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Íconos femeninos

Mario Conde Ensayo 5 10/23/17

Paradoja de la espada y la pluma

Nada más opuesto que la espada a la pluma. La primera es una herramienta de

destrucción que desgarra la vida; la segunda, un instrumento de creación que transfiere el

conocimiento humano al papel. Ambos objetos —imágenes contundentes de por sí—

representan con bastante fidelidad la vida de dos religiosas vinculadas a la historia

colonial hispanoamericana. La primera, Catalina de Erauso (1582–1650), monja disidente

española que cambió los hábitos religiosos por atuendos masculinos y embarcó a América

a hacer sentir la contundencia de sus armas. La segunda, Sor Juana Inés de la Cruz (1648–

1695), extraordinaria intelectual y poetisa mexicana que consagró su vida al aprendizaje

y el conocimiento. Como la espada y la pluma, nada más opuesto que la historia de estas

dos mujeres vinculadas a la religión. Paradójicamente, Sor Juana, quien llevó una vida de

encierro y rectitud intelectual escribiendo con la pluma como símbolo de conocimiento,

fue sancionada por la Iglesia al final de sus días. Por el contrario, Catalina de Erauso,

quien llevó una vida delictiva blandiendo la espada como símbolo de violencia en tierras

americanas, fue gratificada con honores por altos ministros reales y eclesiásticos, incluido

el mismo Papa Urbano VIII. ¿Por qué esta paradoja al final del camino de estas dos

mujeres? Las siguientes tres razones explican el porqué. Primera, la condición de

chapetona española de Catalina de Erauso en contraste a la procedencia hispanoamericana

y mestiza de Sor Juana. Segunda, la diferencia de enemigos y enconos que levantan a su

alrededor ambos personajes. Tercera, la condición de mujer varonil y servil de Catalina

de Erauso frente a la posición de mujer subversiva de Sor Juana Inés de la Cruz. Explicar

estas tres razones es el objetivo del presente trabajo.


En primer lugar, la distinta procedencia de estas dos “monjas” define su rol y posición

dentro de la sociedad colonial hispanoamericana del siglo XVII. Catalina de Erauso ostenta

el emblema de chapetona española; es decir, persona natural de España que disfruta de

un sinnúmero de privilegios en tierras coloniales dado su origen. Se evidencia este hecho

en los primeros capítulos de La historia de la monja alférez, cuando llega a Saña (Perú)

con sus vestidos de mozo y su amo “púsome en una tienda suya, entregándome por

géneros y por cuenta mucha hacienda, que importó más de 130.000 pesos […] Dejome

dos esclavos que me sirviesen y una negra que me guisase…” (Erauso: 1875, cap. III,

pos. 164). Desde luego, el pasaje llama la atención debido a la desproporción del

privilegio. A una muchacha que oculta su identidad —incluida la sexual— se le

comisiona la administración de una cuantiosa tienda y se le otorga tres esclavos para su

servicio. ¿Cuál es el mérito de Catalina de Erauso para merecer tal privilegio? Ninguno,

excepto el haber nacido en España.

Para obrar con justicia con el personaje literario trazado en la obra, capítulos más

adelante participa en un enfrentamiento contra los aborígenes chilenos y en una accionar

épico e inverosímil recupera la bandera realista y se adjudica el rango de alférez; es decir,

más adelante ella misma con puño y espada se hace merecedora a tales privilegios.

En la otra cara de la moneda, Sor Juana en cambio refiere en La respuesta sus primeros

años en el convento. A diferencia de Catalina, la religiosa mestiza lejos de ser una ilustre

desconocida pertenece a la clase social alta, pero para seguir la pasión de su vida, el

conocimiento, tiene que ingresar al monasterio y recorrer un camino desde el primer

peldaño pues no se llega a “la cumbre de la Sagrada Teología sino subiendo por los

escalones de las ciencias y artes humanas”. (Juana Inés de la Cruz: 1994, p. 52). Como se

observa, la procedencia de Catalina le abre al inicio un recorrido con privilegios que Sor

Juana no cuenta.

