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Pobre Negro maestros supremos

RÓMULO G A LLE G O S F R E I R E
(18 8 4 -1969)

cuarta jornada

LA FURIA

“A menudo se reniega de los maestros supremos; se rebela uno contra Ya estaba en pie de guerra la Ve- no tuvieron reparos en confesar que, troca-
ellos; se enumeran sus defectos; se los acusa de ser aburridos, de una obra demasiado nezuela cuartel. En el plano superficial de das las circunstancias de pura formalidad,
extensa, de extravagancia, de mal gusto, al tiempo que se los saquea, engalanándose con los acontecimientos históricos donde actúan así como levantan la bandera de federación
plumas ajenas; pero en vano nos debatimos bajo su yugo. Todo se tiñe de sus colores; los hombres, como individualidades respon- habrían enarbolado la de centralismo; pero si
por doquier encontramos sus huellas; inventan palabras y nombres que van a enriquecer sables de sus propias apetencias materiales esto hubieran hecho, no correspondiendo de
el vocabulario general de los pueblos; sus expresiones se convierten en proverbiales, o espirituales, era la pugna política de los ningún modo a la fórmula política a la esen-
sus personajes ficticios se truecan en personajes reales, que tienen herederos y linaje. liberales contra los oligarcas por la conquista cia íntima del movimiento, otra habría sido
Abren horizontes de donde brotan haces de luz; siembran ideas, gérmenes de otras mil; del poder; pero en lo hondo y verdadero de quizá la suerte de la causa liberal.
proporcionan motivos de inspiración, temas, estilos a todas las artes: sus obras son las las cosas obedientes a la voluntad vital de los —Federación es el monte contra la
minas o las entrañas del espíritu humano” (François de Chateaubriand: Memorias de pueblos, sería el duelo a muerte entre la bar- ciudad —explicarían sus paladines más re-
ultratumba, libro XII, capítulo I, 1822). barie genuina en que continuaba sumida la presentativos, broncos macheteros de extrac-
Rómulo Gallegos masa popular, con sus hambres, sus rencores ción popular, casi todos.
y sus ambiciones, y la civilización de tras- Mas si al expresarse así demostra-
plante —códigos y constituciones aparente- ban su absoluta ignorancia de la significación
os maestros supremos son los escasos escritores –genios nutricios, dicen

L
mente admirables— en que venía amparando del término, en cambio acertaban con la na-
algunos– que satisfacen cabalmente las necesidades del pensamiento de sus intereses la clase dominadora. turaleza de la cosa íntimamente sentida. Lo
un pueblo, aquellos que han alumbrado y amamantado a todos los que Apurando ya el cinismo político disperso y ya penetrado de tendencias disol-
les han sucedido. Homero es uno de ellos, el genio fecundador de la An- que habrían de practicar los liberales, para no ventes, el ancho campo venezolano, desierto
tigüedad, del cual descienden Esquilo, Sófocles, Eurípides, Aristófanes, parecerse en nada a los circunspectos conser- salpicado de hombres fieros de sí mismos,
Horacio y Virgilio. Dante engendró la escritura de la Italia moderna, desde Petrarca vadores, personajes destacados de aquellos, contra lo centralizador y disciplinario que
hasta Tasso. Rabelais creó la dinastía gloriosa de las letras francesas, aquella de donde
descienden Montaigne, La Fontaine y Molière. Las letras inglesas derivan por entero
de Shakespeare, y de él bebieron Byron y Walter Scott. Y las letras castellanas siempre
saben remitirse a Miguel de Cervantes. La originalidad de estos maestros supremos
hace que en todos los tiempos se los reconozca como ejemplos de las bellas letras y
como fuente de inspiración de cada nueva generación de escritores. Esta sección de la
Revista de Santander solamente estará abierta para ellos, para permitirles que conti-
núen inspirando la voluntad de perfeccionamiento constante de los nuevos escritores
colombianos.
Esta séptima entrega ha acogido por primera vez a un escritor suramericano, y
ha escogido de su vasta obra solo la primera parte de la cuarta jornada de la novela Pobre
negro, publicada originalmente en Caracas, durante el año 1937, por la editorial Elite. Junto
a otras novelas suyas, como Doña Bárbara (1929), Cantaclaro (1934), Canaima (1935),
El forastero (1942), Sobre la misma tierra (1943) y La brizna de paja en el tiempo (1952),
Pobre negro contribuyó a dividir la historia de las letras de Venezuela en un antes y un
después de Rómulo Gallegos. Es motivo de inmensa satisfacción para esta revista haber
podido incluir en esta sección de maestros supremos de las bellas letras a un escritor del
vecino país que en su tiempo pudo satisfacer, con su pluma, las hondas necesidades de
176 cambio que su pueblo reclamaba. 177

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implica la ciudad. Y entendida así la federa- de los llanos y por todas las quiebras de las dos los ejércitos o exterminadas las facciones, hombres que no han podido huir de la pobla-
ción y por otra parte confundida con demo- serranías se deslizaba el fantasma del terror. porque en seguida estas reaparecerían, aun ción —los ancianos principalmente— se pa-
cracia, aquella tenía que ser forzosamente la —Es Boves que vuelve —decían los sin jefes, más encarnizadas y sañudas. Al sean de un extremo a otro, cabizbajos y con
bandera del movimiento, cuya característica ancianos, que habían presenciado el paso de monstruo de la furia sin cabeza le nacerían las manos cogidas a la espalda, conteniendo
fue la facción anárquica que allí mismo brotó las hordas del realista espantoso—, llamán- brazos, mientras hubiese algo que convertir sus personales temores con sus zozobras por
de cada palmo del suelo venezolano. dose ahora Ezequiel Zamora. en escombros. la familia en peligro.
