bre
y de la au to rid ad social, y que tam poco se p restan a una
com probación em pírica, no queda otro recurso que el
m agnificar los signos del razonam ientn .rig u m so v de la
Hpmrwtyarjón rígida. Esto es lo que da a la definición ab s
tra c ta y al argum ento ultra-científico ese aspecto que re
pele a tantos hom bres en la filosofía, pero que ha venido
siendo p a ra sus fieles uno de los atractivos principales.
Esa actitu d , llevada a su extrem o peor, ha reducido la
filosofía a una exhibición de term inología com plicada, de
lógica sutilizadora, de falsa devoción a las form as. simpj^,,.,,.
\}&fΪ m ente externas de la dem ostración com pleta y m inuciosa.
Incluso en sus m om entos mejores, ha tendido a crear un
apego excesivo al sistem a por el propio sistem a, y una
seguridad excesivam ente presuntuosa de su propia ver
dad. El obispo B utler afirm ó que la probabilidad es el guía
de la vida; pero pocos filósofos han tém d o 'v aien tía sufi
ciente p ara confesar que la filosofía puede darse por satis
56
fecha con lo que es s i m p l e m e n t e L a s costum
bres, im puestas por la tradición, y el deseo, h ab ían exigido
p a ra sí la finalidad y la in m u tabilidad, asegurando que
ellas d ab an leyes de conducta seguras e in v ariab les. Desde
sus prim eros tiem pos la filosofía tuvo la pretensión de ser
igualm ente definitiva, y desde entonces las filosofías clá
sicas han conservado algo de ese m ism o espíritu. H an in
sistido en que ellas eran m ás científicas que las ciencias,
en que la filosofía era realm ente necesaria porque, des
pués de todo, las ciencias especiales no consiguen alcanzar
la verdad ú ltim a v to ta l. H a habido unos pocos disidentes!
que, como lo hizo W illiam la m e s, se han arriesgado a afir-/
m a r que la «filosofía es visión» y que su tarea principal^
consiste en lib e rta r a las m entes de los hom bres de prejui-j
cios y parcialidades, ensanchando sus percepciones del|
m undo que los rodea. Pero, en su conjunto, la filosofía ha*
p lanteado pretensiones m ucho m ás am biciosas. El afir
m a r francam ente que la filosofía sólo puede ofrecer h ipó^_
tesis, y que estas hipótesis sólo tienen valor en cuanto que
hacen a la m ente hu m an a m ás sensible p a ra la percepción
dé'láPvida que la rodea, p arecería algo así como u n a ne
gación de la filosofía m ism a.
En tercer lugar, el cuerpo de creencias dictadas por el
deseo y por la im aginación, y desarrolladas bajo la in
fluencia de la a u to rid ad de la com unidad h asta convertir
las en tradición au to rita ria , lo satu rab a todo y lo ab arcab a
todo. H allábase, como si dijéram os, om nipresente en to
dos los detalles de la vida del grupo hum ano. Ejercía p re
sión constante e influencia universal. Por eso resu ltó p ro
b ablem ente inevitable el que el principio rival, el d elp en -
sam iento reflexivo, aspirase a u na universalidad parecida
y a ab arcarlo todo. Ese pensam iento h ab ría de ser m eta-
T ísicam ente de un ám bito y de un alcance igual al que la
tradición h ab ía tenido socialm ente. Ahora bien, esta p re
tensión, unida a la de ser un sistem a com pletam ente ló
gico y verdadero, sólo podía realizarse de una m anera.
Todas las filosofías del tipo clásico han establecido una
distinción te rm inante y fundam ental e n tre d o srem o s HeT
57
existir. Uno de ellos corresponde al m undo religioso y so- (
b re n a tu ra l de la tradición popular, y este m undo se con
virtió, al ser trasladado a la m etafísica, en el m undo de la
tfíW realid ad m ás elevada y últim a. De la m ism a m anera que
h ab ía ido a buscarse en las creencias religiosas superiores
, e indiscutibles la fuente y la sanción ú ltim a de todas las
verdades y reglas im portantes de conducta en la vida de
la com unidad, se buscó en la realidad absoluta y suprem a
de la filosofía la única g aran tía segura de verdad en los
problem as em píricos, y se hizo de ella el único guía racio
nal p a ra las instituciones propiam ente sociales y p ara la
conducta individual. Frente por frente de esta realidad
absoluta y del núm ero que sólo podía apresarse m ediante
la disciplina sistem ática de la filosofía m ism a, se a lz a b a 1
el m undo ordinario, em pírico, relativam ente real, feno
m énico, de la experiencia cotidiana. Los asuntos de orden
práctico y u tilitario de los hom bres, form aban p arte de
este m undo. A este m undo im perfecto y perecedero refe
r í a s e la ciencia realista y positiva.
En mi opinión, ha sido éste el rasgo que m ás profunda
huella ha dejado en la noción clásica relacionada con la
naturaleza de la filosofía. La filosofía se arrogó la función
"dé"demósträ f la existencia de una realidad trascendente,
absoluta o íntim a, y de descubrir al hom bre la natu raleza
y las características de esa realidad ú ltim a y m ás elevada.
En su consecuencia, ha sostenido que ella se encuentra en
posesión de unjórgano del conocim iento m ás altojque el
que em plean la ciencia positiva y la experiencia práctica
corriente; sostiene tam bién que está revestida de una dig
nidad y de una im portancia superiores, pretensión ésta
que es indiscutible si la filosofía lleva, en efecto, al hom bre
a la dem ostración y a la intuición de una realidad que está
m ás allá de la que alcanzan la vida cotidiana y las ciencias
especiales.
N aturalm ente que de vez en cuando han surgido algu
nos filósofos quq^rechazaron tal pretensión; pero estos re
chazos fueron eré su m ayor parte producto del agnosti-
cism o y del^escepticismo^Esos filósofos se lim itaron a afir-
58
m ar que la realidad absoluta y últim a se halla fuera del
alcance de la visión del hom bre. Pero no se arriesgaron a
negar que sem ejante realidad, de encontrarse al alcance
de la inteligencia hum ana, constituiría esfera apropiada
p ara el ejercicio del conocim iento filosófico. Jd asta hace
un tiem po relativam ente corto no ha surgido otro con
cepto distinto de lo que debe ser la tarea propia de ía fi-
JLiSQ.fia. Este curso de conferencias estará consagrado a la
exposición de este distinto concepto de la filosofía en los
principales contrastes que presenta con lo que en esta con
ferencia he llam ado concepto clásico. De m om ento sólo es
posible referirse al nuevo concepto de una m anera super
ficial y anticipada. En la descripción que se ha hecho en
esta conferencia sobre cómo surgió la filosofía del fondo y
del am biente de una tradición a u to rita ria , está im plicado
el concepto en cuestión; esa tradición a u to rita ria había
sido dictada prim itivam ente por la im aginación h u m an a
funcionando bajo la influencia del am or y del odio y en
beneficio de la vibración y del placer em otivos. La fran
queza m ás elem ental nos im pone que digam os que esta
explicación relativa al origen que h an ten ido las filosofías
que tienen la pretensión de tra ta r del Ser ab so lu to de un a
m anera sistem ática, ha sido dada con p rem ed itad a m ali
cia. Yo creo que este m étodo genético de ab o rd ar una cues
tión es la m anera m ás eficaz de socavar la base de este tipo
de teorización filosófica; ninguna tentativ a de refutación
lógica le igualaría en eficacia.
Si con esta conferencia he logrado dejar en vuestras
m entes com o una hipótesis razonable la idea de que la
filosofía no surgió como producto de una m ateria intelec
tual, sino de una m ateria social y em otiva, habré logrado
tam bién que adoptéis una actitu d distin ta frente a las fi
losofías tradicionales. Estas serán m iradas desde un án
gulo nuevo y enfocadas por una nueva luz. Se p lan tearán
nuevos interrogantes acerca de ellas y se sugerirán nuevas
norm as p ara juzgarlas.
Γ Si alguien se pone a estu d iar sin reservas m entales la
h istoria de la filosofía, no como una cosa aislada, sino
59
como un capítulo en el desarrollo de la civilización y de la
cultura; si liga la historia de la
la antropología, de la vida prim itiva con el de la historia
de la religión, de la lite ra tu ra y de las instituciones socia
les, puede afirm arse confiadam ente que llegará por sí
m ism o a form ar un juicio independiente sobre el valor de
esta exposición que hoy os he presentado aquí. La historia
de la filosofía, m irada de este modo, a d q u irirá nuevo sen
tido. Lo que haya perdido desde el punto de vista de una
supuesta ciencia lo h ab rá ganado desde el p unto de vista
hum ano. En lugar de disputas de escuelas rivales acerca
de la naturaleza de la realidad, nos encontram os con el
panoram a de un choque hum ano de finalidades y a sp ira
ciones sociales. En lugar de tentativas incapaces de tra s
cender la experiencia, nos encontram os con un relato de
los esfuerzos realizados por los hom bres p ara form ular las
cosas de experiencia propia por las que se siente un apego
m ás profundo y m ás apasionado. En lugar de conatos im-~!
personales y p uram ente especulativos de contem plar en
un papel de espectadores lejanos ]a„naüiráLeza.dqlaLS,X.Q-
sas-en-sí absolutas, nos encontram os ante un cuadro vivo
dé pensadores que seleccionan lo que ellos querrían que
fuese la vida, y los fines a que desearían que los hom bres
conform asen sus actividades inteligentes. ^
En cuanto cualquiera de vosotros llegue a ese punto de
vista sobre la filosofía del pasado, se sen tirá llevado for
zosam ente a un concepto muy definido del ám b ito y de la
finalidad del filosofar futuro. Se sentiría inevitablem ente
a rra strad o a acep tar la idea de que la filosofía debe hacer
de aquí en adelante, de una m anera franca y deliberada,
lo que ha venido haciendo sin saberlo o sin pretenderlo, y,
como si dijéram os, a escondidas. Una vez que se reconozca!
que, bajo el disfraz de tra ta r de la realid ad últim a, la fi
losofía se ha venido ocupando de los preciosos valores
incrustados en las tradiciones sociales; que surgió de un
choque de finalidades sociales y de un conflicto entre las
instituciones heredadas con otras tendencias contem po
ráneas incom patibles, se caerá en la cuenta de que las ta-
60
reas de la filosofía del futuro consistirán en poner clarid ad
en las ideas de los hom bres en lo referente a las pugnas ,
sociales y m orale¥ de su propio tiem po. Su finalidad será
la de ser, dentro de lo hum anam ente posible, un órgano
que tra te de esos conflictos. Lo que, form ulado con d istin
ciones m etafísicas, pudiera ser presuntuosam ente iluso
rio, adquiere significado intenso cuando se liga con la lu
cha entre las creencias e ideales de la sociedad. La filosofía^
que renuncie a su m onopolio algo estéril de las cuestiones
de la R ealidad Ú ltim a y Absoluta h allará su com pensa
ción ilum inando las fuerzas m orales que m ueven al gé
nero h um ano y contribuyendo a la aspiración h u m an a de
llegar a conseguir una felicidad m ás ordenada e inteli- \
gente. ^
Introducciones
a la filosofía
Samuel Cabanchik
Michel Totirnier
La investigación pura
(1)creo que p
(2) es verdad que p
(3) mis razones para creer que p no llevan a establecer la verdad de
que/
Es otra forma de decir que las creencias a las que estoy dispuesto a
asentir son indubitables.
En su empeño por evitar toda posibilidad de error. Descartes debe,
fiiviv;ksumìiLt> 129
(1) "este traje parece snáo' y (2) "la apariencia de este traje f j su-
cia". Wittgenstein llama al procedimiento por el cual obtenemos (2) a
partir de (1) objettficación. Explica el sentido de esta palabra en los
siguientes términos:
Ei conocimiento a priori
a) Experiencia y concepto
b) Analítico/sintético
ISBN: 968-856-934-8
Impreso en México
Prinled in Mexico
PRIMERA PARTE
INTRODUCCIÓN
1) Presentación
L a teoría del conocimiento es, junto con la ética, la metafísica y la estética, una de
las ramas originarias de eso que denominamos 'filosofía'. Los primeros escritos
que contienen una teoría acabada del conocimiento los encontramos en la obra de
Platón. Naturalmente, que Platón haya sido el primer gran filósofo en enfrentar de
manera sistemática problemas de teoría del conocimiento le imprimió a las discusiones
de esta área de la filosofía un sello muy peculiar del que, como veremos, todavía no
acaba de desprenderse. Esta fundamental rama de la filosofía se caracteriza por una
serie de temas, problemas, tesis y concepciones que no permiten duda alguna respec-
to a su autonomía. Muy a grandes rasgos, el principal objetivo en esta área de la
filosofía es dar cuenta de eso que llamamos 'conocimiento humano'. Éste, podría
pensarse, es algo real, objetivo, tangible, pero (como siempre en filosofía) nos topa-
mos en relación con uno y el mismo tema con toda una gama de posiciones y puntos
de vista divergentes. Según algunos, el conocimiento humano es imposible; de acuer-
do con otros no podemos dar cuenta de él; hay quienes piensan que es inexpresable o
intransmitible; hay quienes aseguran que es real pero sólo bajo ciertos supuestos de
los cuales no podemos ofrecer justificación alguna, y así sucesivamente. Así, pues, la
experiencia muestra que esta legítima ambición intelectual, aparentemente apro-
blemática, consistente en dar cuenta del conocimiento ha desembocado en una situa-
ción un tanto paradójica: pocas cosas son tan difíciles como explicar eso que tenemos
enfrente y que nosotros mismos hemos generado.
Uno de los objetivos de este libro es mostrar que hay, básicamente, dos grandes
enfoques de los problemas que caracterizan a la teoría del conocimiento y que uno de
ellos sistemáticamente desemboca en callejones sin salida, en tanto que el otro efectiva-
mente permite superar las dificultades. Así, está en primer lugar lo que llamaré el 'en-
19
ALEJANDRO TOMASINI BASSOLS
foque clásico'. Desde esta perspectiva, el conocimiento humano plantea toda una serie
de problemas que es importante resolver por medio de teorías. Y en segundo lugar
y en contraposición con el anterior, está el enfoque de acuerdo con el cual lo que la
teoría del conocimiento (como todas las ramas de la filosofía) nos presenta es básica-
mente una serie de enigmas, esto es, un conglomerado de embrollos y enredos concep-
tuales. Para desembarazarse de ellos, es preciso no elaborar teorías sino efectuar aná-
lisis gramaticales. A este enfoque lo llamaré 'wittgensteiniano', por razones evidentes
de suyo. En este libro se ejemplifican ambos enfoques. Por consiguiente, en él se
plasma un serio esfuerzo por combinar reconstrucción de teorías filosóficas concer-
nientes al conocimiento y a todo aquello con lo que éste está asociado (memoria,
creencia, percepción, etc.) con discusión de diversas posiciones altamente represen-
tativas y exégesis de textos, en particular de un fundamental (y un tanto descuidado)
texto de Ludwig Wittgenstein, a saber, Über Gewif3heit (On Certainty, Sobre la Cer-
teza). Una de las metas que persigo es hacer ver que el segundo enfoque mencionado,
esto es, el wittgensteiniano, es muy superior al primero y ello no sólo porque permite
salir adelante allí donde, a final de cuentas, el otro no termina más que en fracasos
(regresos al infinito, misterios insondables y demás), sino porque es realmente
elucidatorio.
En Über Gewif3heit, hay que señalarlo desde ahora, Wittgenstein se concentra en el
examen del concepto de conocimiento (o saber) y de algunos otros conceptos
epistémicos, como los de duda y certeza. Empero, no examina a fondo el tema de la
justificación de las creencias. Por lo tanto, en la medida en que el punto de vista
wittgensteiniano (al que de buena gana yo me adhiero) es el que emerge del libro
recién citado, la superioridad de un enfoque sobre otro no puede quedar demostrada
con toda amplitud. La demostración contundente y definitiva de la superioridad del
enfoque wittgensteiniano sobre el clásico requeriría que se efectuaran análisis "a la
Wittgenstein" de las afirmaciones que normalmente se hacen respecto a toda clase de
métodos experimentales y matemáticos o lógicos de hecho empleados en las diversas
ciencias. Hasta donde yo sé, nadie ha efectuado todavía semejante labor y, por los
requerimientos y exigencias de un trabajo así, ciertamente no es este el lugar para
intentar siquiera realizarlo. No obstante, estoy persuadido de que, en la medida en
que Wittgenstein ataca temas nodales de la teoría del conocimiento, indicando con el
ejemplo cómo podría alguien seguir generando por cuenta propia las elucidaciones
conceptuales requeridas, las ventajas de su tratamiento le resultarán palpables al lector.
Como puede apreciarse, en este como en otros casos la obra del más grande de todos
los filósofos auténticamente wittgensteinianos, esto es, Norman Malcolm, me fue de
una utilidad invaluable.
Hay una razón por la que podría pensarse que la teoría del conocimiento es quizá la
rama más difícil de la filosofía, viz., que la teoría del conocimiento no permite dema-
20
INTRODUCCIÓN
Antes de abordar problemas concretos de teoría del conocimiento, quizá sea útil ha-
cer algunas observaciones, de carácter muy general, acerca de lo que la teoría del
conocimiento no es.
Para evitar confusiones, de lo que antes que cualquier otra cosa se debe desligar a
la teoría del conocimiento es de la ciencia. Es cierto que, en general, cuando habla-
mos del "conocimiento humano" uno espontáneamente tiende a pensar en la ciencia.
Después de todo, es en ella que el conocimiento encarna. Sin embargo, sería un error
grave pensar que la teoría del conocimiento es el estudio de la gestación y el desarro-
llo o la evolución del conocimiento científico. Independientemente de cuán grandio-
sas puedan ser las teorías científicas (y, sin duda, algunas de ellas lo son), lo cierto es
que quienes las elaboran, esto es, los hombres de ciencia, presuponen y usan (y de
hecho modifican) el concepto normal de conocimiento. Es este concepto el que en
primera instancia nos interesa. La investigación filosófica, por lo tanto, concíbasele
como se le conciba, no se reduce a una mera descripción del surgimiento y desarrollo
de las teorías de las diversas ciencias. Por consiguiente, a nosotros qua epistemólogos
no nos interesa un mero estudio descriptivo de la evolución de las teorías, por más
que éstas sean interesantes y que un estudio así pueda ser inclusive útil. Siguiendo en
esto a Wittgenstein,l quizá la mejor manera de denominar la clase de investigación
que nos interesa sea la de llamarla una investigación acerca de los 'fundamentos de la
ciencia' . Esto no significa, naturalmente, que en una segunda fase la teoría del conoci-
miento no pueda "naturalizarse" y entonces identificarse con la filosofía de la ciencia,
propiamente hablando.
1 L. Wittgenstein, Philosophicallnvestigations (Oxford: Basil BlackweU, 1974), Parte 11.seco xiv, p. 232.
21
ALEJANDRO TOMASINI BASSOLS
22
INTRODUCCIÓN
interesante saber qué pasaba, cómo se vivía, qué condiciones prevalecían cuando se
logró desarrollar talo cual vacuna, se descubrió tal o cual asteroide o se calculó el
peso atómico de tal o cual elemento. Pero es importante notar que el estudio de las
condiciones materiales de descubrimiento tampoco son el conocimiento mismo. Es
perfectamente imaginable que en las condiciones en las que se dio talo cual descubri-
miento científico no se le hubiera ocurrido a nadie lo que de hecho se les ocurrió a
algunos y que simplemente no hubiera habido avance en el conocimiento. Las condi-
ciones materiales del conocimiento, por lo tanto, no son la clave para la comprensión
de este último y su estudio no es equivalente al de la teoría del conocimiento.
Es importante comprender la prioridad lógica y conceptual que tiene la teoría del
conocimiento frente a la ciencia, la historia de la ciencia e inclusive (como ya se
insinuó más arriba) frente a la filosofía de la ciencia. El conocimiento, como es obvio,
no se gesta de manera arbitraria o caótica. No crece "milagrosamente". De hecho, la
noción opuesta a la de conocimiento (y a la de ciencia) es precisamente el concepto
vulgar de milagro, esto es, el concepto de suceso o fenómeno para el cual no hay
explicación causal posible. Ahora bien, el desarrollo sistemático del conocimiento
comporta o exige instrumentos de diversa clase, instrumentos que pueden ser usados
de manera recurrente. Para avanzar en la senda de la ciencia empleamos, por ejemplo,
telescopios o microscopios, pero es evidente que para que el telescopio o el microsco-
pio sean útiles necesitamos primero ver. O sea, el conocimiento presupone el empleo
de órganos sensoriales y de facultades cognitivas, así como de objetos de percepción.
El análisis de éstos es, pues, lógicamente previo o anterior al examen de las teorías
científicas. Ahora bien ¿de qué clase de facultades estamos hablando? De facultades
como la memoria, que tienen que ver con nuestro conocimiento del pasado, como la
percepción, gracias a la cual entramos en contacto con el mundo externo, como la in-
trospección, en la que supuestamente cada quien conoce en forma privilegiada algo
muy especial de sí mismo. Cabe desde luego preguntar: ¿conocemos en todos estos
casos la misma clase de cosas? Si ello no es así ¿hay diferencias intrínsecas entre los ob-
jetos de las distintas facultades? y entonces ¿cómo engarzan o se conectan entre sí?
¿Qué unifica la totalidad de los datos de todas las facultades cognitivas del ser huma-
no? Estas y otras preguntas como estas son las que plantea la teoría del conocimiento
y es relativamente claro que deben ser atendidas en primerísimo lugar. Al respecto,
algo que intentaré hacer ver es que es prácticamente imposible generar una teoría que
cubra todos estos ámbitos y que sea inobjetable. Deseo sostener que quienes han
aceptado los problemas tradicionales de la teoría del conocimiento inevitablemente
fracasan en dar respuestas que no estén expuestas a graves objeciones en parte precisa-
mente porque los problemas que pretenden resolver son en el fondo el producto de
precipitadas generalizaciones y, más en general, de graves incomprensiones.
23
ALEJANDRO TOMASINI BASSOLS
Se sigue de lo que hemos estado diciendo que sería un error fundamental confundir
o identificar la teoría del conocimiento con un estudio empírico del conocimiento.
Deseo insistir en que ello no significa o implica que la teoría del conocimiento esté
completamente desligada de la ciencia. Como dije, podría sostenerse que en 10 que la
teoría del conocimiento desemboca o culmina es, en última instancia, en la filosofía
de la ciencia. En efecto, esta última es el estudio de la estructura de las teorías cientí-
ficas, de Jos diversos métodos que se emplean para elaborarlas, de las nociones que se
usan (causalidad, explicación y demás), de las relaciones entre las teorías y la expe-
riencia, de los contenidos semánticos de las afirmaciones que se hacen en ciencia, etc.
La ciencia, se supone, proporciona conocimiento, lo acumula y lo expande. Pero para
que nosotros aceptemos que eso y nada más que eso es el conocimiento humano,
tenemos primero que saber en qué consiste éste, cómo se gesta, qué presupone y
cómo se conecta y depende de nuestras órganos y facultades cognitivas Todo esto,
que está simplemente asumido en la filosofía de la ciencia, es precisamente el objeto
de estudio de la teoría del conocimiento. Así, pues, la filosofía de la ciencia podría ser
algo así como una segunda gran fase de investigación epistemológica. Preguntémo-
nos entonces: ¿cuál es la primera? Es de ella que pasaremos ahora a ocuparnos.
24
1
EL CONCEPTO DE CONOCIMIENTO
E s bien sabido que un modo tradicional de abordar los problemas, tanto en la teo-
ría del conocimiento como en las demás ramas de la filosofía, consiste en plan-
tear preguntas de la forma' ¿qué es x?'. El problema con esta clase de preguntas es,
como se sabe, no sólo que no indican nada respecto a lo que sería una respuesta
correcta, sino que de hecho desorientan a quien intenta responder a ellas, por cuanto
sugieren que la respuesta debe venir en términos de una definición. En efecto, parecería
que a la pregunta' ¿qué es el conocimiento?' habría que responder con una definición
de la palabra 'conocimiento'. De hecho, fue así como planteó Platón el problema.
Empero, el asunto no es tan simple como se ha asumido. Intentemos hacer ver rápida-
mente por qué.
Lo primero que habría que preguntar es: ¿se tiene siquiera una idea clara de lo que
es una definición, de para qué sirven las definiciones? La verdad es que la teoría de la
definición es bastante más compleja de lo que podríamos suponer a primera vista. De
hecho, hay muchas clases de deftniciones (ostensivas, nominales, reales, persuasivas,
etc.), por lo que habría que empezar por examinar cuál es la clase de definiciones que
en este caso supuestamente convendría. Consideremos, en primer lugar, el caso más
conocido de definición, a saber, el de una simple sustitución de una expresión cuyo
significado se desconoce por otra u otras cuyos significados nos son conocidos. En
este caso, una definición es simplemente una estipulación lingüística. Por ejemplo,
sabremos lo que significa 'pentágono' gracias a su deftnición, a saber, 'polígono re-
gular de cinco lados' . O sea, establecemos la convención de que el término 'pentágono'
se puede usar en lugar de la expresión 'polígono regular de cinco lados'. La utilidad de
la definición es doble. Nos permite:
25
ALEJANDRO TOMASINl BASSOLS
Lo que antes decíamos con cinco palabras ahora lo decimos con una. En este sen-
tido, una definición es una mera abreviación, un mecanismo de economía lingüística.
Ahora bien, es evidente que en nuestro esfuerzo por caracterizar el conocimiento
no es esto lo que nosotros necesitamos. Nuestro problema no es que ya tengamos una
idea precisa y claramente formulable de lo que es el conocimiento e introduzcamos
entonces el término 'conocimiento' para hablar o escribir menos. Lo que nosotros
queremos hacer es determinar lo que el conocimiento es. Una definición, en cambio,
es un asunto puramente lingüístico. En este caso, además, es claramente inservible,
puesto que presupone el conocimiento previo del significado de otras palabras del
definiens, palabras que vuelven a introducir, de uno u otro modo, la noción de cono-
cimiento, que era lo que se suponía que se quería definir. Esta clase de definición, por
lo tanto, no es aquello en pos de lo cual estamos.
Desde luego que hay, como ya se dijo, otras clases de definiciones. Consideremos
primero las definiciones que encontramos en los diccionarios. La función de dichas
definiciones es simplemente la de recoger un uso establecido. Empero, en el caso del
conocimiento, ¿de qué nos serviría una definición así? Definiciones como estas no
son filosóficamente esclarecedoras. Más bien, proporcionan el material sobre el cual
habrá de ejercitarse el análisis filosófico. Por otra parte, en la medida en que los usos
se modifican, definiciones como éstas están siempre abiertas a contra-ejemplos. En
ese sentido, no tienen un carácter prescriptivo o normativo. Pero entonces no parece
tener mayor sentido intentar proporcionar una definición de diccionario de la palabra
'conocimiento'. Lo más que ésta podría proporcionarnos sería una mera ejemplificación
de usos, pero no serviría para aclararlos, que es lo que a nosotros importa. No 01videmos,
además, que lo que se definen son palabras, en tanto que lo que a nosotros nos incumbe
atrapar es, por así decirlo, la cosa misma, en este caso el conocimiento humano. Una
definición de esta clase, por consiguiente, tampoco puede ser lo que buscamos.
No obstante, hay también lo que se ha dado en llamar 'definiciones reales'. A
primera vista, éstas constituirían la clase de definiciones que necesitamos. Las defini-
ciones reales, se supone, nos darían la "esencia" de aquello que se define. Por ejem-
plo, se supone que la investigación biológica de los perros desemboca en lo que sería
una definición real del perro (o de los perros), viz., en la de animal(es) con tales o
cuales cromosomas. y se asume que esto es precisamente 10 que estaríamos buscando
para el conocimiento. Empero, también aquí se presentan problemas.
Empezaré con el recordatorio de que es muy sospechoso (por no decir 'abierta-
mente carente de sentido') solicitar una definición de una cosa. Las cosas se pueden
vivisectar, comprar, romper, pegar, regalar, robar, etc., pero no se definen. Lo que se
26
EL CONCEPTO DE CONOCIMIENTO
define son palabras, términos, signos. Pero entonces ¿qué se hace cuando se ofrece
una defInición real? ¿Cuál es la función de una definición así? Podemos decir, por lo
pronto, que con una definición real se modifica el significado común de una palabra.
Por ejemplo, si en el lenguaje coloquial tenemos que caracterizar a los perros hablare-
mos de sus propiedades fenoménicas (animal de tales o cuales dimensiones, que la-
dra, carnívoro, que mueve la cola cuando está contento, enemigo acérrimo de los ga-
tos, etc.), pero si queremos caracterizarlo científicamente tendremos que recurrir a la
jerga científica y, por lo tanto, a su defmición real, la cual no coincide con la anterior.
Cómo se conectan ambas caracterizaciones es un tema complejo e interesante, pero
sobre el cual no me pronunciaré en este momento. Lo que nosotros debemos tener
presente es que se supone que después de una investigación exitosa se debe poder
encapsular los resultados mediante una fórmula que los recoge de manera sucinta y
que nos aleja de la plataforma lingüística común. Es obvio sin embargo que, en el
sentido en que hemos venido hablando, no es una "definición real" lo que necesitamos
para entender lo que es el conocimiento y ello debido a, por lo menos, dos razones:
a) opera en esta propuesta el supuesto de que las cosas tienen esencias y que éstas son
captadas por medio de definiciones, pero ni mucho menos es evidente de suyo que
hay tal cosa como la "esencia del conocimiento" (y, en general, que hay "esen-
cias"). Una posición alternativa, por ejemplo, sería la que haría del concepto de
conocimiento un concepto de semejanzas de familia y si esta segunda opción fuera
la correcta, entonces la primera, consistente en la búsqueda de una definición
(real) del conocimiento, habría sido equivocada desde el inicio. Por medio de esta
posición alternativa a la clásica hasta podría quizá demostrarse a priori que el
intento por formular la tan ansiada definición real de 'conocimiento' está destina-
do al fracaso.
b) Es claro que 'conocimiento', 'saber', 'justificación', 'creencia', etc., no son tér-
minos técnicos, de cuyas aplicaciones tengamos dudas. No necesitamos de ningún
científico especializado para que nos enseñe a usar debidamente el término y a
reaccionar de manera apropiada frente a su empleo por parte de otros y es en el
dominio de las aplicaciones del término que se manifiesta nuestro conocimiento
de lo que la cosa (el conocimiento) es.
Tal vez podamos resumir como sigue lo que hemos estado diciendo: en la tradición
filosófica la especulación epistemológica acerca de la naturaleza del conocimiento se
inicia como una búsqueda de una definición (real u otra) del término 'conocimiento'
(puesto que se supone que dicha defmición nos dará la esencia del conocimiento). Al
tratar de entender lo que es una definición, empero, nos percatamos de que no puede
ser eso lo que requerimos. No obstante, lo que podríamos llamar el 'programa defini-
27
ALEJANDRO TOMASINI BASSOLS
cional' sigue de moda y más vigente que nunca, como veremos más abajo. Para
mostrar que el programa en cuestión está desencaminado, lo que ahora procederemos
a hacer será aceptarlo como si se tratara de un programa legítimo o no espúreo.
Veremos que, aceptado el reto definicional, simplemente no hay solución posible para
los enredos que engendra. Los famosos argumentos de tipo Gettier son, precisamen-
te, una de las mejores pruebas de que los enfoques y análisis puramente formales de
nuestros conceptos conducen inevitablemente a callejones sin salida, puesto que di-
chos contraejemplos a la definición clásica del conocimiento pueden efectivamente
ser entendidos como una reducción al absurdo de los esfuerzos defmicionales en rela-
ción con el conocimiento.
Como intentaré probar más abajo, frente al enfoque definicional hay un programa
alternativo, el único quizá, con visos de éxito. Me refiero al análisis gramatical
wittgensteiniano. Desde esta otra perspectiva, el objetivo no es el de intentar ofrecer
una refutación directa ni de quienes defienden la definición clásica del conocimiento
ni de la posición de Gettier, sino más bien el de desmantelar los supuestos comunes a
ambos bandos y disolver la problemática que sobre ella se fue erigiendo. Ahora bien,
eso se logra sólo cuando se adquiere claridad respecto a la gramática de los términos
relevantes, en este caso de palabras como 'creer', 'saber' y 'justificar'. Uno de mis prin-
cipales objetivos en este trabajo, por consiguiente, es precisamente el de ilustrar la
tesis de que es sólo gracias al análisis gramatical wittgensteiniano que podemos
liberarnos de los nudos conceptuales de la teoría del conocimiento clásica (y, en general,
de los enredos y pseudo-problemas de la filosofía convencional) y que dan lugar a en-
redos insolubles, como el del escepticismo o la caracterización del misterioso "yo".
Empero, antes de tratar de rastrear y aprehender la gramática de ciertos términos
clave en este debate, como los de 'saber' y 'justificación', habremos de ocuparnos,
aunque sea someramente, tanto de los ejemplos de tipo Gettier como de las estrate-
gias defensivas de los partidarios de la definición clásica, tratando de mostrar por qué
también éstos están tan desorientados como quien primero planteó el problema.
Quien formuló de manera clara el problema del conocimiento como un problema
de respuesta al escepticismo, esto es, la tesis filosófica de que el conocimiento es
imposible o ilusorio, fue René Descartes. Para él, lo que estaba en juego era ante todo
la posibilidad del conocimiento. De su enfoque y tratamiento habremos de ocupar-
nos posteriormente. No obstante, y como ya dije, quien primero planteó el problema
del conocimiento en general y trató de resolverlo mediante una simple definición fue
Platón. Es, pues, de él de quien primero habremos de ocuparnos. Platón ciertamente no
era un escéptico. Lo que él buscaba era la "esencia" del conocimiento y pensaba que
ésta era atrapable gracias a una definición. El problema es que dicha definición parece
de hecho inasequible. En verdad, el problema del escepticismo se plantea (sobre todo en
28
EL CONCEPTO DE CONOCIMIENTO
1) la tesis de Protágoras de acuerdo con la cual "el hombre es la medida de todas las
cosas, de las que son en tanto que son y de las que no son en tanto que no son", y
2) la "tesis" de Heráclito de que en el mundo de la percepción (de la experiencia)
todo está sometido a un cambio constante y perpetuo.
29
ALEJANDRO TOMASINI BASSOLS
1) es infalible
2) es de lo que es, de lo real
Las intuiciones platónicas son fuertes y están respaldadas tanto por el uso del verbo
'conocer' como por el sentido común. De acuerdo con Platón, no se puede hablar propia-
mente de conocimiento cuando eso de 10 que hablamos está en permanente cambio,
es y deja de ser, se modifica constantemente, puesto que nuestro pensamiento nunca
daría en el blanco: tan pronto pensáramos acertadamente que una cosa tiene tales o
cuales propiedades que esa cosa ya sería diferente de la que era y tendría otras cuali-
dades, quizá muy. parecidas a las anteriores pero de todos modos diferentes, esto es,
numéricamente otras. El conocimiento, por lo tanto, tiene que ser de algo fijo, estable,
eterno quizá. En todo caso, no puede haber conocimiento cuando de lo que hablamos es
de los objetos sensoriales. Y, por otra parte, tampoco acepta Platón la idea de que quien
conoce pueda estar equivocado. La estrategia general del diálogo es entonces la
siguiente: Platón va a refutar toda concepción del conocimiento en la que no se recu-
rra a entidades abstractas y fijas, las Formas o Ideas, para dar cuenta de él. Una de las
hazañas teóricas del texto es que Platón no se permite nunca apelar a las Ideas para
refutar a sus contrincantes. ASÍ, él va a aceptar que la percepción (yen especial la
percepción visual) es efectivamente infalible, siguiendo en esto a Protágoras. Ahora
bien, él interpreta el dictum de Protágoras como la aseveración de que cada hombre
es la medida de lo que conoce cuando eso que conoce es lo que está viendo. Pero esto
parece implicar que, después de todo, nadie podría ser mejor juez de lo que aparece en
su campo visual que quien en ese momento está viendo algo y describiendo lo que ve.
No obstante, es evidente que llevada al extremo una posición así va a culminar en un
relativismo y en un subjetivismo radicales, imposibles de defender. Curiosamente,
sin embargo, no es eso lo que más preocupa a Platón. Lo que a él le preocupa es que
el subjetivismo y el relativismo no permiten incorporar el aspecto público, común y
objetivo del conocimiento. Así, él objeta, por ejemplo, que si realmente las cosas son
como Protágoras sugiere, entonces nadie sabe o conoce más que nadie. Esto es como
una reducción al absurdo de la posición original. El núcleo de su argumentación, sin
embargo, consiste en mostrar que, independientemente de qué sea eso con lo que
entramos en contacto cuando vemos (ideas, perceptos, sense-data), dichos objetos de
percepción son fugaces, mutantes, cambiantes y su argumento es que no puede haber
conocimiento de entidades de esa clase. Aquí es donde implícitamente se está sugi-
riendo que sólo de entidades eternas, inmutables, perfectas, como las Formas, puede
haber conocimiento. Así, la percepción comparte un rasgo con el conocimiento, viz.,
30
EL CONCEPTO DE CONOCIMIENTO
31
ALEJANDRO TOMASINI BASSOLS
cer no puede ser otra cosa que pasar por el proceso de regreso a lo que fue, en otra
vida, una visión o contemplación de la verdad. Conocer para él es recordar el mundo
de los objetos eternos contemplados por el alma antes de su encarnación. Es por esta
teoría que Platón intenta a toda costa rechazar la propuesta que desde sus escritos se
convirtió en la "clásica" y con la cual es incompatible. Esto no es tan arbitrario como
podría parecer: no hay que olvidar que, a final de cuentas, para Platón la disquisición
filosófica estaba al servicio de sus teorías del alma y de la inmortalidad. Después de
todo, no es por casualidad que Platón sea (en palabras de Nietzsche) el primer gran
"transmundano". Lo que él rechaza es, pues, la idea de que el conocimiento genuino
es adquirible y transmisible vía los sentidos, esto es, a través del cuerpo.
La crítica de Platón a la ecuación "conocimiento = creencia verdadera acompañada
de justificación" gira en tomo a la noción de análisis. La crítica consiste en señalar
que conocer algo es saber de qué se compone ese algo y cómo se conectan sus diver-
sas partes. Supongamos que, en efecto, así es. Pero entonces: ¿cómo conocemos los
elementos últimos, esto es, aquellos de los que se compone el todo y que son
inanalizables? La percepción y las imágenes ya quedaron descartadas como posibles
opciones. Desafortunadamente, Platón no ofrece una respuesta alternativa para esa
pregunta (en parte porque su pensamiento se movía en una dirección diferente). Nos
quedamos, pues, sin saber en qué podría consistir la "justificación" que supuestamente
acompañaría a la creencia verdadera. Es esto algo que nosotros deberemos examinar.
Empero, antes de hundimos en esta compleja y escurridiza temática, diremos unas
cuantas palabras acerca de los conceptos epistémicos que, de acuerdo con la defmi-
ción clásica, están esencialmente vinculados al de conocimiento.
32
EL CONCEPTO DE CONOCIMIENTO
A) Conocimiento y verdad
B) Conocimiento y creencia
1 L. Vil/oro, Creer, Saber, COllocer (México: Siglo Veintiuno Editores, 1982), p.lS.
2 Sobre el tema de la paradoja de Moore hay algunos (no muchos) excelentes trabajos. Los más recomendables
son, probablemente, el de Morris Lazerowitz, "Moore's Paradox', incluido en The Philosophy o/ G. E. MOOle. The
Library of Living Philosophers. Editado por P. A. Schilpp (La Salle, lIIinois: Open Court, 1968) y los de Nonnan
Malcolm, "1 believe that p", en JO/lIl Searle alld his Critics. Editado por Emest Lepore y Robert van Gulick (Oxford:
Basil BlackweU, 1991) y "Disentangling Moore's Paradox", en su libro Witlgellsleilliall T/¡ellles (lthaca: Comell
University Press, 1996).
33
ALEJANDRO TOMASINI BASSOLS
34
EL CONCEPTO DE CONOCIMIENTO
a) un estado "mental". En este caso, tendríamos que hablar del "estado de cono-
cimiento" de un individuo que sabe algo. Bastaría con que el sujeto se encontrara en
dicho estado para que automáticamente él supiera. Él no necesitaría examinar la rea-
lidad. Bastaría con que, por así decirlo, se colocara en el estado apropiado para que ya
supiera. Es claro que una tesis así es en sí misma sumamente sospechosa, pero en vez
de rechazarla de entrada como inaceptable, cuestionémosla. Podremos entonces pre-
guntar: ¿cuáles son los rasgos esenciales, característicos del estado mental "creer"?