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La segunda razón, la diferencia de enemigos y enconos que levantan alrededor ambos

personajes —hay que decirlo sin ambages, son construcciones ficticias dentro de obras

literarias— se explica debido a su contexto cotidiano y social. La vida de Sor Juana es un

recorrido en el que debe sobrellevar la condición femenina en un orden religioso

jerárquico y machista; por esto, se granjea enemistades de todos los hombres, confesores

y superiores, que se sienten amenazados por sus conocimientos y su lucidez. Catalina

Erauso, por su parte, se mueve libremente por las fronteras del mundo colonial. Emulando

al pícaro español, comete todo tipo de fechorías y atrocidades por pueblos y caminos. Sin

embargo, sus acciones no son condenadas pues al blandir la espada forma parte y lucha

por anexar esas fronteras al poder colonial. Sor Juana no, al contrario, la levedad de su

pluma estremece uno de los pilares del poder colonial: la Iglesia Católica.

La tercera y última razón, la condición de mujer varonil y servil de Catalina de Erauso

frente a la posición de mujer subversiva de Sor Juana, se explica al final de su recorrido.

Tras innumerables aventuras —enfrentamientos, traiciones, duelos, peregrinación—,

Catalina de Erauso llega finalmente a las cortes europeas y, otra vez con los hábitos

religiosos, es exhibida como una de las tantas atracciones exóticas provenientes del

Nuevo Mundo. No llama la atención sus atrocidades ni engaños, así como tampoco su

valentía para enfrentarse al enemigo, lo que atrae la atención hacia ella es el lado mórbido

de su historia: una mujer varonil, vestida de hombre, que ha conservado su virginidad

durante tantos años. Como epílogo, el Papa le otorga la recompensa de llevar con libertad

los atuendos masculinos.

De su lado, Sor Juana Inés de la Cruz es castigada por la Iglesia Católica y se le prohíbe

volver a leer y escribir; en otras palabras, se le extirpa su pasión. ¿Por qué? Debido a su

conocimiento. Parafraseando la expresión, es alguien que conoce demasiado, y el

conocimiento es subversivo. Catalina de Erauso, al contrario, es un personaje servil y

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astuto que se acomoda al lado del poder. Paradójicamente, quien escribió con la pluma y

llevó una vida de ejemplo y rectitud fue sancionada por la Iglesia; quien blandió la espada

y llevó una vida contraria a cualquier precepto ético o religioso fue enaltecida. Pero el

tiempo es siempre un juez imparcial. En la actualidad, cada una ocupa el lugar que le

corresponde en la historia.

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¿Tiene un parámetro cuantificable el talento? Técnicamente no, muchos menos si se

trata de un talento como el de Sor Juana Inés de la Cruz —1648-1695—, que desborda

las convenciones estéticas, políticas y religiosas de su época. Admiradores y estudiosos

de la intelectual religiosa le han atribuido —no sin razón— calificativos como la de Fénix

de México o la Décima Musa pues su obra trasciende, tanto en contenido como en

volumen, las fronteras históricas y geográficas del México del siglo XVII.

En este breve texto, se va a analizar dos de las obras más conocidas en intimistas de la

autora: Respuesta de la poetisa a la muy ilustre Sor Filotea de la Cruz y Los Villancicos

de Santa Catarina, ambas publicadas en 1691. Dada la aparición de las dos obras en un

año conflictivo para la autora —a más de ser las últimas con excepción de una inconclusa

encontrada tras su deceso—, hay la tendencia a hallar paralelismos entre una y otra,

llegándose a sostener que Los Villancicos de Santa Catarina son una versión poética de

La respuesta. Tal afirmación no carece de lógica; sin embargo, es necesario analizar en

qué medida ambos trabajos corren paralelamente.

En principio, es necesario señalar que la variable de la temporalidad tiene una marcada

relevancia. Pero más allá de este hecho evidente, conectado con el contexto vivencial de

la autora en aquel año, se pueden precisar tres aspectos en los que Los Villancicos

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constituyen una relaboración poética de La respuesta. A saber: 1) Vocación por el

conocimiento, 2) Sacrificio y martirio por la vocación y 3) Reivindicación de la voz

femenina.