Persiguiendo reivindicaciones so- Era este el hombre en quien podía Pero en una de las casas de aquel
ciales, aunque por entre las nieblas de la falta complacerse el espíritu personalista y en cier- extremo de la población un niño se ha aven-
de ideología verdadera y por los extravíos del to modo mesiánico del pueblo venezolano. El turado a asomarse por la rendija de un pos-
exterminio, fue la guerra contra el propieta- caudillo popular cuya figura se agigantó des- ¡AQUEL SILENCIO! tigo de la ventana, mientras la madre, en su
rio y contra la gente de pro, toda incluida en de los mismos comienzos de la guerra. Como angustia mortal, no se da cuenta de que no lo
la abominación de blanca o de mantuana, Boves, arrastraba las masas en pos de sí, pero Un pueblo por donde no transi- tiene consigo.
para aniquilarla y destruir la propiedad que el hierro implacable del asturiano traía ahora ta un alma, cerradas todas las puertas. Lo Allí el trágico silencio es inte-
la hacía fuerte. Se ofrecía esta a las clases me- añadido el fuego. Araure desaparecía bajo las alumbra la luz siniestra de un sol sin brillo, rrumpido entre ratos por el piafar de las ca-
nesterosas como banderín de enganche, mas llamas, Guanare se convertía en escombros cernida a plomo a través de una atmósfera ballerías del pelotón, por el sonido metálico
por donde pasaba la montonera no quedaban humeantes… Zamora no daba cuartel y su saturada de humo, con pavesas del incendio singularmente perceptible de los arneses o
sino escombros y tierras asoladas. Se simu- silueta aquilina se desmesuraba en el ánimo de las sabanas circundantes, que todavía caen del choque de las lanzas en el aire, y por las
laban decretos del gobierno restableciendo la del pueblo contra el resplandor del incendio sobre los tejados y en las aceras, donde jue- palabras entrecortadas y con sordina del
esclavitud, a fin de que todos los que habían que iba sembrando a su paso, en marchas y gan con ellas soplos intermitentes de un aire sobresalto que de cuando en cuando pro-
gemido bajo sus cadenas corrieran a ponerse contramarchas desconcertantes para el ene- abrasador. Pesa sobre él un silencio trágico, nuncian los jinetes pálidos. Y el niño se fija
en armas contra los antiguos amos y a las migo, haciendo así la guerra alegre de la astu- angustia de la catástrofe que por momentos en uno que tiene un bozo de miedo, morado,
guerrillas se incorporaban las peonadas, des- cia junto con la trágica de la devastación. se aguarda, apenas pasado el peligro de aque- en medio de la palidez profunda del rostro
pués de haber contribuido a la matanza de los Era, sin duda, el caudillo conven- llas candelas que hasta allí se propagaron. imberbe y cuyos ojos grandes —que así no
propietarios o de sus mayordomos, quedando cido de la justicia de su causa, aunque sin Hace poco se ha oído un toque de debía tenerlos siempre— miran fijamente
las mujeres con el beneficio de las tierras, ahondar en el espíritu de esta. Poseía la ca- corneta que viene acercándose y se sabe que hacia el extremo opuesto de la calle desierta.
prácticamente ya sin dueños. Se entraban a pacidad militar que se obstinaban en negarle un pelotón de caballería del gobierno, aposta- Es otro niño, casi, y el que está tras el postigo
saco los pueblos para arruinar a los comer- los envanecidos oligarcas de la Academia de do en uno de los extremos de la calle real —la siente su pequeño corazón invadido por una
ciantes y luego se entregaban a las llamas, a Matemáticas, era dueño del don de la fas- única que atraviesa la población—, espera el gran simpatía y una inmensa amargura.
fin de que no quedase blanco con techo que cinación de las multitudes y tenía el temple ataque de un cuerpo de caballería federal que De pronto suena otra vez el toque
lo abrigara. Se pasaba a cuchillo a todo el férreo necesario en la mano que hubiese de avanza por el camino que se desprende del de corneta, ya en la entrada del pueblo.
“mantuanaje”, incluso las mujeres y los niños, reunir en un haz todas aquellas montoneras otro extremo de aquella. No ha salido a dar- —¡Firmes! —ordena el jefe del
muchas veces. Cuando un jefe de tropas fede- dispersas y anárquicas. Le faltaba, en cam- le pelea en las sabanas del contorno porque pelotón.
rales destacaba a un subalterno con el encar- bio, la capacidad constructiva que solo podía monta bestias cansadas con las que se expon- Los jinetes se enderezan sobre los
go de tomar una plaza, ya solía recomendarle: darse en un civilizador, hombre de ideas in- dría al riesgo de ser envuelto por el enemigo estribos, teniendo en alto sus lanzas y el niño
—No olvide la importante opera- tegrales, así fuese la espada lo que empuñase —gente más llanera, además—, pero, sobre del postigo observa que hay una arriba, que
ción de arrasarla, si se le rinde a discreción. su diestra; pero aun así habría sido la cabeza todo, porque el jefe está encolerizado con los se mueve más que las otras.
