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Edward Frederick Lindley Wood, Conde de Halifax y la política de

apaciguamiento

Edward Frederick Lindley Wood, Conde de Halifax, (16 de abril de 1881 - 23 de


diciembre de 1959), conocido como Lord Irwin entre 1925 y 1934, y
como Vizconde Halifax desde 1934 hasta 1944, fue un
político conservador del Reino Unido. Desempeñó varios cargos ministeriales en
aquella época, destacadamente los de virrey de la India desde 1925 hasta
1931 y Secretario de Asuntos Exteriores entre 1938 y 1940. A menudo es
recordado como uno de los arquitectos de la política de
apaciguamiento de Adolf Hitler en 1936-38, antes de la Segunda Guerra
Mundial, trabajando estrechamente con el primer ministro Neville
Chamberlain. Sin embargo, después de la ocupación alemana de
Checoslovaquia en marzo de 1939 fue uno de los que presionó en busca de
una nueva política de intentar parar cualquier otra agresión alemana
prometiendo entrar en guerra para defender Polonia.

Chamberlain abrazó la política de apaciguamiento como una fuerza moral


por el bien, como hicieron muchos otros que se oponían profundamente a la
guerra y gasto en defensa. En comparación, la política de Halifax parece más
pragmática, como la de Samuel Hoare, emparejada con un firme compromiso
hacia el rearme, aunque sin demasiado entusiasmo. Todos los partidos
reconocieron la hostilidad de la opinión pública a la guerra o preparativos
militares, y la dificultad de actuar sin que Estados Unidos o la Unión Soviética
estuvieran dispuestos a desempeñar su papel (el Partido Laborista opuesto al
rearme hasta bastante después de los Acuerdos de Múnich). Pese a todo,
Halifax fue criticado como un apaciguador, junto con Chamberlain, Hoare, y
otros doce, en el libro anónimo de 1940 Guilty Men.

En Marzo de 1939, Alemania ocupaba el resto de Checoslovaquia. Al iniciar


esa acción Hitler rompía las cláusulas del Acuerdo de Munich. Chamberlain y
Lord Halifax supieron entonces que no debieron confiar en la palabra de Hitler
y que la política de apaciguamiento llegaba a su fin.

Colville apuntó la opinión de Churchill de que Halifax «nunca superará la


vergüenza de la reputación de apaciguamiento que él y el F.O. se habían
ganado aquí. No tiene futuro en este país». Colville pensó que a Churchill le
influían los informes mensuales de la censura, que mostraban que Halifax había
heredado parte de la impopularidad de Chamberlain.34 Halifax fue el último
hombre asociado con el apaciguamiento que dejó el gabinete, pues
Chamberlain ya había muerto para entonces, y tanto Hoare como Simon ya
habían pasado a otros trabajos.
David Dutton argumenta que Halifax, como Chamberlain, tardó en apreciar la
pura maldad de Hitler y confiaba en demasía en que la negociación podía
dar resultados. Su periodo como ministro de Exteriores fue «el momento más
importante de su carrera y sigue siendo el periodo del que al final depende su
reputación histórica»; justo como Eden salvó su reputación dimitiendo a
tiempo, así Halifax dañó la suya siendo ministro de Exteriores en 1938–40.
«Merece algo de crédito por abandonar, o al menos por modificar
decisivamente, la política de apaciguamiento».

En marzo de 1945 Halifax es enviado como delegado de Gran Bretaña a la


Conferencia de San Francisco, asistiendo a la primera sesión de las Naciones
Unidas en 1946.

En el retiro, Lord Halifax escribió sus memorias, "Fulnes of Days" en las que
defiende la política de apaciguamiento. Edward Wood, 3º Vizconde de
Halifax murió en Garroby Hall, cerca a York, el 23 de diciembre de 1959.