¿Cómo diferenciamos dicho estado de otro parecido pero, no obstante, diferente? Y
¿cómo podríamos determinar si coinciden los supuestos estados de conocimiento de
diversas personas? ¿Hay acaso alguna diferencia entre el estado de creer con verdad y
el de creer falsamente algo? Mientras no se nos dé la lista de características de los
estados de creencia no podremos saber si lo que tenemos es una creencia o más bien,
e.g., un deseo o un recuerdo. Tenemos que decir, por otra parte, que nuestro propósito
es el de aclarar las cosas y ciertamente no vamos a lograrlo si en forma tan brutal le
damos cabida a un mentalismo burdo. Lo más embrollado que hay son nociones como
"mente" (y sus derivados, como "mental"). En esta dirección, por lo tanto, no avanza-
mos en nada en nuestra comprensión de nuestro tema. Ahora bien, es intuitivamente
obvio que el que alguien sepa algo o no lo sepa se determina por consideraciones
externas al sujeto, no internas a él. El conocimiento tiene que ver con algo a lo que en
principio todos tenemos acceso, esto es, procesos públicos de demostración o justifi-
cación, no con "estados internos" de un sujeto, por sutiles que sean. De esto habría
que inferir que las creencias no pueden ser estados internos mentales. Así, si las creen-
cias son (erróneamente) entendidas como "estados mentales" y la noción de creencia
entra en la caracterización del conocimiento, entonces habría que aceptar que el cono-
cimiento es un estado mental peculiar y esta concepción es insostenible. El conocimien-
to no puede ser eso. No podemos distinguir entre una persona que sabe que p y una que
no sabe que p atendiendo a sus respectivos "estados mentales". Como bien dice Witt-
genstein en su libro, "El que él sepa es algo que debe mostrarse".4 Esta idea está fuer-
temente arraigada en el lenguaje natural y en el sentido común y a ella nosotros habre-
mos de atenernos.
b) un estado cerebral. Es evidente que lo dicho en el párrafo anterior vale por igual
para la tesis de que las creencias son "estados cerebrales". No es este el momento de
adentrarse en una discusión de filosofía de la mente, pues es cuando presentemos las
posiciones desarrolladas por Wittgenstein en Sobre la Certeza que haremos las aclara-
ciones pertinentes sobre el concepto de creencia. Veremos entonces que esta identifica-
ción de creencia con estado cerebral es uno de los absurdos conceptuales más fantásticos
jamás elaborados. Por el momento, nos bastará con apuntar la falla empírica (más
35
ALEJANDRO TOMASINI BASSOLS
bien previsible) de que nadie ha logrado identificar una sola creencia con un estado
cerebral y que no tenemos ni la menor idea de cómo podría lograrse semejante haza-
ña. Por ejemplo ¿qué estado cerebral podría corresponder a mi creencia de que el sol
está a 8 minutos luz de la Tierra? ¿Cómo podría establecerse una conexión así? En
verdad, el objetivo es no sólo desconcertante, sino fantasioso. No resulta en lo más
mínimo plausible que pueda haber alguna clase de vinculación directa entre creencias
y masa encefálica. Pero además una identificación así tendría consecuencias inacep-
tables. Por ejemplo, no podríamos decir de dos personas cualesquiera --como cierta-
mente podemos hacerlo-- que creen lo mismo, puesto que cada una de ellas tendría
su propio "estado/creencia". Esta propuesta parece, pues, por completo destinada al
fracaso. Pero si esto es así, entonces tampoco podremos decir que el conocimiento es
un estado cerebral (aparte de que, si nos atreviéramos a decir semejante cosa, nadie
nos tomaría en serio).
c) una disposición. Esto es mucho más aceptable teóricamente y mucho más acor-
de con el sentido común, pero tampoco parece ser del todo correcto. En todo caso, la
idea de creencia como disposición a actuar de talo cual modo es útil por cuanto está
ligada a la noción de "saber cómo" (resolver un examen, practicar un deporte, ganar
un concurso, etc.). O sea, hay un uso de 'saber' vinculado a la idea de disposición, de
capacidad, de habilidad, de éxito. Dicha concepción de la creencia, por lo tanto, per-
mite dar cuenta de muchos casos de conocimiento. Por lo tanto, haremos nuestra por
el momento en forma tentativa esta concepción de la creencia, pero admitiendo de
entrada que está expuesta a casos problemas. Por lo pronto, podemos señalar dos cIa-
ses de casos:
1) casos en los que de pronto alguien cree algo, cae en la cuenta de algo, se percata de
algo, etc. Esto también se podría decir del conocimiento. Por ejemplo, decimos
cosas como "de pronto supe que me había traicionado". En casos así hablamos
de creencia y de conocimiento, pero no de disposiciones.
2) Es muy importante tener presente las asimetrías que acarrea consigo la distinción
<yo sé - él sabe>. Las disposiciones, sean 10 que sean, son algo que se manifies-
36
EL CONCEPTO DE CONOCIMIENTO
37
ALEJANDRO TOMASINI BASSOLS
otros. Hay, desde luego, otras aplicaciones de 'creer' y sus derivados, pero con lo
dicho nos basta para dejar en claro en qué dirección nos movemos.
Hay quien ha sostenido que conocer y estar plenamente seguro son lo mjsmo. Hay
algo de verdad en esto, pero una vez más la identificación no es tan fácil de establecer.
Es cierto que todo aquel que conoce o sabe algo está o puede estar seguro de ello, pero
la inversa no vale. O sea, alguien puede estar totalmente seguro de algo y no obstante
equivocarse. Piénsese en gente dogmática, irracional, caprichosa. El estar seguro no
acarrea garantías, en tanto que el conocer o saber sí. Es cierto que si yo le digo a
alguien que "sé" que talo cual cosa sucedió, le estoy asegurando a esa persona que
puede tener confianza en mí, pero ello no se debe a que yo "me sienta" seguro, sino a
que puedo argumentar en favor de lo que afirmo. Mi estado de seguridad no es
contagiable. Lo genero en mi interlocutor o no dependiendo de los argumentos o las
razones que yo avance para justificar mi punto de vista (mi conocimiento). Pero si lo
único que soy capaz de decirle es que yo estoy seguro de algo, será razonable que mi
interlocutor actúe con cautela y, eventualmente, que no me crea. Estar seguro, claro
está, sí es un estado mental particular, por lo que podría quererse argumentar, una vez
más, que después de todo el conocimiento sí está conectado con los estados mentales.
Pero ningún estado mental, por intenso que sea, proporciona la objetividad que el
conocimiento requiere. Inclusive si fuera cierto que siempre que se sabe algo se cae
en el estado mental de estar seguro, de todos modos dicha conexión, por sistemática
que fuera, seguiría siendo meramente contingente. Inclusive si el estar seguro acom-
pañara siempre al conocimiento, de todos modos ello sería algo así como una feliz
casualidad. El estar seguro es como un rasgo derivado, un efecto del conocer o saber
algo, pero no entra en su caracterización.
Alguien que ha defendido una variante de esta posición es el filósofo británico A.
J. Ayer. Éste gustaba de sostener que conocer o saber algo es "tener el derecho de
estar seguro": "Concluyo entonces que las condiciones necesarias y suficientes para
saber que algo es el caso son, primero, que lo que uno dice saber sea verdadero,
segundo, que uno esté seguro de ello y, tercero, que uno tenga el derecho de estar
seguro".5 O sea, Ayer cree encontrar la diferencia entre quien tiene creencias verda-
deras pero no sabe y quien tiene creencias verdaderas y sí sabe en que quien sí sabe
tiene el derecho a estar seguro de lo que dice. Como consecuencia de su estar seguro,
nosotros estaríamos obligados a reconocerle dicho derecho. Ahora bien, si lo que no-
sotros dijimos más arriba tiene visos de verdad, algo tiene que estar mal en la posición
5 AJ. Ayer, The Problem oJ Kllowledge, (Gran Bretaña: Penguin Books, 1972), p. 35.
38
EL CONCEPTO DE CONOCIMIENTO
a) Lo primero que alguien podría intentar decir es simplemente que justificar nuestra
creencia verdadera es simplemente enunciarla, decir que se tiene talo cual creencia
y confirmar que es verdadera. Supongamos que A dice que p y que, efectivamente, p
es verdadera. Más aún: supongamos que sucede así siempre, es decir, que siempre
que A dice que p es el caso, efectivamente p es el caso. Al decir algo A expresa una
creencia, la cual automáticamente sería verdadera. En una situación como esa ¿se
39
ALEJANDRO TOMASINI BASSOLS
tiene el derecho de decir que A sabe algo? Desde luego que no, puesto que si le
preguntamos cómo sabe eso que dice que sabe, A no podría más que repetimos eso
que resulta ser verdadero. Pero obviamente ello no bastaría para poder adscribirle
conocimiento, en ningún sentido serio. La moraleja es la siguiente: inclusive si tuvié-
ramos que admitir que, por alguna extraña razón, la persona en cuestión sistemá-
ticamente acertara en lo que dijera, de todos modos el concepto de conocimiento que
tendríamos que adscribirle no podría ser el fundamental. Se trataría de un caso in-
usual, raro, de una forma de conocer de la que no tenemos idea y que no sabríamos
cómo explicar. En el mejor de los casos, nos estaríamos enfrentando a una forma
derivada de conocimiento. Quizá se la podríamos adscribir a Dios, pero no a las per-
sonas normales. Lo que nosotros diríamos sería algo como "quién sabe cómo le hace,
pero siempre le atina!" Pero justamente esta forma de hablar sirve para contrastar el
conocimiento genuino con algo que sólo se le parece (inclusive si es superior). Por lo
tanto, simplemente decir algo, aunque lo que se dice sea verdadero, aunque
sistemáticamente uno acierte, no es conocer. Sería más bien como adivinar.
40
EL CONCEPTO DE CONOCIMIENTO
para explicarlo: las premisas de las que se habría partido presupondrían otras y las
consecuencias que se pudieran extraer serían cognitivamente más seguras que las
premisas de las cuales se habrían lógicamente derivado. Como puede verse, episte-
mología y lógica no siempre coinciden.
41
ALEJANDRO TOMASINI BASSOLS
7 E. Gettier, "Is Justified True Belief Knowldege ?" en Louis P. Pojman, The Theory o/ KnolVledge. Classical
and Conlemporary Readings (Califoma: Wadsworth Publishing Company, 1993), pp.134-36. Publicado original-
mente en Analysis, Vol. 23, 1963), pp.121-23. Para una crítica de la lógica del argumento de Gettier, véase H. Padilla,
"Condiciones para saber"en Cr[lica (México: Instituto de Investigaciones Filosóficas, 01/1971 ), N° 13, Vol. v.
42
EL CONCEPTO DE CONOCIMIENTO
Juan y Pedro compiten por el mismo trabajo. El jefe de la fábrica le dice a Juan que
Pedro se va a llevar la plaza. Éste tiene además 10 monedas en el bolsillo y Juan lo
sabe, porque las contó. Se sigue que Juan está justificado en pensar que Pedro ganará
la plaza y, por consiguiente, está justificado en pensar que alguien que tiene lO monedas
en el bolsillo es quien ganará. Ocurre, sin embargo, que es Juan quien se lleva la plaza
(1) y asimismo que, sin que él lo sepa, también él tiene 10 monedas en el bolsillo. Por
lo tanto, Juan cree que la persona que tiene 10 monedas en el bolsillo ganará la plaza,
efectivamente esa persona gana la plaza y él estaba justificado en creer que dicha
persona ganaría, puesto que eso estaba implicado por lo que el jefe mismo le había co-
municado. Así, pues, Juan cumple con las condiciones de la definición (creencia ver-
dadera + justificación) y, no obstante, no podemos decir de él que sabe algo.
La verdad es que es difícil entender por qué construcciones como esta, en las que
intervienen de manera decisiva ignorancia, confusiones, malos entendidos, mentiras
y demás han generado tanta polémica, pero en todo caso es nuestro deber analizarla y
diagnosticarla. Por lo pronto, llaman la atención diversos rasgos del ejemplo. Y digo
'ejemplo' porque difícilmente podría esto ser considerado un genuino contra-ejem-
plo. Veamos por qué.
En primer lugar, no es fácil entender cómo o por qué quiere Gettier hacernos creer
que en su ejemplo se cumplen las condiciones de la definición tradicional. De hecho
no se cumple ninguna. En efecto, Juan no cree que p sino, en el mejor de los casos,
algo implicado por p. Estrictamente hablando, por lo tanto, el supuesto contra-ejem-
plo de Gettier se aplica a una extensión de la definición clásica, no a la definición
misma. Se habría aplicado a la definición si Juan creyera que Pedro ganará la plaza,
pero la creencia que se le adscribe a Juan no es esa, sino la de que es el hombre que
tiene 10 monedas en el bolsillo quien ganará la plaza, descripción que Pedro cierta-
mente satisface pero no sólo él, puesto que 'el hombre que tiene 10 monedas en el
bolsillo' no es sinónimo de 'Juan'. Por consiguiente, no se trata de una y la misma
proposición. O sea, el contra-ejemplo vale (si vale) sólo para algo que se infiere de p,
que es lo que realmente Juan cree. En el ejemplo falta mostrar que Juan cree que
solamente Pedro satisface la descripción y ello Gettier no lo muestra. Así como está,
por consiguiente, el ejemplo está trunco.
En segundo lugar, si distinguimos entre enunciados y proposiciones nos percatare-
mos de que tampoco es cierto que Juan crea que p. A Juan se le adscribe la creencia de
algo implicado por la proposición en cuestión, pero no es eso lo que nos interesa.
Decir que Juan cree una proposición implicada por p es simplemente decir que for-
malmente la acepta. Pero no se sigue de ello que Juan haga uso de ella, que de hecho
la emplee o aplique. La proposición p que Juan cree puede implicar q, r, s, etc., pero
no se sigue que Juan crea q, r, s y demás. La teoría clásica es una teoría formal y
Gettier la usa como una teoría de actos de habla o (si se me permite la expresión) de
actos de creencia.
43
ALEJANDRO TOMASINI BASSOLS
44
EL CONCEPTO DE CONOCIMIENTO
esos casos los ejemplos quizá no funcionen, pero que siempre se podrán constnJir
otros que sí funcionen y que pongan en crisis la definición tradicional. Es evidente
que para evadir respuestas como esta no podemos ir refutando ejemplo tras ejemplo,
sino que requerimos de un enfoque y un tratamiento generales. Esto es lo que ofrecere-
mos más abajo. Lo que por el momento podemos decir es que los dos "contra-ejemplos"
proporcionados permiten tener una idea relativamente clara de la tesis general que
Gettier parece defender, a saber, que pueden cumplirse las condiciones del conoci-
miento (creencia verdadera justificada) y, no obstante, no haber conocimiento. Antes
de que nosotros avancemos nuestro diagnóstico del enredo, creo que será conveniente
presentar algunas de las líneas de defensa de la caracterización clásica del conoci-
miento. Nuestro objetivo en este caso es mostrar que son infructuosas. Si lo alcanzamos,
estaremos dejando entrever que es la problemática subyacente misma la que requiere
ser examinada críticamente, puesto que ni la posición examinada ni su crítica habrían
logrado quedar establecidas.
Sin duda, un enfoque apropiado para entender cabalmente la "lógica" del enredo de
Gettier consiste en examinar las respuestas que se han ofrecido en su contra. Hay toda
una variedad de ellas, si bien habría que decir -en detrimento de la gloria de lo
profesionales de la filosofÍa- que si dejamos de lado los tecnicismos no encontramos
en elIas prácticamente nada que no se le habría ocurrido al hablante normal para
defender su concepto de conocimiento, amenazado y aparentemente puesto en crisis
por Gettier. En la medida en que, como intentaré hacer ver, las respuestas a Gettier
son insatisfactorias, caeremos en la cuenta de que no sólo Gettier y sus seguidores,
sino también quienes aceptan su reto y tratan de superarlo están, como ya dije, seria-
mente confundidos. Ambos bandos aceptan, como veremos, las mismas inaceptables
presuposiciones. Por ello, podemos en general dividir a quienes rechazan la validez
de los ejemplos de tipo Gettier en dos grandes grupos:
a) quienes tratan de refutar a Gettier, desarrollando para ello diversas estrategias ar-
gumentativas pero que, no obstante, comparten con él supuestos fundamentales
erróneos, y
b) quienes más bien intentan desmantelar los contra-ejemplos mismos, tratando de
hacer que están montados en presuposiciones inadmisibles y que, por lo tanto,
equivalen a meros espejismos conceptuales. Desde este punto de vista, todo el
debate en sí mismo es absurdo.
45
EL CONCEPTO DE CONOCIMIENTO
argumento formalmente válido y con premisas conocidas (y, por ende, verdaderas)?
Eso es precisamente lo que no podemos determinar a priori. Parecería que algo así
puede lograrse sólo que después, esto es, para confirmar que realmente sabíamos
algo, pero no cuando estamos aventurándonos a decir que sabemos algo y ofreciendo
nuestras razones. Si nuestro problema es con saber o conocer algo, la solución no puede
derivarse de "saber que se sabe" o traspasarse a ese otro plano. Por lo tanto, también esta
respuesta deja intacta la posición de Gettier.
Se ha sugerido que la justificación de la creencia en cuestión tiene que ser de
carácter causal. En mi opinión, esto es una propuesta por completo mal encaminada.
Primero, la noción de causalidad es usada de manera tan vaga que o bien es suma-
mente laxa, de manera que no sirve para nada puesto que todo estaría causal mente
conectado con todo, o bien es sumamente estrecha, con lo cual restringe indebida-
mente nuestro horizonte cognitivo. Y, en segundo lugar, estamos en presencia de una
confusión de génesis con justificación de creencias. Se trata de dos órdenes diferentes
que no tienen por qué coincidir y que a menudo no lo hacen (o que rara vez lo hacen).
Es sumamente sospechoso traer a colación consideraciones de carácter causal cuando
lo que está en juego es la justificación de creencias o de proposiciones. Nadie exami-
na las cadenas causales o las respectivas génesis de sus creencias e inferencias para
determinar si sabe algo o no. Esta forma de salvar la concepción clásica, por consi-
guiente, no parece cumplir con la misión para la cual fue articulada.
Una última forma de defender la "concepción tripartita" desde el punto de vista
de la justificación es aquella según la cual la justificación debe ser tal que no sólo la
creencia en cuestión esté debidamente justificada, sino que las razones que se ofrecen
en su favor también lo estén. El problema con esto salta a la vista y es que de inmediato
caemos en un regreso al infinito: vamos a necesitar justificaciones, justificaciones
para las justificaciones, justificaciones para las justificaciones de las justificaciones y
así ad infinitum. Si esta es la condición para "saber" algo, es claro que no podremos
nunca decir de nadie que sabe nada.
Consideremos ahora rápidamente la clase de respuestas que se ofrecen en contra de
los contra-ejemplos de tipo Gettierdesde la perspectiva del razonamiento o la inferen-
cia. A primera vista, no hay más que dos cosas que se puedan exigir: que las premisas
sean verdaderas y que la inferencia sea válida. Considerémoslas en ese orden.
La primera objeción es que si nuestra creencia se deriva de premisas falsas, enton-
ces no podremos decir que sabemos o conocemos algo y que eso es lo que pasa en los
contra-ejemplos. Aparentemente esta respuesta a Gettier está bien, pero en el fondo
es debatible y suscita dudas de otra naturaleza. La dificultad radica en que a menudo
de hecho operamos con proposiciones infectadas de vaguedad y a las que no podemos
con certeza adscribirles un valor de verdad. En principio, las proposiciones son verda-
deras o falsas, pero en el momento en que razonamos y actuamos su valor de verdad es
47
ALEJANDRO TOMASINI BASSOLS
Por el momento nos ocuparemos exclusivamente de los filósofos del grupo (a).
Es relativamente obvio que la potencial refutación de Gettier tiene que consistir en
hacer ver que, de alguna manera, los contra-ejemplos no funcionan, esto es, que las
condiciones para el conocimiento realmente no se cumplen o que lo que se requiere es
un ajuste mínimo, alguna condición suplementaria (se supone que no particularmente
problemática) que permita seguir manteniendo la concepción clásica a pesar de ellos.
Preguntémonos entonces: ¿qué podría decirse para bloquear los contra-ejemplos de
tipo Gettier?
Para empezar, habría que decir que el examen de la estructura de los contra-ejem-
plos, la cual es relativamente clara, revela graves vicios argumentativos. En general,
casi nunca nos las habemos con una creencia, por así llamarla, simple. Casi siempre
hay una inferencia de por medio o bien es la justificación lo que se vuelve dudoso; y
desde luego que no es la verdad lo que está en juego. ASÍ, pues, con lo que nos
topamos es, básicamente, con una creencia verdadera, en general inferida y justificada
por medio de razones que resultan ser cuestionables. Son, pues, los aspectos inferencial
y de justificación de las creencias lo que aquí está en entredicho.
Consideremos primero la cuestión de las evidencias que se pueden ofrecer en favor
de la creencia verdadera inferida. Pueden hacerse diversas sugerencias al respecto.
Por ejemplo, podría defenderse la idea de que para que podamos hablar de conoci-
miento basta con que las evidencias de las que se dispone sean inductivamente fuertes.
El problema con esta idea es que es más que implausible: es irreal. De hecho, nadie se
dedica a hacer inferencias, a contrastar y sopesar evidencias, a aplicar el cálculo de pro-
babilidades, etc., para luego aventurar la hipótesis de que quizá "sabe" algo. Tal vez
en algunos dominios de la investigación científica una descripción así dé cuenta efec-
tivamente del modo como se procede, pero ciertamente no es éste el caso del usuario
del lenguaje natural. Cuando yo digo que sé que mi nombre es 'Alejandro Tomasini
Bassols', mi conocimiento no se deriva de ningún conjunto de inducciones realizadas
sobre, e.g., documentos en los que aparece mi nombre completo. Mi conocimiento no
es una "conclusión" a la que haya fmalmente llegado, sino que más bien lo adquirí de
otra manera, puesto que me sirve como punto de partida para muchas otras inferencias.
Esta propuesta, por lo tanto, es inservible para responder al reto de Gettier, puesto que
yo puedo creer que sé cuando lo que está en juego es una creencia adquirida de mane-
ra no inductiva. El conocimiento no tiene una base puramente inductiva.
Una variante de la propuesta anterior sería la de exigir que las evidencias en las que
se fundara nuestra creencia fueran no meramente inductivas, sino formalmente irre-
futables. Así, mi creencia sería la conclusión de un argumento correcto. El problema
con esto es que se trata de una obvia petición de principio: lo que queremos es poder
determinar cuándo nuestra justificación es lo suficientemente sólida como para ase-
gurarnos que sabemos algo. ¿Cuándo tenemos razones que nos permitan construir un
46
ALEJANDRO TOMASINI BASSOLS
el de "más o menos verdadero" o "más o menos falso". Nadie, por ejemplo, da la hora
exacta, si es que tal cosa existe, o la ubicación precisa de donde se encuentra; si
nuestro razonamiento versa sobre los estados anímicos de alguien (estar triste, depri-
mido, alegre, etc.), estaremos moviéndonos en lo que podríamos ver como una franja
graduada; si hablamos de colores, sabores, olores, sonidos y, en general, de sensaciones,
hablamos de cosas que no tienen una determinación matemática, etc., por lo que nues-
tras proposiciones al respecto no pueden ser simpliciter "verdaderas o falsas". Así, si
la propuesta es que dispongamos con toda seguridad de proposiciones verdaderas, la
respuesta es que como modelo o paradigma es aceptable sólo que, para dar cuenta de
cómo operamos los hablantes normales, no sirve. O sea, la condición que se impone
para salirle al paso a Gettier es tan fuerte que resulta contraproducente: tendríamos
que dejar por completo de hablar de verdad y falsedad y, por ende, de conocimiento.
Por otra parte, la exigencia mencionada también nos hace caer en un regreso al infinito:
es porque se sabe que una proposición es verdadera que se le puede considerar como
premisa para el razonamiento. Pero si necesitamos saber que nuestras premisas son
verdaderas para poder saber que nuestra conclusión lo es, estaremos traspasando el
problema a una fase anterior y este proceso no tiene fin. Una vez más, en los esfuerzos
por contrarrestar los contra-ejemplos de tipo Gettier se pasa el problema del plano del
saber o conocer al de saber que se sabe o saber que se conoce y esto no parece repre-
sentar ningún avance real.
En lo que al razonamiento atañe, podría sostenerse que la creencia inferida tiene
que serlo por medio de razonamientos lógicamente correctos. Una vez más, esto suena
bien, sólo que oculta una cierta asimetría. Adelantando resultados sobre los que abunda-
remos más abajo, podemos señalar que es dependiendo de si hablamos en presente o
en pasado que la propuesta será adecuada o inadecuada. Si sencillamente confirma-
mos que alguien sabía que p, entonces p debe ser la conclusión de un razonamiento
válido, en tanto que si simplemente afirmamos que sabemos que p y ello todavía no se
confirma, entonces p no está implicada por nuestra justificación. Y aquÍ está la clave
para entender lo absurdo de la problemática: el error de Gettier y de quienes debaten
con él consiste en pretender imponer un concepto de justificación que vale en cierto con-
texto lingüístico y no en otro. Tanto Gettier como sus opositores aceptan una noción
impropia de justificación: el primero señala que no hay tal justificación y los segundos
sostienen que si se cumplen tales o cuales condiciones, entonces sí tendríamos la jus-
tificación anhelada. Ambos están mal. Espero que el punto se aclare en la siguiente sección.
Como puede apreciarse, los intentos más conocidos por dar cuenta de los contra-ejem-
plos para de este modo salvaguardar la concepción clásica o tripartita del conocimiento
son un auténtico fracaso. Es muy importante, sin embargo, entender por qué: lo que su-
cede es que están implícitas las mismas presuposiciones erróneas que en los contra-ejem-
plos: una concepción puramente formal del conocimiento, una idea semi-absurda de
48
EL CONCEPTO DE CONOCIMIENTO
En una de las primeras secciones de Sobre la Certeza, que es como sabemos el libro
en el que Wittgenstein efectúa análisis gramaticales de las nociones epistemológicas
fundamentales ("creer", "dudar", "certeza", "razones", "conocimiento", etc.), se nos
hace el siguiente recordatorio, aparentemente inocuo o trivial pero, en mi opinión,
crucialmente relevante: "Siempre se le olvida a uno la expresión 'creí que sabía"'.8
Me propongo tomar este señalamiento, cuya corrección no ha sido nunca cuestionada
por nadie (ni podría serlo), como base para la resolución de los enigmas que se derivan
del enredo generado por los contra-ejemplos de tipo Gettier a la caracterización clá-
sica del conocimiento. Es intuitivamente obvio que algo nos debe estar indicando una
expresión así. Lo que indica es, básicamente, que hay un uso de los verbos 'saber' y
'conocer' que de alguna manera permiten o están asociados con el error. Indican que
alguien podría estar plenamente justificado en afirmar algo y por lo tanto en usar el
verbo 'saber' y, no obstante, estar equivocado. De hecho, hasta podría decirse que
en el fondo eso es todo lo que Gettier muestra, sólo que su presentación es equívoca y
las implicaciones que él extrae o por lo menos insinúa son falsas o inclusive absurdas
(e.g., no hay conocimiento). En realidad, con el reconocimiento de la legitimidad de la
expresión mencionada tenemos ya un indicio de en qué consiste la confusión de Gettier:
éste reconoce implícitamente diversos usos de los conceptos de saber y de justificación,
usa uno de ellos en sus ejemplos y luego aplica el otro, es decir, exige que valgan las
mismas condiciones de aplicación para el otro. Lo menos que era de esperarse de un
truco así es que generara serios enredos conceptuales. Intentemos exhibir la confusión
en cuestión.
Examinaremos, para empezar, los usos del verbo 'saber'. Como bien sabemos ya,9
en general los verbos psicológicos están regidos por una crucial asimetría (en general
ignorada por los filósofos que se ocupan del problema mente/cuerpo), a saber, la
asimetría entre la primera y la tercera personas. Dicha asimetría los distingue de otros
49
ALEJANDRO TOMASINI BASSOLS
Estos rasgos de "saber" en presente explican la utilidad de 'creí que sabía'. Por
ello, en el fondo decirle a alguien que aseguraba saber que p 'Tú no sabías que p' es
en realidad hacerle un reproche, porque la confianza que en el hablante se depositó al
asegurar él que sabía fue defraudada. Por eso, si por alguna razón p resultara ser falsa,
lo que el hablante comprometido con p tendría que hacer sería ofrecer disculpas.
Todo esto es lo que pone de manifiesto el enfoque praxiológico de "saber" al permi-
timos detectar la asimetría temporal mencionada más arriba.
Algo similar ocurre con la noción de justificación, la cual (huelga decirlo) está
íntimamente ligada a la de saber, es decir, opera en conjunción con ella. Pero lo im-
portante es notar que una cosa es usar la justificación para explicar el éxito ya alcan-
zado y fundado en la aceptación de una proposición p y otra cosa es afirmar que se
sabe que p con base en tal o cual justificación, para posteriormente determinar si
efectivamente se sabe o no. En el primer caso, la justificación implica certeza, y por
ende conocimiento; en el segundo no. Por ejemplo, si Juanito estudió durante una
50
EL CONCEPTO DE CONOCIMIENTO
VID) Conclusiones
51
ALEJANDRO TOMASINI BASSOLS
52
Educar, 14-15 (1988-89) 81-92
EL CONOCIMIENTO PEDAGOGICO:
CORRIENTES Y PARÁMETROS
RESUMEN
ABSTRACT
This study developes the problem of the knowledge of education in order to justify
it. Knowledge of education has been not underestood in the same way ever. There
are patterns of thinking which focusse they way of understanding the knowledge
of education.
The problem in knowledge of education is not the diversity of paradigms, but
the possibility of settle homogeneous pararneters in order to make knowledge of educa-
tion.
In this work, a model of understanding of education as a object of knowledge
is proposed. The credibility and the meaningfuli of the knowledge of education in
each stream which has been got from the model, are de subject matter in the last
part of this study.
I. DIVERSIDAD DE PARADIGMAS Y HOMOGENEIDAD DE
CRITERIOS
b) Como se conoce ese campo, o dicho de otro modo, qué garantías de cre-
dibilidad tiene el conocimiento que podamos obtener acerca del campo
de la educacion.
T
E Tecnologias subalternadas que Tecnologias especificas de la
C alcanzan objetivos extrinsecos educacibn: prescribe reglas de
N prescribiendo reglas de inter- intervención para alcanzar ob-
O vención validadas con las vin- jetivos intrinsecos con vincula-
L culaciones establecidas en las ciones validadas en las teorias
0 teorias interpretativas: sustantivas.
G -aplicaciones tecnicas
I -teorias practicas
A
+
1 Intervención v
P
R
A
C
1 Intervención 1 pedagógica I
T
I
C
A
T e o r í a de la v a l o r a c i ó n
11
epítetos emocionales o meras in teleccion es, hasta Cuando se considera el problema de la valora
la creencia, en el otro extremo, de que ciertos valo ción en este contexto, inm ediatam ente salta a la
res racionales a piiori, necesarios y normalizados, i vista, que las ciencias de la astronomía, la física, la
son los principios de los que depende la validez del química, etc., 110 contienen expresiones que ni con
arte, de la ciencia y de la moral. Y entre esas dos el mayor esfuerzo de imaginación se puedan consi
concepciones hay una serie de tesis intermedias. El derar equivalentes a hechos o concepciones de va
mismo repaso desvelará también que la discusión lor [ value-facts or conceptions] . Por otro lado, toda
en torno a los «valores» se ve profundam ente afec conducta humana deliberada y planificada, perso
tada por teorías epistemológicas del idealismo y el nal o colectiva, parece estar influida, si no gober
realismo y por teorías metafísicas acerca de lo «sub nada, por estimaciones del valor o mérito de los fi
jetivo» y lo «objetivo». nes que se trata de alcanzar. El buen sentido en
Dada una situación de esta índole, no es fácil en asuntos prácticos se suele identificar con un sentido
contrar un punto de partida que no esté compro de los valores relativos. Aparentem ente, este con
metido de antemano. Pues lo que a primera vista pa traste entre la ciencia natural y los asuntos huma
rece ser un punto de partida adecuado puede ser ; nos conduce a una bifurcación, que llega a ser una
simplemente la conclusión de una teoría epistemo escisión radical. No parece que haya un terreno co
lógica o metafísica previa. Tal vez lo más seguro sea mún entre las concepciones y los métodos que se
empezar preguntando por qué el problema de la dan por descontados en todas las cuestiones físicas
teoría de la valoración ha llegado a tomar tales pro y aquellos que parecen ser los más importantes en
porciones en debates recientes. ¿Ha habido factores cuanto a las actividades humanas. Dado que las pro
en la historia intelectual que hayan producido cam posiciones de las ciencias naturales se refieren a
bios tan marcados en las actitudes y concepciones cuestiones de hecho y a las relaciones que existen
científicas com o para poner de relieve el problema? entre ellas, y dado que tales proposiciones constitu
12 13
yen la materia a la que se reconoce una gran rele lores se entendía com o algo incorporado integral
vancia científica, surge inevitablemente la pregunta mente en la propia estructura del m undo. Pero
de si son posibles proposiciones científicas acerca cuando las consideraciones teleológicas se fueron
de la dirección de la conducta humana, acerca de eliminando en una ciencia natural tras otra, y final
cualesquiera situaciones en las que entre la idea del mente en las ciencias de la fisiología y la biología,
debería-, y, en caso afirmativo, de qué género son y surgió el problema del valor com o problema sepa
en qué fundamentos se sostienen.
rado.
La eliminación de las concepciones de valor de Si se pregunta por qué, al ser excluidas de la na
la ciencia de los fenóm enos no humanos es, desde turaleza las concepciones de fines y la pugna por al
un punto de vista histórico, relativamente reciente. canzarlos, no desapareció del todo la concepción
Durante siglos, digamos que hasta los siglos XVI y de los valores -co m o desapareció, por ejemplo, la
XVII, se supuso que la naturaleza es lo que es debido del flogisto-, la respuesta viene indicada por lo di
a la presencia en ella de fines, que en su propia con cho sobre el lugar de las concepciones y estimacio
dición de fines representaban el Ser com pleto o nes de valor en los asuntos netamente humanos. El
perfecto. Se creía que todos los cam bios naturales comportamiento hum ano parece estar influido, si es
pugnaban por actualizar esos fines, como metas ha que no regido, por consideraciones com o las que se
cia las que los impelía su propia naturaleza. La filo expresan en las palabras «bueno-malo», «correcto-
sofía clásica identificaba el ens, el verum y el bonum, y incorrecto», «admirable-detestable», etc. Toda con
la identificación se entendía com o expresión de la ducta que no se limite a ser ciegamente impulsiva o
constitución de la naturaleza en cuanto objeto de mecánicamente rutinaria parece implicar valoracio
la ciencia natural. En ese contexto no había necesi nes. El problema de la valoración está, pues, estre
dad ni lugar para ningún problem a de valoración y chamente asociado al problema de la estructura de
valores separado, porque lo que ahora se llaman va las ciencias de las actividades humanas y de las rela
14 15
ciones humanas. Cuando se sitúa en ese contexto, y por ende requiere el com plem ento de un tipo
empieza a hacerse patente que el problem a de la va «superior» de materia y conocim iento, en el que las
loración es un problem a importante. Tam bién las categorías de valor están por encima de las de exis
teorías acerca de la valoración, diversas y enfrenta tencia fáctica.
das, adquieren importancia. Pues quienes sostienen Las posiciones que acabamos de enumerar son
que el campo de las proposiciones científicamente típicas pero no exhaustivas. Si las enumeramos no
justificadas se agota en el campo de las proposicio es tanto para indicar el tema del debate cuanto para
nes de la física y la química se verán inducidos a sos ayudar a delimitar el problem a central sobre el que
tener que no hay proposiciones o juicios de valor giran las discusiones, en m uchos casos con apa
genuinos, proposiciones que enuncien (afirmen o rente inconsciencia de su origen, a saber, el pro
nieguen) algo acerca de valores y puedan ser res blema de la posibilidad de que existan proposicio
paldadas y verificadas por evidencias experim enta nes genuinas sobre la dirección de los asuntos
les. Otros, que aceptan la distinción entre el campo humanos. Si fuera posible, probablem ente sería de
impersonal y el cam po personal o hum ano com o seable discutir este problema con un mínimo de re
dos campos de existencia separados, el físico y el ferencia explícita a expresiones de valor. Pues la
mental o psíquico, sostendrán que la elim inación discusión de éstas se ha visto muy afectada por la
de las categorías de valor [value-categories] del ambigüedad procedente de fuentes epistemológi
campo físico deja claro que se ubican en el campo cas y psicológicas externas. Ya que este m odo de
mental. Una tercera escuela em plea el hecho de abordar la cuestión no es posible en las presentes
que en las ciencias físicas no se encuentren expre circunstancias, esta sección introductoria concluirá
siones de valor [value-expressions] com o prueba de con algunas observaciones sobre ciertas expresio
que la materia de las ciencias físicas es sólo parcial nes lingüísticas que pretenden designar hechos de
(a veces se la califica de meramente «fenoménica»), valor [value-facts\ propiamente tales.
16 17
1. La expresión «valor» [valué] se em plea en in contenido cualitativo de un proceso de aprehensión.
glés como verbo y sustantivo, y existe una contro [...] Es un contenido cualitativo dado, presente a la
versia de base sobre cuál de esos sentidos sea el pri atención o a la intuición». En este enunciado pa
mario. Si hay cosas que son valores o que poseen la rece que «valor» se entiende prim ordialm ente
propiedad del valor con indepen dencia de cual como sustantivo, o al menos com o adjetivo, que de
quier actividad, entonces el verbo «valorar» es deri signa un objeto o su cualidad intrínseca. Pero
vado; pues en ese caso un acto de aprehensión se cuando el mismo autor pasa a hablar del proceso de
llama valoración simplemente en razón del objeto intuir y aprehender, dice: «Lo que parece distinguir
que aprehende. Pero si lo primario es el sentido ac el acto de valorar del mero acto de intuir es que el
tivo designado por el verbo, entonces el sustantivo primero se caracteriza, en grado notable, por el
«valor» designa algo que se puede calificar de valio sentimiento. [...] Discrimina conscientemente un
sa. algo que es objeto de cierta clase de actividad. contenido específico. Pero el acto de valorar es tam
Por ejemplo, cosas que existen con independencia bién emocional; es la expresión consciente de un
de ser valoradas, com o los diamantes o las minas y interés, de una actitud afectivo-motora». Este pasaje
los bosques, son valiosas cuando son objeto de cier da la impresión contraria al anteriormente citado.
tas actividades humanas. Hay m uchos sustantivos Tampoco se aclara la cuestión cuando se añade que
que designan cosas no en su existencia primaria «la cualidad o contenido de valor [value-quality or
sino como material u objetivo de actividades (como contení] de la experiencia se ha distinguido del acto
cuando algo se califica de m eta). La pregunta de si de valorar [value-act] o actitud psicológica de la que
es así en el caso de una cosa (o de la propiedad) ese contenido es el objeto inmediato», posición que
llamada valor es una de las cuestiones implicadas en parece un intento de resolver el problem a cabal
la controversia. Tom em os, por ejem plo, las citas gando sobre dos caballos que van en direcciones
siguientes. Se dice que el valor «se define com o el contrarias.