Y el pueblo —aquel que no po- de la furia que no había de tener sino brazos vecinos de quienes no encontró caballerías En seguida se oye un tropel de ca-
día entender el lenguaje de los civilizadores exterminadores y no bien se había difundido para reemplazar las suyas y se ha propuesto ballerías, por donde las esperaba el pelotón
abstrusos— oía en estas órdenes palabras la tardía noticia de Santa Inés, que era ya su hacerles correr los peligros del combate en inmóvil, cuyo jefe ordena:
complací entes de sus hambres y sus ren- apoteosis, cuando corrió la de su muerte, en poblado, ya que, por otra parte, el incendio —¡Lanza en ristre!
cores. Eran hombres diáfanos —carne de San Carlos, por una bala sobre cuya proce- de las sabanas le cortaba la retirada. Y luego, con un hablar calmoso,
pueblo y espíritu de represalias— quienes las dencia se formarían leyendas. Todas las puertas están cerradas espantosamente lento ante la velocidad de la
pronunciaban y la montonera obedecía sin Pero la revolución federal tenía y atrancadas, no solo las que dan a la calle, muerte que viene contra ellos:
contemporizaciones. raíces profundas en cada palmo de la tierra sino también las de las habitaciones interio- —No son tantos como nos imagi-
Se incendiaban las haciendas, se venezolana y ya podían morder el polvo, uno res, donde las mujeres rezan ante los santos nábamos, muchachos. No será muy desigual
arrasaban los plantíos, se hacía hecatombes tras otro, los hombres en quienes se compla- colgados de las paredes, con los niños tem- la pelea. ¡A la carga contra ellos!
178 en los hatos y por los innumerables caminos ciese aquel espíritu mesiánico y ser derrota- blorosos prendidos de sus faldas, mientras los Resuena el estrépito del arranque 179

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de las caballerías y entre la polvareda los del espantosas que manaban sangre y los puche- Y después de encerrar bajo llave a por su cuenta una de esas botellas de brandy,
gobierno se lanzan al encuentro de los fede- ros del soldadito imberbe cuando la lanza le sus hijos menores en una de las habitaciones, con la cual vamos a brindá por el triunfo de
rales. traspasó el pecho. se quedó con el más espigadito detrás del nuestras gloriosas armas.
Cesa de pronto el galope de los ca- Luego, recuperada el habla, em- mostrador de su pulpería, encomendándose —Servidora—dijo Manuela, po-
ballos, cuyos pechos retumban en el choque pezó a murmurar sordamente —y así estuvo a San Miguel Arcángel, pues era el mismo niéndole ya la cara amarrada que le inspirase
brutal, y cesan también los vivas respectivos todo el día: diablo bajo el nombre de comandante Asun- respeto.
y los insultos de los combatientes, unos a —¡Ese silencio! ¡Ese silencio! ción Moyano quien venía al frente de aquella —¡Cómo! ¿Usted, prenda? Yo que
otros, a fin de que solo se oiga el trabajo de la tropa en fuga. me imaginaba que mi correligionario era del
muerte, en el chasquido de los sables y de las Llegó por fin esta, con la avidez sexo feo y es na menos que esta sabrosura de
lanzas que ya se hundían en carne sangran- de saqueo y de exterminio redoblada por el mujé.
te. Esto y el espantoso silencio del pueblo, a AQUELLA VISIÓN ATROZ revés sufrido, y en un principio las cosas se Manuelito palideció de coraje, y la
puertas cerradas. presentaron conforme a las previsiones de madre, replicándole a Moyano:
De bando y bando, ya caían desar- Otra población por donde acaba- Manuela, pues cuando el comandante Moya- —Más respeto, comandante. Está
zonadas las víctimas de la matanza, profi- ba de correr la noticia inquietante de que se no vio abierta la pulpería del Pueblo Abajo, usted tratando con una señora que sabe darse
riendo apenas pugidos de muerte y pronto acercaba un cuerpo de tropas federales de- ya dándose cuenta de que todas las demás su puesto, aunque me encuentre detrás de un
comenzó a ceder el pelotón del gobierno ante rrotadas por el gobierno, que era cuando se estaban cerradas, arengó así a su gente: mostrador.
el empuje arrollador de los federales. volvían más temibles para la gente pacífica. —¡Muchachos! Aunque el gobier- Y al hijo, a quien previamente le
Ahora el combate se desarrollaba Los hombres habían huido a esconderse en no viene picándonosla retirada, tenemos había recomendado que no hiciese caso de
precisamente frente a la ventana del postigo los montes de los alrededores y en las casas tiempo de echarles una manita a los godos de nada de lo que oyera de aquella gente:
entornado y el niño veía el hierro hundiéndo- no quedaron sino las mujeres, los niños y este pueblo. Aquí hay plata bastante y basti- —Acuérdate de lo que te advertí.
se en la carne y la sangre saltando a chorros los viejos valetudinarios que no estaban mentos de boca y pellejo en abundancia pa Mientras el federal:
y los rostros palideciendo hasta la blancura para carreras. El comercio cerró y atrancó el hambre que traemos y la desnudez en que —Bueno. Si es así, como yo no
espantosa; pero no oía ruido de ninguna es- las puertas, pero la pulpería de la barriada nos tiene la campaña. Salus pópuli suprema tengo costumbre de tratá con damas de al-
pecie, sino un silencio escalofriante, cual si denominada Pueblo Abajo, propiedad de la les esto, que quiere decí, pasándolo del latín curnia, vaya diciéndole de una vez a su mari-
bestias y hombres y armas no fueran masas viuda Manuela de Fuentes conservó abiertas a cristiano: sálgase del pueblo el que no le do que me salga, pa entenderme con él a mi
que chocasen, sino sombras incorpóreas de las suyas. guste esto. Pero antes de que se salgan vamos manera.
una pesadilla monstruosa. Manuela era una mestiza buena- a vé si les echamos mano a algunos godos, —Soy viuda —repuso ella, seca-
Veía, ojos toda su alma. Veía ahora moza, todavía joven aunque madre de cinco pa cobrarnos los muertos que nos acaban mente—. Por eso me encuentra aquí.