Política de apaciguamiento (del término inglés: policy of appeasement) es el


nombre con el que históricamente se ha conocido la política conciliadora
llevada a cabo por Neville Chamberlain como primer ministro del Reino Unido,
antes de la Segunda Guerra Mundial.
Espantados por los horrores de la Primera Guerra Mundial, como el conflicto
más brutal conocido hasta 1914, no pocos políticos europeos desearon
mantener a ultranza la paz con la Alemania del Tercer Reich, sin importar las
peticiones que dirigiera el agresivo régimen nazi, lo que significó permitir las
constantes violaciones de Hitler a los distintos tratados internacionales, como
sucedió con la militarización de Renania, región occidental alemana donde
el Tratado de Versalles en 1918 había prohibido a Alemania establecer fuerzas
militares, arsenales o fortificaciones. Cuando Hitler envía en 1936 tropas de
la Wehrmacht a estacionarse en Renania, Gran Bretaña se niega a protestar
por esta ruptura del Tratado de Versalles. Sin apoyo británico, Francia acepta
también sin queja alguna esta violación de dicho tratado.
La política de apaciguamiento impide el mismo año de 1936 que Gran
Bretaña y Francia impongan sanciones a Alemania e Italia por su intervención
militar en la Guerra Civil Española, en contra de los acuerdos tomados entre
estos países para no prestar apoyo bélico a los bandos españoles en pugna.
Tampoco sancionaron a la Unión Soviética en su apoyo al bando republicano
en la Guerra Civil.
Similar situación se vivió con la cuestión del rearme alemán llevado a cabo por
el Tercer Reich desde 1933, a pesar de que el Tratado de Versalles establecía
límites máximos de tropas para el Reichswehr (el ejército alemán de
la República de Weimar) y reducía muchísimo el alcance de la marina de
guerra y la aviación militar germana. Ni Francia ni Gran Bretaña protestaron
ante tal infracción, lo cual permitió a Hitler organizar unas fuerzas armadas
mucho más poderosas, la Wehrmacht.
En el caso de la anexión de Austria a Alemania (Anschluss) en marzo de 1938,
Gran Bretaña y Francia tampoco protestaron por las violentas presiones y
amenazas de Hitler al gobierno austriaco de Kurt Schuschnigg y permitieron la
anexión pese a que también el Tratado de Versalles había prohibido
expresamente tal unión política austro-alemana.
El momento culminante de esta política fue la Conferencia de Múnich,
de 1938, en la cual Chamberlain aceptó las garantías ofrecidas por Hitler para
mantener el equilibrio europeo, sacrificando de paso Checoslovaquia a las
ambiciones alemanas. No obstante, en aquella ocasión Neville Chamberlain
consideraba seriamente haber evitado, y no sólo postergado, un conflicto
armado con la Alemania nazi. De hecho, tras celebrar los Acuerdos de
Múnich volvió en avión a Gran Bretaña y al bajar de la nave Chamberlain
emitió una famosa declaración a la prensa reunida en el aeródromo,
señalando que los Acuerdos de Múnich eran la «paz para nuestros tiempos»
(«peace for our time»), lo cual le ganó aplausos de la opinión pública británica
que creía realmente haber evitado una guerra.
La subsiguiente invasión a Polonia en 1939, menos de un año después de los
Acuerdos de Múnich, terminó por hundir en el descrédito la política de
apaciguamiento, lo que llevó a la derrota de Chamberlain en un voto de
censura en la Cámara de los Comunes en mayo de 1940, frente a Winston
Churchill, quien había sido muy duro en sus críticas a Chamberlain tras sus
acuerdos con Hitler, a pesar de que ambos militaban en el Partido
Conservador:
«Tuvo usted para elegir entre la humillación y la guerra, eligió la humillación y
nos llevará a la guerra».
Winston Churchill
Muchos líderes de Gran Bretaña y Francia consideraban que la Unión
Soviética gobernada por Iósif Stalin era un enemigo más formidable y temible
que la Alemania Nazi; confiaban también en que, al tener ideologías tan
contrapuestas y una mayor cercanía geográfica, las ambiciones nazis se
dirigirían sólo hacia una amenazante Unión Soviética y no hacia Europa
Occidental, cálculo que resultó errado. La política de apaciguamiento
permitió las siguientes agresiones del naciente Eje:

 Invasión de Etiopía en octubre de 1935 por el Reino de Italia.


 Remilitarización de la Renania en marzo de 1936 por Alemania.
 Apoyo de la Italia fascista y la Alemania nazi al bando sublevado en la
Guerra Civil Española.
 Anexión de Austria vía referéndum en marzo de 1938 por Alemania.
 Ocupación de los Sudetes en octubre de 1938 por Alemania.
 Ocupación del resto de Chequia el 15 de marzo de 1939 por Alemania.
 Ocupación de Albania en abril de 1939 por el Reino de Italia.
Hasta la fecha se utiliza el término «política de apaciguamiento» respecto de
la conducta donde un Estado acepta las condiciones de un agresor potencial
en vez de oponer resistencia, con la finalidad de evitar una confrontación
armada que puede ser costosa e indeseable para ambos bandos en pugna;
se considera que usualmente el Estado «apaciguante» sacrifica principios
propios para lograr esta meta.

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