18 19
Además, cuando se ciñe la atención al uso del prevalece un aspecto intelectual del mismo tipo ge
verbo «valorar», descubrimos que el habla común nérico que la que se encuentra en la estimación [estí
presenta un uso doble. Pues una ojeada al dicciona mate] como cosa distinta de la palabra emotivo-per-
rio pondrá de manifiesto que en el habla ordinaria sonal «estima» [esteem]. El hecho de que el mismo
las palabras «valorar» [ valuing] y «valoración» [va- verbo se em plee en ambos sentidos evoca el pro
luation] se utilizan verbalmente para designar tanto blema sobre el que las escuelas están divididas en el
el apreciar [prizing], en el sentido de tener por pre momento presente. ¿Cuál de las dos referencias es
cioso o querer (y otras varias actividades casi equi básica en sus implicaciones? ¿Se trata de dos activi
valentes, com o honrar, tener en alta estima), como dades independientes o complementarias? En rela
el evaluar [ appraising], en el sentido de fijar el valor ción con la historia etim ológica, es sugerente (aun
de algo, asignarle un valor. Esta es una actividad de que, por supuesto, en m odo alguno concluyente)
calificación, un acto que im plica com paración, que las expresiones praise [alabanza], prize [premio]
como se explícita, por ejem plo, en el poner precio y pnce [precio] sean todas derivadas de la misma pa
a bienes y servicios en términos m onetarios. El do labra latina; que appreciate [apreciar] y appraise [eva
ble sentido es significativo porque lleva implícita luar] se em plearan antaño indistintamente, y que
una de las cuestiones básicas en relación con la va dear [caro, querido] se siga em pleando com o equi
loración. Pues en el apreciar el acento recae sobre valente tanto de «precioso» com o de «costoso» en
algo que encierra una referencia personal concreta, precio m onetario. Mientras que la doble significa
que, com o todas las actividades de referencia neta ción de la palabra tal y com o se em plea en el habla
mente personal, posee una cualidad aspectual que ordinaria plantea un problem a, la cuestión del uso
llamamos em ocional. La valoración en el sentido de lingüístico aún se hace mayor -p o r no decir aún se
evaluación, en cam bio, se refiere prim ordialm ente a confunde m ás- por el h echo de que las teorías ac
una propiedad relacional de los objetos en la que tuales a m enudo identifiquen el verbo «valorar» \to
20 21
I
value\ con «disfrutar» [to enjoy], en el sentido de re la discusión tiende a confundir. Lo m áxim o que
cibir placer o gratificación de algo, encontrarlo puede hacer la referencia a expresiones lingüísticas
agradable; y también con «disfrutar» en el sentido en un primer m omento es destacar ciertos proble
activo de suscribir una actividad y su resultado. mas. Esos problemas pueden servir para delimitar
2. Si tomamos ciertas palabras comúnm ente con el tema que se discute. En lo que atañe, pues, a la
sideradas como expresiones de valor, no vemos que terminología de la discusión presente, se empleará
en las discusiones teóricas haya acuerdo sobre el es la palabra «valoración» [valuation], tanto en el sen
tatus que les corresponde. Hay, por ejemplo, quie tido verbal com o en el de sustantivo, como la más
nes sostienen que «bueno» significa bueno para, útil, neutra en sus im plicaciones teóricas, aplazando
ventajoso, servicial, mientras que «malo» significaría para un tratamiento posterior la determinación de
dañino, peijudicial: tal concepción contiene implí sus nexos con apreciar, evaluar, disfrutar, etc.
citamente toda una teoría de la valoración. Otros
sostienen que existe una diferencia marcada entre
«bueno» en el sentido de «bueno para» y aquello
que es «bueno en sí». Hay también, como acabamos
de señalar, quienes apuntan que «placentero» y
«gratificante» son expresiones de valor de primer
rango, mientras que otros no les darían la conside
ración de expresiones de valor primarias. También
se discute sobre el estatus respectivo de «bueno»
[goo({] y «correcto» [right] com o términos de valor.
La conclusión es que el uso verbal no resulta de
gran ayuda. Es más, cuando se em plea para orientar
22 23
II L a e x p r e s i ó n d e v a l o r
como interjección
25
Las siguientes citas1 representan esta posición: acljetivo a los sentimientos parece implicar algún
«Si yo le digo a alguien: “Hiciste mal en robar ese fundamento objetivo para diferenciarlos e identifi
dinero”, no estoy aseverando más que si me limitara car los pertenecientes a cierta clase, conclusión in
a decir: “Robaste ese dinero”. [...] Es com o si di congruente con la posición adoptada. Pero, dejan
jera: “Robaste ese dinero” en un tono particular de do a un lado ese hecho, pasemos a otra ilustración
horror, o com o si lo escribiera adicionando signos más: «Al decir: “La tolerancia es una virtud”, yo no
especiales de exclamación. El tono [...] sirve única estaría haciendo una aseveración acerca de mis sen
mente para señalar que la expresión va acom pa timientos ni de ninguna otra cosa. Simplemente es
ñada de ciertos sentim ientos en quien habla». O taría evidenciando mis sentimientos, que no es lo
bien: «Los términos éticos no sirven sólo para ex mismo que decir que los tengo». Por consiguiente,
presar sentimientos. Tam bién se pretende que sus «es imposible disputar sobre cuestiones de valor»,
citen un sentim iento, y con ello que estimulen a porque oraciones que no dicen o aseveran nada no
una acción. [...] Así, la oración “Es vuestro deber pueden, afortiori, ser incompatibles entre sí. Los ca
decir la verdad” se puede entender com o expresión sos de aparente disputa, o de aseveraciones opues
de cierto tipo de sentimiento ético acerca de la ve tas, si es que significan algo, son reducibles a dife
racidad, y com o expresión del mandato “Decid la rencias en lo que concierne a los datos del caso,
verdad”. [...] En la oración: “Es bueno decir la ver como se podría disputar si un hombre ejecutó la
dad”, el mandato ha quedado en poco más que una particular acción denom inada robar o mentir.
sugerencia». No consta en qué se basa el autor para Nuestra esperanza o expectativa es que, si «pode
calificar de «éticos» los términos y los «sentimien mos hacer que un oponen te concuerde con no
tos» de los que habla. En cualquier caso, aplicar ese sotros en cuanto a los datos em píricos del caso,
adoptará hacia ellos la misma actitud moral que
' Citas de A. J. Ayer, Language, Truth and. Logic. (N. del E.) adoptamos nosotros», aunque una vez más no re
26 27
sulta evidente el porqué de que a esa actitud se la miento en esas otras personas. Un niño llora. La
llame «moral» y no «mágica», «beligerante» o cual madre entiende el llanto corno un signo de que el
quier otro de los miles de adjetivos que se podrían niño tiene hambre o de que un alfiler le está lasti
elegir al azar. mando, y en consecuencia actúa para cambiar el es
El examen procederá, com o antes se ha apun tado orgánico cuya existencia se infiere del llanto
tado, analizando los hechos a los que se apela y no utilizado como signo evidencial.
discutiendo los méritos de la teoría en abstracto. Más adelante el niño, al madurar, toma concien
Empecemos por fenóm enos de los cuales se reco cia de la conexión que existe entre cierto lloro, la
noce que no dicen nada, com o los primeros berri actividad inducida y las consecuencias que se pro
dos de un recién nacido, sus primeras sonrisas, o ducen en respuesta a la misma. El lloro (gesto, pos
sus tempranos murmullos, gorjeos y gritos. Cuando tura) se hace ahora para inducir la actividad y para
se dice que «expresan sentimientos», hay una ambi experimentar las consecuencias de esa actividad.
güedad peligrosa en las palabras «sentimientos» y Así como en lo que se refiere a la respuesta original
«expresar». Lo que está claro en el caso de las lágri hay una diferencia entre la actividad que m era
mas o las sonrisas debería estar claro en el caso de mente es causada por el lloro com o estím ulo (el
los sonidos emitidos involuntariamente. En sí mis lloro de un niño puede despertar del sueño a su
mos no son expresivos. Son com ponentes de un es madre antes incluso de que ésta sea consciente del
tado orgánico más amplio. Son hechos de compor propio lloro) y una actividad suscitada por el lloro
tamiento orgánico, y no son, en ningún sentido, interpretado com o signo o evidencia de algo, así hay
expresiones de valor. Pero pueden ser tomados por una diferencia entre el lloro original —que ha
otras personas com o signos de un estado orgánico, y blando con propiedad se podría calificar de pura
tomados así, com o signos, o tratados com o síntomas, mente in telectiv o - y el lloro proferido a propósito,
inducen ciertas form as reactivas de com porta esto es, con la intención de suscitar una respuesta
28 29
que tendrá ciertas consecuencias. El medio en el que troduce a título enteram ente gratuito. Los fenóme
este segundo lloro se inscribe es el m edio del len nos en cuestión son sucesos en el curso de la vida
guaje; es un signo lingüístico que no sólo dice algo, de un ser orgánico, no diferentes de ingerir ali
sino que pretende decir, comunicar, contar. mento o ganar peso. Pero así com o una ganancia
¿Quées aquello que entonces se cuenta o enun de peso se puede tomar com o signo o evidencia de
cia? En relación con esta pregunta es necesario fi una alimentación adecuada, así el lloro se puede to
jarse en una fatídica am bigüedad de la palabra mar como signo o evidencia de algún especial acae
«sentimientos». Pues quizá se nos diga que en el cimiento dentro de la vida orgánica.
mejor de los casos todo lo que se com unica es la La expresión «evidenciar un sentimiento», inde
existencia de ciertos sentimientos, tal vez ju n to con pendientemente de que «evidenciar» se considere
un deseo de obtener otros sentimientos com o con o no sinónimo de «expresar», no tiene, pues, nin
secuencia de la actividad suscitada en otra persona. guna importancia en la descripción de lo que acon
Pero semejante tesis: a) contradice los hechos evi tece. La actividad original -gritar, sonreír, llorar,
dentes con los que com enzó la exposición, y b) in berrear- es parte, com o hemos visto, de un estado
troduce una materia totalmente superflua, aparte orgánico más amplio, por lo que dicha expresión
de em píricam ente imposible de verificar, a) Pues no es aplicable. Cuando el lloro o la actitud corpo
aquello de lo que partimos no era un sentimiento, ral son intencionados, no es un sentimiento lo que
sino un estado orgánico del cual un lloro, o unas lá se evidencia o expresa. Se adopta un com porta
grimas, o una sonrisa, o un rubor, es parte constitu miento lingüístico manifiesto con el fin de obtener
tiva. b) Por lo tanto, el término «sentimientos», o un cambio en las condiciones orgánicas, un cambio
bien es un término estrictamente comportamental, que deberá producirse como resultado del compor
que designa el estado orgánico total del cual es tamiento adoptado p or otra persona. Pongamos
parte el lloro o el gesto, o es un término que se in otro ejem plo sencillo: chasquear los labios es o
30 31
puede ser parte de la acción comportamental origi realmente existen tales estados interiores. Pues, si
nal llamada ingerir alimento. En un determinado los hubiera, serían por descripción totalmente pri
grupo social, el ruido producido al chasquear los la vados, sólo accesibles a la inspección privada. Por
bios se considera señal de zafiedad o de «mala edu consiguiente, si hubiera una teoría introspeccio-
cación». De ahí que cuando aumenta la capacidad nista legítima de los estados de conciencia o los sen
de control muscular en los niños se les enseñe a re timientos com o puram ente m entales, no habría
frenar esa actividad. En otro grupo social, chas ninguna justificación para consultar esa teoría con
quear los labios y el ruido acom pañante se toman el fin de explicar los hechos examinados. La refe
como señal de que un invitado valora debidamente rencia a «sentimientos» es superflua y gratuita, ade
lo que le ofrece su anfitrión. Ambos casos son com más, porque la parte importante de la explicación
pletamente descriptibles en términos de m odos de dada es el em pleo de «expresiones de valor» para
comportamiento observables y sus respectivas con influir en la conducta de otros suscitando en ellos
secuencias observables. ciertas respuestas. Desde el punto de vista de un in
El gran problema a este respecto es por qué se forme empírico carece de sentido, ya que la inter
introduce la palabra «sentimientos» en la explica pretación se dice en términos de algo que no está
ción teórica, siendo com o es innecesario para infor abierto a la inspección y la verificación públicas. Si
mar de lo que realm ente acontece. Sólo hay una existen «sentimientos» de esa clase, no puede haber
respuesta razonable. La palabra se importa de una la menor certeza de que una determinada palabra
pretendida teoría psicológica que se formula en tér empleada p or dos personas distintas se refiera si
minos mentalistas, o en términos de pretendidos es quiera a la misma cosa, ya que esa cosa no está
tados de una conciencia interior o algo por el estilo. abierta a la común observación y descripción.
Ahora bien, a propósito de sucesos que tenemos de Restringiendo, pues, toda consideración ulte
lante es im pertinente e innecesario preguntar si rior a la parte de la explicación que tiene un signifi
32 33
cado empírico, a saber, la existencia de actividades de valor tienen que ver con - o están involucradas
orgánicas que suscitan ciertas respuestas en otros y en- las relaciones comportamentales de las perso
que pueden ser utilizadas con el fin de suscitarlas, nas entre sí. 2) Tomados com o signos (y a forliori
estarían justificadas las siguientes aseveraciones: 1) cuando se em plean com o signos), los gestos, las
Los fenómenos en cuestión son fenóm enos sociales, posturas y las palabras son símbolos lingüísticos. Di
donde «social» significa simplemente que hay una cen algo y tienen naturaleza de proposiciones. T o
forma de comportamiento que se caracteriza por la memos, por ejemplo, el caso de una persona que
interacción, o la transacción, entre dos o más per adopta la postura propia de un enferm o y emite so
sonas. Tal actividad interpersonal existe siempre nidos com o los que norm alm ente haría un en
que una persona -p o r ejemplo, una madre o una fermo. Será entonces un objeto de indagación legí
cuidadora- trata un sonido hecho por otra persona timo el saber si esa persona está verdaderamente
en el curso de un com portam iento orgánico más enferma e incapacitada para trabajar o si está fin
extenso como signo, y responde a él sobre esa condi giéndose enferma. Las conclusiones que se extrai
ción en lugar de reaccionar a él en su existencia pri gan de las indagaciones emprendidas ciertamente
maria. La actividad interpersonal es todavía más evi «suscitarán» en otras personas comportamientos de
dente cuando la m uestra de com portam iento respuesta muy dispares. La investigación se efectúa
personal orgánico en cuestión se produce con el fin para determinar cuál es la realidad de cosas que son
de suscitar cierta clase de respuesta en otras perso empíricamente observables; no trata de «sentimien
nas. Si seguimos, pues, al autor en situar las expre tos» internos. Los médicos han establecido pruebas
siones de valor donde él las sitúa, nos vemos lleva experimentales que poseen un alto grado de fiabili
dos, una vez efectuada la necesaria eliminación de dad. T od o padre o m aestro aprende a estar en
la ambigüedad de «expresión» y la inaplicabilidad guardia ante la posibilidad de que un niño adopte
del «sentimiento», a concluir que las expresiones ciertas «expresiones» faciales y actitudes corporales
34 35
con el fin de ocasionar que se produzcan inferen de sucesos observables, proposiciones susceptibles
cias que originen un trato de favor por parte del de prueba y verificación o refutación em pírica.
adulto. En esos casos (que fácilm ente se podrían Pero hasta aquí la hipótesis sigue siendo una hipó
hacer extensivos a asuntos más com plejos), las pro tesis. Plantea la cuestión de si las declaraciones que
posiciones en las que se concreta la inferencia proba se producen con miras a influir en la actividad de
blemente serán erróneas cuando sólo se observe un otros, induciendo ciertos m odos de actividad que
segmento corto del com portam iento, y probable tendrían ciertas consecuencias, son fenómenos clasi-
mente estarán justificadas cuando se apoyen en un ficables bajo el epígrafe de valoración.
segmento prolongado, o en un muestrario de datos Tómese, por ejem plo, el caso de una persona
cuidadosam ente exam inados, caracteres que las que grita «¡Fuego!» o «¡Socorro!». No cabe nin
proposiciones en cuestión poseen en com ún con guna duda de la intención de influir en la conducta
todas las proposiciones físicas genuinas. 3) Hasta de otros para que se produzcan ciertas consecuen
aquí no se ha planteado la cuestión de si las propo cias susceptibles de observación y enunciación en
siciones que surgen en el curso de situaciones proposiciones. Esas expresiones, tomadas en su
comportamentales interpersonales tienen o no la contexto observable, dicen algo de carácter com
naturaleza de proposiciones de valoración [valua- plejo. C uando se lo analiza, lo dicho es: i) que
tion-propositions]. Las conclusiones alcanzadas son existe una situación que tendrá consecuencias per
hipotéticas. Si las proposiciones implicadas son ex niciosas; ii) que la persona que profiere las expre
presiones de valoración [valuation-expressions], como siones no puede dom inar la situación; y iii) que se
esta particular escuela considera que son, entonces se prevé que la situación mejorará si se obtiene el au
sigue que: i) los fenóm enos de valoración son fenó xilio de otros. Las tres cuestiones son susceptibles
menos sociales o interpersonales, y que: ii) son tales de verificación mediante pruebas empíricas, ya que
que suministran material para proposiciones acerca las tres se refieren a cosas observables. La proposi
36 37
ción en la que se enuncia el contenido del último contexto existencial, afirma de hecho, aunque no
punto (la previsión), por ejemplo, es susceptible de lo explicite, que la situación a propósito de la cual
ser verificada mediante la observación de lo que su se emite el grito es «mala». Es «mala» en el sentido
cede en un caso concreto. Observaciones anteriores de que despierta rechazo, mientras que se prevé
pueden sustanciar la conclusión de que en cual una situación futura mejor si el grito suscita cierta
quier caso será m ucho menos probable que se pro respuesta. Podrá parecer que el análisis es innecesa
duzcan consecuencias inconvenientes si se emplea riamente detallado. Pero, a m enos que en cada
el signo lingüístico para obtener aquella asistencia grupo de ejemplos quede claro el contexto existen
que el signo está concebido para suscitar. cial, se podrá hacer que las expresiones verbales
El examen pone de manifiesto ciertas semejan empleadas signifiquen cualquier cosa o ninguna.
zas entre estos casos y aquellos otros que ya vimos, y Cuando se toman en cuenta los contextos, lo que
que según el pasaje citado contienen expresiones emerge son proposiciones que asignan un valor re
de valoración. Las proposiciones se refieren direc lativamente negativo a condiciones existentes; un
tamente a una situación existente, e indirectamente a valor comparativamente positivo a un conjunto de
una situación futura que se pretende y se desea pro condiciones previsto; y proposiciones intermedias
ducir. Las expresiones señaladas se emplean como (que pueden contener o no una expresión de valo
intermediarias para producir el cambio deseado de ración) con las que se pretende suscitar actividades
las condiciones presentes a las condiciones futuras. que produzcan una transformación de un estado de
En el grupo de casos ilustrativos que se exam inó en cosas en otro. Así pues, entran en ju eg o : i) la aver
primer lugar aparecen explícitam ente ciertas pala sión a una situación existente y la atracción hacia
bras de valoración, com o «bueno» y «correcto»; en una situación posible prevista, y ii) una relación espe-
el segundo grupo no hay expresiones de valor explí áficable y verijicable entre esta última como fin y ciertas
citas. La petición de ayuda, sin embargo, vista en su actividades como medio para alcanzarla. Dos problemas
38 39
quedan así planteados para su ulterior discusión. III La valo ració n
Uno es la relación de las actitudes activas o compor- como agrado y desagrado
tamentales con lo que se podría llamar (a efectos
de identificación) agrado y desagrado, y el otro es la
relación de la valoración con las cosas com o me-
dios-fin [means-end\.
40 41
matiz de goce, que «se toma molestias», com o se
actividades denota? ¿Qué es lo que designa? En esta
suele decir, para perpetuar la existencia de situaciones
indagación es útil observar que el «interesarse por
en las que se recibe gratificación. El disfrutar en
algo» y el «cuidar de algo» están, como modos de
este sentido activo está marcado por la energía que
comportamiento, estrechamente vinculados a aque
se invierte en asegurar las condiciones que son la
llo que agrada, y que esas expresiones, al igual que
fuente de la gratificación.
otras sustancialm ente equivalentes com o «estar
Las observaciones precedentes sirven al propó
atento a», «velar por», «atender», «fomentar», pare
sito de apartar la teoría de la inútil tarea de tratar de
cen ser variantes de lo que se entiende por «apre
ciar», que, com o anteriorm ente vimos, es uno de asignar un significado a las palabras aislado de los
objetos que designan. En lugar de eso se nos con
los dos significados principales que recoge el dic
cionario. Cuando esas palabras se toman en el sen duce a evocar situaciones existenciales especificables
y a observar qué es lo que acontece en ellas. Se nos
tido comportamental, o para nombrar actividades
alienta a observar si se invierte energía en traer a la
que tienen lugar para m antener o procurar ciertas
condiciones, es posible diferenciar aquello que de existencia o m antener en ella ciertas condiciones;
dicho vulgarmente, a fijarnos en si se hace un es
signan de lo que designa una palabra tan ambigua
fuerzo, si se toma la molestia de provocar la existen
como «disfrutar» [enjoy]. Pues ésta puede apuntara
cia de ciertas condiciones en lugar de otras, demos
una situación en la que se recibe gratificación de algo
trándose en la necesidad de un gasto de energía que
que ya existe, con independencia de cualquier ac
existen condiciones contrarias a lo que se quiere. l a
ción afectivo-motora que se ejerza com o condición
madre que dice apreciar a su hijo y disfrutar (en el
de su producción o su existencia continuada; o
bien puede aludir precisamente a esta última activi senddo activo de la palabra) con la compañía del
dad, en cuyo caso «disfrutar» sería sinónimo de la niño pero le desatiende sistemáticamente y no busca
la ocasión de estar con él se engaña a sí misma; si
actividad de deleitarse en un esfuerzo, con cierto
42 43
además de eso hace signos demostrativos de afecto tinguir esto último de la mera apetencia en el sen
-com o acariciarle- sólo cuando otras personas están tido en que puede haber apetencia sin esfuerzo. «De
presentes, presumiblemente intenta engañarlas tam deseos nunca hubo empacho.» Algo falta, y sería gra
bién. Es a través de observaciones del com porta tificante que lo hubiera; pero, o bien no se invierte
miento -observaciones que quizá sea necesario ex energía en hacer presente aquello que falta, o bien,
tender a lo largo de un espacio-tiempo considerable, en las condiciones dadas, ningún gasto de energía
como sugiere este último ejem plo- com o hay que podría hacerlo presente (como cuando se dice que
determinar la existencia de valoraciones y su des el niño pide la luna, o cuando adultos pueriles se de
cripción. La observación de cuánta energía se gasta dican a soñar lo agradable que sería todo si las cosas
y durante cuánto tiempo permite prefijar justifica no fueran como son). Las cosas designadas en los ca
dam ente adjetivos calificativos com o «ligera» y sos a los que respectivamente se aplican los nom
«grande» a una valoración dada. La dirección que se bres «deseo» y «apetencia» son básicamente diferen
ve tomar a la energía, de acercam iento o aleja tes. Por lo tanto, cuando la «valoración» se define en
miento, permite discriminar con fundamento entre términos de deseo, el requisito previo es un trata
valoraciones «positivas» y «negativas». Si además miento del deseo en términos del contexto existen-
existen «sentimientos», su existencia no tiene nada cial donde surge y funciona. Si la «valoración» se de
que ver con ninguna proposición verificable que fine en términos del deseo com o algo inicial y
pueda hacerse a propósito de una valoración. completo en sí mismo, no hay nada que permita dis
Puesto que sólo se producen valoraciones en el criminar un deseo de otro, y por lo tanto ninguna
sentido de apreciar y cuidar cuando es necesario manera de medir el mérito de diferentes valoracio
traer a la existencia algo que falta, o conservar en la nes comparadas entre sí. Los deseos son deseos, y no
existencia algo que está amenazado por condiciones hay más que hablar. Además, el deseo se concibe en
externas, la valoración implica desear. Hay que dis tonces como meramente personal, y por ende no sus
44 45
ceptible de ser enunciado en términos de otros obje cinco horas o cinco días que uno comió, ni tendrán
tos o sucesos. Si, por ejemplo, se observara que el es el mismo contenido en una choza que en un pala
fuerzo sigue al deseo y que el esfuerzo ejercido al cio, o en un grupo nómada que en uno agrícola,
tera las condiciones existentes, esas consideraciones ii) Se observa que el esfuerzo no es algo que suceda
se tomarían entonces como asuntos totalmente exte al deseo, sino que está en la esencia misma de la
riores al deseo; es decir, siempre y cuando el deseo tensión involucrada en el deseo. Porque éste, lejos
se tomase com o original y completo en sí, indepen de ser meramente personal, es una relación activa
diente de una situación contextual observable. del organismo con el entorno (como es obvio en el
Cuando se advierte, sin embargo, que los deseos caso del ham bre), y en ese factor estriba la dife
surgen sólo en ciertos contextos existenciales (a rencia que hay entre el deseo genuino y la mera
saber, aquellos en los que algo que falta impide la apetencia y fantasía. Se sigue que la valoración en
ejecución inm ediata de una tendencia activa), y su relación con el deseo está ligada a situaciones
cuando se ve que funcionan con respecto a esos existenciales, y que varía al variar su contexto exis-
contextos en el sentido de subsanar la carencia exis tencial. Dado que su existencia depende de la situa
tente, se descubre que la relación entre deseo y ción, su idoneidad depende de su adaptación a las
valoración es tal que simultáneamente posibilita y re necesidades y demandas que la situación impone.
quiere la enunciación en proposiciones verifica- Dado que la situación está abierta a la observación,
bles. i) Se observa que el contenido y el objeto de y dado que las consecuencias del comportamiento
los deseos dependen del contexto particular donde de esfuerzo observado determinan la adaptación, la
éstos surgen, cuestión que a su vez depende del es idoneidad de un deseo determ inado se puede ex
tado antecedente tanto de la actividad personal presar en proposiciones. Las proposiciones son sus
como de las condiciones envolventes. Los deseos de ceptibles de verificación em pírica porque a través
alimento, por ejemplo, no serán los mismos si hace de esas observaciones se descubre el nexo que
46 47
existe entre un deseo determ inado y las condicio tara a un resultado o desenlace existencial. Siempre
nes respecto a las cuales funciona. que una persona tiene interés en algo, se juega algo
1.a palabra «interés» sugiere poderosam ente el en el curso de los acontecimientos y en su resultado
nexo activo entre la actividad personal y las condi final, algo que la conduce a actuar para hacer pre
ciones que deben ser tenidas en cuenta en la teoría sente un resultado particular y no otro.
de la valoración. Ya en su etimología indica algo en Se sigue de los hechos aquí aducidos que la tesis
lo que tanto una persona com o las condiciones que que enlaza la valoración (y los «valores») con los de
la envuelven participan en íntima conexión recí seos y el interés no es sino un punto de partida. Su
proca. Al nombrar ese algo que tiene lugar entre incidencia en la teoría de la valoración permanece
ellas, nombra una transacción. Apunta a una activi indeterminada mientras no se analice la naturaleza
dad que se realiza a través de la mediación de condi del interés y el deseo, y mientras no se establezca un
ciones externas. Cuando pensamos, por ejemplo, en método para determinar los elementos constitutivos
el interés de un grupo particular, pongamos el inte de los deseos e intereses en su concreto acaeci
rés de la banca, el interés de los sindicatos o el in miento particular. Prácticamente todas las falacias
terés de un aparato político, no pensamos en meros de las teorías que enlazan la valoración con el deseo
estados mentales, sino en el grupo com o un grupo resultan de tomar el «deseo» sin especificar más. Por
de presión que cuenta con unos cauces organizados ejemplo, cuando se dice (muy propiam ente) que
desde los cuales dirige la acción para conseguir y «los valores brotan de la reacción inmediata e inexpli
asegurar unas condiciones que produzcan determi cable del impulso vital y de la parte irracional de
nadas consecuencias. Análogamente, en el caso de nuestra naturaleza»1, lo que en realidad se afirma es
las personas físicas, cuando un tribunal reconoce
que un individuo tiene interés en un asunto, reco ! G. Santayana, The Sense of Beauty [El sentido de la belleza: un es
noce que posee ciertos derechos cuyo ejercicio afec bozo de teoría estética, Tecnos, Madrid 1999], (N. delE.)
48 49
que los impulsos vitales son condición causal de la (que implican un gasto de energía) requeridas para
existencia de deseos. Cuando al «impulso vital» se le hacer realidad los fines. Cuando se identifica la valo
da la única interpretación que es empíricamente ve- ración con la actividad del deseo o del interés, se
rificable (la de una tendencia biológica orgánica), niega su identificación con el impulso vital. Pues su
el hecho de que un factor «irracional» sea condi identificación con este último conduciría al absurdo
ción causal de las valoraciones demuestra que éstas de hacer de toda actividad orgánica de cualquier
tienen sus raíces en una existencia que, com o toda clase un acto de valoración, ya que no hay ninguna
existencia tomada en sí misma, es a-racional. Correcta en la que no participe algún «impulso vital».
mente interpretada, la aseveración es, por lo tanto, También se ha de tomar con gran cautela la tesis
un recordatorio de que las tendencias orgánicas son de que « valor es cualquier objeto de cualquier inte
existencias que están relacionadas con otras existen rés». A primera vista sitúa todos los intereses exacta
cias (la palabra «irracional» no añade nada a existen mente al mismo nivel. Pero cuando se examinan los
cia como tal) y son, por ende, observables. Pero la intereses en su composición concreta en relación
oración citada se interpreta a menudo en el sentido con su lugar en una situación, se hace patente que
de que los impulsos vitales son valoraciones, una in todo depende de los objetos involucrados en ellos.
terpretación que es incompatible con la tesis que Esto a su vez depende del rigor con que se hayan in
enlaza las valoraciones con los deseos e intereses, y dagado las necesidades de las situaciones existentes
que, por la misma lógica, justificaría la aseveración y del rigor con que se haya examinado la capacidad
de que los árboles son semillas porque «brotan de» de un acto propuesto para saüsfacer o cum plir pre
semillas. Los impulsos vitales son sin duda condicio cisamente esas necesidades. La observación de
nes sine qua non para que existan deseos e intereses. hasta las más ordinarias experiencias cotidianas
Pero éstos incluyen consecuencias imprevistas, desmiente que todos los intereses estén en un
junto con ideas en forma de signos de las medidas mismo plano por lo que respecta a su función valo-
50 51
rizadora. Se podría decir que un interés en el hurto IV Proposiciones de evaluación
y sus frutos confiere valor a ciertos objetos. Pero las
valoraciones del ladrón y el policía no son idénti
cas, ni tampoco el interés en los frutos del trabajo
productivo instituye los mismos valores que el inte
rés del ladrón en la práctica de su oficio, como se
evidencia en la acción del juez a quien se hace en
trega de bienes robados para que disponga sobre su Dado que los deseos e intereses son actividades
uso. Dado que los intereses se producen en contex que se producen en el mundo y que tienen efectos
tos existenciales definidos y no en un vacío sin es en el mundo, son observables en sí mismos y en re
pecificación, y dado que esos contextos son situa lación con sus efectos observados. Podría parecer,
ciones en la actividad vital de una persona o grupo, pues, que ante cualquier teoría que relacione la va
los intereses se engarzan entre sí de tal manera que loración con el deseo y el interés tuviéramos ya a la
la capacidad valorizadora de cualquiera de ellos es vista nuestro objetivo, el descubrimiento de pro
función del conjunto al que pertenece. La idea de posiciones de valoración. Se ha demostrado, en
que un valor sea por igual cualquier objeto de cual efecto, que las proposiciones acerca de valoraciones
quier interés sólo se puede m antener sobre una vi son posibles. Pero son proposiciones de valoración
sión que los aísle totalmente unos de otros; una vi sólo en el sentido en que las proposiciones acerca
sión tan alejada de los hechos de fácil observación de patatas son proposiciones de patatas. Son propo
que su existencia sólo se puede explicar como coro siciones acerca de cuestiones de hecho. El que esos
lario de la psicología introspeccionista que sostiene acaecimientos sean justamente valoraciones no sig
que los deseos y los intereses no son sino «senti nifica que las proposiciones sean proposiciones de
mientos», y no modos de comportamiento. valoración en ningún sentido distintivo. Sin em
52 53
bargo, es importante que esas proposiciones sobre quiera a su hijo puede ser determinado mediante la
cuestiones de hecho se puedan hacer. Pues si no observación; y las condiciones y efectos de diferen
existieran sería doblemente absurdo suponer que tes maneras de apreciar o interesarse por algo pue
pudieran existir proposiciones de valoración en un den, en teoría, ser comparados y contrastados entre
sentido distintivo. También se ha mostrado que la sí. En el caso de que el desenlace final sea mostrar
materia de las actividades personales no constituye que algunos tipos de actos de aprecio son mejores
ninguna barrera teónc a a la formación de proposi que otros, los actos de valoración serán a su vez eva
ciones sobre cuestiones de hecho, porque el com luados, y la evaluación podrá modificar posteriores
portamiento de los seres humanos está abierto a la actos directos de aprecio. Si esta condición se cum
observación. Aunque ciertamente hay obstáculos ple, entonces las proposiciones acerca de las valora
prácticos a! establecimiento de proposiciones gene ciones que realmente se producen pasan a ser ma
rales válidas acerca de tal com portam iento (por teria de valoraciones en un sentido distintivo, esto
ejemplo acerca de las relaciones de sus actos consti- es, en un sentido que las distingue a la vez de las
tv os), sus condiciones y efectos pueden ser inves proposiciones de la física y de las proposiciones his
tigados. Las proposiciones acerca de valoraciones tóricas acerca de lo que efectivamente han hecho
hechas en térm inos de sus condiciones y conse los seres humanos.
cuencias delimitan el problema de la existencia de Llegamos así al problema de la naturaleza de la
proposiciones de valoración en un sentido distin evaluación o estimación [appraisal or evaluation],
tivo. ¿Son las proposiciones acerca de valoraciones que, como vimos, es una de las dos acepciones re
existentes susceptibles a su vez de evaluación?, ¿y conocidas de «valoración». Tomemos una proposi
puede dicha evaluación, cuando se hace, entrar en ción de evaluación tan elemental como: «Este solar
la constitución de valoraciones ulteriores? Hemos vale 200 dólares el pie de fachada». Es diferente en
visto que el hecho de que una madre aprecie o su forma de la proposición: «Tiene 200 pies de fa
54 55
chada». La última oración enuncia un hecho cum templados [ends in view]. Tales reglas se utilizan
plido. La primera enuncia una regla para la deter ,-oino criterios o «normas» para juzgar el valor de
minación de un acto que ha de llevarse a cabo; re los modos de comportamiento propuestos. La exis
mite al futuro, no a algo ya cumplido o hecho. Si se tencia de reglas de valoración de los modos de com
pronuncia en el contexto en el que opera un asesor portamiento en diferentes campos como sensatos o
fiscal, declara una condición reguladora para co insensatos, económicos o dilapidadores, eficaces o
brar un impuesto al propietario; si el propietario se inútiles, es innegable. El problema no es si existen
la comunica a un agente inmobiliario, establece como proposiciones generales (ya que toda regla de
una condición reguladora que éste habrá de tener acción es general), sino si expresan sólo una cos
en cuenta a la hora de ofrecer en venta la propie tumbre, una convención, una tradición, o si pueden
dad. El acto o estado futuro no se presenta como enunciar relaciones entre unas cosas como medios y
predicción de lo que sucederá, sino como algo que otras cosas como consecuencias, relaciones que a su
ha de suceder o debe suceder. Se podría decir, pues, vez se fundamenten en relaciones existenciales em
que la proposición sienta una norm a, pero en píricamente averiguadas y verificadas como las que
tendiendo «norma» simplemente en el sentido de se suelen llamar de causa y efecto.
condición a la que habrá que ajustarse en formas de En el caso de algunos oficios, artes y tecnologías,
finidas de acción futura. Que las reglas son casi om no puede haber ninguna duda de cuál de esas alter
nipresentes en toda modalidad de relación humana nativas sea la correcta. El arte de la medicina, por
es tan obvio que no requiere discusión. En modo al ejemplo, está llegando a un estado en el que mu
guno se limitan a actividades a las que se aplique el chas de las reglas establecidas por un médico para
calificativo de «moral». Toda forma recurrente de un paciente en cuanto a lo que más le conviene, no
actividad, en las artes y profesiones, genera reglas sólo en lo referente a medicamentos sino a dieta y
como la mejor m anera de alcanzar los fines con hábitos de vida, se basan en principios de química y
56 57
física establecidos experimentalmente. Cuando l0s IO evidencial para tomar los remedios que ofrece.
ingenieros dicen que se requieren ciertos materiales Sólo se necesita un pequeño examen para mostrar
sometidos a ciertas operaciones técnicas para ten. en qué aspectos bien definidos los procedimientos
der un puente capaz de soportar ciertas cargas en que recomienda difieren de aquellos de los que mé
cierto punto del río Hudson, su consejo no repre dicos competentes afirman ser «buenos» o «precep
senta sus opiniones o caprichos personales, sino tivos». No existe, por ejemplo, un análisis de los ca
que está respaldado por leyes físicas reconocidas. Se sos presentados como evidencia que demuestre que
cree comúnmente que aparatos tales como radios y realmente son como la enfermedad para cuya cura
automóviles han sido muy mejorados (perfecciona se postula el remedio; ni hay un análisis que mues
dos) desde que se inventaron, y que el perfecciona tre que las curaciones de las que se dice (más que se
miento en la relación de medios a consecuencias se prueba) que han tenido lugar se debieron efectiva
debe a un conocimiento científico más adecuado mente a tomar la medicina en cuestión más que a
de los principios físicos subyacentes. El argumento cualquiera de un número indefinido de otras cau
no exige creer que la influencia de la costumbre y sas. Todo se afirma en bloque, sin ningún control
la convención quede eliminada por entero. Es sufi analítico de las condiciones. Además, falta el pri
ciente que tales casos muestren que es posible que mer requisito del procedimiento científico, que es
las reglas de evaluación o estimación descansen la total publicidad en lo que se refiere a materiales y
sobre generalizaciones físicas científicamente justi procesos. Lo único que justifica citar estos hechos
ficadas y que la proporción de ese tipo de reglas res de todos conocidos es que su contraste con la prác
pecto a las que expresan meros hábitos consuetudi tica médica competente pone de manifiesto hasta
narios vaya en aumento. qué punto las reglas de procedimiento en este arte
En medicina, un curandero puede citar gran cuentan con el aval de proposiciones empíricas ve
cantidad de presuntas curaciones como fundamen- rificadas. Las evaluaciones de cursos de acción
58 59
como mejores y peores, más y menos útiles, están dad- S* tomamos los ejemplos antedichos, es evi
tan justificadas experimentalmente como las pro. dente que la propiedad inmobiliaria se evalúa para
posiciones no valorativas referentes a cuestiones cobrar impuestos o fijar un precio de venta; que los
impersonales. En las tecnologías de la ingeniería tratamientos medicinales se evalúan con respecto al
avanzada, es evidente que las proposiciones que fin de lograr el restablecimiento de la salud; que los
enuncian los cursos de acción apropiados que se han materiales y las técnicas se evalúan con miras a la
de adoptar se apoyan en generalizaciones de la construcción de puentes, aparatos de radio, auto
ciencia física y química; es frecuente darles el nom móviles, etc. Si un pájaro construye su nido me
bre de ciencia aplicada. Con todo y con eso, las pro diante lo que se llama puro «instinto», no tiene que
posiciones que sientan reglas según las cuales los evaluar materiales y procesos en cuanto a su idonei
procedimientos serán acertados y correctos en lu dad para un fin. Pero si se contempla el resultado
gar de ser desacertados e incorrectos difieren en la -el nido- como un objeto de deseo, entonces ten
forma de las proposiciones científicas sobre las que drá que haber o bien las más arbitrarias operacio
descansan. Pues son reglas para el uso, en y por la nes de tanteo, o bien una consideración de la ido
actividad humana, de generalizaciones científicas neidad y utilidad de los materiales y procesos para
como medio de alcanzar ciertos fines deseados y hacer realidad el objeto deseado. Y es obvio que ese
pretendidos. proceso de sopesar implica com parar diferentes
El examen de esas evaluaciones revela que se re materiales y operaciones como posibles medios al
fieren a cosas que sostienen entre sí la relación de ternativos. En todos los casos, excepto en los del
medios a fines o consecuencias. Allí donde se evalúa mero «instinto» y el total tanteo, se observan mate
una regla con miras a una acción mejor o necesaria, riales reales y se estima su fuerza potencial para la
hay un fin que alcanzar: la evaluación es una valora producción de un particular resultado. Siempre
ción de las cosas con respecto a su utilidad o necesi hay alguna observación del resultado alcanzado en
60 61
comparación y contraste con el que se pretendía tiempo o un gasto de energía demasiado grande
de manera que la comparación arroja luz sobre la para lograrlo; o que si fuera alcanzado traería con
idoneidad efectiva de las cosas empleadas como sigo ciertos inconvenientes y la promesa de proble
medios. Esto hace posible un mejor juicio, en el fu mas en el futuro. Entonces lo evaluamos y rechaza
turo, de su idoneidad y utilidad. Sobre la base de ta mos como un fin «malo».
les observaciones se juzga que ciertos modos de Las conclusiones obtenidas se pueden resumir
conducta son tontos, imprudentes o insensatos, y así: 1) Hay proposiciones que no se refieren sólo a
que otros son inteligentes, pnidentes o sensatos, ba valoraciones que efectivamente se hayan hecho
sándose la discriminación en la validez de las esti (por ejemplo a aprecios, deseos e intereses que ha
maciones alcanzadas sobre la relación de las cosas yan tenido lugar en el pasado), sino que describen
en cuanto medios con el fin o la consecuencia obte y definen ciertas cosas como buenas, idóneas o
nidos. apropiadas en una relación existencial definida;
La objeción que permanentemente se alza con esas proposiciones, además, son generalizaciones, ya
tra esta visión de la valoración es que sólo es apli que consütuyen reglas para el uso adecuado de los
cable a las cosas en cuanto medios, mientras que las materiales. 2) La relación existencial en cuestión es
proposiciones que son valoraciones genuinas son la de medios-fines [means-ends\ o medios-conse
aplicables a las cosas en cuanto fines. En seguida cuencias [ means-consequences]. 3) En su forma gene
consideraremos este punto con detenimiento. Pero ralizada, esas proposiciones pueden apoyarse en
aquí cabe señalar que los fines se evalúan en las mis proposiciones empíricas científicamente justifica
mas evaluaciones en las que se sopesan las cosas das, y a su vez pueden ser verificadas mediante la
como medios. Por ejemplo, se nos ocurre un fin. observación de los resultados efectivamente alcan
Pero cuando sopesamos las cosas como medios para zados en comparación con aquellos que se preten
ese fin, descubrimos que haría falta demasiado día obtener.