nada más que el rostro, horriblemente pálido hijos, el mayor de los cuales, que llevaba su de hacé sus tropas y en cuanto al botín de Ah! ¿Y este jovencito que la acom-
del otro niño, con rocío de sudor en el bozo nombre, cumplía ya los doce y no hacía mu- guerra, ustedes no son mancos. Pero a esta paña? —Es mi hijo mayor.
morado. Allí mismo, en la acera, junto al cho que había perdido al marido por causa pulpería que nos ha esperao abierta no me la —Pues cualquiera diría que era
postigo ya completamente abierto... No vio de aquella misma guerra; pero era también toquen, so pena de la vida. El dueño debe sé su hermano, de tan joven y tan buenamoza
la lanza cuando le penetró en la carne, ni el una mujer enérgica que sabía amarrarle la federal y perro no come perro. En cambio, como está usté. Con el permiso del jovencito,
borbotón de la sangre que por la herida se le cara a la soldadesca que se le metiese en la todo lo que esté cerrao es godo, y palante que otra vez vuelve a clavame los ojos como
precipitó fuera, pero sí los ojos llenos de lá- pulpería, al frente de la cual se hallaba desde contra ellos. Pero ya saben, no hay que perdé si quisiera comeme.
grimas y el gesto, los pucheros que hacen los que quedó viuda, ayudada por Manuelito, el tiempo: lo que no se pueda llevá en los mo- Y volviéndose a sus ayudantes:
niños cuando van a romper en llanto... hombre de la casa. rrales se me lo entregan a la candela, que lo —¿Verdá, compañeros, que el mu-
Por fin, la madre se dio cuenta de —¿De qué vale cerrar las puer- purifica todo. ¡He dicho! chacho está bueno pa tambor? Un poquito
que el suyo no estaba con ella y buscándolo tas —se había dicho— si a culatazos pueden Y mientras la tropa se lanzaba al menos espigao que el que nos acaban de
por toda la casa lo encontró asomado al pos- echarlas abajo si les da la gana? Puede que saqueo de la población, se apeó de su caballo matá, pero…
tigo completamente abierto, rígido, como el por el contrario, encontrando abierta la pul- y entró en la pulpería rodeado de su Estado Entretanto Manuela había destapa-
que ya estaba tendido en la acera, desemblan- pería y resignándonos nosotros a perder un Mayor —tres ayudantes de la peor catadura do la botella indicada por el federal y sirvien-
tado y con los ojos saliéndosele de las órbitas. poco de aguardiente, para que se saquen el posible— y diciendo: do ya las copas, le dijo:
Lo quitó de allí y se lo llevó en los miedo que traigan en el cuerpo y unos pa- —¿Dónde está el correligionario —Aquí tiene lo pedido. Pero en
brazos, llamándolo por su nombre, sacu- pelones y unas libras de queso para que se dueño de este establecimiento? Pa poneme cuanto a mi hijo, no se haga ilusiones de que
diéndolo para que volviese en sí, mientras él aplaquen el hambre, nos respeten lo demás. a sus órdenes si rialmente es federal, como se lo va a llevar.
180 continuaba mirando el combate de sombras Al ladrón hacerlo fiel. me lo imagino y pa que se mande a destapá 181

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Moyano les guiñó un ojo a sus debatiéndose inútilmente entre las risotadas Y la madre agrega: —Con él andan mis dos
ayudantes, y mientras cogía la copa servida, bestiales de los ayudantes del federal. —Aunque pa lo que nos queda que muchachos mayores. Digo, si ya no me los
murmuró: Un toque de corneta a la distancia perdé, bien pudieran sé enemigos. La cochi- han matao.
—Labor omnia vincit honeste víve- y luego otro más cerca —ardid de un veci- na flaca y el burro espaletao. —No se preocupe, comadre. Dios
re, dice el latín que me enseñó el maestro de no del pueblo entrado a saco, para hacerles —Y las cuatro maticas de yuca que está con nosotros, los servidores de la causa
Guardatinajas y que significa: yo como que creer a los federales que se aproximaban las se están secando —completa el hijo. del pueblo.
me quedo con estos víveres. fuerzas del gobierno que venían persiguién- Y ambos permanecen en la puerta —Eso dicen, pero por aquí no lo he
Y a Manuela, ya apurada la copa: dolos— fue la señal de desbandada para del rancho esperando lo que les traiga aque- visto pasa a preguntame cómo me hallo.
—¿Y si la causa necesita del los saqueadores, que no tuvieron tiempo de lla nube de polvo. El sol abrasa la llanura; en —Mal, seguramente.
muchacho, señora? prenderle fuego a la población. el palmar estridulan las chicharras. —¡Imagínese, compae! El marío
—Ya le dije: no se haga ilusiones. Pero si algo de esta se salvó de Llegaron los federales a quienes, muerto en la guerra, los dos hijos mayores
Tendría que pasar por encima de mi cadáver. los desmanes de la horda, en cambio ya la en efecto, capitaneaba aquel Ramón Nolasco corriendo la misma suerte, y yo aquí con este,
—¡Caramba! —exclamó el coman- vida de Manuelito estaba destrozada para aludido. su ahijado y con la nietecita huérfana de mi
dante, socarronamente—. Si no juera porque siempre. No podría ver más a su madre sino —Salud, comadre —dijo, ya difunta Asunción, que en paz descanse. Por
tiene usté pinta en ese rostro divino la lindu- como la presa de la bestia que se había sacia- apeándose. ahí anda la pobrecita, buscando jobos pa
ra del sexo a que pertenece, me imaginaría do en ella y esta visión atroz le quemaba los —Salud, compae —respondió ella. aplacase el hambre.
que era un hombre el que me está hablando ojos y le abrasaba el alma. Mientras el muchacho salía al El guerrillero se volvió hacia el
debajo de esos fustanes. Y aquella misma tarde la madre encuentro de aquel y arrodillándosele por muchacho—que estaba contemplando el sa-
Soltaron los ayudantes una riso- lo encontró ahorcado de una de las vigas del delante, decíale: ble dejado por él sobre un taburete—y dijo:
tada procaz y como Manuela advirtió que al techo de la caballeriza. —Su bendición, mi padrino. —Pero ya el ahijado está crecidito,
hijo ya se le saltaban las lágrimas mientras —Dios te bendiga, ahijado. comadre, y en algo puede ayudarla.
la cólera contenida le demudaba el rostro, Y a la mujer: —Volunta no le falta, pero mien-
díjole: —¿Qué nos tiene por aquí, tras esta guerra dure... ¿Cuándo se acabará
—Vete para adentro. FASCINACIÓN comadre? esto, compae?