El primer elemento paralelo entre las dos obras, Vocación por el conocimiento, es una

constante en los escritos de Sor Juana Inés de la Cruz. El personaje principal de La

respuesta, la misma autora que despliega un artilugio de narración biográfica e

intertextualidad, refiere su inclinación por el conocimiento desde la infancia: “Proseguí,

digo, a la estudiosa tarea (que para mí era descanso en todos los ratos que sobraban a mi

obligación) de leer y más leer, de estudiar y más estudiar, sin más maestros que los libros

mismos.” (Juana Inés de la Cruz: 1994, p. 52) Tres hechos se desprenden de este breve

fragmento. Primero, la vocación y el amor por los estudios de Sor Juana, tanto que

estudiar y aprender constituyen un descanso. Segundo, refleja la vida de la autora al

interior de una comunidad religiosa en la que tiene que cumplir con deberes y

obligaciones; se evidencia, pues, la vida de Sor Juana Inés de la Cruz como una constante

lucha entre sus obligaciones y su vocación por los estudios. Tercero, refleja la oposición

de la comunidad religiosa a la vocación de la autora; evidentemente, desaprueban tal

práctica por lo que Sor Juana no cuenta con más guía que los libros mismos. En esta

misma línea del primer elemento paralelo entre las dos obras, en Los Villancicos, en

cambio, se puede extraer el siguiente fragmento: “¡Víctor, Víctor Catarina, / que con su

ciencia divina / los sabios ha convencido, / y victoriosa ha salido / —con su ciencia

soberana— / de la arrogancia profana / que ha convencerla ha venido!” (Juana Inés de la

Cruz: 1691, v. 6). He aquí un elemento paralelo entre las dos obras; tanto Santa Catarina

como Sor Juana profesan una vocación por el conocimiento, vocación que se eleva a

niveles de devoción y que al final conlleva el sacrificio. En suma, Sor Juana Inés de la

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Cruz canta en Los Villancicos la vida de una mujer que es exactamente igual a ella,

separada por los siglos pero con su misma vivencialidad y vocación.

Un segundo elemento es común entre La Respuesa y Los Villancicos, el sacrificio y el

martirio que implica para Santa Catalina y Sor Juana defender su vocación por el

conocimiento. En el caso de la autora, tras la publicación de ambas obras, se le prohíbe

volver a escribir y dedicarse a cualquier actividad intelectual; es decir, afronta el sacrificio

por su vocación. En Los Villancicos, en cambio, Santa Catarina padece el martirio de la

rueda a fin de que renuncie a su vocación: “Heredó Catarina con la sangre / (aunque en

viciado culto), ardiente celo / de la Ley y de la Cruz, y Dios en ella / redujo lo viciado a

lo perfecto. / Fue de Cruz su martirio; pues la Rueda / hace, con dos diámetros opuestos,

/ de la Cruz la figura soberana”. (Juana Inés de la Cruz: 1691, v. 4). ¿Cuánto hay de verdad

sobre el martirio del personaje a quien canta Sor Juana? Difícil determinarlo pues su

historia se enreda con la leyenda; sin embargo, un hecho es constatable: Santa Catarina

es la patrona de escolares, estudiantes y filósofos. No es casual, pues, que Sor Juana Inés

de la Cruz eleve sus himnos y encomiende su vocación a una mártir como ella.

Un tercer punto de coincidencia entre La Respuesta y Los Villancicos es la búsqueda

por la reivindicación de la voz femenina. Al respecto, se han difundido numerosas

investigaciones y publicaciones que estudian los escritos de Sor Juana desde esta

perspectiva. Quizá entre los más conocidos constan los trabajos de Frederick Luciani y

Kathleen Myers. Desde la óptica de estos autores, La Respuesta y Los Villancicos

trascienden una propuesta feminista. La búsqueda de Sor Juana va más allá de una

reivindicación de género, su lucha consiste en reivindicar su identidad y su voz, hacer oír

su voz no por ser la de una mujer sino por ser alguien con una vasta educación que se ha

ganado el derecho a ser escuchada: “Ella defiende su vocación académica y literaria a

través de un acto literario basado en logros académicos […] La habilidad de Sor Juana

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como lectora / exegeta / escritor, demostrado a través del rendimiento, es la prueba

definitiva del valor y las posibilidades de logros académicos y literarios en las mujeres”.

(Luciani: 2004, p. 85).

En definitiva, como se ha constatado en los exposición de los tres elementos, tanto en

La respuesta como en Los Villancicos se hallan paralelismos que van más allá de la

coincidencia temporal. Amabas textos constituyen la defensa reflexiva y a la vez

apasionada de una escritora que lucha por defender su vocación por el conocimiento, que

lucha por presentar a la sociedad del siglo XVII la imagen de una mujer con voz propia,

una autora que exige ser considerada no por mujer sino por la medida de su talento.

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