62 63
La objeción aducida contra la tesis que acaba nante y la evaluación como asunto secundario y de
mos de exponer es que no distingue entre cosas rivado.
que son buenas y correctas en sí mismas y de suyo, Admitamos que hay un nexo entre apreciar y va
de forma inmediata e intrínseca, y cosas que sim lorar, así como entre el deseo (y el interés) y el
plemente son buenas para otra cosa. En otras pala aprecio. Entonces el problema de la relación entre
bras, las segundas son útiles para alcanzar aquellas la evaluación de las cosas como medios y el aprecio
cosas que tienen valor, según se dice, en sí mismas y de las cosas como fines adopta la forma siguiente:
de suyo, ya que son apreciadas por sí mismas y no ,Son los deseos e intereses (o «gustos» [likings], si
como medio para otra cosa. Esta distinción entre se prefiere), que instituyen directamente fines-valo
dos significados diferentes de «bueno» (y «co res, independientes de la evaluación de las cosas
rrecto») es, se afirma, tan crucial para toda la teoría como medios, o esta evaluación influye íntim a
de la valoración y los valores que su ausencia des mente en ellos? Si una persona, por ejemplo, des
truye la validez de las conclusiones que se han ex cubre tras la correspondiente investigación que se
puesto. Esta objeción plantea claramente a nuestra requiere una inmensa cantidad de esfuerzo para
consideración la cuestión de las relaciones que procurar las condiciones que son el medio necesa
guardan entre sí las categorías de medio y fin. En tér rio para la realización de un deseo (incluido quizá
minos del doble significado de «valoración» ya el sacrificio de otros fines-valores que se podrían
mencionado, se plantea explícitamente la cuestión obtener con el mismo gasto de esfuerzo), ¿modifica
de la relación entre apreciary evaluar. Pues, según la ese hecho su deseo original, y consiguientemente,
objeción, la evaluación se aplica sólo a los medios, por definición, su valoración? Un repaso de lo que
mientras que el aprecio se aplica a cosas que son fi acontece en cualquier actividad deliberada da res
nes, de suerte que hay que reconocer una diferen puesta afirmativa a esta pregunta. Pues ¿qué es la
cia entre la valoración en su pleno sentido preg- deliberación sino el sopesar varios deseos alternati
65
vos (y por ende fines-valores [end-values]) en íértuj. por una evaluación de las condiciones existentes en
nos de las condiciones que son los medios para su cuanto medios. Sin embargo, la costumbre de sepa
ejecución, y que, en cuanto medios, determinan las rar completamente las concepciones de fines de las
consecuencias efectivamente alcanzadas? No puede de medios está tan arraigada, como resultado de
haber un control de la operación de prever conse una larga tradición filosófica, que se hace necesario
cuencias (y por ende de constituir fines contempla, un examen más detenido.
dos) salvo en términos de las condiciones que ope 1. La suposición común de que haya una separa
ran como condiciones causales de su logro. La ción neta entre las cosas, por un lado cosas útiles y
proposición en la que cualquier objeto adoptado por otro lado cosas intrínsecamente buenas, y por lo
como fin contemplado es enunciable (o explícita tanto de que exista una separación entre proposi
mente enunciada) está justificada en la medida en ciones acerca de lo que es oportuno, prudente o
que las condiciones existentes hayan sido examina aconsejable y lo que es inherentem ente deseable,
das y evaluadas en su calidad de medios. La única no expresa en ningún caso una verdad evidente. El
alternativa a esa enunciación es que no exista deli hecho de que palabras como «prudente», «sensato»
beración alguna, que no se constituyan fines con y «oportuno», a la larga o tras un examen de todas
templados y que la persona actúe directamente mo las condiciones, confluyan con tanta facilidad en la
vida por el primer impulso que se presente. palabra «inteligente» sugiere (aunque, por su
Cualquier repaso de las experiencias en las que puesto, no prueba) que los fines constituidos sepa
se consütuyen fines contemplados, y en las que las radamente de la consideración de las cosas como
tendencias impulsivas anteriores se transforman a medios son necedades rayanas en la irracionalidad.
través de la deliberación en deseo escogido, revela 2. El senúdo común considera algunos deseos e
que el objeto finalmente valorado como fin a alcan intereses como miopes, «ciegos», y otros, por el con
zar viene determinado en su composición concreta trario, como ilustrados y clarividentes. No se le ocu
66 67
rre toinar en bloque lodos los deseos e intereses por definición relaciónales, m ediados y m e d ia d o
como si tuvieran la misma categoría con respecto a res, ya q ue son in term ed io s e n tre u n a situ a ció n
los fines-valores. La discriminación entre sus respec. existente y una situación q ue ha d e ser traíd a a la
tivas miopía y clarividencia se fundamenta precisa existencia m ediante su em pleo. Pero el carácter re-
mente en si el objeto de un deseo dado aparece a su lacional de las cosas que se em plean com o m edios
vez como un medio condicionante de consecuen no obsta a que las cosas tengan sus p ro p ias cualida
cias ulteriores. En lugar de adoptar una visión lau des inm ediatas. En el caso de q ue las cosas en cues
datoria de los deseos y valoraciones «inmediatos», tión sean apreciadas y cuidadas, en to nces, seg ú n la
el sentido común trata la renuncia a la mediación teoría que enlaza la p ro p ied ad d e valor con el a p re
como la esencia misma del juicio miope. Pues tratar cio, necesariam ente ten d rán u n a c u alid ad in m e
el fin como meramente inmediato y exclusivamente diata de valor. La idea de que, cu an d o se valoran
final equivale a negarse a considerar lo que suce medios e instrum entos, las cualidades d e valor re
derá una vez que, y debido a que, se haya alcanzado sultantes de ello son sólo in stru m en tales es p o co
un fin particular. más que un mal ju eg o de palabras. En la n atu raleza
3. Las palabras «inherente», «intrínseco» e «in del apreciar o desear no hay n ad a q ue im p id a d iri
mediato» se utilizan de forma ambigua, con lo que girlos a cosas que sean m edios, y en la natu raleza d e
se llega a una conclusión falaz. De cualquier cuali los m edios no hay nada que m ilite en co n tra d e q ue
dad o propiedad que pertenezca efectivamente a sean deseados y apreciados. En la realid ad em p í
un objeto o evento se dice propiamente que es in rica, la m edida del valor que u n a p erso na o to rg a a
mediata, inherente o intrínseca. La falacia consiste un determ inado fin no es lo que esa p erso na dice so
en interpretar lo que esos términos designan como bre su preciosidad, sino el cuidado q ue d edica a o b
desprovisto de relación con todo lo demás y por lo tener y em plear los medios sin los cuales no se p u ed e
tanto como absoluto. Por ejemplo, los medios son alcanzar. No se puede citar n in gú n caso d e log ro
68 69
notable en ningún campo (salvo que sea por pUrQ tjene un deseo ardiente d e o b ten er ciertas cosas
accidente) en el que las personas que consiguieron como medios, entonces la cualidad de valor perte-
el fin no dedicaran un cuidado amoroso a los ins nece, o es inherente, a esas cosas. Por el m om ento,
trumentos y agencias de su producción. La depen producir u o btener esos m edios es el fin co n tem
dencia de los fines alcanzados respecto de los medios plado. L-a idea de que sólo aquello que no g uard a
empleados es tal que la enunciación que acabamos relación con ninguna otra cosa se pueda legítim a
de hacer se reduce, en realidad, a una tautología. mente llam ar inherente no sólo es ab su rd a en sí
La falta de deseo y de interés se demuestra en la ne misma, sino que la contradice la propia teoría que
gligencia y la indiferencia hacia los medios requeri enlaza el valor de los objetos com o fines con el de
dos. Tan pronto como se ha desarrollado una acti seo y el interés, porque esa concepción hace ex pre
tud de deseo e interés, entonces, dado que sin una samente relacional el valor del objeto-fin [end-
atención diligente no se alcanzará el fin que se dice object], de suerte que si lo in h eren te se identifica
apreciar, el deseo y el interés en cuestión automáti con lo no relacional, entonces realm ente no habría,
camente se adhieren a todas aquellas otras cosas según esa tesis, ningún valor in h eren te. P or o tra
que aparecen como medios requeridos para alcan parte, si es un hecho que la cualidad existe en este
zar el fin. caso, porque aquello a lo que pertenece está condi
Las consideraciones que valen para «inmediato» cionado por una relación, entonces el carácter rela
valen también para «intrínseco» e «inherente». cional de los m edios no se puede esgrim ir com o
Una cualidad, incluida la del valor, es inherente si prueba de que su valor no sea inherente. Las mis
efectivamente pertenece a algo, y la cuestión de si le mas consideraciones valen para los térm inos «in
pertenece o no es una cuestión de hecho y no una trínseco» y «extrínseco» aplicados a cualidades de
cuestión que se pueda decidir mediante la manipu valor [value-qualities]. Estrictam ente hablando, la
lación dialéctica del concepto de inherencia. Si uno expresión «valor extrínseco» im plica una contradic
70 71
ción en los términos. Las propiedades relaciónales trema ponen claramente en evidencia lo que ocu-
no pierden su cualidad intrínseca de ser lo que son rIe cuando un análisis del concepto abstracto de
porque su llegar a ser sea causado por algo «extrín «intrinsecalidad» sustituye al análisis de los acaeci
seco». La teoría que lo afirma desemboca lógica mientos empíricos.
mente en la idea de que no hay cualidades intrínse Cuanto más abierta y enfáticamente se vincule la
cas de ninguna clase, ya que se puede demostrar valoración de los objetos como fines con el deseo y
que cualidades intrínsecas como rojo, dulce, duro, el interés, más evidente debería ser que, dado que
etc., son condicionadas causalmente en su acaeci el deseo y el interés son ineficaces a menos que in-
miento. El problema, una vez más, está en que una teractúen cooperativamente con las condiciones
dialéctica de conceptos ha suplantado el examen envolventes, la valoración del deseo y del interés
de hechos empíricos efectivos. El ejemplo extremo como medios correlacionados con otros medios es
de la tesis de que ser intrínseco sea no guardar nin la sola condición para una evaluación válida de los
guna relación se encuentra en aquellos autores que objetos como fines. Si se aprendiera la lección de
sostienen que, ya que los valores son intrínsecos, no que el objeto del conocimiento científico es en cual
pueden depender de ninguna relación, y desde quier caso una correlación de cambios averiguada, se
luego no de una relación con los seres humanos. vería, sin posibilidad de negarlo, que cualquier cosa
Por lo tanto esta escuela ataca a quienes enlazan las tomada como fin es en su propio contenido o en sus
propiedades de valor con el deseo y el interés exac elementos constitutivos una correlación de las ener
tamente con el mismo fundamento con que éstos gías, personales y extrapersonales, que operan co
igualan la distinción entre los valores de los medios mo medios. Un fin como consecuencia efectiva, como
y de los fines con la distinción entre valores instru resultado existente, es, al igual que cualquier otro
mentales y valores intrínsecos. Se puede considerar, acaecimiento que se analice científicamente, tan
pues, que las tesis de esta escuela no naturalista ex sólo la interacción de las condiciones que lo produ
72 73
cen. De ahí se sigue necesariamente que la idea del aquellos que surgen casualmente y no son reconsti
objeto del deseo y del interés, el fin contemplado tuidos a través de la consideración de las condicio
como cosa distinta del fin o resultado efectivamente nes que efectivamente decidirán el resultado y
producido, estará justificada en la misma medida aquellos que se forman sobre la base de las desven
en que esté constituida en términos de esas condi tajas existentes y los recursos potenciales existentes.
ciones operativas. Que los deseos tal y como se presentan en un pri
4. La principal debilidad de las teorías actuales mer momento son el producto de un mecanismo
de la valoración que relacionan ésta con el deseo y constituido por tendencias orgánicas nativas y hábi
el interés se debe a que no hacen un análisis empí tos adquiridos es un hecho innegable. Todo avance
rico de los deseos y los intereses concretos tal cual en madurez consiste en no ceder inmediatamente a
éstos efectivamente existen. Cuando se hace un esas tendencias, sino reelaborarlas en su primera
análisis de esa clase, al momento se presentan cier manifestación a través de la consideración de las
tas consideraciones pertinentes. consecuencias que ocasionarán si se las lleva a la
i) Los deseos están expuestos a la frustración y práctica; una operación que equivale a juzgarlas o
los intereses están expuestos a la derrota. La proba evaluarlas como medios que operan en conexión
bilidad de que acaezca el fracaso en la consecución con condiciones extrapersonales, consideradas és
de los fines deseados es directamente proporcional tas también como medios. Las teorías de la valora
al fracaso en la constitución del deseo y el interés (y ción que la relacionan con el deseo y el interés no
los objetos que éstos implican) sobre la base de las pueden nadar y guardar la ropa. No pueden oscilar
condiciones que operan como obstáculos (negati continuamente entre una visión del deseo y el inte
vamente valorados) o como recursos positivos. la rés que los identifica con los impulsos tal como és
diferencia entre los deseos e intereses razonables y tos aparecen (como productos de mecanismos or
no razonables es precisamente la diferencia entre gánicos) y una visión del deseo como modificación
74 75
de un impulso bruto a través de la previsión de su neS? Como mínimo, queremos decir que en la his
resultado; y, siendo deseo sólo esto último, toda | , toria de las personas individuales y de la raza hu
diferencia entre el impulso y el deseo consiste en ]a mana tiene lugar un cambio que va de los impulsos
presencia en el deseo de un fin contemplado, de originales, relativamente irreflexivos, y los hábitos
objetos como consecuencias previstas. I.a previsión inflexibles a los deseos e intereses que incorporan
será fiable en la medida en que esté constituida por los resultados de la indagación crítica. Cuando se
el examen de las condiciones que en efecto decidi examina este proceso, se advierte que tiene lugar
rán el resultado. Si parece que estamos martillean principalmente sobre la base de una observación
do sobre este punto con demasiada insistencia, es atenta de las diferencias halladas entre los fines de
porque la cuestión en juego no es ni más ni menos seados y propuestos (fines contemplados) y los fines
que la posibilidad de que haya proposiciones de va alcanzados o las consecuencias efectivas. La coinci
loración propiamente dichas. Pues no se puede ne dencia entre lo que se quiere y se prevé y lo que
gar que en el caso de la evaluación de las cosas efectivamente se obtiene confirma la selección de
como medios son posibles proposiciones con justifi las condiciones que operan como medios para el
cación evidencial y verificación experimental. De fin deseado; las discrepancias, que se experimentan
ahí se sigue que, si esas proposiciones entran en la como frustraciones y derrotas, conducen a indagar
formación de los intereses y deseos que son valora para descubrir las causas del fracaso. Esta indaga
ciones de fines, éstos se constituirán por ello mismo ción consiste en un examen cada vez más exhaus
en materia de auténticas afirmaciones y negaciones tivo de las condiciones bajo las cuales se forman los
empíricas. impulsos y los hábitos y en las cuales operan. El re
ii) Hablamos comúnmente de «aprender de la sultado es la formación de deseos e intereses que
experiencia» y de la «madurez» de un individuo o son lo que son en virtud de la unión de las condi
un grupo. ¿Qué queremos decir con tales expresio ciones afectivo-motoras de la acción con las intelec
76 77
tuales o ideacionales. Esto último está presente en la r e a lid a d » . Sin embargo, en lo que se refiere a la
cualquier caso siempre que haya un fin contem v a lo r a c ió n y la teoría de los valores, toda teoría que
plado de la clase que sea, no im porta hasta qué aísle la valoración de los fines de la evaluación de
punto se haya formado casualmente, mientras que los m e d io s estará igualando al niño malcriado y el
será adecuado en la precisa medida en que el fin se adulto irresponsable con la persona madura y sen
constituya en términos de las condiciones de su rea sata.
lización. Pues dondequiera que haya un fin con iii) Toda persona, en la medida en que es capaz
templado del tipo que sea habrá una actividad afec- de aprender de la experiencia, traza una distinción
two-ideacionalrmotoYdL-, o, en térm inos del doble entre lo deseado y lo deseable cada vez que se en
significado de la valoración, habrá una unión del trega a la formación y elección de deseos e intereses
apreciar y el evaluar. La observación de los resul contrapuestos. No hay nada de rebuscado ni de
tados obtenidos, de las consecuencias efectivas en su «moralista» en este enunciado. El contraste al que
coincidencia y diferencia con los fines previstos o alude es simplemente el que hay entre el objeto de
contemplados, proporciona así las condiciones un deseo tal como se presenta en un primer mo
mediante las cuales los deseos e intereses (y por lo mento (debido al mecanismo existente de impulsos
tanto las valoraciones) m aduran y se ponen a y hábitos) y el objeto de deseo que surge como revi
prueba. No cabe imaginar nada más contrario al sión del impulso primitivo, una vez que éste ha sido
sentido común que la idea de que somos incapaces juzgado críticamente por referencia a las condicio
de modificar nuestros deseos e intereses cuando nes que decidirán el resultado efectivo. Lo «desea
aprendemos cuáles serán las consecuencias de dar ble», u objeto que se debería desear (valorar), no cae
les curso o, como a veces se dice, de damos ese gusto. de un cielo a priorí ni desciende como imperativo
No debería ser necesario aducir la evidencia del de un Monte Sinaí moral. Si se presenta es porque
niño malcriado y el adulto que no puede «afrontar la experiencia pasada ha demostrado que la acción
78 79
precipitada a instancias de un deseo no sometido a evaluados como tales. Este enunciado no es sino
crítica conduce a la derrota y posiblemente a la Ca_ una reiteración de extremos ya establecidos. Pero
tástrofe. Lo «deseable» como cosa distinta de lo «de vale la pena insistir en él porque indica vigorosa
seado» no designa, pues, nada genérico ni a priori_ mente lo lejos que están algunas de las visiones teó
Apunta a la diferencia que hay entre la operación y ricas de la valoración de las actitudes y creencias
las consecuencias de los impulsos no sometidos a prácticas del sentido común. Son incontables los di
examen y las de deseos e intereses que son producto chos proverbiales que de hecho exponen la necesi
de la investigación de las condiciones y consecuen dad de no tratar los deseos e intereses como finales
cias. Las condiciones y presiones sociales son parte desde el momento en que aparecen, sino tratarlos
de las condiciones que afectan a la ejecución de los como medios; esto es, evaluarlos y formar objetos o
deseos. De ahí que hayan de ser tenidas en cuenta a fines contemplados sobre la base de las consecuen
la hora de concretar los fines en términos de los me cias que tenderán a producir en la práctica. «Antes
dios de que se dispone. Pero la distinción entre el de que te cases, mira lo que haces», «Quien deprisa
«es» en el sentido del objeto de un deseo que surge se determina, despacio se arrepiente», «Una pun
casualmente y el «debería ser» de un deseo concre tada a tiempo ahorra ciento», «Cuenta hasta diez
tado en relación con las condiciones efectivas es una antes de enojarte» o «Nunca te alabes hasta que
distinción que en cualquier caso se habrá de presen acabes» son sólo algunas de las muchas máximas
tar a medida que los seres humanos crezcan en ma existentes. Todas se resumen en el viejo dicho Res-
durez y se emancipen de la disposición infantil a picefinem, dicho que marca la diferencia entre sim
«darse el gusto» de todo impulso que suija. plemente tener un fin contemplado, para el cual
Los deseos e intereses son ellos mismos, como basta cualquier deseo, y mirar, examinar, para cercio
hemos visto, condiciones causales de los resultados. rarse de que las consecuencias que efectivamente
Por lo tanto son medios potenciales y han de ser resulten sean tales que cuando se produzcan sean
80 81
efectivamente apreciadas y valoradas. Sólo las exi V Fines y valores
gencias de una teoría preconcebida (con toda pro
babilidad una teoría gravemente infectada por las
conclusiones de una psicología «subjetivista» acep
tada acríticamente) pueden hacer caso omiso de las
diferencias concretas que se introducen en el con
tenido de «lo que gusta» y «lo que se aprecia», y de
los deseos y los intereses, al evaluarlos en sus res Hemos observado más de una vez que la fuente
pectivas capacidades causales cuando se los toma del problema en lo que se refiere a las teorías que
como medios. relacionan el valor con el deseo y el interés, y que
seguidamente proceden a hacer una división neta
entre apreciar y evaluar, entre fines y medios, está
en la falta de una investigación empírica de las con
diciones efectivas en las que surgen y funcionan los
deseos e intereses, y en las que los objetos-fines
[end-objects\ , los fines contemplados, adquieren su
efectivo contenido. Vamos a proceder ahora a un
análisis de esa clase.
Cuando indagamos el surgimiento efectivo del
deseo y de su objeto y la propiedad de valor atri
buida a este último (en lugar de limitarnos a mani
pular dialécticamente el concepto general de de
seo), vemos con meridiana claridad que los deseos
82 83
sólo surgen cuando «algo no marcha», cuando hay interrum pir continuam ente su curso de acción
alguna «dificultad» en una situación existente. Si 10 para preguntarse qué objeto se trata de obtener
analizamos, descubrimos que ese «algo que no mar con el paso siguiente. Estos ejemplos rudimentarios
cha» brota de que algo falta, algo se echa de menos son típicos de buena parte de la actividad humana.
en la situación existente, y esa ausencia produce Con frecuencia el comportamiento es tan directo
conflicto en los elementos que sí existen. Cuando que no intervienen deseos ni fines ni se producen
las cosas marchan sin el m enor tropiezo no surgen valoraciones. Sólo las exigencias de una teoría pre
deseos, y no hay ocasión de proyectar fines contem concebida llevarán a la conclusión de que un ani
plados, porque «marchar sin tropiezo» significa que mal hambriento busca comida porque se ha forma
no hay necesidad de esfuerzo ni de lucha. Basta con do una idea de un objeto-fin que hay que alcanzar,
dejar que las cosas sigan su curso «natural». No hay o porque ha evaluado ese objeto en los términos de
ocasión de investigar qué sería mejor que ocurriera un deseo. Las tensiones orgánicas bastan para man
en el futuro, y por lo tanto no hay ninguna proyec tener al animal en movimiento hasta que encuentre
ción de un objeto-fin. el material que alivie la tensión. Pero si -y cuando-
Es cierto que los impulsos vitales y los hábitos ad el deseo y un fin contemplado intervienen entre el acae
quiridos operan a menudo sin la intervención de cimiento de un impulso vital o una tendencia habi
un fin contemplado o un propósito. Cuando uno tual y la ejecución de una actividad, entonces el im
nota que le están pisando un pie, lo más probable pulso o la tendencia se ven en alguna medida
es que reaccione dando un tirón para liberarse de modificados y transformados; este enunciado es pu
lo que le molesta; no se detiene a formar un deseo ramente tautológico, porque el acaecimiento de un
definido y establecer un fin que haya que alcanzar. deseo relacionado con un fin contemplado es una
Un hombre que ha echado a andar puede seguir transformación de un impulso o hábito rutinario
andando por la fuerza de un hábito adquirido, sin anterior. Sólo en tales casos se produce la valora
84 85
ción. Este hecho, como hemos visto, tiene una im en práctica, colmará efectivamente la necesidad
portancia mucho mayor de lo que podría parecer a existente, satisfará las exigencias que plantea aque
primera vista para la teoría que relaciona la valora llo que se necesita, y eliminará el conflicto al orien
ción con el deseo y el interés3, porque prueba que tar la actividad de modo que se instaure un estado
la valoración sólo tiene lugar cuando hay algo que de cosas unificado.
no marcha, cuando hay alguna dificultad que alla El caso es empírica y dialécticamente tan simple
nar, alguna necesidad, falta o privación que subsa que sería muy difícil entender por qué se ha lle
nar, algún conflicto de tendencias que resolver gado a ofuscar tanto en el debate, si no fuera por la
cambiando las condiciones existentes. Este hecho influencia de prejuicios teóricos que son ajenos a la
prueba a su vez que está presente un factor intelec cuestión, procedentes en parte de la psicología in-
tual -un factor de indagación- cada vez que hay trospeccionista y en parte de la metafísica. Empíri
valoración, pues el fin contemplado se forma y se camente hay dos alternativas. La acción puede tener
proyecta como aquello que, puesto en práctica, sa lugar con o sin un fin contemplado. En el segundo
tisfará la necesidad o suplirá la carencia existente y caso, hay acción manifiesta sin valoración interme
resolverá el conflicto. Se sigue de ello que la dife dia; un impulso vital o un hábito arraigado reac
rencia entre distintos deseos y sus correlativos fines ciona directamente a una estimulación sensorial in
contemplados depende de dos cosas. La primera es mediata. En el caso de que un fin contemplado
el rigor con que se hayan indagado las carencias y exista y sea valorado, o exista en relación con un de
conflictos de la situación existente. La segunda es el seo o un interés, la actividad (motora) que se le
rigor con que se indague la probabilidad de que el aplica estará, tautológicamente, mediada por la
particular fin contemplado constituido, si se pone previsión de las consecuencias que, comofin previsto,
entran en la composición del deseo o interés.
5Cf. págs. 74 y ss. Ahora bien, como tantas veces hemos repetido, las
86 87
cosas pueden ser previstas o imaginadas comofines o El caso es tan claro que en lugar de argumen
resultados sólo en términos de las condiciones me tarlo directamente resultará más provechoso consi
diante las cuales adquieren existencia. Es sencilla derar cómo se ha podido llegar a creer que existan
mente imposible tener un fin contemplado o pre fines que tengan valor aparte de la valoración de los
ver las consecuencias de cualquier línea de acción medios por los que se alcancen.
propuesta si no es sobre la base de alguna conside 1. La psicología mentalista que opera «para re
ración, por pequeña que sea, de los medios con los ducir» las actividades afectivo-motoras a meros sen
que se podrá hacer realidad. De otro modo no ha timientos ha operado también en las interpretacio
brá un verdadero deseo, sino una fantasía ociosa, nes asignadas a los fines contemplados, los propósitos y
un anhelo vacuo. Desafortunadamente, es verdad las metas. En lugar de ser tratados como expectativas
que los impulsos vitales y los hábitos adquiridos de las consecuencias del mismo orden que una pre
pueden dilapidarse soñando despierto y constru dicción de sucesos futuros, y en cualquier caso
yendo castillos en el aire. Pero, por descripción, los como dependientes de tales predicciones para su
contenidos de los sueños y los castillos en el aire no contenido y validez, han sido tratados como meros
son fines contemplados, y lo que los convierte en estados mentales; pues, cuando así se los toma (y
fantasías es precisamente el hecho de no estar cons sólo entonces), los fines, las necesidades y las satis
tituidos en términos de las condiciones efectivas facciones se ven afectados de una manera que dis
que serían los medios de su realización. En los deseos torsiona toda la teoría de la valoración. Un fin,
e intereses que determinan fines-valores entran necesaria meta o propósito como estado mental es indepen
mente proposiciones en las que se evalúan cosas (actos y diente de los medios biológicos y físicos mediante
materiales) como medios. De ahí la importancia de las los cuales puede cobrar realidad. La falta, carencia
indagaciones cuyo fruto es la evaluación de las co o privación que existe dondequiera que hay deseo
sas como medios. se interpreta entonces como un mero estado de la
88 89
«mente» y no como algo que falte o esté ausente en entre una actitud personal y cosas extrapersonales
la situación, algo que haya que proveer para que la -una relación que, además, incluye un elemento
situación empírica sea completa. En este último niotor (y por lo tanto físico)- se interpreta como si
sentido, lo que se necesita o se requiere es aquello ¡aplicara separación entre el medio y el fin, entre
que es existencialmente necesario para que un fin con el evaluar y el apreciar. Se afirma entonces que un
templado llegue efectivamente a existir. Lo que se «valor» es un «sentimiento», un sentimiento que no
necesita no puede en este caso ser determinado me es, aparentemente, sentimiento de nada fuera de sí
diante el examen de un estado de la mente, sino mismo. Si se dijera que un «valor» se siente, el enun
sólo mediante el examen de las condiciones efecti ciado se podría interpretar con el significado de que
vas. Respecto a la interpretación de la «satisfac cierta relación existente entre una actitud motora
ción», hay una diferencia obvia entre considerarla personal y las condiciones extrapersonales que la
un estado de la mente o un cumplimiento de con envuelven fuera materia de experiencia directa.
diciones, esto es, algo que responde a las condicio 2. El deslizamiento entre la valoración como de
nes impuestas por las potencialidades y carencias seo-interés y como disfrute introduce nuevas dosis de
conjuntas de la situación en la que el deseo surge y confusión. Viene facilitado porque de hecho exis
funciona. Satisfacción de un deseo significa que la ten a la vez disfrutes de cosas poseídas directamente
falta, característica de la situación que induce al de sin deseo y esfuerzo y disfrutes de cosas que sólo son
seo, ha sido remediada de tal modo que los medios poseídas debido a una actividad desplegada para ob
empleados hacen suficientes, en el sentido más lite tener las condiciones que se requieren para satisfa
ral, las condiciones para alcanzar el fin. Debido a la cer el deseo. En este último caso, el disfrute está en
interpretación subjetivista del fin, de la necesidad y relación funcional con el deseo o interés, y no se
de la satisfacción, el enunciado verbalmente co vulnera la definición de la valoración en términos
rrecto que afirma que la valoración es una relación de deseo-interés. Pero dado que la misma palabra,
90 91
«disfrute», se aplica también a gratificaciones qUe por dar mayor relieve a este punto, repitámoslo
surgen con total independencia de un deseo previo variando ligeramente la ilustración. Considérese el
y un esfuerzo acompañante, hay un deslizamiento caso de un hom bre gratificado por la recepción
del sentido que hace que «valorad» se identifique inesperada de cierta suma de dinero, pongamos por
con todos y cada uno de los estados de disfrute al e je m p lo un dinero que se ha encontrado cuando
margen de cómo éste se produzca, incluidas las caminaba por la calle, en un acto que no üene nada
gratificaciones que se obtienen de la manera más que ver con lo que eran su propósito y su deseo en
casual y accidental; «accidental» en el sentido de ese momento. Si los valores están enlazados con el
producirse aparte del deseo y la intención. Pense deseo de tal manera que el enlace forma parte de su
mos, por ejemplo, en la gratificación de saber que definición, no existe, hasta este momento, valora
un pariente desconocido nos ha dejado una for ción alguna. Ésta comienza cuando el descubridor
tuna. Hay disfrute. Pero si la valoración se define en empieza a considerar cómo apreciará ese dinero y
términos de deseo e interés, no existe valoración, y cuidará de él. ¿Lo apreciará, por ejemplo, como me
hasta ese punto no existe «valor», ya que éste sólo dio para satisfacer ciertas carencias que hasta enton
cobrará realidad cuando suija algún deseo sobre lo ces no ha podido satisfacer, o lo apreciará como
que se hará con el dinero y alguna cuestión sobre la algo que tiene en custodia hasta que se encuentre a
formación de un fin contemplado. I^as dos clases de su dueño? Tanto en un caso como en el otro, existe,
disfrute no sólo son, pues, diferentes, sino que sus por definición, un acto de valoración; pero está
respectivas incidencias en la teoría de la valoración claro que la propiedad de valor va ligada en los dos
son incompatibles, ya que una está vinculada a la casos a objetos muy diferentes. Por supuesto que los
posesión directa y la otra está condicionada por una usos que se hacen del dinero, los fines contempla
previa falta de posesión, que es justamente el caso dos a los que sirve, están bastante normalizados, y
en el que entra el deseo. bajo ese ángulo el ejemplo que acabamos de poner
92 93
no está demasiado bien escogido. Pero pensemos ción o remedio de una necesidad o carencia, una
en el caso de un niño que ha encontrado una pie satisfacción condicionada por el esfuerzo dirigido
dra lisa y brillante. Su sentido del tacto y de la vista por la idea de algo como fin contemplado. En este
encuentran gratificación. Pero no hay valoración, sentido el «disfrute» está inherentem ente vincu
porque no hay deseo ni fin contemplado, hasta que lado a una falta de posesión, mientras que en el
surge la cuestión de qué hacer con ella, hasta que el otro sentido el «disfrute» es el de la pura posesión.
niño atesora lo que ha encontrado accidentalmente. La falta de posesión y la posesión son tautológica
En el momento en que empieza a apreciarlo y a cui mente incompatibles. Además, es una experiencia
darlo lo utiliza de algún modo y con ello lo emplea común que el objeto del deseo no se disfruta una
como medio para algún fin, y según sea su grado de vez alcanzado, tan común que hay dichos prover
madurez, lo estima o valora en esa relación, o como biales que afirman que el disfmte está en el perse
medio para un fin. guir más que en el conseguir. No es preciso tomar
La confusión que se produce en la teoría esos dichos al pie de la letra para darse cuenta de
cuando tiene lugar el deslizamiento de la valora que tales acaecimientos prueban la existencia de la
ción relacionada con el deseo y el interés al «dis diferencia entre el valor como algo vinculado al de
frute» independiente de toda relación con el deseo seo y el valor como mero disfrute. Finalmente, la
y el interés viene facilitada por el hecho de que el experiencia cotidiana nos enseña que los disfrutes
logro de los objetivos del deseo y del interés (de la va suministran el material primario de los problemas de
loración) es asimismo disfrutado. El nudo de la con valoración. Con total independencia de cualquier
fusión está en separar el disfrute de las condiciones cuestión «moral», la gente se pregunta continua
en que se produce. Pero el disfrute que es conse mente si un determinado disfrute merece la pena o
cuencia del cumplimiento de un deseo y la realiza si las condiciones requeridas para su producción
ción de un interés es lo que es a causa de la satisfac son tales que lo convierten en un capricho costoso.
94 95
Antes hemos hecho referencia a la confusión por estar condicionado de esa manera. Sería
t í a r i o »
que resulta en la teoría cuando los «valores» se defi ¿e suponer que fuera peculiarmente aplicable al
nen en térm inos de impulsos vitales. (El funda ideal de racionalidad que éste hubiera de ser juz
mento aducido es que estos últimos son condicio gado en cuanto a su razonabilidad (lo contrario de
nes de la existencia de los valores en el sentido de su arbitrariedad) sobre la base de su función, de lo
que los valores «brotan de» los impulsos vitales.) que hace, 110 sobre la base de su origen. Si la racio
Dentro del texto del que citamos un pasaje y en es nalidad como ideal o fin contemplado generalizado
trecha conexión con él, aparece lo siguiente: «El sirviera para dirigir la conducta de tal modo que las
ideal de racionalidad es en sí mismo tan arbitrario, cosas experim entadas como consecuencia de la
tan dependiente de las necesidades de una organi conducta así dirigida fueran más razonables en
zación finita, como cualquier otro ideal»4. En este cada caso concreto, no habría más que pedirle. Las
pasaje están implícitas dos concepciones extraordi dos concepciones implícitas son tan extraordinarias
narias. Una es que un ideal es arbitrario si está cau que sólo es posible entenderlas en función de algu
salmente condicionado por existencias efectivas y nos prejuicios tácitos. Hasta donde cabe juzgar,
es pertinente para necesidades efectivas de los seres esos prejuicios son: i) que un ideal debería ser inde
humanos. Esta concepción es extraordinaria por pendiente de la existencia, esto es, a príori. La refe
que lo natural sería suponer que un ideal fuera ar rencia al origen de los ideales en los impulsos vita
bitrario en la medida en que no estuviera vinculado les constituye en realidad una crítica eficaz de esa
a cosas que existen y no guardara relación con exi concepción apriorística; pero da pie a llamar arbi
gencias existenciales concretas. La otra concepción trarias a las ideas sólo si se acepta la tesis apriorís
asombrosa es que el ideal de racionalidad es «arbi- tica. ii) El otro prejuicio parece ser una aceptación
de la tesis de que hay o debería haber «fines en sí»,
* Santayana, op. cit. (N. ME.) esto es, fines o ideales que no sean también medios,
96 97
que es, como ya hemos visto, justamente lo que es VI El c o n t i n u o d e f in e s - m e d i o s
un ideal si se lo juzga y valora en términos de su
función. La única manera de llegar a la conclusión
de que un fin contemplado generalizado o ideal es
arbitrario debido a su origen existencial y empírico
es empezar por establecer como criterio último que
un fin también debería no ser medio. El pasaje en
tero y las tesis de las cuales constituye una manifes Los que han leído y disfrutado el ensayo de
tación típica e influyente hacen pensar en la perdu Charles Lamb sobre los orígenes de la carne de
ración de la creencia en los «fines en sí» como, en cerdo asada probablemente no habrán sido cons
última instancia, la única clase de fines legítima. cientes de que su disfrute de su absurdo se debía a
la percepción del absurdo que supone cualquier
«fin» aislado de los medios por los que se ha de al
canzar, y de su propia función ulterior como me
dio. Tampoco es probable que Lamb escribiera la
historia como parodia deliberada de las teorías que
hacen esa separación. De todos modos, ahí está el
quid del relato. La historia, como se recordará,
cuenta que por primera vez se disfrutó de la carne
de cerdo asada cuando una casa donde se guarda
ban cerdos se quemó accidentalmente. Buscando
entre las ruinas, los dueños tocaron a los cerdos que
se habían asado en el incendio y se chamuscaron
98 99
los dedos. Al llevarse instintivamente los dedos a la pensam iento del coste innecesario al que fue obte
boca para refrescarlos, experim entaron un sabor nido. Pero pasar de la inmediatez del disfrute a algo
nuevo. Y, como el sabor les gustó, a partir de enton llamado «valor intrínseco» es dar un salto en el va
ces construían casas, encerraban cerdos en ellas y cío. El valor de disfrute de un objeto como fin alcan
les prendían fuego. Ahora bien, si los fines contem zado es un valor de algo que al ser un fin, un resul
plados son lo que son totalmente aparte de los me tado, guarda relación con los medios de los que es
dios, y tienen su valor independientemente de cual consecuencia. Por lo tanto, si el objeto en cuestión
quier valoración de los medios, no hay nada de es apreciado como fin o valor «final», es valorado en
absurdo, nada de ridículo, en ese procedimiento; esa relación o como mediado. La primera vez que se
pues el fin alcanzado, la terminación dejacto, era co disfrutó de la carne de cerdo asada, ésta no era un
m er cerdo asado y disfrutarlo, y ése era exacta fin-valor [end-value], ya que por descripción no era
mente el fin deseado. Sólo cuando el fin alcanzado el resultado de un deseo, una previsión y una inten
se estima en términos de los medios empleados ción. En subsiguientes ocasiones fue, por descrip
-construir casas y quemarlas en comparación con ción, el resultado de una previsión, un deseo y un
otros medios disponibles por los cuales se habría esfuerzo previos, y por ende ocupó la posición de
podido alcanzar el resultado contemplado que se un fin contemplado. Hay ocasiones en las que el es
deseaba- hay algo de absurdo o disparatado en el fuerzo previo acrecienta el disfrute de aquello que
método utilizado. se alcanza. Pero también hay muchas ocasiones en
La historia tiene incidencia directa sobre otro las que las personas descubren que, cuando han al
punto, el significado de «intrínseco». Del disfrute canzado algo como fin, han pagado un precio de
del sabor del cerdo asado se puede decir que es in masiado alto en esfuerzo y sacrificio de otros fines.
mediato, aunque de todos modos se vería un tanto En tales situaciones el disfrute del fin alcanzado es a
perturbado, para los dotados de memoria, por el su vez valorado, pues no se lo toma en su inmediatez
100 101
sino en términos de su coste; y eso es fatal para su e con tem p la será efectivamente hecho realidad
consideración de «fin en sí», expresión en cual gracias a los medios utilizados, interviniendo algo
quier caso contradictoria. milagrosamente para impedir que los medios em
La historia arroja un chorro de luz sobre lo que pleados surtan sus restantes efectos habituales; la
normalmente significa la máxima «el fin justifica los 0tra, más probable, propone que, en comparación
medios», y también sobre la común objeción que se con la importancia del fin escogido y singularmente
alza contra ella. Aplicada en este caso, significaría apreciado, otras consecuencias pueden ser total
que el valor del fin alcanzado, comer cerdo asado, mente desdeñadas y dejadas de lado, por intrínse
es tal que justifica el precio pagado en los medios camente perniciosas que sean. Esta selección arbi
con los que se alcanzó, destrucción de viviendas y sa traria de una parte de las consecuencias alcanzadas
crificio de los valores a los que éstas contribuyen. La como el fin y por lo tanto como la justificación de
concepción implícita en la máxima «el fin justifica los medios utilizados (por muy censurables que
los medios» es básicamente la misma que la que se sean sus otras consecuencias) es el fruto de sostener
encierra en la idea de fines en sí; en realidad, desde que eso, en cuanto que es el fin, es un fin en sí, y por
un punto de vista histórico es fruto de ésta, pues ende posee «valor» con independencia de todas sus
sólo la concepción de que ciertas cosas son fines en relaciones existenciales. Y esta idea es inherente en
sí puede justificar la creencia de que la relación en toda tesis que suponga que se pueden valorar los «fi
tre fines y medios sea unilateral, procediendo exclu nes» sin evaluar las cosas empleadas como medios
sivamente del fin al medio. Cuando se compara la para alcanzarlos. La única alternativa a la tesis de
máxima con hechos empíricamente establecidos, es que el fin es una parte arbitrariamente escogida de
equivalente a sostener una u otra de dos tesis que las consecuencias efectivas, que tomada como «el fin»
son ambas incompatibles con los hechos. Una justifica entonces el empleo de medios indepen
afirma que sólo el «fin» especialmente escogido que dientem ente de las restantes consecuencias que
102 103
produzcan, es valorar por turno los deseos, los fines tecimientos. Si se emplea ese principio, con el des
contemplados y las consecuencias alcanzadas como crédito concomitante de la creencia en objetos que
medios de ulteriores consecuencias. La máxima sean fines pero no medios, al tratar de fenómenos
aludida, so capa de decir que en los fines, en el sen netamente humanos, se sigue necesariamente que
tido de consecuencias efectivas, se encuentra la jus la distinción entre fines y medios es temporal y rela
tificación de los medios empleados -posición co cional. Toda condición a la que haya que dar exis
rrecta-, efectivamente dice que un fragmento de tencia para servir de medio es, a ese respecto, objeto
esas consecuencias efectivas -u n fragmento esco de deseo y fin contemplado, mientras que el fin
gido arbitrariam ente porque es lo que apetece- efectivamente alcanzado es un medio para fines fu
autoriza el uso de medios para obtener/o, sin necesi turos y una verificación de valoraciones hechas pre
dad de prever y sopesar otros fines como conse viamente. Dado que el fin alcanzado es condición
cuencias de los medios usados. Desvela así, de forma de ulteriores acaecimientos existenciales, ha de ser
llamativa, la falacia contenida en la posición que evaluado como obstáculo potencial y recurso poten
sostiene que los fines tienen valor con independen cial. Si se abandonara la idea de que ciertos objetos
cia de la evaluación de los medios implicados y con son fines en sí, no sólo de palabra sino en todas sus
independencia de su propia eficacia causal ulterior. implicaciones prácticas, por primera vez en la histo
Nos vemos así de vuelta en un punto que ya ria los seres humanos estarían en condiciones de
quedó expuesto. En todas las ciencias físicas (em constituir fines contemplados y formar deseos sobre
pleando aquí «físico» como sinónimo de no huma la base de proposiciones empíricamente fundamen
nó) , se da ahora por sentado que todos los «efectos» tadas de las relaciones temporales de unos sucesos
son también «causas», o, dicho con más exactitud, con otros.
que nada acontece que sea final en el sentido de no En cualquier momento dado, una persona adul
ser parte de una corriente ininterrumpida de acon ta de un grupo social tiene ciertos fines tan norma
104 105
lizados por la costumbre que se dan por desconta No es necesariamente señal de trastorno mental
dos sin examen, de tal manera que el único pr0. (como en el caso citado) aislar un suceso proyec
blema que preocupa es el de los mejores medios tado como fin fuera del contexto de un m undo de
para alcanzarlos. Un fin de esa clase sería, en un cam bios en movimiento que será donde efectiva
grupo, ganar dinero; en otro grupo, la posesión del mente se produzca. Pero es cuando menos señal de
poder político; en otro el avance del conocimiento inmadurez que un individuo no contemple su fin
científico; en otro la potencia militar, etc. Pero en también como condición cambiante de consecuen
todos los casos esa clase de fines son: i) marcos más cias ulteriores, y por ello lo trate como final en el
o menos vacíos en los que el «fin» nominal pone sentido en que «final» significa que el curso de los
unos límites dentro de los cuales entrarán fines de acontecimientos se ha parado por completo. Es ver
finidos, siendo éstos determinados mediante la eva dad que los seres humanos se conceden tales para
luación de las cosas como medios; mientras que ii) das. Pero tratarlas como modelos para componer
en la medida en que simplemente expresan hábitos una teoría de los fines es sustituir las conclusiones
que se han asentado sin un examen crítico de la re de la observación de hechos concretos por vina ma
lación entre medios y fines, no suministran un mo nipulación de ideas abstraídas de los contextos
delo que una teoría de la valoración pueda seguir. donde surgen y funcionan. Es señal de trastorno
Si una persona movida por una experiencia de frío mental, de inmadurez, de rutina empedernida, o
intenso, cosa muy inconveniente, juzgara momen de un fanatismo que es mezcla de las tres cosas.
táneamente que vale la pena quemar su casa para Sin duda existen ideas generalizadas de fines y
calentarse, lo único que la salvaría de un acto deter valores. Existen no sólo como expresiones de hábi
minado por una «neurosis compulsiva» sería la tos y como ideas acríticas y probablemente no váli
com prensión intelectual de las restantes conse das, sino también de la misma manera en que sur
cuencias que se seguirían de la pérdida de su casa. gen ideas generales válidas en cualquier terreno.