—No —repuso el muchacho—. —Una poca de agua. ¡Y gracias, —Esto va para largo. No hay que
Déjeme aquí. Un rancho llanero, en las saba- compae! Porque ya el pozo se está secando. hacerse muchas ilusiones de momento. El
Todo mientras Moyano agregaba a nas de la entrada del Guarico, cerca de un —¿Oyeron, muchachos? —pregun- triunfo será nuestro, al fin y al cabo, porque
sus palabras anteriores: palmar. Reinaba la sequía y en el horizonte tó Ramón Nolasco, dirigiéndose a su tropa—. la buena causa tiene que imponerse; pero los
—Pero ya el hombre que hubiera vibran los espejismos. Una nube de polvo Apláquense la sed, que para lo demás Dios godos todavía resisten. Si no nos hubieran
podio enriscárseme en esta casa está bajo que avanza a lo lejos. proveerá más adelante. Ándense al pozo, matado al general Zamora, hace tiempo que
tierra, si su palabra no ha mentido, dejándola —Aguaite, mama —dice en la mientras yo echo aquí una conversadita con estaríamos en Caracas; pero a falta de él, a
a usté con toda esa buenamosura a la mercé puerta del rancho un muchacho como de la comadre Justa. Dios rogando y con el mazo dando.
de los demás hombres que todavía resollamos trece años—. Ahí como que viene la gente. Y ya tomando el rústico asiento Entretanto, el muchacho contem-
fuerte. La madre se asoma a la puerta. Es que la mujer le ofrecía: plaba el sable, que había sacado de su vaina
—Que se lo figura usted—repuso una mujer todavía joven, pero sarmentosa y —Venimos a marcha forzada, para de cuero. Le palpaba el filo y se deleitaba con
la brava mujer, abriendo el cajón del dinero, renegrida por el sol de la llanura. Mira hacia incorporarnos con la gente que está abriendo el brillo de la hoja, buscando las señales de
donde había puesto una pistola para los casos la nube de polvo y murmura: operaciones sobre Calabozo. la sangre goda que hubiese derramado. Pero
extremos, ya dispuesta a defenderse por las —Sí. Es gente de tropa. —¿Y de dónde la trae? no era propiamente un sentimiento renco-
airadas. —¿Será del gobierno? —se pregun- —De por los lados de Valle de la roso que allí buscase complacencia, sino una
Pero de un zarpazo rápido Moyano ta el hijo. Pascua. fascinación ejercida sobre su alma por el
le sujetó el brazo y dándole rienda suelta a sus Y ella, después de observar un —¿No se topó por allá con la gente acero desnudo que simbolizaba la guerra. A
apetitos saltó el mostrador. rato: del general Sotillo? esta se lanzaban los hombres valientes y ella
Manuelito se precipitó sobre un —No. Son federales. Y si no me —No. El anda ahora por los llanos los convertía en algo más que hombres: los
machete que a la mano tenía, pero los ayu- equivoco, es la gente de mi compae Ramón de Chamariapa abriendo operaciones sobre guerrilleros que recorrían la llanura envuel-
dantes lo sujetaron y lo desarmaron y todo Nolasco. Aragua de Barcelona, donde se han hecho tos en un aura de leyenda, los caudillos que
hubo de presenciarlo llorando de coraje y —Menos mal—murmura el fuertes los godos. arrastraban en pos de sí a las muchedumbres
182 muchacho. 183

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armadas… La guerra era una cosa hermosa, solas. Mañana arriaremos por delante el bu- —No estamos nosotros pa amarrá señores! No tengan miedo. Son gente buena,
con sus clarines y sus tambores, sus banderas rrito espaletao y la cochinita flaca y nos ire- balsa ajena. Se la dejaremos a mercé de la co- como toa la del gobierno.
y sus espadas brillantes. ¡Una cosa de hom- mos a pedí limosnas por los pueblos. Dice el rriente y asina no podrá utilizarla el enemigo, Atravesaron el río, ya anochecido,
bres! compae que Dios anda con ellos. ¡Que asina si cae por aquí siguiéndonos el rastro. la madre ayudando a los hijos, en cuyas tem-
La mujer, renegrida y sarmentosa, sea, pa que me proteja al muchacho! Pero entretanto uno de los solda- blorosas manos vacilaban las palancas, mien-
había interrumpida el inacabable cuento de dos se había metido en el rancho y desde allí tras el sargento se cruzaba miradas siniestras
sus miserias y tribulaciones, y como advirtie- le gritaba al sargento: con sus torvos soldados, estos guiñándoles
se la contemplación a que se entregaba el hijo, —Aquí están los balseros escon- el ojo a las muchachitas. Y ya atracaban en
hízole a su compadre una seña para que vol- VENEZUELA díos. Dos por mengua de uno. la orilla opuesta cuando, a un gesto de aquel,
viese la cabeza, a tiempo que se dibujaba en Y a los aludidos: preguntó uno de los subalternos:
su rostro una sonrisa amarga, de resignación A una legua escasa de la desembo- —¡Salgan pa juera, sinvergüenzas! —¿Todos, mi sargento? ¿Las polli-
ante una fatalidad. cadura del Unare, por donde el río en pleno ¡Federales deben de sé estos gallinas! tas también? ¿No nos servirán pa otra cosa?