106 107
Situaciones similares se repiten; deseos e intereses una ironía que la propia continuidad de las activi
son trasvasados de una situación a la siguiente y se dades experimentadas, que permite que las ideas
consolidan progresivamente. El resultado es un generales de valor funcionen como normas de eva
cuadro de fines generales, con valores que son «abs luación de deseos y fines particulares, haya pasado a
tractos» en el sentido de no estar directamente liga. ser la fuente de una creencia en que los deseos, por
dos a ningún caso existente en particular, pero no el mero hecho de acaecer, confieren valor a los ob
en el sentido de ser independientes de todos los ca jetos como fines, con total independencia de sus
sos empíricamente existentes. Al igual que las ideas contextos en el continuo de las actividades.
generales en el cultivo de cualquier ciencia natural, A este respecto existe el peligro de que la idea
estas ideas generales se utilizan como instrumentos de «finalidad» sea manipulada de manera análoga a
intelectuales en el juicio de los casos particulares la manipulación de los conceptos de «inmediatez»
que van surgiendo; son, de hecho, herramientas e «intrínseco» que antes hemos comentado. Un va
que dirigen y facilitan el examen de las cosas en lor es final en el sentido de que representa la con
concreto, a la vez que ellas mismas son desarrolla clusión de un proceso de evaluaciones analíticas de
das y verificadas por los resultados de su aplicación las condiciones que operan en un caso concreto,
en esos casos. Del mismo modo que las ciencias na condiciones que incluyen impulsos y deseos por
turales empezaron a seguir un curso de desarrollo una parte y condiciones externas por otra. Cual
firme cuando se dejó de emplear la dialéctica de los quier conclusión a la que se llegue a través de una
conceptos para llegar a conclusiones sobre cuestio indagación em prendida para justificar la conclu
nes existenciales y en lugar de ello se empleó como sión será «final» para ese caso. Aquí «final» tiene
medio para llegar a hipótesis fructíferamente apli fuerza lógica. La cualidad o propiedad de valor que
cables a los particulares, así sucederá también con se correlaciona con el último deseo formado en el
la teoría de las actividades v relaciones humanas. Es proceso de valoración es, tautológicamente, última
108 109
para esa particular situación. Se aplica, sin em suija el deseo de otra cosa; no hay nada que in
bargo, a una relación de medios-fin que es especifica- duzca a la formación de un fin, y mucho menos a la
ble y temporal, y no a algo que sea un fin per se. formación de un fin con preferencia a cualquier
Hay una diferencia fundamental entre una propie otro entre el número indefinido de fines teórica
dad o cualidad final y la propiedad o cualidad de fi mente posibles. El control de la transformación de
nalidad. tendencias activas en un deseo que incorpora un
La objeción que siempre se alza contra la tesis particular fin contemplado lo ejercen las necesida
expuesta es que, según ella, las actividades y los jui des o privaciones de una situación efectiva, en la me
cios de valoración estarían envueltos en un regressus dida en que sus exigencias se revelan a la obser
ad infinilum sin salida. Si no hay un fin, se dice, que vación. El «valor» de los diferentes fines que se
no sea a su vez medio, no hay un punto donde la ofrecen a la mente es estimado o medido por la ca
previsión pueda detenerse, y no se puede constituir pacidad que presentan de guiar la acción para re
un fin contemplado si no es a través del más arbi mediar, satisfacer, en sentido literal, las carencias
trario de los actos, un acto tan arbitrario que sería existentes. He ahí el factor que corta el proceso de
ridículo querer presentarlo como auténtica propo prever y sopesar los fines contemplados en su fun
sición de valoración. ción de medios. A cada día le basta con su mal, y le
Esta objeción nos devuelve a las condiciones basta también con el bien de aquello que suprima el
bajo las cuales toman forma los deseos y las conse mal existente. Le basta porque es el medio de insti
cuencias previstas se proyectan como fines a alcan tuir una situación completa o un conjunto de con
zar. Esas condiciones son la necesidad, el déficit y el diciones integrado.
conflicto. Aparte de una condición de tensión en Veamos dos ilustraciones. Un médico tiene que
tre una persona y las condiciones que la envuelven, determinar el valor de diversos cursos de acción y
no hay, como hemos visto, ocasión alguna para que sus resultados en el caso de un paciente concreto.
110 111
I
Forma fines contemplados provistos del valor qUe piado de esa indagación) es evaluado en cuanto a
justifica su adopción, sobre la base de lo que su exa su mérito sobre la base de su capacidad para resol
men revela ser el «problema» o el «mal» del pa. ver el problema que presentan las condiciones inves
ciente. Estima el mérito de lo que acomete sobre la tigadas. No existe una norma a priori para determi
base de su capacidad de producir una condición en nar el valor de una solución propuesta en casos
la que esos trastornos no existan; en la que, como se concretos. Una hipotética solución posible, en
suele decir, el paciente «recupere la salud». El mé cuanto fin contemplado, se utiliza como medio me
dico no tiene una idea de la salud como un abso todológico para dirigir posteriores observaciones y
luto fin en sí, un bien absoluto por el cual se deter experimentos. O bien cumple la función de resol
mine lo que hay que hacer. Al contrario, forma su ver un problema para la cual es adoptada y ensa
idea general de la salud como un fin y un bien (va yada, o bien no la cumple. La experiencia ha de
lor) para el paciente sobre la base de lo que sus téc mostrado que la mayoría de los problemas se
nicas de examen le han mostrado ser los trastornos inscriben en ciertos tipos recurrentes, de suerte que
de los que sufren los pacientes y los medios que hay hay principios generales que, según se cree, las so
para vencerlos. No hay por qué negar que acaba de luciones propuestas deben satisfacer en el caso par
sarrollándose una concepción general y abstracta ticular. Se desarrolla así una especie de marco de
de la salud. Pero es el resultado de un gran número condiciones que se han de satisfacer, un marco de
de indagaciones definidas y empíricas, no una «nor referencia que opera de manera empínen mente regu
ma» precondicionante a priori para efectuar las in ladora en los casos dados. Incluso podemos decir
dagaciones. que opera como un principio «a priori», pero exac
La otra ilustración es más general. En toda inda tamente en el mismo sentido en que las reglas para
gación, aun la más com pletamente científica, lo la práctica de un arte tecnológico son a la vez empí
que se propone como conclusión (el fin contem- ricamente antecedentes y controladoras en un caso
112 113
dado del arte. Aunque no exista una norma de sa jjkis cuyas condiciones y consecuencias se exploran
lud a priori con la que se pueda comparar el estado con miras a encontrar métodos de solución. Los
efectivo de los seres humanos para determinar si es jos ejemplos que acabamos de citar, el progreso de
tán sanos o enfermos, o en qué aspecto están enfer la medicina y el de la investigación científica, son
mos, a partir de la experiencia pasada se han desa muy instructivos sobre este punto. Mientras se su
rrollado ciertos criterios que son operativamente puso que los acontecimientos efectivos debían ser
aplicables en los nuevos casos que van surgiendo. juzgados por comparación con un fin-valor abso
Los fines contemplados son evaluados o valorados luto como norm a y baremo, no se hizo ningún
como humos o malos sobre la base de su utilidad para avance seguro. Cuando las normas de la salud y de
dirigir el comportamiento frente a estados de cosas la satisfacción de las condiciones del conocimiento
que resultan inconvenientes debido a alguna caren se concibieron en términos de observación analí
cia o conflicto que hay en ellos. Son evaluados co tica de las condiciones existentes, desvelando una
mo aptos o no aptos, apropiados o inapropiados, dificultad que podía enunciarse en un problema,
correctos o incorrectos, sobre la base de su necesidad los criterios de juicio se hicieron progresivamente
para alcanzar este fin. autocorrectivos en virtud del propio proceso de su
Considerando que las dificultades y los «males» uso en la observación para localizar el origen de la
son casi omnipresentes en la experiencia humana dificultad y para indicar los medios efectivos con
(males en el sentido de deficiencias, fallos y frustra que afrontarla. Esos medios forman el contenido
ciones) , y considerando la cantidad de tiempo que del fin contemplado específico, no una norm a o
se ha gastado en pretender que no existen, es ex ideal abstracto.
traño que las teorías de la actividad humana hayan Este énfasis en la función de las necesidades y
prescindido de la concreta función que las dificulta los conflictos como factor controlador en la institu
des pueden ejercer cuando se toman como proble- ción de fines y valores no significa que éstos sean
114 115
negativos en su contenido y significado. Aunque piada de un fin; la idea, cuando se la pone en prác
ideados en relación con un factor negativo, déficit, tica, determina un resultado positivo.
carencia, privación o conflicto, su función es posi El fin alcanzado o consecuencia es siempre una
tiva, y la resolución lograda mediante el ejercicio de organización de actividades, donde la organización
su función es positiva. Tratar de obtener un fin es una coordinación de todas las actividades que
directamente es hacer operativas aquellas mismas entran como factores. El fin contemplado es aquella
condiciones que son el origen de la dificultad expe particular actividad que opera como factor coordi
rimentada, con lo cual se las fortalece, y a lo sumo nante de todas las restantes subactividades implica
se cambia la forma externa en que se manifiestan. das. El reconocimiento del fin como coordinación
Los fines contemplados que se han ideado con una u organización unificada de actividades, y del fin
referencia negativa (esto es, en relación con una difi contemplado como la actividad especial que es el
cultad o problema) son medios que inhiben la ope medio de efectuar esa coordinación, elimina cual
ración de las condiciones que producen el resulta quier apariencia de paradoja que pudiera revestir la
do pernicioso; permiten que condiciones positivas idea de un continuo temporal de actividades en el
operen como recursos y con ello produzcan un re que cada estadio sucesivo es igualmente fin y me
sultado cuyo contenido es positivo en el más alto dio. la forma de un fin alcanzado o consecuencia es
sentido posible. El contenido del fin como objeto siempre la misma: la de una coordinación ade
contemplado es intelectual o metodológico; el con cuada. El contenido o materia involucrada en cada
tenido del resultado alcanzado o el fin como conse resultado sucesivo difiere del de sus predecesores;
cuencia es existencial. Es positivo en cuanto que se pues a la vez que reafirma una acción unificada en
ñala la eliminación de la necesidad y conflicto que curso, tras un período de interrupción a causa del
evocó el fin contemplado. El factor negativo opera conflicto y la necesidad, también instaura un nuevo
como una condición de formación de la idea apro estado de cosas. Tiene las cualidades y propiedades
116 117
adecuadas para ser la resolución consumatoria de templado como del fin alcanzado. Allí donde, por
un estado de actividad previo en el que había una otro lado, hay un presunto «ideal» que es utópico y
peculiar necesidad, deseo y fin contemplado. En el mera fantasía, se produce la misma separación,
continuo proceso temporal de organizar las activi ahora por el lado del supuesto fin. Los medios que
dades en una unidad coordinada y coordinante, no llegan a ser elementos constitutivos de los pro
una actividad constitutiva es a la vez fin y medio: es pios fines o consecuencias que producen forman lo
fin en tanto que es, temporal y relativamente, una que se llama «males necesarios», siendo su «necesi
conclusión; es medio en tanto que suministra una dad» relativa al estado existente del conocimiento y
condición que habrá de ser tenida en cuenta en la del arte. Son comparables a aquellos andamiajes
actividad ulterior. que después habían de ser demolidos, pero que
Lejos de haber algo extraño o paradójico en la eran necesarios para levantar los edificios hasta
existencia de situaciones en las que los medios son que se empezó a usar montacargas: éstos permane
constitutivos de aquellos mismos objetos-fin [end- cían en uso en el edificio construido, y se emplea
ol. .ti¡ que han contribuido a hacer realidad, tales ban para transportar materiales que a su vez pasaban
situaciones se producen siempre que el comporta a ser parte integral del edificio. Los resultados o
miento logra la proyección inteligente de fines con consecuencias que en un determinado momento
templados que dirijan la actividad a la resolución eran necesariamente productos de desecho en la
de la dificultad antecedente. Los casos en los que se producción de la cosa particular deseada se utiliza
produce una secesión entre fines y medios son los ron, a la luz del desarrollo de la experiencia y la in
anormales, los que se desvían de la actividad inteli teligencia humanas, como medios para ulteriores
gentemente conducida. Allí, por ejemplo, donde consecuencias deseadas. El ideal generalizado y
hay un mero esfuerzo baldío, hay separación de los norma de economía-eficiencia que opera en todo
medios requeridos y necesarios, tanto del fin con arte y tecnología avanzados es equivalente, si se lo
118 119
analiza, a la concepción de unos medios que son formación ulterior de deseos e intereses o valora
constitutivos de los fines alcanzados y de unos fines ciones. En la medida en que una particular valo
que son utilizables como medios para posteriores ración no sea válida a causa de una investigación
fines. miope y desatenta de las cosas en su relación de me
Hay que señalar que la actividad y las actividades, dios-fines, se dificulta el camino a subsiguientes va
en el sentido en que se han empleado esas palabras loraciones razonables. En la medida en que los de
en la explicación que antecede, requieren, como seos e intereses se formen tras un repaso crítico de
cualquier comportamiento efectivo, materiales exis- las condiciones que como medios determinan el re
tenciales, como el respirar requiere aire; el cami sultado efectivo, las actividades subsiguientes serán
nar, tierra; el comprar y vender, mercancías; la in más fluidas y continuas, porque será más fácil eva
dagación, cosas que indagar, etc. Ninguna actividad luar las consecuencias alcanzadas como medios en
hum ana opera en el vacío; actúa en el mundo, y el continuo de la acción.
cuenta con materiales sobre los cuales y a través de
los cuales produce resultados. Por otra parte, nin
gún material -aire, agua, metal, madera, etc.- es
medio salvo si es empleado en alguna actividad hu
mana para lograr algo. Cuando se habla de «or
ganización de actividades», siempre se incluye la
organización de los materiales que existen en el
m undo en que vivimos. Aquella organización que
es el valor «final» para cada situación concreta de
valoración forma parte, así, de las condiciones exis-
tenciales que han de ser tomadas en cuenta en la
120 121
VII La teoría de la valoración com o
d elin ea ció n de un program a
136 137
sis de que el valor en el sentido de algo bueno está blecer directamente, o mediante una mínima ins
inherentem ente vinculado a aquello que pro pección, los valores de fines particulares dados (ne
mueve, impulsa, favorece un curso de actividad, y cia pretensión que subyace a la creencia en valores
que el valor en el sentido de algo correcto está inhe a priori como ideales y normas); son reglas de pro
rentemente ligado a aquello que se necesita, se re cedimiento metódico en la conducción de las in
quiere, para el mantenimiento de un curso de acti vestigaciones que determinan las respectivas condi
vidad, no es en sí novedosa. En realidad, viene ciones y consecuencias de distintos modos de
sugerida por la propia etimología de la palabra valor, comportamiento. La teoría no pretende resolver
asociada como está a las palabras «valer», «valen los problemas de valoración por sí misma; lo que
tía», «válido» e «inválido». Lo que la discusión pre pretende es enunciar las condiciones que debe sa
cedente ha añadido a la idea es la prueba de que si, tisfacer la indagación si se quieren resolver esos
y sólo si, se toma en este sentido la valoración, son problemas, y servir de esa manera como principio
posibles proposiciones empíricamente fundamen rector en la conducción de tales indagaciones.
tadas acerca de los deseos e intereses como fuentes l Las valoraciones existen de hecho, y son sus
de valoraciones, siendo fundamentadas tales propo ceptibles de observación empírica, de modo que las
siciones en la m edida en que em pleen generali proposiciones acerca de ellas son verificables empí
zaciones físicas científicas como medio de formar ricamente. Lo que los individuos y los grupos tie
proposiciones acerca de actividades que se correla nen en alta estima o aprecian y el porqué de que lo
cionan como fines-medios. Las proposiciones gene aprecien son cosas que en principio se pueden ave
rales resultantes suministran reglas para la valora riguar, por grandes que sean las dificultades prácti
ción de las metas, propósitos, planes y políticas que cas para hacerlo. Pero, en conjunto, en el pasado
dirigen la actividad humana inteligente. No son re los valores han sido determinados por costumbres,
glas en el sentido de que nos capaciten para esta seguidamente recomendadas porque favorecían al
138 139
gún interés especial, acompañándose la recomen cidad de formular proposiciones de valoración. Esta
dación de coerción o exhortación o una mezcla de aseveración no hace sino reconocer que la expe
ambas. Las dificultades prácticas con las que tro riencia pasada, debidamente analizada y ordenada,
pieza la indagación científica de las valoraciones es la única guía que tenemos para la experiencia fu
son grandes, tan grandes que es fácil caer en el tura. Un individuo, dentro de los límites de su ex
error de confundirlas con obstáculos teóricos inhe periencia personal, revisa sus deseos y propósitos a
rentes. Además, el conocimiento que existe en ma medida que se percata de las consecuencias que
teria de valoraciones dista mucho de estar organi produjeron en el pasado. Ese conocimiento es lo
zado, y no digamos de ser suficiente. La idea de que que le permite prever las consecuencias probables
las valoraciones no existen en la realidad empírica y de sus actividades proyectadas y dirigir su conducta
de que por lo tanto las concepciones de valor de en consonancia. La capacidad de formar proposi
ben ser importadas de una fuente ajena a la expe ciones válidas sobre la relación de los deseos y pro
riencia es una de las más curiosas creencias que ja pósitos presentes con consecuencias futuras de
más haya acogido la mente del hombre. Los seres pende, a su vez, de la capacidad de analizar estos
humanos hacen valoraciones continuamente. Estas deseos y propósitos presentes en sus elementos
suministran el material primario para operaciones constitutivos. Cuando éstos se toman en grueso, la
de valoración ulterior y para la teoría general de la previsión es correspondientemente grosera e inde
valoración. finida. La historia de la ciencia muestra que el po
Como hemos visto, el conocimiento de esas valo der de predicción ha aumentado parí passu con el
raciones no suministra de por sí proposiciones de análisis de los sucesos cualitativos en grueso para
valoración; más bien tiene el carácter de un conoci llegar a sus componentes elementales. Ahora bien,
miento histórico y cultural-antropológico. Pero ese en ausencia de un conocimiento suficiente y orga
conocimiento fáctico es un sine qua non de la capa nizado de las valoraciones humanas como sucesos
140 141
que han acaecido, es a fortiori imposible que haya de limitar tanto el abanico de los deseos de otros
proposiciones válidas que formulen nuevas valora como su capacidad de actualizarlos. ¿No es acaso
ciones en términos de consecuencias de condicio obvio que ese conocimiento de condiciones y con
nes causales especificadas. Debido a la continuidad secuencias llevará forzosamente a revalorar los de
de las actividades humanas, personales y asociadas, seos y fines que se suponían fuentes autorizadas de
no se puede enunciar válidamente la significación valoración? No es que una revaloración de este tipo
de las valoraciones presentes mientras no se las sitúe tenga necesariam ente que producirse de inme
en la perspectiva de los pasados sucesos de valora diato. Pero cuando se descubre que las valoraciones
ción con los que tienen continuidad. Sin esa per que existen en un m om ento dado carecen del
cepción, la perspectiva futura, esto es, las conse apoyo que anteriormente se les suponía, existen en
cuencias de las valoraciones presentes y nuevas, es un contexto que es muy adverso a su m anteni
indefinida. En la medida en que se puedan juzgar miento continuado. A la larga el efecto es similar a
los deseos e intereses (y por lo tanto las valoracio la actitud de desconfianza que se desarrolla hacia
nes) existentes en su vinculación con condiciones ciertas masas de agua como resultado del conoci
pasadas, se verán en un contexto que permitirá reva miento de que esas masas de agua contienen gér
lorarlos sobre la base de una evidencia susceptible menes patógenos. Si, por otro lado, la investigación
de observación y verificación empírica. pone de manifiesto que un determinado conjunto
Supongamos, por ejemplo, que se pueda averi de valoraciones existentes, incluidas las reglas nece
guar que un particular conjunto de valoraciones sarias para su aplicación, son tales que liberan po
actuales tenga como condiciones históricas antece tencialidades individuales de deseo e interés, y lo
dentes el interés de un pequeño grupo o una clase hace de una manera que contribuye al refuerzo mu
especial en m antener ciertos privilegios y ventajas tuo de los deseos e intereses de todos los miembros
exclusivas, y que ese mantenimiento tenga el efecto de un grupo, es imposible que ese conocimiento no
142 143
sirva de baluarte para ese particular conjunto de va tirando de los cordones de sus zapatos. Pero si
loraciones, y que 110 induzca a un esfuerzo intensifi surge esa impresión es porque no se considera
cado por preservar su existencia. cómo podrían ser efectivamente puestas en rela
II Estas consideraciones conducen a la cuestión ción unas con otras, a saber, mediante el examen
central: ¿Qué condiciones se han de cumplir para de sus respectivas condiciones y consecuencias.
que el conocimiento de valoraciones pasadas y exis Sólo siguiendo ese camino se reducirán a términos
tentes llegue a ser un instrumento de valoración en homogéneos que permitan compararlas.
la formación de nuevos deseos e intereses, de aque Este método, en realidad, no hace sino trasladar
llos deseos e intereses que la prueba de la experien a los fenómenos humanos o sociales los métodos
cia demuestra que son los que más merecen ser fo que han demostrado ser útiles para tratar con la
mentados? Está claro, desde nuestra tesis, que materia de la física y la química. Antes del auge de
ninguna teoría abstracta de la valoración puede ser la ciencia moderna había en esos campos una masa
yuxtapuesta, por así decirlo, a las valoraciones exis de hechos aislados y aparentemente independien
tentes como norma para juzgarlas. tes unos de otros. El avance sistemático data del mo
La respuesta es que una valoración mejorada mento en que las concepciones que formaban el
tiene que brotar de las valoraciones existentes, so contenido de la teoría se derivaron de los propios
metidas a métodos críticos de investigación que las fenómenos, empleándose a renglón seguido como
sitúen en relaciones recíprocas sistemáticas. Admi hipótesis para relacionar entre sí las cuestiones de
tiendo que esas valoraciones sean en gran medida, y hecho por lo demás inconexas. Cuando, por ejem
probablemente en su mayor parte, deficientes, po plo, el agua de beber ordinaria se considera opera
dría parecer a primera vista que la idea de que deba tivamente como H.O, lo que sucede es que se pone
producirse una mejora por el hecho de vincularlas en relación el agua con un núm ero ingente de
entre sí fuera como recomendarle a uno que se alce otros fenómenos, con lo que las inferencias y pre
144 145
dicciones se expanden indefinidamente, y al misino vez que se han formado y prestigiado, sirven para
tiempo se hacen susceptibles de pruebas empíricas. ocultar la necesidad de métodos concretos de rela
En el campo de las actividades humanas hay en el cionar las valoraciones, y al hacerlo suministran ins
momento presente un número ingente de hechos trumentos intelectuales para situar los impulsos y
de deseos y propósitos que existen en completo ais deseos en un contexto en el que el propio lugar
lamiento unos de otros. Pero no hay hipótesis del que ocupan afecta a su evaluación.
mismo orden empírico que puedan relacionarlos Sin embargo, las dificultades que se alzan en el
entre sí de modo que las proposiciones resultantes camino son fundam entalm ente prácticas. Las po
sirvan como controles metódicos de la formación nen las tradiciones, costumbres e instituciones que
de deseos y propósitos futuros, y, con ello, de nue perduran sin pasar por una investigación empírica
vas valoraciones. El material es amplio, pero faltan sistemática, y que constituyen la fuente más influ
los medios para poner sus elementos constitutivos yente de deseos y fines ulteriores. El cuadro se
en relaciones que sean fructíferas. Esa falta de me completa con teorías apriorísticas que sirven, en
dios para relacionar entre sí valoraciones efectivas conjunto, para «racionalizar» esos deseos y fines y
es en parte causa y en parte efecto de la creencia en darles una apariencia de altura y prestigio intelec
normas e ideales de valor que estarían fuera («por tual. Por eso merece la pena señalar que antigua
encima» es la expresión habitual) de las valoracio mente existieron los mismos obstáculos en mate
nes efectivas. Es causa porque contar con algún mé rias que ahora se rigen por métodos científicos.
todo de control de los deseos y propósitos es un de Tomemos, como ejemplo sobresaliente, las dificul
siderátum tan importante que, en ausencia de un tades que hace unos pocos siglos encontró la as
método empírico, hace que se eche mano de cual tronomía copem icana para hacerse oír. Las creen
quier concepción que parezca satisfacer la necesi cias tradicionales y acostumbradas, sancionadas y
dad. Es efecto porque las teorías apriorísticas, una sostenidas por instituciones poderosas, veían una
146 147
am enaza en las nuevas ideas científicas. Pese a ciones entre sí (mientras no hubo «leyes» conoci
ello, los métodos que daban proposiciones verifi- das), la clase de previsión de las consecuencias de
cables en términos de observaciones efectivas y evi deseos y propósitos alternativos que era necesaria
dencia experimental se mantuvieron, extendieron para su evaluación fue imposible. Cuando nos per
su alcance y adquirieron una influencia cada vez catamos del poco tiempo que ha transcurrido -en
mayor. comparación con el que lleva el hombre sobre la
Las proposiciones que han resultado de ello, y tierra- desde que las artes y tecnologías empleadas
que ahora forman el contenido sustancial de la fí en asuntos estrictamente físicos recibieron apoyo
sica, de la química, y en creciente medida de la bio científico, las condiciones de atraso de las artes liga
logía, suministran justam ente los medios por los das a los asuntos sociales y políticos de los hombres
que se puede introducir el cambio requerido en las no nos pueden sorprender.
creencias e ideas que pretenden abordar los fenó La ciencia psicológica se encuentra ahora en un
menos humanos y sociales. Hasta que la ciencia na estado muy semejante a aquel en que se encontra
tural alcanzó algo semejante a su estado presente, ban la astronomía, la física y la química cuando sur
una teoría empírica y fundamentada de la valora gieron por prim era vez como ciencias genuina-
ción que a su vez pudiera servir como método para mente experimentales, pero sin una ciencia de esa
regular la producción de nuevas valoraciones fue clase un control teórico sistemático de la valoración
impensable. Los deseos e intereses sólo producen es imposible; pues sin un conocimiento psicológico
consecuencias cuando las actividades en las que se competente no se puede calcular la fuerza de los
expresan tienen efecto en el entorno al interactuar factores humanos que interactúan con las condicio
con condiciones físicas. Mientras no hubo un cono nes no humanas que los envuelven para producir
cimiento adecuado de las condiciones físicas, ni consecuencias. Esta aseveración es puramente tau
proposiciones bien fundadas respecto de sus rela tológica, ya que el conocimiento de las condiciones
148 149
humanas es ciencia psicológica. Durante más de un sólida. Mientras la biología no suministró los he
siglo, además, las ideas centrales de lo que pasaba chos materiales que están entre lo no humano y lo
por ser conocimiento psicológico fueron tales que humano, los rasgos aparentes de lo segundo eran
efectivamente obstruían esa previsión de las conse tan diferentes de los de lo primero que la doctrina
cuencias que se requiere para controlar la forma de un abismo total entre ambos parecía ser la única
ción de fines contemplados. Pues mientras se pensó plausible. El eslabón que falta en la cadena de co
que la materia psicológica constituía un ámbito psí nocimiento que termina en las proposiciones de va
quico o mentalista contrapuesto al ámbito físico, la loración fundamentadas es el biológico. Ya que la
indagación, si de tal puede hablarse, se desvió al foija de ese eslabón está en curso, podemos esperar
problema metafísico de la posibilidad de interac que llegue pronto el momento en que los obstácu
ción entre lo m ental y lo físico, apartándose del los al desarrollo de una teoría empírica de la valora
problema central de la evaluación, esto es, el de ción sean los hábitos y tradiciones que emanan de
descubrir las interacciones concretas entre el com intereses institucionales y de clase más que de defi
portamiento humano y las condiciones envolventes ciencias intelectuales.
que determinan las consecuencias efectivas de los La necesidad de una teoría de las relaciones hu
deseos y propósitos. Una teoría fundamentada de manas en térm inos de una sociología que quizá
los fenómenos del comportamiento humano es re fuera instructivo llamar antropología social es otra
quisito previo de una teoría de la valoración en la condición para el desarrollo de una teoría de la va
misma medida en que lo es una teoría del compor loración como instrumento eficaz, porque los orga
tamiento de las cosas físicas (en el sentido de no hu nismos humanos viven en un ambiente cultural.
manas). El desarrollo de una ciencia de los fenó No hay ningún deseo ni interés que, en su distin
menos de los seres vivos fue un requisito previo ción del impulso bruto y del apetito estrictamente
incondicional para el desarrollo de una psicología orgánico, no sea lo que es a causa de la transforma
150 151
ción efectuada en éstos por su interacción con el tumbres institucionalizadas". La separación que se
ambiente cultural. Cuando se examinan las teorías gún algunos existe entre el «mundo de los hechos»
actuales que relacionan, como es lógico, la valora y el «ámbito de los valores» sólo desaparecerá de
ción con los deseos e intereses, no hay nada que las creencias humanas cuando se vea que los fenó
llame más la atención que su desprecio -tan difun menos de valoración tienen su fuente inmediata en
dido que llega a ser sistemático- del papel de las modos de comportamiento biológicos y deben su
condiciones e instituciones culturales en la confor
mación de deseos y fines, y por lo tanto de valora 5 La aseveración, que a veces se hace, de que las oraciones
ciones. Ese desprecio constituye quizá la prueba metafísicas «no significan nada» suele pasar por alto el hecho de
más convincente que pueda darse de la sustitución que culturalmente hablando están muy lejos de carecer de signi
de la investigación sobre los deseos y valoraciones ficado, en el sentido de que sus efectos culturales sean insignifi
como hechos concretamente existentes por la ma cantes. Lo cierto es que están tan lejos de no significar nada a ese
nipulación dialéctica del concepto de deseo. Ade respecto que no existe ningún atajo dialéctico para su elimina
más, la idea de que se puede establecer una teoría ción, ya que ésta sólo se puede lograr a través de aplicaciones
adecuada del com portam iento hum ano -inclu concretas del método científico que modifiquen las condiciones
yendo particularmente los fenómenos del deseo y culturales. La tesis de que las oraciones que encierran una refe
el propósito- considerando a los individuos aparte rencia no empírica no significan nada es correcta en el sentido
del marco cultural en el que viven, se mueven y tie de que no se puede dar inteligibilidad a aquello que pretenden
nen su ser -una teoría que con justicia se podría significar, y presumiblemente es esto lo que quieren decir quie
llamar individualismo metafísico- se ha unido a la nes la sostienen. Interpretadas como síntomas o signos de condi
creencia metafísica en un ámbito mentalista para ciones que efectivamente existen, pueden y suelen ser muy signi
m antener los fenómenos de valoración sometidos ficativas, y la crítica más eficaz de ellas es poner al descubierto las
a tradiciones no examinadas, convenciones y cos condiciones de las cuales son evidencíales.
152 153
contenido concreto a la influencia de condiciones inspiran esa lealtad intelectual que tiene la sanción
culturales. de los métodos que alcanzan conclusiones válidas
La línea inflexible e infranqueable que algunos en la indagación científica, mientras que las ideas
suponen que exista entre el lenguaje «emotivo» y el que tienen su origen en la lógica de la indagación
lenguaje «científico» es un reflejo de la brecha que hasta ahora no han conseguido adquirir la fuerza
ahora existe entre lo intelectual y lo emocional en que sólo el ardor emocional proporciona. El pro
las relaciones y actividades humanas. La división blema práctico que hay que afrontar es el estableci
que existe en la actual vida social entre las ideas y miento de condiciones culturales que apoyen los ti
las emociones, especialmente entre las ideas que pos de comportamiento en los que se integran las
tienen una justificación científica y las emociones in emociones y las ideas, los deseos y las evaluaciones.
controladas que dominan la práctica, la división en Así pues, si la discusión de los apartados anterio
tre lo afectivo y lo cognitivo, es probablemente una res de este estudio parece haber puesto el principal
de las principales fuentes de los desajustes y las ten acento en la importancia de las ideas válidas para la
siones insoportables que padece el mundo. Dudo formación de los deseos e intereses que son las
que pueda hallarse una explicación adecuada del fuentes de la valoración, y haber centrado la aten
lado psicológico del auge de las dictaduras que no ción principalmente en la posibilidad y la necesi
tome en cuenta el hecho de que la tensión produ dad del control de ese factor ideacional mediante
cida por la separación entre lo intelectual y lo emo cuestiones de hecho empíricamente justificadas, es
cional es tan intolerable que los seres humanos es porque la teoría de la valoración empírica (en
tán dispuestos a pagar casi cualquier precio por la cuanto distinta de la apriorística) se enuncia actual
apariencia de su aniquilación siquiera temporal. Vi mente en términos del deseo como algo emocional
vimos en una época en la que las lealtades y adhe aislado de lo ideacional. De hecho y a fin de cuen
siones emocionales se centran en objetos que ya no tas, la discusión precedente no apunta en lo más
154 155
mínimo a una sustitución de lo emotivo por lo inte aquí, porque en este momento la mayor brecha del
lectual. Toda su significación consiste en la necesi conocimiento es la que existe entre las materias hu
dad de integrar ambas cosas en el comportamiento; manistas y no humanistas. La brecha desaparecerá,
un comportamiento en el que, como se dice vulgar el hueco se colmará, y la ciencia se manifestará
mente, vayan juntos la cabeza y el corazón; en el
que, por emplear un lenguaje más técnico, el apre nal de la ciencia unificada), un proyecto de unificación metodo
ciar y el evaluar se unan en la dirección de la ac lógica de las ciencias acometido por Otto Neurath con la colabo
ción. Que el aumento del conocimiento de lo físico ración de Rudolf Carnap y otros positivistas. A pesar del nombre,
-en el sentido de lo no personal- haya limitado el no se trataba de constituir una enciclopedia propiamente dicha,
radio de libertad de la acción humana respecto a sino un extenso conjunto de estudios sueltos e independientes
cosas como la luz, el calor, la electricidad, etc., es que contribuyeran a hacer congruentes los diversos lenguajes
tan absurdo, a la vista de lo que efectivamente ha científicos, desde distintos puntos de vista y con miras a una in
ocurrido, que nadie lo sostiene. La operación del tegración de los saberes en el marco de un método común. Las
deseo en la producción de las valoraciones que in dificultades derivadas de la Segunda Guerra Mundial y la muerte
fluyen en la acción hum ana también se liberará de Neurath en 1945 dieron al traste con la empresa, de la que
cuando éstas asimismo se ordenen mediante propo únicamente llegaron a ver la luz los dos primeros volúmenes, pu
siciones verificables respecto a cuestiones de hecho. blicados por la Universidad de Chicago bajo el título Foundations
Se puede decir con justicia que el principal pro of the Unily of Srimrr (Fundamentos de la unidad de la ciencia).
blema práctico que interesa a la presente Enciclope El primer escrito de Dewey para la F.ncyclopedia, «Unity of
dia6, la unificación de la ciencia, tiene su centro Science as a Social Problem» (La unidad de la ciencia como pro
blema social), se insertó en el primero de esos volúmenes, im
6 Este texto de John Dewey fue su segunda aportación a la In preso en 1938; esta Teoría de la valoración se publicó como cuarta
ternational Enciclopedia ofUnified Science (Enciclopedia intemacio- parte del segundo, que vio la luz en 1939. (A'. delE.)
156 157
como una unidad operante de hecho y no sólo en B ibliografía
teoría, cuando las conclusiones de la ciencia imper
sonal no humanista se empleen para guiar el curso
del comportamiento propiamente humano, esto es,
aquel que se ve influido por la emoción y el deseo
en la formación de medios y fines; pues el deseo,
que tiene fines contemplados y por lo tanto implica
valoraciones, es la característica que distingue el Ayer, A. J., Language, Truth and Logic, Nueva
comportamiento humano del no humano. Por otro York 1936.
lado, la ciencia que se aplica a usos propiamente Dewey, John, Essays in Experimental Logic, Chi
humanos es aquella en la que las ideas justificadas cago 1916, págs. 349-389.
acerca del m undo no humano se integran con la F.xperience and Nalure, «Lectures upon the Paul
emoción como caracteres humanos. En esa integra Carus Foundation», First Series, 1.* ed., Chicago
ción la propia ciencia no sólo es un valor (por ser la 1925; 2.a ed., Nuera York 1929.
expresión y el cumplimiento de un deseo y un inte Human Nature and Conduct, Nueva York 1922.
rés hum ano especial), sino que es el medio su Logical Conditions of a Scientific Treatment of Mo-
premo para la determinación válida de todas las va rality, Chicago 1903. Reimpresión del texto publi
loraciones en todos los aspectos de la vida humana cado en The Decennial Publications of the University of
y social. Chicago, First Series, III, págs. 115-139.
The Quest for Certainly, Nueva York 1929.
Art as Experience, Nueva York 1934.
Dewey, John, yj. H. Tufts, Ethics, ed. rev., Nueva
York 1932.
158 159
et aL, Creative Intelligence, Nueva York 1917. Journal of Philosophy (1931) y Philosophical Review
Joergensen, J., «Imperatives and Logic», Er- (1932).
kenntnis, VII (1938), págs. 288-296. Prall, David W., «A Study in the Theory of Va
Kallen, H., «Valué and Existence in Philosophy, lué», (Jniversity of California Publicalions in Philosophy,
Art and Religión», en John Dewey et aL (dirs.), Cre III, n ú m . 2 (1918), págs. 179-290.
ative Intelligence, Nueva York 1917. «In Defense of a “Worthless” Theory of Va
Kóhler, W., Place of Valué in a World ofFact, Nueva lué», Journal of Philosophy, XX (1923), págs. 128-137.
York 1938. Reid, John, A Theory of Valué, Nueva York 1938.
Kraft, Viktor, Die Grundlagen einer wissenschaftli- Russell, B., Philosophical Essays, Nueva York 1910.
chen Wertlehre, Viena 1937. Schlick, Moritz, Fragen der Ethik, Viena 1930;
Laird, John, The Idea of Valué, Cambridge 1929. trad. inglesa: Problems of Ethics, Nueva York 1939.
Mead, G. H., «Scientific Method and the Moral Stuart, Henry Waldgrave, «Valuation as Logical
Sciences», International Journal of Ethics, xxxm Process», en John Dewey et al, Studies in Logical
(1923), págs. 229-247. Theory, The Decennial Publications of the University of
Moore, G. E., Principia ethica, Londres 1903. Chicago, vol. XI, Chicago 1903.
Neurath, Otto, Empirische Soziologie; der wissen-
schaftliche Gehalt der Geschichte und Nationalokonomie,
Viena 1931.
Pell, O. A. H., Valué Thecny and Criticism, Nueva
York 1930.
Perry, Ralph Barton, General Theory of Valué,
Nueva York 1926. Véanse también sus artículos en
las revistas International Journal of Ethics (1931),
160 161
BIB L IO T E C A
DE ENSAYO
T ullio P ericoli
El alm a del ro stro
Traducción de María Condor
B enedetta C raveri
M aría A nton ieta y el escándalo del collar
Traducción de María Condor
D arío V illanueva
Ú ltim os títu lo s pu blicado s La p o ética de la lectu ra en Q uevedo
S erie m enor G eorge S tein er
Diez (po sib les) razo nes para la tristez a del pensam ien to
Ism aíl K adaré Traducción de María Condor
E squilo
Traducción de Ramón Sánchez Lizarralde y María Roces H oria-R om an Patapievici
Los ojos de B eatriz
G ershom Scholem Traducción de Natalia Izquierdo López
L enguajes y cábala
Traducción de José Luis Barbero Sampedro W. G. Sebald
El p asean te so litario
E stela O cam po Traducción de Miguel Sáenz
C inco lecciones de am or p ro u stian o
A ntonio G noli y F ranco Volpi
C h arles Ju lie t El Dios de los ácidos
E ncu en tro s con Sam uel B eckett Traducción de María Condor
Traducción de Julia Escobar
Jo h n Dewey
G andhi T eo ría de la valoración
S obre el hinduism o Traducción de María Luisa Balseiro
Traducción de Agustín López y María Tabuyo
JOHN DEW EY
LA
RECONSTRUCCIÓN
DE LA FILOSOFÍA
173
diferido los unos de los otros precisam ente porque existía
un punto en el que todos concordaban: el de una fuente
única y últim a de la lev. Otros han afirm ado que es im
posible situ a r la m oral en la conform idad con el poder que
d icta la ley, y que debe ser buscada en ciertos fines que
son buenos. Algunos han buscado el bien en la realización
de sí m ism os. Otros en la santidad, otros en la felicidad, y
otros en la m ayor sum a posible de placeres. Pues bien,
todas esas escuelas han concordado en el supuesto de que
existe un bien único, fijo y últim o. Y precisam ente por
h ab er p artid o todas ellas de esta prem isa com ún han po
dido d isp u tar entre sí.
Surge aquí la pregunta de si p ara salir de sem ejante
confusión y pugna no será lo m ejor el ir h asta la raíz del
problem a, interrogando a ese elem ento com ún a todas las
escuelas. ¿No es acaso esta creencia en loBú n igp-definitivo 1
y ú ltim o (Io^mismosTlö~ööncebimos como el bien o com o
la T e y a u to ritaria) un producto TñTefgjp^ or^
'~gan^acióm feudal que está desapareciendjo^JiiiiiQrica-
•'Tneñtejjy de aquella creencia en uíTcosmos lim itado, o r
d e ñ a d o , que ha desaparecido ya de la ciencia natu ral, en
el que se considera el descanso como superior al m ovi
m iento? He apuntado repetidas veces la idea de que lo
lim itado de la actual reconstrucción intelectual radica en
que todavía no ha sido aplicada seriam ente dentro de las
disciplinas m orales y sociales. ¿No exigirá acaso esta m ás
am plia aplicación el que progresem os hasta u n a ^ reencia
pn la p l u r a l id a d dp hienas v~de fines m udables, m ovibles—.
individualizados, y hasta la creencia de que los principios,
íos crrtenóS ,iasTeyes son instrum entos intelectuales p ara
analizar las situaciones individuales o únicas?—
Es posible que la tajan te afirm ación de que toda situ a
ción m oral es única y que tiene su propio bien irreem p la
zable, pueda parecer no sólo tajante sino adem ás a n ti
cuada. La tradición establecida enseña que es precisa
m ente la irregularidad de los casos especiales la que hace
necesario que la conducta sea guiada por los universales,
y que la esencia de la disposición virtuosa consiste en la
174
buena voluntad p ara subordinar cualquier caso p a rtic u la r
a la decisión de un principio fijo. De ello se deduciría que
el som eter una finalidad y una ley genéricas a lo que de
term ine la situación concreta, trae como consecuencia
una total confusión y un libertinaje sin freno. Sin em
bargo, vamos a seguii/la norm a pragm ática, y p ara des
cu b rir el significado de la idea vamos a buscar sus conse-
cu en cia^E n to n ces se nos aparece de una m anera so rp ren
dente que el significado del carácter único y m oralm ente
últim o de la situación concreta no es o tra cosa que una
transferencia del peso y de la carga de la m oral a la in te
ligencia. No destruye la responsabilidad, sino que única
m ente la localiza. Una situación m oral es aquella en que
se exige el juicio y la elección como antecedentes p ara
la acción. El sentido práctico de la situación —es decir, la
acción que se precisa p ara satisfacerlo— no es evidente
“por sí m ism o. Es preciso buscarlo. Existen deseos en
'pugna y bienes aparentes que constituyen un dilem a. Lo
t¡ü e necesitam os es descubrir el curso verdadero de la ac
ción, el bien verdadero. Es preciso, por consiguiente, lle
var a cabo una investigación; observar la conform ación V
d etallada de la situación; el análisis de sus distintos fac
tores; la aclaración de lo que es oscuro; el ap artam ien to
de los rasgos m ás vivaces e insistentes; el ra stre ar las con
secuencias de los distintos modos de acción que se nos
sugieren; el m irar la decisión a que hem os llegado como
hipotética y de tanteo hasta que hayam os hecho la cuenta
de las consecuencias previstas o supuestas que nos lleva
ron a su adopción p ara ver el saldo que presentan con las
consecuencias reales. Esa investigación es inteligencia.
N uestros fracasos m orales se rem ontan a alguna debilidad
de carácter, a alguna falta de sim patía, a algún prejuicio
unilateral que nos lleva a realizar con descuido o con m ala
intención el juicio del caso concreto. Los rasgos distintivos
m orales, las virtudes o las excelencias éticas son una a m
plia sim patía, una aguda sensibilidad, la terquedad en en
frentarse con lo desagradable, un equilibrio de intereses
175
que nos perm ita em prender de una m an era inteligente la
tarea de an alizar y decidir.
Vale la pena hacer n o tar una vez m ás que el problem a
que se oculta debajo de todo esto es, en fin de cuentas, el
imismo que hem os tratad o a fondo en la investigación fí
sica. Tam bién en ésta pareció du ran te largo tiem po que
sólo podía alcanzarse la seguridad y la dem ostración ra
cionales partiendo de conceptos universales y agrupando
bajo ellos los casos particulares. Los hom bres que inicia
ron los m étodos de investigación que hoy están adoptados
en todas partes, fueron en su tiem po acusados (sincera
m ente) de subvertidores de la verdad y de enemigos de la
ciencia. Si ellos acabaron por triu n far fue, como ya hem os
señalado, porque el m étodo de los universales confirm aba
prejuicios y sancionaba ideas que hab ían alcanzado acep
tación general sin que tuviesen en su favor prueba n in
guna; porque, colocando el peso inicial y el final sobre el
caso individual, estim ulaba una investigación concien
zuda de los hechos y un exam en de los principios ú l
tim o térm ino, la pérdida de las verdades eternas se vio
sobradam ente com pensada con el acceso a las diarias rea
lidades. La pérdida del sistem a de definiciones y géneros
superiores y fijos se resarció con exceso m ediante el sis
tem a creciente de las hipótesis y leyes em pleadas en la
clasificación de los hechos. Vemos, pues, que, después de
todo, sólo pedim os que se adopte, al m ed itar en la m oral,
la m ism a lógica que al decidir sobre fenómenos físicos ha
dem ostrado conducir a la seguridad, a la rigurosidad y a
la fertilidad. La razón es la m ism a. El m étodo antiguo, a
pesar de que rendía culto nom inal y estético a la razón,
perjudicaba a esta m ism a razón, porque estorbaba el fun
cionam iento de la investigación escrupulosa e incansable.
Más concretamehteTaTtrahsTerTFeTpesö de la νκΠΓτηο-
ral desde la búsqueda de reglas o la persecución de fines
inm utables, hasta el descubrim iento de los m ales que ne
cesitan r em edio en cada caso especial, y h asta la form a
ción de planes y de m étodos con que tratarlo s, elim ina las
causas que convirtieron la teoría de la m oral en m ateria
176
de controversia, y que la han m antenido tam bién alejada
del contacto beneficioso con las exigencias de la práctica.
La teoría de los fines fijos lleva de una m anera inevitable
al pensam iento hasta el atolladero de disputas im posibles
de zanjar. Si existe un único sum m un bonum , un único fin
suprem o, ¿cuál es? El ab o rd ar este problem a equivale a
situarnos en el centro de controversias que son hoy tan
agudas como hace dos mil años. Vamos a to m ar un punto
de vista que parece m ás em pírico, y digam os que no existe
un fin único, pero que tam poco hay tantos fines como son
IaíTsituaciones espeeificas aué~e¿láll uidiélldonnéTora7
pero si que existen bienes naturales como la salud, la ri-
qNucza, el honQrju,l^Euahármpú1Sción. l^ amistadL la ap re
ciación estética »..el saber^ y otros bienes m orales cóm o la
justicia, la tem planza, la.b^cvolePfcia, etc. ¿Quién o qué
haTde decidir la servidum bre de paso en Tasocasiones en
que estos fines estén e n jm g n a -n n o s-e o n ^ como segu
ram ente lo estarán? ¿R ecurrirem os al m étodo que de tal
m anera desacreditó el problem a todo de la ética, es decir,
a la Casuística? ¿O tendrem os que re c u rrir a lo que Ben-
th am llam ó con exactitud el m étodo del ipse d ixit: el de la f
p re ferencia a rb itra ria de esta o de aqueTIaTpersona por
"este o aquel fin? ¿O nos verem os obligados a disponer to
dos los fines en un orden escalonado, desde el bien m ás
alto h asta el menos valioso? N uevam ente nos en co n tra
mos en m edio de disputas irreconciliables y sin ninguna
indicación de salida.
En todo ese tiem po, las perplejidades m orales concretas
que requieren la ayuda de la inteligencia siguen sin acla
rar. No podem os buscar ni alcanzar la salud, la riqueza,
el saber, la justicia o la bondad en térm inos generales. El
o b ra r es siem pre específico, concreto, individualizado,
único. Por consiguiente, tam bién los juicios que se refieren
a los actos que tenem os que realizar h ab rán de ser concre
tos. Decir que un hom bre busca la salud o la justicia es lo
m ism o que decir que busca el vivir saludablem ente o ju s
tam ente. Estas cosas».lo piismo que la verdad..pertenecen,.·.
aTadverbio. Son modificadoras del obrar en los casos es-
177
peciales. Cómo vivir saludablem ente o ju stam en te es p ro
blem a que difiere de una persona a otra. V aría con la ex
periencia p asada de cada uno, con sus oportunidades, con
sus debilidades y capacidades tem peram entales y ad q u i
ridas.(Q uien busca vivir saludablem ente no es el hom bre
en general, sino un hom bre individual que padece alguna
indisposición concreta, y, por consiguiente, la salud no
puede significar p a ra ese hom bre exactam ente lo que sig
nificaría p a ra todos los dem ás mortales^ El vivir salu d a
blem ente no es cosa que haya de conseguirse por sí m ism a,
con independencia de las otras m aneras del vivir. Un hom
bre necesita ser sano en su propia vida, no con indepen
dencia de ésta, ¿y qué significa la vida sino la sum a de sus
actividades y de sus tareas? El hom bre que busca la salud
como fin aislado se convierte en un valetudinario, en un
fanático, en un realizador m ecánico de ejercicios, o en
un atleta tan u n ilateral que su em peño en conseguir el
desarrollo físico llega a d añ ar su corazón. Cuando el em
peño de d a r realidad a un supuesto fin no da tono y color
a todas las dem ás actividades, la vida queda fraccionada
en tiras y porciones. Unos actos y unos m om entos d eter
m inados se consagran a la adquisición de la salud, otros
al cultivo de la religión, otros a la persecución del saber,
a convertirse en un buen ciudadano, en un aficionado a
las bellas artes, etc. Esta.es la única altern ativ a fógi£a_que_
nfrprf la sqbqrdinación de todoslós fíTTüS^lá'consecución
_ Hf» na» f a n a t ! "
m oda el fanatism o, pero ¿quién puede decir h asta qué
p unto ha producido extravíos m entales y desgastes in ú ti
les en la vida, y h asta qué punto su dura y estrecha rigidez
son consecuencia del fracaso de los hom bres en com pren
der que cada situación tiene su propio fin único y que ese
fin único debe alcanzar a toda la personalidad? Una vez
m ás podem os afirm ar que lo que el hom bre necesita es
vivir saludablem ente, y que esta consecuencia afecta de
tal m anera a todas las actividades de su vida, que no
puede proclam arse como un bien aislado e independiente.
Sin em bargo, las ideas generales de salud, enferm edad,
178
justicia, cu ltu ra artística, tienen gran im portancia; pero
no la tienen porque este o aquel caso pueda colocarse en
su totalid ad bajo un solo encabezam iento, prescindiendo
de sus rasgos específicos, sino porque la ciencia generali
zada proporciona al hom bre como médico, como a rtista y
como ciudadano, cuestiones que p lantear, investigaciones
que hacer, y lo capacita p ara com prender el significado de
lo que ve. En el m ism o grado en que el m édico es a rtista
en su trabajo, em plea su ciencia, por muy extensa y exacta
que sea, p a ra que le sum inistre instrum entos de investi
gación en los casos individuales y m étodos de prever el
m étodo que ha de em plear en los mism os. En el m ism o
grado en que, por grande que sea su saber, subordina el
caso individual a alguna regla genérica de tra ta rla s, se
rebaja h asta el nivel de la ru tin a m ecánica. Su inteligencia
y su acción se hacen rígidas, dogm áticas, en lugar de ser
ágiles y flexibles.
I Los bienes y los fines morales existen únicam ente
I cuando es preciso hacer algo. El hecho m ism o de que haya
que hacer algo es una prueba de que en la situación exis-
I tente hay deficiencias y m ales. Este m al es precisam ente
e h ria L c o ñ creto ^ ü ^ es. NcTesnunca un duplicado exacto
de ningún otro m al. En su consecuencia, es preciso des
cubrir, proyectar y a lcanzar el bien de esa situación sobre
la base del defecto y de la dificultad exacta cuya rectifi
cación se im pone. Es im posible inyectarlo de una m anera
inteligente y desde fuera dentro de la situación. Sin em
bargo, corresponde a la cordura com p arar los distintos
casos, a g ru p ar los m ales de que sufre la hum anidad, y
generalizar los bienes correspondientes, dividiéndolos en
clases. La salud, la riqueza, la industriosidad, la tem
planza, la bondad, la cortesía, el saber, la capacidad esté
tica, la iniciativa, la valentía, la paciencia, el espíritu de
em presa, la perfección y una m ultitu d de otros fines ge
neralizados están reconocidos como bienes; pero el valor
de esta sistem atización es intelectual o analítico. Las cla
sificaciones sugieren posibles rasgos que es preciso estar
al acecho p ara estudiarlos en cada caso p articu lar; sugie-
179
ren m étodos de o b ra r que es preciso in te n ta r p a ra a p a rta r
las causas del m al que se han deducido. Son instrum entos
de penetración del problem a; su valor está en provocar
u na respuesta individualizada dentro de la situación in
dividual.
La m oral no es un catálogo de actos ni un conjunto de
reglas que es preciso aplicar como recetas de farm acia o
de libro de cocina. Lo que en la m oral se necesitan son„
m étodos específicosU e investigaciöiT ^d eaE ^ n cib 'n : m é
todos de investigación para-localizar la s jiif im ltad es y los,
m ales; m étodos de invención p a ra tra z a r p lanes de los que
-Tros" servirem os com o h ^
lös.~E aIm portancia pragm ática de la lógica de las situa-
-individualizadas, cada uná de lás cuales tie n e s u
propio bien y principio irreem plazables, estrib a en tra s
la d ar la atención de la doctrina, desde el preocuparse de y
conceptos generales, hasta el problem a de d esarro llar m é
todos eficaces de investigación.
Es preciso que nos fijemos en dos consecuencias éticas
de gran im portancia. La creencia en valoresJijQs^dioma-
cím iento a una divisióiTtleHk55~fníesnBirmtrínsecos^ep
in stru m e n ta lesre n fines que vcrdadeiram entc tienen ím-
~4)0 rt 1ancia por sí mism os, y los que únicam ente la tienen
como medios hacia bienes intrínsecos. Se llega con fre
cuencia hasta pensar que el hacer esa distinción es el p rin
cipio m ism o de la sabiduría, del criterio m oral. Sem ejante
distinción es interesante desde el punto de vista dialéctico
y parece inofensiva; pero llevada a la práctica adquiere
una im portancia trágica. H istóricam ente, es la fuente y la
justificación de una diferencia rígida y tajan te entre los
bienes ideales por un lado y los bienes m ateriales^xm .d_
o tro . En la actualidad, los que se precian de liberales con
ciben los bienes intrínsecos como de n atu raleza estética y
no como exclusivam ente religiosos o como in telectual
m ente contem plativos. Pero la consecuencia es la m ism a.
Los titulados bienes intrínsecos, lo m ism o si son religiosos
que estéticos, están divorciados de los intereses de la vida
diaria que por su constancia y aprem io constituyen la
180
preocupación de la gran m asa hum ana. Aristóteles se sir
vió de esta distinción p ara proclam ar que los esclavos y la
clase trabajado ra, aunque son necesarios para el Estado
—es decir, la com unidad—, no son elem entos constituyen
tes del m ism o. Todo aquello que se considera como sim
p lem ente ins1^mÖntäIZ150i^ ^ no
^ñiede exigir C onsideración y respeto intelectuales, a rtís
ticos ni m orales. Todo aquello en lo que se piensa como
carente de m érito es indigno. Esa es la razón de que los
hom bres de intereses «ideales» hayan elegido en su m a
yoría el cam ino del desdén y de la fuga. El aprem io y la
presión de los fines «bajos» han quedado disim ulados bajo
una capa de elegantes convencionalism os. O esos fines han
sido relegados a una clase m ás baja de m ortales, a fin de
que una m inoría pudiera quedar libre p a ra aten d er a los
bienes que son real e intrínsecam ente valiosos. Esta re ti
rada, en nom bre de unos fines m ás altos, dejó las activi
dades bajas por com pleto en poder de la gran m asa h u
m ana y de una m anera especial en m anos de los hom bres
«prácticos».
Es im posible que nadie pueda calcular h asta qué p unto
el dañoso m aterialism o y la b ru talid ad de n uestra vida
económ
■■ . ■
ica Tori
^
debidos al- hecho
'■
de .que los
-¿-taxis*"·'**' "Kl"--
fines ,econó-
micos han sido considerados como sim plem ente m stru- ,,
— »-γ-·— —*··- ·-— · ■ ;
m entales. Cuando se llegue a reconocer que son tan in trín
s e c o s ^ definitivos en su puesto respectivo como los de
m ás, se advertirá que son capaces de idealización, y que
si la vida ha de tener im portancia, es preciso que esos fines
adquieran valor ideal e intrínseco. Los fines estéticos, re
ligiosos y otros de los llam ados «ideales», son en nuestro
tiem po enjutos y m agros, cuando no son ociosos y suntuo
sos, debido a su separación de los fines «instrum entales»
o económicos. Sólo poniéndolos en conexión con estos ú l
tim os podrán aquéllos e n tra r en la urdim b re de la vida
cotidiana y a d q u irir sustancialidad y penetración. La in a
nidad y la irresponsabilidad de los valores que son sim
plem ente finales y que no son tam bién a su vez medios
p ara el enriquecim iento de otras ocupaciones de la vida,
181
debiera ser evidente. Pero en la actualidad, la doctrina de
los fines «elevados» proporciona ayuda, com odidad y
apoyo a todos los estudiosos, a los especialistas, estetas y
fanáticos religiosos, que viven socialm ente aislados y que
socialm ente son irresponsables. Sirve p ara o cu ltar a la
vista de los dem ás, y a la de ellos mism os, lo inane y lo
irresponsable de sus profesiones. Lo que esas profesiones
tienen de m oralm ente bajo es transform ado en m otivo de
adm iración y de satisfacción.
El otro cam bio genérico consiste en que acaba de una
vez p a ra siem pre con la distinción tra d icional entre bienes
m orales, como las~virtudes, y bieñes^ a tu r a les, como la
salud, la'estSbilidáct económ ica, el aífeTía ciencia y otros
p or el estilo. No es el criterio que estam os discutiendo el
único que ha lam entado esta rígida distinción y que ha
tra ta d o de anularla. Escuelas filosóficas ha habido que
han llegado incluso a sostener que los m éritos m orales, las
condiciones de carácter, sólo tienen su valor porque fo
m entan la creación de los bienes naturales. Ahora bien, la
lógica experim ental aplicada a la m oral nos im pone que
considerem os buena a cualquier cualidad en cuanto elle
contribuye al m ejoram iento de los m ales existentes. Y, a
hacerlo, establece el sentido m oral de la ciencia n atu ral.
Al final de todas las críticas que se hagan a las actuales
deficiencias m orales, se le ocurre a uno p reg u n tar si la raíz
del problem a no h ab rá que buscarla en la separación de
la ciencia n a tu ra l y de la m oral. Cuando la física, la quí
m ica, la biología, la m edicina, contribuyen a poner al des
cubierto los m ales concretos de que sufre la hum an id ad , y
al desarrollo de proyectos encam inados a ponerles rem e
dio y aliviar así la situación hum ana, se convierten en
ética; en tran a form ar p a rte del m ecanism o de investiga
ción m oral, o ciencia. Pierde entonces esta ú ltim a su tufi
llo característico de didáctica y de pedantería; su tono de
exhortación y de exageración m oral. Pierde su insustan-
cialidad y su estridencia, lo m ism o que su vaguedad. G ana
(
factores eficaces. Pero esa ganancia no queda lim itad a a
la faceta m oral. Desde ese m om ento, las ciencias n atu rales
182
dejan de estar divorciadas de lo hum ano, adquieren la
cualidad de hum anas. Eso es algo que es preciso tra ta r de
alcanzar, pero no buscando de m anera técnica y especia
lizada lo que se llam a la verdad por la verdad, sino con la
conciencia de su alcance sociaJL-d©~sur obligatoriedad in-
^telectual. Esa búsqueda es técnica únicam ente en el sen-
d3cT3e~que nos proporciona la técnica p a ra las construc
ciones prácticas en lo social y en lo m oral.
El m ayor de los dualism os que hoy ab ru m an a la h u
m anidad, el de la separación entre lo m aterial, lo m ecá
nico, lo científico, por un lado, y lo m oral y lo ideal por
otro, se acab ará cuando la ciencia se im pregne p len a
m ente de un sentido de consciente valor hum ano. Las fuer -
zas hum anas, que hoy se tam balean a causa de esa s e p a
ración, se un irán y se reforzarán. M ientras no se piense en
los fines como individualizados p ara responder a necesi
dades y oportunidades concretas, la m ente se d ará p o '
satisfecha con abstracciones, y faltará el estím ulo p a ra
servirse de la ciencia n atu ral y de los datos históricos er t
el terreno de lo m oral y de lo social. Pero h ab rá que recu
rrir a todos los m ateriales intelectuales de una m anera
im periosa p a ra solucionar los casos especiales, una ve;:
que se haya concentrado la atención en las concrecione í
diversificadas. Las cosas intelectuales se m oralizarán, al
m ism o tiem po que las cosas m orales se concentrarán er i
la inteligencia. El conflicto m olesto y despilfarrador e n tr ;
naturalism o y hum anism o h ab rá term inado.
Se puede am plificar todavía m ás estas consideraciones
generales** P rim ero: la investigación, el descubrim iento,
ocupan enTa~moral un puesto idéntico al que han Llegado
á ocupar en las ciencias de la Naturaleza¿^La convalida
ción, la dem ostración, conviértense en experim entales,
son una cuestión de consecuencias. La razón —vocablo
que goza de gran honor en la ética— cobra realidad en los
m étodos m ediante los cuales son exam inados en detalle
los obstáculos y los recursos, las necesidades y las condi
ciones, elaborándose proyectos inteligentes de m ejora
m iento. Las generalidades ab stractas y rem otas fom entan
el salto hasta las conclusiones, las «anticipaciones a la
N aturaleza». Entonces se lam entan las m alas consecuen
cias y se atribuyen a la perversidad n a tu ral y al hado fu
nesto. Pero, si trasladam os el problem a al análisis de una
situación específica, nos vemos obligados a investigar y se
nos im pone de m anera im perativa la observación des
p ierta de las consecuencias. Ya no podem os apoyarnos en
decisiones pasadas ni en viejos principios, p a ra que ju sti
fiquen una determ in ad a conducta. Por m ucho que sea el
trab ajo que nos tom em os en con stru ir una finalidad en
cada caso definido, esa finalidad no será definitiva; nos
será preciso observar cuidadosam ente las consecuencias
de su adopción, y cualquier finalidad no p asará de ser una
hipótesis de trab ajo m ientras los resultados no confirm en
su justeza. Los errores no serán ya ni sim ples accidentes
inevitables que h a b rá que lam entar, ni pecados m orales
que- tendrem os que expiar y hacernos perdonar. Serán
otras tan tas lecciones acerca de los m étodos equivocados
de servirnos de la inteligencia y otras tan tas enseñanzas
p a ra que en el futuro sigam os un cam ino m ejor. Esos erro
res nos indican que es necesario revisar, desarrollar, re a
ju sta r. Los fines se engrandecen, las norm as de juicio se
m ejoran. El hom bre se ve a sí m ism o tan obligado a llevar
adelante el desarrollo de sus norm as e ideales m ás av an
zados, como al em pleo concienzudo de las que ya posee.
De esta m anera se evita que la vida m oral caiga en el
form alism o y en la repetición rígida. Adquiere flexibili
dad, vitalidad, desarrollo constante.
En segundo lugar, todo caso que requiere u n a acción
m oral se iguala en im portancia m oral y en aprem io con
todos los dem ás ^ i la necesidad y las deficiencias que se
presentan en u n a situ ac ió n determ inada indican que el fin
y el bien es en ella el m ejoram iento de la salud, tendrem os
entonces que la salud es p ara tal situación el bien últim o
y suprem o. No será un m edio p ara algún otro fin. Es un
valor final e intrínseco. Lo m ism o puede afirm arse com o
verdad si se tra ta de m m ejora de la situación económ ica,
de constituirse un m edio de vida, de hacer frente a las
184
exigencias del negocio o del oficio y a las de la fam ilia; es
decir, de todas v cad ajLina de las cosas que la sanción ele
los fines fijos colocaba como valores secundarios y pura-
ment^T ristm m entales y, por consiguiente, bajas y re la ti
vam ente sin im p o rtan cia. Todo aquello que en una sitúa- '
clon determ inaH aconstituye un fin y un bien, ten d rá un
valor, un rango y una dignidad iguales a las de cualquier
otro bien de cualquier o tra situación, y exige de nosotros
^la m ism a atención in teligente
• D escubrim os en jtercer lugar sus efectos en la d estruc
ción de las raíces del fariseísm o. Tan acostum brados es
tam os a pensar en el fariseísm o como en una hipocresía
deliberada, que pasam os por alto sus prem isas intelectua
les. El concepto de que hay que buscar el fin del o b rar
dentro de las circunstancias de la situación de un d eter
m inado m om ento, no em pleará la m ism a m edida p ara
juzgar todos los casos. Si una persona cu lta y de ab u n d an
tes recursos entra como factor en una situación, exigirá de
esta persona m ás que lo que exigiría de o tra inculta y de
experiencia poco desarrollada. Entonces advertirem os
con entera claridad lo absurdo de aplicar a los pueblos
salvajes el m ism o patró n de juicio m oral que em pleam os
con los civilizados. No juzgarem os a ningún individuo o
grupo m irando a si han alcanzado un resultado fijo, o si
quedaron por debajo del mismo; los juzgarem os por la
dirección en que se m ueven. Malo es aquel hom bre que
em pieza a m alearse por muy bueno que haya sido; es de-
cir, que em pieza a ser menos bueno. Bueno es el hom bre
que se mueve en dirección a su m ejoram iento, por muy
indigno que antes haya sido m oralm ente ./Éste concepto
nos h ará jueces severos de nosotros mism os y h u m an izará
nuestros juicios acerca de los dem ás. Suprim e la arro g an
cia que acom paña siem pre a los juicios que se basan en el
g rado de aproxim ación a los fines fijos!)
Έ η cuarto lugarj lo que adquiere significación es el p ro
cesó dé"crecimiento, de m ejora, de progreso, y no el resul
tado y el éxito estáticos; no, por ejem plo, la salud como
fin fijado de una vez y p ara siem pre, sino la m ejora indis-
185
pensable de la salud; el proceso continuo, ése es el fin y el
bien. El fin deja de ser un térm ino o lím ite que hay que
alcanzar; se convierte en el proceso activo de transfor
m ación de la situación existente. No es ya la perfección
como m eta final, sino el proceso siem pre en m archa del
perfeccionam iento, del refinam iento, del cam in ar hacia la
m adurez, lo que constituye la finalidad en el vivir. La hon
radez, la industriosidad, la tem planza, la justicia, lo
m ism o que la salud, la riqueza y el saber, no son bienes
que hem os de poseer en la m ism a form a que si expresasen
fines fijos que deben ser alcanzados. Son ahora dirección
de los cam bios a in troducir en la cualidad de la experien
cia. El crecim iento m ism o es el único «fin» m oral.
Aunque las consecuencias de este concepto sobre el p ro
blem a del m al y sobre la polém ica entre el optim ism o y el
pesim ism o son dem asiado extensas p a ra e n tra r a estu
diarlas aquí, quizá valga la pena el tocar superficialm ente
ese aspecto de la cuestión. El problem a del m al deja de ser
un problem a teológico y metafísico: nos dam os cuenta de
que es el problem a práctico de reducir, de aliviar los m ales
de la vida, h asta donde pueda llevarse esta ta re a . Ya no se
encuentra la filosofía obligada a descubrir m étodos inge
niosos p ara dem ostrar que los m ales son únicam ente a p a
rentes y no reales, o p ara elaborar ardides que los expli
quen y nieguen, o, peor aún, que los justifiquen. La obli
gación con que ahora tiene que carg ar es otra; es la de
contribuir, aunque sea de una m anera hum ilde, a los m é
todos que han de ayudarnos a descubrir las causas de los
m ales de la hum anidad. Efne^ktysiiK) es una doctrina p a
ralizadora, porque el jfroclam ar que el m undo es to ta l
m ente m alo, hace vanos' todos los esfuerzos con que se
quiera descubrir las causas rem ediables de los m ales con
cretos, y de esa m anera destruye en su raíz toda ten tativ a
de m ejorar el m undo y de hacerlo m ás f e l i z ^ p ^ m ls r lm ^
al por m ayor —consecuencia de la ten tativ a de negar el
m al con razonam ientos—, constituye, sin em bargo, una
pesadilla tan grande como el pesim ism o.
Después de todo, ese optim ism o que declara que el
186
m undo es va el m ^jnr dp todos los m undos posibles, pued e
ser considerado comoKel m ás cínico de~los pesim ism os] Si
S te m u n d o nuestro es el m ejor de los posibles, ¿cómo se-^
ría un m undo fundam entalm ente m alo? El «mejorismo»
es la creencia de que las condiciones específicas existentes
eíTun m om ento aadóTp o r r e l a ^ amentFniaLliís o relati-
vam enlF ^uéiias que sean , pueden siem pre mejorarserEl^
«mejorismo» estim ula a la ^ n te lig é n c ia p a ra que "estudie
los medios positivos de realizar el bien y los obstáculos
que im piden esa realización y la anim a a que intente esa
m ejora de las condiciones. D espierta una confianza y una
esperanza razonables, cosa que no hace el optim ism o.
Este últim o, al afirm ar que el bien tiene ya actualización
en la realidad últim a, tiende a hacernos cu b rir con una
capa b rillante los males que existen de una m anera con
creta. El optim ism o se convierte con dem asiada facilidad
en el credo de aquellos que viven rodeados de holgura y
de com odidades, de aquellos que han logrado conquistar
las recom pensas de este m undo. El optim ism o dem asiado
fácil hace a quienes lo tienen ciegos e insensibles a los
sufrim ientos de los menos afortunados, o los inclina a a tri
b u ir las dificultades de los dem ás a sus m alas condiciones
personales £be ese modo, y a pesar de las diferencias no
m inales que existen entre am bos, el optim ism o colabora
con el pesim ism o en oscurecer la com prensión sim pática
de los problem as y en am ortiguar el esfuerzo inteligente
p ara su corrección. Llam a a los hom bres hacia la calm a
de lo absoluto y de lo eterno, apartándolos del m undo de
lo relativo y cam biable.
La im portancia de m uchos de estos cam bios en la a cti
tu d m oral se proyecta sobre la idea de la felicidad. Los
m oralistas han hecho con frecuencia blanco de su m enos
precio a la felicidad. Sin em bargo, hasta los m oralistas
m ás ascéticos acostum braron a volver a tra e r a escena la
felicidad bajo algún otro nom bre; el de bienaventuranza,
por ejem plo. La bondad sin la felicidad, el valor y la virtud
sin la propia dicha, los fines sin una satisfacción cons
ciente, resultan tan intolerables en la práctica como in-
187
trinsecam ente contradictorios en el concepto. Ahora bien,
la felicidad no es una sim ple posesión, ni un logro fijo. Una
felicidad de esa clase equivale al m iserable egoísmo que
con ta n ta dureza han condenado los m oralistas, o, aunque
se le ponga la etiqueta de bienaventuranza, a un tedio in
sípido, un m ilenio de holgura libre de toda lucha y es
fuerzo. Sólo satisfaría a los m ás dengosos niños m im ados.
La felicidad únicam ente se encuentra en triunfar, en un
triu n far que es estar triunfando, ir adelantando, avanzar.
Es un proceso activo, no un logro pasivo. En su consecuen
cia, la felicidad incluye el dom inar obstáculos, la elim i
nación de las fuentes de lo defectuoso y de lo m alo. La
sensibilidad y el goce estético entran como elem entos im
portantes en toda felicidad digna de este nom bre. Pero ese
saboreo estético es cosa floja y chirle si se la separa por
com pleto de la renovación del espíritu, de un re-crear
constante de la m ente, de una purificación de las em ocio
nes; en ese caso, m uere muy pronto de ham bre. El que ese
renovar y ese re-crear se produzcan de m anera incons
ciente, sin propósito deliberado, no hace sino darles m a
yor autenticidad.
Bien m irado, el utilitarism o ha sido la m ejor doctrina
en la transición desde la teoría clásica de los fines y de los
\j' ■bienes hasta la teoría de lo que es posible en un m om ento
fi:
\vdado.|Tuvo m éritos concretos. Insistía en ap artarse de las
*o
188
prem o, fijo, final; sólo discutió las nociones corrientes
acerca de la naturaleza de este fin; y situó el p lacer y la
m ayor sum a de placeres en el lugar que ocupaba el fin fijo.
Sem ejante doctrina venía a tra ta r a las actividades con
cretas y a los intereses específicos, no como valiosos por sí
mism os, o como elem entos constituyentes de felicidad,
sino como sim ples medios extrem os p ara conseguir las
satisfacciones. Los defensores de la vieja tradición no en-
contraronjninguñá d ifíc u lta d ^ iia c u sa r al u tilitarism o de
^convertir, no sólo a la virtud, sino tam bién _al arte. a J a —
poesía, a la religión y al Estado, en sim ples medios serviles
de conseguir los goces sensuales. Desde el m om ento en que
el placer eralan logro, un resultado que tenía valor por sí
m ism o y con independencia de los procesos activos de su
consecución, la felicidad pasaba a ser una posesión, una
cosa en la que h ab ía que instalarse. Exagerábanse los ins
tintos adquisitivos del hom bre a costa de los instintos
creadores. La im portancia de la producción estrib ab a en
que sus resultados externos alim entaban el placer, y no en
el valor intrínseco de la invención y del rehacim iento del
m undo. Al convertir el fin en pasivo y posesivo, convirtió
todas las operaciones activas en sim ples instrum entos,
como ocurre con todas las teorías que establecen fines fijos
y últim os. Desde ese punto de vista, el trabajo era un m al
inevitable, que había que m enospreciar. En el terreno de
la práctica, lo que m ayor im portancia tenía era la seguri
dad de la posesión. En pugna con los esfuerzos y con los
riesgos de la creación experim ental, se ensalzaron las co- i
m odidades m ateriales y la holgura m aterial. .J
D entro de determ inadas y concebibles condiciones m a
teriales, estas deficiencias podían h ab er quedado dentro
del cam po de la m era teoría. Pero la condición de los tiem
pos y los intereses de los Hombres qué propagaron las
jd e ^ T f n jnarias^-myeetarorLjen éstas laLitpacidadrcfelTO^ -
ducir unT^año^socialj A pesar de la fuerza de las nuevas
doctrinas en sus ataques a los viejos abusos sociales, lle
vaban dentro de sí elem entos que actuaron en el sentido
de proteger y sancionar otros nuevos. El fervor reform ista
189
se dem ostró en sus críticas contra los m ales heredados del
sistem a feudal de clases; esos m ales eran de índole eco
nóm ica, legal y política. Pero el nuevo orden económico
cap italista que estaba sustituyendo al feudalism o trajo
consigo sus propios m ales sociales, y el u tilitarism o tra tó
de o cultar algunos de ellos o de defenderlos. El énfasis que
el u tilita rism o puso en la adquisición y en la posesión de
cuanto suponía placer, adquirió un aspecto funesto
eñrcunibinacióii con el ansia enorme de los con tem p o rá
neos por la riqueza y por los placeres que la riqueza hace
posibles.