Ramón Nolasco se quedó mirando caudal—reinaban las lluvias torrenciales de Y a golpes de culata que les daba el —¡Todos! Pa que no haiga quien
al muchacho y luego le preguntó: la despedida del invierno—cortaba un cami- soldado, salieron de su escondite dos mucha- eche el cuento.
—¿Te gusta, ahijado? ¿No querrías no, había un paso de balsa. chos ya hombrecitos, que en rea lidad eran los Pero en seguida:
verte con uno tuyo que fuera un espejo de Sobre la margen izquierda, por balseros. —Todos no. Que se quede la vieja
hombre, como ese donde te estás mirando? allí barrancosa, estaba la casa del balsero y —Conque ¿esas tenemos?—excla- zorra, pa que siga diciendo embustes.
—Sí —respondió el muchacho, ya anochecía, con grandes nubarrones que mó el sargento. Mientras la mujer gemía: —¡Por Dios! —suplicó la madre, ya
volviendo hacia el guerrillero sus ojos fasci- anunciaban tormenta, cuando llegaron a ella —¡Ay, señor! ¡Perdóneme! Le conté comprendiendo.
nados—. Sí me gustaría, padrino. Yo también unos diez hombres de tropa, de los restos una mentira, porque estos dos muchachos Y a bayonetazos vio que le mata-
quiero ser como usté, un militar valiente. dispersos de un batallón del gobierno recién son mis hijos y tenía miedo de que me los ban los hijos.
—¡Jm! —hizo la mujer—. ¿Lo está derrotados por los federales. fueran a reclutá. ¡Ellos no tienen la culpa! Fui Saltaron a tierra los asesinos y el
escuchando, compae? Esa es la ayuda que Iban rotos, desmoralizados, dos yo quien los hizo escondese. No me les vaya a sargento gritó, entre las risotadas de sus sol-
puedo esperá de él. de ellos con ensangrentadas vendas de sucios hace na. ¡Por vía suyita! dados:
Y Ramón Nolasco, sin hacer caso trapos ceñidas a la cabeza y los conducía un —Ya veremos en la otra orilla— —¡Bueno, pues, vieja zorra! ¡Que
de las palabras de la madre: sargento, que, a grandes voces, entre obsce- repuso el sargento—Ahora que busquen las Dios me la ayude a palanqueá la balsa de aquí
—¿Te gustaría irte conmigo de una nidades, preguntó: palancas pa que nos pasen pa el otro lao lo pallá!
vez? —¿Dónde está ese balsero que no más pronto posible. Se alejaron las carcajadas, se per-
—Si mi mama me dejara… ocupa su puesto? Que salga inmediatamente —¡Sí, señor! ¡Cómo no! Anden, dieron en el silencio de la noche, ya tinieblas
—Démelo, comadre. Lo que va a a pasarnos pa el otro lao, si no quiere que le mis hijos, pasen a los señores. ¿Usté no me espesas. Se incorporó la madre, que se había
suceder más tarde, que suceda más tempra- peguemos candela al rancho. les va a hace na malo, verdá, señor sargento? inclinado sobre los cuerpos yacentes, con la
no. Déme ese muchacho para sacarle de él un Se asomó a la puerta de este una ¡Este, qué digo, señor capitán! Déjeme dir sangre de todos sus hijos, fría, en las manos
hombre de provecho para la causa del pueblo. mujer a cuyas faldas se agarraban dos mu- con ustedes pa ayudá a los muchachos, por- sarmentosas... Pero ya había perdido la ra-
Yo lo cuido. chachitas greñudas y vestidas de harapos, y que ya le digo, el río está muy correntoso pa zón y el uso de la palabra, que para nada le
Y la mujer, fatalista: con voz temblorosa respondió: remóntalo de allá pacá. serviría en la soledad en que la había dejado
—Lléveselo, compae. Usté lo ha —¡Ay, señor! El balsero era mi —¡Cómo no, señora!—repuso el la guerra y empuñando una de las palancas,
dicho: lo que va a sucede de tos modos, que marido y se lo llevaron los malditos federa- sargento—. ¡No faltaba más! Embarqúe- retiró de la orilla la balsa trágica donde cha-
suceda de una vez. Ya los otros cogieron su les, trasantier no más. Yo estoy aquí sola con se también, si esa es su voluntá. Y tráigase poteaba el negro río, con un rumor de lengua
camino y solo me quedaba este pa dáselo estas criaturitas. consigo a las muchachitas, si no quiere dejar que estuviese lamiendo algo.
también a la guerra. Otros hubieran venío a —Pues venga usté con nosotros, si rabos por detrás. Asina se ayudarán entre La corriente se la fue llevando,
llévaselo por la fuerza. Los del gobierno el día es que no quiere que le dejemos la balsa en la todos, unos con otros, en el viaje de regreso, poco a poco. Grandes nubarrones cubrían
menos pensao. Mejor es que se lo lleve usté. otra orilla. que será de remonta, según sus propias pala- todo el cielo y relámpagos inmensos aletea-
Y horas después, ya el hijo aleján- —¡Ay, señor! —gimió la mujer—. bras. ban sobre el agua tenebrosa…
dose por la sabana atardecida, a la grupa del Yo no puedo goberná esa balsa. Y de allá —¡Ay, señor!—exclamó la atribula- De pie en la balsa, entre sus hijos
caballo guerrillero y ella en la puerta del ran- pacá menos, porque el río está muy corren- da madre—. ¡Qué bueno es usté! ¡Dios me lo muertos, la madre, muda y trágica, hundía de
cho junto con la nietecita llorosa: toso y me trambucaría. Llévensela ustedes y ayude y me lo libre de mal y peligro! ¡Vamos, cuando en cuando la palanca, cual si buscase
184 —Bueno, mijita. Ya nos quedamos déjenmela amarrá en la otra orilla. mis hijitos, vamos todos juntos a pasa a los un rumbo. 185

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pobre negro
maestros supremos

LA FACCIÓN bajo la tez zamba, y en su adusta expresión voces rebulleron animosas y se precipitaron a —Güelen a jumasera.