Aunque el u tilitarism o no fom entase activam ente el
nuevo m aterialism o económico, tam poco disponía de m e
dios de com batirlo. Su espíritu general de su b o rd in ar la
actividad productora al sim ple producto, favoreció indi-
rectam ente la causa de un com ercialism o descarado. A i
pesar del interés que m ostró el u tilitarism o por una fina-
lidad com pletam ente social, dio alas a un nuevo interés
clasista, el de los elem entos capitalistas dueños de la ri
queza, con la sola condición de que esa riqueza se o b tu
viese m ediante la libre com petencia y no con el favor gu
bernam ental. \penthanrJcon su hincapié en la seguridad
tendió a consagrar la institución legal de la jsropiedadqirE
vada, con la única condición de que se aboliesen algunos
abírsosdegales relacionados con su adquisición y transfe
rencia. Beati possidenti, a condición de que sus posesiones
se hubiesen obtenido dentro de las reglas de la com peten
cia, es decir, sin los favores otorgados por el gobierno. Con
esa actitud, el utihtarism o¿lie*b$se intelectual a todas las
tendencias que hacen del^negocio^ no un m edio de ser
vicio social y una oportmTrdad del acrecentam iento
personal en poder creador, sino un m edio de acum ular
recursos p a ra el goce p articular. Vemos, pues, que la ética
u tilitaria nos proporciona un ejem plo notable de la nece
sidad de una reconstrucción filosófica, tal como la hem os
expuesto en estas conferencias. H asta cierto punto, el u ti
litarism o reflejaba el sentido y las aspiraciones del pen
sam iento m oderno; pero hallábase todavía am arrad o por
190
ciertas ideas fundam entales que pertenecían al m ism o or
den que creía haber dejado por com pleto a espaldas suyas;
por ejem plo: la idea de un fin fijo y único, existente m ás
allá de la diversidad de las necesidades y de los actos h u
m anos, incapacitaba al u tilitarism o p ara poder ser la re
presentación adecuada del espíritu m oderno. Hay que re-
co nstruir al utilitarism o m ediante su em ancipación deJos__.
elem entos heredados^ — {ctrto b \
S i voy a agregar algunas palabras sobre el tem a de la
^educación,]lo hago únicam ente p ara sugerir que el proce
so educativo se halla identificado con el proceso m oral,
desde el m om ento en que este últim o viene a ser un paso
continuo que realiza la experiencia desde lo peor ha c ia io
m ejor. T radicionalm ente, la educación ha sido conside
ra d a como preparación, como un aprend er p ara ad q u irir
determ inadas cosas, porque m ás adelante serán útiles al
individuo. El fin es una cosa rem ota, y la educación es un
p repararse, una cosa prelim in ar de o tra m ás im portante
que o currirá m ás tarde. La niñez es sólo una preparación
p ara la vida adulta, y la vida ad u lta lo es p ara o tra vida.
Siem pre ha sido el futuro, y no el presente, la cosa m ás
significativa en m ateria de educación, a saber: la ad q u i
sición del conocim iento y de la habilidad p ara el uso y el
goce futuros; la form ación de hábitos necesarios m ás ade
lante en la vida p ara los negocios, p ara ser un buen ciu
dadano y p a ra a d q u irir la ciencia. Se piensa tam bién en
la educación como en algo que ciertos seres hum anos ne
cesitan por el sim ple hecho de su dependencia de otros
seres hum anos. Nacemos ignorantes, sin práctica, sin des
treza, sin m adurez y, por consiguiente, en un estado de
dependencia social. La instrucción, el adiestram iento, la
disciplina m oral, son procesos m ediante los cuales el
adulto, el hom bre en sazón, va elevando gradualm ente al
que no puede valerse, hasta el punto en que puede ya cui
d a r de sí m ism o. La tarea de la niñez consiste en crecer
/ h asta conseguir la independencia propia del adulto, va
liéndose de la guía de aquellos que la alcanzaron antes.
Vemos, pues, que, dentro de ese concepto, el proceso de la
191
educación, como tarea principal de la vida, acaba cuando
el joven llega a su em ancipación de la dependencia social.
E stas dos ideas^que en general, se dan por supuestas,
pero que ra ra vez se exponen de una m anera explícita,
contradicen el concepto de que el único fin es el creci
m iento, el desarrollo, o sea, la reconstrucción continua de
la experiencia, lom em os a una persona en cualquier pe
riodo de su vida y veremos que sigue en un proceso de
crecim iento, razón por la cual la educación, salvo cuando
se la considera como un subproducto, no es una p re p a ra
ción p ara algo que ha de venir m ás adelante. La educación
consiste en obtener del presente el grado y el género de
crecim iento que encierra dentro de sí. La educación es
función constante, independiente de la edad. Lo m ejor que
puede decirse de un proceso educativo cualquiera, como
por ejem plo, del período form al escolar, es que capacita
al sujeto p a ra seguir educándose; que lo hace m ás sensible
a las condiciones de crecim iento y m ás hábil p ara ap ro
vecharlas. La adquisición de la destreza, la posesión del
conocim iento, el logro de cu ltu ra no son fines; son señales
de crecim iento y medios p ara continuarlo.
R esulta perjudicial el contraste que es corriente estable
cer entre el período educativo, suponiéndolo un período
de dependencia social, y el de la m adurez, que es según
eso de independencia social. Una y otra vez repetim os que
el hom bre es un anim al social, y, acto continuo, lim itam os
el alcance de esta afirm ación a la esfera en que la socia
bilidad se nos aparece como menos evidente; es decir, a la
política. El tuétano de la sociabilidad hu m an a está en la
educación. La idea de considerarla como una preparación,
y a la edad ad u lta como a un lím ite fijo del desarrollo, son
dos aspectos de una m ism a dañina falsedad. Si la idea
m oral del adulto, lo m ism o que del joven, consiste en un
crecim iento y un desarrollo de la experiencia, entonces la
instrucción que se adquiere de situaciones de dependencia
y de interdependencia sociales resulta de igual im p o rtan
cia p ara el adulto que p ara el niño. La independencia m o
ral equivale p a ra el adulto a detención en el crecim iento
192
y el aislam iento equivale a endurecim iento. Exageram os
la dependencia intelectual del niño al m an ten er a éste ex
cesivam ente sujeto a los hilos conductores, y luego exa
geram os la independencia de la vida ad u lta ap artán d o la
de los contactos íntim os y de la com unicación con los de
m ás. Cuando se com prenda la identidad del proceso m oral
con los procesos del crecim iento específico, advertirem os
que una educación m ás consciente y form al de la niñez
constituye el medio m ás económico y eficaz de progreso y
de reorganización sociales, y se nos hará tam bién evidente
que la prueba de todas las instituciones de la vida ad u lta
es su influencia en facilitar la continuidad de la educación.
El gobierno, las actividades del negocio, el arte, la reli
gión, todas las instituciones sociales tienen un sentido,
una finalidad. Esa finalidad consiste en lib erar y desarro
llar las capacidades de los individuos hum anos sin preo
cupaciones de raza, sexo, clase o situación económica.
Esto equivale a decir que la prueba de su valor es el punto
de desarrollo que alcanzan en la tarea de educar a cada
individuo p ara que alcance la plenitud de sus posibilida
des. La dem ocracia tiene m uchos significados, pero si
tiene un significado m oral, lo encontrarem os en que esta
blece que la prueba suprem a de todas las instituciones
políticas y de todos los dispositivos de la in d u stria está en
la contribución de cada una de ellas al desarrollo acabado
de cada uno de los m iem bros de la sociedad.
La “práctica educativa” y su relevancia como unidad
de análisis ontológico, epistemológico y sociohistórico
en el campo de la educación y la Pedagogía
Liliana Valladares*
This article discusses educational practice as a potential unit for ontologi- Keywords
cal, epistemological and socio-historical analysis in the field of education
and pedagogy. The author reviews the ways in which contributions from Educational practice
the so-called “new philosophy of science” have led to a redefining of the con- Philosophy of education
cepts of science, knowledge, theory and practice, and how this has led to a Educational theories
reconfiguration of the debates in the field of educational philosophy. The
author describes education as a nexus of interwoven educational practices, Ecology of practices
and proposes a definition of “educational practice.” Lastly, the article offers Theory-practice
reflections on the contributions of “educational practice” as a type of ana- relationship
lytical approach oriented toward enriching an understanding of educational
processes and the dynamic of change in education.
Para MacIntyre (cit. en Carr, 1995: 36), “una tradición es una argumentación que se extiende en el tiempo, en la que
1
se definen y redefinen ciertos acuerdos fundamentales en relación con dos tipos de conflictos: los que se suscitan
con los críticos y enemigos ajenos a la tradición, que rechazan todos estos acuerdos fundamentales o, al menos,
aspectos clave de los mismos; y los debates internos, interpretativos, en los que el significado y el fundamento que
se dan a los acuerdos básicos llegan a destruir las bases del acuerdo fundamental común, de manera que, o bien la
tradición se escinde en dos o más componentes enfrentados, cuyos partidarios se transforman en críticos ajenos
respecto a las otras posturas, o bien la tradición pierde la coherencia y no sobrevive. Apelar a la tradición es insistir
en que no podemos identificar adecuadamente nuestros compromisos —ni los de los otros— en los conflictos de
los argumentos del presente, salvo si los situamos en el contexto de las historias que los hicieron llegar a ser lo que
ahora son…”.
Referencias
Adams, John (1928), Educational Theories, Londres, es/servlet/articulo?codigo=2580333 (consul-
Ernest Benn. ta: 19 de enero de 2017).
Carr, Wilfred (1995), Una teoría para la educación: Lave, Jean y Etienne Wenger (1991), Situated Lear-
hacia una investigación educativa crítica, ning: Legitimate peripheral participation,
Madrid, Morata. Cambridge, Cambridge University Press.
Carr, Wilfred (2006), “Education without Theory”, Martínez, Sergio y Xiang Huang (2015), Hacia una
British Journal of Educational Studies, vol. 54, filosofía de la ciencia centrada en prácticas,
núm. 2, pp. 136 -159. México, Bonilla Artigas Editores.
De Álvarez, Carmen (2015), “Teoría frente a práctica Merton, Robert (1980), Teoría y estructuras sociales,
educativa: algunos problemas y propuestas México, Fondo de Cultura Económica.
de solución”, Perfiles Educativos, vol. XXXVII, O’Connor, Daniel John (1957), An Introduction
núm. 148, pp. 172-190. to the Philosophy of Education, Londres,
Edwards-Groves, Christine y Stephen Kemmis Routledge.
(2015), “Pedagogy, Education and Praxis: Olivé, León (2007), La ciencia y la tecnología en la
Understanding new forms of intersubjec- sociedad del conocimiento. Ética, política y
tivity through action research and practice epistemología, México, Fondo de Cultura
theory”, Educational Action Research, vol. 24, Económica.
núm. 1, pp. 77-96. Pérez-Ransánz, Ana Rosa (1999), Kuhn y el cam-
Giddens, Anthony (1997), Las nuevas reglas del bio científico, México, Fondo de Cultura
método sociológico: crítica positiva de las Económica.
sociologías comprensivas, Buenos Aires, Peters, Richard (1973), The Philosophy of Education,
Amorrortu. Londres, Oxford University Press.
Hicks, Daniel y Thomas Stapleford (2016), “The Vir- Peters, Michael (2015), “’A Demand for Philoso-
tues of Scientific Practice: MacIntyre, virtue phy’: Interpretation, educational research,
ethics, and the historiography of science”, and transformative practice”, en Paul Sme-
A Journal of the History of Science, vol. 197, yers, David Bridges, Nicholas C. Burbules
núm. 3, pp. 1-27. y Morwenna Griffiths (eds.), International
Hirst, Paul (1983), Educational Theory and its Foun- Handbook of Interpretation in Educational
dation Disciplines, Londres, Routledge. Research, Dordrecht, Springer International
Kemmis, Stephen (2010), “Research for Praxis: Handbooks of Education, pp. 67-77.
Knowing doing”, Pedagogy, Culture & Socie- Schatzki, Theodore (2002), The Site of the Social: A
ty, vol. 18, núm. 1, pp. 9-27. philosophical account of the constitution of
Kemmis, Stephen, Jane Wilkinson, Christine Ed- social life and change, University Park, Penn-
wards-Groves, Ian Hardy, Peter Grooten- sylvania State University Press.
boer y Laurette Bristol (2014), Changing Schatzki, Theodore (2010), The Timespace of Hu-
Practices, Changing Education, Singapore, man Activity: On performance, society, and
Springer. history as indeterminate teleological events,
Latapí, Pablo (2008), “¿Pueden los investigadores in- Lanham, Lexington.
fluir en la política educativa?”, Revista Elec- Schatzki, Theodore (2012), “A Primer on Practices”,
trónica de Investigación Educativa, vol. 10, en Joy Higgs, Ronald Barnett, Stephen Bi-
núm. 1, pp. 1-11, en: https://dialnet.unirioja. llett, Maggie Hutchings y Franziska Trede
Revista Complutense de Educación, vol. 2 (2) - 221-243. Edit. Univ. Complutense. Madrid. 1991
222 Fernando Bcírc:ena Orbe
LA COMPLEJIDAD DE LA EDUCACION
EN LA TEORI.A Y EN LA PRACTICA
sión prudencial, en el fondo nos referimos al saber práctico puro. Este saber
es, por una parte, verdaderamente racional y auténtico conocimiento; es un
saber con auténtica vocación de conocimiento real. Pero lo específicamente
suyo es la normatividad, y en cuanto tal es un saber directivo de la acción
en su específica singularidad (Cf Bárcena, E., 1986 y 1987).
El creciente interés que sobre esta noción se ha venido teniendo en las
últimas décadas, desde que Jackson (1975) publicase su famoso libro sobre
la vida en las aulas, desde luego ha facilitado una mayor profundización
en orden a permitir una mejor implantación del conocimiento práctico en la
práctica pedagógica de los docentes y otros educadores en general. Por otra
parte, los datos del material resultante de recientes investigaciones referidas
al pensamiento de los profesores, la planificación de la enseñanza y la toma
de decisiones —tanto en la línea americana como en la anglosajona (Vid.
Reynolds, M. C., 1990; Clark, M., 1990; Villar Angulo, L. M., 1988; Cal-
derhead, J., 1987; Smith, J., 1987; Halkes, R., y Olson, J. K., 1984, y
Elbaz, F., 1983)—, así como la orientación de los estudios de la enseñanza,
concebida como práctica reflexiva —que fundamentalmente recoge el lega-
do de la tradición asentada por Dewey (1989)— revelan la presencia de un
sano interés de los estudiosos del tema por vincular la cuestión de la racio-
nalidad práctica de la educación a la tesis de la actividad educativa como
empresa fundamentalmente normativa y moral.
Desde este punto de vista normativo, la pregunta por el carácter y la
naturaleza de la actividad educativa viene a responderse a partir de la re-
flexión de lo que debería estar aconteciendo cuando varios sujetos se rela-
cionan con motivos educativos. Como tales, las respuestas normativas son
sustancialmente presciptivas, pues señalan direcciones y caminos a seguir.
Así, interrogarse normativamente por la educación —o por la enseñanza--
significa indagar en la entraña misma de la buena educación y de la buena
enseñanza —y no simplemente por aquella que tiene éxito—, teniendo aquí
el concepto de «bueno» —como asegura Fenstermacher— tanto fuerza moral
como epistemológica. En efecto, en su sentido moral, [a pregunta por [a
buena educación equivale a preguntar por el tipo de acciones educativas
capaces de ser justificadas en base a principios morales y de provocar ac-
ciones de principio en los educandos; en su vertiente epistemológica, equi-
valdría a interrogarse si lo que se enseña y se trasmite está racionalmente
justificado y es digno de que el educando lo conozca (Cf Fenstermacher,
G. D., 1989: p. 158).
Pues bien, es a este tipo de preguntas a las que debe tratarse de res-
ponder mediante la aplicación del saber práctico a la acción educativa. Un
saber tal, desde luego, sólo lo puede poseer quien actúa, es decir, quien
aspira a normativizar moralmente sus acciones mediante él. Pero poseer el
saber práctico no es simplemente cuestión de disponer de determinados sa-
beres sobre el objeto sobre el cttal y en el cual lo obtenemos. Tener sabi-
232 Fernando Bárcena Orbe
do, T., 1990: pp. 83-116). Este principio dieta paralizar la acción —aún
cuando el saber pedagógico dicte lo contrario— si el mal que se produce
con los efectos inintencionales es mayor que el bien pretendido intencional-
mente. Como se ve, aplicar este principio exige una gran fuerza y hones-
tidad moral, sobre todo al objeto de que prime en todo momento el bien
del educando como persona, por encima de las excelencias del proyecto
pedagógico que pretendemos realizar y hacer valer. (Cf Gil Cantero, F.,
1989, y Bárcena, F., 1990b).
Todo ello, en fin, queda plenamente justificado porque —como hace
notar Weizsácker (1981)— al fin y al cabo hacer todo lo que técnicamente
sería posible es un comportamiento no técnico: «El uso de la técnica exige
la capacidad de renunciar a cosas técnicamente posibles caso que estas no
sirvan al fin perseguido. Exige dominio de sí mismo. La técnica, en cuanto
factor de la cultura, no es posible sin la capacidad de ascetismo técnico»
(p. 66). Y tal ascetismo se logra cuando, junto al mayor progreso y desa-
rrollo del sistema científico-tecnológico, se propicia un paralelo avance
ético, uno de cuyos principales valores consiste en la claridad de pensamien-
to, juicio y precisión de conciencia, así como autodominio intelectual.
(p. 9). Pues bien, las acciones que forman parte del propósito más genérico
al que a su vez la actividad más general obedece, han de juzgarse en virtud
de lo que aporten a dicho propósito. Es obvio, como hemos dicho, que las
prácticas de investigación educativa deben ser juzgadas, sobre todo —o al
menos muy principalmente— a la luz del propósito general que anima a la
educación, concedida como problema práctico. Por eso mismo me parece
muy pertinente la observación que Macintyre (1987) realiza sobre el concep-
to de «práctica» cuando señala que «no es un mero conjunto de habilidades
técnicas, aunque estén encaminadas a un propósito unificado y aunque el
ejercicio de estas habilidades pueda en ocasiones valorarse o disfrutarse por
sí mismo. Lo que distingue a una práctica, en parte es la manera en que los
conceptos de los bienes y fines relevantes a los que sirve la habilidad téc-
nica (y toda práctica exige el ejercicio de habilidades técnicas) se transfor-
man y enriquecen por esa ampliación de las facultades humanas y en con-
sideración a esos bienes internos que parcialmente definen cada práctica
concreta o tipo de práctica» (p. 240).
Tras lo que llevamos dicho, parece natural que podamos subrayar ahora,
como rasgos definitorios básicos de la investigación educativa, su fuerza
interpretativa y su calidad explicativa y resolutoria. El rasgo interpretativo
de la investigación educativa ha de entenderse en el sentido de que, en
cualquier caso, sus productos deben de algún modo poder referirse a los
esquemas de pensamiento teórico-prácticos que poseen —muy a menudo im-
plícita y tácitamente— los educadores, pues es esta la vía más apta para
que revierta positivamente sobre la práctica misma. Ello significa que tanto
los productos de la investigación teórica de la educación, como los de otra
índole, deberían tender a propiciar amplios esquemas de pensamiento peda-
gógico capaces de ser incorporados en ellos los esquemas implícitos de los
educadores. Como es obvio, la investigación educativa no puede renunciar
a su fuerza explícita y realmente resolutoria del fenómeno educativo, y por
eso tendrá que ser verdaderamente científica, esto es, capaz de desarrollar
teorías educativas en las que los educadores puedan contrastar sus propias
concepciones. Sea como fuere, lo cierto es que en ambos casos se está pi-
diendo al educador que realice una práctica educativa auténticamente refle-
xiva y racional: basada en la razón y en el pensamiento. Ahora bien, ya
que, como hemos visto, su quehacer es un quehacer práctico —operación—
lo lógico es que en esta modalidad de pensamiento prime su fuerza práctica,
aunque se reconozca la prioridad que tiene el orden cognoscitivo sobre el
operativo. Se trata de una fuerza capaz de movilizar la acción lúcidamente.
Sobre este punto, P. Hirst (1983) ha sido suficientemente claro al ob-
servar que «si queremos desarrollar una práctica educativa racional, me pa-
rece qud debemos comenzar con la consideración de la práctica tal y como
es, de las reglas y principios que la subyacen y de los conocimientos, cre-
encias y principios que emplean los agentes, tanto para caracterizar esa prác-
238 Fernando Báccena Orbe
tica como para decidir lo que debe hacerse» (p. 16). I-{irst denomina a este
tipo de teoría, teoría educativa operativa, que no es más que una refor-
mulación de su original planteamiento de la teoría educativa como teoría-
práctica (Cf Hirst, P., 1966). Tal reformulación tiene una gran importancia,
sin embargo, pese a que desgraciadamente en su último trabajo apenas si
profundiza lo suficiente en su nueva propuesta; al menos lo suficiente como
para evitar las dudas y críticas que ha suscitado en algunos autores. Pero lo
cierto es que dice lo suficiente como para que podamos subrayar aquí la
importancia conferida por él —y en la que personalmente creo— al apren-
dizaje inductivo del educador.
Es de la mano de esta últimas ideas donde encontramos un segundo
rasgo característico de la investigación de nuestra área. En efecto, sí antes
hablábamos de su condición «científica» —esto es, capaz de desarrollar
teorías racionales suficientemente explicativas de los problemas a los que da
lugar, en sentido genérico y teórico, la práctica educativa— debemos ahora
referirnos a su condición «educativa». Con ello queremos señalar dos ideas
básicas: a) en primer lugar, que se trate de una práctica de investigación
apoyada o fundamentada en el saber o el conocimiento pedagógico. Ha de
ser, por tanto, un tipo o índole de investigación que tienda a normativizar
la acción educativa según propuestas pedagógicas, y capaz de esta suerte de
proporcionar justificaciones y argumentos pedagógicos; b) en segundo tér-
mino, que se trate de una investigación cuyos resultados incidan directa-
mente en el pensamiento y los razonamientos prácticos de los educadores,
ya que son ellos, en última instancia, quienes deciden, en cada momento,
cómo actuar.
Este último punto de vista es sumamente importante, tanto para lograr
un mayor indice de protagonismo reflexivo en los educadores como para
mejorar la propia racionalidad de la práctica educativa. En efecto, si quere-
mos desarrollar una práctica de esta naturaleza, desde luego es prioritario
—y en cualquier caso necesario— comenzar con la consideración de la tarea
educativa tal y como es, con la consideración de las reglas, principios y
conocimientos que la subyacen y por el modo en que los educadores asi-
milan, comprenden y entienden todo esto. Si partimos del supuesto de que
la investigación educativa es una clase de práctica teórica en la que la «teo-
ría» es tanto e[ producto o productos de las diferentes tareas de investiga-
ción como el marco de pensamiento conceptual que da forma estructural a
dicha práctica y la guía, habremos de reconocer al diferente lugar —pero
complementarIo— que la teoría ocupa aquí y en la actividad educativa pro-
piamente dicha. Pues a diferencia de lo que ocurre en la actividad teórica.
en la educación la relación del pensamiento con la acción es en cierto modo
diálectica, en el sentido de que —a partir de las redes cognitivas que se van
creando experiencialmente en el pensamiento de los educadores— aquí la
teoría es la indispensable dimensión de una práctica a conformarse de acuer-
Teoría de la educación y conocimiento práctica... 239
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
NOTÁ
En efecto, conviene distinguir entre los juicios de carácter Icigico, es decir, aquellos que
se conciben como mera operacion lógica en la que afirmamos o negamos proposiciones. de
los juicios prácticos, cuyo carácter es ernineniemente prudencial. Sobre esio véase: BEINER,
R. (1983): Ob. cit., pp. 168, y (1952>: The Great Ideas: A Svniopic.on, vol. 2. pp. 835-842
(~‘óz 41ud~rhéñÑ). y vál. 3¿ jip 472-479 (vézi «Prudénce»). Uhiversáy él Chicágo. Chicago.
RESUMEN
En este articulo se discuten los niveles —teórico y práctico--—- -dc complejidad
de la educación, concebida como un difícil campo de estudio y de actuación hu-
mana de carácter práctico. El reconocimiento de la naturaleza práctica de la activi-
dad educativa exige una continua reflexión sobre las relaciones entre el pensamien-
ro y la acción, cuya adecuada integración —no confusión— reclama la presencia
de la racionalidad de la práctica, quc se ofrece como mediadora entre las preten-
siones de la teoría y las exigencias que las circunstancias imponen. La guía de la
acción, se afirma, no es cl ~<modelo ideal», sino el modelo posible. aquél que es
fruto de la aplicación de la re/lesión prudente.
fl’oría de la educación y conocinílento práctico... 243
SUMMARY
INTRODUCCIÓN
significativo y del aprendizaje por reestructuración. Al menos dos de sus más evidentes
consecuencias o implicaciones pedagógicas se tienen en cuenta en este estudio, las cua-
les confirman el carácter que la práctica educativa tiene de acción. En primer lugar, que
la relación entre los procesos de enseñanza y aprendizaje no define una relación de cau-
sa-efecto, sino que aquélla está destinada a promover una actividad mental autoestructu-
rante -unos determinados principios de acción en el alumno, el cual no mantiene con el
objeto de conocimiento una relación meramente individual-, la cual es fuente del apren-
dizaje significativo. Aquí, lo que se ha dado en llamar «ayuda pedagógica», la interven-
ción del educador, es fundamental. Y precisamente de esta ayuda pedagógica se
pretende inferir en este estudio su carácter fuertemente reflexivo. En cualquier caso esta
primera idea muestra que la educación, como actividad del alumno y del docente, se
constituye como acción. La segunda implicación tiene que ver con la actuación docente
y el modo en que utiliza y aplica el conocimiento en su actividad. También en este con-
texto debe darse necesariamente una mediación reflexiva. El saber se articula en una
estructura cognitiva de mediación reflexiva configurándose como plan interior de ac-
ción, siendo su fin la conformación de una situación pedagógica en situación educativa.
Aunque estas conclusiones son por igual sumamente pertinentes a la hora de explo-
rar la estructura práctica de la acción educativa, y la génesis del aprendizaje en el edu-
cando, o en su caso, del saber pedagógico en el educador, interesa, sobre todo, subrayar
la importancia de la segunda tesis formulada, ya que en ella se sitúa -como he mostrado
en otro lugar (Barcena, 1993)- la raíz de la naturaleza reflexiva del acto pedagógico.
Teniendo en cuenta, por tanto, la naturaleza y objetivo de este artículo él mismo estará
dividido en cuatro secciones fundamentales.
En la primera parte apuntaré algunas razones por las cuales es útil realizar un mejor
uso de la confrontación crítica entre tradiciones de pensamiento e investigación educati-
va rivales para esclarecer el sentido de la educación como acción práctica, dada la esen-
cial contestabilidad que recorre, desde el punto de vista lógico, al concepto mismo de
educación. Además, insistiré en la idea de que la investigación educativa, dado el carác-
ter de práctica que la educación tiene en sí misma, puede obtener sus mayores cotas
de desarrollo cuando se adopta un sentido fuerte de comunidad de investigación y
aprendizaje, dentro de la cual los investigadores reconocen su deuda intelectual con
una tradición de pensamiento que se vuelve racional, y en buen orden, en la medida
que la abren a la confrontación crítica con otras tradiciones rivales. Aunque en el
fondo exista siempre un núcleo de intraducibilidad entre las diversas tradiciones, lo
cierto es que la discrepancia en ciertos aspectos, entre dos tradiciones rivales, muestra la
medida en que sus respectivos lenguajes han sido, previsiblemente, asimilados y enten-
didos por los otros. Desde este punto de vista, y aunque sólo sea por esto, el fruto de tal
confrontación siempre será la consecución de una mayor racionalidad en nuestras pro-
pias discrepancias.
La segunda parte estará dedicada a encuadrar el actual debate sobre la naturaleza de
la acción educativa dentro de un marco explicativo de mayor alcance, el cual está presi-
dido por el interés de revitalizar, justamente, la tradición del pensamiento e investiga-
ción aristotélica, tradición para la cual las relaciones entre pensamiento y acción
adquieren un matiz distinto y realmente innovador.
En la tercera parte se revisarán brevemente algunas de las más significativas contri-
buciones al estudio de uno de los conceptos particularmente implicados en el análisis de
62 FERNANDO BARCENA ORBE
La importancia del concepto de tradición es, por tanto, doble. Es importante para dar
sentido al concepto de educación, el cual alcanza sus más amplias posibilidades de desa-
rrollo lógico mediante la confrontación de las diversas tradiciones culturales e intelec-
tuales de pensamiento pedagógico. Simultáneamente, la tradición se nos presenta como
una forma de conocimiento sustancialmente práctico. En efecto, como veremos en segui-
da, toda tradición incorpora una cierta teoría del conocimiento. Este va a ser el primer
asunto que voy a tratar.
La idea que he planteado en primer término es parcialmente aporética. Como con-
cepto, la educación es definible y delimitable. Pero como concepto esencialmente con-
testable, la definición del término que nos ocupa no tiene fácil cabida en una
estipulación teórica acabada y concreta. Se trata, por tanto, de un concepto genuinamen-
te dinámico, exigido de contraste intersubjetivo sociohistóricamente determinado y, en
definitiva, múltiple. La educación se nos aparece como un concepto de significación
múltiple, tan sólo abarcable teóricamente en el marco de un proceso dinámico de discu-
sión racional, crítica e intersubjetiva.
Ahora bien, el concepto de educación, aún siendo esencialmente contestable, no pue-
de significar cualquier cosa. Hemos dicho que posee una cierta contextualización social
e histórica, y precisamente la historia -y principalmente la narrativa, quizá sobre todo la
literatura- así como los contextos sociales dotan de pleno significado, aunque tal vez
con desigual valor y rivales unos frente a otros, a nuestro concepto. No obstante, es po-
sible obtener un cierto conocimiento o saber de la educación. Pero, ¿cómo acceder a este
conocimiento dado el carácter contestable de la educación?; ¿de qué método hemos de
servirnos para proceder en esta empresa?
Estas son interrogantes claves para elaborar una cierta epistemología de la teoría pe-
dagógica, si se me permite la expresión. Porque el conocimiento del fenómeno educati-
vo, su elaboración como saber utilizable en la práctica educativa, exige, de hecho, la
aplicación de un método de trabajo particular. Y éste no es otro -no es otro en el contex-
to de este artículo, ya que es en el contexto de éste estudio donde se propone- que el
método de recurso a las tradiciones rivales.
La cuestión que se propone es sencilla, y probablemente no muy original, aunque,
así lo entiendo yo, suficientemente importante como para recordar de nuevo de qué se
trata. En efecto, la educación es un concepto de una larga historia y tradición. Una tra-
dición, como ha explicado Zubiri, es un legado, un testigo, una entrega de formas de
estar vivientemente en la realidad. La tradición tiene que ver con la dimensión histórica
de la vida humana así como con su condición narrativa.
Como dice Zubiri, «la tradición es continuidad de formas de vida en la realidad, y no
sólo continuidad de generación del viviente (...) Gracias a estar viviendo en la realidad,
el hombre llevará una vida no enclasada sino abierta a cualquier realidad. Para ello no
basta con que cada hombre reciba una inteligencia sino que necesita que se den en su
intelección mismas formas de vida en la realidad. El hombre no puede comenzar de cero.
Y en esto es en lo que consiste la tradición, y el carácter histórico de la realidad humana:
en la entrega de formas de vida en la realidad, fundadas en un hacerse cargo de la reali-
dad» (Zubiri, 1986, 201).
Se trata de formas de pensamiento, creencias, sentimientos, valoraciones, tradiciones
de investigación y de prácticas que, generación tras generación, han ido elaborando y
entregando las generaciones adultas a las nuevas generaciones como ayuda para que és-
64 FERNANDO BARCENA ORBE
tas puedan instalarse convenientemente en la vida que van a vivir. Según ha señalado
Robert Bellah, «una tradición es un modelo de interpretaciones y juicios que una comu-
nidad ha elaborado a través del tiempo. Es una dimensión inherente a toda acción huma-
na. Nunca se puede abandonar del todo la tradición, aunque sí se puede criticar una
tradición desde el punto de vista de otra. Tradición no se opone a razón. A menudo es
un debate continuo y razonado sobre el bien de la comunidad o institución cuya identi-
dad define» (Bellah, 1989, 396).
Desde este punto de vista, una tradición incorpora una cierta teoría del conocimien-
to, pues esencial a ella es que el pasado nunca sea algo rechazable, de lo que podamos
liberarnos, sino más bien se configura como comentario y explicación del presente. Pre-
cisamente Maclntyre subraya esta dimensión histórica, y también social, de la tradición
(Maclntyre, 1987, 185 y ss.). Como teoría o forma de conocimiento, la tradición muestra
que cada teoría particular, o conjunto de creencias científicas o morales, se entienden y
justifican, hasta donde sea ello posible, como miembro de una serie histórica; una serie
dentro de la cual lo posterior no es necesariamente superior a lo anterior, ya que una
tradición puede progresar o degenerar. Lo importante es que esté en buen orden, es de-
cir, que exista progreso. En realidad, según Maclntyre el progreso de una tradición se da
desde dentro de ella misma, pero en contraste con otras tradiciones rivales. La rivalidad
puede ser muy fuerte, tanta que siempre exista entre ellas algún núcleo principal intradu-
cibie. A pesar de todo, en primer lugar siempre cabe recurrir a alguna tradición extraña
que sea capaz de aportar los recursos necesarios para comprender mejor las limitaciones
e incoherencias de nuestra propia tradición de pensamiento, investigación y práctica. Y
por otro lado, tal y como ha pretendido mostrar en Tres versiones rivales de la ética, la
admisión de una significativa inconmensurabilidad e intraducibilidad en las relaciones
de dos sistemas de pensamiento opuestos puede ser, de hecho, un prólogo para el debate
racional y para un cierto tipo de debate a partir del cual una de las partes contendientes
aparezca racionalmente superior a la otra (Maclntyre, 1992, 28).
Muchas de las críticas que ha recibido el recurso a tradiciones de pensamiento exis-
tentes para explicar lo actual, se han originado por la falsa creencia de que tradición se
opone a razón. Esta objeción parte de un presupuesto falso, porque toda tradición impli-
ca reconocimiento, el cual es un acto eminentemente racional y cognitivo, aunque no
sólo. Cada tradición tiene su propia racionalidad, una racionalidad que le es intrínseca, y
de hecho sólo es posible traducir el lenguaje de una tradición rival desde el conocimien-
to y la racionalidad de una, dentro de la cual nos instalamos libremente.
La entrega de una tradición, o de un conjunto de ellas, implica, en cierta medida,
educación. Implica una educación como iniciación, es decir: la iniciación en las formas
de conocimiento público compartido. Tal iniciación es, en el fondo, un proceso de civi-
lización y humanización (Peters, 1966; Oakeshott, 1982; Elliot, 1992).
De civilización, porque lo entregado se tiende a sintetizar, o cristalizar, en formas de
conocimiento que actúan como lentes conceptuales para acceder e interpretar la realidad.
Y en este sentido la educación no es otra cosa que un proceso de acceso a la realidad,
introducción a la realidad. En ellas se sintetiza la historia de las contribuciones que ha
realizado la humanidad, en todos los campos del saber. Y también es un proceso de hu-
manización, porque el proceso en cuestión tiene asignado no meramente el propósito de
actualizar un específico caudal de conocimientos en la joven generación, sino el objetivo
de que este corpus doctrinal se incorpore vitalmente en el sujeto a fin de que sus estruc-
LA ESTRUCTURA PRÁCTICA DE LA ACCIÓN EDUCATIVA 65
turas de decisión interna -estructuras que en todo caso son estructuras morales- se con-
formen y permitan la realización de un proyecto personal de vida en sociedad, de carác-
ter humanizador.
Este proceso de iniciación se da, como hemos dicho, en todas la fases del proceso
educativo del sujeto, y lo mismo da que hablemos de unas u otras disciplinas o campos
del saber. Pero es básico para el éxito del proceso que el sujeto sepa escuchar. Es decir,
que el individuo aprenda a sujetar temporalmente su criterio de valoración al de quienes,
antes que él, elaboraron la parte del saber que le es entregado. Como se ve, se trata de
una sujeción temporal, por tanto nunca permanente, del criterio personal de valoración.
Por consiguiente, no se trata de anular su capacidad de enjuiciamiento crítico, sino de
que esta capacidad crítica vaya madurando en la medida que el saber trasmitido se vaya
aprendiendo significativamente. Es este un punto crucial: el aprendizaje significativo de
algo.
Se aprende significativamente cuando un sujeto es ayudado por otro para que pueda
realizar una actividad mental propia en la que fundamentalmente se sacan a la luz los
conocimientos y experiencias de que dispone ya como base o fundamento para acceder
al sentido de lo nuevo. No hay aprendizaje significativo de algo nuevo si no tiene senti-
do para nosotros; y algo tiene sentido en la medida en que se vincula a lo que ya cono-
cemos o hemos experimentado. En el aprendizaje significativo, por así decirlo, el
conocimiento es construido por el sujeto, el cual no se sitúa frente al objeto de conoci-
miento estableciendo una mera relación individual con él. La ayuda de otro -del educa-
dor, del adulto, o de una tradición ya elaborada- es esencial para que se dispare esta
actividad autoestructurante o reconstructiva.
El engarce que la tradición tiene con el conocimiento de la educación es importante.
Porque la educación confiere una cierta identidad. Lo que tiene identidad es real, y jus-
tamente una tradición, como hemos dicho, es una entrega de formas o modos de estar
vivientemente en la realidad. No invita al enclasamiento, sino a la apertura. Las diversas
tradiciones de pensamiento pedagógico contienen precisamente el significado que el fe-
nómeno educativo tuvo en un contexto social y cultural dado, e invitan por ello a revisar
el presente a su luz. Nuestros conceptos y significados se fundamentan de este modo, de
acuerdo con una cadena histórica, en conceptos y significados pasados. Construimos
nuestros conceptos con la ayuda de realidades y significaciones pasadas, que guardamos
en nuestra memoria histórica acumulada. Y ello responde, en suma, a la fuerte dimen-
sión histórica de la que se alimenta y a la vez es constitutiva nuestra existencia. Por ello
tienen tanto poder explicativo, comprensivo e interpretativo las narraciones, y en espe-
cial las narraciones literarias. En este punto, Rorty tiene razón en buena parte de las tesis
planteadas en Contingencia, ironía y solidaridad.
Ahora bien, ¿en qué tipo de conocimiento consiste la tradición? Sin duda se trata de
una forma de conocimiento práctico, como hemos apuntado. Particularmente, las tradi-
ciones de pensamiento pedagógico son formas de pensamiento práctico, de un saber de
la práctica, pues la educación es una actividad, una práctica. Tal vez, incluso, la educa-
ción no sea una práctica natural. Quiero decir que la educación no es algo que crezca
naturalmente. La metáfora del crecimiento -tan utilizada en pedagogía para explicar el
concepto de educación- no es útil para explicar el sentido del fenómeno formativo. En
este punto, el recurso a las metáforas, a las analogías, es muy útil, pues en parte confirma
66 FERNANDO BARCENA ORBE
tanto la rivalidad existente entre las tradiciones de pensamiento pedagógico como la na-
tural contestabilidad de la educación misma.
Pues bien es relativamente fácil mostrar las implicaciones que tiene para nuestro te-
ma el hecho de pensar la educación desde tradiciones intelectuales y pedagógicas de in-
vestigación y pensamiento. Quisiera destacar dos.
La primera es que el recurso a tradiciones rivales de pensamiento fortalece el sentido
de pertenencia a una comunidad de investigación. Con ello, el mero y sencillo hecho de
pertenecer a una profesión se convierte en algo más importante que la pura reivindica-
ción de derechos laborales. Cuando se piensa la práctica profesional desde el convenci-
miento de la pertenencia a una tradición de pensamiento se fortalece un sentido fuerte de
comunidad intelectual y de investigación.
La segunda implicación tiene que ver con la fundamentación teórica de la acción y
las decisiones que se toman en la propia práctica o actividad. Desde el anterior conven-
cimiento, la teoría pedagógica fundamenta la acción aportando una visión teórica am-
plia, y ampliada, de los fenómenos con los que se trabaja. Con ello se fortalece una
actitud esencial para promover el sentido y el pensamiento reflexivo: la apertura de men-
te, la actitud que no busca tanto fundamentar las decisiones en una teoría como en una
perspectiva teórica, incluso contemplativa. Es la actitud, en definitiva, que no prejuzga
las fuentes teóricas de evidencia según el origen de donde provengan, sino que es recep-
tiva, atenta a lo real, a la realidad, tanto presente, como pasada.