habitual de marimacho traía ahora el gesto las puertas trastabillando y murmurando: Pero era gente fogueada en muchos
Hacía rato se había divisado una guerrero que le fruncía el ceño. Sus pasos —Ya no me morí sin conocerlo. encuentros con el enemigo, pues lejos de evi-
bandera federal que aparecía y desaparecía a golpeaban enérgicamente la tierra y miraba Venía a la cabeza de su facción, tarlos, como lo acostumbraban la mayor par-
trechos, detrás de las lomas de la fila de Los hacia adelante, desdeñosa de la curiosidad a caballo, cejijunto, mirando hacia adelan- te de los jefes de montoneras, para dedicarse
Ocumitos, de donde el camino descendía por del vecindario apiñado en las puertas. te —como la tropera que lo precedía y lo al merodeo sin graves riesgos, Pedro Miguel
hondonadas boscosas para atravesar luego En Las Mayas, como por don- imitaba— obstinadamente, con ojos febriles, mantenía a la suya en espíritu de acometivi-
el caserío de Las Mayas y en este se esperaba dequiera que pasó cuando arreaba cerdos, cavados en el rostro, cuyo perfil violento dad, sin darle más descanso que el impres-
por momentos el paso de la facción. Incor- no había dejado amistades y menos entre acentuaba las negras barbas aborrascadas cindible, por no entender que en la vida de
porados los hombres a otras que ya habían las mujeres, con las que siempre se condujo que durante la campaña le habían crecido. campaña pudiese haber jornada sin refriega.
desfilado por allí, solo quedaban las mujeres desdeñosamente; pero de todas las puertas le Era un hombre en pos de una idea tremenda Tampoco se preocupaba por aho-
y los chicos, todos asomados a las puertas de dirigieron saludos y preguntas: que le trazaba un destino dramático, seguido rrar vidas —ya había sido bastante más nu-
los ranchos, después de haber ocultado ellas —¿Quién es el jefe de esa tropa? por otros de caras torvas, negras y ceñudas, merosa su facción—, pues consideraba que la
entre los matorrales del contorno sus anima- A lo primero no se dignaba a res- que, como él, cabalgaban en silencio. Sesenta guerra era para morir en ella y a esto, dando
les domésticos y las provisiones de boca de ponder, mas a lo segundo contestaba, sin jinetes taciturnos que componían la facción el ejemplo, se lanzaba a la cabeza de su parti-
que dispusiesen. Un sol amarillento, cernido volverse a mirar a las curiosas y con orgullo más aguerrida de cuantas pululaban por da, arriesgándolo todo en cada encuentro.
a través de humaredas de incendios, acentua- de esparcidora de famas: aquellos montes. Censurándole esta conducta, im-
ba el ambiente dramático de la expectativa, —Pedro Miguel Candelas. A ambos lados de las caballerías propia de un jefe, le hacia dicho una vez Juan
cruzándose las conjeturas de puerta a puerta: Y en pos de ella iba dejando el y en pos de ellas, a pie iban las troperas —la Coromoto:
—¿Qué gente será esa? murmullo admirativo en el apiñamiento de hembra brava, a la pata del caballo de su —¿No comprendes que si te matan,
—Como no vaya a sé la del negro las puertas, ahora confiado y entusiasta: hombre—, ceñudas y silenciosas también, contigo se acaba todo?
Eleuterio Zapata, que y que venía rumbiando — ¡Pedro Miguel Candelas! Nunca con sartenes y ollas y sacos de bastimentos Pero él replicó:
pacá. O la del Siete Cueros, que es más pior. había pasado por allí aquel guerrillero; pero a las espaldas o conduciendo de diestro las —¿Por qué? Seguirán ustedes con
Hasta que por fin: sí muchas veces su fama, ya esparcida por mulas de la impedimenta más pesada. Le- otro jefe y la guerra continuará. La guerra
—¡Aguaita! Ya vienen dentrando. todo Barlovento y por los valles del Tuy, de vantaban el polvo del camino con sus pies no es cosa que tenga que hacerla Fulano o
Precedía a la facción, a pie y ade- donde ahora venía de regreso. Y la muchacha descalzos y dejaban en el aire peste de yodo- Zutano, especialmente; es ella la que nos
lantada buen trecho, una de aquellas mujeres de Las Mayas, en cuya imaginación se des- formo. hace a todos, según nos va necesitando, hoy
de tropa que acompañaban a los federales, mesuraban las hazañas del federal, se echó La guerra no contaba por allí las a unos para arriesgarlo todo a cada momento
principalmente, haciendo de cocineras en fuera de los ranchos a aclamarlo. jornadas sangrientas de combate y batallas y mañana a otro, quizá para otra cosa. Ella
el vivac, de enfermeras para los heridos, de Era el guerrillero infatigable que campales que habían esterado de cadáveres es quien mata, tanto al federal como al godo
cantineras en los combates y aun de soldados, en un mismo día daba dos o tres golpes au- el suelo de otras regiones del país. Fueron porque no le interesa sino la cuenta final. De
cuando junto a ellas caía alguno sin haber daces a leguas de distancia, apareciendo aquí tiroteos, aquí y allá, cuando las banderas otro modo, si guerreáramos con la sola idea
agotado sus municiones. Una de esas mujeres cuando se le esperaba allá, atacando de pron- federales aparecían sobre una loma o se aven- de vivir mejor cuando esto se acabe, mejor
de la hez que por todas partes iban incorpo- to por retaguardia al enemigo que creía ir turaban hasta las cercanías de los pueblos que como vivíamos antes, no seríamos sino
rándose a las partidas revolucionarias, con picándole la suya y haciendo en todas partes ocupados por el gobierno; pero, en cambio, criminales, asesinos de otros asesinos.
un espíritu de abnegación—pequeña flor de la guerra de la astucia, que siempre impre- las del fuego habían sido devastadoras. Desde Sus subalternos no podían enten-
nobleza humana—entre los apetitos de vaga- sionaba favorablemente el espíritu del pueblo la fila de Los Mariches hasta las montañas de derlo así, mas —aparte la fascinación que
bundaje y de vida disoluta. y con todo esto y la roja aureola de federal Capaya y de Ocumare, todas las haciendas de sobre ellos ejercía, propicio el estado de deli-
Varias veces, años antes, había inmisericorde que también lo nimbaba, ya Barlovento y de los valles del Tuy iban con- rio colectivo que parecía haber desarrollado
pasado por Las Mayas, arreando cerdos, esta su personalidad adquiría las magnitudes del virtiéndose en pasto de las llamas y era la fac- en todos los espíritus la furia sin cabeza—
que ahora venía de tropera machete en mano, caudillo fascinador de masas. ción de Pedro Miguel, principalmente, la que ninguno sería ya osado a desertar de sus filas,
tercerola a la espalda, sombrero de cogollo, Y en el caserío de Las Mayas, como este rastro iba dejando por donde pasaba. porque las dos o tres veces que esto sucedió,
faldas recogidas hasta las rodillas, pie descal- por dondequiera que pasaba, ancianas va- Y en las puertas de los ranchos de en los comienzos de la campaña, no tuvo
zo y lívidas cicatrices de pústulas en las pier- letudinarias que hacía tiempo esperaban la Las Mayas, entre las mujeres sobrecogidas sosiego hasta capturar y pasar por las armas
nas de musculatura hombruna. Decíanle La muerte desprendidas del mundo, sin moverse por el silencio de la tropa taciturna, al desertor.
Colorada, aunque de tal no tuviese, en reali- de los oscuros rincones de sus ranchos por algunas murmuraron, aludiendo a aquellos —Que lo sean los del gobierno
186 dad, sino una amorotada soflama de alcohol nada que afuera ocurriese, al oír aquellas incendios: —solía decir— es muy natural, porque el 187

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soldado de esas filas no está en ellas por su ticaba empecinadamente, dándole a la guerra
voluntad; pero el revolucionario que me siga lo que de él podía exigir ella, que eran apenas
a mí, por lo menos, que a nadie he reclutado, sus rencores, pero todos puestos al servicio
no digo por la fuerza, sino ni siquiera convi- de la vaga causa del pueblo, cuyos destinos
dado por las buenas, ese tiene que morir; es allí se estaban decidiendo.
la ley que él mismo se impuso, si no quiere Pero, una vez más, la revolución
caer, de todos modos, con cuatro tiros por la había entrado en uno de aquellos intermiten-
espalda. tes períodos de dispersión del impulso hacia
—¿Y si te abandonan todos, en un los torpes objetivos inmediatos del pillaje
momento dado, por librarse de esta ley de originados por los reveses sufridos por sus
jierro?—le repuso otra vez el mismo Juan Co- ejércitos ya organizados, o por el cansancio
romoto, en la intimidad con que lo trataba. que se iba apoderando de las tropas y las des-
—Seguiré yo solo —le contestó—. moralizaba, tanto a las del gobierno como a
Mi guerra la llevo por dentro y no se acabará las federales, disgregándose estas, así en un
sino conmigo. Pedro Miguel Candelas nació caso como en el otro, en las innumerables
ante las puntas de unas bayonetas y clavado e montoneras, muchas de ellas sin jefes, que se
ellas mismas tiene que terminar. dedicaban al bandolerismo desenfrenado.
Juan Coromoto se le quedó miran- De este segundo caso eran los sig-
do, y él concluyo: nos que ya venían notándose en las filas revo-
—Alguien me dijo una vez que en lucionarias y si la tendencia a la disgregación
esta guerra se iban a encontrar los hombres a todavía no había tomado cuerpo en las de
sí mismos y ha resultado verdad. Pedro Miguel por obra de la actividad en que
Pedro Miguel Candelas ya sabe este las mantenía de continuo, en busca de
quién es y para qué ha nacido. encuentros con el enemigo, algo significaba
Dábase cuenta de que los del exter- ya aquel taciturno silencio en marcha de se-
minio no podían ser los caminos por donde senta hombres torvos en pos de uno que mi-
se lograsen las reivindicaciones sociales, ne- raba hacia adelante, obstinadamente.
buloso objetivo de aquella guerra, pero a falta Y en el caserío de Las Mayas, en
de ideas claras a tal respecto —porción de el dramático ambiente que ya componía el
aquel mundo postergado en la barbarie nati- amarillento sol de las humaredas, quedó la
va— admitía la destrucción de la propiedad impresión de algo singularmente tremendo
como una fatalidad de la lucha, no totalmente que se avecinara. @
desprovista de sentido vindicativo y la prac-

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