La pretensión por volver más técnicamente eficaces los procesos de intervención pe-
dagógicos se ha ido afianzando, en las últimas décadas, al hilo de la consolidación de la
educación como disciplina científica. Debido tanto al generalizado convencimiento de
que la actividad educativa es en última instancia una clase de acción práctica, como a la
necesidad de acompañar el notable aumento del interés por la educación con una adecua-
da capacitación teórico-técnica de los principales agentes que intervienen, como profe-
sionales de la acción educativa, en su ejercicio habitual y cotidiano, lo cierto es que la
tecnología educativa parece haberse convertido en una clara necesidad que no cabe ra-
zonablemente cuestionar.
Hace varias décadas la tecnología educativa, centrada en los «resultados» más que
en los «procesos», era con razón criticada a causa del tipo de relación extrínseca que
acababa por definir con respecto a la actividad educativa donde se aplicaba. En cambio,
pocos partidarios de la tecnología de la educación negarían hoy que a ésta debe conce-
bírsela como un proceso, más que como producto, esto es, como una «tecnología intrín-
seca de la educación» de índole eminentemente cognitiva e intelectual. Existen
importantes razones -teóricas, filosóficas, pedagógicas, históricas, culturales, y de otra
índole- capaces de explicar este cambio en el modo de concebir a la tecnología educati-
va y de justificarla como buena para la pedagogía pues la acción educativa no puede
pretender hacer valer su importancia moral -debido a la relevancia y valor de su propó-
sito fundamental: la progresiva ayuda a la construcción del hombre, en su calidad de
humano- si al mismo tiempo se convierte sólo en un desencadenamiento de acontecí-
LA ESTRUCTURA PRÁCTICA DE LA ACCIÓN EDUCATIVA 67
mientes que se escapan a todo control racional y eficaz del agente. Aceptar, de este mo-
do, el carácter ético de la actividad educativa exige, como primera medida, hacer visible
la voluntad de eficacia y de conocimiento racional de la tarea educativa; su desencade-
namiento intencional, secuencial y racional.
De acuerdo con este planteamiento inicial, constituye una urgente necesidad, deriva-
da incluso del sentido común, deslindar claramente las críticas que pueden realizarse a
los planteamientos tecnicistas de la educación del enjuiciamiento a los enfoques sus-
tancialmente tecnológicos. Ambas perspectivas no se confunden. A pesar de todo, el
empuje de determinados planteamientos tecnológicos en educación han generalizado
progresivamente, como tesis incuestionablemente ciertas, diversas ideas que, tras una in-
vestigación más detenida, se revelan, al menos, suficientemente problemáticas como pa-
ra convertirlas, sin más, en un lugar común.
La primera es la creencia de que el proceso de intervención educativa es una actua-
ción práctica que, en cuanto tal, hace de sus específicos problemas cuestiones exclusiva-
mente técnicas. Se piensa que la racionalidad pedagógica es principalmente una clase de
racionalidad tecnológica que, siguiendo un esquema modificado de relación medios-fi-
nes, afirma que aquéllos mantienen una relación de dependencia lógica con las finalida-
des. Se generaliza la convicción de que la racionalidad pedagógica y la racionalidad
educativa son formas de «racionalidad práctica», vale decir: tecnológica. No sirve, pues,
distinción alguna entre formas operativas de racionalidad -una técnica y otra moral o
práxica- pues con la implantación de la moderna civilización tecnológica -eminente-
mente cognitiva y centrada en procesos- se ha vuelto tan supérflua como inútil la vieja
distinción aristotélica entre pensamiento productivo y pensamiento práctico o práxico.
Cuando estas ideas se incorporan a la práctica, los hábitos profesionales y al acervo
profesional de los educadores, el conocimiento pedagógico en su conjunto, y la produc-
ción de nuevo saber sobre educación (cada vez más obligado, como no podía ser menos,
a atender los problemas que se presentan en la realidad), se constituye progresivamente
como conocimiento estrictamente tecnológico. Con ello, la racionalidad pedagógica
margina de la idea misma de «racionalidad» el tipo de saberes, bien teórico bien mora-
les, cuyo principal objetivo es, sin embargo, volver más reflexiva y crítica la práctica
educativa. Normalmente tiende a concederse, académicamente, que este tipo de saberes
cumplen un papel de estricta, ambigua y supérflua «formación pedagógica cultural» de
los educadores, maestros o pedagogos, según se trate. Existe «concesión» de papel de
formación cultural para cierto tipo de saberes. Esta «concesión» tiene diversas fuentes de
origen, y de hecho, contrariamente a la determinación teórica de la tecnología educativa
como proceso, en la práctica ésta no pasa de ser muchas veces más que un producto al
servicio de la pretensión de medir la calidad educativa por resultados estadísticamente
cuantificables. Tiende a pensarse que, en el fondo, todo enfoque crítico y reflexivo de la
actividad educativa afirma la reflexividad y la crítica al precio de la eficacia pedagógica,
tal y como este concepto queda definido desde posiciones tecnológicas determinadas.
Por otro lado, el ámbito de investigación centrado en la consideración de los docen-
tes como profesionales reflexivos, desde luego ha aportado luz a la explicación de los
procesos de pensamiento y toma de decisiones de los educadores, aunque en último tér-
mino su mayor debilidad se encuentre, tanto en su escaso poder normativo -las investi-
gaciones al uso son extraordinariamente descriptivas- como en ocultar lo que constituye
68 FERNANDO BARCENA ORBE
la máxima preocupación de los investigadores: acabar con la división del trabajo social
entre maestros y pedagogos, a quienes acusan de nuevos sofistas.
Ahora bien, a pesar de que una buena porción de este ámbito de investigación forma
parte de lo que se ha dado en llamar el «contexto psicológico de la enseñanza», resulta
indiscutible que sus últimos desarrollos se han venido enriqueciendo con significativas
contribuciones filosóficas, mostrándose con ello el grado en que toda pretensión profe-
sionalizadora de las distintas funciones pedagógicas -las de docencia y otras- necesaria-
mente pasa por el redescubrimiento crítico y acentuación del carácter reflexivo de la
práctica pedagógica. En este sentido, muchas de las cuestiones actualmente debatidas en
relación a estos temas -desde el estudio de los procesos mentales de los educadores has-
ta los problemas de la relación entre la teoría y la práctica, y otros- forman parte sin
ninguna duda de lo que tal vez cabría denominar como contexto de discusión filosófico
de la actividad educativa.
Paralelamente a este interés profesionalizador, asimismo se ha subrayado la necesi-
dad de capacitar tecnológicamente a las distintas figuras profesionales de la educación,
con el objeto de que puedan responder en sus respectivas actuaciones con mayor eficacia
y realismo a las demandas y expectativas que la sociedad en su conjunto parece tener
sobre la educación. Este esfuerzo de capacitación tecnológica es concomitante de la exi-
gencia de profesionalización en educación, como por lo demás lo sería en cualesquiera
otras ocupaciones profesionales. No obstante, parece indudable que todavía existe mu-
cho camino por recorrer hasta que dentro de la comunidad de profesionales de la educa-
ción exista verdadera eficacia y entendimiento mutuo, así como para lograr que sus
procesos de razonamiento y pensamiento sean el auténtico reflejo de un cuerpo de cono-
cimiento pedagógico científicamente constituido y válido para explicar, diagnosticar,
justificar y, en último término, normativizar, la práctica educativa. Nada de ello se logra-
rá, sin embargo, si se carece de unidad entre los profesionales de la educación, rompién-
dose el monólogo colectivo que todos deploran y el distanciamiento entre la teoría y la
práctica.
Sin embargo, la educación, concebida como objeto de conocimiento, ha sido pensa-
da por algunos autores como un difícil campo de investigación en el que las expectativas
habituales de la ciencia -predecir y controlar regularidades entre acontecimientos- se
ven ampliamente limitadas por el hecho de que más que un puro «suceso» la educación
es una acción deliberada e intencional que entraña un importante carácter ético. El estu-
dio de la acción humana -sea ésta la educativa u otra- exige no sólo producción de ge-
neralizaciones y explicación de acontecimientos, sino, muy fundamentalmente, de
justificación. El acto de justificación, o de justificar, siempre entraña un importante nú-
cleo moral; porque justificar es hacer justicia, dar respuestas -responder- y ser respon-
sable. Con el avance y el progreso tecnológico, esta necesidad se ha vuelto un
imperativo, especialmente para el caso de una tarea práctica como la actividad educati-
va. En esta investigación justamente se pretende abordar el análisis de las diferentes im-
plicaciones que la consideración de la educación como acción tiene, intentando
contribuir con ello a un debate -que se desarrolla ya en las postrimerías del siglo XX-
en relación a la discusión de la constitución práctica de la intervención educativa y de
sus principales dimensiones críticas.
En efecto, muchas disciplinas pedagógicas han partido de este dato -el carácter de
«problema práctico» de la educación- a la hora de reflexionar epistemológicamente so-
LA ESTRUCTURA PRACTICA DE LA ACCIÓN EDUCATIVA 69
bre sí mismas y justificar sus concretas aportaciones. Ahora bien, lo cierto es que la no-
ción de «práctica» es habitualmente entendida de diverso modo. Mientras unos entien-
den por «práctica» una cuestión técnica, otros pensarán que por ella debe entenderse una
praxis o actividad moral de predominio de bienes y fines internos.
Como consecuencia de la pretensión de predominio de una de las dimensiones expli-
cativas de la educación como actuación humana, y del olvido de la intrínseca compleji-
dad que entraña la explicación de la naturaleza de la educación, se hace verdaderamente
difícil encontrar un planteamiento suficientemente holístico sobre la actividad educativa
que sea capaz por propia naturaleza de explicar coherentemente las diferentes dimensio-
nes constitutivas de la educación como acción, haciendo que, en último término, consiga
ser ésta una integral de actividad productiva y de acción. Constituye éste un importante
núcleo de complejidad del estudio de la naturaleza de la educación.
La consideración de esta tarea como práctica reflexiva se convierte para algunos, así,
en alternativa a los planteamientos que acentúan su naturaleza de actividad técnica -
cuando, como hemos dicho, la tecnología educativa cada vez parece mostrarse como
proceso de intervención cognitivo y racional en el acto pedagógico- y ambos, también
en ocasiones, muy limitadamente incluyen determinaciones éticas en la práctica de la
educación, a juicio de otros autores. Por otra parte, las investigaciones referidas al pen-
samiento de los profesores -que pretenden restaurar en parte la tradición establecida por
Aristóteles sobre la racionalidad del pensamiento práctico- tan sólo en contadas ocasio-
nes logran recoger toda la riqueza contenida en la fundamental noción de «conocimiento
práctico».
Pues bien, en este estudio se parte del reconocimiento del lugar central que este con-
cepto ocupa en la aludida tradición, y específicamente para cualquier tentativa orientada
a pensar la educación como actividad práctica. Muy concretamente se señala la urgencia
de extender, para la investigación teórica y filosófica de la educación, esa nueva sensibi-
lidad que en las últimas décadas se deja sentir en relación a los valores propios de la
tradición de la filosofía práctica, y cuyas propuestas nucleares resultan pertinentes para
el ámbito concreto de las ciencias de la actividad humana -como la ciencia educativa-,
en las cuales muy especialmente cabe requerir que sus profesionales logren un adecuado
planteamiento de las relaciones entre el pensamiento y la acción; entre la teoría y la
práctica. De hecho, muchas de las tentativas actuales orientadas a la investigación de las
relaciones entre la teoría y la práctica en la educación han fracasado justamente por no
partir de la realidad o fenómeno que se supone pretendían explicar, comprender y diri-
gir: la actividad educativa.
Ahora bien, para comprender con exactitud todo lo que ello significa, hay que revi-
sar, por una parte, la naturaleza de la cognición práctica en la educación, y, en segundo
término, recordar que en el análisis de la naturaleza de la actividad educativa no se ha
llegado a un acuerdo pleno acerca de lo que conlleva subrayar su carácter de «práctica».
Acerca del primer asunto señalaré que las actuales investigaciones, vinculadas fun-
damentalmente a la tradición angloamericana, que se han dedicado al estudio del pensa-
miento práctico de los docentes y educadores y a la investigación de sus procesos de
70 FERNANDO BARCENA ORBE
reflexiva a la idea del tacto pedagógico -que ya para Herbart era un mediador entre teo-
ría y práctica. Por lo mismo, sus respectivos principios reguladores funcionarán, unos
frente a otros, como coprincipios (ver figura 1).
De acuerdo con ello, puede afirmarse que el conocimiento de la educación presenta
una pluralidad de formas, pues el saber sobre educación tiene que ver satisfechas las
exigencias que demandan estas cuatro dimensiones. El conocimiento pedagógico, en
efecto, se puede producir desde distintas clases de acciones, desde distintas formas de
pensamiento y a partir de distintos actos de contemplación. De este modo, y salvando lo
dicho hasta ahora, cabe hablar de un saber teórico-tecnológico (que explica, diseña y
planifica); de un saber práctico reflexivo (que capacita para la deliberación, la elabora-
ción de juicios y la toma de decisiones prácticas); y de un saber prudencial (que busca
fundamentar éticamente la actuación educativa).
EDUCACIÓN
se puede concebir
como
OBJETO DE ACTUACIÓN
ESTUDIO HUMANA
Complejidad teórica
caracterizado < de carácter
por
Complejidad práctica
Básicas Bienes internos
Reglas PRACTICO
Estratégicas'
Modelos de autoridad'
ÁMBITO PRODUCTIVO DE ÁMBITO PRÁXICO DE
«ACTIVIDAD» (Resultados) «ACCIÓN» (Logros)
1
i • I ,
DIMENSION DIMENSION DIMENSION DIMENSION DIMENSION
TECNOLÓGICA ARTÍSTICA REFLEXIVA ÉTICA COMUNICATIVA
Figura 1.
Así pues, cuando se afirma que la acción educativa tiene un carácter práctico, parte
de lo que se puede pretender querer decir con ello es que se trata principalmente de la
76 FERNANDO BARCENA ORBE
intervención en una cierta realidad -la del educando- en la que juegan un papel esencial
los procesos reflexivos de deliberación, la elaboración de juicios y la toma de decisiones.
Desde este punto de vista, considerada como un problema a resolver, la acción educati-
va, o pedagógica, es un problema práctico; esto es, el tipo de problema que se resuelve
mediante la aplicación de determinados conocimientos y técnicas de modo primordial-
mente reflexivo y deliberando sobre las situaciones donde se actúa, estimando diversas
realidades, o juzgándolas, tomando decisiones y haciendo determinadas cosas; actuando,
en definitiva.
En resumen: los profesionales de la educación -maestros, docentes, en general los
educadores- intervienen dentro de los procesos que les ocupan de distinta manera y mo-
viéndose, por así decirlo, en planos de actuación diversos. Dicho con otras palabras: en
su actuación pueden mostrar un grado de competencia que no es posible calificar sola-
mente en los términos de una «competencia técnica». Indudablemente, en ocasiones ac-
túan de una forma realmente técnica (ajustando medios a fines dados), pero otras veces
lo hacen de una forma reflexiva, y en otras de modo que, quizá precisamente por haberlo
hecho de este último modo, conduciéndose a partir de criterios o principios éticos. A
estas diversas formas de actuación podemos denominarlas genéricamente «dimensiones
explicativas de la acción pedagógica».
BIBLIOGRAFÍA
MCCARTHY, TH. (1987). «Sobre la lógica del discurso práctico», en La teoría crítica de J. HABER-
MAS, pp. 359-384, Tecnos, Madrid.
MACDONALD, J. P. (1992). Teaching. Making Sense of an Uncertain Craft, Teachers College, Nue-
va York.
MANEN, M. V A N (1977). «Linking ways of knowing with ways of being practical», Curriculum
Inquiry, 6:3, pp. 205-228.
- (1990). Researching lives experience, Human science for an action sensitive pedagogy, The
Falmer Press, Londres.
MARAÑÓN, G. (1981). Vocación y ética, Austral, Madrid.
MASSCHELEIN, J. (1990). «L'éducation comme action, A propos de la pluralité et de la naissance»,
Orientamenti Pedagogoci, XXXVIL4 (229), pp. 760-772.
MINISTERIO DE EDUCACIÓN Y CIENCIA (1989). Libre Blanco para la Reforma del Sistema Educati-
vo Español, Secretaría de Publicaciones del MEC, Madrid.
MITCHAN, C. (1989). ¿Qué es la filosofía de la tecnología?, Anthropos, Barcelona.
OLSON, J. (1987). «El cambio en educación, ¿Por qué persiste todavía la racionalidad técnica?».
Revista de Innovación e Investigación Educativa, 3, pp. 103-110.
POLÍN, R. (1968). «Théorie et pratique», en Ethique et politique, pp. 1-38, Sirey, Paris.
POWELL, A. G. (1980). The uncertain profession, Harvard University Press, Cambridge.
PEARSON, A. T. (1989). The teacher, Theory and practice in teacher education, RKP, Londres.
- (1969). «¿En qué consiste el proceso educacional?», en El concepto de educación, pp. 13-46,
Paidós, Buenos Aires.
- (ed.) (1973). Filosofía de la Educación, FCE, México.
- (1980). Authority, responsibility and education, G. Allen and Unwin, Londres.
POLANYI, M. (1989). La logique de la liberté, PUF, Paris.
WlDLAK, H. (1984). El shock que produce la práctica. El fracaso de la aplicación del saber. Edu-
cación, Tubinga, vol. 30, pp. 95-107.
WiGGER (1984). «Acción y educación. Un análisis crítico de las concepciones de acción en las
teorías educativas», Educación, Tubinga, vol. 30, pp. 39-59.
WlTTROCK, M. (ed.) (1989). La investigación sobre la enseñanza, tres vols., Paidós Ibérica-MEC,
Barcelona.
YZQUIERDO TOLSADA, M. (1989). La responsabilidad civil del profesional liberal, Reus, Madrid.
ZABALZA, M. (1987). Pensamiento del profesor y desarrollo didáctico, Enseñanza, n° 4-5, pp.
109-138.
ZARET, E. (1981). «The uncertainty principle in curriculum», Theory into practice, 25:1, pp. 46-
52.
PLURALISMO Y OBJETIVIDAD MORAL.
ASPECTOS CONTROVERSIALES EN EL DEBATE PUTNAM-
HABERMAS
Gustavo Agüero
Universidad Nacional de Córdoba (Argentina)
Enfrentado a este escenario hay distintas actitudes que una persona reflexiva po-
dría adoptar. Una de las opciones es considerar que las cuestiones morales, al igual que
las científicas, reclaman para sí verdad objetiva en tanto están determinados por el modo
de darse de los hechos o las propiedades morales en el mundo (siendo ‘bueno’, ‘correc-
to’, etc., precisamente los términos que designan propiedades morales).1 De esta manera
un enunciado o juicio moral será objetivamente verdadero, no porque así lo creamos,
sino porque ajusta a la realidad de los hechos morales. Si este es el caso entonces habría
que investigar la naturaleza de esos hechos y propiedades y establecer las características
de su constitución, considerar si se trata de hechos sui generis, irreductibles a una onto-
logía científico-naturalista, o bien si se trata de fenómenos emergentes o supervinientes
de estos.2 Esta vía de comprensión del discurso y los asuntos morales se denomina rea-
lismo moral.
1
Demás está decir que el reclamo de verdad objetiva se acompañó tradicionalmente – no solo
en el ámbito de la ética – de la correspondiente postulación ontológica.
2
No pretendo con esta breve descripción agotar las variantes o las posibilidades del realismo
moral.
PROMETEUS - Ano 7 - Número 16 – Julho-Dezembro/2014 - E-ISSN: 2176-5960
124
PROMETEUS – CÁTEDRA UNESCO ARCHAI
pensar, de sentir y orientar nuestra vida individual o quizás también, nuestra vida colec-
tiva. Quienes adopten esta actitud tendrán que admitir, en tanto haga ejercicio de racio-
nalidad, las diferencias entre los puntos de vista personales, colectivos o culturales de-
jando las cuestiones acerca de la verdad para aquellos juicios y enunciados que posean
valor cognitivo. Si nuestros juicios morales no tienen posibilidad alguna de justificación
o no la tienen más allá de nuestros acuerdos y convenciones se deberá entonces admitir
que en el ámbito de la moral no hay objetividad sino solo la expresión, bajo el aspecto
proposicional, de preferencias subjetivas. Esta manera de comprender los asuntos mora-
les suele denominarse en filosofía subjetivismo o relativismo y constituye en este ámbi-
to nada menos que una forma de escepticismo.3
En cualquier caso, quien acepte alguna forma de cognitivismo moral y por tanto
entienda que en estos asuntos es posible resolver conflictos racionalmente lleva sin du-
das la carga de la prueba frente a todas las variantes de escepticismos (relativismos,
subjetivismos, etc.) que surgen en este debate. Conforme a lo dicho acerca de ambas
perspectivas se puede inferir que a menos que se acepte alguna forma de objetivismo y
por tanto, se reconozca al discurso moral estatuto epistémico o cognitivo, la posibilidad
de realizar juicios y de justificar nuestras obligaciones morales y normativas será nula.4
3
En algunas de sus versiones más radicales esta manera de pensar la moral se acerca a lo que
Bernard Mandeville (1670-1733) definió como “un invento de los políticos para tener a raya a
sus ganados humanos”. Vale decir para el relativismo bosquejado aquí lo mismo que se ha di-
cho para el realismo, este breve relato está muy lejos de agotar las posibilidades de los planteos
relativistas o escépticos pero la intención es bosquejar un primer cuadro sobre el que situar la
posterior discusión.
4
No he de considerar aquí algunas interesantes discusiones surgidas en torno al carácter prácti-
co de la moral que reconoce el objetivista, como es el caso de que la existencia de un valor
constituye por sí mismo una razón para la acción.
PROMETEUS - Ano 7 - Número 16 – Julho-Dezembro/2014 - E-ISSN: 2176-5960
125
PROMETEUS – CÁTEDRA UNESCO ARCHAI
En particular el punto que aquí se pretende enfocar es uno que se halla en el nú-
cleo mismo del debate, a saber, la posibilidad de respaldar el estatuto objetividad para
los juicios morales y normativos, es decir una forma de realismo (que permita atribuir
verdad y falsedad) pero que a la vez no implique la asunción de compromisos ontológi-
cos con entidades o hechos morales. Finalmente pretendo señalar lo que considero que
conduce al debate a un cierto punto de estancamiento en el que comienzan a surgir ele-
mentos que opacan la ética de la conversación.
Puesto que este respaldo del objetivismo implica un rechazo del relativismo ha-
brá que prestar atención a las intuiciones realistas que quizás muchos compartimos, a
saber, que si no hay verdad en el ámbito de la moral entonces el discurso moral carece
de sentido, o en todo caso se reduce a un recurso literario para la expresión de las emo-
ciones o de los intereses personales. Por una parte, deberemos admitir que si los valores
que hacen posible la forma de vida democrática son solo producto de un consenso que
no responde a otras razones que la voluntad de las mayorías entonces quizás nuestra
forma de vida no es más racionalmente sustentable que cualquier otra producto del
acuerdo. Pero también queremos, por otra parte, dar lugar a la intuición relativista pro-
bablemente también compartimos según la cual los diferendos en el ámbito moral son
de difícil resolución dada la diversidad cultural admitida por el pluralismo y las pautas
aceptadas en la vida democrática de nuestras comunidades.
5
No es el propósito ni el objetivo del presente trabajo dar lugar a una nueva reseña de dicho
debate siguiendo los detalles de cada uno de los intercambios y tratar todos los aspectos en
disputa, antes bien la propuesta es abordar solo un aspecto del mismo con cierta actitud crítica,
no para concluir adhiriendo a una de las posiciones o encontrando una diplomática vía media
que ninguno de los protagonistas tuvo en cuenta.
PROMETEUS - Ano 7 - Número 16 – Julho-Dezembro/2014 - E-ISSN: 2176-5960
126
PROMETEUS – CÁTEDRA UNESCO ARCHAI
Objetividad y realismo
No hace falta decir que no todo el pensamiento contemporáneo transita por estos
rieles, de hecho no resulta poco frecuente encontrar autores que piensan que las ciencias
naturales, y fundamentalmente la física, tienen la última palabra respecto de lo que hay
en el mundo, o por decirlo de otra manera, respecto de cuáles sean en última instancia
los hechos que lo constituyen.6 Asimismo, y con la convicción de que hay cuestiones de
hecho y cuestiones de valor entre las cuales existe una irreconciliable diferencia de na-
turaleza, se reconoce a aquella tradición empirista que se remonta a David Hume como
defensora del siguiente precepto: de un juicio sobre lo que es el caso no puede derivarse
ningún juicio sobre lo que debe ser el caso7. En esta misma línea de pensamiento a co-
mienzos del siglo veinte George Moore (1929) desarrolló su conocido argumento con-
forme al cual se afirma que incurre en un serio error quien pretende explicar conceptos
morales como “bueno” o “malo” en términos físicos o materiales. En función de estos
argumentos el positivismo lógico surgido en Europa en la primera mitad del siglo veinte
aceptó la idea de que los juicios morales no solo no son susceptibles de verdad o false-
dad sino que se limitan a expresar estados subjetivos de las personas, tal fue por ejem-
plo la posición desarrollada por Charles Stevenson (1971) conocida como emotivismo,
de acuerdo al cual, cuando hacemos juicios morales no hacemos otra cosa que expresar
nuestras emociones.
De modo general puede decirse que las respuestas de corte cientificista se rinden
ante el escepticismo adoptando uno de los siguientes aspectos, o bien el no-cognitivismo
6
El caso quizás más conocido en el ámbito de la filosofía anglosajona es el de Wilfrid Sellars
(1963). Esta actitud cientificista nos sitúa en un lugar incómodo en el que la percepción, la ex-
periencia cotidiana y también el lenguaje ordinario obtienen para sí imágenes poco agradables.
7
Se conoce también a este enunciado y a otros equivalentes como Ley de Hume (Cf. HUME,
2005).
PROMETEUS - Ano 7 - Número 16 – Julho-Dezembro/2014 - E-ISSN: 2176-5960
127
PROMETEUS – CÁTEDRA UNESCO ARCHAI
– los juicios morales o evaluativos no son ni pueden ser verdaderos o falsos, y se redu-
cen a asuntos de validez subjetiva –, o bien el naturalismo reduccionista – hay hechos y
propiedades morales pero pueden reducirse o explicarse finalmente en términos de pro-
piedades no-morales, y más específicamente científico-naturales.
8
Puede recordarse aquí que autores como Richard Rorty entienden que hablar de objetividad
implica necesariamente asumir compromisos metafísicos indeseables; si la idea de una realidad
en-sí-misma es carente de sentido entonces también carece de sentido el concepto de objetivi-
dad, en tanto hace referencia a la descripción de esa realidad (Cf. RORTY, 1996). No obstante
Rorty, al igual que otros autores, no examina la posibilidad de otorgar al concepto de objetivi-
dad cierto carácter epistémico y por tanto situarlo al alcance de las necesidades y las posibilida-
des humanas; quizás piensan que si no tenemos la realidad-en-sí-misma, entonces no tenemos
otra opción que renunciar a las pretensiones de objetividad. Por contrapartida Habermas tanto
como Putnam son conscientes de que la renuncia a la pretensión de objetividad implica también
la renuncia otorgar a la moral y a nuestros juicios evaluativos el respaldo racional de las razo-
nes, lo cual significa perder de vista el tipo de autoridad que las razones deberían ejercer sobre
quienes aceptan o hacen juicios de carácter normativo.
PROMETEUS - Ano 7 - Número 16 – Julho-Dezembro/2014 - E-ISSN: 2176-5960
128
PROMETEUS – CÁTEDRA UNESCO ARCHAI
Putnam (2004, p. 34) afirma que “la dicotomía hecho/valor es, en el fondo, no
una distinción sino una tesis, a saber, la tesis de que la ‘ética’ no trata ‘cuestiones de
hecho’”, por lo que quedaría en evidencia que lo que se busca con la pretendida distin-
ción entre hecho y valor en sus diferentes versiones es establecer un criterio para deter-
minar en primer lugar qué sea y qué no sea un hecho. El criterio en este caso podría
expresarse así: los juicios de valor no constituyen hechos, siendo este a la vez un crite-
rio de significatividad conforme al cual puede decirse que solo los enunciados de las
ciencias (naturales) pueden corresponder a los hechos. Ahora bien, ¿existe una diferen-
9
Kant llama así al escepticismo en la Crítica: “The sceptic is thus the taskmaker who constrains
the dogmatic reasoner to develop a sound critique of the understanding and reason”; (Cf.
KANT, 1965, A 769/B 797).
PROMETEUS - Ano 7 - Número 16 – Julho-Dezembro/2014 - E-ISSN: 2176-5960
129
PROMETEUS – CÁTEDRA UNESCO ARCHAI
cia de naturaleza entre juicios de hecho y juicio de valor? Con seguridad, nada de esto
surgiría del carácter objetivo de los juicios, sin embargo, hay que admitir que una dis-
tinción o una dicotomía supone la presencia de criterios. Veamos cuáles son esos crite-
rios según Putnam,
Pero más allá de esta pretensión de analogía que Habermas está proponiendo en-
tre el concepto de corrección normativa y el de verdad de los enunciados descriptivos,
él sostiene que dichos conceptos se diferencian en su “sentido de validez”. Efectivamen-
te, la corrección normativa es una categoría epistémica al igual que la verdad y puede
ser analizada tanto en términos de justificación como de aceptabilidad racional, pero los
distingue su pertenencia a los usos prácticos y teóricos de la razón respectivamente. De
esta manera Habermas admite que los valores presentan un estatuto cognitivo “débil”,
por contraposición al estatuto de los juicios de hecho, aun cuando esto no signifique
rechazar la pretensión de objetividad para valoraciones (Cf. VEGA ENCABO & GIL
PROMETEUS - Ano 7 - Número 16 – Julho-Dezembro/2014 - E-ISSN: 2176-5960
131
PROMETEUS – CÁTEDRA UNESCO ARCHAI
Habermas entiende que pueden señalarse dos importantes rasgos que diferencian
al discurso acerca de normas del discurso acerca de valores (o a la distinción entre ética
y moral). En primer lugar, el discurso acerca de normas se pretende un discurso razona-
ble, es decir, un discurso en el que las razones y los argumentos tienen importancia, lo
que no se da en el caso de los valores. Cuando hablamos acerca de valores entra en jue-
go de manera crucial una dimensión emocional o afectiva, por lo cual, mientras las
normas imponen a sus receptores las mismas obligaciones (racionales) sin excepción,
los valores expresan las preferencias y aquello que sería deseable para grupos particula-
res (Cf. HABERMAS, 2008). En segundo lugar, los valores nos comprometen en senti-
do vital, más allá de nuestras cambiantes opiniones, así cuando William James se ocupó
de hablar acerca de valores sus ejemplos fueron los casos de la fe religiosa y el enamo-
ramiento. A diferencia del discurso acerca de normas no se pretende que al hablar de los
afectos personales los oyentes adquieran idénticos sentimientos que el hablante por esas
personas, de modo que la conversación acerca de valores difiere del discurso argumen-
tativo.
A diferencia de las normas que pueden universalizarse, Habermas piensa que los
valores indefectiblemente varían entre individuos, grupos o culturas. Siempre sería po-
sible justificar las normas atendiendo a procedimientos racionales que se darían en la
PROMETEUS - Ano 7 - Número 16 – Julho-Dezembro/2014 - E-ISSN: 2176-5960
132
PROMETEUS – CÁTEDRA UNESCO ARCHAI
Putnam, por el contrario, sostiene que no existe ningún procedimiento que satis-
faga los requisitos de una racionalidad puramente formal debido a que no podemos
arreglárnosla sin el recurso a términos valorativos-descriptivos tales como cruel, cobar-
de, perspicaz, obcecado: los denominados términos morales densos, es decir, no hay
manera de prescindir del contenido moral en la racionalización de estas cuestiones. En
el caso de estos términos los elementos descriptivos y evaluativos aparecen entremez-
clados de manera esencial y no hay posibilidad de separarlos. No podemos valorar una
situación de habla como ideal a no ser que atendamos a cuestiones como la ceguera o la
perspicacia que manifiestan los sujetos en diálogo, por tanto, el acuerdo los supone.
Claramente no hace falta decir que el uso de esos términos está anclado en las
culturas y en constelaciones particulares de valores, por lo que difícilmente puedan ge-
nerar acuerdos con validez universal. La capacidad de razonar no es una capacidad
(formal) aislada de otros rasgos sustantivos del sujeto, ni neutral con respecto a los tér-
minos morales densos, por ende, no hay un punto de convergencia descriptivo ni tam-
poco una valoración de argumentos correctos libres de toda valoración y de todo juicio
de ‘corrección’.
distinción entre norma y valor pone en riesgo la universalidad misma de las normas
morales (Cf. HABERMAS, 2008, p. 93). Ahora bien, cabe preguntarse aquí, ¿realmente
pretender objetividad en los juicios de valor pone en riesgo la universalidad de las nor-
mas?
La distinción fuerte que Habermas traza entre normas y valores parece ir en pri-
mer término contra una manera de comprender las posibilidades de construcción de
acuerdos sobre la base de nuestra conversación racional y en todo caso va contra cierta
manera de comprender la racionalidad. Probablemente la universalidad no se asiente
sobre procedimientos moralmente neutrales, sino sobre la identidad de actitudes demo-
cráticas y de inclusión ante la diferencia. Si esto es así, ser racional ya no se entiende
como la capacidad de participar en procedimientos que nos permitirían arribar a espa-
cios normativos comunes sino, más bien como la admisión de la diferencia y la plurali-
dad de mundos culturales construidos a partir de tales diferencias. Se admite la diferen-
cia sin pretensión de anularla o condicionarla, esta es, según Putnam, la situación ge-
nuinamente discursiva. Pero además Putnam interpreta que bajo el pretexto de la ame-
naza a la universalidad Habermas abandona a los juicios de valor al dominio de la sub-
jetividad en el que ninguna justificación resulta posible.
Claro está que en parte la intención de Putnam es mostrar las dificultades que
enfrenta la ética del discurso para dar cuenta de la justificación racional o del discurso
racional acerca de los valores a fin de considerarlos algo más que elecciones subjetivas
o relativas a sociedades o grupos. Según él estas dificultades provienen de una fuerte
distinción de origen kantiano entre inclinación y razón, la cual “obstaculiza por comple-
to nuestra comprensión del modo en que los conceptos éticos densos cuestionan toda
dicotomía tradicional entre hecho y valor” (PUTNAM, 2004, p. 152). El tratamiento por
parte de Habermas de los juicios de valor así como el estatuto asignado a los mismos
bordea – según Putnam – una variante no-cognitivista e incluso relativista de la moral,
lo cual parece inaceptable en tanto los valores son los encargados de otorgar contenido a
las normas.
Cabe insistir aquí en que de ninguna manera considera Habermas que los juicios
de valor sean irremediablemente arbitrarios o puramente subjetivos, por el contrario, a
los valores les corresponde una cierta objetividad que descansa en el reconocimiento
intersubjetivo de estándares evaluativos para los cuales podemos encontrar buenas razo-
nes en el contexto de una determinada forma de vida (cognitivismo débil) (HABER-
MAS, 2008, p. 98).
Habermas sostiene que hay que atender a la distinción deontológica entre “la
moral universalista de la justicia y el ética particularista del plan de vida”, este es el
modo en que entiende la distinción entre normas objetivas y valores relativos (HA-
BERMAS, 2008, p. 97).
A criterio de Putnam no alcanza con decir que “las intuiciones morales son ‘ob-
jetivas’ aunque en un sentido diferente al de los juicios de experiencia” (HABERMAS,
2008, p. 92), sino que hace falta decir algo más que garantice la objetividad no solo en
dimensión normativa sino también en la dimensión evaluativa de la moral, hace fala
garantizar una objetividad que no se reduzca a un “relativismo sociologista”. Desde el
momento en que nuestras normas contienen términos éticos, cualquier tipo de relativis-
mo con respecto a los valores no puede dejar de afectar a la universalidad de las normas.
En esta línea Putnam piensa que al menos algunos conceptos abstractos involucrados en
juicios de valor – tales como bueno, correcto, deber y obligación – desempeñan el
mismo papel gramatical en todos los lenguajes evaluativos, por lo cual cabe pensar en la
posibilidad de formular juicios de valor trans-contextuales acerca de prácticas y accio-
nes (no idiosincráticas) llevadas a cabo por actores de otras culturas.
Para finalizar
El debate que hemos intentado seguir aquí puede presentarse como una discu-
sión acerca de las formas racionales de sostener el pluralismo y los valores de las mo-
dernas democracias, esto es, la diversidad de opiniones como rasgo distintivo de las
comunidades humanas, sin que esto implique un compromiso con un relativismo, sino
más bien con formas de discurso que buscan construirse en el marco de la justificación
racional.
Nos enfrentamos aquí una vez más con la difícil e inagotable tarea de delimitar
los ámbitos y las maneras en las que hablamos acerca de hechos físicos, de objetos y
cosas del mundo, y las maneras en las que hablamos de fenómenos normativos, mora-
les, estéticos, políticos y jurídicos en un ámbito en el que no disponemos de principios
de contenido incuestionables a los que podamos recurrir para dirimir nuestros asuntos o
tomar nuestras decisiones cotidianas. Son las grandes diferencias que existen miembros
de una misma comunidad como entre comunidades diferentes las que nos hacer pensar,
o en todo caso nos confirma, que el mundo guarda silencio respecto a los valores o los
fenómenos normativos, pero no es diferente la situación en la que nos encontramos res-
pecto de los fenómenos físicos o ‘naturales’. Pese a esto la mayoría de las personas, en
no pocas circunstancias, hacemos juicios morales, juicios acerca de la forma en que
conducimos nuestras vidas como también juicios acerca de lo que otros deberían hacer,
nos exigimos y con frecuencia también exigimos a otros que actúen de cierta forma.
lenguaje, sino que, dada la interpenetración entre lenguaje y mundo, las pretensiones
cognitivas de nuestros enunciados remiten más bien a entendimientos en el seno de una
determinada comunidad, de modo que las condiciones para el conocimiento no vienen
dadas por estructuras psicológicas o subjetivas sino por la primacía de las prácticas so-
ciales (HABERMAS, 2008, p. 92).
Asimismo nuestros autores rechazan pagar el precio del compromiso con una
ontología realista que postule la existencia de entidades o cualidades no naturales las
que se supone serían captables por algún tipo especial de facultad o intuición axiológica,
en base a lo cual se podría juzgar la corrección o incorrección de los enunciados valora-
tivos. Ser cognitivista respecto de los juicios morales no implica cargar con una metafí-
sica de entidades sui generis, pero a la vez, ambos autores rechazan las variantes del
naturalismo reductivo que entiende que los hechos o las propiedades a que refieren
nuestros lenguajes normativos y evaluativos no son propiedades con un estatuto propio
sino que por sobre la aparente especificidad son propiedades naturales y por tanto re-
ductibles a un lenguaje naturalista.10 En base a este núcleo de coincidencias hemos pre-
sentado como un aspecto fundamental de este debate el que se construye a partir de la
diferencia respecto del tipo de objetividad que cabe reclamar para nuestras valoraciones,
debate cuya contracara es la naturaleza de la distinción que habrá de trazarse entre nor-
mas y valores.
10
Para un desarrollo de estas coincidencias véase Navia (2012).
PROMETEUS - Ano 7 - Número 16 – Julho-Dezembro/2014 - E-ISSN: 2176-5960
137
PROMETEUS – CÁTEDRA UNESCO ARCHAI
empleo de nuestros conceptos evaluativos. Pero quizás esto no sea así y que en el pre-
sente este no sea el caso nos dice algo acerca del papel que los juicios morales tienen en
nuestras vidas como guías u orientaciones de la acción. Si como expresan los protago-
nistas de este debate, existe una fuerte imbricación entre hechos y valores entonces tam-
bién cabe pensar que la valoración es constitutiva de la racionalidad, dicho esto en el
sentido estricto en que sin juicios de valor no hay racionalidad.
Asimismo, no estaríamos muy equivocados si decimos que son los hechos los
que dependen de nuestro concepto de objetividad y no la objetividad de la naturaleza de
los hechos. Como bien observa Putnam, nuestros enunciados poseen diferente relación
con el mundo, pero también podríamos decir, nuestros enunciados intervienen de dife-
rente manera en nuestras prácticas y contribuyen a diferentes propósitos, no obstante, se
ha interpretado que la distinción entre juicios descriptivos y juicios valorativos como si
no dependiera de esos mismos juicios. Esto es parte de lo que yace en el fondo del deba-
te y es, en buena medida lo que lo torna controversial; el recurso al agravio filosófico
“relativista” o “metafísico” a que llegan los autores no solo excede toda ética discursiva
sino que revela la imposibilidad de continuar el diálogo.
Referências bibliográficas